«La Gallega», Nao Pontevedresa

LA Carabela en que salió Colón se llamó La Gallega, según Oviedo, y era dedicada a Santa María, aludiendo a la Patrona de los de Pontevedra.

Es mucho concurrir el que Henrique IV diese, como dio a Pontevedra, el Privilegio de vina Feria de 30 días, 15 antes y 15 después de la Fiesta de Sn. Bartolomé, Patrono de la Villa. El que los Re­yes Católicos hubieran dado como dieron a todos los, Mareantes de la Villa, el Privilegio de que no los pudiesen ajusticiar sino como a Nobles, no siendo por delito de alta traición. El que los mis­mos Reyes mandasen que todos usasen escudos de la Fábrica de Pontevedra. Y el que la carabela de Colón se llamase La Gallega y se llamase y estu­viese dedicada a Sta. María. Es mucho concurrir todo eso, digo, para que sea inverosímil que la mejor nave, Argos Gallega o la Carabela en la qual montado Colón descubrió en su primer viaje el nuevo Mundo, había sido fabricada en el Arrabal o Pescadería de Pontevedra y que se dedicase a Sta. María la Grande (que así llaman), que es la Patrona de todos los marineros en Parroquia se­parada.

Fr. Martin SARMIENTO

(* Trasunto », Col. Piñeiro, Arch. Catedral Lugo)

Baiona, primer puerto del viejo mundo que recibe la noticia del descubrimiento

EL miércoles, 13 de marzo, a las dos de la ma­ñana, se hizo a la vela el Almirante, para navegar a Sevilla; y el viernes al medio día entró en Saltes y surgió en el Puerto de Palos, de donde había sa­lido a 3 de agosto del año antecedente de 1492, siete meses y once días antes. Recibióle el pueblo en procesión, dando gracias a Nuestro Señor por tan gran merced y victoria, de que esperaban grandes aumentos, así a la religión cristiana, como al estado de los Reyes Católicos; todos los vecinos hacían gran misterio y estimación de que el Almi­rante hubiese salido de aquel lugar y llevado la mayor y más noble parte de gente de aquella tierra, aunque muchos de ellos por culpa de Pinzón, usasen alguna perfidia e inobediencia. Luego su­cedió que cuanto el Almirante llegó a Palos, Pin­zón arribó a [Bayona de] Galicia, y quería ir a Barcelona a dar cuenta en derechura del suceso a los Reyes Católicos; los cuales le dieron a entender que no fuese sino con el Almirante, que era el que habían enviado al descubrimiento, de que tuvo tanto pesar y enojo, que se fue a su patria indis­puesto, y murió de congoja en pocos días.

Femando COLON, «Historia del Almirante*, Cap, XLI

Colón festeja a la Patrona de Pontevedra en la nao «Santa María» o «La gallega»

MARTES, 18 de diciembre.—Estovo en aquella playa surto este día porque no había viento, y también porque había dicho el cacique que había de traer oro, no porque tuviese en mucho el Al­mirante el oro, diz, que podía traer, pues allí no había minas, sino por saber mejor de dónde lo traían. Luego, en amaneciendo, mandó ataviar la nao y la carabela de armas y banderas por la fiesta que era este día, de sancta María de la O, o conmemoración de la Anunciación: tirá­ronse muchos tiros de lombardas, y el Rey de aquella Isla Española había madrugado de su casa, que debía distar cinco leguas de allí, según pudo juzgar, y llegó a hora de tercia a aquella pobla­ción, donde ya estaban algunos de la nao quel Almirante había enviado para ver si venía oro, los cuales dijeron que venían con cuatro hombres, y era mozo, como arriba se dijo.

Del a Diario» de Cristóbal COLON

Frey José Gil de Taboada y Lemos, comendador de Portomarín y Virrey de Nueva Granada y del Perú

Nacimiento y linaje

DON Felipe Gil de Taboada Lemos y Villamarín nació en el pazo de Des en la pontevedresa tie­rra de Deza y fue bautizado en la parroquial de Vilatuxe (1733), y no en Ourense como viene afir­mándose con error. Fue el prototipo de los virreyes de la «Ilustración», por su mentalidad, sus conoci­mientos, su acción cultural y política, «sabia y benéfica». «Inició la modernización del Perú», dice Deusta.

Hemos trazado una biografía suya en el cuaderno XX de esta serie. Nos limitaremos hoy a recordar rasgos fundamentales16.

Segundón en una familia entroncada con un linaje de «ilustres capitanes y letrados», prelados y regidores, después de una formación humanística, ingresó en la Orden de San Juan de Malta, donde fue Profeso, Bailío y Comendador de Portomarín. Sirvió en la Armada, «corrió caravanas», «navegó todos los mares1‘. Era Capitán de Fragata cuando fue nombrado Gobernador de las Malvinas (1774) y Capitán de Navio cuando realizó «el reconocimiento de la Costa Norte del Continente». Durante su mandato en las Malvinas los británicos abandonaron Puerto Egmont17.

Virrey de Nueva Granada y del Perú

FUE nombrado Virrrey de la actual Colombia en 178918. Hizo un importante informe sobre el Darién. Poco después de tomar posesión fue trasla­dado al Perú, que rigió entre ell790yell796. Tuvo una recepción triunfal y poética en la «Lima festiva».

La acción cultural

GIL de Taboada desarrolla una acción cultural de extraordinaria trascendencia: funda los pri­meros periódicos de América; abre los archivos a los estudiosos y las librerías a obras importadas; pro­picia tertulias literarias y académicas; mejora la Universidad que llegó a contar entonces con más de trescientos doctores y nuevas cátedras, entre ellas la de Anatomía; impulsa al Colegio de San Carlos y los servicios estadísticos; crea la Escuela de Náutica; fomenta las expediciones científicas de Malaespina y Bustamante y las investigaciones de Heubande, Molina, Unanue, Bueno…; el «Labora­torio Químico», el «Jardín Botánico», la edición de la «Flora Americana», la Estadística…En el área histórica, sorprenden los estudios de la Montaña Real y de la ciudad de Osorno; son admirables la «Descripción Geográfica del Perú» y el «Mapa» de Baleato.Grandes exploraciones y radical corte de abusos en alguna de ellas. El P. Girbal, en Ucayali, Pachitea y el Maino; Fr. Francisco Méndez al Sur de Chiloé; Juan Besares hasta Huallaga.El Virrey del Neoclasicismo

EL canon y la norma clasicista imperan en la copiosa obra que perpetúa la acción orienta­dora de Gil de Taboada, siempre sumiso al criterio de la Academia de Bellas Artes: Catedral de Lima, nuevo Palacio de los Virreyes, «Puerto de Honor», Cajas Reales, puentes, alumbrado…

En la ampliación del palacio de Des repitió la ordenación académica virreinal. Sus descendientes los Aries y Díaz de Rábago han sabido conservarlo y restaurarlo con acierto.

Austeridad y sencillez

LA misma sencillez de estilo que impuso a las arquitecturas inspiraba su vida y su orienta­ción en el manejo de los caudales públicos: «achaque muy común en los españoles naturales de Galicia», escribe Mendiburu19. Combatió la codicia y la corrupción, impulsó el libre comercio. Envió a la Hacienda Central veinticuatro millones de pesos en un quinquenio; acuñó veintiocho; dejó bien provis­to de fondos a su sucesor, pese a la amplísima política de obras»20.

