Marcelo Gaya y Delrue

El mito de Cristóbal Colón
El mito de Cristóbal Colón

Académico correspondiente de la Real Academia Aragonesa de Nobles y Bellas Artes de San Luis de Zaragoza.

Realizó varias traducciones del francés al castellano.

Parece ser el primero en ralacionar a un noble galaico-portugués con la verdadera identidad de Cristóbal Colón y sus hermanos.
Extracto de su libro «EL MITO DE CRISTÓBAL COLÓN»: Descripción: Zaragoza- Edt. Librería General s.a. (h. 1955). 21,5cm. 317p.- 2h. Ilustrado con retrato de Colón. Prof. de mapas plegados. (Ref. 1545-4).

… Hablar de la falta de pruebas de que Cristóbal Colón haya nacido en Génova o en otra parte de Liguria (desde luego, no se ha podido encontrar ningún Acta de Bautismo a su nombre, único documento que, a partir del Concilio de Trento, tenía algún valor en una época en que la documentación civil no existía y que fijaba la fecha de un nacimiento con unos ocho días de más o de menos) ya que esas afirmaciones no se apoyan más que en minutas de actas notariales, como la del 30 de octubre de 1470 o la del 7 de agosto de 1473, es decir, posteriores en varios decenios a la época supuesta de su nacimiento, hay dos hechos que, a primera vista, llaman la atención por su rareza. Primero, el nepotismo del Almirante de la Mar Océana es cosa harto conocida y que bastante le fue echado en cara durante su vida. En cuanto a su orgullo, éste era tal que le impelía a considerarse de familia noble y nada menos que descendiente de Julius Colonus, Cónsul romano, vencedor de Mitrídates, Rey del Ponto. Dicho orgullo le hacía tratar de igual a igual con los Reyes Católicos, cuando se llevaron a cabo las discusiones de las «Capitulaciones», y saltaba a la vista de todos.

¿Cómo, pues, orgulloso como era y con un instinto familiar tan desarrollado que le hacía llamar a su lado a sus dos «hermanos» Bartolomé y Diego, cómo pudo consentir, llegado a ser Gran Almirante de la Mar Océana, Virrey de las Indias y Gobernador perpetuo de las tierras descubiertas, después de haber acuartelado «su» escudo con las armas de Castilla y de León, cómo pudo consentir en continuar siendo el cuñado del obscuro quesero Bavarello? ¿Por qué dejó a «su hermana» Bianchinetta seguir luchando con la mediocridad? ¿Por qué no hizo nada por «su sobrino», el joven Pantalino? ¿Por qué no hizo con ellos lo que hizo con «sus» hermanos, por qué no los limpió de su villanía o por lo menos no llenó su bolsa para permitirles llevar un tren de vida digno de parientes colaterales de un Almirante de Castilla? Quería ocultar sus orígenes plebeyos, me contestarán los genovistas. Admitámoslo, pero Bavarello, Bianchinetta, Pantalino debían saber perfectamente quién era ese nuevo Almirante que acababa de hacer un viaje tan extraordinario y fuera de lo común, del cual todos hablaban, aunque no fuera más que ¡por la colección zoológica de papagayos y de indios que le rodeaba con el fin de asegurar su publicidad! ¿Por qué no se precipitaban, ellos también, a España, como Bartolomé, para formar parte de la segunda expedición hacia el País del Oro, expedición en la que participaron más de mil quinientas personas? Ellos no tenían por qué ocultar el parentesco que los unía a ese hombre llegado repentinamente a la celebridad. Al contrario, es de suponer que si Colón hubiera sido un pariente próximo, las habladurías de aquéllos no se hubieran parado en el barrio populoso de Génova donde moraban y, a su vez, hubieran llegado a ser una especie de celebridades locales; como consecuencia, y si no hubiera sido más que para que callaran, por su propio decoro, aunque el Almirante no hubiese deseado tenerlos cerca de sí, en Castilla o en La Española, les hubiera entregado, si no directamente, por lo menos por el intermedio de un Banco (y ¡los Bancos genoveses no faltaban en Europa!), con toda la discreción deseable, algunos socorros que hubiesen permitido a los Bavarelli ostentar una posición económica más de acuerdo con la nueva situación social del señorón.

