Galicia, patria de Colón. Enrique Zas y Simó

GaliciaPatriaColon1AL LECTOR

Este libro que formará el tomo I de los Apéndices de la Historia de Cuba, en publicación, se edita a reiteradas instancias del Comité Pro-Colón Español de la- Habana, que recabó de algunas sociedades gallegas de instrucción y recreo, el necesario apoyo para imprimirlo, después de asignarse la contribución más crecida para cubrir los gas­tos de su publicación. Entusiastas particulares, de quienes también se hará la debida relación, contribuyeron igualmente a este propósito, y este ha sido el motivo de adelantarlo a la publicidad, toda vez que causas por cierto bien agcnas a mi voluntad, vienen retrasando con­siderablemente la publicación de mi obra HISTORIA DE CUBA, dé­la que solamente están impresos cinco fascículos de los quince tomos de que consta.

El éxito del extracto, publicado en la edición extraordinaria, co­i-respondiente a los “Lunes” de “Diario Español” de la Habana que lleva fecha 7 de Agosto de 1922, ha sido otra de Zas razones que me impulsaron a la. publicidad de este libro, fmto de una larga investi­gación y de no pequeños sacrificios, que doy por bien empleados, te­niendo el convencimiento de que mi modesta labor, habrá de fijar de una manera definitiva el origen galiciano, tan discutido, del ilustre descubridor del Nuevo Mundo.

Contrarios en principio a la tesis, hemos rectificado noblemente, una vez que la persuasión nos llevó al convencimiento, no tan sólo de la injusta, sino jque también de la antipatriótica causa que defendía­mos, antes que la incesante búsqueda y el porfiado estudio, nos advir­tiera del error, descorriendo el denso velo que ocultaba la verdad, arteramente encubierta por la crítica histórica y por el mismo Almi­rante, conturbado por los prejuicios de la época.

En esta vindicación, la más grande sin duda que se ha llevado a cabo, hemos puesto todo nuestro entusiasmo patriótico; el anhelo de justificarnos ante la opinión y el gozo, íntimo y profundo, de haber contribuido a encaramar en el pedestal de la gloria regional, al héroe de la más grande hazaña que se registra en los anales de la Historia.

Galicia calumniada y despojada, víctima de la parcialidad de los historiadores nacionales; grande en su constitución política, cuna de ilustres marinos, de arrojados exploradores, de ihtstres científicos, de notabilísimos escritores; Galicia que cuando España gemía en la bar­barie, brillaba con propia luz, en la literatura y el arte; que a costa de los torrentes de sangre derramada por sus hijos, antes y después, luchó denodadamente por la independencia de la belicosa Iberia; Ga­licia, que sirvió de baluarte para contener todas las invasiones; que impuso condiciones a Roma; que no fué sometida a Cartazo; que si sometida por César y Bruto, supo recuperar muy pronto su libertad; que fué la primera región de España en aceptar la religión de Cristo y abatir la herejía de los priscilianos; que si logró caer bajo la domi­nación de los suevos fué para que los vencidos se impusieran pronta­mente sobre los vencedores; Galicia en que los muslimes apenas si tuvieron tiempo para sentar su planta; Galicia cuna, de Pelayo, héroe de la Reconquista; bien cuadra a la noble figura del inmortal vidente que dotó a España del inmenso poder que la hizo grande entre las grandes y dqjó abierta a la fama, la senda de proezas por la que se lanzaron sus hijos; proezas tan insignes, que habían de ser únicas en ios fastos de la Humanidad.

Pasarán todavía algunos años, antes que recobre Galicia su pñmi- tiva fama y sea por completo vindicada de la calumniosa e inicua des­naturalización, que la inquina nacional lanzó a ios cuatro vientos para castigar la rebelión con que siempre se opuso al dominio.

Vivimos en el siglo de las rectificaciones históricas. La conquista de la libertad que ha sido la aspiración más grande de los hombres, se va desarrollando entre lágrimas y sangre; pero avanzando siempre en medio de clamores y rugidos de triunfo, y 110 hay que olvidar que cuando el vasallaje oprimía a España can vergonzosas cadenas, filé Galicia, la indómita Galicia, la que rompiéndolas en un supremo es­fuerzo de desesperación y bravia inconformidad, alzó el pendón de esa libertad tan amada y perseguida por los hombres y fué en Galicia donde por primera vez se escuchó el grito de las justas aspiraciones.

Pasarán también algunos años antes de legitimarse la nacionalidad de Colón, pues no en vano han pasado algunas generaciones repitien­do y consagrando el falso genovismo del Almirante; pero los niños de hoy y los hombres de mañana, al leer con interés la Historia de Galicia, sabrán rendir un tributo de admiración a, sus héroes y entre ellos, ya consagrado por la Justicia y la Historia, al humilde provin­ciano, que movido por una generosa exaltación, con incomparable au­dacia, ardiente fé y extraordinario genio, cambió la faz de la tierra, después de descubrir un mundo maravilloso, para gloria de su patria y orgullo de la región donde se meció su cuna.

ENRIQUE ZAS.

Mayo 15 de 1923.

A MANERA DE PRÓLOGO

¿Cuáles son las razones que oponen los impugnadores para acep­tar la tesis de Colón Español?

Son las siguientes:

  1. 1.       a—Lo que ha dado en llamarse “dogma histórico petrificado”, o lo que es lo mismo: el error sostenido por uno o más historiadores, que a fuerza de repetirlo y divulgarlo, llega a convertirse en artículo de fé. A esto llama Altamira PETRIFICACION DEL DOGMA.
  2. 2.       a—Que el origen genovés del Almirante, lo citan como cierto todos los historiadores antiguos y modernos, nacionales y extranjeros.
  3. 3.       a—Que ei mismo Almirante lo ha consignado así en su institución mayorazga con esta expresión afirmativa: DE GENOVA SALI  Y   EN ELLA NACI.
  4. 4.       a—Que los documentos italianos también lo atestiguan.

Estas son, condensabas, las razones en que se apoyan los impug­nadores para rechazar la tesis de COLON ESPAÑOL.

A simple vista, parece que efectivamente encierran argumentos formidables y que sería vano empeño o locura demostrar lo con­trario.

Y  sin embargo, toda esa labor de siglos, toda esa montaña espe­culativa que parece asentarse en tradiciones incontestables, se des­morona y derrumba al contacto del primer rayo de luz que rompe las tinieblas. ¡Ya no existen las tereblátulas que parecían haber fosi­lizado el dogma!

El pasado, el error ‘petrificado, se esfuma, se evapora. .. La his­toria abstracta, rectifica. La afirmación personal y paladina, no re­siste la prueba del análisis cuando el escalpelo hurga en la conciencia y la prueba documental, falsa y tardía, halla una competidora en los caracteres de oro, en ese relicario de verdades, que la mano tem­blorosa del vindicador guiada por la Providencia, desentrañó de los polvorientos reinos del implacable anobio.

La Verdad como Dios es eterna. Nada escapa a su juicio. Podrá desviarse por derroteros falsos o engañosos y cauces desconocidos; pero al fin, la ley de la atracción moral, que es reflejo de la física, reclamará soberana la primicia de los derechas que en vano el hombre ha querido sustraer, por cálculo o ignorancia, de esa regla univer­sal en que se fundan los principios de la metafísica.

La Verdad renace después de haber estado amordazada por es­pacio de cuatro siglos. Su fuerza avasalladora, destruirá los prejui­cios con la misma facilidad que la luz disipa las tinieblas. Lenta, pero implacahle como la Naturaleza, se irá abriendo camino y dejará para la rectificación, una estela luminosa que anulará dichosamente esa gran injusticia de la Historia.

La tesis, lanzada con valentía a la publicidad, ya no es cuestión de divulgarla y encarecerla con patrióticas declamaciones, porque la verdad podría convertirse en sofisma. La literatura huelga. La labor ya no es de entretenimiento. Es trabajo científico, meticuloso, de raciocinio, de investigación, de análisis, de prueba… Trabajo árduo y penoso y de dificultades sumas, porque no se trata solamente de demostrar una evidencia, sino que también y esto a nuestro juicio es más importante, destruir la leyenda que en alas de la fama ca­balgó triunfante a través de cuatro centurias.

Hemos de advertir, sin embargo, que si en principio participamos del criterio sustentado por el ilustre pontevedrés don Celso García de la Riega, diferimos en los métodos y por lo tanto en las conclu­siones. Creemos con José Rodríguez Martínez, Rafael Calzada y Prudencio Otero Sánchez, verdaderos apóstoles de esta cruzada vin­dicadora, en el origen pontevedrés del Almirante; pero sólo acepta­mos determinados elementos de prueba, porque bueno es advertirlo: DECLARAMOS APOCRIFO el testamento que se supone fué otor­gado el 22 de Febrero de 1498 y que el inolvidable La Riega ha to­mado como pie, para localizar el apellido exclusivamente gallego del Almirante. ■

Por respeto y admiración al insigne pontevedrés que gloria tal ha reportado a España, aceptamos como un argumento moral de orden secundario, el apellido materno del Descubridor, sin que al estamparlo en‘nuestro trabajo, denote una convicción absoluta. Hechas estas aclaraciones, ya podemos entrar en materia.

 

UN POCO DE LEYENDA

Géirova, recibió una gloria que nos correspondía por entero.

Al decaer su esplendor, la fortuna vencida, aún la envuelve con nueva oleada de grandeza. Un nuevo sol alumbra sus marmóreos palacios, su arquitectura suntuosa, sus admirables jardines, sus vías opulentas, el soberbio anfiteatro de su puerto…

Génova, la de las ricas factorías, la que imponía tributos al rey de Chipre, la sultana del Mediterráneo, es dotada de apena fama, cual jamás lo fué nación alguna.

Bastó que inclinara su altiva cabeza de blonda ondina, para reci­bir la ofrenda de una corona tejida por el engaño; enamorado de su justa fama, de sus proezas legendarias, de sus escuadras victorio­sas, de sus marinos ilustres.

Aquella presea, que a manera de gema llevaba un mundo que ful­gía con resplandores tropicales, era la ofrenda de un mísero pescador gallego; de un visionario que allá en una provincia española, entre el ocio de las redadas al abrigo de las islas Cíes, dejaba vagar su fantasía y la añorante mirada, por el horizonte inmenso de los tene­brosos mares del Atlántico.

Quizás veía un camino de espuma, una ruta de luz por donde m;ís <3e una vez el temerario soñador, pensó guiar la quilla de su frágil barquiehuelo, para intentar una osada travesía hacia tierras de en­cantamiento, que en los tristes atardeceres, se le antojaban ciudades fabulosas con minaretes de oro y palacios de marfil.

Era el precursor que empezaba a sentir el magnetismo de la mi­rada Todopoderosa, que buscaba entre los más humildes, el genio de la revelación y el ángel de la profecía.

Y    cuando la pesca colmaba la ventruda barca, terminada la ruda faena, al impulso de una blanda brisa, enderezaba la proa hacia la punta Galea, columbraba la Lanzada y dejando a estribor la Aguda, después de internarse por la ría risueña, doblaba el promontorio de San Salvador y recalaba con su preciosa carga en Porto Santo.

Aquél mozalbete de rostro sanguíneo y picarazado de viruelas, de ojos azules y recia constitución, tenía verdadero afán de instruirse y aprovechaba las enseñanzas de los frailes del monasterio de San Salvador de Poyo, que admirados de sus buenas disposiciones, cuida­ban de su ilustración con tanto o mayor interés que a sus pensiona­dos, entre los cuales había un rapaz llamado Diego de Deza, que había de escalar un día las cumbres más altas de la Iglesia.

En las noches de invierno, cuando el mar gallego brama con furia de poseído, cuando el nordeste zurriaga las miserables chozas de los pescadores ribereños, quizás el iluminado, entre los lobos de mar congregados en torno a un buen fuego, donde el tojo chisporrotea, oyó de una tierra poderosa, de una lejana ciudad que poseía grandes escuadras, cuyas galeazas, al deeir de algún narrador, llevaban como enseña en lo más alto del palo mesana, una cruz roja que era atributo invencible de la Señoría, Y el jovenzuelo escuchaba a los viejos pes­cadores que se hacían lenguas de su fama, de su poderío y de la acogida que hacían los reyes a sus almirantes y maestres. Y un día, el visionario abandonó la tierra natal para intentar aquella proeza que rumiaba en su espíritu.

Sabía la animosidad que pesaba sobre su triste tierra, de la injusticia con que la trataban los hombres, de los desmanes de sus explotadores, de la vil condición de los suyos, víctimas de las ase­chanzas de los esbirros de un gran testaferro y atraído por el renom­bre de aquellos marinos, navegó con ellos por espacio de algún tiempo hasta poder intruirse algo en su lengua; y más tarde el eco de los viajes de los portugueses, lo atrajo a Lisboa donde no le fué difícil con su escaso barniz italiano, darse a conocer por genovés.

¿Pero a qué seguirlo en su aventurera existencia con el solo auxilio de la imaginación?

Dejémoslo pues en Lisboa, donde madura su magnífico proyecto, que ya volveremos a encontrarlo en días más venturosos, ensalzado por la fama y ostentando los timbres más ilustres de Castilla.

Después y mientras aquel rapazuelo ya convertido en hombre de ciencia, se empeña en borrar los rastros de su origen para acometer con éxito siu gran proyecto; mientras se dispone valido del engaño a disfrutar los privilegios y franquicias que otorgan los reyes a los súbditos de la Señoría, dediquémonos nosotros a destejer la tela de Penélope y a descubrir las huellas, quizás intencionadas, que dejó el Almirante para reconciliarse un día, con los que no merecieron el dictado entonces, de llamarse sus compatriotas.             ‘

 

PREFACIO PARA DISPONER AL LECTOR EN FAVOR DE NUESTRA TESIS

INDICIOS DEL GALLEGUISMO DE COLON (1)

Una vez que el Almirante dió fin a los preparativos para em­prender su primero y gran viaje, fijó el viernes 3 de Agosto de 1492 para hacerse a la mar y partió del puerto de Saltes invocando a ¡JESUS! que es precisamente la invocación religiosa que ha tenido y tiene, en la actualidad, en la boca, todo gallego apegado a la tra­dición.

Así navegaron hasta el 16 de Septiembre, en cuyo día, según dice el Almirante, hicieron algunos ÑUBLADOS y el mismo día, vieron también muchas MANADAS de hierba esparcidas por el mar.

Al día siguiente vieron algunas TONInAS y el 20 un pájaro que era como un GARJAO.

El 22 de Septiembre, dice el Almirante que los tripulantes anda­ban muy ESTIMULADOS porque pensaban que no VENTABAN estos mares vientos para volver a España. También dice, que por UN PEDAZO DE DIA no hallaron hierba en el mar.

El 29 de Septiembre vieron un FORCADO.

El 30 de Septiembre observó Colón que las estrellas que se llaman las GUARDIAS, cuando anochecía, estaban AL BRAZO de Poniente.

El día 2 de Octubre, el Almirante dice, que la mar era llana y buena A DIOS MUCHAS GRACIAS SEAN DADAS. Vieron mu­chos peces y MATOSE uno.

El miércoles 3 de Octubre, vieron algunas PARDELAS.

El 7 de Octubre, la carabela “Niña” levantó una bandera en el TOPO del MASTEL.

El 10 de Octubre la tripulación andaba descontenta y el Almirante, para darles buena esperanza los animó, y añadió que “él había ve­nido a las Indias, para proseguir hasta hallarlas con la AYUDA DE NUESTRO SEÑOR.

El jueves 11 de Octubre, hallaron cañas, yerbas y un palo con ESCARAMOJOS.

Durante la noche el Almirante vió tierra y al amanecer ordenó que se AMAÑARAN todas las velas y que se pusieran A LA CORDA para TEMPORIZAR hasta el día.

El viernes 12 apareció a su vista la tierra que los indios llama­ban Guanahaní y el Almirante salió a tierra con la barca armada, con Martín Alonso Pinzón y Vicente ANES.

ti) Creemos inútil advertir que las palabras compuestas con mayúsculas son netamente gallegas y modismos inconfundibles.

Colón tomó posesión de la tierra y tuvo tratos con los aborígenes, de los cuales dice que LEVARÁ seis a los reyes para que DEPREN­DAN FABLAR. Dice también que ninguna BESTIA de ninguna manera VIDO.

Agrega que aquellos naturales, tenían los cabellos CORREDIOS y gruesos y remaban con una pala como de FORNERO y describe algunas de sus costumbres.

Dice que por no perder tiempo apresuraba la partida para ver si podía TOPAR con la isla de Cipango. Agrega que aquella gente era muy SÍMPLICE en armas.

 

MAS INDICIOS DE SU ESPAÑOLISMO

Pasando a otro orden de cosas, vemos que a Colón no se le dió el tratamiento italiano de MICER (messer mi señor) cual se le dió a Nicolás Bonel, Patrón y consejero de Don Pedro Ñuño, qu? fué antiguo caballero genovés mvy sabidor de mar e buen marinero,^pa­trón de galeras e que se había acaescido en otros grandes fechos. ..

Este tratamiento privaba entonces en España. En una carta de Colón a su hijo Diego, se lee lo siguiente: “Otra te envié después con fee de MICER Francisco de Ribarol”… y más adelante: “así como ahora digo de otra carta que te envío con esta de MICER Fran­cisco Doria”… .

De otros muchos casos podíamos ocuparnos, para afirmar que todo italiano y sobre todo marino, se distinguía por este, entonces, vulgar tratamiento.                             .

Que los reyes Católicos conocían su origen, lo hace sospechar uno de los párrafos de una carta que lleva fecha 14 de Marzo de 1502.

En ella se lee a propósito de los privilegios del Almirante: “Y sa­béis el favor con que os hemos mandado tratar siempre y agora esta­mos mucho más en vos honrar e tratar muy bien”…

Será presunción un poco audaz; pero nosotros creemos ver en estas manifestaciones reales, la siguiente interpretación: “MIEN­TRAS CREIMOS QUE ERAS EXTRANJERO TE HEMOS MAN­DADO TRATAR CON MUCHO FAVOR; PERO AHORA QUE SABEMOS QUE ERES DE NUESTROS REINOS, TE HEMOS DE TRATAR MEJOR Y HONRAR MUCHO MAS”.

Esto se confirma con otra halagüeña afirmación real: ‘‘Cuanto •más hemos visto y platicado sobre ello, más nos ha placido que se hubiera llevado a cabo por sola vuestra mano e industria». .,

Que equivale a decir: SI ALGO NOS PLACE DE ESTE DES­CUBRIMIENTO, ES QUE LO HAYA LLEVADO A CABO UN NATURAL DE NUESTROS REINOS. Porque es innegable que de no interpretarse de esta manera, no sabemos a qué podía conducir esta satisfacción de los monarcas, puesto que era suficiente “EL MUCHO NOS HA PLACIDO ESTE DESCUBRIMIENTO”. Y los reyes dan por entendido que se habló mucho entre ellos de este suceso, y que el agrado fué completo, sabiendo que tan magno acontecimiento, se había llevado a cabo por su sola inteligencia e iniciativa, esto es: por inteligencia e iniciativa de uno de sus reinos. O más claro aún: que no se había necesitado un extranjero para asunto de tanto empeño.

Sobre la primera presunción, se podrá alegar qu<? los reyes se referían a los malos tratos que había recibido por parte de Bobadilla, y que aquellas frases de los monarcas, equivalen a una satisfacción o promesa de mayor consideración para lo sucesivo, con objeto de bo­rrar aquella mala impresión. Nosotros lo entendemos de otra ma­nera y como sobre opiniones personales nada hay escrito, sostenemos la nuestra en uso de un perfectísimo derecho.

El eminente cosmógrafo, políglota y joyero Mosen Jaime Ferrer, en carta a Colón de fecha 5 de Agosto de 1495 tratando de los suce­sos del descubrimiento, se expresa así: Sénior, muy cierto es que las cosas temporales — in suo genero — no son malas ni repugnantes a laa espirituales, cuando empero dellas usamos bien, y a tal fin las creó Dios. Esto, sénior digo, por que las grandes cosas que soy cierto aquí, se fallarán, tengo esperanza que serán a gran servicio de Dios y bien de toda christiandat, especialmente de NUESTRA SPANIA.

Si Don Jaime Ferrer no tuviera el convencimiento de que Colón ei i español, hubiera dicho simplemente: DE SPANIA y nunca: DE NUESTRA SPANIA.

Cierto es, que pudo decir también: DE MI SPANIA; pero como consideraba a Colón español, expresó lo que verdaderamente quería decir: LA SPANIA DE LOS DOS.

De la traducción castellana de la Bula de Alejandro VI sobre la partición del Océano, dirigida a los reyes Católicos, entresacamos lo siguiente:

“que por haber estado muy ocupados en la recuperación del dicho reino de Granada, no pudisteis hasta ahora llevar a deseado fin este vuestro santo y loable propósito, y que finalmente, habiendo por vo­luntad de Dios cobrado dicho reino, queriendo poner en ejecución vues­tro deseo, proveisteis al DILECTO HIJO CRISTOBAL COLON, hom­bre apto y muy conveniente”. . .

De aquí se deduce, que los reyes habían puesto en antecedentes a Alejandro VI, de la personalidad de Colón y al titularlo el sumo pon­tífice HIJO PREDILECTO DE LOS REYES, da a entender bien claramente que se impone de las aptitudes y disposiciones del Descu­bridor y de la preferencia que por estas razones los reyes le dispen­saron. No cabe suponer que DILECTO HIJO, lo dijera el Papa en el sentido de llamarlo HIJO MUY AMADO DE LA CRISTIANDAD, porque en ese caso no diría AL DILECTO, sino a NUESTRO DI­LECTO HIJO como padre reconocido de la iglesia católica.

Por lo tanto: tenemos al primer científico de España y al Papa, confirmándonos la nacionalidad española de Colón y citándolo por su verdadero apellido contra todas las afirmativas, de que en los prime­ros tiempos, el Almirante se hacía llamar COLOMBO.

 

Con el auxilio de la sintaxis es indudable que se podría ir muy lejos en la investigación.

Otro de los argumentos, es la ignorancia que aparentaba Colón de la lengua italiana. “Es observación curiosa — dice un comentaris­ta— que de cuantos escritos nos quedan de Colón, que son en gran número, no exista uno en lengua italiana. Viene esto a demostrar, cuan superficial hubo de ser su educación primera a tiempo de salir de su patria y cuando aún era niño. Se familiarizó con la lengua espa­ñola, que escribía con elegancia y usó en cartas y libros, valiéndose de la latina, aunque con bastante desaliño e incorrección en algunas ocasiones, especialmente en las notas a las obras de estudio escritas en aquella lengua”.

Ya ven nuestros lectores como se juzga la ignorancia de Colón en la lengua materna. ¡Ya lo creo que es extraño, que desconociera su propia lengua y que escribiera el español con tanta elegancia!

¡Se olvidó del italiano; pero no del latín que había estudiado du­rante su juventud en Italia! ¡Y con todas las dificultades que repre­senta esta lengua muerta!

Pero lo más curioso, es que, según estos biógrafos, Colón, enarde­cido por la vida aventurera del mar, abandona el oficio de su padre y, o bien se dedicó al comercio en la marina mercante de Genova o sentó plaza en los buques de’ guerra de la Señoría. El mismo Fray Bartolo­mé de las Casas, nos lo presenta mandando una galera, cumpliendo órdenes del rey Renato de Anjou y el propio Almirante, en carta a 1os soberanos, nos habla de su expedición a Túnez tras la galeaza Femandina, hecho que alcanza según los eruditos, a los años 1459­1460 o 1461. Es decir, que hasta los 24 años estuvo navegando con italianos y hablando en este idioma ¡y olvidó el italiano!

Mas no es esto todo. Como algún tiempo después los genoveses se apartaron del servicio del rey Renato, puede suponerse — dice Asen- sio — que regresó a su casa con las galeras de Génova. Por lo tanto

—   alegamos nosotros ■— también es de creer que a los veinticuatro o más años, no hay en el mundo hombre que olvide su propio idioma.

El que Colón hubiera abandonado la ciudad de Génova a los 14 años, a cuyo particular se agarran los partidarios genoveses para justificar esta extraña ignorancia del idioma, es una de tantas super­cherías para inclinar la opinión por derroteros contrarios al espíritu de la verdad.

Podríamos añadir, que según Casoni y otros historiadores, el Almirante estuvo en Génova y Savona allá por el año 1485 y por lo bajo, durante un año, tiempo suficiente a nuestro juicio, para practi­car al lado de su padre y de sus conciudadanos, el idioma tan infeliz­mente olvidado.

Como se ve, no hay escape para justificar una impostura, cuando ésta se demuestra con ejemplos de los mismos interesados en man­tenerla.

Por ahí anda cierto autógrafo escrito por Colón en italiano ma­carrónico, que comienza así: “del ambra es cierto nascere”… que explica, perfectamente, el dominio que Colón tenía del idioma italiano. El doctor Calzada ya hizo una crítica bastante extensa de ese autó­grafo, para evitarnos mayores digresiones.

 

En cuanto a las palabras gallegas que se encuentran en los escri­tos del Almirante, y de las cuales nos ocuparemos a su debido tiempo, no estamos conformes con la opinión del doctor Calzada. Dice este juicioso y notable escritor, que “la formación, casi simultánea, de nuestro romance (castellano) y de la lengua gallega, es decir: de la portuguesa, dió como resultado inevitable, que infinidad de palabras fuesen comunes a los dos idiomas en los primeros tiempos, y que nada tendría de particular, que la palabra considerada hoy como puramen­te galaica o portuguesa, haya sido castellana en un principio”.

No estamos conformes. Primero: porque la lengua gallega es madre de la portuguesa y por lo tanto, fué la gallega la que dió parte de su léxico a la castellana. Y segundo: porque siendo así, no es posible confundirlas, porque si bien es cierto que andaban mezcladas con el castellano y con el portugués, las que hemos de citar en lugar opor­tuno no pueden ser confundidas, porque han quedado localizadas en Galicia y no es posible que las hubiera estampado Colón en sus es­critos, de no haber nacido en aquella región.

La Riega, cita en su libro otra particularidad. Dice que Colón en sus profecías, refiriéndose al descubrimiento y a los recursos que se obtendrían en el Nuevo Mundo para conquistar la tierra Santa “que el Abad Joaquín Calabrés, profetizó que de España saldría quien había de reedificar el templo de Sión”. O lo que es lo mismo: que sólo un español habría de acometer aquella grande empresa y Colón, to­mando la oración por activa, se declaró como tal, pues como ya he­mos dicho, para el Almirante la conquista de Jerusalén, fué una ver­dadera obsesión.

Cuando Colón — continúa La Riega — perdida toda esperanza y desahuciado de sus pretensiones ante la Corte, fué a la Habida pen­sando que se vería obligado a dirigirse al gobierno de otra nación, los ruegos de Fray Juan Pérez, a quien Sophus Ruge y otros autores amalgaman con Fray Antonio de Marchena, le decidieron a intentar nuevas gestiones ante los reyes Católicos. Accedió a ellos, “porque su mayor deseo era que España lograse la empresa que proponía, TENIENDOSE POR NATURAL DE ESTOS REINOS”.

Esto expresa poco y expresa mucho. Sin datos no dice nada. Con datos como los apuntados, es una confesión paladina del sentimiento que habría de producirle proponer a un país extraño lo que corres­pondía al propio.

Pero para digresiones, son suficientes las expuestas.

 

ALGUNAS DISQUISICIONES SOBRE LEXICOGRAFIA

La Riega ya advirtió, que en el texto copiado por el P. Las Casas, de la carta mensajera que Colón escribió a Doña Juana de Torres, nodriza del príncipe Don Juan, el año 1500, viniendo preso de las Indias a causa del atropello cometido por Bobadilla, aparece la pala­bra fon, genuinamente gallega, que es tercera persona del plural del presente indicativo del verbo FACER-HACER. Fan, face en ello, según el texto del P. Las Casas, esto es: hacen cara, frase que un erudito académico, califica de oscura e ininteligible.

En una carta de Colón, en la que describe la isla Española, dice: que allí “los rayos solares tienen espeta, lo que el ya citado académico tradujo — por suponer mal hecha la transcripción, — por IMPETU. La Riega, dice que no parece muy adecuado el calificativo de impetuo­sos para los rayos del sol, y que en tal interpretación, se advierte el olvido de que ESPETO es nombre antiguo de un asador de uso muy vulgar en Galicia y particularmente en la costa, que consiste en una pequeña varilla de hierro aguzada en un extremo y con ojo o abertura en el otro para colgarlo. En el mismo país, cuando algún día el sol quema más de lo ordinario, como suele ocurrir en Marzo u Octubre, se dice: “Hoxe o sol ten espetos”, que es la misma frase usada por Colón y aprendida por éste, sin duda, en su niñez.

El autor de “Colón Español’’, sigue diciendo: “Colón, al describir en una de sus cartas la isla de Cuba, le dá inadvertidamente el nom­bre de Suana. Sólo un gallego puede escribir ese vocablo en vez del de Juana; pues para la representación ortográfica del sonido de la (j) en galaico, cuyo alfabeto carece de ella, no servía la castellana. En la mayor parte de los documentos de la época, la (j) hace el oficio de (i) o de (j) francesa. Colón utilizó la (s) como representación aproximada de dicho sonido. En italiano, aquél nombre es Giovanna y por consiguiente, el empleo de la (s) sólo puede atribuirse a una distracción, en virtud de la cual, exhibió instintivamente la pronun­ciación gallega”.

“Otras palabras galaicas, como fiso por hizo; boy por buey y dito por dicho, alguna vez usó Colón, habiéndose traspapelado — dice La Riega — la nota en que las había apuntado. Declaro que eran muy pocas — prosigue — porque es difícil distinguir las muchas que en sus escritos pertenecen a las lenguas portuguesa o gallega de aquellos tiempos y a la vez, a la castellana antigua, y por esta razón es impo­sible atribuirlas exclusivamente a las primeras, como debu-xar,, pre­gona, non, abastar, poderá, facer, contia-, oya (oiga), posar, forno, amostrar, faz, Calis, ecta; pero de todos modos, el uso de tales pala­bras, revela en Colón un conocimiento muy extenso del lenguaje espa­ñol, que jamás se adquiere en breve tiempo por un extranjero”.

El doctor Rafael Calzada,-cita entre otras: jibileo, que en gallego es jibaleo y en portugués jubilen, resultando así — agrega — que Co­lón no usó el término lusitano, sino el gallego, con el cambio de la (a) en (i). Sei por sé; los gallegos dicen: eu sei, sin que jamás se haya dicho en Castilla yo sei. Corredlo, término también portugués, por liso, resbaladizo. Colón dice de los indígenas de Guanahaní que tenían los cabellos no crespos, salvo corredlos y gruesos. Enjñrvrt-a, en gallego esperencia y esperanza. Al llegar aquí nos vamos a permi­tir una digresión nuestro amigo el doctor Calzada. Aunque cita un error de Valladares, no está muy acertado al sostener que espirenzia

—   tal cual ha sido tomado el vocablo — quiere decir en galaico tanto experiencia como esperanza, Espirenzia, podrá significar experiencia; pero nunca esperanza, que antiguamente se decía en gallego esperando.

“Rebeldaria — continúa Calzada—-es término igualmente portu­gués, que expresa rebeldía. En Galicia al niño incorregible, se le llama rebeldeiro”.

Nos va a permitir el doctor Calzada, que tampoco estemos con­formes.

En gallego antiguo i-ebel es rebelde; pero rebeldeiro, es más acción de juego y retozo, que acto de desobediencia. Por lo tanto, sería un movimiento completamente contrario a lo que quiso expresar el Almirante.     ,

En Galicia — y esto debe saberlo muy bien el doctor Calzada — al muchacho rebelde, se llama rebeleiro o rebelleiro, como un derivado de refieZ-rebelde y de acuerdo con las reglas gramaticales.

Rebeldaria, es pues una de las contadas palabras que pertenecen al propiamente llamado “léxico portugués”. ¡ A César, lo que es del César!

Faxones — prosigue Calzada — por judias, que en gallego es fei- scoes o feixós y en portugués feixaos, viniendo a ser faxones, el término gallego castellanizado.

Lamentamos otra nueva discrepancia. Las judias en gallego son sí, feixús, o mejor dieho: FEIXONS que siempre se acercaría más a la expresión del Almirante.

No es esto, sin embargo, lo que vamos a discutir. En latín las judías se llaman PHASEOLUS y en castellano antiguo FASEOLES; de la misma manera que en italiano y así mismo tomado del latín, se dicen FAGIUOLI.

Pero sabemos por otra parte, que nuestras leguminosas, son origi­narias de la América del Sur, que aún no se había descubierto, y por aquellos días sólo se conocían rarísimas especies de la India. Por lo tanto, no es posible que Colón citara una voz gallega que no existía. En su consecuencia este nombre es castellano y derivado del latín. Que sea vocablo gallego o que Colón lo hubiera galleguizado son dos cosas completamente distintas. Siendo en su origen fásoles, una voz caste­llana, el término es castellano. ¡A cada cual lo suyo!

‘‘Cuntas, por cosías, que no es término castellano ni portugués, y que así es como se pronuncia en Galicia”. “O.scurada — que también señaló el Sr. Rodríguez ■— por oscurecida”.

A primera vista, esto también parece un error, porque Navarrete no dice OSCURADA sino OSCURANA. Hay que tener no obstante en cuenta, que no todos los gallegos expresan una palabra de la misma manera y como dice muy bien Cuveiro, propenden los del Norte, al uso de las vocales abiertas, mientras que en el Mediodía son más cerra­das. En el Mediodía también sustituyen la (s) por la (c) y la (z) y en el Norte se observa cierta predilección por la (n).

Hemos de hacer, sin embargo, la salvedad de que en el original de Las Casas se lee, efectivamente, OSCURADA.

El Sr. Otero Sánchez, cita la palabra MANADA, la cual ya ha­bíamos observado nosotros. El Almirante, escribe: “que hoy y siem­pre, de allí adelante, hallaron aires temperantísimos; que era placer grande el gusto de las mañanas, que no faltaba sino oir ruiseñores… y era el tiempo como Abril en Andalucía. Aquí comenzaron a ver muchas MANADAS de yerba muy verde»…

 

Ahora bien: en la obra de Navarrete, se llama la atención hacia la palabra MANADAS y se dice, que probablemente el original está equivocado, porque es lo más cierto quiso decir MANCHAS… ¡Qué lejos estaba de suponer Navarrete, que MANADAS es una palabra genuinamente gallega I

Sólo un gallego pudo escribir MANADAS, para expresar la mano o el puño lleno de algo y por extensión, ese algo que se arroja a manos llenas, ..

Otra palabra, CARANTOÑA, cita el Sr. Otero, la cual también nos había llamado la atención; pero la copia del original no dice CARANTOÑA sino CARATONA. “Hallaron muchas estatuas en figu­ras de mujeres y muchas cabezas en manera de CARATONA muy labradas”…

La nota puesta en el libro de Navarrete, para aclarar la palabra dice así: “Por carátula, careta o mascarilla”. Muy bien; pero si es extraña para el copilador no la es para un gallego, porque CARA- TONA, CARANTONA o CARANTOÑA, es del léxico gallego y ex­presa simplemente CARETA.

Algunas otras palabras como CARRASCO, INCHIR, PIXOTA, TONIÑA… cita el Sr. Otero, que forman un regular acopio de mo­dismos, para demostrar que sólo un gallego como Colón, pudo escri­birlas salteándolas en diversos escritos, sin percatarse que dejaba un rastro de comprobación, que resulta hoy de útilísima aplicación para nuestra tesis.

Podríamos preguntar a los impugnadores, si estos datos son sufi­cientes para evidenciar la prueba lexicográfica; pero como la mayoría de las palabras citadas son ya conocidas, vamos a agregar por nuestra parte otro pequeño caudal de vocablos que no pueden ser confundidos con los catellanos y portugueses, y por lo tanto, (mucho menos con los italianos que se nos dice, abundan en los escritos de Colón.

Pero antes se nos va a permitir una pregunta. ¿Qué italiano es ese, que para dar una idea de las distancias en las tierras que descu­bría, citaba como ejemplos la existente entre Coruña y Fuenterrabía y pone como otro de los límites, el cabo de Finisterre?

En la copia del diario del Almirante, se lee: “iban muy alegres todos, y los navios quién más podía andar, andaba… tomaron un pájaro con la mano, que era como un GARJAO… Probablemente este pajarraco que cita Colón es italiano.

La palabra VENTABAN, que es galaica hasta el tuétano, creerán algunos que es tiempo impersonal del verbo VENTAR. Pues no señor; no es a manera o efecto de soplar el viento, sino que proviene del gallego VENTAR que quiere decir: SOSPECHAR, CONGETURAR, PREVER, PRESAGIAR…

Y    dice el Diario: “parecieron después en tres veces, tres alcatra­ces y un FORCADO. Este palmípedo también pertenece al repertorio italiano.

Y   este otro: “que las estrellas que se llaman las GUARDIAS”…

Dígaseme en qué país fuera de Galicia, es conocido el tahalí del

gigante, de esa hermosa constelación llamada ORION, por tal nombre.

Y   aquello otro: “vinieron al navio más de cuarenta FARDELES juntos”,

¿ Podrá informarme alguno que no haya naeido en Galicia, de esta ave palmípeda que también es conocida por PARDELA y que se dis­tingue por lo indomesticable?

Pero lo más curioso del caso, es que en el Diario de Colón, unas veces las llama PARDELES y otras PARDELAS, como para dejar bien consignado que conocía las dos maneras que se emplean en Gali­cia para designarlas.

Pues bien: en la revista “Vida Marítima” que se edita en Madrid, correspondiente al 15 de Octubre de 1922, Don Manuel de Saralegui, cuya ilustración, autoridad y competencia en filología sería inútil elo­giar, se expresa así en un artículo titulado “ESCARCEOS FILO­LOGICOS”.

“PARDELA”

«En todas y cada una de las muchas veces que he tenido entre mis manos — para deleite unas y para consultas las demás — la primorosa “Historia del Descubrimiento de América”, que en el año 1892 dió a la estampa el eminente tribuno D. Emilio Castelar, hubo de llamarme grandemente la atención, en mi calidad de marino navegante por una gran parte de los golfos y los mares, la frecuencia con que el autor se ocupa en el encuentro de pardales y hasta pardalejos, a gran dis­tancia de la tierra, durante el maravilloso primer viaje del Almirante Colón”.

“Y pondero mi extrañeza, a fuer de marino nevegante, porque es lo cierto que ni en el Mediterráneo, ni en el Atlántico, ni en el Rojo, ni en el Indico, ni en los revueltos mares de la China, ni en los de Arabia, donde reina el monzón, ni en los australes del cabo Tormen­toso, ni a Oriente, ni a Occidente de nuestros meridianos, y jn al Norte ni al Sur de la línea ecuatorial, he tenido nunca la rara fortuna de encontrar pardales — léase pardillos o gorriones — ni a relativas distancias de las costas, ni mucho menos en las peligrosas soledades de los golfos”.

“El que yo no los haya visto nunca… no es gran argumento, cier­tamente; pero como el hecho, además de positivo, es perfectamente natural”. . .

“Sucede que los marinos todos, unos más y otros menos, según son los mares que hayan frecuentado, han visto, seguramente, como he visto yo en mis navegaciones, multitud de gaviotas y tableros, de pá­jaros carneros y de rabihorcados…, de esas palmípedos, en fin, de gran tamaño y recia complexión, que se enmaran sin medida y al azar, porque disponen de elementos naturales para descansar sobre las propias aguas, cuando de ello han menester, y para resistir, al reanu­dar su vuelo, el poderoso azote de los vientos, que los arrojan inopina­damente quizás, a los escarpados de la orilla que abandonaron impru­dentes, permitiéndoles soportar en su regreso las ímprobas fatigas de un viaje peligroso y prolongado».

“Pero pardillos en mitad del golfo”…

Vade retro: eso, ni yo lo he visto jamás ni me parece posible que lo haya visto nadie, salvo quien haya tenido la humorada de llevarlos para recreo propio y martirio de los bichos. . . enjaulados».

“Pero como quiera que, a pesar de todo ello y aún de lo mucho más que se pudiera razonablemente argüir en tal sentido, trayendo a colación, con la pequenez y debilidad de tales pajarillos, su imposibi­lidad de encontrar reposo sobre el agua, que los moja, los inutiliza y los ahoga; la carencia de alimento adecuado para reponer sus ago­tadas fuerzas, que no les permite nunca ofrecer la vastísima extensión del mar salado. ..; como, a pesar de todo ello, es lo cierto que el Sr. Castelar dice tan pronto “un pardalejo cualquiera aportaba — a Colón—viva profecía» como que: sobre su pico debían traer — la i aves — señales del fruto pivoteado» añadiendo que “lo que le mostra­ban los pardales también se lo mostraban las ballenas”, di en cavilar sobre el asunto, para ver si encontraba explicación plausible al que juzgaba—¡atroz atrevimiento! — yerro patente del orador demó­crata”.

“Es fama, y como fama es lógico, y natural, y hasta obligado, que nuestro historiador, al redactar su último libro de gran fuste, la men­cionada historia, haya tenido de continuo a la vista, para ceñirse a su letra y a su espíritu, como insustituible fuente de verdad histórica, el celebérrimo Diario de Colón; y siendo así, lógico, y natural, y hasta obligado es también que yo haya acudido en mis exploraciones a con­sultar y a comparar con el Diario el texto mismo del original castela- rino, más que en la esperanza, en la ciega seguridad de llegar a escla­recer, por tal cotejo, el verdadero fondo de mis dudas”.

“El éxito coronó felizmente mis modestas presunciones”.

“Yo no sé si en algún pasaje del Diario, pues que pronto renuncié a proseguir en mi rebusca; pero si sé con seguridad que en los que se refieren los acontecimientos de la navegación, correspondientes al día 24 de Septiembre, o sea al que hacía el número cincuenta y uno des­pués de la partida de Palos y el día diez y ocho antes del que alumbró el feliz descubrimiento, estampó Colón en su Diario: “Vino — a la carabela — un alcatraz y se vieron muchas PARDELAS; y que en los de nueve días después, o sea en los del 3 de Octubre siguiente, es­cribió también el Almirante que: «Aparecieron PARDELAS yerba mucha, alguna vieja y otra muy fresca”.

“De tales citas se deducen sin esfuerzo las dos siguientes conse­cuencias” :                  ■

  1. 1.         »    Que lo visto por Colón en tales ocasiones no fué un avé única que bien pudiera, fuese cual fuese su género zoológico, reputarse for­zadamente extraviada y alejada de su nido; y
  2. 2.         a    Que a dichas aves no las llamó PARDALES como a son de copia estampó en su libro Castelar, sino PARDELAS, que es como les llaman de siempre los marinos que de antiguo las conocen, y como reza aquél refrán gallego, que dice puntualmente”:

“Cando se pon a PARDELA a espiolla7’, non tarda un día o vendaval”, ,.

refrán que, dado el carácter de castellano antiguo que muchas gentes cuerdas asignan al gallego, representa para el caso una muy signifi­cativa y original confirmación”.

«A mayor abundamiento, y por si alguien pudiera reputar insufi­cientes las anteriores citas del Almirante de las Indias y la expresiva ratificación que implica el texto mismo del refrán gallego, cúmpleme exhibir algunas autoridades respetables que he logrado tropezar en mis rebúsquedas, y entre las cuales asumen merecidamente principal papel»:

“Ulloa, que dice en “Conversaciones con mis hijos»:

“Los pájaros deben considerarse de dos modos:”

“Unos que son propios de mar, por que se ven en distancias vmy largas de la tierra y estos no pueden indicar su inmediación; tales son las PARDELAS, que se descubren en mitad de los espaciosos gol­fos, y algunas otras por este tenor’7

“Y Malaspina, que en su “Viaje de las corbetas” “Descubierta y Atraevida” dice también:”

“fueron muy pocas las FARDELAS que vimos a alguna distancia de la costa. Nos abandonaron luego que volvimos a atracarla, y en su lugar o de otra cualquiera especie de aves, sólo aparecía de tiempo en tiempo uno u otro lobo marino”. ..

“Para mí, lo sucedido en este caso concreto no ofrece duda alguna».

“El Sr. Castelar, al recorrer la serie de Acaecimientos del Diario de Colón, que utilizó para escribir su Historia tropezó con la voz par- dela, repetidamente mencionada por el gran descubridor, y descono­ciéndola tal vez, trató, cuerda, aunque infructuosamente antes de usarla a ciegas, de inquirir su significación corriente sujetándose al dictamen del léxico oficial”.

“No la encontró en él: y ya fuese la premura agobiadora con que solía atender a sus múltiples trabajos no le diera margen a instruir en sus consultas, o ya porque el concepto que implicara la insistencia lo juzgase molesto y depresivo, dadas su envidiable categoría literaria y su fama ampliamente universal; o ya en fin, porque reputase yerro de Colón o mera errata de imprenta o de copista el vocablo que causa­ba su extrañeza y hoy sugiere este conato de disquisición, es lo cierto que creyó acertar cortando por lo sano, y que en vez de limitarse a copiar fielmente lo que Colón dijera en su Diario, optó por modificar o corregir, sin gran fortuna, a mi entender, las atinadas palabras del gran hombre, escribiendo pardales por pardelas, que equivale a decir pardillas por gaviotas, y estableciendo, a la sombra de su nombre es­clarecido, una muy injustificada confusión”,

“Yo no sé si habré atinado a reconstuir lo sucedido; pero lo que si sé, con plena seguridad es que”:

“La voz PARDELA es aceptablemente eufónica, y está, sin duda, bien formada; que goza en castellano, de la respetable ancianidad de más de cuatro siglos; que es de noble estirpe ya que, según todas las señales, procede del gallego: que desde sus primeros años disfrutó de padrinazgo de varones tan ilustres como D, Cristóbal Colón, D. Anto­nio de Ulloa y D. Alejandro Malaspina… ; y que constituyendo su actual pro-scripción un lunar indisculpable, no me parece pecar muy gravemente Si me atrevo a demandar en favor de ella — como tributo de justicia — un decoroso renglón en las nutridísimas columnas de nuestro Diccionario».

Hemos copiado íntegro el trabajo del Sr. Saralegui, quien segura­mente no leyó el nuestro publicado en DIARIO ESPAÑOL del 7 de Agosto. A nuestro modesto entender no admite comentarios, pues con su autoridad, afirma dos meses después en ”Vida Marítima”, lo que yo sostenía: que la voz PARDELES era genuinamente gallega como otras muchas que yo citaba.

Y    ahora… continuemos analizando por nuestra cuenta otros mo­dismos entresacados de los escritos de Colón.

La palabra ESCARAMUJO hasta hace poco tiempo no fué incor­porada al Diccionario de la Lengua Castellana en su verdadera acep­tación gallega. Todavía en algunas ediciones, se lee: “ESCARAMU­JO, especie de rosal silvestre. En tnt segunda, acepción: fruto de ese arbusto y en su tercera: PERCEBE. Pero todavía es más curiosa la que en el mismo diccionario se dá a la palabra BROMA que es galle­guísima. Dice así el diccionario: BROMA, (quizás del inglés Worm) f. Caracol de figura cilindrica y serpenteada, que horada las maderas y a veces inutiliza los fondos de los bwqwcs.

En gallego, ESCARAMUXOS y particularmente en Pontevedra CARAMUXOS es precisamente ese caracolillo o concha univalva que se adhiere a los fondos de las embarcaciones. Para el efecto destructor de ese terrible caracol, Colón emplea la palabra BROMA y para ex­presar la causa hace uso del modismo ESCARAMUJO, jMayor cla­ridad es imposible!

Otra expresión incontrovertible del Diario del Almirante, es ésta:

“la cual vine con el embajada a su real CONSPETU. . . ”

CONSPETU en gallego antiguo, equivale a ASPECTO y PRE­SENCIA.

Colón dijo: “En este rio podían los navios VOLTEJEAR… que es lo mismo que decir VOLTEAR o DAR VUELTAS. ¡Seguramente que también es una voz exótica!

Y   en otra parte leemos: “hizo entrar la gente allí e buscar si ha­bía NACARAS… ¡Esto tampoco es gallego!

Y     más adelante: “al aviso de los mozos grumetes, diciendo que veían PIÑALES… ¡Esto será todo lo que se quiera, menos galaico!

¡Basta! Porque de seguir citando casos no acabaríamos nunca.

¿Basta? — dirá alguno—¡Todavía no es bastante!

¿No es bastante?

Pues ahí va toda una oración o rosario de vocablos, que si no muy cabal, tiene el mérito de haber sido extraído de ¡UNA SOLA DE LAS CARTAS QUE ESCRIBIO EL ALMIRANTE!

¡DISFAMIA! “TERRA GARDA ESPELUNCAS” DIXERON- ME ELOS AGORA LESOS, SABIDORES QUE JAZ NEL FUNDO.

Que traducido al castellano, quiere decir, aunque no exprese mu­cho—lo siguiente: ¡INFAMIA! “TIERRA GUARDA CUEVAS” ME DIJERON ELLOS, AHORA LEJOS, SABIENDO QUE YACE EN LO PROFUNDO.

Como ya hemos indicado, la totalidad de estas palabras, fueron sacadas de un solo escrito de Colón, o sea de la carta que el Almi­rante escribió al ama del príncipe Don Juan en el año 1500.

Pertenecen todas al léxico gallego y son irrefutables e indiscuti­bles y tan puras en su origen, como el adverbio ENXEBRE que es peculiarísimo y se usa para manifestar aquello que no está adulterado.

Después de esto, cabe únicamente una exigencia.

¿Cuál?—preguntarán nuestros lectores.

¡ Que se nos pida una carta autógrafa de Colón escrita de cabo a rabo en galaico!

Pero si en este sentido, no podemos complacer a los inconformes, les ofrecemos en cambio un extenso vocabulario de voces gallegas, sa­cadas de los escritos del Almirante, con su correspondiente interpre­tación castellana, en la seguridad de que esta demostración será tan compensadora como elocuente.

 

VOCES EN SU MAYORÍA ANTIGUAS DEL LEXICO GALLEGO QUE HAN SIDO EXTRAIDOS DE ALGUNOS ESCRITOS

Y   CARTAS DE COLON A

 

Gallegas.

Abalar ……

Abajar…….

Abaste…….

Abondo&amente

Abondoso (en el estudio)

Adolescido ..

Amortecido .

Amostrar ….

Anoblecer …

Almirantado .

Áscurecer …

Ayuso …….

Arboledo ….

Atentar …..

Amañaron ….

Representación o equivalencia en castellano.

per Alzar.

Bajar.

Baste.

Extensamente.

Bastante instruido.

Enfermo.

Aparentemente muerto. Mostrar o demostrar. Ennoblecer,

Almirantazgo.

Obscurecer.

Abajo.

Arbolado.

Palpar.

Amainaron.

 

Gallegas.

Gudicía ….

Corbina …

Cuasi ……

Caratona ..

Cogujos o coguxos. …

Calis …..

Corcha ….

Consciencia

Cabo ……

Correndios o corredios Ca

Calmería o Calmaría.. Oonspetu

Del…..

Desto – desta . ..

Defender

Deprender ….

Divinal

Eiz ….

Denantes

Dende ..

Desque..

Disiño..

Destos .

Dellos o denllos

Detemer Debuxar Debda ..

E …….

Escuro…

Estar a la corda

Engenio

Encenso .

Estimulados ….

Enjeridos

Enjerto .

Ende ….

Enforrada

Espeto…

Espeluncas

Representación,   o equivalencia en castellano.

porCodicia.

tt

Pez.

j t

Casi.

tt

Careta.

ti

Cogollos.

tt

Cádiz.

>t

Tejido de cordel.
Conciencia.

tt

Fin o término y también por Punta.

tt

Cabellos lacios.

tt

Por qué. También por “aquí» y     “acá».

tt

Calma (tratándose del tiempo).

ti

Presencia. ■
D
porDe él.

n

De esto – de esta.

tt

Prohibir.

t*

Aprender y comprender.

»i

Divina.

n

Dice – dicen.

ti

Antes.

j)

Desde.

>t

Desde que.

Designio.

tt

De estos.
ttDiablos (en lenguaje familiar) o bien     unos u otros en com­parativo.

Detener.
Debu jar.
Duda.
pory*

>7

Obscuro.
flPonerse a la capa.
Ingenio. _
Incienso.
Fatigados.

tt

Injertados.
ttInjerto.
?tPor lo mismo… Por ello.. .

fs

Cubierta o revestida.
ttPor excesivo calor del Sol.

tt

Cuevas o guaridas.

 

 

Gallegas.

Representación o equivalencia en castellano.

 

 

 

 

Esmorecieron …..  por Desfallecieron.

Ensolvía ……..  „ Absorver.

 

 

 

F

Fallé ………..  por

Fabla …………

Fuian ………..

Fasta ………..

Facía… …….

Farto ………..

Fcja …………

i’uy {de fuyente) Fuy yo

Fiado o Filado ..

Follada ………

Fan face………

I’artos (aquí) ..

Funde ………..

Fundo ………..

Fcrno ………..

Fc’lgar ………

Fabas ………..

Fugir o fnxir….

Fisgas ……….

Faxones, faxoes o faxons

Forcado ………

Hallé.

Conversación.

Huían.

Hasta.

Hacia.

Harto.

Hoja.

Me alejé o me aparté. Hüado,

Huella.

Hacen cara.

Ricos.

Hunde

Profundo.

Horno.

Holgar.

Habas.

Huir.

Arpones.

Frijoles.

Ave de costa.

 

 

 

 

Garjao ……….  por Ave de río.

Gobernario o gobernalle „ Timón.

Jibileos …….  poi Jubileos.

Jaz ………….  „ Yace.

Levaré ……….  por Llevaré.

Levaba ……….  „ Llevaba.

M

Mesma …………  per Misma.

Mateus ……….  „ Mateo.

Manadas ………  „ Puñados.

Síatóse………… Se mató.

Mostrudo ……..  „ Monftruoro.

Mostros o mostruos   „ Monstruos.

 

N

Gallegas.    Representación o equivalencia

en castellano.

Nenguna   por Ninguna.

Nos  „   Nosotros.

Non sey   ,   No sé.

Non  „   No.

Nácara    „   Nácar.

O

Opósito u oposto

Oyó …………………

Oscurada ………….

por Opuesto.

 

„ Oigo.

„ Anochecer o algo que se envuel­ve en sombras.

P

Propinco     Presta . Presonas Panizo .. Par del as Péndula Piñales . Pixotas ,

par  Cercano o próximo.

„ Pronta.

„ Personas.

„ Gramínea parecida al millo.

„ Ave de los mares de Galicia.

„ Pluma de escribir.

„ Pinares.

„ Pez de los mares de Galicia.

Q

Quier           por Quiera.

R

Rebeldaria          :    par Rebeldía.

Refetar (de refacer)     „ Indemnizar – Resarcir – Rega­tear.

Reposó          „ Empujó.

 

 

Seta………………………………………. por

Sotil…………………………………………. „

Sanos (sanos teólogos)………………… „

Sonado (de sona – fama – repu­tación)    „

Sabi dores …………………………………. „

Só (con la o acentuada)……………………..

Secta.                          .

Sutil.

Buenos.

Divulgado con ruido. Conocedores.

Sobre o encima.

T

Gallegas.    Representación o equivalencia

en castellano.

Topar ……………………………………..Hallar o encontrar.
Truxe o truje…………………………….Traje o he traído.
Temperamiento ………………………..Temperatura.
Temperancia o temprancia…Templanza.
Trauto……………………………………..Trato.
Topo ………………………………………Extremo o punta.
Toninas……………………………………Delfín, y también Atún.
Tejo o texo……………………………….

v

Arbol parecido al Abeto.
Voltejar …………………………………..Dar vueltas.
Vergas …………………………………….Varas.
Vian………………………………………..Veían.

 

Vela-sques ……  Sólo como ejemplo de la susti­tución de la (z) por la (s) que es característica de Ga­licia.

LA VISION GEOGRAFICA DEL ALMIRANTE

Llamó a aquella isla primera de su descubrimiento, SAN SALVA­DOR, denominación que sólo existía en aquel tiempo en Galicia y cuya villa o aldea que la llevaba, se supone fundadamente sea el lugar donde nació el Almirante.

Después eligió entre otras cien, que se ofrecían a la vista, la más grande, distante unas cinco leguas de SAN SALVADOR, y la bautizó con el nombre de MARIXUANA. (1)

A la tercera isla y según se desprende del Diario, la bautizó con el nombre de SANTA MARIA que llevaba la parroquial de Ponteve­dra y que daba también nombre a su puerto.

Las siguientes islas, fueron bautizadas en honor a los reyes: “Fer- nandina”, “Isabela” y “Juana”, esta última en memoria del príncipe Don Juan.

Descubrió este última isla — que creyó continente — el 28 de Octu­bre, y lo primero que llamó la atención del Descubridor, fué un puerto y un río que volvió a bautizar con la galleguísima denominación de SAN SALVADOR. En realidad, no merecía menos, la alegre villa en que había nacido.

(I) Esta extraña denominación que es gemiinamente gallega, es indudable que la puso en recuerdo de. una persona para £1 muy querida; después de bautizada la primeia isla de su descubrimiento con el nombre deeu aldea natal*

 

Entusiasmado con la creencia de que aquella hermosa tierra era una punta extrema del continente asiático, prosiguió la descubierta y denominó a un puerto de SANTA MARIA también por segunda vez, en recordación de la parroquia o puerto de Pontevedra. A un cabo, río y sierra las llamó de MOA, rememorando otro accidente geográfico de la costa pontevedresa. Más adelante, vio otro cabo y le llamó del PICO, como a otra saliente de la costa pontevedresa, que sirve de lí­mite a la provincia.

Luego dió con un puerto y lo denominó POETO SANTO, que era el nombre de otro puerto de la ría de Pontevedra vecino al lugar de SAN SALVADOR.

Más tarde descubrió una punta que llamó del FRAILE, evocando sin duda, otra punta de la costa gallega. Y a otro cabo lo llamó CABO DEL CABO y, a otro accidente, de ALBA, que corresponden a otros tantos de las costas gallegas.

El   lector puede comparar este plano de Cambados, Galicia; o sea de la ensenada   de Santo TomS del Mar, con [a siguiente carta de la denominada Bahía de Acul,   de la isla de Santo Domingo, que Colón bautizS con el nninbra de Puerto de la   Mar de Santo Tomé

 

GALICIA TRANSPORTADA A LAS INDIAS OCCIDENTALES

Es sorprenderte la semejanza de este puerto de Sanio Domingo, que ColGn tituló de la MAR DE SANTO TOME, con el que existe en Cambados (Galicia) conocido por Santo Tomé del Mar. No es pues solo la configuración sino que también el denominativo, lo que ofrece singular semejanza.

Ya en la isla de Santo Domingo, después de abandonada la isla de Cuba o Juana, llamó a una punta PUNTA PIERNA, y seguida­mente descubrió otra que bautizó con la denominación de la LAN­ZADA, y a renglón seguido, otra que llamó PUNTA AGUDA; tres puntas que llevan otras tantas salientes de la costa pontevedresa.

Y     como si esto no fuera bastante, denominó a un cabo, de TO­RRES, que ¡leva otro de la costa gallega y no satisfecho aún de tanta consagración, a una hermosa ensenada que por su amplitud tituló mar, la denominó de SANTO TOMÉ, nombre que lleva otra extensa ensenada que merece los honores de mar, sita en la costa pontevedresa, con la particularidad que, SANTO TOMÉ, era también el santo de advocación de la gente mareante en Galicia.

Y    siguió bautizando lugares en aquel primer viaje con denomina­ciones que llevaban otros lugares gallegos, pues en la misma isla de Santo Domingo, a otra punta la llamó SANTA, que es también salien­te de aquella costa, y a una isleta, la llamó de LAS RATAS, recor­dando, sin duda, otra isleta de la costa de Pontevedra; y a un cabo lo llamó de la SIERPE, que también tenemos en Galicia; y a otro cabo, llamó del BECERRO,, y a una pequeña isla la llamó de la CABRA, y nosotros tenemos también un islotillo llamado de CABRA; y a un río llamó de ORO y en Galicia también hay río de ORO; y a una punta la llamó SECA, y en Galicia hay otra saliente que se llama SECA; y a otra la llamó REDONDA y existe otra REDONDA en Galicia; y a un puerto o cabo lo llamó SACRO, que recuerda otro accidente notable de la costa gallega.

Y    a un puerto lo llamó FRANCO, que también pertence a la no­menclatura gallega; y a un cabo lo tituló de PRADOS, y en Galicia hay también Punta de PRADOS; y a otra punta la llamó de los CAS, y en la costa gallega hay otra que se llama de CAS.

Y    en el segundo viaje, vemos al Descubridor bautizar una punta en La Española, con el nombre de PETIS, cuando en la costa ponte­vedresa existe otra punta PETIS.

En Jamaica, llamó a un cabo CABO DEL CON, y en Pontevedra hay otro CABO DEL CON, y al otro cabo extremo de la isla, lo de­nomina del FARO, nombre que corresponde a una altura y saliente de la más pequeña de las islas Cies, en la costa de Pontevedra.

Y    al recorrer la costa sur de Cuba, a una punta la llama del Buey cuya denominación corresponde a otra situada en la costa sur de Pon­tevedra, y a otra punta la llama NEGRA, que pertenece asimismo a la costa gallega, y a un cabo, lo llama CABO DE MAR, y en la costa pontevedresa taímbién hay un CABO DE MAR; y a otro cabo lo ti­tula de CRUZ, y en Galicia existe igualmente un CABO DE CRUZ, y por último: a una saliente de la misma isla de Cuba, la bautiza con la denominación de DELFIN o GOLFIN y en la costa gallega hay otra saliente llamada del GOLFIN.

Y    aún podemos agregar que en su segundo viaje, bautizó una isla con el nombre de SAN MARTIN, que llevó nada menos que la ma­yor de las islas Cies, de la costa pontevedresa; y otra la bautizó con la denominación de SANTA MARIA LA ANTIGUA, que hemos sos­pechado fuera en honor de la parroquial de Pontevedra, que a causa

 

GALICIA TRANSPORTADA A LAS INDIAS OCCIDENTALES. Curiosa demostración de que e] almi­rante sola hacia uso de denominativos gallegos para los bautizos de su glorioso descubrimiento.

 

de obras de reedificación realizadas por entonces, empezaba a ser conocida por SANTA MARIA LA MAYOR o LA NUEVA.

Hemos de advertir que algunas de las denominaciones que cita­mos en este capítulo, no figuran en nuestro mapa o recorte de la costa gallega que publicamos, porque sería cuestión de nunca aca­bar, ai repitiendo las investigaciones, hallamos, como ocurre, nuevos tópicos que agregar a la probanza. Así por ejemplo, durante el ci­tado viaje, a una isla la llamó de SANTA CRUZ y en Galicia tene­mos también una isla de SANTA CRUZ, de la misma manera que en el primer viaje, a un paraje de indios que vio en La Española, lo llamó de RE CHE 0 por ‘lo numerosos que eran y lo apiñados que vivían. Algunos historiadores lo llaman RECREO, tergiversando como siempre, la propiedad de muchas palabras que no entendían o que eran para ellos desconocidas.

Sí del segundo viaje, pasamos al tercero, vemos que llamó a un cabo, CABO DE LA GALEA que corresponde asimismo a una salien­te de la isla Onza a la entrada de la ría de Pontevedra y que a otra punta, Ja llamó del ARENAL, y en la costa gallega hay también PUNTA DEL ARENAL^

A otra la llamó la PEÑA BLANCA, accidente geográfico que figu­ra a la entrada de la ría de Pontevedra,

Y    a un monte, lo llamó MONTE ALTO sin duda por el parecido existente con otro del mismo nombre que hay en la costa de Galicia y a una punta, la llamó de la PARED, que figura con el mismo nom­bre en las salientes de la ría pontevedresa, y a tres farallones, los denominó TRES HERMANOS sin duda por la apreciable circuns­tancia, de otros tres que en dos distintos lugares, tenemos en la costa gallega.

En el cuarto viaje, a otra punta la denominó de PRADOS que ya hemos advertido corresponde a otra saliente de la costa de Galicia y a un cabo, lo tituló de ROAS en memoria, sin duda, de otro que posee la costa de Pontevedra.

Hemos dejado de citar algunos otros tópicos que se señalan en el Capítulo correspondiente a la DEMOSTRACION GEOGRÁFICA y que figuran también en el mapa que publicamos, donde se marcan las respectivas situaciones.

Es, pues, innegable, que el Almirante reproducía en las Indias multitud de lugares de una costa que era para él sumamente conoci­da, pues no de otra manera se concibe, que pasen de cuarenta y cinco los lugares comunes.

Los que se tomen la molestia de pasar la vista por nuestra carta descriptiva, podrán observar que esa larga serie de puntas, cabos, islas, ensenadas y puertos que mencionamos, tienen una proporcional situación y se aglomeran principalmente en aquella parte de la costa que corresponde a la provincia de Pontevedra, que el Almirante quiso calcar exactamente, en los principales puntos de sus descubrimientos.

Los diarios de navegación, han desaparecido, pues a excepción he­cha del correspondiente al primer viaje, que extractó Las Casas,— en el que no cita ni con mucho el nombre de sinnúmero de islas des­cubiertas por el Almirante, y mucho menos las ensenadas, cabos, puertos, bahías, montes y ríos, — lo restante que ha llegado hasta.

 

nosotros, son noticias aisladas en mapas y alguno que otro libro y cartas marinas; pero insuficientes para reconstruir ni aproximada­mente los cuatro viajes emprendidos por Colón.

Y    si con tal carencia de noticias, podemos presentar una prueba eficiente de que fué Galicia el espejo de su cartografía ¿que no hubie­ra sido de haberse conservado los papeles de Colón, que seguramente fueron sepultados con Bobadilla en el fondo del mar7

El recorte de la costa gallega que presentamos es un testimonio irrefutable de la oriundez galiciana de Colón. Vemos perfectamente determinado, el lugar de San Salvador donde nació el Almirante y el Monasterio donde recibió su primera enseñanza, cerca de Porto San­to, donde se aparejaban las embarcaciones para las faenas de la pesca o el comercio de cabotaje. Allí inmediata, está la saliente de la Pared, de que hemos hablado y por la que sin duda discurrió mil veces en su infancia. Al frente, en la misma ría, está la punta de Placeres que se le ofrecía diariamente a la vista en sus mocedades, y la punta de Moa, que tiene una situación cercana. Allí está el puer­to de Santa María, lugar de congregación de todos los mareantes de la ría, y la parroquial, a donde acudían todos los domingos y fiestas de guardar. Allí el cabo o punta de la Lanzada, que le serviría de guía al regreso de las pesquerías o de más largos viajes por la costa. Allí la punta Aguda, que cierra con la de Lanzada la boca de la ría e inmediata, la punta de Peñas Blancas, y en el islote de la boca, la punta Galea.

¡ Cuantas veces en días de Nordeste, no se refugiaría en la ense­nada donde adelanta la punta Petís! Esa punta Petís, que aún sirve de refugio a muchos pescadores en días de mar gruesa.

En ]ugar inmediato está la punta o costa de la Vela y en la isla de San Martín, debió atracar mil veces para gozar del marinero ocio, o quizás en la del Faro próximo, cuya agreste perspectiva le brindaba lugar propicio para preparar las cazoladas de fresco besugo o pixota, sazonada con silvestre retama.

La hoy denominada Ría de Vigo, que es vecina a la de Ponteve­dra, le era igualmente conocida y así vemos que a un cabo de su interior, llamado del Con lo aplica a otro cabo de la isla Jamaica en su segundo viaje y otra punta notable de la misma ría llamada de ARROAS o ROAS, la torna como ejemplo del murmullo de sus rom­pientes para una saliente de la costa en Tierra firme, en próxima situación al río que llamó del DESASTRE.

Estas dos denominaciones son galleguísimas y no admiten ni aiín la posibilidad de las coincidencias. Fué necesario que las tomara de esta ría ya que ningún otro paraje del mundo podía proporcionarle esos tópicos. La punta de la GUIA y el puerto de Santa Marta, que en opuesta situación aparecen a la boca o entrada de la citada ría, contribuyen a afirmar el convencimiento de que Colón conocía palmo a palmo la costa de Galicia, y particularmente la que corresponde a la provincia de Pontevedra, donde como puede observarse en el mapa de nuestra demostración, se aglomeran más de veinticinco lugares cuyos denominativos fueron a enriquecer el catálogo de la primitiva cartografía de Indias.

 

GALICIA TRANSPORTADA A LAS INDIAS OCCIDENTALES. Otra demostración elocuentísima de ¡a oriundez galiciana de Cotón. Nombres Impuestos a La Española, que llevan otros tantos acci­dentes geográficos de la gallega.

 

Si del mediodía y sur de la costa gallega, nos trasladamos al norte, observamos en progresión descendente otro reguero de lugares co­munes que denotan hasta qué punto conocía el Almirante los más in­trincados repliegues de una costa tan vasta y accidentada como la gallega.

Comienza por la punta de la SIERPE. Sigue la punta SANTA y los farallones de los TRES HERMANOS. La ruta, entonces, obliga a torcer el rumbo en dirección S. O. para ofrecer a la atención del marino la punta de los CAS, y avanzando en la misma derrota, se destaca la punta del FRAILE. Sigue la costa recortándose en la misma prolongación S. 0. y una de sus puntas más avanzadas, es la de Prados, a la que sigue otra asaz notable: la punta NEGRA. Prosi­guiendo ía navegación al Sur, la costa entonces se repliega al S. E. para hallar la punta del ARENAL.

Ya en franca derrota hacia el Sur, se presenta primeramente el cabo del BECERRO y luego, el antiquísimo castro llamado de MON­TE ALTO. Aquí la costa se repliega y desciende para avanzar nue­vamente en los cabos Toriñana y Finisterre; pero antes queda la sa­liente conocida de los marinos por punta REDONDA. PUNTA SECA queda entre los dos avanzados cabos que hemos citado, y las isletas o peñascos de los ROQUES, tienen próxima situación a Finisterre. Entre este cabo y el Miñarza, está el islotillo de CABRA, y más al sur, el notable CABO CRUZ, que todavía lleva otro famoso cabo de la costa Sur de la isla de Cuba.

Pues bien; todos esos accidentes tuvieron o tienen su asiento en distintos lugares de América. Todos fueron puestos por Colón du­rante sus cuatro viajes de descubrimientos y si muchos han desapa­recido por haberse cambiado posteriormente su denominación, han quedado los suficientes datos para reconstituir aquel lejano pasado, cuando Colón, en la plenitud de su gloria, se complacía en rememorar los accidentes de su región natal, que legaba a la posteridad, escul­piéndolos en las rocas de unas tierras nuevas y maravillosas.

Si como dice Colón en su carta al escribano de ración de los Reyes Católicos, puso el noímbre de SAN SALVADOR a la primera isla en conmemoración a su Alta Majestad, es innegable que lo puso en ga­llego, porque sólo en Galicia al redentor del mundo podía denominarse de aquella manera, no habiendo sido canonizado hasta entonces nin­gún santo que llevara tan glorioso nombre; pero es indudable tam­bién que el Almirante, vió una coincidencia en su bautizo; coinciden­cia que aunaba dos grandes sentimientos: el de su religiosidad y el de su amor al terruño y que esto es cierto, lo demuestra que en ningún escrito de Colón, fuera del ya apuntado cita al Salvador del Mundo con aquella denominación. Pudo pues, bautizar la primera isla des­cubierta con el nombre de ISLA DEL REDENTOR o mejor aún eon el de SANTO CRISTO que era la corriente manifestación religiosa, y sin embargo, opta por la de SAN SALVADOR inadaptable a todas luces, porque Jesús, era algo más que santo y el apócope sólo era una modalidad característica de nuestros campesinos. En cuanto a SANTA MARIA, que sepamos, no declara que fuese expresa dedi­cación a la Santísima Virgen y de haber sido así, su respetuosa vene­ración á las grandes figuras religiosas, no le hubiese sugerido la vulgaridad de aquella seca denominación, propia de una localidad o de un templo; pero nunca en un momento de nna solemnidad, que equivalía a toda una consagración.

Por otra parte, vemos en la carta escrita al magnífico Sr. Rafael Sánchez, Tesorero de los Reyes Católicos, hablando de las gracias que deben tributarse al Redentor del Mundo por el feliz descubrimiento, que ya no lo denomina SAN SALVADOR, sino que dice: “tribute la Cristiandad gracias a NUESTRO SALVADOR JESUCRISTO. Es decir: que solamente para el bautizo de la primera isla descubierta hizo uso del apócope, puesto que ya no vuelve a significarlo de aquella manera en el copioso número de documentos conocidos.

También D. Méndez en el cuarto viaje llamó a una provincia de Cuba, del HOMO, que en gallego es HOMBRE y a un oacique, AMEI- RO, lo que sin duda no es una voz indígena, A otra provincia la llamó AZOA y llama a las hachas o mazas, MACHADASNAS, y emplea para el nial tiempo, la locución A JORNO, que Navarrete in­terpretó por A JORRO para expresar que llevaba algo a remolque, y llama a la ciudad CIBDAD, lo que denota que este confidente no era de tierra muy lejana a la del Almirante.

 

CAPITULO I

La Leyenda del “Colón Gcnovés» zurcida por el analista italiano Ca­soni, — Lo que opinaban los italianos sobre Colón en la época del descubrimiento. — El testimonio de los historiadores. — Colón era desconocido en Italin. — Historiadores italianos. — Historiadores y escritores españoles contemporáneos. — Don Fernando Colón.

La leyenda se inventó en el siglo xvm.

Fué su autor Casoni, el que escribió LOS ANALES DE GENOVA.

De este historiador genovés, ninguno de los nuestros que sepamos, se ha ocupado y los modernos, o desconocen su obra, o bien no se han tomado el trabajo de consultarla. Y sin embargo, a Casoni se debe la desdichada leyenda del Cristóbal Colón genovés.

Con anterioridad a Casoni, la vida del Almirante era completa­mente desconocida. Ni Giustiniani, ni Foglieta, ni Gallo, los contem­poráneos italianos más notables, se atrevieron a hacer afirmaciones como las que estampa Casoni en sus Anales.

Los coetáneos españoles aún fueron menos audaces.

Oviedo, Gomara, Veítia, el itali-ano Mártir de Angleria, Bartolomé de las Casas, Andrés Bernaldez, cura de los Palacios y el mismo don Fernando Colón a quien se atribuye una biografía de su padre, guar­daron sobre los extremos más importantes de su vida un prudente silencio.

Italianos y españoles se limitaron a decir que había nacido en Ge­nova, en Milán, Nervi, Cugureo o simplemente en la Liguria. Lo más que afirmaron los historiadores genoveses, fué la presunción de que tanto Colón como su padre habían sido cardadores de lana y seda.

No obstante; todos, italianos y españoles, tenían motivos para co­nocer las más importantes particularidades de su vida, porque según ya se ha indicado, unos y otros fueron coetáneos del Almirante.

Los españoles más afortunados, lo conocieron y trataron. Algunos tuvieron papeles, cartas y documentos originales en sus manos y el cura Bernaldez cuenta que lo alojó en su casa el año 1496. El Padre las Casas aún tuvo más estrecha intimidad y copió e hizo uso de mu­chos de sus apuntes y por último don Fernando, de quien podía espe­rarse una relación concienzuda de la vida de su padre, pasa como sobre ascuas sobre tan importantes extremos y toda su obra se reduce a explicar DONDE NO NACIO SU PADRE y a decirnos DE DON­DE NO DESCENDIA. Sobre el lugar en que nació y quiénes fueron sus ascendientes, nada absolutamente dice y si algo insinúa, es tan vago y simbólico, que más sirve para oscurecer los hechos que para llenarlos de claridad.

 

Casoni ya es otra cosa.

Alejado de aquéllos acontecimientos, pues escribía en el siglo xvm, sin fundamentos en que apoyar sus teorías, es un escritor audaz que no se preocupa de las contradicciones en que incurre y que se vale de todos los recursos para llegar al fin que se propone: demostrar con datos caprichosos que Cristóbal Colón tuvo su cuna en Génova.

Copiemos parte de su novela:

«La familia de los Colombo o de los Colom — dice — fué muy ho­norable en la Liguria por los hombres notables que produjo desde los tiempos mas remotos. Muy extensa por el gran número de sus indi­viduos, bien pocas son las localidades de esta provincia donde no se hayan instalado, sin contar aquellos que habitaban la ciudad de Génova”.

“Los antepasados de Cristóbal, vivían en un lugar llamado Terra Rosna, cerca de Ñervi, allí donde el terreno se repliega hacia el monte Fasce, situado entre Moconesi y Fontana Buona que da su nombre al valle donde aún se encuentra el castillo llamado “de los Colombo». Su abuelo era Juan de Quinto que vivía en el año 1440. Su padre se llamaba Domingo y era ciudadano de Génova, vecino de la parroquia de Santo Stefano. Su madre Susana Fontana Rossa, había nacido en Saulo a poca distancia de Nervi, Juntos vivieron Domingo y Susana por espacio de largos años, siendo Cristóbal el fruto primero de su matrimonio, después del cual nacieron otros dos hijos, Bartolomeo y Giacomo y por último, una hembra que fué casada con Giacomo Ba- varello. Cristóbal y Bartolomé se aplicaron al estudio con gran pro­vecho. Por espacio de algún tiempo, vivieron la casa paterna que era bastante opulenta (facoltosa) porque el padre, sin contar las propie­dades que poseía en Quinto, había adquirido dos casas en los mejores barrios de la ciudad y se ejercitaba por otra parte en la profesión de cardador de lana la que hacia tejer por su propia cuenta, siendo aquel oficio muy honrado siempre en Génova conforme a las leyes, tanto antiguas, como modernas, de la República, puesto que aún para la misma nobleza no era degradante. No obstante esto, Cristóbal y Bartolomé desdeñaron la profesión y como poseían una imaginación muy viva y despierta, siguiendo la inclinación de la juventud genove- sa de aquel tiempo, dedicaron sus preferencias a las cosas marítimas”.

“La ocasión y móvil de esta resolución, fué el entusiasmo que des­pertó la partida de una armada considerable que se reunió y salió del puerto de Génova el año 1450 favoreciendo las aspiraciones de Juan Duque de Anjou, hijo del rey de Ñapóles”. »

Con lo expuesto, basta para formarse una idea.de esta famosa vida de Cristóbal Colón, escrita por el analista genovés, tres siglos después de haberse desarrollado los acontecimientos. Ni una sola de sus afirmaciones es verídica, como podemos demostrarlo recurriendo a testimonios de más peso, y sin embargo, los más notables escritores de su época, la adoptaron como artículo de fé y desde entonces puede asegurarse que todas las generaciones que se han venido sucediendo, han aprendido primero en los colegios y después en los institutos y más tarde en cuantos trabajos literarios o histórico’?; se han dado a la estampa, esta fabulosa relación de un pasado completam-ente indocu­mentado. Henos aquí frente al DOGMA PETRIFICADO. He ahí la idolatría del libro.

Nadie que que se precie de sincero y que haya profundizado un poco los comentarios de nuestros más ilustres historiadores, no de los noveladores, convendrá con nosotros que la relación detallista de Caso­ni, es una lucubración propia de su exagerada fantasía, e impropia de un escritor que haya de estimarse como serio y verídico.

Y    lo más curioso, es que Casoni se indigna — posiblemente con Don Fernando — por haber refutado el hijo de Colón su origen geno­vés, «Las cualidades de este grande hombre — dice Casoni — refirién­dose al Almirante — y la gloria que en vida dió a Genova su patria, nos convidan a hablar un poco más extensamente de sus costumbres, de sus empresas y particularmente de su origen, que algunos autores sin reputación (d’ignobil fama) se esforzaron vanamente en represen­tar distinta a la que ha sido, puede ser con la intención malévola (per invidia) de arrebatar a la nación genovesa, la gloria singular de ha­ber producido tan excelente sujeto».

¡Y tan extensamente que habla de sus costumbres, de sus empre­sas y de su origen! Mayor lujo de detalles es imposible.

Para Casoni no hay dudas; para Casoni no hay dificultades. Todo lo ve claro a través de la luz meridiana de su optimismo patriótico, mientras sus antepasados, más honrados y conspicuos, caminaron por entre las más profundas tinieblas en persecución de una verdad que se resistía a sus porfiadas tentativas.

Difícil sería seguirlo pasa a paso en sus Anales, no disponiendo de espacio uara ello, A medida que se avanza en la lectura, los errores, las contradicciones y los lapsus calami se precipitan en el torbellino de nuevas y más notables inexactitudes. Con una temeridad que no hay ejemplo, mueve a Colón cual un polichinela para atraer la aten­ción del absorto lector. En el año 1485 nos lo presenta viajando hacia Genova, De allí lo transporta a Savona. Nos permite asistir a una entrevista que tiene con su padre, al que asigna 70 años con toda la formalidad del mundo. Nos hace ver que residió algún tiempo en Sa­vona, Después y como si todo se estuviera desarrollando en nuestros días, nos hace acompañarlo a Génova, llevando a remolque a su proge­nitor, desesperado y arruinado. Más tarde nos anuncia que sale de Génova en compañía de su hermano Diego y nos dice muy seriamente, que en el año 1486 ya residía en Lisboa.

No digamos nada de fechas de nacimiento. Con decir que unas veces señala el año 1445 para el nacimiento de Colón, otras el 1446 y otras el 1447, está dicho todo. En cuestión de dinastías, será suficiente mencionar que a Juan II de Portugal lo titula GIOVANNI PRIMO, para reconocer todo su alcance histórico. Y si es en nombres propios, bastará citar como ejemplo, el que llame EOVALDELLO a Bobadilla, que confunda a Bartolomé Perestrello y que llame al suegro de Colón, Pietro Mogniz Perestrello.

¿Pero, a qué seguir? ¿No basta lo expuesto para demostrar el fun­damento de ía leyenda?

Sí algo más debe admirarnos, es que escritores tan concienzudos como Tiraboschi, Muratori; Roselly de Lorgues, Riancey y de rechazo muchos de los nuestros que es piadoso silenciar, hayan copiado tales patrañas dejándose sugestionar por el atrayente arsenal de noticias que Casoni ha puesto a disposición del error y de la fábula.

*      * +

Apartándonos ya de que el Papa Alejandro VI en carta a los Reyes Católicos llamase a Colón DILECTO HIJO DE ESPAÑA y que en esa bula famosa de la partición del Océano, el padre de la Iglesia, lla­mase al descubridor CRISTOBAL COLON; pasando por alto otras particularidades que pudieran prestarse a interpretaciones discutibles, citaremos algunos casos de extraña ignorancia y otros de persuación no menos extraños, que denotan, no tan sólo el desconocimiento, que de la patria de Colón tenían los italianos, sino el convencimiento de otros, que afirman en documentos del más alto valor histórico, que el Des­cubridor del Nuevo Mundo era de origen español.

En una carta de Trivigiano al Almirante Dominico MalipierI, que solicitaba de su antiguo secretario, noticias relacionadas con el des­cubrimiento, Trivigiano cita distintas veces a Colón con quien mani­fiesta tener trato, y dice: “el Columbo me ha promesso”… sin ha­cer mención de su nacionalidad, y esto, cuando aquel almirante italiano se interesaba por el descubridor y el descubrimiento.

Otro italiano residente en Barcelona, nombrado Aníbal Januarius, escribía, según advierte Asensio, el día 9 de Abril de 1493 a su her­mano, que era embajador del duque de Ferrara en Milán, dándole no­ticias del descubrimiento, carta que el citado escritor estima intere­santísima por suponerla escrita en uno de ios días que mediaron entre la llegada del correo despachado en Lisboa por Cristóbal Colón, y la entrada de éste en Barcelona.

Esta carta de Januarius, parece ser que cayó en manos de Giaco­mo Trotti, caballero de Ferrara, quien deseoso de servir al duque Hércules de Este, le envió una copia de la carta en 21 del mismo mes de Abril.

Decía así, uno de los párrafos más interesantes: “Ya sabréis que el pasado mes de Agosto, estos señores Reyes a instancias de uno lla­mado Colomba…” y más adelante agrega: “el dicho Colomba ha vuelto en derechura”.

Como se vé, Trivigiano llamaba al Almirante COLUMBO y Ja­nuarius lo apellida COLOMBA, y ni uno ni otro hacen alusión a su origen, no obstante ser compatriotas.

Antes de proseguir, bueno será que copiemos lo que dice Asensio sobre el interés que despertó el descubrimiento,

“El rumor popular, comenzó como siempre a exagerar la impor­tancia del Descubrimiento. Considerábase ya a España poseedora de inmensos tesoros y la nación más poderosa del mundo. Por doquiera se difundía el deseo de tener noticias ciertas de aquellos países que la imaginación abultaba de tal manera. Se cruzaban las preguntas; se despachaban correos; las naciones se manifestaban tan ávidas de no­ticias como los individuos”

Por consiguiente: la figura del Almirante se había agigantado y si eran vehementes los deseos por conocer detalles del descubrimiento, no eran seguramente menos, conocer particularidades del Descu­bridor.

Puen bien: veamos lo que aquel caballero de Hércules de Este, ya citado, leía algunos días después sobre la personalidad de Cristóbal Colón en carta remitida por Giacomo Trotti:

‘Tilmo, Sr. mío observandísimo:

” Scripsi a di passati a la vostra extia, de quelle insole es- tranee trovata PER QUEL SPAGNUOLO navicando, li man- dai la copia de una littera, la quale me respóndete, ecta”.

No vale la pena traducir este corto texto, puesto que ya nuestros lectores habrán comprendido que Trotti, daba ya noticias más con­cretas sobre el Descubridor llamándolo ESPAÑOL. “DE AQUELLA EXTRAÑA ISLA HALLADA POR AQUEL ESPAÑOL NAVE- CANDO”.

Un italiano, de elevada posición social residente en España, que tiene íntimas relaciones con un embajador italiano, y que envía noti­cias a un político de Milán… llamando a Colón… [ESPAÑOL!

¡ Sorprendente!

Por otra parte, según nos lo advierte Olmet, escritores italianos coetáneos que se ocuparon de la vida de Colón, lo titulan PORTU­GUES y el mismo Toscanelli, lo supone lusitano.

Otro contemporáneo del descubrimiento, el capellán del rey Cató­lico, espíritu elegante, Lucio Marineo, que de Sicilia se había trasla­dado a Castilla para propagar la afición a las letras latinas, al escri­bir la “Historia de las cosas memorables de España*’, ya confundía las particularidades del descubrimiento del Nuevo Mundo, desfigu­rando el nombre maravilloso y simbólico de Cristóbal Colón, para lla­marlo… ¡PEDRO COLOMBO!

Pedro Mártir de Ansrleria, que desde 1488 residía en España y que trató y conoció al Almirante, lo llama CHRISTOPHORUS CO­LO ÑUS.

Ambiveri, Corbani, Franceschi y Peretti, no lo reconocen genovés.

Podríamos citar también al célebre explorador francés, Conde Savorgnan que lo hace portugués, y a Serpa Pinto, también famoso por sus exploraciones en Africa que lo incluye entre sus paisanos portugueses ilustres.

Otros tres notables historiadores italianos, contemporáneos del Almirante, Sabelüico, Foresti da Bergamo y A’lbertini, según nos lo advierte nuestro erudito amigo el Dr. Calzada, ni tan siquiera men­taron la patria que pudiera atribuirse a Cristóbal Colón. Escribían en 1504, 1503 y 1509 respectivamente.

Así las cosas, se armó -tal tremolina entre las pretensiones de Pla- sencia y del Piamonte que reclamaban la cuna del Almirante, que la Academia de Ciencias y Literatura de Génova, nombró en 1812 tres de sus miembros, los Sres. Serra, Carrejo y Piaggio, comisionados para que investigasen las razones que alegaban ambas localidades para reclamar la gloria de haber nacido tan ilustre hombre en su suelo.