Su ideología está reflejada en escritos dispersos y, sobre todo, en la «Memoria sobre el Nuevo Reino de Granada» y en la «Relación de gobierno» dirigida a su sucesor el Barón de Ballenari en 179621. Han sido estudiadas especialmente por Konetzke22.

Ministro de Marina

HUBIERA preferido vivir retirado, con su biblioteca, en el Pazo de Des. Tuvo que aceptar el Ministerio de Marina; poca cosa para quien había sido Virrey de Perú y peligrosa, porque coincide con la declaración de guerra a Inglaterra (1803) y con el inicio de la invasión francesa. Le corresponde recibir la estrafalaria misiva del in­fante don Antonio despidiéndose, «hasta el valle de Josafat», al huir a Francia. «Anciano respetable. De carácter entero y firme», hace frente a Murat, pre­side, después de la victoria de Bailén, la «Junta Central». Se niega a jurar al Rey José. Muere en 1809. Todo un símbolo.Cuatro pontevedreses memorables, actores y testigos de hechos señalados de la grande historia. Cuatro vidas, con momentos felices y trances adversos, con aciertos y errores como toda conducta humana.Al admirar la arquitectura del pazo de alguno de estos linajes, al encontrar en los salones sus retratos, ante las obras que sufragaron, no dejéis de evocar las vidas de los que lejos de su Tierra, entre los avatares de la gobernación no dejaron de tenerla presente en el ánimo. Pero no deis al olvido la ingente masa de los otros anónimos pontevedreses universales que forzados a la emigración componen el discanto de los proceres. Muchos no salieron de las carencias que aquí padecían; los que tuvieron fortuna supieron contribuir creando escuelas, levantando santuarios, estableciendo instituciones… al resurgimiento de Galicia.

José Antonio de Mendoza y Sotomayor, Marqués de Villagarcía, Vizconde de Barrantes y Virrey del Perú.

Los Mendoza, señores de Villagarcía

DON José Antonio de Mendoza y Sotomayor era descendiente del Mariscal Suero Gómez de Soutomayor, Tenenciero del Señorío de Ponteve­dra, y de García Camaño, «el Hermoso», fundador de Vilagarcía por una carta puebla de 1461; y sobrino del gran don Fernando de Andrade, Capitán Gene­ral y Arzobispo de Santiago14. Heredaba el Marquesado de Villagarcía, el Vizcondado de Ba­rrantes y los señoríos de Vistaalegre, Rubianes, Lamas y Vilanova. Fue Marqués de Monroy y de Cussano por su casamiento con doña Clara Barrio- nuevo y Monroy. Los Mendoza alcanzaron auge en Galicia, desde la presencia del Arzobispo don Lope en Compostela, en el siglo XV; los Caamaño que pretenden un origen helénico y se ufanan de des­cender de posesores romanos, pueden remontar sus genealogías hasta la alta edad media. Sigue leyendo José Antonio de Mendoza y Sotomayor, Marqués de Villagarcía, Vizconde de Barrantes y Virrey del Perú.

José Sarmiento de Valladares, Conde de Moctezuma, Duque de Atrixco y Virrey de México

Familia y nacimiento

LA familia de este Virrey poseyó el señorío de ! San Román de Saxamonde en Redondela desde el siglo XII cuando le fue concedido a Gonzalo Muiños por Alfonso VII. La Duquesa viuda de Sessa, doña María Andrea de Guzmán y Dávila, descendiente de otro Virrey de Nueva España. Usó el título de Conde de Moctezuma y Tula, que lo congraciaba con los indios.

José Sarmiento de Sotomayor fue bautizado el 4 de mayo de 1643 en la parroquial de Saxamonde; la actual, era capilla del derruido pazo familiar. Hijo del vigués Gregorio Sarmiento de Valladares y de Juana Sarmiento Niño, y hermano de Luis Sarmiento de Valladares y Meira, primer Vizconde de Meira y Marqués de Valladares; sobrinos del influyente Inquisidor General y Obispo de Plasencia Don Diego Sarmiento12.

Casó dos veces. La primera con la cuarta nieta del último Emperador azteca, Moctezuma, doña María Jerónima Moctezuma Jofre de Loayza y Carrillo, hija del Conde del Arco. La segunda, con la Duquesa viuda de Sessa, doña María Andrea de Guzmán y Dávila, descendiente de otro Virrey de Nueva España. Usó el título de Conde de Moctezuma y Tula, que lo congraciaba con los indios.

Virrey de México

FUE designado Virrey de México, para suceder a Galve, el 18 de diciembre de 1696 y tomó po­sesión en febrero del año siguiente. Aun no se habían borrado las huellas del levantamiento de 1692; el Pa­lacio Virreinal estaba en reconstrucción.

Poco después de hacerse cargo del mando, México fue asolado por una inundación. La mengua de alimentos, a causa de las malas cosechas, determinó una carestía y hambre que el Virrey trató de paliar con acertadas medidas, pero que no evitó el alzamiento popular de mayo del 1697.

El mando de Sarmiento coincide con los últimos años de la Prelatura del admirable gallego Aguiar y Seixas.

Exploración y misiones en California

MIENTRAS que, en el Cono Sur, el Estrecho de Magallanes puede denominarse, al decir de Amancio Landín, «de los cuatro gallegos», California está ligada a la acción de tres virreyes: el Conde de Monterrrey, que comenzó la exploración, el de Sal­vatierra y el de Moctezuma que la prosiguieron. Es lógico que fuese elegida Patrona la Virgen Peregri­na. Sarmiento de Valladares tuvo la cooperación de los franciscanos y la de los jesuitas: el P. Salvatie­rra, nacido en Milán y posiblemente de oriundez gallega, y el P. Kino, un verdadero descubridor13.

Sarmiento tuvo que hacer frente, en las costas, a los corsarios ingleses y, en tierrra, a los forajidos que infestaban los caminos.

Cese y honores

POCO antes de morir Carlos II, Sarmiento de Valladares solicitó el relevo. Cesó en el cargo el cuatro de noviembre de 1701. Felipe V —pese al desvío que hacia los Borbones sintieron él y otros familiares— lo colmó de extraordinarios honores: el título de Duque de Atrixco y el señorío de un «estado» en Nueva España, «cosa que sólo se había hecho antes con Hernán Cortés y no volvió a hacerse nunca». Prueba de lo satisfactorio de su gestión.

La memoria familiar perdura, en Sanxenxo, en la “Casa del Virrey”, el Pazo de Miraflores y una Capilla de la parroquial.

García Sarmiento de Sotomayor, Conde de Salvatierra y Virrey de México

La estirpe de los Sarmientos

EL linaje de los Sarmientos dio tributo a la historia de América, desde la iniciación del descubrimiento y va unido a los Sotomayor. Lo hacía notar en 1567 nuestro Sarmiento de Gamboa —el más científico y humanista de los almirantes— cuando afirmaba que había imitado a sus deudos. Un García Sarmiento fue piloto de la «Pinta»3. Un hijo de Pedro Madruga pasó a las Indias, con mala fortuna3. Un nieto se enfrentó a Drake. Otros Sarmientos figuran entre los pobladores de Filipinas, Santo Domingo, Magallanes… En el gobierno espiritual y político se distinguieron: Santiago, Diego, Francisco, Alonso… El más ilustre de todos, el Conde de Gondomar, diplomático, mecenas, «Grande de Europa», intervino en altos temas de Estado referentes a América4. Ya el licenciado Molina en su «Descripción de Galicia” ponderaba «las yemas sin cuento» de estos «Sarmientos».

