Artículos en la revista «El Faro a Colón» nº 20 1958

CRISTOBAL COLON JAMAS OFRECIO SU EMPRESA A PORTUGAL

Artículos de Julio Tortosa Franco y carta al director de Antonio Fernández y Fernández

Los dos artículos hacen referencia y defienden la nacionalidad gallega de Cristóbal Colón

S25C-113061219540AMBIENTE DE LAS CIUDADES ITALIANAS EN EL SIGLO XV

“Lo único que primeramente debemos considerar, estu­diando a Colón, es el medio ambiente, como decimos ahora, en que vive y crece. Hombre maravilloso, en quien se unen acción y pensamiento, fantasía y cálculo, el espíritu generalizador de los filósofos y el espíritu práctico de los mercaderes; verdadero marino por sus atrevimientos y casi un religioso por sus deliquios; poeta y matemático; el tiempo y el espa­cio en que nace y crece nos dan facilidades grandísimas para conocerlo y apreciarlo…

El Papa de un lado y el Emperador de otro; la nobleza mayor y la nobleza media; el mercader artista y el pueblo en oficios distribuido; los señores montados sobre su trono y so­bre su corcel, así como los condotieros esparcidos por todas partes; una Monarquía española en Sicilia y Nápoles con un Ducado casi francés en Milán y Lombardía; los francos por las montañas del Norte y los griegos por las riberas medite­rráneas navegantes, casi a la moderna, en Pisa y Génova, pe­ro navegantes parecidos a los que pululaban por los tiempos en que se mezclaban las navegaciones con las piraterías por Venecia; discordias entre todas las ciudades convecinas, como Sienna y Pisa, como Pavía y Milán; tiranos entre las agi­taciones de aquella vida en oleaje continuo, como Guinigos en Luca, como los Bentivolios en Bolonia, como los Esforzas en Lombardia; y dentro de todas estas cortes deslumbradoras asambleas elocuentes, repúblicas formadas de poetas y pinto­res, juegos a la manera helénica y torneos a la manera feudal, certámenes donde se recogían coronas frescas de laurel y vasos cincelados de oro, las paredes animándose con frescos cí­clicos que parecían epopeyas vivas, el coro de los teatros an­tiguos repetido por melodiosas voces en las plazas y frente a las iglesias cristianas, las naves resucitando las teorías o procesiones clásicas de Atenas, yendo en socorro de las islas griegas o en busca de tierras consagrada por los siglos evan­gélicos a Jerusalén para enterrarse las ciudades en ella, el ar­te y la libertad unidos por hermosas nupcias, de las cuales provienen obras inmortales que honran a toda la Humanidad, esmaltan todo el planeta y nos glorificarán en todas las eda­des.

Poned un alma como el alma de Cristóbal Colón en una ciudad como Génova, durante el período último de la Edad Media, y os explicaréis las propensiones por la educación lar­ga sobrepuestas a las naturales y nativas aptitudes…”. (Emi­lio Castelar. Historia del Descubrimiento de América).

Magnífico cuadro descrito por la extraordinaria pluma de Castelar, que nosotros hemos escogido de entre todos los autores porque nadie como él ha sabido plasmar con mayor acierto el ambiente pagano, mercantil y artístico de la Italia del siglo XV, demostrando con ello, sin proponérselo, la im­posibilidad de que el alma mística y franciscana de Cristóbal Colón, animada de altos y nobles impulsos, rebosante de au­téntico apostolado católico, pudiera ser fruto del ambiente li­cencioso de orgías y pendencia, de naturalismo y descreimien­to de aquel siglo.

 

AMBIENTE DE PONTEVEDRA EN EL SIGLO XV

Poned, en cambio, un alma como la suya en la Ponte­vedra del siglo XV y encontraréis, como dice Castelar, la ex­plicación del móvil de su empresa y del por qué su alma poé­tica cantaba a la naturaleza y sembraba de cruces las tierras que iba descubriendo.

El Padre Samuel Eiján dice en su obra “Franciscanismo en Galicia”, entre otras cosas, lo siguiente: “Carecía nues­tra tierra, al igual que toda Europa, de las delicadezas espi­ritualizadas del amor y sentimientos cristianos. Ni obsta adu­cir en contra la existencia de juglares en continua acción por pueblos y pueblos, toda vez que sus versos y sus cantos trova­dorescos, exaltando profanos amores o hazañas bélicas, le­jos de conjurarla, agravaban más bien situación tan poco estable, en la que contrastaba vivamente con el esplendor na­tural la indigencia del espiritualismo.

Semejante cuadro es el que contempla Basilio Alvarez, como en espera de algo sobrenatural que lo complete y real­ce, cuando he aquí que ve penetrar en el mismo al Padre Se­ráfico, y exclama: Sólo necesitábamos eso. Porque el por­diosero de Asís vale más que toda Europa y todo el mundo junto. Es la mayor cantidad de espíritu sangrando por los caminos en una envoltura humana. Es el ejemplo más subli­me en predicación constante, a fin de que el heroísmo no sé, interrumpa. ¡Es la ternura!— Y aquel siglo de nuestra Gali­cia, tuvo un crisol: ¡San Francisco de Asís!”

Así se explica que desde mediados del siglo XIII aparez­ca como aurora de consuelo, la musa popular dando vida a un género de poesía que no es turbulenta ni nerviosista, sino que florece a la sombra de los templos, dándose a los aires en dulces notas, que esto son indígenas —observa Menéndez y Pelayo en su Antología de poetas líricos, T. III, p. XVII— no cabe duda; lo demuestra su misma ausencia de carácter bélico, la suave languidez de los afectos, el perfume bucólico que nos transporta a una especie de Arcadia relativamente próspera en medio de las turbulencias de la Edad Media Y, concluye: El ideal que esa poesía refleja es el que corres­ponde a un pueblo de pequeños agricultures dispersos en ca­seríos y que tienen por principal centro de reunión santua­rios y romerías”.

La actuación de los hijos del Serafín de Asis es algo nuevo, insólito en la sociedad gallega. Basta ver sus tem­plos construidos en los siglos XIII, XIV y XV —considerados hoy como preciosas joyas de arte— en donde labró sus mau­soleos la gran mayoría de las familias nobles de la región pa­ra reconocer que los llamados apóstoles del pueblo habían llegado ya con su influencia a lo más alto. Pero lo más cu­rioso fué el procedimiento hasta entonces sin actuación en las tierras de Galicia en las restantes de Europa: el ministerio permanente de la predicación por pueblos y lugares y para ha­cerla más atractiva empleaban el canto en sus excursiones. Sustituyeron el latín decadente por el uso habitual de las len­guas romances, generalizando así su práctica. Creó el San­to de Asís —nos dice Pardo Bazán— una escuela de elo­cuencia, que sacudía el yugo de las lenguas hasta entonces acatadas, declarándose romática e innovadora; que para ma­nifestarse empleaba medios y hasta palabras desusadas en el pulpito, y tenía método propio y caracteres especiales…

Resumiendo, pues, estos tres elementos de innovación en la propaganda franciscana, o sea, el lenguaje popular, el can­to y la oratoria sencilla y persuasiva, característicos de la Or­den Seráfica, concíbese muy bien la influencia de los fran­ciscanos en la Galicia medieval. “Juzgar —exclama Castelar— una sociedad férrea en que comienzan a gustarse los goces del espíritu y un pueblo verdaderamente oprimido que aguarda de labios inspirados promesas para su alivio en el mundo y su bienaventuranza en el cielo; una lengua popular naciente de sobrenatural virtud sobre las almas, al aire libre y el espacio abierto; plazas henchidas de auditorio fervoroso; un fraile joven que desde ambulante ambona,según llamaban entonces al pulpito, como desde una ara celestial, predica; y comprenderéis que llegue la electrización de quienes oyen hasta enajenarse y perder su voluntad tras el encanto de sus oidos y la sacudida de sus nervios como el poder de quien habla en una especie de fiebre intelectual, hasta conmoverlo y seguirlo…”

COMO INFLUYERON EN COLON LA ORDEN FRANCISCANA Y LAS LEYENDAS DE PONTEVEDRA

En estos cuadro queda reflejado con verdadero acierto los ambientes italiano y gallego en la época inmediatamente anterior al nacimiento de Colón. El ambiente italiano lo cap­tó Castelar pensando en Colón genovés; el cuadro gallego lo describe el Padre Samuel pensando en San Francisco y en la historia de su Orden en Galicia, sin que por su pensamien­to pasara una sola idea sobre Colón y sin embargo, poca pre­paración se necesita para comprender fácilmente que los eflu­vios franciscanistas de que estaba inundada toda Galicia y con ella Pontevedra, fueron los que impresionaron el alma de Colón de misticismo y apostolado.

Pero si la ingenua y expresiva poesía con que Colón canta las impresiones que su alma percibe al contemplar la belleza de las nuevas tierras; si el continuo caminar en bus­ca de más islas y tierra firme que evangelizar; o el gesto ca­tólico de ir plantando cruces por doquiera iba pasando para enseñar a los indios cómo tenían que venerarla, así como ir­les inculcando el rezar colectivamente al aire libre en com­pañía de los españoles, tienen el sello inconfundible de la Seráfica Orden de Asís, su proyecto de descubrimiento de­bió engendrarse en la vitalidad que tienen para toda alma infantil y romántica las leyendas e historias de Pontevedra. Basta para ello imaginarnos a Cristóbal Colón asomado al atrio del monasterio de San Salvador de Joyo en las tardes radiantes de la primavera o en las grises del otoño, mirar ex- tasiado el incomparable panorama de los montes poblados de pinos y al pie la verde campiña sembrada de vides y mai­zales y las airosas palmeras reflejadas en el espejo de la ba­hía de Porto Santo, para comprender que su mente recorda­ba la tan popular tradición de Santa Trahamunda, “aboga­da de la saudade”, que siendo prisionera en tierra de moros la libertó el Señor llevándola a Pontevedra en una barca de piedra con una palma en la mano entre un concierto de cam­panas en la alborada de San Juan; y si dirigía la mirada a la ría, allí, la isla Tambo, como atalaya frente a Pontevedra, le mostraba el santuario de Nuestra Señora de la Gracia, la Reina de aquellos lugares donde se aplica el milagro de San Fructuoso, cuando hallándose “senbarquiero nen remador”, atravesó el mar sobre las olas. Y si dejaba la contemplación de estos bellísimos lugares cargados de celestiales leyendas para marchar por la mañana muy temprano al convento de los Franciscanos donde recibía la educación y estudios de Gramática y Latín, Matemáticas y Geografía, Dibujo y Cali­grafía, al terminar de oír la misa y antes de empezar la cla­se, giraba su visita al mausoleo que guardaba los restos del Almirante de la Mar, D. Pay Gómez Chariño, héroe que con su nao capitana rompió las cadenas que interceptaban a los cristianos el paso por el río a la ciudad de Sevilla, cuando las fortalezas y murallas detenían la hueste que, acaudillada por San Fernando, la cercaban por tierra. Suspenso ante el mau­soleo, fijos sus ojos en la inscripción: “El primeiro señor de Riatijo que ganó Sevilla siendo de moros y los privilegios des- ta villa” debió soñar que él también sería capaz algún día de lograr la hazaña de desatar las cadenas que cerraban el “Mar Tenebroso”.

No puede darse un ambiente más propicio para formar el alma y el carácter que mostró el futuro descubridor de un mundo. Si por el franciscanismo de su alma candorosa y poé­tica logró identificarse perfectamente con las de Fray Anto­nio de Marchena, Fray Juan Pérez y la no menos francisca­na de doña Isabel de Castilla, las leyendas de su tierra y los heroicos ejemplos de sus ilustres paisanos formaron la férrea voluntad del que está convencido que, contando con Dios y para su servicio, nada hay imposible para el hombre pleno de fe. Después, con el estudio y la experiencia de los viajes por mar, logró dar cuerpo científico a estos proyectos que acarició en su infancia, inspirados en la genial instuición del franciscano Raimundo Lulio.

A los diecinueve años, según se desprende del anagrama y el número 19 grabados en la cerradura de una de las ar­cas de libreros que dejó a su fallecimiento, entró en la mar para dirigirse a Lisboa, o bien a Francia o Flandes, al obje­to de comprar los libros que luego, después de traducidos y multiplicados en copias manuscritas, había de vender en las ferias de Medina del Campo, o en otras plazas de la penínsu­la hispánica, ejerciendo el oficio de librero y mercader de libros de estampa que ya no habría de abandonar hasta el año de 1491, en cuya fecha firmó el primer asiento para ir al Descubrimiento.

ORIGEN NOBLE DE COLON

Creemos sinceramente en el origen noble de la familia de Colón. Apoyamos nuestra opinión en el hecho de autori­zarle los reyes a unir a las armas de Castilla y León “las de su antiguo linaje Asimismo avala nuestro aserto a la des­cripción que hacen de su persona los primeros cronistas, pues­to que no parece factible a fines de la Edad Media que un plebeyo reúna las singulares circunstancias de poseer una se­ñorial presencia y elegantes maneras; dotes de prudente re­serva y elocuencia en el hablar; sabiduría en matemáticas y cosmografía y ser gentil latino; tacto para tratar con natura­lidad e intimidad a la escrupulosa y soberbia nobleza de entinces y unirse solamente a mujeres de noble prosapia; dig­nidad y respeto para pedir la restauración de su honra y una gran veneración y amor por los reyes sus señores naturales; y, por último, darle un sentido misional y de apostolado al descubrimiento y una orientación política de factura impe­rial al proponer a los reyes que familias castellanas se ave­cindaran en las islas, única manera de trasplantar a las Indías el alma española. Todas estas circunstancias reunidas demuestran en Colón nobleza de sangre y alma de español.