Ya pueden suponer nuestros lectores la seeruridad que tenían los frenoveses de que Génova había sido la cuna del Almirante, cuando se decidieron a nombrar una comisión para esclarecer el asunto.

 

Cierto es que las pretensiones de Plasencia databan del año 1662, en que Pedro María Campi, en su Historia «Eclesiástica, afirmaba que Cristóbal Colón era natural de Pradello; pero los derechos del Pia- monte parece que se sostenían mejor, porque se hacía ver que un tal Dominico Colombo era señor del castillo de Cuccaro, del Montferrato, en los años que había nacido Cristóbal Colón.

Descendiente de aquel Dominico Colombo, fué Baltasar Colombo, que instituyó una demanda ante el Consejo de Indias, cuando se extin­guió la línea masculina del Almirante, y que por supuesto, no pre­valeció, puesto que fueron rechazadas sus pretensiones por aquel alto tribunal español.                            .

El mismo Don Fernando cuenta — sin duda para despistar — que después de recorrer todos los estados de la República Serenísima, al­gunos años después de la muerte de Colón, en busca de sus parientes, pasando por Cugureo o Cogoleto, trató de adquirir informes de los tíos hermanos Colombo que eran los vecinos más ricos del lugar y a los que se suponían parientes del Almirante; pero no obstante sus cien años vividos’ “no pudieron darle referencias sobre tan impor­tante asunto”. De manera que se vió obligado a declarar que no pudo averiguar dónde y como vivían sus antecesores.

En Cogoleto, la pasión por la disputa de la cuna del Almirante, llegó al punto de que no una, sino varias familias reclamaban aquella gloria y más de uno también de los reclamantes, apoyaba su pre­tensión con retratos que decían auténticos del Descubridor.

Y    todo esto no es nada comparado con el berenjenal que se armó cuando Cuccaro, Bugiasco, Albisswla, Cugureo, Palestrel-lo, Cosseria, Cogoleto, Chiavari, Terrarrosa, Finali, Nervi, Módena, Oneglia, Cal- vi, Plasencia, Pradelio, Savona, Quinto, Fontanabuona y no sé sí alguna otra localidad, pusieron el grito en el cielo para reclamar tan señalada honra.

Pues bien: nada pudo determinarse y Génova se apropió como es consiguiente, la cuna. ¡Lo había afirmado Casoni! ¡Había documen­tos que lo atestiguaban! ¡Lo había declarado el propio Descubridor en su testamento!

¡Valientes alegatos para confirmar su origen!

Claro está que el considerarlo algunos lusitano, es una mera pre­sunción ante la ignorancia en que vivían con respecto a su cuna.

Colón sentía animosidad contra Portugal y si bien él no lo ha dejado escrito, nos lo dejó su hijo, que en la Vida del héroe, páginas 61-62, Edición de Lovisa de Venecia, 1728, dice así: “Enojose tanto Cristóbal Colón contra aquella ciudad y nación (Portugal) que resol­vió marcharse a Castilla”,

Y   en la citada página 62, añade: “partió secretamente de Portu­gal a últimos del año 1484”. ..

Y    más adelante, agrega Fernando Colón: “Aunque el Almirante había perdido ya toda esperanza y se veía desdeñado, viendo el poco estímulo y concepto que encontraba en los Consejeros de sus Altezas, con todo, por el deseo que por otra parte tenía de DAR ESTA EM­PRESA A ESPAÑA, condescendió a la voluntad y ruegos del fraile, porque le parecía verdaderamente ser ahora natural de AQUELLOS REINOS por el mucho tiempo que en ellos había vivido, mientras se

 

había dedicado a su grande empresa y también por haber tenido hi­jos en ella, lo que fué causa de que hubiese rehusado las demás ofer­tas que le habían hecho otros reyes, así como lo refiere el Almirante en una carta suya a su¡5 Altezas, en la que dice: “por servir a Vues­tras Altezas no quise entenderme con Francia, ni Inglaterra, NI PORTUGAL”. Se nos antoja que todo esto no puede ser más claro.

*      * *

Daremos la primacía en el testimonio de los historiadores a los italianos que… ¡oh paradoja! son los menos elocuentes y peor in­formados.

Gallo, Giustiniani, Foglieta, Allegretti, Trivigiano,. , ¿Qué luces habéis aportado a la Historia?

No mencionaremos a los modernos, porque si los contemporáneos nada pueden afirmarnos sobre la cuna de Colón, ¿¿:ónio podrían ilus­trarnos los no coetáneos, que fueron a beber necesariamente eñ aque­llas fuentes estériles, de las que ciertamente no manaba la sabiduría?

Cuando en 1493 los embajadores Francisco Marchesi y Juan An­tonio Grimaldo regresaron a Génova llevando la noticia del descubri­miento y los antecedentes que tenían del descubridor, nadie se acuerda de CRISTOBAL COLOMBO.

En Génova nadie lo conoce ni posee antecedentes de sus padres, y se ignora donde está situada la casa que vivió el famoso cardador. ¡Se supo cuatro siglos después, cuando Marcel Staglieno llegó a de­terminar con exactitud maravillosa donde nació el Almirante, que fué en el Borgo di San Stefano, en la calle Molcento (no se menciona el número) nel primo tronco a la entrada de la avenida y a la derecha del observador, saliendo por la puerta de Santa Andrea… ¡Estos son informes y lo demás son cuentos! [Allí estaba la casa resistiendo impertérrita la acción de cuatro centurias! Para milagros, las actas notariales de Genova.

Pues bien; cuando aquellos embajadores participan la noticia a la Señoría, la Señoría, no se afecta, no repican las campanas ni se celebra una piccola festa para conmemorar tan fasto acontecimiento. Las gacetas no tienen ni un solo comentario para enaltecer al héroe, ni se hacen eco de tan estupendo suceso. No hay padres, hermanos, primos, tíos, ni sobrinos, que pongan el grito en el cielo al ver caer de las nubes semejante fortuna.

¿Dónde están Pellegrino, Giacomo Bavarello y a falta de éste, el tan discutido Pantalino? ¿Dónde la bella Bianchetina, hermana del Almirante?                       »

De Bianchetina y Pantalino podemos asegurar con los investiga­dores ^ gen oveses, que compartían su miseria allá por el año 1517. ¡Ni un triste ducado habían percibido de la herencia del Descubridor!

¿Dónde están los antecesores de los Bernard y de los Balthasar Colombo que pleitearon por la sucesión?

No dirán los impugnadores que escaseaban los Colombos en Ita­lia. Sólo con el nombre de Domingo, padre del Almirante, había uno fuera de la puerta de San Andrés, en Génova; otro, inquilino de una casa de frailes de San Esteban, de la vía Mulcento; otro, hijo de Fe-

 

rrario, en Plasencia, otro hijo de Bartolina, en Pradello; otro, de la noble casa de Cúcaro; otro, en Cogoleto; otro, hijo de Juan en Quin­to; otro, civis y habitatori en Savona; otro en Terra Rossa; otro, en Calvi, de Córcega…

Allí había hombres notables que podían dar fé de su personali­dad: Francisco Camugli, Giovanni Güilo, Tomás de Zocco, Pierre Corsaro, Ansaldo Basso, Lorenzo Costa y otros notarios que intervi­nieron en actos y contratos de Doménico Colombo. Allí había vecinos que también podían constatarlo, como eran: Antonio Rollero, Giuliano y Scampino de Caprile, Conrado de Cuneo, Juan Picasso, Luchino Cadamortori, Pizzorno y otros mil que conociendo al padre, cono­cían seguramente ai hijo.

Pues bien, en el preciso momento de la revelación, nadie sabe ni se acuerda de nada. ¡ Allí comienza y finaliza el misterio! ¡ La tierra parece haber tragado :1a dilatada genealogía del Almirante!

Pero aún hay más: Colón deja al morir al Banco de San Jorge, la décima de sus rentas a perpetuidad. ¡Y el Banco no entabla ges­tiones para reclamar la bicoca! ¡No demanda la ejecución! ¡Oh desinterés de las grasdes instituciones bancarias!

Volvamos al punto de partida.

El testimonio de Giustiniani, de Foglieta y de Gallo serán argu­mentos más que suficientes para demostrar la ignorancia de los ge­noveses sobre el origen de Colón.

Giustiniani, después de mencionar la llegada de los embajadores Marchesi y Grimaldi, que traen la asombrosa noticia del descubri­miento de un nuevo mundo y la no menos extraordinaria de que un genovés fué el autor de tan estupenda hazaña, se expresa así en un ejemplar de la primera edición de los Anales de Génova, obra impre­sa en el año 1537: “En cuanto a Colón, de pobre que era, se con­vierte en un gran señor y deja un hijo que los primeros magnates de España se disputan para casarlo con sus primogénitas. A su muerte, también se conduce como un patriota legando por testamento al Ban­co de San Jorge, la décima parte de sus rentas a perpetuidad y agre­ga que no sabe por que motivo JNTO SE HA LLEVADO A EFECTO ESE LEGADO». *

En cuanto a su origen, se limita a decir — por haberlo sabido de los embajadores Marchesi y Grimaldi — que era genovés, hijo del pueblo, de padres plebeyos y de oficio tejedor como su padre. Sólo hace la distinción de que Cristóbal lo era de seda, para distinguirlo de Doménico, que lo era de lana.

Incurre en un error de bulto al afirmar que Colón sólo tuvo un hijo y como sus conocimientos sobre el particular son limitados, se remite a Gallo que ha escrito con más amplitud la vida del Almirante.

Da por entendido al asignar a Cristóbal Colón el oficio de tejedor, que éste no se dió a la navegación hasta la edad adulta. Este otro error también notable, queda fácilmente demostrado en la carta que el Almirante dirigió a los Reyes Católicos, en la que decía: “de edad muy tierna comencé a navegar1‘.. .

No es nuestro propósito continuar la crítica, cuando ya Don Fer­nando antes que nosotros, puso de relieve1 sus inexactitudes.

En cuanto a Foglieta, el célebre Foglieta, que escribió en latín las Iliatoriae Genuensim libri duodecim, llama a Colón ciudadano genovés por el mismo motivo que Giustiniani y se remite como aquél a la au­toridad de Antonio Gallo, Secretario del Banca de San Jorge, que vivía en aquella época.

De lo que resulta: que tanto Foglieta como Giustinani, ignoraban el nombre de los padres de Colón y desconocían el lugar de su naci­miento.

Verdaderamente, Foglieta no hace otra cosa que repetir todo lo dicho por Giustiniani y dar a Colón el título de cittadino genovese.

Veamos ahora lo que dice Gallo al que con tanta prudencio, se han remitido los dos anteriores historiadores.

Gallo, el Secretario del Banco de San Jorge, que vivía según el testimonio de Foglieta en tiempos de Colón, se nos presenta todavía más confuso. Escribe esto, que más tarde repitió Senarga: CRISTO- PHORUS ET BARTHOLOMEUS GENU^E PLEBEIS ORTI PA- RENTIBUS CARMINATORES LANjE FUERUNT.

Este texto latino resulta confuso, si consideramos el genitivo, como caso, para los nombres de origen. A ciencia cierta, no sabemos si Ga­llo quiso decir: CRISTOBAL Y BARTOLOME DE GENOVA… o bien: CRISTOBAL Y BARTOLOME DE LOS ESTADOS DE GE­NOVA…

A esto hay que agregar que en otra parte lo supone lusitano.

De todas maneras, las informaciones de este escritor nada agre­gan al propósito, puesto que no dá detalle alguno sobre la familia del Almirante, no obstante haber investigado con afán, y a nuestro juicio, es todavía más oscuro que Foglieta y Giustiniani. Gallo escribía en 1515; Giustiniani en 1537 y Foglieta en 1585.

¡Y en estos historiadores se apoyan los impugnadores! ¡Contem­poráneos que no lo conocieron y que ignoraron los sucesos más vul­gares de su vida!

¿ES SUFICIENTE EL TESTIMONIO DE LOS ESCRITORES ITALIANOS?

Responda con la mano puesta -sobre los Evangelios el que leyere.

*       * «

Falta el testimonio de los españoles bastante más complicado que el de los ilustres genoveses, a los que tan fácilmente hemos podido rendir a la evidencia.

Dice Navarrete, que de acuerdo con el testimonio de los escritores coetáneo® y fidedignos, y con el auxilio de algunos otros de menor cuantía, es como debe escribirse la historia de los primeros descubri­mientos en el Nuevo Mundo; pero hace la advertencia que antes se necesita someterlos a una crítica juiciosa, y sobre todo: juzgarlos con prudente discernimiento, cotejando sus narraciones y resultados para acrisolar más y ¡más la verdad histórica, porque no todos los hombres ven las cosas de un mismo modo, ni las juzgan por -las mismas reglas. Apliquemos esto al origen de Colón y la advertencia no será vana.

Don Fernando Colón—agrega Navarrete— censura a Oviedo; el mismo Don Fernando es severamente criticado por Las Casas. A éste tampoco le han faltado sus censores y sus apologistas: unos escriben con precipitación y ligereza; otros con excesivo candor y credulidad; algunos, con una reserva artificiosa, indican lo mismo que quieren callar y varios, llevados de una exaltación maniática, reprenden cuan­to se opone a su sistema o modo de pensar. En medio de tales emba­razos y contradicciones, nada puede rectificar y dirigir el juicio del historiador, como los documentos auténticos y originales, que producto de las circunstancias del momento, están exentos de toda parcialidad y prevención y a veces, por sus consecuencias, suelen ser de mayor auxilio y autoridad, de lo que significan por su simple contenido y lectura.

Leyendo esto, cualquiera diría que Navarrete escribía para nues­tros días y nos alentaba a perseverar en una labor de rectificación cual es la que hemos emprendido.

“En uno de los >dos papeles simples que existen en el Archivo de Indias — dice el ilustre historiador —■ escritos al parecer a principios del siglo xvi, aunque sin autorización alguna, se dice que Colón era natural de Cugureo, que es un lugar cerca de la ciudad de Génova, y en el otro, se le hace natural de Cugureo o de Nervi, aldea de Génova.

“de aquí — continúa Navarrete — pudieron tomarlo Oviedo, Go­mara y Veitia, refiriendo la opinión dudosa que había en este punto».

Tenemos ya en los comienzos de nuestro trabajo, una opinión fa­vorable de este concienzudo investigador, al afirmar que los documen­tos aludidos NO ESTAN AUTORIZADOS y que Oviedo, Gomara y Veitia — a su juicio—se valieron de ellos para constatar en sus li­bros y noticias la nacionalidad de Calón. Estima también que es dudo­sa la nacionalidad atribuida al Almirante. Más adelante dice que esto parecería temeiñdad contradecirlo o dudarlo. Más claridad es im­posible y es Navarrete quien lo dice.

Continuaremos ahora por nuestra cuenta, analizando las declara­ciones de los coetáneos españoles o residentes en España, que se ocu­paron de tan importante asunto.

Pedro Mártir de Angleria, nacido en Arona, a orillas del Lago Ma­yor en Italia; el latinista de la-Corte, de la que recibió honores y pro­vechos y que cuando no es testigo presencial de los acontecimientos, es investigador diligentísimo en todo cuanto se relaciona con los des­cubrimientos y gobierno de las Indias; que recibe paquetes de cartas de los mismos capitanes descubridores y aún del propio Colón, cuyos originales tuvo a la vista, dice en su carta CXXX dirigida al caballero Juan Borromeo, conde de Arona: “Ha vuelto de los Antípodas Occi­dentales cierto Cristóbal Colón de la Liguria,..

Ahora bien; Mártir de Angleria como hemes dicho era italiano y no tan sólo apellidaba COLON en aquellos días al descubridor en lugar de COLOMBO sino que da por cierto, que es la primera vez que oye aquel apellido y por lo tanto, al decir que era de la LIGURIA no expresa una afirmación, sino que repite lo que ha oído sobre el origen del Almirante. Y como ni en sus cartas mi en sus Décadas, rec­tifica lo dicho, hemos de convenir que su declaración es tan oscura como la de Oviedo, Gomara y Veitia. Pero aún hay más: En una crónica dedicada a Iñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, en la que explica como escribió sus libros, dice Mártir de Angleria: “Desde el primer origen y designio reciente de acometer Colón esta empresa del Océano, amigos y príncipes me «estimulaban con cartas desde Roma, para que escribiera lo que había sucedido, pues estaban llenos de ad­miración por todo cuanto se relacionaba con el descubrimiento. y así, tenían ardientes deseos de saber estas cosas»… Pues bien, An­gleria sólo habla de las tierras descubiertas y “de las nuevas gentes” y no aprovecha esta coyuntura para hacer un elogio de su compatriota Cristóbal Colón. ¿Esto se concibe? Otra particularidad es la de ig­norar en Roma todo cuanto se relacionaba con el Descubridor y con su Descubrimiento.

¿Se concibe esto otro?

Bartolomé de las Casas, contemporáneo y amigo de Colón, que tuvo en sus manos muchos de sus escritos, -dice solamente: “Que le plugo a Dios elegirlo genovés de nación”; y para remachar más el clavo, agrega: “cualquiera que haya sido la localidad de aquella república en que haya nacido”. El P. Marcelino de Civezza, refiriéndose en su “Storia delle Missioni Francescane” a esta vacilación de Las Casas, confirma la incertidumbre existente sobre el lugar del nacimiento de Colón.

Es innegable que Las Casas debió poner todo su empeño en averi­guarlo y una de dos: o nunca pudo lograrlo, o el Almirante evadió astutamente el compromiso, y se limitó a decir o a repetir, lo que había oído de las versiones recogidas al azar.

La Riega dice, que se colige de la obra de Las Casas, que conocía los dos testamentos de Colón (no estamos de acuerdo) esto es: la fundación del Mayorazgo y el Codicilo de 1506 y a pesar de eso, huye de asignar a Colón la cuna de Génova, hecho que únicamente puede obedecer — continúa La Riega — a la seguridad de que era una cuna fingida, lo que se revela en la genealogía que figura en el expediente de las Ordenes Militares, pues lo mismo que Don Fernando, el P. Las Casas, se limita a decir nebulosamente que Colón era de nacionalidad genovesa “cualquiera que haya sido el pueblo en que vió la luz pri­mera”.

Hemos de advertir nosotros que si Don Fernando dijo nebulosa­mente que su padre era genovés lo desdice rotundamente en otro párrafo.

El bachiller Andrés Bernaldez,
cura de los Palacios — prosigue La Riega—amigo también de Colón, se limita a decir que era merca­der de estampas: esta es la única noticia que nos dá acerca de la vida anterior del Almirante. Se le tiene y cita como testimonio favorable a Génova, con evidente error por cierto, porque si bien en el primero de los capítulos que dedica a Colón en su “Crónica de los Reyes Cató­licos” le llama hombre de Génova, al d^r cuenta de su fallecimiento en Valladolid, afirma que era de la provincia de Milán. Esta contra­riedad revela que Bernaldez, nada pudo averiguar con x*especto a la patria y origen del Almirante, a pesar de haber sido depositario de sus papeles y haberlo hospedado en su casa en el año 1496. Medítese acerca de esta circunstancia y se comprenderá cuan singular es la ig­norancia de Bernaldez.

 

Esto es cuanto dicen sobre la patria de Colón, los principales escri­tores coetáneos.

*      * *

Falta sin embargo, la cita del más autorizado para descorrernos el velo que oculta el nacimiento de Colón. Nos referimos a su hijo Fernando.

Sus memorias sobre la vida del Almirante, fueron malamente tra­ducidas al italiano y habiéndose extraviado el original español, de aquella traducción plagada de defectos, hubo necesidad de traducirla al castellano, con bien poco cuidado por cierto.

Estas memorias, a las que fundadamente debiera darse el título de “íntimas», puesto que Don Fernando declara en su introducción, que para escribirlas recurrió a los escritos y cartas dejadas por el Almirante y a sus propios recuerdos, representan para el historiador el más valioso recurso de investigación, no tan sólo por las fuentes de información a que acudió para escribirlas, sino por la circunstancia de isu estrecho parentesco con el Descubridor.

Roselly de Lorgues, acusa al genovés Spotorno de haber sembrado la duda sobre la sinceridad del historiador mejor informado y docu­mentado de cuantos han escrito sobre Cristóbal Colón. No discutire­mos la sinceridad de Don Fernando; pero participamos de la opinión de Spotorno, al sostener que sembró la duda sobre el lugar de su na­cimiento. Casoni lo acusó de lo mismo; pero como nosotros no vaciló en rendirle homenaje de admiración y respeto.

Un escritor moderno, dice que la primera vez que abrió con la curiosidad que es fácil suponer, el libro de Don Fernando, el corazón le latió con fuerza, viendo a la cabeza del primer capítulo estas pro­metedoras palabras:

DE LA PATRIA, ORIGEN Y NOMBRE DEL ALMIRANTE CRISTOBAL COLON.

¡Vamos pues a conocer por boca de su hijo — parece que excla­mó — el lugar donde nació el Almirante!

Pero seguidamente confiesa su decepción, decepción que se acen­túa al leer el segundo capítulo titulado: QUIENES FUERON LOS PADRES DEL ALMIRANTE.

Efectivamente, nada aclara Don Ferjiando sobre tan interesantes extremos; es incuestionable que dice todo lo contrario que debiera decir.

Unicamente en el capítulo 72 incidentalmente, hablando de Barto­lomé Colón, dice así: “habiendo elegido al oriente del río, donde fué emplazada la ciudad de Santo Domingo, nombre puesto en memoria de su padre, que se llamaba Domingo’’.

De todas maneras, bueno es analizar ciertos capítulos de su obra, porque es entre todos los biógrafos e historiadores antiguos y contem­poráneos de Colón, el único que puede prestarnos un rayo de luz entre tantas tinieblas.

“Porque una de las principales cosas — dice Don Fernando — que pertenecen a todo hombre ilustre, es el conocimiento de su patria y origen y porque siempre son más considerados aquellos que nacen, en una gran ciudad y descienden de una faimilia noble, quisieran aí- gunos que yo dijera y declarase, que el Almirante procedía de sangre ilustre, aunque sus padres por caprichos de la fortuna, se vieran redu­cidos a la miseria. Quisieran igualmente que demostrase que descien­de de aquél Colón de que habla Tácito en los comienzos de su duodé­cimo libro, de aquel Colón que llevó prisionero a Roma al rey Mitrida- tes, lo que tantos honores le valió del pueblo romano. Y quisieran asimismo, que hiciera relación de los dos ilustres Colones que alcanza­ron tan señalada victoria sobre los venecianos, según escribe Sebellico. No me ocuparé de ello, porque creo que mi padre fué elegido por Nuestro Señor para llevar a cabo obra tan portentosa. Y porque ha­bía de ser un verdadero apóstol, como en efecto lo fué, quiso Dios que fuese a imitación de los otros, llamados de los mares y de los ríos y no de los castillos y de los palacios. Quiso el Señor que fuera a su imitación, que descendiera de la Santa Familia de Jerusalén y que sus antepasados fueran ignorados. De modo, que cuanto más elevada fué su persona y más dotaba de todo aquello que para hecho tan grande convenía, TANTO MENOS CIERTOS Y CONOCIDOS QUI­

SO  EL SEÑOR QUE FUERAN SU PATRIA Y ORIGEN”.

“Y es por esto, que algunos que de cierta manera piensan oscu­recer su reputación, dicen que era de NERVI, otros que de CUGU­REO y quienes de BUGIASCO, todas pequeñas villas de la ribera y vecinas de la ciudad de Génova. Otros que quieren elevarlo más, di­cen que era de SAVONA, otros de GENOVA y algunas que todavía quieren ponerlo más alto, de PLASENCIA.

En otra parte, nos dice que ignoraba muchas cosas (Capitulo IV) : ‘‘El Almirante — habla Don Fernando — conociendo todas esas cien­cias, se dedica a la navegación y comienza a hacer algunos viajes por Levante y Poniente; pero de esos viajes y de otras muchas cosas de aquellos primeros tiempos, NO TENGO SUFICIENTE CONOCI­MIENTO porque murió en una época en la que carecía yo de suficiente ánimo y familiaridad (prattica) a causa de mi respeto filial, PARA ATREVERME A INTERROGARLE SOBRE ESTE PUNTO o para hablar más francamente: ESTABA YO ENTONCES A CAUSA DE MI JUVENTUD, MUY LEJOS DE PREOCUPARME DE ESTAS COSAS…

Don Fernando al confesarnos el temor de interrogar a su padre sobre extremos tan interesantes, nos dá a entender claramente que a Colón le incomodaba todo lo que era pregunta y se refería a su pa­sado, y tiene el buen juicio de velar con una piadosa mentira, la ex­traña manía de rehuir el gran navegante toda explicación sobre los puntos más oscuros de su vida. Porque no puede ser más esplícita la contradicción, desde el momento que Don Fernando, afirma que tuvo la intención de sondear aquellos misterios; pero que no se atrevió por respeto filial a interrogarle, y después de dejar asentada esta afirmación, no pareciéndole bastante convincente, porque desde luego, es verdaderamente infantil confesar que el respeto filial, es una traba para esas cariñosas excitaciones, niega paladinamente la verdad, in­genuamente escrita, para destruirla con una disculpa impropia y fue­ra de lugar: “Estaba yo entonces a causa de mi juventud, muy lejos de preocuparme de esas cosas”…

 

Pero la contradicción todavía es más aparente, si tenemos en cuen­ta que Don Fernando en su testamento se llama HIJO DE DON CRISTOBAL COLON, GENOVES, PRIMER ALMIRANTE QUE DESCUBRIO LAS INDIAS y no obstante, ha protestado antes y ha combatido abiertamente esta afirmación, negando que hubiera nacido su padre en GENOVA, de la misma manera que protestó que hubiera sido su cuna NERVI, CUGUREO, BUGIASCO y SAVONA. Lo ha discutido con entereza y entusiasmo, censurando con pasión a los es­critores que tal han afirmado, a los que ha tildado de poco veraces y particularmente a Giustiniani, a quien hace responsable de trece erro­res advertidos en su Salterio, donde trata de los principales aconte­cimientos del descubrimiento del Nuevo Mundo.

¿Y si esto es cierto e indiscutible, puede en buena lógica ser Don Fernando, juez, en el pleito que se ventila?

Verdaderamente no; pero sus declaraciones son bastante útiles para no aprovecharnos de ellas.

Concretemos:

Don Fernando, no nos aclara, ni la patria, ni el origen, ni el ape­llido de Colón. No nos dice donde vivían sus padres y como vivían.

Sólo afirma, que tanto el Almirante como sus antecesores, habían traficado siempre en el mar (il suo trafico e del suo maggiori fu sem- pre per mar) lo que el mismo Colón confirma en una carta a la no­driza del príncipe Don Juan.

Por unas de bus citas, sólo se viene en averiguación que su padre se llamaba Domingo.

Que se desprende de su escrito que en su tiempo ya apasionaba a los historiadores el lugar de nacimiento de Cristóbal Colón y que había muchos interesados en que procediera de una familia ilustre, lo que niega rotundamente.

Que combatiendo estos extremos, su exaltación religiosa lo inclina a suponerlo descendiente del rey David de Jerusalén, haciendo bueno el simbolismo con que su padre juzga las grandezas humanas. Bien claro expresa Don, Fernando que no habrá de tomarse el trabajo de averiguar el pasado de su padre. Para él fué un apóstol, llamado por el Señor para realizar la obra portentosa del Descubrimiento. Y el Señor no fué a buscarlo a los castillos y a los palacios, (refiriéndose a Génova), sino que lo eligió como a los otros, de las humildes riberas de los mares y de los ríos, lo que sin duda había oído decir muchas veces al Almirante. Quiso que descendiera de la Santa Familia de Jerusalén PARA QUE SU PATRIA Y ORIGEN FUESEN MENOS CIERTOS Y MENOS CONOCIDOS.

Niega que Colón hubiera nacido en GENOVA, ni que viera la luz en CUGUREO, NERVI, BUSIASCO, SAVONA, etc. Todos los que han afirmado esto — dice — han querido rebajar su origen o exal­tarlo demasiado.

Dá por entendido que como los galileos que acompañaron a Jesús, su patria fué un pueblo de pescadores de una costa ignorada o poco conocida de los mares o de las márgenes de los ríos. Quizás esto que con tanta insistencia afirma según ya lo hemos indicado, lo oía de labios del Almirante siempre que por accidente se trataba de su ori­gen. Y posiblemente, de ahí nació esa incomprensible confusión en que Don Fernando incurre cuando trata de explicar con simbolismos religiosos, el origen y lugar de su nacimiento.

Por otra parte, niega enfrentándose con Giustiniani, la aserción del escritor genovés, al decir que tanto Colón como su padre Domingo, habían sido tejedores de lana o seda. Esto también lo sostiene con vigor y por lo tanto, lo funda en el convencimiento de que no existie­ron tales cardadores. No sólo el Almirante — dice — sino que tam­bién sus antecesores, traficaron siempre en el mar.

Esto es todo y es bastante.

¿Pero es posible que Don Fernando no supiera otra cosa?

Leyendo con detenimiento su libro, todo hace suponer que sí.

Y   puesto que de sus confusas conclusiones se saca la consecuencia, ¿no estamos en el derecho de suponer que Don Fernando no es todo lo verídico que fuera de desear?

Y   aún suponiendo que haya sido sincero, ¿lo ha sido ocultándonos parte de la verdad?

Porque leyendo la introducción de su libro, salta a la vista que no cumple nada de lo prometido, puesto que, después de decirnos que va a escribirnos la vida de su padre, se limita a comentar algunas parti­cularidades.

«Puedo consolarme pensando — dice — que si se hallan defectos er esta obra, no se encontrarán de aquellos que se encuentran en la ma­yoría de los historiadores, tan poco veraces e inciertos de lo que escriben”. Como ya conocemos a los escritores de que habla Don Fer­nando, todo el tinglado genovés se viene con estrépito abajo; pero es por otra parte injusto, porque él mismo incurre en tan señalado defecto.

Después de este resumen, tenemos la pretensión de haber demos­trado con relativa extensión que Colón no fué oriundo de Italia o cuando menos, que ninguno de sus coetáneos puede afirmarlo y con­vencernos de ello.

Queda por consiguiente demostrado:

1.° — Que Oviedo, Gomara y Veitia, conforme a la presunción de Na- varrte no han hecho más que copiar de unos documentos NO AUTORIZADOS la noticia de haber nacido Colón en Nervi o Cugureo.

2° — Que Pedro Mártir de Angleria, al decir que era de la Liguria, se hizo eco de un rumor propalado y que siendo italiano, no tiene ni una sola frase enaltecedora para un compatriota que había llevado a cabo tan magnífica empresa.

  1. 3.    ° — Que Bartolomé de las Casas, contemporáneo y amigo de Colón, no puede citarnos el lugar preciso de su nacimiento y que como Mártir de Angleria, incurre en la vaguedad que se observa en todos los escritores de aquel tiempo, limitándose a decir lo que ha oído por boca de la opinión pública.

4° — Que el bachiller Andrés Bernaldez, cura de los Palacios, amisto asimismo de Colón, depositario de sus papeles y que lo hospedó en su propia casa el año 1496, anda todavía más desorientado y hace gala de un desacierto incomprensible al decir unas veees que era genovés y otras de Milán, y

  1. 5.    ° — Que Don Fernando, su hijo, como ya se ha advertido, nos ex­plica DONDE NO NACIO SU PADRE y guarda silencio sobre el lugar en que nació de la misma manera que nos dice DE DONDE NO DESCIENDE para callarse todo lo relacionado con su ascendencia.

He aquí a grandes rasgos, el formidable testimonio de los HIS­TORIADORES.                .

Una vez más, requerimos la sinceridad del lector para que nos diga si los argumentos de los escritores coetáneos de Colón, nos de­muestran que el Descubridor nació en Génova.

 

CAPITULO II

La afirmativa de Colón, el Testamento apócrifo y lo que ha dado en llamarse Codicilo.— La voluntad del testador debe cumplirse. ■—

‘ Cláusulas importantísimas que no tuvieron efecto. — Reconocen su nulidad los historiadores italianos, — El verdadero Testasmen- to de Cristóbal Colón es el que debiera llevar fecha 1.° de Abril de 1502, — Demostración juridico-históiica de la invalides del que se supone otorgado el 22 de Febrero de 1498. — Cristóbal Colón “el Bastardo”. — Le disputa los derechos Don Cristóbal de Car­dona y Colón, Almirante de Aragón. — Se patentiza la falsedad del documento, — Navarrete confunde el Mayorazgo con el T es la­mento,— Invalidez que el mismo historiador advierte.

En todo testamento, la voluntad del testador debe cumplirse.

El respeto que aún a los más despreocupados, inspiran las pala­bras de un moribundo, aumentan el valor de esta consideración.

Hay en la voluntad de un testador — dice Lerminier — tanto en las palabras que se recogen de su boca expirante, como en lo que nos ordena y en lo que nos lega, un elocuente testimonio de que antes de desprendernos de los lazos que nos unen a la familia y a la sociedad, debemos establecer una postrera voluntad, para no embarazar la mar­cha y el destino de los que nos sobreviven.

Visto el testamento bajo el punto de la conveniencia moral, es la facultad de testar, un título de autoridad en el padre, un motivo de respeto en el hijo y fuente de recíprocos deberes para la familia y la sociedad.

Si la cuestión de forma, en otros actos de la vida civil, es una cuestión secundaria, en actos de última voluntad, reviste una impor­tancia excepcional para prevenir e impedir el fraude y la mala fé.

Se llama ológrafo un testamento, cuando el testador lo escribe por sí mismo, en la forma y ¿on los requisitos que fija la ley. El estamen­to es abierto, siempre que el testador manifieste su última voluntad en presencia de las personas que deben autorizar el acto, quedando enteradas de lo que en él se dispone.

No pueden ser testigos: los varones menores de edad; los que no certifiquen su calidad de vecinos; los ciegos, sordos y mudos; los que no entiendan el idioma del testador; los que no estén en su sano jui­cio; los que hayan sufrido determinadas condenas y los DEPEN­DIENTES, AMANUENSES, CRIADOS, etc., o parientes dentro del cuarto grado de consanguinidad o segundo de afinidad del notario autorizante.         _

A un testamento ológrafo uo se le dá crédito ni se le concede efi­cacia, hasta que adverado solemnemente ante un tribunal, se eleva a escritura pública y se incluye en el protocolo de un notario.

 

Para que un testamento ológrafo sea válido, deberá estar escrito en todas sus partes y firmado por el testador, con expresión del AÑO, MES y DIA en que se otorgue.

Un testamento puede carecer de valor legal, o por disposición del mismo que lo otorgó, o por disposición de las leyes que regulan el ejercicio de la testamentificación.              .

Carece de valor un testamento, aunque su autor no lo revoque, cuando no reúne los requisitos que las leyes tienen establecidas, y claro es que carece de valor, un testamento legítimamente otorgado, cuando su autor lo revoca.

En el Derecho moderno no hay más invalidaciones de testamentos, que las revocaciones y las invalidaciones. Por eso habla la ley de la renovación y de la ineficacia sohre los que se anulan. La una es obra del mismo testador, la otra es obra de la ley. Por ambas, el testa­mento otorgado, pierde toda su virtualidad.

A esto habían quedado reducidas, después de la célebre ley del tí­tulo XIX del Ordenamiento de Alcalá, todas aquellas formas distintas de invalidación que el Derecho romano había reconocido, y que según sus más fervorosos admiradores, producían testamentos nulos, testa­mentos injustos, testamentos rotos, testamentos írritos, testamentos destruidos y testamentos rescindidos.

Ocupémonos ahora de los Codicilos aún cuando sólo sea ligera­mente.                _

Las Leyes 1.», título XII, Partida 6.a, hablan de los codicilos di­ciendo que son “a manera de escritos pequeños que facen los ornes des­pués que han fecho sus testamentos para crecer o menguar o mudar algunas de las mandas que habían fecho en ellos. “El codicilo no se desata, magüer nazca después fijo a aquél que lo fizo; mas en los testamentos que se facen en escrito, al contrario, es esto: débense facer ante siete testigos que pongan y sus sellos; el primero se desata por el postrimero o se quebranta cuando nasce después fijo al face- dor de él”.

Estos ligeros apuntes jurídicos, deben tenerlos muy presentes, aquellos que nos sigan en nuestro trabajo, porque son de todo punto necesarios para comprender y reconocer la invalidez del testamento de Colón.

Se le atribuyen al Almirante:

1.0 — Un testamento — e institución mayorazga — otorgado el 22 de

Febrero del año 1498.

2.0 — Un testamento depositado en el Monasterio de las Cuevas de

Sevilla, al que declaró Colón que se remitíaen la Cláusula primera del Codicilo de 1506. La Cláusula está expresada a.si: “una ordenanza e mayorazgo de mis bienes e de lo que enton­ces me par es ció que cumplía a mi ánima e al servicio de Dio.s* eterno, e honra mía e de mis sucesores; la cual escritura dejé en el monesterio de las Cuevas de Sevilla’’ a Fray Don Gas­par, con otras mis escrituras e privilegios e cartas que tengo del Rey e de la Reina nuestros Señores”.

3.0 — Un codicilo que fué otorgado la víspera de su muerte, o sea el

19 de Mayo de 1506, ante el escribano del rey Pedro de Hiño- jedo y varios testigos convocados a su ruego.

 

Veamos ahora la validez de estos documentos.

El testamento o institución mayorazga No. 1, al que se fija ]a fecha del 22 de Febrero de 1498, es el documento más precioso para la causa de Génova, puesto que en él expresa el Almirante estas famo­sas afirmaciones: DE GENOVA SALI Y EN ELLA NACI.

Las cláusulas o disposiciones más interesantes que contiene, son:

  1. a       — Instituye por heredero a Don Diego, su primer hijo y en su de­

fecto a Don Fernando y en defecto de éste, a Don Bartolomé y a Don Diego sus hermanos.

  1. a       — Explica todo lo concerniente al título que han de tomar sus

sucesores, de igual manera que determina las rentas que lega a favor de su hijo Don Fernando y de Bartolomé, su hermano.

“Porque en el pricipio que yo ordené este mayorazgo, te­nía pensado de distribuir, que Don Diego mi hijo o cualquier otra persona que le heredase, distribuyan de la décima parte de la renta en diezmo y conmemoración del Eterno Dios Todo­poderoso, en personas necesitadas, para esto agora digo, que por ir y que vaya adelante mi intención y para que su Alta Majestad me ayude a mí… etc.

Porque es curiosa e incomprensible la distribución del diez­mo, copiamos esta otra: «que lo hayan las personas de mi li­naje, en descuento del dicho diezmo, los que más necesitados fueren y más menester lo hobieren»…

Y   todavía agrega: “que el diezmo de toda esta renta, se dé y hayan las personas de mi linaje más necesitadas, que estovieren aquí o en cualquier otra parte del mundo, a donde las envíen a buscar con diligencia”…

  1. a       — Este diezmo tan traído y llevado debía ser sacado de la cuarta

parte del millón de la renta que debía percibir Don Bartolomé.

  1. a—Ordena             a su hijo Don Diego «o a la persona que heredare el dicho mayorazgo, que tenga y sostenga siempre en la ciudad de Génova una persona de su linaje que tenga allí casa e mu- ger, e le ordene renta con que pueda vivir honestamente, como persona tan allegada a su linaje y haga pié y raíz en la dicha ciudad como natural della, porque podrá haber de la dicha ciu­dad ayuda e favor en las cosas de menester suyo, pues que DE ELLA SALI Y EN ELLA NACI.
  2. »       — Que para llevar a cabo la conquista de Jerusalén — cosa que

llegó a ser una verdadera obsesión para el Almirante” — el dicho Don Diego o (quien herede el dicho mayorazgo, envíe por vía de cambios, o por cualquier manera que él pudiere, todo el dinero de la renta que él ahorrase del dicho mayoraz­go y haga comprar dellos en su nombre o de su heredero, una compras que dicen LOGOS, que tiene el Oficio de San Jorge, los cuales rentan el seis por ciento y son dineros muy seguros»…

  1. »       — Dispone también que el dicho Don Diego o la persona que here­

dare o estoviere en .posesión del dicho mayorazgo, que de la cuarta parte que yo dije arriba de que se ha de distribuir el diezmo de toda la renta, que al tiempo que Don Bartolomé y sus herederos tuvieren ahorrados los dos cuentos o parte de ellos y que se hovieren de distribuir algo del diezmo en nues­tros pariente-^ ¿que «1 y las dos ipersonas que con él fueren nuestros parientes, deban distribuir y gastar ESTE DIEZMO en casar mozas de nuestro linaje que lo hobieren menester y hacer cuanto favor pudieren”,..

Combatir ciertos contrasentidos de estos principales capítulos y estudiar la grafología de este documento, resultaría una tarea larga y enojosa. Por lo tanto, nos limitaremos a refutar la validez del do­cumento, que es nuestros principal objeto.

Hemos dicho: “Que en todo testamento, la voluntad del testador debe cumplirse”: Pues bien; ninguna de las disposiciones de este testamento tuvieron efecto.

También advertimos “que considerado el testamento bajo el punto de vista de la conveniencia moral, es la facultad de testar, un título de autoridad en el padre, un motivo de respeto en el hijo y fuente de recíprocos deberes para la familia y la sociedad”. En este caso, el padre exigió el cumplimiento; pero el hijo no lo respetó, ni la familia ni la sociedad reconocieron su valimiento.

Asimismo hemos expuesto: “Que si la cuestión de forma en otros actos de la vida civil, es una cuestión secundaria en actos de última voluntad, reviste una importancia excepcional para prevenir e im­pedir el fraude y la mala fé. Y como en este testamento, la cuestión de forma es su principal defecto, y carece de los principales requisi­tos para considerarlo auténtico, nosotros eomo tal lo repudiamos.

Advertimos también que “a un testamento ológrafo no se le dá crédito ni se le concede eficacia, si dentro del tiempo que determinan las leyes, no se eleva a escritura pública, y se incluye en el protocolo de un notario”. Y el testamento de Colón, contra todas las disposi­ciones civiles de su tiempo, aparece SETENTA AÑOS después de su muerte, en manos de los interesados en un pleito y sin el visto bueno del notario.

Manifestamos animismo: «Que para que sea válido un testamento ológrafo, debe estar escrito y firmado por el testador, con expresión de año, mes y día en que se otorgue. Pues bien, este testamento e institución mayorazga de Colón NO ESTA ESCRITO DE MANO DEL ALMIRANTE, NO CONTIENE SU FIRMA, NI LLEVA LA CONSTANCIA DEL DIA, DEL MES Y DEL AÑO en que fue otorgado.

Por lo tanto: Carece de valor legal, porque no reúne los requisitos de las leyes, establecidas antes y después, y jurídicamente, es inad­misible: es una invalidación perfecta.

De ser auténtico —NO EL TESTAMENTO — sino el Codicilo, el Almirante ya lo había revocado al expresar en su primera cláusula “que en el año 1502 había hecho una ORDENANZA y MAYORAZGO de sus bienes, que depositó en el Monasterio de las Cuevas de Sevilla a cargo de Fray Don Gaspar, juntamente con otras escrituras suyas y SUS PRIVILEGIOS, es decir: los documentos de más valor y más estimación de Colón. En su consecuencia, no siendo, como no fué, un CODICILO lo que depositó en aquel Monasterio, sino UNA ORDE­NANZA Y MAYORAZGO DE SUS BIENES, aquél primero al que se atribuye como fecha de otorgamiento el 22 de Febrero de 1498, queda legalmente descartado de las pruebas.

Pero aún hay otro argumento incontestable, para declarar NO NULO sino APOCRIFO el Testamento de 1498. Y esto, demostrado por el mismo codicilo que se estima como auténtico.

En la Colección Diplomática, se contiene una declaración del no­tario real Pedro de Hinojedo, a propósito del testamento ológrafo puesto en sus manos por Cristóbal Colón, la víspera de su muerte y en los momentos de redactar el llamado codicilo o íea el 19 de Mayo de 150G.

El notario real se expresa así: “Tenía en sus manos un escrito que nos entregó y dijo: “QUE EL TENIA ESCRITO DE SU MANO E LETRA UN ESCRITO—nue ante mí el dicho escribano presentó

—  E QUE DIJO QUE ESTABA ESCRITO DE SU MANO E LE­TRA E FIRMADO DE SU NOMBRE”,

Salta pues a la vista, que Colón sabía, que un testamento ológrafo, debía estar escrito de la propia mano del testador y firmado con su nombre, puesto que él mismo lo declara.

Pero la nulidad de ese documento o testamento, aparecido SE­TENTA AÑOS después de su muerte con motivo de un pleito enta­blado y que es precisamente en el cual aparece la tan traída y llevada afirmativa de GENOVA SALI y EN ELLA NACI, queda demostra­da y plenamente, con otra afirmativa del notario del rey, puesto que dice VIO UN ESCRITO REDACTADO DE SU MANO Y FIRMA­DO y la institución mavorazga de 1498, NO TAN SOLO NO ESTA ESCRITA DE MANO DEL ALMIRANTE Y CARECE DE FIRMA, SINO QUE TAMPOCO EXPRESA EL DIA, MES Y AÑO que exige la ley para que un testamento ológrafo sea válido.

Dejamos a juicio del lector responder a esta pregunta: ¿EL PRE­CIOSO ORIGINAL — como vulgarmente es llamado — conocido tam­bién por INSTITUCION MAYORAZGA Y TESTAMENTO DE CO­LON, es un documento VALIDO y AUTENTICO?

Y   a mayor abundamiento y por si no fueran suficientes las consi­deraciones expuestas, vamos a señalar otra razón de peso que por sí sola es bastante para repudiar el documento.

Siendo como es, esa institución mayorazga, la comprobación más eficiente para reconocer el origen genovés del Almirante, es de supo­ner que los biógrafos y escritores italianos, consideraran ese docu­mento como la piedra angular del reconocimiento genovés de Cristó­bal Colón.

Pues bien: Napioni, a pesar de todo lo manifestado en 1805 que puede llamarse “dudas imprecisas”, después de leída la Historia de Don Fernando, conviene que ese documento “confeccionado” en oca­sión de un proceso, es absolutamente falso.

Monseñor Luis Colombo, dice: “que ese testamento, único docu­mento donde Colón afirma haber nacido en Génova, NO FUE PRE­SENTADO NI CONOCIDO — según ya lo hemos advertido nosotros

—  SINO DESPUES DE SETENTA AÑOS DE HABER FALLECI­DO EL ALMIRANTE y que por lo tanto, no merece atención alguna, puesto que la República de las Letras ya lo ha declarado APOCRIFO.

El P, Spotorno, que por su exaltado genovismo, no podrá ser cier­tamente tildado de sospechoso, porque ha defendido con un tesón digno de mejor causa el origen genovés del Almirante, viendo que

 

Campí, el barón Vernazza y otros notables escritores italianos, hablar, declarado ese documento sin valor, escribe lo siguiente: «Nada digo del Codicilo ni del Testamento de Colón, porque ya otros los han de­clarado falsos”. Y más adelante, añade: ‘‘El testamento en cuestión no pudo tener efecto, porque el testador había declarado que se re­mitía al de fecha 1.° de Abril de 1502, depositado en el Monasterio de las Cuevas de Sevilla”.

Por algo en una obra inédita de gran márito que cita Fernández Duro, dícese: “que por adular a ciertos grandes, que no miraban con buenos ojos el favor dei Descubridor de la Corte, se escribieron al­gunos tratadillos DANDO PRISA EN LLAMARLE GENOVES”.

¿A qué citar más testimonios? Si los mismos italianos rechazan la prueba, ¿a qué insistir en un punto que, a nuestro juicio, no tiene discusión?

Antes de ocuparnos de los restantes documentos, conviene advertir que la importancia dada a este testamento, sobre todo por los escri­tores españoles, no tiene explicación posible.

Sólo una arbitriaría testarudez, una ofuscación incomprensible o nna desconcertante ignorancia, contribuyeron a que prevaleciese en­gaño tan manifiesto.

El mismo Cesáreo Fernández Duro que critica al abate Peretti, diciendo que no conocía bastante a las dos autoridades españolas “Don Fernando Colón” y “El Padre Las Casas” y que afirma que aquel escritor para impugnar estos extremos debió servirse de tra­ducciones infieles o inexactas, no puede destruir—digámoslo con franqueza — la juiciosa crítica de aquél eclesiástico.

-Pues bien; Fernández Duro, conviene, que la debatida cuestión del pueblo en que vino al mundo Cristóbal Colón, está juzgada en España desde su principio, por fé cumplida en la declaración de quien mejor podía resolver las dudas. SIENDO YO NACIDO EN GENOVA — dijo —VINE A SERVIR AQUI EN CASTILLA. Si un escritor de la talla de Fernández Duro hace estas afirmaciones, fruto al parecer de un maduro convencimiento AUNQUE SIN PRUEBAS ¿qué po­dría esperarse de otros menos capacitados para sondear tan difíciles cuestiones?

Esta nuestra probanza quedaría incompleta si no citáramos a Don MARTIN FERNANDEZ DE NAVARRETE que dijo: QUE PARE­CERIA CONTRARIEDAD, DUDAR O CONTRADECIR el origen del Almirante. Este notabilísimo escritor advierte que en el númei’o CXXVI de la Colección Diplomática ha insertado el testamento que otorgó Don Cristóbal Colón en 22 de Febrero de 1498 y en el cual se contiene la institución de su mayorazgo. En una nota puesta a este documento dice QUE RESULTARIA MAYOR COMPROBA­CION Y AUTORIDAD A ESTA ESCRITURA, que trata —añade

—  de los impresos que existen en el gran pleito sobre la sucesión y derechos del ducado de Veragua y en otras partes, en los registros del Real Archivo de Simancas y habla de LAGUNAS CONTENIDAS EN SU PRINCIPIO. Refiriéndose después al libro de Registros del Sello Real de la Corte, agrega que por el mencionado registro SE SUPLEN LOS HUECOS O LAGUNAS QUE TIENE ESTE DOCUMENTO”…

¡Ya conocemos las lagunas de que nos habla Navarrete!

 

A todo lo dicho, puede agregarse que Don Fernando el Historiador, no vió ni conoció este documento, no tan sólo porque de él no hace men­ción, sino porque de haberlo conocido NO HUBIERA AFIRMADO que su padre NO HABIA NACIDO EN GENOVA.

¿Habrá necesidad de aportar más razones para tildar de APO­CRIFO tal documento?

¡ Pues allá vá otra!

En ese testamento TAN PRECIOSO hay una cláusula que dice así:

“Don Diego mi hijo o cualquier otro que herede este Mayorazgo, después de haber heredado y estar en posesión dello, firme de mí Ar­ma, la cual agora acostumbro, que es una X con una S encima, y una M con una A romana encima, y encima della una S y después una Y griega con una S encima con sus rayas y vírgulas, como yo agora fago, y se parecerá por mis firmas, de las cuales se hallarán muchas

Y   POR ESTA PARECERA».

Es decir, que pone como modelo su antefirma simbólica para vali­dez de los actos y el documento carece de firma? ¡Estupendo!

Son bastantes las cartas autógrafas que se conservan del Almiran­te y en todas puede observarse esa firma de iniciales, peculiarísima, de igual manera que todos esos escritos llevan la correspondiente fecha, ¿Y es posible creer que en el único documento que ABSOLU­TAMENTE necesitaba una firma, sea justamente el que carece de tan importante formalidad? Quince son las cartas autógrafas halladas por Navarrete en el Archivo del Duque de Veragua y en todas ellas la antefirma simbólica y firma a que tanta importancia daba el des­cubridor, se observan con la siguiente colocación:

.S.

.S.   A .S.

X. M. Y.

Xpo FERENS.

Después de esta crítica tan imparcíal como rigurosa, pasemos a los restantes documentos.

El testamento u ORDENANZA Y MAYORAZGO como lo llama el mismo Almirante, de fecha l.D de Abril de 1S02, que con los PRI­VILEGIOS y otros documentos de suma importancia, depositó en el Monasterio de las Cuevas NO APARECE POR NINGUNA PARTE. ¡ Claro! como que fué el mismo a que dió validez la víspera de su muerte.

Ya aclararemos el asunto oportunamente.

Por lo que respecta al llamado CODICILO, ya es otra cosa. En él intervino el notario del rey Pedro de Hinojedo y entre los testigos figuraron Bartolomé Fieschi, uno de los más consecuentes amigos de Colón; el bachiler Andrés Mirueña y los CRIADOS del Almirante, Alvaro Pérez, Juan de Espinosa, Andrés y Fernando Vargas, Fran­cisco Manuel y Fernán Martínez. Estando postrado en el lecho Cris­tóbal Colón, con la inteligencia muy cabal y clara, todos presenciaron el otorgamiento del testamento. El Almirante confirmó y ratificó el testamento hecho anteriormente “que él tenía escrito de su mano e letra” y lo mostró a todos, haciendo entrega de él a Pedro de Hinojedo,

 

para que cumpliera cuanto allí disponía y aquella se tuviese por SU ULTIMA Y POSTRERA VOLUNTAD.

Aquí hay que suponer juiciosamente, que sí lo recibió Hinojedo, tuvo que ser legalizado e incluido en el protocolo de su notaría. Coma la famosa institución mayorazga de 1498 ha quedado descartada, pues­to que NO ESTABA ESCRITA POR MANO DEL ALMIRANTE, FECHADA NI FIRMADA, hay que suponer se refiere al SEGUNDO testamento de 1.° de Abril de 1502 y por lo tanto, ya había sido retira­do por Colón de manos de Fray Gaspar, que lo guardaba en el Monas­terio de las Cuevas, según lo hemos apuntado.

Sería inútil seguir aportando pruebas para demostrar que Cristó­bal Colón NO NACIO EN GENOVA y por lo tanto que jamás pudo decir: DE ELLA SALI Y EN ELLA’NACI.

Pero como conceptuamos indispensable destruir un falso certifi­cado de tanta monta, necesariamente hemos de insistir y a eso re­sueltamente vamos.

=s * *

“Después que se hubo extinguido la posteridad masculina del Vi- rey de las Indias, en la persona de su niato el Almirante Don Luis Colón, que murió desterrado en Orán, su hijo natural el joven Don Cristóbal, se presentó como heredero de sus derechos, pretendiendo que el fundador del mayorazgo, había excluido formalmente de la sucesión a las mujeres, las cuales no podrían heredar, sino por falta absoluta de todo pariente varón”.

Para eliminarlo de la sucesión, “se objetaba su cualidad de bas­tardo”,

Pero “el pretendiente sostenía, que según la intención del funda­dor, debía preferírsele a las hembras, no obstante la irregularidad de su nacimiento”.

Ahora bien; para hacer prevalecer estos derechos, tanto el preten­diente como sus consejeros, tenían que probar que Don Fernando, el segundo hijo del Almirante y de Beatriz de Enríquez^—que había sido eventualmente declarado heredero de los privilegios de su pa­dre— era también hijo ilegítimo del Descubridor.

Este Cristóbal, bastardo, se acogía en consecuencia a las disposi­ciones de lo que ha dado en llamarse Codicilo — no del testamento apócrifo de 1498, que entonces aún no era conocido—documento que expresaba lo siguiente: “Yo constituí a mi caro hijo Don Diego, por heredero de todos mis bienes y oficios que tengo de juro y heredad, de que hice en el Mayorazgo, e non habiendo él, fijo varón heredero, que herede Don Bartolomé mi hermano por la misma guisa, e por ]a mis­ma guisa, si no tuviese hijo heredero varón, que herede otro mi her­mano; que se entienda así, DE UNO A OTRO EL PARIENTE MAS ALLEGADO A MI LINEA, y esto sea para siempre. E no herede mujer, salvo si no faltase. NO SE FALLAR HOMBRE e si esto acesciese, sea la mujer más allegada a mi línea”.

¡Qué poderoso estímulo — dice Lorgues — era aquél mayorazgo con sus títulos y rentas! ¡Qué magnífico cebo y cuán pingües honorarios para los procuradores! ¡Con qué entusiasmo emprenderían su tarea!

 

¡Cuántas investigaciones practicarían en Córdoba, Valladolid, Sevi­lla, etc.! No obstante; después de tantos esfuerzos, no lograron nin­gún resultado; perdieron el tiempo 7 el trabajo. No pudo darse con un solo documento, con un solo rastro de escritura… que sirviera de indicio para aclarar la bastardía.

Todo quedaba reducido a la cláusula del Codicilo que ya conocemos y a otra que trataba de Doña Beatriz de Enriquez.

En vano es que se aporten testigos a la causa. Esta, por falta material de pruebas parece condenada a no prosperar.

Pero de pronto, interviene una personalidad tan importante como imponente, dice el ya citado escritor. Es el Almirante de Aragón, Don Cristóbal de Cardona y Colón. Preséntase ante el Tribunal, represen­tando a su madre Doña María de Colón, primogénita del hijo mayor del Descubridor del Nuevo Mundo.

Y   es entonces cuando aparece en escena eí famoso TESTAMEN­TO apócrifo, que nos dice Navarrete “traslada de los impresos que existen en el gran pleito sobre la sucesión y derecho al ducado de Veragua”.

Antes de proseguir, veamos lo que dice el Padre Marcelino Civezza sobre tan manoseado documento.

Civezza descubrió en los archivos de Médicis, en Florencia, un do­cumento curioso: una carta confidencial, escrita después de algunos años de terminado el resonante pleito. Esta carta va dirigida al Gran Duque, por su encargado de negocios en España. Refiere los rumores del día, relativos al original del TESTAMENTO de Cristóbal Colón, que el procurador del Almirante de Aragón, Don Cristóbal de Cardona y Colón, acaba de restituir. Esos rumores, según el encargado de ne­gocios de los Médicis, sembraban alguna confusión, comparado este TESTAMENTO con el CODICILO fecha 25 de Agosto de 1505.

Y  ese documento que parecía sembrar confusión, y que Navarrete estima como original, carece también de FIRMA y de FECHA.

Salió pues a luz este documento tan sospechoso, en ocasión de un pleito en que las partes interesadas, trataban de adquirir pruebas para destruirse mutuamente.

Hasta entonces, ¡oh manes de la indiferencia! no había sido co­nocido.

¡Y cosa rara! ¡Era más favorable para los herederos, que las mandas estampadas en el Codicilo!

Más tarde, surge una nueva disputa entre los herederos de Colón; pero ya entonces los documentos no tienen eficacia. El testamento repudiado como prueba en el primer pleito, ya no sirve como argu­mento. Queda relegado al montón de papeles inútiles.

Pero vamos a cuentas. ¿Qué perseguía el Almirante de Aragón, Don Cristóbal de Cardona y Colón, queriendo anular los derechos del bastardo Cristóbal?

Sencillamente recabar para su madre Doña María de Colón, pri­mogénita del mayorazgo del Almirante, los beneficios del Mayorazgo y de la herencia.

Ya hemos visto que el Cristóbal pleiteante, alegaba y sostenía, que según la intención del fundador, debía ser preferido a las hem­bras, aún siendo de nacimiento ilegítimo.

 

Y   a esto, Don Cristóbal de Cardona y Colón, presenta el famoso documento apócrifo, por el que los derechos que se discutían, corres­pondían por entero a su madre.

Prueba al canto.

En este falso testamento y Mayorazgo, hay la siguiente cláusula:

“Que en caso de extinción de heredero varón en su línea directa, de no existir un pariente de NACIMIENTO LEGITIMO, cuyo pa­dre y antecesores se hayan llamado siempre Colón, herede la hem­bra más próxima, con tal que sea de sangre legítima.

¡ Ni escrita a propósito para Doña María de Colón, la madre del Almirante de Aragón, Don Cristóbal Cardona!

Dice, además, DE COLON, que era como se titulan ya las hem­bras de este apellido.

En el mismo falso testamento, se excluye formalmente de la suce­sión al mayorazgo a todo heredero QUE NO SEA HIJO LEGITIMO.

¡Como llovido del Cielo contra el Cristóbal ILEGITIMO que dis­putaba Mayorazgo y herencia ]’

Y   que contra este pobre bastardo iba toda la enjundia del docu­mento, se demuestra en el siguiente párrafo de otra cláusula del tes­tamento aprócrifo:                –

“Y si se fallase que fuesen contra él en cosa que toque y sea con­tra su honra y contra acrecentamiento de mi linaje o del dicho Mayo­razgo, en dicho o en fecho, POR LO CUAL PARECIESE FUESE ESCANDALO Y ABATIMIENTO DE MI LINAJE Y MENOSCA­BO del dicho Mayorazgo, o cualquiera de ellos, QUE ESTE NO HAYA DENDE EN ADELANTE COSA ALGUNA’’… (Se refería al hijo del padre desterrado en Orán, cuyos escándalos hicieron época).

Como se vé, previendo el caso que los tribunales dieran la razón al bastardo, quedaba otra soga a que agarrarse y pié para otro pleito, porque según esta disposición, había que DESHEREDAR al hombre que no era legítimo, y que trajera fama de escándalo.

Pero lo más difícil, era hacer valer la legalidad de este falso docu­mento, y para ello no se omitieron recomendaciones.

Es. algo verdaderamente increíble y que probablemente hizo son­reír a aquellos dignos magistrados, como hará reír ahora a todo aquel que su intransigencia no haya vuelto ciego.

En este testamento apócrifo, Colón disponía que el Papa exco­mulgase a todo aquel que no acatase sus disposiciones o las disforma se.

Pedía igualmente a los Reyes Católicos, al príncipe Don Juan, su primogénito y a cuantos le sucedieren, que no consintieran “que se disformara aquel compromiso de mayorazgo”. ..

Como se vé, también se lo pedía al príncipe Don Juan.

Según Navarrete este Testamento apócrifo fué hecho ante notario el 22 de Febrero del año 1498. ¡Y el príncipe Don Juan había exha­lado el último aliento el 4 de Octubre de 1497!; particularidad que ya fué observada por La Riega,

¡Oh milagro de los documentos indiscutibles!

Pero aún decía más: Pedía que SIN PLEITO, NI DEMANDA, NI DILACION el Privilegio y Testamento “VALGA Y SE CUM­PLA”.

 

Y   para atar todos los cabos, lo pedía a los Grandes Señores del Reino, a los del Consejo de los Reyes y ¡oh extremada precaución! a TODOS LOS QUE TENGAN O TUVIEREN CARGO DE JUS­TICIA O DE REGIMIENTO. A estos últimos, sobre todo, pedía y encarecía (textual) QUE LES PLEGA DE NO CONSENTIR QUE ESTA MI ORDENACION E TESTAMENTO SEA SIN VI­GOR Y VIRTUD, Y SE CUMPLA COMO ESTA ORDENADO POR

MI…….. QUE NO SE LE QUEBRANTE EN COSA ALGUNA NI

EN PARTE NI EN TODO.

Verdaderamente, no podía hacerse mayor hincapié para que el documento fuese reconocido como válido; pero los señores del tribu­nal, ni temieron la excomunión ni la recomendación real, ni la suges­tiva súplica a ellos dirigida, y ni aún prestaron atención al docu­mento, demostrando con su proceder, que tenían mejor olfato y vista que el investigador Navarrete, puesto que el pleito continuó con más ahinco que antes.

Por último, hacía Colón esta advertencia final: “Mando a Don Diego, mi hijo, Y A QUIEN HEREDARE EL DICHO MAYORAZ­GO, que cada vez y cuantas veces se hobiere de confesar, que pri­mero muestre este compromiso, o el traslado de él, a su confesor, y le ruegue que lo lea todo, porque tenga razón de examinar sobre el cumplimiento de él y sea causa de mucho bien y descanso de su ánima”.

Con decir que el tal documento contiene más de SEIS MIL PALA­BRAS y que por aquellos tiempos era costumbre confesarse todos los días, o cuando menos un día sí o un día no, comprenderán nuestros lectores lo que significaba aquella cláusula final y cuanto fué el buen humor del encargado de confeccionar aquel tan extravagante do­cumento.

A no ser porque tan ilustres personalidades afirmaron su validez, sería cuestión de no tratar más del asunto; pero desgraciadamente se ha tomado tan en serio el particular del TESTAMENTO, que bien a nuestro pesar tendremos que seguir desmenuzando el aborto de la testificación documental, si tratamos de hacer prevalecer la tesis que defendemos.  .

Veamos ahora como repartía el Almirante la totalidad de la ren­ta, que según las capitulaciones del testamento apócrifo, se componía: “del diezmo de todo lo que en el Almirantazgo se fallase e hobiese e rentase, y asimismo la octava parte de las tierras, y todas las otras cosas, e el salario que es razón llevar por los Oficios de Almirante, Visorey y Gobernador, y con todos los otros derechos pertenecientes a los dichos oficios, ansí como todo más largamente se contiene en este mi privilegio y capitulación que de sus Altezas tengo”. Esto, como se ve, estaba redactado por un Almirante muy interesado en determi­nar las prerrogativas.                                                                                                       .

Colón, legaba por el testamento apócrifo:

DOS PARTES de CUATRO a su primogénito Don Diego.

UNA PARTE a su hermano Don Bartolomé, incluido el décimo de la totalidad de la renta, destinada a sus parientes más necesitados.

UNA PARTE, también de las cuatro de la totalidad de la renta a su segundo hijo Don Fernando.

Don Diego, hermano del Almirante, nada percibía; pero Colón de­jaba al cuidado de su primogénito el sostenimiento del eclesiástico.

Las disposiciones de lo que se ha dado en llamar CODICILO, eran:

A Don Diego, su primogénito: SIETE PARTES de DIEZ.

Otras DOS PARTES, las distribuía así:

DOS PARTES DISTRIBUIDAS EN TREINTA Y CINCO FRACCIONES.

VEINTISIETE FRACCIONES para su segundo hijo Don Fer­nando.

CINCO FRACCIONES para su hermano Don Bartolomé (el Ade­lantado).

TRES FRACCIONES para su hermano el Eclesiástico.

UNA PARTE DE LAS DIEZ DE LA TOTALIDAD para repar­tir entre los parientes más necesitados.

Disponía pues, y en uso de un legítimo derecho, de la TERCIA tomando como base para los réditos capitalizados de un año, la suma de CUATRO MILLONES.

Y   constituía un segundo vínculo para su hijo Don Fernando.

Consúltense los pormenores del testamento apócrifo, con los del Codicilo o testamento confirmado el 25 de Agosto de 1505, y dígase­nos si no estamos autorizados para considerar un disparate, el do­cumento que Navarrete estima como legítimo, otorgado en 22 de Fe­brero de 1498.

Copiemos ahora la advertencia que el Almirante hace en el Co­dicilo :

«Cuando partí de España, el año de quinientos e dos, yo fice una ordenanza e mayorazgo de mis bienes, e de lo que entonces me pareció que cumplía a mi ánima e al servicio de Dios Eterno, e honra mía e de mis sucesores; la cual escritura deje en el monasterio de las Cue­vas de Sevilla, a Fray D. Gaspar con otras mis escrituras e mis pri­vilegios, e cartas que tengo del Rey e de la Reina, nuestros Señores. La cual ordenanza apruebo y confirmo por esta, la cual yo escribo a mayor cumplimiento e declaración de mi intención. La cual mando que se cumpla ansí como aquí declaro e se contiene, que lo que se cum­pliera por ésta, no se faga nada por la otra, porque no sea dos ^eces”.

Es decir: que no hubo tal Codicilo, puesto que Colón afirma en lo que se estima por tal, que ES COPIA ESCRITA DE SU PUÑO Y LETRA de la ORDENANZA E MAYORAZGO DE SUS BIENES que hizo cuando partió de España el año quinientos e dos.

O lo que es igual: se limitó a copiar la ORDENANZA Y MAYO­RAZGO DE SUS BIENES cuyo original dejó en poder de Fray Gas­par Gorricio en el monasterio de las Cuevas, todo lo cual confirma y manda que se cumpla por la segunda escritura legalizada PARA QUE NO SEA DOS VECES.

Bien claro lo dice: “LA CUAL YO ESCRIBO A MAYOR CUM­PLIMIENTO Y DECLARACION DE MI INTENCION. Obsérvese que dice: “LA CUAL YO ESCRIBO”.

Este testamento y mayorazgo de sus bienes, no es, como se vé, aquel de que habla Navarrete y que señala como otorgado por Colón en 22 de Febrero de 1498, confirmado por los reyes en el año 1501.

Cualquiera poco versado en documentos, reconocerá que, una escri­tura que el autor añrma haber escrito el año 1502, no podía ser con­firmada por los reyes en el año 1501.

Vamos a enfrentarnos ahora con Navarrete.

El documento hallado por el ilustre investigador, es una copia de autorización real de un mayorazgo, e intercalada en esta copia, la lla­mada Institución Mayorazga de Colón.

Esa institución mayorazga o escritura, fué sacada — según expre­sión de Navarrete — de unos impresos que se conservaban de los au­tos del pleito sobre la sucesión al ducado de Veragua.

Nuestros lectores ya conocen el TESTAMENTO que el Almirante de Aragón, Don Cristóbal de Cardona y Colón, presentó para hacer valer los derechos de su madre Doña María de Colón.

No es justo ni sincero ese notable escritor, al otorgar el título de legítimos a aquellos papeles 0a s°la afirmación que hace de ser legíti­mos, ya denota una duda), puesto que él mismo afirma, que resultaría mayor comprobación y AUTORIDAD, de los registros del Eeal Ar­chivo de Simancas. Reconoce también el ilustre historiador, que el documento tiene ALGUNAS LAGUNAS en su principio y que los HUECOS Y LAGUNAS, se llenaron con las noticias halladas en el libro de Registros del Sello Real de Corte.

El libro de Registros que habla Navarrete, corresponde al mes de Septiembre de 1501 y resulta por sus notas, que los reyes Católicos, estando en Granada, confirmaron la institución de Mayorazgo hecha por Colón a consecuencia de la facultad real que para ello tuvo, por la cual se le expidió carta real de privilegio, despachada por confir­madores en la misma ciudad a 28 del expresado mes y año, firmada de sus nombres y refrendada por Fernán Alvarez de Toledo — Secre­tario — y Gonzalo de Baeza — Contador — del Rey y de la Reina.

Fué pues, por este registro real, donde se obtuvieron los datos para afirmar que fué en la muy noble ciudad de Sevilla, jueves, en veitidos días del mes de Febrero, año del nascimiento de nuestro Sal­vador JesucHto de mil e cuatrocientos noventa y ocho años. .. que en presencia de Martín Rodríguez, escribano público de dicha ciudad y de los escribanos de Sevilla que a ello fueron presentes, que el dicho Almirante, presentó ante los dichos escribanos, una carta de licencia PARA QUE PUDIESE FACER MAYORAZGO DEL REY E DE LA REINA NUESTROS SEÑORES, escrita en papel e firmada de sus reales nombres y sellada con su sello a las espaldas, etc.”

Hasta ahora, sólo vemos una autorización real para fundar MA­YORAZGO.

Ahora bien: en la Confirmación real del Mayorazgo que cita Na- varrete (Regist. del Sello de Corte de Simancas) dice este documento: “Vimos una escritura de Mayorazgo que vos D. Cristóbal Colón, nues­tro Almirante del Mar Océano, e nuestro visorey e gobernador de las iflas e Tierra firme descubiertas e por descubrir en el Mar Océano, ficistes en virtud de nuestra carta de licencia, firmada de nuestros nombres, en ella inserta, ESCRITA EN PERGAMINO E FIRMADA DE VUESTRO NOMBRE E SIGNADA DE ESCRIBANO PUBLI­CO”

A primera vista tal cúmulo de citas parecen de una realidad abru­madora.

Confesamos que tuvimos necesidad de leer muchas veces, antes de investigar, para cerciorarnos que no estábamos equivocados.

Por de pronto, el documento que citan los reyes ERA ESCRITO EN PERGAMINO, FIRMADO DE SU NOMBRE Y SIGNADO POR ESCRIBANO PUBLICO v lo que halló Navarrete, ERA PAPEL SIN FIRMA Y SIN FECHA Y SIN LEGALIZACION NOTARIAL.

Hubo pues, una escritura de Mayorazgo, puesto que los reyes en su aprobación, dicen: “POR TANTO MANDAMOS, E ES NUES­TRA MERCED E VOLUNTAD, QUE PUEDA GOZAR E GOCE EL DICHO DON DIEGO, VUESTRO HIJO, DEL MAYORAZGO, e los demás a él llamados que en él sucediesen, con todas las dichas cláusulas, e todas disposiciones, ordenaciones, e todas las otras cosas en él contenidas e especificadas”…

Seguimos viendo solamente un MAYORAZGO.

Entonces, no es un TESTAMENTO. Es sencillamente una vincu­lación de bienes raíces y derechos civiles. El derecho de suceder en los bienes dejados, bajo condición que se conserven perpetuamente ín­tegros en la familia y que se defieran por orden sucesivo al primogé­nito próximo.

Debiendo tener presente, que por su naturaleza SON INDIVISI­BLES, de acuerdo con la Ley final, título XXXIII, Part. 7.»

Y   lo que dicen los reyes sobre “cláusulas, disposiciones, ordenacio­nes e todas las otras cosas en él contenidas e especificadas»… son fórmulas que regían en los tiempos -de los reyes Católicos.

Para que otro de los hijos de Colón, pudiera disfrutar de un SE­GUNDO MAYORAZGO, tenía necesidad el Almirante, de fundar un nuevo vínculo, conforme aparece en el CODICILO que ya conocen nuestros lectores. Y para esto las Leyes también disponían que fuera por TESTAMENTO, puesto que más tarde por la Partida 27 se man­dó: “que cuando el padre o la madre, mejoraren alguno de sus hijos c descendientes legítimos en el TERCIO de sus bienes en TESTA­MENTO o en otra cualquiera última voluntad, o por contrato entre vivos, que le pueda poner el gravamen que quisiere, así de restitución como de fideicomiso, e facer en el dicho TERCIO LOS VINCULOS, e submisiones, e sustituciones que quisieren, con tanto que lo fagan entre sus descendientes e legítimos”…

Esto, en cuanto al TERCIO que podía reservarse el que constituía un MAYORAZGO, porque siendo el MAYORAZGO una yjstitución sobre bienes raíces, y derechos vinculados, los monarcas legislaban así: “E mandamos que en todo ello suceda el que fuera llamado il Mayorazgo, con los vínculos e condiciones en el Mayorazgo contenidas, sin que sea obligado a dar parte alguna de la estimación o valor de los dichos edificios a las mujeres del que los fizo, ni a sus fijos, ni a sus herederos ni sucesores”… (L. 46. que es la 6.», título 7, libro 5 de la Recopilación).

Es decir: que la mujer de Colón, no podía percibir nada por con­cepto de Mayorazgo, ni Don Fernando, ni OTROS HEREDEROS ni SUCESORES, ateniéndonos al espíritu de la Ley.

Por lo tanto, mal podía Colón hacer reparticiones y mandas en su Mayorazgo.

Además, no solamente se amplió por las Leyes de Toro, la facul­tad de vincular bienes raíces, sino que se declaró que las obras y me­joras que se hicieran en los mayorazgos, debían tenerse igualmente por vinculadas.

Pues bien; el error de Navarrete, procede de titular TESTAMEN­TO a un VINCULO DE MAYORAZGO.

Para establecer el MAYORAZGO, se necesitaba licencia real. Para otorgar un testamento, era bastante la PROPIA FACUL­TAD DE TESTAR.

Los reyes Católicos dieron licencia real a Cristóbal Colón para fundar UN VINCULO y una vez reconocido, OTORGO TESTA­MENTO o lo que pudiéramos llamar el TESTAMENTO SEGUNDO VINCULO.

Reasumiendo:

Del TESTAMENTO, no tenemos noticias.

Del MAYORAZGO y ORDENANZA, sí; por el CODICILO SE­GUNDO VINCULO.

Por eso fué, que cuando partió de España, el año 1502, hizo UNA ORDENANZA Y MAYORAZGO DE SUS BIENES.

El escribano público, Pedro de Hinojedo, que intervino en la lega­lización de su última disposición testamentaria, no dice que lo que presentó fuese un MAYORAZGO.

Dice… uno una, sino distintas veces: TESTAMENTO:

Dice Hinojedo:

“estando enfermo de su cuerpo, dijo que por cuanto él tenía fecho

SU TESTAMENTO por ante escribano público”……….

“agora retificaba y retifica el dicho testamento, e lo aprueba,

cctEi **

“e agora, añadiendo el dicho SU TESTAMENTO”……….

“e para cumplir el dicho SU TESTAMENTO que él tenía”……………

“nombró por sus TESTAMENTARIOS e complidores de su áni­ma”

“para que todos ellos tres cumplan SU TESTAMENTO, e todo lo

en él contenido”…….

“e todas las mandas e legatos e obsequias en él contenidas”…….

Y   ahora, dice Colón:

“Cuando partí de España, el año de quinientos e dos, yo fice una ORDENANZA E MAYORAZGO DE MIS BIENES”

Y   en el párrafo siguiente:

“Yo constituí a mi caro fijo Don Diego por heredero de todos mis bienes e oficios que tengo de juro y heredad, de que hice en el MA­YORAZGO”…

Lo que presentó pues Colón, a Hinojedo, fué un TESTAMENTO. Esto es indiscutible, porque de otra manera, diría UN MAYORAZGO

Y   TESTAMENTO y el MAYORAZGO no lo cita para nada.

Colón, por otra parte, habla de UNA ORDENANZA Y MAYO­RAZGO DE SUS BIENES y aparte: DEL MAYORAZGO CONS­TITUIDO A FAVOR DE SU HIJO DIEGO.

Que son dos cosas distintas.

Pero queda ahora un punto confuso que aclarar.

Colón dice, que cuando partió de España, el año 502, hizo UNA ORDENANZA Y MAYORAZGO DE SUS BIENES.

A primera vista, parece que Colón se refiere al principal MAYO­RAZGO que no puede ser, de acuerdo con las noticias de Navarrete y las pruebas documentales que aporta.

Porque si el Almirante había establecido un vínculo en su primo­génito, no podía legalmente, hacer con posterioridad, otro MAYO­RAZGO DE BIENES.

Analizadas sus palabras, resulta que Colón hizo el año 1502 UNA ORDENANZA Y SEGUNDO VINCULO DE SUS BIENES, porque, de acuerdo con las leyes entonces vigentes en Castilla, Colón dispo­nía de la TERCIA, según quedó promulgado más tarde en las Leyes de Toro. Entonces Colón se expresa bien al decir, que en el año 1502 había hecho UNA ORDENANZA Y MAYORAZGO DE SUS BIE­NES, esto es; de los bienes que le correspondían, después de estable­cido el MAYORAZGO. Y tan cierto es esto, que para esta ORDE­NANZA y MAYORAZGO DE SUS BIENES no necesitó la autori­zación real, puesto que le bastó la legalización notarial. Disponía, pues, de la TERCIA que tenía necesidad de hacer constar en TES­TAMENTO para mejorar a su segundo hijo.

Y   es por eso que Hinojedo, llama a aquel documento TESTA­MENTO y no cita para nada el MAYORAZGO ni hace alusión a la confirmación real, ni a la cédula de los reyes, cual era de rigor ha­cerlo en un documento público.

Y   es por eso también que Colón hace un distingo entre la Insti­tución Mayorazga y la ORDENANZA Y MAYORAZGO DE SUS BIENES, puesto que la Ley le autorizaba para que de la TERCERA pudiera instituir un nuevo VINCULO a favor de su hijo Fernando POR MEDIO DE TESTAMENTO y dotar a sus hermanos, de acuer­do asimismo con la Ley, que le autorizaba a hacer submisiones e sus­tituciones, incluso entre sus parientes.

Por eso en lo -que se ha dado en llamar CODICILO se ajusta en un todo a las leyes de su tiempo.

Este CODICILO, en realidad no ha sido tal, conforme ya lo he­mos apuntado; pero vamos a apoyarnos en Roselly de Lorgues que en este punto, conviene en un todo con nuestro criterio.

Dice así Lorgues:

“Afirmamos que Cristóbal Colón “NO HIZO NINGUNA DISPO­SICION TESTAMENTARIA la víspera de su muerte”.

“CERTIFICAMOS: que el Codicilo definitivo y regular (léase TESTAMENTO) que se supone hecho la víspera de su muerte, o sea el 19 de Mayo de 1506, contaba ya más de cuatro años de fecha”.

“La última disposición testamentaria de Colón — dice Lorgues, que es también de los que creen en el testamento apócrifo — DOCUMEN­TO ESCRITO DE SU PROPIO PUÑO, fechado el l.u de Abril de 1502 y depositado en la Celda del Reverendo Padre Gaspar Gorricio, de la Cartuja de las Cuevas, antes de la partida del Almirante para su último viaje, fué confirmado en todas sus partes después de su vuelta, conforme lo declara el mismo. En prueba de SU CONSTAN­TE VOLUNTAD, lo reprodujo Colón DE PUÑO PROPIO el 25 de

Agosto de 1505, Solamente cuando conoció el Almirante que llegaba su fin, quiso darle un carácter legal, depositándolo, según las formas prescritas, en manos del notario de la Corte, Pedro de Hinojedo, escri­bano de la Eeal Cámara, verificándolo el día 19 de Mayo de 1506”.

De todo lo cual se desprende;

Que Colón instituyó — de acuerdo con las noticias de Navarete — un MAYORAZGO en su primogénito.

Que otorgó un testamento, fundando otro vínculo a favor de su segundo hijo Fernando, de acuerdo con la TERCIA que le concedían las leyes para beneficiarlo o mejorarlo, y dotar al propio tiempo a sus hermanos Don Bartolomé y Don Diego.

Y     que la víspera de su muerte, dió validez a este TESTAMENTO VINCULO, ante notario y con asistencia de testigos.

A esto queda reducida la prueba documental.

Erró Navarrete, llamando TESTAMENTO al Mayorazgo, por no consultar las Leyes y desconocer la Historia de los Vínculos y Mayo­razgos y de este error, participaron todos los biógrafos de Colón que siguieron sus huellas.

La notoria falsedad de intercalar en la Confirmación Real del Ma­yorazgo de Colón, un documento apócrifo como es el engendro de la mezcolanza de mayorazgo y testamento del 22 de Febrero de 1498, que­da sobradamente demostrada con todo lo apuntado.

Este insigne error de Navarrete, que confió en documentos cuya invalidez él mismo advierte, ha sido la causa de que se afirmara el convencimiento de que el Almirante, había nacido en Génova, y es tiempo ya que la razón se imponga y de que se eliminen de las prue­bas contrarías a la tesis de Colón Español, falsedades tan notables, ■como son entre otras, ese increíble documento que, tanto en lo jurídico como en lo histórico, es un perfecto contrasentido. (1)

<1)       OBRAS CONSULTADAS PARA ESTE CAPITULO

Discursos críticos sobre las Leyes y sus intérpretes. (Castro).

Ordenamiento de Ale ahí .

Fuero Viejo de Castilla. (Notas por A aso y Manuel).

España Sagrado. (P. Florea,)

Anales de Aragón. (Zurita).

Historia Compostrciana.

Fuero de Sepúlvedn, (Juan de la Reguera),                                                                            ‘

Anales de Sevilla. (Ortiz de Zúñíga).

Anotaciones a las Leyes de España. (Padilla).

Crónica de Idés Iíeyes Católicos. (Hernando de[ Pulgar).

Apuntes de la Biblioteca Española Económico-Política. (Articulo de Gaspar de Pona). Disertación Histórieo-Jurldiua. (Ant. Robles Vives).                                    –

Historia de los Vínculos y Mayorazgos, [Juan Sempere y Guarinos) 2> edición. Comentarlo a las Leyes de la Desvinc alació ti. (Joaquín F. Pacheco) 3.a– edición. Comentario al Decreto do 4 do Noviembre de 1838. — Recursos de nulidad, (Joaquín Francisco Pacheco), 3,11 edición.

Reseña Historien del Derecho do Ultramar. (Antonio Prudencio López).

Registro de Legislación Ultramarina. (José Haría Zamora y Coronado)..

Recopilación de Leyes de los liemos de Indias- (Mandada imprimir por el Rey Don Car­los II). _ ^    ^

Biblioteca de Legisl ación Ultra marina. (José María Zamora y Coronado).

Notas de la Crónica deL rey Don Pedro. (Pedro López de Ayala).

 

© Biblioteca Nacional de España

 

CAPITULO III

La genealogía de Cogoleto y la genealogía gallega.—La tradición y las pruebas arqueológicas. — Grafología.— Psicología.—Fisio­logía. — La Carabela “La Gallega”. — Otros navios gallegos. — La extraña predilección del Almirante.

DEMOSTRACIONES GENERALES

Indudablemente, La Riega, al sentir el chispazo del convencimien­to, se dejó arrebatar por las impresiones que, agolpadas, confundie­ron su espíritu.

El hallazgo de los documentos fué la revelación. Ante ellos, sin precipitaciones y excitaciones, debió el insigne gallego meditar lar­gamente.

Intentar la reconstitución de una genealogía es empresa dificilí­sima; pero 110 imposible. Con menos elementos de los que existen en Pontevedra, se estableció la de Cogoleto y sin embargo, aducen más fundamentos que toda-s las actas juntas de Génova.

Esta genealogía de Cogoleto, parte de Manuel Colombo, que se supone un tal Manuello de la Lombardía refugiado en la Liguria, juntamente con Enrico Colombo, los cuales se mencionan en un regis­tro notarial del año 1355 y citan en el Abecedario de Federico Fede- flci, manuscrito existente en uno de los archivos genoveses.

A Manuel, se le dá por descendiente a Enrico Colombo de Cogoleto.

Por la sola razón de figurar estos dos nombres en un índice de notario, se ha considerado suficiente para establecer la rama genea­lógica.

A Enrico Colombo, sigue Giovanni Colombo, fallecido en el año 1450.   _

Después de Giovanni Colombo o de Quinto, sigue Doménico Co­lombo de Cogoleto, del que se dice, que su firma figura al pie del tes­tamento que él mismo dicta de viva voz durante una grave enferme­dad el día 23 de Agosto de 1449, ante el notario Agustino Chiodo.

Este Doménico Colombo, es pues, el padre del Almirante. A Do­ménico se le atribuye por esposa a María de Giuste, originaria de Lorca. Cuatro hijos se hacen descender de este matrimonio: Barto­lomé, Cristóbal, Diego y Nicoletta.

De Nicoletta no se tienen datos; de Cristóbal, dicen que se cita en una carta del Senado de Génova a Gambattista Doria de fecha 7 de Noviembre de 1586. De Bartolomé y Diego, no hay tampoco indicios documentales. Mucho después aparecen en la genealogía de Bartolo-

nié, como descendientes: Tomás, Bernardo y Pedro, como pretendien­tes al mayorazgo en el año 1578.

Y   con esta genealogía, cuyos otros extremos omitimos, se presen­taron a los tribunales españoles en causa que fué resuelta por el Con­sejo de Indias el 2 de Diciembre de 1608, denegando el derecho, por considerar extinguida la línea, masculina de Cristóbal, y en cuanto al Adelantado, por no haber antecedentes de que hubiera dejado ningún hijo reconocido o legítimo.

Ahora bien: de los documentos hallados en Pontevedra, puede for­marse una genealogía de la rama paterna del Almirante, como pro­bablemente no exista otra.

De la materna, no podemos decir lo mismo. La circunstancia de hallar La Riega entre los papeles, el apellido Fonterosa, lo ilusionó hasta el punto de adoptarlo como legítimo sin otras pruebas, que ex­presar en gallego, lo mismo que expresa el italiano de los documentos de Génova.

Otra particularidad indujo a La Riega a creerlo así, como fué el hecho de hallar ambos apellidos en un documento, asociados en deter­minados negocios.                                                                    . .

A nuestro juicio, la equivocación más notable que sufrió La Riega, fué la de obsesionarse con la atracción de este apellido, que no ha sido tampoco el del Almirante, pues ya está demostrado que Susana Fon­tana Rossa, de las actas de Génova, no pudo ser madre del descubri­dor. Fué un fenómeno de espejismo experimentado por La Riega, en que el sentido, exaltado, es más fuerte que la razón.