Miembros de una de las más poderosas estirpes de Galicia desde los tiempos de Alfonso X, enriquecidos por los mercedes enriqueñas y más tarde con el tributo de la Ponte Maior de Ourense y con importantes señoríos. En 1483 García Sarmiento funda lo que hoy es Villa de Ponteareas, al lograr la concesión real de la feria de Cañedo. Tuvieron los condados de Santa Marta y Ribadavia, los estados de Salvatierra y Sobroso y Val de Achas. Don García IV de Sarmiento y Sotomayor heredaba de sus inmediatos antecesores una posición encumbrada. El abuelo, después de participar en las guerras de Inglaterra, Flandes y Portugal, fue mayordomo de la Emperatriz Doña María, viuda de Maximiliano de Austria. Su esposa había sido dama de la Reina Doña Juana de Portugal. Una de sus hijas, María Agustina, muy bella, centra el cuadro de «Las Meninas» ofreciendo a la infanta Margarita un «púcaro de Estresnoz». El padre, gentilhombre de Felipe III, Capitán General de Sevilla, fue el primer «Conde de Salvatierra», donde fundó el Convento de Franciscanos4.

Virrey de México

DON García IV, había desempeñado cargos militares, como el de Maestre de Campo del Cuerpo de Infantería de Galicia (1631). Después pasó a Sevilla, donde ocupó el puesto de Asistente (1634) y Capitán de Caballería en Badajoz.
Fue designado Capitán General y Virrey de México en 16425, sucediendo al Marqués de Villena, don Diego López Pacheco, destituido y puesto en prisión por las denuncias de su adversario don Juan de Palafox, Prelado de Puebla, que lo acusaba, entre otras infracciones, de simpatizar con los independentistas portugueses. Una de las primeras determinaciones de García Sarmiento fue la de ponerlo en libertad. El acceso a uno de los más altos puestos de la monarquía venía a coincidir con una de sus mayores desventuras: la destrucción del palacio de Salvaterra y de la iglesia de San Francisco, en la guerra con Portugal.

El más arduo conflicto al que se vio envuelto fue de carácter político-religioso: el enfrentamiento entre la Compañía de Jesús y el Venerable Palafox, Visitador General, acostumbrado a ejercer prácticamente el Gobierno6. Era el choque de un reformador con la situación existente, y reflejaba la oposición entre las órdenes mendicantes y los jesuítas; pero, en el fondo, latía la contraposición social entre los criollos y el funcionariado burocrático7. García Sarmiento se inclinó en favor de los jesuitas, frente al Prelado. Finalmente triunfaría éste al lograr el traslado del Virrey, que, pese a su actitud, contó con la colaboración de los franciscanos de las misiones de la Baja California y favoreció sus obras.

Virrey del Perú

EL ocho de julio de 1647, Sarmiento era nombrado Virrey del Perú, adonde llegó un año después, siguiendo, con fortuna, la futa de Acapulco. Sucedía a don Pedro de Toledo, Marqués de Mancera.

Nombró Capitán General del Callao y dio el mando de las naves del Sur a su hermano Alvaro. Otro, Francisco, fue Obispo de Michoacán. Tuvo como secretario a Juan de Oya Troncoso y el asesoramiento espiritual de un franciscano, Fr. Pedro de Arauz. Dejó un rico legado al Convento del Perú. Aleccionado por la experiencia mexicana, se inhibió cuanto pudo en el conflicto entre los jesuitas y el Obispo Cárdenas.

 

La fuente de Lima

 

EL Virrey Sarmiento embelleció las ciudades del Virreinato. Muchas de esas obras de mediados del siglo XVII fueron destruidas o dañadas por los seísmos.

 

De las realizaciones de Virrey, la más ponderada fue la Fuente de la «Plaza de Armas» o «Principal» de Lima (1660). Quizás al erigirla habrá pensado en los «chafarices» gallegos y del Norte de Portugal, como el nuestro de la «Ferrería», aunque la suya no es de granito, como las nuestras, sino de bronce.

Fue alabada con estos versos que juegan con el apellido y título de Virrey:

 «De fuente tan prodigiosa el

mundo se maravilla, que dar

un Sarmiento agua ha sido

cosa divina.

El agua que de ella corre no corre

como solía, y se ve

de tierra salva y por

Salvatierra, limpia».

 

Defensa del indio y persecución de fraudes

SU gestión, se caracterizó por defender a los indios, mitigando la «mita» de levas para la minería y la «composición de tierras», que tanto los perjudicaban, y recomendó a su sucesor que los protegiera. Persiguió la corrupción y el fraude a la Real Hacienda y, pese a la merma introducida en la ocupación de predios, envió a España, en 1652, cerca de dos millones de pesos. Tras el naufragio de la nao capitana de la armada en Guayaquil, logró rescatar no menos de trece millones.

Tuvo que hacer frente a otras tragedias; la más grave, el terremoto que convirtió en ruinas la ciudad de Cuzco, en 1650.

Favoreció las misiones de la Compañía en Paraguay, importantísimo modelo comunitario.

Cese y muerte

GARCIA Sarmiento cesó en su virreinato el 24 de febrero de 1655. Fue sustituido por su tío Luis Hernríquez de Guzmán, Conde de Alba de Liste. No pudo regresar a España; «le dio una grave enfermedad, que perdió el juicio, y algunos días antes de su muerte se lo volvió Nuestro Señor y dis­puso sus cosas». Fue enterrado en la iglesia de San Francisco (1659)°.

Del tema local al comercio de Indias

por  Fray Martín Sarmiento (s.XVIII)

DIGRESION sobre economía «de Indias» partiendo de un tema local gallego, glosa a la frase «Con muito comerzo» de una de las coplas «do Tío Marcos da Pórtela», que sirven de base a la «Colección de Voces y Frases Gallegas» que acaba de editar, pri­morosamente, el Prof. Pensado. El Museo de Pon­tevedra posee una curiosa copia de X831.

«Con motto comerzo. Todo latín, curtí multo commercio. Commer- cio de con y merces, porque el comercio antiguo no se hacía con dinero, sino de géneros con géneros.

En Pontevedra se hace todos los sábados un mercado. A él con­curren de tres y cuatro leguas alrededor los aldeanos que tienen que comprar o que vender. Pero todos cuantos géneros se exponen en el mercado dicho son de poco precio, y más es el bullicio que el dinero que se atraviese de parte a parte. Aunque la copla dice con muito comerzo, entiéndase ser ponderación pues todo se reduce a buhonería y cosas de poca monta.

Y yo he pensado, viendo tanto concurso de gente, y tan poca sustancia en los géneros, aunque muchos, que no es otra cosa aquel mercado que una sombra de la famosa feria que el siglo pasado se celebraba en aquella villa. He leido el privilegio, que la villa con­serva, del rey don Enrique IV, por el cual le concede pueda tener feria general por espacio de treinta días continuados a contar 15 días antes del apóstol San Bartolomé y otros 15 días después del dicho dfa del santo. Las libertades y franquezas que concede a los que van a la feria son muy grandes, y capaces de atraer a Pontevedra gentes de Países muy remotos para el comercio [  ]

Oigo hablar a muchos de daca el comercio y toma el comercio y vuelva el comercio, y noto que ni siquiera la primitiva noción tiene del verdadero comercio sólido y útil para el bien común.

Quiénes, en dónde y con qué, son los tres puntos a que deben mirar y reflexionar los que han de hablar del comercio. El comercio le han de ejercer los naturales, pues cuando no ellos sino los ex­tranjeros le ejercen, sólo los naturales le padecen y consiguiente ellos son los que perecen al tiempo que los extraños se encrasan y se hacen opulentos.