PORQUE SALIO DE CASTILLA

Entró en Portugal huyendo de Castilla el año 1476, cuan­do las tropas castellanas derrotaron en Toro a las portugue­sas acaudilladas por don Alfonso V, esposo y paladín de la princesa doña Juana la Beltraneja. La inmensa mayoría de gallegos y asturianos habían tomado partido por esta prin­cesa; de aquí el que los hermanos Colón, gallegos e hidalgos, fueran adictos a esta causa, por cuya razón hubieron de re­fugiarse en Portugal, donde ya tenían amistades y tratos con portugueses y genoveses debido a su profesión de libreros. Mucho se ha especulado por la erudición genovista sobre las amistades de Colón con genoveses en Portugal y en España, cogiendo por los pelos esta verdad para justificar afinidades de patria; pero basta con leer el testamento de su hijo Fer­nando para dar con la causa que justificaba el trato con genoveces, ya que de manera terminante dice: “porque en ca­da lugar ha de comprar libros y llevallos de uno a otro le se­ria dificultoso, si no se socorriese a los genoveses; digo que en cualquier lugar destos sepa si hay genoveses mercade­res…” Esta elocuente explicación, así como más conocedor de los mercados del libro, nos releva de otros razonamientos.

Debió conocer Colón con anterioridad a 1476 a la fa­milia Perestrello, pues no se explica de otra manera el hecho de enamorar y casarse después con la noble Felipa Monir, eí mismo año de avecindarse en esta nación, y, por otra parte, no es posible trabar amistad ni aun siquiera dialogar con una joven, estando ésta recluida en un convento, si no se tie­nen buena amistad y autorización de la familia.

POR QUE SALIO SECRETAMENTE DE PORTUGAL

Casó con Felipa Monir de Perestrello a fines de 1476. Era Felipa, por línea paterna, prima hermana de los hijos de don Pedro Noronha, los que a su vez eran sobrinos del conde de Barcelos, después duque de Braganza, y por línea materna, su abuelo fué el secretario del gran condestable, pa­dre de Beatriz, primera mujer del duque por cuya razón los Monir Perestrello estaban ligados con fuertes lazos políticos a la Casa de Braganza. Por su matrimonio quedaba también Colón ligado a la casa del Duque. Este interesantísimo da­to, que fué mencionado por los eruditos Texeira de Aragao y G. de la Rosa, es necesario tenerlo en cuenta, porque justi­fica plenamente y a satisfacción el hecho de que cuando su­bió al trono, en septiembre de 1481, don Juan II, fueron con­siderados la casa ducal de Braganza y sus amigos como ene­migos irreconciliables del rey, por lo que Colón, siendo ya viudo de Felipa, al desencadenar aquél, en 1482, la cruel per­secución contra la casa ducal y sus partidarios, tuvo que to­mar precipitadamente a su hijito y salir de Portugal a pie por caminos menos frecuentados, a fin de evitar que lo des­cubrieran y ser detenido. Así fué cómo llegó a la Rábida, in­digente y agotado por las caminatas y el calor, demandan­do pan y agua para su hijito y para él. Esta huida por la per­secución de don Juan, la justificará después el salvoconduc­to que le envía a Sevilla dándole seguridades por si tiene al­gún recelo de su justicia civil y criminal.

De su estancia en Portugal, pocos datos poseemos, pe­ro no creemos tengan importancia los que no hemos podido lograr, ya que siguiendo la ilación de los hechos, conforme los documentos auténticos los muestran, Colón siguió allí ejer­ciendo su profesión de librero —que después continuaría en España, como lo atestigua Bernáldez—-, haciendo la vida tranquila del comerciante que había creado un hogar feliz, felicidad que se vio aumentada con la llegada del hijo pri­mogénito, al que le impuso el castellanismo nombre de Die­go, hecho que nada tiene de particular en un padre gallego, pero en cambio lo tiene y mucho en un padre genovés, pues­to que Diego es la forma castellana de Jacobo italiano, se­gún afirman los genovistas, por cuya razón es imposible que un genovés que no conoce Castilla bautice a su hijo con la forma castellana de un nombre italiano. Fallecida Felipa, en fecha que aún no ha podido fijarse, aunque está fuera de duda acaeció antes de la salida de Portugal, el único hecho extraordinario que merece analizarse e investigarse hasta el agotamiento es la falsedad de la oferta de la empresa al rey portugués.

IMPOSIBILIDAD DE OFRECER LA EMPRESA AL REY PORTUGUES

Hemos expuesto con la lógica que se desprende de los hechos, las circunstancias de encontrarse el futuro almiran­te en situación de alta traición al subir al trono don Juan II, por esta causa no es posible, que don Juan dialogara con un ene­migo y mucho menos que Colón se atreviera a acercarse al trono. Pero hay otro hecho importantísimo con el que toda la Crítica está de acuerdo y nosotros también, cual es la im­posibilidad, aun siendo amigó del Rey, de que éste pudiera entender en el negocio del descubrimiento antes de 1484, por cuyo motivo la Crítica siguiendo en esto, como en todo, a Bartolomé de las Casas, da para el ofrecimiento la data de 1484, o principios de 1485. Nosotros, siguiendo fieles a nues­tro propósito de poner al descubierto las falsedades de las Casas, vamos a rectificar esta importante data demostrando con los documentos y testimonios que el Almirante llegó a La Rábida en 1482, en la primavera, con toda seguridad.

 

SU LLEGADA A LA RABIDA EN 1482

En la joya documental conocida por “Hoja suelta de fi­nes de 1500”, Cristóbal Colón empieza así: “Señores: ya son diez y siete años que yo vine servir estos Príncipes con la impresa de las Indias: los-ocho fui traído en disputas…”. Restando del año 1500 diez y siete años nos retrotraemos al año 1483, y si restamos delaño 1491, fecha del primer asien­to, los ocho años de disputas nos lleva al año 1483, fija por tanto el Almirante de manera inequívoca la fecha de 1483 como la del comienzo del ofrecimiento de su empresa a la

Corte de las Españas. Los hijos, en el interrogatorio de pre­guntas al Rey Católico en el pleito, dicen en la primera : “Primeramente quando el Almirante su p’adre vino a estos vuestros regnos y se ofreció que descubriría estas tierras; Vs. -45. lo tenían por imposible y por cosa de burla; y en la se­gunda. “iten quel dicho Almirante anduvo más de siete años suplicando a V. A. que tomase asiento con él y favoreciese la negociación y que descubriría las dichas Indias, y V. A. lo sometió a los arcobispos de Sevilla y Granada que platica­ron con el dicho Almirante para ver si traya camino lo que  dezia”. Más de siete años suplicando, hacen los ocho en dis­putas, Jos que restados al año 1491 nos llevan a 1483, con­firmando los hijos la data dada por,el padre. Ahora bien, em­pezar el servicio a los Reyes no es llegar a Castilla; este hecho lo confirman el físico Alonso Vélez y Fernando Valiente. El primero al describir un niñico que era niño, emplea el mismo grafismo que empleamos los andaluces para designas a ni­ños menores de cinco años. Diego nació en los años 1477- 78, tenía por tanto, a mediados de 1482 cuatro años y medio o cinco, edad que cuadra perfectamente con la expresión del físico. Alonso Vélez y Fernando Valiente coinciden en ma­nifestar que Cristóbal Colón antes de marchar a la Corte vi­vió mucho tiempo en La Rábida y lo mantenían los frailes. Mucho tiempo no puede ser menos de un año; luego si mar­chó a la Corte en 1483, llegó a La Rábida en 1482, fecha, por cierto, coincidente con la iniciación de la persecución de D. Juan II.

FALSEDAD DE LA TRAICION DEL REY DE PORTUGAL

Con estos documentos y testimonios, queda plenamente demostrado que el Almirante volvió a España desde Portugal el año 1482. Con la identificación de esta importantísima da­ta, resalta la falsedad del ofrecimiento de la empresa de In­dias al rey de Portugal, ofrecimiento relatado con todo lujo de detalles por el falsario y antiespañol Bartolomé de las Ca­sas en su doble obra “Historia de Indias” y “Vida del Almi­rante”, para lo que hace entrar al almirante en Castilla el año 1484 o principios de 1485, porque sabía perfectamente que antes de esta fecha era imposible justificar los tratos con don Juan II. Por esta razón, Las Casas falsea la verdad a sabiendas, haciendo de Colón un apátrida que va ofreciendo su empresa a la Corte que primero crea en él; pero lo más significativo en las Casas es su deliberado propósito de denigrar a los espa­ñoles allí donde los encuentra, ya estén dentro de España o fuera de sus fronteras; ya sean encomenderos o nada tengan que ver con los indios, como lo demuestra esta leyenda in­ventada por él de la traición inferida a Colón por el Rey por­tugués motivada por consejo del influyente español doctor Calzadilla, Obispo de Ceuta, llenando así de vilipendio la memoria de este ilustre cosmógrafo por el solo hecho de ha­ber nacido en España.

(Cortesía del Exmo. Señor Embajador de España» Dr. Alfredo Sánchez Bella).

 

 

 

CARTAS AL DIRECTOR

Vigo, 25 de Febrero de 1958.

Sr, D. Fernando Arturo Garrido Secretario Tesorero del Comité Ejecutivo del Faro de Colón Ciudad Trujillo D. N. República Dominicana.

Muy. Sr. mío:

He recibido a su debido tiempo el recorte de una revista que Ud. tuvo la amabilidad de enviarme, titulado “Interpre­tación de las Iniciales de la Firma de Cristóbal Colón” y cu­yo autor es D. José C. López Jiménez.

Después de agradecerle su atención, paso a hacerle al­gunas consideraciones sobre este trabajo: primeramente di­ré que me alegra el que otra persona participe de la idea de que la interpretación de las siglas es cristiana y que las tres eses se refieren a la Santísima Trinidad.

Al examinar el título vemos que reza: “Interpretación de las Iniciales de la Firma…”. O sea, que el concepto genérico es que las siglas son todas iniciales, y los puntos de abre­viatura. Esto se comprueba porque al copiarlas pone un pun­to a continuación de cada letra de las siglas, lo que coincide con el concepto que expresa el título del trabajo.

Observará Ud. en cualquier fascímil de las siglas, que todas están perfectamente ejecutadas, que los puntos no están ni son los colocados tal como los presenta el señor López Ji­ménez, o sea:

S.                                                               .S.

S. A. S. en vez de poner               .S. A .S. o sea, un punto a cada lado de las eses, y las X, M. Y, sin ellos.

X. M. Y.                                                   X M Y

Esto de los puntos es fundamental, pues tal como los coloca el Sr. López Jiménez no coinciden, ni en número ni en posición, con los de las siglas del Almirante, perdiendo, además, su carácter simbólico, para pasar a ser simples pun­tos de abreviatura.

Interpreta bien que las tres eses representan a la San­tísima Trinidad, pero para reforzar este significado da a la A una significación distinta a la nuestra y que no conside- deramos necesaria por estar sobradamente justificado el sím­bolo de la Trinidad con los puntos, que el Sr. Jiménez ni co­loca en su sitio ni interpreta.

Sitúa Colón los puntos que acompañan a las eses, uno a cada lado de dichas letras y hacia la mitad de la altura de ias mismas, y no en la parte baja, lo cual es sin duda para que no se confundan con los de abreviatura.

.S.

.S. A .S.

X M Y

:Xpo FERENS./

Colón jamás puso puntos a las X M e Y como se los co­loca el señor López Jiménez, precisamente para que no se confundan con los otros.

Estoy conforme con la interpretación de la X y la M que hace en el artículo que comentamos el Sr. Jiménez, pero no con la Y griega, que transforma en J para hacer la trilojía Jesús, María y José, sin razón alguna. Aún en el caso de Josephos no existiría esta razón, pues fué introducido en Es­paña por el cardenal Cisneros y, de no ser posterior a esta forma de firmar de Colón, no cabe tuviese la popularidad su­ficiente para adoptarla éste.

No me extraña el que muchos piensen que parece una irreverencia el colocar a Isabel al lado de las Divinidades, pero, a mi modesto entender, hemos de tener en cuenta que Colón dice que “Dios la escogió como muy amada hija y heredera de las Indias”, por lo que se justifica tal colocación a su lado.

La significación de los dos puntos (:) iniciales, y el punto y raya (./) final, aún no me he atrevido a darla a co­nocer por no disponer de datos suficientes para fundamentar­la. Colón pone estos signos con tan sistemática constancia en su firma, que no queda más remedio que atribuirles algún significado : Xpo FERENS./. Los dos puntos iniciales, creemos equivalen a “es” y el punto y raya final a “nada más”. Para atribuir a estos signos tal significación nos basa­mos en la que se le da en aritmética, cosa que no conocería Colón sobradamente. En cuanto al punto y raya aun hoy es- costumbre cuando se quiere dar por zanjado cualquier asunto- to, o sea, decir “y nada más” exclamar ¡ punto y raya ! Con esto la significación completa de las siglas sería: Al­mirante (por la A. central) rodeado, amparado, defendido por la Santísima Trinidad, Jesús, María e Isabel es Cristó­bal Colón y nada más o nadie más. De todas maneras con­fieso que me parece un tanto atrevida y rebuscada esta in­terpretación, por lo que no me he decidido a lanzarla a la crítica.