Por otra parte, una vez localizada la línea masculina de Colón, las investigaciones deben continuar para hallar la femenina, en la segu­ridad que la incógnita no habrá de ofrecer grandes dificultades para ia solución.

Precisamente por esto, La Riega supone que la familia del Almi­rante, pudo haber emigrado a Italia, cuando lo más cierto, es que nunca haya abandonado la tierra natal. Una hipótesis mal fundadav suele causar daños irreparables y desvirtuar por completo una teoría, que asentada sobre más sólidas bases, resultaría irrefutable e incon­testable.

De aquel error, se derivó otro, de más extrañas consecuencias. Los apellidos Fonterosa, cayeron bajo la escrutadora mirada de La Riega acompañados de nombres judaicos y supuso naturalmente, que la Susana gallega, que por otra parte no existe en los documentos pon- tevedreses, fuese de origen judío.

Siguiendo ya esa pista equivocada, La Riega fundó la ocultación del origen de Colón, en el hecho de la persecución que sufrían los des­cendientes de Israel, aunque el decreto de expulsión no se hubiera lle­vado a cabo hasta el año 1492, cuando en realidad el Descubridor, sólo persiguió con el crédito y consideración agena, abrirse paso a través de los prejuicios, y con la aureola de genovés, disfrutar de las franquicias que el rey Don Alfonso X había mandado guardar a los cónsules, mercaderes y demás hombres súbditos de la Señoría de Génova.

En prueba que los genoveses tuvieron siempre en España grande acogida y estimación — dice Navarrete — y que por lo mismo frecuen­

 

taban sus costas, mercados y ferias, de lo que resultó que se avecin­daran en todos tiempos en España, lo prueban los privilegios que se les dispensaron. Y cita más de cuarenta, desde el rey San Fernando hasta los reyes Católicos.

A los genoveses no tan sólo se les concedían notables privilegios, sino que hasta se les amparaba muchas veces contra las operaciones fiscales de los empleados de las rentas reales, y contra los arrendata­rios de algunas de ellas, y se les concedía asimismo exención de alo­jamiento y otros servicios penosos.

Siendo así, solamente con esta carta de naturaleza, podía inten­tarse llegar hasta las gradas del trono, para que fuesen acogidos con interés unos proyectos, que en boca de un gallego, hubieran tenido triste y fatal remate en un manicomio.

Colón lanzó la especie de su genovismo y quizás también la sos­tuvo hasta después de realizada su famosa hazaña. No mantuvo la afirmativa personalmente; fué algo impreciso echado al viento, como lo demuestra que unos lo tuvieron por genovés, otros por milanés, otros por bugiasquense y otros por savonense, etc. El nunca lo afir­mó — si se exceptúa el testimonio apócrifo — y solamente cuando te­mió por los suyos o se vió perseguido por sus enemigos, fué cuando insinuó algo a manera de advertencia; pero de una manera muy ve­lada, Es más, no creemos engañarnos, al asegurar que la reina Isa­bel y quizás el mismo Fernando, conocieran la procedencia del Almi­rante. También tenemos la persuasión que, para Deza, Gorricio y algún otro, su origen no fué un misterio.

Estamos asimismo convencidos, que antes de ofrecer las primicias del descubrimiento al rey Don Juan II de Portugal, propuso su plan a los reyes Católicos, como se desprende de una carta del Papa a los monarcas.

Volviendo a los comienzos de nuestro asunto, aun cuando el señor Otero considere empresa imposible formar una genealogía del Almi­rante con los documentos existentes en Pontevedra, vamos nosotros a iniciarla desde el momento que contamos con bases más sólidas y abundantes que las que copia Marmochi, de Cogoleto.

En los documentos de Pontevedra, existen:

Un Bartolomé Colón, que aparece en una minuta notarial, fecha 28 de Noviembre de 1428.

Un Domingo Colón o de Colón, llamado “el Viejo”, que figura en una escritura de compra de casa y terreno. Este documento lleva fe­cha 24 de Septiembre de 1435.

Un Domingo Colón o de Colón, llamado “el Mozo” — padre del Al­mirante— a que se hace alusión en un contrato y aunque la fecha sólo deja- conocer estas cifras 1^.4 del año, como muy bien dice La Riega, a juzgar por la letra y la filigrana del papel, que representa el medio cuerpo anterior de un ciervo; después de los cotejos consi­guientes, se saca la conclusión que pertenece a los años comprendidos entre 1446 y 1456.                                _ _

Una Blanca de Colón, cuyo nombre se halló en un minutario de 97 hojas en folio, del notario Alfonso Eans Jacob. El documento lleva fecha 19 de Enero de 1434. Esta Blanca de Colón había ya fallecido en aquel año y había sido casada con un tal Alfonso de Soutelo.

 

Una María Colón aparece también en un minutaric y escritura de venta de un terreno, que ileva fecha 11 de Agosto de 1434, casada con Juan de Viana, moradores de Pontevedra. Esta María si es la que también figura en el primer documento, debió contraer segundas nup­cias, pues en el minutario donde también se cita a Bartolomé Colón y que tiene fecha 4 de Agosto de 1440, aparece casada con Juan Ossorio.

Un Alfonso o Antonio de Colón, patrón o maestre de un barco, que se cita como deudor de un pequeño impuesto sobre el tráfico cos­tero, se consigna en un cuaderno de cuentas y visitas de la Cofradía de Marineros de San Miguel, de Pontevedra.

Un Cristobo de Colón, aparece entre diversos documentos de un cartulario. Este documento corresponde al 14 de Octubre de 149ü. Es una escritura de aforamiento por el Consejo, a María Alonso, de un terreno cercano a la puerta y torre de Santa María, en el que se señala como uno de los límites, la heredad de Cristobo de Colón.

Un Juan de. Colón, que se menciona en una curiosa escritura, per­teneciente a un archivo notarial de fecha 11 de Octubre de 1518. A este Juan de Colón, lo afianzan Juan Nepto y Juan de Padrón, por no se sabe qué delito; pero que debía ser de cierta importancia, puesto que se requirió a los afianzantes, a obligarse no tan sólo con sus per­sonas, sino que también con sus muebles y raíces y pago de 3,000 ma­ravedís, pares de blancas.

Este Juan de Colón, debe ser el mismo que aparece casado con Constanza de Colón, en un contrato de aforamiento de la huerta y heredad de Andurique, hecho en 13 de Octubre de 1519 por el mo­nasterio de Poyo.

Es indudablemente también, el que en unión de Juan de Nepto, levantó una capilla en la iglesia de Santa María, que citaremos entre la* pruebas arqueológicas.

La Riega anota, que la huerta y heredad de Andurique, están en el lugar de Porto Santo, feligresía de San Salvador de Poyo, siendo muy probable que la familia Colón, haya sido desde antigua fecha, arrendataria de la finca expresada, convirtiéndose Juan de Colón a virtud del aforamiento, en propietario del dominio útil de la misma. Acaso este Juan de Colón, habiendo obtenido ganancias y hecho aho­rros por su profesión de mareante, quizás practicada en América, pudo concertarse con la comunidad benedictina, para la adquisición definitiva de la misma.

Nosotros podríamos agregar, que ese ACASO de La Riega huelga, porque en aquellos tiempos el hecho de donar una capilla a una igle­sia, representa ya una posición por demás desahogada.

Y   por último: Jácome o Diego — según La Riega — era también vulgar y usual en aquella época.

¡Ya hubieran querido los de Cogoleto, semejantes testimonios, an­tes de entablar el pleito de que salieron tan mal parados!!

Para formar la genealogía, claro está que hay que establecer fe­chas de nacimiento para los principales actores, y ya que estas no podemos hallarlas en los minutarios y cartularios emplearemos las deducciones para el objeto.

Y   planteamos los siguientes orígenes:

BARTOLOME DE COLON, nació sobre el año 1353.

 

DOMINGO DE COLON (EL VIEJO) sobre el de 1385. DOMINGO DE COLON (EL MOZO) sobre el de 1412.

Hijos de Bartolomé de Colón, fueron:

Blanca de Colón (nacida sobre el año 1382).

Domingo de Colón (el Viejo), sobre el año 1385.

María de Colón, sobre el año 1390,

Hijos de Domingo de Colón (el Viejo), fueron:

Domingo de Colón (el Mozo), que probablemente nació el año 1412. Pedro de Colón (residente en Córdoba el año 14S9), por lo que puede atribuírsele como el de nacimiento, el año 1415.

Cristobo de Colón (cuyo nacimiento no puede precisarse).

Hijos de Domingo de Colón (el Mozo), fueron:

Cristóbal Colón (el Descubridor), que nació el año 1436. Bartolomé Colón (el Adelantado), que nació el año 1440.

Diego Colón (el eclesiástico), que nació el año 1446.

Hijo de Cristobo de Colón, hermano de Domingo (el Mozo), lo fué probablemente:

Antonio de Colón (coetáneo del Almirante).

Hijos de Cristóbal Colón (el Descubridor), lo fueron:

Diego Colón.

Fernando Colón.

De Bartolomé Colón (el Adelantado), se cita una hija ilegítima, llamada María.

Don Diego Colón (el Eclesiástico), murió sin sucesión.

Hijo de Antonio de Colón, patrón o maestre de barco que formó parte en una de las expediciones del Almirante, lo fué:

Juan de Colón (a quien se debe la capilla de la iglesia de Santa María, casado con Constanza de Colón).

No hemos querido hacer más larga esta genealogía, que aún po­dríamos dilatarla por parte de los hijos del Descubridor, hasta la extinción de la línea masculina, porque son ya demasiado conocidos los datos existentes.

Resulta por lo tanto, una genealogía más completa que la de Cogo­leto, habiéndonos limitado a la paterna, y si bien reconocemos que por parte del apellido Colón hemos ido hasta donde nos lo han permitido las conjeturas; no podemos decir otro tanto de la línea femenina, que entendemos debe ser motivo de una nueva investigación en los archi­vos pontevedreses.

Y  ahora nos preguntamos: ¿Con esta genealogía de familia más o menos perfecta, la Academia de la Historia no puede tomarla en con­sideración, para dar un dictamen favorable o adverso?

¿Qué pruebas son las que se exigen entonces, para reivindicar una injusticia?

¿No son bastantes las apuntadas?

LA TRADICION Y LAS PRUEBAS ARQUEOLOGICAS

_ El doctor Rodríguez en su libro también titulado COLON ESPA­ÑOL, dice lo que sigue:

“Ya indicamos que el gobernador Don Luis Tur hizo una informa­ción popular, llamando a los más ancianos de Porto Santo y sus inmediaciones, para recoger verbalmente la tradición, muy extendida y continuada a través de las generaciones, de que en una casita en rui­nas de aquel lugar vivió el Almirante”. Poco valdría este argumento, si fuese solo; pero debemos hacer constar por detalles arquitectónicos..

 

entre otros una piedra ladronera o matacan que corona la cresta de la pared y otra igual caída entre los escombros, que la arquitectura es del siglo xv. Aún más curioso es el crucero que existe enfrente, cuya parte superior es, indudablemente, de la época, y en cuyo basamento leyeron algunos polígrafos el nombre de Colón”.

“Acerca de estos indicios, controvertidos como todo cuanto a este asunto se refiere, posee el continuador de la obra de La Riega, Don Prudencio Otero, datos importantes, entre otros, los que se refieren a la trasmisión de la propiedad de dicha casa”.

“Pero, si esto de la casa y el crucero, no tienen un valor del todo probatorio, porque alguien dijo que manos piadosas rasparon el letrero después de haber sido examinado por polígrafos que sacaron una prueba fotográfica—¡parece increíble que llegue a tanto la infernal envidia! — queda una piedra encontrada en la iglesia de Santa Marín al derribar un viejo altar de madera”.

“La lápida no contiene borrones ni tachaduras, ni tintas simpáti­cas, ni recalcos, ni fraudalentas enmiendas”.

“Dice clara y limpiamente»:

OS DO CERCO DE JOAO NETO E DE JOAO DE COLON FE- CERON ESTA CAPILLA.

“Hay que fijarse bien que a los de Joao Neto no precede la partí­cula de y sí precede a los Colón, como dijo el Almirante en la ins­titución mayorazga y en el codicilo, que han de llamarse los de su •verdadero linaje».

Antes de proseguir, hemos de advertir que el Sr. Rodríguez partici­pa por entero de los éxitos y los errores de La Riega. Sobre este par­ticular ya hemos dicho lo bastante; pero queremos refutar esa indi­cación que nos hace, llamando nuestra atención hacia la partícula de del apellido de Colón. Si la de Joao Neto 110 la lleva, la llevan Ao da Nova. Alfonso de Soutelo, Juan Gotierres do Ribeiro, Pay Gomes de Souto, Juan de Viana, Martín de Cañizo y otros muchos que figuran en las actas de Pontevedra.

Hecha esta advertencia, continuemos la relación del Dr. Rodríguez.

“Huelga decir que la iglesia de Santa María y la capilla, corres­ponden a la época anterior y posterior al descubrimiento. Y aun cuando reconozca ser este argumento el de mayor peso probatorio, no debo callar que en las impostas de una pequeña puerta lateral hay dos medallones con retratos que también deben ser estudiados, pues uno de ellos es evidentemente de marinero y otro dicen que de mujer, por una gola que tiene al cuello. Es posible; pero dicha gola pudiera ser signo de alta gerarquía marítima”.

Sobre estos medallones, que esperamos una oportunidad para ver­los de cerca, nos atrevemos a adelantar que no pueden ser otros que los retratos de Joao Neto y Joao de Colón, que es en realidad a quie­nes corresponde tan preferente lugar. El que parece marinero, pro­bablemente pertenece a Joao Colón, que efectivamente era mareante y el otro, el de la gola o que tal parece a Joao Neto que por su des­prendimiento, debía ser hombre de posición. La gola por otra parte, no tiene nada de extraña al finalizar el siglo xv.

Sigamos copiando al Dr. Rodríguez:

«Si nos fijamos imparcialmente en la prueba documental, hay siete u ocho documentos acreditativos de la existencia de Colones en Pon­tevedra. Si a eso agregamos los documentos inéditos e impolutos que tiene en su poder y publicará Don Prudencio Otero, tenemos que con­venir en que sobran documentos y documentos para probar la existen­cia de Colones en Pontevedra, en las épocas coetáneas al descubrimien­to de América. Si se quiere impugnar el valor probatorio del crucero y de la casita, aún llamada hoy por los paisanos “de Colón”, y los re­tratos en que yo me fijé, de la puerta lateral de Santa María; si fuese posible la enormidad de declarar falsos cerca de veinte documentos estudiados por paleógrafos contrarios a la tesis, en el orden arqueoló­gico, sería suficiente esa intachable lápida, aparecida providencialmen­te en los días en que La Riega mandaba a la imprenta las cuartillas de su imperecedero libro”.

Para terminar: Don Rafael Calzada, dice también que en “la al­dea de Porto Santo, existe una antigua tradición a la que nadie atri­buyó nunca la menor importancia, por ignorarse a que podría respon­
der, según la cual una vieja casa, reedificada, era de los Colón, de la familia del hombre que descubrió las Américas O que descubmu as illas (el que descubrió las islas). A esto anota Calzada que ya que todo convence de que esta tradición no es una burda superchería, o una invención ad hoc de última hora, que haría muy bien la Real Academia de la Historia disponiendo lo necesario, pero sin demora, dada la enorme importancia del hecho para dejar claramente establecido lo que haya de verdad o de invención en este asunto.

A todo lo dicho, hemos de agregar que el crucero subsistente frente a la casa ruinas llamada de Colón, es otra probanza de inestimable valor, cuyo descubrimiento se debe a nuestro admirado amigo el señor Otero y Sánchez.

La inscripción del crucero cuyo fotograbado reproducimos, fué tam­bién impugnada por el inconforme Oviedo y Arce, quien combate la interpretación de la epigrafía, diciendo que expresa Juan d’ Outeiro, 1790, según dice que leyó Don Casto Sampedro y él comprobó por la fotografía que le fué remitida.

 

Ampliación de la epigrafía que se advierte en la base del crucero.

Por el contrario, Don Prudencio Otero y Don Luis Gorostola Prado, miembro de la Sociedad Arqueológica de Pontevedra, leyeron: Juan Colón. Recuerdo. 1490.

Dejamos a juicio del lector el estudio epigráfico para que saque las consecuencias que le sugiera tan interesante inscripción.

 

GRAFOLOGIA. = PSICOLOGIA. = FISIOLOGIA

La íntima relación entre el estilo y el carácter del hombre, que aho­ra se ha convertido en verdad proverbial, se hacen sentir de una ma­nera palpable en los escritos de Colón.

Cierto notable escritor ha dicho: “Tenemos buena copia de cartas escritas por el Almirante. Nadie ha estudiado aún en lo tangible de su espíritu, las condiciones morales que revelan”.

“Cristóbal Colón — dice Lorgues— HIZO, DIJO y ESCRIBIO mu­chas cosas, que no se leerán jamás.. . que jamás sabrán los hombres”.

Efectivamente, sólo de los escritos brota la luz. Los de Colón, nos dicen que era activo, cuidadoso de los pormenores; previsor, moderado, firme, abnegado.

Jamás faltó a sus compromisos y nadie lo acusó de parcialidad durante su administración.

Modesto e igualitario, en los tristes días de navegación cuando es­casean las vituallas, sólo acepta la ración común.

Es pues, en el espíritu de sus escritos donde debe hurgar el inves­tigador.

¡ Qué inmenso campo de análisis para el grafólogo!

*     * *

¡EN NOMBRE DE LA SANTA TRINIDAD!

Cuando empezamos estas investigaciones, aquella invocación del Almirante, atrajo poderosamente nuestra atención.

¿Acaso era uso invocar a la Santísima Trinidad en todos los gran­des hechos y empresas de la vida? — Generalmente, no.

¿Era fórmula establecida por la Iglesia o por los Reyes?

¡ Tampoco!

Entonces, ¿por qué 1* usó Colón?

Como fundamento del Catolicismo, suele expresarse de una manera menos absoluta, determinándola de esta manera: EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPIRITU SANTO.

Esto es lo que se hallará en cualquier vulgar catecismo. En su forma absoluta, ni aún en el prescrito por la Santidad se encuentra unificado.

Haciendo estas reflexiones, acudió a nuestro recuerdo, el concepto que de una segunda Trinidad se ha formado desde tiempo inmemo­rial en Galicia.

No hay campesino gallego que al persignarse o ante el zig-zag de una centella o cualquier otro peligro inminente, no exclame: ¡JESUS, MARIA Y JOSE!

He aquí la Trinidad invocada por Colón.

Fué toda una revelación para nosotros que Colón hubiera puesto bajo la salvaguardia de esta TRINIDAD, el éxito de su tercer viaje.

Se alegará que esta conjetura no es bastante para establecer la premisa.

Porque lo mismo pudo referirse a la absoluta que a la secundaria.

¡Cierto es! Pero ahí está la lógica para sacarnos de apuros:

Al acometer su gran empresa, cuando llegó el momento emocionan­te de desplegar las velas para lanzarse en pos de aquella problemática aventura, cuando salía por la barra de Saltes, latiéndole el corazón con violencia, pensando en el descubrimiento de los misterios que ence­rraba aquel mar tenebroso, Colón eleva la mirada al cielo y su alma en extremo religiosa, no vá tras la Trinidad en su esencia, sino que elige como a figura mística de su singular devoción, al HIJO. No in­voca pues, a la Santísima Trinidad. Invoca a JESUS y en EL se am­para para llevar a feliz término su memorable empresa.

No es en el primer viaje: es en el TERCERO cuando dice: Partí en nombre de la Santa Trinidad, miércoles 30 de Mayo…

Un teólogo no admitiría esta secundaria colocación del misterio inefable de la Fé Católica.

Pero sí, la concepción secundaria, de las tres grandes figuras de la devoción gallega: JESUS, MARIA Y JOSE.

Aún hay otra circunstancia que abona en nuestro favor. El ¡JE­SUS! invocado por el Descubridor en su primer viaje, es una excla­mación peculiarísima del sentimiento religioso en Galicia. Se halla tan adaptada al modo de ser de nuestros campesinos y tan extendida, que se hace uso de ella hasta para las cosas más triviales.

No dejarán desmentirnos los hijos de Galicia y aquellos que posean algunas nociones de sus costumbres.

Pero, aún hay más: Colón repite constantemente: «allí me deparó NUESTRO SEÑOR”… “me trujo NUESTRO SEnOR”. .. “plugo a NUESTRO SEÑOR”… y es tal el uso que hace de esta expresión, que se cuenta por cientos en sus escritos. La emplea y aplica asimismo a los Reyes y en ocasiones, llega hasta el abuso. Es, pues, una cos­tumbre arraigadísima que le obliga a estamparla por hábito, sin con­ciencia de la repetición.

Aquí, tampoco podrá alegarse que es también una costumbre de otros pueblos. En España y fuera de España, en su primera acepta­ción, el SEÑOR «s por antonomasia DIOS. SEÑOR, con el pronombre posesivo NUESTRO, que es como la emplea Colón, no se refiere al criador del Universo, al Padre de la Teología, sino al Jesús eucarístico, al Cristo sacramentado.

A DIOS invocan los Reyes Católicos y se cita en todos los docu­mentos de la época. En ocasiones, también lo especifica el Almirante. Cuando Colón quiere referirse al autor del Universo, también lo deter­mina de esta manera:

«DIOS NUESTRO SEÑOR está con sus fuerzas y saber, como solía, y castiga en todo cabo, en especial la ingratitud de injurias”…

Es curioso que Colón haga solamente uso de DIOS cuando habla de castigos. ,

Para él, DIOS es la divinidad que pide cuentas a los mortales de sus actos y NUESTRO SEÑOR, el espíritu celestial que lo alienta y consuela.

Así pues, el NUESTRO SEÑOR del Almirante, es el NOSO SE­ÑOR que está constantemente en boca de nuestros labriegos.

Ante la inminencia de un peligro en el mar, Colón proyecta seguí- clámente votos, pei’egrin ación es y romerías.

Diríase que todo cuanto se relaciona con Colón respira galleguismo.

Veamos ahora los rasgos físicos que nos describen los biógrafos coetáneos:

Bermejo, cariluengo, la nariz aguileña, pecoso y muy duro para los trabajos y como rasgos morales, los de enojadizo y elocuente.

Porque, efectivamente: los rasgos de carácter, es otra fuente de investigación no despreciable, como no lo son tampoco los juicios ini- parciales de Castelar, Lombroso y otros que nos han trasmitido noti­cias de su personalidad o que han estudiado su psicología.

Castelar, dijo que era avaro, interesado y pleiteante por sus pri­vilegios, dignidades y fueros, participaciones y cargas de justicia, juros, rentas y mercedes.

Lombroso, a quien se deben tan notables trabajos de psiquiatría y antropología, al ensalzar su colosal figura, dijo: “que con tal de alcan­zar sus fines, era capaz de las mas grandes supercherías”.

El P. Las Casas, nos dice: “que era sobrio y moderado en el vestir, en el comer y en el calzar, como un hombre para el cual todo gasto representa un sacrificio.

Por su hijo Don Femando, sabemos que sólo hacía uso de una in­terneción muy generalizada en España. Colón juraba ¡Por San Fer­nando! y en los momentos de mayor irritación, decía: ¡Os doy a Dios! Por lo que muy bien se ha advertido, que de haber sido su origen ita­liano, hubiera empleado un ¡Cristo! o un ¡Sacramento!

A esto debemos agregar nosotros haber oído en la América del Sur a algunos italianos de aquella tan extendida colonia, decir en mo­mentos de contrariedad: ¡Per la Madonna! Antiguamente se juraba en Italia, ¡Per Bacco! equivalente a nuestro ¡Pardiez! o ¡Voto a tal!

Colón era crédulo y extremadamente religioso. Una ilusión casi infantil lo acompañaba hasta el sepulcro y en todas partes encuentra riquezas y recuerdos bíblicos.

Lo primero que puede observarse en Colón, es la tenacidad. No hay en el mundo ejemplo de tan magnífica testarudez. Los primeros años de su vida discurren entre la investigación y el estudio, alentado por el atrevido plan que forja su mente calenturienta. Comienzan des­pués las ofertas y las decepciones. Nada lo apoca ni lo desanima. Como Anteo, a cada caída adquiere nuevo vigor y mayores bríos. Hu­biera muerto en esta batalla moral y de haber sido rechazadas sus pretensiones en Castilla, a no ser tan exageradamente místico, hubiera vuelto la mirada hacia los turcos y pactara el contrato con Solimán, antes que resignarse a abandonar su proyecto.

Era interesado. .. tanto, que se atribuyen a sus exigencias el fra­caso con Juan II. Más tarde, cuando se discuten en España las capi­tulaciones para su gran viaje, lo vemos contradecir, porfiar, discutir, con animación de chamarilero, las bases que reclama para considerarse suficientemente recompensado de los peligros de la aventura que trata de acometer. Su intransigencia llega hasta el punto de abandonar la partida antes que ceder, y lo sacrifica todo por diezmos y quintos más

o menos. Hay que ir a buscarlo ya lejos y convenir en cuanto quiere.

Mucho más podríamos apuntar sobre su carácter; pero con lo ex­puesto basta para reconocerlo, oriundo, con todas sus virtudes y defec­tos, de la región donde tratamos de establecer su cuna.

Moral y físicamente, Colón es gallego.

*     * &

LA CARAVELA GALLEGA. = OTROS NAVIOS GALLEGOS LA EXTRAÑA PREDILECCION DEL ALMIRANTE

Veamos ahora lo que dice La Riega, acerca de LA GALLEGA, nave capitana de Colón en su primer viaje:

“Fernández Duro en su hermoso libro “La Marina de Castilla”; Ascnsio, en su notable y lujosa obra “Cristóbal Colón” y otros escri­tores en diversas publicaciones, omiten’ deliberadamente aquel nom­bre popular con que era conocida por los marinos la nao “Santa María”. Conducta incomprensible. Acaso por considerar el nombre vulgarísimo; quizás por indigno de figurar en la Historia; acaso de­nigrante, en virtud de esa estólida inquina con que se miraba injusta­mente, hasta hace poco tiempo, todo lo relativo a Galicia. Fernández Duro, llegó a decir, a propósito de los tres bajeles del primer viaje de Colón, que aquellos tres navios representaban a los de Andalucía, lebreles de los moros, a la vez que a los de las cuatro villas de Viz­caya y Guipúzcoa, émulos de cualquier otro, en Flandes como en Vencria. Eran síntesis de la marina castellana aue, acabado el ser­vicio de su nación, iban a servir a la Humanidad. Claro es que el ilustre escritor y marino, no hubiera podido escribir el anterior pá­rrafo, si hubiera aceptado el nombre de LA GALLEGA para la “San­ta María”. La absoluta preterición de la marina de Galicia en dichas líneas, no tiene disculpa alguna, ya porque el piloto de la “Pinta” Cristóbal María Sarmiento, era gallego, ya porque el Sr. Fernández Duro debía saber que, según una carta del rey Alfonso III El Magno, al pueblo y clero de Tours sobre la seputura del Apóstol Santiago (España Sagrada) decía, que nuestras naves “visitaban los puertos franceses en el siglo IX”; ya porque sabía también, pues así lo dice, que “el glorioso fundador de la Marina Castellana, fué el célebre Gelmirez, arzobispo de Santiago, en el siglo XXI”; ya porque sabía también que los barcos gallegos pelearon a las órdenes de Bonifaz y de Chirino en la conquista de Sevilla y -ante la costa meridional de España al mando del almirante pontevedrés Alonso Jofre Tenorio; ya, en fin, porque sabía asimismo, pues lo refiere, que en el año 1343 el rey de Inglaterra, se quejaba al de Castilla, de los daños que en las costas y en los barcos de sus dominios, hacían varias naves de Ribadeo, Vivero, Coruña, Noya, Pontevedra y Bayona de Miñor”.

Aún cita otros muchos casos La Riega, para decir lo siguiente: “Agreguemos pues, el nombre de LA GALLEGA, y veremos que la marina de Castilla, era algo más que los buques de las cuatro villas de Santander y los de Vizcaya y Guipózcoa; debiendo también tenerse en cuenta, que a todos los marinos de Galicia, Asturias, Santander y de las provincias vascas, se les llamaba vizcaínos, en los países oceá­nicos de Europa y cántabros en los deí Mediterráneo, por cuya razón para muchos historiadores, extranjeros y nacionales, no había otros marinos españoles del Atlántico, que los de las cuatro villas de San­tander y los vascongados, de lo que resulta, que estos últimos llevaron la fama exclusiva de cazadores de ballenan, cuando los gallegos ejer­cían también la misma arriesgada industria, pues varios puertos co­ruñeses, pagaban al arzobispo de Santiago no pequeñas cantidades de dinero por practicarla. Y según diversos contratos de fletes del mismo siglo XV, los barcos de Pontevedra, Bayona y Noya, traficaban con los puertos de Flandes, denominación que no sólo comprendía la costa de Bélgica, sino que también las del Norte de Francia, Holanda, Hamburgo y aún Dinamarca, además de que otros, llevaban sardina salada y prensada, a los de Lisboa, Sevilla, Cádiz, Alicante, Valencia, Barcelona, Génova y hasta Alejandría trayendo de retorno, muebles, joyas, ornamentos religiosos, telas de seda y de lana, especias, papel de Valencia y de Sevilla, etc. Bueno es propagar estas noticias para conocimiento de nuestros historiadores españoles”.

“Un manuscrito existente en el Archivo de Indias, consigna — se­gún Alcalá Galiano — que Colón salió de Palos con tres carabelas, la mayor llamada LA GALLEGA, En la colección de Documentos Iné­ditos de Indias, tomo XIV, página 563, se consigna también que “de las tres naves, era capitana LA GALLEGA. Gonzalo Fernández de Oviedo—-cuya Historia General de Indias, escrita a principios del siglo xvi, está reconocida como fuente histórica de gran impor­tancia— denomina repetidamente LA GALLEGA, en el capítulo V del tomo I., a la carabela capitana. «Debeys saber, que desde allí (Palos), principió su camino con tres carabelas, la una e mayor de ellas, llamada LA GALLEGA”… “De estas tres caravelas, era ca­pitana LA GALLEGA, en la cual yba la persona de Colón». .. “Se llamó LA GALLEGA, dedicada a Santa María’»… “Y a la entrada del Puerto Real, tocó en tierra la nao capitana llamada LA GALLE­GA e abrióse”…

“De manera que no es posible arrojar del campo do la Historia la mencionada denominación, confirmada por el Almirante, al imponerla a una isla, con lo cual satisfacía su oculto afecto al país gallego, pues en él había visto la luz primera. Otra nave figura con el nombre de LA GALLEGA en el cuarto viaje de Colón, según refiere su hijo Don Fernando en los capítulos 94, 95 y 96 de su “Historia del Al­mirante”. Bueno es también hacer constar aquí, que el piloto de LA GALLEGA, era Juan de la Cosa, al que se supone, equivocadamente, natural de Santoña, el cual figuraba en tiempos anteriores al descu­brimiento, en los registros notariales de Pontevedra, lo que hace fundadamente suponer, que no era extraño para el Almirante.

Ahora bien; como muy bien dice el señor Rafael Calzada, Colón más tarde volvió a denominar otra carabela con el nombre de LA GALLEGA. En el memorial que dirigió a los reyes — prosigue este escritor — por medio de Antonio Torres, en 30 de Mayo de 1494, ex­pone: Diréis a sus Altezas qve a causa de excusar alguna más costa, yo MERQUE estas caravelas que lleváis por memorial. vara rete­nerlas acá en estas dos náos, conviene a sabere: la GALLEGA y esa otra capitana… ¡ Curioso empeño — concluye — el del ex-tabernero de la vía Mulcento, de dar a otra nave de la segunda flota que fué a las Indias, el nombre de LA GALLEGA!

Pero aún hay más. En la relación oficial — dice el ya citado es­critor — hecha por Diego Porras, de la gente e navios, que llevó a descubrir el Almirante, Don Cristóbal Colón, en el CUARTO VIAJE, se dice que fletó la carabela SANTIAGO a razón de 10,000 marave­díes cada mes, y el navio GALLEGO dende miércoles S días de Abril de 502 años. (1)

i No es posible llevar más navios con títulos gallegos a una ex­pedición !

Pero lo que sin duda ignoró La Riega e ignora Calzada, es que Colón pedía a los reyes navios gallegos. Trabajo nos costó dar con esta importantísima aclaración; pero, al fin, hemos tenido la suerte de dar con ella.

Esta noticia que viene a confirmar todo lo expuesto, se encuentra en una carta mensajera escrita de orden de los reyes en Barcelona, e! 4 de Agosto de 1493, antes de emprender Colón el segundo viaje y está registrada en el Archivo de Indias de Sevilla.

“Muy bien fué la parte de la náo — dicen los reyes — que compras­te y si allá en las islas hobiere de quedar, pagúese al dueño della lo que falta y la otra de GALICIA, ya nos escribieron como la tenía el contador Valera”.

Como quiera que esa náo que dicen los reyes compró Colón, es indiscutiblemente la misma de que habla en el memorial que llevó Torres a España y que el Almirante titula la GALLEGA, no cabe duda alguna que Colón se dedicaba a comprar navios gallegos, pues­to que los monarcas añaden: “y la otra de GALICIA’’, de lo que resulta no un navio, sino dos de aquella procedencia, que figuraban en el segundo viaje del Almirante y de los que tenemos noticias.

Bueno es citar de paso la particularidad de que Colón dice MER­CAR por comprar y que esta palabra no estaba en uso por entonces en Castilla, lo demuestra el que los reyes digan COMPRAR y no mercar.

En la misma carta de los monarcas, se lee lo siguiente: “En los navios que decís son menester para ir los caballos, además de los que de acá llevásteis mandado, si en las dos náos no pueden ir, que la de GALICIA ecta.”

Por último, en una cédula de los reyes a Don Juan de Fonseca, sobre prevenciones para esta segunda armada, librada en Barcelona, que lleva fecha 18 de Agosto de 1493 y que asimismo está registrada en el Archivo de Indias, se lee lo siguiente:

“E en lo de los navios e marineros e otras cosas, vayan como a el (Colón) paresciese”… y más adelante: “En lo de los navios que

 

quiere (Colón) que vayan demás, de lo que allí Devastes asentado, si por esto no se acrecienta más costa, vayan como él quisiere”

Aquí se ve claro, que Colón tomaba empeño en lo de los barcos y marineros y ante la testarudez del Almirante, los reyes se rendían a su capricho. Le daban “CARTA BLANCA PAEA FORMAR LAS ARMADAS CON NAVIOS GALLEGOS!

Todo lo apuntado sería más que suficiente para convencer a nuestros lectores del origen galiciano de Colón… y, sin embargo, aún falta lo más interesante del programa.

 

CAPITULO IV

FRAY DIEGO DE DEZA

Lo que no dice la biografía. — Los Deza de la historia. — Son despo­jados de la mayor parte de sus señoríos. — Venganza de los Chu- rruckaos. — Los Deza, monjes del monasterio de Poyo. — Frater­nal amistad de Colón con el obispo de Falencia. — La decidida protección del maestro de Teología. — La influencia de Deza.— Colón declara que al obispo de Patencia se debió el descubrimien- do de las Indias. —La Providencia reúne para llevar a cabo tan feliz suceso, ai gallego ilustre que la alienta y al gallego insigne que la realiza.

¿De dónde fué natural?

Según las biografías, de Toro. Como año de su nacimiento se cita el 1444.

Era hijo de noble familia y en su pueblo natal, vistió el hábito de los dominicos; fué profesor de teología en la Universidad de Sala­manca, obispo de Zamora, Salamanca, Palencia, Jaén y arzobispo de Sevilla y Toledo. Fué confesor de los reyes y capellán del príncipe Don Juan y ejerció el cargo de inquisidor general desde 1499 a 1500.

Esto es lo que nos dice la biografía.

Pero la biografía no es exacta.

Nuestros lectores dirán que hay que demostrarlo, y a eso vamos.

La genealogía de los Deza tiene su asiento en Galicia.

En el año 1182, aparece en este reino, un Pedro Suárez de Deza, arzobispo de Compostela a quien Fernando II, que por aquellos años visitó la Basílica, dió facultad de acuñar moneda, con el extraordina­rio privilegio, que pudiera fabricarla también de oro. (1)

En el año 1270, era Adelantado mayor de Galicia, Don Alfonso Suárez de Deza. (2)

En el año 1311, también aparece como Adelantado de Galicia, Don Alonso Suárez de Deza. (3)

El 11 de Noviembre de 1318, el último Adelantado citado, Don Alonso Suárez de Deza en compañía del infante Don Felipe, aparece en Mellid cumplimentando a Fr. Berenguel, consagrado en Eoma poco tiempo antes arzobispo de Santiago. (4)

FRAY DIEGO DE DEZA

Obispo de Patencia y Arzobispo de Sevilla, del linaje de los Churrucbaos de Galicia

 

En 1320, a miércoles 16 de Septiembre, el arzobispo de Santiago, Fray Berenguel, estando en la Rocha, mandó degollar a traición a muchos grandes, siendo el mayor de ellos, nuestro Adelantado Alonso Suárez de Deza, que era el mayor infanzón de Galicia y el mayor también de este linaje, (1)

De la persecución que sufrió la familia Deza por este arzobispo, se conservan muy importantes noticias, puesto que algún tiempo des­pués de haber demolido el castillo de Ledesma, pernocta Berenguel en el monasterio de Carboeiro, situado en la margen izquierda del río Deza y en este monasterio de benedictinos, se detuvo algunos días, en espera de que vinieran a rendirle pleito homenaje, los Otros infan­zones de la tierra de Deza a los cuales pasara aviso; pero viendo que proseguían en actitud hostil, lanzó sus columnas de ataque sobre el castillo de Deza, que defendía Diego Gómez de Deza.

Lo que perseguía Fr. Berenguel cs>n el asesinato de Alonso Suárez de Deza y otros caballeros, era simplemente incorporar a la mitra las mejores tierras de la jurisdicción y los Deza, quedaron despojados de la mejor parte d« sus señoríos.

Pero el propósito de éstos, no era dejar impune aquel despojo y si bien transigieron con el abuso, fué por la imposibilidad material de disputar a punta de lanza los predios tan villanamente arrebatados por el arzobispo de Santiago.

Esposa del asesinado Alonso Suárez de Deza, era la valerosísima maítrona señora marquesa de Camba y Rodeiro, la que esperó oca­sión propicia para vengarse de la afrenta y el despojo. La marquesa viuda crió a su primogénito Fernán Pérez de Deza, entrañando en él todo el odio que le inspiraba el asesino de su marido, que había demo­lido la mayor parte de sus castillos e incorporado a la mitra —como ya dijimos — los cuantiosos dominios de la tierra de Deza.

Pero Fr. Berenguel murió en 1330 y aunque Don Alvaro de Camba y Taboada, padre de la marquesa viuda de Deza, había litigado con­tra Don Berenguel sobre los valles y alfoces de Camba y Rodeiro, tiendas de Deza y otras jurisdicciones que se habían confiscado por el prelado, fué con tan poca fortuna, que cuando se hizo cargo de la mitra Don Suero, el arzobispo sucesor, las cosas estaban en el mismo deplorable estado que las había dejado Fray Berenguel.

El joven sucesor Fernán Pérez de Deza, cuyo odio a la despoja­dora iglesia compostelana no se había extinguido, interviene entonces, quizás hostigado por la marquesa su madre, en un sangriento y re­sonante suceso.

Mas, dejemos a López de Ayala la relación de este famoso acon­tecimiento histórico. (2)

«E fué así, que el arzobispo de Santiago, que decían Don Suero, posaba cerca de Santiago en una fortaleza que dicen La Roche: e un día después de comer, en la siesta, el rey lo envió a llamar (estaba aquellos días en Compostela el rey Don Pedro, llamado el cruel) que viniese a él: e el rey estaba encima de la’iglesia de Santiago: e vi­niendo por una plaza, llegan-do a la puerta de la iglesia de Santiago dó el rey estaba, llegó en pós dél un escudero de Galicia que decían

(1)    Vasca de Anonte. — “Casas y linajes del Reino de Galicia”.                                                         _

(2)    Ediciím de Sancha. — Madrid. 1770. non enmiendas de D. G. Zurita y correcciones y notas «¿¡adidas por Dan Eugenio de Llaguno Amirola.

Fernán Pérez Clmrruckao, en un caballo con una lanza en la mano, e ornes de caballo en pós dél, e llegó al arzobispo e matáronlo; e mataron a un Dean de la dicha iglesia que venía con el arzobispo: e matáronlos dentro de la iglesia de Santiago, e allí dieron las almas a Dios delante del altar mayor”. (1)

Es necesario hacer ahora una aclaración sobre el apelativo Chu~ rruchao que se dá a este Fernán Pérez de Deza, Dejemos que la haga Molina, que publicó la obra titulada Descripción del reino de Galicia y de las cosas notables dél. Molina escribía 184 años después de estos sucesos y dice en verso:

“También de los DEZAS que son TOKRECHANOS aunque ya dejaron aqueste apellido después que hicieron el hecho atrevido que al propio Perlado mataron a manos”…

e ilustra estos versos con la siguiente prosa:

“Los Dezas y Suárez, son los Torrechanos que de antes así se lla­maban: los cuales fueron los que mataron a un arzobispo de San­tiago que llamaron Don Suero, a la puerta de la iglesia, estando ei rey Don Pedro dentro en la misma iglesia del Apóstol; y después acá, perdieron este nombre torrechanos y son agora los que dicen DEZAS o Xuarez: tienen su suelo en la ciudad de Santiago; traen una torre por armas. (Sin duda aludiendo a las muchas que tenían para vigilar o defender sus feudos). De aquí TORRECHANOS, o TORRECHAOS, de Chao (suelo) vulgo: CHURRUCHAOS.

Más tarde, en la guerra civil de Galicia, aparecen en el partido de los legitimistas, el conde de Trastamara; Lemos Fernández de Castro; Fernán Pérez Churruchao, con su hijo Alonso Gómez de Deza, eeta. Estas revueltas duraron desde 1368 a 1369 en que murió Don Pedro.

Volvemos a encontrar los Dezas finalizando el año 1386, con mo­tivo del arribo del duque de Lancaster a la Coruña. “Y después de muerto el rey Don Pedro — dice Vasco de Aponte— dno el duque de Alencastre, hierno de,este rey, a Galicia, trayendo consigo a su mu­jer doña Constanza, hija del rey Don Pedro, y los churruchaos (los Deza) lo metieron en Santiago y ayudáronlo a meterse en Orense y Tuy”…

En 1430 poco más o menos, hallamos en la historia otro señor Alonso Suárez de Deza, que era casa de cincuenta de acaballo. Este primogénito parece ser que falleció sin casta y Lope Sánchez de Ulloa su pariente, eohó mano de todo lo que poseía, casándose con Doña Leonor de Mendoza, sobrina del arzobispo Don Lope de Men­doza, que como ya hemos indicado, poseía los feudos de Don Alonso Suárez de Deza, adquiridos violentamente por Fray Berenguel e in­corporados a la mitra de Santiago de Compostela.

Las otras ramas de los Deza, que no es posible localizarlas en la historia, quizás por no haberse señalado sus individuos por algún he­cho notable o bien y como nosotros suponemos, por haberse recogido en monasterios, son sin duda, los Dezas que aparecen en actas nota­riales de Pontevedra, sujeta entonces a la jurisdicción de Santiago, monjes en el monasterio de Poyo, años de 1434 y 143o y contempo­ráneos por lo tanto de Alonso Suárez de Deza, de cuyos bienes se incautó con el apoyo del arzobispo Don Lope de Mendoza, el que se titulaba su projrínquo Lope Sánchez de Ulloa.

Otros de la rama, quizás huyendo de los Heiinandinos, villanos que trataban de derocar el poder feudal, se trasladaron a Toro u otra población segura contra la avalancha democrática que acaudilla­ba Ruy Sordo y que en la embriaguez del triunfo, abatían los feudos con la pica restauradora, resistiéndose a su condición de vasallos.

Pero lo más cierto, es que Fray Diego de Deza, obispo, inquisidor, confesor de los reyes y capellán del príncipe Don Juan, nació en Ga­licia y que en el monasterio de -Poyo donde eran monjes sus deudo,?, aprendió las primeras letras y cursó los primeros estudios de latini­dad, más tarde ampliados en Salamanca en cuya Universidad desem­peñó una cátedra de teología,

Y   como muy bien ha observado La Riega, ahora nos preguntamos: ¿Por que Colón, en carta a su hijo, fecha 18 de Enero de 1505, habla con tanta desenvoltura de Fray Diego de Deza? “Si el Sr. Obispo de Paleneia es venido o viene, dile cuanto me ha placido de su pros­peridad, y que si yo voy allá que he de posar con merced aunque él no quiera, y que habernos de volver al PRIMERO AMOR FRA­TERNO y non lo podrá negar” ecta.

Y   agrega La Riega: ‘‘Esto escribía Colón con la franqueza que podía usar un padre dirigiéndose a su hijo, y sin pensar que, por muy encubierto que ponía el origen de tal amistad, dichas sencillas frases constituían un ingenuo grito del corazón y denunciaban el ya lejano principio de aquél afecto. Sabemos que, históricamente, las relaciones entre el P. Deza y Colón empezaron en 1486, y si bien es cierto que en poco tiempo y por varios motivos puede establecerse un entrañable cariño entre dos personas, éstas, por lo general, no le aplican los adjetivos de primero y a la vez de fraterno, sino cuando han sido camaradas de juegos o de estudios en la niñez o en la infan­cia, porque, en este caso, primero, significa la antigüedad de un afec­to, anterior al iniciado en 1^86, y fraternal, un trato frecuente y cordial, como el que existe entre tales camaradas o entre dos herma­nos, Y adviértase que a tan expresiva frase le da tono y fuerza la anterior, esto es, la absoluta confianza y familiaridad con que el an­ciano y achacoso Almirante se invita a hospedarse en la propia casa del prelado. Se ve que para ello, no era obstáculo la elevada y respe­table categoría del P. Deza en 1505, de la cual se hallaba éste muy lejos cuando aprendía la lengua latina, en cuya edad, aunque sobrino de frailes, no por eso disfrutaba posición bastante alta para apar­tarse de toda relación con un compañero de estudios como el enton­ces futuro Almirante, cuyas condiciones de inteligencia e imagina­ción agradarían sobradamente a sus maestros y a sus condiscípulos’’.

Tiene razón La Riega. A este ilustre pontevedrés, le faltó tiempo para vestir sus teorías con el ropaje severo de la historia; pero nos ha dejado indicios preciosos para acabar su obra sólo esbozada y desgraciadamente, también algo confusa y variable, sobre todo en lo

 

que atañe a la genealogía del Almirante, que ofuscó su brillante in­teligencia con aspectos equivocados y pistas francamente engañosas.

La presunción de una. amistad que probablemente databa de la niñez entre Fray Diego de Deza y Cristóbal Colón, no puede ser más acertada ni mejor concebida. Es un detalle importantísimo y de un valor inestimable, puesto que cualquiera que haya leído las cartas del Almirante, necesariamente tiene que sorprenderse de la extraña y singular protección dispensada por el inquisidor mayor de España al oscuro y mísero pedigüeño, tildado de loco o presuntuoso, que pro­metía donar a la corona de Castilla y a cambio de unos bajeles, tie­rras riquísimas de/un Oriente fabuloso, ya que 110 tierras ignoradas y perdidas en los confines de un mar, cuya exploración infundía es­panto a los más audaces navegantes.

Desorientado, perdido y desilusionado, Colón, probablemente con todo el dolor de su alma, se preparaba a abandonar la incrédula Cas­tilla, cuando por accidente, se enfrenta con Fray Diego de Deza, un descendiente de aquellos famosos churruchaos, que con el beneplácito del rey Don Pedro el cruel, vengan sus ofensas en el arzobispo com- postelano Don Suero.

Y   la decoración cambia de repente, aún cuando Fray Diego de Deza’, por aquellos años, sólo fuese un maestro de teología y un prior de convento de Dominicos.

Colón ya no piensa abandonar la mal avisada Castilla. El monas­terio del cual es prior Fray Diego de Deza le ofrece hospitalidad y ya no carece de nada, puesto que hasta paga el monasterio el gasto de sus jornadas. Ya no se miran con desdén y lástima sus pretensio­nes para que se examinen y discutan las razones de su proyecto; al contrario, con la mediación oficiosa de Fray Diego de Deza, los ma­yores letrados de aquella escuela apoyan, atienden y confirman sus opiniones.

Con la influencia que daba a Deza su eargo eclesiástico y la favo­rable acogida que de los argumentos de Colón hacen los sabios do­minicos, comienzan a tomar fuerza de verisimilitud sus proyectos y empiezan a entreabrirse las puertas inaccesibles del palacio de los reyes.

Fray Diego de Deza es desde entonces su sombra bienhechora. No lo abandona un solo momento y cuando el fraile es nombrado maestro del príncipe Don Juan, lo hospeda en la corte y ló mantiene hasta lograr con el auxilio de otros grandes, que sus pretensiones sean atendidas en principio por los reyes. En 5 de Mayo, 3 de Julio, ÍÍ7 de Agosto y 15 de Octubre de 1487 se le libran por mandato del ya obispo de Palencia hasta catorce mil maravedís y otras cantidades en los años siguientes; pero aún no se detienen aquí las gracias, sino que por Real cédula de 12 de Mayo de 1489 se ordena que Cristóbal Colón sea aposentado bien y gratis en todas las ciudades, villas y lugares por que transite. Y todo esto debido a la influencia oficiosa de Fray Diego del linaje de los Churruchaos galicianos.

¿Se concibe tan extraña y desusada protección y máxime tratán­dose de un proyecto estimado como quimérico y obra de loco?

Convengamos que no hay razones en que apoyar tan viva simpatía y tan rara protección. Se concibe la del duque de Medinaceli, que lo

 

aloja en su casa por tiempo de dos años, quizás sugestionado, por los atrevidos proyectos de aquel iluminado; se concibe la bondadosa pro­tección de Fray Juan Pérez que recoge a su hijo Diego, lo alienta en sus esperanzas y hace cuanto buenamente puede para que prospe­ren sus proyectos; eso y mucho más se concibe; pero no la apasionada tenacidad de aquel ilustrado teólogo, que por mucha que fuera su sabiduría, necesariamente participaba del común sentir y de la ge­neral opinión, y que se exponía a la más ridicula de las situaciones y a las más acerbas censuras, si sus vivacísimas gestiones después de acogidas por su recomendación y ruego los proyectos de aquel des­conocido, culminaban en el más ruidoso fracaso. Fray Diego de Deza en un asunto que no le iba ni le venía, se exponía a perder su reputa­ción y su afortunada carrera y a servir de hazme reír a todos los científicos de su tiempo.

Porque la situación de Fray Diego de Deza, era la misma a la que hoy por ejemplo pudiera presentarse al más bondadoso y sabio de nuestros prelados, si un advenedizo ya entrado en años, mal ves­tido y con todo el aspecto de forastero, se entrara por sus puertas y después de marear con un largo cuento a su oyente, le afirmara que más allá del mar Atlántico, existían unas tierras sorprendentes e ig­noradas que podía descubrir si el estado le proporcionaba los medios para ello, o bien que le anunciara el descubrimiento de una vía más corta para llegar a América, por unas nuevas encrucijadas marítimas de todo el mundo desconocidas.

Dados los prejuicios geográficos de la época, hubiera sido exacta­mente lo mismo y sin embargo, vemos a Fray Diego de Deza, prote­giendo a aquel desconocido de nada recomendable aspecto, favore­ciéndolo y supliéndole sus gastos, interviniendo en las discusiones sos­tenidas por Colón con los frailes de San Esteban y llevando al ánimo de aquellos teólogos el convencimiento de las razones que exponía su protegido, llamándole más tarde a la Corte, presentándolo a los gran­des influyentes, librando a su favor cantidades más que suficientes para la atención de sus gastos, logrando que los reyes escucharan sus teorías y facilitándole por medio de su influencia, buen aposento y gratuito en todas las ciudades, villas y lugares por donde transitase.

Esto es tan absurdo y tan falto de sentido común, que de haberse fijado en ello los ilustres biógrafos e historiadores que mencionan, admiran y comentan el proceder del catedrático de prima de teología de Salamanca, debiera haberles sugerido otra conclusión más en ar­monía con aquel rarísimo comportamiento y posiblemente se hubieran mostrado más reservados y más cautos en un elogio que han prodigado, sin tomarse la molestia de analizar las causas, por las cuales un hombre docto e ilustre, favorecía de tal manera a un mísero aventu­rero que presentaba a su consideración un proyecto tan disparatado, y rechazado con burla y mofa por lo estupendo de sus pretensiones, por todos los científicos que se habían tomado el trabajo de escuchar sus teorías.

Pero supongamos que Fray Diego de Deza conocía a Colón de niño y que como vecino de la villa de San Salvador de Pontevedra, al acudir al monasterio de Poyo para instruirse en los primeros conoci­mientos, hubiera hecho amistad con aquel estudiante puesto al cuí-

 

dado de sus tíos los frailes, quizás dominicos, que llevaban su mismo apellido y que al correr de los años, se encuentran providencialmente en Salamanca a donde Colón se dirige para intentar la última gestión favorable a sus proyectos, de los monjes de San Esteban, tal vez recomendado por su antiguo amigo Fray Juan Pérez de la Rábida.

La razón natural nos inclina a suponer que después de reconocidos ambos amigos, sostienen una secreta conferencia y que Colón, con argumentos que posiblemente sólo conoció Fray Diego de Deza, lo convence de que aquel temerario proyecto es practicable y cierta la existencia de aquella vía marítima, expuesta con razones de tanto peso científico, o documentos de tal valor demostrativo, que las dudas que pudieran caberle al sabio dominico, se desvanecieran seguida­mente como se desvanece la niebla al contacto del primer rayo de sol.

Y   entonces, sí se concibe la extraña actitud de Fray Diego de Deza y el vivísimo interés con que apoyó sus pretensiones, persuadido del inmenso bien que representaba para su patria el triunfo de Colón y la gloria que desde luego él también participaría con aquel descu­brimiento, si abierto aquel camino de Occidente, a la concurrencia de las riquezas de los inmensos y lejanos países, las presunciones del vidente tenían un franco éxito y el más feliz remate.

Y  es por eso que dice Colón; ‘’que desde que vino a Castilla le ha­bía favorecido aquel •prelado y deseado su honra, y que él fué causa que SS. AA. tuviesen las Indias. De esta declaración del Almirante se desprende otra conclusión y es que, pudo muy bien haber dicho, que aquel prelado le había favorecido mucho; pero lo raro es que afirme asimismo, que había deseado su honra y esto ya es más íntimo y viene de acuerdo con lo escrito a su hijo: “que he de posar con su merced aunque él no quiera» y con la no menos extraña afirmativa: “que habernos de volver al primer amor fraterno’’.

Todo esto conviene, por otra parte, con el conocimiento que del latín tenía Colón y que sólo se aprende en la infancia y no en medio del tráfago de los viajes, primero, y de las hondas preocupaciones, después.

Y   ahora preguntamos: ¿Dónde pudo adquirir Colón los conoci­mientos del latín?

Los historiadores y biógrafos nos dicen que en la Universidad de Pavía (Italia), pero esto ya se ha averiguado que no es cierto. Vig- naud, uno de los más acérrimos partidarios del genovismo de Colón, nos dice que: “Scillacio, que fué uno de los profesores de aquella Universidad y al que debemos una relación del segundo viaje de Co­lón, nada nos dice sobre este extremo”. Apunta Vignaud, que Don Fernando Colón y Las Casas, han dicho que el Almirante había hecho sus estudios en la citada Universidad, y agrega: que imposible sería averiguar de dónde tomaron tal presunción estos escritores, pues es el caso que en los registros de aquella Universidad, no aparece el nombre de Colombo. Y lo original no es sólo esto, sino que, a pesar de estar constatado que Cristóbal Colón no pudo estudiar en la Uni­versidad de Pavía, esta Universidad ha conmemorado y conmemora aún, el recuerdo glorioso de haber sido aquel centro de cultura, donde se formó el genio que había de descubrir un Nuevo Mundo. Spotorno, D’Avezac y otros autores también lo niegan.

 

¡ He ahí como se escribe la Historia!

Reasumiendo: Fray Diego de Deza — que según la biografía nos advierte, era de noble familia, y nobles, Dezas, que sepamos, sólo han tenido su raigambre en Galicia — es un descendiente de aquellos fa­mosos churruchaos que a tan alto precio pusieron su venganza. Como sus antepasados, debió ser natural de Pontevedra, de las tierras de Deza, solar de sus mayores y de muy corta edad, comenzó sus estudios en el Monasterio de Poyo, lugar inmediato a Santa María, donde se supone nació Cristóbal Colón, que también debió concurrir a aquel centro de enseñanza donde se enseñ&ba latinidad, por lo que es más cierto, que el conocimiento de ambos, databa de una fecha no anterior al año 1450, época ésta en que ya aparecen en los documentos ponte- vedrenses un Domingo de Colón, sin duda padre de Cristóbal.

Esta es la razón por la cual se explica la decidida protección que Fray Diego de Deza dispensó a su viejo condiscípulo Cristóbal Colón, y los extraños designios de la Providencia que colocó a uno con res­pecto al otro, en condiciones de que la obra magna del Descubrimiento, pudiera ser alentada por un gallego ilustre, y realizada por otro gallego insigne.

 

 

CAPITULO V

OTROS PROTECTORES DE COLON

El mundo, de acuerdo con las teorías de Ptolomeo,— La odisea del Almirante. — Santangel. — Quintanilla. — El Cardenal de Es­paña Don Pedro González de Mendoza. — Un gallego fundador de la casa de Moya. — Apuntes sobre linajes de nobles familias ga­llegas. — Andrés de Cabrero, fundador del marquesado. — La marquesa de Moya,. — Extraño y favorable giro de los aconteci­mientos. — La decepción, se convierte en animosa protección. — En España no había cosmógrafo que pudiera comprende?’ la mag­na empresa de Colón, — La enemiga de Hernando de Talavera, confesor de la reina. — Triunfa el futuro Almirante, contra la oposición de este influyente prelado. — La Galicia, noble o ecle­siástica, apoya los planes de Colón.

Es tan raro ver en el mundo dispensada la protección a un desco­nocido, a un extranjero y más todavía cuando a ese extranjero y des­conocido, se le suponen desquiciadas sus facultades mentales, por una incipiente locura, pues locura y no otra cosa era en el siglo xv preten­der circunnavegar los mares para hallar una ruta ilusoria, y aún descubrir islas y tierras continentales, aunque esto lo hayan negado muchos historiadores, desde luego sin fundamento, porque en el con­trato de descubrimiento celebrado el 17 de Abril de 1492, Colón pidió en recompensa de lo que descubriese en el mar océano, se le nombrase almirante de todas aquellas islas y tierras firmes que se descubriesen o fuesen adquiridas por su industria; locura pues, repetimos, era, pretender, aunque sólo fuera acometer una tentativa de esa índole de abrir una nueva comunicación con el Asia que nadie hasta enton­ces había imaginado y cuya sola presunción acobardaba al ánimo me­jor templado.

No es de maravillar por lo tanto que por espacio de algunos años anduviera de la ceea a la meca a vueltas con su proyecto, y fuese tan mal acogido por los científicos que tenían arraigada una opinión por cierto bien contraria a la teoría de aquel grande hombre, que con infinito dolor, veía con desaliento que jamás habría de ser compren­dido por teólogos y geógrafos, que perduraban en la creencia de que la tierra era síf un cuerpo esférico; la cual habían dividido en círcu­los imaginarios, máximos y menores de acuerdo con los principios geométricos y que esos círculos trazados en la superficie de la tierra, se correspondían con otros abstractos colocados en la esfera celeste, siendo la tierra punto concéntrico del vasto círculo.

 

Porque efectivamente:

Ptolomeo había dividido el equinocial en trescientos sesenta grados y en veinticuatro horas de quince grados cada una. Y como por el sistema de este sabio el sol daba la vuelta a la tierra cada veinticua­tro horas, se llegaba a la conclusión que recorría todos los meridia­nos o toda la longitud terrestre y celeste.

Error disculpable, porque entonces aún no se conocía la magnitud de la tierra; pero que era un obstáculo insuperable para que fuesen aceptados los planes de Colón. Pué por eso que, cuando sus contra­dictores, citando la opinión de Eneas Silvio, decían que las zonas frígida y tórrida eran inhabitables, Colón argüía que estaba demos­trado lo contrario por el establecimiento de los portugueses en el sur, y los ingleses por el norte, al igual que los alemanes septentriona­les, que navegaban por dichas regiones. Colón se aferraba a este ejemplo ciertísimo. “No, no era inhabitable la zona tórrida, puesto que los portugueses habían navegado por ella y era región muy po­blada, y cerca del Ecuador se encontraba el castillo de Mine, de su Alteza Serenísima el Rey de Portugal, que él, Colón, había visitado.

 

Si en boca de aquellos mal inspirados científicos, acudía la asevera­ción de Pierre d’Ailly de “que entre el fin de España y el principio de la India, el mar era pequeño y quizás pudiera recorrerse en pocos días, Colón replicaba que un gran Océano separaba ambos continen­tes, y mostraba una carta dividida en espacios iguales que represen­taba el Atlántico limitado al Oeste por las costas de Asia que podía expresar muy bien el criterio de Toscanelli, aunque la corresponden­cia de Colón con el sabio florentino se haya puesto en duda durante estos últimos tiempos, primero por Vignaud que escribió Toscanelli and Columbus, y luego por el Sr. Altolaguirre en otro libro que líeva muy parecido título.

A todo replicaba Colón; pero todo era acogido con incredulidad por los sabios españoles, que no concebían semejante despropósito geográfico, como poco tiempo antes lo había sido por los portugueses. Los juicios que inspiraba el Descubridor en España eran los mismos, que nos cuenta Barros se babían hecho en Portugal: “Hombre de ex­periencia, que denotaba alguna elocuencia, versado en lengua latina, pero muy jactancioso y convencido por sus estudios y por la lectura de Marco Polo, de que era posible llegar a la isla de Cipango y a otros países desconocidos, navegando hacia el Oeste. El mismo rey de Portugal ya había notado que era gran conversador, jactancioso de sus habilidades y demasiado visionario con sus islas ultramarinas.

Y   llegó un día en que ya nadie le hizo caso en España; pero la Providencia lo llevó a Salamanca y halló a Deza que lo acogió como a un antiguo amigo o camarada de la infancia, le facilitó recursos y prometió ayudarlo con todo su valimiento e influencia personal. Como ya en otra parte hacemos una ligera semblanza de este protector de Colón, pasaremos de Deza a Santangel.

Con el escribano de ración de los reyes Católicos, ocurrió otra cosa curiosa. Inmediatamente que lo vé, le brinda su protección y es el más efectivo intermediario entre el futuro Almirante y los reyes. ¿Qué talismán llevaba entonees Colón que así se le franqueaban to­das las puertas antes cerradas?

Cuando debido quizás a las exigencias de Colón, los convenios para el descubrimiento se rompen y el decantado descubridor resuelve ale­jarse de Castilla, es Santanerel, quien más se alarma. Oigamos a Las Casas: “recibió tan excesiva pena y tristeza, como si a él fuera en ello alguna gran cosa y poco menos que la vida”.

;.Se concibe tan erran abatimiento en Santangel, tratándose de un extranjero como Colón, que nadie sabía de dónde procedía y que des­pués de todo, lo que ofrecía era más que problemático, increíble?

No. Verdaderamente, otra causa motivaba aquel gran pesar. Co­lón. ni para Deza ni para Santansrel era ya un desconocido. Sabían quién era y también que sus proyectos eran practicables. Su temerario viaje no era un secreto para estos protectores de Colón. Colón tenía planteado el problema sobre hechos ciertos y positivos y un acopio de datos mucho más convincentes que cuanto podía hallarse en las car­tas de Toscf>nelli. (1) Deza y Santangel, tenían el firme convenci­miento, que Colón tenía en sus manos el certificado de la existencia

 

de un nuevo mundo, con el que había de tropezar entre el antiguo continente y las dilatadas tierras de Asia, que eran el límite de su aventurado viaje.

Sólo así se explica el exagerado interés del profesor de prima de Teología y del escribano de ración, de la casa y corte del rey de Aragón.

Sólo así el consecuente afecto de Fray Juan Pérez y la amistosa tolerancia de Marchena a pesar de todas las declaraciones que del primero haya hecho el físico Hernández, cuando cansado y hambrien­to llegó al monasterio de la Rábida. En España fué reconocido Co­lón y quizás de su tierra natal, la entonces indómita Galicia, había alguien muy interesado en favorecerle.

Tuvo protectores de primero y segundo orden. Los que lo cono­cían personalmente, y los que obedecían ruegos de señores o altas dig­nidades de la Iglesia, entre las que seguramente no era ageno el prelado gallego Alfonso de Fonseca, arzobispo de Compostela. De ahí la especial protección por parte de muchos frailes que hicieron cuanto humanamente era posible para que triunfara en sus pretensiones, contra todos los prejuicios de la época.

Es también muy particular el hecho de que muchos de estos pro­tectores, procediesen de nobles familias, bien gallegas, o emparenta­das con gallegos, o de personajes que, como Deza, suponemos funda­damente hubiera nacido en Pontevedra.

Alonso de Quintanilla, según nos lo cuentan las crónicas, debió entrar al servicio de los Reyes Católicos por los años 1470 y 1472, (1) algunos años antes que la reina Isabel fuese sobre Ponferrada a some­ter a Don Rodrigo Osorio, Conde de Lemos, que había extendido hasta aquellas tierras sus feudos de Galicia. Encontramos allí a Quinta- nilla frente al conde Lemos, haciendo acto de adhesión a los reyes Católicos, puesto que, al frente de las compañías de la Hermandad apoya a los monarcas castellanos y de este y otros notables servicios, data seguramente el aprecio con que lo distinguieron los reyes. (Zuri­ta, Anales de la Corona de Aragón, lib. XX C. LXIV).

Quintanilla por lo tanto, si bien no nació en Galicia, pasó en ella su juventud entre los más poderosos nobles gallegos y siendo así, nada tendría de extraño que, por conocimiento personal con el descu­bridor o por influencia de alguno de aquellos grandes señores, se hu­biera mostrado tan decidido partidario de aquél extraño extranjero que tan mal acogido era en todas partes.

Hay otra circunstancia muy curiosa y digna de ser relatada. Nos cuenta la historia, que los reyes calmadas las turbulencias dé Galicia, decidieron pasar el invierno en Salamanca y desde el momento que esta noticia se supo en Córdoba, cesaron todas las indecisiones, con­cluyeron las dudas y COLON se puso en camino para Castilla.

Más tarde, el rey Don Fernando parte para el memorable sitio de Málaga,’ quedando en Córdoba la reina encargada de proveer las nece­sidades de la hueste; pero l«jos de olvidar a Colón en medio de aque­llas graves atenciones, hubieron de repetirle, por mediación del teso­rero Francisco González de Sevilla, que cuando las circunstancias lo permitieran, se ocutparían detenidamente de su pretensión, y como Quiera que desde entonces podía considerársele como unido al servicio de los reyes, en 5 de Mayo se le mandaron pagar tres mil maravedís, siendo muy digna de fijar la atención, la circunstancia de que la cé­dula fué expedida por Alfonso de Quintanilla, con mandamiento del ya obispo de Palencia Don Diego Deza, sus dos favorecedores y amigos.

Y  desde entonces data también el resultado favorable de las opi­niones de los frailes y profesores de Salamanca y esa notable y per­severante amistad de Fray Diego Deza.

Es también conocido el interés con que la marquesa de Moya favo­recía el proyecto de Colón, hablando continuamente a la reina de las altas prendas que adornaban al futuro descubridor. Esta valiosa pro­tección coincide con la de Quintanilla y Deza. El título de Moya per­tenecía a una familia gallega. Lo había adquirido Don Alvaro Muñi- ro, quien dejó este apellido para tomar el de Moya que le había con­cedido Alfonso IX por el histórico asalto de la plaza del mismo nom­bre. Fué entonces cuando Muñiro añadió a las armas de su fami­lia una escalera de oro en campo de gules en conmemoración de aquel gran hecho de armas.

Hasta ahora y fuera de Santangel, sólo vemos gallegos o indivi­duos que habían habitado en Galicia o que procedían de aquellas familias.

Es positivo que Quintanilla, constante adalid de la causa de nues­tro héroe, saltando por toda clase de respetos, decía a la reina que todo debía posponerse al descubrimiento de las Indias, y siempre invo­cando en su apoyo, la respetada autoridad del gran Cardenal de España. El Cardenal de España Don Pedro González de Mendoza a quien Pedro Mártir de Angleria, llamó tercer rey de España y que fué alma del consejo de Isabel y parte grande de las empresas glorio­sas de su reinado, lo vemos también interesarse repentinamente por Colón.

Se ha discutido la oriundez y procedencia de los Mendoza, Por de pronto, vemos en Galicia ail arzobispo de Compostela y obispo de Mondoñedo, Don Lope de Mendoza, que algunos quieren hacer sevi­llano, (1) casando a su hermana con Payo Gómez, de la casa nobi­liaria de Lantaño, de cuyo matrimonio fué el primogénito, don Suero Gómez de Sotomayor y Mendoza. TJna^sobrina del mismo arzobispo, doña Mayor de Mendoza se casa con Vasco López de Ulloa, según la genealogía de la casa de los Moscoso, Y aquí lo verdaderamente cu­rioso, por este casamiento van a poder de los Ulloa-Mendoza ciertas tierras del feudo de Deza. De lo que resulta, que los Deza y Mendoza, protectores de Colón, aparecen como coopropietarios de extensas tie­rras gallegas por virtud de parentesco o enlace de familia. También de la casa de Andrada, Arias Pardo, casa a su hija Berenguela con Alonso de Mendoza, dándola en dote la casa de Mexia. Hijo de este matrimonio, fué Gómez Pérez de Mendoza. De la casa de Ulloa, otra Leonor de Mendoza se une a López Sánchez; ecta, ecta, por lo que se saca en consecuencia que los Mendozas aparecen en las dinastías de las pricipales familias gallegas.

Pero esto con ser mucho, no lo es todo: Los reyes Católicos dan a los Mendozas la villa de Castrogeriz, cuyo segundo conde lo fué Don Rodrigo de Mendoza y hacen a Pedro de Mendoza conde de Monteagudo. De Cervantes, municipio gallego, perteneciente a la provincia de Orense, fué Don Alvaro Mendoza Caamaño y Sotomayor, cardenal patriarca de las Indias, como sus preclaros apellidos lo pregonan. Oriundo de Pando de Donis, por su mandato, comenzó a construirse un suntuoso palacio en Lama de Rey en una finca que lleva hoy el nom­bre de Prado del Cardenal.

Podríamos todavía citar a Don Lorenzo Suárez de Mendoza y a su hijo Bernardino Suárez de Mendoza, condes de la Coruña, Más datos encontrará seguramente el lector en las Quincuagenas de Gon­zalo de Oviedo, donde aparecen otro buen número de individuos cuyas vidas privadas y públicas figuran dialogadas con el nombre de Bata­llas. (Pedro Salazar de Mendoza, escribió una historia de la vida del gran cardenal de España que no conocemos).

Y   como tratándose de Colón, todo es misterioso, también aparece como protector, Cabrera, que no.puede ser otro que don Andrés Cabrera, primer marqués de Moya, alcaide del Alcázar de Segovia y que la reina Isabel en gracia a sus servicios no sólo hizo su favorito y camarero, sino que también le dió en marquesado la villa de aquel nombre, que como ya hemos visto, tomó el valeroso caballero gallego Alvaro Muñiro.

Podríamos hacer todavía más extensa la lista de los protectores de Colón; pero creemos sean bastantes Fray Diego de Deza, Santan­gel, Quintanilla, el marqués y la marquesa de Moya, Don Pedro González de Mendoza y los frailes Fray Antonio Marehena y Fray Juan Pérez de la Rábida.

Todos estos favorecedores de Colón, se movieron — es innegable — por una intención muy contraria a la asignada por los biógrafos del Almirante. No fué el entusiasmo de la empresa, cuyos alcances na­die comprendía, y si la comprendieron, fué por que Colón hizo con­fidencias íntimas que no conoce la historia.

Lo que los escritores traducen por entusiasmo, entusiasmo raro después de haber sido despreciado y tildado de loco, es a nuestro en­tender un deseo vivo y obligado por conocimiento y recomendación; la presión de una influencia extraña que se mueve en la sombra y toca los resortes palatinos más eficaces. Fué una labor de cámara diestra­mente ejecutada por las damas más íntimas de la reina, y reforzada con la austeridad de Mendoza, a quien tanto debía Isabel. Fué la in­sinuación de Deza tan considerado por los reyes; los ruegos conti­nuados de Santangel, privado de los reyes Católidos; el favor solici­tado por el favorito Cabrera y la petición palatina y oportuna de Quintanilla a quien Fernando e Isabel debían la creación de las fa­mosas hermandades que habían tranquilizado los múltiples reinos de su monarquía.

Ni Fray Juan Pérez, ni Fray Antonio Marehena con todos sus co­nocimientos; ni Quintanilla que era un hacendista, ni Santangel que era un político, ni Cabrera, que era un cortesano, ni Mendoza, ni Deza que era sólo un teólogo, aún cuando lo fuese de prima; ni la marquesa de Moya, cuya ilustración tenía que ser relativa, podían dar­se cuenta perfecta de la aventura que intentaba Colón a través de ma­res considerados como inabordables.

En Esipaña no había cosmógrafos capaces de comprender a aquel visionario, que lleno de fe y con un proyecto, madurado durante mu­chos años de estudio y navegación, había llegado al convencimiento de que una ruta al Asia por el Oeste, no era empresa imposible y que en esa ruta, por dantos, referencias o suposiciones, habría de hallar tierras hasta entonces ignoradas que encerraban secretos que en su creciente entusiasmo ansiaba revelar.

Italia contaba un solo cosmógrafo: Toscanelli. Portugal sólo tenía audaces marinos y uno o dos geógrafos y en España, el único que hubiera podido comprenderle, era el mallorquín Jaime Ferrer con quien Colón, hasta entonees, no había tenido relaciones.

Sería infantil, por lo tanto, concebir, que el móvil de los protec­tores de Colón, era el convencimiento que tenían de su genio. La sim­patía por un extraño, tampoco se exterioriza con tanta viva ansiedad como nos la pintan los historiadores y biógrafos. Un extraño tam­poco promueve un afecto tan hondo y elocuente. Un extranjero, siem­pre sospechoso, no se introduce tan fácilmente en el palacio de un Mendoza que por su valimiento, figura e influencia, estaba conside­rado como un monarca, ni se sienta a la mesa de los grandes, ni per­turba a todo un monasterio como el de San Esteban, ni hace acólitos de sus excentricidades a hombres tan extraordinarios como Deza, Santangel y Quintanilla. Ni aún la juventud ni la compasión de la mocedad puede citarse para pensar que pudo atraerse la simpatía de la bella marquesa de Moya, porque Colón frisaba ya en los cincuenta años.

Y   si la razón natural nos dice que eso no pudo ser ¿qué pudo ser entonces?

Necesariamente aquello que hemos insinuado, porque sobre todo lo apuntado estaba la contradicción violenta del confesor de la reina Hernando de Talavera, que había considerado siempre a Colón como wn especulador delirante o como un pretendiente necesitado de pan. Aquél Talavera que una vez firmadas las capitulaciones, decía que atender a aquel desequilibrado sería oscurecer el esplendor de tan ilustre corona y se rebelaba a que se prodigaran honores y dignida­des a un extranjero sin nombre.

¡Y Talavera fué el prelado de más influencia cerca de la reina Isabel!

Pues contra tan formidable valladar, luchaban aquellos decididos favorecedores del innominado, pobre y desacreditado marino; del ridículo y fantástico aventurero que hablaba enfáticamente de des* cubrir mundos y abrir nuevas víais ultramarinas a la concurrencia comercial.                                       ,

[No! Aquel Colón, era conocido y apreciado.

¡Aquel Colón, era español!

¡Aquel Colón, era, al fin, protegido por el ciero o por la nobleza!

¡ Galicia influía para que Castilla lo adoptase!

¡La Galicia rebelde que desafiaba el poder de Castilla!

¡La Galicia divorciada del poder central!

 

© Biblioteca Nacional de España

 

CAPITULO

VI

JUAN DE LA COSSA

 

Loa gallegos no defienden sus intereses históricos. — El Sr. Segundo de Ispizua, autor de “Los Tascos en América”. — Santoña, su­puesta cuna de La Cossa. — Ispizua reclama la cuna vasca para el famoso piloto.-—Confunde a Juan Vizcaíno con Juan de la Cossa. — Demostración de que la tripulación de LA GALLEGA, no era vizcaína.—El PUERTO DE SANTA MARIA, de Cádiz, y SANTA MARIA DEL PUERTO, de Pontevedra. — La “Sania María» o “La Gallega”, fué fletada en Pontevedra. — Tripulantes gallegos. — Juan de la Cossa, pontevedrés. — El apellido “Cossa”, es gallego. — “La Gallega” fué construida en Pontevedra. — El mapa de Juan de la Cossa y la efigie de San Cristóbal.

Henos aquí frente a otra gran injusticia de la historia.

Bien es cierto que no debe admirarnos, porque ¿acaso Galicia tiene historia? ¿Quién se ha ocupado de nuestros grandes siglos y particu­larmente del XV, que es todo un poema de evolución social? Fuera de Mariana, que la tocó al acaso, si alguno se ha ocupado de nuestras crónicas, ha sido para despojarnos de nuestras grandezas y de nues­tras más legítimas glorias. Vicetto, que intentó reconstituirla, dice amargamente: “Para la malévola indiferencia de los escritores na­cionales, Galicia nunca tuvo historia. Nuestra nacionalidad céltica, es una fábula para los extraños; lo es igualmente la explotación fe­nicia en nuestro suelo; la colonización griega, la conquista y domina­ción de los romanos; la monarquía sueva y la reconquista neogermav.a al árabe. Para los escritores e historiadores españoles, Galicia, nunca supuso nada en el desenvolvimiento social y religioso de los pueblos. Para ellos, en fin, Galicia no tiene historia.

Por lo tanto, no debe alarmarnos que al famoso Juan de la Cossa, se le haya atribuido, como cuna, a Santoña, y que esta cuna se la hayan disputado los vizcaínos, tan celosos de sus glorias. Nosotros somos los principales responsables de estas mistificaciones y de estos despojos, pues con nuestra apatía tradicional, no nos hemos preocu­pado poco ni mucho, en defender nuestros intereses históricos y los años, y tras los años los siglos, convierten las más absurdan teorías en formidables dogmas.                                                                                     ^

La Riega con muy buen juicio, ya advirtió que en la edad media, a todos los marinos de Galicia, Asturias, Santander, Vizcaya y Gui­púzcoa, se les llamaba vizcaínos en los países oceánicos y cántabros en los de! Mediterráneo, por cuya razón para muchos historiadores, ex­

 

tranjeros y nacionales, no había otros marinos españoles del Atlántico que los de las cuatro villas de Santander y los vascongados, siendo estos últimos, ios que llevaron la exclusiva fama de cazadoi’es de ba­llenas aunque gallegos, asturianos y vizcaínos, se dedicaran con igual empeño a estas famosísimas pesquerías.

¡ Cuántos errores no se han derivado de estas ingratas presun­ciones!

Vamos pues, a dedicar este capítulo al Sr. Segundo de Ispizua, au­tor de la extensa y bien ordenada obra “LOS VASCOS EN AME­RICA».

Que el Sr. Ispizua, trate de recabar la oriundez vizcaína para el famoso piloto Juan de la Cosa, disputándosela a la provincia de San­tander, no tiene nada de censurable, y su empeño regional es muy digno de alabanza. Además, ateniéndose a las vagas noticias que se conservan sobre su origen, no hace mal en suponerlo vizcaíno, antes que natural de Santoña.

Leamos pu«s, a Ispizua:

“No le bastó a Colón — dice — esperar diez y ocho años por lo me­nos, once fuera >de España y siete en la península, para poner en eje­cución su grandioso proyecto. Aún después de firmadas, el 17 de Abril de 1492, en la villa de Santa Fé de la Vega de Granada, las célebres capitulaciones por las que se le hacía “Almirante, Visorey y Gobernador General” de todas las islas y tierras-fii^nies que por su mano e industi’ia se gana sen en el mar Océano, tuvo que luchar su genio con otras dificultades, las de la falta de naves y de gente con qué tripularlas.

“Los vecinos de Palos, de donde salió la histórica expedición, es­taban obligados por sentencia del Consejo de Castilla a facilitar na­vios para la comisión que llevaba el novel Almirante. Esto, en tér­minos llanos y corrientes, significaba un embargo del Fisco, cosa que con lamentable frecuencia practicaban los reyes de Castilla en las costas del litoral vasco, una vez que llegaron a llamarse Reyes de Guipúzcoa y Señores del Condado de Vizcaya”.

“Pero los de la villa de- Palos — escribe Colón en el diario de su primer viaje — no cumplieron con el Rey y la Reina lo que le habían prometido: dar navios convenientes para aquella jomada. En este conflicto, halló Colón a dos hombres, mejor dioho, a tres: los herma­nos Pinzón y Juan Vizcaíno o Juan de la Cosa, este último muy poco sonado en la historia de estos memorabilísimos acontecimientos y cuya colaboración, fué tan eficaz, como la de los dos célebres her­manos”.

Antes de continuar, hemos de advertir que la razón por la cual llama Ispizua, JUAN VIZCAINO a JUAN DE LA COSA, es la de haberla tomado de un eapítulo de la Historia de las Indias, escrita por Bartolomé de las Casas, en que habla este cronista, de la expedición de Hojeda a Tierra firme. Dice así Las Casas: “Estos fueron los prin­cipales en aquel tiempo; uno de ellos, Juan de la Cosa, vizcaíno, que vino con el Almirante cuando descubrió esta isla”. Las Casas, vuelve a repetir en la expedición de Bastidas, lo de vizcaíno. hablando de La Cosa. Pero resulta, según nos lo advierte el Sr. Ispizua, que en una carta de Roldán a Colón — que Las Casas asegura haber visto — decía aquel ex-rebelde… “Así que, señor, yo ove de ir a las carabelas y fallé en ellas a Juan Velázquez y Juan Vizcaíno, el cual me mostró una capitulación para descubrir, firmada por el señor Obispo Fonseca” …….                                                                                                         ‘

En este caso, como no se aclara quién sea ese Juan Vizcaíno, no puede atribuirse a La Cosa y máxime cuando el propio Sr. Ispizua, hablando de la información hecha en el segundo viaje de Colón refe­rente a si Cuba era o no continente, aparece entre otros de los testi­ficantes un Juan Vizcaíno, que niega el Sr. Ispizua sea el célebre car­tógrafo que acompañó a Colón.   ‘

Es decir: que el Sr, Ispizua acepta el Juan Vizcaíno como Juan de la Cosa, cuando conviene a su tesis y lo rechaza, cuando no se ajusta a su probanza, porque ni es franco al decir que en las carabelas y durante el segundo viaje, iba un solo Juan Vizcaíno que desde luego no era Juan de la Cosa, porque éste hace la declaración por separado, y además tripulaba como marinero la misma carabela, sino que en la Cordera, iba otro Juan Vizcaíno, marinero y vecino de Cartaya. De lo que resulta que en aquella expedición iban dos individuos llamados Juan Vizcaíno, además de Juan de la Cosa.

En esta información, Juan de la Cosa, se titula vecino del puerto de Santa María, Es pues indudable, que con La Cosa, andaba otro piloto llamado Juan Vizcaíno, puesto que la relación de testigos en los pleitos de Colón (Colección de Documentos Inéditos. Tomo VII, pág. 102), se lee lo siguiente:

“Tercer testigo: Jáeome Ginoves. A la dezena pregunta dixo: que sabe que al tiempo que fué a descubrir Alonso de Hojeda, fué con él Bartolomé Eoldán, e Juan Vyscayno FUE CON JUAN DE LA COSA”, Ahí tiene pues, el Sr, Ispizua, al JUAN VIZCAINO que mostró a Eoldán la capitulación para descubrir que lo tenía tan intrigado, pues coano vé, se habla de la misma expedición de Ojeda en la que iban Juan de la Cosa y Juan Vizcaíno, que son dos sujetos completamente distintos. Las Casas ha confundido lastimosamente a los dos pilotos.

Hasta ahora el Sr. Ispizua sólo tiene a su favor la declaración de Las Casas, que por dos veces lo llama vizca,í?wt no en el sentido de apellido, sino en el de la oriundez. Testimonio sería éste de mucha fuerza sí no fuesen tantos los errores en que incurre el obispo de Chiapa. Para convencer al Sr. Ispizua, vamos a citar un párrafo de Navarrete que se sabía de memoria todos los escritos del prelado: Ha­blando de la veracidad y conveniencia de consulta en cuanto a algunos incidentes de la conquista, dice en contraposición: “No merece tan entera y absoluta fe cuando refiere Los hechos que le contaron otros, porque habiendo comenzado a escribir esta historia (se refiere a la Historia General de Indias) según él mismo lo dice en el Prólogo en el año 1527, a los 53 de su edad y concluídola en 1559, cuando tenía ochenta y cinco años, y confesando además que escribía siendo muy viejo lo que vio, y había pasado en el espacio de más de sesenta años, no es extraño que ya le flaquease la memoria, confundiendo unos he- ehos con otros, alterando su cronología y aún los incidentes y causas que intervinieron”.

Esto dice el Sr. Navarrete y estamos en un todo de acuerdo. Este notable escritor, agrega, que podía citar muchos ejemplos de sus erro­res y lo mismo podemos decir nosotros, que también hemos leído y re­leído su trabajo y hallado grandes contradicciones.

–  En cuanto a que Herrera cite también a La Cosa como Vizcaíno, no debe sorprenderle al Sr. Ispizua, porque las Décadas de Herrera están tomadas de la Historia General de Indias de Las Casas.

El Sr. Ispizua no es verídico al decir que “contestando a la pre­gunta décima cuarta en las probanzas del Almirante, en el pleito sostenido por Diego Colón en defensa de sus privilegios, haya leído: “Jácome Gínoves sabe que con Hojeda fué Bartolomé Roldan e JUAN DE LA COSA O JUAN VIZCAINO”. Esto, como se vé, no es cierto, porque lo que dijo Jácime Ginovés, fué que con Hojeda iba Bartolomé Roldán E QUE JUAN VYZCAINO FUE con Juan de la Cosa. De manera que lo que el Sr. Ispizua dice que es demostración del patente empleo de las dos denominaciones, la propia y aquella con la que se designaba su patria, queda descartado de la probanza porque el señor Izpizua leyó mal,

Pero sigamos exponiendo las razones en que se funda el escritor vasco para demostrarnos la vizcainía de La Cosa.

Dice en otro párrafo; “Queda demostrado que Juan de la Cosa acompañó a Colón en el primer viaje, en navio propio, el cual, según documentos que existen en el archivo de Simancas y a los que hace referencia el competente escritor en materia de historia de la marina española en los pasados siglos, Fernández Duro, navegaba entre las costas vascas y andaluzas. ¿De dónde eran sus tripulantes? En nues­tra opinión, fundada en testimonios solidísimos, la mayoría de los que tripulaban la nave capitana que llevó Colón al Nuevo Mundo, se com­ponía de vascos. Como esta cuestión está en parte íntimamente enla­zada con la nacionalidad de Juan de la Cosa, es decir, con la cuestión de si este ilustre cartógrafo era o no vasco, es necesario tratar de am­bos puntos a la vez”.