¿Qué interesa España con que en Cádiz, v. g., haya una docena de levantiscos, genoveses, judíos, ingleses, alemanes, hamburgueses, suecos, moros, etc., que tengan y cuenten sus caudales por millones y a trueque de eso tengan estancado el comercio, e imposibiliten a los naturales para utilizarse en sus géneros? ¿De qué sirven aquellos millones en tan avarientas manos, sino para sacamos con ellos de España los géneros más precisos, y con éstos para sacamos el oro y plata de la América? ¿Qué utilidad para el bien público que nos saquen los granos, vinos, aceite, lanas, etc., para introducimos a pre­cio subidísimo, géneros, no sólo excusados sino también supérfluos y aun perniciosos?

¿Qué cosa más fatua que el padecer que el poco dinero que nos dejan, sacando los géneros precisos, nos lo vuelvan a sacar doblado con cajas de papel y con otras mil cosas tan ridiculas y aún vergon­zosas? ¿A qué sería quejarnos de los temporales, y de que la falta de alimentos se alterna cada año, si nos deshacemos de los suficien­tes, que Dios nos da, a un precio bajo, y después necesitamos vol­verlos propuesto, se llama linea tangente, la linea A.B.C., porque únicamente toca al círculo en un punto B. Las demás lineas inte­riores se llaman, rayos, cardas o secantes, si salen fuera de la circun­ferencia, o si de fuera de la circunferencia, cortándola, se introducen en lo interior.a comprar a precio doble, cuando insta el tiempo de alimen­tamos y vestimos? ¿A qué será la pasmarota, en tono de imaginar misterio, que viniendo tanta plata y oro a España cada día se halle menos? ¿Qué misterio ni misteria podrá haber en que si cada año entran en España ciento y salen ciento y cincuenta, cada año habrá en España menos dinero?

El verdadero comercio se debe disponer de modo que cada año entren ciento y cincuenta y salgan solos cincuenta. Aún no alcanza esto para que en España haya dinero. Si aquellos 150 sólo entran o casi todos, en manos de las arañas, dichas, que se anidan en el rincón de Cádiz, y en otros rincones semejantes de España; si la mayor parte de esos 150 que entran, sean pesos, doblones o millones de reales, no se esparcen por todo lo interior de nuestra península, con el beneficio de un comercio intestino, no se debe decir que aque­llas cantidades entran en España, sino que tocan en España, como en una escala marítima. Al comercio, las que salen, salen de lo In­terior para no volver.

Quiero explicarme con una figura geométrica. En el circulo de la margen, cuyo centro es Madrid, por serlo de España, representada en el circulo propuesto, se llama linea tangente, la linea A.B.C., porque únicamente toca al círculo en un punto B. Las demás lineas inte­riores se llaman, rayos, cardas o secantes, si salen fuera de la circun­ferencia, o si de fuera de la circunferencia, cortándola, se introducen en lo interior.

Digo, en breve, que el comercio de España se hace por una linea tangente, debiendo ser por rayos, cordos y secantes. Dice un autor francés que de 50 millones que giran de Cádiz para el comercio, solos dos y medio son de españoles. ¡Oh, qué comercio! Veamos cómo se hace el de los extranjeros de Cádiz y sólo por tangentes.

 

Carga un genovés de aquellos, que para costear sus guerras pasadas hallaron el arbitrio de echar de propia autoridad un tributo sobre los escritores de España, cargándoles siete u ocho reales más en resma de papel, sin que haya justicia que los contenga y los restañe. Carga digo, un genovés, un navio de géneros propios o del levante y los conduce a Cádiz, desde Cádiz, con las trampas de cabeza de hierro, conduce dichos géneros a la América; allí los vende como genovés, y de vuelta a Cádiz, cuando menos, se halla con la moderada ganan­cia de ciento por ciento.

Toca, y no más, ese caudal, o en moneda o en géneros, en el sólo punto de Cádiz, y desde allí vuelve al levante por la tangente a en­grosar el caudal, para volver a Cádiz, y dirigirle aumentado a la América para volver a su moderada ganancia, y así no giran sus caudales sino por la tangente. A.B.C. y C.B.A., sin comunicarse a lo interior de España nada (de) ellos por las líneas rayos, cordas y secantes.

Esa línea tangente camina mediando manos de extranjeros y ja­más de español alguno hasta la China y el Japón; y como aquellas naciones son linces en el comercio, le disponen de modo que entren 150 tantos de plata, y apenas salgan 50, y esos en valor de los gé­neros que les sobran.

Así es sentir de los autores que tienen voto, que la China es el pozo a donde va a parar casi toda la plata que se acuña en todos los dominios del rey de España; 900.000 libras de plata se acuñan cada año en la América, y todo es nada para España, y todo les parece poco a los extranjeros y chinos. También éstos por medio del comercio de las Filipinas con Acapulco y Méjico sacan infinita plata de aquellos países, embocándonos vasijas y tinajas de barro y otras superfluidades semejantes que, aunque en sí sean curiosas, más útil y curioso sería que el valor de ellas viniese a lo interior de España, y se quedasen los chinos con su china y sus tibores.

Mucho se me ofrecía que decir sobre el asunto pues me duele que me atolondren los oídos con la voz comercio y que me quieran per­suadir que la entienda al revés. El comercio ha de ser deshaciéndose de los géneros que sobran e introduciendo los que faltan y son muy precisos; y esto se debe promover de modo que los naturales le ejerzan y no le padezcan. No estancado en 100, 500 ó 1.000 naturales solamente, eso será monipodio o fingiendo voces mono-compro y mono-vendo y de ningún modo comercio que merezca el nombre de tal.

Todos los vasallos del rey tienen derecho natural a ganar su vida por lícitos modos, y ninguno le puede tener para ganarla con moni­podios, mohatras y haciendo de cabezas de hierro, a favor de los extranjeros, codiciosos, y en menoscabo de la hacienda real y para la última destrucción de un general comercio de lo interior de España.

Supongo que yo no lo he de remediar, pero supongan de seguro esos que censuro, que tampoco podrán remediar que los que tienen dos dedos de frente y nada ofuscada la razón natural no piensen y deseen lo mismo que yo.

En lo antiguo había en España, además de los mercados, muchas ferias generales, por medio de las cuales comerciaban y subsistían los pueblos sin necesitar de tantas Indias. Hoy con tantas Indias y tan pocas ferias caminan los pueblos a su última ruma en lo interior de España. Pida cada cual para su santo. Yo deseo y pido que en Pontevedra se restituya la antigua feria general; que yo aseguro que el rey interesará más que los que paliando su propio interés, pueden pensar esparciendo que esas ferias serán en menoscabo de la real hacienda real.

Hágome cargo que todo este pliego es una prolija digresión. ¡Qué Importa I Con esa prevención le escribí. El que no le quisiere leer que le deje, que yo haré lo mismo con lo que ese tal pudiere escribir en contra o del asunto o de la digresión, y rogaré a Dios que le alumbre».

Xosé Filgueira Valverde

Fray Martín Sarmiento, por Filgueira Valverde

Fray Martín SarmientoEste año se conmemora el segundo centenario de la muerte de Fray Martín Sarmiento (1695-1772), fi­gura universal de la “Ilustración” que, con Feijoo, señala, en los más distintos campos del saber y del fomento, el tránsito a decisivas etapas en la vida española y que supo presentir rumbos para el resurgimiento de Galicia.