El día 15 de febrero he recibido las revistas que Ud. me envió en 12 de Diciembre, así como los libros, ¡muchísimas gracias! Desde luego, creí que por el hecho de que en Vigo suelen hacer escala la mayor parte de los trasatlántico los envíos llegarán mucho antes, sin embargo parece que no es así.

Con esta fecha le remito dos ejemplares de cada uno de mis nuevos trabajos sobre Colón, titulados: Colón en la Cor­te Española y Colón en La Rábida. Los demás aun no han salido de la Imprenta, en cuanto estén impresos tendré mu­cho gusto en remitírselos.

Sin otro particular por el momento y con repetidas gracias por su atención le saluda cordialmente, s. s. s.

q. e. s. m.

Antonio Fernández Fernández

Ingeniero Industrial

Príncipe 49 – 2o. VIGO -ESPAÑA

Para los que aún dudan que Colón era judio

Publicado en 1963 en la revista Comertario por Rafael Pineda Yáñez
pindeda_1Seguramente la prevención con que se ha juzgado en ciertos pueblos de Europa al judío apartó de él la mi­rada de los entendidos e investiga­dores y muchas facetas de su activa per­sonalidad quedaron oscurecidas o cegadas para la curiosidad del estudioso. Por mi parte me inclino a creer que su sed de aventura marina, su amor por el mar abier­to, ha sido tan espontáneo y vocacional co­mo el de sus hermanos de estirpe, los feni­cios, de los cuales no lo separaba más que una delgada lonja de tierra que, en reali­dad, era una misma patria. Toda la gloria náutica de la antigüedad recae sobre Tiro y Sidón olvidándose que unos kilómetros más allá de la costa mediterránea los he­breos mantenían con fervor esa tradición tan notoriamente atribuida a tirios y sidonios y de la cual, en las escrituras bíblicas se traduce por la celeridad de las flotas salomónicas que iban a Ofir, a Sofala y Tarsis, en la península ibérica. Empero, pa­ra esclarecer esa consagración del judío a la náutica, baste señalar que en el alma de aquel pueblo existe un impulso subyacen­te que lo empuja hacia el mar. No en va­no los dos pequeños lagos que decoran el paisaje palestino llevan los nombres de Mar Muerto y Mar de Galilea y que el primero se halla situado a más de 400 me­tros bajo el nivel del Mediterráneo y sus aguas son más salobres que las de éste.

LA enigmática figura del Almirante por antonomasia, ha atraído la atención de numerosos escritores, historiadores y novelistas, que en las distintas formas de la creación han que­rido aportar luz sobre aspectos más intuidos que verificados, en la vida del descubridor del Nuevo Mundo.

Pocos autores tienen la erudición y los antece­dentes de Pineda Yáñez —colaborador del ma­tutino bonaerense «La Nación»—, que en nu­merosos artículos, libros y conferencias, ha aportado nuevos enfoques sobre tan debatido tema como es todo lo que atañe a la vida sin­gular y novelesca de Cristóbal Colón.

Las conclusiones a que arriba Pineda Yáñez, luego de arduos estudios, sólo son posibles cuando como lo hace el autor, los prejuicios son abandonados en el rincón de los trastos inútiles. Claro está que la discrepancia es posi­ble pero la argumentación de Pineda Yáñez es fruto de exhaustivos estudios y, por ser él mismo ajeno a la grey mosaica, insospechables de parcialidad, lo que los hace, a nuestro juiício, doblemente valiosos.

 

A todos esos incrédulos, a todos esos sis­temáticos negadores del judaísmo de Colón me dirijo en este instante para señalarles, ante todo, un camino y, después de todo, las constancias que conducen a la defini­ción de esa incógnita ejemplar que ha sido la ocultación maliciosa del hebreo Colón y su transformación en el Colombo genovés. Aprovecho al mismo tiempo esta circunstancia para destacar un fenómeno que se repite, sostenida e invariablemente, en lodos los investigadores actuales, aún en aquellos que aceptan su judaísmo y su cuna gallega: la convicción de que el propio Almirante ha sido el voluntario autor de todos sus enigmas, guiándose, acaso, por las palabras de su hijo Femando cuando di­ce: «Esta consideración —la del cambio de nombre de Colombo por el de Colón— me mueve a creer que así como la mayor par­te de sus cosas fueron obradas por algún misterio, así en la que toca a la variedad de semejante nombre y sobrenombre, no deja de haber algún misterio”.

Así, con esos ingredientes y semejante levadura, estaba integrado Cristóbal Colón, raíz, carne y alma de aquella estirpe. Sin embargo, es posible registrar una incorregi­ble resistencia en historiadores de todos los tiempos, y aún coetáneos, que se niegan a admitir su nacionalidad judaica. Cierta­mente, es difícil probar de una manera do­cumental esta afirmación —para mi ya in­discutible— particularmente para quienes sólo acatan, y al pie de la letra, sin el me­nor análisis crítico, la falsa y enrevesada tesis del Colombo genovés. Para éstos bas­ta el “ginovés” como justificación de to­das las tropelías que se han cometido a los efectos de enderezar y amañar uno de los más escandalosos fraudes de la historia: la leyenda lacrimosa del Cristóforo Colombo, lanero tejedor y tabernero que descu­bre un mundo y muere olvidado en su mi­seria.

El caso es que ese “misterio» que su hijo descubre para disimular cuanto se ma­nipuló en el sentido que hoy palpamos quienes buscamos la verdad en torno de este proceso, tal vez no se deba a su mano, a la de Femando, sino a quienes modifi­caron y recompusieron sus originales inter­calando en ellos lo que les pareció indis­pensable para soslayar la realidad. Porque lo cierto es que esos originales fueron des­truidos y sustituidos por otros falsos que basta ahora hacen fe, como el apócrifo mayorazgo del 22 de febrero de 1498, do­cumento que, autoridad tan respetable co­mo la de Samuel Eliot Morison, estima como auténtico e insospechable. Bien es -verdad que Morison juzga igualmente co­mo insoportable la idea de un Colón judío.

Pero para demostrarle al historiador nor­teamericano y a otros que como él opinan, entre ellos infinidad de españoles tan emi­nentes como don Ramón Pidal y don Clau­dio Sánchez-Albornoz, que Colón era ju­dío y que no fue él quien ocultó ese ras­go de su personalidad, sino que lo mantuvo en lo posible bien alto en sus apreciacio­nes y escritos fundamentales, me bastará decir que todos esos documentos esclarece- dores han desaparecido de la manera más misteriosa. Desde el Diario de Navegación del primer viaje —glosado y acomodado al propósito que se perseguía por fray Bartolo­mé de las Casas, hasta infinidad de papeles que sabemos salieron de su mano, pero que no llegaron jamás a las nuestras, como car­tas a los Reyes, su mayorazgo de abril de 1502 —el auténtico— extendido por lo me­nos en seis copias, ninguna de las cuales se ha encontrado, en el cual tuvo que de­clarar sus orígenes y parentesco; sus me­morias y hasta el original de la “Vida del Almirante, escrito por su hijo, que sólo co­nocemos a través de una versión italiana en la que se advierten infinidad de agregados dubitativos, increíbles en quien fue el his­toriador de la familia y un espíritu curioso e indagador como el de Femando Colón.

Mas si algo de esto no fuera suficiente para probar mi punto de vista, me limito a esta observación: si el Al­mirante hubiera sido realmente el autor de tanto misterio, a su muerte no pocos de sus secretos habrían sido revelados. Allí quedaban sus hermanos Bartolomé y Diego, que conocían toda la trayectoria familiar; allí estaban sus hijos Diego y Fer­nando, herederos de su nombre, que podían ignorar no pocos detalles de sus antepasa­dos, pero no sus orígenes hasta el mutis­mo total; allí estaban los Arana de Córdo­ba, con su amante Beatriz, madre de Fer­nando y sus contertulios de la rebotica de Esbarraya, que conocían sus antecedentes porque eran los mismos de aquella grey que se reunía al caer la tarde cordobesa; allí estaban los frailucos de la Rábida y fray Gaspar Gorricio, que algo sabían también • de esas ocultaciones y los historiadores que lo trataron como Andrés Bemaldez, Pedro Mártir de Anglería, Gonzalo Fernández de Oviedo y fray Bartolomé de las Casas, a cuyas manos fueron a parar los papeles fa­miliares de los Colón. Y no olvidemos en esta enunciación a sus enemigos, como los Pinzón y el mismo Miguel Muliart, su concuñado, así como sus parientes de Por­tugal que estuvieron en contacto con él.

¿Y qué ocurrió frente a estos posibles testimonios e informantes, indiscretos o reservados? El silencio más absoluto. Ni hermanos, ni hijos, ni nietos, ni amigos, ni historiadores, ni enemigos, dejaron una sola palabra de este extraordinario persona­je, de eso que después se llamó “asombro de la humanidad”. Todos callaron y no por propia voluntad sino porque los obligaron. Por toda España y aún por el extranjero donde el poder de los Reyes alcanzaba, pasó una inexorable y celosa máquina in­quisitiva que destruyó todo aquello que perjudicaba la leyenda maravillosa y la glorificación del Almirante, es decir, esa que conocemos a través de los siglos. La verdad fue aplastada y retirada de la circu­lación. Nadie pudo hablar ni dar un de­talle, ni la mínima referencia sobre Colón y su familia. Ni el más oscuro testigo se permitió filtrar, siquiera, un indicio cierto de aquella personalidad.

Por esa razón fray Bartolomé de las Ca­sas, que tuvo en su poder toda la docu­mentación esclarecedora de los Colón y que sabía precisa e inocultablemente dónde había nacido y quiénes eran sus padres y antecesores, cuando habla de su cuna no se atreve a dar el dato concreto y terminan­te y recurre a un expediente tan descon­certante como éste: “Una historia portu­guesa —señala— que escribió un Juan de Barros, portugués, no dice sino que to­dos afirman que este Cristóbal Colón era genovés de nacionalidad”. Y Juan de Ba­rros se atenía, naturalmente, a lo que ase­veraban los autores españoles, pues él care­cía de las pruebas que poseía las Casas, vivía en otro país y escribía décadas des­pués del fallecimiento de Colón.

Y algo más terminante en este proceso de ocultación: cuando Celso García de la Riega descubre los documentos de Ponte­vedra que testimoniaban la cuna gallega de los Colón —acontecimiento que conmo­vió las fibras más íntimas de la hispanidad, del americanismo y de la italianidad— se produce en España un revuelo inquietan­te. La Academia Real de la Historia se sobresalta. Todo el mundo creía por esas fechas que el “asunto Colón” estaba total­mente dilucidado y que aquel judío era «ginovés” y no podía ser otra cosa. Tal ha­bía sido la sistemática destrucción docu­mental y el silenciamiento de cuanto pu­diera revelar algo en contrario. A más de veinte años de distancia del descubrimien­to de García de la Riega, Pontevedra invi­tó a la Academia de la Historia para que enviara una delegación e investigara las realidades que la ciudad galaica ofrecía como probanza de la cuna de Colón. La ilustre corporación, por intermedio de An­gel Altolaguirre, presidente de la delega­ción que se proponía estudiar todo aque­llo, dejó correr el tiempo; después alegó la imposible concurrencia en virtud de una famosa huelga ferroviaria que paralizó a España en 1918; finalmente invocó las vacaciones de sus miembros y al cabo de todo esto la Academia se negó a verificar aquellos testimonios que probaban la cuna pontevedresa del Almirante y sus antepasa­dos. Seguidamente, Altolaguirre produjo un informe sosteniendo que los documen­tos de Pontevedra eran falsos y que la úni­ca v verdadera patria de Colón era Génova. Es decir, que no cabía innovar en aquel problema porque ya hacía muchos siglos que estaba resuelto.

Sin embargo, el escozor que produjo el hallazgo de los papeles por García de la Riega, determinó una medida drástica. ¿Cómo habían podido conservarse en cua­tro siglos de tenaz búsqueda y destrucción aquellos comprobantes y nada menos que en Pontevedra, escudriñada hasta lo inde­cible? Era, en efecto, un milagro de la su­pervivencia. Esos documentos se encontra­ron en un depósito, al parecer olvidado O’ desconocido de la escribanía Vázquez, de la ciudad gallega. ¿Pero, habría algo más? De todas maneras, para evitar probables sorpresas, un día las llamas consumieron el archivo documental de la escribanía Vázquez. Naturalmente, ese incendio se consideró puramente casual. Pero así ter­minó la posibilidad de nuevos hallazgos de­cisivos con respecto a la cuna única y ver­dadera de quien figura en la historia de aquella ciudad y en sus tradiciones como’ «descubridor de las Indias”. Y de esa ma­nera gordiana Pontevedra concluyó aque­lla empresa esclarecedora que iniciara Gar­cía de la Riega.