Esto dice el Sr. Ispizua y a continuación arremete contra su pai­sano el historiador Labayrú que no cree en la vizcainía del piloto; pero como nos va a explicar la razón por la cual tiene el convencimien­to de que la tripulación de la Santa María era en su mayor parte vizcaína, necesario será oír su demostración para saber a qué ate­nernos.

Y ^prosigue así el Sr. Ispizua: “En la víspera de Navidad de 1492, hallándose Colón en la isla Española, llamada por los indígenas Bohío, hoy Santo Domingo, determinó continuar los descubrimientos, pues habiendo viento o no haciendo tormenta, tenía costumbre de no parar en ninguna parte, para descubrir mayor número de tierras. Mas de­jemos hablar al propio Colón, quien nos dará un indicio clarísimo, una clave segura, acerca de que tierra era su maestre Juan de la Cosa. “Navegando ayer, 24 de Diciembre,—se lee en el Diario extractado poL* Las Casas, — con poco viento, desde la Mar de Santo Tomé — bahía de Acul — hasta la punta Santa, como a las once de la noche, acordó echarse a dormir, porque hacía dos días y una noche que no había dormido. Corno era calma, el marinero que gobernaba la nao acordóse ir a dormir, y dejó el gobernario a un grumete, lo que siempre había prohibido el Almirante… Como habían visto acostar y reposar al Al­mirante, y veían que era calma muerta y la mar como una escudilla, todos se acostaron a dormir y quedó el gobernalle en la mano de aquel muchacho; y las aguas que corrían, llevaron a la nao sobre uno de aquellos bancos, los cuales, puesto que fuese de noche, sonaban que de una legua se oyeran o vieran, y fué tan mansamente que casi no se sentían. El mozo que sintió el gobernalle y oyó el sonido de la mar, dió voces, a las cuales salió el Almirante. Luego el Maestre de la náo, de cuya era la guardia, salió, y díjoles el Almirante a él y los otros, que halasen el batel que traían por la popa, y él, con oíros mitcfeos, saltaron al batel; y pensaba el Almirante que hacían lo que les había mandado. Ellos no curaron sino de huir a la carabela — la Pinta — que estaba a barlovento media legua”.

Don Fernando Colón en la historia del Almirante, dice Ispizua que lo relata en parecidos términos, y que aquel accidente, trastornó loa planes de Colón, haciéndole desistir de su viaje y Colón declara, que con los restos de la nave que se perdió, mandó construir una fortaleza en aquella parte de la tierra donde pensaba establecer una colonia, como así lo hizo, titulándola LA NATIVIDAD. Pero aún dice más Colón — según Las Casas — esto es: “que fué gran ventura y deter­minada voluntad de Dios que la nave allí se encallase, porque dejase allí gente, que si no fuera por la traición (?) del maestre y de su gente marinera, que eran TODOS LOS MAS DE SU TIERRA, de no querer echar el ancla por popa para sacar la náo, como el Almi­rante les mandaba, la r.áo se salvara, y así no pudiera saberse de la tierra como se supo.

Y   dice el Sr. Ispizua: ¡He ahí la prueba que hemos ofrecido!

La gente, que al encallar el barco, salió fuera de sus alojamientos con el maestre… la gente que no obedecío la orden de halar el bote o barca y se marchó a la otra carabela, esta gente era TODA o eran los MAS de la tierra de Juan de la Cosa, es decir: eran vascos.

Nos parece algo temprano, Sr. Ispizua, para asegurar que aquella gente era VASCA.. Ahora, lo que sí no cabe duda, es, que si aquél maestre era Juan de la Cosa, la gente que lo siguió, necesariamente y oída la declaración del Almirante, era paisana del piloto. Y agrega el Sr. Ispizua: “Por tanto, el núcleo de los que formaron la colonia “Navidad”, primer asiento o población europea establecida en el Nue­vo Mundo, estaba compuesto en gran parte de vascos”.

Pero ahora viene lo verdaderamente inconcebible, según nos lo advierte el mismo Sr. Ispizua: Que de todos aquellos sujetos que que­daron en la colonia NAVIDAD, que eran precisamente los que si­guieron al maestre y tripulantes de la carabela SANTA MARIA…

¡ no eran vascos I ¡ Sólo uno, Domingo de Bermeo, era vizcaíno!

Y   se pregunta el Sr. Ispizua: ¿Cómo se concibe que si Colón dijo que todos aquellos hombres eran de la tierra del maestre, sólo aparez­ca entre todos aquellos individuos un vasco?

Pues se concibe muy fácilmente, Sr. Ispizua. Se concibe, por la sencilla razón que el maestre no era vizcaíno y no siendo el maestre vizcaíno, aquellos hombres que lo siguieron y que Colón reconoció como paisanos del piloto, tampoco eran vizcaínos. So pena que al decir Colón que ERAN SUS PAISANOS se refiriese a sí mismo, po­niéndolo en tercera persona Las Casas, que fué el que transcribió el Diario del Almirante. Y como de ser así, con esta sola declaración

 

del Almirante, hubiera quedado reconocida su nacionalidad española y esto, no nos lo habrían de admitir nuestros impugnadores, acepta­remos que aquellos sujetos eran paisanos de La Cosa, que en número de treinta y nueve desertores o descontentos de la Santa María, se establecieron en el fuerte Natividad.

Claro está que el Sr. Ispizua, no ha quedado satisfecho al saber que -sólo uno de aquellos individuos era vizcaíno y empezó a darle vueltas al asunto, para averiguar la sinrazón de aquella razón y des­pués de inútiles rodeos, sacó en consecuencia, que el único documento donde consta la relación de aquellos marineros insubordinados, es un pregón que la Casa de Contratación de Sevilla publicó en el año 1511 con el objeto al parecer, de atender las reclamaciones que por indem­nización correspondía a los descendientes, pues es por demás sabido que en el segundo viaje, Colón encontró el fuerte de Natividad des­truido y muertos todos sus ocupantes. Y como del año 1493 al 1511 hay una distancia de nueve años y en esos nueve años se pueden hacer muchas atrocidades, el Sr. Ispizua, para dar un corte racional al asunto, declara APOCRIFO el pregón de marras.

Curiosos como buenos polemistas, quisimos ver la lista de falle­cidos y efectivamente, vimos allí apellidos, como Tordoya, Torpa, Ferrández, Henao, Patiño, Logrosan, Villar, Foronda, Porcuna, Ba- raona, Lages ecta, que a la legua acreditan su procedencia y hemos comprendido la contrariedad que tal revelación produjo en el entu­siasmo del Sr. Ispizua.

Y  ahora, veamos como nuestro vasco historiador, destruye la pro­cedencia supuesta de La Cosa en cuanto se relaciona con la cuna divulgada de Santón a.

Dice que se alega que La Cosa pudo ser de Santoña, pero que no’ existe ningún documento, absolutamente ninguno, en que se pueda apoyar este aserto. Y agrega, que los escritores montañeses que sos­tienen esta afirmación, aducen dos argumentos: el primero, que Juan de la Cosa fué vecino de Santoña; y el segundo, que el apellido La Cosa no es vasco o euzkérico. Y añade: como se ve, los escritores montañeses no presentan ninguna razón o probanza positiva en favor de su tesis, como las tenemos nosotros de que fué vasco-vizcaíno.

Cierto es que la probanza de los montañeses no es muy contun­dente que digamos; pero la de los vascos o vizcaínos no es mucho más convincente, aunque entre la una y la otra, nos quedemos con la vasca.

Con vencidísimos por otra parte, que Juan de la Cosa no pudo haber nacido en Vizcaya ni en Santander, sigamos copiando la diser­tación del Sr. Ispizua, que indirectamente, servirá para reforzar nuestras finales presunciones.

Continúa este escritor diciendo que, es cierto aue Juan de la Cosa fué vecino de Santoña. porque en la Colección de Viajes, de Nava­rrete, hay una carta de la reina Católica al entonces obispo de Ba­dajoz, encargado de los negocios de Indias qne se exüidió a instancias de Juan de la Cosa y Juana del Corral para el papo de ciertos alcances a los que murieron en servicio de los reves, ore aparece fechada en Laredo. el 25 de Aposto. Que dice a^í: “JUAN DE LA COSA. VECI­NO del puerto de SANTOÑA, y Juana del Corral, vecina asimismo del mismo lugar, dieron dos peticiones que con vos mandé enviar para que las examinen ecta. Dícese aquí que ese año era La Cosa

 

vecino de Santoña; pero nada se asegura respecto al lugar de origen”.

De modo — agrega el Sr. Ispizua — que, en los primeros años del descubrimiento era Juan de la Cosa vecino del puerto de Santa Ma­ría, VECINDAD QUE POSEIA ANTES DE SU CASUAL EN­CUENTRO CON COLON, cuando con su navio Santa María (léase GALLEGA) se dedicaba al tráfico entre las costas de Guipúzcoa, Viz­caya, las de Andalucía y Guinea. Observamos que el Sr. Ispizua nada dice de los puertos gallegos intermedios, sin duda por omisión. Hecha esta salvedad, continúenlos la narración del autor de “Los Vascos en América”.

De valer — dice — el argumento de la vecindad, más razones ten­drían los andaluces para considerar como suyo el nombrado piloto, que los de Santoña. ¿Qué prueba todo esto? Que la vecindad es mu­dable y puede ser transitoria; no así el lugar de nacimiento.

Vamos a replicar al Sr. Ispizua en cuanto se refiere a la ventaja de ser vecino del puerto de Santa María que, efectivamente es citado con preferencia al de Santoña.

Probablemente ignore el Sr. Ispizua, que el puerto principal de Pontevedra se llame de Santa María y que con esta principal denomi­nación más se conocía antiguamente, cuando Pontevedra era sólo case­río adscrito al dominio de Marín o dependencia del arzobispo de San­tiago de Compostela. La SANTA MARIA de Pontevedra, era enton­ces una barriada de pescadores enclavada en el mismo puerto y por Santa. María se conocía a este puerto.

De lo que resulta, que había DOS PUERTOS DE SANTA MA­RIA : el de Cádiz y el de Pontevedra.

Aclarado el particular, continuaremos copiando el párrafo del historiador vasco: “En 1496 — agrega —■ figuraba como vecino de Santoña, y en 1503, vuelve a aparecer de nuevo como vecino del puerto de Santa María.

Y   continúa su alegato de esta manera: “Entre los escritores mo­dernos, no ha habido interés en averiguar la verdadera patria de La Cosa. Los extranjeros en su mayoría, entre otros Humbold y Was­hington Irving, apoyado aquél en el categórico clarísimo y repetido testimonio de Las Casas, a quien cita, le tienen por vasco: los espa­ñoles se limitan a decir que era de la COSTA CANTABRICA. De esta opinión es Navarrete en su Biblioteca Náutica y al parecer Fer­nando Duro, quien agrega: «que el ser VECINO DE SANTA MA­RIA puso en duda si sería natural de allí, inclinándose sin embargo, la mayoría de los autores a creerle HIJO DE LA COSTA CANTA­BRICA, tanto por conservarse todavía el apellido en familias de San­toña y las Encartaciones, como por tenerle por vizcaíno sus coetáneos y aún aplicarle este adjetivo en algunos escritos y confirma esta opi­nión, más de una cédula de los Reyes Católicos que existe en el ar­chivo de Simancas, autorizando a Juan de la Cosa, vecino de SANTA MARIA DEL PUERTO, para el tráfico y navegación de cabotaje entre las costas de Andalucía y las de las provincias de Guipúzcoa y Señorío de Vizcaya”.

Alto ahí, Sr. Ispuzua.

Observen nuestros lectores que en Jas cédulas que menciona Fer­nández Duro se dice SANTA MARIA DEL PUERTO y no PUERTO DE SANTA MARIA. Obsérvese igualmente, que la autorización o autorizaciones reales, es para el tráfico y navegación de cabotaje ENTRE las costas de Andalucía y de Vizcaya.

Este ENTEE equivale a una solicitud hecha en un punto céntrico de la costa cuyos términos eran Andalucía y Vizcaya, pues de otra manera se diría DESDE este puerto o puertos de Vizcaya HASTA los de Andalucía o vice versa.

La autorización es el documento más precioso para poder identi­ficar a La Cosa y al mismo tiempo, para la validez de la identificación, ya que la prueba documental es la que se exige para la debida com­probación.

Ahora bien: una cosa es PUEETO DE SANTA MARIA y otra SANTA MAEIA DEL PUEETO. Para el primer caso, debe admitirse que no había otro lugar en Cádiz que se denominara SANTA MAEIA y que necesitase de la aclaración que significa la segunda y en el se­gundo otro caso, se emplea la denominación de SANTA MARIA DEL PUERTO para distinguir a esa SANTA MARIA de otra u otras, para que al citarla sin advertencia, no sirviera de confusión para la localidad.

Este caso y esta denominación, sólo puede aplicarse a Pontevedra, donde aún hoy existen, de acuerdo con los 28 arciprestazgos que cita en su Geografía de Galicia, el Sr. Luis Gorostola Prado, CIENTO CATORCE LUGARES QUE LLEVAN LA DENOMINACION DE SANTA MARIA, de las 668 parroquias que existen en toda la pro­vincia de Pontevedra. Y estas parroquias exigían necesariamente un aditamento especial para no confundirlas y así se decía y se dice para determinar uno o diversos lugares de la provincia: “Santa María del Campo”; Santa María del Val (valle) ; Santa María de la Vid; Santa María del Robledal; Santa María de los Pazos (casas solarie­gas) ; Santa María Queimadelos (quemados) y así sucesivamente con otros muchos nombres de lugares que sirven para establecer la situa­ción, y de ahí SANTA MARIA DEL PUERTO, que era como se de­nominaba entonces el puerto hoy conocido por PUERTO DE SANTA MARIA DE PONTEVEDRA.

Esto no quiere decir que una de tantas veces que a Juan de la Cosa se cita como vecino del PUERTO DE SANTA MARIA, se deba entender como vecino del puerto de Pontevedra; pero sí antes del descubrimiento de América y en la cédula de los Reyes Católicos en que se autoriza a Juan de la Cosa de SANTA MARIA DEL PUER­TO para ejercer el cabotaje ENTRE las provincias andaluzas y las provincias vascas, cédula que lleva fecha bastante anterior a 1492 que es cuando por primera vez suena La Cosa como vecino quizás del PUERTO DE SANTA MARIA de Cádiz.

Si hay argumentos y pruebas para destruir nuestro alegato, puede presentárnoslas el Sr. Ispizua, en la seguridad que, inmediatamente a esa probanza, seguirían nuestras más cumplidas satisfacciones.

Y   vamos a entrar ya, resueltamente, en materia.

Es evidente, por otra parte, que Juan de la Cosa fué gallego, pues­to que consta como residente en Pontevedra en los documentos halla­dos por La Riega y que en Pontevedra se fletó la carabela GALLE­GA y que entre los testigos y en el informe de ese fletamento, no tan sólo aparece1 como propietario del navio Juan de la Cosa, sino que también muchos mareantes cuyos nombres aparecen en el rol de marinería del primer viaje llevado a cabo por Colón, que son algunos de los que quedaron en el fuerte de la Navidad y que habían perte­necido a la dotación de la carabela SANTA MARIA o GALLEGA que naufragó en los bajos de la costa de Santo Domingo. (1)

El Sr. Ispizua, dice que la carabela SANTA MARIA fué segura­mente construida en las playas vascas, con la madera de sus monta­ñas y por obreros vascos y a esto dice el historiador vasco Labayru, que como vasco no puede ser sospechoso, que supone que la SANTA MARIA fué nave GALLEGA o CONSTRUIDA EN GALICIA.

A esto replica el Sr. Ispizua, que sólo Oviedo, cronista parcial y apasionado cita con el nombre de la GALLEGA a la carabela SAN­TA MARIA. Esto es incierto, porque no es solamente Oviedo el que lo dice repetidamente en su obra, toda vez que en un menuscrito exis­tente en el archivo de Indias, según el Sr. Alcalá Galiano, existe un documento que dice: Colón salió de Palos con tres carabelas, la mayor llamada LA GALLEGA y no es cierto, porque en la Colección de do­cumentos inéditos de Indias, tomo XIV, página 563, documento que se guarda en el citado archivo Est. l.°, Caj. 1.*, no se cita para nada la SANTA MARIA y sí repetidamente y como capitana de la expe­dición a LA GALLEGA.

Sería pues, absurdo, negar que la carabela capitana de la primera expedición — que las crónicas registran como la SANTA MARIA — fuese otro que el navio de cabotaje propiedad de Juan de la Cosa, conocido con el nombre popular de LA GALLEGA, en sus correrías comerciales por los mares Cantábrico y Atlántico.

Fernández Duro asienta que la SANTA MARIA fué construida en las costas norte de España y en cuanto a que esta embarcación era propiedad de La Cosa, ya el Sr. Ispizua, nos cuenta que en una cédula real se dice entre otras cosas: “Fuístea por maestre, de una náo vuestra a los mares de Occidente, donde en aquel viaje fueron descubiertas las tierras e islas de las Indias, e vos PERDISTEIS la dicha náo e por vos lo remunerar e satisfacer, ecta, ecta.

Juan Palau Vera en VIDA DE GRANDES HOMBRES — CRIS­TOBAL COLON, dice a propósito de la Santa María y de su tripula­ción: “Se fletó además una nave de Cantabria, fuerte y buena, ade­cuada para aquel arriesgado y largo viaje”… “Se tripuló la armada con andaluces y cántabros que habían navegado por Africa, Flandes e Irlanda, y tan bien escogidos fueron, que Colón los juzgó como buenos y cursados hombres de mar».

He aquí la palabra cántabros aplicada a todos los marinos de Gali­cia, Asturias, Santander, Vizcaya y Guipúzcoa, por los países del Me­diterráneo en la edad media y aplicada indistintamente por escritores extranjeros y nacionales en sus noticias.

Para dejar atados todos los cabos, bueno será también que nos detengamos en la prueba de bien escaso peso que alegan los monta­ñeses para suponerlo de Santoña, con la protesta consiguiente de Ispizua.

(1) ‘ T.u Gallega”; libro impreso por La Riega en Pontevedra el año 1897. — En lo pá- ginu 66 dice: «Hemos íogTíido reunir diversos documentos del sífflo xv: algunos son escrituras en pergamino y en papel, completamente formalizados; otros pertenecen a minutarios nota­riales con todas lus condiciones apetecibles de autenticidad en esta cIhrc de documentos.

Aducen aquellos para su probanza, como ya hemos visto, dos razo­nes: la primera, porque en un documento, se le hace vecino de aquella localidad y la segunda, que no podía ser vasco porque el apellido La Cosa no es vasco o euskérico.

La primera razón, es la misma que podría asistir a los andaluces para suponerlo natural del puerto de Santa María o la que sirve de apoyo al Sr. Ispizua tomado de Las Casas, que lo llama vizcaíno como pudo llamarlo andaluz o montañés, porque es evidente que ha confundido a los dos pilotos: Juan de la Cosa y Juan Vizcaíno, según ya lo hemos demostrado.

La segunda razón, ya ofrece distinto aspecto, aunque Lope García de Salazar, con toda su autoridad, haya podido demostrar que el ape­llido La Cosa era montañés.

No conocemos las razones por las cuales el Sr. Salazar haya hecho semejante afirmación; pero vamos a exponer las nuestras para de­mostrar lo contrario.

El verdadero apellido de la Cosa, según copias de los documentos originales que tenemos a la vista, es:

XOAN DE LA COSSA

Necesario es recurrir a la filología, para explicar esto.

Ya los romanos confundían la s con la x. Nigidius Figulus que floreció en tiempos de Licinius Calvus desechaban el uso de la x, para sustituirla con es o gs para que prevaleciera sin duda y según lo advierte un escritor contemporáneo, el sonido silbante sobre el gutural, como lo prueban el estudio de las inscripciones, en las que aparece sustituida la a; por la s. En la edad media, se escribía s sencilla o sa (doble) por aj.

El castellano antiguo tuvo el sonido se# o ch suave que hoy tienen los dialectos o idiomas de la península, y así debieron pronunciarse muchas palabras y el sonido de la cc se Cambió después por la fuerte de la j. El mismo cambio se operó en la j suave (iota), convirtiéndose- en fuerte (jota), y en la 2 dulce, que se transióme en fuerte. Es in­dudable. dice el Sr. Monlau, que si fuese posible oir hablar a Cervan­tes o a Lope de Vega, nos parecerían catalanes o franceses en la pro­nunciación de muchos vocablos; y nosotros agregamos que más se ase­mejarían a los gallegos en la pronunciación. En Galicia, aún hoy con­funden el sonido de la z con la s o vice-versa; otros Ja g suave con la fuerte y así otros muchos defectos de pronunciación que no vamos a analizar ahora, porque para demostración basta con lo expuesto.

Resulta pues, que el apellido COSSA se transformaría en COXA, que era en realidad el del célebre cartógrafo.

COXA es vocablo gallego que equivale a COJA o lo que es lo mismo a MUSLO en castellano. Por lo tanto, en su apellido, La Cosa es gallego por los cuatro costados.

Y  ya en este terreno, necesario será llegar a la conclusión.

Y  la conclusión es la siguiente:

El apellido La Cosa con su correspondiente: nombre Juan, aparece- en los cartularios gallegos del siglo XV.

La construcción de la carabela, según la opinión de autorizados autores, se llevó a cabo en Galicia. Hay otra razón para apoyarla y es que, según Don Henrique Lopes de Mendoza, en los Annaes do Club militar naval t. XX Lisboa – 1890, este ilustrado marino portugués que Fernández Duro califica como tan docto en arqueología como en lengüística, dice que en el fuero dado a la villa Nova de Gaya por el rey de Portugal Don Alfonso III, el año 1252, ya se encuentra men­cionada la carabela empleada para la navegación de cabotaje y es por esta razón que esta clase de navios que tan útiles fueron a los portugueses para sus descubrimientos, eran de construcción gallega o portuguesa. Las carabelas pues, originarias de estas regiones, y de la capacidad de la que llevó Colón, se distinguían por su tipo perfec­tamente característico desde el siglo xm hasta el xvi por su ligereza y porte inferior a 200 toneladas, de tres o dos palos con velas latinas.

La tercera razón, es que la carabela llamándose LA GALLEGA, había sido bautizada seguramente por un gallego, y por la no menos apreciable, de haber sido construida en Galicia.

La cuarta: que el fletamento de esta carabela, según los documen­tos pontevedreses se extendió en Galicia.

La quinta: que en ese contrato de fletamento, aparece como pro­pietario Juan de la Cosa.

La sexta: que los testigos que intervinieron en esta formalidad, fueron gallegos, que figuraron más tarde como tripulantes de esa misma carabela Gallega.

La séptima: que habiendo abandonado La Cosa y la mayoría de los tripulantes de la Gallega este buque, en ocasión del naufragio ocu­rrido en las costas de la isla de Santo Domingo y que habiendo reco­nocido Colón a esos tripulantes como paisanos de La Cosa, resulta que la tripulación de la SANTA MARIA o LA GALLEGA era casi en su totalidad gallega.

La octava: que al figurar en documentos oficiales La Cosa, como vecino de -SANTA MARIA DEL PUERTO, es una razón más que suficiente para considerarlo natural de Pontevedra, porque SANTA MARIA DEL PUERTO, no es PUERTO DE SANTA MARIA y SANTA MARIA DEL PUERTO que sepamos, no había otro en Espa­ña en el siglo xv que el de pescadores de la famosa ría gallega.

La novena: que el único que mereció la confianza de Colón para confiarle sus cartas, fué Juan de la Cosa que con ellas confeccionó su mapa famoso que tanto admiró a Humbold y del que éste se sirvió para localizar la primera tierra descubierta por el Almirante.

La décima: que Juan de la Cosa, queriendo honrar a su paisano, protector y sin duda alguna, maestro, en el difícil arte de hacer cartas marinas, estampó o dibujó en lo más preferente de su mapa la efigie de San Cristóbal, que sirve de emblema a la firma de Colón.

Todos estos argumentos, los consideramos más que suficientes para demostrar que el olvidado marino gallego, que tan grandes servicios prestó a su patria y que mereció de Oviedo nada halagüeñas califica­ciones, tuvo su cuna en Galicia y que contribuyó con su buque y tam­bién con su tripulación, en momentos difíciles para el Almirante, a solucionar el problema de completar la escuadrilla y las tripulaciones, con sus paisanos y con su histórico navio LA GALLEGA.

Y   es así como lentamente, se va descorriendo el velo que ocultaba el misterio de la asombrosa participación que en tan excepcional em­presa, tuvo la desdeñada región gallega, esa vilipendiada tierra que no contenta un día con restaurar los reinos y la libertad de España, oponiéndose con sus mesnadas al dominio agareno, lanza a sus hijos a la conquista de un mundo nuevo cuya gloria habría de serle artera­mente arrebatada.

¡Y son los españoles, los primeros en oponerse a esta noble rec­tificación histórica!

 

 

CAPITULO VII

LAS PROFECIAS Y LA FIRMA DE COLON

La -profecía, sin texto escrito. — Ofero, el sino pagano. — Su martirio en Oriente. — San Cristóbal se halla en la lista de los martirolo­gios más antiguos. — Como escribió su nombre el cincel iconográ­fico de los estatuarios. — De todos los países cristianos, España fué donde se multiplicaron más ¿as efigies, capillas e iglesias de San Cristóbal. — El nombre de San Ci-istóbal, lo llevan noventa

parroquias de Galicia——– En las Sagradas Escrituras, se hallan

nueve pasajes claramente aplicables al descubrimiento del Nuevo Mundo. — Los simbolismos. — Los buscó Colón para eternizar su obra. — Tropo, Sinedoque y Metonimia.—Monograma en gallego empleado por Colón para su firma. — La antefirma es la secuvida- ria Trinidad gallega. — La famosa y emblemática firma de Colón, es gallega por los cuatro costados.

“A las revelaciones de Israel — dice Largues — sucedió en la época del Mesías una profecía, cuyo autor es tan desconocido como su ori­gen; su origen tanto como la fecha; la fecha tanto como el idioma, y sin embargo ha llegado hasta nosotros por transmisión constante. Esa misteriosa profecía sin texto escrito, sin autor reconocido, salida no se sabe de dónde, como los ruidos que conmovieron el mundo ro­mano antes del nacimiento del Salvador, se exhibe bajo la forma de una tradición anónima, quizás colectiva; pero evidentemente po pular”.

“La escultura ha personificado esa tradición, que existía en las basílicas arruinadas de Antioquía y Bizancio, las antiguas iglesias de estilo romano, de donde fué llevada al fondo de los monasterios, de las abadías, aún a las catedrales góticas, por medio de las pinturas murales y de la estatuaria. Cierta piadosa creencia ha hecho adoptar como conmemorativa del pasado esa simbólica imagen del porvenir. ‘ Queremos recordar la colosal efigie de San Cristóbal y su leyenda popular. Es preciso no olvidar que San Cristóbal era el Patrón del Descubridor del Nuevo Mundo”.

“Veamos primeramente la historia real de ese santo y después apreciaremos el significado de sus atributos».

“La giografía nos enseña lo siguiente:”

“Ofero, sirio de nacimiento, era un pagano de estatura atlética, una especie de Goliat, orgulloso de su fuerza, y que no quería ser­vir sino al rey más poderoso de la tierra. Convertido al cristianismo a la vista de un milagro, en el ardor de su fé, no quiso ya otro nom-

fcre que el PORTA CRISTO, (CHRISTOPHORUS). San Babylas, cbispo de Antioquía, le admitió al bautismo. Cristoforo publicó la palabra de Cristo en su país, en los alrededores de la Palestina, en varias comarcas del, Asia Menor y viajó constantemente, predicando con valor el evangelio, hasta el momento que, preso por los emisarios de la idolatría, durante la persecución del emperador Decio, selló con su sangre la cruz que había llevado”.

< “Su martirio fué muy pronto célebre en Oriente. Los orientales y los coptos, lo mismo que los griegos, le prestaron culto desde luego. San Ambrosio le preconizó. San Cristóbal, se halla en la lista de los martirologios más antiguos. En Constantinopla tenía antiguamente dos iglesias dedicadas a su nombre. También hace mención de él el Breviario mozárabe atribuido a San Isidoro de Sevilla. En tiempo de San Gregorio el Grande, había en Sicilia un monasterio bajo la advocación de San Cristóbal. Toledo y otras ciudades de España poseían, desde el siglo vil, reliquias de ese mártir”.

“Nada hay más auténtico y exacto que esa historia de San Cris­tóbal. Nada mejor fundado que la antigüedad del culto que se le tributó desde el siglo IV de la Iglesia».

“Su imagen es la de un santo colosal cuya actitud y acción no expresan ni la doctrina, ni la penitencia, ni el martirio. No ora, no habla, no padece; sin embargo, no está inmóvil en su gloria. Camina al través del agua llevando en sus hombros al Cristo niño».

“Este hecho implica necesariamente la existencia de una profecía desde mucho tiempo olvidada, de un anuncio misterioso cuyo origen se ignora ahora; pero sobre el cual ha sido necesariamente construido el tipo estatuario de San Cristóbal, tal como lo produjo primero el Oriente, y tal como lo conserva aún el Mediodía de la Europa cris­tiana”.

¿De qué ¡manera se nos pintó primitivamente a San Cristóbal? ¿Cómo escribió su nombre el cincel iconográfico de los estatuarios?

“San Cristóbal está invariablemente representado bajo la forma de un gigante que lleva en hombros al niño Jesús, pasando el mar sin estar completamente mojado y apoyándose en un tronco de árbol ver­de con adornos en su parte extrema y en sus raíces”.

Fíjense nuestros lectores en la descomposición del emblema, que es por demás interesante:

San Cristóbal, héroe del catolicismo, lleva allende los mares a Jesús niño, es decir: la aurora del Evangelio a la tierra nueva. El niño Jesús tiene en la mano al mundo en forma de esfera que remata en una cruz. Esa esfericidad del globo resume de antemano todo el sistema del descubrimiento. La cruz en que remata el globo, anuncia la propagación del Evangelio entre todos los pueblos. El gigante católico, ceñida la frente con la aureola, indicio de la santidad, al cruzar las aguas, se apoya en el tronco de un árbol floreciente, que tiene hojas y frutos, recuerdo al mismo tiempo de la vara florida de Aaron, de la raíz de Jesédel, tronco del árbol de la salvación, aquél leño que salvó al mundo.

Abandonemos muchos particulares de la tradición misteriosa y aún la leyenda tudesca que altera el primitivo cuadro, convirtiendo el mar en río e intercalando ciertos personajes del Norte, porque la

 

exacta representación del coloso no deberá buscarse en los países del Norte, sino en el Mediodía. Aquí es donde San Cristóbal es el gigante que lleva a Jesús y pasa el mar grande, no llegándole el agua más que a la cintura, teniendo en una mano a manera de bastón el árbol místico que ha de trasplantar, o bien la cruz que va a llevar allende el mar. El santo viajero está de tal manera vestido con sus atributos de misionero, que le cuelga de su cintura la calabaza, sím­bolo de su viaje.

“¡Cosa curiosa!—agrega RoseHy— las iglesias, imágenes y nom­bres de San Cristóbal, abundan más en el Mediodía que en el Norte, y entre las poblaciones del litoral más que en las del interior. Entre todos los países cristianos, España fué donde se multiplicaron más las efigies, capillas e iglesias de San Cristóbal. De seguro que nin­guna otra nación poseyó de tan antiguo, ni en tantos a’ltares, reli­quias de ese mártir, ni levantó más elevadas imágenes al santo gi­gantesco que atraviesa el mar”.

Pero lo que no precisa Roselly, lo vamos a precisar nosotros. Si en alguna región de España tomó carta de naturaleza San Cristóbal, esa región fué Galicia, que cuenta con más de NOVENTA PARRO­QUIAS distribuidas en las cuatro provincias con ese nombre y el del lugar y que suman en conjunto, más del triple de las que llevan las restantes provincias de España.

Es por lo tanto también vulgar este nombre en sus individuos y al decir vulgar, podríamos decir vulgarísimo, para que la expresión resulte más cierta.

Si tenemos en cuenta los simbolismos religiosos del Almirante, no deberá llamarnos la atención de que Colón se creyera elegido por Dios como siervo y mensajero de salvación.

Y   es por eso, que la explicación de la emblemática figura de San Cristóbal tiene su explicación el que Juan de la Cosa, que se ha su­puesto residente en Galicia, que nosotros suponemos gallego y que acompañó a Colón en su primer viaje y que en concepto de la reina Isabel, era el geógrafo más hábil de su tiempo, al acabar de dibujar el mapa del Nuevo Mundo, en vez de citar, a Colón, como el autor de la hazaña, dibujara la figura simbólica del santo que lleva al Cristo a través del mar. Posiblemente la alegoría se debió a instancias del mismo Colón y también a que en su concepto había realizado final­mente la predicción contenida en la religiosa imagen.

Ahora bien: Colón se ereyó el llamado por la tradición a realizar la profecía misteriosa de su homónimo CHRISTOPHORUS: del POR­TA CRISTO simbolizado en el mártir sirio.

Varios sabios teólogos y glosadores españoles — dice Lorgues — han quedado asombrados de la relación mística existente entre los actos de Colón y ciertas palabras de los libros santos. El Padre Acosta, reconoce que diversos pasajes de Isaías, entre otros el capí­tulo LXVI, son aplicables al descubrimiento de las Indias y dice: “Declaran varios autores muy sabios que todo ese capítulo se entiende de las Indias”. El cardenal de Verone, el gran Valerio, ensalzaba implícitamente la misión del heraldo de la cruz. Maluenda, Tomás Bozius, Fray Basilio, Ponce de León, Botero, el Padre Tomás de Je­sús, Solórzano, Herrera, cuantos estudiaron formalmente la época

 

del Descubrimiento, quedaron persuadidos de la grandeza de la mi­sión conferida a Colón. Con sorpresa y admiración, vieron anuncia­dos por el Hay-Profeta, sus buques y hasta sus escudos de armas. En las Sagradas Escrituras se hallan nueve pasajes claramente apli­cables al Descubrimiento del Nuevo Mundo”,

“Después de haber expuesto lo sorprendente que contienen los cuatro versículos de Isaías, habla el Profeta de la suerte de las na­ciones de Ultramar que no observaren el culto dwino: “Poblaciones y reinos perecerán”. Y como el anuncio de este terrible castigo no correspondía a una época cercana, añade el real vidente esta expre­sión del Altísimo: “Yo, que soy el Señor, ejecutaré todo esto en su tiempo”, es decir: en la época fijada en los eternos decretos.

Véase, pues, la gran relación que existe entre esta profecía y la tradición de San Cristóbal, que sin Colón, parece efectivamente, se­gún lo indica el conde francés, que sería verdaderamente inexpli­cable.

Como todo lo precedente conduce a la solución de una interesante incógnita de la vida del Almirante, antes de llegar a tan importante problema, justo nos parece seguir al religioso escritor francés en el preámbulo de los simbolismos.

Dice así Lorgues:

“En la historia primitiva del Catolicismo, que una filiación no interrumpida conduce hasta la cuna del mundo, se vé, por una in­tención expresa de la Providencia, a los patriarcas y profetas que reciben de antemano al nacer un nombre simbólico del carácter o del papel que iban a desempeñar. Igualmente en el establecimiento del Evangelio, vamos también sin excepción a los primeros cooperadores escogidos por Jesús, llevar nombres figurativos de su destino parti­cular”.

“Antes que el divino maestro de los hombres manifestara su doc­trina, el precursor Juan Bautista, salido de la raza sacerdotal de Abia, llevaba en el desierto el nombre significativo, que le fué im­puesto por una autoridad sobrenatural, a pesar de la opinión de sus deudos, que todos querían llamarle Zacarías como su padre y desecha­ban el nombre de Juan, porque nadie lo había llevado en su familia. El nombre de Juan, Johannes, expresa la verdadera piedad, la gracia, la misericordia que venía a anunciar a los hombres aquél que prepa­raba los caminos del Señor. Rectas facite semitas cjits».

“El primero de los evangelistas se llamaba Levi, hijo de Alfeo. Al llamarle Jesucristo para que le siguiera, le dió el nombre de Ma­teo, que expresa a un mismo tiempo el don voluntario y lo gratuito del favor”.

“Para no multiplicar los ejemplos, citaremos uno solo de entre tantos: el del Príncipe de los Apóstoles, del Jefe de la Iglesia: San Pedro”.                                 .

“Cuando el divino maestro le vió, echando sus redes en el mar de Galilea, auxiliado por su hermano, se llamaba simplemente Simón Barjona. Estos dos nombres reunidos presentaban ya una significa­ción interesante. Jesús le dijo que dejara allí sus redes y le haría pescador de hombres. Al punto, con una obediencia tan ingenua como sumisa, abandona las redes que constituían su sustento, Y aun­que casado y con la obligación de cuidar a su suegra enfermiza, sigue al Cristo sin la menor vacilación, sin haberse informado de sus nue­vos medios de subsistir y proveer a las necesidades de su familia”.

“Esta cándida confianza, esta obediencia ciega, indicio de la rec­titud de intención y de la fiel sencillez que distinguen al Príncipe de los Apóstoles, estaban maravillosamente representadas por su nombre de Simón Barjona. Porque en hebreo-siriaco, Simón, signifi­ca QUIEN OBEDECE, y Barjona, HIJO DE LA PALOMA. De an­temano el nombre de ese oscuro pescador del mar de Galilea, expre­sando la obediencia y la sencillez, presagiaba también la Primogeni- tura, puesto que la Paloma era su símbolo. Pero a estos dos nom­bres, les añade un tercero el Divino Maestro para que complete la figura de su destino. Le impone el nombre de Cephas, que en siria­co significa PIEDRA; la piedra fundamental. Y es tan grande el poder del nombre, que después de haberle dicho: “Tu te llamarás Pedro”. “Tu vocaberis Chephas”, añade nuestro Redentor: “Y sobre esta piedra, yo edificaré mi Iglesia”.

Nada pues, tiene de extraño, que el hombre escogido para doblar el espacio de la Tierra, reunir los pueblos que no se conocían y llevar el Evangelio a las naciones ignoradas, debiera también ofrecer en su nombre algunas significaciones misteriosas o simbólicas.

Colón que conocía a la perfección la Historia Sagrada, buscó un símbolo que eternizara su obra que él estimaba providencial y a se­mejanza de su homónimo el mártir PORTA CRISTO, estampó en to­dos sus actos un escrito emblema misterioso que expresaba no sola­mente el carácter religioso que había de desempeñar, sino también la declaración de la incógnita de su procedencia, la incógnita de su ori­gen, que con admirable tesón ocultó durante su vida y que rodeada de insondables tinieblas se conservó impenetrable hasta nuestros días.

Es el éxito más grande de nuestra investigación: un magnifico premio para nuestros afanes no interrumpidos durante largos años, consagrados a desentrañar de un pasado completamente indocumen­tado, las verdades sistemáticamente veladas con un fin incompren­sible y sin ejemplo en la Historia.

Pero al entrar de lleno en nuestra demostración, es necesario abandonar las tradiciones y los simbolismos o cuando menos apoyar­los con razonamientos científiccus, porque no se nos oculta la poca consistencia que para una prueba de esta índole, ofrecen las argu­mentaciones de las escrituras bíblicas por muy razonadas y comen­tadas que hayan sido por teólogos y escritores de todos los siempos.

* * *

LA FIRMA DE COLON

.s.

.S. A .S.

X M Y

Xpo. FERENS.

Limitémonos por el momento a Xpo. FERENS.

Dice así, el Sr. A, Jal, Jefe de la Sección Histórica de la Marina Francesa:

CRISTOBAL cambiado en CRISTOFERENS (llevando la cruz, tropo místico difícil de traducir) es una transformación muy propia del carácter piadoso del que fué a buscar un mundo y pueblos descono­cidos para llevarles la ley de Cristo. No sé si el pintor Estradano, del cual he visto en la Biblioteca Laurenciana de Florencia un dibujo que representa a ‘Colón sobre su carabela, conocía la firma de CRISTO- PHORO; pero ha colocado al Almirante de pie en el puente, delante del castillo de proa, con ¡los ojos levantados hacia el cielo y apoyado en una bandera que ostenta el crucifijo, “CRISTUMFERENS”.

Es decir: que se toma el CRISTOFERENS por un TROPO mís­tico difícil de traducir; pero que se supone quiere decir: LLEVAN­DO LA CRUZ.

Vamos primero a analizar la palabra TROPO, ya que nosotros también convenimos en el TROPO MISTICO.

TROPO según el diccionario, es el empleo de las palabras en sen­tido figurado. EL TROPO comprende la SINECDOQUE, la METO­NIMIA y la METAFORA.

SINEDOQUE es tropo que consiste en extender o restringir la significación de las palabras, tomando la parte por el todo o vice­versa, el género por la especie o al contrario, la materia de que está hecha una cosa por la cosa misma; v. gr. MIL ALMAS por MIL PERSONAS; el hombre por toda la ESPECIE HUMANA; el acero por la ESPADA.

METONIMIA, también es TROPO, que consiste en designar una cosa con el nombre de otra, tomando el efecto por la causa o vice­versa: el autor por sus obras; el signo por la cosa significada.

METAFORA en retórica, es igualmente TROPO, que consiste en trasladar el sentido recto de las voces en otro figurado, en virtud de una comparación tácita y también ALEGORICA en que unas palabras se tomen en sentido recto y otras en figurado.

Probablemente, alguno de nuestros lectores considerará lata esta disquisición; pero como nuestro objeto es alejarnos todo lo posible de las innovaciones, queremos dejar sentado que nos apoyamos en. consideraciones agenas, no tan sólo para convenir en lo que otros han supuesto, sino que también para dejar bien atados los hilos de la ex­presión de la palabra, puesto que de ella hemos de sacar la conclusión de que el insigne marino ha dejado constatado en su firma su origen, y esto precisamente con un simbolismo, que ya otros anteriormente han observado.

El insigne, cuanto desventurado poeta sevillano Rvo. José Blanco, en el interesantísimo periódico que comenzó a publicarse en Londres,- bajo el título de VARIEDADES o MENSAJERO DE LONDRES, periódico trimestral, al dar cuenta de la publicación del Códice diplo­mático hecho por decreto de los Decuriones de Génova y traducido en Inglaterra, se manifiesta también conforme con la explicación que de la antefirma de CRISTOBAL COLON hace Juan B. Spotorno.

“La última palabra de esta cifra, es claro que significa CHRIS- TOBAL, aunque muestra el poco saber latino de su autor. La X y la p, son las dos primeras letras con que CRISTO se escribe en griego.

 

Es decir: que aún en griego el Xpo de la firma es defectuoso.

Pues bien; leamos en documentos antiguos gallegos esta contrac­ción de CRISTOBO que es como se escribe en gallego Cristóbal, y la veremos también explicada de esta manera: Xpo.: (ant) Xpo-mono- grama de Cristo.

Para la comprobación remitimos al lector al Diccionario gallego de Juan Cuveiro Pinol.

Tenemos pues ya a CRISTO expresado con un monograma gallego.

Nos resta ahora el FERENS, que según el Jefe de la Sección Histórica de la Marina, Sr. A. Jal, quiere decir en unión de Xpo, LLEVANDO LA CRUZ o el PORTADOR DE LA CRUZ de acuerdo con el TROPO MISTICO cuyo fundamento es sólo fruto del capricho, puesto que los analistas, no sólo expresan que el Xpo griego es irre­gular e imperfecto, sino que también la latina FERENS es inadmi­sible, porque ciertamente, el PHORO dp Cristóbal no es el FERENS de la firma de Colón.

Pero si tenemos el monograma gallego Xpo como CRISTO, tene­mos asimismo en galaico el adjetivo FERENDARIO que no existe en el griego, ni en el latín, ni en el castellano y que en el gallego antiguo equivale a decir PORTADOR DE NOTICIAS, de lo que se deduce que Colón al abreviarlo en FERENS, quiso decir MENSA­JERO.

Y   este MENSAJERO DE CRISTO lo expresa en gallego, en su verdadero idioma, con la sola e insignificante variación en el sustan­tivo que latiniza, aunque la raíz de FERENDARIO sea también la­tina.

Sería pues, inútil, ir a buscar la incógnita en el laTín y menos aún en el castellano. De ahí las cábalas de los analistas y de los inves­tigadores y el asombro de los historiadores al tropezar en la lectura de los escritos de Colón con términos que no han acertado a expli­carse y que han interpretado a su antojo o que han confesado después de inútiles análisis que no entendían, como ha ocurrido con OSCU- RADA. TURBIADA, INGENTE (aplicada a la marea) ABALAR, CARATONA, AMAÑARON, ANES, MANADAS, ecta, que para un gallegro algo instruido en el vocabulario antiguo de Galicia no ofrecen dificultad y tienen claro significado.

La firma de Colón posee, pues, las tres aplicaciones del TROPO.

Participa de la SINECDOQUE, desde el momento que restringe la significación de FERENDARIO en FERENS; de la METONIMIA por que toma el signo por la cosa significada y retóricamente, hace uso de la METAFORA para expresar con una alegoría, tomando en virtud de una comparación tácita, una palabra en sentido recto y la otra en figurado.

Lo que, el signor Antonio Lobero, Irving y otros muchos no han sabido interpretar, incluyendo entre ellos al mismo Harrisse y a Spotorno, es de fácil aclaración, recurriendo al léxico gallego, que dá pruebas Colón de conocer tan ampliamente, haciendo en ocasiones un uso verdaderamente discreto del mismo para dejarnos conocer que pensaba y sentía en gallego y que del gallego se servía también para su firma, como hemos visto a poco que hemos profundizado el simbo­lismo de que se valió para certificar con elementos de su lengua na­tiva, que en Galicia se había mecido su cuna y que España era su patria.

. Pero no es esto solo. Ya hemos dicho que la Trinidad que invocó Colón en sus últimos viajes, era la Trinidad secundaria o sea la verdadera Trinidad gallega, y que nuestra presunción es cierta, va­mos a demostrarlo trasladando un párrafo de la obra de Asensio:

Dice así:

*’En la Revista del Norte de América, correspondiente al mes de Abril del año 1827, se indica, según dice Washington Irving, la sus­titución de lesue en lugar de Yosephus que no parece mal al docto historiador; aunque con perdón sea dicho, a nosotros nos parece de todo punto inaceptable, pues es repetición enteramente innecesaria y redundante la de Iesus, después de haber puesto Xristus, y desna­turaliza por completo la frase, aún hoy tan común en la boca del pueblo JESUS, MARIA Y JOSE. No tienen más explicación e inte­ligencia— añade Asensio—que las que le dió el padre Juan B. Spo­torno.

.S.

SALVAME .S. A ..S.

X M Y

CHRISTUS MARIA YOSEPUS

o sean las primeras y últimas letras’empezando por las de abajo de la Trinidad gallega.

Fíjense nuestros lectores que buscamos testimonios de historiado­res que no pueden ser refutados, puesto que Don José María Asensio, fué Director de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras y co­rrespondiente de la de la Historia,

Hacemos esta advertencia para que no se alegue que nos valemos de apreciaciones de autores desconocidos para hacer fuerte nuestra tesis.

La firma de Colón es pues enteramente gallega, toda vez que en conjunto significa lo siguiente:

.SALVAME.

.JESUS. MARIA. JOSE.

MENSAJERO DE CRISTO.

Porque, efectivamente, como mensajero de Jesús se declara en sus escritos, haciendo uso de distintos simbolismos propios de su carácter piadoso, puesto que como muy bien dice el Sr, Jal, tenía el convenci­miento que iba a buscar un mundo y pueblos desconocidos para llevar­les la ley de Cristo.

Aquí volvemos a requerir a los impugnadores para que destruyan nuestros argumentos, siempre que para contrarrestarlos, nos demues­tren que la significación es otra, no con palabras vanas, sino con hechos y pruebas, conforme a la demostración que nosotros presen­tamos.

 

Y   si lo apuntado no fuera bastante, vamos a concretar nuestra teoría con más fundamentales razones:

FERENDARIO en gallego, es igual a MENSAJERO; del latín MISSATICUM (mensaje) voz derivada de MISSUS (enviado).

Ya hemos visto que Xpo en gallego, tal como aparece eti la firma simbólica de Colón, es CRISTO, de igual manera que lo es IHU para JESUS y IHUXPO para JESUCRISTO.

Colón pues, no tomó la fórmula griega Xp, sino la gallega Xpo. Esto no admite disensión, ni alegato de mala interpretación, como lo han supuesto algunos comentaristas.

En cuanto al FERENS complementario, no es tampoco un giro latino sino una contracción del gallego FERENDA (mensaje).

El desconocimiento que de la paleografía diplomática tenían los escritores que se dedicaron al estudio de la simbóliea firma, fué la causa de estimar el Xpo Ferens, como una caprichosa interpretación del Christophoros, del legendario mártir sirio Cristóbal, presunción por otra parte bastante aceptable a falta de argumentos más ra­cionales.

Para aclarar pues, Jas razones que nos mueven a declarar galleguí­sima, la firma de Colón, hemos de hacer observar, que lo que se ha su­puesto S .final de FERENS, es sencillamente una D, según puede com­probarse en muchos documentos y códices del siglo xv y en obras de paleografía, como las del P. Burriel, Andrés Merino, Muñoz Rivero y otras dedicadas a tan interesante eomo difícil estudio.

La confusión, por otra parte ha sido disculpable, puesto que la se­mejanza es tal, que los pendolistas de la edad media, se veían en la necesidad de determinar ambas consonantes con ciertos distintivos, para evitar la confusión.

Colón que dió pruebas de conocer hasta los más nimios detalles de nuestro léxico, determina perfectamente ambas letras y así vemos, que en la antifirma, la S superior y las dos siguientes inferiores ex­tremas, llevan una doble puntuación, particularidad que no se ob­serva en las restantes siglas.

La S o mejor dicho, la D final de FEREND, carece como es consi­guiente de la puntuación; pero ostenta en la parte superior, una lí­nea vertical ascendente, que denota el metaplasmo o contracción de !a palabra significativa, uso que se convirtió en abuso por el uso in­moderado que los antiguos hacían de este defecto gramatical y que tanto contribuyó a la corrupción de la escritura en el siglo de Colón y los siguientes.

El significado es por lo tanto, claro y preciso, y si no en la firma, en la antefirma, hemos de admirar la sagacidad de Spotorno que fué quien interpretó la primera S superior por SALVAME y por JESUS MARIA Y JOSE de la Trinidad gallega, las restantes combinaciones de siglas, conforme nosotros también lo hemos interpretado.

Quedaba pues, pendiente de aclaración, la incógnita más impor­tante, o sea la interpretación racional de Xpo FEREND, incógnita en la que se estrellaron los esfuerzos de los filólogos y én cuyo error sigue incurriendo, con las variantes de rigor, el arzobispo electo de Santiago, según un trabajo recientemente publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia.

 

El señor arzobispo, incurre en errores de bulto.

Apartándonos que cita como justificante, el testimonio apócrifo de Colón, el monograma de CHRISTUS a que hace referencia, si bien es cierto que en epigrafía es XS., no lo es MAS para MARIA y mu­cho menos UIOS para HIJO.

No es tampoco cierto, que Colón haya latinizado la segunda parte del nombre (1), porque FERENS no es PHORO, y en cuanto al equivocado conocimiento que tiene del griego, lo demuestra al inter­pretar Xpo por CRISTO, siendo también inadmisible el conocimiento que de aquella lengua dice tenía Colón, puesto que en ninguno de sus escritos hay indicios que justifiquen tal aseveración.

La aclaración pues, dei simbolismo de la firma de Colón, la concep­tuamos importantísima, porque representa un valiosísimo certificado de su oriundez galiciana y demuestra que, solamente con el auxilio de la lengua gallega, se puede interpretar el elevado concepto religio­so que de sí mismo se formó el Almirante al titularse MENSAJERO DE CRISTO, porque por EL se creía inspirado, para llevar la Fe y la Salvación, al mundo gentil e ignorado que habían profetizado los Padres del Cristianismo.

. (1) Para poder apreciar el equivocado concepto que de la firma de Colón tenían y tienen

nuestros comentaristas, citamos el párrafo de una carta que Don Nicolás de Azara escribió a Don Juan Bautista Muñoz desde Roma, el 12 de Febrero de 1784:

«Repare Vd. — decía — en el Triodo de firmar t medió en latín, medio ttt griego, — refirién­dose a la copia de una carta de Colón que le enviaba — que huele a la pedantería de aquél siglo»,

 

CAPITULO VIII

EL CODICE COLOMBO AMERICANO

Las copias entregadas a Nicolás Oderigo. — Un breve y gratis viaje a Génova. — La sala del palacio Ducal. — Columna y busto conme­morativo.— A. Jal, cicerone y jefe de la sección histórica de la marina francesa. — El cofre, él “Códice” y la barjata de cordo­bán. — Lluvia de documentos. — Las aventuras de los Códices. — El milagro de la reproducción. — Mercaderes o falsarios sin es­crúpulos. — Génova se había olvidado del descubridor. — Otra vez Casoni en danza. — Reacción patriótica en Italia. — Harrisse, el “Códice” genovés y el violín de Paganini,

De las noticias que nos han trasmitido los historiadores, se des­prende que Colón hizo un traslado auténtico y autorizado, de todos los documentos relativos a las gracias, privilegios, donaciones y títulos que había obtenido, cuyos originales tenía y quedaron en poder de Fray Gaspar Gorricio, monje de la Cartuja de Sevilla, que fué uno de sus más constantes amigos y fieles cumplidores de su voluntad.

Se asegura que fueron dos las colecciones de copias que Colón or­denó trasladar de los originales, las cuales se sacaron por ante nota­rio, y previa licencia de los alcaldes de Sevilla, Esteban de la Roca y Cristóbal Ruíz Montero.

Ignorábamos que para sacar unas copias y aún para testificarlas, se necesitara, a principios del siglo xvi, la autorización de los alcaldes de la villa o corte en que se llevaran a efecto estos sencillos traslados. Comprendemos la intervención del notario si se quería legalizarlas en forma; si como se apunta, aquella formalidad era necesaria para los fines que perseguía el Almirante, que eran entregar una de estas co­lecciones al embajador de Génova en la corte de España, copia que encomendó a Micer Francisco Rivarola. La otra copia la conservó Colón en su poder; pero unos días antes de emprender su cuarto y último viaje, la entregó a Francisco Cataneo para que como la ante­rior, fuera entregada al embajador de Génova en España Nicolás Oderigo, sin duda y como nos lo advierten los historiadores, por si se terciaba cualquier contingencia.

Claro está que estas copias, se le entregaban al embajador de Gé­nova en España, para que por su conducto llegaran a poder de la Señoría. Representaba el testamento histórico que Colón legaba a su patria, temiendo, dada su avanzada edad y los peligros de aquél últi­mo viaje, que le sorprendiera la muerte en el camino, y por la misma razón, ya obraba también en poder de Fray Gorricio, el testamento

 

legalizado de que el mismo Almirante nos habla, en lo que ha dado en llamarse CODICILO, otorgado el día víspera de su fallecimiento, en Valladolid.

Y  ahora viene lo realmente raro, por no decir sospechoso. Nuestros lectores habrán supuesto juiciosamente, que la primera copia entre­gada por Colón a Rivarola y por éste a Oderigo, fué despachada como documento de Cancillería a Genova y si no la primera, por cualquier contingencia, cuando menos la segunda, encomendada al cuidado de Francisco Cataneo.

Porque ¿qué otra cosa quiere decir “póngalos en buena guardia” —• aunque testifiquemos con documentos apócrifos — “póngalos en buen recabado” ecta?

Además, en otra carta apócrifa a los Muy Nobles Señores del Ofi­cio de San Jorge, también les advierte que ha enviado a Micer Ode­rigo un traslado de sus privilegios y cartas, para que los ponga en buena guardia y ruega a los Muy Nobles Señores que los vean. De manera que para verlos, les tenían que ser entregados y el advertirlo, equivalía a decir, que se los remitía para que estuviesen bajo tan no­ble custodia. ‘

Pues bien; ni las primeras copias, ni las segundas, fueron a poder del Oficio de San Jorge. ¿Causa? ¡Chi lo sa!

Pero la historia nos dice que estos documentos tan preciosos estu­vieron en poder de los Oderigos en depósito, hasta el año 1670 que fueron entregados por Micer Lorenzo Oderigo, descendiente de Nico­lás, a la República de Génova.

Esto parece increíble; pero a falta de más aprsciables razones, hemos de aceptarlo como bueno.

Quizás nuestros lectores arguyan que al fin y a la postre, fueron a parar a los arohivos de la Señoría; y aquí sí que viene a pelo, aquel adagio de “que nunca es tarde si la dicha es buena” y aquel otro de que “vale más tarde que nunca” ecta. Pues no señor: una de estas fa­mosas copias de colecciones y la más completa, según los historiadores, fué comprada por orden del rey de Piamonte en el año 1816 en una subasta de objetos del conde Cambiasso, y ya en poder del rey del Piamonte, regalada por éste al Municipio de Génova. ¡Diablo!

¿Y la otra colección? Pues la otra colección, no se sabe por qué artificios fué a parar al Ministerio de Estado de París. Así lo afirmó Mr. Harrisse y que es cierto, lo demuestra que tengamos en nuestro poder, una ecpia de la copia de esa colección, con un sello de garantía que dice: “BEPTO DES ARCHIVES DES RELATIONS FXTres” que lleva al centro un águila con las alas medio desplegadas y arriba una corona al parecer real.

¿Pero, no habíamos quedado que Micer Lorenzo Oderigo, descen­diente de Nicolás, había entregado amba3 copias a la República de Génova?

Ciertamente que en eso habíamos quedado; pero no fué asi, o pa­rece que no fué así, y caso de ser así, salieron por embrujado encan­tamiento de los archivos de Estado de la Señoría. Como ocurrió esto, no nos lo dicen los historiadores, aunque los historiadores sepan tan­tas cosas.

Ahora si nuestros lectores no lo toman a mal, vamos a trasladar­nos a Génova. Es un viaje corto y gratis el que les proponemos, con el solo objeto de visitar una sala del Palacio Ducal. Nos acompaña el Sr. A. Jal, Jefe de la Sección Histórica de la Marina Francesa.

Hénos ya en la famosa sala, que no ofrece por sí particularidad alguna y su decoración sencilla, a primera vista, nada tiene de nota­ble. En esta sala o salón, nos advierte el Sr. Jal que es el lugar donde delibera el consejo de Senadores. Una gran mesa cubierta de holgado tapete verde; varios sillones; una triple urna para las vota­ciones; un busto del rey bastante mediano… y un pequeño monu­mento consagrado a Cristóbal Colón, es todo lo que comprende el mueblaje y adorno de la estancia.

Claro está, que a nosotros lo que nos interesa es la columna y el busto de Colón. La columna es corta, adornada de follajes y tiene esculpida una inscripción latina, grabada con elegancia, que anuncia al visitante, que en un cofre que sirve de base a la imagen del Descu­bridor, se guardan papeles y cartas importantes para la historia del scopritor dell’América.

También nos lo dice el Sr. Jal, que con el auxilio de un amable empleado, procede a abrir la puerta del cofre que es de bronee: lo demás, busto y columna, es de mármol. La efigie marmórea del Al­mirante, si nos atenemos a los retratos que nos describieron sus con­temporáneos, incluso su hijo Don Fernando Colón, tiene el parecido que puede observarse entre el huevo y la castaña, aunque haya sido esculpida por el Sr. Peschiera.

Abierto el cofre, sale a luz el tesoro que encierra. Es un códice escrito en español sobre pergamino y su tamaño es de folio pequeño. La cubierta es de cordobán rojo, con dos corchetes de plata a cada lado. Está encerrado en un estuche o saco de piel, que tuvo un tiempo cerradura de plata, según lo dice una de las cartas autógrafas de Cristóbal Colón, agregadas al manuscrito. La cerradura ha desapa­recido, pero nos queda el consuelo de admirar las huellas que ha deja­do en el cuero.

Pongamos ahora atención, que el Sr. Jal nos va a mostrar alguno de los documentos que, formando libro, se guardan en el saco de cordobán.

Abierto el Códice, lo primero que se ofrece a la vista es una carta original de Felipe II, rey de España, al Dux de Génova Octavio Ode­rigo, felicitándole por su elección. La carta lleva fecha 6 de No­viembre de 1566, y aparece firmada así: “Yo el Rey” y autorizada por G° Pérez. El Sr. Jal saca calco de estas dos firmas, cuyos carac­teres, dice, que son muy interesantes. Desde luego que no se nos al­canza qué tendrá que ver la carta de Felipe II a Oderido, el Dux, con el descubrimiento de América. Probablemente lo mismo opinan nues­tros lectores; pero lo cierto es, que esa carta está incluida en el Códice. (1)

Después de la carta de Felipe II, hay una hoja de pergamino con una nota de Lorenzo Oderigo, en la que refiere el donativo que este descendiente de Nicolás, hizo a la República en el año 1669 de aquél

(11 KsU’ documento. ya es sospechosísimo, porque Felipe II no se significó ciertamente por los autfigrnfos. Por la tunta; o representa una gracia verdaderamente excepcional, o es otra de tantas invenciones con que se ha querido sorprender ln buena fe del público.

 

volumen, que contenía las cédulas enviadas por Cristóbal Colón en 1502 a su confidente. Esto, a nuestro entender es importantísimo, porque denota que el que sustrajo los documentos de los archivos de la Señoría, no se preocupó poco ni mucho de este detalle que en todo tiempo lo denunciaba co-rao ladrón de documentos de Estado. Ahora bien; si el Códice estaba entre los objetos que pertenecieron al conde Cambiasso, sobre éste aparentemente, debe caer toda la responsabili­dad de la desaparición de aquellos interesantes documentos.

Viene enseguida el frontis, en letras negras y rojas, con arabescos a pluma y de carácter gótico, que según el Sr. Jal es un trabajo menos que mediano; en cambio el Sr. Harrisse ha dicho que es una pre­ciosidad.

Después de la portada se encuentra el sello de Colón, el que usó cuando después del descubrimiento, obtuvo las dignidades de Almi­rante, Virey y Gobernador de las Indias.

La tabla de los documentos contenidos en el Códice, precede inme­diatamente a aquéllos, que ocupan 42 hojas numeradas en un solo lado. Describirlos uno por uno, sería una tarea engorrosa y que a nada en realidad conduce. A la vuelta del folio 42, se ha añadido la bula del Papa Alejandro VI, referente a la línea de de-marcación tirada en provecho de los reyes de España. Un alegato del Almirante defendiendo sus derechos, fundados en los privilegios que le fueron concedidos; después otro escrito que es un comentario de las capitu­laciones entre el rey Don Fernando y Colón antes de emprender el famoso viaje. Una carta de Colón al ama del príncipe don Juan, heredero de la corona. Esta carta forma el número 44 del manuscrito. A continuación dos cartas autógrafas del Almirante: la primera diri­gida al embajador Messer Niccolo Oderigo, escrita desde Sevilla, el 21 de Marzo de 1502; la segunda fechada también en Sevilla; pero el 27 de Diciembre de 1504, escrita al mismo Oderigo, y las dos se refieren a la remisión que hizo del traslado de sus cédulas y provisio­nes reales a aquel Niccolo, su amigo. También una carta de los seño­res del Oficio de San Jorge y la carta de gracias de estos señores al Descubridor, muy enaltecedora por cierto.

Hemos dicho en un principio, que las copias sacadas o mandadas a sacar por Colón de sus más importantes documentos, fueron dos; pero he aquí que por noticias posteriores, nos enteramos que no fueron dos, sino cuatro las copias que se hicieron de los documentos que guardaba Fray Gorricio del Monasterio de las Cuevas de Sevilla. Pa­rece ser que otra de las copias la dejó depositada en el monasterio de la Cartuja juntamente con los originales, y que la otra, la llevó a las Indias Alonso Sánchez Carvajal.

De esas cuatro copias, tres fueron hechas sobre pergamino y una sobre papel. Esto puede verse en’el certificado notarial que aparece incluido en el Códice genovés (infra pag, XXXIX). También sabemos que la copia escrita en papel, fué la que llevó a las Indias Alonso Sánchez Carvajal. Este Carvajal salió para Santo Domingo el 13 de Febrero de 1IÍ02 llevando la copia del Códice en papel, y los historia­dores suponen que fué destruida por el anobio o la polilla a través del tiempo.

Otra de las copias en pergamino, se supone sea la que Baldassare Colombo, de Cuecaro, pretendiente a la herencia del Almirante, pre­sentó al Consejo de India,3 en Madrid el 12 de Enero de 1583 y por lo tanto, según los historiadores, la copia que había permanecido en la Cartuja de las Cuevas de Sevilla. La descripción de este Códice pre­sentado a los jueces del pleito, es como sigue: “Un libro encuader­nado en que están trasladados los privilegios del Almirante, sacados en Sevilla, en 5 de Enero de 1502, y parecen signados de Martín Ro­dríguez, escribano público de Sevilla (Memorial del Pleito f.° 198).

Así pues, ya sólo nos quedan las dos copias de los Códices enviados a Génova, y que llegaron, se demuestra por una de las cartas autó­grafas de Colón que existen en la Colección Colombina, que dice: “Miscer Francisco dice que todo llegó allá”.

Pues bien: ¿se explican nuestros lectores que una de estas copias apareciese en manos de Baldassare Colombo en el año 1583? Porque ya sabemos que los Oderigos conservaron en su poder las remitidas a Nicolás por Colón, hasta el año 1670 que el sucesor Micer Lorenzo Oderigo, las donó o entregó en depósito a la República de Génova.

Por lo tanto Baldassare Colombo, poseía la que había quedado en el monasterio de las Cuevas escrita sobré pergamino, puesto que la escrita sobre papel, la había llevado a las Indias Alonso Sánchez Carvajal.

Pero ahora resulta, que un señor Edward Everett, adquirió en Florencia el año 1818 otro Códice escrito sobre pergamino en cuya primera página se leía: Treslado de las Bullas del Papa Alexandro VI de la Concession de las Indias y los títulos, privilegios y cédulas reales, que se dieran a Cristóbal Colón.

Desde luego que éste, no es el que Baldassare Colombo presentó al Consejo de Indias, porque aquél, según los autos del pleito, en su título, estaba concebido así: TRASLADO DE LOS PRIVILEGIOS DEL ALMIRANTE, SACADOS EN SEVILLA EN E DE ENERO DE 1502. Además y según es costumbre, quedaron incorporados al protocolo del pleito que fué laborioso y largo.

Esto es un verdadero imbroglio y mayor todavía si tenemos en cuenta que en el Códice Colombino de Génova, además del traslado de los privilegios, bula, ecta, contenidas en las copias, hay una carta de Colón a la nurse del principe Don Juan; que consta de diez páginas; dos cartas autógrafas de Colón a Nicolás Oderigo escritas en papel, y que forman parte del Códice; la carta réplica de los magistrados de, San Jorge a Colón y un famoso dibujo en papel que es un simbolismo del Descubrimiento; una ridicula apoteosis que muy concienzudos his­toriadores lo dan por genuino, esto es: como obra pictórica hecha por manos del Almirante.

De lo que resulta:

Que en Génova existen o debieran existir dos copias.

Que en el ministerio de Estado de París hay otra.

Que Baldessare Colombo conservó otra en su poder.

Que el Sr. Edward Everett, poseyó o poseía otra.

Total: cinco copias en pergamino y adiciones de documentos, con­tra tres sacadas en pergamino, si. son ciertas las particularidades de las cuatro copias de que hemos hablado, dejando de mencionar la sa­cada en papel, porque ninguna de las que hemos venido barajando, se cita como tal.

Si aceptamos las coincidencias, resultaría que en Génova no hay más que una y que la otra será seguramente la que está en el Mi­nisterio de Estado de París y que la de Baldassare Colombo, es la que adquirió Mr. Edward Everett en Florencia el año 1818. De alguna manera hay que resolver la incógnita.

Y   ahora en buena crítica, nos preguntamos: ¿Unos documentos sustraídos de los archivos de Genova, de los cuales reaparece uno en circunstancias verdaderamente excepcionales, ciento cincuenta años después, con documentos intercalados, merecen ser considerados como genuínos?

¿Un documento o libro de documentos que aparece en posesión de un interesado en la herencia del Almirante, que consta no le fué remi­tido a él ni a sus antecesores, es también digno de la consideración de la crítica?             ■

¿Un Códice que contiene los mismos documentos y que aparece en los Estados Unidos de América con la observación de haber sido ad­quirido en Florencia, después de trescientos años, es también admisi­ble y puede reconocerse como legítimo?

¿Un Códice, que no se sabe cómo, ni cuándo, ni por qué conducto aparece en un archivo extranjero, es también pieza de convicción para una afirmativa?

¿Quién acredita que las copias de los Códices donadas por Lorenzo Oderigo en 1670 son los mismos o uno de los mismos con que obsequió el rey de Piamonte al Municipio de Génova el año 1816?

¿Quién puede afirmar que todo esto no es obra de una misma mano interesada en mistificar los hechos con el auxilio de la ciencia diplo­mática, y perfecto conocimiento de los datos históricos, anteriores al siglo XIX?

¿Tenemos los originales de esos Códices que Colón confió a la amis­tosa y confiada custodia de Fray Gorricio y que debían hallarse en el monasterio de las Cuevas de Sevilla?

Al tratar de descifrar el enigma, posiblemente iríamos muy lejos en nuestras inculpaciones, porque decididamente hubo interesados en constatar por todos los medios hallados a su alcance, la nacionalidad genovesa del Almirante.

Y  si esto es evidente, nuestras sospechas deben recaer en los histo­riadores italianos o en mercaderes y falsarios sin escrúpulos. Acepte­mos la primera suposición. El siglo xix fué fecundo en contradicciones históricas y el apasionamiento llegó a su más alto grado. Por otra parte, es del dominio público que muchas de las actas italianas son apócrifas. Apócrifos son la ridicula apoteosis de Colón, que se le atribuye al propio descubridor, el testamento militar y otros muchos escritos supuestos del insigne revelador del Nuevo Mundo.

Había, pues, interesados en demostrar lo que no podían constatar, por carecer de pruebas: por exaltación patriótica o amor propio y una marcada rivalidad de profesión.

Esto es innegable. Los falsos, testimonios se prodigaron con tal profusión, que todo se mira con bien fundado reeelo. No somos nosotros

ios que hacemos tal afirmación; son los más ilustres biógrafos del Almirante.

Si fuésemos a creer al Sr. Altolaguirre, esos documentos por la sola circunstancia de carecer de original, ya serían inadmisibles a cuando menos de dudosa aceptación. Si el Códice hubiera aparecido en Pontevedra, a tales horas estaríamos aún desconcertados por la for­midable rechifla. ¡Debilidades de apreciación!

Pero volvamos a nuestro asunto. Decíamos que ante cualquier ■ sospecha de mistificación, ésta debía recaer necesariamente sobre los historiadores italianos.

Historiadores italianos hubo muchos. Pasemos una ligera revista a los más conocidos. Gallo, nada dijo en concreto y hasta se contra­dice con Giustiniani en lo de si era tejedor o cardador. Foglieta co­pió a Gallo y Giustiniani, y Senarega y Trivigiano, nada nos dicen; absolutamente nada, que pueda llevar al ánimo el convencimiento de que Colón fuese italiano. Son sucesores de Gallo: Giustiniani y Fo­glieta: saben mucho menos que aquéllos y aquéllos, como hemos visto, no solamente han podido asegurarnos nada, sino que se contradicen y hasta afirman que el descubridor del nuevo mundo, de acuerdo con las investigaciones de Olmet, nació en la Lusitania o Portugal. Nues­tros lectores pueden apreciar tan bien como nosotros el valor de tales declaraciones. Son compatriotas y coetáneos del Almirante que no conocen absolutamente nada de su vida y que para colmo de infun­dios, ni aún asegurar se atreven, que Colón haya nacido en Italia.

Después de los escritores italianos, hablemos de Italia.

El hombre que había doblado el espacio de la tierra — dice un escritor contemporáneo — parecía no haber merecido de su patria que le votara una estatua. Génova, la ciudad de mármol, que hasta entonces no se había preocupado poco ni mucho de Colón, continuó siendo para él tan fría como sus paredes. La epopeya del dominador de los mares, no pudo suscitar un poeta en Génova por espacio de tres siglos. El país considerado como natal de Colón fué, de toda Italia, el que menos comprendía su grandeza. Las musas lo atesti­guan con su silencio.

El Florencia: Datti, Strozzi y Guatterotti, celebran a Colón en sus versos. En Verona: Lavezzola, Tortoletti y Rosa-Morando, templan la lira en su honra. En Boma: Stella, Carrara, Somma y Bartolo- mei, publican poemas para su gloria. En Venecia: Quirini; en Mó- dena, Testi; en Plasencia, Stigliani; en Gubbio, Benamati; en Jessy, Giorgini; en Savona, Salinero; en Brescia, Gambarra; en Foggia, Forleo; en Cremona, Bellini; en Bolonia, Vanti; cantan en diversos tonos a la India conquistada, al Nuevo Mundo, a Colón y hasta al Océano, como Alejandro Tassoni; pero en vano se busca en Génova al más insignificante poeta inspirado por Colón. Génova no siente al grande hombre. ¡Genova no es su patria!

Transcurren los años y ya bien adelantado el sigio xvni, aparecen en escena Casoni y Muratori. El primero escribe en el año 1708 los Annali della República de Genova e inventa la vida y milagros de Colón. Es el creador de la historia del Almirante que conoce todo el mundo; que se divulgó por todos los países y que aún subsiste en escuelas e institutos y que han copiado todos los historiadores con

 

una ligereza que atestigua hasta donde puede llegar la credulidad y la inventiva. Casoni, es la leyenda, el falso dogma petrificado, al decir de Altamira. La idolatría del libro, tuvo pues su origen en los Annali della República de Génova.

‘Casoni tuvo relaciones con Muratori y éste fué un célebre historia­dor y arqueólogo italiano. Se dedicó a descifrar manuscritos y tuvo a su cuidado los archivos y bibliotecas del palacio ducal, por encargo del duque de Módena. Toda su vida estuvo consagrada a las pro­fundas investigaciones acerca de los orígenes históricos y las anti­güedades de su patria. Así pues, si el Códice o Códices que Lorenzo Oderigo donó a la República de Génova, es un suceso incuestionable, Muratori y también Casoni, tuvieron en sus manos las famosas copias de los documentos colombinos.

No queremos complicar a Muratori, autor de Rerum Italic y An­nali d’Italia, en nuestras sospechas; pero es indudable que a su som­bra, Casoni que ha demostrado una desaprensión inconcebible, fué a nuestro juicio el autor de cuantas mixtificaciones observamos, tanto en los documentos como en la historia.

Aparte de los despropósitos que tomó de Benzoni que escribió la Historia del Mundo Nuovo, dada a la estampa en Venecia el año 1572, en cuya historia dice que Colón se presentó en Génova el año 1485 proponiendo a la Señoría que si ésta le facilitaba algunos na­vios, se comprometía a internarse en los mares fuera del estrecho de Gibraltar y navegar hacia el Poniente para circundar la tierra y lle­gar a los países donde sa daba la especiería, aparte de éste y otros muchos despropósitos, que no son del caso mencionar aquí, buscó con afán en los archivos de la República, datos para constatar la oriundez genovesa del Almirante, lo que desde luego no pudo conseguir; pero para convencernos de lo contrario, habla de ciertos documentos que no determina ni cita, y que no pueden ser otros que los apócrifos in­tercalados en el Códice Colombino, que por este tiempo desapareció de los archivos genoveses para ir a parar a manos, uno, de Cambiasso y el otro, sabe Dios por qué contingencias, al Ministerio de Estado de París o a manos de Mr. Everett, que lo adquirió algunos años más tarde en Florencia.

Y   conste que esta acusación es la más benévola, puesto que ya no tratamos de investigar la razón de haberse multiplicado las copias de los códices, sino que dando por apócrifo el certificado intercalado en el Códice Colombo – genovés, que da razón de los cuatro ejemplares, y cuyo certificado no consta en el Códice existente en París, hacemos la gracia de aceptar para la demostración, las únicas dos copias de que habla Colón en la carta o cartas autógrafas dirigidas a su amigo Nicolás Oderigo. Tampoco pedimos explicaciones en cuanto a la ce­rradura de plata que falta en el saco de cordobán, que guarda oí Códice depositado en la sala de deliberaciones del palacio ducal de Génova.

Como hemos visto, hasta la aparición de Casoni en escena, la in­diferencia genovesa por Colón, no podía ser más fría ni más sospe­chosa.

De repente todo cambia. Muratori, el notabilísimo arqueólogo ita­liano de que hemos hablado, no tiene empacho en copiar a Casoni en

 

su celebrada obra Annali d’Itailia, vol. IV parte II, pág. 268; obra que fué dada a la estampa en Roma el año 1787, y Tirabosehi tam­poco tiene escrúpulos en afirmar apoyándose en Casoni, que los ante­cesores de Colón habitaban en Terra Rosna, a poca, distancia de Nervi.

Desde este punto y hora, Casoni y<a es el ídolo de los historiadores y ante las rotundas afirmativas del invencionero, que diría Oviedo j Arce, biógrafos, poetas y escritores, grandes y pequeños, se dedican a divulgar la oriundez genovesa o italiana del Descubridor en una magnifica reacción patriótica, cuya propaganda se extiende por todas las fronteras.

El genovés Lorenzo Costa ya pulsa la lira para enaltecer a su compatriota y su célebre poema “Cristóbal Colón” alcanza notable popularidad. Luis Grillo, de la marina sarda, imprime la historia de los Ligurios ilustres; el abate Gavoti, hace un elogio de Colón; Conti, emprende la discusión relativa al lugar donde nació el héroe; Beta, publica la Vida de Cristóbal Colón y el comendador Canale, redacta una historia del Almirante.

Más tarde, el sabio franciscano Monseñor Fannia da Rignano, obis­po de Potenza y Marsica, hace imprimir en Roma, varias observacio­nes acerca de Cristóbal Colón. El marqués Antonio Brignole – Sales, encarga a su compatriota el escultor Raggi, una estatua del Almiran­te; Monseñor Stefano Rossi, imprime, en Roma, una biografía y Tulio 1″) ándalo, publica los Siglos de Dante y de Colón. Monseñor Luis Co­lombo, de los condes de Cúccaro, escribe su libro: Patria y biografía del Gran Almirante y en Roma, el Decano del Sacro Colegio y veinti­cuatro cardenales, dan testimonio de su interés a favor de la rehabili­tación de Cristóbal Colón.  •

El arzobispo de Génova, Monseñor Andrés Charvaz, hace un elogio del célebre navegante; delante del Rey, de la Corte, del Cuerpo diplo­mático y de inmensa afluencia de extranjeros, con motivo de la inau­guración del ferrocarril que enlaza Génova con Turín. El padre Ven­tura de Raulica, habla de Colón en su célebre obra La Mujer Católica. Una historia de Cristóbal Colón publicada en París, es inmediatamen­te traducida en Italia; el poeta Contini, publica una poesía en honra de Colón. En Génova. el abate Sanguineti, se enfrasca en una polémi­ca con Lorgues y la Civilta Católica de aquella ciudad, tercia también en la discusión. El padre Isnardi, que afirmaba poseer en Savona una pieza de tierra que había pertenecido al padre de Cristóbal Colón, anuncia que levantará allí un cipo de mármol con inscripción conme­morativa. Juan Bautista Torre, compone su Historia popular de Cris­tóbal Colón. Ascoli, también escribe sobre el mismo asunto y en Pla­sencia, sale a luz, sin nombre, una obra relativa a la verdadera patria del Ahnirante. El padre Marcelino Civezza, hace un magnífico elogio de las virtudes de Colón. El comendador, Antonio Dondero, de Ferra­ri, ecta, ecta, se ocuoan en diferentes sentidos del Descubridor, en una no interrumpida série de años, y en un número increíble de libros, his­torias. artículos, oraciones y elogios cuya ordenación sería empresa imposible acometerla en nuestros días.

Nada hemos dicho de otros escritores, historiadores, poetas y bió­grafos, españoles y extranjeros, porque nuestro empeño se ha circuns­crito a Italia y particularmente a Génova.

A lo anteriormente expuesto, hemos de agregar que en el año 1821, después que apareció el extraviado Códice, se levantó a Colón el sen­cillo monumento de que ya hemos hablado y que no puede considerarse público, porque ya hemos visto que se alzó en la sala del palacio ducal donde celebraban sus sesiones los senadores genoveses.

Durante mucho tiempo, este pequeño monumento fué el único re­cuerdo que al inmortal navegante consagrara la que se titula su patria.

Muchos años después y movido el espíritu público por las crecientes discusiones, la municipalidad de Génova consignó una no muy generosa suma que se diga, para levantar en la plaza du Aquaverde el monumen­to que aún subsiste.

Por lo tanto, el Códice Colombo Genovés y Casoni, aparecen estre­chamente ligados en la gran farándula del genovismo del Almirante.

Códice y analista, son los responsables de ese tardío entusiasmo por la exaltación italiana del insigne descubridor .del Nuevo Mundo.

Del valor que ha merecido al sabio Harrisse, ese asendereado códi­ce que encierra tan valiosos documentos, algunos de los cuales coinci­den con los originales que se guardan en el archivo del duque de Ve­ragua; pero que nada significa para nuestro alegato, puede suponerse en la insistente declaración de aquél autor en todas sus obras, cuando dice que se conserva en la casa Ayuntamiento de Génova al lado del violín de Paganini.

El Sr. Asensio ya observó que alguna intención profunda deben tener estas ocultas palabras, cuando lo repite en cuatro de sus obras.

Y  que es cierto, vamos a demostrarlo:

En el libro titulado Don Femando Colombo, historiador de su pa­dre, que se imprimió en Sevilla el año 1871, decía en la página 200: Todavía hoy se le manifiesta a los extranjeros (se refiere al Códice Di­plomático) en el Ayuntamiento, DONDE ESTA CUIDADOSAMEN­TE CONSERVADO EN COMPAÑIA DEL VIOLIN DE PAGANINI.

En otra obra publicada en París tratando del mismo asunto y con notables ampliaciones, en el siguiente año de 1872, bajo el título de Femad Colom, sa vie, ses oeuvres, tampoco descuidó de poner en nota a la página 102 y refiriéndose al mismo Códice: C’est le volume relió en velours violet, qui se trouve encor dans la custodia de la munici- palité de Genes COTE A COTE AVEC LE VIOLIN DE PAGANINI.

Asimismo en la página 20 de la Introducción al tomo de Additíons a la Bibliotkeca Americana Vetustissima, que se estampó en Leipzig, en el mismo año de 1872, escribe: “La carta remitiendo el donativo y el Libro de traslados de cartas y otro de mis pt’ivilegios en una bar- 3ata de cordobán colorado con su serrada de plata, mencionado por el Almirante en su carta de 28 de Diciembre de 1504, están ahora guar­dados (menos la cerradura de plata) en una custodia en la casa Ayuntamiento de Génova, JUNTAMENTE CON EL VIOLIN DE PAGANINI.

Que es una manera muy política de llamar CANDIDOS a tantos y tantos escritores e historiadores que han tomado en serio la, barjata de cordobán y el Códice preciosísimo que encierra y no zaherir, al pro­pio tiempo, el amor propio de los sencillos y encantados genoveses.

 

CAPITULO IX

PROBANZA DE QUE EL ALMIRANTE Y SUS HERMANOS DON BARTOLOME Y DON DIEGO ERAN SUBDITOS ESPAÑOLES

Una riquísima fuente de indicaciones personales.—Reconocimiento oficial de la naturaleza española, de los Colones. — Documentos que lo atestiguan. — Distinción entre la “carta de naturaleza” y la «naturaleza de reinos”. — Comparaciones demostrativas. — Valiosa declaración de Isabel la Católica, que en “artículo mor- tis’ consigna que el descubrimiento de América, sólo fué obra de España y de españoles.

Que los biógrafos e historiadores de Colón, no se han tomado el trabajo de analizar concienzudamente sus escritos, riquísima fuente de indicaciones personales, que suplen con exceso las declaratorias directas, que en vano se buscan, porque siendo natural de España, no necesitaba seguramente emplear el adjetivo en su propio país para un reconocimiento que a nada conduela, podemos demostrarlo a poco que nos ocupemos de sus eartas, que son en realidad donde el descu­bridor por incidencias, declara su origen y determina su nacimiento.

Así por ejemplo, en la carta de Colón al ama del príncipe Don Juan, se expresa de esta manera:

«Yo debo ser juzgado como capitán que fué de España a con­quistar fasta las Indias a gente belicosa y mucha de COSTUMBRES Y SETA A NOS MUY CONTRARIA».

Hablando con exaltación de su descubrimiento, también se expre­sa de la siguiente manera:

“REGOCIJEMONOS así por la exaltación de nuestra fé, como por el aumento de bienes temporales, de los cuales no sólo habrá de participar LA ESPAÑA sino toda la Cristiandad”.

Y   en otra carta a los reyes, dice:

“Porque esta gente es muy símplice en armas, como verán vues­tras Altezas, de siete que yo hice tomar para LE LLEVAR A DE­PRENDER NUESTRA FABLA”…

Y  ya en otro lugar refiriéndose al castellano, se expresaba así: “Que en NUESTRO ROMANCE quiere decir Rey de Reyes”.

Y  agrega en otro escrito:

“ni se me cansar los ojos de ver tantas fermosas verduras y tan diversas de las NUESTRAS”…

 

Y   en otro lugar:

“y digo que vuestras Altezas no deben consentir que aquí trate ni faga pié NINGUN EXTRANJERO”…

En una carta de Cristóbal Colón a! magnífico señor Rafael Sán­chez, Tesorero de los Serenísimos monarcas católicos y traducida del español al latín por el literato Leandro de Cozeo, con fecha 25 de Abril de 1493, leemos lo que sigue:

“Hay además en dicha isla Juana, siete u ocho variedades de pal­mas, superiores a las NUESTRAS en su altura y belleza”…

Y  en otra parte:

“Cada una de estas islas posee muchas canoas de sólida y com­pacta madera aunque estrechas, parecidas no obstante en la longi­tud y forma a NUESTRAS FUSTAS, pero más veloces en su curso”…

Y   podríamos seguir aportando citas en que el pronombre posesiva resulta y que no es posible suponer indicación sin importancia, por­que si Colón era extranjero y llevaba poco tiempo de residencia en España, no podía seguramente atribuirse propiedades de cosas que sólo se le ocurren a un nativo para sus comparaciones.

Es original por otra parte que diga a los reyes que debe tratarse de que no haga pié en las Indias NINGUN EXTRANJERO. Esto no se concibe no siendo dicho por un natural, celoso de sus glorias nacio­nales y contrario a la ingerencia extraña.

Un extranjero tampoco llama al idioma que se ve obligado a em­plear NUESTRO ROMANCE y NUESTRA FABLA. Colón extran­jero, hubiera dicho: ROMANCE CASTELLANO y LENGUA DE CASTILLA.

Hablando de embarcaciones, tampoco hubiera dicho NUESTRAS FUSTAS que denota hábito de tripularlas y especialísima condi­ción de un barco de pequeño tonelaje de muy extendida aplicación en España.

Colón habla de árboles y vegetales de la península, y de las cos­tumbres españolas, que tenían que serle muy conocidas, lo mismo que las localidades y las costas y hasta los santuarios que cita en su Diario de navegación y en muchas de sus cartas.

Fauna, flora, moluscos, peces y cuanto se relaciona con el reper­torio físico natural de España, le es conocido y lo emplea para sus ultramarinas apreciaciones, con tal seguridad y claridad al mismo tiempo, que verdaderamente asombra. Un extranjero positivamente no puede hacer gala de tales conocimientos ni de tan exactas denomi­naciones. Negar esto, sería negar la evidencia.

Pero hay otras razones más aprecíables para considerar a Colón español, que son sus propias declaraciones.