En esta jornada recordamos ese doble trascen­der de la obra, tan vasta como desconocida, del último de los Cronistas de Indias y del primero de los pontevedreses de un tiempo nuevo.

PONTEVEDRA, 1702. Todos han abandonado la villa. Los hombres que pueden empuñar un arma salieron por el Camino Nuevo, hacia Redondela, porque se teme el desembarco del “Inglés”, que acaba de forzar el estrecho de Rande, donde está hundiéndose “la flota española”, “la escua­dra de la plata”. Las mujeres y los niños huyeron a Caldas, a la tierra de Montes… No sabemos por qué este pequeñín de siete años y medio se encuentra solo, sin rumbo, en las horas inciertas de un trágico amanecer. Su casa abre un viejo soportal al lado del palacio de los Marqueses de Aranda, a la sombra de la viejísima torre de Crú, muy cerca de las aulas de la Compañía, donde dice misa “o crego Xacinto” y cursa el feísimo Juan de Acuña, por mal nombre “A Morte Supitaña” porque de un golpe le quedó la boca desdentada (“sanouno a Morte”, se diría, pasados los años, cuando Acuña era médico famoso).

Desde un balcón, el niño ha visto pasar los gigantones del Corpus, hace cuatro años largos. Es éste el primer recuerdo de su vida.

Pero ahora la emoción es muy otra. No resuenan las notas inolvidables de las marchas procesionales. Hay un frío silen­cio en el pueblo desierto. La casa está situada entre la “gru- ma” del campamento romano, cuyos cuarteles siguen configu­rando, al cabo de los siglos, la estructura urbana, y la puerta abierta al final del “decumanus”. El pequeño busca esta sa­lida, hacia donde quiebra el albor, por Santa Clara. Queda allí un buen trecho de la calzada antigua, con losas enormes, como rocas que, pasado el Convento, forman a modo de pa- sales, sobre el fangal de “La Seca”. Por allá marcha jadeante… “Al llegar al arroyo de la Aceña, nos dice, poco antes de Santa Margarita, y caminando solo, sin saber a dónde iba, me alcanzaron… dos monjas viejas y enfermas”. Pasados los años, el fugitivo analiza sus recuerdos: “…cogiéronme enme- dio, para consuelo mío y de las dos monjas, por la regla ge­neral de que una mujer, con un niño inocente de compañía, tiene más valor y camina más ufana, o porque, aunque niño, representaba hombre”.

Subieron los tres, por el Camino Real, a pie, hasta Te­norio. El chico recordará luego los Puentes de Bora y la Por­talada del Monasterio, que avistarán siendo las dos de la tarde. Allí salieron el P. Abad y los monjes a recibir a la Abadesa de Santa Clara que era la más vieja de las dos “freirás”. El chico no parecía estar muy cansado de aquella caminata de ocho horas, y se fue corriendo al soto monacal a coger cas­tañas, y las llevaba a la cocina, para que se las asasen. Un lego que conocía a sus padres se encargó de cuidar de él. Vio como improvisaban una clausura para las clarisas, con reja y todo, en el claustrillo. Las oyó rezar en el coro. Asistió

a un entierro en el cementerio de la abadía y a un bautizo en la iglesia. El recién nacido sería quizás hijo de algún ma­trimonio pontevedrés fugitivo. Sabemos que hubo un cortés discreteo entre el Abad de Tenorio y la Abadesa de Santa Clara sobre el nombre que había de llevar. Terminaron la “retesía” conviniendo que se llamaría “Plácido” por parte de los benedictinos y “Buenaventura” por parte de las francis­canas. Y, aún más, que el bautizado vino a ser, pasados los años, el P. González, dominico profeso del convento de León…

En el rapaz fugitivo habréis sabido adivinar al “gran ga­llego”, Fr. Martín Sarmiento, en quien quizá se despertó en­tonces la doble vocación monacal y erudita. En su autobio­grafía supo condensar el episodio con una regocijada frase:

—“1702. Eché mi primera firma en una plana de a cuatro, y, a mediados de octubre, quemó el Inglés la flota de Vigo, en Redondela, y las cuarenta monjas de Santa Clara de Pon­tevedra huyeron a Tenorio y yo con ellas.”

Pero sigamos escuchándolo:

—’“Como yo no había oído más campanas que las de mi lugar, así que oí el sonido de la campana de Tenorio, hizo tal impresión en mi oído que cuarenta y tres años después me acordé del sonido mismo. Digo esto conforme a lo que dexo observado cuánto importaría que a los niños se les pon­ga en paraje de que vean y oigan objetos espectables e in­sólitos, para cimentar la memoria.”

Al correr de los años, el benedictino volverá a Tenorio varias veces: En 1725, en 1745, en 1755… Hará que el P. Abad le muestre los libros, el de Sacristía, el de Mayordomía, el de Caja y Gastos, del año 1702, en busca de alguna memoria de aquel extraordinario suceso. Ni una palabra. Apenas una par­tida reveladora, entre las cuentas: “Item, veinte reales que

gastó nuestro Padre Abad, cuando llevó las monjas a Ponte­vedra”. “¿Qué Edipo en el futuro —exclama—, entenderá esta cláusula?” Y se pone, él mismo, a hacer anotaciones margi­nales en los libros.

Cuando en 1762 el P. Sarmiento hilvana, en la más volu­minosa de sus obras, unas sugerencias sobre el cultivo de la Historia, el episodio de su huida de Pontevedra y de su es­tancia en Tenorio, los días del combate de Rande, va a servirle como glosa anecdótica para un alegato sobre el “culpable des­cuido” de los que habiendo vivido los hechos no los escriben.

Al leer estas frases, en uno de los manuscritos que Fer­nández López donó al Museo de Pontevedra, pensamos en la necesidad de las “Memorias”, pero también en las claves que puedan darnos para el conocimiento de una personalidad. En este breve relato están las fuentes de su vocación monástica y de su actividad literaria; aquí está ya el sentido del “cami­no” y del viaje como ensueño liberador, y la soledad, esa soledad de niño fugitivo, que le acompañará de por vida: “Yo nací solo, y siempre he vivido solo…”.

 

LA HORA PONTEVEDRESA DE SARMIENTO

SOLO. En voluntario y terco aislamiento. Lejos de lo que más ama. Vivamos una hora ponte- vedresa del año 1757. No la miden todavía ni el reloj de la Peregrina, cuya obra no se ha iniciado, ni el del Concejo, que no sueña siquiera en tener un Palacio Consistorial y que se aloja al amparo de la antigua Bastida. No la miden tampoco ni el reloj acólito de las monjas de Santa Clara, con su quebradiza so­nería, ni el gran reloj inglés que irá un día a decorar el des­pacho de Sampedro. Es ésta una hora gallega que suena fuera de Galicia, en el ámbito ilustre del Monasterio de San Mar­tin, de Madrid, porque Galicia no es solamente este confín geográfico, no la forman los gallegos que viven el paisaje nativo, sino que es todo ese otro pueblo viajero, que recorre los caminos del mundo, con monjes y auditores, obispos y ministros, lectores de diversas artes, oficiales, aprendices y peones, y también colonos, pues hace más de treinta años los

emigrantes han comenzado a atravesar los mares en los pa­taches de Alzaibar y están ya trabajando, en grupos familia­res, en los primeros asentamientos del Plata.