Afortunadamente quedaron las raíces y éstas siguen elevando sus ramas en busca de la luz. Todavía hay otros detalles elo­cuentes de esa ocultación: cuando ciertas, personalidades españolas pretendieron pro­poner que las Indias Occidentales “Inven­tadas y descubiertas” por Colón, llevaran su nombre y no el de Américo, inmediatamen­te acallaron sus voces, pues un judío no podía ser objeto de tamaño homenaje des-

Después de la expulsión de sus hermanos de a Península. Para España seguía siendo ese mundo nuevo las Indias Occidentales, aunque después de 1949, o sea del descu­brimiento de Vasco da Gama, esas Indias eran una falsedad más en la historia de Cristóbal Colón. Empero, el nombre de Américo, aunque injusto —recuérdese que no existe en este continente una sola esta­tua levantada en su honor— era tolerado por la metrópoli con tal de que llevaran estas tierras el de Colón. Y semejante re­sistencia al nombre del judío Colón, sólo se advierte cuando, independizadas las colonias españolas, una fracción del viejo Imperio llevó inmediatamente el nombre de Colombia. O sea cuando las autoridades españolas ya no podían impedirlo. Hasta entonces había sido imposible.

Digamos para terminar con este aspecto que García de la Riega fue uno de los primeros que señalaron el origen judío de Colón al reconocer un documento en el cual aparecían los nombres de los judíos Benjamín y Susana Fontanarosa, esta últi­ma presunta madre del navegante, de la cual, así como de su padre, Domingo Colón, jamás se habló en España, sino a través de los documentos genoveses.

M ese al cuidado que se puso en el desbrozamiento de todo aquello que pu­diera interpretarse como elementos indiciarios del judaísmo de Colón, el libro de su hijo Femando deja en descubierto no pocos signos de la frecuencia con que el Almirante acudía a las fuentes bíblicas —memoria de su grey— para autorizar y fundar sus reflexiones. Así, el domingo 23 de septiembre de 1492, mientras la escuadrilla navegaba hacia Poniente en busca de las tierras que descubriera antes que él Alonso Sánchez de Huelva y en las cuales debía dejar como pobladores a 39 hombres de su estirpe que se negaban a convertirse y que abandonaron a España el último día de plazo de la expulsión, es decir el 2 de agosto de 1942 a las 12 de la no­che, ese día, repito, aquellos 39 judíos, que a medida que se prolongaba el viaje pro­testaban de la lejanía a donde los iban a depositar, Colón apunta en su Diario de Navegación: “Los revoltosos no tuvieron que responder cuando vieron la mar tan alterada. Por lo cual —transcribe su hijo — dice aquí Cristóbal Colón que hacía Dios con él y con ellos como Moisés y los ju­díos cuando los sacó de Egipto”.

Y en su memoria del tercer viaje, diri­gida a los Reyes Católicos explica cómo nadie creía en sus proyectos salvo dos frailes que siempre fueron constantes: fray Diego de Deza y Antonio de Marchena — todos de origen judaico— y agrega: ‘Yo bien que llevase fatiga, estaba seguro… porque es verdad que todo pasará y no la palabra de Dios y se cumplirá todo lo que dijo, el cual tan claro habló de estas tierras por la boca de Isaías en tantos lugares de su escritura, afirmando que de España les sería divulgado su santo nombre”.

Asimismo cuando describe la costa de lo que sería Venezuela, el Almirante ha­bla de los ríos que salían de la tierra fir­me y del mar, «el cual todo era de agua dulce y por autoridad de Esdras que dice en el capítulo 3 del cuarto libro (de la Biblia) cien de siete partes de la esfera es­tá una sola cubierta de agua”.

Pero en ningún momento de esta vergon­zante confesión del judaísmo de su padre es tan categórico su hijo Femando, como cuando reproduce un párrafo de la carta que Colón escribe a doña Juana de la To­rre, ama del príncipe don Juan, v que no deja ninguna duda, ni aún en el ánimo de aquellos historiadores que, empecinada­mente siguen negando tan visibles y ter­minantes pruebas. Aquí afirma Cristóbal Colón: «No soy el primer Almirante de mi familia. Pónganme el nombre que quisieren, que al fin David, rev muy sabio, guardó ovejas y después fue hecho rev de Jerusalén; y yo soy siervo de Aquel mismo Señor que puso a David en este estado”. Es decir, Jehová.

Y para mayor confirmación y certifica­ción de que ese Dios a quien invocaba y cuyas voces percibía era ese v ningún otro, el mismo Colón se encarga de probárnoslo elocuentemente en su famosa carta dirigi­da a los Reves y escrita en la isla de Jamaica el 7 de julio de 1503. Se bailaba, cuando esto ocurre, en tierras de la hoy América Central donde había fundado un puerto que llamó, precisamente, Belén y estaba sufriendo los más horrorosos contras­tes. En esta ocasión, escribe el Almirante y Virrey: «Cuando me adormecí gimiendo, una voz muy piadosa oí diciendo: “¡Oh estulto y tardo en creer y servir a tu Dios, Dios de todos! ¿Qué hizo él más por Moisés

o  por David su siervo? Desde que naciste, siempre él tuvo de ti muy grande cargo; cuando te vido de esas, de que él fue con­tento, maravillosamente hizo sonar tu nom­bre en la tierra. Las Indias, que son parte del mundo, tan ricas, te las dio por tuyas… ¿Qué hizo el más alto pueblo de Israel cuando lo sacó de Egipto, ni por David, que de pastor hizo Rey de Judea? Tómate a él —es decir, vuelve a Jehová— y conoce tu yerro, o sea: renuncia a esa presunta conversión en que caíste y falsea tus con­vicciones y las de tus antecesores judíos. “Su misericordia es infinita: tu vejez no impedirá toda cosa grande; muchas hereda­des tiene él, grandísimas. Abraham pasaba de cien años cuando engendró a Isaac. Ni Sara era moza. Tu llamas por socorro in­cierto. Responde: ¿quién te ha afligido tanto y tantas veces? ¿Dios o el mundo?… Dicho tengo, lo que tu Creador ha hecho por ti y hace con todos. Ahora me muestra el galardón de estos afanes y peligros que has pasado sirviendo a otros”.

Y      estos «otros” a quien servía Cristóbal Colón no eran sino los cristianos, mediante ese antifaz que se colocaban los conversos y que modificaba el rostro, pero no lo que se mantenía vivo en el pensamiento. Por eso aquella voz de Jehová que escuchaba en sueños era algo así como el eco de su arrepentimiento por haber servido a fal­sos poderes enemigos de su pueblo y una invitación espiritual para retomar —como lo apremiaban de lo alto— al seno de Je­hová que jamás debió haber abandonado para favorecer a demoledores de su reli­gión. Esta carta la escribió Colón al tér­mino de su cuarto viaje, es decir, en los postreros años de su vida. En la reseña que dejamos transcripta, no sólo está reflejada toda su amargura y arrepentimiento por haber beneficiado a los perseguidores sem­piternos de su estirpe, sino su inocultable decisión de volver al Dios que favoreció a Moisés y encumbró a David. Y esto es tan definitivo que asombra cómo hasta ahora no se le prestó más atención y crítica. El judío convertido, alentado por títulos, po­deres y riquezas delirantes, vuelve a la creencia del Dios de Israel. Nunca co­mo en este período de angustia el judío subyacente aparece tan claro y revelador.

Y   esta declaración no admite contradic­ciones.

De todas maneras, si Cristóbal Colón no hubiera sido judío, nadie podría expli­car satisfactoriamente por qué aquel santo varón que fue propuesto para los altares y adoración de la cristiandad, después de la expulsión de los hebreos de España, se complacía en bautizar las costas que iba descubriendo con nombres específica e inconfundiblemente judíos. Tales son: Abraham, dado a una ensenada de la Isa­bela, en las Lucayas; Isaac, a una punta de la isla Santa María la Antigua, de las Pequeñas Antillas; Salomón, a un cabo de la isla Guadalupe, del mismo conjunto; David, a una caleta de Jamaica; San Da­vid, a una ensenada de la Dominica y a una punta y ensenada de la isla Granada.

Y   Sinaí a un monte de esa misma isla. Decididamente nada de esto tenía que ver con ese presunto y devotísimo catolicismo que gratuitamente se le atribuye.

Por lo demás si, efectivamente, era tan cristiano como afirma la mavoría de sus historiadores y si como sostienen los pri­meros cronistas de las Indias v sus conti­nuadores con una clara unanimidad mate­mática e irreversible, los posadores ini­ciales del Nuevo Mundo eran “cristianos” y no otra cosa, resulta imposible com­prender por qué aquélla expedición pri­mera, íntegramente “cristiana”, no lleva­ba un solo sacerdote a bordo para enca­minar las almas de sus devotos componen­tes al cielo o, simplemente, para bende­cir la toma de posesión, en nombre de Dios, de aquellas tierras que se iban a descubrir. Ese inquietante pormenor no ha sido esclarecido aún en los cuatro si­glos que dura tan tremenda incertidumbre.

Concretemos, pues, las vagas pero sugestivas conclusiones que la historia, tímida y desgranadamente, nos presenta:

1º) Cuando Cristóbal Colón llega a nado a la costa del cabo San Vicente, en Portugal, se acoge al único lugar que po­día recibir a un marinero náufrago: la Escuela de Pilotaje de Lagos, aislado cen­tro poblado a varias leguas a la redonda, fundado por el Infante don Enrique, glo­ria del desenvolvimiento marítimo lusita­no. Esa escuela estaba regentada por ju­díos desde que, allá por 1430, Jehuda Cresques o Jaime de Ribes, el famoso ju­dío mallorquín, imprimió directivas a ese emporio de conducción oceánica, conoci­do con el nombre de Academia de Sagres. Allí fue donde Cristóbal Colón aprendió cuanto supo y exhibió. Justamente porque era un instituto regido por judíos, ni su hijo Fernando, ni Las Casas, ni los his­toriadores que los siguen, dijeron una so­la palabra de su existencia, en ese lugar.

Y  la sabiduría de Colón o fue fruto de la Universidad de Pavia, a la cual nunca concurrió, o del genio autodidacto, cuan­do no de la inspiración divina. Para mí, lo bebió en la Escuela de Pilotaje y esa era judía.

2º) La leyenda afirma que Colón, des­de el cabo San Vicente, fue directamente a Lisboa, donde existían muchos indivi­duos “de su nación”. Y esta “nación” se supone, naturalmente, era la genovesa, aun cuando aparecen entre esas relaciones de primer grado varios conocidos descen­dientes de Abraham, especialmente Di Ni- gro y aquel “judío que estaba en la puer­ta de la judería de Lisboa” y al que dejó en su testamento una suma de media co­rona por deuda contraída tres décadas atrás.

3º) Sin alternativas, o sea poco tiempo después de radicarse en Lisboa aquel náu­frago sin recursos y sin otros anteceden­tes que sus amistades y las referencias del «cardador, tejedor y tabernero ligur» se enamora de Felipa Moniz, descendiente de las casas reales de los Lusignan de Chi­pre y de los Braganza de Portugal, y la desposa. Y el hecho es tan absurdo que hasta ahora nadie lo supo explicar. Bien es verdad que su hijo Femando y el padre Las Casas, sus directos intérpretes, hablan de un cierto Perestrello cuyo nombre de pila es reemplazado por otro, como si lo hubieran olvidado y muestran con no po­co misterio, para destacar únicamente el apellido Moniz que era, en efecto, el emi­nente. Y voy a decir por qué: ese Bartolo­mé Perestrello y su antepasado Felipe Pe­restrello, al caer en manos de Henri Vig- naud, el distinguido investigador norte­americano, fue objeto de una minuciosa investigación en los archivos portugueses e italianos. De esa compulsa interesantí­sima, que voy a dilatar aquí, se despren­den estas conclusiones que Vignaud des­perdició lamentablemente: Felipe Peres­trello, al parecer, no era un noble italiano, como se lo presenta, sino un judío portu­gués que huyó a Italia perseguido por al­gún motivo grave y cuando se olvidó su delito pudo regresar a Portugal. Pero en­tonces ya no era el Peres Trelles o el Pe­dro Estelo conocido en Lisboa, sino ese apellido refundido por el habla popular italiano —que no existe en Italia— y que conocemos por Perestrello. Esas conjetu­ras serían vanas especulaciones si no es­tuvieran abonadas por un hecho concre­to: Felipe Perestrello tuvo que probar, en 1396, la pureza de su sangre y esta cir­cunstancia revela, sin necesidad de ma­yúsculas demostraciones, que sus orígenes no eran muy claros. Esto explica fehacien­temente por qué Femando Colón y fray Bartolomé de las Casas equivocan los nom­bres de los Perestrello y pasan sobre ascuas ante este apellido para detenerse única­mente en el de Moniz.

4º) Ni Fernando ni Las Casas opinan seriamente acerca de los motivos que de­terminan la huida de Colón de Portugal. La atribuyen al propósito de Juan II de despojar al navegante de sus primicias, cuando es evidente, por la carta de Juan II, del 20 de marzo de 1488, que esa de­terminación de escapar de Lisboa se debió a cuentas pendientes de Colón con la jus­ticia lusitana, «así civiles como crimina­les”, tal como revela esa preciosa misiva. ¿Eran cuentas impagas? ¿Era algún des­ahogo criminoso? ¿Eran despojos a una parentela que jamás reconoció su autori­dad ni aun cuando fue Almirante y Vi­rrey de Castilla? Nunca lo sabremos. Pero sí nos consta que Colón huyó de Lisboa con su hijo, no porque éste descendiera de la realeza de los Lusignan, de los Bra­ganza y de los Moniz, sino porque los ju­díos Perestrello gravitaban poderosamen­te en su parentesco y descendencia.

