El proceso de la verdadera patria del descubridor de América, acalla de entrar en nna nueva fase, por virtud de los nuevos hallazgos de seis documentos exhumados de los históricos Archivos de Pontevedra, cuyos documentos reúnen todas las condiciones de autenticidad, por haher sido otorgados ante notario o fedatario público, en los que aparecen los nombres de Cristóbal de Colón, Juan de Colón y otras personas de la genealogía del Descubridor.
Los documentos encontrados se refieren: los unos a cuentas de obras efectuadas en la Iglesia de Santa María la grande, de Pontevedra, y los otros al Gremio de Mareantes, que venimos siguiendo el curso de los descubrimientos históricos referentes a la cuna del Gran Almirante, somos de opinión de que este tan debatido problema histórico, se halla ya resuelto.
La gloria de haber despejado la incógnita y corrido las sombras que envolvía i el pueblo en que vino al mundo el descubridor de las ludias Occidentales, cúpole el eminente historiador y polígrafo doctor Celso Garcia de la Riega, que acaba de bajar a la tumba, después de treinta años de pacientísimas investigaciones históricas para reivindicar para España la partía de Colón: legando a los pueblos de América de al cual pertenecía la gente de mar: dichos documentos de autenticidad indubitada, fueron sometidos a la consideración de las Reales Academias de la Historia de España y ile Portugal, y vinieron no sólo a reafirmar la téxis galiciana dé La Riega, sí que también, aclarar o desvanecer alguna duda y correr una tenue sombra, que aún existía para los profanos c incrédulos, en el proceso de la patria española del descubridor del Continente Americano; por más que, para los colombistas y personas origen hispano, su monumental obra C. Colón Español, de la que se ha publicado un estracto, y de cuyo libro se han hecho traducciones a los principales idiomas y se sacaron fasxímiles de todos los documentos encontrados en los Archivos de Pontevedra, en cuyos < loen ínclitos se mencionan los nombres, apellidos paterno y materno de los familiares delnavegante Cristóbal Colón y Fonterosa.
Para continuar, o más claro, para coronar la obra del historiógrafo La Riega, se ha constituido en galicia una comisión o junta de patriotas, formada o integrada por historiadores eruditos, literatos periodistas, arqueólogos, paleógrafos, etc., a la que se ha invitado a la Real Academia de la Historia, para que, sometiendo a un atento examen la labor histórica del lexicógrafo La Riega, dictaminen, después de adquirida la firme convicción de que Colón nació en Pontevedra, v eleven su dictamen a la docta Real Academia de la Historia, para que esta sabia corporación rectifique el error histórico de que Colón nació en Génova, proclamando urbe et orbi, ante la faz de las naciones, de que Colón nació en Pontevedra, o lo que es lo mismo, en España.
Para cuyo efecto la Comisión Colombina o Colonia na, ha dado comienzo a un minucioso examen de revisión histórica, desentrañando la prueba documental y aquilatando la prueba indiciaría aportada al proceso histórico, y que La Riega presente ante el mundo civilizado, para justificar su texis, fundada y razonada, de que el Almirante del Océano y Primer Virrey de las Indias y Tierra Firme, no no ha nacido en Génova, o más claro, en Italia, como erróneamente se ha venido diciendo a través de la Historia, y si nació en Pontevedra, cuyos trabajos se hallan muy adelantados; dirigiéndose, asimismo, la Comisión Coloniaua, a los municipios, provincias, corporaciones de cultura, para que a la vez que presten su apoyo, voten los créditos necesarios para la publicación de los trabajos históricos que se están efectuando, para la proclamación de la patria española del descubridor de América.
La obscuridad en que se hallaba envuelta la verdadera patria del descubridor de esta hermosa tierra cubana, las sombras que cubrían su nacimiento, su infancia, sus ascendientes y su vida hasta la aparición en España con el proyecto de descubrimiento de nuevas tierras, más allá del Mar Tenebroso; la confusión y divergencia de opiniones entre los autores que han tratado de su vida; la deficiencia de los documentos presentados al proceso por las ciudades italianas que se disputaban su cuna, habían creado innumerables dudas, dando lugar a que muchos historiadores le negasen la calidad de genovés.
Asimismo ninguno de los biógrafos e historiadores generales o particulares de las Indias coetáneos al Descubrimiento y contemporáneos de Colón, que le siguieron los unos y acompañaron los otros en sus viajes, ninguno afirma que Colón hubiera nacido en Génova; es más, dudan que aquel grande hombre fuera italiano, pues en particulares conversaciones, en sus relaciones más intimas, nunca se le oyó hablar de los pueblos de Italia, y monos aún en lenguaje italiano del que no dejó escrito ni una sola frase, pues la carta dirigida al Oficio de San Jorge, de Genova, está escrita en latín.
Por otra parte, sus amigos más íntimos, que más cerca siguieron sus pasos, acompañándole en sus viajes y asesorándole en sus empresas y gestionándole sus asuntos en la Corte de los Royes Católicos, ninguno dice que sea genovés; ni sus mujeres, ni sus hijos pudieron responder, a ciencia cierta, sobre la patria de su padre. To«lo lo cual viene a corroborar la afirmación de su hijo Fernando que, en su obra La Vida del Almirante, dice: «que su padre quiso hacer desconocido e incierto su origen y patria» cuya historia dió a conocer al mundo civilizado, sin haber dicho donde había nacido su padre; y todo esto que decimos puede verse en los libros existentes en la Biblioteca Colombina de Sevilla, que tratan del descubrimiento de América y de la personalidad del grán Almirante.
Ahora bien, la Historia del Descubrimiento aceptó y propagó la nacionalidad genovesa de Colón, por carecer de pruebas evidentes basadas en auténticos respetables y autorizados documentos, revestidos de todas las solemnidades que el caso requería, como son los que ante el mundo civilizado presenta el polígrafo La Riega ; pues la prueba que aportan las ciudades italianas toda está basada en la frase: de Génova salí y en Génova nací, cuya frase fue estampada al constituirse la institución de su Mayorazgo.
Desde Colón hasta nuestros días ningún hitoriador lia probado nada, limitándose los unos a copiar los errores de los otros; pues los testimonios presentados por las ciudades italianas están fundados en el apellido Colombo, que Colón usó algún tiempo, para hacerse pasar por descendiente de marinos ilustres de la República de Génova, cuyos testimonios fueron desechados por la crítica histórica por su dudosaa autenticidad; y los documentos justificativos son apócrifos los unos y mixtificados los otros con falsedades notariales, por haberse agotado en Italia las fuentes de información respecto a la supuesta progenie de Colón.
El único historiador que prueba que ha investigado es el etnólogo La Riega, que ha estudiado concienzudamente todos los libros y folletos que sobre el descubrimiento de América se han publicado en los principales idiomas. Hablar de la labor intelectual del erudito La Riega es hablar del esfuerzo de un gigante, de un trabajador incansable, que ha consagrado la mitad de su vida al firme propósito de llevar a cabo la vindicación de la patria española del descubridor del Hemisferio Americano.
La Comisión Colombina que viene estudiando atenta y detenidamente la prueba documental o indiciaría, presentada ante el mundo americano por el historiógrafo La Riega, ha establecido hasta ahora, las siguientes deducciones:
Que, Cristóbal Colón o de Colón, descubridor de América, nació en Pontevedra, cu el año 1436 o en 1437, habiendo sido sus padres Domingo de Colón, llamado o conocido por el Mozo; su madre, Susana Fonterosa; y su abuelo, Domingo de Colón, el viejo, que tuvo por hermanos a Blanca y a Bartolomé de Colón, emigrando este a Córdova.
Que, Antonio de Colón, fue padre de Juan de Colón, y si Abraham Fonterosa o Jacobo Fonterosa, el Viejo, fue padre de Susana, se deduce que Benjamín Eleasar era primo de Susana, madre de Colón, siendo de origen semítico.
Que, el Almirante de las Indias, hubo de estudiar el idioma o lengua latina en alguno de los conventos de Pontevedra, así como también nociones o ideas de cosmografía y matemáticas con el cosmógrafo Gonzalo de Velasco, autor de una carta Mapa-Mundi con que el Concejo de Pontevedra obsequió al Arzobispo de Santiago, Señor de Pontevdra.
Que, por el año 1451, y como a los 14 años de edad. Colón se embarcó, empezando su carrera de marino; y, emigrados de Pontevedra sus padres y su hermano Bartolomé a fines de 1452 que pasaron a Portugal y de este país emigraron a Italia, estableciéndose en Génova y más tarde en Saona.
Que, Colon era mareante, cosmógrafo, cartógrafo y piloto, que había sido criado en las rías gallegas que miran al Océano, y que en Italia se dedicó a la navegación en buques genoveses, y lo mismo su hermano Bartolomé que navegó en barcos lusitanos que traficaban con los puertos del Mediterráneo, y debido a esta circunstancia Cristóbal se trasladó a Lisboa, etc., etc.
En su virtud, es necesario volver pollos fueros de la verdad histórica, rectificando las falsas opiniones emitidas, diciendo que el descubridor de América ha nacido en Génova; es preciso borrar esa página de la historia del Descubrimiento de América, de los libros para la enseñanza en las escuelas y colegios, restableciendo la verdad triunfante de la Historia, que es el fallo y juicio de la posteridad. Y, como quiera que todos los historiadores del Descubrimiento están conformes en que la nave capitana de Colón se llamó primeramente “La Gallega’ y había sido construida en los astilleros de Pontevedra, ya podemos gritar: «no fue un genovés, italiano o corso quien sobre navío español, según diciendo se venía, descubrió la virgen América; due un gallego pontevedres, navegando en la nave «La Gallega», como primeramente se llamó la carabela “Santa María», en los astilleros de Pontevedra construida, quien llevó a cabo la gigantesca empresa del descubrimiento del Continente Americano
La Habana, mayo 20 de 1917.
Constantino Horta
A PROPOSITO DEL LIBRO DEL DOCTOR D. RAFAEL CALZADA
Desde hace años, no pocos ya, cuanto se relaciona con lia vida y con la labor del primer Almirante de las Indias, ha sufrido un profundo cambio. Se han desvanecido muchas de las censuras que los apasionados apologistas de Colón lanzaron sobre España, tachándola de ingrata con el hombre que la había regalado un Mundo; se han rectificado los juicios acerca de las condiciones morales y la cultura del descubridor; se ha puesto en claro la importantísima participación que en el descubrimiento tuvieron marinos españoles, como los Pinzones, y se ha evidenciado que nuestra patria se hallaba perfectamente preparada para poder apreciar científicamente los planes del (llamado navegante genovés.
Se ha andado mucho camino; pero la labor no ha terminado, y lo que aún resta por hacer, aunque no afecte directamente al concepto dé la obra de España, tiene el interés que ofrece siempre cuanto se refiere a las grandes figuras de la Historia.
Los historiadores, aun los más entusiastas, de Colón, aun los que aceptan como verdades inconcusas cuanto dijo aquél y cuanto escribió su hijo D. Femando, no han podido desconocer que la biografía del primer Almirante de las Indias resulta muy incompleta. Es una serie de interrogaciones, a las cuales se ha pretendido contestar, ora con hipótesis más o menos fundadas, ora con documentos que la crítica no puede admitir sin detenido examen, ya apelando a los asertos contradictorios del mismo Colón, o de su hijo D. Femando, ya invocando el testimonio de los compañeros y amigos del Almirante, que no pudieron decir nada de ciencia propia, sino repetir lo que a aquél oyeron.
¿Dónde y cuándo nació Colón? ¿Quiénes fueron sus padres? ¿Cuál fué la condición social de éstos? ¿Cómo se deslizó la juventud de Colón? ¿Cuándo salió éste de su patria, si es que realmente nació en Génova? ¿Dónde adquirió ‘los conocimientos que poseía, si sus primeros años los pasó en un modesto taller de cardador y en una humilde taberna, y su juventud luchando unas •veces con las olas y otras contra los enemigos de la que se dice fué su patria?
De la existencia de Colón anterior a su venida a España, apenas si hay dato alguno realmente histórico. Suposiciones, conjeturas, asertos más o menos verosímiles, pero nada más.
Natural es, por tanto, que todo esto haya llamado la atención de los historiadores, y que acerca de todo ello se haya escrito mucho. Lo relativo a la patria de Colón, especialmente, ha sido objeto de larga controversia: sólo que antes ésta se limitaba a las varias poblaciones de Italia que se disputaban el honor de haber visto nacer en su seno al descubridor del Nuevo Mundo, pues aunque en 1880, el Padre Martín Casanova sostuvo que Colón había nacido en la isla de Córcega, y esto apasionó de tal suerte a la opinión francesa, que dos años después, el Gobierno de la República aprobó la erección de una estatua a. Colón en la plaza de lá ciudad de Calvi, no tardó en quedar demostrado plenamente que se trataba de un error; antes apenas si había quien se atreviese a negar el origen italiano de Colón, y desde hace algunos años la polémica ha tomado nuevos rumbos, habiendo ya muchos que creen que aquél nació en España.
Claro es que, cuando por primera vez se lanzó esta idlea, se tomó a broma la tesis. Afirmar que Colón había nacido en Pontevedra parecía una genialidad o un capricho inspirado por el amor a la tierruca. Pero cuando D. Celso García de la Riega desarrolló su pensamento en el libro titulado Colón, español, la cuestión varió de aspecto. Los asertos del Sr. García de la Riega podían ser o no exactos, mas no cabía pronunciarse acerca de ellos ligeramente, sino que merecían reflexivo y desapasionado examen.
Esta necesidad de un examen severo e imparcial de esa tesis, se ha afirmado desde el momento en que el Sr. Belirán y Rózpide ha evidenciado que el Cristóforo Columbo de que hablan los documentos italianos no es el Cristóbal Colón que descubrió el Nuevo Mundo, porque si resulta desmentido cuanto se venía diciendo acerca del origen y die la juventud del primer Almirante de las Indias, ¿por qué se ha de desechar a priori la hipótesis de que haya nacido en España, posponiendo la verdad histórica al amor propio de los que olvidan, que, como dijo Menéndez y Pela- yo, el historiador es un perpetuo estudiante? Y no desechándola, ¿no estamos obligados a estudiar, sin prejuicios de ninguna especie, cuanto acerca de esta materia se dé a luz? Por esto juzgamos indispensable consagrar algunas líneas al libro que hace pocos meses publico en Buenos Aires D. Rafael Calzada, con el título de La patria de Colón.
La obra del elocuente ex diputado español no sólo merece ser examinada por el interés que el tema ofrece, sino porque no es la labor de un sectario, sino la de un hombre que podrá equivocarse en sus juicios, pero que busca honradamente la verdad. Y la prueba de esto es que, aun abrigando un profundo convencimiento, “lejos de mí — escribe — la vana pretensión de haber arribado a una demostración que no admita réplica”, y que, en cambio, declara que le mueven el generoso deseo y la esperanza de que los antecedentes por él expuestos, “sean siquiera tomados en consideración por aquellos — ya sean individuos, ya Corporaciones — que tienen la misión y el deber de velar por la pureza de la Historia, a fin de que, dedicando al magno asunto el atento y concienzudo estudio que merece, hagan la luz de una vez por todas, ya que es hoy posible, sea en el sentido que fuere, alrededor de aquello mismo que Colón, como se ha dicho, pretendió que fuese un misterio para todos.”
Ante todo, el Sr. Calzada considera el aserto de que Colón era genovés como un dogma histórico petrificado, es decir, como uno de tantos asertos que van pasando sin examen de uno a otro historiador. Y, en efecto, la frase “porque de Génova salí y en ella nací”, que se le atribuye, no es más que esto, eso: un dogma histórico petrificado, un aserto que han repetido muchos historiadores, sin que conste que ninguno de ellos haya visto el original o una copia debidamente autorizada del testamento de Colón, en el cual se dice está inserta aquélla.
De todos modos, admitiendo como un hecho comprobado por el testimonio de distintas personas que el Almirante afirmó ser genovés, es también notorio que siempre hizo misterio de su origen, según reconoce D. Femando Collón, al escribir en su Vida del Almirante: “De modo que cuanto fué su persona a propósito y adornada de todo aquello que convenía para tan gran hecho, tanto menos conocido y cierto quiso que fuesen su origen y patria.”
Y si este aserto del hijo es verdad, resulta que aquel otro del padre era una invención, porque de no serlo, no habría podido ‘ escribir D. Femando la frase subrayada. O mintió el hijo, y no se alcanza el objeto, o había mentido el padre.
Que Colón no es muy de creer, lo demuestra el Sr. Calzada, recordando el juicio que ha merecido a Lombroso. ‘‘Como acón-‘ tece a los psicópatas —escribió el eminente tratadista —, Colón carecía de sentido morail, mucho más que el hombre medio, aún de su época”… “El hábito de la mentira científica le era familiar”. Y habiéndosele preguntado más tarde si creía posible que el Descubridor hubiese simulado su patria, buscando facilitar así la realización de sus planes, contestó sin vacilar: “Si le convenía, o le era necesario, es lo menos que pudo haber hecho”. El aserto de Colón de que era genovés, no merece crédito alguno; pero, ¿ por qué ocultó su origen y su patria ?
El Sr. Calzada, partiendo del supuesto de que Colón era gallego, y recordando que Galicia se había declarado a favor de la Beltraneja, pregunta: “¿Se concibe que fuese recibido en ella (en Castilla) con benevolencia un hombre enteramente desconocido, procedente de un país enemigo y rebelde, como Galioia, que acababa de alzarse en armas contra Isabel la Católica, mucho más, dada la manera un tanto despectiva como fueron siempre tratados en Castilla los hijos de aquella región?” Había, a su juicio, otra razón, y es ,1a de que comprendiendo Colón que se cerraba el camino para alcanzar los altos cargos a que aspiraba si confesaba su origen plebeyo, a lo que se unía su carencia de todo servicio prestado a España, parece lo más natural que pensase en ocultarlo, para lo cual no le quedaba otro remedio que el de ocultar su propia patria.
A esto se añade, en concepto del Sr. Calzada, el ser más que probable que Colón fuese de origen hebreo, lo cual le habría dificultado, más aún que su ascendencia plebeya, el acceso a los altísimos puestos que ambicionaba. Recuérdese que en España existía gran número de israelitas en esa época, y que, precisamente en Pontevedra, según el ilustre historiador Murguía, era grande la cantidad de judaizantes que había por aquellos tiempos. Corroboran esa sospecha el carácter avaro de Colón; el haberse relacionado con muchos judíos y cristianos nuevos; la protección que le dispensó el converso Luis de Santángel, casado con la conversa Juana de la Cavallería; el dejar en su testamento un legado para un hebreo que moraba a la puerta de la judería de Lisboa; el invocar constantemente en sus escritos el Antiguo Testamento, y su proyecto de reconquistar Jerusalén.
Por estas o por otras razones, Colón quiso pasar por extranjero, y como nadie tenía motivo entonces para poner en duda sus palabras, fácilmente lo consiguió. Sin embargo, examinados ahora sus escritos y sus hechos surge, cuando menos, la duda sobre su naturaleza y origen.
Hace notar el Sr. Calzada que Colón, que escribía bastante bien el castellano, no conocía el italiano. “En su correspondencia— dice — con el famoso cosmógrafo Toscanelli, al consultarle sus proyectos, ni se llama nunca compatriota de éste, siquiera para hacérsele más grato, ni emplea jamás el italiano, tanto que Toscanelli le tenía por súbdito del Rey de Portugal, así lo dice en su carta de 1574”. También escribió en castellano su mensaje a la Señoría de Génova. Sus cartas de carácter íntimo, por ejemplo, las dirigidas a su hijo, están todas en castellano; y aunque esto pudiera explicarse por no saber D. Diego el italiano, puesto que había nacido en Portugal, ¿cómo se explica que, si era genovés, no enseñase a su hijo el idioma que él había aprendido en el regazo de su madre? ¿No es sorprendente que hasta sus cuentas, sus papeles más íntimos, los redactase en castellano, y que el único juramento que usó, según testimonio de D. Fernando Colón, fuese uno tan castellano, como decir: “Por San Fernando”?
No contento con esto, el Sr. Calzada trata de demostrar que el idioma italiano no era el de Colón, que apenas lo conocía. Para ello reproduce una nota puesta por aquél en uno de los Códices de la Biblioteca Colombina, nota considerada como uno de los autógrafos más indubitados del Almirante, y la reproduce de texto tan autorizado como el discurso leído por D. Simón de la Rosa, bibliotecario de la Colombina, al ingresar en la Real Academia sevillana de Buenas Letras. El Sr. Calzada afirma que en esa nota se mezclan palabras castellanas e italianas, y que éstas están escritas en una forma que revela un verdadero desconocimiento del idioma italiano.
Tal vez se diga que no es que lo desconocía, sino que lo había olvidado; pero esto es inadmisible. Si hubiese salido de Italia de cuatro o seis años, podría ser; mas saliendo ya de veintidós años— puesto que había nacido en 1451, y en 1472 y 73, era aún cardador de lanas en Saona — y viviendo luego en barcos genoveses, con marinos genoveses, resulta demasiado raro ese olvido. Además, coa esos marinos, que mandaban Nicolás Spínola y Juan Antonio di Negro, llega a Portugal en 1477, y se establece en Lisboa, donde vivía a la sazón numerosa colonia de genoveses, y donde, naturalmente, seguiría hablando con éstos esi italiano. Siete u ocho años más tarde, a fines de 1484 o principios de 1485, llega a España. ¿Es que en siete u ocho años pudo olvidar completamente su idioma nativo? Esto es verdaderamente extraño, tan extraño como que en ese tiempo, viviendo en Portugal, aprendiese el castellano — nuestro romance, como él dijo en alguna ocasión — y lo hablase y escribiese, según hace observar el Sr. Calzada, empleando frecuentemente, no palabras portuguesas, sino gallegas.
En mi concepto, esto es importantísimo, y se hace preciso que autoridades en materia de filología examinen los escritos de Colón y decidan si realmente son gallegos los giros y las palabras que señala el Sr. Calzada; porque si, en efecto, son gallegos y no portugueses, esto constituiría un indicio grave y concluyente, que unido a los demás, darían un principio de prueba muy difícil, sino imposible de destruir.
De gran interés sería también que se examinase con detenimiento la letra de Colón — el cual, según D. Simón de 1a Rosa, empleaba dos distintos caracteres; la redonda y la cortesana —, y se comparase con la que en aquel tiempo se usaba en España y en Italia. El tipo de letra que se aprende en los primeros años no se suele cambiar, y si Colón era italiano, lo lógico es que su letra fuese también italiana.
Paso por alto el capítulo que el Sr. Calzada consagra a demostrar que Colón, con sus hechos, es decir, con los nombres que dió a las islas y puertos que descubrió, reconoció tácitamente su origen español; y lo paso por alto, porque aun siendo esto importante, es el argumento más manoseado; pero hay en él una observación, no del Sr. Calzada, sino de Humboldt, que tiene singular interés. “El fervor teológico que caracteriza a Colón—escribe el ilu9tre historiador alemán — no procedía, pues, de Italia, de ese país republicano, comerciante, ávido de riquezas, donde el célebre marino había pasado su infancia; se lo inspiraron su estancia en Andalucía y en Granada, sus íntimas relaciones con los monjes del convento de ía Rábida, que fueron sus más queridos y útiles amigos… La fe era para Colón una fuente de variadas inspiraciones; mantenía su audacia ante el peligro más inminente, y mitigaba el dolor de largos períodos de adversa fortuna con el encantos de sueños ascéticos… Estas ideas de apostolado y de inspiraciones divinas que con tanta frecuencia expone Colón en su lenguaje figurado, corresponden a un siglo que se refleja en él, y al país que llegó a ser su segunda patria.
Y añade, muy oportunamente, el Sr. Calzada: “Como se ve, Humboldt, con verdadera sorpresa, sin poder explicárselo — no cabía que sospechara siquiera lo de la invocación de una falsa patria, para lo cual no tenía base ninguna — encuentra retratado en Colón, no al hombre de la Italia negociante y republicana, sino al español, al español creyente y fervoroso, en quien ve personificada su segunda patria; y hallando para caso tan extraño una explicación razonable, recurre a la única posible: a su estada en Andailucía y a sus estrechas vinculaciones con los monjes de la Rábida; como si la idiosincrasia, las ideas de un hombre ya encanecido, puediesen mudar fundamentalmente en breves años por un simple cambio.de país y de relaciones.»
Me he extendido demasiado y necesito concretar.
En los siguientes capítulos de su obra, el Sr. Calzada trata de demostrar que el apellido de Colón era el del descubridor; que en Italia no se conoció nunca semejante apeUido, que es netamente español y existía en Galicia en el siglo xv y existió bastante después; pero no deja de reconocer que el Almirante, por razones que apunta su hijo D. Fernando, y acaso por otras, usó también los de Colombo, Columbus y Colom; afirma que Colón no se naturalizó en España, como lo hicieron Boccanegra, Magallanes, Vespucio y otros, extrañándose de que los Reyes Católicos hubiesen permitido a un extranjero que, además de representar sus personas para gobernar, administrar justicia civil y criminal, etcétera, tuviese una considerable participación en sus rentas; habla de la amistad fraternal que existió entre Fr. Diego de Deza y Colón; apunta que D. Femando Colón recorrió la Liguria y estuvo en Génova sin encontrar un solo pariente; habla después de los impugnadores y propugnadores de la tesis “Colón, gallego”, examinando los prinoipales argumentos de unos y otros, así como los documentos de La Raccolta y las alegaciones de los varios pueblos de Italia que pretenden haber sido la cuna de Colón, y, por último, defiende a España del cargo de haber sido injusta con el descubridor.