Resuena esta hora en la corte, midiendo el tiempo y los afanes de un monje gallego. Su eco vibra entre un enciclopé­dico desorden de trebejos eruditos. El monje tiene siete mil libros propios y formó una suerte de jardín botánico en sus habitaciones. Hay carpetas y carpetas escritas de su mano, herbarios, frascos, pergaminos, arqueologías, curiosidades… Hoy la hora turba el silencio, pero otros días no es dueña de los ruidos de la celda o de los tránsitos. A veces, un fá­mulo, que aspira a ser sangrador y cirujano, estudia en voz alta un libro lleno de recónditas noticias y aturde el claustro reiterando una y otra vez: “¿Qué es venda? Venda es una tira de lienzo. Venda es una tira de lienzo…” Entonces el reloj mide unos instantes de turbación. El monje sale indignado a reprender al pobre clínico; desde aquel momento el aspirante a sangrador se apodará “Venda”, y Fr. Martín contará entre sus obras una nueva soflama pedagógica contra el memorismo.

Otras veces este reloj, que quizá sea también gallego, he­cho por Del Río, según el “Arte de reloxes”, que ya está impri­miendo en Santiago la Oficina de Aguayo y Aldemunde; este reloj, que ya es un amigo nuestro, mide horas alegres. El monje, que tiene fama de arisco, que está dispuesto a renun­ciar a honores y mitras y que elige sus amistades con fino cedazo, que es capaz de espetarle al personaje más encope­tado las más agrias verdades, el monje que tiene su “porque sí” y su “porque no” muy explicados, se siente satisfecho, baja de un estante una viola y se pone a cantar cantigas de su tierra. El sabe (nadie volverá a saberlo hasta cerca de cien años) los secretos de la vieja lírica que encierran esas notas. Por eso encuentra digno de su gravedad de benedictino rom­per la calma de la Real Abadía con los giros cálidos de los “alalás” y de las “regueifas” y también con aquellos pimpan­tes “pasarrúas” del Corpus en su Pontevedra bienamada. Aquel día será un día de fiesta y el reloj, después de intentar en vano ceñir el ritmo de su péndulo a la marcha libre de las melodías ingenuas, medirá, con su voz de clave, largas horas de trabajo en las páginas de las “Memorias para la historia de la poesía y poetas españoles”. Al terminar su jomada, fray Martín escribirá una carta a su hermano don Francisco Javier García Sarmiento, hablándole de los caminos, de los plantíos, del mar o de los hombres de Pontevedra.

Otras veces, raras veces, ruidosas charlas ahogan la sonería de los cuartos de hora, de la media hora, de las horas, per­didas en la mutua evocación de recuerdos. Sus paisanos han venido a conversar con el P. Sarmiento. La soledad se quie­bra. Un regidor de la “boa vila”, algún fraile gallego, algún compañero de su hermano, gente oscura y ejemplar, muchas veces gente aldeana. Quizás hoy mismo haya estado aquí An­tonio González, un cantero de la Almuiña, hermano de Alberto González, nieto de Jacinto Rodríguez, “bellísimo hombre”, que asistía como fiel de repeso en la Carnicería y pasó del siglo. El fraile le buscará colocación en las obras reales y, en cam­bio, recibirá noticias de un miliario, o el nombre de un ‘Ve­getable”, o una leyenda, o la renovación de un viejo recuerdo infantil: aquellos gigantes del Corpus, que fueron lo primero que se le grabó en la memoria y que también añora Antonio González.

El monje es como un cónsul de sus paisanos en Madrid, y tiene en Galicia un corresponsal en cada conocido. Muchos días, devuelve sin abrir la correspondencia: oficiosidades de pelucas, golillas, corbatas, espadas, bonetes y capillas; imper­tinencias de eruditos odiosos, prejuicios de peligrosos médicos;

sueños de italianos arbitristas, presunciones de pedantes en­noblecidos aprisa… Pero, en cambio, contesta siempre a estas cartas de Pedro el de tal sitio, o de Catuxa de tal otro, y tra­baja sus asuntos más que los de las gentes de su propio linaje.

El reloj mide sorpresas y su voz debiera amortiguarse, queda y reverente: entra en la celda el empaque de un gran señor o la gloria en sedas de un obispo. Tampoco el monje altera su tono, sabio y abundante: se escuchan entonces con­sejos llenos de humor y de ciencia, secretos de Estado, noti­cias de enredos que nadie más que este abad sin súbditos puede desatar. Gente apresurada, que trae contados minutos para resolver un asunto apremiante y que espía de reojo el avanzar de las agujas, cortando las digresiones de Fray Mar­tín, temibles y amenas. Otros, que quisieran permanecer en esta celda tiempo y tiempo, que dan deliberadamente la es­palda al encargado de medirlo: Quer, con quien entra en ella todo el gozo tropical del nuevo Jardín Botánico; los hijos del embajador de Suecia, descendientes de los Hilde- brandos de Toscana, que hablan con el monje, como hombres hechos, sobre minerales o historias; el duque de Medina Si- donia, que muchas veces se queda a cenar aquí. Entonces, al tomar el caldo, le habla Fray Martín del “caldiño” de su tierra; con el escabeche vienen las alabanzas de la ría y la idea de nuevas industrias; con las aguas de frutas heladas, según la repostería de Juan de Mata, se alaban los pomares de La Ruibal y de Mourente y se evoca la nieve traída a Madrid desde las entrañas de los dólmenes de Acibeiro, re­movidas por los buscadores de tesoros. Acabada la comida, cuando el benedictino haya logrado que llegue hasta el Rey alguna idea suya sobre el fomento en Galicia, mostrará al convidado su jardín botánico, sus tiestos con plantas gallegas. Y cuando el duque, o los chicos del embajador, o Quer sepan que las plantas están. sembradas en tierra pontevedresa, traída a Madrid en barriles, a todo costo, el reloj medirá unos mo­mentos de asombro, mientras el vozarrón del monje tararea la marcha de pífanos de la Virgen Blanca, Patrona de sus te­midos escribanos.

Hoy, en esta tarde del día 17 de junio de 1757, va a sonar una hora de tristeza. En Pontevedra murió la nietecita de don Francisco Javier Sarmiento, ministro de Marina en la provincia y hermano del fraile. Fray Martín está en los 62 años. Pero es ésta, para él, la primavera de las grandes em­presas: el intento del “Onomástico etimológico” y el final del estudio de los “Caminos Reales de España” y de muchos pa­peles curiosos. La esquela que anuncia Ja muerte de la sobrina llega entre las cartas de felicitación del Generalato. El P. Sar­miento no se para a contestarlas. Está escribiendo una que lleve su pesar hasta la lejana “boa vila”. Tres líneas de dolor y de fervor pontevedrés: La niña ha muerto, quizá, por llevar un nombre ajeno. “Hermano Javier: Recibí tu carta y siento la muerte de tu “netiña” Magdalena. Si, como era razón, se llamase Margaritiña, acaso viviría…”.

Sorprendemos al sabio en este momento. Tal como lo co­nocemos por el retrato del Instituto de Pontevedra. Erguida la cabeza, inmensa y deforme, limpia de ceño la amplia frente, hondo, dilatado, el brillo de los ojos, bajo la densa arquivolta de las cejas, contraída la boca en un gesto entre tierno y do­lorido, la pluma en la mano, suspendida la escritura, en un momento de recogimiento… A lo lejos, muy lejos, sobre el paisaje urbano de la Plaza del Campo Verde, cubierta de es­padañas, la melodía de las marchas procesionales de las gaitas, y el Señor que avanza entre dos filas de marineros.