5º) Cuando Colón huye de Lisboa y acude a Huelva con su hijo Diego, en aquella villa de pescadores del sur de Es­paña se había refugiado, no sabemos por qué, el matrimonio formado por Miguel Muliart y Violante Perestrello, hermana de Felipa Moniz, la esposa de Colón. Es­ta radicación es por demás sugestiva si nos atenemos a la vida de sociedad, a la im­portancia que estos Moniz-Perestrello asu­mían en los altos círculos lusitanos. No olvidemos que eran primos hermanos de los cinco hijos, reconocidos, del arzobis­po de Lisboa, don Pedro de Noronha, amante de dos hermanas de los Perestrello.

Pero el hecho más incomprensible es éste: por qué ese matrimonio Muliart-Pe- restrello, tan bien ubicado en la alta so­ciedad liboneta y en los accesos reales, abandonan un día esas ventajas y en lu­gar de establecerse en cualquier zona de Portugal o en sus colonias se instala oscu­ra y anónimamente en aquella villa de pescadores que era Huelva. Ninguna luz alumbra estas tinieblas, Muliart y Violan­te han renunciado a la soberanía portu­guesa y se acogen a la soledad de aquel olvidado puerto andaluz, al parecer, para que nadie los molestase. No quiero ex­traer conclusiones de este episodio de por sí jugoso. Quienes renuncian al boato y a la fácil convivencia y se sepultan en la estrechez y el olvido, no es voluntariamen­te, sino forzados por algún imperativo. Muliart y Violante fugaron de Portugal como lo hizo posteriormente Colón con su hijo Diego. Pero cuando Colón recu­rre a sus parientes de Huelva para que le ayuden y para dejar allí a su hijo, sobrino de Violante, halló las puertas cerradas y tuvo que refugiarse en el convento de La Rábida. Sospecho que Muliart era igual­mente judío y esta presunción está avala­da por un comportamiento estrechamente vinculado con la actitud de los revoltosos de Roldán en la Española y a los cuales se sumó Muliart en contra de Colón.

6º) Otro detalle revelador: el Almiran­te, ni aún en el período de máximo es­plendor —el año 1498— en el cual impar­tía sugestiones para ser puestas en ejecu­ción por el sumo Pontífice, pudo jamás obtener una canonjía o siquiera el mínimo cargo eclesiástico para su hermano Diego, “hombre de Iglesia” —como lo llamaba Co­lón— y del cual no se sabe que pertene­ciese a alguna orden religiosa o que hu­biera estudiado las necesarias disciplinas para ejercer un ministerio de esa natura­leza. Ni en España, ni en las Indias, Die­go Colón asumió nunca una función re­ligiosa, prueba evidente de que su origen racial era incompatible con aquellos car­gos eclesiásticos, por lo menos en aquellos momentos o tal vez demasiado conocido racialmente como para ostentar un cargo semejante.

7º) Los primeros historiadores de las Indias también nos dan asidero, pero con mucha cautela, como para no dudar de los orígenes raciales de los Colón. Pe­dro Mártir de Anglería nos transmite es­ta información que, seguramente, obtuvo de muy buena fuente: “Dicen que el nue­vo gobernador (Bobadilla) ha enviado a los suyos cartas escritas por el Almirante en caracteres desconocidos, en las que avi­sa a su hermano, el Adelantado —que es­taba ausente— que venga con fuerzas ar­madas a defenderlo contra todo ataque, por si el gobernador intentase venir con­tra él con violencia”. Esos «caracteres des­conocidos”, para un hombre tan bien in­formado por su proximidad a los sobera­nos, como Anglería —recuérdese que había sido instructor del príncipe heredero y co­nocedor de los idiomas corrientes— no se refería, claro está a ningún dialecto italia­no, al ligur, por ejemplo, sino a caracteres judaicos o cabalísticos que Mártir no se atrevió a precisar o no le dejaron hacerlo.

A su vez fray Bartolomé de las Casas se adelanta a la sospecha de sus lectores en lo concerniente a las actividades astro­lógicas frecuentadas por Colón. Y esa ob­servación es tan insólita en él que nos está revelando, precisamente, lo contrario de cuanto pretende explicar. Cita fray Bartolomé la carta del Almirante dirigida a los Reyes que comienza así: «De muy pequeña edad entré en la mar” y cuando llega a la frase: «en la marinería se me hizo abundoso, de astrología me dio lo que abastaba”, el clérigo sevillano se cree obligado a escribir esta nota marginal a su manuscrito de la “Historia”, para aclarar: “Dice abastaba porque tratando con hom­bres doctos en astrología alcanzó de ellos lo que había de menester pa,ra perfeccio­nar lo que sabía de la marinería, no por­ que estudiara astrólogía, y ya antes se ha­llaba vinculado, según dice él en el itine­rario de su tercer viaje, cuando descubrió a Paria y la Tierra-Firme”. Este llamado al margen y por tal circunstancia relativo a la astrología, ciencia cultivada por los judíos, muy especialmente en la Edad Media, posee un sentido intencionalmente inclinado a la justificación por ese término sospechoso que emplea.

El mismo Las Casas, cuando habla de la religión que se descubría en Colón, no lo afirma categóricamente, como era de esperar de quien en todo el transcurso de su obra no hace más que exaltar su devo­ción. Y así se expresa al respecto: “En las cosas de la religión cristiana, sin duda era católico”. ¿Tan difícil era comprobarlo que necesitaba apoyarlo con el “sin duda”.

Por su parte fray Juan Trasierra, uno de los franciscanos que vinieron al Nuevo Mundo, escribió al cardenal Cisneros a poco de haber sido depuesto el Almiran­te y remitido encadenado a España, estas frases inocultables de su aversión a los hermanos Colón: “Por amor de Dios que pues Vuestra Reverencia ha sido ocasión que salyese esta tierra del poderío del Rey Faraón —alusión clarísima a Cristóbal Co­lón, judío— que haga que él, ni ninguno de su nación —la nación judía— venga en estas islas”. Tras esta solicitud se toma vi­sible que el futuro cardenal Cisneros era, junto con Rodríguez de Fonseca, uno de los más esforzados en anular el influjo judaico en el Nuevo Mundo y que tra­taba por todos los medios a su alcance de cancelar los poderes gubernativos acorda­dos a Colón. Las mismas expresiones del Padre Trasierra demuestran que ese re­moquete de “Rey Faraón” y “los de su nación” era justamente el equivalente de “judíos”, palabra que los religiosos elu­dían con eufemismos del tipo de “farao­nes” o “ginoveses”, como veremos más ade­lante.

8º) Llama la atención a quien no está atado y comprometido por un arraigado prejuicio este hecho singular: las amista­des más firmes y consecuentes de Colón en España —como en Portugal—1 están regidas por el signo hebraico. Deberíamos suponer, tal como nos lo muestran los tes­timonios de su devoción católica, que sólo los cristianos viejos escucharon y apoyaron sus pretensiones. Y esto no ocurrió, si exceptuamos al duque de Medinaceli. Veamos, pues, quiénes lo socorrieron y en­caminaron al llegar huido de Portugal: En primer término fray Antonio de Marchena, honda certera que lo lanza en la circunstancia y asegura su retirada. Fray Antonio distingue de inmediato al judío por sus inocultables rasgos físicos, característicos de un tipo determinado: ojos azules, cabello rojizo, la tez pecosa y arrebatada, la nariz aguileña… y lo reco­noció, asimismo, por su afán marinero y descubridor. Marchena era, por entonces, guardián del convento de La Rábida, pe­ro, además un conocido astrólogo o estre­llero y de sospechosa raigambre judía. Fray Antonio lo dirige al duque de Medinasidonia que lo rechaza y luego al de Medinaceli que lo hospeda cerca de dos años en su palacio de El Puerto de San­ta María. Al cabo de un tiempo ese mag­nate lo transfiere a los Reyes que lo ponen en manos de Alonso de Quintanilla y éste lo vincula con fray Diego de Deza, des­cendiente de judíos, obispo de Palencia, preceptor del príncipe heredero, profesor de Salamanca, posteriormente arzobispo de Sevilla y, tras la muerte de Torquema- da, inquisidor general. Este personaje dis­ponía que se pagara a Cristóbal Colomo —que así se llamó Colón en España des­de que llegó de Portugal hasta firmarse las capitulaciones de 1492— aquel jornal ma­rinero de un poco más de mil maravedís mensuales. Deza no dejó de proteger a Co­lón y ese reconocimiento está asentado en dos cartas junto con los nombres de fray Antonio de Marchena y de Juan Cabrero. También se cita en esta asociación de hombres que le ayudaron a fray Juan Pé­rez, posterior guardián de La Rábida y no por cierto confesor de la Reina, como se ha dicho, pero que jamás fue, sino re­colector de gabelas, oficio casi exclusiva­mente en manos de los judíos. Pero si hu­biera alguna duda con respecto al origen judío de fray Juan Pérez, me limitaré a señalar que un sobrino suyo, Rodrigo de Escobedo, fue el tercer jefe de los 39 ju­díos que quedaron en el Fuerte de Navi­dad y uno de los que no quisieron con­vertirse en España. He de citar asimismo, a Hernando de Talavera, ese sí confesor de la Reina y descendiente igualmente de una judía, que pasó a la historia como enemigo de Colón, no por haberse opuesto a sus proyectos, sino porque consideró que la soberana, después de haber firmado un acuerdo con Portugal, no podía autorizar una expedición por los mares reconocidos como controlados por los portugueses. No obstante ello, Talavera protegió y ayudó a Colón, especialmente cuando después del tercer viaje llegó aherrojado. En su palacio del arzobispado de Granada lo mantuvo y atendió durante su eclipse.

9º) Justamente allí, en Granada, el ju­dío Colón escribió su “Libro de las Profe­cías”, uno de esos documentos claves de su origen hebraico, tan estrechamente li­gado a su tradición israelí. Y lo curioso de este libro, donde tal vez algo se revelaba de sus antecesores, es que de él han sido arrancadas numerosas páginas por una mano anónima que seguramente tenía or­den de extirpar de él todo lo que no con­viniera a su buen nombre cristiano. Pero no faltó quien dijera —y esto está regis­trado en la historia— que en esas páginas destruidas se hallaba “lo mejor y más in­teresante” de aquella obra.

10º) Al lado de esas palancas judías fi­guran algunas otras-de singular relieve y poderío en la corte castellano-aragonesa: los marqueses de Moya, Andrés Cabrera y Beatriz Bobadilla. Andrés, alcaide del alcázar de Segovia, fue uno de los pri­meros partidarios de Isabel cuando era pretendiente al trono de Castilla. El triun­fo y la ascensión de la princesa determina­ron el encumbramiento al marquesado de Cabrera y Beatriz y ésta, a su vez com­prometió aún más el reconocimiento de la soberana, al recibir una cuchillada de un santón moruno que en el sitio de Málaga intentó matar a la Reina y sólo hirió a Beatriz Bobadilla. Andrés y Beatriz eran de ascendencia judía y firmes sostenedo­res de Colón. Item más: allí estaba para socorrerlo, Juan Cabrero, camarero de Femando el Católico e igualmente de ori­gen judío. Un documento del Almirante lo señala a Cabrero como factor esencial del descubrimiento de las Indias. Citemos por último a Luis de Santángel y a Ga­briel Sánchez y a los cuatro hermanos de éste, altos funcionarios en la corte de Ara­gón y descendientes de judíos y los que en primer término batallaron para que Co­lón obtuviera lo que pedía. Léase el ca­pítulo que Las Casas dedica a la entrevis­ta de Santángel con la Reina, para com­prender cuánto pesó la palabra del escri­bano de ración de Fernando V en el áni­mo de la soberana y, por encima de todo, el millón y pico de maravedís que entre­gó de su peculio particular para que el viaje, tan largamente postergado, se rea­lizara con el dinero de un judío. Las his­torias hablan muy cautelosamente de es­ta intervención de Santángel para decidir a la Reina y jamás aluden a su estirpe; en cambio enaltecen sin cesar a los ecle­siásticos que, como Diego de Deza, Marchena y Pérez no dieron los pasos reso­lutivos que movilizaron las naves y con­cluyeron la negociación: es decir, los que determinaron la voluntad de la soberana de Castilla y los recursos necesarios que fueron la obra exclusiva del judío San­tángel y no de la inspiración de Isabel y del empeño de sus joyas como aún se en­seña y se cree. Por eso las cartas escritas por Colón a Luis de Santángel y a Gabriel Sánchez desde las Azores, antes que las dirigidas a los Reyes desde Lisboa, mues­tran fehacientemente el agradecimiento del judío Colón a esos dos hermanos de raza, aun cuando tiene buen cuidado de no citarlos en su correspondencia con los monarcas y sí a los mencionados frailes co­mo factores decisivos de victoria.