Nosotros entendemos, que si Colón se declara español, no debe po­nerse en duda su origen. Si no emplea esas mismas palabras, hace uso de otras todavía más expresivas, puesto que en el memorial que para los reyes escribió en la ciudad de la Isabela el 30 de Enero de 1494 y que confió a Antonio de Torres en su segundo viaje, el Al­mirante se expresa así:      –

“Primeramente, dadas las cartas de creencia que lleváis de mi para sus Altezas, besaréis por mí sus reales pies e manos, e me en- comentaréis a sus Altezas COMO A REY E REINA MIS SEÑORES NATURALES, en cuyo servicio yo deseo fenecer mis días”

Colón llamando SEÑORES NATURALES a los reyes ¿no de.elara su origen español?

¿La declaración de su naturaleza, no es bastante para reconocerlo español?

¿Qué otras pruebas se necesitan para constatar su origen?

Y   si a esto, se agrega que los reyes en un documento tan impor­tante como es la Facultad a Colón para fundar Mayorazgo, lo decla­ran natural de sus reinos. ¿No es tampoco, prueba bastante para re­conocerlo español?

Si los Reyes Católicos dicen a Colón QUE A LOS REYES Y PRINCIPES ES PROPIA COSA HONRAR E SUBLIMAR A SUS SUBDITOS Y NATURALES ESPECIALMENTE A AQUELLOS QUE BIEN E LEALMENTE LOS SIRVEN ¿no es un reconoci­miento real de su españolismo? ¿No es esto suficiente? ¿Acaso no está claro?

Pero como nuestro objeto no es solamente afirmar que Cristóbal Colón era español, sino que lo eran también sus hermanos, vamos a continuar nuestras consideraciones, bien seguros que hemos de lle­var al ánimo del lector, el convencimiento de su españolismo.

En Castilla, cuando algún súbdito extranjero era favorecido con cargos públicos de reconocida importancia, solía hacerse constar su extranjería y las causas por las cuales los reyes le concedían la natu­ralización y el derecho de representar la encomienda u oficio, que en gracia a sus relevantes servicios, le dispensaban los monarcas.

Tomando entre otros ejemplos, el más indicado para nuestra de­mostración por corresponder a un extranjero que. se había significado grandemente, en los acontecimientos marítimos que siguieron al Des­cubrimiento, citaremos el caso del florentino Vespucio.

El documento que usamos para la testificación, pertenece al Archi­vo de Simancas y fué librado por la Reina D.a Juana en la ciudad de Toro, el 24 de Abril del año 1505.

Dice así, la parte más interesante de esa real Carta.                    ■

“Doña Juana por la gracia de Dios, ecta. — Por hacer bien y mer­ced a vos Amérigo Vezpucbe, florentín, acatando vuestra fidelidad e algunos buenos servicios que me habéis fecho, e espero que me haréis de aquí adelante, ñor la presente vos haa:o natural de estos mis reinos de Castilla e de León, e para que podáis haber e hayais cualesquier oficios públicos Reales e concejales, que vos fueron dados e encomen­dados, e para que podáis pozar e gocéis de todas las honras, gracias e mercedes, franquezas e libertades, exenciones, preeminencias, pre- rogativas e inmunidades, c todas las otras cosas, e cada una de ellas que podiéredes o debiéredes haber o gozar cual si fuérades natural de estos mis reinos e señoríos”. .. ecta.

Esta disposición real fué prevista para habilitarlo en el servicio de la Corona de Castilla y con Vicente Yañez Pinzón, fué nombrado capitán y encardado por el rey, de aprestar una armada para ir a descubrir el nacimiento de la Especiería.

Este mismo procedimiento se debía pues haber seguido con Cris­tóbal Colón, en el momento de firmar las Capitulaciones para el Des­cubrimiento.

Sin embargo; en tan importante documento, se da a Colón por natural de los reinos y señoríos de los Reyes Católicos, puesto que nada se advierte referente a su extranjería, sobre la cual ni la más mínima alusión se hace en los restantes documentos de los reyes, que en conjunto, forman un voluminoso legajo.

Ni una observación, ni una indicación, ni tan siquiera una alusión a su nacionalidad italiana. Todos los extranjeros notables de aquel tiempo, dejan rastros de su nacionalidad, ya en noticias, ya en cartas, ya en documentos reales. Fuera de las vagas e inseguras apreciacio­nes de los cronistas, no existe en las colecciones de los Archivos, un solo papel que nos permita cerciorarnos de la extranjería de Colón.

Esto es por demás curioso, raro e incomprensible.

Colón, por otra parte, ya hemos visto que dice bastante, y más que su hijo Fernando, que era el único que podía Ilustrarnos sobre tan interesante punto, y que escribe todo lo contrario de lo que debía y podía seguramente decirnos.

Si hubiera sido extranjero, hubieran quedado huellas imborrables. Siendo español, sería vano intento el buscarlas.

Anteriormente, otro Almirante de Castilla, se había proclamado natural de Génova y no obstante corresponder este hecho a una época considerablemente distanciada de la que nos ocupa, puesto que data del siglo xn, se supo y pudo demostrarse sin gran esfuerzo, que Ra­món de Bonifaz, el favorito de Fernando EL SANTO, había nacido en Burgos y fallecido en la misma ciudad él año 1252.

Bien es cierto, que Bonifaz lo hizo por petulancia y Colón quizás como medio propicio para poder realizar su gran hazaña.

Fernández Duro, que pudo haber sospechado como otros muchos, la falsedad del nacimiento en Italia de Colón, y que dice con énfasis que bien claro declaró el Almirante haber nacido en Génova, en el famoso mayorazgo o Testamento apócrifo, dice en su Nebulosa: “Si fueran a examinarse las pruebas que sirvieron a la ciudad de Génova para poner primero, en el año 1858, la lápida con inscripción en la casa de la calle Molcento, que se suponía habitación de Doménico Colombo, padre de Cristóbal; después para adquirir por igual concepto, en 1887, otra casa en el Carrogio Drito; si se pidieran a la ciudad de Calvi las que sirven de base a la inscripción puesta en 1886 sobre la presumida cuna del Almirante de Indias, en el Carrugio del Filo, y sucesivamente se revisaran las de Plasencia y otros pueblos de Italia que disputan esa cuna, no aparecerían más convincentes que las ale­gadas pnr el Municipio de Valladolid, para escribir: AQUI MURIO COLON.

La Riega haee también atinadas reflexiones que encontramos opor­tunas estampar, puesto que a este ilustre pontevedrés, se debe la recti­ficación histórica que reintegrará a España, toda la gloria del Des­cubrimiento.

“El tiroteo de documentos — dice La Riega —■ en parte desapare­cidos, entre los partidarios de las diversas localidades italianas, que alardean de ser cuna de Colón; documentos que ofrecen contradiccio­nes e incongruencias de bulto, me convenció, de que, en efecto, no era posible puntualizar aquella gloriosa cuna, y a la vez llamó mi aten­ción la singularidad de que, por escritores eminentes, sensatos y eru­ditos, embajadores, jurisconsultos, historiadores, catedráticos, ecle­siásticos de diferentes categorías, y hasta por sus hijos y herederos, no ya se pusiera en duda, sino que se desdeñase la aseveración del glorioso nauta, estampada en solemne escritura, de haber nacido en la ciudad de Génova, pues parece que una declaración semejante, de­bía ser acatada y creída por propios y extraños, sin vacilación de ninguna clase”.

Y    agrega a continuación: “Otra circunstancia especialísima con­tribuyó poderosamente a interesarme en la tarea de descifrar lo que presentaba aspecto de enigma; la profunda reserva de Colón sobre sus padres y parientes, que se revela especialmente en su testamento de 1498 (formalizado en 1502 y corroborado en el Codicilo de Mayo de 1506) — obsérvese que habla La Riega; — el propósito ñrme de ocultar los antecedentes de su vida, y el silencio absoluto que observó en sus dos familias, la legítima y la de su amante Beatriz de Enri- quez, así como con sus amigos, allegados y conocidos, en todo lo rela­tivo a dichos antecedentes, reserva imitada cuidadosamente por sus dos hermanos D. Bartolomé y D. Diego. Por más disculpas y atenua­ciones que he imaginado para explicarme un hecho tan excepcional, por más que he escudriñado la conducta y los actos conocidos del pri­mer Almirante de las Indias, mi entendimiento, escaso sin duda, sólo ha encontrado la solución, de que ese misterio envolvía un secreto guardado tenazmente”.

Efectivamente. Aún los que creían en el tan decantado TESTA­MENTO, rechazaban por intuición, la afirmativa de que Colón hubiese nacido en Génova.

Todo esto es verdaderamente extraño.

Y   no se arguya que estas discrepancias proceden de la remolina que se armó con motivo del cuarto centenario.

En una obra importante, como es la “Historia de la Marina Real Española”, que fué editada a mediados del pasado siglo, cuando nadie se ocupaba de discutir extremo de tanto interés y menos de asignar la cuna española de Colón, leemos lo siguiente:

“La verdadera patria de Colón, aun hoy ignorada, ha sido origen de tales controversias, de tantas opiniones discordes, tantas pruebas al parecer convincentes, y tales argucias, que si hoy se encontraran los más auténticos e innegables testimonios para dar a la cuestión un corte definitivo y terminante, aún había de costar trabajo destruir los argumentos, no ya de tal o cual historiador o comentador oscuro, o mal dirigido en sus fundamentos, sino de muchos y muy reconocidos sabios que a esta materia dedicaron inútilmente tantas y tan apre- ciables disertaciones”.

El párrafo no puede ser más elocuente; pero aún dice algo más sustancioso el anotador, para resistirnos a la tentación de copiarlo.

Continúa así: “En el presente caso, parecía regular que nosotros, orillando las dificultades, en fuerza de lo muy útil que sobre el asunto se ha escrito, cuando menos, consignáramos una opinión terminante, apoyada en testimonios verídicos que la hicieran, más que segura, res­peta ble. Veamos pues, si es posible que tal empresa echemos sobre nuestra conciencia crítica, teniendo en cuenta que, más que noveles ergotistas, aspiramos a la gloria de concienzudos historiadores”.

“Naturalmente debiéramos empezar en tal caso, por dar entero cré­dito al mismo Colón, cuando dice en su testamento que es NATURAL DE GENOVA y por lo mismo, dar por concluida la cuestión antes de comenzarla. ¿Pero será suficiente prueba la ya indicada, para des­preciar los argumentos y testimonios de cuantos manejaron la cues­tión, aún en su propia época? Nosotros creemos que no, porque el héroe que nos ocupamos, poseído de las rancias preocupaciones de su sigio, no ha querido nunca declarar franca y terminantemente la edad que tenía, ni la patria que le dió el ser, ni el oficio u ocupación de sus venerables padres”. „

“Haciéndonos cargo como rehuye la cuestión su hijo Don Fernan­do, cuya historia de su padre debemos a una traducción italiana, de la que se hubo de tomar la castellana, que hoy se ve en colección de Barcia, siendo harto raro que tan absolutamente hayan desaparecido todos los ejemplares de la historia original, no podemos menos que confortar nuestra opinión respecto del interés que manifestó el Almi­rante en ocultar las particularidades de su familia; interés que 110 puede fundarse más que en las preocupaciones humanas, que a veces rebajan por sí solas el concepto del hombre más eminente. Don Fer­nando rechaza como injuriosas las pruebas que autores italianos pre­sentan para manifestar que los padres de Colón se habían ocupado en oficios mecánicos; pero en cambio no pudo o no quiso justificarse con una limpieza de sangre o una carta ejecutoria, no dignándose tampoco declarar en qué pila había recibido su padre el primero de los sacramentos”.

“Respecto a las contiendas mantenidas entre los historiadores de las Indias, desde el cura de los Palacios hasta el mismo Prescot de nuestros días, no alargaremos las reflexiones; porque amigos unos del Almirante, otros parciales en pró o en contra, y no pocos mal orien­tados, si se ocuparon de saber la verdad, o no la publicaron, o no la comprendieron, o trataron de oscurecerla para dar pábulo y calor a las hablillas de los émulos. Dicen unos, que era hijo de un mercader de libros; otros acomodan a su padre el oficio de cardador de lana, en Génova varios le hacen descender de una familia ilustre de Plasencia que llevaba el propio apellido, y todos se pierden en conjeturas y pro­babilidades que no llevan el sello de lo más positivo”.

Para historiadores completamente libres de prejuicios, como los autores de la “Historia de la Marina Real Española” estas manifesta­ciones no pueden ser más juiciosas y desapasionadas. Que no creían a mediados del pasado siglo que Colón fuese genovés, queda demostra­do con lo que dicen respecto a origen y antecesores en el Capítulo I de su obra. “Aún se ignora hoy el verdadero lugar en que nació Cristó­bal Colón, así como se ignora también quienes fueron sus padres”.

Para que todo ese tinglado de argumentos falsos e inadaptables, que pacientemente se ha ido levantando, para hacer indiscutible la cuna genovesa del Almirante, sería necesaxño una declaración for­mal, una autenticación irrefutable; un documento como prueba testi­fical que no admitiera discusión o dudas.. . pero esto, se dirá ¿es

 

posible? Ya hemos visto que sí, ateniéndonos a las afirmaciones del mismo Almirante.

Una sonrisa de incredulidad habrá acogido quizás esta asevera­ción, que nadie se atrevió hasta ahora estampar en un escrito; incóg­nita que hubiera evitado una labor inmensa, colosal, inaudita a poco que la investigación apartándose del centro de atracción donde con­vergían todos los pensamientos, se desviara por derroteros secunda­rios tan útiles, como vamos a ver, y más eficaz a veces, que el mismo nacimiento de la fuente, donde en vano se buscan las verdades.

La verdad necesariamente había de hallarse en nuestros archivos- Enfrascarse en búsquedas estériles en un país considerablemente ale­jado de los acontecimientos, por la sola presunción que allí habían existido personas que llevaban un apellido, que NO ERA el de Colón; y por la sola guía de una vaga noticia escrita en sus obras por los cronistas del descubrimiento, que nada en concreto aseguraban ■ ni afirmaban, representaba una tarea sin fin y no obstante, allí fueron a estrellarse todos los esfuerzos y las voluntades, para fracasar en su empeño y hacer más difícil la reconstitución de un pasado oscuro, misterioso e indocumentado.

Hemos dicho, que todos los extranjeros que se significaron en Es­paña durante los siglos xv y xvi, dejaron rastro de su origen ya en noticias, cartas o cédulas reales. Que por lo tanto era incomprensi­ble que el Almirante fuera una excepción y que el solo hecho de que ni en las Capitulaciones para el Descubrimiento, ni en otros documen­tos de privilegios o escritos administrativos o de justicia, se hiciera constar extremo tan necesario como importante, y aún podríamos aña­dir, que INDISPENSABLE, era verdaderamente extraño.

Siendo así, hay que convenir que Colón no era extranjero o cuando menos que los reyes no lo tenían por tal.

El único testimonio existente que lo declara genovés, apareció muchos años después de su muerte. Y era un testimonio valiosísimo, porque en él, él mismo, Colón reconocía a su patria, que era GENOVA o la REPUBLICA DE GENOVA.

Ya hemos demostrado que ese documento o TESTAMENTO es apócrifo, tanto bajo el aspecto jurídico, como bajo el histórico.

Hemos demostrado igualmente, que otros documentos atribuidos a Colón, son falsos, ya combatidos y declarados artificiosos e inútiles por la república de las Letras.

Sabemos por otra parte que en Pontevedra, antes y después del descubrimiento, existían personas que llevaban el verdadero apellido del Almirante, todo ello constatado con documentos más valiosos y dignos de atención, que los genoveses que se refieren a personas que ¡levaban distinto apellido del que usaba el Descubridor, estampado como auténtico en todas sus cartas, oficios y documentos.

Hemos evidenciado que en todos los escritos de Colón abundan los términos o modismos gallegos, como se verá por el índice alfabético, donde se aprecian más de doscientos.

Doscientas palabras que son más que suficientes para que la Aca­demia de la Lengua certifique que sólo un natural de Galicia podía escribirlas e intercalarlas en sus escritos. Sólo diez palabras italianas que hubieran podido eliminarse de los escritos de Colón, genmnavient’i- italianas, hubieran sido suficientes para que los académicos italianos hubieran puesto el grito en el cielo!

Y  en cambio, a falta de ,esa’s palabras italianas, escritas por el Al­mirante, existe un escrito demostrativo que Colón desconocía o cuando menos ignoraba la construcción, la sintaxis y la analogía de aquel idioma.

Tenemos la prueba geográfica que por la cualidad y cantidad de los tópicos, no es posible que la Sociedad Geográfica de Madrid pueda evadirse de emitir un dictamen y en caso contrario, de discutirlo, puesto que no se rechaza impunemente una prueba como la presenta­mos, compuesta por más de cuarenta lugares de Galicia, cuyos tópicos corresponden a otros tantos determinados por Colón en las Antillas, durante sus viajes de descubrimiento.

Las prueban que titulamos de segundo orden, son incontables y para la demostración completa de la tesis COLON ESPAÑOL, se ne­cesitarían ya algunos volúmenes.

Si la Academia de la Historia no se decidió a investigar las prue­bas aportadas por La Riega, por considerarlas insuficientes y algunas inaceptables, no podrá despreciar las que ahora nosotros aportamos como complemento de la documental.

Existe un documento oficial donde se declara a Cristóbal Colón, súbdito y natural de los reinos españoles; y poseemos otro del Almi­rante confirmándolo, y lo propio ocurre con su hermano el Adelantado Don Bartolomé en otra constancia que es un original inapreciable; nada menos que en la Merced de su Adelantamiento, hecha por los re­yes Católicos.

El original de este preciosísimo documento está en el Archivo del Duque de Veragua y una copia, en el de Indias de Sevilla, y Regist. en el Sello de Corte en Simancas.

Copiemos tan interesante probanza:

“Don Fernando e Doña Isabel, por la gracia de Dios, Rey e Reina de Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algeciras, de Gi- braltar, e de las islas de Canaria: Conde e Condesa dé Barcelona, e Señores de Vizcaya e de Molina; Duques de Atenas e de Neopatria; Condes de Ruisellon e de Cerdania: Marqueses de Oristan e de Gor- ciano; Porque a los Reís e Príncipes es propia cosa de honrar e subli­mar e facer mercedes e gracias a los SUS SUBDITOS E NATURA­LES, especialmente a aquellos que bien e lealmente los sirven; lo cual por Nos visto, e considerando los muchos e buenos e leales servi­cios que vos D. Bartolomé Colón, hermano de D. Cristóbal Colón, nues­tro Almirante del Mar Océano e Visorey e Gobernador de las islas nuevamente halladas en las Indias”. . .

¿A qué continuar el texto de un documento cuyo interés sólo estriba en el reconocimiento de la nacionalidad española de D. Bartolomé?

Los reyes, como se ve, no pueden ser más explícitos: Reconocen al Adelantado, como SUBDITO Y NATURAL de sus reinos. Aquí no caben malas interpretaciones ni subterfugios. Don Bartolomé Co­lón es para los reyes un SUBDITO Y NATURAL a quien por sus servicios, premian con el cargo y título de Adelantado de las Indias.

 

¿Hay algo que alegar en contra?

¿Está clara la fórmula de SUBDITO Y NATURAL DE LOS REI­NOS DE LOS REYES CATOLICOS?

Mas no es esto todo. Los reyes dicen en la merced de su Adelan­tamiento que siendo cosa de ellos honrar e sublimar e facer mercedes e gracias a los sus súbditos y naturales, especialmente a aquellos que bien e lealmente los sirven; lo cual por Nos visto, e considerando LOS

 

MUCHOS E BUENOS E LEALES SERVICIOS QUE VOS DON BARTOLOME COLON”…

De lo que se desprende que Bartolomé Colón había hecho — según los reyes — muchos, buenos y leales servicios a la Nación y que por esta circunstancia, como agradecimiento y recompensa, a los muchos, que hay que interpretar, como LARGOS SERVICIOS, le hacían mer­ced del título de Adelantado de las Indias.

Veamos lo que dice ahora la Historia de Bartolomé Colón.

Lo hace por primera vez en España en el año 1494 o sea después de partido el Almirante para su SEGUNDO VIAJE.

Pasó a la ‘Corte con sus sobrinos Diego y Fernnándo que iban a ser pajes del príncipe Don Juan. En la Corte o sea en Valladolid, parece que fué recibido con especial agrado por los reyes y como éstos supie­ran que era habilísimo marino, le confiaron el .piando de tres buques cargados de provisiones y efectivamente, más ‘tarde salió para la Isabela a donde no tardó en llegar el Almirante. En Septiembre del año 1494 estaba pues en la Española, o sea poco tiempo antes de ha­bérsele otorgado el título de Adelantado. Regresó a España mucho tiempo después cargado de grillos como su hermano Cristóbal y en 1502 partía acompañando al Almirante en su último viaje.

Bartolomé apenas era conocido en la Corte hasta entonces, y sólo cuando regresó preso y cargado de hierros, su nombre empezó a ser considerado en España.

Esto dice la Historia.

El 11 de Junio de 1496 regresaba Colón de su segundo viaje y pro­bablemente a sus instancias, los reyes Católicos libraron el título de Adelantado de que ya tenemos noticias, con fecha 22 de Julio del año 1497.

Hasta entonces Bartolomé no se había distinguido ciertamente en grandes hechos y sus servicios a los reyes hay que catalogarlos en el número de los MODESTOS.

No obstante esto, los monarcas le conceden mercedes considerando los MUCHOS, BUENOS Y LEALES SERVICIOS del Adelantado.

En cambio a Américo Vespucio, se le decía después de quince años de servicios en los preparativos de las armadas y viajes: “Por hacer bien y merced a vos Américo Vezpuche, florentín, acatando vuestra fidelidad e algunos buenos servicios que me habéis fecho, e espero que me haréis de aquí adelante”

La razón pues, nos dice que la Historia está equivocada. Suponga­mos lo contrario y entonces todo será claro. Al florentín Vezpuche después de quince años de trabajo y utilidad a la nación, se le reco­nocían “algunos buenos servicios”.

A Bartolomé Colón, que entre viajes y otras dilaciones sólo llevaba dos escasos de servicios, se le reconocían como MUCHOS, BUENOS

Y   LEALES.

Y  conste que Vespucio había hecho ya una famosa expedición con Hojeda y Juan de la Cosa.

Bartolomé necesariamente probó con alguna relación de largos años de servicios en la península y por su calidad de súbdito y natu­ral, todo ello unido al estrecho parentesco que lo unía con el Admiran­te, el derecho a la gracia concedida Aquellos tiempos no eran éstos, y las mercedes no se conquistaban tan fácilmente después de aquella insigne epopeya de la Reconquista en que los nobles españoles habían conquistado a punta de lanza la fama que correspondía a tan noble esfuerzo. Aún pesaba sobre la monarquía la celosa animosidad de los ticos hombres preteridos. ¡Y no digamos si las mercedes recaían so­bre extranjeros!

Es pues, innegable, que la concesión honrosa y retributiva que mereció el Adelantado, no es la que pertenece seguramente a un ex­tranjero que en el año 1494 pone el pie en la Corte y que dos años después ostenta a todo trapo, el título de Gobernador militar y político, no de una provincia, sino de un reino de colosales proporciones y que a más de aquel elevadísimo cargo, poseía el de Justicia Mayor en tiempo de paz y de Capitán General en tiempo de Guerra, ¡No, Bar­tolomé Colón, no era Cristóbal Colón, no habbía descubierto las Islas Occidentales, para otorgarle tales favores!

Bartolomé Colón tenía un pasado de honrosos servicios a la nación y era como muy bien dice la Merced de su Adelantamiento, UN SUB­DITO ESPAÑOL NACIDO EN TERRITORIO ESPAÑOL.

Después de haber expuesto la nacionalidad española de Don Bar­tolomé Colón, tenemos por adelantado que alguno de nuestros impug­nadores, nos saldrá con la siguiente observación: “Pero si se prueba que Don Bartolomé era español como se explica que a Don Diego, le hubieran librado carta de Naturaleza los Reyes?

Vamos pues a adelantarnos a las indicaciones que sobre el particu­lar pudieran hacérsenos.

NATURALEZA en el sentido que puede discutirse, es según el Diccionario: “Privilegio que concede el soberano a los extranjeros para gozar de los derechos propios de los naturales”. Efectivamente; a esto nada podemos alegar porque la razón es de peso y no admite discusión.

Pero NATURALEZA, según el mismo Diccionario, es también “la calidad que da derecho a ser tenido por NATURAL DE UN PUEBLO para ciertos efectos civiles”.

Y   esto, ya es otra cosa.

Y   NATURALEZA, es también señorío de vasallos o derecho ad­quirido a él por linaje. Ejemplo:

                                   “a Galicia

Partamos, que allí serás Solo el señor, y tendrás En tus manos tu justicia;

Pues si la NATURALEZA Renunciares de León,

Sabrá el Rey que iguales son Tu poder y su grandeza.

Riáz de A lar con”.

Podríamos agregar que antiguamente, también era parentesco o linaje.

Así pues, la idea expresada por la palabra NATURALEZA es su­mamente compleja y susceptible, por tanto, de muy varias {y a veces

contradictorias) interpretaciones. (Dic. Ene. Hispano – Americano).

Afortunadamente en este caso, todo está perfectamente claro, por­que el documento de la gracia dispensada por los reyes al hermano menor de Colón, que se registra en el Real Archivo de Simancas en el Sello de Corte, dice así:

NATURALEZA DE REINOS a D. Diego Colón, hermano del Al­mirante Don Cristóbal, que no es lo mismo que Carta de Naturaleza.

Veamos si nó, lo que expresa el documento:

Don Fernando e Doña Isabel, por la gracia de Dios, ecta,: Por hacer bien e merced a vos D. Diego Colón, hermano del Almirante D. Cristóbal Colón, e acatando vuestra fidelidad e leales servicios que nos habéis fecho, e esperamos que nos faréis de aquí adelante, poi’ la presente vos facemos natural de nuestros Reinos de CASTILLA e de LEON, para que podáis haber e hayáis CUALEStjUIER DIG­NIDADES E BENEFICIOS ECLESIASTICOS QUE VOS FUE­REN DADOS, ecta”.

La naturaleza era pues necesaria, para ejercer ciertas dignidades eclesiásticas.

Qu« precisamente era lo que perseguía el Almirante según se des­prende de sus cartas y por los Archivos debe hallarse seguramente la DIGNIDAD que le fué otorgada en virtud de este privilegio.

Creemos no tener necesidad de insistir más sobre este particular, puesto que todo se halla determinado con exactitud y claridad, aun cuando nos sobrarían argumentos para hacer todavía más patente la intención que movió a los monarcas para librar esta carta de Na­turaleza; pero si alguno de nuestros lectores quiere evidenciar por medio de comparaciones el documento aludido, puede recurrir a otros muchos de aquella época existentes y particularmente al que la reina Doña Juana libró a favor de Américo Vespucio, que ya hemos re­señado.

Y   no se alegue que para desempeñar ciertos cargos en Castilla no se necesitaba naturaleza, siendo el agraciado español, porque el Fuero Juzgo vigente como ley primitiva en los reinos de Castilla y de León, no ba sido derogado nunca, ni antes ni después. (1)

En el testamento de la reina Isabel hay también una cláusula cu­riosa: la de que no se concedan empleos a extranjeros.

(1)    Para que se comprenda basta que punto se guardaban los privilegios ñor naturaleza de reinos, copiamos a continuación el testo de una real carta en que se Dormite af ara^onía Juan Sánchez, llevar mercaderías a la Isla Española AUNQUE NO ERA NATURAL DE LOS RETNOS DE CASTILLA. Dice así* tan interesante documento:

EL REY

‘ Por hacer bien e merccd a vas Juan Sánchez, de la Tesorería, catante en la eibdad de Sarilla, natural de la cibdad de Zarat/oza, NATURAL DEL REINO DE ARAGON, acatando algunos buenos servicios que me habéis fecho* e espero que me fareis de aqui adelante; por la presente vos doy licencia para que podáis llevar a la Isla Española, ques en el MaT Océano, las mercaderías e otras cosas que pueden llevar loa vecinos e moradores de estos nuestros reinos, segund las provisiones que para ello mandamos dar, non embargante QUE NON SEAIS NATURAL»,

Fecha en la villa de Medina del Campo, a diez y siete del mee de Noviembre de quinientos cuatro anos. — YO EL REY. —Por mandado del Bey, Gaspar de Grido. — Señalada del Doctor Angulo y del Licenciado Zapata,

_ (Archivo de Simancas Libro general de Cédulaa No, 0)*

La circunstancia mds notable de este documento, resalta en el hecho de pertenecer a un reino incorporado al de Castilla por consorcio real e ir unidos en todos ios grandes aconteci­mientos de la época.

 

EL TESTAMENTO DE ISABEL LA CATOLICA

La Reina Isabel ¡n articulo mortis, después de prohibir que se dieran empleos a extranjeros, declaró solemnemente que el descubrimiento de lás islas y tierra firme del mar Océano, fué únicamente obra de España y de españoles.

 

En su testamento se limitó también a consignar la terminante de­claración de que las islas e tierra firme del mar Océano e islas de Canaria fueron descubiertas y conquistadas a costa de los reinos de Castila y León y con los naturales de ellos.

Después de la enorme impresión que experimentó el Almirante con la noticia de la muerte de su bienhechora y real protectora, escri­bía así a su hijo:

“Acá mucho se suena, que la Reina, que Dios tiene, ha dejado que yo sea restituido en la gobernación de las Indias”.

Y  temiendo al parecer que algo se le procurase ocultar, insistía en otra del 21 del mismo mes de Diciembre: —“Es de trabajar de saber, si la Reina, que Dios tiene, dejó dicho algo en su testamento para mí”.

No, la reina no había dejado nada dicho sobre su gobernación; pero hizo más: ¡Reconoció su nacionalidad!

¡Había legado a la posteridad la afirmación de que la gloria del Descubrimiento había sido obra de España y ae Españoles!

 

CAPITULO X

INFUNDIOS Y COINCIDENCIAS

En la genealogía portuguesa de los Palestrelo, aparecen los apellidos “Muñiz” y “Enriquez” que llevaron las dos esposas de Colón. — El segundo apellido de Don Diego, primogénito del Almirante, era “Meló”, según la genealogía de los Duques de Veragua. — Harrisse afirma que el Almirante tenía tres hijos con Doña Fe­lipa Muñiz. — Moreri, por otra parte, supone a Don Diego hijo- de Doña Beatriz de Enriquez. — Infundios sobre infundios. — Los testamentos de Don Diego. — Lo más probable, es que Doña Fe­lipa Muñiz no era portuguesa. — No estaba enterrada en el con­vento de Carmelitas da Lisboa. — Demostración que Doña Beatriz de Enriquez no era cordobesa ni residía en aquella localidad. — Los apellidos Enriquez y Monte o Muñiz, originarios de Galicia-.

—  Don Bartolomé, Don Fernando y Don Diego, visitan la región gallega. — Los Sotomayor y los Cotón, vecinos de las tierras del “Eirado da Galea”. — El arribo de Colón y Pinzón, al regreso del primer viaje. — El primer oro de las Indias lo recibe un Enrí- quez en Bayona de Galicia. — Un varapalo al paleógrafo Oviedo y Arce. — Los Colones y los Enriquez, ligados durante siglos por lazos de, familia. —. Residencia e intereses de los Colones en Ga­licia. — Sorpresas que nos reserva el porvenir.

De creer en la genealogía portuguesa de la supuesta primera mu­jer del Almirante, sacaríamos la consecuencia que, Philipone Pales­trelo, estaba casado allá por el año 1415 en Lisboa, con doña Catarina de Mello, apellido que en la genealogía de los Colones del Duque de Veragua, corresponde al segundo de Don Diego, el primogénito del Descubridor o lo que es lo mismo: que Don Diego, segundo Almirante de las Indias, se llamaba Diego Colón y Meló y no Diego Colón y Mu­ñiz, conforme lo apunta la historia.

De una de las hijas del matrimonio Palestrelo – Meló, nació Isabel Henríquez, según nos lo advierte el vizconde Sánchez de Baena.

Por lo tanto, en la genealogía portuguesa, ya tenemos los apellidos de las dos supuestas mujeres de Cristóbal Colón, enlazadas de acuerdo con la genealogía de los Duques de Veragua y la genealogía portu­guesa. He aquí ya los infundios que se suceden con vertiginosa rapi­dez. Porque es innegable que por estas noticias Doña Felipa Muñiz y Doña Beatriz Enriquez, eran parientes en determinado grado.

Ahora bien: las primeras noticias que tenemos de la primera mu­jer del Almirante, se las debemos a sus hijos, puesto que en ninguno

 

de los documentos de Colón se hace referencia circunstanciada de su primera esposa.

Dice Don Fernando, hablando de su padre: “Era hombre de her­mosa presencia y de porte muy honrado, y sucedió que una dama llamada doña Felipa Mogniz, de noble cuna, pensionista en el Colegio de Todos los Santos, donde el Almirante acostumbraba concurrir a misa, establo con él tanta conversación y amistad, que llegó a ser su esposa”.

Creemos inútil advertir, que los más juiciosos biógrafos de Colón, han relegado esta narración a las fábulas introducidas en los Apun­tes de Don Fernando.

Pero lo que sí parece cierto, es que Don Diego en su testamento, otorgado en la Cartuja de las Cuevas, en Sevilla a 16 de Marzo de 1509, ante el Notario Manuel Segura, expresa que es hijo de Don Cristóbal Colón, primero Almirante Mayor y Visorey que descubrió las Indias, y de Doña Felipa Mogniz su mujer, difuntos.

Don Fernando Colón y el P. Las Casas, dicen que la supuesta pri­mera mujer de Colón, murió por los años 1482 o 1483, dejando un solo hijo, Don Diego; pero Harrisse, que investigó el asunto con gran interés, afirma que Doña Felipa vivía cuando Cristóbal Colón salió de Portugal y que por lo menos tenía ¡tres hijos!

Infundios sobre infundios.

Por otra parte, Moreri, supone que Don Diego era hijo de Beatriz de Enríquez, Este erudito escritor, autor del gran diccionario histó­rico, que fué traducido a todos los idiomas, escribía en el primer ter­cio del siglo xvn; y por lo tanto en una época no muy alejada de aque­llos acontecimientos. Necesariamente hemos de agregar este nuevo infundio a los ya apuntados.

Tenemos pues, como única noticia documentada del matrimonio de Colón con Felipa Mogniz, la trasmitida por su hijo Diego en el testamento, noticia que repite en su última disposición cerrada ante el notario Fernando Barrio el 8 de Septiembre de 1523, fecha que no concuerda con la de Harrisse, que nos dice fué otorgada el 2 de Mayo del mismo año, y en esta última disposición, decía Don Diego lo siguiente: (1)

“Que se construya vina capilla (Cláusula segunda) donde sea se­pultado su cuerpo y el del Almirante, su padre e traer assimesmo allí el cuerpo de doña Felipa Mitñiz, su legítima mujer, mi madre, que está en el monasterio del Ca-rmen de Lisboa, en una capilla que se llama de la Piedad, que es del linaje de los Muñizes».

Y    aquí, sobre los infundios, comienzan las contradicciones. El portugués Sr. Rodríguez Azevedo, que investigó con verdadero afán los hechos, dice que la tal caDilla que llevaba aquella denominación, correspondía — si era la citada — a una construcción religiosa ante­rior a la edificación del convento, edificio aue estaba situado en lo que ijs hoy Plaza del Rocío o de Don Pedro IV.

¡’I’i De posteriores investigaciones, hemos sae&do la cangecueneia que el apellido Mogniz o Mufiia. no es el que llevaba ]n primera inlljrr del Almirante, por lo que todas las aupoaicio- nes sobre la naturaleza portuguesa de Doña Felipa quedan destruidas, según se démostrarfi en un nuevo libro que estamos confeccionando,                 _

En prensa ya esta obra, no nos ha sido posible hacer la oportuna rectificación, que reviste excepcional importancia.

 

La iglesia que tenía la capilla de aquella denominación, desapare­ció con un terremoto y no quedaron ni vestigios de ella. No así el convento de Carmelitas de Lisboa, de que habla Don Diego, cuyas ruinas existen en la actualidad. Además, contribuye a corroborar que el hecho es incierto, la circunstancia de que no hay noticias que el cuerpo de Doña Felipa Muñiz hubiera sido trasladado a Santo Do­mingo y también la de que no haya sido posible hallar dato alguno, del enterramiento ni del traslado.

Ya hemos visto que era proverbial en Colón y sus hijos, el pro­venir o estar emparentados con familia ilustre; pero aquí queda tam­bién mal parada esta suposición, porque según la historia, una de las hermanas de Doña Felipa Muñiz residía en España con un tal Mu- liart o Muliarte. Se llamaba aquella señora Violante, Brigulaga o Briolanja y su marido era un artesano o poco menos, lo que no con­cuerda con un linaje de tantas campanillas como debía ser el de los fundadores de la capilla de la Piedad, Capilla que como hemos dicho, no existía en el monasterio del Carmen de Lisboa.

Además, hay una verdadera contradicción entre el apellido Mogniz y Muñiz, que se toma indistintamente y que no es ciertamente lo mismo. A todo esto, podemos agregar que en la genealogía portu­guesa de los Palestrelo, nc figura la Violante Muñiz, que este es el apellido que cita Don Diego, de la misma manera que hace uso del portugués Mogniz.

Y   ahora nos preguntamos: si se han acumulado tantas invencio­nes en torno a la vida del Almirante ¿no podrá ser ésta, otra más que agregar a las ya conocidas?

Pasemos ahora de la primera mujer a la segunda.

El Almirante, en lo que los historiadores han dado en llamar Co­dicilo, dice a su hijo Don Diego: “E le mando que haya encomendada a Beatriz Enriquez, madre de Don Fernando, mi hijo, que la provea que pueda vivir honestamente, como persona que yo soy en tanto cargo. Y esto se haga por mi descargo de la conciencia, porque esto pesa mucho para mi ánima. La razón dello no es lícito de escrebir aquí”.

Lo que demuesra que Colón estuvo casado en segundas nupcias. No porque nos lo haya dicho el Almirante, sino por esta declaración del testamento y la que nos dejó también en su última voluntad su hijo don Diego. Don Fernando nada dice sobre su madre.

Ahora bien: según la historia, Beatriz Enriquez, residía en Cór­doba, y pertenecía a una familia de aquella localidad, como lo afirma Ortíz de Zúñiga, escritor muy recomendable; pero que n-o es precisa­mente una autoridad.

Pero contra esta afirmación de Zúñiga, dice Fernández Duro en su libro “Colón y la Historia Postuma” Anotaciones: pág. 278: “Ha­ce tiempo tratamos de averiguar si en Córdoba se encontrarían ves­tigios del asunto. El ingeniero y filólogo distinguido Don José Ruíz de León, tuvo la bondad de encargarse de la investigación, exten­diéndola a la que hay en los archivos; pero ni el del Municipio, ni en el de la Catedral, ni entre ‘los papeles de los Sres. Don. Victoriano Rivera y Don Francisco de B. Pavón, escudriñadores eon-stantes de cuanto interesa a la historia de la localidad, han podido suminis­trar siquiera indicios que sirvan de algo”.

De lo que resulta que no existen pruebas que acrediten la cuna cordobesa de Beatriz de Enriques, y Fernández Duro, ya citado, en su Nebidosa, de Colón, pág. 29, niega la certidumbre de que Felipa Muñíz fuera hija de los Parestrello – Mogniz de Portugal.

¡Mayor nebulosa es imposible!

Pero hay otra particularidad curiosa, como es la de que en el segundo testamento de Don Diego Colón, se exprese éste de la si­guiente manera: “Item. — Por cuanto el Almirante mi señor, me dejó encomendada a Beatriz Enriquez, vecina de……….. y creemos que no pueda estar más clara la precaución de hacer incierto su domici­lio o bien la ignorancia del lugar de su residencia.

Veamos ahora si Beatriz de Enriquez pudo residir en Córdoba como lo afirman todos los historiadores, así como si una mujer, don­cella, de noble familia, pudo llegar a una inteligencia con Colón.

Desde luego que as desechable la idea de que Cristóbal Colón, fri­sando en los cincuenta años, pobre y desvalido, pudiera casarse con una damisela que algunos suponen de noble alcurnia y cordobesa. Aún suponiendo que la doncella se hubiera prendado de aquél tras­humante que mostraba su pobreza por las calles de la ciudad andalu­za, en unas calzas corcusidas y un jubón desteñido, queda por vencer la voluntad de una familia hidalga, que posiblemente no lo hubiera tolerado, porque las costumbres y las conveniencias sociales de aque­llos tiempos, eran otras de de las que privan en la actualidad. Esta ya es una razón de peso; pero todavía hay otras más apreciables para negar este matrimonio, y más aún, si como suponen todos los histo­riadores, no fué aquél un ayuntamiento legal, sino un concubinato.

La historia, sigue los pasos del Almirante en aquella época, con bastante exactitud, guiándose por los escritos y viajes de Colón y particularmente por las noticias oficiales de sus residencias.

La historia nos dice, que la estancia en Córdoba del Almirante, después de su llegada a España fué corta y luego no consigna que visitara aquella ciudad, a no ser de paso y por muy breve tiempo.

Atengámonos pues a la historia, de acuerdo con un escritor con­temporáneo.

En 1486 es introducido en las antesalas de los grandes.

Pasa el invierno en Zaragoza donde estaban los reyes.

A principios de 1487 se encuentra en Salamanc? tratando con Deza y los padres de San Esteban. A fines del invierno, está en Revilla, ciudad en que recibió la carta del rey de Portugal. Los li­bramientos del tesorero real, pruebabn que en Mayo, Julio, Agosto y Octubre, estaba lejos de Córdoba, donde también estaba ausente el día del nacimiento de su hijo Fernando..

En 1488 vive siempre en Sevilla, y allí cobra un libramiento de tres mil maravedís. La corte se fija para el invierno en Valladolid, y Colón se traslada a aquella ciudad.

Al siguiente año lo hallamos también lejos de Córdoba, puesto que en 12 de Mayo de 1489 manda a la municipalidad de Sevilla que le proporcione alojamiento.

Después dt este interregno, pudo pasar once días en Córdoba, puesto que a fines de Mayo lo vemos en Baza, tomando parte en la campaña contra los moros.

En los años 1490 y 1491 pasa Colón a ser sucesivamente huésped del duque de Medina-Sidoma y del duque de Medina-Celi.

Después prosigue sus gestiones en la corte, y vuelve luego al convento de la Rábida. A continuación, la reina lo manda a llamar al campamento de Santa Fé en la Vega de Granada.

Allí estaba Colón cuando capituló la ciudad.

A contar de este instante Colón ya no se pertenece. Los prepara­tivos del armamento absorben por completo su tiempo y su atención y hasta el momento de su partida no pudo salir <le Palos ni dejar el. convento de la Rábida.

Ve pues a sus hijos en Cádiz, cosa que tampoco nos explicamos; pero no así a Doña Beatriz, que era natural fuera a despedirse tam­bién de su marido.

Descubierto ya el continente o las islas, Colón vuelve a España y le falta tiempo para atender a las necesidades del servicio, puestc que en menos de cinco meses tuvo que preparar los elementos de una colonia, constituir el nuevo gobierno de Indias, formar el personal administrativo y armar y provisionar una escuadra de diez y siete buques.

Cuando regresa nuevamente a Europa, tiene que bregar a brazo partido con sus enemigos, conjurar las prevenciones de la Corte, la de la opinión, los chismes de las oficinas de marina y el poder de la calumnia.

Hízose otra vez a la mar, soportando tantas fatigas como en su primera expedición, y vuelve a España, encadenado, despojado y destituido. Abatido por la enfermedad y las contrariedades, no busca un refugio en Córdoba, como sería lo más cierto, sino que vive ale­jado de aquella ciudad, en comunicación con sabios religiosos y reu­niendo en un libro, los principales motivos para acometer la recon­quista -del Santo Sepulcro.

Emprende el cuarto y último viaje y a íu regreso, tampoco lo vemos en Córdoba, donde era razonable se acogiera para templar sus infortunios en el calor del hogar, y reside en Sevilla, distante ciento doce kilómetros de Córdoba. Estaba extenuado por la gota y otras enfermedades; después lo vemos en Salamanca y por último en Va- lladolid, a donde tampoco acude su mujer, de cuyos amorosos cuida­dos se ve privado hasta en sus últimos instantes.

Por lo tanto, hemor de convenir que Beatriz de Henriquez no re­sidía en Córdoba y que otras tierras, bastante más alejadas y de más difícil comunicación, se interponían entre Colón y su mujer.

Por otra parte, cuando se acentúa la gravedad del Almirante, par­te para Galicia su hermano Don Bartolomé y que no fué con el deli­berado objeto de acompañar a los reyes según lo advierte el Sr. Otero Sánchez, se demuestra que, no sólo los dejó en Sanabria, sino que en Galicia debió residir más de un año, y que no concurrió con otros caballeros al recibimiento, también está aclarado, conociendo ls carta del Almirante dirigida a los reyes a la llegada de la Coruñs. en la que se disculpaba de poder concurrir él por sus enfermedades (escribía en 26 de Abril de 1506) ni su hijo para ofrecerles sus res­petos y servicios. Porque ciertamente si alguno era indicado para dar la bienvenida a los reyes, aquel lo era Don Diego.        [1]

¿Qué fué a buscar entonces el Adelantado a Galicia? ¿Fué a bus­car a Doña Beatriz de Henríquez? ¿Fué a notificarle la gravedad de su esposo?

Y   ahora vienen las aclaraciones a las misteriosas palabras del testamento.    .

“A la que yo soy en tanto cargo”

Por el abandono indudablemente en que la había tenido por espa­cio de tantos añoe.

‘“Esto pesa mucho para mi ánima”

Que expresa su remordimiento de haberla sacrificado en benefi­cio de sus empresas.

“La razón dello no es lícito de la escribir aquí»

Que no puede estar más clara la razón de reservarse los cargos que, posiblemente, eran contra elevadas personas, a su juicio verda­deros culpables de que muriera lejos de su pais natal y de su mujer. País que no quiso revelar y mujer que tuvo alejada desde que empezó a sonreirle la suerte, cohibido por las malditas conveniencias so­ciales.

Y   esto que suponemos tan natural, ha servido de pie a muchos escritores para suponer a Beatriz Henríquez concubina del Almirante.

Las Mello o Muñiz y Henríquez, pertenecían a una misma rama: quizás fueran primas o más próximas parientes y de ahí que el Al­mirante hubiera unido sus destinos a una edad ya avanzada con otra mujer joven de su familia, puesto que su pequeño hijo Diego aún necesitaba los cuidados maternales. De ahí también la recomenda­ción testamentaria del Almirante a su primogénito para que aten­diera y aumentara la renta a su madrastra. De ahí posiblemente también el viaje del Adelantado a Galicia y las lamentaciones del Almirante, viendo llegar su postrera hora sin haber acudido a su mujer, sacrificada a los intereses de sus descubrimientos.

Los Muñiz y los Henríquez tienen por otra parte lejano asiento en Galicia, y particularmente en Pontevedra los primeros, desde los siglos xi y xn, desde tiempo de la infanta Doña Urraca, hermana de Don Alfonso VI (Enrique Florez, España Sagrada. Tomo 22 pág. 65). Los Moniz datan del siglo ix y entre ellos se cuenta el conde Mar­tín Moniz. Vicetto H. de G. Tomo 4.°, pág. 361).

Asensio, hablando de esta particularidad, dice lo siguiente, en el tomo II de su obra Cristóbal Colón, pág. 723:

“Sea como quiera, pronto dejaron de vivir juntos. Colón estable­ció su morada en Sevilla, en la Collación de Santa María, en tanto que Beatriz, no dejó su residencia de Córdoba. Este hecho resalta de la cláusula del testamento de Diego Colón, en el que mandando a sus herederos paguen los atrasos de la mezquina pensión de diez mil maravedíes, que Colón le había legado diez y siete años antes y que Diego, se cuidó poco de que fuera pagada con regularidad, designa a la madre de Don Fernando, con estas palabras: VECINA QUE FUE DE CORDOBA”.

 

Indudablemente que Asensio interpreta mal la .declaración de Die­go Colón, puesto que si en su testamento dice: VECINA QUE FUE DE CORDOBA, no sólo denota que no era nacida en aquella locali­dad, sino que reconoce que aquella vecindad fué accidental, puesto que, por entonces, aún vivía Beatriz de Enriquez. (1)

Que Asensio, por otra parte, juzga mal de Colón, se demuestra con la declaración del Almirante que en uno de los escritos existentes en el archivo de los Duques de Veragua, dice en medio de sus atribula­ciones; “Y dejé mujer e hijos que jamás vi por ellos”. Como se ve, esto no concuerda, escribiendo el Almirante el año 1500, con el supues­to rompimiento o abandono de que nos habla Asensio, justificado, se­gún este escritor, con la residencia de Beatriz Enriquez en Córdoba y de Colón en Sevilla, sin comunicación durante tantos años. Póngase una tierra mucho más distanciada y de más difícil comunicación, y todo quedará explicado.

Nuestra suposición o conjetura de que Beatriz de Enriquez era gallega, se demuestra asimismo, por otra serie de incidencias que va­mos a relatar y que merecen más razonable atención, que las vagas-, inseguras e inciertas noticias que nos han trasmitido los cronistas de Indias y la mayoría de los historiadores, que no se han tomado el tra­bajo de constatar los hechos que se ofrecían oscuros o misteriosos y de ahí esa infusa y abracadabrante incógnita que sólo con el auxilio de la casualidad y un estudio conjetural y pacientísimo podría, si no evidenciarse completamente, cuando menos, aclararse lo bastante para llevar al ánimo el convencimiento de los errores acumulados durante cuatro largos siglos.

Tratemos pues de invocar en nuestro auxilio, acontecimientos que no están suficientemente olvidados para considerarlos sospechosos y que habrán de contribuir al esclarecimiento de nuesttra pretensión con el apoyo de la prueba documental.

Atengámonos en consecuencia a las noticias que se relacionan con el arribo a Pontevedra de una de las carabelas, al regreso del primer viaje de descubrimientos.

La comanda Pinzón y el temporal lanza a su buque sobre las costas gallegas, sobre Bayona de Galicia, donde la noticia del descubrimiento ■conmueve a toda Pontevedra, y uno de los primeros en acudir a bordo, para informarse de la suerte que había corrido el resto de la flota descubridora… es PERO HENRIQUEZ. (2)

Pero esto con ser interesante, lo es más que este PERO HENRI­QUEZ, que no puede ser otro que el cuñado de Colon, después de ser informado minuciosamente de cuanto se relacionaba con el descubri­miento y particularmente de la primera tierra descubierta por el Al­mirante, según nos lo advierte el Sr. Fernández Duro, después de ver los indios que traía la carabela, recibe como obsequio del CONTRA­MAESTRE de “La Pinta” como presente, valor de cuatro pesos oro, de aquel primer oro de las Indias que llegaba a España en los prime­ros bajeles del descubrimiento. Y aquí viene lo curioso de la coinci­dencia: Aquel CONTRAMAESTRE era GALLEGO; era el oficial de

 

“La Pinta”, CRISTOBAL GARCIA SARMIENTO que por la circuns­tancia de pilotear un navio de la expedición, y ser uno de los primeros acompañantes de Colón, estaba seguramente ligado por lazos de es­trecho conocimiento, amistad o parentesco con el Almirante.

Esta es una noticia rigurosamente histórica y sacada por Fernán­dez Duro de unas probanzas que en manera alguna pueden ser sos­pechosas.

La esposa pues, de Colón, supo por su hermano Pero Henríquez, el feliz arribo de Colón a España, por la curiosa circunstancia de la ines­perada llegada de “La Pinta” a Bayona.

Y   de esta circunstancia, se desprende otra curiosísima, que vamos a intercalar con el objeto de descorrer un poco más el velo de sombras que oscurece la misteriosa vida del pontevedrés Cristóbal Colón.

Se ha censurado con viveza y particularmente por Fernández Duro, la incompetencia marinera del Almirante a propósito del regreso de las dos carabelas en el primer viaje.

Pero, copiemos la narración que hace Fernández Duro para darnos mejor cuenta del suceso:

“Venía la carabela “NIÑA” (la que tripulaba Colón, pues IA GA­LLEGA se había perdido en la costa de la isla de Santo Domingo) desde las Azores, en busca de la costa de la península, con rumbo algo más alto del que conviniera para a-vistar el cabo de San Vicente, punto natural de recalada, por abatimiento que los vientos y mar del Sudoeste, habían causado a la nave, Al aproximarse a la costa, por influencia de ésta, cambió la dirección del mencionado viento, sucesi­vamente al Sur y al Sudeste; descargó la turbonada con aguacero y truenos, y continuando el oleaje movido días antes desde el Golfa, st- vió la carabela combatida por dos mares. Avistaron la tierra alta de Cintra en la noche del 3 de Marzo, encontrándose en situación pe­ligrosa, porque realmente lo es toda recalada nocturna sin tener cer­teza del lugar ni de su proximidad; pero como el viento consentía haeerse a la mar, dando vela, se alejaron del peligro, sufriendo única­mente las molestias que venían soportando durante la travesía. La luz del alba mostró que “La Niña.” se encontraba en sitio familiar a sus tripulantes: veíase la alta sierra de Cintra y los terrenos que constituyen el cabo de la Roca, excelentes para la mareacíón y a los que sin riesgo pueden arrimarse. Conocida con su vísta la situación nada más fácil que dirigirse (con Sur y Sureste), viento en popa, A CUAL­QUIERA DE LOS PUERTOS DEL NORTE DE ESPAÑA; así hubo de hacerlo Pinzón. Colón procedió de otro modo: c|uiso entrar en Lisboa; se aproximó a Cascaes, exponiéndose a caer en sus bajíos, y logró enfilar la barra del Tajo: PERO ES EVIDENTE, QUE NI LA NECESIDAD NI EL PELIGRO ACONSEJABAN ACOMETER EL PUERTO, ANTES POR EL CONTRARIO, HABIA EN LA ENTRADA RIESGO VOLUNTARIAMENTE CORRIDO, QUE SE

EVITARA MARCHANDO A BUSCAR LAS RIAS DE GALI­CIA”. (1)

Creemos innecesario apuntar los peligros que se atraía el descu­bridor con su extraña determinación de arribar a Lisboa y de las con­secuencias que la decisión tuvo, conforme lo apunta García de Rosende y copió el P. Las Casas, hasta el punto que la vida de Colón corriera serio peligro, puesto que los señores del Consejo del rey de Portugal, insinuaron la conveniencia de que muriese el atrevido náuta evitando así pasara a Castilla y fué opinión ¿e otros, se aprovecharan las ven­tajas del descubrimiento por medio de las armas.

Todo esto lo sabía Colón, puesto que era para él asaz conocida la animosidad del rey y de sus consejeros, e indudable que su presencia, sería cuando menos motivo de grandes disturbios.

Se acreditaba, por lo tanto, de pésimo piloto, según la opinión de los marinos, intentando ganar la barra de Portugal contra las aco­metidas del mar y del viento que lo rechazaba y lo exponía a estrellar el bajel contra los arrecifes de la peligrosa costa, y se significaba por otra parte como un gran imprudente, exponiendo el éxito de su des­cubrimiento a las airadas represalias de Don Juan II.

Fernández Duro, que como hemos visto da una gran importancia a este hecho, agrega que “no podrá desconocerse que la navegación de Martín Alonso Pinzón fué más hábil, náuticamente considerada, sin caer por otra parte en el desacierto político del Almirante”.

Convengamos que la extraña determinación del Almirante, no obe­decía a impericia como lo supone Fernández Duro ni a temeridad o resconocimiento del peligro por parte de Colón, al meterse — como vulgarmente se dice ■—■ en la propia boca del lobo.

Razones muy poderosas lo obligaron a arrostrar tantos peligros y hasta el éxito de su gran proeza.

(1) Y agrega Fernández Duro, en sus acotaciones número 102. página 344t ‘Tinaón en el Descubrimiento de las Indias”: “Por que se vea que ro es apreciación particular mía, trans­cribo del Derrotero de ías costos de España y de Portugal (Dirección de Hidrografía. Madrid, 1S67, páginas 230 a 254) lo que al ruso importa:

“Siendo el abra y ría de Lisboa el mayor accidente que presenta la costa occidental de Portugal, y sus extremidades las mis pronunciadas * bastarían estas circunstancias para dar con ella, fuese cual fuese el punto desde donde se Ja buscase”. ^

iJEl notable rabo de la Roca da anticipado conocimiento de la situación de la ría……………………….. La

sierra de Cintra, que es un gran bloque escabroso que domina a este cabo, es una excelente marca, porque aus escabrosidades y lo mucho que avanza hacia el mar la dan a conocer de lejos, y seTií, por consiguiente, uno de los principales puntos de reconocimiento para buscar ía ría.            ^

«Al norte de la punta de Salmodo, hay una ensenada con media milla de saco, que es la que constituye la bahía de Crescaej. Toda la costa occidental déla ensenada es de playa limpia y la oriental ce de peñasquería con arrecifes interpolados ron pequeños trozos de playa…………………………………… Pue­de estarse con segundad en cate fondeadero con vientos ds la parte del Norte; pero deberá abandonarse tan luego como se anuncien de la parte del Sur* pues con estos vientos entra gran marejada y se correría gran riesgo si se permaneciera al ancla.

“La ría de Lisboa se compone de un canal casi en sentido de O. a E. Para verificar la entrada, es preciso tener conocimiento de la localidad, a fin de reconocer y hallar sin titubear las marcas u objetos que sirven de enfi lución; pero el navegante que por primera vez: se pre^ sente en el abra de Lisboa para tomar su ría, no debe aventurarse a entrar sin la asistencia de un práctico de la barra, mayormente si el tiempo es fosco»,

«Son vientos favorables para entrar por la bami grande, todos los del ESE, por el S. hasta el NNO. y para verificarlo por la barra chica o corredor, todos los del tercero y cuarto cua­drantes; pero por el corredor, sólo debe entrarse con viento entablado*’. _                                                                         _ _ “Por la barra grande puede voltejearse, y por tanto, no habrá inconveniente en verificar ta entrada con vientos de proa, quedando el recurso de entrar vaqueando siempre que la fuerza del viento no permita regir mucha vela y que la marea creciente se preste a esta maniobra”.

Colón pontevedrés, debió experimentar en aquellos angustiosos mo­mentos, muy encontradas sensaciones. Se veía impelido por los vientos hacia las rías de su querida región natal. No parecía sino que la Pro­videncia lo llevaba al puerto de su nacimiento, para que su tierra y familia, fueran los primeros en cantar alabanzas al héroe y gustar las primicias de aquella insigne hazaña.

Pero aquella inmensa satisfacción de su alma, representaba su muerte civil.

Colón, reconocido en Pontevedra, era la revelación de su humilde origen que lo arrastraría al más ruidoso fracaso, con la desconsidera­ción y el ridículo de su vulgaridad. El que se consideraba descendien­te de Almirantes y elegido por Dios para llevar la cruz de la civiliza­ción a un nuevo mundo; el Almirante y Virey consagrado que donaba a España riquísimas tierras perdidas en la soledad de los mares, y el que muy pronto iba a atraerse la admiración universal, en aquellos memorables momentos jugó el todo por ei todo, en aras de la in­mortalidad.     ‘

Sacrificó todos sus anhelos y sus más íntimas afecciones al orgu­llo de su imperecedera obra. Si la nave se estrellaba, alguno se sal­varía que llevase la noticia a ios reyes del feliz descubrimiento; y allí quedaba también Martín Alonso Pinzón, que acogiéndose al abrigo de las rías gallegas, despacharía un mensaje a los reyes anunciándoles el triunfo de sus vaticinios. Y si la suerte se mostraba lo bastante pro­picia para librarlo de los peligros de un accidente en la costa, y caía en manos del rey descepcionado, el sacrificio de su vida era un motivo más para que la fama hiciera su nombre imperecedero y respetado, como un mártir primero, y como un héroe después, y contra la furia de los elementos y ahogando en su pecho los más nobles sentimientos, luchó contra todos los inconvenientes para ganar aquella costa por­tuguesa que lo rechazaba, y su tenacidad triunfó del viento y del mar, y por inexplicables accidentes también pudo conservar la vida y llegar hasta los reyes de España, para poner a sus pies todo un tesoro de revelaciones admirables que arrancaron un grito de pasmo al mundo desconcertado.

¿Puede aportarse prueba más fehaciente de la oriundez ponteve­dresa del Almirante?

¡ Qué lejos estuvieron de suponer los viejos cronistas, las causas que motivaron aquel alejamiento de las costas gallegas y que sirvieron para poner en tela de juicio sus preclaras dotes náuticas!

¡‘Cómo se despejan las sombras a medida que se acentúa su origen galiciano!

Ya hemos visto que cuando la gravedad del Almirante hizo temer por su vida, su hermano el Adelantado, Bartolomé Colón, parte para Galicia con el objeto quizás de acompañar a su cuñada a Valladolid, donde la enfermedad tenía postrado al Descubridor; viaje que segura­mente no llevó a cabo por haber recibido en Galicia la noticia de su fallecimiento. Se supone fundadamente que allí pasó un año o más, arreglando quizás los asuntos del Descubridor.

En el año 1509 Don Bartolomé forma parte de la lucida expedi­ción que partió de Sanlúcar conduciendo al joven almirante Don Diego y a su esposa doña María de Toledo que iba a sustituir a Ovando en la gobernación de las Indias, después del famoso pleito, resuelto a favor del hijo primogénito de Colón, por fallo unánime del Consejo.

Acompañando a Don Bartolomé, dice Las Casas, iba un caballero gallego, don Cristóbal de Sotomayor, hijo de la Condesa de Camiña y hermano del Conde de Camiña, secretario que había sido del rey Don Felipe. Agrega que el dicho Don Cristóbal, iba solo y mondo, como di­cen, con sólo sus criados, harto pocos y no traía de Castilla un cuarto para gastar. Y dice más: que este Don Cristóbal de Sotomayor fué asesinado con otros cuatro españoles en la isla de San Juan por el rey Aguéibana. (Historia de las Indias, tomo III, pág. 258 y 203).

Intrigados por esta coincidencia, comenzamos nuestras investiga­ciones y por documentos que se guardan en el Archivo de Indias, Es­tantes 139-C. 3, venimos en conocimiento, que ese caballero gallego protegido por los Colones y que ocupaba un importante destino en aquella isla, fué efectivamente asesinado juntamente con su sobrino Don Diego en la citada isla.

Y   ahora viene aquí otra coincidencia estupenda. La intimidad de Sotomayor se demuestra, por el obsequio de libros que recibió de aquél procer, Don Bartolomé Colón, que a su vez se los donó a su sobrino Don Fernando. (Asensio. «Cristóbal Colón», Tomo I, pág. 225).

El Conde de Camiña de que nos habla el P. Las Casas, hermano del caballero gallego Don Cristóbal de Sotomayor y Secretario del rey Don Felipe, no es otro que el hijo de Don Payo Gómez de Sotomayor, que había sido Mariscal de Castilla y embajador en Persia del rey Enrique III, de rancio abolengo gallego y casado con una señora ga­llega, Doña Mayor de Mendoza, sobrina de Don Lope, arzobispo de Santiago.

Y   aquí, repetimos, viene esa coincidencia estupenda. Las tierras adquiridas por Don Payo Gómez de Sotomayor, tenían por lindes las de Domingo de Colón y ambas tierras salían al eirado de la Puerta de la Galea (1) en Pontevedra.

Es pues, indiscutible, que existían lazos de vecindad y conocimien­to entre ambas familias y de ahí que el caballero Cristóbal de Soto-

(1)     Entre loa documentos publicados por La Riega, en un minutario de 97 hojas en folio’ el el Notario Alfonso Eana Jacob, perteneciente al Liuro do Ccncello, hallado por Don Casto Sampedro, presidente de la Sociedad Arqueológica de Pontevedra, al folio 85 vuelto, hay una escritura de compra de casa y terreno hasta la casa de Domingos de Colón d Viejo, por Payt> Gómez de Sotomayor. La copia íntegra de este documento fué publicado en fotograbado por la revista de Buenos Aíres CARAS Y CARETAS el 14 de Marzo de 190S, la que transcribi­mos a eontinuaeión:

4 |‘XXIX díaa do dito mea (Septiembre de 1435), Sabean todas que eu, Joan ¡sotierres do Ríbeiro, mnriñciro vesifío da viln de pnnt vedra que soon presente e que faco por min e en nom de mifia moller Constanza gotierres por a qual me obligo e que faco por min e por todas mifias voces e suas vendo firmemente por juro de heredad e para todo gempre a vos pay gomes de souto mayor absenté, como se esteberedes presente e a vosa muller ctofia mayor de mendoea, e ambas vosas vozea e suas toda a parte e quiñón que a min e a dita miña moller pertenesce-da casa sotoon e sobrado e terral orio ata a caía de ds de colon o vello que está na rúa da ponte da dita vila j iiuto con as cusas de vos o dito payo gomes ile huna parte e da outra parte se ten de longo por taboado con as casas do cabildo de Santiago e bay sair a o tirado da poria da galea e bay sair a a dita rúa segundo por la via que a soya ter e usar femando garcia e eu despois del v eso mismo o d ito voso apanigondo por la d ita via e modo* e vendo como dito e toda a parte e quiñón que asi a min e a ni i ña moller pertenesce das ditas eneas con aua pedra tella feiro madeira en terratorio ata a casa de ds de colon o bello e con cargo que o dito pay gomez e sua moUer^e sua3 voz es den o paguen e a confraria de 9an juan seya mrs de moneda vella que de vos rescibin e de que me outorgo por entregado e pago e se mais bal ante todo juez que niya por pena o do­ble,—E eu ruy Iopes. escudeiro do dito pay gomes por min e en nom do dito pay gomes que sodii presente esto Tcscebo. Testigos: alonso eans jacob notario;—jívaro agulla;—toribio go* tierres escudero del rey e outros,—feito.

mayor y su sobrino Diego, acompañaran al Adelantado Don Bartolo- iné Colón al regreso de su viaje a Galicia, y que formaran parte de la expedición que fué a Santo Domingo, donde el Virey Don Diego lo favorece dando a Don Cristóbal de Sotomayor la tenencia de gobierno de la isla de San Juan de Puerto Rico.

Consta que la madre y hermano del infortunado caballero gallego tenían muoha propiedad territorial en la primera mitad del siglo xv, casas y castillos. Sus sepulturas están en las ruinas de Santo Do­mingo de Pontevedra,

Muy lejos estaba de sospechar La Riega cuando publicó el docu­mento que se transcribe al pié, que los Sotomayor y los Colón habrían de verse ligados en futuros acontecimientos, para probar la existencia de los Colones en Galicia, bastantes años antes de realizarse el des­cubrimiento.

Dice Fernández Duro en su Nebulosa de Colón, pág. 29, que no está aún averiguado que Felipa y Violante Muñiz fueran hijas de Bartolo­mé Perestrello y de Isabel Muñiz (de la genealogía portuguesa) si bien parece indicarlo — añade — el dictado de concuño de Cristóbal Colón con relación a Pedro Correa’’. Y aquí hemos de hacer otra advertencia: En otra de las escrituras halladas por La Riega, apare­ce envuelta entre el parentesco de Colón, una Constanza de Correa, documento que lleva fecha 22 de Junio de 1528.

Peragallo también nos advirtió que era muy discutible el aserto del físico García Hernández, que declaró la existencia de parientes por parte de la Muñiz portuguesa en España, y agrega: «que es problemá­tica la existencia de un cuñado español de Colón por vía de la por­tuguesa Felipa Moniz”.

Y  es singular otra coincidencia: Que la nodriza del primogénito de Don Diego el hijo de Colón, se llamara Catalina Enriques (1) sobrina sin duda de Doña Beatriz concubina, según los historiadores del pri­mer Almirante y madre de Don Fernando.

Y   que Doña Beatriz Enriquez, la desdichada y olvidada vireina, pues este título la correspondía por los títulos de Cristóbal Colón, no residía en Córdoba, queda demostrado con la exclamación que hace el Almirante en üu Diario del primer viaje, día 14 de Febrero de 149S, que en un momento de honda pesadumbre, dice: “que dejaba a sus hijos en Castilla, huérfanos d-e padre y madre en tierra extraña”. (2)

La historia no nos dice donde residió Fernando ‘Colón, segundo hijo del Almirante desde el año 1505. Por espacio de tres años los miamos que sirven de nebulosa a Don Bartolomé Colón, no se sabe dónde residieron, si bien sabemos que este último estuvo en Galicia.

Pero desde el año 1510, después de su regreso de Santo Domingo, ya se pueden seguir fus pasos por las notas que iba poniendo en los libros, que adquiría o compraba, durante sus viajes, para la fundación do su famosa biblioteca Colombina.

Así sabemos que en el mes de Enero de 1510, estaba en Valladolid y el mismo año en Calatayud. En 1511 reside en Sevilla y en el otoño, hace una excursión a Toledo y Alcalá de Henares. En Junio de 1512

(1)    Asensio—“Cristóbal Colón”. Tomo II Acotación a la pág. 722.

(2)    Para comprender todo el alcance de palabra extraño o extraña, ya se trate dn un individuo o de una localidad, víase el capítulo dedicado a Emiliano Tcjcru.

está en Lérida donde adquiere muchas obras en lengua catalana. Poco tiempo después, emprende un viaje a Roma y paisa cerca de un año en aquella ciudad, En el verano de 1513 ya está Fernando de regreso en España, y en Agosto visita Barcelona, después Tarragona y luego Valencia. En Febrero de 3514 se encuentra en Madrid, villa que ape­nas contaba entonces 3,000 habitantes. En Julio va a Medina del Cam­po, y en Noviembre, ya lo vemos en Valladolid. En Enero de 1515 está en Génova, y en Junio y Septiembre en Roma. En Oetubre hace una excursión a Viterbo y vuelve a pasar el invierno en la ciudad de los Papas.

En Enero de 1516 visita Florencia donde aún se encontraba en Julio del mismo año y al finalizar aquel mes, ya está en Medina del Campo.

En Junio de 1517 está en Madrid. Vuelve a Roma y después de una corta temporada, regresa a España y reside en Alcalá.

Y   aquí comienzan las desapariciones de Don Fernando.

En Enero de 1518 aparece en Valladcflid y en Marzo del mismo año aún permanecía en aquella localidad. En Julio visita a Medina del Campo y aquí observamos una gran laguna histórica, puesto que el historiador Asensio, nos dice “que se pierde de vista duraate todo el año 1519”.

Coincide esta época con la presunta muerte de Doña Beatriz de Enriques, según se desprende de los documentos y del testamento de Don Diego.

Asensio, y con Asensio otros historiadores, no pueden precisar la residencia de Don Fernando Colón durante el año 1519; pero nosotros hemos averiguado que estaba en Galicia, pues cuando Carlos V tras­ladó las Cortes a La Coruña y buscaba, con dificultades, recursos para trasladarse a Alemania, para ser elegido emperador por muerte de Maximiliano, se presenta Don Fernando Colón en tan críticos mo­mentos a ofrecerle una importante cantidad en oro, préstamo que aceptó agradecido el monarca.

¡Extraña coincidencia!

A esto podrá alegarse que Don Fernando formaba parte de la nu­merosa comitiva que acompañaba al rey Carlos; pero esta presunción tiene necesariamente que quedar descart?*da, por cuanto su nombre no figura en la lista que nos ha dejado Sandoval. Además, no se concibe que Don Fernando alejado de Castilla, pudiera proporcionar una grue­sa suma en oro al monarca, de no residir en Galicia.

Doh Fernando pues, residió en Galicia durante el año 1519 donde seguramente asistió a los últimos momentos de su madre Beatriz En- ríquez.

Posteriormente o sea el día 23 de Octubre de 1520, aparece en Bruselas y en Worms el 17 de Diciembre del mismo año.

Durante el invierno de 1520 al 1521 está en Italia. En Diciembre de 1521 se hallaba en Alemania. A principios de 1522 en Colonia. Vi­sita después los Países Bajos, donde permanece hasta la primavera. En los primeros meses de 1522 acompaña al emperador a Inglaterra, y en Londres se encontraba por Junio del mismo año.

 

En Octubre está en Santander y vuelve a haber otra laguna en su vida durante un año, puesto que no volvemos a encontrarlo hasta Noviembre del 1523.

En Febrero de 1524 estaba en Badajoz; en Octubre en Medina y en Noviembre en Valladolid, de donde se traslada a Medina del Campo.

En los primeros meses de 1525 vuelve a visitar el norte de España y posiblemente Galicia. Los últimos meses los pasó en Madrid y en Salamanca.

Observen nuestros lectores que ni una sola vez visita Córdoba, país, según los historiadores, cuna de su madre Beatriz de Enríquez.

Pueden seguirse sus pasos sin interrupción hasta el mes de No­viembre de 1531.

Y   ahora oigamos a Asensio: “Al año siguiente ya había regresado a España, pues lo encontramos en Valladolid en Noviembre de 1531. ¿Pero qué hizo en los dos años que subsiguieron? No lo volvemos a ver, ni a saber nada de él, hasta que en Enero de 1534 aparece en Alcalá de Henares”.

La pregunta de Asensio, podríamos replicarla diciendo que estaba en Galicia; pero como desgraciadamente, esto es sólo una suposición, aunque muy fundada, no podemos ciertamente hacer semejante ase­veración histórica.

En 1535 hace un viaje a Francia y al año siguiente, ya no es po­sible localizarlo en determinado punto de España. Quizás asiste a la exhumación de los restos de su padre y de su hermano Diego enterra­dos en el eonvento de las Cuevas,              .

En Diciembre de 1538 estaba en Sevilla sufriendo ya la enferme­dad que habría de llevarlo al sepulcro.

Es circunstancia por demás curiosa, que las desapariciones de Don Fernando, coincidan después de más o menos larga residencia en Va­lladolid, o cuando visita algún puerto dél Norte.

Pero aún no han terminado las coincidencias. La primera desapa­rición de Don Fernando, ocurre en el año 1519, según lo hemos apun­tado. Pues bien, en Octubre de aquel mismo año, es cuando según una escritura de Pontevedra, que lleva fecha del día 19 y que perte­nece a las probanzas de mi respetable amigo Sr. Otero y Sánchez, ad­quiere Juan de Colón, mareante y su mujer Constanza de Colón, veci­nos del arrabal de Pontevedra, la heredad de Andurique, que era de la propiedad del monasterio de Poyo. Es incuestionable que los dine­ros de Don Fernando se traducían en posesiones territoriales que habían de disfrutar los parientes del Descubridor.

Y  por aquella fecha también es cuando toman incremento las obras de reedificación de la iglesia de Sania María la Mayor de Pontevedra. ¡Coincidencias! se alegará; pero a nuestro juicio son demasiadas esas coincidencias.

Continuemos con las coincidencias:

Muerto el primogénito de Cristóbal Colón, hereda los títulos Don Luis su hijo mayor, que había de fallecer en Orán desterrado por el monarca.

A su regreso de La Española, este tercer Almirante vino a Espa­ña en el año 1552 y en la Casa real y reinos, fué tratado como GRAN­DE — dice Esteban de Garibay — por ser Duque de Veragua, allende de ser juntamente, marqués de Jamaica y Almirante de las Indias. “Casó en este viaje con Doña Ana de Castro, hija de» Alvaro Osorio de Castro, conde de Lemos, y de su mujer Doña Beatriz de Castro, Condesa propietaria de ese estado y careció de sucesión”.

Probablemente algunas de nuestros lectores ignoren que los Cas- tros y Lemos, pertenecían a la más rancia nobleza gallega y por lo tanto, la ligazón galiciana se perpetúa como si una atracción irresis­tible atrajera a los sucesores del insigne descubridor hacia un común origen. Más adelante podremos comprobar estas presunciones.

Muerto Don Luis en Orán y sin sucesión directa, se entabla entre los colaterales un ruidoso pleito y se revuelve cielo y tierra para aportar antecedentes que pudieran hacer fuerza para mejor derecho.

Y   entonces aparece en Galicia, el muy magnífico y reverendísimo Don Cristóbal Colón (1), que en los años 1575 y 1576 se dedica a visitar las cofradías de Pontevedra según actas que pertenecen tam­bién a las probanzas de mi ilustrado amigo Sr. Otero y Sánchez. Y dice el Sr. Otero: “Estas actas tienen en mi concepto un interés es- pecialísimo; porque es preciso fijarse que esta dignidad de la iglesia que no costa fuera del arzobispado de Santiago a que pertenece Pon­tevedra (2), aparece empleado dos años en visitar dos cofradías (para 1^ cual bastan unos pocos días) y en los años precisamente que quedó vacante la sucesión de Colón por falta de varón. ¡Especial coinci­dencia’ ¿Cuál sería el objeto que lo trajo a estacionarse en Ponteve­dra durante dos años? Lógicamente pensado, si aquél venía buscando antecedentes en las cofradías para presentarse con derecho a la sucesión, sus antepasados Don Bartolomé y Don Fernando, ya se ha­bían encargado de destruirlos, posiblemente con la complicidad del mareante Juan de Colón, que en el año 1528 ya había fallecido.

Hemos de agregar por nuestra parte, que el Cristóbal Colón a que se hace referencia, no puede ser otro que el hijo segundo de Don Die­go, primogénito del Almirante, que por el título que se le dá de maestre, lo era seguramente de alguna orden religiosa. Este Don Cristóbal Colón estaba casado con Doña Ana de Pravia, natural de Asturias y tuvo dos hijos Don Diego y Doña Francisca.

Y   continúa así el Sr. Otero Sánchez: “Pero si significativo es lo que antecede, no lo es menos, el que habiendo desaparecido en absolu­to la rama de los Colones en Pontevedra, con la muerte de Juan de Colón, durante más de siglo y medio, volvieran a aparecer en Ponte­vedra los descendientes de Don Diego de Colón, hijo primogénito del Almirante a fines del siglo xvii y principios del XVIII, como lo prueban los documentos hallados, por los cuales se demuestra que encontraron la fórmula de venir a esta capital (Pontevedra) donde vivieron du­rante varios años, como buscando el calor de la tierra que había me­cido la cuna de su ascendiente Cristóbal Colón”.

“Aquí tuvieron propiedades, rentas, capillas — aunque no hemos podido averiguar aún de dónde procedían — ; aquí se llamaban des-

(1)    Hemos hallado en una noticia, que Don Cristóbal Colón, segundo de este nombre, falleció on los primeros meses cié 1572. sin duda confundiéndolo con su hermano Don L.UÍS, muerto en Orán. precisamente en la ¿poca que se atribuye al segundo, de menor edad. _

(2)     En nuestras investigaciones, liemos hallado que en e! testamento de Don Luís Colón, otorgado enOránel9de Enero de 1572* figuraba una cláusula por la cual confiaba a su hermano Cristóbal e! encargo de dotar ciertas capellanías, lo que sin duda alguna está relacionado con la visita de Don Cristóbal Colón, en la de inspección a Galicia durante Jos años 1575 y 1576, eendientes de aquél y aquí fallecieron algunos de ellos” Y termina así el Sr. Otero: ¿Por qué no fueron a establecerse en Génova?

Efectivamente: le sobra razón al Sr. Otero. En Galicia ocurrió todo lo contrarío que en Génova, Allí desaparecieron como el humo cuando llegó a noticias de la Señoría, la nueva de que el Descubridor del Nuevo Mundo había nacido en Génova.

En Galicia, por el contrario, se intensifican las probanzas tan pronto como el Almirante cierra los ojos y lleva a la tumba el secreto de su origen.

Y   continuando en las coincidencias, observamos que en el segundo testamento de Don Diego, se mandan dar ciertos maravedís de pensión atrasada a los herederos de Beatriz Enriquez, lo que prueba que ya había fallecido en Septiembre del año 1523 que fué cuando se libró el testamento, noticia que traemos a colación para ir a parar incidental­mente a otra coincidencia curiosa y es, que según el cronista Esteban de Garibay, Don Diego, el primogénito del Almirante, se hallaba el año 1520 en La Coruña. Dice así Garibay: “Fué electo emperador (Carlos V) el año 1519 y después en el de 1520, estando en la Coruña para embarcarse a Flandes, le dió licencia (a Don Diego) para tornar a su gobierno, porque ya los PP. Hieronimos, ecta.” Vemos pues, reunidos en este año en La Coruña, a Don Diego y Don Fernando. Hemos de recordar que Don Fernando facilitó una gruesa suma al Emperador y se nos antoja que este donativo o préstamo tan opor­tuno, influyó poderosamente para que Don Diego recuperara el go­bierno de la isla Española. Convengamos pues, que la presentación no fué ocasional y que es muy raro que en los momentos en que el em­perador se diaponía a partir, saltando por todas las conveniencias del pleito sostenido por los Colones, lo reponga en el gobierno con uní* sola plumada. Es positivo por otra parte, que los Colones residían en La Coruña por entonces, o lo más cierto, en la provincia de Ponteve­dra, donde seguramente pudo informarse Don Diego del fallecimien­to de su madrastra.

Tal es el cúmulo de coincidencias, que siguiendo por este camino de investigación, con el auxilio de las noticias que nos ha dejado la historia y de las conjeturas que de las mismais se desprenden, se po­dría reconstituir aquella lejana época con relativa exactitud.

Pero aún hay más.

Teniendo el convencimiento que Doña Beatriz de Enriquez sólo fué e incidentalmente, vecina de Córdoba, pudo muy bien por otra parte ser su cuna, teniendo por origen los ascendientes de Cristóbal Colón, porque según ya lo hemos indicado, tenemos la persuasión de que Bea­triz de Enriquez era gallega o bien emparentada con la familia Colón.

Debemos a La Riega una noticia documentada, por la que se da el supuesto de que un tío dél Almirante emigró a Córdoba, allá por los años 1430 o 1440.

Ese tío de Colón, se llamaba Bartolomé y su nombre fué hallado en los cartularios pontevedrenses, donde aparecía como procurador cíe una cofradía llamada de “San Juan Bautista” en el año 1428.

En apoyo de esta probanza, vino el académico Sr. Rafael Ramí­rez de Arellano, que en el Boletín de la Real Academia de la Historia de Madrid, correspondiente a Diciembre del año 1900 publicaba un do- cimiento (testamento) otorgado el 24 de Octubre de 1489 por Pero González fijo de Bartolomé Colón González. Ahora bien; según La Riega el González del segundo apellida, de acuerdo con las grafías publicadas, se convertía en gallego. Y agrega el Sr. La Riega, que sabido es que en aquellos tiempos, no había regla tija para el primer apellido, y que para el segundo, no se usaban entonces los patroními­cos, González, Sánchez, Fernández, ecta, siendo muy frecuentes los motes o sobrenombres, con los cuales se singularizaba popularmente a varias personas. Por eso al mencionado Bartolomé Colón se le apelli­daba gallego en Córdoba a causa de su procedencia. Ese hecho — con­tinúa La Riega — y el de emplear deliberadamente el Almirante en su testamento el adverbio AQUI hablando de sus parientes, ofrecen por casual carambola, según suele decirse, un indicio de importancia acerca del verdadero linaje de Colón.

La Riega dice que el mote, gallego, está bien elaro en el calco pu­blicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia, página 469; pero Oviedo y Arce, que veía por todos lados mixtificaciones, raspa­duras y suplantaciones, reclama airado y dice que todo ello es pura filfa.

Veamos pues, lo que dice el furibundo censor del ilustre La Riega, en la página 35 del informe, publicado en el Boletín de la Real Aca­demia Gallega del 1.° de Octubre del año 1917:

“De este mal nacido Bartolomé de Colón, supone G. de La Riega, que emigró a Andalucía hacia comienzos del siglo xv, y qye allí le die­ron el mote de gallego. La emigración es un expediente que explota mucho nuestro autor. Funda esa fantasía en un documento cordo­bés de que dió noticia en el Boletín de la Real Academia de la Histo­ria, de Madrid (Diciembre de 1900), Don Rafael de Arellano. Este documento es el testamento otorgado a 24 de Octubre de 1489 por pero gonzález fijo de bartolomé gonzález. El docto académico leyó en las grafías que hizo grabar para el Boletín de la Real Academia de la Historia. Pero González fijo de Bartolomé Colón González por Barto­lomé González y Sánchez, Y ello dió pie a García de la Riega para convertir tal personaje en un Bartolomé Colom, gallego, dando esta in­terpretación gallego a las grafías que el Sr. Ramírez de Arellano tra­dujo bien por González. G. de la Riega no se contentó con esto, sino que convirtió en este Bartolomé González, auténtico, de Córdoba, el Bar­tolomé de Colón que él había inventado y metido en el documento de Pontevedra. ¡ Qué menos podría hacer quien podía justificar una fan­tasía documental con un documento sincero! Y añade Oviedo y Arce, que según calco que le remitió Don Julián Paz Espeso, el Sr. Ramírez de Arellano se ha equivocado en ,1a interpretación de tales grafías. Bar

—  dice — no puede ser abreviatura de Bartolomé, mejor que de Bar- jona, Barcefas, Barsabas, Barjesu, ecta. El supuesto Colom es tolo- me: se sabe que la c y la ñ se confunden en los documentos del siglo XV. Además el contexto del documento de Pero González, legando a su hijo Bartolomé González, confirma si ello fuera menester, que el padre del testador se llamaba como el nieto heredero, ‘’Bartolomé Gon­zález. Trátase por lo tanto, y para mi evidentemente, en este texto cordobés, de un vulgar Bartolomé González, padre de un Pero Gon­zález. G. de la Riega que ya había inventado el Bartolomé de Colón,

 

debió creer que a los dioses le era propicia su labor de invencionero cuando leyó el. trabajo del Sr. Ramírez de Arellano, y, con la segu­ridad del triunfador, se adelantó a descifrar las oscuras cifras del segundo apellido del supuesto Bartolomé Colom, traduciéndolas por gallego, en vez de González o Sánchez. El colmo de la fortuna para G. de la Riega, empeñado en convertir en sustancia pontevedresa, todo lo que tuviese algún color coloniano, ¡ Sería miel sobre hojuelas falsi­ficadas! Con esto queda cuarteado uno de los baluartes, que G. de la Riega había erigido en apoyo de su sinceridad. ¡ Como que en La Gallega —1897, había dado noticia de este documento, es decir, tres años antes de que el Sr. Ramírez de Arellano exhumara el cordobés, que supuso testimoniaba un Bartolomé Colom, el cual por la cronolo­gía, podría identificarse con el inventado por G. de la Riega!”.

Hemos copiado íntegra la refutación de Oviedo y Arce, no tan sólo para evidenciar la caballerosidad de su crítica, modelo como se vé de buen decir, sino que también para refutarle a nuestra vez sus incalifi­cables argumentos paleográficos indignos por cierto de quien se con­sideraba maestro en la ciencia diplomática.

Ignoramos lo que el académico Sr. Ramírez de Arellano habrá re­plicado a la descalificación de Oviedo y Arce, que políticamente, lo titula incompetente.

Ignoramos asimismo, si se publicó la rectificación del Sr. Arellano, puesto que de no haberse publicado, queda en pié la afirmación del académico y por lo* tanto, constatada la existencia de un Bartolomé Colón en Córdoba en la época del testamento transcrito.

Y  ahora pasemos a la crítica. Dice Oviedo y Arce que el docto aca­démico Sr. Serrano, se ha equivocado en la interpretación de tales gra­fías, porque Bar no puede ser abreviatura de Bartolomé. Esto, es una apreciación personal de Oviedo y Arce, porque no expresando la abre­viatura Bartolomé, no sabemos ciertamente lo que pueda representar. Dice Arce que puede significar Barjona-, Barcefas, Barsabas, Barjesu…

¡Qué les parece a nuestros lectores! No encontrando nombre pro­pio a qué poder aplicar el Bar, busca en la desesperación de su impo­sibilidad demostrativa, nombres raros y exóticos que podemos asegurar ¡jamás llevó cordobés alguno!