Tal es, en imperfecta síntesis, la obra del Sr. Calzada. No se llega en ella a una conclusión definitiva, ni se lo propuso el autor; pero con un estudio muy detenido de la materia, con gran lógica y con observaciones muy atinadas, por regla general, se sientan conclusiones que constituyen indicios graves en favor de la creencia que honradamente profesa el autor.
No puede decirse hoy, en mi concepto, que Colón fuese gallego; pero creo, sí, lealmente, que después del notable trabajo del Sr. Beltrán y Rózpide y del interesante libro del Sr. Calzada, cabe afirmar: 1.° Que el Cristóforo Columbo de los documentos italianos no es el Cristóbal Colón descubridor del Nuevo Mundo. 2.° Que hay poderosos motivos para creer que Colón no era italiano. 3.° Que existen también graves indicios para presumir que era español. 4.° Que los documentos encontrados en Pontevedra demuestran que en el siglo xv existían en esa región personas que llevaban el apellido de Colón. Y nada más.
¿Se llegará algún día a establecer documentalmente relación de parentesco entre esos Colones de Pontevedra y el almirante Colón? ¿Se logrará trazar la verdadera biografía de éste? ¡Quién sabe! Acaso en el momento menos pensado un feliz hallazgo nos ponga en posesión de la verdad; acaso no sepamos nunca cuál fué la cuna del inmortal navegante, y siga esto sumido en las sombras y en el misterio en que aquél quiso envolver su origen.
Por ello, debemos continuar trabajando para descorrer el velo que nos oculta la verdad; pero trabajando serenamente, impar- cialmente, sin apasionamientos, sin prejuicios, sin empeños de amor propio, sin otro anhelo que el de disipar las tinieblas que envuelven la vida de Colón hasta que vemos aparecer a éste en las puertas del convento de la Rábida.
Después de todo, ¿qué importa que Colón fuese genovés o lusitano, lo que se quiera, si la obra del descubrimiento fué esencialmente española, porque sólo aquí encontró aquél ayuda y protección; porque España fué la que dió sus barcos, sus hombres, sus recursos; porque la Nación que en plena Edad Medlia inició la exploración del mar tenebroso, fué la que al terminar el siglo xv rompió por completo el misterio que a aquél envolvía, destruyó la leyenda que había detenido a tantos navegantes, reveló la existencia de un Nuevo Mundo y realizó la epopeya, sin igual en la Historia, de la conquista y civilización de América?
Jerónimo Becker.
Publicado en la revista cubana «Cultura gallega» 1936 – La Habana
Era un católico. Su madre según las mejores pruebas históricas, era una judía, cuyos parientes ayudaron a financiar su viaje. Ella ocultó su religión, como hicieron otros, a causa de que confesarla hubiera significado que la quemaran viva. ¿Por qué, pues discutir acerca de la religión? Un amigo religioso hizo objecciones a la declaración de que la madre de Colón fuera judía. Pero, si el Sefior escogió a una judía para que fuera ma. dre de su propio hijo, ¿por qué otra judía no podía ser madre de Colón? Arthur Brisbane, 1922. (Norteamericano).
No hemos de renunciar jamás al parentesco que nos une al Cid Campeador y D. Alfonso el Sabio, a Cervantes y Quevedo, a Murillo y Ribera y mucho menos al que nos une al más grande de los españoles, al hijo inmortal de Pontevedra, a Cristóbal Colón, cuya nacionalidad española se acaba de comprobar, documentalmente, de manera irrefutable, 1910. Dr. Valentín Letelier, Rector de la Universidad de Santiago de Chile.
A las puertas del V Centenario del descubrimiento de América, Salvador Freixedo defiende en este documentado y polémico artículo el origen gallego del Descubridor. Y lo hace con una serie de argumentos convincentes, más irrefutables que los que proponen otros orígenes. Según las pruebas que ha reunido Freixedo, Colón fue un judío gallego, natural de la ría de Pontevedra; y en Galicia están su patria, su casa y su herencia.
Una razón profunda y poderosa movió al Almirante a ocultar su cuna y sus raíces: el conocido encono y la persistente hostilidad que siempre demostraron los Reyes Católicos y la Iglesia contra Galicia y contra los judíos.
Estamos entrando en el 1992, cuando se cumplen 500 años del descubrimiento, o redescubrimiento, de América, y por ello es muy natural que vuelva a ponerse sobre el tapete el tema de la cuna del Almirante de la mar océana. La literatura en torno a ello es muy abundante y para escribir este artículo he manejado no menos de veinte libros, aparte de los viajes que he hecho a la que, según creo, es la cuna del Descubridor.
No desconozco, por tanto, las tesis de los que defienden que Colón era mallorquín, ibicenco, castellano, portugués, catalán o corso, y, por supuesto, tenemos en cuenta la tesis oficial del Colón genovés.
Pero si algo sabemos hoy con seguridad es que Colón no era italiano, por la sencilla razón de que nadie puede olvidar su lengua materna, cuando la ha hablado hasta los 23 años, tal como nos dicen los documentos italianos de la Raccolta. Posteriormente, cuando hablemos del lenguaje de Colón, haremos hincapié en lo extraño que resulta ver a alguien que escribiendo a una persona importante de su propia tierra, y más para pedirle un favor, lo haga en otro idioma diferente al de ambos. Por ello tenemos derecho a sospechar que no sabía escribir italiano ni genovés; y llegamos al pleno convencimiento de lo mismo, cuando vemos que las pocas líneas que Colón escribió, o intentó escribir, en italiano son un completo disparate; algo que parece proceder de una mente desquiciada, tal como comenta Madariaga.
Si algo sabemos hoy con seguridad es que Colón no era italiano.
La tesis genovesa se cae además debido a las fechas que los mismos documentos italianos nos dan. Si Colón nació cuando ellos dicen, no tuvo tiempo de aprender las artes del mar – y menos aún de una manera tan eminente como él las sabía – para la época en que nos lo presentan como un marinero ya consumado, y hasta como capitán de barco.
En la actualidad hay veintiuna ciudades o lugares italianos que se disputan el honor de haber sido la cuna de Colón: Albisola, Bogiasco, Calvi, Cogoleto, Cossería, Cúcaro, Cugureo,- Finale, Fontanabuona, Chiavari, Módena, Nervi, Oneglia, Palestrello, Pradello, Piacenza, Quinto, Terrarosa y Casale Montferrato, además de Génova y Savona. Frondosa imaginación italiana. Veintiún lugares son demasiados y no hay más remedio que aplicar el dicho escolástico: «quod nimis probat, nihil probat» (lo que prueba demasiado, no prueba nada). El resumen de toda la cuestión lo da el académico Ricardo Beltrán y Rózpide en su trabajo Cristóbal Colón y Cristóforo Colombo: «El Colón de los documentos españoles no es el Colombo de los documentos italianos» y «el Colombo de los documentos italianos no puede ser el Colón que descubrió el Nuevo Mundo».
Últimamente ha hecho una incursión, en la palestra en la que se discute la cuna del Almirante, un documento aparecido en los forros de un libro del siglo XVI de un bibliófilo italiano. Es un breve texto llamado «Borro- meo», por haberlo escrito un tal Juan Borromeo, de una muy ilustre familia italiana.
En él, el mencionado Juan Bor/omeo afirma que no quiere irse a la tumba con el cargo de conciencia de no haber dicho la verdad sobre el origen de Colón. Y esta verdad consiste -según su confesión- en que «Colonus Christoforens era de Mallorca y no de la Liguria».
Dejemos al buen Belarmino con sus escrúpulos de conciencia, que bien pudo haberlos hecho públicos en vida o a la hora de morirse, en vez de dejarlos escondidos en los forros de un libro para que los encontrase Dios sabe quién y cuándo. El «documento», en vez de solucionar el problema, lo embrolla aún más.
Documentos directos en los que se muestre la existencia de una familia apellidada Colón o de Colón, tal como firmaba y afirmaba el Almirante, y no Colom, o Columbus, o Coullon, o Coulomp, como quieren otros, sólo los tienen los defensores de la tesis gallega.
En cuanto a que su apellido fuese en realidad Columbus o Colombo, y que él lo cambiase al llegar a España por Colón, es algo que no tiene sentido y que, además, va contra la tesis genovesa. Si él quiso que creyesen que era genovés, es absurdo que teniendo un nombre auténticamente genovés lo abandonase por uno que no lo era. No es extraño, pues, que, años más tarde, su hijo Fernando confesase que después de haber buscado entre los Colombo de la Liguria no encontró nada en concreto.
¿Qué poderosas razones tenía Colón para ocultar con tanto embrollo el lugar de su nacimiento? A nuestro parecer eran dos: el ser judío de origen y el ser gallego.
Hoy día apenas hay dudas acerca de lo primero. Colón pertenecía al grupo de judíos conversos que vivían en el barrio de la Moureira de Pontevedra, adonde habían llegado huyendo de las persecuciones, y que, al parecer, estaban emparentados con los Colom baleares y catalanes y con los Colombo genoveses. Abona en favor de esta tesis la abundancia de nombres judíos que hay en la familia de Colón.
No quiero repetir ahora los argumentos en que se basan Madariaga, Wasserman y otros autores para defender la «judeidad» de Colón, porque sería demasiado prolijo. Únicamente fundamentaré un poco más su tesis dejando ver la inclinación de Colón a bautizar lugares del Nuevo Mundo con nombres relativos a la cultura judaica: David, una pequeña bahía en Jamaica; San David, un cabo y una ensenada en la isla de Granada y una ensenada en la isla Dominica; Isaac, una punta de la isla de Santa María la Antigua; Salomón, un cabo de la isla de Guadalupe; Sinaí, un monte de la isla de Granada.
Frente a esta realidad está el hondo rechazo – debido a su fanatismo religioso – que la soberana sentía por los judíos, y, por otro lado, el complejo que ambos reyes tenían al verse rodeados – y, en cierta manera, económicamente dominados – por una gran cantidad de judíos o cripto – judíos, que tenían una gran influencia no sólo en el pueblo, sino en la propia corte. La drástica medida de la expulsión de los judíos fue como una explosión de este hondo complejo, que era mitad resentimiento y mitad miedo. Un Colón abiertamente judío oídos de palacio más cerrados de lo que los encontró.
Examinemos ahora la otra causa que el futuro Almirante tenía para ocultar su origen: su condición de gallego. Para ello será conveniente que conozcamos cuales eran los sentimientos de los Reyes Católicos hacia el reino de Galicia, y en verdad hay que decir que no se distinguieron precisamente por su amor a esta tierra; aunque también habrá que reconocer que los nobles gallegos tampoco tenían demasiado afecto a los reyes de Castilla.
Unos pocos años antes del descubrimiento, cuando Colón andaba por tierras lusitanas pidiendo ayudas para sus sueños, don Fernando y doña Isabel recorrían las tierras gallegas derribando castillos y fortalezas (alrededor de 50), arrebatando tierras y privilegios a los levantiscos nobles y quitándoles a algunos hasta la cabeza, como al mariscal Pardo de Cela y, como dice el cronista aragonés Jerónimo Zurita, dedicados a la «doma y castración del pueblo gallego».
Este rencor hacia los gallegos tenía su razón, que resume así un historiador: «Debido a que en Galicia se oponían a que Isabel sucediese en el trono a su hermano Enrique IV, abogando y hasta luchando fieramente en favor de la «excelente Señora» doña Juana la Beltraneja, hija de aquél y de Juana de Portugal, nunca Isabel pudo perdonar a los gallegos por tan enconado apoyo a su sobrina».
«Cuando mayores fueron los sufrimientos de Galicia fue desde su unión con Castilla, cuyos Reyes Católicos nos castigaron de una manera inmisericorde, impropia de cristianos». Para «domar aquella tierra de Galicia» y someter a «la gente de aquella nación» no bastaba imponer la ley del «palo y tente tieso», por medio de las armas y de una Audiencia montada con jueces castellanos, sino que aún hubo que acudir a una cédula de los tales reyes en que se ordenaba que, «para gobernar y administrar a los fieros gallegos», había que proceder «sumariamente, de plano, sin escritura o figura de juicio». Tampoco bastaba con privar a Galicia de representación en las Cortes durante varios años, para «no escuchar sus justas quejas», ni con ajusticiar al mariscal Pardo de Cela y a otros hidalgos, sólo porque «los gallegos, por ser gente feroz, todavía no sosegaban».
Y para que esta «doma» fuese eficaz llegaron a la increíble crueldad de dictaminar «pena de muerte para todo funcionario público que dictase sentencia en idioma gallego». Es decir, que pretendieron castellanizar a los gallegos en su lengua, destruyendo su manera de comunicarse.
Esto en cuanto a la reina. Por lo que hace al rey Fernando todos los historiadores están de acuerdo en decir que simpatizaba aún menos con Colón y su aventura, aunque probablemente por otras razones. Y en cuanto a financiar el viaje se lavó las manos y lo dejó todo bajo la responsabilidad de su esposa, como no queriendo saber nada del asunto. El soberano de Aragón se inhibió ante la empresa y algo de esto podemos ver en el lema que más tarde se hizo popular: «Por Castilla y por León, nuevo mundo halló Colón».
Otro de los focos de poder en Galicia era la Iglesia, que, salvo el obispo Fonseca, tampoco mostraba simpatía por los afanes centralistas de los reyes, y por eso éstos la sometieron a los dictámenes de Valladolid al igual que la administración de la justicia.
«Fue preciso para los Reyes Católicos el convertir a Galicia en nación proletaria, apagándole todas las luces de su elevada cultura. La enseñanza de los conventos dominicos de Galicia existió desde su fundación con Estudios Generales, desde el año 1250, hasta que la infausta reforma en tiempo de los Reyes Católicos vino a cortarla de raíz».
Algo por el estilo se puede decir de los monasterios benedictinos y del Cister, de los que en toda la Galicia medieval hubo una gran cantidad. En general, pasaron a depender de otros de Castilla; y así han estado las cosas casi hasta nuestros días. En mis años de jesuíta pude comprobar todavía un resto de esta mentalidad viendo cómo el superior de todos los jesuítas gallegos residía nada menos que en Palencia, que era donde radicaba la Curia Provincial.
Conociendo todos estos antecedentes, pensemos en cuál hubiese sido la suerte de Colón si se hubiera presentado ante los Reyes Católicos a cara descubierta, es decir, confesando su origen judío y gallego. ¿Qué le hubiese esperado, sino un rechazo tajante? De hecho, a pesar del barniz genovés con el que se presentó, eso fue lo que obtuvo durante varios años, y sólo su tozudez y su fe inquebrantable en la posibilidad de la gesta fueron las que lograron vencer el obstáculo.
Vayamos ahora a las pruebas de nuestra tesis. Las podemos dividir en seis apartados:
1.- Documentos, 2.- Idioma de Colón, 3.- Venta de unos terrenos, 4.- Negativa de Colón a recalar en Galicia, 5.- Tradición viva en Porto Santo, 6.- Toponimia del Nuevo Mundo.
He aquí lo que Enrique de Gandía escribe en su Historia de Cristóbal Colón: «Celso García de la Riega creyó ciegamente en un Colón gallego, porque en los archivos de Pontevedra tropezó con unos documentos en los que figuraban, a fines del siglo XV, nada menos que un Domingo Colón, El Viejo, un Cristóbal Colón, un Bartolomé Colón, un Juan Colón, un Diego Colón, una Blanca Colón, una Constanza Colón – en fin, todos los parientes y antepasados del descubridor y personas apellidadas Fonterosa como la madre del Almirante…»
Tras el entusiasmo inicial «cayó un descrédito enorme sobre De la Riega, pues se le acusó de falsificar los documentos. Paleógrafos imparciales estudiaron los documentos acusados de adulteraciones y comprobaron que, en efecto, el nombre de Colón estaba retocado; pero no para transformar en Colón un
apellido diferente, sino para hacer resaltar las letras desteñidas por el tiempo. De la Riega había avivado las tintas ingenuamente para que la lectura resultase más fácil. No pensó que esa acción iba a traerle tan serias consecuencias. Hoy se ha comprobado la buena fe del erudito y no hay duda de que ciertos documentos, en Pontevedra, contienen realmente los apellidos Colón y Fonterosa. Pero son muchos los publicistas que aún se refieren con injusticia a los documentos gallegos como piezas burdamente falsificadas. Repetimos que los retoques descubiertos no disminuyen en nada el valor de tales documentos».
Esto dice Enrique Gandía, a pesar de ser un defensor de la tesis geno- vista y doliéndole mucho, porque en los documentos italianos no aparece ni un solo Colón.
Hoy día, pasados más de 70 años, después de los dictámenes de los «peritos», y con unas técnicas mucho más desarrolladas, podemos asegurar con toda certeza que García de la Riega no adulteró ningún documento, y que en los pocos casos en que se permitió retocar alguno fue para hacerlo más legible. Y hay que advertir que los «peritos» sólo exami
naron una mínima parte de los documentos y que hay muchos otros en los que De la Riega no hizo retoque alguno-, porque él no fue el que los encontró, y también en ellos aparecen los apellidos Colón y Fonterosa. Dejemos, pues, de repetir estúpidamente, como loros, que los documentos de De la Riega son falsificados. Ya los quisie- % ran para sí los defensores de las otras tesis, que, en este ^ particular, tienen que contentarse con conjeturas o zanjan radicalmente la cuestión cambiando a su antojo el apellido de Colón.
Y, si se tratase sólo de dos o tres documentos, podríamos tener dudas, pero lo cierto es que se trata de una veintena de documentos en los que aparecen todos los nombres y apellidos de la familia de Colón. Documentos que, además, están respaldados por hechos que confirman que estos Colón son, precisamente, los parientes inmediatos del Colón que cruzó el Atlántico por primera vez. De esos documentos he seleccionado cinco para que el lector de E.T. tenga alguna idea de ellos: 1431. Escritura de aforamiento por la que se obliga a pagar al abad del monasterio de San Salvador de Poio 274 maravedises a Blanca de Colón. (Es importante resaltar que Colón tuvo una hermana llamada Blanca y que en este mismo documento apa- rece Bartolomé de Colón «o vello»).
1444. El Consejo de Pontevedra manda devolver unos maravedises a Diego Colón y Bartolomé Fonterosa. (Aquí tenemos los nombres del hijo y del hermano de Colón).
1496. Aforamiento a María Alonso de un terreno colindante con la heredad de Cristóforo (xpfi) de Colón.
Como hemos dicho, todavía quedan alrededor de quince documentos más en que estos nombres y apellidos de la familia de Colón se repiten y se barajan. De ellos se deduce que justamente en los tiempos de Colón había en Pontevedra gentes que se apellidaban Colón, que se dedicaban a navegar y a las faenas de la mar, que tenían precisamente los mismos nombres que conocemos de la familia de Colón y que, además (y éste es un detalle importante que está contra los defensores del Colón mallorquín o balear), no sólo se apellidaban Colón a secas, sino que con frecuencia aparecen con el «de» por delante, tal como don Cristóbal dice taxativamente en su testamento y en la Institución del Mayorazgo, si este documento es auténtico: «que nadie que no se llame «de Colón» es de su verdadera familia y antepasados». Por lo tanto, mucho menos Colom o Colombo.
Y por si los papeles o pergaminos no fuesen suficientes, tenemos el apellido de Colón grabado en piedra en dos lugares diferentes de Pontevedra: uno en la Iglesia de Santa María, en una lápida en la que se lee textualmente (ver foto adjunta): OS DO CERCO DE YOAN NETO A YOAN DE COLON FECERON ESTA CAPELA. ¿Falsificaría también el Sr. García de la Riega esta inscripción?
La otra inscripción se halla, ¡oh casualidad!, a tres metros escasos de la casa natal de Colón en el barrio de Porto Santo y con la fecha inscrita de 1490. Está en la base de un crucero llamado tra- dicionalmente «O cruceiro de Colón» y dice así, textualmente: «Joao Colón. Rº. Año 1490″.
Pero dejemos el tema de los documentos, a sabiendas de que se les puede sacar mucho más partido. Pasemos al segundo argumento.
Aquí los genovistas permanecen mudos, porque todo está en contra de ellos. Como dijimos, Colón no sabía italiano. Lo entendía escrito, pero no sabía hablarlo ni escribirlo. Los que sí dicen algo, o intentan decirlo, son los catalanoparlantes. Pero si es cierto que logran encontrar algún vestigio de catalanismo en los escritos del Almirante, los defensores de la tesis gallega les podemos enseñar diez galleguismos por cada palabra catalana que ellos nos muestren.
¿Aboga esto algo en favor de la tesis del Colón gallego? Mucho, porque del idioma dominante que un individuo se puede deducir con cierta facilidad su origen y lo cierto es que el idioma de Colón está plagado de galaicismos. El Almirante tiene una cierta aversión a la diptongación, cosa normal en el idioma gallego. Si tiene que decir puerta no será raro que diga porta; y si tiene que escribir ciego, nuevo, fiesta o salieron es frecuente que se le escapen cegó, novo, festa y saliron.
Conozco muy bien lo que Menéndez Pidal arguye sobre la lengua de Colón y conozco también lo que Romero Lema dice para refutarlo. Y estoy totalmente de acuerdo con éste, cuando afirma que las formas arcaicas verbales que Menéndez Pidal llama «lusitanismos» son auténticos galleguismos, hoy ya en desuso, pero todavía vivos en tiempos del Almirante.
Don Ramón Menéndez Pidal, a quien considero un gallego ilustre, pero un poco descastado, se equivoca al decir que la forma «ouve» (tuvo) y algunas más son lusitanismos puros, cuando se pueden encontrar en documentos gallegos antiguos, y, en concreto, cuando Colón dice fame (hambre), Menéndez Pidal dice que es lusitanismo, sin advertir que en portugués se dice fome, y no fame, que es la forma gallega.
Además, es curioso el prejuicio que contra el gallego tiene el ex director de la Academia de la Lengua al no querer ver en el lenguaje de Colón una muestra de cómo hablan aún muchos campesinos gallegos, cuando pretenden hablar castellano: poerta, acoerde, esfoerzo, coenta, etc. Lo cierto es que lusitanismos o galleguismos, el lenguaje de Colón está plagado de ellos, y no de catalanismos. En ocasiones, frases enteras, a pesar de haber sido la intención de Colón escribirlas en castellano, le han salido en gallego, y no en portugués, como cuando escribe esta apostilla al libro «Historia di Plinio»: «que non synte fame ny sede»; en portugués, como ya dijimos, se dice tome, y no fame. Sólo le faltó añadir otra n a la palabra ny para que fuese un gallego perfecto.
Y casi lo mismo se puede decir de esta otra; «Y desque saliron de Egipto»… En portugués se dice sai- ram, mientras que en gallego es más corriente saliron.
Este argumento del idioma de Colón es de gran importancia, si se le quiere sacar toda la fuerza que tiene. Pero dejémoslo aquí y reconozcamos que en lo que atañe a la lengua del Almirante sólo los portugueses pueden presentar cara a la tesis gallega.
El argumento es breve, pero contundente. Se trata de la venta de un terreno que los duques de Veragua, que como se sabe son los descendientes directos de Colón, hicieron en el año 1796. ¿Y qué hay de extraño en que los duques de Veragua hayan vendido un terreno? Hay dos cosas extrañas: la primera es que ese terreno es la finca llamada aún hoy «la Puntada», que colinda precisamente con el lugar donde la tradición oral sitúa la casa de Colón y que, por otra parte, está a no más de 150 metros de donde se construyó la carabela que Colón pilotó en su primer viaje (la «Santa María» o «Gallega ), y, segunda cosa extraña, el documento de venta dice: «al per- tenecerle por herencia de sus finados padres». Lógicamente, preguntamos: ¿de dónde puede haberles venido a los descendientes de un genovés una pequeña parcela de terreno en la ría pontevedresa? ¿No se la habrían ganado con sus peces y sus singladuras los Bartolomeus, Domingos, Joaos y Diegos que vemos en los documentos?
Este es un argumento secundario y que, en cierta manera, presupone lo que hay que probar; pero no deja de tener cierta fuerza. Colón se jugó temerariamente la vida y la de toda su gente al enfrentarse al temporal durante toda una semana, cuando lo más cuerdo hubiese sido hacer lo que hizo Martín Alonso Pinzón. ¿Por qué Colón no siguió el mismo rumbo? Porque hubiese ido a parar, tal como le sucedió al piloto andaluz, a Galicia.
Colón sabía que con el tortísimo viento del sur y del suroeste el único lugar posible de arribada era Galicia, pero prefirió jugarse el todo por el todo antes de ser reconocido por sus paisanos.