Ahora bien: si Colón no hubiera sido judío ¿porqué tantos descendientes de Abraham —y tan pocos cristianos— se em­peñaron, trabajaron y comprometieron pa­ra elevarlo en tal grado como lo eran dig­nidades tan altas y supremas como el Al­mirantazgo y el Virreinato, en vísperas de la expulsión de los hebreos de España? Hay que suponer que ningún marrano hubiera ayudado a un enemigo o a un perseguidor de su religión. Por lo tanto los judíos encumbraron a uno de los suyos a los puestos más altos del Estado, para contrarrestar el efecto de aquella prevista y pavorosa Diáspora.

11º) El «negocio” de las Indias, come lo califican los primeros cronistas —fue en efecto, un negocio— cuyos participan­tes eran judíos. No solamente Navarrete inserta en su Colección documental prue­bas del comercio que realizaban emisarios y socios del Almirante, tan activos como Francisco Ribarol y Juan Sánchez, herma­no de Gabriel, tesorero de Aragón, casti­gados por real cédula de 1501 con un em­bargo de 200.000 maravedís, sino que mer­ced a esa negociación en la que entraban por igual judíos que deseaban abandonar a España para liberarse de la Inquisición, como mercancías para las nuevas tierras halladas, nos enteramos por intermedio de fray Antonio de Aspa, padre Jerónimo, en­viado como investigador a la isla Española por el cardenal Cisneros en 1512, quié­nes eran esos comerciantes y a qué nacio­nalidad pertenecían. Aspa los califica de «ginoveses” y afirma que en las manos de estos “ginoveses”, comandados por Cristó­bal Colón, se hallaba el transporte y la venta de productos, tanto europeos como indígenas. Pero aún aclara mucho más: sostiene que en el primer viaje de Colón fueron como tripulantes de las tres naves muchos más de los que se contaron y entre ellos “cuarenta ginoveses”. Y ahora sabe­mos positivamente que esos “40 ginoveses” eran los 39 judíos que embarcaron en Pa­los el 2 de agosto de 1492, último día de plazo acordado para la expulsión y que fi­nalmente guarnecieron el Fuerte de Na­vidad, en la isla Española, porque no po­dían regresar a España, ni querían con­vertirse. Y estas cosas el padre Aspa las conocía muy bien porque el propio Colón las declaró cuando, en 1497, de regreso de su segundo viaje, pasó una temporada en el convento de los jerónimos de La Me­jorada, cerca de Olmedo, en cuya casa profesaba fray Antonio de Aspa. De don­de se desprende que por aquellas fechas la palabra “ginovés” se aplicaba a los ju­díos, fueran o no ligures, con tal de no re­petir el vocablo judío, que después de la expulsión de la grey mosaica, sonaba muy mal y traía un enjambre de dolorosos re­cuerdos y amargos resquemores.

De tal manera Cristóbal Colón figura en la historia y en la leyenda como “gino­vés”. Y aun cuando esto parece «un chiste macanudo”, tal cual lo calificó alguien en una revista que por ahí circula y como invento del que habla, el hecho queda lo suficientemente testimoniado como pa­ra no dudar de su efectividad. Era Colón, ineludiblemente un “ginovés” que no ha­blaba ni escribía una sola palabra de su presunto dialecto natal y en cambio se expresaba correctamente en castellano, ga­llego y portugués. Un “ginovés” que tra­bucaba todos los nombres y apellidos genoveses e italianos y nunca se acordó de su patria, ni de sus figuras proceres, ni bautizó ningún lugar del Nuevo Mundo, sino con denominaciones hispanas y es­pecialmente gallegas. Un “ginovés” cuyas relaciones más íntimas se contaban entre familias judías y cuya amante, Beatriz Enrique de Arana, que antes se apelli­daba Torquemada, madre de su hijo Fer­nando, era también de esa estirpe. Un “ginovés” que por judío y por la carga de judíos que llevaba en su primer viaje, no necesitó de un sólo sacerdote cristiano que salvara su alma y bendijera las tierras que iba a descubrir. Un «ginovés” que a pe­sar de todo su catolicismo, de su diaria de­voción y de su providencial misión de transportar como San Cristóbal en sus hombros a Cristo, —cuando en verdad lo que transportó fueron judíos—, dos veces fue rechazado por la Iglesia para escalar los altares y adorarlo como santo.

12)   Y, finalmente, si no fuera judío ¿es concebible que se hubieran acumulado en torno de su nombre, de sus orígenes, de su familia, tantos enigmas y contradiccio­nes? Eso basta para afirmar rotunda y ca­tegóricamente que Cristóbal Colón era ju­dío. Para borrar esas huellas fue necesa­rio destruir documentos, ocultar rastros, silenciar conciencias, falsificar papeles. Todo antes que el mundo advirtiera que un judío era Almirante y Virrey de Cas­tilla y que en las Indias ocupaba el lugar del Rey. ¿Cómo podía admitirse semejan­te monstruosidad? Por eso, y nada más que por eso, Cristóbal Cólón aún sigue siendo “ginovés”.

LA NACIONALIDAD DE CRISTOBAL COLON

 

lavanguardia«A B C» ha publicado el siguiente artículo, 7 abril de 1926:

¿Por qué se ha creído y aún sigue creyén­dose por innumerables personas que Cristó­bal Colón era genovés?

Porque así lo declaró Colón ante los Reyes Católicos, diciendo: «De Génova salí y en ella nací».

¿Pudo tener Cristóbal Colón decidido inte­rés en ocultar su nacionalidad?

Seguramente. La modestia de su origen, el pertenecer su madre a la raza judía, tan per­seguida por los Reyes Católicos; la seguridad, entonces, como ahora, «de que es difícil, ser en su tierra profeta», indujeron a Colón decir que había nacido en Génova.

¿Y por qué en Italia y no en Portugal, Fran­cia o cualquier otro país? Por la gran fama que en aquella época gozaban los marinos genoveses y venecianos, lo que les permitía ser bien acogidos en todas partes.

Cristóbal Colón, al hacer la afirmación «de Génova salí y en ella nací», no sólo tuvo en cuenta la seguridad de que sería así bien aco­gido en la corte de los Reyes Católicos, sino también el éxito anteriormente logrado por el almirante Bonifaz, que, para conseguir que el rey Fernando III el Santo aceptara sus planes de navegación, se fingió también ge­novés, siendo castellano y nacido en Burgos.

En la obra «Colón, español», del ilustre es­critor, ya fallecido, don Celso García de la Reguera, y en los notables trabajos de los se­ñores Otero, Calzada, Beltrán y Rózpide, Re­guera Montero y otros varios, queda demos­trada de modo claro y concluyente la nacio­nalidad española de Colón.

Una de las pruebas más terminantes de que el descubridor del Nuevo Mundo no fue geno­vés la ofrece su apellido Colón, no Colombo. La genealogía de los “Colombos” italianos no tiene nada de común con la de Cristóbal Co­lón, cuyo nacimiento se disputan con Génova las diez y seis poblaciones italianos siguien­tes: Albizola, Bogliasco, Colvi, Cosselia, Cuccaro, Cuyeres, Chiavarri, Ferrosa, Finali, Mocieña, Nervi, Oneglia, Plusencia, Pradello. Quinto y Soana. Y no es argumento el afir­mar, como lo han hecho -algunos escritores, que Cristóbal Colón suprimió la última sílaba de su apellido para acortarlo y facilitar así su pronunciación.

El apellido COLON es y ha sido siempre es­pañol y tiene rancia antigüedad en nuestra patria. Desde un obispo de. Lérida (año 133.4), que se llamó Colón, hasta las numerosas per­sonas que lo han llevado y lo siguen llevando en Pontevedra, son muchas las familias es­pañolas do este apellido.

En Porto Santo, pueblecito do la ría de Pon­tevedra, hay una casa en ruinas que, según la tradición, perteneció a la familia de Cris­tóbal Colón. Don Prudencio Otero Sánchez, uno de los más tenaces perseguidores de la verdad en el nacimiento de Colón, contem­plaba aquellas piedras, cuando le pareció no­tar una inscripción que la humedad había ido recubriendo de musgo y hierba. Limpiando ia piedra, llegó .a leer Juan Col, y reanudando el trabajo en unión de don Luis Gorostola, miembro de la Sociedad Arqueológica de Pon­tevedra, lograron al cabo leer la inscripción, completa, que decía: «Juan Colón, R° Año 1430. Este nombre, perfectamente comprobado es de gran importancia, pues él demuestra que el apellido COLON existía en Galicia an­tes del descubrimiento de América,

El insigne escritor antes citado, don Cel­so de la Riega, encontró unos pergaminos, que entregó en la citada Sociedad Arqueoló­gica, en los que constan ciertas cantidades adeudadas a D° de Colón.

No hay duda, por tanto, de que el apelli­do Colón exista muy de antiguo en Galicia.

Dominico Colombo que murió en 1498, y que, según la genealogía italiana fue padre de Cristóbal Colón, era tabernero en Saona, pe­queña población próxima a Génova, y jamás tuvo relación alguna con el descubridor del Nuevo Mundo, lo que confirma su propio hi­jo don Fernando, en la «Historia del almiran­te D. Cristóbal Colón», al decir que no juzga exacta la afirmación de su padre de haber na­cido en Génova.

A las citadas y documentadas pruebas pue­de añadirse esta otra irrefutable: Cristóbal Colón no podía ser italiano, por no haber ha­blado ni escrito jamás este idioma, que le era en absoluto desconocido.

Cuando, al dirigirse a los Reyes Católicos en diversas comunicaciones, escritas todas ellas en español, encontraba alguna dificul­tad para expresarse, no acudía al italiano, como hubiera sido natural, de ser éste su idio­ma materno, sino «al gallego». Y así en sus escritos pueden leerse vocablos tan galaicos como «inchir», por llenar; «carantoña», por careta; «esmorecer», por desfallecer; «oscura- da», por obscurecer, etc. Lo que prueba fue el gallego el idioma nativo de Colón. Y así, al pisar la primera tierra que descubrió, no. la llamó «San Salvador» en recuerdo del Salva­dor del mundo, pues, de haber sido éste su pensamiento la hubiese titulado «El Salva­dor», la llamó «San Salvador», cuyo Salvador no existe en el martirologio, porque así se titula la iglesia parroquial del pueblecito de Poyo, en la provincia de Pontevedra.

En los sucesivos descubrimientos fue tam­bién designando con nombres gallegos—nunca italianos—muchas do las nuevas tierras con­quistada. «Porto Santo», lugar -donde- fue fun­dada, según la tradición, Pontevedra. «Puerto de San Nicolás» y la «Trinidad», cofradías populares en Galicia «Punta de la Galera» y «Punta Lanzada», nombres pertenecientes a la ría de Pontevedra. «La Gallega» denominó a una isla y «El Gallego» al buque en que em­barcó su hermano Bartolomé.

De ser Colón genovés, ¿cómo se explica que no se hubiese acordado del nombre de algún pueblo italiano?

Cuando Américo Vespuccio, italiano de na­cimiento, aun cuando educado y naturaliza­do en España, realizó su primer viaje al Nuevo Mundo, bautizó con el nombre de «Golfo de Venecia» al primer mar que des­cubrió, y lo mismo han hecho todos los des­cubridores y conquistadores: denominar con títulos familiares y en el idioma nativo los lugares visitados o los hechos en que han intervenido.

Don Ricardo Beltrán y Rózpide, de la Real Academia de la Historia y de la Real Socie­dad Geografía, en su obra titulada «Cristóbal Colón y Cristóforo Colombo», hace en sus conclusiones esta categórica afirmación:

«El Colón de los documentos españoles no es el Colombo de los documentos italianos.»

Celso García de la Riega no falseó los documentos del Colón gallego

Un análisis realizado en el Instituto del Patrimonio Histórico Español confirma que, a pesar de que hay doble tinta en parte de los textos, el contenido es el original y no fue raspado

 

documentos_garcia_de_la_riega_2NURIA MARTÍNEZ

PONTEVEDRA. Los documentos utilizados por Celso García de la Riega para defender el origen pon- tevedrés de Cristóbal Colón y, por ende, de la existencia del apellido Colón antes, durante y después de su descubrimiento, no son falsos. «Sí que fueron manipulados, pero el contenido de los mismos no fue alterado o inventado a convenien­cia de la teoría gallega», como se ha apuntado desde hace años.

La responsable del Servicio de Conservación y Restauración de Patrimonio Bibliográfico, Docu­mental y Obra Gráfica del Insti­tuto del Patrimonio Cultural de

España, María del Carmen Hidal­go Brinquis, presentó ayer en el Sexto Edificio del Museo los resul­tados del estudio y análisis de las cartas pertenecientes a los siglos XV y XVI sobre las que De la Riega sustentó su teoría y a partir de las cuales escribió en 1914 el libro‘Co­lón español, su origen y patria’..

Este estudio, el más riguroso de los que se han realizado hasta el momento, certifica la veracidad de los documentos facilitados a los laboratorios madrileños hace apenas dos meses. «A través del análisis del papel se ha podido comprobar que las tintas han sido retocadas, pero el problema era ver si lo que está encima es idén­tico a lo que está debajo», explica. «A pesar de la dificultad de los es­tudios, debido a la densidad de las tintas, pudimos comprobar que efectivamente las letras estaban reescritas, quizás por un afán de clarificar el contenido».