Es más: casi podríamos afirmar que en el siglo XV no existía en España, quien ostentara semejante nombre bíblico; porque a la Bi­blia tuvo que recurrir nuestro paleógrafo para hallar nombres que se adaptaran a su estupenda demostración y así vemos que aporta a la probanza el nombre mundano de San Pedro; el de un judío, mago y falso profeta, y el de uno de los candidatos para reemplazar a Judas en el Apostolado. ¡Y aún hay quien supone abrumadora la crítica con­tra La Riega!

Sigamos desmenuzando los conceptos para saber hasta dónde llega el eminente impugnador coruñés.

Antes bueno será copiar el calco motivo de la discusión o sea el que se facilitó a Oviedo y Arce por el Sr. Julián Paz Espeso, tomado del testamento cordobés transcrito por el académico Sr. Ramírez de Arellano.

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No se necesita ser paleógrafo ni hacer alarde de conocimientos de braquigrafía para comprender que el apellido Colom ni aún merece los honores de la discusión so pena que el Sr, Oviedo y Arce, haya creído tan ignorantes a sus lectores, que bastaba la fantochería de su afirmación doctrinal para confundirlos.

Porque sería el colmo de la petulancia afirmar, como lo afirma Oviedo y Arce, que ese COLOM claro y terminante del documento, quiera expresar TOLOME. Sostener semejante teoría equivaldría a hacernos comulgar con ruedas de molino y toda la ciencia diplomá­tica del mundo, no sería bastante para hacernos entender que una c, una o, una l, una o y una m así, deletreando la palabra, quiera decir TOLOME que por otra parte no es raiz de ninguna palabra conocida, ni expresa ni significa absolutamente nada, ni se presta por otra parte al análisis en conjunto, del estudio anatómico de la filología de nues­tra lengua.

¿Que la c y la í se confunden en los documentos del siglo xv? Pues razón de más para suponerla c y no í porque precisamente la confusión en los escritos de los siglos xiv y xv provenía de la t y no de la c, y aún esto es muy discutible en buena ciencia diplomática, por­que la t se significaba por una virgulilla que arrancaba en sentido ho­rizontal de izquierda a derecha en su parte superior, particularidad que no se observa en este caso.

Pues bien; a pesar de todo lo apuntado el Sr. Oviedo y Arce, nos dice muy formalmente que el Bar y el Colom equivale a Bartolomé. Probablemente al trazo final de la «i quiera darle Oviedo y Arce valor de e, lo que sería el colmo de la presunción, si tenemos en cuenta que las vocales finales no admiten abreviatura y que en el calco la e de la preposición de no puede estar más clara ni mejor trazada para po­nerla como ejemplo.

Y  ahora, diga el que leyere, si la siguiente grafía

expresa González o Sánchez, de acuerdo con las reglas más elementales de braquigrafía, tomando como modelo, en el mismo calco del señor Serrano, la palabra González que aparece perfectamente legible.

Cierto es que la grafía es confusa; pero como contracción, fué bien interpretada por La Riega, puesto que representa un modismo vulgar, perfectamente indicado por la abreviatura y nunca González o Sán­chez, puesto que podrá representar todo lo que se quiera, menos la con­tracción de estos dos apellidos. La_o final está bien determinada, lo mismo que la g inicial que no podría admitirse para Sánchez y las gg ligadas a la brevedad, mucho menos para González.

Y  así es como el Sr. Oviedo y Arce, a quien dedicamos un capítulo en este libro, atiborrándonos de conceptos doctrinales, trata de des­truir las consideraciones de La Riega a la par que inculpa de indocto, a un respetable académico que interpretó razonablemente el apellido Colón, objeto de esta ya larga aclaratoria.

 

Por lo tanto, es innegable que Colón tenía parientes en Córdoba, donde residió por algún tiempo Beatriz Enriquez, bien como originaria de Galicia y confiada por ©1 Descubridor a sus allegados o bien como originaria de aquella misma familia gallega residente en Córdoba, con la cual casó o amancebó, puesto que no es nuestro propósito esclarecer punto tan combatido.

Lo que sí es indudable, es que la estancia de Beatriz Enriquez en Córdoba, fué transitoria, puesto que todo lo hace presumir así.

Que los Colones y Enriquez, estaban ligados por lazos de familia y lo estuvieron por mucho tiempo, se demuestra igualmente aportando a la probanza dos descendientes del Descubridor que residían en Ga­licia por los siglos xvn y xvmi, de acuerdo con los documentos ponte- vedreses. Por ellos venimos en conocimiento que vivían afincados en Pontevedra Doña Benita de Vargas Colón y Enriquez en una época y Don Miguel Enriquez Colón en otra. Tenemos el convencimiento que, si pudiera reconstruirse la genealogía de los Colones con sus individuos más oscuros, nos llenarían de asombro estas circunstancias que sólo podemos ofrecer desperdigadas y sin la ilación que fuera de desear, trabándose de un asunto tan interesante.

Es del mayor interés también la curiosa visita de Cristóbal Colón, segundo de aquél nombre que visitaba las parroquias de Galicia en el último tercio del siglo xvi y de que ya hemos hecho referencia. Oviedo y Arce que a todo sacaba punta, refiriéndose a las actas de visita de este dignatario y que añade «no ha podido ser identificado”, empeñado en que todos los Colones que aparecen en Galicia, son de origen catalán, sólo por llevar la contraria a La Riega, dice que aquél CRISTOBAL COLON era CATALAN, suposición que reafirma la particularidad de que su Secretario se llamara ¡fíjense bien nuestros lectores! ¡ALONSO DE XEMA!

El Sr. Murguia a quien tanto deben las letras regionales, también halló entre los papeles del Archivo Regional de Galicia, la noticia de que el Capitam General de aquel reino en los años 1677-1679 se llamaba Don Pedro Manuel Colón, Gran Almirante de las Indias, Duque de Veragua y de la Vega.

Esta es otra circunstancia curiosa, porque teniendo en cuenta que en Galicia parecían haberse dado cita por aquellos años, otros indi­viduos descendientes de Cristóbal Colón y no siendo entonces la re­gión gallega, una posición realmente brillante para un Almirante de las Indias, teniendo tan vasto campo para la nombradla y fortuna en América, no se nos alcanza que interés tuviese el Duque de Veragua en vegetar lejos de la corte o de las ricas posesiones de América, no siendo el interés que pudieran despertarle posesiones de cierto valor real heredadas de sus antecesores y que quisiera enagenar.

¡Confiemos en las futuras investigaciones que a nuestro juicio, nos tienen reservadas muchas sorpresas

CAPITULÓ XI

LA TANGIBLE DEMOSTRACION GEOGRAFICA

La reveladora toponimia. — Prueba plena de la oriundez galiciana del Almirante, con el solo atestado de la demostración. — Islas, pun­tas, cabos, puertos, ríos y montañas de las Indias Occidentales que Colón bautizó con nombres que llevan o llevaron otros tantos lugares geográficos de la costa gallega. — Otro buen número de tópicos americanos que llevan o llevaron denominaciones galle­gas. — Con accidentes topográficos de Galicia o vocablos pertene­cientes a su léxico, se cubre el cómputo de la nomenclatura, de las islas, cabos, puntas, bahías, ríos y montañas que figuran bau­tizados por Colón en sus viajes de descubrimiento, de acuerdo con las citas de Navarrete, no en esencia, sino en número, puesto que we citan más cuarenta y cinco tópicos determinados. — La rela­ción de los descubiertos por La Riega y los que corresponden a nuestra- investigación. — Noticias documentadas que lo atesti­guan. — Equivalente en castellano de las palabras gallegas que se mencionan en la probanza.

En la edición extraordinaria correspondiente a los “Lunes” de Diario Español de la Habana, del 7 de Agosto del año 1922, consagra­da por entero a extractar el contenido de mi libro GALICIA PATRIA DE COLON, decíamos hablando de nuestra pesquisa geográfica y de los antecedentes ya suministrados por La Riega:

Hace ya bastantes años, visitábamos la hermosa ciudad de Vigo. Después de haber recorrido la población, subiendo y bajando calles empinadas y refrescar en uno de los más populares cafés de la Puerta del Sol, tuvimos el capricho de conocer las islas Cíes, como uno de tantos entretenimientos que se ofrecen al viajero curioso y amigo de aprovechar el tiempo. Descendimos a los muelles y ya en la ribera, por una bagatela alquilamos un bote que nos llevó hasta esos extra­ños islotes que sirven de antemural al puerto.

Dos eran los marineros que tripulaban la embarcación y cuando se trató de elegir el punto del desembarco, recuerdo que el de más edad, un verdadero lobo de mar que tenía a su cargo el timón, con­testando a la pregunta de su compañero, dijo esítas palabras: N’a punta da perna.

Recuerdo esto perfectamente; pero no le di entonces importancia. Me extrañó aquella pintoresca denominación: eso fué todo.

Pero cuando más tarde, estudiábamos la hidrografía de aquella provincia, hubo de llamarnos la atención la extraña configuración de

 

las dos islas. Efectivamente: la mayor tiene la apariencia de una pierna; ‘la menor, aunque con el talón muy pronunciado, la de un pie hasta mas arriba del tobillo. Cualquiera puede cerciorarse de esto que afirmamos.

Pues bien: leamos un párrafo que trata de los descubrimientos de Colón.

“Llegó a la isla de la Tortuga; vido una punta de ésta, que llamó LA PUNTA PIERNA que estaba al Lesnordeste de la cabeza de la isla”…

¡En la misma situación que señaló como desembarcadero, el viejo marino que nos llevó a las islas Cíes!

A esto se alegará que pudo ser una coincidencia. Perfectamente. No hablemos más del asunto; pero lo raro es, que siguiendo la des­cripción del descubrimiento se lee a continuación del párrafo citado:

.. .“y habría doce millas, y de allí descubrió otra punta que llamó la PUNTA LANZADA en la misima derrota del NORDESTE, que habría diez y seis millas. Y así, desde la cabeza -de la Tortuga hasta la PUNTA AGUDA, habría cuarenta y cuatro millas, que son once leguas al Lesnordeste”…

¡Qué casualidad! Bautizó la PUNTA PIERNA simultáneamente con la PUNTA AGUDA cuyos nombres llevan otros tantos salientes de la costa pontevedresa. ¡Es el colmo de la casualidad!

Prosigamos la curiosa probanza. La Riega ya había observado que a una de las primeras islas descubiertas, la había bautizado el Al­mirante con el .nombre de SAN SALVADOR y a una bahía con el de PORTO SANTO. Pero como SAN SALVADOR no lo puso a un solo lugar, ya no es posible atribuir a la piedad religiosa el hecho de que hubiera bautizado dos lugares con el mismo nombre. SAN SALVADOR y PORTO SANTO son precisamente dos puntos veci­nos de la ría pontevedresa, siendo el primero, el pueblo donde se supone nació Colón y el segundo, el puerto donde traficaban los

 

vecinos de aquella aldea, que está llamada a ser famosa en los fastos de la Historia.

Dice La Riega que el hecho de que estos dos nombres figuren en la nomenclatura de los puestos por Colón en las Antillas, pudiera atribuirse a una mera coincidencia — no obstante ser ya estas mu­chas—; pero que hay que renunciar a semejante explicación, en vista que el Almirante bautizó otros lugares con denominaciones tam­bién pontevedresas.

Naciendo en Pontevedra ¿no se justifica sobradamente—dice La Riega — el que se hubiera acordado de una patria que no quería o  no podía declarar en momentos tan solemnes y de tanta expansión como fueron para él los del grandioso descubrimiento, momentos en que se encumbraba gloriosamente en la sociedad y en que debía re­cordar su pobre cuna, su niñez, su juventud y, en fin, el realizar con feliz éxito su temeraria empresa? — ¿No se justificaría que repitiese el nombre de SAN SALVADOR y aplicase el de PORTO SANTO, parroquia y lugar donde quizá había nacido, en la seguri­dad que nadie habría de sospechar su íntimo propósito? .

Para justificar, por ejemplo, que PORTO SANTO es la ensenada gallega y no la isla portuguesa del mismo nombre, se demuestra, pri­mero: por la gran semejanza que exite entre la de MIEL (Baracoa) de la isla de Cuba, que fué la bautizada, y la ensenada de Ponteve­dra que lleva el mismo nombre, según puede verse en dos fotografías que se reproducen en la obra “Colón Español” y segundo — agrega­mos nosotros: por que fué aplicado a una bahía y no a una isla, cual es la estéril posesión de Porto Santo, la isla portuguesa.

Colón dió el nombre de SANTIAGO —diee La Riega — a un río de la isla Española que dssemboca cerca de Montecristo y además, a la isla Jamaica. En uno de esos bautizos, quiso indudablemente honrar al apóstol patrón de España; pero en el otro obedeció también sin duda alguna, al recuerdo de la ciudad compostelana, cabeza de Galicia a la sazón.

El Almirante bautizó con los dos nombres generales de La ES­PAÑOLA y LA GALLEGA a dos islas. Ninguna otra, obtuvo de Colón el nombre de LA ITALIANA — LA ‘CORSA — LA GENOVE­SA— o LA PORTUGUESA y por lo tanto, es de juzgar que tan sólo le interesaban, España en general y Galicia en particular. Apa­rece una con la denominación de SAONA que los indígenas llama­ban ADAMANEY; pero no consta que fuese bautizada por Colón, porque precisamente suspendió la redacción de su Diario de nave­gación al fondear entre dicha isla y la AMONA, por haber sido ata­cado de una grave enfermedad.

Al bautizar la isla de SANTO DOMINGO con el nombre de LA ESPAÑOLA satisfizo su españolismo, muy acendrado por cierto, se­gún lo ha demostrado un sapientísimo crítico. Los que hacen gran hincapié — sigue hablando La Riega — por la manifestación de Co­lón en la escritura de fundación de Mayorazgo, sobre haber nacido en Génova; los que aseguran que hizo demostraciones de afecto a esta ciudad y los que le atribuyen el ridiculo boceto de apoteosis y triunfo, donde aparece en lugar prominente el nombre de la misma población, debieron también explicar la causa de que el ínclito mari­no no hubiera puesto la denominación de LA GENOVESA o LA LIGURICA a ninguna de las infinitas islas que descubría, ya que hizo o aprobó el bautismo de una de ellas con el nombre de SAO NA, como aprobó el de Santo Domingo, dado tambión a la capital de la Española por Bartolomé Colón, en memoria del padre de ambos.

Algunos compatriotas, después de cavilar mucho, han concluido, por afirmar que la palabra FANO, nombre dado por Colón al cabo más oriental de la isla Jamaica o de Santiago, dicen que es error de transcripción o bien errata de imprenta, porque seguramente quiso decir FARO. La Riega arremete contra esa presunción, diciendo que FANO es voz gallega, usada en la edad media y hoy anticuada, que quiere decir “templo de idolatría1‘.

No hemos podido por menos que admirarnos de la candidez de La Riega. Le dan los comentaristas un trabajo hecho y en lugar de “adoptarlo” para la general demostración, se pone a discutir si es voz galaica y si quiere representar esto… o aquello.

Y   nos hemos permitido ‘llamar «cándido” a La Riega porque no se concibe que un pontevedrés de su talla intelectual ignorara que la antigua LACIA, que es la más pequeña de las islas inmediatas a Bayona, se l’lamó en un tiempo y es posible que sTga llamándose to­davía, del FARO. Nombre tomado de un monte bastante elevado que hay en ella.

Por lo tanto, y como muy bien han dicho los copiladores, Colón no dijo FANO, sino FARO, porque precisamente el aspecto de la montaña Mamada “larga” en la isla americana, debió sugerirle el nombre con que bautizó el hoy “Cabo Morante” de Jamaica.

Colón dió también a otro cabo el nombre de BOTO, que es un adjetivo genuinamente galáico, equivalente al castellano MOCHO.

“Y navegando por la costa de Paria, puso a unas islas la deno­minación de GUARDIAS y a otras tres a ellas cercanas, la de TES­TIGOS. En Galicia a las piedras o marcos que señalan los lindes de campos, heredades, prados, trozos de bosque, ecta., donde por cual­quier motivo no se pusieron muros o setos, también se da el nombre de GUARDIAS por el oficio que hacen, y suele ponérseles inmediatas, dos o tres piedras más pequeñas, a las cuales se les llama TESTI­GOS. He aquí de dónde Colón sacó, sin duda, el nombre que dió a las mencionadas islas”.

En la relación de su desgraciadísimo cuarto viaje, se lee lo si­guiente:

“tomó puerto al cual nombró efl Almirante la “Punta de CAXI- NAS”.. . Pues bien, a nadie se le ocurrió que Colón pudo haber demostrado sus contrariedades con otra palabra gallega, Punta CA- XINAS, equivale a decii: PUNTA DE PENAS.

La Riega y sus continuadores, tampoco observaron que había puesto Cabo de Cruz a uno de los más notables de Cuba, y en la costa pontevedresa… existe un Cabo de CRUZ.

Hay confusión por otra parte en cuanto a la isla AMIGA, que al parecer fué también bautizada con efl nombre de RATAS. De pre­valecer este segundo nombre, necesariamente habría que incluirlo entre las pruebas favorables a Galicia, puesto que en Pontevedra, hay asimismo una isla llamada de las RATAS. Y conste que su

 

pequenez está perfectamente indicada en los viajes de descubrimiento con el diminutivo “isleta”, que es en realidad el calificativo que me­rece por su poca extensión la de Pontevedra.

En el segundo viaje de Colón, también se cita la isla de SAN MARTIN.            ^

Esto merece una explicación. A la isla mayor de las Cíes, se la llamaba antiguamente ALBIANO o sea la que hoy lleva la denomi­nación “del Norte”, distante una legua de la punta Morrazo. Pues bien; esta isla posteriormente al nombre de ALBIANO llevó la de SAN MARTIN, por cuya denominación aún era conocida a princi­pios del pasado siglo, nombre que había tomado de una antiquísima iglesia que tuvo esta isla, dedicada al mismo santo.

Dejemos sin mencionar los nombres de las Cofradías que cita La Riega y que corresponden a otros tantos nombres de lugares puestos por Colón en las Antillas. La prueba es de escaso peso y los argumentos sobran para certificar el alegato.

No es justo que para elementos de prueba, vayamos a buscar toponimias allí donde suene un nombre que pueda adaptarse a un río, un puerto, una bahía, una punta, o un cabo de los bautizados por Colón en sus viajes de Descubrimiento.

Elementos de prueba, son: un cabo de América cuya denomina­ción lleve o haya llevado otro de la costa de Pontevedra; una bahía que se halle en las mismas condiciones y así las islas, las puntas y otros detalles geográficos que por ningún concepto puedan ser re­pudiados.  _

Se recurre a minucias y se deja pasar por alto detalles importan­tísimos del más alto valor probatorio.

Ya hemos visto cómo se desdeñó el cabo del FARO.

Hemos visto igualmente que PUNTA AGUDA, no obstante ocu­par una saliente pronunciada en la misma boca de la ría pontevedre­sa, no fué citada por los continuadores de La Riega.

Se ha visto igualmente, que la palabra CAXINAS, a pesar de su rancio galleguismo, no llamó la atención a nuestros investigadores.

Hemos probado que en Pontevedra existe o existió en tiempos del descubrimiento un CABO CRUZ y que Colón denominó de la misma manera a uno de los más importantes de la isla de Cuba, y nadie se percató de ello.

Demostramos igualmente que-en Pontevedra existe una minúscula isla llamada de las Ratas y que con tal designación figura otra isleta en América, y tampoco esta circunstancia fué tomada en considera­ción por los interesados en aportar ejemplos de tan elocuente de­mostración.

Se ha visto que en el segundo viaje, Colón puso a una isla el nom­bre de SAN MARTIN, que llevó nada menos que la mayor de las Cíes, y esta prueba tan abrumadora como la de Porto Santo, Punta Galea y Punta Lanzada, que con razón dijo el doctor Rodríguez que representaban la fe de bautismo, firmada y rubricada por Colón pontevedrés, tampoco fué tenida en cuenta por los investigadores que nos precedieran.

Vamos a dar fin a este trabajo; pero no sin antes citar otros dos tópicos de nuestra búsqueda, que tienen asimismo alto valor his­tórico.

En el Diario de navegación del Almirante, se dice:

“Quien hobiere de entrar en la mar de Santo Tomé (Bahía de Acúl) se debe meter una buena legua sobre la boca de la entrada”.. .

Y   en Pontevedra, tenemos una ensenada de SANTO TOME, nom­bre por otra parte muy extendido en Galicia y que llevó la más anti­gua cofradía de mareantes, no solamente de aquella provincia, sino que también de Galicia. Aquí sí, aparece perfectamente indicada la cita, puesto que ya no es solamente un punto geográfico el que se determina, sino que viene a ser un símbolo religioso, el santo de advo­cación y devoción de cuantos ejereían el oficio de marineros y ma­reantes; el patrón, en fin, de cuantos se dedicaban a las faenas maríti­mas en lo que un día fué reino y hoy región de la vasta península ibérica. (1)

Todavía pueden citarse más de cuarenta lugares que llevan en Galicia, el nombre de SANTO TOME, repartidos con diferente pro­porción, en las cuatro provincias.

El nombre, pues, dado por Colón a una ensenada o hendidura de la costa, a la entrada de la bahía de ACUL, en la isla de Santo Do­mingo, es sin duda alguna el dato más precioso de cuantos hasta la fecha se han aportado para la valiosísima prueba geográfica, que unida a la documental y grafológica, no permite ya dudas ni vacila­ciones sobre el origen pontevedrés del Almirante.

Veamos ahora otro tópico interesante que incluir en la nomen­clatura.

En la extremidad septentrional de la embocadura del río Miño, en la provincia de Pontevedra, está la punta hoy conocida con el nombre de SANTA TECLA y por una derivación del monte de SAN REGO, que se levanta desde la orilla del mar en forma de pilón de azúcar, fué conocido, más que por esta circunstancia, que por dos picachos que avanzan hacia el mar, con la denominación del CABO DEL PICO y de los PICOS, aunque, como ya hemos dicho, esta saliente es hoy conocida por los marinos por punta de SANTA TECLA.

En el primer viaje, Colón bautizó uno de los primeros cabos des­cubiertos, con la denominación de CABO DEL PljCO, también por la circunstancia de una colina picuda, y seguramente, por la no menos apreciable de los recuerdos que iba evocando, a medida que apare­cían a su vista, las configuraciones de una tierra, si no semejante, muy parecida por sus accidentes, a aquella en que había discurrido su infancia.

Debe tenerse presente, que la provincia de Pontevedra, ofrece es­paciosas y profundas ensenadas, para poder aplicarse como aplicó Colón —según el concepto que él mismo tenía formado de estas par­ticularidades geográficas — el de MAR a SANTO TOME, que, como hemos dicho, dió a la entrada de la bahía de ACUL.

La costa pontevedresa, mide 134 millas o sean 248 kilómetros, y es el trozo de costa que por sus islas e islotes, que se extienden por

{1) Véanse los páginas 32 y 33 de la presente obra.

dentro y fuera de sus rías, la más favorecida de toda la península. Las grandes abras por donde penetran las aguas del Océano, son las rías de Vigo, Pontevedra y Arosa, cada una de ‘las cuales viene a ser un pequeño mar, con sus islas y escollos, ensenadas, puertos y playas.

Por lo tanto, nada tiene de extraño que las toponimias, se desbor­daran como un reguero de lugares comunes, a medida que la proa de los bajeles, hendiendo aquellos ignotos mares, permitían avizorar islas, puntas, cabos y promontorios que traían gratas reminiscencias a su imaginación, completamente abstraída, con las maravillas «que se ofre­cían a sus ojos en los gloriosos e inolvidables días de revelación y ensueño.

Ahí queda, pues, nuestra tesis, a merced de la impugnación.

Trabajo modesto que aportamos al acervo de la reivindicación sa­tisfechos de haber contribuido, más que a avalorar el tema de La Riega — que como se ha visto no es enteramente el nuestro — para propugnar el concepto de que el inmortal descubridor del Nuevo Mun­do, no pudo ser genovés y que corresponde a España toda, absoluta­mente toda, la gloria del Descubrimiento”.

Esto fué lo que publicamos en “Diario Español” de la Habana, el

7   de Agosto de 1922, simplemente como extracto de un trabajo mu­cho más extenso que entonces teníamos esbozado, No nos pareció oportuno publicar entonces otros valiosísimos datos de nuestra pro­banza, porque teníamos el propósito — como lo hemos realizado — de continuar esta investigación geográfica de Ja que esperábamos, como se verá, revelaciones extraordinarias con el auxilio del tiempo, docu­mentos y libros que estudiábamos con verdadero afán.

Nuestras vigilias han sido generosamente recompensadas, puesto que hoy tenemos la prueba plena de la oriundez galiciana del Almi­rante, con el solo atestado de la demostración geográfica, tan grande y abrumadora, que cuantos alegatos se opusieran para desnaturalizar­la, resultarían ridículos y extravagantes, ante el formidable desfile de las toponimias que acreditan de una manera indubitable, que Galicia y sola Galicia, puede proclamar muy alto que en esta región de Espa­ña, nació el náuta inmortal que descubrió un nuevo mundo.

Descorramos ahora con asombro, la cortina reveladora donde con letras de oro, están escritos los tópicos geográficos que enlazan, con vigorosos atamientos de poderosa fuerza demostrativa, las denomina­ciones que, recogidas en la extensa costa gallega, sirvieron para bau­tizar casi en su totalidad las nuevas tierras descubiertas.

En el segundo viaje, Colón visitó la ensenada llamada de BROA en Cuba, y nosotros tenemos una ensenada de Broa en Galicia.

Colón, también denominó a una parte, PUNTA DE MOA y en la costa gallega, existe otra PUNTA DE MOA.

De igual manera, otra punta fué bautizada por PUNTA DEL FRAILE y en Galicia hay una PUNTA DEL FRAILE.

Tituló a un cabo, CABO SANTO y nosotros tenemos también una punta o cabo que lleva la misma denominación.

A otra punta la llamó PUNTA DE LA SIERPE y en Galicia exis­te otra punta que se llama DE LA SIERPE.

Colón denominó a un islote, ISLA DE CABRA y nosotros tene­mos también un islotillo que se llama DE CABRA y a mayor abun­damiento, una PUNTA DE CABRA, y una costa llamada asimismo DE CABRA.

A una saliente de la costa, llamó el Almirante CABO DEL BE­CERRO y en Galicia hay una saliente poco pronunciada y rocosa, que lleva la denominación de BECERRO.

A otra altura y saliente avanzada de tierra, llamó Colón, DEL HIERRO, y en Pontevedra otra altura, lleva esa misma denomi­nación.

En Galieia a un banco que existe en su costa, que abarca dos pun­tas o extremidades, se llama LA SECA y Colón a una saliente pe­ñascosa, llamó PUNTA SECA.

A una punta o cabo, llamó el Almirante REDONDA y nosotros tenemos una PUNTA REDONDA.

A otra punta, llamó el Descubridor del ARENAL y en Galicia hay también una punta del ARENAL.

Denominó Colón a otra punta, PUNTA DE PEÑA BLANCA, y en Galicia existe otra punta de PEÑA BLANCA o PEÑAS BLANCAS.

A un cabo lo bautizó con el nombre de AROAS o ROAS, y nosotros tenemos en Pontevedra otro cabo o punta de ARROAS, denomina­ción que es galleguísima.

A otra punta la llamó de PRADOS y en Galicia tenemos otra punta que se denomina PUNTA DE PRADOS.

A unas isletas, llamó Colón de LOS ROQUES y nosotros posee­mos una punfa de SAN ROQUE con dos bajos, uno de los cuales se denomina como la punta, por lo que desde tiempo inmemorial, estos islotillos, son conocidos en el país con el nombre de LOS ROQUES.

‘ Un monte fué bautizado con la denominación de MONTE ALTO, y en Galicia tenemos otro MONTE ALTO.

También a una saliente cortada se conoció por PUNTA DE LA PARED y en Galicia hay también otra saliente cortada que se llama PUNTA DE LA PARED.

A tres farallones de Tierra firme, dió Colón el nombre de los TRES HERMANOS y nosotros tenemos otros tres farallones en Ponteve­dra, llamados de los TRES HERMANOS.

Denominó a una punta CABO NEGRO y en Galicia hay una PUNTA NEGRA.

A un cabo de Cuba, en el primero o segundo viaje, llamó Colón CABO DE MAR y en Galicia hay otro CABO DE MAR.

A otra punta la llamó del CABO y nosotros tenemos PUNTA DEL CABO.

A otra punta llamo CABO DEL CON y nosotros tenemos otra PUNTA DEL CON.

Si de nuestras investigaciones no estamos equivocados, llamó a otra punta, PUNTA PETIS, y en Pontevedra hay una PUNTA PETIS.

A otra punta llamó de PLACERES y en Pontevedra hay otra que se llama PUNTA DE PLACERES.

Denominó a otra punta de LOS CAS y en Galicia hay otra punta que se llama así mismo de LOS CAS.

 

Hay otro, o hubo, puesto que aparece en las cartas consultadas, un accidente geográfico en América llamado de ALBA, y en Galicia hay un monte costeño que se llama de ALBA.

En Pontevedra también hay un PORTO FRANCO y a una ense­nada o bahía, se llamó PORTO FRANCO en Santo Domingo.

En Pontevedra también tenemos la famosa PUNTA DE LA GUIA y en Santo Domingo o La Española, se denominó a otra pun­ta, PUNTA DE LA GUIA.

En la misma isla ESPAÑOLA o de SANTO DOMINGO, se bau­tizó a un puerto con el nombre de SANTA MARTA y en Pontevedra hay otro puerto de SANTA MARTA.

En Pontevedra hay una PUNTA DE BOY, y en Cuba se bautizó probablemente en el segundo viaje, otra saliente de la costa, con la misma denominación.

En Pontevedra a un promontorio de costa se llama de LA VELA, y Colón bautizó con el nombre de CABO DE LA VELA, otro promon­torio en Tierra firme.

Colón llamó a un río RIO DE ORO, y en Galicia hay otro río tam­bién llamado RIO DE ORO.

A una elevación de la costa gallega se la conoce por MONTE SACRO, y aunque Colón o Las Casas, hablan de un puerto SACRO, hemos de tener en cuenta que PUERTO se llamaba entonces y aún se llama hoy, a una montaña que forma gajganta con otra igual o más baja, y más nos hace sospechar que fué a una altura y no a un abrigo de lacosta a lo que Colón se refiere, el hecho, de expresarse así en su Diario: “Siguió su camino al Leste hasta un cabo muy alto y muy hermoso, y todo de piedra tajado, a quien puso por nombre Cabo del Enamorado, el cual estaba al Leste de aquel puerto, a quien llamó PUERTO SACRO, treinta y dos millas y en llegando a él, des­cubrió otro muy más hermoso y más alto y redondo, así como el cabo de San Vicente en Portugal”,.. Si hablando del PUERTO, dice a renglón seguido que descubrió otro muy más hermoso y más a:lto y redondo, no cabe duda que se refiere a un monte, y dada la importan­cia del MONTE SACRO en Galieia, la comparación con el de San Vicente de Portugal, no es muy desacertada.

Pudiéramos todavía enriquecer con más lugares comunes eÉta pro­banza; pero suponemos que sobran y bastan para que quede consta­tado, sin dudas y sin recelos, que sólo un gallego y navegante, por el gran conocimiento que tenía de nuestra costa, pudo bautizar número tan extraordinario de lugares en las Indias Occidentales y Tierra, firme, sacados de la nomenclatura de todo el litoral de la costa Noroes­te de España.

Y   si esto es así ¿por qué eligió Colón la costa gallega para los solemnes bautizos de las maravillosas tierras que la Providencia le deparó en su glorioso camino?

Porque, como muy bien dice el Sr. Barros Silvelo, que escribía hace bastantes años: “el hombre propende siempre a dejar un re­cuerdo en todos los descubrimientos que pueden darle celebridad y fortuna. Tanto al pisar Colón las playas del Nuevo Mundo, como cuantos españoles y portugueses surcaron las desconocidas aguas del Sudoeste, en busca de tierras ocultas en la soledad de los mares, to­dos legaron a las nuevas fundaciones, nombres iguales a los de SUS TIERRAS NATALES, como un recuerdo tributado a la madre pa­tria, así como expresaban en otras, la viva evocación de su fé reli­giosa”, ..

Y   esto es tan cierto, que a pesar de haber sido escrito hace buén número de años, se ajusta perfectamente a la pregunta que nos su­gería el proceder de Colón al bautizar con nombres de tanta localidad gallega, el inmenso campo de su incomparable conquista.

Pero como nuestra demostración necesita cerrarse con broche de oro, vamos a citar otro buen número de lugares de América que si no hemos podido localizarlos en la costa gallega, llevan sin embargo denominaciones genuinamente gallegas, como son SANTA EUFE­MIA, Soto de ÑERVOS; RECHEO (que los copiladores han tradu­cido equivocadamente por Recreo) STANO o ESTAÑO; LAS PLA- XIOSAS; ABANGELISTA; PERTO; FUMOS; CABO DE LA ME­TA; PUNTA DE CAXINAS; BAHIA DE ABUREMA; ISLA NA- VAXA; ISLA DE ORCHILLA; ISLAS BARCIAS; ISLA MARI- XUANA; CABO DE BOTO; SESUA o SEXUA; ISLA SUANA; SIERRA DE MOA; PORTO DE NAVA; CABO FERMADO; CABO DE LA MOTA; RIO BORDE; PORTO BELO; CABO MACARCO: CABO PARBO; BOCA DEL DRAGO; MARGALIDA o MARGA- xtlDA, ecta. (1)

Ahora bien: de la COLECCION DE VIAJES Y DESCUBRI­MIENTOS de Navarrete, pueden apuntarse OCHENTA Y DOS AC­CIDENTES GEOGRAFICOS con denominaciones españolas o indí­genas y sin tomar en cuenta, por supuesto, las acotaciones de denomi­naciones modernas o posteriores a Colón, de Las Casas y Navarrete.

 

DEMOSTRACION PLENA

La costa gallega resulta insuficiente, en los Kmitea del grabado, para contener la nomen­clatura de los tupíeos de la cartografía gallega, que usó Colón para bautiíar las tierras de su glorioso descubrimiento.

Nosotros hemos hallado — incluidas las de La Riega — CUAREN­TA Y CINCO DENOMINACIONES QUE CONCUERDAN CON OTROS TANTOS LUGARES DE LA COSTA GALLEGA, Y POR LO TANTO, CON LOS NOMBRES PUESTOS POR COLON EN SUS VIAJES DE DESCUBRIMIENTOS. Si descontamos los nom­bres indígenas, que el Almirante aplicó a determinadas localidades, las denominaciones españolas citadas por Navarrete, quedarían re­ducidas a SETENTA, poco más o menos, y por consiguiente, las denominaciones extrañas, descontados los tópicos por nosotros apor­tados, quedarían reducidas a TREINTA Y SIETE; pero por otra parte, hemos hallado VEINTIOCHO que si no corresponden a luga­res determinados de la costa gallega, llevan denominaciones gallegas, quedando a favor de la impugnación NUEVE LUGARES que podemos así mismo localizar como gallegos o como denominados gallegos, se­gún lo apuntamos al final.

Y  conste que si no hemos cubierto el cómputo, no ha sido, como se ve, por imposibilidad material, puesto que de seguir en nuestra bús­queda, la constitución geográfica de América hasta el año 1500, per­tenecería por completo a Galicia.

Por si se tratan de rectificar nuestros asertos, vamos a hacer una relación de los cabos, puntas, bahías, montañas, ensenadas y ríos que pertenecen a Galieia y que llevaron a llevan, otros tantos accidentes de las Antillas y trozo de Costa firme visitada por Colón.

Primeramente citaremos los que pertencen a La Riega y a conti­nuación, relacionaremos los de nuestra búsqueda, bien entendido, que discutiremos unos y otros si algún día se tratara de reconocer y dar validez a la prueba geográfica.

TOPICOS DESCUBIERTOS POR LA RIEGA

SAN SALVADOR ………………………….. Lugar vecino a PORTO SANTO, en la ría de Pontevedra.

PORTO SANTO…………………………….. Puerto de la ría de Pontevedra.

PUNTA LANZADA………………………… Extremo septentrional de la ría de Pontevedra.

CABO DE LA GALEA………………….. .En la isla Onza, a la entrada de la

ría de Pontevedra.

NOMBRES DE LUGARES PUESTOS POR COLON que según La ! Riega, llevan denominaciones gallegas:

SANTIAGO ………………………………….. Río bautizado con este nombre en La Española.

SANTIAGO ………………………………….. Isla de Jamaica, bautizada con aquel nombre.

LA GALLEGA ………………………………. Isla indeterminada, que cita Colón.

FANO …………………………………………… Que en gallego significa templo de idolatría, correspondiente al hoy Cabo Morante en Jamaica,

BOTO …………………………………………. .Que en gallego equivale a mocho. Cabo bautizado con esta denomi­nación por Colón.

GUARDIAS y TESTIGOS……………… Islas bautizadas así por Colón y  que recuerdan a La Riega una costumbre extendida en Galicia y que son piedras o marcos que señalan los lindes de campos, prados, ecta, cuando no se ponen muros o setos. Esto en cuanto a GUARDIAS. TESTIGOS, son otras piedras más pequeñas y complementarias que acompañan siempre a las prime­ras.

NOMBRES IMPUESTOS POR COLON EN LAS ANTILLAS Y TIERRA

FIRME Y QUE COINCIDEN CON OTROS TANTOS LUGARES QUE LLEVARON Y LLEVAN DETERMINADOS ACCIDENTES GEOGRAFICOS DE LA COSTA GALLEGA, PERTENE­CIENTES A NUESTRA INVESTIGACION

FARO (Cabo o monte)……………………. Palabra que La Riega interpreta

por FANO y nombre puesto por Colón al promontorio de Jamaica llamado hoy Cabo Morante. Por la circunstancia del monte elevado que indujo al Almirante a denomi­narlo así, era conocido el monte de una de las más pequeñas de las islas Cies y punta, que en su vérti­ce S. O. se levanta bruscamente a 171 metros de altura. (Islas adya-

*        centes a la costa de la provincia de Pontevedra).

CRUZ (Cabo) ………………………………… Uno de los más notables de Cuba,

En Galicia el cabo CRUZ está si­tuado en dirección OSO. en una lengua de tierra que avanza hacia el S. y forma uno de los extremos de la ensenada de la Puebla del Dean. Geografía del Reino de Ga­licia, dirigida por Francisco Ca­rreras y Landi. Casa editorial de Alberto Martín.—Barcelona.

RATAS (Isleta) ……………………………… La que fué también conocida por AMIGA, próxima a la de SANTO TOMAS, descubierta por Colón en el primer viaje el jueves 20 de Diciembre de 1492. En Galicia, es un islote situado al E. de la punta llamada Rodeira en la ría de Vigo, próxima a la ensenada de Cangas (Derrotero de las Costas Occiden­tales de España).

.Descubierta por Colón en su segun­do viaje, inmediatamente después de bautizar la denominada “Santa María la Antigua’’. En Galicia, fué denominada así la mayor de las islas Cíes, anteriprmente lla­mada Albiano y hoy conocida por la “del Norte». Con la designación de SAN MARTIN, era conocida todavía a principios del pasado si­glo. Había tomado este nombre de una antiquísima iglesia que tenía la isla. (Las Islas Cíes en la Edad Media.—José de Santiago y Gó­mez, de la Real Academia de la Historia).

 

Nombre impuesto por Colón el 14 de Diciembre de 1492 durante su primer viaje a una saliente de la isla de la Tortuga. En Galicia, PUNTA AGUDA está situada a la entrada de la ría de Pontevedra, próxima a la playa y aldea de Sar en un trozo de costa que se remon­ta hacia el NO. (Dic. Ene. Hisp. Americano. — PONTEVEDRA.— tomo XVII, pág. 58).

Colón llamó mar de Santo Tomé, a la bahía de Acúl, en la isla de Sien­to Domingo, descubierta el 20 de Diciembre de 1492 durante su pri­mer viaje. En Galicia la ensenada de SANTO TOMÉ forma parte de lo que Colón titula mar, pues la costa, en esta parte de Ponteve­dra, se repliega por tres veces has­ta formar tres ensenadas, una de- las cuales es la que nos ocupa, no lejos de la isla Toja y del puerto de Cambados. (Luis Gorostolo Prado. — Geografía del Reino de Galicia).

 

Fué denominado así por Colón du­rante su primer viaje, a una salíente de la costa norte de la isla de Cuba, el lunes 26 de Noviembre de 1492. En Galicia, se denominó así y también cabo de los Picos, a la punta más septentrional de la costa pontevedresa, en la emboca­dura deil río Miño. La denomina­ción de Cabo del Pico, se debió a una derivación del monte San Re- go, que se levanta desde la orilla del mar en forma de pilón de azú­car. Este cabo es hoy conocido en Galicia por Punta de Santa Tecla. (Derrotero de las Costas Occiden­tales de España).

Así fué bautizada por Colón, a una saliente de la costa en la isla de Cuba, durante su primer viaje, el 24 de Noviembre de 1492. Con esta misma denominación bautizó a una sierra y a un río en la misma isla. En Galicia, la PUNTA DE MOA está situada en la costa de Pontevedra, dentro de la misma ría y situada al N. 47°; es baja y escarpada y forma una de las sa­lientes de la ensenada de Portocelo (Derrotero de las Costas de Es­paña y Portugal).

 

Esta punta, que parece también se denominó Cabo Lindo, pertenece asimismo al primer viaje y fué bautizado inmediatamente des­pués de PORTO SANTO, y perte­nece a la costa de Cuba. En Gali­cia se denomina así a una punta cercana al puerto de Santa Marta en la costa occidental, inmediata al fondeadero de Sismundi. (Geo­grafía de Galicia.—E. Carré Al- dao).

 

El Cabo Santo o Punta Santa, fué bautizado por Colón, el 23 de Di­ciembre de 1492. Corresponde tam­bién a la isla de Santo Domingo y

  • al primer viaje <lel Almirante. En Galicia, este CABO SANTO, está emplazado no lejos de la ensenada de Bares y en lugar inmediato a donde desagua la ría del Barquei-
    ro. (Geografía de Galicia.—E. Ca- rré Aldao).

Así denominó el Almirante a una saliente de la isla Española o de Santo Domingo, el viernes 4 de Enero de 1493, después de fundada la villa de la Navidad. En Galicia, se denomina Punta de la Sierpe a un pico escabroso y dominado jpor altas montañas, próxima al térmi­no de la costa donde termina la provincia de la Coruña, y forma el límite Este del ya citado puerto del Barqueiro. (Geografía de Ga­licia.—E. Carré Aldao).

 

En la Colección de Viajes de Nava­rrete, se la llama isleta o sea islo- tillo de muy poca importancia, se­gún el Diario de Colón, en la costa de la Isla Española. La descubrió el 5 de Enero de 1493 después de abandonado el puerto de la villa dí la Navidad. (En Galicia, es máf bien un peñasco que se destaca perfectamente en la bajamar y forma parte de una porción de cos­ta aislada por las aguas. Su situa­ción es ONO. y próxima a Noys a 3’5 cables de la punta de Cast^ límite meridional de la ría de Mu­ros. (Geografía de Galicia.—E. Carré Aldao).

 

Lo que Colón llama Cabo del Bece­rro, es en realidad un islote, pues­to que lo determina así: “Después de dicho monte al Leste, vido un cabo a veinticuatro millas, al cual llamó Cabo del Becerro, desde el cual hasta el dicho monte PASA EN LA MAR BIEN DOS LE GUAS, UNA RESTINGA DE BAJOS”. Es pues indudable, que se trata de un islote que quizás a distancia, creyó pudiera ser el ade­lantamiento de una punta de tie­rra. Esto ocurrió durante su pri­mer viaje en la costa de la citada isla Española o de Santo Domingo, a sábado 5 de Enero de 1493. En Galicia también hay un islote que

 

 

se denomina del Becerro, que es el más alejado de tierra de otros dos que se llaman de Vaca y del Buey en ,1a costa coruñesa. (Geo­grafía de Galicia.—E. Carré Al- dao).

HIERRO (Punta) ……………………..  .El viernes 11 de Enero de 1493, Co­lón bautizó una saliente de la mis­ma isla de Santo Domingo PUN­TA DEL HIERRO, que más tarde se llamó Punta Macorís. En Gali­cia, casi en los comienzos del lími­te meridional de la boca de la ría de Vigo, hay una eumüre en la ex­tremidad NO. que se llama del HIERRO o FERRO. (Derrotero de las Costas Occidentales de Es­paña), SECA (Punta) ………………………… . . /.Llamó Colón PUNTA SECA a una saliente que encontró después de la del HIERRO descubierta el 11 de Enero de 1493. En Galicia y en los límites de la ensenada de Cée se extiende un gran banco que se llama LA SECA, porque manifes­tándose en bajamar en forma de media luna, se adelanta y queda realmente seca su proximidad más avanzada. Quizás por esta misma circunstancia, bautizó Colón la otra saliente americana, pues no de otra manera puede admitirse la denominación, no siendo por su3 parecidas condiciones. Lo más cu­rioso, es que esta saliente o pun- taf también es conocida por SE- XUA, denominación galleguísima.

Y todavía es más curioso, que otra punta de la costa gallega, que es la occidental de la ensenada de . Seaya, próxima a la de Malpica, se llame también SEXUA o Sei- xuda, que equivale a decir guija­rrosa.

REDONDO (Cabo)…………..Hemos de tener presente, que CA­BO se aplica cuando se trata de límites, y PUNTAS a las salien­tes de costa intermedias entre esos límites. Bautizó Colón este cabo, el viernes 11 de Enero de 1493 durante su recorrido por la costa de Ta isla Española. En Ga­licia existe otra saliente que sirve de abrigo a una ensenada y playa poco distante del pueblo marítimo de Barizo. Esta saliente, punta o cabo REDONDO limita aquella ensenada por el NO. (Geografía de Galieia.—E. Carré Aldao).

ARENAL (Punta) ..,……………………….. En el tercer viaje, llamó así a una punta de la isla Trinidad, e inme- . diatam«nte después de bautizar el CABO DE LA GALEA. En Gali­cia, próxima a los pueblecitos pes­cadores de Ares y Redes y enfren­tándose con punta Macuca, está la del ARENAL, La costa en aquella dirección NNO. está pla­gada de verdaderos bancos de are­na que se cubren en la pleamar. Seguramente por esta misma cir­cunstancia o por el parecido de: su situación, bautizó así Colón la­.        saliente de la isla de la Trinidad. . (G. de G. E. Carré Aldao). ’

PEÑA BLANCA (Punta)……………….. ,En la propia isla de la Trinidad, hacia Oriente, fué bautizada esta punta con la denominación de PE­ÑA BLANCA, en el mismo ter­cer viaje. En Galicia esta punta que lleva el mismo nombre y tam­bién el de la Panadeira avanza sobre una costa alta en la ensena­da de Bueu y se halla muy próxi­ma en situación a PUNTA AGU­DA, en Pontevedra, y a la entra­,               da de la ría. (Derrotero de las Costas Occidentales de España).

ROAS o ARO AS (Punta)……………….. Así bautizó Colón a una saliente en Tierra firme, situada a doce le­.              guas del río que llamó del Desas­tre, en su cuarto y último viaje. En Galicia y en la costa de la pro­vincia de Pontevedra, la punta de ROAS o ARROAS, demora con la de la GUIA NNO-SSE. y es alta, limpia y saliente al S. (Derrotero de las Costas Occidentales de Es­paña). Es curiosísimo que Colón   de la misma situación NNO-SSE.

 

También en el cuarto viaje y en Tierra firme denominó PUNTA de PRADOS a una saliente que tenía o tiene la situación Lesnor- deste Oueste-Sudueste, a una dis­tancia de treinta y cinco leguas del puerto de Bastimentos. En Ga­licia y en dirección Este-Nordeste, partiendo de la Frouxeira y en extremidad SE., o sea en la mis­ma situación, que aquella de Tie­rra firme, se encuentra otra punta llamada asimismo de PRADOS, alta, negra y escarpada y esta es otra coincidencia asaz extraña. (Geografía de Galicia. — E, Carré Aldao).

Durante el tercer viaje, denominó así unas pequeñas islas corriendo la costa de Tierra firme. En Gali­cia y no lejos del famoso cabo de Fisterra o Fínisterre, o sea el pro­montorio Artabrum o Nerium de los antiguos, pasando las puntas de la Cruz y del Prado, se adelan­ta otra que se denomina San Ro­que, con dos bajos en sus inmedia­ciones, que dice la geografía son conocidos por ROQUE y BIMBIO; pero lo cierto es, que en el país son conocidos con la denominación de LOS ROQUES, por su proximi­dad a la punta del mismo nombre. (Geografía de Galicia.—E. Carré Aldao).

 

Así fué denominado también un monte de Costa firme, probable­mente en el tercer viaje de descu­brimientos. En Galicia y en la costa noroeste de la Coruña, se alza el antiguo -castro de muy an­tiguo conocido en el país por MONTE ALTO. (Geografía de Galicia.—E. Carré Aldao).

 

Seguramente en el mismo viaje, de­nominó así Colón a un trozo de costa cortada y a su punta extre­ma. En Galicia, en el lugar de Combarro (Pontevedra) en la mis­ma ría, a pocas millas del antiguo  monasterio de Poyo, donde acerta­damente se supone estudió o ad­quirió sus primeros conocimientos de latín al Almirante, está la PUNTA DE LA PARED. (Dic­cionario Ene. H. A., tomo XVII, _t. – ‘ pág. 58).

TRES HERMANOS (faraílones) .Asimismo en Costa firme y quizás también en el tercer viaje, deno­minó así a tres agujas o farallo­nes, poco después de bautizar el mar que llamó DULCE. En Gali­cia, en las proximidades del cabo Ortegal, hay tres agujas que lle­van la denominación de TRES HERMANOS. Estos tres farallo­nes enteramente iguales, sirvie­ron para timbrar el escudo de la villa de Ortigueira. (Geografía de Galicia) E. Carré Aldao.

3EGRO (Cabo)…………………………….. En el segundo viaje, bautizó así  Colón una saliente de la isla de Cuba. En Galicia, limitando al noroeste de Pantín, está el cabo o punta llamada NEGRA. (Geogra­fía de Galicia, E. Carré Aldao).

MAR (Cabo)                                           Así llamó Colón en el segundo viaje a un cabo de la isla de Cuba.

En Galicia, Pontevedra, a 2’6 mi­. lias al N. 42° de la punta Serrcd,    está el CABO DE MAR, bajo y arenoso ya entrada la ría de Vi- go. (Derrotero de las Costas Oc­cidentales de España).

CABO {Punta del) ……….. ,En el primero o segundo viaje, Co­lón denominó así una saliente de la costa en la isla de Cuba. En Ga­licia, cerca de la parroquia de Ce­. santes y enlazándose con la isla de San Simón por medio de una lengua de arena, apenas cubierta por el agua, en la ría de Vigo, está hacia el O. la punta rasa y saliente que se llama de] CABO. Podrían citarse otras dos pun­tas con la misma denominación en la costa gallega. (Derrotero de las Costas Occidentales de España).

 

Así denominó Colón a uno de los ca­bos más avanzados de Jamaica. En Galicia y en la provincia de Ponte­vedra, al S. 75° O. de la punta de Arroas, distante 1’3 millas, se ha­lla el cabo o punta del CON, baja y pedregosa con arrecife que sale más de un cable. (Derrotero de las Costas Occidentales de España).

Si no estamos equivocados, así lla­mó a una saliente de la isla Es­pañola o Santo Domingo. En Ga­licia, en la costa pontevedresa,. cerca del bajo denominado Pesca- doira, situado al N. 60° O. está la PUNTA PETIS. (Derrotero de las Costas Occidentales de Espa­ña) .

 

En la -Española también hemos ob­servado que denominó así a una punta. Esta PUNTA DE PLACE­RES en Pontevedra, rebasa la de Piedras Longas; es de piedra en su extremidad y por su espalda des­cansa en un arenal. Con la punta de la PARED, forma uno de los. extremos de la barra de Ponteve­dra. He aquí como las dos puntas de la PARED y la de los PLACE­RES que encierran nada menos que la barra de la ría, sirvieron para bautizar otras dos puntas en América.

 

En la Española denominó otra pun­ta con la denominación de CAS. Hemos de advertir que cas, en ga­llego perros, sólo en Pontevedra se llaman cas. En ptros lugares de Galicia, se llaman cans, particula­ridad muy notable y digna de ser observada. En Galicia, la PUN­TA DE CANS, es alta y escarpa­da, a 5 cables E. cuarto SE. de la ensenada de Nebra o Cedeira y con la Punta Anguieira, cierran una lengua de tierra baja y are­nosa que sale hacia el N. (Geogra­fía de Galicia.—E. Carré Aldao).

 

Posiblemente con esta denomina­ción, bautizó un monte o una sa­liente de Cuba, o isleta a ella cer­cana. De todas maneras, consta así en las cartas, y en Galicia no solamente hay un río en Ponte­vedra llamado de ALBA, sino que también un monte costero en a misma provincia, denominado de ALBA.

A un puerto de Santo Domingo, también le fué impuesto el nombre de PORTO FRANCO y en Galicia un estero próximo a la Punta del Vado, se le llama también PORTO FRANCO situado hacia la costa oriental de la ría de Arosa. (De­rrotero de las. Costas de España y Portugal).

 

En la isla Española o de Santo Do­mingo, a una punta puso Colón de la GUIA. En Galicia, en la provin­cia de Pontevedra y en la ría de Vigo, es de todos bien conocida esta famosa PUNTA DE LA GUIA, que baja en suave declive del monte del mismo nombre, des­pués de formar una meseta, en in­clinación NO. Es notable por la er­mita de Nuestra Señora de la Guía erigida en la cumbre del monte, no del pico o punta, donde también se levanta un faro. (Derrotero de las Costas Occidentales de España).

 

Con esta denominación fué bautiza­do un puerto de la isla Española o de Santo Domingo, En Galicia y en la provincia de Pontevedra, en la costa que corresponde a la ría de Vigo existe el pequeño puerto y lugar de Santa Marta, situado en un rincón de la ensenada y ex­tremidad oriental de la playa de Limones. (Derrotero de las Costas Occidentales de España).

Probablemente en el segundo viaje, Colón bautizó una punta de la isla de Cuba, con la denominación del BUEY. En Galicia y en Ponteve­dra, a corta distancia de las pun­
tas Sansón del Sur y Sa-nson dci Norte, se halla emplazada la deno­minada del BUEY, que con aque­llas, forma una ensenada conocida con el nombre de La Conchera. (Geografía de Galicia.—Luis Go- rostola Prado).

 

Colón bautizó con el nombre de CABO DE LA VELA, un promon­torio de Costa firme. En Galicia, en Pontevedra, el límite N. de la boca de la ría de Vigo es el cabo del Home, y entre la extremidad septentrional de éste, y la punta de las Osas, se halla la llamada costa de ía VELA, o sea un pro­montorio que tiene todas las carac­terísticas del bautizado con el mis­mo nombre por Colón en Tierra firme. (Derrotero de las Costas Occidentales de España).

 

El miércoles 8 de Enero de 1493, costeando La Española, puso a un río el nombre de RIO DE ORO. Pudo ser esto por la abundancia que se asegura halló de este me­tal; pero la circunstancia de bau­tizar tantos y tantos lugares, que coinciden con gran número de nombres que llevan distintas loca­lidades gallegas, hace presumir que no se trate de una coinciden­cia máxime cuando todos los ríos que hallaban los creían abundan­tes en oro. El mismo Las Casas, tan crédulo, dice ap ropo sito de este río, aunque no dude que lo hubiera, que cree se trataba de margajita, porque allí hay mucha y pensaba quizá el Almirante qve, era oro todo lo que relucía. Esta ignorancia de Colón sobre el cono­cimiento del oro, no nos parece muy feliz, y más acertado nos pa­rece que el Almirante, bautizó este río evocando el gallego que desa­gua cerca de Fazouro en el mar. Este río gallego, famoso en Gali­cia por el valle que también lleva su nombre, nace en el no men^s famoso monte, el Xistral, donde

 

 

también tiene su origen el rio Landrove. (Geografía de Galicia. —Manuel Amor Meilan).

SACRO (Puerto) …………………………… En la relación del Diario de Colón, leemos: “puso por nombre Caho del Enamorado, el cual estaba al Leste de aquel puerto, a quien lla­mó PUERTO SACRO, treinta y dos millas y en llegando a él, DES­CUBRIO OTRO MUY MAS HER­MOSO Y MAS ALTO Y REDON­DO, ASI COMO EL CABO DE SAN VICENTE”. Es de presumir por lo tanto que no se trata de un PUERTO en la verdadera acep­ción de la palabra, porque un puer­to no puede ser ALTO Y REDON­DO. Ahora bien; PUERTO se lla­maba entonces y aún se llama hoy a una montaña que forma gargan­ta con otra y aún a la misma gar­ganta, y por lo tanto, todo hace ‘              sospechar que fué a una altura y no a un abrigo de la costa, lo que Colón llamó PUERTO SACRO. Pero por si solo este adjetivo SA­CRO, es toda una revelación. Su procedencia romana no lo hacia vulgar, pues entonces, como ahora, se empleaba la forma ya castella­nizada de SAGRADO. Por lo tan­to este MONTE SACRO es de la exclusiva pertenencia de Galicia, del que nos cuenta la tradición y así consta en el libro 45 de Justi­no el historiador romano, que era tal el respeto que los gallegos te­nían a este monte, que ninguno .      era osado de tocarle con instrumento acerado, porque aun cuando encerraba gran cantidad de oro en sus entrañas, sólo podían recoger­lo si la mole era herida por el rayo y lo ofrecía a la vista de los natu­rales, porque entonces era como una dádiva gratuita de los dioses. Cuoem ferro violari nefas habi- vatur.

Hemos citado treinta y ooho tópicos de nuestra búsqueda, suficien­temente documentados para evitar que seamos tildados de invencioñeros, al decir de Oviedo y Arce y otros detractores sistemáticos, para quienes las conjeturas argumentadas, carecen de fuerza legal proba­toria. Tanto en la demostración geográfica, como en la histórica y filológica, los ejemplos que aportamos, son aceptables en buena crí­tica y podrán ser discutidos; pero nunca recusados, porque se ampa­ran en testimonios lo bastante elocuentes, para que la tesis se impon­ga y triunfe si no se nos demuestra con argumentos de más peso y más razonables, que toda nuestra labor es fruto de la fantasía, del falso espejismo de la homonimia y gratuitas afirmaciones sin funda­mento, como quieren demostrarlo los que resguardados tras la opi­nión personal variable e incierta de los cronistas e historiadores, y escudados con un montón de actas notariales y documentos, reargüidos de falsos en su mayoría, quieren hacer prevalecer, aunque inútilmente, la tésis ya desacreditada del ridículo genovismo de Colón.

Los treinta y ocho tópicos citados, sin incluir los aportados por La Riega son bastantes, para que geográficamente, quede demostrada la oriundez del Almirante, puesto que ya 110 cabe aquí recurrir al manoseado argumento de las coincidencias. Como complemento de nuestro aserto, y como ya hemos dicho, citaremos ahora otro buen número de lugares que si geográficamente, no concuerdan como acci­dentes topográficos, tienen no obstante el inapreciable mérito, de per­tenecer al léxico gallego y demostrar, que si bautizando Colón lugares oon nombres propios de otros lugares, denota su procedencia, dentro de la exactitud de los tópicos, ser originario de Galicia, tanto o más lo acredita hacer uso de vocablos que no pertenecen al castellano, ni pertenecieron nunca, porque si en la confusión del léxico pudieran existir dudas, éstas se esfuman completamente cuando quedan escritas en rocas de granito, mares, ríos y montañas de dos mundos distancia­dos por las aguas del inmenso océano.

Vamos a citar pues, todos los lugares de América que bautizó Colón en gallego y su equivalente en este idioma; omitiendo aquellos que tienen igual denominación en ambas lenguas, como son: CABO o MONTE DEL FARO; CABO CRUZ; ISLETA DE LAS RATAS; ISLA DE SAN MARTIN; PUNTA AGUDA; CABO DEL PICO; PUNTA DEL FRAILE; CABO SANTO; ISLA DE CABRA; CABO DEL BECERRO; PUNTA DEL HIERRO; PUNTA SECA; CABO REDONDO; PUNTA DEL ARENAL; PUNTA DE PEÑA BLAN­CA; PUNTA DE PRADOS; ISLETAS DE LOS ROQUES; MONTE ALTO; farallones o ISLOTES DE LOS TRES HERMANOS; CABO NEGRO; CABO DE MAR; PUNTA DEL CABO; PUNTA PLACE­RES; ALBA; PORTO FRANCO; PUNTA DE LA GUIA; PUER­TO DE SANTA MARTA; CABO DE LA VELA; RIO DE ORO; que siendo accidentes geográficos de Galieia y gallegos, llevan la mis­ma denominación que en castellano.

Nombres de Inflares en América.

con denominación gallega.             Lo que significan en castellano.

SANTO TOMÉ………………………………. Nombre de una antiquísima cofra­día de mareantes en Galicia, y ensenada de Cambados en Ponte­vedra.

PUNTA DE MOA………………………….

PUNTA DE LA SERPE

o SIERPE

PUNTA DE ROAS o ARROAS.

CABO DEL CON………………………….

PUNTA PETIS o PITIS…………………

FUNTA DE CAS…………………………..

PUNTA DE BOY…………………………..

PUERTO SACRO …………………………

SANTA EUFEMIA ……………………….

SOTO DE ÑERVOS…………….

RECHEO

STANO o ESTAÑO..

PLAXIOSAS ……………….

ABANGELISTA …. PERTO               – …

PUMOS …………………..

CABO DE LA META

Punta de la MUELA.

Por su raíz, CULEBRA o SER­PIENTE.

ROAS en gallego, significa mur­mullo o ruido. ARROAS equivale a golfín o delfín, y de ahí roas por eJ ruido que hace este pez echan­do agua por el hocico.

.CON en gallego, es PEÑASCO.

PETIS o PITIS en gallego es PE­QUEÑO.

CAS en gallego es PERROS. En Pontevedra y Lugo, se denominan así. En la Coruña y otros luga­res CANS.

BOY, en gallego, es BUEY.

SACRO es voz romana, conservada en Galicia en la denominación del monte del mismo nombre.

EUFEMIA es nombre gallego de mujer perpetuado cor. el nombre de la santa en varios lugares de Galicia.

Esta denominación es curiosísima y nos inclinamos a creer, que fué puesta por Colón en recuerdo de otro lugar de Galicia, que no nos ha sido posible localizar. Desde luego que, ÑERVOS equivale a decir NERVIOS.

Esto es uno de tantos errores en que han incurrido los copistas, que cuando no entendían un voca­blo, le daban la figura más apro­ximada. Así llamaron RECREO a lo que en realidad es RECHEO, según rezan las caitas. RECHEO en gallego equivale a RELLENO.

ESTAÑO en gallego es ESTAÑO y también ESTANQUE.

En gallego equivale a playas tran­quilas o PLACENTERAS.

En gallego EVANGELISTA.

En gallego equivale & decir CER­CANO.

En gallego HUMOS.

Equivalente en gallego a CABO DEL MEDIO.

 

PUNTA DE CAXINAS………… En gallego CAXINAS o CAXIDAS según el lugar, es PENAS.

BAHIA DE ABUREMA…. ABUREMA, de ABURAR: es lo mismo que FASTIDIO.

ISLA NAVAXA………………………………. NAVAXA es lo mismo que NA­VAJA.

ISLA DE ORCHILLA…………………….. ORCHILLA en gallego es MUSGO.

ISLAS BARCIAS ………………………….. En gallego BARCIA es BREZO.

ISLA MARIXUANA……………………….. Contracción familiar de MARIA

JUANA.

CABO BOTO ………………………………… BOTO en gallego ant. es ROMO.

SESUA o SEIXUA…………………………. En gallego, GUIJARROSA.

ISLA SUANA ……………………………….. Colón la denominó SUANA bus­cando en la s la pronunciación aproximada de Xuana, ya que an- ‘ tiguamente se empleaba la j para sustituir el sonido de la x.

SIERRA DE MOA…………………………. Como ya se ha advertido en otro lu­gar, MOA, en gallego, es MUELA.

PORTO DE NAVA…………………………. Antiguamente se llamaba en Ga­licia NAVA a la nave.

CABO FERMADO…………………………. FERMADO, equivale a CERRADO

CABO DE LA MOTA……………………… Apartándonos de que CABO DE

LA MOTA quiere decir CABO DEL CASTILLO, hemos de ad­vertir otra circunstancia notabilí­sima y es que no se concibe, que no siendo un gallego y natural de Pontevedra, pudiera denominar con el significativo nombre de LA MOTA, una tierra o punta ex­traña, porque el castillo de LA MOTA en Pontevedra, fué famoso en tiempos del feudalismo y sólo la circunstancia de que el pro­montorio descubierto tuviera cier­ta apariencia con el fuerte galle­go, pudo inducir a Colón a bauti­zarlo con tan, particularísimo ,          nombre.

RIO BORDE …………………………………. En Galicia se llamaba antiguamen­te BORDE a la cepa de la vid. Seguramente por haber hallado en abundancia alguna planta que se le asemejase, se denominó de tal manera.

PORTO BELO ……………… BEL o BELO significaba antigua­, mente HERMOSO o BONITO.

CABO MACARCO .. .•…………………… MACARCO, DE MACAR (manchar) y también LASTIMADO, DAÑADO o HENDIDO.

En gallego PARBO equivale a TONTO.

 

DRAGO en gallego es, y ha sido, el equivalente al castellano DRA­GON, animal fabuloso, de figura de serpiente con piés y alas. MARGALIDA en gallego y tam­bién MARGARIDA es Margarita; pero no margarita de los campos o nombre de mujer, como podría suponerse, sino un caracol de for­ma ovalada de unas seis líneas de largo y bastante abundante en los arenales de Galicia.

He aquí, si no todos, un buen número de vocablos gallegos aplica­dos tan sólo a lo marítimo: ríos, puntas, cabos, bahías, ecta. Podría­nlos agregar que el Almirante también llamó a un cabo o una punta DEL DELFIN, que lleva otra punta del litoral de Galicia; que llamó a una isla SANTA MARIA LA ANTIGUA, sin duda para distin­guir la iglesia de Santa María de Pontevedra, que por aquellos años estaba en reedificación y que por este motivo, se tituló después SAN­TA MARIA LA MAYOR; que llamó a un monte TASADO o TA- XADO; que llamó a una aldea DE TURME; que a unas islas llamó de la SONA o sea de la FAMA y que las llamó ILLAS en gallego y no ISLAS en castellano; que a las playas, las llamaba plajas; que a otra isla llamó del FALCON; que a otra la llamó MAYO, que equi­vale a MAJO o FLORIDO; a otra SANTA MARIA DE MENSERA y no de MONSERRAT como han escrito algunos autores.

Esta es, en resumen, nuestra prueba geográfica. Mucho, mucho más podríamos añadir a lo ya dicho; pero a nuestro juicio, basta y sobra para demostrar que sólo un gallego y un gallego muy conocedor de la costa noroeste de España; un verdadero marino de cabotaje que por espacio de muchos años, recorriera el litoral, podría tener tan perfecto conocimiento de ios cabos, puntas, bahías, ensenadas, ríos, montes y otros detalles que se observan, a poco que la atención se fije en la nomenclatura de voces y lugares que hemos tenido la pa­ciencia de ir relacionando, para llegar a la conclusión, de que el Des­cubridor del Nuevo Mundo, nació en Galicia y tuvo su cuna en uno de los puertos vecinos de .la risueña ría pontevedresa.

 

CAPITULO XII

OVIEDO Y ARCE

Refutación. — El informe publicado en el Boletín de la Real Acade­mia Gallega. — Impugnación tardía,. — Don Manuel Serrano Sanz, catedrático de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza. — La pedantería del estilo. — Lo resbaladizo de la ciencia diplomática. — Oviedo y Arce reconoce como español el apellido “Colón”; pero niega su existencia en Galicia antes del descubrimiento. — La etimología de la voz. — Anáfisis de los do­cumentos.— Sólo acepta cinco como genuinos. — Fatuidad paleo- gráfica.—Adjetivos ofensivos a granel.—Las teorías persona­les.— El retoque de los documentos.—La sinceridad de La Rie­ga.— La escritura p7-ocesal y cortesana. — Serrano Sainz, y Ovie­do Arce, acusan de falsario a La Riega. — Ligera biografía del vindicador. — La facultad extraordinaria de sus contrarios para, descubrir el fraude sobre el campo del fotograbado. — Los docu­mentos impolutos del Sr. Otero y Sánchez. — Los documentos pon- tevedreses, antes de pasar por las manos de Oviedo y Arce, po­drían estar “avivados»; pero nunca “alterados”. -—Testificacio­nes. — El impugnador desconocía la. interpretación racional de las abreviaturas. — El único que manipuló los documentos probatorios cíe La Riega, después de su fallecimiento, fué Oviedo y Arce. — Los argüidos de “falsos», san ios que cayeron en sus pecadoras ma­nos.— El supuesto falsificador, falsificado.

Don Eladio Oviedo y Arce, individuo de número de la Real Aca­demia Gallega, presentó a requerimientos de la misma, un informe sobre el valor de los documentos pontevedreses, considerados como fuente del tema COLON ESPAÑOL propuesto por Don Celso García de la Riega y renovado por sus continuadores.

Dicho informe, fué publicado .en el Boletín de la citada Academia, correspondiente ail l.n de Octubre del año 1917 y completamente desfa­vorable a la tesis documental, en que el insigne pontevedrés Don Celso García de la Riega, se apoyaba para sostener sus argumentos.

Hurgó Oviedo y Arce en las pruebas documentales, con verdadero afán y premeditada malevolencia. Prevenido por convencimiento per­sonal del error de La Riega, su trabajo regularmente notable, como estudio de paleografía, tenía necesariamente que adolecer de defec­tos, que La Riega no pude refutar, por haber fallecido tres años an­tes, y el informe quedó sin réplica hasta nuestros días. En vano hemos esperado que investigadores más autorizados recogieran el guan­te, que Oviedo y Arce, arrojó con decisión a la faz de la nueva teoría. Un silencio de muerte siguió a sus declaraciones, con manifiesto per­juicio para la causa española, tan debatida en años sucesivos y sos­tenida con verdadero entusiasmo por los principales partidarios de la teoría de La Riega.

Ahora bien: nosotros entendemos que si ha de triunfar la tesis de COLON ESPAÑOL, será después de haber combatido con éxito a los impugnadores, y a ese ñn habrá de dedicarse ahora nuestro esfuerzo.

Permítasenos recoger ese guante.

La Riega y Oviedo Arce, ya han desaparecido del escenario de la polémica.

Pero así como La Riega dejó sucesores, también los dejó Oviedo y Arce y con estos, necesariamente hemos de enfrentamos, porque tras el silencio de los muertos, está el apasionamiento de los vivos.

No hubiéramos acometido esta tarea, repetimos, si otros hubiesen cargado el pesado fardo sobre sus espaldas; pero a falta de más deci­didos colaboradores, vamos nosotros a acometerla destruyendo los prejuicios que estorban para la definitiva vindicación de nuestro alegato.

Porque Don Manuel Serrano Sanz, Catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, tachó de falsos, casi todos los documentos pontevedreses publicados en el libro COLON ESPAÑOL, el Sr. Oviedo y Arce estima, vista ‘la actitud de persona tan eminente en asuntos de investigación y crítica histórica, que la teoría de La Riega no valía la pena de ser comentada; pero accediendo a los requerimientos de la Real Academia Gallega, lo hacía gustoso a la par que de esa manera contribuía a la preciosa y urgentísima tarea de acrisolar la Regional Historia, rica y gloriosa de suyo, pero tra­tada, desde antiguo como el grajo vano de la fábula eaopiana por la turbamulta de intrusos, arrivistas y logreros del BOLO patriótico o el PIO de otro tiempo, que pretendieron y pretenden engalanarla con lucientes arreos de doradvs leyendas, retazos de extraña púrpura, no- por brillante más forera para una crítica austerísima, que lo kan sido las heces de los establos de Augias para las aguas purificadoras del Alfeo. .

Convengamos que este párrafo de Oviedo y Arce, respira pedantería por los cuatro costados, lo que por este solo motivo ya hace sospe­chosa la imparcialidad del investigador.

El Sr. Oviedo y A.rce cree que con su ampuloso varapalo paleo- gráfico, hacía predoía y urgentísima tarea- de acrisolar la Regional Historia. Aun cuando sólo fuera el libro COLON ESPAÑOL, un in­dicio de La Riega, debiera haber sido suficiente para que todos lo& hombres inteligentes y de buena vo]untad, no estorbaran su patrió­tica labor con groseros chascarrillos y vergonzosos adjetivos. Ahí está y estaba la sana crítica para combatir sus argumentaciones y pulverizar, a ser posible, sus teorías; pero no fué así como lo com­batieron sus paisanos, sino tachándolo de arrivista y logrero, según dice Oviedo y Arce, y al estampar esas palabras en su informe, da pruebas de ser un pésimo gramático, porque arrivista no tiene signi­ficado y logrero es un nombre extemporáneo y por lo tanto fuera de lugar. Si Oviedo, ha creído que era preciosa y urgentísima tarea la de combatir infundadamente una teoría que no tenía nada de desca­bellada, porque La Riega perseguía una incógnita, como era la nebu­losa de Colón, prueba también que lo movía un impulso más de animo­sidad personal que de contrario a la tesis, y no es de esa manera a nuestro juicio, como se hace tarea de acrisolamiento histórico, como él titula su científica labor, muy meritoria por cierto en cuanto al análisis; peio en extremo antipática por los duros e incalificables car­gos hechos a un conterráneo de tan alta intelectualidad.

Además, si consideraba labor patriótica defender los fueros de la verdad para mayor nitidez de la historia, debió combatir la tesis en todas sus partes, porque el libro COLON ESPAÑOL no se reducía a presentar documentos de prueba, sino que abarcaba consideraciones generales y argumentos tan preciosos, que no hubiera sido fácil a su contradictor destruirlos con el solo auxilio de la filología y la paleo­grafía, artes en extremo resbaladizas y en las que es muy difícil no incurrir en lamentables errores.

Pero vamos al grano, que es lo que interesa.

Dice Oviedo y Arce que “antes y después de García de la Riega han leído el apellido Colón en antiguos manuscritos o impresos espa­ñoles, y aún galaicos y pontevedreses, los que estudiaron las Crónicas de Navarra, los anales de Aragón, las Actas Eclesiásticas y Civiles de Cataluña y la Historia y Toponimia de las Islas Baleares, y el Arzobispal de Santiago, y los Parroquiales de varias iglesias de esta archidiócesis compostelana, y los locales, públicos y particulares, de Pontevedra mismo. Pero ni éstos, ni aquéllos, ni los de ayer, ni los de hoy, o maestros en la difícil ciencia de la Historia, o avizores de ■las glorias patrias, han pensado jamás que el parentesco fonético de las voces Colón, Collon, Culón, Colom o de Colon, frecuentemente repe­tidas en las más puras fuentes históricas españolas, con formas de romances indígenas, o con forma castellanizada sobre formas catala­nas, francesas o italianas del apellido que inmortalizó el gran nave­gante genovés, podía inspirar, ni menos fundamentar, un nuevo con­cepto acerca del origen y pati-ia de Colón.

Estas declaraciones de Oviedo y Arce, serían suficientes, como ori­ginarias de la más furiosa impugnación, para dejar asentado y con­firmado que el apellido Colón es genuinamente español. Porque si en crónicas de Navarra y Aragón, actas y otros escritos figura con nota­ble superabundancia este apellido que no se encuentra en ninguna otra nación de la tierra, es evidente que es de estirpe española y par­ticularmente de Galicia, no tan sólo porque así lo acredita la Filolo­gía sino porque el mismo Oviedo y Arce nos manifiesta que en el Ar­zobispal de Santiago, parroquias de varias iglesias de esta archidió­cesis y en locales públicos y privados de Pontevedra, este apellido era bastante común.

Suponemos que nadie pueda refutarnos esta apreciación, porque de lo contrario, sería tildar de embustero a Oviedo y Arce, que así nos lo afirma con lujo de detalles y profunda convicción. En cuanto a las variantes del apellido que cita, o bien Oviedo y Arce desconocía en absoluto la filología, o habría de convenir con nosotros que tanto Colón, como Collon, como Culón, son modalidades galleguísimas al igual que Colo, Callón, Cuncon y veinte mil más que son derivados o raíces de nombres propios de Galicia. Y si estos nombres propios han sido en principio nombres comunes significativos, el de Colón no tiene discusión posible.

Si hemos de admitir que sólo en Galicia pudo formarse este ape llido, al buscar la etimología de la voz, vamos a parar necesariamente a una raíz gallega o nombre común significativo, puesto que si de cunca (taza) el aumentativo es Cuncón, (taza grande) de Colo (cue­llo) según ya lo ha advertido el Sr. Riguera Montero, se formaría el aumentativo Colón (cuello anormal por lo irregular) y como estos nombres proceden regularmente de las cosas entre las cuales no fue­ron una excepción los defectos físicos, es de presumir que el origen de esta palabra, procediese de un individuo que pudo significarse por un extraordinario cuello, siendo la raíz un mote o nombre propio signi­ficativo.      ‘

Y   si esto es innegable en sana filología, tendremos que convenir que tanto por su significado, como por su raíz, esta palabra es inde­fectiblemente gallega.

Pero Oviedo y Arce al constatar con abundantes citas que el ape­llido Colón era hasta cierto punto vulgar en España, no lo hace cier­tamente con el objeto de extender carta de naturaleza al apellido y demostrar su procedencia española, sino — y esto es lo más triste

—  nea;ar a La Riega la paternidad del vocablo, por donde se advierte que Oviedo y Arce no iba contra la obra, sino contra el hombre.

Que el apellido Colón, por otra parte se hallase extendido por Es­paña, no quiere decir que no sea gallego, pues la historia nos demues­tra que los -reyes de Galicia ganaron toda la antigua provincia de Lusitania con Mérida su capital. Sujetaron a su dominio la provin­cia de Betica con su capital Sevilla. Rindieron la provincia Cartagi­nense. Ganaron lo que fué después Castilla la Nueva con Toledo y toda Castilla la Vieja; sujetaron toda la costa septentrional de Es­paña, y las Vasconias hasta los montes Pirineos y saquearon a Za­ragoza y Lérida.

Afirma el eruditísimo doctor Huerta — que figura en el Catálogo de autoridades de la Lengua — y con él convienen todos los clásicos historiadores, que fué el rey de Galicia el primero que, oprimiendo la potencia de los romanos, se hizo monarea de casi toda España, cuya primera y única silla real estaba de asiento en el antiquísimo reino de Galicia. Don Diego de Saavedra, dice asimismo, que el reino de Galicia en aquellos tiempos, comprendía las Asturias y la Cantabria y se le habían incorporado tantas provincias conquistadas, que era como monarca de España y mandaba treinta naciones diversas.

Para negar todo lo apuntado, según afirma un sapientísimo jesuí­ta, sería necesario quemar todas las’historias españolas, o cuando me­nos las más antiguas, las más clásicas y graves que escribieron, los que comunmente son llamados padres de la Historia española. Y aun cuando perecieran las historias, quedarían vivos los nombres de innu­merables tierras, ríos, poblaciones y familias extendidas por tod? España que reclaman por la patria, origen y nombre de sus conquis­tadores, pobladores y progenitores gallegos. ¿Qué, pues, tendría de extraño, que ese apellido se extendiera por la península y se encuen­tre en las Crónicas de Navarra, los Anales de Aragón y las Actas Eclesiásticas y Civiles de Cataluña? ¿’0 es que el Sr. Oviedo y Arce entendía que al emigrar el individuo, el nombre quedaba colgado de un clavo en la frontera? Alegatos son los de Oviedo y Arce, bien débiles para combatir la razón de las inducciones de La Riega.

Infantil es, también, la observación de Oviedo y Arce, quien se ex­traña que a todos cuantos vieron el apellido Colón, Collon, Culón en los citados documentos, no se les ocurriera suponer que ese apellido podría ser el del Descubridor de América y que esta sospecha sólo pudo caber en el cerebro de La Riega de quien dice, le estaba reser­vada concepción tan peregrina.

Pero es que cuantos vieron ese apellido en los infolios y cronicones, ignoraban que abundasen los vocablos gallegos en los escritos de Co­lón y que ciertos accidentes geográficos de la provincia de Ponteve­dra, coincidían con otros tantos lugares bautizados por el Almirarite en las Indias Occidentales. A La Riega no le bastó hallar el apellido Colón en los documentos pontevedreses, puesto que él mismo nos cuen­ta que leyendo el libro NEBULOSA DE COLON del ilustre acadé­mico de la Historia Sr. Fernández Duro, se arraigaron más sus con­vicciones. Sabía asimismo, que la oriundez italiana estaba todavía 3n litigio según afirmativa da los más ilustres biógrafos de Colón.

Todo esto, seguramenxe, .lo ignoraban aquellos que investigando crónicas, anales y actas, hallaron ese apellido en sus rebuscas histó­ricas. Por otra parte, lo que llamó Altamira “idolatría del libro”, y él “dogma petrificado”, era más que suficiente para desvirtuar el chis­pazo de una idea que tropezaba. con la tradición; tradición que se interponía como un muro de granito para cerrar el horizonte de las investigaciones. ¡A cuantos, sin embargo, habrá asaltado la idea viendo surgir de la oscuridad de los pergaminos el homónimo de nom­bre tan esclarecido!

Véase pues, cuán desafortunado anduvo el Sr. Oviedo y Arce con sus ataques a La Riega en las consideraciones generales. Veamos ahora si fué más afortunado como paleógrafo, ya que a desvirtuar sus cargos tiende principalmente nuestro trabajo.

De los veintiún documentos pontevedreses que García de La Rie­ga y sus continuadores estimaron como colonianos, Oviedo y Arce sólo acepta como genuínos CINCO que incorpora en una serie titu­lada A.

Acepta también y sólo en cuanto al apellido, el documento de la Serie que titula B. 1., o sea el primero de la segunda.

De manera que, según Oviedo y Arce^ seis de los veintiún docu­mentos, cinco son completamente genuinos y uno asimismo genuino en cuanto al apellido.

Veamos que documentos son los aceptables:

  1. ° de la Serie A:—Este documento, según La Riega, es el primero de los documentos pontevedreses descubiertos por Don Telmo Vigo de Pontevedra, en 1891 y nom­bra como foreros del monasterio de Poyo, próxi­mo a aquella ciudad, a Juan de Colón, mareante y su mujer, Constanza de Colón, vecinos de La Moureira, arrabal de Pontevedra, en 1519.
  2. a       de la Serie A: — Contiene una relación de créditos de la Cofradía

 

de Mareantes de San Miguel de Pontevedra, que dice: «deve A° de Colon quatro maravedís do viaje a Aveiro”. La Riega da como fecha para este documento un año de los comprendidos en­tre 1480 y 1490. Oviedo y Arce niega esta fecha, alegando que en las líneas precedentes del docu­mento, se lee: “Iten, quedaron a dever los dichos Pero Nuñez con Gómez García, bicarios bellos del año pasado de noventa y nueve años, un du­cado de oro”. Lo que efectivamente es cierto; pero Oviedo y Arce, pudo apreciar como nosotros del texto de la escritura, que se trata de una re­lación de cuentas atrasadas y que en sí en algu­nos capítulos de deudas se hace mención de la fecha o año, en otros no se especifica. Da Ovie­do y Arce como fecha para este documento el año 1500 o mil quinientos y tantos. Y en cuanto a que el documento está escrito en lengua que es castellana resabiada, es un motivo más a fa­vor de La Riega, que tradujo o interpretó la abreviatura A® por Antonio, lo que Oviedo y Arce niega para decir que quiere expresar Alon­so. Verdaderamente es el colmo de la fatuidad paleográfica sacar conclusiones de esta naturale­za de una lengua resabiada.. Oviedo y Arce no nos dice en que reglas se apoya para una afirma­ción tan absoluta, ni nos muestra ejemplos para considerar su teoría. Lo hace a título de autori­dad en el arte que profesaba.

  1. °       de la Serie A: — El único documento — dice Oviedo y Arce — descubierto después de publicado COLON ESPA­ÑOL, referente a Juan de Colón (1529) y foto­grabado la revista Mondariz (Suplemento de La Temporada de Mondariz) de 15 de Marzo de 1917. Como Oviedo y Arce lo da por genuino, nada tenemos que añadir a lo dicho.
  2. °       de la Serie A: — Este documento es un letrero de caracteres germánicos grabado en el paramento interior de una capilla en la iglesia de Santa María la Grande, de Pontevedra, que dice así: “Los do cerco: de Yuan Neto: y de Yoan de Colón feceron esta capilla”. Como este comprobante está cincelado en piedra y no es posible discutir los trazos de las’ grafías, ni achacarlo al sambenito de las manipulaciones, ni se puede alegar la reac­ción química; ni constatar por medio de emi- nenies doctores, que para alterar los rasgos de las grafías, se hizo uso de la solución amoniacal   de ácido sálico, el bueno de Oviedo y Arce dá a site documento pétreo, el título de genuino. Pero como todo su empeño se reduce a demostrar quc¡ estas pruebas son posteriores al descubrimiento, deja a un lado el argumento de la solución amo­niacal de ácido oxálico, para afirmar “que por los caracteres gráficos de esta inscripción, muy usa­dos en Galicia en el último tercio del siglo XV y el primero del XVI, que puede fecharse esa ins­cripción como del año 1518. Es decir: que el mis­mo confiesa que esos caracteres estaban en uso en el último tercio del siglo XV y sin embargo le asigna el medio tercio del primer tercio del xvi. Si esto es crítica ¡ que venga Dios y lo vea!

Apoya además su presunción — aunque para nosotros las presunciones no tienen valor alguno

—  en un documento de los también aportados por La Riega y que lleva el No. 5 de la Serie A, que también estima genuino, donde se acredita el pago de algunas cantidades donadas para la obra nueva de Ntra. Señora, del año de quinientos e seis. Esta escritura notarial, es sobre liquida­ción de cuentas de la obra nueva de dicha iglesia, entre cuyos donativos hay uno que dice: “yten deíl cerco de Joan de Colón e Vieyto Carraan, atalieyros, diez dineyros”. Agrega Oviedo y Arce que se trata pues de un Juan de Colón, anterior a 1529 y en sociedad de pesca con Vieyto Carraan, que entregaron al mayordomo de la obra nueva de Santa María la Grande de Pontevedra, la can­tidad de diez dineyros.

Hemos de convenir que el donativo de Juan- de ‘Colón y de Vieyto Carraan, fué conjuntamen­te con muchos otros para obras de reedificación de la expresada iglesia y que nada tiene que ver con el grabado del paramento interior de la capilla, cuyo letrero de caracteres germánicos, corresponden al último tercio del siglo xv, cuya obra fué costeada exclusivamente por los “do cerco: de Yoan Neto i de Yoan de Colón”, por­que ellos fueron los que la hicieron según ex­presa claramente la inscripción.

Es decir: que Oviedo y Arce al confundir premeditadamente ambos extremos, lo hace con el deliberado propósito de asignar a este Juan de Colón una fecha posterior al otro Juan de­Colón, marido de Constanza de Colón, que figu­ra en un contrato de aforamiento, en lenguaje gallego, de la huerta y heredad de Andurique- hecho en 13 de Octubre de 1519 por el monaste­rio de Poyo al mareante del arrabal de Ponte­vedra Juan de Colón y a su mujer Constanza de Colón, que efectivamente, puede ser el mismo, porque diez años en la vida de un hombre pocc demuestran. De todas maneras los datos acre­ditan la existencia en Galicia de este Juan de Colón, antes de efectuarse el descubrimiento de las Indias Occidentales.