Amainado el temporal y vivos de milagro, se dirigió al este, entrando, destrozadas las velas, «a palo seco» en Lisboa, el 4 de mayo, mientras Pinzón llevaba ya en tierras españolas desde el 22 de abril. Esta tozudez del Almirante, corriendo el riesgo de que Martín Alonso se le adelantase con las noticias a los Reyes, es muy digna de tenerse en cuenta.
Cuando escribíamos este artículo visitamos de nuevo Porto Santo y, al mismo tiempo que nos encontramos con la desagradable sorpresa de que el «cruceiro de Colón”, a pocos pasos de la «casa de crus», había sido derribado por un camión (esperamos que pronto sea repuesto en donde estuvo durante cinco siglos), tuvimos la satisfacción de encontrar a un nativo del lugar, llamado El «negro» Escudero, buen conocedor de su terruño, que nos aseguró que en su familia siempre se había diqho que
Colón había nacido en Porto Santo. Pero añadió un detalle hasta ahora inédito. Según lo que se decía en su familia, Colón no había nacido en la «casa da crus», sino en «o Eirado», una loma un poco más arriba, que dista unos escasos cien metros de la «casa da crus».
Esta variante, lejos de debilitar la tesis de Porto Santo, la fortalece. No se trata, como en Italia, de ciudades diferentes; se trata, dentro de un mismo pequeño lugar, de determinar en qué sitio exacto nació, y en esto es natural que haya discrepancias. Es muy posible que la «casa da crus» fuese la casa principal de los Colón, ya que, como hemos visto, eran unas cuantas las familias que llevaban ese nombre.
Entramos con esto en otro de los argumentos fuertes, sobre el que se podrían escribir muchas páginas. Trataremos de resumir. En cuanto a bautizar las tierras encontradas, el Almirante era extremadamente celoso y en alguna ocasión en que Martín Alonso anduvo separado de Colón y bautizó por su cuenta algunos lugares, el Almirante le dijo tajantemente que se olvidase de los nombres puestos, porque allí el único que bautizaba era él.
Nito Verdera, el adalid ibicenco, nos dice que encontró ocho nombres de su isla que Colón usó en el Nuevo Mundo. Nosotros tenemos más de un centenar, con el agravante de que no se trata de nombres genéricos, sino, en muchas ocasiones, de nombres propios que no existen en otra parte. Colón utilizó nombres de las rías bajas gallegas y, en concreto, de la ría de Pontevedra en la que él había nacido.
A continuación el lector podrá ver los mapas de J. Mosqueira Manso, y aquí es de justicia reconocer el gran trabajo que sobre esto realizó el Sr. Mosqueira. Por haber sido marino mercante y patrón de barcos de vela, conocía muy bien las costas gallegas y las del Caribe, que había visitado muchas veces debido a su trabajo. Él fue el que cayó en la cuenta de los muchos paralelismos en las nomenclaturas.
Entre estos nombres tenemos que hacer una triple distinción; en primer lugar están los religiosos, que no son indicativos de nada, como no sea del cerrado fanatismo de aquellos tiempos; luego, los descriptivos, que muy probablemente no ponía el Almirante acordándose de ningún sitio en particular, sino, simplemente, limitándose a describir lo que veía en aquel momento, por ejemplo, «Punta Alta» o «Isla larga»; y por fin aquellos nombres propios que no significan nada en concreto y que ciertamente son indicativos de que quien los nombra, cuando lo hace, se está acordando de algo o de alguien.
Para que el lector se haga cargo de las abrumadoras semejanzas y relaciones que se pueden encontrar entre los topónimos caribeños y los de la costa gallega, pondremos aquí, deshilvanadas, unas cuantas notas;
– Colón describe con entusiasmo la actual bahía de Baracoa, en Cuba, en una carta a Sus Majestades los Reyes. Pues bien, a esa bahía la llamó «Puerto Santo”, que tanto significaba para él. Y no se quedó ahí, sino que repitió este nombre dos veces más, en La Española y en Venezuela.
– Como hemos dicho, su casa natal, según una tradición, es la «Casa da Crus».
Pues bien, aparte de los varios nombres referentes a la cruz, que dada su religiosidad no tienen nada de extraño, en la isla Trinidad a un pequeño cabo no lo llamó «de la Cruz» a secas y en castellano, sino que lo llamó «Cabo Casa da Crus», como por muchos años han llamado en Porto Santo a la casa «do que descubreau as ilhas».
– El nombre de Santa Catalina lo repitió tres veces. ¿Por qué tres veces? Porque Santa Catalina es la patrona de los mareantes de Pontevedra. Y en ocasiones, como cuando bautiza, en un corto tiempo o espacio, cabos o montes con los nombres de San Miguel, San Juan Bautista, Santa Catalina y San Nicolás, no se trata de unos santos cualesquiera. Son, precisamente, los patrones de los gremios de los mareantes de Pontevedra, que hace siglos desfilan juntos con sus estandartes en la procesión del Corpus.
– Puso tres veces el nombre de San Salvador, porque tres eran los San Salvador que él recordaba de su infancia: San Salvador de Poio, su parroquia, donde seguramente fue bautizado; San Salvador de Lérez, un pequeño monasterio muy cerca de su casa, donde probablemente aprendió a leer; y San Salvador de Meis, un santuario no lejos de Porto Santo.
– Bautizó a veces con nombres de lugares que estaban muy próximos entre sí en Galicia otros que también lo estaban en el Nuevo Mundo. Por ejemplo, cuando llamó «Mar de Santo Tomé”, «Punta Dos Hermanas» e «Isla de las ratas» a puntos que están muy cerca unos de otros en la costa norte de Haití y en la ría de Arosa.
Lo mismo sucedió cuando llamó «Punta Santa», «Islote del Gallo» y «Punta del Arenal» a lugares que están muy próximos entre sí en la isla de Trinidad y que se corresponden con «Punta Santa» «Punta do Areal» y «Fonte do Galo” en la misma ribera de la ciudad de Vigo, hoy cambiada por los rellenos de la ría.
– Puso tres veces el nombre de Santiago, el patrón grande de Galicia.
– No llamó «Isla de Todos los Santos», como hubiese sido lo correcto, a una isla, sino «Los Santos» a secas, refiriéndose a «Los Santos de Mollabao», frente a su barrio natal, al otro lado del río.
– De los pocos nombres que aporta Nito Verdera uno es el de «Galera». Efectivamente, lo puso tres veces. Pero en Galicia no nos quedamos atrás, porque tenemos cuatro «Galeras»: el barrio Galera, frente a Porto Santo, en donde se hacían las galeras para la flota de Castilla; Punta Galera, en la isla de San Martín de las Cíes; Punta Galera, en la isla Onesa, una de las que cierran la ría de Pontevedra; y «Monte Galera», al oriente de la ensenada de Camota, en la ría de Muros.
Puso tres veces el raro nombre de «Tolete» ¿Tienen algo que comentar acerca de este nombre los catalanistas o genovistas? Los gallegos, sí: Tolete fue uno de los dos almirantes salidos del barrio judío de «La Moureira» al que pertenecía Porto Santo. Según la tradición, Tolete fue el almirante que estaba al mando de la nave en la que el rey Urco entró victorioso en Pontevedra. Seguramente es a este almirante al que Colón se refería cuando escribió: «no soy el primer almirante de mi familia».
– En la isla Margarita llamó «Constanza» a un promontorio. ¿No tendrá que ver este nombre con dos «Constanzas», probablemente tías de Colón, que aparecen en los documentos? Una se llamaba Constanza Correa, esposa de Fonterosa, y otra, Constanza de Colón, esposa de Joao Colón. ¿O habrán sido también estos nombres falsificados por De la Riega?
– Transcribo de Mosqueira Manso: «El 18 de diciembre de 1492, festividad de Santa María de la O, patro- na canónica de Pontevedra, estaban fondeadas en la costa norte de Haití las carabelas Santa María y la Niña. Al amanecer de ese día Colón determinó celebrar tal festividad, «ordenando empavesar las dos naos y hacer las salvas con las lombardas». Ha sido ésta la única conmemoración religiosa que realizó el Almirante en sus cuatro viajes.»
– No hay que olvidar tampoco que Colón llevó en sus cuatro viajes tres naves llamadas «Gallega». Reconozco que esto no es argumento para probar nada, pero es bueno consignarlo como nota curiosa. Sin embargo, sí es muy notable que en el primer viaje, a pesar de ser «La Gallega» (rebautizada «Santa María») la menos marinera de las tres, Colón la haya escogido como capitana. Es lógico pensar que, si había sido construida al lado de su casa (como consta históricamente), él la conociese muy bien y hasta le tuviese un especial cariño.
– En cuanto a nombres propios, que ahora recuerde, puedo consignar los siguientes, que son prácticamente exclusivos de las costas gallegas: Bao, Cotón, Muros, Caxiñas, Lobeira, Punta do Corvo, Mondego.
– Moa lo repite en tres lugares cercanos, al igual que en Galicia tenemos «punta da Moa», «Cova da Moa» y «Cabezo da Moa», muy cerca de donde el Almirante nació.
– Otro de estos nombres propios que nos tienen que hacer pensar es el que puso a un río de Jamaica. No le puso Guadalquivir o Tajo, mucho más conocidos e importantes. Haciendo una excepción, traicionando un poco su intención de disimular su origen, y dejando hablar por una vez a su corazón, le llamó Miño, el río grande de Galicia. Admitimos que pudo haber sido una sugerencia de algún marinero gallego, pero no deja de ser curioso.
– Sin embargo, en esto de la toponimia el investigador imparcial no puede menos que sospechar mucho, cuando se encuentra con el detalle que enseguida mencionaré, pues nos demuestra sin lugar a dudas el conocimiento detallado que Colón tenía de los accidentes más recónditos de la costa gallega. Aquí ya no se trata de ningún nombre genérico, ni del de ningún patrón o santo que puede referirse a muchos lugares diferentes. Estamos ante un nombre propio y concretísimo, que no puede ser inventado en el momento ni relacionado con nada que no sea el lugar original.
Colón llamó a un río que descubrió en la costa sur de Jamaica, río «Xallas» (Yallas o Jallas).
El sabía, porque en su navegación inicial de cabotaje había pasado por allí muchas veces, que en la costa sur de la provincia de La Coruña había un pequeño río que, curiosamente, desemboca en el mar formando una cascada. Pues bien, cuando en Jamaica se encontró con el mismo fenómeno, no lo dudó un momento. Su memoria le trajo al instante aquel otro pequeño río de su Galicia natal que él había contemplando tantas veces, y le llamó «Xallas», que no significa nada ni se puede encontrar en ningún otro lugar.
En la actualidad, Porto Santo y todos los lugares por los que Colón correteó cuando era niño están sufriendo una gran transformación, debido al paso de la autopista de La Coruña a Vigo. Hoy día ya no queda nada de los astilleros que por mucho tiempo allí hubo. Únicamente queda, como mudo testigo de aquella actividad, el nombre del puente (de la Barca) y el del barrio colindante (Galera). La gran explanada al lado mismo del puente en donde hasta hace pocos meses se veían barcas de los pescadores o en construcción, ha sido aprovechada para que por ella pase la ancha calzada de la autopista. Esperemos que lo poco que queda de la «Casa da Crus» sea conservado en su estado actual y restaurado en lo posible, y el crucero derribado sea restituido a su pedestal y defendido de los odiosos vándalos del siglo XX.
Carta a FARO DE VIGO
El 13 de noviembre de 1.928, FARO DE VIGO publicaba una carta del fundador del Museo de Pontevedra, Casto Sampedro, correspondiente de la Real Academia de la Historia, en la que el ilustre erudito se refería a la tesis del origen gallego de Colón. Entre otras cosas decía:
“Con motivo de la publicación en “El Debate” del extracto de un segundo informe de la comisión especial de la R.A. de la Historia sobre varios documentos colonianos, en la noticia de esta capital que inserta el número del FARO de hoy, se dice que dichos documentos fueron remitidos por un enemigo de la tesis del Colón pontevedrés.
Lo importante sería combatir el informe …; pero los paladines de este asunto se irritan contra mi humilde persona, y de rechazo contra el señor Obispo de Madrid-Alcalá. Contra tal imputación de enemigo tengo que rectificar…; lo que sí es conforme a la verdad es que yo fui el iniciador de la tesis, pero para el efecto de estudiarla…”.
Buhígas hace referencia a la descendencia supuesta de Cristóbal Colón en Pontevedra. Citando archivos de Alejandro Mon, Sobrino Buhigas se refiere “a Miguel Enríquez Flores y Colón de Portugal, que vivía en Pontevedra en 1672, fundador del mayorazgo de las Colonas. Su esposa doña Gerónima de Vargas Machuca, sus hijos Catalina Colón de Portugal, y Josefa Colón y su marido José Onís. Constan igualmente los hijos de doña Catalina… Miguel Henríquez o Miguel Colón de Portugal, alcalde mayor que fue de Nueva España, donde consta ausente en 1749…”.
El ilustre erudito Hipolito de Sá, a quien cita Philippot, recoge en una conferencia dada en Pontevedra en el marco de la “Semana de Colón gallego” una curiosa explicación para el enconamiento de la polémica entre defensores y detractores de aquella tesis. De Sa alude a dos tertulias: una, la pontevedresa de Jesús Muruais, en la que está también García de la Riega, y otra que nace en Madrid y en la que figura Murguía, que después llega a A Coruña . Hipólito de Sa atribuye a ésta “cierta oposición al núcleo cultural de Pontevedra” y concreta esa oposición en “las tesis contrapuestas sobre el origen de Galicia: para los pontevedreses, ese origen sería Helénico y para los coruñeses -de los que después, surgiría el galeguismo- Céltico, con el mito de Breogán… Una especie de pugna entre el Norte y el Sur, que se ha repetido en otros temas durante años.
Con anterioridad hemos visto cómo el binomio Pontevedra y el mar, que está presente desde un principio y que, en su primera fase, vincula a la villa con su Ría, crece después hasta alcanzar el Mediterráneo e incluso las costas atlánticas de Francia. Hubo marineros gallegos y pontevedreses en las batallas y en el comercio y, como era natural-, los habría también en la aventura que cambió la Historia de la Humanidad: el descubrimiento del Nuevo Mundo por el almirante Cristóbal Colón.
El interés que la figura del descubridor despierta entre historiadores, escritores, e incluso novelistas, es constante. A finales del siglo pasado, un erudito pontevedrés, Celso García de la Riega, elabora una teoría acogida con cierta expectación y rápidamente combatida e incluso escarnecida: Colón habría nacido, según esa teoría, en los alrededores de Pontevedra, en lo que hoy es el municipio de Poio. En definitiva, García de la Riega afirmaba que Colón era gallego.
Seguidor de las líneas generales de esa tesis, y defensor a ultranza del apartado principal, el vigués Alfonso Philippot Abeledo escribe un voluminoso libro, “La identidad de Cristóbal Colón”, que seguiremos en este fascículo de forma exclusivamente descriptiva, sin asumir, o negar, los fundamentos de su exposición. Philippot recuerda que la tesis pontevedresa de la cuna de Colón la establece García de la Riega a partir del hallazgo -casual, dice- de algunas actas notariales e inscripciones lapidarias de los siglos XV y XVI en las que figuran varios individuos de apellidos Colón y Fonterosa.
El propio García de la Riega se refiere a esas escrituras, halladas en el monasterio de Poio, y establece que se trataba de escritos de aforamiento a favor de Juan de Colón y su mujer Constanza, circunstancia de la que se hizo eco el periódico madrileño “El Imparcial”.
El erudito pontevedrés dice que “la aparición de tales apellidos en Pontevedra me inspiró el raciocinio lógico de que -pues se habían revelado en tres documentos- podrían repetirse en otros de fechas más o meos anteriores, habiéndome propuesto por lo tanto indagar nuevos datos en cuantos papeles pontevedreses del siglo XV mis gestiones pudieran alcanzar. Y, en efecto, secundado por personas de buena voluntad, a quienes había manifestado mis temerarias sospechas, he tenido la suerte de conocer y examinar los muy interesantes documentos de que doy cuenta.
Los hallazgos de De la Riega despiertan curiosidad, expectación y polémica. Philippot recoge una larga relación de personas que se interesaron por ellos y da cuenta de las primeras reacciones contrarias, encabezadas por un sacerdote, gallego también, Eladio Oviedo y Arce, al que siguió Serrano Sanz, catedrático de Zaragoza, que es el primero en acusar a los documentos aportados por el erudito pontevedrés de falsedad, “por tener raspaduras y sobreescritos”.
Un grupo de investigadores, encabezados por Casto Sampedro, presidente de la Sociedad Arqueológica de Pontevedra, descubrió nuevos manuscritos y al derrumbar un viejo altar de madera en la iglesia de Santa María, una inscripción mural: “Os do cerco de Joan Neto e Juan de Collón fixeron esta capela”. Pero la polémica no hace sino crecer y se exacerba cuando Oviedo y Arce emite un informe que fu considerado injurioso, incluso por académicos de la Real de la Historia. Con ante rioridad a él, en 1917, una comisión pontevedresa solicitó de la Diputación de Pon tevedra que cursara una invitación a la Real Academia de la Historia para que algu nos de sus miembros viajase a Pontevedra y estudiase in situ los documento señalados por De la Riega. Hubo respuestas favorables, pero cuando los comisiona dos iban a viajar a n Pontevedra, una huelga ferroviaria frustró el desplazamiento.
Es preciso hacer un alto en el relato y recordar, con Philippot, otros indicios que pudieron alimentar la teoría del Colón gallego y pontevedrés. Por ejemplo el hecho de que su nave capitana, la Santa María, se llamase así y fuese conocida como “La Gallega”, y que pudiese haber sido construida en astilleros pontevedreses. El padre Sarmiento recuerda los privilegios dados a Pontevedra por Enrique IV, los reyes Católicos quienes concedieron a los mareantes de la villa que no pudiesen ser ajusticiado sino como nobles, salvo en delitos de alta traición-, y la obligación de usar el escudi de Pontevedra. El padre Sarmiento dice que “es mucho concurrir todo eso para que sea inverosímil que la mejor nave, en la que montado Colón descubrió en su prime! viaje el Nuevo Mundo, haya sido fabricada en el Arrabal o Pescadería de Pontevedra y que se dedicase a Santa María la Grande, que es la Patrona de todos los mariñeros en parroquia separada”.
Estábamos, pues, en que la expedición de la Real Academia no pudo desplazarse a Pontevedra para examinar in situ los documentos de De la Riega. Una promesa de ver al año siguiente no llegó a cumplirse, y dice Philippot que al negarse la comisión pontevedresa que había solicitado su mediación a remitirle a Madrid la documentación, la Real Academia dio por terminada su intervención en el asunto.
A finales de 1926, y con la excepción de algunos originales, los documentos fueron remitidos por la Sociedad Arqueológica de Pontevedra al obispo de Madrid-Alcalá, Leopoldo Eijo-Garay, y fueron examinados en su presencia por una comisión de expertos -de la que formaba parte Claudio Sánchez Albomoz- con la colaboración del laboratorio del Cuerpo de Ingenieros del Ejército. El examen se realizó sobre las actas del llamado “Libro do Concello”, el Cartulario municipal y un minutario notarial de escrituras del siglo XV.
El informe de la Comisión fue desfavorable para la tesis pontevedresa. Concluía en cuatro puntos la falsedad de los documentos, en un texto que decía, entre otras cosas que “los documentos que se contienen en las tres colecciones examinadas han sido objeto de una manipulación sistemática, dirigida a modificar o suplantar varios nombres propios de personas… En conclusión, los documentos carecen absolutamente de Valor y no es posible, por tanto, admitirlos como fundamento ni en apoyo de una seria investigación histórica”.
Philippot dice que hubo oposición a esas conclusiones y, citando a Emilia Rodríguez Solano, señala que en 1964, y revisada entonces mediante la aplicación de modernas técnicas fotográficas, análisis de tinta, etcétera, se concluye “que no hay falsificación, si bien es cierto que algunos aparecen recalcados. Pero éstos carecen de importancia, mientras que los que realmente la tienen están libres de manipulación alguna”. La citada autora señala también que “aunque no se aporta prueba material de que Colón era gallego, sí creemos haber levantado la losa que, como consecuencia de los informes aludidos, pesaba sobre la tesis gallega de Colón.
Una vez saneada la prueba documental, existen las bases precisas para estructurar una hipótesis que dé satisfacción a las pretensiones pontevedresas. Y para finalizar, es preciso tener en cuenta que conforme fue declinando la obra de García de la Riega hasta ser anulada como consecuencia de los ataques que recibió, y que tanto habían de beneficiar a la tesis genovesa, tampoco ésta salió muy bien librada de los duros golpes que tanto De la Riega como sus seguidores le habían asestado. Por tanto, las reivindicaciones de Galicia como patria de Colón continúan en pie”.
Alfonso Philippot la sigue, y en su obra citada, hace un concienzudo recorrido por los indicios que la fundamentan. Con trabajo propio de documentación, y una revisión a fondo de escritos anteriores, recorre la cuestión de los apellidos, los nombres que Colón dio a sus descubrimientos en el primer viaje, se detiene en un estudio de las vicisitudes de la casa, en Poio, que se considera por cierta tradición como la natal del almirante, recoge correspondencia desde Nueva España y profundiza en una serie de datos, coincidencias, indicios y hasta leyendas en las que puede sustentar su tesis.
Hoy, la cuestión sigue abierta. La hemos traído aquí, a la Historia Ilustrada, haciendo un paréntesis en el desarrollo puramente temporal, porque resulta útil para conocer mejor el pasado. Cómo fue y cómo pudo haber sido.
Publicado en la revista cubana «Cultura gallega» 1936 -1937″
Por los datos que teníamos y los nuevamente aportados por el señor Zas, que se significa por su plausible constancia en descubrirlos y aducirlos, creemos que Cristóbal Colón nació en España, y precisando más, en Galicia.
Ya no se disputa sobre si fué un nórdico, Leif Ericsson o Cristóbal Colón, el que descubrió este Continente, pues Colón ya se sabe que fue el que lo descubrió.
No son sólo los de origen español y los españoles los que creemos que Colón fué español. El peruano doctor don Luis Ulloa, dado a registrar archivos, aseguró que Colón era español; y ahora el doctor Theodosio Noell, profesor del Seminario Oriental de la Universidad de Berlín, que es uno de los hispanistas de gran reputación, acaba de publicar en la Vossiche Zeitung, de Berlín, un trabajo en el cual se señala como convencido y esforzado paladín del origen español del gran descubridor de este Continente americano.
¿Por qué—se pregunta Noell—aceptó el mundo, sin debatirlo, el nacimiento en Italia, en Génova, de Cristóbal Colón?
Todo el mundo lo decía, añade Noell, pero nadie lo ha probado. Los historiadores del día afirman que Colón era ‘genovés, solamente porque los de ayer así lo decían y toda esa repetición tiene su origen en las siguientes palabras de Colón a Isabel la Católica: «Vengo de Génova, donde nací”. Noell recuerda a propósito de este error por repetición, las palabras del jurisconsulto español Altamira, al decir «que es una petrificación de un error histórico”.
Ya habían notado muchos escritores que había pocos rasgos del carácter italiano en la manera de ser de Colón. Humbold decía “que el celo religioso de Colón no había surgido de Italia, sino que era típicamente español”.
¿Tuvo alguna razón Cristóbal Colón, de esas que embargan el ánimo y privan de toda independencia. para decir a la Reina Católica que procedía de Génova?
Y dice Noell que tenía no sólo una razón o motivo para expresarse con falsía, sino que fueron tres.
Primera: la obsesión del proverbio bíblico bien conocido en España, nación profundamente religiosa, que “Nemo est propheta in patria sua”. Nadie es profeta en su patria.
Ni es posible, añade Noell, que Cristóbal Colón al hablar así a la reina Isabel, recordase que el Almirante Bonifacio, que muchos años antes había pasado ante el Rey Fernando de Castilla como genovés para obtener la sanción de proyectos que, de otro modo, no le hubiesen sido aprobados.
Segunda: Cristóbal Colón, había nacido en Galicia, cuya Provincia en la guerra civil anterior al reinado de Doña Isabel, era toda ella partidaria de Doña Juana contra Doña Isabel.
Y es evidente que no hubiera sido apropiado que Cristóbal Colón se presentase a Doña Isabel como natural de una Provincia de España que trató de privarla del Trono.
Tercera: Si Cristóbal Colón era de origen judío, era una razón, quizás la más poderosa de todas, para no revelar a la Reina Isabel el secreto de su religión judaica, que era intensamente anti-semita.
Escritores del tiempo de Colón, las observaciones de sus amigos v compañeros y las cartas de su hijo don Fernando Colón, que existen en el Artíhivo de Indias de Sevilla, indican que Oistóbal Colón tenía los rasgos físicos, mentales y morales, inequívocos de la raza judía, tanto de sus cualidades como de sus defectos.
Esos motivos se consideran como razones por las cuales Cristóbal Colón quiso guardar el secreto de su origen español.