En vez de esto, si los genovistas no hubieran descubierto a Bianchinetta y a su preclara familia, siempre la hubiéramos ignorado, pues nunca jamás, en ninguna parte, absolutamente en ninguna parte, hace mención Colón de su familia colateral genovesa. ¡Actitud algo rara, confesémoslo, por parte de un hermano!

Segundo, en lo que trata de su padre, la cosa es todavía más inexplicable. Ese anciano muere a la edad respetable de ochenta y un años, en la miseria y cargado de deudas… En ningún momento, a partir de su exaltación al Almirantazgo y su acceso a la fortuna (su pretendida pobreza, durante los últimos años de su vida, no es sino una fábula contradicha por los millones de maravedís que dejó a sus herederos), vemos a Colón preocuparse de la suerte de su padre ni tratar de ayudarle. Vignaud pretende que los acreedores de Doménico se dirigieron al Almirante para tratar de hacerse pagar las deudas de su padre cuando la muerte de éste, mas reconoce ignorar el resultado de sus trámites. No se halla ninguna huella de estos últimos en los papeles que dejó Colón y menos aún pruebas de que hubiese pagado… ¡Dejó pues, voluntariamente, empañar la memoria de «su» padre después de haberle dejado vivir y morir en la miseria, preocupándose tan poco de la reputación del apellido que él mismo llevaba! La única explicación a tal actitud no puede hallarse sino en la ignorancia en que estaba Cristóbal Colón de que viviese, en Génova, Doménico Colombo.

Además, de 1493 a 1499, durante seis años en el decurso de los cuales va y viene de Europa al Nuevo Mundo (en total tres viajes) y permanece durante períodos bastante largos en España, jamás siente Colón el deseo, no sólo de volver a Génova, mas ni siquiera de volver a ver a su padre o por lo menos de tener noticias de él y, por su parte, Doménico, a pesar del legítimo orgullo que hubiera debido sentir de haber engendrado a un hijo tal (sin hablar de la ayuda material sobre la que, moralmente, tenía derecho a contar) tampoco hizo nada para relacionarse con él.

En resumen, y a pesar de correr el riesgo de que se nos acuse de repetición, mas es nuestro deber insistir sobre este punto, la anomalía de las relaciones familiares entre Cristóbal Colón y los Colombo de Génova a los que se le quiere unir de manera tan estrecha es tan patente que no puede significar más que una cosa: el Almirante don Cristóbal Colón no era, no podía ser, el hijo de Doménico Colombo, ni, por consiguiente, el hermano de Bianchinetta. Más aún si recordamos, una vez más, que no sabía el italiano, prueba que no era de Liguria (a pesar de lo que haya mentado atrevidamente Pedro Martyr d’Anghleria en 1493).

¿Quién era pues el Almirante don Cristóbal Colón? ¿De dónde provenían los dos «hermanos» entrados detrás de él en la Historia?

Un hecho llama la atención de cualquiera que estudie los documentos dejados por Colón y los reunidos por Fernando y Las Casas: las numerosísimas y constantes contradicciones del Almirante cuando habla de su juventud; estas contradicciones son tan evidentes que sus apologistas, tanto los contemporáneos como los posteriores, no han podido pasarlas en silencio: pretende haber empezado a navegar a los catorce años y las actas notariales del 30 de octubre de 1470, 7 de agosto de 1473, otra también de 1472, que le dicen respectivamente de más de diez y nueve, veintidós y veintiún años de edad, no mencionan su estado de «marino», anomalía extraña para esta época y en tales documentos, en los cuales, por el contrario, se le califica de «lanero». La conclusión objetiva que se impone es que si estos textos corresponden en rigor a una sola persona, puesto que la edad que se le atribuye en cada uno de ellos corresponde a las diferencias de fechas, esa persona debía ser un individuo conocido y reconocido como ejerciendo la profesión de «lanero» y no de «marinero». Por lo tanto, si, efectivamente, el Almirante empezó a navegar a la edad de catorce años, no puede tratarse de él en los susodichos documentos.