  1. ° de la Serie A: — Este documento o escritura notarial, es la que acabamos de referir sobre liquidación de cuen­tas de la obra de la Iglesia de Santa María la Grande, donde figura como se ha visto a Juan de Colón, contribuyendo con Vieyto Carraan a la reconstrucción de la referida Iglesia. Como Oviedo y Arce lo estima también genuino, nada hemos de añadir a lo ya apuntado.

De la Serie B, ya hemos dicho que Oviedo y Arce considera en par­te genuino, el 1.° de la Serie. Todos los demás los rechaza.

Este primero de la Serie, lo estima aceptable en cuanto al apellido de Colón; porque en cuanto ál nombre CRISTOBO — según dice — ha sido ánima vil de las manipulaciones del invencionero La Riega.

Doy por lo tanto, — añade Oviedo y Arce — a los textos de esos seis documentos en que se lee el apellido de Colón, todo el valor que merecen ante Ja crítica, los documentos sinceros e inmaculados; esto es, la total autenticidad diplomática. Hemos de advertir aquí, que todos estos documentos genuínos no los tuvo Oviedo en sus manos.

Añade que estos seis documentos pontevedreses, ganuinos, pero no colonianos, en el sentido de G. de la Riega, corren de 1496 a 1529. El más antiguo, el de de Colón de 1496, vivía en esta fecha en Ponteve­dra, según dá a entender el documento. , ¿Desde cuándo? A mí me parece — continúa Oviedo — que se trata de un Colón catalán que arraigó en Pontevedra en la segunda mitad del siglo xv. Bueno es advertir también que eso del Colom catalán, resulta una verdadera obsesión para Oviedo y Arce.

Antes de enfrascarnos en más hondas consideraciones, nos parece oportuno combatir un extremo importantísimo. . Vamos pues a dete­nernos un momento en el documento genuino que Oviedo y Arce espe­cifica como A 4.° de la Serie, o sea la inscripción de caracteres ger­mánicos, grabados en el paramento interior de una capilla de la igle­sia de Santa María la Grande, de Pontevedra.

La Riega no estuvo muy acertado al decir que esta letra gótico- alemana para las inscripciones en piedra, se usaba en el primer ter­cio del siglo xvi, puesto que si bien se conservaban reminiscencias de su uso, ya estaba en decadente desuso. De estas manifestaciones de La Riega, se agarró Oviedo y Arce para asegurar muy formalmente que estos caracteres gráficos eran muy usados en Galicia en el último tercio del siglo xv y el primero del xvi.

Basta echar una mirada sobre los caracteres de esa inscripción, para reconocer que son del más puro estilo gótico alemán, y que si no datan del siglo xiv, proceden seguramente de la primera mitad del siglo XV, puesto que de la antigua iglesia de Santa María, se tomaron los cimientos para la reedificación del nuevo templo, construido a •expensas de los mareantes, y por esta causa y por la amplitud que se dió a la nueva iglesia, hubo de ser conocida por Santa María la Gran­de. De fecha anterior a ]a reedificación, data seguramente ]a inscrip­ción que fué entonces cubierta con el paramento de un altar que al ser derribado en nuestros días, vino providencialmente a testificar la existencia de los Colones en Galicia en ,1a segunda mitad del siglo XIV o primera mitad del xv, si tenemos en cuenta la pureza de la escri­tura mural, porque sólo en estas épocas la letra gótica alemana acu­saba el estilo que se observa y que se destaca sobre la redonda, y la cortesana, que compartían con la alemana los estilos en uso para las lápidas, inscripciones murales y para las escrituras de privilegios y albalaes. La alemana se usó entonces en las lápidas y los códices, y se diferenciaba de la francesa del siglo XII, en ser más abierta y ter­minar en ángulo las extremidades superiores e inferiores.

La reconstrucción o ampliación de esta iglesia, debió comenzar an­tes del Descubrimiento y el trabajo de reedificación pudo ser lento, como todos cuantos se acometen eon donaciones y limosnas. Esto nos ha sugerido la sospecha de que Colón, como todos cuantos se hallan apegados a la tradición, hubiera podido bautizar una de las islas en su segundo viaje con el nombre de Santa María la Antigua, (1) refi- diéndose quizás a la iglesia de Santa María de Pontevedra, patrona de mareantes que pasaba a denominarse la Grande por las obras de reedificación y ampliación que se llevaban a cabo, y como religioso tributo a su protectora Santa María, a quien se encomendó en su se­gundo viaje y para distinguirla, quizás también de la Santa María del primero.

Pero siguiendo en nuestro propósito, añadiremos que el estilo góti­co alemán empezó a decaer en los comienzos del siglo xvi, y no sería ciertamente en Galicia, donde en las postrimerías del estilo, se gra­base tan perfecta y primitiva inscripción mural.

A partir de estos seis documentos genuínos, el Sr. Oviedo y Arce ataca con toda la dureza de los epítetos al Sr. La Riega, y todo lo que resta de la prueba documental es para él vil falsificación.

Que ciertos documentos objeto del ataque de Oviedo y Arce han sido retocados, no cabe duda ni negaremos tampoco nosotros tal ex­tremo. Son particularidades que saltan a la vista, no tan sólo porque el color de la tinta se señala aún en las mismas reproducciones foto­grabadas, sino que también las siglas y nombres, se pronuncian o des­tacan, comparándolas con las otras grafías de los documentos.

En el documento que Oviedo y Arce titula B 1: ya hemos visto que refuta el monograma de Cristobo. En el B 2: tilda asimismo de apócrifa la aclarante Bartolameu de Colon e Ac da Nova. La Riega confiesa ingenuamente que estas palabras y otras aledañas, fueron recalcadas por aparecer algo desvanecidas, y por desconocer el arte de la fotografía, pero sin que el documento sufriese alteración alguna. Claro está que Oviedo y Arce no lo cree y dice que por lo visto, La Riega ignoraba que un documento recalcado (que los continuadores de su obra llaman avivado o revivido) es un documento por lo menos inutilizado, sin la menor garantía de integridad y genuidad, y que sólo sería admisible en el caso de que bajo las grafías recalcadas, se per-

(1) El que en otras poblaciones de España, existieran iglesias con la misma denominación, f?ts unn razón de más para apoyar nuestra congetura.

cibieran claramente las primitivas, como ocurre con los palimpses­tos, pero que ni aún esto puede aceptarse, porque se ha tenido tiuen cuidado en raspar las primitivas gratias, en íorma tal, que no quedase de ellas ninguna huella. A esto agrega ei Sr. Serrano Sanz, Catedrá­tico de la Fecultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zara­goza, a quien Oviedo y Arce se agarra como lapa a la peña, que «lo que en realidad hay, es que las palabras Bartolameu de Colon, son de letra moderna y completamente distinta de la demás del documento» ¡pero, hombre de Dios! ¡Si ya La Riega dijo que fueron recalcadas por aparecer algo desvanecidas en el original!

Y   a este tenor discurre en los restantes documentos, diciendo de unos que están admirablemente falsificados, y de otros, que son una burda suplantación de las grafías primitivas. Compara el estilo gráfi­co; busca relación en los trazos, analiza el carácter cursivo y procesal de la escritura y hace parangón con ‘las grafías genuinas y las que él llama falsificadas. Todo esto con la ayuda del análisis microscópico de las tintas. En ocasiones, y después de un somero examen ocular llama a La Riega “habilísimo dibujante” y reconoce que ias grafías han sido trazadas con gran nitidez, como ocurre en el documento que registra con la denominación de B 5; y otras como en el B 7, dice que la alte­ración es tan patente, que salta a la vista del ojo menos experto.

¿En qué quedamos? ¿La falsificación es hábil o es imperfecta? Porque en crítica paleográfica no caben los términos medios.

Resultaría un trabajo interminable seguir a Oviedo y Arce por el campo de sus investigaciones paleográficas y motivo de un libro, el combatir uno a uno los argumentos de su ciencia diplomática, que esta y no otra es la labor que realiza en su apasionado informe.

Admira la seguridad con que desmenuza los conceptos y establece conclusiones con su hermenéutica pueril y desde luego, incierta, por­que sabemos por experiencia, la dificultad que ofrece lo que él mismo llama exégesis caótica de la esditura del siglo XV y siglo xvi. Para dar una idea de las dificultades que ofrece el análisis de estos verda­deros laberintos de la escritura, que llegó por aquellos tiempos a la más lamentable corrupción, copiaremos los párrafos de una carta, escrita en estilo burlesco por Don Antonio de Guevara, obispo de Mondonedo, a su amigo Don Pedro Girón:

“He querido señor, contaros estas antigüedades, para ver esta vuestra carta, si fué escrita con cuchillos, o con hierros, c con pin­celes, o con los dedos; porque según ella vino tan no inteligible, no es posible menos, sino que se escribió con caña cortada o cañón por cor­tar; el papel grueso, la tinta blanca, los renglones tuertos, las líneas trastocadas, y las razones borradas, de manera, que o vos señor la escribistes a la luna, o algún niño que era aprendiz en la escuela: las letras (cartas) de vuestra mano escritas, no se para qué se cierran y menos para qué se sellan, porque hablando la verdad, por más segu­ra tengo yo a vuestra carta abierta, que no a vuestra plata cerrada; pues a lo uno no le abastan candados, y a lo otro le sobran los sellos. Yo di a leer vuestra carta a Pedro Coronel para ver si venía en he­braico; dila al maestro Prexamo para que me dijese si estaba en cal­deo; mostrésela a Hamet Abducasín para ver si venía en arábigo; dísela también al Sículo para que viese aquél estilo, si era griego; en- viésela al maestro Ayala para saber si era cosa de Astrología; final­mente, ‘la mostré a los alemanes, flamencos, italianos, ingleses, esco­cíanos y franceses, los cuales todos me dicen que o es carta de burla, o escritura encantada”.

Esto, aunque con la exageración burlesea consiguiente, dá una idea de lo que era la escritura llamada procesal, que en vano los reyes Católicos prohibieron, en vista del uso inmoderado que de ella hacían los escribanos; pero a pesar de las disposiciones reales, siguió usán­dose con preferencia a la escritura llamada cortesana, hasta el extre­mo de que no sólo ofrece hoy dificultades muchas veces insuperables para su interpretación, sino que en su tiempo era ya casi ilegible, se­gún lo afinman muchos contemporáneos, y según podemos apreciarlo por los documentos conservados en nuestros archivos.

Por lo tanto, ya pueden imaginarse nuestros lectores hasta qué punto pueden tomarse en serio las afirmaciones de Oviedo y Arce, que nos habla de tt, gemelas y oo, autónomas en unos escritos en que las letras, bailando una zarabanda infernal, pocas veces responden a la regularidad; en que los trazos son caprichosos y las abreviaturas, con el auxilio de la tilde, toman apariencias inverosímiles. Añádase a esto, que muchos de los escritos y documentos que sirvieron para la búsqueda, no están escritos ni en castellano ni en gallego, porque es una verdadera mezcolanza de palabras, que pocas veces expresan lo que realmente quieren decir, y la prueba paleográfica será siempre, en síntesis, fruto de una opinión; pero jamás alegato de convenci­miento.

En otro orden de cosas, >la obra conjetural de La Riega, es verda­deramente maravillosa, descartando aquellas apreciaciones, fruto más bien de su sano entusiasmo, que de una razonada y fría argumenta­ción. Ya hemos dicho que La Riega se dejó obsesionar por la singula­ridad del apellido Fonterosa que unido al de Colón aparecieron en unas fojas de pergamino halladas por el Sr. Sampedro y el Sr. Casti- ñeira en el archivo del Ayuntamiento de Pontevedra y que fué base de la conferencia pronunciada por el Sr. García de La Riega en la Sociedad Geográfica de Madrid.

Para proclamar la inocencia de La Riega en el cargo de falsario que le han atribuido los Sres, Serrano y Sanz, y Oviedo y Arce, bas­tará hacer una ligera semblanza del ilustre vindicador.

Nació en Pontevedra el 26 de Agosto de 1844. Fué político y es­critor muy notable y en 1868 era ya muy conocido y apreciado en Galicia por la parte activa que tomó en las tareas de la prensa, fun­dando y dirigiendo varios periódicos; entró en la carrera administra­tiva mediante oposiciones y desempeñó cargos importantes en la isla de Cuba, entre otros, los de jefe de política interior y exterior y secretario del gobierno de la Habana en 1878. De regreso a la penín­sula representó en Cortes al distrito de Cambados en 1886 y 1887 y fué Gobernador de León de 1888 a 1890; jefe de la sección de presu­puestos del Ministerio de la Gobernación en 1892 y 1893 y contador de la Sala de Ultramar del Tribunal de Cuentas en 1898. En 18í>3 cooperó con los Sres. Azcárate y ArrilOaga, en las tareas de la junta creada para organizar la Estadística del Trabajo. Entre sus obras literarias e históricas merece especial mención la titulada La Galleya.,

 

{Da un apunte a pluma, del autor)

nave capitana de Colón y después de esa publicación, le dió gran noto­riedad la conferencia pronunciada en la Sociedad Geográfica de Ma­drid en Diciembre de 1S9S sobre la patria de Colón. García de La Riega descubrió documentos inéditos del siglo xv y ha hecho estudios de crítica ¡histórica muy razonada, que le sirvieron, de base para refor­zar los argumentos de los que niegan que Colón naciera en Génova, a la vez que aducía numerosos datos, por virtud de los cuales, cabe presumir que ‘Colón era oriundo de Pontevedra o de algún lugar pró­ximo a este puerto. Sobre este asunto estaba preparando en 1899 un extenso libro con la reproducción de todos los documentos citados:. Estas son las noticias que de la personalidad del ilustre La Riega, nos dá el Diccionario Enciclopédico Hispano Americano. Este el arrivista,, el invencionero, el intruso, el logrero y el csco.moteador de que nos habla Oviedo y Arce.

Pero lo que no nos dice el Diccionario, es que el libro en prepara­ción titulado Colón Español fué publicado en el año 1914 y que tuvo una resonancia enorme, y perdónesenos que empleemos este califica­tivo no muy apropiado; pero que expresa e>l máximum de notoriedad que puede alcanzar un libro.

Hemos indicado anteriormente, que uno de los documentos que más influyeron en la decisión de La Riega, fué hallado por los Sres. Sam- pedro y Castiñeira; el primero Presidente de la Sociedad Arqueológica y cronista de la provincia de Pontevedra, y el segundo abogado y persona peritísima en asuntos de arqueología. Esto por sí solo, ya era una garantía de seriedad y de autenticidad, y máxime cuando el Sr. Sampedro, que sepamos, no es partidario de la tesis COLON ES­PAÑOL. Estos señores vieron antes que La Riega el contexto de dicho documento, que es un acuerdo del Consejo de Pontevedra, fecha 1437, en que se ordena el pago de maravedises a Domingos (ds) de Colón y Benjamín (bn) Fonterosa, por un servicio de acemileros en la conducción de pescado al arzobispo .de Santiago.

Pues bien: este documento, es uno de los más criticados por Ovie­do y Arce, que dice a este propósito lo siguiente: “Basta observar que la mancha que se extiende por el papel de este documento sobre las grafías del supuesto contenido coloniano y lap de las vecinas líneas encima y abajo, y sobre las de otros folios precedentes y subsiguien­tes a este folio 26, no tiene la coherencia de forma y dimensiones que sería natural si líuera producida a un mismo tiempo por un agente inconsciente (que es lo que se ha pretendido), para ver en ello alf/o sospechoso. Añádase que en las grafías colonianas de este documen­to, percibense a simple vista toques de la tinta violácea con que mo­dernamente han sido trazadas. Aún se perciben también en las gra­fías aledañas; indicando que se trató de dar un tono común al color del grupo gláfico que incluye el contenido coloniano del presente do­cumento. Mnada la página al trasluz, todo esto es patente. Se vé claro que la dicha mancha del papel reproducida también por el foto­grabado, es obra de un ácido intencionalmente capaz de aquél efecto, la unidad de entonación”. Y aunque Oviedo y Arce, cuando le con­viene, dice de estos documentos, que están escritos en lengua caste­llana resabiada, termina después de otras consideraciones, de esta manera: ‘El amanuense… por tratarse de nombres romances, no osaba tocar a lo fonético y morfológico de los nombres hebráicos cuyas leyes gramaticales le eran desconocidas: bn es, por lo tanto, inadmisible como abreviatura de Benjamín”. Y así es como discurre Oviedo y Arce con su crítica paleográfica.

Pero tenemos otro testimonio de peso para la autenticidad de los nombres colonianos del referido documento. Don Prudencio Otero y Sánchez, cuya respetabilidad no creo pueda ponerse en tela de juicio, dice así en el Capítulo Primero de su libro ESPAÑA, PATRIA DE COLON: “En una de las visitas que hice a mi amigo La Riega an­tes de irme a América, allá por el año 1907, tuve en mis manos todos los documentos que él compulsara, y declaro que no vi en ninguno de ellos, la más mínima alteración; pero sí recuerdo que en algunos podía leer con dificultad, porque la acción del tiempo pusiera la tinto, amarilla y desvaída, valiéndome de una lente, el apellido COLON, y en otro, al terminar la segunda o tercera línea, el apellido FON- TEROSA”.

Una vez preparado su libro COLON ESPAÑOL, suponemos — y en esto no creemos andar mal fundados — que La Riega tropezó con el inconveniente de reproducir por medio del fotograbado, unos docu­mentos tan desvanecidos por el tiempo y decidió avivar (aunque esta palabra haya sonado mal o los oídos de Oviedo y Arce) aquellos pa­sajes, y sobre todo las grafias de su tesis coloniana, para que su libro adquiriese toda la importancia de la prueba documental. Fué un lamentable error, cuyas consecuencias vienen ahora palpándose.

De todas maneras entre los impolutos y los aportados por el Sr. Otero y Sánchez, el apellido Colón de los documentos ponteve- dreses, que no pueden ser refutados, acreditan la existencia de Colo­nes en Galicia y si en unos se determinan los apellidos claramente, no sé porque han de refutarse los otros tan desconsideradamente criti­cados por Oviedo y Arce.

En los últimos años de su vida, según lo noticia Don Prudencio Otero, La Riega agobiado por el peso de los años estaba casi ciego. Sin embargo Oviedo y Arce nos habla de habilísimas falsificaciones que no se avienen verdaderamente con las dificultades extremas que representan para un anciano a quien llama Oviedo y Arce “tan hábil calígrafo como torpe paleógrafo”, y esto lo dice su impugnador por­que se “olvidó de poner la tilde transversal en el palo inferior de una p, en una de sus tantas supuestas falsificaciones. No se le ocurrió que el amanuense que escribió el documento pudo cometer esa omi­sión. ¡Tenía que ser La Riega que raspaba, interpolaba, usaba la acción transformadora del ácido sálico, retocaba y suplantaba en me­dio de los achaques de su ceguera, los documentos pontevedreses í

Y  ahora viene, a nuestro juicio, lo más grave.

Cierto es que La Riega cometió la insigne torpeza de avivar cier­tos documentos, puesto que él mismo, sin excitaciones, lo ha declarado. Pero de eso, a raspar, emplear ácidos y trazar con mano segura gra­nas que se tuvo buen cuidado de escribirlas con cierta torpeza para que resaltase el engaño… hay una diferencia inmensa.

¿Quién pues, cometió es:os fraudes si son ciertos los testimonios de Oviedo y Arce?     .

El Sr. Prudencio Otero y Sánchez en su libro ya mencionado, nos dice lo que sigue: “Al regreso de otro viaje mío a Buenos Aires, en 1913, hallé publicada la obra de La Riega, y ya éste próximo a morir. La repercusión del escrito de La Riega, fué tal en España y en el ex­tranjero, que alguna de las naciones americanas varió sus libros de enseñanza, salvando el error histórico que el Almirante, por su propia conveniencia, quiso producir al estampar en su institución mayorazga, lo que de “Génova salí y en ella nací”. Y esto fué causa de que, pues­tos de acuerdo el presidente de la Diputación y el Alcalde del Ayun­tamiento de Pontevedra — ya fallecido La Riega — invitasen a una asamblea magna, formada por personas de la capital, para buscar forma y modo de que la Real Academia de la Historia emitiese su opinión sobre la tesis sustentada por García de la Riega». “En eila se nombró una comisión, compuesta por los Sres. Don Rafael López de Haro, notable escritor, abogado y notario; Don Renato y Don Tor­cuata Ulloa Varela, escritores; Don Luis Lueso y Don Angel Míguez, periodistas, nara que se viesen con el hij’o de La Riega y examinasen los documentos que su padre había fotografiado en el libro COLON ESPAÑOL, pues se decía públicamente que esos documentos habían sido alterados, y así lo manifestaba en una Revista de Arqiicologia, Bibliotecas y Museos, persona tan autorizada en la materia, como el Sr. Serrano Sanz”.

“Hecha pues, la inspección de estos documentos por la Comisión nombrada, halló que, efectivamente, la mayoría de ellos tenían señales de haber sido alterados, y dió cuenta de su misión al Ayuntamiento, terminando así el cometido».

Ahora bien: ¿Cómo realizó el Sr, Serrano Sanz su examen?

¿A qué manos fueron a parar esos documentos después de haber sido fotograbados por La Riega?

Puntos son estos que son de necesidad aclarar, porque una cosa es reavivar documentos y otra falsificarlos.

Porque el reavivar, puede salvar los documentos del naufragio, ya que su estuuio no es tan difícil con el auxilio del microscopio; pero el falsificar, ya es harina de otro costal, puesto que los inutiliza com­pletamente.

En otro párrafo de la obra del Sr. Prudencio Otero y Sánchez, leemos: “Cumplí fielmente el encargo del Sr. Sampedro, escribiendo y remitiendo a mi amigo Calzada, el trabajo del Sr. Serrano y Sainz; pero como yo tenia el convencimiento de haber visto parte de aquellos documentos sin mácula de ningún género en los apellidos Colón, y además una idea clara y perfecta de la inteligencia de mi amigo La Riega, declaro que no quedé convencido ni me convencerá nadie de que los documentos estuviesen adidterados por él.

En esto convenimos con el Sr. Otero y Sánchez.

El Sr. Serrano y Sainz hizo su crítica teniendo a la vista los foto­grabados del libro de La Riega y por lo tanto, no puede sernos sos­pechosa su intervención, puesto que sus vacilantes cargos, e inadmisi­bles, tratándose de examen ocular sobre reproducciones, poca fé puede hacer en tan complicado asunto, si exceptuamos su opinión personal que en ciencia dipiomática no tiene para nosotros valor alguno.

Oviedo y Arce refiriéndose a los diez y seis documentos de la Serie E, o sean de los veintiuno de la prueba de García de la Riega, sobre los restantes, después de dar por buenos los cinco de la Serie A, y el primero de la serie B, dice: “Cuanto a los diez y seis documentos de la serie B, (hecha la salvedad del B 1), no vacilo en afirmar, de los trece primeros, los que EXAMINE para este informe, ya DIREC­TAMENTE DE LOS ORIGINALES (que fueron el B 1, B 3, B 9, B 10, y B 11) ya eu los fotograbados del libro Colón Español que son los (B 2, B 4, B 5, B 7, B 8, B 12 y B 13) y en el que se imprimió en la revista de Vigo, intitulada Vida Gallega, de 15 de Julio de 1911 (el B 6) que no son admisibles.

Ahora bien: si Oviedo y Arce nos manifiesta que los documentos B 2, B 4, B 7, B 12, y B 13, han sido examinados sobre fotograbado ¿por qué afirma que los originales han sido raspados, teniendo como único medio de comprobación para ello, los fotograbados publicados por La Riega en Colón Español?

¿O es que la capacidad paleográfica de Oviedo y Arce era tan ex­traordinaria, que en el campo incierto del fotograbado, sujeto a todos los matices de la impresión podía adivinar las estrías del acero sobre el documento genuino?

¡Milagros son estos de la ciencia Diplomática desconocidos hasta nuestros días!

Pero no es sólo esto. Ha podido también apreciar que la falsifi­cación ha sido ejecutada con pluma metálica que aún no se había des­cubierto en el siglo xvi. ¡El colmo de la observación y estupendo pro­digio de la lupa! ¡A nuestro entender y creemos que también opina­rán de la misma manera nuestros lectores, estos informes tan extraor­dinarios, sólo podría proporcionarlos el propio falsificador.

’ Ponemos por testigos a todos los paleógrafos del mundo en lo que se refiere por ejemplo, al documento clasificado por Oviedo y Arce con el B 10 de la Serie y 11 de orden, en Colón Español, para que nos digan, si en el estilo proceicd de esta escritura cabe la absoluta regu­laridad para poder puntualizar desligados de bb, de rr, y de aa y enlaces, espirales de trazados y otras zarandajas por el estilo. tan irregular la braquigrafía del estilo, en el documento citado, que retamos a los más eminentes paleógrafos a que nos fijen dos letras iguales en proporción y medida, y sin embargo el Sr. Oviedo y Ares, nos afirma magistralmente que en cuanto se refiere a las palabras Abraa fontarosa, caballo de batalla en este documento de la crítica, que la b, la r, y la a, aparecen desligadas, lo que desde luego es in­cierto; pero aun cuando lo estuvieran, sobran ejemplos en ese docu­mento para no arriesgarse a establecer semejante afirmación. Como otros ejemplos de irregularidad, en cuanto al mismo documento se re­fiere, podemos añadir que los palos de las //, unas veces tienen incli­nación vertical izquierda y otras inclinación vertical derecha; que el filio del segundo renglón es completamente distinto al filio escrito en el ll.u no obstante estar trazados por la misma mano y que esa letra redondilla con que dice el Sr. Serrano y Sanz fué escrita Abraá fon­terosa■, puede apreciarse a simple vista en otros pasajes del documento, porque, efectivamente, todo el escrito es una corrupción del estilo procesal y el llamado cortesano. No riñen pues, como dice el Sr. Se­rrano Sanz y apoya Oviedo y Arce, estas palabras con las restantes del documento a las cuales — agregan — no puede dárseles crédito alguno.

Por otra parte, quisiéramos saber a que ley de abreviaturas se acogió Oviedo y Arce para negar que (ds) Domingos nombre propio bastante familiar en Galicia, expresa otra cosa que lo apuntado por La Riega. Oviedo dice que no figuraba en el léxico gallego y que esta voz tampoco figuró antes, desde el origen de nuestro romance, ni figuró después hasta que, entrado el siglo xvi, la lengua gallega, decadente, quedó sometida a la influencia no sólo del castellano, pero también del portugués. Claro está que un buen crítico, no se contenta con re­futar una opinión contraria, sino que ejemplariza el hecho con argu­mentos contundentes; pero a Oviedo y Arce se le olvidó decirnos lo que expresaba (ds) ya que todo lo sabe o sabía. ¡Vaya una crítica que no analiza! ¡Se contentó con decirnos que pudo usarse la abre­viatura en el siglo XVI pero nunca en el XV!

Con este sistema de crítica histórica cualquiera resulta erudito.

De la misma manera niega que la abreviatura (A°) quiera expre­sar Antonio según ya lo apuntamos, y que (jb) signifique Jacobo. Referente a esta última abreviatura, dice, que lo mismo puede expre­sar Job o Joab. ¡Naturalmente! Pero Job o Joab no existieron nunca en Galicia y sí y con abundancia Jacobo. Rechaza igualmente Ies abreviaturas (bn) y (bej) para Benjamín; pero tampoco nos demues­tra lo contrario, de manera que, agarrándonos de un pelo a la lógica, aceptamos las interpretaciones de La Riega y refutamos las refutacio­nes infantiles del Sr. Oviedo y Arce.

Contra nuestro deseo hemos vuelto a enfrascarnos en disquisi­ciones paleográficas en los momentos que nos preguntábamos quien podría haber cometido los fraudes denunciados por Oviedo y Arce, puesto que las inculpaciones de Serrano y Sanz, como hechas super­ficialmente y sobre fotograbados, no tienen para nosotros importan­cia alguna.

 

Porque el reavivar, puede salvar los documentos del naufragio, ya que su estuuio no es tan difícil con el auxilio del microscopio; pero el falsificar, ya es harina de otro costal, puesto que los inutiliza com­pletamente.

En otro párrafo de la obra del Sr. Prudencio Otero y Sánchez, leemos: “Cumplí fielmente el encargo del Sr. Sampedro, escribiendo y remitiendo a mi amigo Calzada, el trabajo del Sr. Serrano y Sainz; pero como yo tenia el convencimiento de haber visto parte de aquellos documentos sin mácula de ningún género en los apellidos Colón, y además una idea clara y perfecta de la inteligencia de mi amigo La Riega, declaro que no quedé convencido ni me convencerá nadie de que los documentos estuviesen adulterados por él.

En esto convenimos con el Sr. Otero y Sánchez.

El Sr. Serrano y Sainz hizo su crítica teniendo a la vista los foto­grabados del libro de La Riega y por lo tanto, no puede sernos sos­pechosa su intervención, puesto que sus vacilantes cargos, e inadmisi­bles, tratándose de examen ocular sobre reproducciones, poca fé puede hacer en tan complicado asunto, si exceptuamos su opinión personal que en ciencia diplomática no tiene para nosotros valor alguno.

Oviedo y Arce refiriéndose a los diez y seis documentos de la Serie B, o sean de los veintiuno de la prueba de García de la Riega, sobre ios restantes, después de dar por buenos los cinco de la Serie A, y el primero de la serie B, dice: “Cuanto a los diez y seis documentos de la serie B, (hecha la salvedad del B 1), no vacilo en afirmar, de Ijs trece primeros, los que EXAMINE para este informe, ya DIREC­TAMENTE DE LOS ORIGINALES (que fueron el B 1, B 3, B !>, B 10, y B 11) ya eij los fotograbados del libro Colón Español que son los (B 2, B 4, B 5, E 7, B 8, B 12 y B 13) y en el que se imprimió en la revista de Vigo, intitulada Vida Gallega, de 15 de Julio de 1911 (el B 6) que no son admisibles.

Ahora bien: si Oviedo y Arce nos manifiesta que los documentos B 2, B 4, B 7, B 12, y B 13, han sido examinados sobre fotograbado ¿por qué afirma que los originales han sido raspados, teniendo como únko medio de comprobación para ello, los fotograbados publicados por La Riega en Colón Español?

¿O es que la capacidad paleográfica de Oviedo y Arce era tan ex­traordinaria, que en el campo incierto del fotograbado, sujeto a todos los matices de la impresión podía adivinar las estrías del acero sobre el documento genuino?

¡Milagros son estos de la ciencia Diplomática desconocidos hasta nuestros días!

Pero no es sólo esto. Ha podido también apreciar que la falsifi­cación ha sido ejecutada con pluma metálica que aún no se había des­cubierto en el siglo XVI. ¡El colmo de la observación y estupendo pro* digio de la lupa! ¡A nuestro entender y creemos que también opina­rán de la misma manera nuestros lectores, estos informes tan extraor­dinarios, sólo podría proporcionarlos el propio falsificador.

’ Ponemos por testigos a todos los paleógrafos del mundo en lo que se refiere por ejemplo, al documento clasificado por Oviedo y Arce con el B 10 de la Serie y 11 de orden, en Colón Español, para que nos digan, si en el estilo procei.c¿l de esta escritura cabe la absoluta regu­

 

laridad para poder puntualizar desligados de bb, de rr, y de aa y enlaces, espírales de trazados y otras zarandajas por el estilo. E¿ tan irregular la braquigrafía del estilo, en el documento citado, que retamos a los más eminentes paleógrafos a que nos fijen dos letras iguales en proporción y medida, y sin embargo el Sr. Oviedo y Arce, nos afirma magistralmente que en cuanto se refiere a las palabras Abrad fontarosa, caballo de batalla en este documento de la crítica, que la b, la r, y la a, aparecen desligadas, lo que desde luego es in­cierto; pero aun cuando lo estuvieran, sobran ejemplos en ese docu­mento para no arriesgarse a establecer semejante afirmación. Como otros ejemplos de irregularidad, en cuanto al mismo documento se re­fiere, podemos añadir que los palos de las //, unas veces tienen incli­nación vertical izquierda y otras inclinación vertical derecha; que el filio del segundo renglón es completamente distinto al filio escrito en el 11.® no obstante estar trazados por la misma mano y que esa letra redondilla con que dice el Sr. Serrano y Sanz fué escrita Abrad fon­terosa, puede apreciarse a simple vista en otros pasajes del documento, porque, efectivamente, todo el escrito es una corrupción del «stilo ■procesal y el llamado cortesano. No riñen pues, como dice el Sr. Se­rrano Sanz y apoya Oviedo y Arce, estas palabras con las restantes del documento a las cuales — agregan — no puede dárseles crédito alguno.

Por otra parte, quisiéramos saber a que ley de abreviaturas se. acogió Oviedo y Arce para negar que (ds) Domingos nombre propio bastante familiar en Galicia, expresa otra cosa que lo apuntado por La Riega. Oviedo dice que no figuraba en el léxico gallego y que esta voz tampoco figuró antes, desde el origen de nuestro romance, ni figuró después hasta que, entrado el siglo xvi, la lengua gallega, decadente, quedó sometida a la influencia no sólo del castellano, pero también del portugués. Claro está que un buen crítico, no se contenta con re­futar una opinión contraria, sino que ejemplariza el hecho con argu­mentos contundentes; pero a Oviedo y Arce se le olvidó decirnos lo que expresaba (ds) ya que todo lo sabe o sabía. ¡Vaya una crítica que no analiza! ¡Se contentó con decirnos que pudo usarse la abre­viatura en el siglo XVI pero nunca en el xv!

Con este sistema de crítica histórica cualquiera resulta erudito.

De la misma manera niega que la abreviatura (A°) quiera expre­sar Antonio según ya lo apuntamos, y que (jb) signifique Jacobo. Referente a esta última abreviatura, dice, que lo mismo puede expre­sar Job o Joab. ¡Naturalmente! Pero Job o Joab no existieron nunca en Galicia y sí y con abundancia Jacobo. Rechaza igualmente las abreviaturas (bn) y (bej) para Benjamín; pero tampoco nos demues­tra lo contrario, de manera que, agarrándonos de un pelo a la lógica, aceptamos las interpretaciones de La Riega y refutamos las refutacio­nes infantiles del Sr. Oviedo y Arce.

Contra nuestro deseo hemos vuelto a enfrascarnos en disquisi­ciones paleográficas en los momentos que nos preguntábamos quien podría haber cometido los fraudes denunciados por Oviedo y Arce, puesto que las inculpaciones de Serrano y Sanz, como hechas super­ficialmente y sobre fotograbados, no tienen para nosotros importan­cia alguna.

Que sepamos, el único que manipuló los documentos comprobato­rios de La Riega después de fallecido, fué el Sr. Oviedo y Arce, que los sometió al microscopio y analizó los campos sospechosos de los documentos, que fueron a parar a farmacéuticos coruñeses y someti­dos a endiabladas reacciones químicas. El mismo Oviedo y Arce nos dice: “Y cuenta lector amigo — parece que el informe no era sólo para la Academia — que el Liuro do Concelio de Pontevedra, que tengo a la vista y ha sido una de las fuentes más exclotadas por Gar­cía de la Riega para el aparato diplomático de su libro, al folio 26, donde aparecen remozados (recalcados y avivados dirían García da la Riega y sus continuadores) los supuestos nombre Domingos de­Colón e Benjamín Fonterosa, que son una verdadera clave de la vida de Colón, ha sido sometido a la acción de un reactivo químico para disimular el remozamiento. Lo mismo se observa en el folio 6, vo. 4 del Cartulario del Concejo de la misma ciudad, donde surgió María Fonterosa, y en otros documentos. Los Doctores de esta capital (La Coruña) D. Rafael Fernández y D. José Villar, han observado que el falsificador de los documentos colonianos de estos dos libros, el Cartu­lario y el Liuro del Concello, de Pontevedra, ha empleado para dar a la tinta el viejo color paja, una solución amoniacal de ácido sálico, y para manchar el pergamino o papel, una solución acuosa del mis­mo ácido».

Resulta pues, que los documentos que cayeran en las pecadoras manos de Oviedo y Arce, son precisamente los del Cartulario del Con­cejo y el Liuro do Concello.

Ante una acusación tan desconsiderada, cabe sospechar que donde anduvieron unas manos, pudieron andar otras y que lo que se asigna al primero, puede asignársele de la misma manera al segundo. Por­que si la Casa y Crucero llamados de Colón en Pontevedra, no tienen hoy todo el valor probatorio que fuera dé desear, se debe — según ya lo afirmó el Sr. Rodríguez Martínez — a que alguno sospechó que «¡a-nos piadosas habían raspado el letrero después de haber sido exa­minado por polígrafos que sacaron una prueba fotográfica. Y s‘ esto es cierto, ¿no había la misma razón para adulterar los docu­mentos?

¿La animosidad de Oviedo y Arce, no hace sospechar que se per­seguía una finalidad más ruin que la de un severo informe?

¿Es posible que un hombre de ciencia como Oviedo y Arce, en quién cabe sospechar una refinada cultura, pudiera emplear un len­guaje tan soez en un informe académico?

¿La investigación no se efeetuó dos años largos después del falle­cimiento de La Riega, qué no podía acusar de falsarios a sus enemi­gos desde la tumba?

Después de todo lo apuntado, resultaría verdaderamente asom­broso que el titulado falsificador resultara falsificado.

¡Mayores monstruosidades se han visto en el transcurso de los siglos!

 

CAPITULO XIII

TEJERA

Refutación. — Su ejecutoria, de recalcitrante enemiga contra Espa­ña. — En Pontevedra, según este escritor, “erudito” es sinónimo de “ignorante”.!— Tejera es uno de los autores de la carnavalada, de los restos “dominicanos» de Colón. — Ataca a La Riega escu­dándose con Harrisse. — Falta de consistencia en sus argumen­tos. — Facilidad con que se destruyen sus infantiles teorías. — Otro que confunde la institución mayorazga con el testamento apócrifo. — Curiosa manera de españolizar los apellidos. — Filo­logía barata. — La familia de Colón y los “imbroglios” de Tejera.

—  Quiere hacemos comulgar con ruedas de molino.—La pifia de Saona. — No existe en la cartografía italiana. — Una cosa es Saona y otra Suvona, cu-riio una cosa es Montiel y otra MontiUu.

—  Refutación de la animosidad, que dice reinaba en España con­tra el descubridor  Los italianismos de Colón, se convierten en

galleguismos. — El desborde intelectual de Tejera.—El tipo lom­bardo del Almirante.—Los italianos que acompañaron a Colón en sus descubrimientos, se convierten en mareantes gallegos. — La milla de cuatro en legua. — Otra pifia de Tejera. — La extran­jería de Colón esfumada con ejemplos. — El concepto del sustan­tivo “tierra». — La mal parada protección de Harrisse.

Después de Oviedo y Arce, tenemos que medir nuestras escasas fuerzas, contra otro impugnador de altura, por su bien cimentada ejecutoria de recalcitrante enemiga contra España. Suponemos no andar equivocados, creyendo sea el Sr. Tejera E., que firma el tra­bajo CRISTOBAL COLON GENOVEiS NO JUDIO GALLEGO, el mismo que tanto se significó en la carnavalada del hallazgo de los restos de Cristóbal Colón en Santo Domingo.

Antes de entrar en materia, hemos de hacer la observación que so­mos contrarios a ia opinión del judaismo de Colón y por lo tanto, cuanto se refiera a este particular lo silenciaremos por no entrar en nuestros cálculos discutir opiniones contrarias a nuestras convic­ciones.

El Sr. Tejera comienza su luminoso informe, arremetiendo contra los intelectuales españoles porque su inquina hacia los literatos his­panos, data ya de luengos años. También pasaremos esto en silencio, porque perderíamos un tiempo precioso, refutando las biliosidade-; críticas del escritor de Santo Domingo.

 

Comentando el Sr. Tejera, que un periódico como “El Fígaro” de la Habana, hubiera podido reproducir el trabajo del Sr. Luis Rodrí­guez Embil, comentando otro publicado por la “España Moderna” de Madrid, se apea con el siguiente exordio: “Pero que un periódico an­tillano, y por un escritor antillano, se pusiese en tela de duda que Colón fuese genovés o gallego judío, y no se demostrase con razones convincentes que su patria era la noble Italia, es cosa que me ha ex­trañado bastante. Y más me ha extrañado aún que, a pesar de las razones sin base que se atribuyen al Sr. Celso García de la Riega, autor del anterior despropósito, se le llame erudito español, y se cíe el calificativo de rectificación histórica al nuevo insulto que se le quie­re hacer a Colón llamándolo judío en el viejo sentido español de la palabra. ¿O será que en Pontevedra erudito español e ignorante son palabras sinónimas, y que rectificación histórica, es cualquier afirma­ción basada en documentos inventados o mal comprendidos por eru­ditos de la clase a que pertenece el Sr. García de la Riega?

¡Eh! ¿Qu& tal? •

Para empezar no está mal. Ahora bien; no se alarmen nuestros simpatizadores por aquello de que “erudito español e ignorante son palabras sinónimas” porque este bueno de Tejera, siempre tuvo la pre­tensión— si es el Tejera de la carnavalada — de ser el máximo eru­dito de su tiempo. Y son estos pequeños desahogos, disculpables de todo mal parado en lides críticas y amañamientos históricos.

Sigamos al Sr. Tejera en sus elucubraciones. Afortunadamente es de menos cuidado que nuestro antiguo amigo Oviedo y Arca. Aquél muerde. Este vocifera.

Para eserihir este artículo — añade el irascible Tejera — me he servido casi exclusivamente de la obra del sabio crítico americano Mr. Henry Harrise, titulada “Christophe Colomb, son origine, sa vie ecta. — París. —1884”. En esa notable obra, he tomado a manos lle­nas la mayor parte de las citas, documentos y apreciaciones que men­ciono en este artículo. Citarlas una a una habría sido largo y penoso”.

A esto, sólo podemos agregar, que es por demás honroso para nosotros contender, aunque sea indirectamente, con crítico tan emi­nente.                                                                         *

Y   ahora, copiemos y repliquemos los párrafos del Sr. Tejera, em­pleando los mismos o parecidos argumentos, o lo que es igual: el mismo temple de crítica que usa para argumentar en pro de Colón genovés.

“Muchos escritores — dí^e Tejera —han notado desde antiguo (el Sr. R. Perrud será uno de ellos) que “ni un solo documento redactado por Colón, fué escrito en italiano”; pero esa observación tendría mu­cha fuerza, si pudiera ser aplicada a documentos redactados por Co­lón antes de su ida a España. Si se encontrara el original de su earta a Paolo Toscanelli; su petición de descubrimiento al Rey Don Juan II de Portugal; u otros documentos de ese tiempo, habría motivo de asombro si estuviesen escritos en castellano, en vez de italiano o por­tugués; pero los documentos que se conocen de Colón, son todos después de su ida a España, y sobre todo, después que fué nombrado Virey y Almirante, Colón, Almirante y Virey castellano, creería de seguro que era una derogación de su elevado carácter, escribir a quien quiera que fuese, en otro idioma distinto del castellano o del latino. ¿Qué ha­brían dicho de él, y con razón, los literatos españoles (aquí vuelve Te­jera con su matraquilla) que lo han honrado a tiros, si hubieran ha­llado que un Almirante español escribía en italiano, en vez de escribir en castellano o latín?”

¿Qué hubieran dicho? Pues sencillamente que era italiano. Lo que no pudo asegurarse jamás. Pero no anticipemos los acontecimientos, puesto que es necesario desmenuzar este párrafo del ilustre escritor dominicano.

Dice Tejera, que el hecho de no existir un solo documento de Colón escrito en italiano nada quiere decir, puesto que si algo pudiera asom­brar a los biógrafos de Colón, sería el que hubiera escrito a Toscanelli en Castellano o que su petición de descubrimiento al rey Don Juan II lo hubiera hecho en el mismo idioma, caso que se hallaran tan inte­resantes documentos. ¡Claro! Y más hubiera asombrado el hallazgo de la fé de bautismo de Colón registrada en una parroquia gallega. Pero como nada de eso existe, unos y otros hemos de conformarnos con los únicos testimonios existentes y con permiso del Sr. Tejera, mien­tras no aparezcan esas pruebas de convicción que cita, hemos de asombrarnos que aún a sus amigos de Italia hubiera escrito en cas­tellano.

En cuanto a que Colón, Virey y Almirante castellano creyera que era una derogación de su elevado carácter escribir a quien quiera que fuese en otro idioma distinto que el castellano, es una tontería que ni aún merece los honores de ser rebatida conociendo los alcances ge­noveses de Colón por aquellos famosos versos que escribió en italiano de guardarropía y que comienzan así: “del ambra es cierto nascere”; verso que de cinco palabras tres son castellanas. Y si esto ocurre en la rima ¿qué hubiera ocurrido si se hubiera encontrado la carta en prosa escrita en italiano a Toscanelli? Esta pregunta tenemos la se­guridad que sólo podría replicarla el Sr. Tejera.

Pero continuemos con las disertaciones:

“Es una simpleza — prosigue Tejera — lo de creer que Colón “se atribuyese la nacionalidad genovesa para beneficiarse, al comienzo de su carrera, del prestigio que iba anexo al solo título de ciudadano de una ciudad famosa, tal como Génova, donde precisamente vivían por entonces, según parece, dos marinos que habían dado lustre al nom­bre de Colombo”. “A haber sido capaz de renegar de su nacionalidad para atribuirse otra fal^a, de seguro es que habría preferido la portu­guesa. Portugal y no Génova — era la nación que llevaba entonces enhiesta la bandera gloriosa de los descubrimientos”.

Si Colón se atribuyó la nacionalidad genovesa, amigo Tejera, fué por la sencilla razón de que a los genoveses no tan sólo se les conce­dían notables privilegios, en Castilla, sino que hasta se les amparaba muchas veces contra las operaciones fiscales de los empleados de las rentas reales, y contra los arrendatarios de algunas de ellas, y se les concedía asimismo exención de alojamiento y otros servicios penosos y porque según lo afirma Navarrete, tuvieron siempre en España grande acogida y estimación, por lo que frecuentaban sus costas, mer­cados y ferias. Y porque, según nos advierte el mismo escritor, pa¿a­ban de cuarenta los privilegios que se les dispensaron, desde el rey San Fernando hasta el reinado de los reyes Católicos. Los portugue­ses, por el contrario, andaban siempre a la greña con los castellanos y la peor recomendación que podía llevarse a Castilla en tiempos de Isabel y Fernando, era el pasaporte portugués, Y es por esto, que el Sr. Tejera podrá hallar apellidos de muchos genoveses y venecianos en la corte de Isabel; pero no de portugueses “aunque llevaran enhies­ta- la bandera gloriosa de los descubrimientos».

Por otra parte no debe ignorar tampoco e] Sr. Tejera que aún no se había olvidado el período de lucha entre Portugal y Castilla, por la? pretensiones de Juana la Beltraneja. La rivalidad entre ambos reinos era manifiesta y los portugueses en España y sobre todo en Castilla, mirados con desconfianza. Por lo tanto a nadie se le ocurre que un portugués pudiera presentarse a los reyes Católicos ofreciéndoles gran­des descubrimientos. Si Portugal llevaba enhiesta la bandera gloriosa de los descubrimientos, podemos ya figurarnos el efecto que produciría en la corte que un súbdito de aquella nación, en vez de proponer a Juan II la adquisición de nuevas tierras, se las ofreciera a los reyes de España. Ni el mismo Sr. Tejera en el pellejo de los monarcas, hu­biera dado oídas a las pretensiones del insigne navegante. Porque la proposición, verdaderamente, tenía que ser sospechosa a todas luces.

En cuanto a los “dos marinos italianos que habían dado lustre al nombre de Colombo”, en el párrafo siguiente ya nos dice el Sr, Tejera que esos almirantes Colombo que daban lustre al apellido”, hace ya muchos años que el ilustre crítico americano Sr. Henry Harrisse, de­mostró que nunca existieron semejantes marinos, llamados Colombo por Sabellicus, y que los hechos a ellos atribuidos, fueron llevados a cabo por algunos marinos gascones, de apellido Cazenueve, y llamados también Coullom. El mismo sabio crítico demostró asimismo, que era otra fábula de la alterada Historia de Colón por su hijo Fernando, el hecho de que ese Colón, ascendiente de Don Cristóbal, había llevado prisionero a Roma al rey Mitridates y había merecido por ello honores consulares. Tácito, a quien se atribuye semejante afirmación, dice que quien hizo eso fué Junio Cilo (1) (Cilonen en latín). Igual cosa dice Casio.

Nada hemos de agregar a esto, porque estamos en un todo de acuer­do con el Sr. Harrisse y con el Sr. Tejera; que esos Colombos fabulosos son verdaderos cuentos de camino.

Prosigue el Sr. Tejera:

Lo que es exacto,, es que Cristóbal Colón y sus inmediatos descen­dientes trataron de ocultar el hecho, para ellos honroso, de que su familia fuera de origen plebeyo y de que todos sus miembros vivían del trabajo de sus manos. En eso bajaron la cabeza ante las preocu­paciones de la época, que habría encontrado mal que un cardador de lana fuese Almirante de Castilla y Virey de las Indias. Pero sin duda Colón no quiso agregar un motivo más de luchas a las mil que le ase­diaron siempre. El podía alegar que nadie fué noble en el principio de los tiempos, y que si ese título se concedió después, fué por algún

(1) Traditus post fta.ec Mithridates llaman Román per Junivim Ciclomcn. procuratorem

Prmti…. «onsularifi insignia Ciloní. Aquilae praetoria decermmtur. – Anales, Libro XII,

XXI o cu v res completes de Tácito. – Traducción de Ch. Lavandrc, * París, – 1853.

 

gran hacho realizado por los que lo obtuvieron. ¿Y que hecho podía compararse con el que él, escogido por la Providencia, acababa de realizar con asombro del mundo: el descubrimiento de casi medio pla­neta, lleno de riquezas y llevando en su seno el porvenir del Mundo?”

En réplica a estas consideraciones, poco podemos alegar, pues han sido tan inciertas las declaraciones de Colón y flíi su hijo Fernando, y tal es el convencimiento de los historiadores sobre tan importante extremo, que parecería temeridad opinar lo contrario; pero nosotros y aún a pesar de todo, creemos vistas las costumbres de aquellos tiem­pos y los conocimientos e ilustración de Colón y sus hermanos, que scí trata de hidalgos venidos a menos. Cristóbal, el primogénito, sin voca­ción determinada, que se apasiona por las cosas de mar. Bartolomé el segundón, que profesa la carrera militar y Diego, el tercero, y como de costumbre, sacrificado a las conveniencias de la época, que sigue la carrera eclesiástica. Es toda una familia de hidalgos a la española en el último tercio del siglo xv.

Pero como no es este lugar a propósito para enfrascarnos en dis­quisiciones de tal índole, convengamos por el momento con el Sr, Tejera que, efectivamente, provenían de familia humilde, aun cuando el Almirante hubiera declarado que no había sido el primero de su familia.

Copiemos ahora algo muy sustancioso del trabajo del Sr. Tejera, que como habrán observado los lectores que conozcan el artículo del escritor dominicano, seguimos paso a paso y sin omitir observación importante.

“La afirmación de que para Fernando Colón, era punto oscuro e’ conocimiento de la patria de su padre, es completamente infundada. Fernando leería mil veces la institución mayorazga de su familia, en la cual estaba interesado, y allí Colón dice afirmativamente que él era de la ciudad de Génova y en ella había nacido. Las dudas que se encuentran en la traducción italiana de la Historia de Don Fernan­do, al igual que muchas otras interpelaciones, son obra de Ulloa, el traductor, y no pueden de ningún modo ser atribuidas a Don Fer­nando Colón».

¡Vamos por partes!

La obra de Don Fernando es buena cuando conviene con la opinión de Harrisse o de Tejera, que para el caso es lo mismo, pero en cuar­to se aparta de lo conveniente se le cuelga el sambenito a Ulloa, que desde el otro mundo debió haber maldecido mil veces la hora infausta en que se le ocurrió acometer tan debatida traducción. ¡Poca pol­vareda que ha levantado entre los historiadores este traslado del es­pañol al italiano!

En cuanto que para Fernando Colón era punto oscuro el conoci­miento de la patria de su padre, cosa que como vemos niega Tejera, porque supone que debió haber leído mil veces la institución mayo­razga del Almirante en la que consta que “había nacido en Génova y de ella había salido”, ya es harina de otro costal.

El Sr. Tejera es otro de tantos que confunde la institución iel Mayorazgo con el testamento apócrifo. Como ya en otro lugar nos hemos ocupado largamente de este asunto, no es nuestro propósito repetir lo ya dicho; pero sí conviene que se sepa por segunda vez, que el tan debatido testamento donde dicen que dice el Almirante: “de ella salí y en ella nací” no pudo ser conocido por Don Fernando, no tan sólo porque nunca le afirmó Colón ni porque lo ordenó escribir, sino porque ese irrisorio documento no fué conocido hasta setenta años después de fallecido el Descubridor, en que fué presentado como documento de prueba por el Almirante de Aragón Don Cristó­bal de Cardona, que disputaba en nombre de su madre Doña María de Colón, primogénita del hijo mayor del Descubridor, los derechas a la sucesión que también reclamaba Don Cristóbal Colón, hijo natu­ral del Almirante Don Luis Colón, desterrado y muerto en Orán, con el cual se extinguía la posteridad masculina del Virey de las Indias.

Descartado el testamento apócrifo, y por lo tanto, la suposición de que Don Fernando hubiera podido leerlo mil veces, cosa por otra parte infundada, pues Don Fernando en su libro, niega que su padre hubiera nacido en Génova, sigamos copiando los párrafos del escrito del Sr. Tejera.

“Ahora se nos presenta el eiitdüo Sr. García de la Riega, y sin duda para honrar a Colón, a lo español, nos lo hace judío gallego. ¿Y las pruebas? Veamos las que se aducen en el escrito del Sr. Ro­dríguez Embil’’.

“Dice así el Sr. Rodríguez Embil — habla Tejera.— : “En pri­mer lugar la verdadera ortografía del apellido del Descubridor era Colón (español) y no Colombo (italiano). ¿Y las pruebas? Estarán en Pontevedra, cuando las inventen. Aguardémoslas pues”.

¿Con que solicita Vd. pruebas Sr. Tejera? Desde luego que están en Pontevedra en numerosos documentos donde aparece repetida­mente el apellido; pero vamos a suministrárselas nosotros desde ia Habana, que está más próxima a Santo Domingo.

Dice Vd. en el párrafo siguiente, que es de todos sabido, que el que españolizó el pnellido de Colombo, haciéndolo Colón, fué el mis­mo Don Cristóbal.

¿Y puede ilustrarnos el Sr. Tejera sobre la forma con que se es­pañolizan los apellidos? Suponemos que españolizar, quiere decir traducir, puesto que el mismo Diccionario nos dice que españolizar, como verbo activo y en su primera aceptación, es castellanizar. O lo que es lo mismo: dar forma castellana a un vocablo de otro idioma, para introducirlo en el nuestro.

Ahora bien: Colombo españolizado, o traducido del italiano al cas­tellano, quiere decir PALOMO. Y que sepamos, el único Palomo ilustre que tomó carta de naturaleza en España, fué aquel truán que se comía solo lo que guisaba y que por cierto se llevaba el vulgarí­simo nombre de Juan.

Entonces Sr. Tejera, el Almirante genovés no españolizó su ape­llido. Lo que Vd. seguramente quiso decir, fué que Colón singularkó su apellido. Y vea Vd, Sr. Tejera como tenemos necesidad de recu­rrir a la filología para demostrarle que el apellido Colón tuvo nece­sariamente su raiz en Galicia. COLO, raiz gallega, significa CUE­LLO en castellano, y por lo tanto, la raíz castellana, es necesaria­mente CUELLO y no COLO. Recurriendo a la ley o regla grama­tical para los aumentativos, CUELLO en castellano se transformaría en CUELLAZO con el nunca bien alabado apoyo de la Lógica, aun­que la Academia de la Lengua no lo haya precisado; pero en Galicia donde apenas nos llamamos Pedro esa transformación al aumentati­vo, es más breve, y de COLO (CUELLO) hacemos COLON (CUE- LLAZO).

Y  conste que en Galicia tenemos también COLUMBA, que es nom­bre de mujer y por lo tanto, es también racional que lo hubiera do hombre, masculanizado en COLUMBO.

Podríamos seguir argumentando sobre tan interesante asunto; pero como el objeto es demostrar tan sólo que el Almirante, visto por el lado genovés, no pudo españolizar su apellido según lo afirma el Sr. Tejera, vamos a seguir desenredando la madeja tan endiabla­damente revuelta por el crítico de Santo Domingo.

Por lo que se refiere al apellido Fonterosa, que es indiscutible existe en Galicia y es también gallego, y esto ni el mismo Oviedo y Arce se atrevió a combatirlo, lo dejaremos aparte porque nosotros opinamos que este apellido materno del Descubridor, asignado por La Riega en su libro COLON ESPAÑOL, no lo conceptuamos propi­cio aun cuando figure juntamente con el de Colón en los documentos pontevedreses.

Saltando un párrafo del Sr. Tejera donde se enfrasca con el ju­daismo de Colón, leemos a renglón seguido:

“Dice el escrito del Sr. Rodríguez Embil, que ha motivado estas líneas: “El Sr. García de la Riega ha encontrado en Pontevedra toda una serie de aotas notariales, piezas de proceso y otros docu­mentos oficiales que datan de 1428 a 1528, y donde intervienen Cris­tóbal Colón, Domingo Colón, Bartolomé Colón, Juan y Blanca Colón, es decir: personas que llevan no sólo el apellido, sino también los nombres propios del navegante y de sus más próximos parientes”. “Una cosa me chocó desde luego al leer estas líneas — agrega el se­ñor Tejera:—¿Qué significa esa fecha de 1528, en la que intervie­nen en procesos ecta, alguno de los Colones mencionados arriba? Domingo Colón que supongo es el padre de Don Cristóbal, murió de 1497 al 1498 o 99; Cristóbal Colón, el 21 de Mayo de 1501 (1506); D. Bartolomé, en el primer semestre de 1514; Giovanni Pellegrino, hermano de Colón, que supongo es el Juan anterior, porque no creo que sea el padre de Domingo, murió antes de 1489; Blanchinetta, hermana de Colón, que supongo es la Blanca gallega, murió antes de 1517 (Diego que murió en 1515, parece que no figura en los archi­vos de Pontevedra). ¿Cómo, pues, figuran algunos de estos indivi­duos en actos del año 1528, cuando el que de ellos pudo morir más tarde tenía en 1524 once años de haber desaparecido de este mundo? ¿O es que el erudito de Pontevedra nos reserva la sorpresa de pro­bar que los notarios de la región gallega autorizaban extra térra actos en que figuraban personas que habían muerto diez o veinte años antes? ¿Entrará algo de espiritismo en la erudición del señor García de la Riega? ¿O algún chusco se habrá burlado de él facili­tándole actos notariales falsos en que figuran Colón y miembros de su familia?

Hemos copiado el párrafo íntegro para combatirlo íntegro tam­bién. El Sr. Tejera cuando lo escribió, supuso, y por cierto infunda­damente, que sus lectores habían de tragarse el juego malabar de su

 

malévola crítica, sin detenerse a espurgar en los conceptos trasto­cados con la peor intención.

Contéstenos el Sr. Tejera o cualquiera de sus admiradores, a la pregunta que varaos a formular: ¿En un documento notarial de nuestros días, podrían figurar todos los Colones a que hace referen­cia? Por ejemplo: en un pleito importante que se discutiesen los derechos de propiedad por los sucesores ¿podrían figurar aquellos Co­lones primitivos propietarios de la cosa en litigio? ¡Sí! Decimos sí, porque sería ridículo contestar ¡NO! Y el que constaran en las pie­zas de un proceso un Cristóbal Colón; un Domingo Colón; un Bar­tolomé Colón y un Juan y una Blanca de Colón ¿expresaría que vi­vían en nuestros días aquellos individuos muertos hace más de cuatro­cientos años?

Con esto, sólo queremos demostrar que la imaginación del Sr. Te­jera quiso ir muy lejos en sus elucubraciones.

Según el mismo Tejera lo afirma, el Sr. Rodríguez Embil, decía «que se habían encontrado en Pontevedra toda una serie de actas notariales, piezas de proceso y otros documentos oficiales qae datan de 1428 a 1528”. Y si esto dijo el Sr. Rodríguez Embil ¿por qué el Sr. Tejera toma el año 1528 y no el 1428, el 1468 o el 1488 que cual­quiera de ellos pudo tomar perfectamente para su crítica toda vez que se hacía mención de un siglo y no de un año?

Porque si en Pontevedra eran espiritistas, él seguramente no te­nía la facultad de la doble vista, para afirmar que figuraban aquellos Colones en una sola acta del año 1528.

Pero el Sr. Rodríguez Embil no dijo que aquel Cristóbal Colón fuera el Descubridor, ni que Bartolomé fuera su hermano, ni Do­mingo su padre, ni Juan su abuelo o su hermano menor, ni Blanca su hermana, sino que en aquellas actas notariales figuraban nombres y apellidos que coincidían con los del Descubridor y sus allegados.

^ Y el Sr. Tejera puede afirmarnos que Cristóbal Colón no tenía tíos, ni primos, ni otros parientes que llevaran alguno de aquellos homónimos ?

En cuanto a fí “algún chusco le facilitó a La Riega actos notaria­les falsos» hemos de agregar por nuestra parte que para chuscadas son suficientes las del cuco del Sr. Tejera que quiere hacernos comul­gar con remejantes ruedas de molino.

Pero sigamos… sigamos a nuestro ilustre alambiquero por los fáciles campos de la fantasía pueril y estulta.

“Yo bien sé—continúa — que la homonimia dá a veces chascos serios a los investigadores (debe decirlo por el fracaso de la fullería de los restos de Colón) ; pero se me hace muy duro de creer que en Galicia, de 1428 a 1517 hayan figurado Colones con los mismos nom­bres que tenían en Génova y SAONA los parientes del gran descu­bridor del Nuevo Mundo. Y ahora que menciono a SAONA, recuerdo que Don Cristóbal o Don Bartolomé le dieron a una isla que está en la costa sudeste de Santo Domingo, y que los indios llamaban Adana- mai, el nombre de SAONA, en recuerdo sin duda, de haber vivido mucho tiempo ellos y su familia en Saona de Italia. ¿O habrá tam­bién alguna SAONA en Pontevedra?

¡Aquí te queríamos, amable Tejera!

Porque al fii estamos en terreno conocido. SAONA en la costil sudeste de Santo Domingo es lo mismo que estar en el patio, o sea en la casa solariega del Sr. Tejera.

Ante todo ¿qué es eso de SAONA?

Si tomamos un Diccionario geográfico, hallamos que con este nom­bre, existe un río en la región oriental de Francia y dos departamen­tos de aquella nación, con las denominaciones de Saona Alto y Saona y Loire. ¡Y no vemos más! ¡Ah, sí! Vemos también con la misma denominación una isleta del mar de las Antillas, perteneciente a la República de Santo Domingo que forma con esta isla un canal tan sucio y lleno de arrecifes, que ni el canal ni las dos ensenadas de Higüey y Catalinita con que cuenta, valgan para maldita la cosa.

Pero por la parte de Italia, . . no vemos nada. ¿Será una omisión del enciclopédico?

_ Ya nos parecía extraño que Colón, genovés, pusiera un nombre italiano a tan pequeña y sucia isleta. ¡Por que sobraban islas de admirable situación y belleza, para bautizarlas con nombres de pue­blos queridos para el descubridor! Así por ejemplo, en América, puso a cabos, puntas, bahías, ecta, más de CUARENTA nombres que lle­van otros tantos cabos, puntas, habías, ecta, de la costa gallega.

Tejera sin duda alguna, quiso decir SAVONA, población de Italia en la provincia da Génova, situada en la costa del golfo, y cuna de los Papas Sixto IV y Julio II.

Si es así, entontes no es la misma localidad que lleva el nombre de la isleta de Santo Domingo. Porque una cosa es SAONA y otra SAVONA, como una cosa es Montiel y otra Montilla.

Además, esta isla no consta que fuese bautizada por el Almirante, que precisamente interrumpió la redacción de su Diario navegando entre aquei islote y la Amona.

Tejera dice que también pudo haber sido bautizada por Bartolo­mé Colón, tomándolo quizás del mismo La Riega; pero el Adelantado no acompañaba al Almirante en el viaje que fué bautizada esa isla.

Y   si no la bautizó Colón, ni pudo bautizarla Don Bartolomé ¿quiér. fué el que la denominó SAONA y qué quiere expresar esta palabra?

Vamos a intentar averiguarlo ya que coincidimos con Don Ricar­do Beltrán y Rózpide, quien en su libro CRISTOBAL COLON y CRISTO^ORO COLUMBO dice así a propósito de esta isla: “Se ha pretendido que se lí dió tal nombre en memoria de la SAVONA de Italia; pero no hay fundamento para tal pretensión. Sin aludir a aquella, habla Colón en una nota del libro de las Profecías, de la isla SAONA: “el año 1494, estando yo en la isla Saona que es al tabo oriental de la isla española, obo eclipsis de la luna a 14 de se­tiembre y se falló que había diferencia de allí al cabo de s. vicente en Portugal cinco oras y mas de media”. La mención de este eclipse, la repite Colón en la carta que escribió a S. S. en Febrero de 1502, aunque sin nombrar a Saona. Ssta voz parece ser indígena. Por aquella parte de la isla Española, los indios llamaban al oro CAONA, que con cedilla en la C, suena SAONA. Y agrega Las Casas: SAONA llamaban al oro en la mayor parte de la Isla Española.

Huelgan los comentarios; pero no estará de más añadir que m> existe un solo documento italiano de la época que titule a la ciudad

 

del golfo, SAONA. Ni antes ni después, si exceptuamos la voz latina SAONAE, se ha escrito SAONA por SAYONA.

Creemos que la cuchufleta preguntona de “si habrá también algu­na SAONA en Pontevedra o en la región gallega” con tanto énfasis escrita por Tejera, ha quedado bastante apabullada.

Pero.. . adelante con los faroles.

“Dice el erudito Sr. García de la Riega — agrega Tejera — que el pésimo castellano, lleno de italianismos, de los escritos de Cristóbal Colón, es un modelo acabado del estilo de la literatura hebraica, y continúa así: ¡ Pobre de la literatura hebraica si eso fuera verdad! Es cierto que Colón, ante el espectáculo magnífico de una naturaleza tropical, o cuando lucha con los elementos conjurados para su pér­dida, o cuando se lamentaba de los golpes que le asesta su mala for­tuna y la ingratitud humana, encuentra frases que en el fondo, ex­presan sus sensaciones tales como las experimenta; pero esto no t:ene nada de bíblico. Aún en los arranques de misticismo, a que estuvo sujeta en los últimos años de su vida, no es nunca un Salomón ni un Isaías; es un místico católico que sueña con la redención del Santo Sepulcro y con otras cosas más propias de un cristiano que de un judío”.

Hemos de convenir que en este párrafo Tejera se sintió ins­pirado.

Dice que “el pésimo castellano, lleno de italianismos de los escri­tos de Cristóbal Colón, ecta”.

Esta es para nosotros una novedad, después que propios y extra­ñas no se cansaron de admirar la facilidad y propiedad con que el Almirante manejaba el castellano. Sólo un Tejera podía hacer afir­mación tan peregrina y aunque bien es cierto que podríamos remi­tirle a los versos castellanos de Colón, que son el testimonio más elo­cuente del dominio que poseía del idioma, nos bastará recordar la opinión de Humboldt que tan a fondo estudió la psicología del Al­mirante y que dice: “que para apreciar toda la riqueza y brillantez del estilo del insigne navegante, era preciso conocer los secretos del idioma castellano” y no nos cansaríamos de reproducir citas si tra­táramos de demostrar lo contrario que afirma el agudo Tejera.

Dice también, como se ha visto, que los escritos de Colón están plagados de italianismos. Esto es todo una calumnia, por que lo que él afirma que son italianismos son galleguismos; pero aún en el caso de que pudieran localizarse en sus escritos alguno de esos italianip- mos ¿qué demostraría? ¿que era italiano? ¡No! Porque raro es el escritor de la época que no haga citas italianas en sus libros, ¿Ejem­plos? Podemos citar a Oviedo. A poco de ‘hojear el primer tomo de su Historia General y Natural de Indias y en el capítulo IX del libro

II,  página 40 del primer tomo, dice hablando de la diferencia que hay entre hablar de navegación y practicarla: “altro volé la tabla que tovalla bianca”, [Lo que hubiera dicho Tejera si a Colón se le ocurre citar este adagio italiano! En cambio Don Cristóbal, que tampoco era enemigo del refraneo, nos dice una de las veces; <:0 que sirve o común, non sirve a ningún” que es la más curiosa réplica con que puede contestarse al Sr. Tejera.

Si el párrafo antecedente del trabajo del escritor dominicano le hemos titulado ins-pirado, el que vamos a copiar a continuación, e¡s un modelo acabado de grandilocuencia.

“Si sus hijos — plañe Tejera — hubieran conservado por escrito los pensamientos que cruzaron por su cerebro cuando la vida sólo podía contarse por horas; cuando veía con toda claridad que sus in­gratos soberanos sólo le dejaban la gloria — y eso porque no podían arrebatársela — por premio único de sus excelsos servicios; cuando ante sus ojos pasaban las sombras entristecidas de Caonabo, Guario- nex y de cien caudillos indígenas a quienes privó de la vida por ex­tender los dominios de sus soberanos; cuando los libres indios que ven­dió como esclavos, murmuraban a su oído los sufrimientos que habían pasado; la corta y desastrada vida que les había impuesto; cuando vió que el oro que había arrebatado a sus dueños sólo había servido para excitar la codicia y la rapacidad de mil desalmados; cuando comprendió que esa rapacidad y esa codicia inundarían de sangre la hermosa tierra que la Providencia le había hecho descubrir”

Esos puntos suspensivos, no son nuestros, son del propio Tejera míe los ha puesto para expresar el ¡ay! quejumbroso de un gemido y para embellecer también el final del período; y cuenta que todavía sigue; pero no es nuestro propósito hacer reclamo del desborde inte­lectual del escritor dominicano cuando se encarama en este caso por los cerros líricos de Ubeda,

Como hemos visto, habla de la ingratitud de los soberanos espa­ñoles. Esto es un asunto demasiado manoseado para que nos afecte, aunque hemos de convenir que el período nos conmovió. Esta afirma­ción de ingratitud por parte de los reyes Católicos, no queremos que pase desapercibida ya que se nos brinda ocasión de refutarla, pero no nos tomaremos el trabajo de hacer una apología, cuando ya el ilus­tre escritor Navarrete, se ha anticipdo para reducir a polvo las apa­sionadas teorías de Bossi.

Bossi, que como el Sr. Tejeda ha supuesto que España no hizo más que prestar a Colón un auxilio solicitado por largo tiempo y per­seguir al que la había enriquecido, es uno de tantos que ataca con du­reza a España y a los españoles, y Navarrete replica de esta manera: “Aunque Colón vino fugitivo a España desde Portugal a fines de 1484, parece que la carta del duque de Medinaceli, que lo tuvo en su casa desde su llegada; y el mismo Colón se expresa en su diario, día 14 de Enero ‘de 1493 en estos términos: Han seido causa (los que st> oponían a la empresa) que la Corona Real de VV. A A. no tenga cien cuentos de renta más de la que tiene DESPUES QUE YO VINE A LES SERVIR, QUE SON SJ.ETE AÑOS AGORA A 20 DIAS DE ENERO DE ESTE MISMO MES.. “De lo que resulta — agrega Na­varrete— que entró en el servicio «de los reyes a 20 de Enero de 1486, y que antes, o se mantuvo a expensas del duque o con su industria, vendiendo libros de estampa, o haciendo cartas de marear, como lo dicen Bernáldez y Las Casas. Consta adejnás, que cuando estuvo en Salamanca, a que se examinasen y discutiesen las razones de su pro­yecto, no sólo le favorecieron los religiosos dominicos del convento, sino que apoyando sus opiniones, lograron se conformasen con ellas los mayores letrados de aquella escuela. Allí conoció al M. Fr. Diego

 

de Deza (1) catedrático de prima de teología y maestro del príncipe Don Juan, que le hospedaba y mantenía en la corte, y fué su especial protector con los reyes para llevar adelante su empresa; por lo cual decía el mismo Colón que desde que vino a Castilla (como vemos no dice a España) le había favorecido aquel prelado y deseado su honra y que él fué causa que SS. AA. tuviesen las Indias. En 5 de Mayo, 3 de Julio, 27 de Agosto y 15 de Octubre de 1487 se le libraron por man­datos del obispo de Palencia hasta catorce mil maravedís y otras can­tidades en los años sucesivos: se mandó por Real cédula de 12 de Mayo de 1489 que cuando transitase por cualesquiera ciudades, villas y lugares, se le aposentase bien y gratis, pagando sólo los manteni­mientos a los precios corrientes, y los reyes le honraron queriéndolo tener a su lado, como lo hicieron en los sitios de Málaga y Granada. Apenas se conquistó esta gran ciudad (último íisilo de los moros) entraron los Reyes Católicos en ella el día 2 de Enero de 1492 y en aquel mismo mes, pensaron ya enviar a ‘Colón a la India por la vía de occidente, c^mo lo había propuesto. Refiérelo en la carta que pre­cede al primer viaje, y es de notar que los reyes no perdieron tiempo en tratar con él apenas terminaron tan gloriosamente aquella guerra. Esto se prueba por los documentos publicados por Navarrete, y por los mismos se hace patente que no hubo dolo, engaño ni entreteni­mientos pérfidos con Colón — como son los del Sr. Tejera —pues sabía bien que los reyes no entrarían a realizar su proyecto hasta de­jar a sus reinos y a la Europa libres dé la dominación mahometana».

“Tampoco hubo en adelante, la persecución que se supone, porque los reyes 110 sólo concluyeron sus capitulaciones a 17 de Abril de aquel año, sino que le expidieron en 30 del mismo mes el título de Almirante, visorey y gobernador de las islas y tierra firme que descubriese. En

8     de Mayo nombraron a su hijo Don Diego page del príncipe D011 Juan y se le concedieron otras gracias y mercedes muy singulares para ti apresto de la expedición; de modo que los monarcas españoles se adelantaron a darle colmadamente, pruebas de su aprecio, aún an­tes de su salida, para una empresa cuyo éxito se tenía por algunos como dudosa y problemática. Concluido su primer viáje y satisfechos los reyes de su acierto, halló en ellos Colón un manantial perenne de gracias, de consideraciones, de confianzas y de lisonjas, que acaso no se dispensaron jamás a ningún otro vasallo. Desde entonces todo lo consultaron con él, en todo siguieron su dictamen, acrecentáronle sus facultades y mandaron a todos lo obedeciesen y respetasen, porque Nos queremos que el Almirante de las Indias sea mucho honrado, y acatado como es razón, y según el estado que le dimos. Amenazaron castigar, y reprendieron severamente a Juan de Soria porque le trató eon poco miramiento, sin embargo de ser persona de la mayor confianza de los reyes, y como tal, secretario del Príncipe Don Juan y lugarteniente áe los contadores mayores. Encargaron que en todo se le complaciese y siguiese su parecer. La reina le escribió afectuosa y confiadamente, ponderándole sus servicios y ofreciéndole más mercedes, y con la mis­ma fecha, juntamente con el rey, en otra carta le encarecen sus servi­cios de esta manera: Y porque sabemos que desto sabéis vos más que

(1) Véase el capitulo que trata de este protector de Colón.

otro alguno, VOS ROGAMOS que luego nos enviéis vuestro parecer en ello… Nosotros mismos y no otro alguno, habernos visto algo del li­bro que nos dejaste, y cuanto más en esto platicamos y vemos, cono- cemos cuan gran cosa ha seido este negocio vuestro y que habéis sabido en ello más que nunca se pensó que pudiera saber ninguno de los nacidos.,. y asimismo enviadnos la carta que vos rogamos que nos cnviasedcs antes de vuestra partida.

“No es menos lisonjera y honorífica la carta en que le contestan a las noticias de su segundo viaje en 13 de Abril de 1494, diciéndole en­tre otras cosas: En mucho cargo y servicio vos tenemos lo que allá /¡abéis fecho y trabajado con tan buena orden y proveimiento que non puede ser mejor. Y en otra de 16 de Agosto del mismo año, se ex­presan así: Una de las principales cosas por que.esto nos ha placido tanto, es por ser inventada, principiada e habida por vuestra mano, trabajo e industria, y parécenos que todo lo que al principio nos dijís- tes que ¿e podría alcanzar, por la mayor parte todo ha salido cierto, como si io hubiérades visto antes que nos lo dijésvdes, y continúa con expresiones las más finas y delicadas”.

“Igual lenguaje; las mismas consideraciones usaron constante­mente en toda su correspondencia, queriendo no sólo complacer al al­mirante, sino a sus hermanos, como se lo previnieron al obispo Fon- sega respecto a Don Diego Colón, y que procurase escribir al almi­rante para borrar cualquiera resentimiento que pudiera tener con él, informándose antes, de hacer aquello que más le contentase. Entre­tanto derramaban gracias sobre él y toda su familia en prueba de que sus promesas no eran de pura expresión y ceremonia. En 1493 acre­centaron las armas de la familia con nuevos timbres; concedieron al almirante diez mil maravedís anuales durante su vida, por haber sido el que vió y descubrió la primera tierra: le hicieron merced de mil do­blas de oro por una vez; mandaron darle a él y cinco criados suj’os buen aposento en los pueblos por donde transitasen; confirmaron sus anteriores títulos, y le expidieron el de Capitán general de la armada que iba a las Indias; le autorizaron para proveer los oficios de goberna­ción de aquellos dominios y en vez de mandarle, le recomendaban a las personas de su mayor confianza, rogándole que los colocase o les diese plgún empleo. Entre estas y otras gracias hechas al Almi­rante, lo confirmaron en 1497 las mercedes y privilegios anteriores, y se le mandaron guardar expresamente. Se arregló el modo de que percibiese a su satisfacción los derechos que le correspondían. Se le permitió la saca de ciertas cantidades de trigo y cebada sin derechos, para las Indias; cosa muy notable en aquel tiempo, en que apenas se halla merced alguna de esta clase. Se le autorizó para hacer por sí el repartimiento de las tierras entre los que estaban o fuesen a aquellos dominios. Se condecoró a su hermano Don Bartolomé con la dignidad de Adelantado de las Indias y se le dió facultad para fundar uno o más mayorazgos”.

“En 1498 se nombraron a sus hijos Don Hernando y Don Diego, pages de la reina, condecoración que no se concedía sino a hijos de personajes o ‘de sujetos del servicio más interior de los reyes, que por lo menos gozaban con ellos de mucho favor. En 27 de Septiem­bre de 1501 mandaron resarcirle a él y a sus hermanos los daños y perjuicios que el comendador Bobadilla les había causado arbitraria­mente en la isla Española. En 1503 fué nombrado contino de la casa, real Don Diego Colón, el hijo, y se mandó al comendador Ovando acu­dir al Almirante con los derechos que le pertenecían por esta dig­nidad. En 1504 se concedió carta de naturaleza de estos reinos a Don Diego Colón, hermano del Almirante; gracia rarísima en el remado de aquellos príncipes. En 1505 se dispensó a Colón por el rey Católico licencia para andar por todos estos reinos en muía en­sillada y enfrenada, sin embargo de la reciente pragmática que lo prohibía. El mismo monarca, a quien algunos han supuesto infun­dadamente enemigo del Almirante, luego que este murió, mandó aca- dír a su hijo con cuanto pertenecía al padre y perteneciese a él en lo sucesivo. Lo puso en posesión de la gobernación de las Indias e hizo- merced a Don Bartolomé Colón de que disfrutase el sueldo de coit- tino sin embago de no residir en la corte y quiso se le conservase la isla de la Mona que el Almirante le había dado en repartimiento. Nada diremos de los altos y distinguidos empleos, de las honoríficas distinciones que posteriormente han obtenido sus sucesores, de todos los monarcas españoles, nombrándolos vireyes, capitanes generales, presidentes y gobernadores de los consejos, a cuyas eminentes honras se debe añadir la Grwruleza de España, declarada de primera clase por el Sr. Felipe V en 18 de Abril de 1712, a la casa y estado de! duque de Veragua, y de los honores que aún en nuestros días se han dispensado a las cenizas y a la buena memoria del primer Almirante y Descubridor del Nuevo Mundo”.

“Todo esto es cierto, es público y notorio; pero en el diccionario y lenguaje de algunos escritores modernos, suelen calificarse los vi­cios de virtudes, la genorosidad de ingratitud, y el amparo, asilo y hospitalidad, de abandono, persecución y desprecio. ¡Oh! si la de­mostración que acabamos de hacer sirviese para penetrar el verdade­ro significado de las frases artificiosas y del estilo falso y seductor con que pretenden obscurecer la verdad semejantes impostores!”

Probablemente, si el Sr. Tejera pudiera leer todo lo que antecede, nos preguntaría: ¿Y la conducta del comendador Francisco de Bo­badilla? Porque esta es la cantinela de todos los impugnadores; pero a esto le replicaríamos con Navarrete, que el abuso que Bobadilla pudo hacer de su autoridad, no puede imputarse de modo alguno a los Reyes Católicos, que a su regreso y cargado de grillos, se indig­naron del proceder de aquel gobernador y no supieron como desagra­viarle por aquel acto inicuo. Tampoco puede imputarse a su gobierno ni a su nación.

Ya ve pues, el Sr. Tejera, cuan infundados son sus cargos y con que facilidad han sido combatidos. Para atacar en la forma que lo hace el escritor de Santo Domingo, se necesita antes evidenciar los hechos y el Sr. Tejera que constantemente tiene en la boca esta pre­gunta: ¿Y las pruebas? nos permite a nuestra vez hacer uso de la interrogativa para decirle: ¿Y las pruebas de lo que Vd. afirma?

Porque los descargos, según pueden apreciarlos nuestros lectores, son tan juiciosos cpmo verídicos.

Continúa el Sr. Tejera en su crítica para tomar a broma el que La Riega hubiera hallado un retrato auténtico de Colón. Agrega el humorista dominicano que La Riega ha sido “el único ser humano que ha visto ese retrato heeho seguramente por un pintor extra te­rrenoEsto de extra terreno debió haberlo aprendido en viernes, porque lo aplica en su articule jo a roso y velloso.

Desde luego que es una impostura de Tejera lo del retrato, por­que La Riega se limitó a hacer un parangón, teniendo presente los datos que de su físico nos han dejado los cronistas, entre el existente en la tíi’úloteca Nacional de Madrid y el que se conserva en el Mi­nisterio üc Marina.

Añade Tejera, que por las descripciones que han dejado sus con­temporáneos, se ve claramente que Colón tenía, no el tipo genovés co­mún, de estatura baja y ojos saltones, sino el tipo lombardo, bastante generalizado en la provincia de Génova y en mucha parte de Italia, y del cual hemos visto en Santo Domingo varios ejemplares, como Don Juan Antonio Billini, Don Juan Bautista Vicini y diversos otros italianos”. ¡Lo que habrán dicho Billini y Vicini al verse comparados como los ejemplares de cualquier raza bovina o canina!

Tejera niega penetración a La Riega, para discernir, por rasgos, la mayor o menor realidad de una pintura; pero a él le basta ver claramente que no tenía el tipo del genovés, de estatura baja y ojos saltones, porque ¡claro! estos antecedentes, no se amoldaban con las descripciones de los contemporáneos, y como era de todo punto nece­sario que el hombre físicamente fuese italiano, buscó un tipo de la lombardía, como lo pudo buscar d-e otro punto cualquiera con tal que tuvieran fama de corpulentos, sin reflexionar que siendo la pobla­ción italiana un conglomerado de originarios celtas, ligurios, etruscos, latinos, griegos, vénetos, germanos, ecta, es empresa m¿s que impo­sible, localizar un tipo común para determinada localidad. Con de­cir que el español está también representado y se encuentra más o menos confundido en Cerdeña, Viondelli y Arcoli y que hasta no es di­fícil encontrar el tipt, catalán en Cerdeña, ya pueden nuestros lec­tores darse una idea del berengenal en que se ha metido el Sr. Tejera.

Pero veamos lo que nos dice Las Casas sobre el físico del Descu­bridor :

“Lo que pertenecía a su exterior persona y corporal disposición fué de alto cuerpo más que mediano; el rostro luengo y autorizado; la nariz aguileña; los ojos garzos; la color blanca que tiraba a rojo ■encendido; la -barba y cabellos cuando era mozo, rubios, puesto que muy presto con los trabajos, se le tornaron canos; era gracioso y ale­gre, bien hablado, y según dice la susodicha Historia portuguesa, elo­cuente y glorioso en sus negocios; era grave en moderación, con los extraños afable; con los de su casa suave y placentero, con moderada gravedad y discreta conversación, y ansí podía provocar los que le viesen fácilmente a su amor. Finalmente, representaba en su persona y aspecto venerable, persona de gran estado y autoridad y digna de toda reverencia; era sobrio y moderado en el comer, beber, vestir y calzar

Si este Colón, es prototipo de un lombardo ¡que venga Dios y lo vea!

Con esa manera de discurrir del Sr. Tejera, sería cuestión de no seguir adelante en la refutación; pero como de paso, estas argum3n-

 

taciones pueden servir para otros muchos de menor y mayor cuan­tía, que tienen por sistema zaherir la tesis española de Colón, con todo ese rosario de simplezas que nadie combate y sirven para que los impugnadores se muestren orondos de su perspicacia, continuare­mos la farándula, puesto que todavía quedan cosas muy graciosas del arsenal apocalíptico del bullanguero crítico dominicano.

Agrega el Sr. Tejera, que es cosa bastante rara que a Colón le acompañaran en sus empresas varios italianos, que decían sus compa­triotas, como Bartolomé Fiosoha; Justinian; Juan Antonio Colom­bo           Estos puntos suspensivos, son del Sr. Tejera que quiere de­cir con ellos que esos tres que cita son los primeros de una larga serie que podría nombrar; pero no se preocupen nuestros lectores, puesto que el Sr, Tejera después de revolver cielo y tierra, no ha podido hallar más individuos de apellido italiano para su cita. Y de esos tres, hemos de descartar a Juan Antonio Colombo, que si es tierto pertenecía a la familia del Almirante, su apellido era Colón y por lo tanto español y o mucho estamos equivocados, o es el mismo que figura en las actas de Pontevedra con el nombre y apellido de Juan Colón y casado con Constanza de Colón, sin que la particula­ridad -de no citarse el segundo nombre pueda extrañarnos ni mucho menos, pues al contrario de los andaluces, los gallegos tienden a su­primir los dobles nombres propios, particularmente en los masculinos.

Y           agrega el Sr. Tejera que no se sabe que compartieran sus glorias {las del Almirante) .pontevedreños ni otros gallegos. ¡Alto ahí señor Tejera! Vamos a demostrar a usted lo contrario porque efectiva­mente, el movimiento se demuestra andando.

Juan Bono de Queixo; Pedro de Salcedo; Alonso Texero (paje del Almirante); Rodrigo Vergayo; Juan de Noya; Lorenzo de Armada; Pedro de Foronda y Cristóbal García Sarmiento, piloto de la Niñc, ¿son bastantes gallegos para demostrar lo contrario que usted afirma? ¿Sí? Pues ni una palabra más.