Después hay otras coincidencias y sucesos que también autorizan a pensar que Cristóbal Colón quisiese guardar el secreto de su origen español.
En Génova no se manifestó ningún regocijo por el descubrimiento de América en 1492 y ni un solo habitante de esa ciudad hubo que manifestase su orgullo o contento por el descubrimiento de América.
Y sólo un siglo después fué cuando apareció allí ese contento por la obra maravillosa de Cristóbal Colón, levantándole estatuas, dedicando poesias a su memoria y enorgulleciéndose del origen italiano de Cristóbal Colón, a quien llamaban Christóforo Colombo.
España, claro está, no tiene inconveniente en que se honre a Colón en todas partes del inundo, es decir a Christóforo Colombo, comerciante de vino en la hermosa ciudad de Génova, pero los honores de descubridor del Nuevo Mundo y de navegante insigne, deben reservarse para Cristóbal Colón, el español natural de Porto Santo, en Galicia.
Sobre esto el historiador español Beltrán y Rozpide dice: “El descubridor de América no puede ser el dibujante Christóforo Colombo,
porque el navegante, Cristóbal Colón, dice en sus cartas, que se hallan en el Archivo de Sevilla, que todos sus antecesores fueron marinos.
Además se sabe por las cartas de Colón, que de los años 1470 a 1473 navegó sin interrupción por todos los mares conocidos, mientras que de los documentos que se refieren al Colombo genovés se sabe que en 1470 estaba. en Genova.
En estos documentos de Genova consta que el Colombo genovés compareció el trece de octubre de ese año de 1470, ante el Notario Jacopo Calci como menor de edad acompañando el consentimiento de su padre; y en el trece de Octubre de ese mismo ano compareció ese Colombo genovés ante el Notario de Rag- gio. diciendo que tenía diez y nueve años de edad.
Y como Cristóbal Colón murió en Valladolid en 1503 a la edad de setenta y tres años, en 1470 debía tener treinta y siete años y no diez y nueve como el Colombo italiano.
Además el navegante Don Cristóbal Colón nunca se llamó a sí mismo Colombo. En todas sns cartas, y hasta en las negociaciones con el Key de Portugal, antes de tratar con la Reina Isabel, siempre se llamó a sí mismo Cristóbal Colón, y este nombre no es italiano, sino geiminamente español y el cual tienen’ hoy romo apellido muchas familias españolas.
Es sabido que en Porto Santo, de Galicia, se ha descubierto una inscripción en los muros de una casa que dice: Colón, año 1490.
CRISTBAL COLON, el más grande de los Descubridores de todos los tiempos, español, de conformidad con los más (serios estudios realizados durante los últimos treinta años, por eminentes y laboriosos historiadores que pusieron a contribución de tan noble como plausible tarea, todas las ramas del moderno saber humano. Sólo el prurito de puro formalismo documental de nuestra Academia do la Historia da motivo a que se siga discutiendo una cuestión que hace tiempo está resuelta en la conciencia de todas las personas desapasionadas.
COLON NO HABLABA MAS QUE ESPAÑOL
Todas las cartas de Cristóbal Colón y otros de sus escritos, tales como Las Profecías, y hasta sus notas privadas, están en español, con excepción de dos cartas escritas en italiano muy malo, del llamado macarrónico. Cierto que tampoco el castellano de Colón era de una fuerza extraordinaria, pues que nació y se crió en Galicia, y en España nos codeamos con gentes muv cultas, como por ejemplo don Eugenio Montero Ríos, que tenía un acento gallego muy marcado; y Cristóbal Colón cuando tenía una falla en el castellano, era una o varias palabras en galaico.
El doctor Noell añade que Cristóbal Colón (lió el nombre de sitios bien conocidos por el sur de Galicia, a las nuevas tierras y mar°s filie iba descubriendo, detalles éstos interesantes,pero que han «ido bien notados por otros autores.
A la Isla de S. Salvador, que fue la primera en que puso su planta Cristóbal Colón desde cuya ni aya elevó la primera oración de gracias a Dios por el descubrimiento del Nuevo Mundo, la llamó San Salvador y nunca (lió, ni por casualidad, un nombre italiano a las tierras que descubría. San Salvador era el nombre del pueblo en que nació Colón.
Y cuando Colón desembarcó en Cuba (lió al primer punto que vió el nombre de Porto Santo, que es el de la ensenada donde están las ruinas de la casa llamada de Colón.
La firma de Colón que sólo se puede descifrar con ayuda del dialecto o idioma gallego dice: “Jesus María y José, salvadme, que soy mensajero de Cristo”.
Cada día se irán haciendo nuevos descubrimientos que comprueben más y más que Cristóbal Colón era español.
“El apellido del Descubridor de América no tiene relación alguna con los Colom- bo genoveses, ni con los Colón de Pontevedra, ni con los Colom de Córcega o de nuestras tierras de Levante, ni con alguno de los considerados, hasta ahora, como , ascendientes del Descubridor. El Colón de Don Cristóbal es, simplemente, otra forma más del sobrenombre de “Coulon” o “Coul- lon”, con que fue conocido en Francia su pariente el vicealmirante de Luis XI, Guillermo de Casenove.”
Mi afirmación no pudo ser más clara y sencilla, y pasado mi informe a la Comisión de Indias, tuve la satisfacción de escuchar, en la sesión siguiente, que la Comisión consideraba interesante el informe por mí presentado y me pedía lo documentara.
En apoyo de lo que afirmaba, ya hice en mi informe una ligera exposición de cuáles eran los documentos base de mi tesis. Considero que la mejor manera de documentar ésta, es ir aportando las pruebas cronológicamente, tal como fueron apareciendo en crónicas e historias. Y como, en realidad, versan en su mayor parte sobre el primero de los Almirantes Colón, famoso corsario gascón, al servicio de Francia, comenzaré refiriéndome a Alonso Fernández de Falencia, primer cronista castellano que lo cita, en el capítulo VII del libro 24 de su famosa obra «Los treinta libros de los anales de España”, escrita en latín y traducida al castellano por el ilustre archivero señor Paz y Melia.
La acción que transcribimos ocurrió a mediados del año 1475, antes de que se firmara el Tratado de alianza de 8 de septiembre de dicho año, entre don Alfonso V de Portugal y Luis XI de Francia.
“Infestaba el mar de Occidente un pirata llamado Colón, natural de Gascuña, al que sus afortunadas expediciones habían permitido reunir gruesa armada y ostentar el título de Almirante del rey de Francia. Por él se habían hecho los franceses aptos para la navegación porque antes se les consideraba o desconocedores de tal ejercicio, o poco experimentados en las expediciones náuticas. Después de combatir largo tiempo en Francia con los ladrones, casos adversos de fortuna le sumieron en la desgracia, y ya hacia la mitad de su vida, se consagró a la del mar y <se enriqueció rápidamente merced a sus crueles y pérfidos procedimientos de pirata.”
“Buscó para compañeros a algunos vascongados, gascones, ingleses y alemanes, aficionados a aquella vida; construyó una gruesa nave reforzada en las bandas con fuertes vigas, para resistir el choque de las máquinas enemigas; inventó otras de diversos géneros y en épocas determinadas salía del puerto de Harfleur, plaza de Normandia, en la costa del océano, frontera a Inglaterra, y atacando furiosamente a cuantas naves mercantes se encontraba en la travesía, se apoderaba de sus riquezas.”
“En esas correrías habla llegado a las , costas de Portugal y al Estrecho de Cádiz, dirigiendo sus principales ataques contra portugueses y genoveses, por lo que el rey de aquella nación, don Alfonso, aliado entonces del inglés contra Francia, había enviado una armada en persecución del pirata…”
“Entre tanto, el rey Luis, ya amigo de don Alfonso de Portugal, deseando desahogar con España un innato prurito de guerra, antes de declararla, mandó a Colón que se reuniera con los marinos portugueses. Arribó el pirata a las costas de Lisboa y entró en la desembocadura del Tajo, con siete gruesas naves, y púsose en espera de los mercaderes vascongados que llevaban a Flandes vino, aceite y otros géneros. Muy ajenos estaban ellos de temer nada de Colón, con quien tenían frecuentes tratos, a quien algunas veces habían acogido benignamente y en cuyas naves iban muchos marineros de Vizcaya, Confiados, además, en el afecto que los de estas provincias se profesan cuando están lejos de ellas, nada recelaban del pirata, pero éste, al divisarlos, cuando doblaban el Cabo de San Vicente, puso hacia ellos las proas. Seguros entonces de que venían a su encuentro marchaban confiados a recibir al que creían amigo, sin cuidarse, por tanto, de tomar las armas, y según costumbre de la gente de mar, le preguntaron con qué intención venían en su busca. Colón, dándose por muy amigo de los patrones de las naves, se limitó a indicar pasasen a la suya para ver por las relaciones de carga, si entre la de los andaluces habían introducido alguna los genoveses. Sin demora obedecieron los incautos vascongados y el pérfido pirata les obligó traidoramente a que le entregasen las nueve naves. Dos lograron huir merced a la astucia de cierto vascongado, pero se apoderó de las otras siete y envió a Inglaterra a vender el cargamento de vino y aceite, géneros de que allí se carece.”
1) Facsímil de la carta del Rey Juan II de Portugal, que constit la mejor prueba del parentesco don Cristóbal Colón con el almirante corsario gascón Guillermo de Casenove. Ambos eran bien conociodos por Don Juan, desde que éste, 1474, había asumido la dirección de los asuntos de Harina por delegación de su padre, Don Alfonso.
2) Circular cursada por los Cónsules de Mar de la ciudad de Barcelona a to las villas, castillos y lugares de la 00 de Levante, avisando estén alerta por I ber sido avistado en la costa de Valen a un corsario llamado Colón con una armada de siete naos el 20 de septiembre. La circular es de 6 de octubre de 14 Esta circular prueba la verdad de la armación hecha por Cristóbal Colón a Reyes Católicos en su carta dirigida desde Cuba en 1495, refiriéndoles el intento que tuvo hallándose como corsario al vicio del Rey Renato de Anjou, pretendiente a las coronas de Aragón y Sicilia de atacar a la galera “Fernandina”, que no llegó a ejecutar por haberse enterado que estaban con ella otras dos na y una carraca. Fue sin duda como capitán de una de las naos de su pariente corsario Colon, en su expedición al Mi diterráneo en ayuda del pretendiente.
La amistad del corsario con los capitanes vizcaínos, y el hecho de llevar en su armada una buena parte de la marinería vizcaína y gascona, parece indicamos como lugar de su nacimiento, algún pueblo próximo a la frontera franco-española.
La miserable acción que acabamos de relatar, cometida como hemos indicado a mediados de 1475, debió de tener gran resonancia en el pueblo vascongado con el que siempre, hasta entonces, había estado en excelentes relaciones.
Al año siguiente, declarada ya la guerra entre España y Francia, salió el almirante Colón de Harfleur, con nueve grandes naos, camino de Fuenterrabía, y al pasar por Brest, encontró en su puerto cuatro naos de súbditos del Bey Católico, logrando apoderarse de dos de ellas, a cuyas tripulaciones aniquiló. Las otras dos pudieron huir. Llegado a Fuenterrabía el día 8 de julio, en ayuda del ejército de tierra del rey de Navarra, estuvo diez días a la vista de dicho puerto, y desembarcó su gente, “y con la que había en la Fuerza de la villa (cuenta Isasti en su Compendio Historial de Guipúzcoa), hubo un recio encuentro y volvió el corsario a sus navíos con pérdida de cien hombres”.
Seguimos con los “Anales de España”, de Alonso de Palencia, que nos relata en su libro XXVn, capítulos IV, V y VI la segunda aparición del almirante Colón por las costas de España. El Capítulo IV termina con los párrafos siguientes referentes al corsario y a su partida de Fuenterrabía.
“Al dirigirse a Bermeo, una recia tormenta arrojó al mayor de sus navíos contra la costa enemiga, y viendo a los otros empujados sobre las rocas a punto de estrellarse, dio rápidamente orden de salir a alta mar. Al dar vista a las costas de Asturias y Galicia, trató de compensar con alguna póresa la pérdida de su navio, mas al querer atacar a Bibadeo, los vecinos, ya prevenidos a la defensa con tropas auxiliares, le mataron mucha gente, y de tal modo le escarmentaron, que amedrentado con el doble descalabro huyó a Portugal en busca de tranquilo refugio.” Efectivamente debió de huir, sin detenerse a ayudar a Pontevedra, Vivero y Bayona, que se habían alzado en Galicia a favor del rey de Portugal, y que fueron, pocos días después, tomadas por la Escuadra de treinta navios que, al mando de don Ladrón de Guevara había ordenado el Bey Católico se organizara en Guipúzcoa y Vizcaya para salir en persecución del corsario, y que sólo se tardó días en organizar. Isasti, en su Compendio historial antes citado nos cuenta este episodio y agrega que “el rey don Femando se hallaba entonces en Galicia y visto lo que hicieron los guipuzcoanos alabólos mucho con palabras públicas, de grande honor y agradecimiento, porque en estas guerras derramaron tanta sangre propia y de sus enemigos. en servicio de su Beal Corona”.
En el capítulo siguiente, V del mismo libro, nos describe Palencia el terrible combate del Cabo de San Vicente, que tuvo lugar, aproximadamente, un año después de la traición llevada a cabo por el corsario Colón a sus amigos los vascongados, y en el mismo emplazamiento de aquel suceso, el 7 ó el 12 de agosto de 1476.
“Exasperado Colón con el naufragio de su nave junto a Bermeo y con el daño recibido en el ataque a ribadeo, anunció al rey de Portugal en cuanto entró en el puerto de Lisboa, que había resuelto barrer de de las costas andaluzas hasta el Estrecho de Gibraltar, cuantas embarcaciones encontrase. Llegó de seguida la noticia del ataque del Castillo de Ceuta y entonces don Alfonso reunió gran número de sus nobles y a toda prisa despachó dos galeras que habían escapado a los pasados desastres, la “Beal” y la “Lope Yáñez”, las tripuló con gran número de portugueses que también embarcaron en las once de Colón y las envío a la defensa de aquella plaza. Al mismo tiempo zarparon del puerto de .Cádiz, con rumbo a Inglaterra, tres gruesas naves genovesas, una galera grande y otro navio flamenco llamádo de Pasquerio, sin temor a otro peligro que el de las tormentas, por la magnitud de las embarcaciones y la numerosa tripulación, aumentada entonces por la previsión de experimentados genoveses para asegurarse contra los ataques de Colón. La fortuna lo dispuso de otro modo. Al divisar estas cinco embarcaciones, las trace unidades del rey de Portugal y de Colón, destacó éste una carabela a enterarse de quiénes eran y qué se proponían. Contestaron los genoveses que bien conocía Colón la firme alianza que con los franceses tenían, en cuya virtud disfrutaban de libre navegación por todos los mares. Pero él, con igual astucia que la emplead» con los obedientes vascongados, dijo qué el almirante, los maestres de las naves y los principales mercaderes podían pasar a la suya para enseñarle sus papeles. Como los genoveses no habían olvidado la pérfida conducta del pirata, se negaron a lo propuesto y empuñaron las armas. Adelantóse entonces Colón con la “Real” contra una de las tres galeras genovesas; la “Lope Yáñez” se arrimó al costado de otra, y una tercera clavó su arpón en la elevada, borda de la flamenca de Pasquerio. Las otras dos galeras genovesas, seguras de los ataques de las naves más pequeñas del pirata, auxiliaban a los suyos. Ante la tenaz resistencia de las galeras genovesas, Colón dio orden a otra de las suyas, también atestada de combatientes escogidos, de arrimarse al otro costado, a fin de apoderarse antes de ella entre las dos. No veía otro recurso más eficaz para combatir que el empleo de los artificios de fuego, con los que haciendo volar por los aires llamas de azufre y chispas encendidas, aterraba y vencía a sus enemigos. En aquella ocasión, sin embargo, unos y otros sufrieron el daño, porque cuatro naves del pirata, la “Real”, la pegada al costado de la genovesa, la que combatía con la galera grande y la que trataba de incendiar la flamenca, fueron, como las enemigas, presa de las llamas. Siete quedaron casi destruidas, y también hubieran sido las otras dos genovesas al no haber logrado extinguir rápidamente él fuego que empezaba a prender en ellas. Al defenderse de los ataques de otras embarcaciones, perdieron gran parte de la gente. También perecieron todos los genoveses y alemanes de las otras galeras, menos ciento cincuenta que se salvaron a nado y recogieron las carabelas portuguesas, cuyos tripulantes miraban, desde la playa de Lagos, qué término tendría aquel encarnizado combate que duraba diez horas. Quinientos nobles portugueses perdieron allí la vida, hundidos en las aguas a causa del peso de las armaduras. Además, dos mil franceses y portugueses perecieron entre las llamas o al filo de las espadas. Colón, con unos pocos, logró a duras penas subir a otras naves. Tal fue el terrible desastre de este pirata, tan funesto también para los ladrones franceses y para la nobleza lusitana…”
“Perdiéronse siete grandes naves, a saber: cuatro de Colón y portuguesas, una de las tres mayores genovesas y la urca y la corbeta de Flandes. Lograron arribar a Cádiz dos de las genovesas, cuya tripulación lamentaba tristemente la pérdida de la mayor parte de sus compañeros en el combate. Ocurrió éste el 7 de agosto de 1476, no lejos del Cabo de Santa María, en la costa andaluza, a unas noventa millas de Sanlúcar de Barrameda. Achacaban algunos el desastre de las dos armadas a la fortuna del rey don Fernando, por ser genoveses y portugueses enemigos de la Corona aragonesa y del poder de Castilla. Don Femando, sin embargo, lamentó mucho el descalabro de los primeros, porque trataba de reconciliarlos con los catalanes y hacerlos amigos de los castellanos, siguiendo los consejos de su tío don Fernán- do de Ñapóles, que, a la sazón, negociaba alianza con los genoveses y quería tener a su lado por auxiliar en esta negociación a su sobrino.”
El relato del mismo combate que nos da Mosén Diego de Valera en el capítulo XXI de su “Crónica de los Reyes Católicos”, en nada difiere de la anterior, por cuyo motivo lo omitimos, no sin indicar que Mosén Diego nos señala como fecha la del 12 de agosto, en lugar del 7 que nos fija Patencia.
Cotejando estos relatos con los de fray Bartolomé de las Casas, en su “Historia de las Indias”, y don Femando Colón, en la Biografía de su padre, nos encontramos que éstos señalan la presencia de Cristóbal Colón en el combate (cosa que Falencia y Valera ignoraron) y que afirman, al mismo tiempo, que Cristóbal Colón era pariente del almirante corsario. Como estas afirmaciones tienen una importancia capital en nuestra prueba, vamos a dar cuenta de ellas, transcribiéndolas literalmente. Comenzamos por las de fray Bartolomé.
“Según todos afirman, este Cristóbal era genovés de nación; sus padres fueron personas notables, en algún tiempo ricos, cuyo trato en manera de vivir debió ser por mercaderías por la mar, según él mismo da a entender en una carta suya; otro tiempo debieron ser pobres por las guerras y parcialidades que siempre hubo y nunca faltan en Lombardía. El linaje de suyo dicen que fue generoso y muy antiguo, procediendo de aquel Colón, de quien Comelio Tácito trata en el libro XH al principio, diciendo que trujo a Roma preso a Mitridates, por lo cual le fueron dadas insignias consulares y otros privilegios por el pueblo romano, en agradecimiento a sus servicios. Y es de saber que antiguamente el primer sobrenombre de su linaje dicen que fue Colón; después el tiempo andando» se llamaron Colombos los sucesores de dicho Colón romano o capitán de los romanos…, pero este ilustre hombre, dejado el apellido introducido por la costumbre, quiso llflimirsp Colón, rAgtit.iiyp»r>ringo al vocablo antiguo.”
Hace más de sesenta años que Henry Vignaud, en sus “Etudes Critiques sur la vie de Colomb”, descubrió que este cuento, que relatan Don Femando y Fray Bartolomé, del Colón, capitán romano, citado por Comelio Tácito “en su Libro XH, al principio”, no tenía base alguna. El historiador francés demostró que en el texto de Tácito el que lleva preso a Roma a un Rey Mitridates, y recibe como premio las insignias Consulares, se llama Junius Cibo, y no Colón. Difícilmente podría derivarse de Cibo el apellido Colombo, pero no menos difícil seria el explicamos cómo Don Crstóbal, “dejado el apellido introducido por la costumbre, quiso llamarse Colón, restituyéndose al vocablo antiguo”.
También conviene señalar en este párrafo de fray Bartolomé, el parecido existente de los antecedentes de los padres de Colón, “personas notables, en algún tiempo ricos”, con los que del propio Guillermo de Casenove, nos dejó Alonso de Falencia: y la afirmación que sigue de “cuyo trato en manera de vivir debió ser por mercaderías por la mar, según él mismo da a entender en una carta suya”, tan distinta de la supuesta en la tesis genovesa.
Después de estudiar lo que, referente al origen del apellido Colón, aparece en el capítulo n de la Historia citada de fray Bartolomé, pasamos ahora al capítulo IV en que nos hace una relación del combate, dándonos cuenta antes de la razón polla cual don Cristóbal tomaba parte en él.
“Como fuese, según es dicho, Cristóbal Colón tan dedicado a las cosas y ejercicios de la mar, y en aquel tiempo anduviese por ella un famoso varón, el mayor de los corsarios que en aquellos tiempos había, de su nombre y linaje, que se llamaba Columbo Júnior, a diferencia de otro que había sido nombrado y señalado antes, y aqueste Júnior trajese grande armada por la mar contra infieles y venecianos, w otros enemigos de su nación, Cristóbal Colón determinó ir e andar con él, en cuya compañía estuvo y anduvo mucho tiempo. Este Columbo Júnior, teniendo nuevas que cuatro galeazas de venecianos eran pasadas a Flandes, esperólas a la vuelta entre Lisbona y el Cabo de San Vicente, para asirse con ellas a las manos; ellos juntados, el Columbo Júnior a acometerles y las galeazas defendiéndose y ofendiendo a su ofensor, fue tan terrible la pelea entre ellos, asidos «tinos con otros con sus garfios y cadenas de hierro, con fuego y con las otras armas, según la infernal costumbre de las guerras navales, que desde la mañana hasta la tarde, fueron tantos los muertos, quemados y heridos de ambas partes, que apenas quedaba quien de todos ellos pudiese ambas armadas, del lugar donde se toparon, una legua mudar. Acaeció que en la nao donde Cristóbal Colón iba o llevaba quizá a cargo, y la galeaza con que estaba aferrada, se encendiesen con fuego espantable ambas, sin poderse la una de la otra desviar, los que en ellas quedaban aún vivos ningún remedio tuvieron sino arrojarse a la mar; los que nadar sabían pudieron vivir sobre el agua algo, los que no, escogieron antes padecer la muerte del agua que la del fuego, como más aflictiva y menos sufrible para la esperar; el Cristóbal Colon era muy buen nadador y pudo haber un remo que a ratos le sostenía mientras descansaba, y así anduvo hasta llegar a tierra que es^ taría poco más de dos leguas de donde y adonde habían ido a parar las naos con su ciega y desatinada batalla…”
“Ansí que llegado Cristóbal Colón a tierra a algún lugar cercano de allí y cobrando algunas fuerzas del tullimiento de las piernas, de la mucha humidad del agua y de los trabajos que había pasado, y curado también, por ventura, de algunas heridas que en la batalla había recibido, fuese a Lisbona que no estaba lejos.»
Veamos lo que nos refiere don Fernando Colón sobre el por qué se halló su padre en el combate de San Vicente. No recogemos el relato que hace de este combate por parecerse extraordinariamente al que hemos transcrito de fray Bartolomé. En el capítulo V nos dice don Femando lo siguiente: “El principio y causa de la venida del Almirante a España y ser tan dado a las cosas del mar, fue un hombre muy señalado de su apellido y familia, muy nombrado por mar por la Armada que gobernaba contra los infieles y también la de su patria. Tal era su fama que espantaba con su nombre hasta a los niños en la cuna. Es creíble que este sujeto y su Armada fueron muy grandes, pues una vez apresó con ella cuatro galeras venecianas gruesas, cuya grandeza y fortaleza no será creída, sino de quien las hubiera visto armadas. Llamaron a este general Colombo el Mozo, a diferencia de otro más antiguo que fue gran hombre de mar.”
Antes, en el capítulo I de la Biografía de su padre, nos declara su incertidum- bre sobre el origen de su apellido con las siguientes palabras:
“El Almirante, conforme a la patria donde fue a vivir y a empezar su nuevo estado, limó el vocablo para conformarle con el antiguo y distinguir los que procedieran de él, de los demás que eran parientes colaterales, y así se llamó Colón; esta consideración me mueve a creer que así como la mayor parte de sus cosas fueron obradas por algún misterio, así en lo que toca a la variedad de semejante nombre y sobrenombre no deja de haber algún misterio.”