En otro lugar afirma haber navegado por todas partes a donde puedan ir barcos (» todo lo que hoy se navega, lo he andado «, carta de 1501) pero comete errores geográficos, admite fábulas (a propósito de sirenas) que demuestran que sus viajes se efectuaron sobre todo… ya en libros, ya sentado a la mesa de algún bodegón con unos marineros que volvían de alguna lejana expedición y gustaban de contar sus aventuras a un auditorio complaciente, admirativo y crédulo, en la taberna acostumbrada de su puerto de embarque.

En la «lettera rarissima» de 1503, dice haber entrado al servicio de los Reyes Católicos a la edad de veintiocho años, lo que le haría nacer en 1457, pero en el Diario de a bordo del primer viaje, con fecha 21 de diciembre de 1492, pretende » haber recorrido los mares durante veintitrés años sin interrupción, y haber visto todo el Levante y el Poniente «. Entonces ¿habría empezado a navegar a los doce años? O, sino, no habría nacido en 1457, sino en 1455, cosa que, de todas maneras, infirma las notas notariales de las cuales hablábamos hace un momento, puesto que en 1470 no podía tener diez y nueve o veintiuno años, sino trece o quince… Luego, » sin la menor interrupción «… ¿Cuándo y cómo tuvo tiempo de casarse, de tener un hijo, de instalarse en Porto-Santo, de discutir con el Rey D. Joa II de Portugal?…

También en 1501 nos afirma que está navegando desde hace más de cuarenta años (» ya pasan de cuarenta años que yo voy en este uso «) o sea, desde 1460. ¡¡¡Tenía pues tres o cinco años cuando empezó a navegar!!! O, si había empezado a la edad de catorce años, ello significa que había nacido en 1446 y, en este caso, ¡tenía veinticuatro años cuando el acta notarial de 1470!

Y podríamos, en esta forma, citar un sinnúmero de contradicciones de Cristóbal Colón, todas sacadas de sus escritos.

Es que Colón quería ocultar sus orígenes y desalentar a los indiscretos, no cesan de repetir los colombófilos genovistas, desconsolados al hallar a su héroe cogido en flagrante delito de mentira. Mas, ¿por qué?, ¿con qué fin, si no tenía que esconder alguna tara referente a esos orígenes?

La impresión que se saca de toda la Colomboteca publicada y sin publicar aún, hasta la fecha, pero que nadie se ha atrevido a formular abiertamente, es que Cristóbal Colón, a partir de 1485, y más aún después de 1492, cuando hubo alcanzado la fama, cuenta acerca de su pasado una fábula aprendida, pero mal aprendida, la historia de otro y que se compone, con la historia de este otro, una personalidad de juventud que no es la suya…

Esta impresión notada al leer las biografías más serias y más modernas del Almirante, así como las de sus contemporáneos, se la comunicaba un día a una de mis alumnas cuya vivísima inteligencia y perspicacia siempre me habían seducido y decíale cómo, cualquiera que fuese la hipótesis admitida, uno siempre daba con unas objeciones de tal peso que, en conciencia, veíase obligado a abandonarla para repetirse un constante, irritante y desesperante «¡¿Qué sé yo?!».

Séame lícito dar aquí públicas gracias a esta alumna, la señora doña Genoveva Dire de Boudoire, no sólo por la valiosísima ayuda que aportó en la labor preparatoria de este trabajo, sino también porque me alentó en los momentos de impaciencia (por no decir peor) provocados por el enigma colombino, cuya clave me dió su genial intuición.

«-¿Qué sé yo? -repetíale, pues, un día de perplejidad mayor que la de otros…

-Pero… ¿Y si hubiera habido sustitución de personalidad? -me preguntó, de repente, mi interlocutora.

-¿Cómo es eso?

-Sí, si el Almirante, por una razón o por otra, ¿hubiese tomado el nombre de «Colón» cuando la desaparición del verdadero «Colón»?… En este caso, las biografías del Colón genovés serían exactas pero no se aplicarían al Almirante puesto que serían dos personas diferentes, lo que explicaría esas dudas y esas contradicciones cuando de su juventud se trata y también el que no haya tenido nunca ninguna relación con su supuesta familia genovesa…».

Esta hipótesis, aunque muy atrevida a priori, fue para mí un rayo de luz en esta enmarañada historia.