—“Si, como era razón, se llamase Margaritiña…”

 

 

LA HORA HISPÁNICA: EL NUEVO PALACIO

La “hora universal” de este hombre universalísimo llega cuando Felipe V le encarga el “Sis­tema de Adornos” del edificio que sucederá a los viejos Alcázares que el benedictino había visto arder, con sus tesoros de arte, en la No­chebuena de 1734. No se trataba de un proyecto decorativo ni el nuevo Palacio se concebía como lo ven ahora las gentes, para ser una de tantas residencias regias, sino como el sím­bolo monumental de la historia de toda una comunidad entre pueblos, agrupados en la “Monarchía”. “Ningún edificio (dice el Marqués de Lozoya), ni aun el mismo Versalles, da una idea tan exacta del poder monárquico tal como lo concebía el despotismo ilustrado del siglo XVIII”. El “Sistema” se en­comendaba a Sarmiento para que cifrasen esta representación esculturas y pinturas, relieves, inscripciones, biblioteca y hasta depósitos subterráneos legados al futuro. Habría de tener amplísimos horizontes, sería a la vez una visión total de la His­toria Hispánica desde los orígenes y de la expansión ecumé­nica a través del orbe.

Dos escritos de Sarmiento, el de 14 de junio de 1743, que había ordenado Felipe V, y el de 1747, destinado a Fernando VI, recogen la completa síntesis ideada, humanísticamente, por él. Otras muchas cartas, respuestas y quejas, r eñe jan los ava- tares de una obra lenta y complicada, en que sus criterios, acogidos por el Rey, eran a veces contradichos por Ministros y técnicos, contradicciones culminantes en el descenso o su­presión de lo más significativo del colosal edificio, las grandes estatuas; por su excesivo peso, por cambio del gusto artístico hacia la sobriedad neoclásica o por supersticioso temor y cre­dulidad en sueños iatídicos. Sarmiento sufrió grandes contra­riedades al ser desoído entonces. Ahora, en el Centenario de su muerte, comienzan a volver a sus pedestales las estatuas por acertada decisión del Real Patrimonio.

El “Sistema” permaneció increíblemente inédito hasta que lo publicamos los “Bibliófilos Gallegos”, entre los “Opúsculos» sobre Bellas Artes, anotados por Sánchez Cantón, que decía entonces: “En cualquier país, el manuscrito que se imprime habría estado editado hace mucho tiempo, dada la importancia del monumento que lo motivó; no obstante, apenas se han dado de él noticias sumarias”. En sus páginas pueden hallarse, desde el contenido de la caja enterrada con la primera piedra hasta el último detalle del coronamiento, siempre bajo la idea de perennizar todo lo hispánico, en su inmensa variedad, a tra­vés de los tiempos y del espacio. Para ello consideró al edificio dividido en cuatro partes:

El “lado sagrado”, al Norte, donde está la Capilla, con figu­ras bíblicas, imágenes y símbolos religiosos, pasajes de Histo­ria eclesiástica: evangelización, concilios, santos, santuarios.

Los adornos del “lado científico” (no se olvide el papel de Sarmiento en la organización de la Real Biblioteca), aluden a las Ciencias y a las Artes y a su cultivo por es­pañoles o en España. La amplitud cronológica viene dada por alusiones que se remontan a lo oriental y a lo griego, e inclu­yen, entre los motivos decorativos, cosa insólita, cercanos in­ventos gratos a la “Ilustración”: “el péndulo, telescopio, mi­croscopio, logarithmos, pantómetra y gama newtoniana de co­lores…, el barómetro, la aguja náutica, la máquina neumática y la eléctrica”. En cuanto a los pares de estatuas, señaló las de Séneca y Quintiliano, Higinio y Columela, Lucano y Mar­cial, Averroes y Maimónides, el Tostado y Arias Montano. “Averroes, moro, y R. Moisés, judío (dice también al Rey), fueron españoles, y muy doctos, y los pongo para que haya de todo y de todos los tiempos”.

Para el “lado militar», que es el de la Plaza de Oriente, ideó las representaciones de las nueve más famosas victorias, las enseñas de Ordenes Militares, las efigies de grandes capi­tanes, incluyendo hazañas ultramarinas, porque “sería muy re­probable, que siendo la América el teatro de nuestras con­quistas, no hiciese papel entre los adornos militares”.

En el “lado político”, al Mediodía: alusiones a los Conse­jos, a promulgaciones de leyes, a productos agrícolas y de la industria, y cinco pares de estatuas de grandes estadistas.

El proyecto del “Sistema” incluye también los símbolos de las provincias y de los reinos, las series de dioses, héroes, vir­tudes y monarcas, los menores adornos de escaleras, puertas… y hasta la seleción de libros que habrían de encerrarse como “Memorias subterráneas”. Es casi seguro que haya dado tam­bién, aunque no se conozcan sus dictámenes, los proyectos de las pinturas de paredes y bóvedas que habrían de realizar Gia- quinto, Mengs, Tiépolo y otros famosos artistas del XVIII.

FRAY MARTÍN SARMIENTO, CRONISTA DE INDIAS

SARMIENTO fue el último Cronista General de Indias. El cargo había sido creado por Carlos V. Aunque el primero que lo ostentó oficial­mente fue Gonzalo Fernández de Oviedo, con anterioridad, Pedro Mártir de Anglería (el que había dado al mundo, periodísticamente, la noticia del descubrimiento), estuvo encargado de redactar los informes del Consejo. Sucedieron a Oviedo, Calvete de Estrella, López de Velasco, el gran Gil González Dávila y Antonio León Pinelo. En Antonio de Solís, el puesto vuelve a hallar una gran figura literaria. Fernando del Pulgar y Herrero de Es- peleta, anteceden a Sarmiento, que fue nombrado por Decreto de 13 de enero de 1750 y que cesó el 12 de agosto de 1755, fecha en que el Consejo “propone que el cargo de Chronista de Indias que tenía Fr. Martín Sarmiento pase a la Academia de la Historia por haber aceptado la Abadía Claustral de Ripoll”.

Ni Barros Arana, “cronista de los cronistas de Indias”, ni Sebastián González García-Paz y Dalmiro de la Válgoma, que removieron documentaciones, pudieron hallar obra de Ser- miento que responda específicamente al ejercicio del cargo.

Se cita, como enviado por él al Marqués de Valdelirios, hacia 1741, un “Plano para formar una General Descripción de América”, muy anterior al nombramiento y no incluido en ninguna de las colecciones de manuscritos suyos. Quizás fuese una parte de las cuarenta y dos páginas, que se guardan en Silos, de un “Plano de un nuevo y fácil método para re­coger infinitos materiales y ciertas memorias que pueden ser­vir para formar una Descripción Geográfica completa de toda la Península y de toda América” y que, por estar fechadas en 1751, parecen responder a la iniciativa de su trabajo de Cronista. También aparece incluido lo americano en los “Apuntamientos y Planos para una Historia Natural Española” y en el “Aparato y Prontuario de la Historia Universal Ecle­siástica, Civil y Diplomática de España» (F. D. X.*, ambas).

La designación para el codiciado puesto estaba justificada no sólo por la fama de universal sabiduría de nuestro bene­dictino, sino por su interés en la temática americana. Un ligero recorrido de su obra, que sigue desgraciadamente iné­dita en su mayor parte, revela también, la atracción que sentía hacia ella, y su peculiar visión de los problemas que entra­ñaba.