Del cotejo de estas cuatro relaciones resulta evidente que fray Bartolomé y don Fernando hacen referencia con su almirante Colombo el Joven al almirante corsario Colón, falseando su nacionalidad y su sobrenombre y falseando al mismo tiempo las nacionalidades del atacante y del atacado. El combate, como se demuestra claramente por los relatos de Palencia y Valera, fue entre la escuadra aliada franco-portuguesa, a las órdenes del pirata y la escuadra genovesa. Es de suponer que en esta acción iba don Cristóbal a las inmediatas órdenes de su pariente, y es seguro que el recuerdo de su participación en esta batalla le quemaba de remordimientos su conciencia, cuando al otorgar en Valladolid, viendo ya cercana su muerte, en 19 de mayo de 1505, agregó a continuación de su codicilo, una Memoria o relación de ciertas personas a quienes manda se entreguen determinadas cantidades, indicando “háseles de dar en tal forma que no sepa quien se las manda dejar”, y en ella figuran parte de los propietarios de los navios genoveses atacados en el combate del Cabo de San Vicente.
Por otra parte, al atribuir Fernando Colón al Almirante genovés que llama “Colombo el Joven”, entre sus hazañas, la de las cuatro galeras venecianas que los historiadores franceses la cuentan como una de las más famosas del Almirante corsario Colón lo identifica claramente con éste.
Entre los partidarios del Colón genovés hay todavía quien sostiene, para no aceptar que el Descubridor venía en la Armada del corsario, que don Cristóbal formaba parte de una de las tripulaciones de Génova. Don Salvador de Madariaga, autor de la—a mi juicio—mejor biografía que se ha escrito sobre el Descubridor (obra que he consultado muchas veces para escribir este trabajo), siempre ecuánime, como debe ser un verdadero historiador, da en su nota 9 al capítulo V de su “Vida del muy magnífico señor don Cristóbal Colón” dos argumentos en contra de los que afirman figuró éste como combatiente genovés. El primero que como han probado eruditos italianos no figura el nombre de Colón en la lista de ninguna de las tripulaciones genovesas, y el segundo que si Vignaud aduce que en el testamento de Colón, como es cierto, lega ciertas cantidades de dinero a algunos genoveses, lo hace, como ya indicamos anteriormente, movido indudablemente por remordimiento de conciencia. También resulta para la tesis genovesa, no menos extraordinario, que don Bartolomé Colón, hermano de don Cristóbal, hijo según esa tesis, de modestos artesanos genoveses, viviera hospedado un año aproximadamente en el Palacio Real de París, en la parte de él en que habitaba madanie Ana de Beaujeu, hermana entera de Luis XI y regente que había sido de Francia. Esto es comprensible siendo don Bartolomé sobrino del vicealmirante Casenove, pero no de una modesta familia de taberneros italianos. Recuérdese que esto sucedía en el siglo XV.
Llegado a nado Cristóbal Colón, según nos cuenta don Fernando y fray Bartolomé, al puerto de Lagos, de aquí pasó a Lisboa, donde conoció según manifiesta fray Bartolomé “en un monesterio que se decía de Santos, donde había ciertas Comendadoras (de que Orden fuese, no puede haber noticia) donde acaeció tener práctica y conversación con una Comendadora de ellas, que se llamaba doña Felipa Moñiz, a quien no faltaba nobleza de linaje, la cual hubo finalmente con él de casarse. Esta era hija de un hidalgo que se llamaba Bartolomé Moñiz del Perestrello, caballero criado del infante don Juan de Portugal”.
Ignoramos si fue verdad lo del monasterio, pero sí lo fue el matrimonio con doña Felipa, y probada la nobleza de su linaje, a poco que se conozca la organización social del siglo XV, con la diferenciación de clases, se comprenderá la imposibilidad de que un aventurero genovés, hijo de un tejedor tabernero, se casara con una noble portuguesa, relacionada con la familia real.
Su parentesco con el almirante corsario Colón fue lo que sin duda le f acilitó el situarse en el lugar que le correspondía y abandonar su arriesgada profesión de corsario. Más tarde, sus tratos con navegantes portugueses algunos de ellos descubridores, le llenaron su imaginación, ya de natural fantástica, de ensueños de llevar a cabo grandes descubrimientos. Atrevióse como consecuencia a proponer al rey _ don Juan II sus proyectos. Como estaban basados en el cálculo erróneo de don Cristóbal sobre la longitud del grado ecuatorial, no fueron aprobados, por lo cual, y habiendo muerto doña Felipa, pasó a España en el otoño de 1484, pensando que quizá en ella encontraría la ayuda que necesitaba.
Llegado a tierras, de Huelva, parece lógico suponer que su‘primera visita fuera en ellas dedicada a sus dos concuñados que residían en aquella ciudad, Pedro Correa y Miguel de Muliart, y que éstos fueran
los que le recomendaran visitar en el convento de Santa María de la Rábida al padre franciscano fray Juan Pérez. Hay que pensar que el Descubridor llevaba consigo, además de un equipaje en el que abundaban los libros, a su hijo Diego, de cinco años de edad. La llegada de don Cristóbal a La Rábida, como antes indico, debió ser preparada con anticipación. El Cristóbal Colomo extranjero, presentado como tal por fray Juan Pérez a los duques de Medinasidonia y Medinaceli, y al que este último sigue llamando Colomo en 1493, al regreso triunfante del Descubridor, hace pensar que recién llegado a La Rábida, fray Juan Pérez supo, o sabía ya de antemano, quién era su visitante. En cuanto el asunto pasó a manes de los Reyes Católicos, fray Juan Pérez debió exponer a éstos la verdad. No era el Rey Católico persona fácil de engañar, y es seguro que si no se lo hubiera declarado el religioso, lo hubiera él averiguado, ordenando se hicieran toda clase de pesquisas con objeto de conocer la procedencia y cuanto en su vida había realizado el Descubridor.
En el año 1487, el 5 de mayo, figura cobrando “Cristóbal Colomo extrangero” tres mil maravedís de la tesorería de los señores Reyes Católicos. En 17 de agosto se le paga por la misma tesorería otros cuatro mil maravedís más. Al año siguiente de 1488, en 18 de julio, Cristóbal Colomo cobra otros tres mil maravedís. Pero no terminan en esto las ayudas prestadas a Cristóbal Colomo “extrangero” por los Reyes Católicos, pues el 11 de mayo de 1489, por una real cédula, ordenan que tanto a Colomo como a los suyos “se les den buenas posadas sin dineros”.
Al parecer cobrando como “Cristóbal Colomo extrangero”, cosa desusada entonces en la Tesorería Real, sin expresar la naturaleza del cobrador, hace creer se trata de algún secreto de Estado, que convenía, cuantío menos de momento, no aclarar. Al firmar las capitulaciones redactadas, como se sabe, por el gran protector del Descubridor, fray Juan Pérez, y el tesorero de Aragón Coloma, firma por primera vez el futuro Almirante como “Cristóbal Colón”, con el sobrenombre con que hasta entonces era conocido en el extranjero.
El Rey Católico perdonó, sin duda, y dio al olvido los ataques que de los dos corsarios Colón, Cristóbal y su pariente, había recibido en sus navíos y en las costas de sus territorios.
Ahora bien, en 10 de marzo del año 1488. es decir, un año anterior a la Real Crédula citada, Cristóbal Colón había recibido una carta del rey de Portugal, en la que. contestando a una que Colón le había dirigido, le daba aquel monarca seguridades para mi ida a aquel reino. En ella el rey en el sobrescrito dice:
“A Xpoual Collon noso especial amigo en Sevilla”, y en el texto de la carta aparece dirigida a “Xpoual Colon”.
“Nos Dom Joham per graza de Déos, Rey de Portugal!, á dos Algarbes; da aquem é da allem mar om Africa; Senhor de Guiñee vos enviamos muito saudar…” a XX días de marzo de 1488. El Rey.”
Esta carta de don Juan II es la que más valor tiene para la prueba del parentesco de don Cristóbal Colón con el corsario Colón, vicealmirante de Francia. Don Juan II de Portugal fue encargado por su padre el rey don Alfonso V, en el año 1474, de la dirección de las Armadas y descubrimientos geográficos del reino vecino. Fue. por tanto, quien con el corsario francés organizó el ataque a los puertos españoles en el -estrecho -de Gibraltar, que jio llegó a realizarse como consecuencia del desastre de la Armada franco-portuguesa en el combate antes citado del cabo de San Vicente. El corsario había muerto en 1483, y el hecho de concederle, tanto en la carta como en el sobrescrito, los sobrenombres de Colón y Collón, que usó el corsario, demuestra claramente—a mi modo de ver—que al rey don Juan le constaba el cercano parentesco que unía al Descubridor con el almirante francés, y que le daba dos de los sobrenombres que éste usó y con los que fue conocido, pareciendo considerarle hasta cierto punto como uno de sus herederos. Este testimonio del parentesco es el tercero, ya que anteriormente hemos señalado las declaraciones sobre el mismo, dadas por fray Bartolomé y por don Femando.
Existe un cuarto testigo de este parentesco y es el propio don Cristóbal, que en la carta que lleno de amargura escribió al llegar a España preso en 1500, a dona Juana de la Torre, ama del príncipe don Juan, le dice: “Yo no soy el primer almirante de mi familia.” Y esto era cierto, porque el primer almirante Colón conocido en España fue, como queda demostrado, el corsario francés, y el segundo almirante que llevó el sobrenombre de Colón fue don Cristóbal.
Precisa averiguar ahora cómo se llamaba el que hasta entonces, sin nombre propio, figuraba como almirante francés Colón.
El historiador francés Henry Vignaud nos dice en sus “Etudes critiques sur la vie de Colomb”, en el capítulo I, que se titula: “Colomb, corsaire fameux, grand homme de mer”. “Guillaume de Caseno- ve, dit Coullon”. “Son véritable nom”, “Fernand Colomb, comme on l’a vu, parle de deux Colombo célébres, membres de sa fa- mille, dont l’un, marin redoutable, était appelé le Jeune, pour le distinguer de l’autre qui était également un grand homme de mer. C’est tout ce qu’il dit de ce demier. Mais dans les documents et écrits du temps, on trouve nombre de mentions de ce personnage sous les noms de Colombo, Columbus, Cullam, Colon et méme Coror. En France, il était connu sous le nom de Coullon, dont les Italiens ont fait Colombo. Nous savons que c’est bien de lui que Fernand Colomb a vou- lu paiier, parce qu’il eut souvent maüle á partir avec les Siciliens, les Génois, les Flamands, et les Castillans, et que les documents contemporains oü ces incidents sont mentionnées le désignent sous les différents noms qui viennen d’étre rappelés.
On sait aujourdliui que c’était un cadet de Gascogne qui s’appelait de son véritable nom, Guillaume de Casenove.”
Como se ve el origen gascón señalado por Alonso de Falencia en sus Anales Queda confirmado con lo que nos dice Hen- ry Vignaud. Probado como queda anteriormente el parentesco de don Cristóbal con el corsario Casenove, del cual heredó su sobrenombre de Colón, dicho parentesco y herencia hacen presumible el origen también gascón de don Cristóbal. Las manifestaciones de diversos testigos de que al Descubridor se le sentía extranjero en Castilla y que en su manera de hablar el castellano se le conocía que no era natural del Reino de los Reyes Católicos eran, desde luego, ciertas y lógico el que se lo notaran. Su idioma nativo fue probablemente el gascón, o acaso el vascuence, idiomas que hablara con sus familiares y con la marinería. Los gascones, vascones romanizados, de origen ibérico, es decir, hispano, habían ocupado en la antigüedad toda la Aquitania, que comprendía desde el nacimiento del Garona en los Pirineos hasta su desembocadura en Burdeos, y la costa del llamado golfo de Gascuña hasta la provincia de Labourd.
Dadas las relaciones que Guillermo tenía con los vizcaínos y los gascones, según hemos podido ver en los textos de Alonso de Palencia, el nacimiento de estos dos almirantes Colón debió tener lugar en el antiguo reino de Navarra, frontera con la provincia de Guipúzcoa, o acaso en la misma Guipúzcoa. Calculando los años en que ambos actuaron, si nacieron en Navarra, es muy posible fuera en tiempos en que el rey don Juan 31 de Aragón, como marido entonces de doña Blanca de Hebreux, su primera mujer, era rey consorte de dicho reino. Por muerte de doña Blanca recayó su corona en su hijo, el noble, culto y desgraciado don Carlos, príncipe de Viana, habiendo don Juan contraído segundo matrimonio con doña Juana Enrí- quez. madre del Rey Católico, surgieron graves desavenecias entre el príncipe y su padre, a poco de ser aquél coronado. Estas desavenencias terminaron en una sangrienta guerra civil, en la cual; Navarra y sus alrededores fueron campo de batalla durante años entre beamonteses y agramenteses: los primeros partidarios de don Juan y los segundos del príncipe.
Los Casenove, tenían dos ramas de su linaje en la zona de combate y una tercera muy cercana a él. En el lugar de Bardos, en el Labourd, hoy Cantón de Bidache, alza todavía sus viejos muros la casa palacio de Casenove, muy posiblemente la nativa de Guillermo. Otra, encontramos en Pamplona, donde en su archivo de la Diputación existe un documento del año 1568, litigado por Berenguer y Sancho de Casa- nova, hermanos, en que prueban ser hijos legítimos de un Juan de Casanova que demostró anteriormente ser descendiente de las casas y palacios de Echéverz y Ca- sanova, «en tierra de vascos”. La tercera, se hallaba, y se halla situada en la ciudad de Fuenterrabía, y por estar lindante con el reino pirenaico y enlazadas familias de esa zona con las de Navarra, puede considerarse como zona de combate. La rama de Puenterrabía era tenida como una de las principales de dicha ciudad y estaban dedicados sus familiares a la carrera del mar, dando la coincidencia posiblemente casual, de que en el siglo XVI figuran un Casanova que se llama Cristóbal y otro que se llama Diego.
Creer, dada la manera de ser de Guillermo de Casenove, que sí, como suponemos, nació en el reino de Navarra, no hubiera tomado parte en esas guerras civiles, me parece imposible. Sería cosa lógica que él, como navarro y luchador, teniendo en cuenta que Bardos, donde pensamos que acaso nació, era señorío de una línea fundada por Sancho García de Agramonte, feudatario del conde de Foix—que luego afrancesada se hizo famosa con los títulos de duque de Gramont, príncipe de Bidache y conde de Guiche—, tomara el bando agramontás, contrario al rey don Juan n, y acaso se hallara en la desgraciada jornada de Aybar, en 1452—en la que el príncipe de Viana cayó prisionero en manos de su padre—, y como consecuencia de ello se viera obligado a abandonar su tierra natal y emigrar a Normandía.
Esto me hace suponer, también como posible, que las luchas con los ladrones a que hace referencia Alonso de Falencia, fueran luchas sostenidas contra los beamonteses, dado el que unos y otros combatientes tenían, como en casi todas las guerras civiles—y en algunas que no son civiles—, mucho de ladrones. Lo cierto es que después de su inicua acción contra los vizcaínos, Guillermo, como súbdito, en su carrera de pirata, del rey Luis XI de Francia, procuró atacar cuanto pudo a las costas y naves de don Fernando, rey de Aragón y Castilla. El Descubridor se formó a su lado, según nos declaran fray Bartolomé y don Femando Colón, afirmando que pasó con él muchos años, y acaso el episodio como corsario a las órdenes del rey Renato de Anjou, por don Cristóbal recordado en su carta de 1495 a los Reyes Católicos, y que debió de tener lugar en la primera mitad de la octava década del siglo XV, lo realizara por delegación de su pariente Guillermo.
Es imposible comprender cómo los que han estudiado a fondo los orígenes de nuestro primer Almirante del Mar Océano, no hayan resuelto este problema hace ya mucho tiempo. Solamente la labor enredadora de fray Bartolomé y don Fernando, inventando la oriundez genovesa del Descubridor, apoyada entusiásticamente por una serie de falsificadores italianos, ha podido cegar hasta ahora a los investigadores, en tan terrible forma. Nuestro gran Fernández de Navarrete demostró hace más de ciento cincuenta años que el único documento en que don Cristóbal manifestaba haber nacido en Génova era falso, ya que en él, que no es nada menos que la fundación del mayorazgo de Colón, otorgado el 22 de febrero de 1498, figura la siguiente súplica, que demuestra claramente su falsedad: “Y asimismo lo suplico al Rey y a la Reina nuestros señores, y al Príncipe Don Juan, su primogénito nuestro Señor.” Recordemos que el malogrado Príncipe Don Juan había muerto el 6 de octubre del año anterior. Igualmente demostró la falsedad del codicilo militar.
Desgraciadamente el inventario de la Sección del Patronato Real de nuestro maravilloso Archivo de Indias de Sevilla, maravilloso por su arquitectura y por su riqueza documental, se redactó pocos años antes de la publicación del trabajo del que fue ilustre director de esta Real Academia, y como consecuencia, esos dos documentos falsos, que al que formó el inventario le parecieron de una autenticidad clara e indiscutible, recalcada por con entusiasmo, siguen confundiendo a los investigadores colombinos a su llegada, que como cusncia, siguen aferrados a la tesis Cristóbal novés.
Se hace preciso por ello—si la Real Academia considera probada mi afirmación, hecha el 11 de octubre—rogar a la dirección de dicho Archivo señale en las mismas páginas donde aparecen inventariados los citados documentos, su demostrada falsedad.
Hacia el año 1452, acaso coincidiendo con la desgraciada batalla de Aybar, establecióse en el puerto de Harfleur, ya de mucho tiempo atrás nido constante de piratas en la costa de Normandía, Guillermo de Casenove. (Parece lógico suponer que si el año 1461, según afirma Ha- rrisss, era ya vicealmirante del Almirantazgo de dicha región, debió comenzar su vida de corsario ocho o diez años antes.) Hombre inteligente, belicoso y bravo, rodeóse, sin duda, de marinos expertos, merced a lo que pronto se hizo, si antes ya no lo era, gran conocedor de la vida del mar.
Construyó, como ya antes indicamos “una gruesa nave, reforzada en las bandas con fuertes vigas”, y con ella se dedicó al corso. El lugar donde organizó su guarida se prestaba a ello, por ser ruta obligada de todo el comercio marítimo del Mediterráneo y de la Península Ibérica con los Estados de Flandes. Su fama se extendió rápidamente por el norte de Francia y los pescadores bretones y normandos le consideraron como un héroe. Dieron, por ello en llamarle “Colón”, “Coullon” o “Coulón”, por las numerosas presas que realizaba, y con estos sobrenombres fue conocido y temido por la malina comercial europea, a excepción—en cuanto a temor—de la Francia.
Es indudable que el sobrenombre, en sus varias formas, halagó a Casenove, quien no sólo lo aceptó complacido, sino que lo usó detrás de su nombre y apellido. Como “Guillaume de Casenove, dit Coulon” figura en el encabezamiento de varios documentos y hay que agregar que cuando tuvo que signar algún papel de carácter oficial, sólo lo firmó, en grandes letras, con el sobrenombre de “Coullón”.
Vignaud, en “Etudes Critiques sur la vie de Colomb”, nos afirma que en Francia se ignora de dónde le venía a Casenové tal sobrenombre, y en nota, a este propósito, nos cuenta que a Jal, le producía gran extrañeza que a un corsario de las calidades de Casenove se le denominara “Coulon”, que los historiadores franceses traducen erróneamente por “Paloma”, en vez de haberle apodado “aguilucho” o “azor”. Vignaud nos cuenta también que Charles de la Ronciére suponía fuera debido a la gran nave “rápida y ligera” que construyó, que si nos atenemos a la descripción que de ella nos hizo Alonso de Palencia, contemporáneo de Casanove, es difícil pudiera ser rápida y ligera. Al encontrar que ninguna de las explicaciones dadas sobre el origen del sobrenombre me convencía, opté por consultar diversos diccionarios franceses e ingleses, y en ellos encontré la solución.
El Diccionario francés de Litaré, al tratar de la palabra “Coulon” nos da las acepciones siguientes:
“Un des noms vulgaires dg pigeon—Üou- lon chaud—. un des noms vulgaires de tourné-pierre. oiseau. — Coulon de mer, un des noms vulgaires de la mouette. — E. Latín Columbus. Coulon ou Colon était, dans l’aneienne langue le nom du pigeon.” El Diccionario Enciclopédico Le Grand Larcuse da a su vez del mismo vocablo las acepciones siguientes:
**Lat. columbus» pigeon. Nom usuel dans les départements du nord de la France, du pigeon domestique. Coulon de mer, nom sous lequel les peeheurs du Fas de Calais désignent les mouettes.
Hemos de señalar que según el Diccionario inglés de Oxford, en la costa sur de Inglaterra, al norte del Canal de la Mancha, encontramos que “mouette”—en castellano “gaviota”—, se dice indistintamente “Gull” y “Sea Gull”, correspondientes a “Coulon” y “Coulon de mer”, y a “gaviota” y “gaviota de mar”, de donde claramente se deduce que vale tanto simplemente “Coulon” como “Coulon de mer”. Pero en el Diccionario inglés, se hace una aclaración interesante: que “Gull” es vocablo derivado de “Voilenno” de origen céltico del cual derivan también el vocablo del bretón inglés “goelann” y el del bretón francés “goéland”. Continuando esta investigación he de agregar que en el Diccionario Grand Larousse, confirmando esta cita del vocablo “Goéland”, al tratar de él nos dice: “n. m. (mot bas bretón signif. mouette). Nom usuel des grosses mouettes”; resulta, por lo tanto, ser masculino. En el Diccionario de Littré, al ocuparse del vocablo “mouette” nos indica que es “s. f. Oiseau de mer de l’ordre des palmipédes, et á longues ailes. genre Gavia de Bresson: nom donné á plusieurs espé- ces de genre Larius de Linne, lequel com- prend les goélands et les mouettes”. Anotemos que es femenino. Y algo después agrega: “Pour établir un terme de compa- raison dans cette échelle de grandeur, ncus prendrons pour goélands tous ceux qui scnt de cas oiseaux dont la taille sur- passe celle du canard, et qui ont dixhuit ou vingt pouces de la pointe du bec á l’extremité de la queue, et nous appellerons mouettes tous ceux de ces oiseaux qui sont au-dessous de ces dimensions.”
Esta misma diferencia de denominación por tamaños nos la da al tratar de la palabra “mouette” el Grand Larousse asegurándonos, no en pulgadas, sino en centímetros, que varía de 25 a 65, Al tratar de la palabra “Goéland” ese mismo Diccionario la fija de 0,25 a 0,70 m. Estas pequeñas contradicciones encuéntranse en todos los diccionarios.
A mi entender, las distintas acepciones que dan los dos Diccionarios franceses a la palabra “Coulon”, son el resultado de la fusión en una sola, de dos antiguas palabras francesas de distinto significado, origen y género y de parecida ortografía. La una, “Coulon”, “Coullon”, “Colon”, todas con “n” final, de origen céltico, como derivados de la palabra del bajo bretón francés “Goéland”, vocablo masculino, equivalente a “grande mouette”, y cuyo parentesco con el bretón inglés, antes citado, de “Goelann” es indudable. La otra “Coulomp” de origen efectivamente latino, con “mp” finales, derivado ciertamente “ de “Columbus”, sinónimo de “Pigeon” (en castellano “paloma”) y de género femenino. (En uno de los documentos que se conservan del almirante Casenove, e1 escribano que redactó el documento le da el sobrenombre de “Coulomp”, a pesar de que en su firma se lee claramente “Coullon* . lo cual demuestra que la palabra “Coulomp”, hoy desaparecida en el léxico francés, existía en tiempo del almirante.)
Por otra parte, parece lógico pensar que si al parecido literal de los vocablos “Coulon” y “Coulomp” acompaña, como es indudable, un gran parecido físico entre “mouettes”, “Goélands”, por un lado, y “Figeons” por otro (gaviota, gaviotones y palomas), a pesar de ser bien distintas en costumbres y de distintas familias avícolas, al fundirse en uno aquellos dos vocablos, posiblemente en la Edad Moderna, el pueblo francés debió agregar a las primeras para diferenciarlas de las segundas, el “de mer”, que antes no hacía falta existiera.
Aclarado ya que “Coullon” es derivado del bretón francés “Goéland”, se ve clarísima la razón por la cual los pescadores bretones’ bautizaron con dicho sobrenombré a Guillermo de Casenove. Es fácil suponer cuál hubiera sido la reacción del corsario ante la persona que le hubiera llamado “Pigeon”, pues no era precisamente Casenove una inocente paloma. Llamáronle “Coulión” por “Goéland”, que en castellano correspondería más bien a “Ga- vioton” que a “Gaviota”.
Gaviotón, gaviota, ave nqiarina voracísima, con una vista sumamente penetrante que le permite divisar en sus vuelos a los peces que sobrenadan en el mar, para caer en vertical a hacer cruel presa en ellos. ¿Qué otra cosa hacía Guillermo de Casenove, “dit Coulión”, con los desgraciados navegantes que divisaba en la costa cerca su guarida de Harfleur?