… ¡El Cristóbal Colón posterior a 1476 no era, pues, el Cristóbal Colón de antes de 1476!. Entonces todo se aclara: las biografías de Cristóbal Colón, cualesquiera que fueren, son exactas hasta 1476 y poco importa que no concuerden: ese joven desaparecido durante el combate naval del 13 de agosto no tiene ya ninguna importancia, puesto que su muerte le impide entrar en la Historia…¿Hacerle pues vivir hasta aquel entonces de la manera que se quiera!.

Pero después de San Vicente, Un hombre, de otro temple, hay que reconocerlo, se aprovecha de su desapareción, de la cual fué seguramente testigo, si no autor, para atribuirse, ignoramos aún por qué, su personalidad, y con ¡este falso estado civil hará el gran Descubrimiento de 1492!.

¿Quien era este hombre? Por ahora, todavía no lo sabemos. Por su lenguaje, ya lo vimos, debía ser un galaico-portugués de la región de Tuy. Circunscribiendo aún más el problema y para basarnos en sus porpias afirmaciones, es problable que fuese oriundo de uno de los pueblos que, cuando la rectificación de fonteras, cambió de nacionalidad a consecuencia del Tratado de Trujillo, en 1479, fin de la guerra de sucesión de Castilla, entre este país y Portugal. Que naciese en un lugar anexionado entonces a Castilla, no mentía al decirse «extranjero», puesto que en el momento de su nacimiento, se había cedido a Portugal, tampoco mentía, puesto que, aunque nacido castellano, se había convertido en «extranjero».

¿Por qué substituyó su propio nombre por el del joven Cristóbal? Otro enigma, que la ignorancia de quién era, no nos permite dilucidar. Mas, probablemente hízolo, considerando las costumbres de la época, para ocultar una tara peligrosa: herejía judaizante, brujería, bestialidad u otro pecado gravísimo, crimen de lesa-Majestad, rebeldía … que de todas maneras su porvenir abundante en Gloria, real o ficticia, hará olvidar.

La única objeción que se puede hacer a esta hipótesis (que al fin y al cabo, vale como las demás y suprime muchas incoherencias que en ellas se hallan) proviene de la aparición, al lado del Almirante, y después de hecho el descubrimiento, de los dos “hermanos” de Cristóbal, Bartolomé, y Diego. Pero todo lo que dijimos acerca de la rareza de las relaciones familiares de Colón con su padre se acordase de que tienen una familia en Italia. De ellos, tampoco sabemos nada antes de que se transformen en satélites del mayor. Parece se que Bartolomé estuvo en Inglaterra, para ofrecer los proyectos de Cristóbal al Rey Enrique VII. Cuando la vuelta a Europa del Almirante, pasó por Francia en donde le agasajó Ana de Beaujeu, por aquel entonces Regente de Francia, y a partir de ese momento, siguió la fortuna de Cristóbal Colón. Era un hombre enérgico y más culto que el descubridor, pero ignoramos también todo de sus antecedentes, salvo que él, igualmente, vivió, durante algún tiempo, en Lisboa, en donde se ganaba la vida como cartógrafo y en donde es probable que conociese a Cristóbal.

Del tercero, Diego, se ha estrujado el nombre italiano, que los unos dicen haber sido Giacomo, otros Jiacobo, Vignaud “Jiacopo”, para traducirlo por “Diego”, nombre español por el cual se le conoce. Pero “Giacomo” hubiera dado “Jaime” o “Santiago”, y “Jiacobo”, “Jacobo”. Este detalle probaría también que Diego Colón y Giacomo Colombo no eran el mismo hombre.

La única explicación posible a la existencia de estos tres “hermanos” colón, es que nuestro aventurero, una vez hecho Almirante y Virrey de las Indias, con el fin de tratar de legitimar su propia substitución de personalidad y “crearse” una familia que le hiciera más respetable, llamó a su lado a dos antiguos amigos de juventud y de pobreza, y, haciendo de ellos sus cómplices, los bautizó con los nombres de los verdaderos hermanos del auténtico Colón, de cuya existencia había podido enterarse por las confidencias de este joven durante la travesía trágica que efectuaron juntos desde Lisboa hasta el Cabo de San Vicente.

En resumen, no sabemos nada de su juventud, pero en cambio puede ser la suya, puesto que Don Cristóbal Colón no era Christoforo Colombo, viajante-corredor de comercio, muerto en la mar el 13 de agosto de 1476.

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