La restauradora indicó que en la mayoría de los casos en los que existe manipulación se percibe una mejora de las palabras, «por ejemplo, si tenemos una o abierta él la cierra». Uno de los datos que más luz aporta a toda la polémica sobre el Colón gallego es que los documentos históricos no fueron raspados por el escritor. «De la Rie­ga no quiso engañar a nadie».

Todo este proceso de investiga­ción también incluyó la ayuda de la Policía Científica, debido a las sofisticadas e inconfundibles he­rramientas con las que cuentan sus agentes. Según apuntó Brin­quis, los documentos todavía no serán devueltos a la Casa Museo de Cristóbal Colón en Porto Santo porque los análisis seguirán.

Aunque este hallazgo no tumba el origen pontevedrés del almiran­te, tampoco lo confirma, «pues re­forzamos la afirmación de que en Pontevedra hubo un clan Colón, pero nosotros no sabemos si fue el del descubridor de América».

 

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Carlos Nuñez junto a María del Carmen Hidal­go Brinquis, Guillermo garcía de la Riega, Eduardo Esteban ...
Carlos Nuñez junto a María del Carmen Hidal­go Brinquis, Guillermo garcía de la Riega, Eduardo Esteban …

 

Estudio material de los fondos de D. Celso García de la Riega sobre Colón: nuevas aportaciones

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Mª Carmen Hidalgo BrinquisJefe Servicio de Conservación y Restauración de Patrimonio Bibliográfico, Documental y Obra Gráfica del Instituto del Patrimonio Cultural de España, expondrá las conclusiones finales del estudio y análisis por parte de los científicos del I.P.C.E. de los documentos depositados por la familia “De La Riega” en la Casa de Colón en Poio, Pontevedra.

 

LUGAR:

Museo de Pontevedra (Sexto Edificio). Jueves 23 de Mayo a las 18:00horas.

Presentan:

Carlos Valle Pérez (Director del Museo de Pontevedra)
José Basanta Campos (especialista enmarcas de papel antiguo)

Organizan: ATENEO DE PONTEVEDRA – ASOC. CRISTÓBAL COLÓN GALEGO

Colaboran:

Hotel Rías Bajas (Pontevedra) http://www.hotelriasbajas.com/
Concello de Poio Museo Casa de Cristóbal Colón

Diputación de PontevedraMuseo de Pontevedra

 

 

Sin título-5

 

 

Objetivos:

 1.-  Saber si los documentos son reales, originales y auténticos;  y de serlo, serían anteriores al DESCUBRIMIENTO,  y  conteniendo  el apellido COLON (tal y como el universal nauta lo escribió en sus principales documentos, y como  mandó firmar a sus descendientes).

Sería así la Teoría Gallega,  la única que podría documentalmente, demostrar éste hecho. Y sobre los  mismos documentos presentados por D. Celso García de la Riega, en 1898.

Aún siendo –hoy en día-  innecesarios para demostrar  ésta Teoría Gallega, por la posterior aparición de más documentos, y las inscripciones pétreas  aparecidas posteriormente (Santa María la Mayor y Cruz de Porto Santo).

Pero además, éste estudio,  defendería  y certificaría para un futuro la originalidad de los mismos, frente a la aparición de futuras copias.

 2.- El “intentar” saber si bajo las caligrafías dadas por “falsas” (por los estudiosos de la época, que ahora no vamos a entrar a valorar)  a principios del siglo XX (y después de muerto don Celso García de la Riega) no había intención de engaño, sino solamente de “avivar” una grafía poco clara para que se leyese mejor, y pudiese ser reproducida en la publicación –y con los métodos- de la época (1914).

3.- Rehabilitar la figura del Estudioso Investigador pontevedrés don Celso García de la Riega, tachado de falsario, después de su muerte.

 

 

Hallan imágenes de indios americanos en el Vaticano

http://www.mdzol.com/nota/463453-hallan-imagenes-de-indios-americanos-en-el-vaticano/#popupv19331v42

 

Fueron descubiertas en los Museos del Vaticano en un fresco que fue pintado dos años después del primer viaje de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo.

Detalle del fresco "Resurrección de Cristo" del Pinturicchio. (Foto pintura.aut.org)
Detalle del fresco «Resurrección de Cristo» del Pinturicchio. (Foto pintura.aut.org)

Se trata de un bosquejo de un grupo de hombres desnudos, en actitud de baile, que apareció durante la restauración del fresco la Resurrección de Cristo, del artista renacentista Pinturicchio. Sería la primera representación figurativa de los indios americanos.

El fresco fue pintado en una de las numerosas salas que él decoró para el papa español Alejandro VI, informó el portal del diario español ABC.

El director de los Museos Vaticanos, Antonio Paolucci, comentó que las figuras se corresponden con las descripciones que Cristóbal Colón hizo en sus escritos sobre los indígenas a su llegada a América.

Paolucci precisa que «todo el ciclo de la pintura del Pinturicchio del apartamento papal se concluyó probablemente al final del 1494. El papa Borgia estaba interesado en el Nuevo Mundo, al igual que las grandes cancillerías de Europa. El 7 de junio de 1494 en Tordesillas (Castilla) se firmaba el tratado que dividía las Indias Occidentales, las tierras más allá de Europa, en un duopolio exclusivo entre el imperio español y el portugués».

 

El diario del primer viaje de Colón describe lo que vio aquel viernes 12 de octubre de 1492, cuando puso pie en tierra americana: "Vimos gente desnuda (...) buena y amistosa. Venían a nuestras barcos a nado. Nos trajeron papagayos, hilo de algodón, lanzas y otras muchas cosas, en cambio de otros objetos como pequeñas cuentas de cristal que les dimos". La pintura con los nativos americanos surgió durante la restauración del Pinturicchio que se realizó en el 2006, pero los expertos de arte vaticanos se habían mostrado hasta ahora cautos sobre su descubrimiento.
El diario del primer viaje de Colón describe lo que vio aquel viernes 12 de octubre de 1492, cuando puso pie en tierra americana: «Vimos gente desnuda (…) buena y amistosa. Venían a nuestras barcos a nado. Nos trajeron papagayos, hilo de algodón, lanzas y otras muchas cosas, en cambio de otros objetos como pequeñas cuentas de cristal que les dimos».
La pintura con los nativos americanos surgió durante la restauración del Pinturicchio que se realizó en el 2006, pero los expertos de arte vaticanos se habían mostrado hasta ahora cautos sobre su descubrimiento.

 

El diario del primer viaje de Colón describe lo que vio aquel viernes 12 de octubre de 1492, cuando puso pie en tierra americana: «Vimos gente desnuda (…) buena y amistosa. Venían a nuestras barcos a nado. Nos trajeron papagayos, hilo de algodón, lanzas y otras muchas cosas, en cambio de otros objetos como pequeñas cuentas de cristal que les dimos».

La pintura con los nativos americanos surgió durante la restauración del Pinturicchio que se realizó en el 2006, pero los expertos de arte vaticanos se habían mostrado hasta ahora cautos sobre su descubrimiento.

El Vaticano: pinturas reflejan la llegada de Cristóbal Colón a América

56205_Indios-Pintutas-Vaticano-D24COM«Vimos gente desnuda, buena y amistosa; venían a nuestras barcos a nado», decía el relato del descubridor del continente que quedó plasmado en la Santa Sede.

Las que podrían ser las primeras imágenes de los indios americanos fueron descubiertas en los Museos del Vaticano, en un fresco que fue pintado dos años después del primer viaje de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo América, anunció el director de los Museos Vaticanos Antonio Paolucci.

Se trata de un bosquejo de un grupo de hombres desnudos, en actitud de baile, que apareció durante la restauración del fresco la «Resurrección de Cristo», del artista renacentista Pinturicchio.

El fresco fue pintado en una de las numerosas salas que él decoró para el papa español Alejandro VI, informó el portal del diario español ABC.

El profesor Paolucci, comenta que las figuras se corresponden con las descripciones que Cristóbal Colón hizo en sus escritos sobre los indígenas a su llegada a América.

El diario del primer viaje de Colón describe lo que vio aquel viernes 12 de octubre de 1492, cuando puso pie en tierra americana: «Vimos gente desnuda (…) buena y amistosa. Venían a nuestras barcos a nado. Nos trajeron papagayos, hilo de algodón, lanzas y otras muchas cosas, en cambio de otros objetos como pequeñas cuentas de cristal que les dimos».

La pintura con los nativos americanos surgió durante la restauración del Pinturicchio que se realizó en el 2006, pero los expertos de arte vaticanos se habían mostrado hasta ahora cautos sobre su descubrimiento.

Alén do mar – Oscar Ibañez

Oscar Ibáñez nos presenta este trabajo de música Folk, donde algunos entendidos sorprendidos por su calidad, lo sitúan a nivel de Milladoiro y Carlos Núñez.

Como buen vecino de Poio (Pontevedra), aprovecha para hacer un poco de patria y rememorar a su paisano «Colón»,  recuperando unos poemas olvidados de «Ramón Cabanillas».

 

WWW.OSCARIBANEZ.COM

 

De aquén e de alén do mar

(Prólogo XURXO SOUTO)

 

 

De aqué e de alén do mar
De aqué e de alén do mar

¡O que Celt desotóu contra o Destiño,

poñendo por volado o fondo mar,

segulndo sempre ó sol no seu camiño

Colón, filio de Celt, teño de atar!

Somos un pobo de artistas. Na cerna da música galega está a mestura. Un salgado alimento de vida que chegou -que segue a ir e vir- polos camiños do mar. Par. cosmopolitas nós. Todos temos un avó que parou en Buenos Aires, todos unha bisavoa que aprendeu en Cuba o son do danzón.

Sábeo ben Oscar Ibáñez, o gaiteiro de Porto Santo (nota 1). inquedo, virtuoso, aprendeu dende moi novo a arte do toque pechado dos vellos mestres de Pontevedra. E conforme máis rabuñaban os seus dedos na enxebreza, máis recendía no punteiro o son de América.

Como Ricardo Pórtela, Os Soutelos de Montes, don Perfecto Feijoo co seu coro Aires d’a Terra, como fixera hai máis dun século o Ventosela, Oscar tamén cruzou o Atlántico. E enleadas nesas síncopes africanas que fan bailar ao Novo Mundo -tango, candombe, danzón ou choro o gaiteiro de Porto Santo encontrou as melodías desta ribeira.

Aquén e alén do mar. Oscar estaba preparado. E un día do ano 96, cando andaba a procurar máis saber nos arquivos do Museo de Pontevedra -fonte vizosa dos seus propios mestres-, descobre a profecía. Falo do poema O filio de Celt de Ramón Cabanillas. Conforme o le por vez primeira recoñécese nos seus versos e asúmeo, emocionado, coma unha encomenda: Compre reunir unha tribo, alianza salgada de talento, e crear a gran rapsodia transatlántica.

Antes da historia, o heroe Celt, caminando sempre cara o oeste, seguindo a rota do sol, conduce a súa tribo até os eidos de Galicia, Canso da viaxe, aquí espeta a súa espada. E -prodixio extraordinario- da fenda no chan agroma auga, sepáranse as térras, e afástase, vagando polo océano, ese anaco de mundo que algún día haberemos chamar América.

Miles de anos despois, onda o Lerz, río máxico, medra un emporio do mar: Helenes, peirao de arribada das naves de Irlanda. Alírecala a «Gallega», caravela abenzoada que un descendente de Celt -Colón de Porto Santo- será quen de guiar até a outra ríbeira. (nota 2)

En todas as fisterras atlánticas latexa un mesmo arquetipo: O océano como sinónimo de morte. Mais non morte como destrución, senón como coñecemento absoluto, o Alén, ese misterio que nos transcende.

Velaí o camiño de Santiago, viaxe física símbolo dunha gran viaxe interior. Canto máis avanza o peregrino cara o oeste, maior é a súa sabedoría. Día a día tras da rota do sol, até chegar ás portas do Máis Alá, á fin do mundo.

Por iso todas estas ribeiras falan da illa do paraíso. Situada na outra banda do mar maior, só poderán acceder a ela as persoas verdaderamente sabias: O xardín das Hespérides, o Tir na Nog dos mitos irlandeses, a illa de San Brandan ou de Santo Amaro navegante.

Moitos a procuraron e tivo que ser Colón, da xente de Celt, quen revelase para sempre o seu misterio.

Ofuturo é o pasado. Tivo que ser outro de Porto Santo, Oscar Ibáñez, quen lie puxese son a esta epopea: A grande aventura dos galegos polos caminos do mar -dende a Moureira a Cuba, dende Arxentina a Raxó-, viaxe de ida e volta que non acaba aínda que acabe o mar.

Todo estaba escrito, abofé. Atou Colón as térras que Celt desatou. Só cumpría que Oscar Ibáñez, gaiteiro! e a súa Tribo convertesen en música tanta viaxe, tanta vida, tanto océano!

1 Porto Santo -parroquia de San Salvador, concello de Poio- é tamén o lugar orixe do almirante Colón. Así o publicou en 1914 Celso García de la Riega. Dende entón varios estudos continuaron a achegar datos que avalan esta tese. E San Salvador foi precisamente o nome que elixiu Colón para bautizar a primeira térra que atopou alén do Atlántico.


2  Todos en Pontevedra saben que Colón naceu na outra beira da ría. Sábeno tamén na outra banda do mar. Velaí na Florida, Ponte Vedra Beach -antes Mineral City-, que mudou de nome por decisión dos seus vecinos para honrrar cada día á térra natal do descubridor de América.