Demostrado ya el origen del sobrenombre de Colon, con que fue conocido el almirante Guillermo de Casenove; demostrado el parentesco que unió a don Cristóbal Colón con Guillermo, con quien convivió muchos años; demostrado que don Cristóbal usó este mismo sobrenombre, con el que fue conocido por el rey don Juan n de Portugal, queda probada la afirmación hecha por mí ante la Real Academia, el 11 de octubre. El apellido del descubridor de América ninguna relación tiene con Colombo, Colón gallego, Colom, etc.; es simplemente el sobrenombre que bretones y normandos dieron a Casenove, de quien lo heredó, o acaso lo usufructuó al mismo tiempo, nuestro gran almirante del Mar Océano. El origen gascón de Casenove hace presumible fuera también el de su pariente don Cristóbal, y es lógico se tenga por tal mientras no surja un documento auténtico que lo contradiga.
Lamento que Génova e Italia entera tengan un gran desengaño, pero la realidad es que sólo España, Francia y Portugal están verdaderamente relacionadas con el descubridor de América. La primera por la probable oriundez ibérica del autor, por haberse realizado a expensas de España, bajo nuestros estandartes y en nombre de los Reyes Católicos Femando e Isabel. La segunda, por haber estado a su servicio durante muchos años como corsario don Cristóbal Colón y ser el vocablo “Colón” del idioma antiguo francés el que como apellido inmortalizó el Descubridor. En cuanto a nuestra hermana ibérica Portugal, de no ser por la estancia de ocho años de don Cristóbal en sus dominios, donde se avecindó, donde se casó, donde nació su hijo don Diego, y donde respiró el ambiente obsesionante de los descubrimientos que llevaban a cabo los portugueses, probablemente nunca se le hubiera ocurrido pasar de capitán de corsarios a Descubridor.
Fernando del VALLE LERSUNDI
C. de la Real Academia de la Historia
Los dos artículos hacen referencia y defienden la nacionalidad gallega de Cristóbal Colón
“Lo único que primeramente debemos considerar, estudiando a Colón, es el medio ambiente, como decimos ahora, en que vive y crece. Hombre maravilloso, en quien se unen acción y pensamiento, fantasía y cálculo, el espíritu generalizador de los filósofos y el espíritu práctico de los mercaderes; verdadero marino por sus atrevimientos y casi un religioso por sus deliquios; poeta y matemático; el tiempo y el espacio en que nace y crece nos dan facilidades grandísimas para conocerlo y apreciarlo…
El Papa de un lado y el Emperador de otro; la nobleza mayor y la nobleza media; el mercader artista y el pueblo en oficios distribuido; los señores montados sobre su trono y sobre su corcel, así como los condotieros esparcidos por todas partes; una Monarquía española en Sicilia y Nápoles con un Ducado casi francés en Milán y Lombardía; los francos por las montañas del Norte y los griegos por las riberas mediterráneas navegantes, casi a la moderna, en Pisa y Génova, pero navegantes parecidos a los que pululaban por los tiempos en que se mezclaban las navegaciones con las piraterías por Venecia; discordias entre todas las ciudades convecinas, como Sienna y Pisa, como Pavía y Milán; tiranos entre las agitaciones de aquella vida en oleaje continuo, como Guinigos en Luca, como los Bentivolios en Bolonia, como los Esforzas en Lombardia; y dentro de todas estas cortes deslumbradoras asambleas elocuentes, repúblicas formadas de poetas y pintores, juegos a la manera helénica y torneos a la manera feudal, certámenes donde se recogían coronas frescas de laurel y vasos cincelados de oro, las paredes animándose con frescos cíclicos que parecían epopeyas vivas, el coro de los teatros antiguos repetido por melodiosas voces en las plazas y frente a las iglesias cristianas, las naves resucitando las teorías o procesiones clásicas de Atenas, yendo en socorro de las islas griegas o en busca de tierras consagrada por los siglos evangélicos a Jerusalén para enterrarse las ciudades en ella, el arte y la libertad unidos por hermosas nupcias, de las cuales provienen obras inmortales que honran a toda la Humanidad, esmaltan todo el planeta y nos glorificarán en todas las edades.
Poned un alma como el alma de Cristóbal Colón en una ciudad como Génova, durante el período último de la Edad Media, y os explicaréis las propensiones por la educación larga sobrepuestas a las naturales y nativas aptitudes…”. (Emilio Castelar. Historia del Descubrimiento de América).
Magnífico cuadro descrito por la extraordinaria pluma de Castelar, que nosotros hemos escogido de entre todos los autores porque nadie como él ha sabido plasmar con mayor acierto el ambiente pagano, mercantil y artístico de la Italia del siglo XV, demostrando con ello, sin proponérselo, la imposibilidad de que el alma mística y franciscana de Cristóbal Colón, animada de altos y nobles impulsos, rebosante de auténtico apostolado católico, pudiera ser fruto del ambiente licencioso de orgías y pendencia, de naturalismo y descreimiento de aquel siglo.
Poned, en cambio, un alma como la suya en la Pontevedra del siglo XV y encontraréis, como dice Castelar, la explicación del móvil de su empresa y del por qué su alma poética cantaba a la naturaleza y sembraba de cruces las tierras que iba descubriendo.
El Padre Samuel Eiján dice en su obra “Franciscanismo en Galicia”, entre otras cosas, lo siguiente: “Carecía nuestra tierra, al igual que toda Europa, de las delicadezas espiritualizadas del amor y sentimientos cristianos. Ni obsta aducir en contra la existencia de juglares en continua acción por pueblos y pueblos, toda vez que sus versos y sus cantos trovadorescos, exaltando profanos amores o hazañas bélicas, lejos de conjurarla, agravaban más bien situación tan poco estable, en la que contrastaba vivamente con el esplendor natural la indigencia del espiritualismo.
Semejante cuadro es el que contempla Basilio Alvarez, como en espera de algo sobrenatural que lo complete y realce, cuando he aquí que ve penetrar en el mismo al Padre Seráfico, y exclama: Sólo necesitábamos eso. Porque el pordiosero de Asís vale más que toda Europa y todo el mundo junto. Es la mayor cantidad de espíritu sangrando por los caminos en una envoltura humana. Es el ejemplo más sublime en predicación constante, a fin de que el heroísmo no sé, interrumpa. ¡Es la ternura!— Y aquel siglo de nuestra Galicia, tuvo un crisol: ¡San Francisco de Asís!”
Así se explica que desde mediados del siglo XIII aparezca como aurora de consuelo, la musa popular dando vida a un género de poesía que no es turbulenta ni nerviosista, sino que florece a la sombra de los templos, dándose a los aires en dulces notas, que esto son indígenas —observa Menéndez y Pelayo en su Antología de poetas líricos, T. III, p. XVII— no cabe duda; lo demuestra su misma ausencia de carácter bélico, la suave languidez de los afectos, el perfume bucólico que nos transporta a una especie de Arcadia relativamente próspera en medio de las turbulencias de la Edad Media Y, concluye: El ideal que esa poesía refleja es el que corresponde a un pueblo de pequeños agricultures dispersos en caseríos y que tienen por principal centro de reunión santuarios y romerías”.
La actuación de los hijos del Serafín de Asis es algo nuevo, insólito en la sociedad gallega. Basta ver sus templos construidos en los siglos XIII, XIV y XV —considerados hoy como preciosas joyas de arte— en donde labró sus mausoleos la gran mayoría de las familias nobles de la región para reconocer que los llamados apóstoles del pueblo habían llegado ya con su influencia a lo más alto. Pero lo más curioso fué el procedimiento hasta entonces sin actuación en las tierras de Galicia en las restantes de Europa: el ministerio permanente de la predicación por pueblos y lugares y para hacerla más atractiva empleaban el canto en sus excursiones. Sustituyeron el latín decadente por el uso habitual de las lenguas romances, generalizando así su práctica. Creó el Santo de Asís —nos dice Pardo Bazán— una escuela de elocuencia, que sacudía el yugo de las lenguas hasta entonces acatadas, declarándose romática e innovadora; que para manifestarse empleaba medios y hasta palabras desusadas en el pulpito, y tenía método propio y caracteres especiales…
Resumiendo, pues, estos tres elementos de innovación en la propaganda franciscana, o sea, el lenguaje popular, el canto y la oratoria sencilla y persuasiva, característicos de la Orden Seráfica, concíbese muy bien la influencia de los franciscanos en la Galicia medieval. “Juzgar —exclama Castelar— una sociedad férrea en que comienzan a gustarse los goces del espíritu y un pueblo verdaderamente oprimido que aguarda de labios inspirados promesas para su alivio en el mundo y su bienaventuranza en el cielo; una lengua popular naciente de sobrenatural virtud sobre las almas, al aire libre y el espacio abierto; plazas henchidas de auditorio fervoroso; un fraile joven que desde ambulante ambona,según llamaban entonces al pulpito, como desde una ara celestial, predica; y comprenderéis que llegue la electrización de quienes oyen hasta enajenarse y perder su voluntad tras el encanto de sus oidos y la sacudida de sus nervios como el poder de quien habla en una especie de fiebre intelectual, hasta conmoverlo y seguirlo…”
En estos cuadro queda reflejado con verdadero acierto los ambientes italiano y gallego en la época inmediatamente anterior al nacimiento de Colón. El ambiente italiano lo captó Castelar pensando en Colón genovés; el cuadro gallego lo describe el Padre Samuel pensando en San Francisco y en la historia de su Orden en Galicia, sin que por su pensamiento pasara una sola idea sobre Colón y sin embargo, poca preparación se necesita para comprender fácilmente que los efluvios franciscanistas de que estaba inundada toda Galicia y con ella Pontevedra, fueron los que impresionaron el alma de Colón de misticismo y apostolado.
Pero si la ingenua y expresiva poesía con que Colón canta las impresiones que su alma percibe al contemplar la belleza de las nuevas tierras; si el continuo caminar en busca de más islas y tierra firme que evangelizar; o el gesto católico de ir plantando cruces por doquiera iba pasando para enseñar a los indios cómo tenían que venerarla, así como irles inculcando el rezar colectivamente al aire libre en compañía de los españoles, tienen el sello inconfundible de la Seráfica Orden de Asís, su proyecto de descubrimiento debió engendrarse en la vitalidad que tienen para toda alma infantil y romántica las leyendas e historias de Pontevedra. Basta para ello imaginarnos a Cristóbal Colón asomado al atrio del monasterio de San Salvador de Joyo en las tardes radiantes de la primavera o en las grises del otoño, mirar ex- tasiado el incomparable panorama de los montes poblados de pinos y al pie la verde campiña sembrada de vides y maizales y las airosas palmeras reflejadas en el espejo de la bahía de Porto Santo, para comprender que su mente recordaba la tan popular tradición de Santa Trahamunda, “abogada de la saudade”, que siendo prisionera en tierra de moros la libertó el Señor llevándola a Pontevedra en una barca de piedra con una palma en la mano entre un concierto de campanas en la alborada de San Juan; y si dirigía la mirada a la ría, allí, la isla Tambo, como atalaya frente a Pontevedra, le mostraba el santuario de Nuestra Señora de la Gracia, la Reina de aquellos lugares donde se aplica el milagro de San Fructuoso, cuando hallándose “senbarquiero nen remador”, atravesó el mar sobre las olas. Y si dejaba la contemplación de estos bellísimos lugares cargados de celestiales leyendas para marchar por la mañana muy temprano al convento de los Franciscanos donde recibía la educación y estudios de Gramática y Latín, Matemáticas y Geografía, Dibujo y Caligrafía, al terminar de oír la misa y antes de empezar la clase, giraba su visita al mausoleo que guardaba los restos del Almirante de la Mar, D. Pay Gómez Chariño, héroe que con su nao capitana rompió las cadenas que interceptaban a los cristianos el paso por el río a la ciudad de Sevilla, cuando las fortalezas y murallas detenían la hueste que, acaudillada por San Fernando, la cercaban por tierra. Suspenso ante el mausoleo, fijos sus ojos en la inscripción: “El primeiro señor de Riatijo que ganó Sevilla siendo de moros y los privilegios des- ta villa” debió soñar que él también sería capaz algún día de lograr la hazaña de desatar las cadenas que cerraban el “Mar Tenebroso”.
No puede darse un ambiente más propicio para formar el alma y el carácter que mostró el futuro descubridor de un mundo. Si por el franciscanismo de su alma candorosa y poética logró identificarse perfectamente con las de Fray Antonio de Marchena, Fray Juan Pérez y la no menos franciscana de doña Isabel de Castilla, las leyendas de su tierra y los heroicos ejemplos de sus ilustres paisanos formaron la férrea voluntad del que está convencido que, contando con Dios y para su servicio, nada hay imposible para el hombre pleno de fe. Después, con el estudio y la experiencia de los viajes por mar, logró dar cuerpo científico a estos proyectos que acarició en su infancia, inspirados en la genial instuición del franciscano Raimundo Lulio.
A los diecinueve años, según se desprende del anagrama y el número 19 grabados en la cerradura de una de las arcas de libreros que dejó a su fallecimiento, entró en la mar para dirigirse a Lisboa, o bien a Francia o Flandes, al objeto de comprar los libros que luego, después de traducidos y multiplicados en copias manuscritas, había de vender en las ferias de Medina del Campo, o en otras plazas de la península hispánica, ejerciendo el oficio de librero y mercader de libros de estampa que ya no habría de abandonar hasta el año de 1491, en cuya fecha firmó el primer asiento para ir al Descubrimiento.
Creemos sinceramente en el origen noble de la familia de Colón. Apoyamos nuestra opinión en el hecho de autorizarle los reyes a unir a las armas de Castilla y León “las de su antiguo linaje Asimismo avala nuestro aserto a la descripción que hacen de su persona los primeros cronistas, puesto que no parece factible a fines de la Edad Media que un plebeyo reúna las singulares circunstancias de poseer una señorial presencia y elegantes maneras; dotes de prudente reserva y elocuencia en el hablar; sabiduría en matemáticas y cosmografía y ser gentil latino; tacto para tratar con naturalidad e intimidad a la escrupulosa y soberbia nobleza de entinces y unirse solamente a mujeres de noble prosapia; dignidad y respeto para pedir la restauración de su honra y una gran veneración y amor por los reyes sus señores naturales; y, por último, darle un sentido misional y de apostolado al descubrimiento y una orientación política de factura imperial al proponer a los reyes que familias castellanas se avecindaran en las islas, única manera de trasplantar a las Indías el alma española. Todas estas circunstancias reunidas demuestran en Colón nobleza de sangre y alma de español.
Entró en Portugal huyendo de Castilla el año 1476, cuando las tropas castellanas derrotaron en Toro a las portuguesas acaudilladas por don Alfonso V, esposo y paladín de la princesa doña Juana la Beltraneja. La inmensa mayoría de gallegos y asturianos habían tomado partido por esta princesa; de aquí el que los hermanos Colón, gallegos e hidalgos, fueran adictos a esta causa, por cuya razón hubieron de refugiarse en Portugal, donde ya tenían amistades y tratos con portugueses y genoveses debido a su profesión de libreros. Mucho se ha especulado por la erudición genovista sobre las amistades de Colón con genoveses en Portugal y en España, cogiendo por los pelos esta verdad para justificar afinidades de patria; pero basta con leer el testamento de su hijo Fernando para dar con la causa que justificaba el trato con genoveces, ya que de manera terminante dice: “porque en cada lugar ha de comprar libros y llevallos de uno a otro le seria dificultoso, si no se socorriese a los genoveses; digo que en cualquier lugar destos sepa si hay genoveses mercaderes…” Esta elocuente explicación, así como más conocedor de los mercados del libro, nos releva de otros razonamientos.
Debió conocer Colón con anterioridad a 1476 a la familia Perestrello, pues no se explica de otra manera el hecho de enamorar y casarse después con la noble Felipa Monir, eí mismo año de avecindarse en esta nación, y, por otra parte, no es posible trabar amistad ni aun siquiera dialogar con una joven, estando ésta recluida en un convento, si no se tienen buena amistad y autorización de la familia.
Casó con Felipa Monir de Perestrello a fines de 1476. Era Felipa, por línea paterna, prima hermana de los hijos de don Pedro Noronha, los que a su vez eran sobrinos del conde de Barcelos, después duque de Braganza, y por línea materna, su abuelo fué el secretario del gran condestable, padre de Beatriz, primera mujer del duque por cuya razón los Monir Perestrello estaban ligados con fuertes lazos políticos a la Casa de Braganza. Por su matrimonio quedaba también Colón ligado a la casa del Duque. Este interesantísimo dato, que fué mencionado por los eruditos Texeira de Aragao y G. de la Rosa, es necesario tenerlo en cuenta, porque justifica plenamente y a satisfacción el hecho de que cuando subió al trono, en septiembre de 1481, don Juan II, fueron considerados la casa ducal de Braganza y sus amigos como enemigos irreconciliables del rey, por lo que Colón, siendo ya viudo de Felipa, al desencadenar aquél, en 1482, la cruel persecución contra la casa ducal y sus partidarios, tuvo que tomar precipitadamente a su hijito y salir de Portugal a pie por caminos menos frecuentados, a fin de evitar que lo descubrieran y ser detenido. Así fué cómo llegó a la Rábida, indigente y agotado por las caminatas y el calor, demandando pan y agua para su hijito y para él. Esta huida por la persecución de don Juan, la justificará después el salvoconducto que le envía a Sevilla dándole seguridades por si tiene algún recelo de su justicia civil y criminal.
De su estancia en Portugal, pocos datos poseemos, pero no creemos tengan importancia los que no hemos podido lograr, ya que siguiendo la ilación de los hechos, conforme los documentos auténticos los muestran, Colón siguió allí ejerciendo su profesión de librero —que después continuaría en España, como lo atestigua Bernáldez—-, haciendo la vida tranquila del comerciante que había creado un hogar feliz, felicidad que se vio aumentada con la llegada del hijo primogénito, al que le impuso el castellanismo nombre de Diego, hecho que nada tiene de particular en un padre gallego, pero en cambio lo tiene y mucho en un padre genovés, puesto que Diego es la forma castellana de Jacobo italiano, según afirman los genovistas, por cuya razón es imposible que un genovés que no conoce Castilla bautice a su hijo con la forma castellana de un nombre italiano. Fallecida Felipa, en fecha que aún no ha podido fijarse, aunque está fuera de duda acaeció antes de la salida de Portugal, el único hecho extraordinario que merece analizarse e investigarse hasta el agotamiento es la falsedad de la oferta de la empresa al rey portugués.
Hemos expuesto con la lógica que se desprende de los hechos, las circunstancias de encontrarse el futuro almirante en situación de alta traición al subir al trono don Juan II, por esta causa no es posible, que don Juan dialogara con un enemigo y mucho menos que Colón se atreviera a acercarse al trono. Pero hay otro hecho importantísimo con el que toda la Crítica está de acuerdo y nosotros también, cual es la imposibilidad, aun siendo amigó del Rey, de que éste pudiera entender en el negocio del descubrimiento antes de 1484, por cuyo motivo la Crítica siguiendo en esto, como en todo, a Bartolomé de las Casas, da para el ofrecimiento la data de 1484, o principios de 1485. Nosotros, siguiendo fieles a nuestro propósito de poner al descubierto las falsedades de las Casas, vamos a rectificar esta importante data demostrando con los documentos y testimonios que el Almirante llegó a La Rábida en 1482, en la primavera, con toda seguridad.
En la joya documental conocida por “Hoja suelta de fines de 1500”, Cristóbal Colón empieza así: “Señores: ya son diez y siete años que yo vine servir estos Príncipes con la impresa de las Indias: los-ocho fui traído en disputas…”. Restando del año 1500 diez y siete años nos retrotraemos al año 1483, y si restamos delaño 1491, fecha del primer asiento, los ocho años de disputas nos lleva al año 1483, fija por tanto el Almirante de manera inequívoca la fecha de 1483 como la del comienzo del ofrecimiento de su empresa a la
Corte de las Españas. Los hijos, en el interrogatorio de preguntas al Rey Católico en el pleito, dicen en la primera : “Primeramente quando el Almirante su p’adre vino a estos vuestros regnos y se ofreció que descubriría estas tierras; Vs. -45. lo tenían por imposible y por cosa de burla; y en la segunda. “iten quel dicho Almirante anduvo más de siete años suplicando a V. A. que tomase asiento con él y favoreciese la negociación y que descubriría las dichas Indias, y V. A. lo sometió a los arcobispos de Sevilla y Granada que platicaron con el dicho Almirante para ver si traya camino lo que dezia”. Más de siete años suplicando, hacen los ocho en disputas, Jos que restados al año 1491 nos llevan a 1483, confirmando los hijos la data dada por,el padre. Ahora bien, empezar el servicio a los Reyes no es llegar a Castilla; este hecho lo confirman el físico Alonso Vélez y Fernando Valiente. El primero al describir un niñico que era niño, emplea el mismo grafismo que empleamos los andaluces para designas a niños menores de cinco años. Diego nació en los años 1477- 78, tenía por tanto, a mediados de 1482 cuatro años y medio o cinco, edad que cuadra perfectamente con la expresión del físico. Alonso Vélez y Fernando Valiente coinciden en manifestar que Cristóbal Colón antes de marchar a la Corte vivió mucho tiempo en La Rábida y lo mantenían los frailes. Mucho tiempo no puede ser menos de un año; luego si marchó a la Corte en 1483, llegó a La Rábida en 1482, fecha, por cierto, coincidente con la iniciación de la persecución de D. Juan II.
Con estos documentos y testimonios, queda plenamente demostrado que el Almirante volvió a España desde Portugal el año 1482. Con la identificación de esta importantísima data, resalta la falsedad del ofrecimiento de la empresa de Indias al rey de Portugal, ofrecimiento relatado con todo lujo de detalles por el falsario y antiespañol Bartolomé de las Casas en su doble obra “Historia de Indias” y “Vida del Almirante”, para lo que hace entrar al almirante en Castilla el año 1484 o principios de 1485, porque sabía perfectamente que antes de esta fecha era imposible justificar los tratos con don Juan II. Por esta razón, Las Casas falsea la verdad a sabiendas, haciendo de Colón un apátrida que va ofreciendo su empresa a la Corte que primero crea en él; pero lo más significativo en las Casas es su deliberado propósito de denigrar a los españoles allí donde los encuentra, ya estén dentro de España o fuera de sus fronteras; ya sean encomenderos o nada tengan que ver con los indios, como lo demuestra esta leyenda inventada por él de la traición inferida a Colón por el Rey portugués motivada por consejo del influyente español doctor Calzadilla, Obispo de Ceuta, llenando así de vilipendio la memoria de este ilustre cosmógrafo por el solo hecho de haber nacido en España.
(Cortesía del Exmo. Señor Embajador de España» Dr. Alfredo Sánchez Bella).
Vigo, 25 de Febrero de 1958.
Sr, D. Fernando Arturo Garrido Secretario Tesorero del Comité Ejecutivo del Faro de Colón Ciudad Trujillo D. N. República Dominicana.
Muy. Sr. mío:
He recibido a su debido tiempo el recorte de una revista que Ud. tuvo la amabilidad de enviarme, titulado “Interpretación de las Iniciales de la Firma de Cristóbal Colón” y cuyo autor es D. José C. López Jiménez.
Después de agradecerle su atención, paso a hacerle algunas consideraciones sobre este trabajo: primeramente diré que me alegra el que otra persona participe de la idea de que la interpretación de las siglas es cristiana y que las tres eses se refieren a la Santísima Trinidad.
Al examinar el título vemos que reza: “Interpretación de las Iniciales de la Firma…”. O sea, que el concepto genérico es que las siglas son todas iniciales, y los puntos de abreviatura. Esto se comprueba porque al copiarlas pone un punto a continuación de cada letra de las siglas, lo que coincide con el concepto que expresa el título del trabajo.
Observará Ud. en cualquier fascímil de las siglas, que todas están perfectamente ejecutadas, que los puntos no están ni son los colocados tal como los presenta el señor López Jiménez, o sea:
S. .S.
S. A. S. en vez de poner .S. A .S. o sea, un punto a cada lado de las eses, y las X, M. Y, sin ellos.
X. M. Y. X M Y
Esto de los puntos es fundamental, pues tal como los coloca el Sr. López Jiménez no coinciden, ni en número ni en posición, con los de las siglas del Almirante, perdiendo, además, su carácter simbólico, para pasar a ser simples puntos de abreviatura.
Interpreta bien que las tres eses representan a la Santísima Trinidad, pero para reforzar este significado da a la A una significación distinta a la nuestra y que no conside- deramos necesaria por estar sobradamente justificado el símbolo de la Trinidad con los puntos, que el Sr. Jiménez ni coloca en su sitio ni interpreta.
Sitúa Colón los puntos que acompañan a las eses, uno a cada lado de dichas letras y hacia la mitad de la altura de ias mismas, y no en la parte baja, lo cual es sin duda para que no se confundan con los de abreviatura.
.S.
.S. A .S.
X M Y
:Xpo FERENS./
Colón jamás puso puntos a las X M e Y como se los coloca el señor López Jiménez, precisamente para que no se confundan con los otros.