Bastaría citar el tratado, que pone a prueba sus amplísi­mos saberes, escrito en defensa de los criterios de Feijoo, sobre las “Amazonas o mujeres belicosas” y sobre la geogra­fía del Rio Marañón: cuarenta y tres páginas de aguda polémica y apretada erudición. (“Disertación”, I, 373 ss.). O el re­ferente al ingenio de los “Americanos” que, según Feijoo, “ni amanece más presto ni se marchita tan pronto”. (“Disertación”, II, 448 ss.).

En uno y otro ensayo queda de manifiesto no sólo su ap­titud dialéctica, sino su competencia para el cargo de Cro­nista de Indias, porque, sin conocerlas directamente (“Ir a la guerra, navegar y casar no se puede aconsejar”, es el título de uno de sus tratadillos editados), manejaba sobre ellas una información bibliográfica que ninguno de sus inmediatos an­tecesores había poseído, ya que, en publicaciones extranjeras de su tiempo, superaban sus conocimientos a los de cualquier otro escritor.

Otro tema en que hubo de defender los criterios del autor del “Teatro Crítico”, fue el de las “Esmeraldas de Oriente” (“Demostración”, I, 728, ss.), intimamente relacionado con el problema de los primeros “Pobladores de América” (Id. 765 ss.). Sigue a este artículo otro no menos curioso sobre “Filipinas”. No faltan, dispersas, en la misma “Demostración”, noticias so­bre América a que dan pretexto las digresiones que constitu­yen manera peculiar y diserta en el quehacer literario de Sar­miento. Así, al hablar de la “hueste” y la “compaña”, recogerá datos sobre los cucuyos que, al decir de Sandoval, parecen res­plandecientes estrellas que cruzan por el aire (II, 243 ss.); al referirse al pacto médico de curación, aducirá el caso de los indios de Cumaná (II, 224), o aludirá a la radical actitud de los mexicanos castigando el «travestí” cuando glose los usos y prejuicios en la diferenciación del vestir según los sexos (I, 365).

Aunque la defensa del “Teatro Crítico” y de las “Cartas Eruditas” diera motivo a sus más amplias disertaciones sobre cuestiones de Ultramar, son muchas las páginas de otras obras suyas donde las aborda con originalidad y vasta documentación.  Así, Sarmiento, que como hemos visto había incluido América en sus grandes “Planos” de investigación, comenta los envíos que recibe o las referencias de cualquier novedad que venga a ofrecérsele. Un animal, un “vegetable”, una muestra geológica… traídos del Nuevo Mundo, podían darle te­ma para sabias cartas o notas. Véase como ejemplo la que di­rigió al Marqués de Medina Sidonia el 5 de agosto de 1770, acerca de un “cíbolo” mandado desde México.

En 1756 escribe y entrega a Quer un pliego en que anota ciento veinticinco especies vegetales extrañas traídas a España (F. D. XI, 139). Es una de las primeras aportaciones al estu­dio de la presencia de la flora americana en Europa. Breves monografías tratan de la llamada “raíz de Indias”, que su­pone bautizada por los misioneros de Michoacán (F. D. XI, 2.a, 152), del “Bangué”, que había visto por primera vez en Noya en 1754 y que nació espontáneamente en un tiesto de su ventana (Id. 155). Por lo que hace a los minerales, el “Discurso sobre la singularísima Piedra Negra del Ara de Lugo” (F. D. XII, 170), estudia este ejemplar que cree ser lo “que se llama, en Perú, Quiza Macay, en México, Izlli…”.

La referencia de Platón a la Atlántida y sus posibles in­terpretaciones, son objeto de análisis en la “Respuesta” al Tomo I.° de la “España Primitiva” (F. D. VIH, 87).

Otras menciones de lo americano, se hallan cuando trata de los modos de cultivo (F. D. VIII, 69); cuando investiga las causas de la despoblación de España (F. D. VII, 68), o cuando recoge datos inéditos sobre personajes, como el des­conocido franciscano de la Provincia de Los Angeles, de ig­norado nombre, que “escribió mucho de Medicina, Cirugía y Botica” (F. D. II, 27). Precisamente, en el terreno de la Me­dicina, uno de sus más famosos tratados contiene curiosas re­ferencias sobre la propagación del “mal serpentino”, extrac­tadas del libro de Ruy Diez de Isla (F. D. II, 28). Sarmiento dedicó todo un “Discurso” a impugnar la idea, generalizada entonces, de que las enfermedades venéreas procedían de América (F. D. VIII, 96).

Llegado el punto de ofrecer al lector unas páginas de Sar­miento, de tema americano, que cierren este folleto, hemos pensado en dos aspectos reveladores de su personalidad: la acotación de lecturas y la digresión socioeconómica.

Sarmiento anotaba con máxima diligencia los libros que llegaban a sus manos sobre temas relativos a las Indias Orien­tales u Occidentales, exploraciones, viajes, conquistas, histo­ria…, y confesaba sus aspiraciones a llegar a poseerlos o los incluía en las relaciones de volúmenes apetecibles para eru­ditos y estudiosos (F. D., 11). Entre estos apuntamientos, como si viniese preparando su tarea de Cronista, que habría de frustrarse, y pensase en una obra total sobre nuestro imperio ultramarino, son especialmente interesantes los que inicia en 1730 sobre las obras de Tavernier, Gage, los viajes a las Indias Occidentales de los Holandeses, Le Barbinais Le Gentil, y las Antiguas Relaciones de Indias de Renaudot (Col. MS. II.0, Mu­seo de Pontevedra, y F. D. II, 38).

De entre este conjunto de extractos, hemos preferido las notas que tomó de la lectura de Gage, tan pintoresco y des­medido. “The English-American, his travail by sea and land, or a new Survey of the West India’s”, editada en 1648, había sido una obra popularísima en toda Europa, que contribuyó a la formación de una mentalidad opuesta a lo hispánico, sobrevaloradora de los tesoros de América; forjó también el concepto de lo fácil que sería apoderarse de los dominios españoles. Por ello se considera que dio origen a la expedi­ción Venables (1654), de la que Tomás Gage fue capellán y que culminó en la conquista de Jamaica. Nacido en Inglaterra hacia 1597, había profesado en la Orden de los Dominicos, en Valladolid. La estancia en México, que motiva el libro acotado por Sarmiento, se produjo cuando renunció a un viaje a las Filipinas para quedarse en Nueva España. Después de ser Profesor en conventos de Chiapa y de Guatemala, atravesó Nicaragua, para venir a Europa en un buque español, visitar Italia y volver a su Patria, donde abjuró del catolicismo y se hizo pastor luterano, hecho que comenta Sarmiento. Mu­chas de las notas de éste subrayan las preocupaciones religio­sas de Gage y, especialmente, su aversión a la actitud de ciertas Ordenes. “A Duel between a Jesuite and a Dominican” (1651), responde a esta línea ideológica.

El segundo fragmento que seleccionamos nos presenta un aspecto muy distinto de Sarmiento. Quizá lo más importante de cuanto escribió sobre América no sea lo referente a Cien­cias Naturales o Históricas, sino el criterio sostenido en sus divagaciones sobre fomento, moneda, mercaderías, industrias y caudales. En la “Obra de 660 Pliegos”, pueden hallarse agu­das notas sobre estos aspectos. De la propia glosa de “Voces Gallegas”, puede extraerse una “charla de pensado y por es­crito” en que improvisa, intuye, adivina y… yerra su poderosa y enérgica mentalidad.

Por Xosé Filgueira Valverde