 

alen do mar - oscar ibañez
alen do mar – oscar ibañez

O fillo de Celt – fragmentos

Ramón Cabanillas

A tribu ía en precuro

dunha lonxana térra

que soñara,

na que no-había sombra

nin escuro,

onde era a luz, eternamente serea,

limpa, maina e serea.

Do gran Celt ó comando

os guerreiros do clan á descoberta

e ó seu acougo os vellos, os meniños

as mulleres o gando,

seguindo ó sol na súa ruta certa,

rompendo touzas virxes, sin camiños

as almas acendidas,

nos beizos as cancións dos adiviños

e dos bardos druídas,

a tribu ía adiantando quedamente

até que a luz morría no oucidente.

Xornada tras xornada

unha morna mañán de primaveira

ollóu a tribu pola vez primeira

-pasmada, latexante,

ateigados os peitos de ledicia-

a terra benamada

que, séculos adieante

foi chamada Galicia.

Tremente, Celt, baixou do seu asento

e espindo a antiga, milagreira espada

no circo astral dun dolmen de conxuro

polas mans dun loxano abó forxada,

con brazo forte e duro,

até a cruz do batido empuñamento

afundéuna no chan.

Erguéuse un vento

que abateu os chouzales con estrondo

e a terra esburacada

no seu máis irto fondo

foi fendida e ó longo separada.

Polo furo, xurdéu o mar bruante

lanzando ó creo inxente e inmenso

tormentoso, arrabiado, asoballante

que brandando caiéu no aberto laño.

A terra virxe, por demáis belida,

da celénica tribu inda iñorada,

de albas escumas, arredor cinguida,

nas ágoas a ferver ficóu vagante

e cara ó sol que morre encamiñada,

paseniño alonxóuse mar adiante.

Neto dos netos do gran Celt, un día,

do Lerz, o sagro río, na ribeira,

axexa do outo mar a lonxanía,

coa alma nun ensoño viaxeira,

garrido mozo de mirar sereo

que na inquedade dun estrano arrobo,

ve locir as estrelas de outro ceo

e soña eos irmáns dun mundo novo.

De volta dun viaxe,

polos mares da Irlanda,

-dezaoito remeiros cada banda,

tódolos trintaseis do seu linaxe-

bota os rizóns ó pé da antiga ponte

antre a bulla da xente cramorosa,

o veleiro navio que comanda

Domingo Fonterosa.1

 Ó crarordo luar

a cibdade sosega.

E alá, medio da ría silenzosa,

encendéuse a brilar

a farola de proa de «A Gallega»;

a caravela sagra e misteriosa

que un dia verá térra alén do mar!

O mozo que axexaba

os camiños do mar na lonxanía,

axoenllado de dolor choraba

fonda e segreda coita,

cando, da noite á donda claridade,

trasposto ó ceo, escoita

a voz da Saudade:

«¡Tí eres, Ti, o unxido e o escolleito!

¡O Mar das Trevas, longo e tromentoso

aberto e ceibe está; grorioso feito

ten de ser o teu soño miragroso!

¡O que Celt desatóu contra o Destiño,

Poñendo por valado o fondo mar,

Seguindo sempre ó sol no seu camiño

Colón, filio de Celt, teño de atar!»

 

Nota do editor: Domingo Fonterosa, heterónimo do propio Colón de Pontevedra, pois compendia o nombe do seu pai, Domingo Colón e o apelido da súa nai Susana Fonterosa.

Dos gallegos, una misma identidad

En un ‘flashback’, el investigador Modesto Manuel Doval Montes viaja a la era de Cristóbal Colón. O a la época de Pedro Álvarez de Sotomayor, ya que, tras un estudio exhaustivo del tema, puede concluirse que eran la misma persona. Su teoría, con más de cien años de evolución, se divide en dos partes: en la primera, Doval habla sobre la relación del noble con la mar y la guerra. En la segunda, traza un boceto de su vida conventual y familiar mediante una caligrafía que demuestra su auténtica identidad.

 

Dos gallegos, una misma identidad
Dos gallegos, una misma identidad

Algo que no deja lugar a dudas es que Cristóbal Colón procedía de la nobleza; era natural de los reinos de Castilla, (lo asegura la reina Isabel la Católica, entre otros datos); escribía con giros gallegos, conocía perfectamente las costas de Galicia principalmente las de Pontevedra, tenía tratos con la alta nobleza portuguesa.

Por eso, hay que buscar a algún noble con estas características: un noble súbdito de los reinos de Cas­tilla, de origen gallego, que se des­envuelva entre Portugal y el Sur de Galicia (Pontevedra), que además era el único lugar del mundo don­de existía el apellido Colón. Gracias al trabajo de historiado­res e investigadores hoy se sabe que Pedro Álvarez de Sotomayor mejor conocido como ‘Pedro Ma­druga’ era Cristóbal Colón. Noble en dos regiones Galicia y Portu­gal, Conde de Camiña (Portugal), Señor de Sotomayor, Mariscal de Bayona y Vizconde de Tai (Ponte­vedra, Galicia).

Pedro Álvarez de Sotomayor (Cris­tóbal Colón) y su hermano Joáo Gongalves de Sotomayor (Bartolo­mé Colón), eran hijos bastardos de Fernán Yáñez (Eannes) de Soto- mayor, fruto de sus relaciones con Constanza Gongalvez de Colón. Tenían dos medios hermanos, uno por parte de su madre, -de nombre Diego Colón-, y otro por parte de su padre -de nombre Alvar Páez de Sotomayor- (heredero legitimo de la casa de Sotomayor).

Cristóbal Colón tenía conocimien­tos de latín y de las sagradas escri­turas, por haber sido seminarista, entre 1440 y 1446, por deseo de su padre Fernán Yáñez de Sotoma­yor. En 1446 cambia los libros por la espada y la navegación.

Su hermano Don Alvar Páez de Sotomayor, heredero de la casa de Sotomayor, sin tener descendencia y antes de morir, consiguió de En­rique IV -en 1468- la legitimación en orden de sucesión en los bienes y derechos de la casa Sotomayor, a favor de su medio hermano Pedro Álvarez de Sotomayor. Ala muerte de Alvar Páez de Sotomayor en las revueltas Irmandiñas, Pedro toma posesión de la casa Sotomayor; re­cuperando el patrimonio familiar perdido por la revuelta y aumen­tando su señorío. Convirtiéndose en uno de los señores feudales con más poder de la época.

Durante la guerra de sucesión en­tre Isabel de Castilla (la Católica) y Juana de Castilla (la Beltraneja), apoyó la causa de Juana y de Por­tugal. Al ganar la guerra Isabel la Católica, le despoja del señorío de Sotomayor, y Pedro A. de Sotoma­yor se refugia en Portugal.

Cristóbal Colón aparece cuando desaparece Pedro Álvarez de So­tomayor, en una supuesta y miste­riosa muerte que nadie investigó. Ni apareció cadáver alguno, ni sus hijos y descendientes reclamaron la herencia ni su testamento. Cu­riosamente, posterior a la fecha atribuida a su muerte, se han en­contrado varios documentos en donde se confirma que está vivo (pleitos, reclamaciones de deu­da, etc.). Por los escritos que dejó Cristóbal Colón, se puede ver que los personajes son el mismo. Co­lón decía que la forma de vivir de sus antepasados fue el de merca­derías por la mar; como los Colón de Pontevedra, que eran merca­deres. Todos relacionados con las actividades marítimas de aquella época. Su padre, Fernán Yáñez de Sotomayor, era un importante armador de Pontevedra, tenía la capitanía de barcos propios, de mercancías y de ‘al corso’ y están relacionados con los de Colón de Pontevedra.

Colón decía que vivió de las ar­mas, Pedro Álvarez de Sotoma­yor se enroló como mercenario, adiestrándose en el manejo de las armas.

Colón decía que estuvo veintitrés años en la mar y de Pedro Álvarez de Sotomayor se comprueba que estuvo veintitrés años en la mar. Hay constancias que justifican a Pedro A. de Sotomayor sus cono­cimientos náuticos y su ausencia de 23 años. Existen varios docu­mentos y cronistas de la época que avalan estos hechos; entre otros, Vasco De Aponte que nos dice “Pe­dro Álvarez de Sotomayor llega a Galicia con muchas riquezas por sus correrías marítimas y grandes alianzas portuguesas” o como nos narra L. Ferreiro: “una vez libera­do de la tutela de Fray Esteban de Soutelo, en 1446 “cambió los libros por la espada”, y en 1469 regresó a Galicia después de veintitrés años de ausencia”

Parte II: Vida conventuallEl fraile Diego de Deza estudió junto con Pedro A. de Sotomayor, y fue de los que más ayudo a Colón en su empresa del Descubrimiento.

El Cardenal de Toledo -que tam­bién lo ayudó- era pariente de los Sotomayor. Los amigos de Colón son también los amigos y valedores de Pedro Alvarez de Sotomayor. Los enemigos de Colón que siem­pre lo estuvieron fustigando son curiosamente los enemigos de Pe­dro A. de Sotomayor.

El comportamiento de Pedro Ál­varez de Sotomayor a los que sus enemigos lo tenían por cruel, es igual que el comportamiento de Colón.

Pese a lo que muchos creen, Colón era cruel y déspota como lo ase­guran sus marineros y contempo­ráneos; que es el clásico compor­tamiento de un señor feudal de la época.

Lucio Marineo Siculo (capellán y confesor de los Reyes Católicos), que conoció en la Corte a Colón, escribe un libro contando todo lo relacionado con la ‘gesta del des­cubrimiento’ y en un párrafo refi­riéndose a Colón, lo nombra como Don Pedro Colón. Al igual que el historiador portugués Gaspar Fructuoso, también contempo­ráneo a Colón, lo llamaba Pedro Colón, la propia Academia de la Historia llega a la conclusión de que su nombre de pila completo era Cristóbal Pedro, como se refle­ja en la abreviatura del documento de 1496: XP° de Colón. Los prime­ros nativos americanos que llevó Colón a Europa los bautizó con los nombres de Cristóbal y Pedro. Felipa Muñiz, quien tuvo un hijo de Cristóbal Colón, era prima de Teresa de Távora, mujer de Pedro Álvarez de Sotomayor; de la que se separó después de exiliarse en Portugal. Colón escribió a los Reyes una carta donde dice que “dejo tierras, mujer, e hijos” al desplazarse a Castilla, pero si lo acompañaba su hijo Diego y su otro hijo Hernando todavía no había nacido, y además que ya no tenía mujer ¿a quién se refería?. Sin lugar a dudas, a la familia que dejó en Galicia.

Colón nos dice que tenía otros hijos, en una carta que le escribe a su hijo Diego desde Sevilla el 1 de diciembre de 1504. Le hace re­ferencia al cuidado de otros diez hermanos “… Diez hermanos no te serían demasiados, nunca yo fallé mayor amigo a diestro y sinies­tro que mis hermanos…”. Pedro Álvarez de Sotomayor tuvo con Teresa de Távora nuevo hijos que sumados al que le nació de Beatriz Enríquez, serían los 10 hermanos de Diego.

Cristóbal Colón veló por los hijos de Pedro A. de Sotomayor a excep­ción de Álvaro de Sotomayor, al que Pedro A. de Sotomayor había desheredado.

En la corte de Carlos V existe un texto que menciona a Diego Soto- mayor el hijo de Pedro A. de Soto- mayor, como hijo de Colón.

La críptica firma de Colón es el árbol genealógico de Pedro A. de Sotomayor.

Pedro Correa de Acuña era cuña­do de Pedro Álvarez de Sotoma­yor y es conocido como cuñado de Colón

Colón afirmó que conocía los secretos más celosamente guar­dados de Portugal, Pedro A. de Sotomayor, era del pequeño gru­po de personas que conocía esos secretos.

El primer lugar donde fue en­terrado Colón pertenece a la fa­milia “de la Cerda” familiares de los Sotomayor, es el mismo lugar donde enterraron a Fernán Yáñez de Sotomayor, padre de Pedro A. de Sotomayor.

La segunda sepultura de Colón se hizo en Sevilla en el monasterio de la Cartuja junto a unos primos de Pedro A. de Sotomayor.

Se han realizado serias investiga­ciones sobre la escritura de Colón, el 14 de octubre del 2009 se dio a conocer un descubrimiento asom­broso; y gracias al adelanto tecno­lógico, la perito calígrafo y grafo psicológica Teresa Torres Legarre- ta realizó un estudio comparativo de la escritura de Cristóbal Colón y Pedro A. de Sotomayor (Pedro Madruga).

La perito calígrafo mostró con gráficos y superposiciones de es­crituras, cómo las formas de las letras son muy similares en ambos personajes. Tantas coincidencias son una prueba más de que se tra­ta de la misma persona.

Las investigaciones de la perito fueron comunicadas a la Univer­sidad de Barcelona para la revi­sión del estudio y los expertos calígrafos coinciden en que apa­recen todas esas similitudes entre las letras y sus formas. Lo que no deja lugar a dudas: Pedro A. de Sotomayor y Cristóbal Colón es la misma persona.»

 

Publicado en el Diario de Pontevedra el domingo, 9 de diciembre de 2012

Por Modesto Manuel Doval Montes