Estoy conforme con la interpretación de la X y la M que hace en el artículo que comentamos el Sr. Jiménez, pero no con la Y griega, que transforma en J para hacer la trilojía Jesús, María y José, sin razón alguna. Aún en el caso de Josephos no existiría esta razón, pues fué introducido en España por el cardenal Cisneros y, de no ser posterior a esta forma de firmar de Colón, no cabe tuviese la popularidad suficiente para adoptarla éste.
No me extraña el que muchos piensen que parece una irreverencia el colocar a Isabel al lado de las Divinidades, pero, a mi modesto entender, hemos de tener en cuenta que Colón dice que “Dios la escogió como muy amada hija y heredera de las Indias”, por lo que se justifica tal colocación a su lado.
La significación de los dos puntos (:) iniciales, y el punto y raya (./) final, aún no me he atrevido a darla a conocer por no disponer de datos suficientes para fundamentarla. Colón pone estos signos con tan sistemática constancia en su firma, que no queda más remedio que atribuirles algún significado : Xpo FERENS./. Los dos puntos iniciales, creemos equivalen a “es” y el punto y raya final a “nada más”. Para atribuir a estos signos tal significación nos basamos en la que se le da en aritmética, cosa que no conocería Colón sobradamente. En cuanto al punto y raya aun hoy es- costumbre cuando se quiere dar por zanjado cualquier asunto- to, o sea, decir “y nada más” exclamar ¡ punto y raya ! Con esto la significación completa de las siglas sería: Almirante (por la A. central) rodeado, amparado, defendido por la Santísima Trinidad, Jesús, María e Isabel es Cristóbal Colón y nada más o nadie más. De todas maneras confieso que me parece un tanto atrevida y rebuscada esta interpretación, por lo que no me he decidido a lanzarla a la crítica.
El día 15 de febrero he recibido las revistas que Ud. me envió en 12 de Diciembre, así como los libros, ¡muchísimas gracias! Desde luego, creí que por el hecho de que en Vigo suelen hacer escala la mayor parte de los trasatlántico los envíos llegarán mucho antes, sin embargo parece que no es así.
Con esta fecha le remito dos ejemplares de cada uno de mis nuevos trabajos sobre Colón, titulados: Colón en la Corte Española y Colón en La Rábida. Los demás aun no han salido de la Imprenta, en cuanto estén impresos tendré mucho gusto en remitírselos.
Sin otro particular por el momento y con repetidas gracias por su atención le saluda cordialmente, s. s. s.
q. e. s. m.
Antonio Fernández Fernández
Ingeniero Industrial
Príncipe 49 – 2o. VIGO -ESPAÑA
Publicado en 1963 en la revista Comertario por Rafael Pineda Yáñez
Seguramente la prevención con que se ha juzgado en ciertos pueblos de Europa al judío apartó de él la mirada de los entendidos e investigadores y muchas facetas de su activa personalidad quedaron oscurecidas o cegadas para la curiosidad del estudioso. Por mi parte me inclino a creer que su sed de aventura marina, su amor por el mar abierto, ha sido tan espontáneo y vocacional como el de sus hermanos de estirpe, los fenicios, de los cuales no lo separaba más que una delgada lonja de tierra que, en realidad, era una misma patria. Toda la gloria náutica de la antigüedad recae sobre Tiro y Sidón olvidándose que unos kilómetros más allá de la costa mediterránea los hebreos mantenían con fervor esa tradición tan notoriamente atribuida a tirios y sidonios y de la cual, en las escrituras bíblicas se traduce por la celeridad de las flotas salomónicas que iban a Ofir, a Sofala y Tarsis, en la península ibérica. Empero, para esclarecer esa consagración del judío a la náutica, baste señalar que en el alma de aquel pueblo existe un impulso subyacente que lo empuja hacia el mar. No en vano los dos pequeños lagos que decoran el paisaje palestino llevan los nombres de Mar Muerto y Mar de Galilea y que el primero se halla situado a más de 400 metros bajo el nivel del Mediterráneo y sus aguas son más salobres que las de éste.
LA enigmática figura del Almirante por antonomasia, ha atraído la atención de numerosos escritores, historiadores y novelistas, que en las distintas formas de la creación han querido aportar luz sobre aspectos más intuidos que verificados, en la vida del descubridor del Nuevo Mundo.
Pocos autores tienen la erudición y los antecedentes de Pineda Yáñez —colaborador del matutino bonaerense «La Nación»—, que en numerosos artículos, libros y conferencias, ha aportado nuevos enfoques sobre tan debatido tema como es todo lo que atañe a la vida singular y novelesca de Cristóbal Colón.
Las conclusiones a que arriba Pineda Yáñez, luego de arduos estudios, sólo son posibles cuando como lo hace el autor, los prejuicios son abandonados en el rincón de los trastos inútiles. Claro está que la discrepancia es posible pero la argumentación de Pineda Yáñez es fruto de exhaustivos estudios y, por ser él mismo ajeno a la grey mosaica, insospechables de parcialidad, lo que los hace, a nuestro juiício, doblemente valiosos.
A todos esos incrédulos, a todos esos sistemáticos negadores del judaísmo de Colón me dirijo en este instante para señalarles, ante todo, un camino y, después de todo, las constancias que conducen a la definición de esa incógnita ejemplar que ha sido la ocultación maliciosa del hebreo Colón y su transformación en el Colombo genovés. Aprovecho al mismo tiempo esta circunstancia para destacar un fenómeno que se repite, sostenida e invariablemente, en lodos los investigadores actuales, aún en aquellos que aceptan su judaísmo y su cuna gallega: la convicción de que el propio Almirante ha sido el voluntario autor de todos sus enigmas, guiándose, acaso, por las palabras de su hijo Femando cuando dice: «Esta consideración —la del cambio de nombre de Colombo por el de Colón— me mueve a creer que así como la mayor parte de sus cosas fueron obradas por algún misterio, así en la que toca a la variedad de semejante nombre y sobrenombre, no deja de haber algún misterio”.
Así, con esos ingredientes y semejante levadura, estaba integrado Cristóbal Colón, raíz, carne y alma de aquella estirpe. Sin embargo, es posible registrar una incorregible resistencia en historiadores de todos los tiempos, y aún coetáneos, que se niegan a admitir su nacionalidad judaica. Ciertamente, es difícil probar de una manera documental esta afirmación —para mi ya indiscutible— particularmente para quienes sólo acatan, y al pie de la letra, sin el menor análisis crítico, la falsa y enrevesada tesis del Colombo genovés. Para éstos basta el “ginovés” como justificación de todas las tropelías que se han cometido a los efectos de enderezar y amañar uno de los más escandalosos fraudes de la historia: la leyenda lacrimosa del Cristóforo Colombo, lanero tejedor y tabernero que descubre un mundo y muere olvidado en su miseria.
El caso es que ese “misterio» que su hijo descubre para disimular cuanto se manipuló en el sentido que hoy palpamos quienes buscamos la verdad en torno de este proceso, tal vez no se deba a su mano, a la de Femando, sino a quienes modificaron y recompusieron sus originales intercalando en ellos lo que les pareció indispensable para soslayar la realidad. Porque lo cierto es que esos originales fueron destruidos y sustituidos por otros falsos que basta ahora hacen fe, como el apócrifo mayorazgo del 22 de febrero de 1498, documento que, autoridad tan respetable como la de Samuel Eliot Morison, estima como auténtico e insospechable. Bien es -verdad que Morison juzga igualmente como insoportable la idea de un Colón judío.
Pero para demostrarle al historiador norteamericano y a otros que como él opinan, entre ellos infinidad de españoles tan eminentes como don Ramón Pidal y don Claudio Sánchez-Albornoz, que Colón era judío y que no fue él quien ocultó ese rasgo de su personalidad, sino que lo mantuvo en lo posible bien alto en sus apreciaciones y escritos fundamentales, me bastará decir que todos esos documentos esclarece- dores han desaparecido de la manera más misteriosa. Desde el Diario de Navegación del primer viaje —glosado y acomodado al propósito que se perseguía por fray Bartolomé de las Casas, hasta infinidad de papeles que sabemos salieron de su mano, pero que no llegaron jamás a las nuestras, como cartas a los Reyes, su mayorazgo de abril de 1502 —el auténtico— extendido por lo menos en seis copias, ninguna de las cuales se ha encontrado, en el cual tuvo que declarar sus orígenes y parentesco; sus memorias y hasta el original de la “Vida del Almirante, escrito por su hijo, que sólo conocemos a través de una versión italiana en la que se advierten infinidad de agregados dubitativos, increíbles en quien fue el historiador de la familia y un espíritu curioso e indagador como el de Femando Colón.
Mas si algo de esto no fuera suficiente para probar mi punto de vista, me limito a esta observación: si el Almirante hubiera sido realmente el autor de tanto misterio, a su muerte no pocos de sus secretos habrían sido revelados. Allí quedaban sus hermanos Bartolomé y Diego, que conocían toda la trayectoria familiar; allí estaban sus hijos Diego y Fernando, herederos de su nombre, que podían ignorar no pocos detalles de sus antepasados, pero no sus orígenes hasta el mutismo total; allí estaban los Arana de Córdoba, con su amante Beatriz, madre de Fernando y sus contertulios de la rebotica de Esbarraya, que conocían sus antecedentes porque eran los mismos de aquella grey que se reunía al caer la tarde cordobesa; allí estaban los frailucos de la Rábida y fray Gaspar Gorricio, que algo sabían también • de esas ocultaciones y los historiadores que lo trataron como Andrés Bemaldez, Pedro Mártir de Anglería, Gonzalo Fernández de Oviedo y fray Bartolomé de las Casas, a cuyas manos fueron a parar los papeles familiares de los Colón. Y no olvidemos en esta enunciación a sus enemigos, como los Pinzón y el mismo Miguel Muliart, su concuñado, así como sus parientes de Portugal que estuvieron en contacto con él.
¿Y qué ocurrió frente a estos posibles testimonios e informantes, indiscretos o reservados? El silencio más absoluto. Ni hermanos, ni hijos, ni nietos, ni amigos, ni historiadores, ni enemigos, dejaron una sola palabra de este extraordinario personaje, de eso que después se llamó “asombro de la humanidad”. Todos callaron y no por propia voluntad sino porque los obligaron. Por toda España y aún por el extranjero donde el poder de los Reyes alcanzaba, pasó una inexorable y celosa máquina inquisitiva que destruyó todo aquello que perjudicaba la leyenda maravillosa y la glorificación del Almirante, es decir, esa que conocemos a través de los siglos. La verdad fue aplastada y retirada de la circulación. Nadie pudo hablar ni dar un detalle, ni la mínima referencia sobre Colón y su familia. Ni el más oscuro testigo se permitió filtrar, siquiera, un indicio cierto de aquella personalidad.
Por esa razón fray Bartolomé de las Casas, que tuvo en su poder toda la documentación esclarecedora de los Colón y que sabía precisa e inocultablemente dónde había nacido y quiénes eran sus padres y antecesores, cuando habla de su cuna no se atreve a dar el dato concreto y terminante y recurre a un expediente tan desconcertante como éste: “Una historia portuguesa —señala— que escribió un Juan de Barros, portugués, no dice sino que todos afirman que este Cristóbal Colón era genovés de nacionalidad”. Y Juan de Barros se atenía, naturalmente, a lo que aseveraban los autores españoles, pues él carecía de las pruebas que poseía las Casas, vivía en otro país y escribía décadas después del fallecimiento de Colón.
Y algo más terminante en este proceso de ocultación: cuando Celso García de la Riega descubre los documentos de Pontevedra que testimoniaban la cuna gallega de los Colón —acontecimiento que conmovió las fibras más íntimas de la hispanidad, del americanismo y de la italianidad— se produce en España un revuelo inquietante. La Academia Real de la Historia se sobresalta. Todo el mundo creía por esas fechas que el “asunto Colón” estaba totalmente dilucidado y que aquel judío era «ginovés” y no podía ser otra cosa. Tal había sido la sistemática destrucción documental y el silenciamiento de cuanto pudiera revelar algo en contrario. A más de veinte años de distancia del descubrimiento de García de la Riega, Pontevedra invitó a la Academia de la Historia para que enviara una delegación e investigara las realidades que la ciudad galaica ofrecía como probanza de la cuna de Colón. La ilustre corporación, por intermedio de Angel Altolaguirre, presidente de la delegación que se proponía estudiar todo aquello, dejó correr el tiempo; después alegó la imposible concurrencia en virtud de una famosa huelga ferroviaria que paralizó a España en 1918; finalmente invocó las vacaciones de sus miembros y al cabo de todo esto la Academia se negó a verificar aquellos testimonios que probaban la cuna pontevedresa del Almirante y sus antepasados. Seguidamente, Altolaguirre produjo un informe sosteniendo que los documentos de Pontevedra eran falsos y que la única v verdadera patria de Colón era Génova. Es decir, que no cabía innovar en aquel problema porque ya hacía muchos siglos que estaba resuelto.
Sin embargo, el escozor que produjo el hallazgo de los papeles por García de la Riega, determinó una medida drástica. ¿Cómo habían podido conservarse en cuatro siglos de tenaz búsqueda y destrucción aquellos comprobantes y nada menos que en Pontevedra, escudriñada hasta lo indecible? Era, en efecto, un milagro de la supervivencia. Esos documentos se encontraron en un depósito, al parecer olvidado O’ desconocido de la escribanía Vázquez, de la ciudad gallega. ¿Pero, habría algo más? De todas maneras, para evitar probables sorpresas, un día las llamas consumieron el archivo documental de la escribanía Vázquez. Naturalmente, ese incendio se consideró puramente casual. Pero así terminó la posibilidad de nuevos hallazgos decisivos con respecto a la cuna única y verdadera de quien figura en la historia de aquella ciudad y en sus tradiciones como’ «descubridor de las Indias”. Y de esa manera gordiana Pontevedra concluyó aquella empresa esclarecedora que iniciara García de la Riega.
Afortunadamente quedaron las raíces y éstas siguen elevando sus ramas en busca de la luz. Todavía hay otros detalles elocuentes de esa ocultación: cuando ciertas, personalidades españolas pretendieron proponer que las Indias Occidentales “Inventadas y descubiertas” por Colón, llevaran su nombre y no el de Américo, inmediatamente acallaron sus voces, pues un judío no podía ser objeto de tamaño homenaje des-
Después de la expulsión de sus hermanos de a Península. Para España seguía siendo ese mundo nuevo las Indias Occidentales, aunque después de 1949, o sea del descubrimiento de Vasco da Gama, esas Indias eran una falsedad más en la historia de Cristóbal Colón. Empero, el nombre de Américo, aunque injusto —recuérdese que no existe en este continente una sola estatua levantada en su honor— era tolerado por la metrópoli con tal de que llevaran estas tierras el de Colón. Y semejante resistencia al nombre del judío Colón, sólo se advierte cuando, independizadas las colonias españolas, una fracción del viejo Imperio llevó inmediatamente el nombre de Colombia. O sea cuando las autoridades españolas ya no podían impedirlo. Hasta entonces había sido imposible.
Digamos para terminar con este aspecto que García de la Riega fue uno de los primeros que señalaron el origen judío de Colón al reconocer un documento en el cual aparecían los nombres de los judíos Benjamín y Susana Fontanarosa, esta última presunta madre del navegante, de la cual, así como de su padre, Domingo Colón, jamás se habló en España, sino a través de los documentos genoveses.
M ese al cuidado que se puso en el desbrozamiento de todo aquello que pudiera interpretarse como elementos indiciarios del judaísmo de Colón, el libro de su hijo Femando deja en descubierto no pocos signos de la frecuencia con que el Almirante acudía a las fuentes bíblicas —memoria de su grey— para autorizar y fundar sus reflexiones. Así, el domingo 23 de septiembre de 1492, mientras la escuadrilla navegaba hacia Poniente en busca de las tierras que descubriera antes que él Alonso Sánchez de Huelva y en las cuales debía dejar como pobladores a 39 hombres de su estirpe que se negaban a convertirse y que abandonaron a España el último día de plazo de la expulsión, es decir el 2 de agosto de 1942 a las 12 de la noche, ese día, repito, aquellos 39 judíos, que a medida que se prolongaba el viaje protestaban de la lejanía a donde los iban a depositar, Colón apunta en su Diario de Navegación: “Los revoltosos no tuvieron que responder cuando vieron la mar tan alterada. Por lo cual —transcribe su hijo — dice aquí Cristóbal Colón que hacía Dios con él y con ellos como Moisés y los judíos cuando los sacó de Egipto”.
Y en su memoria del tercer viaje, dirigida a los Reyes Católicos explica cómo nadie creía en sus proyectos salvo dos frailes que siempre fueron constantes: fray Diego de Deza y Antonio de Marchena — todos de origen judaico— y agrega: ‘Yo bien que llevase fatiga, estaba seguro… porque es verdad que todo pasará y no la palabra de Dios y se cumplirá todo lo que dijo, el cual tan claro habló de estas tierras por la boca de Isaías en tantos lugares de su escritura, afirmando que de España les sería divulgado su santo nombre”.
Asimismo cuando describe la costa de lo que sería Venezuela, el Almirante habla de los ríos que salían de la tierra firme y del mar, «el cual todo era de agua dulce y por autoridad de Esdras que dice en el capítulo 3 del cuarto libro (de la Biblia) cien de siete partes de la esfera está una sola cubierta de agua”.
Pero en ningún momento de esta vergonzante confesión del judaísmo de su padre es tan categórico su hijo Femando, como cuando reproduce un párrafo de la carta que Colón escribe a doña Juana de la Torre, ama del príncipe don Juan, v que no deja ninguna duda, ni aún en el ánimo de aquellos historiadores que, empecinadamente siguen negando tan visibles y terminantes pruebas. Aquí afirma Cristóbal Colón: «No soy el primer Almirante de mi familia. Pónganme el nombre que quisieren, que al fin David, rev muy sabio, guardó ovejas y después fue hecho rev de Jerusalén; y yo soy siervo de Aquel mismo Señor que puso a David en este estado”. Es decir, Jehová.
Y para mayor confirmación y certificación de que ese Dios a quien invocaba y cuyas voces percibía era ese v ningún otro, el mismo Colón se encarga de probárnoslo elocuentemente en su famosa carta dirigida a los Reves y escrita en la isla de Jamaica el 7 de julio de 1503. Se bailaba, cuando esto ocurre, en tierras de la hoy América Central donde había fundado un puerto que llamó, precisamente, Belén y estaba sufriendo los más horrorosos contrastes. En esta ocasión, escribe el Almirante y Virrey: «Cuando me adormecí gimiendo, una voz muy piadosa oí diciendo: “¡Oh estulto y tardo en creer y servir a tu Dios, Dios de todos! ¿Qué hizo él más por Moisés
o por David su siervo? Desde que naciste, siempre él tuvo de ti muy grande cargo; cuando te vido de esas, de que él fue contento, maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra. Las Indias, que son parte del mundo, tan ricas, te las dio por tuyas… ¿Qué hizo el más alto pueblo de Israel cuando lo sacó de Egipto, ni por David, que de pastor hizo Rey de Judea? Tómate a él —es decir, vuelve a Jehová— y conoce tu yerro, o sea: renuncia a esa presunta conversión en que caíste y falsea tus convicciones y las de tus antecesores judíos. “Su misericordia es infinita: tu vejez no impedirá toda cosa grande; muchas heredades tiene él, grandísimas. Abraham pasaba de cien años cuando engendró a Isaac. Ni Sara era moza. Tu llamas por socorro incierto. Responde: ¿quién te ha afligido tanto y tantas veces? ¿Dios o el mundo?… Dicho tengo, lo que tu Creador ha hecho por ti y hace con todos. Ahora me muestra el galardón de estos afanes y peligros que has pasado sirviendo a otros”.
Y estos «otros” a quien servía Cristóbal Colón no eran sino los cristianos, mediante ese antifaz que se colocaban los conversos y que modificaba el rostro, pero no lo que se mantenía vivo en el pensamiento. Por eso aquella voz de Jehová que escuchaba en sueños era algo así como el eco de su arrepentimiento por haber servido a falsos poderes enemigos de su pueblo y una invitación espiritual para retomar —como lo apremiaban de lo alto— al seno de Jehová que jamás debió haber abandonado para favorecer a demoledores de su religión. Esta carta la escribió Colón al término de su cuarto viaje, es decir, en los postreros años de su vida. En la reseña que dejamos transcripta, no sólo está reflejada toda su amargura y arrepentimiento por haber beneficiado a los perseguidores sempiternos de su estirpe, sino su inocultable decisión de volver al Dios que favoreció a Moisés y encumbró a David. Y esto es tan definitivo que asombra cómo hasta ahora no se le prestó más atención y crítica. El judío convertido, alentado por títulos, poderes y riquezas delirantes, vuelve a la creencia del Dios de Israel. Nunca como en este período de angustia el judío subyacente aparece tan claro y revelador.
Y esta declaración no admite contradicciones.
De todas maneras, si Cristóbal Colón no hubiera sido judío, nadie podría explicar satisfactoriamente por qué aquel santo varón que fue propuesto para los altares y adoración de la cristiandad, después de la expulsión de los hebreos de España, se complacía en bautizar las costas que iba descubriendo con nombres específica e inconfundiblemente judíos. Tales son: Abraham, dado a una ensenada de la Isabela, en las Lucayas; Isaac, a una punta de la isla Santa María la Antigua, de las Pequeñas Antillas; Salomón, a un cabo de la isla Guadalupe, del mismo conjunto; David, a una caleta de Jamaica; San David, a una ensenada de la Dominica y a una punta y ensenada de la isla Granada.
Y Sinaí a un monte de esa misma isla. Decididamente nada de esto tenía que ver con ese presunto y devotísimo catolicismo que gratuitamente se le atribuye.
Por lo demás si, efectivamente, era tan cristiano como afirma la mavoría de sus historiadores y si como sostienen los primeros cronistas de las Indias v sus continuadores con una clara unanimidad matemática e irreversible, los posadores iniciales del Nuevo Mundo eran “cristianos” y no otra cosa, resulta imposible comprender por qué aquélla expedición primera, íntegramente “cristiana”, no llevaba un solo sacerdote a bordo para encaminar las almas de sus devotos componentes al cielo o, simplemente, para bendecir la toma de posesión, en nombre de Dios, de aquellas tierras que se iban a descubrir. Ese inquietante pormenor no ha sido esclarecido aún en los cuatro siglos que dura tan tremenda incertidumbre.
Concretemos, pues, las vagas pero sugestivas conclusiones que la historia, tímida y desgranadamente, nos presenta:
1º) Cuando Cristóbal Colón llega a nado a la costa del cabo San Vicente, en Portugal, se acoge al único lugar que podía recibir a un marinero náufrago: la Escuela de Pilotaje de Lagos, aislado centro poblado a varias leguas a la redonda, fundado por el Infante don Enrique, gloria del desenvolvimiento marítimo lusitano. Esa escuela estaba regentada por judíos desde que, allá por 1430, Jehuda Cresques o Jaime de Ribes, el famoso judío mallorquín, imprimió directivas a ese emporio de conducción oceánica, conocido con el nombre de Academia de Sagres. Allí fue donde Cristóbal Colón aprendió cuanto supo y exhibió. Justamente porque era un instituto regido por judíos, ni su hijo Fernando, ni Las Casas, ni los historiadores que los siguen, dijeron una sola palabra de su existencia, en ese lugar.
Y la sabiduría de Colón o fue fruto de la Universidad de Pavia, a la cual nunca concurrió, o del genio autodidacto, cuando no de la inspiración divina. Para mí, lo bebió en la Escuela de Pilotaje y esa era judía.
2º) La leyenda afirma que Colón, desde el cabo San Vicente, fue directamente a Lisboa, donde existían muchos individuos “de su nación”. Y esta “nación” se supone, naturalmente, era la genovesa, aun cuando aparecen entre esas relaciones de primer grado varios conocidos descendientes de Abraham, especialmente Di Ni- gro y aquel “judío que estaba en la puerta de la judería de Lisboa” y al que dejó en su testamento una suma de media corona por deuda contraída tres décadas atrás.
3º) Sin alternativas, o sea poco tiempo después de radicarse en Lisboa aquel náufrago sin recursos y sin otros antecedentes que sus amistades y las referencias del «cardador, tejedor y tabernero ligur» se enamora de Felipa Moniz, descendiente de las casas reales de los Lusignan de Chipre y de los Braganza de Portugal, y la desposa. Y el hecho es tan absurdo que hasta ahora nadie lo supo explicar. Bien es verdad que su hijo Femando y el padre Las Casas, sus directos intérpretes, hablan de un cierto Perestrello cuyo nombre de pila es reemplazado por otro, como si lo hubieran olvidado y muestran con no poco misterio, para destacar únicamente el apellido Moniz que era, en efecto, el eminente. Y voy a decir por qué: ese Bartolomé Perestrello y su antepasado Felipe Perestrello, al caer en manos de Henri Vig- naud, el distinguido investigador norteamericano, fue objeto de una minuciosa investigación en los archivos portugueses e italianos. De esa compulsa interesantísima, que voy a dilatar aquí, se desprenden estas conclusiones que Vignaud desperdició lamentablemente: Felipe Perestrello, al parecer, no era un noble italiano, como se lo presenta, sino un judío portugués que huyó a Italia perseguido por algún motivo grave y cuando se olvidó su delito pudo regresar a Portugal. Pero entonces ya no era el Peres Trelles o el Pedro Estelo conocido en Lisboa, sino ese apellido refundido por el habla popular italiano —que no existe en Italia— y que conocemos por Perestrello. Esas conjeturas serían vanas especulaciones si no estuvieran abonadas por un hecho concreto: Felipe Perestrello tuvo que probar, en 1396, la pureza de su sangre y esta circunstancia revela, sin necesidad de mayúsculas demostraciones, que sus orígenes no eran muy claros. Esto explica fehacientemente por qué Femando Colón y fray Bartolomé de las Casas equivocan los nombres de los Perestrello y pasan sobre ascuas ante este apellido para detenerse únicamente en el de Moniz.
4º) Ni Fernando ni Las Casas opinan seriamente acerca de los motivos que determinan la huida de Colón de Portugal. La atribuyen al propósito de Juan II de despojar al navegante de sus primicias, cuando es evidente, por la carta de Juan II, del 20 de marzo de 1488, que esa determinación de escapar de Lisboa se debió a cuentas pendientes de Colón con la justicia lusitana, «así civiles como criminales”, tal como revela esa preciosa misiva. ¿Eran cuentas impagas? ¿Era algún desahogo criminoso? ¿Eran despojos a una parentela que jamás reconoció su autoridad ni aun cuando fue Almirante y Virrey de Castilla? Nunca lo sabremos. Pero sí nos consta que Colón huyó de Lisboa con su hijo, no porque éste descendiera de la realeza de los Lusignan, de los Braganza y de los Moniz, sino porque los judíos Perestrello gravitaban poderosamente en su parentesco y descendencia.
5º) Cuando Colón huye de Lisboa y acude a Huelva con su hijo Diego, en aquella villa de pescadores del sur de España se había refugiado, no sabemos por qué, el matrimonio formado por Miguel Muliart y Violante Perestrello, hermana de Felipa Moniz, la esposa de Colón. Esta radicación es por demás sugestiva si nos atenemos a la vida de sociedad, a la importancia que estos Moniz-Perestrello asumían en los altos círculos lusitanos. No olvidemos que eran primos hermanos de los cinco hijos, reconocidos, del arzobispo de Lisboa, don Pedro de Noronha, amante de dos hermanas de los Perestrello.
Pero el hecho más incomprensible es éste: por qué ese matrimonio Muliart-Pe- restrello, tan bien ubicado en la alta sociedad liboneta y en los accesos reales, abandonan un día esas ventajas y en lugar de establecerse en cualquier zona de Portugal o en sus colonias se instala oscura y anónimamente en aquella villa de pescadores que era Huelva. Ninguna luz alumbra estas tinieblas, Muliart y Violante han renunciado a la soberanía portuguesa y se acogen a la soledad de aquel olvidado puerto andaluz, al parecer, para que nadie los molestase. No quiero extraer conclusiones de este episodio de por sí jugoso. Quienes renuncian al boato y a la fácil convivencia y se sepultan en la estrechez y el olvido, no es voluntariamente, sino forzados por algún imperativo. Muliart y Violante fugaron de Portugal como lo hizo posteriormente Colón con su hijo Diego. Pero cuando Colón recurre a sus parientes de Huelva para que le ayuden y para dejar allí a su hijo, sobrino de Violante, halló las puertas cerradas y tuvo que refugiarse en el convento de La Rábida. Sospecho que Muliart era igualmente judío y esta presunción está avalada por un comportamiento estrechamente vinculado con la actitud de los revoltosos de Roldán en la Española y a los cuales se sumó Muliart en contra de Colón.
6º) Otro detalle revelador: el Almirante, ni aún en el período de máximo esplendor —el año 1498— en el cual impartía sugestiones para ser puestas en ejecución por el sumo Pontífice, pudo jamás obtener una canonjía o siquiera el mínimo cargo eclesiástico para su hermano Diego, “hombre de Iglesia” —como lo llamaba Colón— y del cual no se sabe que perteneciese a alguna orden religiosa o que hubiera estudiado las necesarias disciplinas para ejercer un ministerio de esa naturaleza. Ni en España, ni en las Indias, Diego Colón asumió nunca una función religiosa, prueba evidente de que su origen racial era incompatible con aquellos cargos eclesiásticos, por lo menos en aquellos momentos o tal vez demasiado conocido racialmente como para ostentar un cargo semejante.
7º) Los primeros historiadores de las Indias también nos dan asidero, pero con mucha cautela, como para no dudar de los orígenes raciales de los Colón. Pedro Mártir de Anglería nos transmite esta información que, seguramente, obtuvo de muy buena fuente: “Dicen que el nuevo gobernador (Bobadilla) ha enviado a los suyos cartas escritas por el Almirante en caracteres desconocidos, en las que avisa a su hermano, el Adelantado —que estaba ausente— que venga con fuerzas armadas a defenderlo contra todo ataque, por si el gobernador intentase venir contra él con violencia”. Esos «caracteres desconocidos”, para un hombre tan bien informado por su proximidad a los soberanos, como Anglería —recuérdese que había sido instructor del príncipe heredero y conocedor de los idiomas corrientes— no se refería, claro está a ningún dialecto italiano, al ligur, por ejemplo, sino a caracteres judaicos o cabalísticos que Mártir no se atrevió a precisar o no le dejaron hacerlo.
A su vez fray Bartolomé de las Casas se adelanta a la sospecha de sus lectores en lo concerniente a las actividades astrológicas frecuentadas por Colón. Y esa observación es tan insólita en él que nos está revelando, precisamente, lo contrario de cuanto pretende explicar. Cita fray Bartolomé la carta del Almirante dirigida a los Reyes que comienza así: «De muy pequeña edad entré en la mar” y cuando llega a la frase: «en la marinería se me hizo abundoso, de astrología me dio lo que abastaba”, el clérigo sevillano se cree obligado a escribir esta nota marginal a su manuscrito de la “Historia”, para aclarar: “Dice abastaba porque tratando con hombres doctos en astrología alcanzó de ellos lo que había de menester pa,ra perfeccionar lo que sabía de la marinería, no por que estudiara astrólogía, y ya antes se hallaba vinculado, según dice él en el itinerario de su tercer viaje, cuando descubrió a Paria y la Tierra-Firme”. Este llamado al margen y por tal circunstancia relativo a la astrología, ciencia cultivada por los judíos, muy especialmente en la Edad Media, posee un sentido intencionalmente inclinado a la justificación por ese término sospechoso que emplea.
El mismo Las Casas, cuando habla de la religión que se descubría en Colón, no lo afirma categóricamente, como era de esperar de quien en todo el transcurso de su obra no hace más que exaltar su devoción. Y así se expresa al respecto: “En las cosas de la religión cristiana, sin duda era católico”. ¿Tan difícil era comprobarlo que necesitaba apoyarlo con el “sin duda”.
Por su parte fray Juan Trasierra, uno de los franciscanos que vinieron al Nuevo Mundo, escribió al cardenal Cisneros a poco de haber sido depuesto el Almirante y remitido encadenado a España, estas frases inocultables de su aversión a los hermanos Colón: “Por amor de Dios que pues Vuestra Reverencia ha sido ocasión que salyese esta tierra del poderío del Rey Faraón —alusión clarísima a Cristóbal Colón, judío— que haga que él, ni ninguno de su nación —la nación judía— venga en estas islas”. Tras esta solicitud se toma visible que el futuro cardenal Cisneros era, junto con Rodríguez de Fonseca, uno de los más esforzados en anular el influjo judaico en el Nuevo Mundo y que trataba por todos los medios a su alcance de cancelar los poderes gubernativos acordados a Colón. Las mismas expresiones del Padre Trasierra demuestran que ese remoquete de “Rey Faraón” y “los de su nación” era justamente el equivalente de “judíos”, palabra que los religiosos eludían con eufemismos del tipo de “faraones” o “ginoveses”, como veremos más adelante.
8º) Llama la atención a quien no está atado y comprometido por un arraigado prejuicio este hecho singular: las amistades más firmes y consecuentes de Colón en España —como en Portugal—1 están regidas por el signo hebraico. Deberíamos suponer, tal como nos lo muestran los testimonios de su devoción católica, que sólo los cristianos viejos escucharon y apoyaron sus pretensiones. Y esto no ocurrió, si exceptuamos al duque de Medinaceli. Veamos, pues, quiénes lo socorrieron y encaminaron al llegar huido de Portugal: En primer término fray Antonio de Marchena, honda certera que lo lanza en la circunstancia y asegura su retirada. Fray Antonio distingue de inmediato al judío por sus inocultables rasgos físicos, característicos de un tipo determinado: ojos azules, cabello rojizo, la tez pecosa y arrebatada, la nariz aguileña… y lo reconoció, asimismo, por su afán marinero y descubridor. Marchena era, por entonces, guardián del convento de La Rábida, pero, además un conocido astrólogo o estrellero y de sospechosa raigambre judía. Fray Antonio lo dirige al duque de Medinasidonia que lo rechaza y luego al de Medinaceli que lo hospeda cerca de dos años en su palacio de El Puerto de Santa María. Al cabo de un tiempo ese magnate lo transfiere a los Reyes que lo ponen en manos de Alonso de Quintanilla y éste lo vincula con fray Diego de Deza, descendiente de judíos, obispo de Palencia, preceptor del príncipe heredero, profesor de Salamanca, posteriormente arzobispo de Sevilla y, tras la muerte de Torquema- da, inquisidor general. Este personaje disponía que se pagara a Cristóbal Colomo —que así se llamó Colón en España desde que llegó de Portugal hasta firmarse las capitulaciones de 1492— aquel jornal marinero de un poco más de mil maravedís mensuales. Deza no dejó de proteger a Colón y ese reconocimiento está asentado en dos cartas junto con los nombres de fray Antonio de Marchena y de Juan Cabrero. También se cita en esta asociación de hombres que le ayudaron a fray Juan Pérez, posterior guardián de La Rábida y no por cierto confesor de la Reina, como se ha dicho, pero que jamás fue, sino recolector de gabelas, oficio casi exclusivamente en manos de los judíos. Pero si hubiera alguna duda con respecto al origen judío de fray Juan Pérez, me limitaré a señalar que un sobrino suyo, Rodrigo de Escobedo, fue el tercer jefe de los 39 judíos que quedaron en el Fuerte de Navidad y uno de los que no quisieron convertirse en España. He de citar asimismo, a Hernando de Talavera, ese sí confesor de la Reina y descendiente igualmente de una judía, que pasó a la historia como enemigo de Colón, no por haberse opuesto a sus proyectos, sino porque consideró que la soberana, después de haber firmado un acuerdo con Portugal, no podía autorizar una expedición por los mares reconocidos como controlados por los portugueses. No obstante ello, Talavera protegió y ayudó a Colón, especialmente cuando después del tercer viaje llegó aherrojado. En su palacio del arzobispado de Granada lo mantuvo y atendió durante su eclipse.
9º) Justamente allí, en Granada, el judío Colón escribió su “Libro de las Profecías”, uno de esos documentos claves de su origen hebraico, tan estrechamente ligado a su tradición israelí. Y lo curioso de este libro, donde tal vez algo se revelaba de sus antecesores, es que de él han sido arrancadas numerosas páginas por una mano anónima que seguramente tenía orden de extirpar de él todo lo que no conviniera a su buen nombre cristiano. Pero no faltó quien dijera —y esto está registrado en la historia— que en esas páginas destruidas se hallaba “lo mejor y más interesante” de aquella obra.
10º) Al lado de esas palancas judías figuran algunas otras-de singular relieve y poderío en la corte castellano-aragonesa: los marqueses de Moya, Andrés Cabrera y Beatriz Bobadilla. Andrés, alcaide del alcázar de Segovia, fue uno de los primeros partidarios de Isabel cuando era pretendiente al trono de Castilla. El triunfo y la ascensión de la princesa determinaron el encumbramiento al marquesado de Cabrera y Beatriz y ésta, a su vez comprometió aún más el reconocimiento de la soberana, al recibir una cuchillada de un santón moruno que en el sitio de Málaga intentó matar a la Reina y sólo hirió a Beatriz Bobadilla. Andrés y Beatriz eran de ascendencia judía y firmes sostenedores de Colón. Item más: allí estaba para socorrerlo, Juan Cabrero, camarero de Femando el Católico e igualmente de origen judío. Un documento del Almirante lo señala a Cabrero como factor esencial del descubrimiento de las Indias. Citemos por último a Luis de Santángel y a Gabriel Sánchez y a los cuatro hermanos de éste, altos funcionarios en la corte de Aragón y descendientes de judíos y los que en primer término batallaron para que Colón obtuviera lo que pedía. Léase el capítulo que Las Casas dedica a la entrevista de Santángel con la Reina, para comprender cuánto pesó la palabra del escribano de ración de Fernando V en el ánimo de la soberana y, por encima de todo, el millón y pico de maravedís que entregó de su peculio particular para que el viaje, tan largamente postergado, se realizara con el dinero de un judío. Las historias hablan muy cautelosamente de esta intervención de Santángel para decidir a la Reina y jamás aluden a su estirpe; en cambio enaltecen sin cesar a los eclesiásticos que, como Diego de Deza, Marchena y Pérez no dieron los pasos resolutivos que movilizaron las naves y concluyeron la negociación: es decir, los que determinaron la voluntad de la soberana de Castilla y los recursos necesarios que fueron la obra exclusiva del judío Santángel y no de la inspiración de Isabel y del empeño de sus joyas como aún se enseña y se cree. Por eso las cartas escritas por Colón a Luis de Santángel y a Gabriel Sánchez desde las Azores, antes que las dirigidas a los Reyes desde Lisboa, muestran fehacientemente el agradecimiento del judío Colón a esos dos hermanos de raza, aun cuando tiene buen cuidado de no citarlos en su correspondencia con los monarcas y sí a los mencionados frailes como factores decisivos de victoria.
Ahora bien: si Colón no hubiera sido judío ¿porqué tantos descendientes de Abraham —y tan pocos cristianos— se empeñaron, trabajaron y comprometieron para elevarlo en tal grado como lo eran dignidades tan altas y supremas como el Almirantazgo y el Virreinato, en vísperas de la expulsión de los hebreos de España? Hay que suponer que ningún marrano hubiera ayudado a un enemigo o a un perseguidor de su religión. Por lo tanto los judíos encumbraron a uno de los suyos a los puestos más altos del Estado, para contrarrestar el efecto de aquella prevista y pavorosa Diáspora.
11º) El «negocio” de las Indias, come lo califican los primeros cronistas —fue en efecto, un negocio— cuyos participantes eran judíos. No solamente Navarrete inserta en su Colección documental pruebas del comercio que realizaban emisarios y socios del Almirante, tan activos como Francisco Ribarol y Juan Sánchez, hermano de Gabriel, tesorero de Aragón, castigados por real cédula de 1501 con un embargo de 200.000 maravedís, sino que merced a esa negociación en la que entraban por igual judíos que deseaban abandonar a España para liberarse de la Inquisición, como mercancías para las nuevas tierras halladas, nos enteramos por intermedio de fray Antonio de Aspa, padre Jerónimo, enviado como investigador a la isla Española por el cardenal Cisneros en 1512, quiénes eran esos comerciantes y a qué nacionalidad pertenecían. Aspa los califica de «ginoveses” y afirma que en las manos de estos “ginoveses”, comandados por Cristóbal Colón, se hallaba el transporte y la venta de productos, tanto europeos como indígenas. Pero aún aclara mucho más: sostiene que en el primer viaje de Colón fueron como tripulantes de las tres naves muchos más de los que se contaron y entre ellos “cuarenta ginoveses”. Y ahora sabemos positivamente que esos “40 ginoveses” eran los 39 judíos que embarcaron en Palos el 2 de agosto de 1492, último día de plazo acordado para la expulsión y que finalmente guarnecieron el Fuerte de Navidad, en la isla Española, porque no podían regresar a España, ni querían convertirse. Y estas cosas el padre Aspa las conocía muy bien porque el propio Colón las declaró cuando, en 1497, de regreso de su segundo viaje, pasó una temporada en el convento de los jerónimos de La Mejorada, cerca de Olmedo, en cuya casa profesaba fray Antonio de Aspa. De donde se desprende que por aquellas fechas la palabra “ginovés” se aplicaba a los judíos, fueran o no ligures, con tal de no repetir el vocablo judío, que después de la expulsión de la grey mosaica, sonaba muy mal y traía un enjambre de dolorosos recuerdos y amargos resquemores.
De tal manera Cristóbal Colón figura en la historia y en la leyenda como “ginovés”. Y aun cuando esto parece «un chiste macanudo”, tal cual lo calificó alguien en una revista que por ahí circula y como invento del que habla, el hecho queda lo suficientemente testimoniado como para no dudar de su efectividad. Era Colón, ineludiblemente un “ginovés” que no hablaba ni escribía una sola palabra de su presunto dialecto natal y en cambio se expresaba correctamente en castellano, gallego y portugués. Un “ginovés” que trabucaba todos los nombres y apellidos genoveses e italianos y nunca se acordó de su patria, ni de sus figuras proceres, ni bautizó ningún lugar del Nuevo Mundo, sino con denominaciones hispanas y especialmente gallegas. Un “ginovés” cuyas relaciones más íntimas se contaban entre familias judías y cuya amante, Beatriz Enrique de Arana, que antes se apellidaba Torquemada, madre de su hijo Fernando, era también de esa estirpe. Un “ginovés” que por judío y por la carga de judíos que llevaba en su primer viaje, no necesitó de un sólo sacerdote cristiano que salvara su alma y bendijera las tierras que iba a descubrir. Un «ginovés” que a pesar de todo su catolicismo, de su diaria devoción y de su providencial misión de transportar como San Cristóbal en sus hombros a Cristo, —cuando en verdad lo que transportó fueron judíos—, dos veces fue rechazado por la Iglesia para escalar los altares y adorarlo como santo.
12) Y, finalmente, si no fuera judío ¿es concebible que se hubieran acumulado en torno de su nombre, de sus orígenes, de su familia, tantos enigmas y contradicciones? Eso basta para afirmar rotunda y categóricamente que Cristóbal Colón era judío. Para borrar esas huellas fue necesario destruir documentos, ocultar rastros, silenciar conciencias, falsificar papeles. Todo antes que el mundo advirtiera que un judío era Almirante y Virrey de Castilla y que en las Indias ocupaba el lugar del Rey. ¿Cómo podía admitirse semejante monstruosidad? Por eso, y nada más que por eso, Cristóbal Cólón aún sigue siendo “ginovés”.
¿Por qué se ha creído y aún sigue creyéndose por innumerables personas que Cristóbal Colón era genovés?
Porque así lo declaró Colón ante los Reyes Católicos, diciendo: «De Génova salí y en ella nací».
¿Pudo tener Cristóbal Colón decidido interés en ocultar su nacionalidad?
Seguramente. La modestia de su origen, el pertenecer su madre a la raza judía, tan perseguida por los Reyes Católicos; la seguridad, entonces, como ahora, «de que es difícil, ser en su tierra profeta», indujeron a Colón decir que había nacido en Génova.
¿Y por qué en Italia y no en Portugal, Francia o cualquier otro país? Por la gran fama que en aquella época gozaban los marinos genoveses y venecianos, lo que les permitía ser bien acogidos en todas partes.
Cristóbal Colón, al hacer la afirmación «de Génova salí y en ella nací», no sólo tuvo en cuenta la seguridad de que sería así bien acogido en la corte de los Reyes Católicos, sino también el éxito anteriormente logrado por el almirante Bonifaz, que, para conseguir que el rey Fernando III el Santo aceptara sus planes de navegación, se fingió también genovés, siendo castellano y nacido en Burgos.
En la obra «Colón, español», del ilustre escritor, ya fallecido, don Celso García de la Reguera, y en los notables trabajos de los señores Otero, Calzada, Beltrán y Rózpide, Reguera Montero y otros varios, queda demostrada de modo claro y concluyente la nacionalidad española de Colón.
Una de las pruebas más terminantes de que el descubridor del Nuevo Mundo no fue genovés la ofrece su apellido Colón, no Colombo. La genealogía de los “Colombos” italianos no tiene nada de común con la de Cristóbal Colón, cuyo nacimiento se disputan con Génova las diez y seis poblaciones italianos siguientes: Albizola, Bogliasco, Colvi, Cosselia, Cuccaro, Cuyeres, Chiavarri, Ferrosa, Finali, Mocieña, Nervi, Oneglia, Plusencia, Pradello. Quinto y Soana. Y no es argumento el afirmar, como lo han hecho -algunos escritores, que Cristóbal Colón suprimió la última sílaba de su apellido para acortarlo y facilitar así su pronunciación.
El apellido COLON es y ha sido siempre español y tiene rancia antigüedad en nuestra patria. Desde un obispo de. Lérida (año 133.4), que se llamó Colón, hasta las numerosas personas que lo han llevado y lo siguen llevando en Pontevedra, son muchas las familias españolas do este apellido.
En Porto Santo, pueblecito do la ría de Pontevedra, hay una casa en ruinas que, según la tradición, perteneció a la familia de Cristóbal Colón. Don Prudencio Otero Sánchez, uno de los más tenaces perseguidores de la verdad en el nacimiento de Colón, contemplaba aquellas piedras, cuando le pareció notar una inscripción que la humedad había ido recubriendo de musgo y hierba. Limpiando ia piedra, llegó .a leer Juan Col, y reanudando el trabajo en unión de don Luis Gorostola, miembro de la Sociedad Arqueológica de Pontevedra, lograron al cabo leer la inscripción, completa, que decía: «Juan Colón, R° Año 1430. Este nombre, perfectamente comprobado es de gran importancia, pues él demuestra que el apellido COLON existía en Galicia antes del descubrimiento de América,
El insigne escritor antes citado, don Celso de la Riega, encontró unos pergaminos, que entregó en la citada Sociedad Arqueológica, en los que constan ciertas cantidades adeudadas a D° de Colón.
No hay duda, por tanto, de que el apellido Colón exista muy de antiguo en Galicia.
Dominico Colombo que murió en 1498, y que, según la genealogía italiana fue padre de Cristóbal Colón, era tabernero en Saona, pequeña población próxima a Génova, y jamás tuvo relación alguna con el descubridor del Nuevo Mundo, lo que confirma su propio hijo don Fernando, en la «Historia del almirante D. Cristóbal Colón», al decir que no juzga exacta la afirmación de su padre de haber nacido en Génova.
A las citadas y documentadas pruebas puede añadirse esta otra irrefutable: Cristóbal Colón no podía ser italiano, por no haber hablado ni escrito jamás este idioma, que le era en absoluto desconocido.
Cuando, al dirigirse a los Reyes Católicos en diversas comunicaciones, escritas todas ellas en español, encontraba alguna dificultad para expresarse, no acudía al italiano, como hubiera sido natural, de ser éste su idioma materno, sino «al gallego». Y así en sus escritos pueden leerse vocablos tan galaicos como «inchir», por llenar; «carantoña», por careta; «esmorecer», por desfallecer; «oscura- da», por obscurecer, etc. Lo que prueba fue el gallego el idioma nativo de Colón. Y así, al pisar la primera tierra que descubrió, no. la llamó «San Salvador» en recuerdo del Salvador del mundo, pues, de haber sido éste su pensamiento la hubiese titulado «El Salvador», la llamó «San Salvador», cuyo Salvador no existe en el martirologio, porque así se titula la iglesia parroquial del pueblecito de Poyo, en la provincia de Pontevedra.
En los sucesivos descubrimientos fue también designando con nombres gallegos—nunca italianos—muchas do las nuevas tierras conquistada. «Porto Santo», lugar -donde- fue fundada, según la tradición, Pontevedra. «Puerto de San Nicolás» y la «Trinidad», cofradías populares en Galicia «Punta de la Galera» y «Punta Lanzada», nombres pertenecientes a la ría de Pontevedra. «La Gallega» denominó a una isla y «El Gallego» al buque en que embarcó su hermano Bartolomé.
De ser Colón genovés, ¿cómo se explica que no se hubiese acordado del nombre de algún pueblo italiano?
Cuando Américo Vespuccio, italiano de nacimiento, aun cuando educado y naturalizado en España, realizó su primer viaje al Nuevo Mundo, bautizó con el nombre de «Golfo de Venecia» al primer mar que descubrió, y lo mismo han hecho todos los descubridores y conquistadores: denominar con títulos familiares y en el idioma nativo los lugares visitados o los hechos en que han intervenido.
Don Ricardo Beltrán y Rózpide, de la Real Academia de la Historia y de la Real Sociedad Geografía, en su obra titulada «Cristóbal Colón y Cristóforo Colombo», hace en sus conclusiones esta categórica afirmación:
«El Colón de los documentos españoles no es el Colombo de los documentos italianos.»