En cuanto a que las principales relaciones de Colón en España, fuesen con genoveses, es tan burda la patraña, que no vale la pena de discutirla. El Sr. Tejera sabe o sabía, que esas grandes amistades que cita con Lorenzo Giraldi; Luis Centurión Escoto; Batista Spíndn- la; Agostin Italian; Francisco de Grimaldi y Rivarol, eran por razón de su conveniencia y cargo unos prestamistas, y otros, proveedores, con los cuales tenía constantes y necesarias relaciones. Las princi­pales amistades de Colón, eran Gorricio, Deza y otros muchos perso­najes notables de la época que le fueron en todo tiempo fieles ami­gos, partieuarmente Gorricio que fué depositario de todos sus pa­peles.

Por lo tanto, pasemos a otro orden de cosas, ya que esa observa­ción es pueril y extemporánea.

Agrega el Sr. Tejera, que nota asimismo, que Colón, en su pri­mer viaje a América, usa para apreciar las distancias, no la milla española, de tres en legua; sino la italiana, de cuatro millas en legua. ¿Será también que en Pontevedra se use la milla italiana en vez de la milla española?

Observamos que siempre que a Tejera se le figura dar un escopeta­zo, trata de poner en evidencia a la tranquila provincia gallega.

Y   en esto de la legua española e italiana, es precisamente donde Tejera demuestra su crasísima ignorancia en asuntos de mar. Cierto es que lo demuestra también en los asuntos de tierra; pero en este caso el orondo argumento de que se muestra tan ufano, se convierte por falta de preparación para estas contiendas históricas, en la más bochornosa pifia,.

Porque hubiera sido suficiente que echara mano de un diccionario, para imponerse que la antigua legua marina española tenía cuatro millas, no tres como paladinamente afirma el reverendo crítico do­minicano.

Y   si no al canto. Aquí tenemos un enciclopédico, que después de hablarnos de la milla moderna, dice así:

“Milla: ant. CUARTO DE LEGUA”. Más claro, imposible.

Y   a continuación, hace esta observación Mariana: …“cada legua española tiene como cuatro millas de las de Italia”. Como se vé, Ma­riana para la comparación busca nada menos que la regla italiana. ¡ Cualquiera diría que lo escribió para nosotros y para daí en el co­dillo al bueno de Tejera:                         .

Ya Don José Silverio Jorrín, se ocupó de este asunto para comba­tir la afiz-mación de Navarrete, quien observando que el Almirante dice repetidas veces en su Diario que una legua es igual a cuatro mi­llas, aseguró como decimos, que Colón se sirvió de millas italianas. Y agrega el Sr. Jorrín, que esa afirmación de Navarrete es inexacta, por lo que indujo a error a Humboldt, a Mr. Fox y otros escritores.

Y   que la razón está de parte de Jorrín, lo demuestra que todos los marinos de aquella época y muy señaladamente los españoles, divi­dían la legua en cuatro millas como lo prueban las siguientes pala­bras del mismo Colón en su tercer viaje: “leguas de cuatro millas cada una, COMO ACOSTUMBRAMOS EN LA MAR».

Y  aquí viene bien la observación de Tejera que afirma en otro lu­gar “que hubiera sido una derogación de su elevado carácter, escribir a quien quiere que fuese en otro idioma distinto del castellano”… De la misma manera hubiera sido una derogación de su elevado ca­rácter, navegando bajo el pabellón de Castilla hacer sus anotaciones náuticas en millas que no fueran españolas. Porque O somos o NO somos.

Pero, por si todo lo apuntado no fuera bastante para aclarar el ex­tremo, citaremos nada menos que la declaración del notabilísimo cos­mógrafo mosén Jaime Ferrer, que en el documento 68 de la Colección Navarrete, se expresa así: CUATRO MILLAS POR LEGUA A CUENTA DE CASTILLA.

Y   por si aún esto fuera insuficiente, copiaremos otra de Herrera, III, 6, 7, que aclara asimismo el concepto de esta manera: LEGUAS MARINERAS O CASTELLANAS, DE CUATRO MILLAS POP LEGUA. (1)

Supongo que no se exigirán más comprobantes.

Prosigamos con las disquisiciones del Sr. Tejera.

Párrafo adelante, dice lo siguiente: “Y al decir Colón en su carta, fechada en Jamaica el 7 de Julio de 1503, cuando la muerte lo tenía casi rendido: “quién creerá que un pobre extranjero se hubiese de alzar en tal lugar contra V, A. sin causa, ni sin brazo de otro príncipe, y estando solo entre sus vasallos y naturales y teniendo todos mis fijos en su Real Corte?’’ ¿será también por exceso de cautela para disimular su origen gallego judío?

Cuando esto escribió Tejera, seguramente que se dijo: ¡Ahora sí que partí por el eje a La Riega!

Ciertamente que esta afirmativa de EXTRANJERO, de primera intención, desanima al más convencido; pero afortunadamente esta palabra EXTRANJERO tiene para nosotros tanta consistencia como 1c de MILLA ITALIANA, lo del apellido COLOMBO y demás argu­mentos que se nos anteponen para confundirnos y aplastarnos.

Permítanos el lector trasladarnos al siglo xn. Vamos a hojear nada menos que la crónica de los Godos. Esta crónica, narrando los sucesos del año 1128, se hace eco de esta opinión vulgar: “los galle­gos son tratp.Jos de extranjeros o forasteros indignos”. (1)

Por eso, a la alusión de que el Almirante pudo titularse extran­jero, que se toma como argumento incontestable para reforzar la opi­nión del origen genovés, podríamos alegar, que juzgadas ciertas pala­bras en nuestro siglo, se apartan generalmente de la intención con que pudieron expresarse hace cuatro cientos años.

Detengámonos por lo tanto a analizar esta palabra.

EXTRANJERO según nuestro Diccionario de la Lengua, puede interpretarse también por EXTRAÑO, y con mayor motivo puesto que procede del latín EXTRAÑEOS.

Y   aún apartándonos de esta consideración, que pudiera tomarse por capciosa, añadiremos que, como se ha visto, la palabra EXTRAN­JERO se usaba en tono despectivo y particularmente tratándose tía gallegos.

Reforcemos la afirmación.

La condición del extranjero, del hombre sin patria ni hogar, era la misma que la’del proscripto. Por eso los extranjeros eran llamados en las leyes germánicas Wargangtis, que quiere decir errante. Los ingleses los denominaban Wretch, que equivalía a decir miserables. En Francia se denominaban espavexcere, cuando procedían de estados lejanos o desconocidos, y albiti nati, cuando procedían de estados ve­cinos y era conocido su origen. En este último país, era donde esta­ban más sujetos a vejaciones y malos tratos.

En la edad media, el extranjero, el errante, o el miserable, como quiera llamarse, vivía fuera de la ley. Todo elemento movible y nuevo, era hostil a la sociedad feudal antigua, ba’sada en la estabili­dad del terruño.

Si por casualidad Colón hace uso de la palabra {ahí están las tes­tificaciones) lo hace en momentos de queja y abatimiento o cuando menos de contrariedad grande y para expresar precisamente todo eso que afirmamos. Trata de asimilarse a la situación de abandonado o no

 

jprotegido, y es entonces cuando puede observarse esa exclamación, que de acuerdo con los prejuicios de la época, equivale a decir pros­cripto o miserable.

Vamos ahora a establecer un ejemplo de un valor inapreciable que por sí solo afirma nuestras convicciones. Nos referimos a una relación que existe del padre dominico Pedro de Alcalá. Hablando Alcalá de dos pobres de Galicia, marido y mujer, que se encaminaron ~a Córdoba y que por su ejecutoria de nobleza y calidad ilustre — añade el fraile dominico, que muchos caballeros tuvieron a gran va­nidad poseerlos — exclama: “¡O ciudad siempre esclarecida, ahora te considero la más dichosa, pues por tus puertas se entran estos EX­TRAÑOS que no conoces, y en tu recinto han de ser árbol feliz que dé para tu salud un dulcísimo y medicinal fruto, con cuya virtud cure Dios tus dolencias de entendimiento y de vida a tus patricios y seas emulada de los EXTRAÑOS”.

He aquí la palabra EXTRAÑOS que es sinónima de EXTRANJE­ROS, aplicada indistintamente a los del interior del territorio y a los de otros países que cita como a emuladores y lo más particular del caso, refiriéndose a dos naturales de Galicia.

Inútil sería proseguir la probanza después de todo lo apuntado. Con lo expuesto basta y sobra para que la palabra EXTRANJERO puesta en boca del Almirante, alcance su verdadera significación, que es la de proscripto o abandonado, conforme puede reconocerlo el jui­cioso lector.

Zahiero luego el Sr. Tejera al Sr. La Riega, tomando como argu­mento la tan socorrida Institución del Mayorazgo que incluye entre lo que él llama «testimonios ■valiosos”. ¡Valiente testimonio el del testamento apócrifol Nuestros lectores ya están bien impuestos de la validez de ess documento, para no tener necesidad de ocuparnos nue­vamente de semejante engendro.

A continuación trata de demostrar Tejera, con las citas de todos los escritores coetáneos, italianos y españoles, que Colón era genovés, de Milán o de otro punto, que en eso andan a la greña todos aquellos señores, y como hemos demostrado asimismo, que ninguna de las afir­maciones de aquellos escritores es concreta o verídica, lo pasaremos también por alto para no incurrir en repeticiones innecesarias. En el capítulo que trata del testimonio de los historiadores, podrán ha­llar todos los interesados en este estudio, las pruebas fehacientes de la ignorancia en que unos y otros vivieron respecto al lugar en que nació el Descubridor del Nuevo Mundo.

Más adelante, en el trabajo de Tejeda, vuelve este a hablar de la extranjería de Colón, sacando a cuento la testificación de García Hernández, médico de Palos, que fué oído como testigo el año 1513 durante el pleito entablado entre Don Diego Colón y la Corona. La prueba es de poca monta; pero como nuestro deseo es atar todos los cabos, con el objeto de que no se alegue que evadimos la aclaración de los puntos principales de la impugnación del crítico dominicano, vamos a demostrar también la sinrazón de tal argumento.

Tejera dice: en su declaración García Hernández, se expresa así: “que estando allí (en la Rábida), donde este testigo, un fraile que se llamaba Fr. Juan Pérez, que es ya difunto, quiso hablar con el dicho

 

Don Cristóbal Colón y viéndole disposición de otra tierra y reino ale­rto, en su lengua le preguntó:”

Alto ahí, Sr. Tejera. Primeramente retire usted esa amañada coma, puesta detrás de ageno, porque no existe en el original.

Con lo que quedará: “e viéndole disposición de otra tierra y reino ageno en sti lengua”. Porque el fraile no le preguntó en la lengua a que hace referencia el señor Tejera, sino que le preguntó porque lo vio en disposición de otra tierra y reino ageno en su lengua, o sea en su modo de expresarse y en su tipo o figura, que desde luego no es lo mismo y cambia por completo la oración.

De manera que el Sr. Tejera trató de sorprendernos, inventando una coma allí donde eo existía o en caso más benigno, pudo leer todo ello en una copia defectuosa que pudo ocurrir también. Mas nos place esta explicación, que la certidumbre de una crítica malabar que la acreditaría de prestigitador contra nuestro deseo.

Y   ya que nos hemos enfrascado en la interpretación dada por Te­jera a las palabras del físico García Hernández, permítasenos que re­constituyamos el incidente histórico, porque nos viene como pedrada en ojo de boticario para esclarecer otro asunto importante del tema.

Nos hallamos ante un Tribunal de Justieia y asistimos a unas probanzas hechas por el fiscal del Rey en el pleito que, como dice muy bien Tejera, se siguió contra el Almirante de Indias Don Diego Colón, hijo del primer Almirante Don Cristóbal, sobre los descubrimientos que éste hizo en el Nuevo Mundo.

Pregunta el fiscal:

“Sí saben que, dada la dicha escritura, se esforzó el dicho Almi­rante mucho e después de ir a descubrir la dicha tierra, e quel dicho Martín Alonso Pinzón lo hizo venir a la Corte, e que le dió dineros para el camino, para que dicho D. Cristóbal lo negociase, porque pj dicho Martín Alonso, tenía bien de lo que había menester en su casa”.

Martín Núñez, testigo, declara: como en las dos preguntas an­teriores.

Antonio Hernández Colmenero, testigo: “dijo qije oyó su contenido a Martín Alonso Pinzón, a Vicente Yañez y a los marineros que estos llevaron.

García Hernándoz, físico: Dice que Martín Alonso tenía en Palos lo que le facía menester; e que sabe que el dicho Almirante D. Cris­tóbal, viniendo a la arribada con su fijo D. Diego, que es agora Almi­rante, a pié se vino a Rábida, que es monasterio de frailes en esta villa, el cual demandó a la portería que le diesen para aquél niñico, pan y agua que bebiese; y que estando allí ende este testigo, un fraile que se llama Pr. Juan Pérez, que es ya difunto, quiso hattlar con el dicho D. Cristóbal Colón, E VIENDOLE DISPOSICION DE OTRA TIERRA E REINO AGENO EN SU LENGUA, le preguntó que quién era, e de donde venía, e aquel dicho D. Cristóbal Colón le dijo que él venía de la Corte de S. A. e le quiso dar parte de su em­bajada”. ..

Ya podemos retirarnos de la probanza, pues nos hemos impuesto de lo más importante de la declaración de este testigo.

 

La Rábida.

El físico García Hernández, que presenció la entrevista de Colón con Fr. Juan Pérez, dijo:

“Que viéndole disposición de otra tierra»… e reino ageno en su lengua”…

Por la primera locución, se puede interpretar que el aspecto de Colón, lo mismo podía ser de un griego, que de un alemán, que de un catalán, mallorquín o gallego; pero a continuación agrega: “e reino ageno en su lengua”… Aquí el físico ya concreta más.

No se trata de un extranjero aun cuando diga “disposición de o¡tra tierra”, puesto que para aclarar el coneepto, añade: “e reino ageno en su lengua”…

Es decir: que por la manera de expresarse, Colón no era castellano.

En tiempo de los Reyes Católicos, la península ibérica, no era como al presente UN REINO, sino que estaba dividida en reinos, du­cados y señoríos de los reyes. Reinos de Castilla, León, Aragón, Gra­nada, Toledo, Valencia, Mallorca, Condado de Barcelona; Señorío de Vizcaya, seta.

Como el físico García Hernández pudo entender toda la conver­sación sostenida por Colón con Fr. Juan Pérez, el Almirante hablaba ■castellano; pero por la manera de pronunciarlo, se veía que no era provinciano de Huelva, sino de otra región de las Españas. No lo determinó ciertamente; pero dió a entender que era gallego, puesto que los de esta región se significaban grandemente, como aún se sig­nifican por su marcada pronunciación local. Sí el médico García Her­nández lo hubiera supuesto vizcaíno o catalán, seguramente hubiera sustituido la palabra REINO por la de CONDADO o SEÑORIO, pues entonces se tenían muy presentes estas particularidades cuando se trataba de determinar un lugar, por los distintos privilegios que gozaban las tierras sujetas a la Corona.

Y   si se nos advirtiera que íbamos muy lejos en nuestra presun­ción, dejaríamos la razón que nos induce a llamarlo galiciano, para sostener que García Hernández quiso expresar que era español, do otro de los reinos de la monarquía, puesto que nuestro principal ob­jeto es demostrar que Colón, conforme a la presunción de García Hernández, era español y no italiano.

^ De haber sospechado que era italiano, lo hubiera llamado geno­vés pues no de otra manera eran titulados entonces en España los italianos.

No hubiera dicho tampoco “e reino ageno en su lengua”, porque Génova no era reino, sino república y a esta república se la conocía en España con la denominación de SEÑORIA.

Tampoco podía referirse a Milán, el Ducado de los Sforza y me­nos a la república veneciana de los Dux.

¿Como es posible entonces que de esta declaración del físico Gar~ cía Hernández, hayan sacado algunos biógrafos de Colón y entre ellos el casi-biógrafo Tejera, la certidumbre de su extranjería?

Ya hemos visto que por un lapsus de puntuación. Tan cierto es que de las pequeñas causas, suelen originarse los grandes efectos.

El sentido común por otra parte, nos advierte que el rústico físico que fué testigo de la conversación de Colón y Fr. Juan Pérez, en la Rábida, de haberse expresado Colón en una lengua extraña, no hubie­ra podido entender ni una sola palabra y de de entenderla, nos hu­biera dicho qué lengua era, ya que hace una completa relación en la probanza hecha por el fiscal del Rey en la causa a que aludimos.

Vamos a analizar otra fase de la declaración de García Her­nández :

“viéndole disposición de otra tierra”…

A la palabra tierra, puede darse distintos significados, según se la califique o determine. De acuerdo con el Diccionario de la Lengua, el sustantivo TIERRA, lo mismo puede aplicarse a un pueblo, que a una región, que a un estado.

En su distinta adaptación, puede determinarse también a un lu­gar, como por ejemplo:

. . . “puso penas a los señores que no limpiaban sus tierras de bandoleros”. — Antonio de Fuenmayor.

Hablando de un pueblo, del pueblo en que uno ha nacido, puede decirse con Lope de Vega:

“Vete a tu TIERRA en buenhora; que estás pobre y será bien que dejes la Corte a quién empieza a gustar ahora”.

Hablando de una región dentro del mismo estado, diríamos como Moratín:

«Pues ya decía yo, esta no es cosa de mi tierra”, ..

Después de esta pequeña disertación gramatical, no dudamos que­de claramente expresado el concepto que del origen de Colón nos ha dejado el ya famoso médico de Huelva.

Termina el Sr. Tejera su trabajo con el análisis de las actas no­tariales de Génova. La mayoría están tachadas de falsas por los más sesudos biógrafos de Colón; pero hay otras, en las que algunos his­toriadores se aferran, que no admiten discusión por haberse compro­bado su legitimidad. Entre los que así opinan está el Sr. Altolaguirre que las ha seleccionado y comentado y como precisamente con este se­ñor vamos a contender en el capítulo siguiente, damos por terminada nuestra labor en lo que respeeta a la refutación del trabajo del se­ñor Tejera, que como se vé no ha sido todo lo feliz que fuera de desear no obstante haber aglomerado en su disquisición todos los puntos que estimo más irrefutables para sostener la causa de Génova.

Es el segundo de los grandes impugnadores elegidos por nosotros, para demostrar el escaso fundamento de su tenacísima controversia,

Y  cuenta que se ha escudado con el trabajo y la respetabilidad de Henry Harrisse.

El mismo nos lo dice en el comienzo de su trabajo.

 

CAPITULO XIV

ALTOLAGl) IRRE

Refutación. — Las acias noícmcttes italimuxs. — La nimiedad de las causas que motivan estos documentos. — Los supuestos abuelo y padre de Cristóbal Colombo. — Aprendices documentados. — Acta de 1539 que habla, de Colowibos fallecidos medio siglo antes. — Venta de casas adquiridas a censo irredimible. — Colombos teje­dores, vinateros y queseros, todo en una pieza. — Deudas de quin­ce pesetas que requieren una escritura notarial. — Un primo her­mano de Doménico Columba, que por arte de “birlibirloque” se convierte en bisabuelo del Almirante. — Cristóbal Colombo me­nor de edad, interviniendo como parte en una sentencia arbitral.

—  Doménico Colombo engendra a Cristóbal en la adolesce?icia.— El vinatero de Génova, por dualidad incomprensible, despacha azumbres de vino en los años 1 472 y 1473 y al mismo tiempo pi­ratea por las costas gallegas. — Mientras, según Casoni, Diego Colón residía en España, Altolaguirre lo certifica en Italia.— Por las actas italianas, Cristóbal Colombo llevaba ocho apellidos distintos. — Confusión de localidades. — Más documentos apócri­fos. — El Caos de las actas italianas. — Justificación inútil.

El trabajo que vamos a comentar de Don Angel Altolaguirre, fué publicado en el Boletín de la Academia de la Historia en el año 1918, y se dió a la estampa con el siguiente epígrafe: LA PATRIA DE D. CRISTOBAL COLON, SEGUN LAS ACTAS NOTARIALES DE ITALIA.

El Sr. Altolaguirre es un escritor correcto y por lo tanto, con re­cíproca corrección, analizaremos su artículo. Hemos de adelantar sin embargo la observación de que el Sr. Altolaguirre suprime delibera­damente de su colección de actas, las que dicho señor estima como sospechosas o qun carecen de original para que puedan reconocerse válidas. ¡Es lástima, porque eon alguna de aquellas, podríamos des­truir estas otras!

La selección no ha podido ser más inteligente, y tiene la particula­ridad de que los documentos se suceden con bastante acuerdo en or­den histórico y cronológico. En resumen, es lo mejor que puede ofre­cernos el Sr. Altolaguirre de esa gran montaña especulativa, en la que si algo hay de cierto, es la fatalidad de la homonimia.

Bueno será advertir antes de lanzarnos a la discusión, que en ei siglo xv una acta notarial o sea la intervención oficial de un notario en cualquier asunto civil, era algo extraordinario y hasta solemne, y si ya corriente, no muy común, por la sencilla razón que no estaba al alcance de todos recurrid a un notario, no siendo para convenios y contratos del mayor interés e importancia.

Aelarado este punto, esperamos nos diga el Sr. Altolaguirre con la sinceridad que queremos reconocerle, si el hecho insignificante de colocar a un muchacho aprendiz de diez años, en el establecimiento de un tejedor de paños, requiere a su juicio la formalidad de un acto notarial.

En nuestros días, estamos viendo estas colocaciones como la cosa más natural del mundo. El padre presenta al niño en el estableci­miento, le hace la recomendación de que sea formalito y honrado y después de cambiar algunas palabras con el propietario del taller, almacén o tienda, se vá y santas pascuas.

Pero en el siglo XV y nada menos que en el primer tercio, en la facoltosa Génova, ese sencillo acto requería al parecer una ceremonia civil con asistencia de las partes y testigos y la formalidad de un documento notarial, como si se tratase de enagenar una propiedad.

Veamos el documento que cita como primero el Sr. Altolaguirre:

“Este documento, en que aparecen los nombres de los supuestos abuelo y padre de D. Cristóbal Colón, tiene fecha 21 de Febrero de 142£> y en él consta que Iohanes de Colombo de Moconexi, habitante en la villa Quinti, inmediata a Génova, compareció ante el notario de esta ciudad Qidrico de Albenga, declarando que colocaba a tu hijo Domingo, que tenía cerca de once años de edad, como aprendiz de te­jedor de paños, en casa de Guillermo de Bravante”… pero según las leyes genovesas, a esa edad no podía colocarse un muchacho como aprendiz.

El Sr. Altolaguirre da una importancia grande a este documento, porque dice, demuestra qix en 1429 se hallaba ya establecido en Gtí- nova el abuelo de Cristóbal Colombo y que sirve de punto de partida para probar, que el que fué padre de éste, Domingo de Colombo, que entonces sólo tenía once años de edad, permaneció establecido en Gé~ nova o Saona hasta su muerte.

No tenemos a mano la copia de este documento y por lo tanto no nos detendremos a analizarlo, porque pudiéramos incurrir en contra­dicciones. Pero se nos ocurre preguntar ¿por qué en esta acta, ha­blando de Guillermo de Bravante, siguiendo la costumbre genovesa que antepone, como dice el Sr. Altolaguirre, la palabra quondam o fillius para advertir si el padre era muerto o vivo no se menciona como en el caso de Juan Colombo el lugar de su residencia? Además, si Juan de Columbo de Moconexi, residía en Villa Quinti, por pró­xima que estuviera a Génova, no demuestra que estuviera establecido en la ciudad como afirma el Sr. Altolaguirre.

Y   ahora sigamos con los documentos más conocidos.

Diez años después — agrega el Sr. Altolaguirre — o sea en 1.° de Ahril de 1439, Domingo de Colombo “filio Iohannis», convertido ya en maestro tejedor de paños, toma de aprendiz a un hijo de Pedro d& Verzia, según acta otorgada en Génova ante el notario Benedicto Peloso. ¡ Otra colocación de aprendiz que también requirió formalidad notarial!

Ahora bien; el Pedro de Verzia era natural de Fontanabuona y residente en aquél lugar según lo aclara la copia del documento ori­ginal y ¡cosa rara! no hace la misma aclaración con respecto a Do­mingo de Colombo, de quien sólo dice filio Joannis, textori pannorvm laño. Además, no es cierto que esta acta tenga fecha 1.° de Abril de 1439, sino 1.° de Abril de 1539, año en que ya habían desaparecido 110 tan sólo el supuesto padre y abuelo de Colón, sino que también el mismo Almirante. Esto debe saberlo el Sr. Altolaguirre y por lo tan­to, el acta no es válida. Corresponde a los documentos hallados por Marcelo Staglieno. (1)

Sigamos con los documentos.

En 6 de Septiembre de 1440 — prosigue el Sr. Altolaguirre — ei monasterio de San Esteban cede en enfiteusis a Dominighino Coluvi- bo textori pamwj’um filio lohannis, un terreno en la vía Olivella, en el que se halla edificada una casa, lindante por un lado, con un edifi­cio propiedad de Bertori de Valetariis, y por otro con la casa de Pedio de Croza de Rapallo; el censo que Dominico tenía que satisfacer anual­mente era de 15 soldi y 2 y medio denari, apareciendo deudor por este concepto y cantidad en los libros del Monasterio correspondientes a los anos de 1456 – 57 – 58 – 59 y 60.

Necesariamente hemos de detenernos para aclarar un concepto importante. El Sr. Altolaguirre nos dice más adelante^ que en 7 de Agosto de 1473, ante el notario de Saona, Pedro Corsario, Susana Fontanarubea, ratifica la venta de la casa de la puerta del Olivo en Génova. En este acto apareee Susana como hija del finado Jacobo de Fontanarubea, de Bisagno, y esposa de Domingo de Colombo, de Ge­nova, acompañada de Cristóbal y Giovanni Pellegrino, hijos del di­cho Domingo y de Susana, los cuales también consienten y aceptan la expresada venta,

Parece ser que la ratificación de Susana era necesaria a causa de que dicha casa y todas las demás propiedades, estaban obligadas e hipotecadas por el dote de Susana.

El Sr. Altolaguirre no nos dice que el acto antedicho fué redactado en la misma casa y taller de Domingo y Susana en Savona “ín apotheca domus habitationis ipaorwm Dominicis Susana”, _de lo que resulta que estaba avecindado y establecido en Savona el ano 1473, lo que confirma otra acta notarial del 2G de Agosto de 1472 levantada asimismo en Savona ante el notario Tomás del Zoco.

Ahora bien: necesario será que el Sr. Altolaguirre, nos aclare la razón por la cual una casa adquirida a enfiteusis o censo, que para el caso es lo mismo, necesitaba la autorización de Susana de Fontana­rubea, su mujer, y por que estaba hipotecada por la razón de la dote de Susana.

Necesitamos igualmente saber, por qué Doménico Colombo podía vender una easa adquirida a censo irredimible, según se desprende del contrato celebrado el 6 de Septiembre de 1440, por el que quedó obligado Doménico Colombo a pagar anualmente por aquel concepto o sea por el de la enfiteusis, 15 soldi y 2 y medio denari. Hay que advertir también, que según el propio ‘Sr. Altolaguirre, Doménico Co­lombo estaba debiendo los réditos del terreno e inmueble al Monaste­rio de San Esteban en los años 1456 – 57 – 58 – 59 y 60, lo que de acuer­do con las leyes enfitéuticas, entonces vigentes, el contrato debiera haber sido prescrito.

E igualmente tenemos necesidad de averiguar, por que razón llevaba Doménico en este documento el nombre de DOMINIGHINO que no es ciertamente el de Doménico.

Después de aclarados estos particulares, podríamos discutir el do­cumento siempre que el Sr. Altolaguirre lo considerara pertinente.

“En 20 de Abril de 1448 — prosigue el Sr. Altolaguirre — ios her­manos Antonio y Domingo de Colombo, quondam lohannis, habitantes en Villa Quinti, se obligan en Génova, ante el notario Antonio Fazio, por el resto de la dote de su hermana Battistina”.

Advierte el Sr. Altolaguirre, que este documento nos da a cono­cer que el Juan de Colombo de Moconexi, habitante en Villa Quinti, que figura en el acta de 21 de Febrero de 1429, tuvo además de Domin­go de Colombo, otro hijo llamado Antonio, y una hija de nombre Bat­tistina”.                                    .

Como vemos, aquí Doménico de Coíombo es habitante o residente en Villa Quinti y convive con sus hermanos Antonio y Battistina. Juan, el padre, ya había muerto, aquél padre de Moconexi que tam­bién habitó en Villa Quinti. Aquí el documento no nos dice si este Doménico de Colombo es textore ni donde fué autorizada el acta, pero es de suponer sea el traficante en vinos de que se hablará más adelante.

A este sigue otro documento, por el cual consta que fué otorgado en Génova ante el notario Jacobo Bonvino y que Doménico de Colombo, textoñ -pannorum lañe in lanua, quodam lohannis, adquirió en 26 de Marzo de 1451 una parcela de terreno in potestacia Bissamnis in Villa Quarti”.

En 18 de Enero^de 1455 el Monasterio de San Esteban cede nue­vamente en enfitesis a Doménico de Colombo, textori pannorum lave otro terreno “in burgo Sancti Stephani” sobre el que estaba edificada una casa que lindaba por un lado con fincas de Juan de Palavania y por otro con edificios de propiedad de Antonio Bondi. Dice el Sr. Alto­laguirre: “más adelante al ocuparnos del litigio a que dió lugar esta propiedad, demostraremos que el Domingo Colombo a que se hace la cesión, es el Domingo Colombo hijo de Juan, vecino de Villa Quinti.

Nos va a perdonar el Sr. Altolaguirre que no dejemos para después esta aclaración para mejoi’ entendimiento de tan complicado asunto.

Según el Sr. Altolaguirre, ocurrió que el 23 de Enero de 1477, se­gún acta extendida en ‘Savona por el notario Juan Gallo, Susana Fon- tanarubea mujer de Doménico de Colombo, lanero y residente en SA­VONA, da consentimiento a éste para la venta de la casa sita “in burgo Sancti Stephani”, Otra autorización de Susana que no nos ex­plicamos, ni creemos que el mismo Sr. Altolaguirre pueda explicár­selo, habiendo sido adquirida la finca a enfiteusis. Además y aunque el Sr. Altolaguirre no nos lo diga, resulta que Susana, en este caso, aparece autorizada por los vecinos para hacer la ratificación de venta y no por sus hijos, porque según el Sr. Harrisse, y esto es simplemen­te una opinión del crítico americano, Cristóbal estaba ya en Portugal, Giovanni Pellegrino debía haber muerto y Bartolomé residía en Gé­nova. Nada dice de Diego, que probablemente aún no era mayor d’í edad. Como se vé no hay nada más fácil que eliminar los individuos cuando no vienen a cuento o no convienen para la demostración de una tesis.

Esta misma casa que se vendía o se trataba de vender, la cede Do­ménico Colombo en 1489 a su yerno Jaeobo BavarellG y de ser la mis­ma propiedad, el acta de 23 de Enero de 1477 es nula o apócrifa. Las presunciones de Harrisse de que la vendió y pudo volverla a comprar, y otras consideraciones que cita sobre este imbroglio, quedan destrui­das desde el momento que una finca o casa adquirida a enfiteusis, no puede ser enagenada de no cancelar el censo por medio de una escritu­ra de compra, y como de este contrato no tenemos noticias, atenién­donos a los datos de las actas de Génova y Savona, no podemos acep­tar así, a la ligera, tan intrínseco enredo, y rechazamos de plano el documento porque nos sobran razones para ello.

Pero sigamos con las actas.

En 4 de Junio de 1460, en la ciudad de Génova, y ante el notario Juan Valdettaro, es testigo y fiador Dominicus de Columbo, frater Antonius de Columbo, habitator Villa Quinti, potestaeie Bisannis, quondam Iohannis, en el compromiso contraído por Antonio para colocar a su hijo Juan de aprendiz en casa del sastre Antonio de Planis; este Juan llamado así, sin duda por ser el nombre de su abuelo, es más que probable que tuviera por segundo el de Antonio, que era el de su padre, y fuera, por lo tanto, el Juan Antonio Colombo que más adelante ha de servirnos en nuestro relato para identificar la personalidad del gran descubridor”.

Las consideraciones, en forma de conjeturas, abundan en el co­mentario de esta acta, fruto de la opinión personal del Sr. Altóla- guirre. Se dá también el caso de que el hecho de colocar a un apren­diz hijo de Antonio Columbo de Villa Quinti, al igual que Domingo su hermano, promueve un compromiso notarial, de lo que resultaría de seguir así, que para la simple operación de cambiarse de traje y raparse el pelo, se necesitaría la formalidad judicial y la interven­ción precisa de un funcionario, que diera fé de estos actos insigni­ficantes en la vida del individuo.

En cuanto a que este aprendiz Antonio es más que probable, según la expresión del Sr. Altolaguirre, que fuera el Juatj Antonio Colombo que comandaba un navio en el tercer viaje de descubrimientos, nos admira que el autor del estudio crítico titulado CRISTOBAL COLON

Y    PABLO DEL POZZO TOSCANELLI, que se precia de serio y sincero, quiera anteponernos su criterio, apoyado en una simple con­jetura, pues conjetura y de escasa apreciación, es la suposición ano­dina de que un muchacho hijo de un tal Antonius de Columbo vecino de Villa Quinti, con aficiones a sastrería, pueda ser años después, capitán de un navio en ur.a expedición de descubrimientos.

Otra acta cita el Sr. Altolaguirre correspondiente al 15 de Marzo de 1462 por ante el notario Andrea de Cairo en la que Dominicus de Colombo quodain Iohannis, fué testigo del pago de una deuda de cin­

 

cuenta liras hecha a Antonio Laverone, y otra de fecha 5 de Julio de 14fi+ en que el mismo Domenicus de- Columbo, quodam- lohannis apa­rece en Génova como fomnaiañus, declarando ante el notario Juan Valdettaro, adeudar 15 liras a Jerónimo delle Vigne, figurando tam­bién en idéntica forma y como testigo, en una sentencia arbitral, in­serta en acta extendida en Génova el 14 de Septiembre de 1465 por el notario Benedicto Peloso».

Una cosa llama desde luego nuestra atención en estas actas y es la cuantía insignificante de las deudas que motivan actos de tal tras­cendencia. ¿Se concibe que una deuda de 50 liras y otra de 15 pudie­ran originar un testimonio notarial? ¿Puede .concebirse en nuestros días, que el pago de una deuda de diez duros y el reconocimiento de otra deuda de tres pesos, requiriera la presentación de un notario y la escritura correspondiente? ¿Y demandaría asimismo testigos? Y las molestias y gastos del viaje?

Además; la primera acta del 15 de Marzo, nos habla de un Domi- nicus de Colombo tejedor de paños de lana; pero no se sabe de donde.

La segunda, nos habla de un Dominicus de COLUMBO (no Co­lombo) que no es tejedor de paños, sino quesero. El Sr. Altolaguirre no nos dice tampoco de donde es.

La tercera, como dice el Sr. Altolaguirre que figura como en la an­terior en idéntica forma, es de presumir que se trate del mismo que­sero cuya residencia también se ignora.

Ahora bien: COLUMBO en italiano es igual a COLOMBO?

No se arguya que COLUMBO es COLOMBO en latin, puesto que las mismas actas de Génova latinizan el apellido en COLUMBUS.

En cuestión de apellidos la exactitud de la denominación es ei todo, porque de otra manera tanto valdría decir COLON o COLUN, y si de esta manera hubiera firmado el Almirante, seguramente q te ni el Sr. Altolaguirre ni el que esto escribe, ni tantos otros se hubie­ran quemado las pestañas para defender las respectivas teorías.

Por lo tanto, no cabe alegar que si en los documentos, una veces se cita el apellido por COLOMBO y otras por COLUMBO, es error del amanuense y necesario será demostrar la razón de esta irregu­laridad.

Más adelante nos detendremos para demostrar, la variedad que se dá en las actas a este apellido.

En 17 de Enero de 1466, continúa el Sr. Altolaguirre, Dominicus de Columbo, quondam lohannis textor pannorum lañe, habitator lanue in contracta evtra portam Sancti Andree, afianza en Génova, ante el notario Andrés de Cairo, la evicción de una tierra en Villa Quarti, que vendió su primo hermano lohannis de Columbo de Moco­nexi, quondam Luce”.

¡Alto aquí Sr, Altolaguirre!

Por las señas, este lohannis de Columbo de Moconexi, es el mismo de que Vd. nos habla en la primera acta de 21 de Febrero de 1429, padre del Dominicus Colombo, que por cierto Vd. mató en el año 1448, según se desprende de otra acta ya citada, que lleva fecha 20 de Abril de 1448, porque Vd. ya nos había advertido anteriormente que con cita del padre se decía QUONDAM cuando había fallecido, y FI- LLIUS cuando aún se hallaba en el reino de los vivos.

 

Aquí nos hace Vd. a este Iohannis de Columbo de Moconexi, primo hermano de Dominicus y como no es posible que fuera hijo y al pro­pio tiempo primo de su padre, si no lo toma Vd. a mal, eliminaremos esta acta de la probanza.

No sabemos además, como pasó desapercibido para el Sr. Altola­guirre, el quondam de este Iohannis de Moconexi, cuando le hubiera cabido la satisfacción al autor de “Colón y Toscanelli” de averiguar el nombre del bisabuelo de Don Cristóbal.

“Continúa el Sr. Altolaguirre, para decirnos que el primer docu­mento en que aparece en Saona (Savona) tiene fecha 2 de Marzo de 1470, y por él consta, que ante el notario Juan Gallo, tomó a su servi­cio Dominicus de Columbo civis Ianue, QUONDAM IOHANNIS DE QUINTO textor pannorum et tabernarius a Bartolomé Castagnelli”.

Esta acta es todavía más absurda que la anterior. Porque si Do- ■minicus de Cohimbo civis Ianue es QUONDAM IOHANNIS DE QUINTO, no puede ser Dominions de Columbo QUONDAM IOHAN- NIS DE MOCONEXI aunque hubiera residido en Quinto. Porque bien claro lo dice DE QUINTO. Además, que este Dominicus sea car­dador de lana y expendedor de vinos al mismo tiempo ¡vive Dios! que no se compagina, aunque nos lo afirme y jure por todos los santos del cielo el Sr. Altolaguirre.

Por lo tanto, la impugnamos igualmente, porque ya el Sr. Altola­guirre nos ha advertido que Moconexi es, o era, .una villa situada en el valle de Fontanabuona, COLINDANTE CON EL DE BISAGNO EN EL QUE SE HALLA LA VILLA QUINTI, que son dos lugares distintos, bastante apartados y con regimiento propio.

Agrega el Sr. Altolaguirre, que es en extremo interesante el acta extendida en Génova el 22 de Septiembre de 1470 por el notario Ja- cobo Calvi, en la que consta que Dominicus de Columbo quondam Iohannis y Chi-istofifurus eius filius, en presencia y con el consenti­miento de su padre, toman por árbitro de sus diferencias con Jerónimo de Portu, a Juan Agustín de Coano”. La sentencia arbitral — agrega el Sr. Altolaguirre — la dictó Coano el 28 del mismo mes y año, ante el notario Calvi, y por ello condenó a Dominicum de Columbo et Christophorum eius filius, al pago de 3fi liras a Jerónimo de Portu1‘.

Por este documento resulta que Cristóbal Colón, el descubridor de América era todavía menor de edad, puesto que necesita el consenti­miento de su padre para exhibir la responsabilidad civil y siendo así, como menor no sabemos como pudo haber contraído compromisos jun­tamente con su padre, que era él único responsable de las diferencias, probablemente mercantiles, discutidas y confiadas a la sentencia arbi- crah Verdaderamente y por muchas vueltas que hemos dado al asunto, no hemos podido darnos razón del pito que toca aquí Cristóbal, a no ser, que, se trate únicamente de hacer una exhibición de su persona­lidad para fines históricos.

Esto es de necesidad también que se nos explique, porque franca­mente, no vemos claro.

Prosiguiendo el Sr. Altolaguirre la enumeración de estas actas ge- nuíntts, agrega, que tan importante o más que la anterior, es la ex­tendida en Génova el 31 de Octubre de 1470 por el notario Nicolás Raggio, y en la que Crislofforus de Columbo, filius Dominici maior itnnis decemnoven et in presentía auctoritate concilioei consensit dictis Donvinici eius patris presentís et autorizantis, se declara deudor de­una cantidad por resto de una partida de vinos que vendieron por cuenta de Pedro Belexio de Portu.

Entonces Sr. Altolaguirre, este Christofforus no es el que descu­brió la América ni el padre que dá el consentimiento, el padre del Descubridor.

¿Razones?

Vamos a hacer uso de las ya apuntadas en otro lugar con el au­xilio de un escritor contemporáneo, que estudió el acta a fondo.

En efecto: el documento en cuestión nos demuestra que este Cris­tóbal, tenía 19 años en 1470 Ckristophorus de Columbo filius Dominici major annis decevi novevn. Y el Cristóbal que descubrió la América ya navegaba en 1470.

Y                                                                                                                     aún en el caso de admitir que este Cristóbal del acta fuera el descubridor, resultaría que habría nacido como fecha más temprana, el 29 de Octubre de 1451, en lugar de 1436 o 1446 en que todos los crí­ticos convienen.                                                                       ’

Asi pues, naciendo el Descubridor el año 1436 de acuerdo con el cura Bernaldez que nos dice murió en senectude bona a los 70 años de edad o sea en el año 1506, resulta, de acuerdo con la primera acta que Vd. nos ha citado Sr. Altolaguirre y que nos dice, que el 21 de Febrero del año 1429, Dominicis de Colombo tenía diez años, al em­pezar el aprendizaje en casa de Guillermo de Bravante, resulta repeti­mos que Dominicis de Colombo engendró a su hijo Cristóbal a los dion y seis años de edad.

Sabemos por otra parte que Cristóbal Colón entró al servicio de su tío el año 1^59 y por lo tanto no habría empezado a navegar, como él mismo lo dice, a los catorce años, sino a los ocho según el acta que Vd. nos presenta.

Es un hecho innegable por otra parte, que con anterioridad al año 1470 feoha de esta famosa acta, ya Cristóbal Colón en lugar de esitar despachando vinos, había emprendido, comandando en jefe, la expe­dición enviada por orden del rey René contra la Fevnandina que se hallaba en aguas de Túnez.

Vd. mismo nos ha manifestado Sr. Altolaguirre, en su trabajo titu­lado «Llegada de Cristóbal Colón a Portugal” publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo XXI, página 48l, que esa expedición de Cristóbal Colón a Túnez, ocurrió el año 1472 y por lo tanto, de acuerdo con el acta, el Descubridor tenía 21 años, que son pocos años a nuestro juicio para emprender tales hazañas.

En su libro “Colón y Toscanelli” también Vd. nos dice que el com­bate naval sostenido por Colón el Mozo y por este Cristóbal, en las costas de Portugal, contra cuatro galeras gruesas venecianas, no tuvo efecto el año 1485, sino el 1476, puesto que segvin el documento en­contrado por Salvagnini, el texto de las Crónicas de Alfonso de Pa- lencia ecta, así lo acreditan.

El Sr. Beltrán y Rózpide en su libro “CRISTOBAL COLON Y CRISTOFORO COLUMBO» nos dice lo siguiente: “En cuanto a las campañas que Cristóbal Colón pudo hacer a las órdenes o al servicio del corsario francés a quien en los últimos tiempos como se ha dicho.

acompañaba otro corsario llamado Colombo Júnior, Colón el Joven o Colón el Mozo, “hombre muy señalado de su apellido y familia” (1) es decir, del apellido y familia de Cristóbal Colón, preciso es refe­rirlas también a esta época, entre 1472 y 1477, puesto que parece que Colón se estableció en Portugal después del combate naval del Cabo de San Vicente, librado en Agosto de 1476 entre los citados corsarios y los portugueses por una parte, y naves genovesas por otra. En este punto no cabe llegar a deducciones, autorizadas por escritos de nues­tro Almirante, que tal vez no quiso aludir nunca al período de su vida en que sirvió al que “espantaban con su nombre hasta los niños en la cuna”, al orgulloso, al insolente, al perverso Colón de que nos habla. Alonso de Palencia, al “erudelísimo pirata Columbo” citado en las Cartas del Senado veneciano, aquél “Capitán de la armada del rey de Francia”, según frase de Zurita, que pirateó a favor de éste y del rey de Portugal contra Aragón y Castilla y que atacó o intentó aco­metidas contra puertos de Vizcaya y de Galicia en 1474 y 1476”.

Y  según el Sr. Altolaguirre un año antes de andar merodeando por las costas gallegas, el corsario en mar, y en tierra, el vinatero de Génova, en acta que cita de fecha 7 de Agosto de 1473 aparece en Savona consintiendo en la venta que iba a realizar su padre Domingo de una casa que poseía «in civitate Ianue in contrata porta Olivella” o sea de una casa que es lo más curioso que no podía vender porque la había adquirido del Monasterio de San Esteban en enfiteusis. Son tan­tos los contrasentidos, que nos parece increíble que con el solo auxilio de esos documentos, la mayoría de los cuales están argüidos de falsos, se pretenda sostener el genovismo del Descubridor de América.

Y   que el mismo autor se contradice, queda probado diciéndonos que el viaje por cuenta del rey Renato a Túnez, en el que Colón fué tras la galeaza Fernandina, ocurrió o debió ocurrir el año 1472 (Lle­gada de Cristóbal Colón a Portugal, tomo XXI, pág. 481) y sin em­bargo dá por buena el acta en que Dominicus Columbus en unión de su hijo Cristóbal, reconocen en Savona por ante el notario Tomás del Zocco, deber 140 liras a Juan de Signorio, acta que lleva la fecha de 26 de Agosto de 1472.

De este berengenal de contradicciones, sólo el Sr. Altolaguirre po­dría sacarnos.

Para reforzar más la contradicción, citaremos un párrafo de la obra del Sr. Beltrán y Rózpide “Cristóbal Colón y Cristóforo Colum­bo”, pág. 25. Dice así el párrafo aludido: “De todo lo dicho resulta como conclusión, en cuanto al problema capital aquí planteado, que Cristóbal colón sirvió a Renato de Anjou y a los Colones corsarios entre 1471 y 1476. Si en cualquiera de estos años tenía veintiocho de edad, había nacido entre 1443 y 1448. NO PODIA TENER DIEZ Y NUEVE AÑOS EN OCTUBRE DE 1470”. Y continúa así el señor Baltran y Rózpide: “La rotunda afirmación que hace el Almirante de que tenía veintiocho años cuando vino a servir a los reyes de España, no se aviene con las varias opiniones, seeún las que Colón murió entre los sesenta y los setenta años de edad. Por esto se ha

(11 Segün frase de Don Femando Colón, Conviene advertir <jue los colombistas han puesto resuelto empeño en nrgar nue Don Cristóbal fuera de esta familia, para que sobre­salga H í*rror de Don Fernando y sea mas faeil identificar al Descubridor de Amériea con r! Inmcms do Genova,

 

indicado la posibilidad de un error de copista, que escribió veintiocho en lugar de treinta y ocho o cuarenta y ocho. Admitida tal suposi­ción, resultaría que nació Colón entre 1445 y 1448, o entre 1435 y 1438, y si nos atenemos a servicio hecho a los otros, entre 1433 y 1438, o entre 1423 y 1428. Elíjase el año que se quiera, NO PODIA TENER DIEZ Y NUEVE AÑOS EN OCTUBRE DE 1470”.

Queda pues demostrado que el Cristóbal del acta extendida en. Génova el 31 de Octubre de 1470, en la que se dice CHRISTOFFO- RUS DE COLUMBO, FILIUS DOMINICI MAIOR ANNIS DE- CEM NOVEN, no puede ser el mismo que descubrió la América.

El vinatero de Génov:x que rueda en las actas de 1470 – 1472 y 1473 no puede ser ciertamente el corsario y el perseguidor de la ga­leaza Fernandina, porque una cosa es expender vinos tranquilamente en Génova y otra £>ndar a cañonazos con los buques enemigos y pira­tear por el Atlántico y el Cantábrico.

Pasaremos por alto la polémica que el Sr. Altolaguirre sostiene con García de la Riega, a propósito de bien razonadas hipótesis opuestas por el ilustre pontevedrás, a quien debemos rectificación histórica tan importante, y siguiendo el orden establecido para la relación de las actas, llegaremos al 5 de Noviembre de 1476 en que ante el notario de Génova Juan de Benedetti, Dominicus de Columbo, textor pannorum lañe quondam lohannis, habitator Saonae, cede un crédito que tenía contra Nicoli Masglio”.

El 23 de Enero de 1477, y según acta extendida en Savona por el notario Juan Gallo: “Suzana, filia quondam lacobi de Fontanarubea et uxor Dominici de Columbo laneri civis et habitatoris Saona” da consentimiento a este para la venta de la casa sita «in burgo Sancti Stephani indita civitatis Ianua in contracta Sancti Andre”. Dice eT Sr. Altolaguirre que, aunque ya queda demostrado que el Doménico de Columbo, marido de Susana, era el hijo de Juan, conviene hacer constar que esta casa cuya venta autoriza Susana, es en la que vivían en 1466, según se expresa en el acta de 17 de Enero, extendida por el notario Andrés de Cairo, diciendo que Doménico de Columbo era hijo de Juan y que vivía «en contrata extra portam Sancti Andre”.

Por nuestra parte también nosotros hemos advertido que estas casas fueron adquiridas en enfiteusis y que por lo tanto no podían ser enagenadas. Ese documento de 17 de Enero de 1466 que cita el Sr. Altolaguirre, es el mismo que hemos rechazado, porque en él apa­rece Dominicus de Colombo como primo hermano de su padre Iolian- nis de Columbo de Moconexi, quondam Luce, que como también he­mos advertido debió ser el nombre del bisabuelo del Descubridor. Lo que se llama, en ese documento de 17 de Enero de 1466, EVICCIGN, es un despojo que sufre el comprador de la cosa que le fué vendida o seria amenaza de ese mismo despojo, y he aquí otra contradicció/i tremenda, porque de ser cierto que el lohannis de Columbo, de Moco­nexi, despojó c trataba de despojar a Doménico de Colombo de esa casa, siendo adquirida en enfiteusis, no sería ciertamente Doménico de Colombo que entablara la acción civil y hasta criminal, sino el Monasterio da San Esteban que poseía el inmueble como bienes de la

 

Iglesia y que lo cedía a censo irredimible, probablemente para bene­ficiarle con la pensión anual que sujetaba el inmueble.

Aquí vuelve el Sr. Altolaguirre a enfrascarse en una larga dis­cusión con el Sr. La Riega, lo que pasaremos por alto, puesto que nosotros partimos bajo otros puntos de vista.

Volviendo al estudio de los documentos — dice el Sr. Altolaguirre

—  en que aparece Doménico de Colombo, hijo de Juan, o su familia, y siguiendo el orden cronológico, que hemos tenido necesidad de alterar por la relación que entre sí guardan los anteriores, encontramos que en 18 de Mayo de 1477 aparece en Génova Dominicis de Columbo, textor pannorum lañe quondam Iohannis, otorgando un recibo de diez y nueve liras ante el notario Francisco Delfino”.

He aquí la simpleza de un recibo por la miserable suma de 19 liras que necesita también constancia notarial y en la que probable­mente hubo que satisfacer al notario mayor cantidad por sus ho­norarios.

“Después, en 27 de Enero de 1483 aparece también en Génova Domenicus Colombus quondam Iohannis olim textor pannorum civis Ianue, arrendando ante el notario Juan Bosio a Juan Bautista Villa, una parte de la casa que adquirió (no dice que compró) en 18 de Enero de 1455 del Monasterio de San Esteban”.

Más tarde, o sea en 25 de Agosto de 1487 aparece en Génova, siendo testigo en un acta, extendida por el notario Juan de Benedetti ■‘Iacobo de Columbo, textore pannorum lañe en Ianua, Dominici”.

Aquí el Sr. Altolaguirre no concreta quien sea este IACOBO; pero recurriendo a Staglieno que fué quien halló el documento, obser­vamos que dice lo siguiente: “Giacomo de Columba, tessitore di panni di lana in Genova, figlio de Doménico, e testimonio ad un atto cele- brato fouri porta di Sant’Andrea in carrubeo recto» y en esto hay otra gran contrariedad, porque según Casoni, autor de los ANALES DE GENOVA, este Giacomo, hijo de Doménico, si fuese verdadera­mente el hermano de Cristóbal Colón, no podía estar en Italia, ni ser testigo en el citado acto notarial, porque en el año 1485 ya había abandonado Génova en compañía del Descubridor. Existe además otra contradicción y es que, según Koselly de Lorgues, que cita otro acto, nos dice que entró como aprendiz en Savona en 1484 y a lis diez y siete años de edad en casa de un tejedor, y en este caso, el Giacomo ya había regresado a Génova cuando menos en el año 1437 para establecerse con su padre y por lo tanto fué testigo a los 13 años de edad no cumplidos y por otra parte, sabemos que para ser testigo en un contrato civil, se necesitaban cuando menos veintiún anos.

Como muy bien dice Peretti, resulta que este Giacomo en vez de traernos un rayo de luz, embrolla más la cuestión y hace menos que imposible la identificación de Doménico de Columbo, padre de Giaco­mo de Columbo, con el Doménico de Columbo, padre del Descubridor.

Sigamos con las actas.

“En 23 de Agosto de 1490, Domenicis Colwmbus, textor pannoruyyi lañe quondam Iohannis, da recibo a Juan Bautista Villa ante el no­tario Juan Bautista Parissola de la cantidad que le debía por el arrendamiento de la casa sita lanua in burgo Sancti Stephani in contrata porte Sancti Andre».

Hemos de advertir al Sr. Altolaguirre, que para ser válido según sus apreciaciones un documento de esta índole, se necesita saber dónde fué extendido y como no nos dice si fué en Génova, Savona n otro lugar de Génova o Italia, necesitamos la aclaración para recono­cer validez al acto. Además ignoramos que Staglieno a quien per­tenece el hallazgo de este documento, precise que el alquiler sea de la casa sita “in burgo Sancti Stephani”, puesto que en la pág. 73 de sil Op. sólo dice lo siguiente: 1490-23 de Agosto. — Doménico Colombo tessitore di panni in lana del quondam Giovanni, fa quitanza a Gio van Battista de Villa, calzolaio, di mi resto di fitto e di altro per interessi che ave ano fra di loro.—In atti del notara Giovan Battistu. Parrisola.

Ahora bien: si el Sr. Altolaguirre ha compulsado personalmente el documento, hágase de cuenta que nada hemos dicho.

Sigamos con las actas.

“De nuevo aparece en Génova — dice el Sr. Altolaguirre — el 15 de Noviembre de 1491 Domingo Columbo, te.vtorc pannorum lañe quov- dam lohannis, en un acta notarial, siendo testigo de la vunta de unas tirras, y en 30 de Septiembre de 1494, Dominico de Columbo olim tes- tore pannorum lañe quondam lohannis, testifica ante el notario Juan Bautista Parissola, en el testamento otorgado por Catalina Ve::- nazza”.

Aunque el Sr. Altolaguirre nos dice QUE DE NUEVO APARE­CE EN GENOVA EL DOMINGO COLUMBO, observamos que los documentos transcritos no citan el lugar. Valga, pues, si se trata de omisión.

El Sr. Altolaguirre dice que “este es el último documento que co­noce, en que actúa Domingo de Colombo, hijo de Juan Colombo de Moconexi y padre de Cristóbal, Bartolomé y Jacobo de Colombo”,

Esta afirmación del Sr. Altolaguirre de que DOMINGO DE CO­LOMBO, HIJO DE JUAN COLOMBO DE MOCONEXI ES PADRE DE CRISTOBAL, BARTOLOME Y JACOBO DE COLOMBO es por demás aventurada, porque el Sr. Altolaguirre no cuenta entre los do­cumentos indiscutibles la sospechosa acta de 21 de Julio de 1489 que es el único documento en que se cita a los tres hermanos Cristóbal, Bartolomé y Diego o Jacobo. .

El Sr. Altolaguirre sólo cita el documento para sostener la polémica con La Riega. Díganos pues el Sr. Altolaguirre: ¿Este documento es a su juicio auténtico?

Porque es efectivamente en este documento (¡ue lleva fecha 21 de Julio de 1489 donde el Sr. La Riega ha advertido el enredo de la ‘•fi­sión hecha por Doménico Colón a su yerno Jacobo Bavarelto, de un inmueble que había vendido el año 1477. En vano el Sr. Altolaguirre se escuda con el Sr. Harrisse para salir del lío; porque el Sr. Harrisíe nada dice que pueda tomarse en serio, porque siendo sólo presunciones, no tienen valor probatorio, por muy Harrisse que haya sido el Sr. Harrisse y por muy Altolaguirre que sea el Sr. Altolaguirre. Cuan­do en acta notarial se da consentimiento para la venta de una finca, es que la operación está ya cerrada, porque sería ridículo que se ex­tendiera acta notarial ante una sola probabilidad de venta. Pero ya nosotros hemos advertido que todo eso es una pura fábula y que i>o tan sólo Doménico no pudo vender el inmueble, porque estaba sujeto a enfiteusis, sino que tampoco se necesitaba el consentimiento de Su­sana y menos la representación para los hijos de Doménico en seme­jante acto.

Para destruir pues la validez de ese famoso documento, será nece­sario hacer historia de lo que significa el censo enfiteutico. Probán­dolo, la nulidad de la prueba quedará evidenciada y reconocida la mala fé de los excesivamente apasionados en demostrar la validez de unas actas apócrifas, con el auxilio de otras, quizás genuínas, que sólo tie­nen de notables la circunstancia de que se mencionen nombres pro­pios que concuerdan con algunos de la familia del Almirante.

Copiemos nuevamente lo que el Sr. Altolaguirre nos dice sobre Iu propiedad objeto dti litigio:

“En 18 de Enero de 1455, el Monasterio de San Esteban CEDE A ENFITEUSI5 a Doménico Columbo, textori pannornir Jane, un te­rreno “in b’Tgo Sancti Stephani” sobre el que estaba edificada una casa que lindaba e^ta

Esta forma de cesión que ya se encuentra regularizada en la legis­lación romana y extendida por sspacio de mucho tiempo en Italia, es sencillamente un censo enfitéutico, por lo que el censualista, o sea aquí el Monasterio de San Esteban, se reserva el derecho de retener el dominio directo de la cosa censida y exigir y percibir anualmente las pensiones, caso de que el enfiteuta o sea el Doménico de Columbo dejara de pagarlas durante tres años, y dos, si era como en el presente el inmueble y tierra, propiedad de la Iglesia, caía en comiso la cosa, pudiendo apoderarse de elia el dueño directo sin necesidad de inter­vención judicial, conforme a las antiguas leyes romanas.

Por otra parte, no es lícito al deudor hacer una novación sin cono­cimiento y participación del acreedor, y un censo enfitéutico se ex­tinguía por dejar el enfiteuta de abonar el cánon durante tres años, o dos si como hemos dicho, la propiedad pertenecía a la Iglesia, y por enajenarse la finca contraviniendo las condiciones del contrato, y tam­bién al terminarse el tiempo por que se constituyó o por sufrir la cosa tal menoscabo, que se redujera a menos de la octava parte de s-.i primitivo valor.

Para mayor claridad, añadiremos que esta clase de censos, san como los llamados foros en Galicia, que se constituyen por una o más vidas o una o más generaciones, y terminadas éstas, vuelve al dueño directo, el dominio útil que concedió.

Después de esta ligera explicación, díganos el que leyere, si Do- minici de Columbo podía vender la finca en cuestión según lo advierte el documento fecha 23 de Enero de 1477 citado por el Sr. Altolaguirre; si se necesitaba para. Oa venta la autorización de Susana y la repre­sentación de los hijos de Doménico, y si se pudo ceder LA PROPIE­DAD DE LA CASA a Bavarello con la condicional de volver a ser propiedad de Domingo el inmueble, si en el término de do-s años no satisfacía Bavarello la suma de doscientas cincuenta libras en que había sido apreciada la propiedad, y si esa propiedad pudo ser causa del litigio que nos habla el Sr. Altolaguirre, sostenido por Bavarello contra Doménico Colombo y sus hijos, que al fin perdieron la propiedad o fueron desposeídos de la casa en cuestión, que viene a ser la misma cosa.

Pero lo curioso de todo esto, es que el Sr. Altolaguirre afirma muy seriamente en un período de la disertación contra los argumentos de La Riega, QUE EL DOMINGO COLOMBO ADQUIRIO (NO AL­QUILO) del Convento de San Esteban, la casa ecta, observación que saca a cuento aludiendo a que La Riega, dice refiriéndose a la familia de los Colones de España, que traslada a Génova que, ALQUILA UNA CASA PROPIEDAD DEL CONVENTO DE SAN ESTEBAN EN LA VIA MULCENTO lo que si no muy expresivo, expresa bas­tante más que la afirmación de compra de Altolaguirre.

El Sr. Altolaguirre, cita otras actas para reconstituir la familia de Antonio, hermano de Domingo, que lo hace figurar en acta fecha 4 de Junio de 1160 colocándose de aprendiz con Antonio de Planis, sastre, a un hijo suyo llamado Juan y en está y en sucesivas actas que no copiaremos para no haeer interminable la refutación, descubre otro hijo de Antonio llamado Benedictus, otro Tomás, otro Matheus y otro Amigetus, Después de citado todo lo que antecede, añade el se­ñor Altolaguirre; “Ya hemos dicho que con objeto de que las con­clusiones que se deduzcan del examen de las actas notariales no pue­dan ser impugnadas, alegando dudas acerca de la autenticidad de los documentos, hemos eliminado de nuestro estudio, todos aquellos cuyos originales no pueden ser compulsados; los que en extracto hemos men­cionado, tienen en buena crítica histórica que causar fé, a menos que mediante un estudio serio y técnico se pruebe su falsedad.

Por ahí debió haber comenzado el Sr. Altolaguirre. Primero era lógico que se hiciera ese estudio que no se ha hecho, porque si bien es cierto que Harrisse hurgó en la documentación, por muy severo que haya sido en la compulsa, imbuido por los prejuicios de la nacio­nalidad italiana, su atención fué más histórica que paleográfica y si históricamente, pudo advertir tremendas falsedades ¿qué no sería y resultaría de un concienzudo examen diplomático?

Analice si está capacitado para ello el Sr. Altolaguirre, el estilo del latín de los documentos y los modismos empleados y entonces en uso. Vea la causa porque en unos documentos se da al apellido CO­LOMBO el de COLUMBO que ya hemos dicho que no es la interpre­tación latina que en los documentos también se expersa por CO- LUMBUS.

Diga si era posible que en el siglo xv se diera en Génova distintas interpretaciones latinas a un mismo apellido como son COLUMBOS, CVLUMBIS, COLUMBIS, COLUMBES, COLUMBI, ecta, siendo la lengua oficial en lo jurídico, ese latín en que tanto los notarios como los amanuenses conocían con bastante propiedad, aun cuando sólo fuera por el uso que hacían entonces de esta lengua muerta. En cuanto al nombre propio Domingo, unas veces lo vemos escrito DOMINICO, otras DOMINICI, otras DOMINICIS, otras DOMENLCI, otras DOMI- NICUS, otras DOMENICO, otras DOMINICUM, otras DOMENICOS eeta. Aquí quisiéramos ver a Oviedo y Arce que se fijaba en la tilde de la t, como argumento suficiente para rechazar y declarar apócrifo un documento!

 

¡ Qué diría también el Sr. Altolaguirre, si en los documentos de Pontevedra se leyera unas veces COLON, otras CULUN, otros CO- LUNO, otras COLUNAS y otras COLINAS?

¡Vale más no pensarlo!

Por menos, por mucho menos que eso, llamó Oviedo y Arce a La Riega arrivista, intruso, logrero y otras lindezas por el estilo. Porque en un documento de los de Pontevedra vio Oviedo y Arce un nombre o monograma que no concordaba con su opinión, dijo que había sido ánima vil de las manipidaciones del invencionero La Riega. Porque en otra parte La Riega interpretó A“ por Antonio, lo puso como no digan dueñas… y así por el estilo en los demás pasajes de su informe a la Real Academia Gallega.

¿Qué no podríamos decir nosotros en justa correspondencia anlfí esas discordancias gramaticales de los documentos italianos V

El Sr. Altolaguirre en su trabajo recusa el documento o r.cta que lleva fecha 21 de Julio de 1489 donde figuran juntamente con Domin­go supuesto padre del Almirante, sus hijos Cristóbal, Bartolomé y Ja- cobo, puesto que dice: “el documento que cita Harrisse en el apéndice al tomo II, pág. 443 de su obra Qkrostoforo Colombo (se refiere al acta de fecha 17 de Noviembre de 1491) pertenece a aquellos que, por no parecer los originales, no tenemos nosotros en cuenta; pero al sólo efecto de las obsej’vaciones del Sr. La Riega, hacemos presente que el documento de 21 de Julio de 1489 {que es donde como ya hemos dieho figuran en valioso consorcio Domingo, padre y Cristóbal, Bartolomé y Jacobo) está otorgado en Génova ecta

Restando pues este documento de todos los copiados en extracto par el Sr. Altolaguirre ¿qué queda de la prueba documental?

Pues queda lo siguiente, analizado en globo:

Que un individuo llamado Doménico Colombo o Columbo que lo mismo reside en Génova que en Savona, que unas veces es tejedor de paños de lana, otras tabernero y otras quesero, tiene dos hijos— y esto en un documento sospechosísimo—que se llaman Cristóbal y Juan Pelegrino.

Que la mujer de ese tejedor, vinatero o quesero, puesto que a eier.cia cierta no sabemos lo que era, so pena que lo fuera todo junto, teñí?, una mujer que se llamaba Susana de Fontanarubea, que prestaba con­sentimientos para vender propiedades que no eran tales propiedades de Domingo Colombo.

Que ese Domingo Colombo tuvo un padre que se llamó lohannis de Columbo de Moconexi, que no sabemos por que artes mefistofélicas, se convierte más tarde en primo hermano de Domingo.

Que este padre o primo hermano de Domingo, dice el Sr. Altola­guirre que estaba establecido en Génova euando lo cierto es que vivía en Villa Quinti.

Que Domingo Colombo se dedicaba a adquirir propiedades a censo enfitéutico para enajenarlas después como si fueran verdaderas pro­piedades que gravasen la dote de su mujer, la cual es cómplice er. estos manejos de Domingo.

Que el Domingo también tenía una hermana que se llamaba Battis­tina y otro hermano llamado Antonio, que a su vez tuvo cinco hijos no se sabe de qué madre, que se llamaban Juan, Benedictus, Tomás, Matheus y Amigetus,

Y  estrechando el analismo, resulta:

Que tanto Domingo, Antonio, como Battistina, vivían en 1448 en Villa Quinti, lo que acredita que este Domingo, este Antonio y esta Battistina, eran otros Colombos o Columbos, puesto que el Sr. Altola­guirre ya nos ha advertido que el Domingo Colombo estaba estable­cido en Génova en el año 1439. Se demuestra además que el Domingo colocado de aprendiz por su padre en casa de Guillermo de Bravante, era otro Domingo aprendiz, lo que verdaderamente nada tendría de extraño, porque tanto Génova como sus burgos era un país de teje­dores. Es decir, que el aprendiz de Bravante, puede ser muy bien el Domingo hermano de Antonio y Battistina; parientes que nunca nom­bró el Descubridor, ni sus hermanos ni sus hijos. Este Domingo apren­diz pudo ser muy bien maestro más tarde en Quinto, que era donde residían sus hermanos Antonio y Battistina y donde había vivido su padre Juan de Columbo, natural de Moconexi.

Y   que lo que advertimos es cierto, lo demuestra que según dice el Sr. Altolaguirre “en 4 de Junio de 1460, en la ciudad de Génova y ante -el notario Juan Valdettaro, es testigo y fiador Dominicus de Colina­bo, fruter Antonius de Calumbo, habitator Villa Quinti, protestad?. Bisamnis quondam Iohannis, en el compromiso contraído por Antonio para colocar a su hijo de aprendiz en casa del sastre Antonio de Planis”.

Aquí le curioso es que este aprendiz de sastre se coloque en casa de un extraño, pudiendo hacer su aprendizaje de textore que era más honorable, en la de su tío Domingo, residente en Génova. Pero de­jando a un lado esta nimiedad, vemos aquí otra vez a Domingo y Antonio unidos y residentes en Villa Quinti, lo que a nuestro juicio determina claramente que este Domingo de Villa Quinti, no podía ser «1 Domingo tejedor de paños establecido en Génova. Obsérvese ade­más, que en esta acta nada se dice de su profesión.

En acta de fecha 5 de Julio de 1464, aparece en escena un Do­minicus de Columbo quondam Iohannis como quesero que también hace acto de presencia en otra acta extendida en Génova el 14 de Septiembre de 1465 en una sentencia arbitral.

Fíjense nuestros lectores que aquí se nota una particularidad ver­daderamente extraña: se llama este Domingo en el acta, DOMINI- CUS COLUMBO, al igual que en la de fecha 4 de Junio de 1460 en la que aparece juntamente con su hermano Antonio.

En las actas propiamente de Génova, el Domingo de esta ciudad se llama siempre DOMINICI si no estamos equivocados en nuestras apreciaciones, lo que denotaría que los nombres propios tomaban di­ferente denominación según los lugares que habitaban.

Concretando más, diremos que:

Tenemos la pretensión, que el Dominicus que se cita en las actas del 2 de Marzo de 1470 y 31 de Octubre del mismo año, es el Domini­cus de Quinto, porque en ambas aparece como tabernero, 4o mismo que su hijo Cristóbal, ya que en el último de estos documentos es donde se hace la aclaración que Cristóbal de Colombo es mayor de diez y nueve años. Sólo así se concibe un Domingo tejedor de paños de lana y un Domingo, quesero, que puede ser muy bien tabernero.

Y                                                                                            sólo así también se concibe que el hijo de ese tabernero, fuera tam­bién tratante en vinos.                                                                             ‘

Y   que en parte el Sr. Altelaguirre está conforme con nuestro modo de pensar, lo demuestra el que diga en su trabajo: “no puede ofrecer duda que el Domir.go Columbo, comerciante en vinos y padre del Cristóbal Columbo que aparece en el acta de 31 de Octubre de 1470, últimamente citada, es el mismo Domingo Colombo, hijo del Juan Colombo habitante en villa Quinti, que figura en la primera ds todas las actas citadas.

¡Ya vé el Sr. Altolaguirre como podemos convenir en algo!

Resulta también del examen de las actas, que en Génova existió un Dominici de Columbo casado con Susana Fontanarubea que tu­vieron dos hijos, uno llamado Cristóbal y otro Juan Pelegrino, fami­lia que residía en Savona el año 1473.

Reasumiendo para evitar mayores confusiones:

Hasta ahora, según las actas, aparecen dos familias:

Una: Compuesta por los hermanos Domingo, Antonio y Battistina, El primero, tratante en vinos, casado y con un hijo llamado Cristó­bal, que también negociaba en vinos; y

Otra: Compuesta de Domingo, su mujer Susana y dos hijos lla­mados Cristóbal y Juan Pelegrino.

Alega el Sr. Altolaguirre que en las actas notariales de Savona, no puede aparecer el padre de Domingo. ¿Por qué? No nos lo dice el Sr. Altolaguirre.

Y   si lo apuntado no fuera bastante, copiemos nuevamente a Alto­laguirre qne nos dice má.3 adelante: “Domingo Colombo de Moconexi tuvo una hermana, Battistina y un hermano llamado Antonio, el cual aparece en Génova el 4 de Junio de 1460 colocando de aprendiz, con Antonio de Plañís, sastre, a un hijo suyo llamado Juan, el cual acta extendida por el notario Juan Valdettaro, no deja lugar a duda res­pecto al ‘parentesco: Antonins de Calumbo kabitator Villa Quinti pro- testacie Bixamnis quondam lohannis. Iohnannctus films dicti Antonii de Calumbo atatis annorum quatordecim vel circa y figura como tes­tigo Dominicas de Columbo frater dicti Antonii.

¡Completamente de acuerdo, Sr. Altolaguirre!

El nombre propio Juan es en todas partes demasiado común para que pueda alarmarnos que lo llevan dos individuos; lo mismo que el de Domingo, aunque se distingan por DOMINÍCE y DOMINI- CUS. Y para aseverar cuanto exponemos, apoyándonos en el tes­timonio de Harrisse, podemos advertir al Sr. Altolaguirre que había COLOMBOS en Genova e igualmente que en Savona ■— en Quarto — en Quinto; en Moconexi, en Bordighiera, en Albaro, .en Sampierda- rena, en Oneglia, en Rapallo, en Bargaglio, en Sorri, en Pareto, en Sassello, en Sestri, en Chiavari, en Stu^rla, en Rivarolo, en Lercha, en Cogoleto, en Segno, en San Remo, ecta, ecta. ¡Eche Vd. Colombos en Italia!

De ahí se explica que se dé a Doménico Colombo tal suerte de nombres diferentes y de títulos más o menos contradictorios, y se le haga viajar de Quarto a Quinto, de Quinto a Génova, de Génova a

Savona y de Sayona otra vez a Génova. Por eso es que unas veces se presenta a ese_ Domingo Colombo cargado de deudas y vendiendo propiedades, y otras rico y adquiriendo nuevas tierra e inmuebles.

Y si sólo en el siglo xv cita Harrisse 124 individuos de ese apellido en el Genovesado, como muy bien dice e¡l Sr. Beltrán y Rózpide, sobra donde elegir parientes y linajes, pues los había de todas las posicio­nes. Con el apellido COLOMBO había nautas y aún algún pirata como Vicenzo Colombo a quien ahorcaron en Génova el 18 de Diciem­bre de 1492. En la larga lista de Colombos citados, aparecen 12 Bar­tolomés y 6 Giacomos o Diegos y no se diga nada de los Domingos y Juanes.

¿Qué ha de merecer más crédito para el historiador? ¿Unas acta¿ notariales desperdigadas y argüidas la mayoría de falsas, o los testi­monios históricos?

Sin vacilar responderemos en nombre del Sr. Altolaguirre que per­tenece a la Academia de la Historia, en la siguiente forma: ¡Los tes­timonios históricos!

¿Y qué nos dicen los testimonios históricos?

Vamos a citar solamente uno, que a nuestro entender basta y so­bra para negar la personalidad del artesano genovés que tan inútil­mente ha tratado «1 Sr. Altolaguirre de identificar como el del Des­cubridor del Nuevo Mundo.

En el Libro de las Profecías que se conserva en la Biblioteca Co­lombina, dice en sus comienzos el propio Colón: “Muy altos Reyes: De muy pequeña edad entré en La mar navegando, e lo he continuado fasta hoy. La mesma arte inclina a quien le prosigue a desear de saber los secretos deste mundo. Ya pasan de cuarenta años que yo voy en este uso. Todo lo que fasta hoy se navega, todo lo he andado”.

Este Cristóbal Colón que empezó muy niño a navegar y que con­fiesa que la misma afición aventurera inclina a conocer los secretos del mundo; que afirma,ha navegado por todos los mares conocidos y que tiene un pasado de cuarenta años de navegación, ¿puede ser el vinatero de Quinto o el cardador genovés de que nos hablan los do­cumentos italianos?

Francamente, la contestación que asoma a los labios, después de haber oído por boca del Almirante esta genuina confesión, es la de un ¡NO! breve y rotundo.

Pero entre los testimonios que cita el Sr. Altolaguirre, todavía hay otro más sorprendente. «Expuesto queda — dice — que Antonio de Colombo, hermano de Domingo de Colombo, tuvo cinco hijos, uno de ellos, Juan, que probablemente tendría por segundo nombre el de Antonio, por ser el de su padre, ya que el primero era el de su abuelo, los cuales Mateo y Amigesto se reúnen en Génova el 11 de Octubre de H96, y ante el notario Juan Bautista Peloso convinieron que Juan viniese a España en busca de Cristophoro de Columbo, a-rmiratum regis Ispanie, siendo costeados los gastos por los tres hermanos on partes iguales; el objeto del viaje era reclamar del Almirante el pago de un crédito que contra él tenían, heredado sin duda de su padre, una vez que los tres tienen a él igual derecho, y acuerdan que si dicho Juan “recuperaba aliquam pecunie» la cantidad recuperada debía partirla por igual con sus hermanos Mateo y Amigesto».

 

Dice el Sr. Altolaguirre que la importancia de este documento es extraordinaria, puesto que identifica al Cristóbal Colón de Italia y el de España. «Cristophoro de Calumbo, armiratum regia Hispanie», le llaman sus primos hermanos, hijos de Antonio de Colombo, hermano de Domingo, padre d^ Cristóbal, Bartolomé y Diego; es de todo punto inverosímil suponer que todo fueran coincidencias, y que el Cristóbal Colón de España, a pesar de todo lo expuesto, no tuviera relación alguna de parentesco con los de Colombo de Génova”.

Es indudable que leyendo al Sr. Altolaguirre, el que no esté ente­rado de ciertas particularidades, se traga la píldora y conviene que el ilustre académico tiene razón; pero los que estamos mejor infor­mados, sabemos que este documento es apócrifo y en ello también con­viene Don José María Asensio, Director que fué de la Real Academia Sevillana y Correspondiente de la de la Historia, al que no podrá re­cusar el Sr. Altolaguirre, porque este notabilísimo escritor ha sido uno de los mejor informados y documentados de cuantos se han jcu- pado de asuntos colonianos.

Pertenece este documento al protocolo del notario G. B. Piloso; son de los de la búsqueda de Staglieno y fué publicado en el Giornale Ligurtino, año XIV de su publicación y página 241.

Pues bien; este documento tiene fecha 30 de Octubre ce 1476 j MIL CUATROCIENTOS SETENTA Y SEIS! obsérvenlo bien nuestros lectores; cuando según convienen todos los historiadores, Colón aún no había entrado en España, ni se conocía su proyecto, ni se habían descubierto las Indias, ni se había confeccionado la historia apócrifa de la nacionalidad genovesa del Almirante.

Imposible es que este detalle y la invalidez del documento no fuera conocida por el Sr. Altolaguirre; pero queremos suponerlo, porque de otra manera, nuestra crítica dejaría de ser crítica para convertir­se en apostrofe, toda vez que sería inaudito que un español, que com­bate a otro español para negar la patria española del Almirante y adoptar la genovesa, no merecería llamarse tal, ni que se le guarda­ran por lo tanto los respetos que merece un escritor verídico, y que nos dice pocas líneas antes de citarnos este despropósito, que sólo se atiene a los datos que arrojan las actas notariales, que anterior­mente ha dicho ya, que no sean recusables por ningún motivo.

Y   después de todo esto, aún pregunta el Sr, Altolaguirre, proba­blemente con sonrisa marrullera, que no pudo estereotiparse en el pa­pel: ¿Se realizó el viaje de Juan de Colombo a España?

Y   el mismo se contesta de esta manera:

No existen prueban de que el viaje se efectuara, pero sí evidentes indicios de que se llevó a efecto.           .

Y  pondríamos en un verdadero aprieto al Sr, Altolaguirre, si le di­jéramos:

¡Explíquenos esos indicios!

Y  aún en -el caso que ese documento fuera genuino ¿podría expli­carnos qué valor jurídico tiene, no expresando la cantidad que Juan había de percibir del Almirante? Porque si ese documento se exten­día en forma de acta notarial, era precisamente para amparar a los otros dos hermanos, caso que el Juan no hiciese la partición legal, Y no especificándolo ¿para qué la intervención del notario? Aquí sí que pega bien aquel adagio tan en aso en nuestro refraneo: ¡Para ese viaje no se necesitaban alforjas!

Pasamos por alto la pretensión a la sucesión en los títulos del Al­mirante por Baltasar Colombo de Cucaro, una vez extinguida la des­cendencia masculina de Colón y que el Sr. Altolaguirre dice que cita sólo a título de indicio, pues a nuestro entender y de acuerdo con el tribunal que intervino en el pleito, no vale la pena ni de mencionarlo.

Con referencia a que el 30 de Mayo de 1498 emprendió Cristóbal Colón su tercer viaje de descubrimientos y que uno de los seis navios era mandado por Juan Antonio Colombo, del que dice Las Casas que “era genovés, deudo del Almirante, hombre muy capaz y pudiente, y de autoridad y con quien yo tuve frecuente conversación”, hemos de advertir al Sr. Altolaguirre que aún cuando nos diga que es conocida la justificada autoridad que tienen las afirmaciones del P. Las Casas, nosotros opinamos muy contrariamente, porque si el padre Las Casas no pudo decirnos de una manera terminante de qué punto era Cris­tóbal Colón, mal podría hacer tal afirmación, de la de aquel pariente, que el padre Gorricio llamó — como el mismo Altolaguirre lo dice — Juan Antonio Colón, y Gorricio que como depositario de sus papeies más importantes y personaje de la mayor confianza del Almirante, nos merece más crédito que el P. Las Casa;s, que a pesar de la justifi­cada autoridad que el Sr. Altolaguirre le reconoce, ha afirmado mons­truosidades y disparates tan grandes, hablando de la Isla Española, como aquel que “todos los ríos que vienen de u$a sierra, que son VEINTE O VEINTICa-NCO MIL, son riquísimos en oro” y aquello otro ‘‘que la justicia Di,tina destruyó la ciudad de Guatemala con tres diluvios: uno de aqua, otro de tierra y otro de piedras MAS GRUE­SAS QUE DIEZ Y VEINTE BUEYES”. ¡Ya vé el Sr. Altolaguirre como no podemos tomar en serio una afirmación del P. Las Casas, por muy seriamente que nos la represente.

Ahora bien: a ese Juan Colón o Juan Antonio Colón que en la última voluntad de Don Diego, pide se entregue cien castellanos ae oro, todas las señas coinciden con el Juan Colón de los documentos pontevedreses, que por su relativa buena posición, contribuye a la ree­dificación de la iglesia de Santa María la Mayor y dona en compañía de Juan Neto, una capilla a la misma iglesia.

Vamos con el último alegato del Sr. Altolaguirre:

“En 28 de Marzo de 1479, Domingo Colombo y su hijo Cristóbal (los vinateros) fueron condenados por sentencia arbitral, según que­da ya expuesto, a satisfacer 35 liras a Jerónimo del Puerto (léase de Portu) : este pago no consta que llegara a efectuarse”.

¡Esta sí que es buena!

Condenan por medio de un árbitro a que aquellos Colombos pa­guen 35 lirsa y no se pagan. Entonces ¿para qué son las sentencias?

Si por un.* miserable suma de 35 liras se extiende acta notarial y se recurre al auxilio del árbitro ¿es solamente para reconocer la deuda? ¡Buenas leyes! y ¡buena estaría la justicia que toleraba tales contrasentidos 1

Pero continuemos la relación del Sr. Altolaguirre, para saber a donde vá a parar con sus presunciones:

“El 19 de Mayo de 1506 — agrega — poco antes de morir, otorgó el Almirante testamento en Valladolid (no lo otorgó, le dió,validez) agregando a él una relación, escrita de su puño y letra: “de ciertas personas a quien yo quiero que se den de mis bienes lo contenido en este memorial, sin que se le quite cosa alguna de ello” Másele de dar en tal /orina que no se sepa quien se las manda dar. Las deudas que por esta nota se mandan satisfacer — continúa el Sr. Altolaguirre — parecen ser anteriores a las capitulaciones de Santa Fé; la cláusula mandando que se guardase secreto demuestra el deseo de Don Cris­tóbal de que no se llegara a identificar al aventurero que contrajo las deudas con el Virey y Almirante de las Indias occidentales”. “La rela­ción se encabeza diciendo: Primeramente, a los herederos de Geró­nimo del Puerto, padre de Benito del Puerto, Chanceller en Gén. veinte ducados o su valor”[3] “Como se vé, se trata del pago de una deuda, puesto que no se deja como legado a Benito del Puerto, sino a los herederos de su padre, Jerónimo del Puerto, que es el mismo a quien Domingo de Colombo y su hijo Cristóbal (los vinateros) que la- ron obligados por la sentencia arbitral de 28 de Marzo de 1470, a sh- tisfacer las 35 liras, cantidad igual o aproximada a los veinte du­cados”.

Primeramente Sr. Altolaguirre, eso de que 35 liras es igual o apro­ximado a veinte ducados es un cálculo que lo acredita a Vd. como aritmético. Porque si la lira era y es un aproximado de la peseta, lis 35 liras vendrían a ser unos siete pesos y si el ‘ducado era un apro­ximado de siete pesetas, los veinte ducados, serían ciento cuarenta pe­setas o lo que es lo mismo: unos veintiocho pesos que contra siete pesos de las treinta y cinco liras, se nos ocurre que no es igual ni tam­poco aproximado.

Ahora bien: Dice Vd. “que como se vé, se trata del pago de una deuda, puesto que no se deja como legado a Benito del Puerto, sino a los herederos de su padre, Jerónimo del Puerto”. Y preguntamos nosotros: ¿Si Jerónimo del Puerto, era padre de Benito del_ Puerto, quién era el heredero? Porque nosotros, creemos debe ser el hijo de su padre. Hasta ahora no se conocía otra regla para la, herencia de los padres, que sus propios hijos; pero el Sr. Altolaguirre debe poseer el secreto de otra jurisprudencia que no ha querido revelarnos.

Pero en todo esto aún hay otro desconcierto y es que, si efectiva­mente, aquella cantidad era adeudada, ¿cómo diablos iban a saber los herederos que aquella cantidad que recibían sin saber de quién, puesto que el Almirante exigía “que se diese en tal forma que no se sepa quien se las manda dar”, correspondía a las 35 liras del crédito de Jerónimo del Puerto?

Pero aún hay más: Por la relación de esas mandas que Colón or­dena en su testamento, se saca en consecuencia que provenían de prés­tamos que se ‘le hicieron en Lisboa en sus más difíciles tiempos: pres­tamistas y judíos que le facilitaron algunas cantidades y que para descargo de su ánima, en los tristes días, víspera de su fallecimiento, quiere reintegrar como buen cristiano.

Al hablar de Jerónimo del Puerto y del chanceller en Génova, Be­nito del Puerto, habla seguramente de españoles y de un cargo oficial que un español tenía en Génova. Y lo curioso del caso, es que no denomina ese cargo de canciller en italiano, sino ¡en gallego! porque chanceller en galáieo, antiguamente, era “guarda sellos” y este guar­dasellos no podía ser otro que un funcionario español. (1)

Esta es toda la labor del Sr. Altolaguirre, que con tan débiles argu­mentos y tan falsas apreciaciones y con el auxilio de actas apócrifas unas, copias sin valor otras y faltas de sentido común todas, trata de demostrar la oriundez genovesa del Almirante, contra la opinión de los más ilustres historiadores, incluso el Sr. Harrisse, que han reco­nocido noblemente, que esos testimonios nada acreditan, ni tienen fuer­za probatoria alguna.

 

CAPITULO XV

APOSTOLES Y PRINCIPALES SOSTENEDORES DE LA TESIS “COLON ESPAÑOL”

GRATITUD DEL AUTOR

ACLARACIONES IMPORTANTES

No cumpliríamos un deber de estricta justicia, si al terminar esta obra, no hiciéramos una relación de aquellas personas que más se significaron y distinguieron en la gran vindicación histórica que ha servido de tema a nuestro libro.

Difícil, por no decir imposible, sería citar a todas, porque ya son legión las que se ocupan en periódicos y revistas, en propagar la verdad con extraordinario entusiasmo.

Entre los notables propagadores que dejamos de citar, figuran nombres ilustres; pero también modestos escritores, unos y otros dig­nos de alabanza. Algunos, son para nosotros conocidos; pero desco­nocemos íos escritos de otros. Citar pues, a aquéllos, para dejar en el olvido a éstos, francamente, no nos parece justo.

Limitaremos por lo tanto la relación, a los que en libros, folletos y conferencias, sirvieron de precursores a este gran movimiento pa­triótico.

De acuerdo con la relación bibliográfica que tenemos a la vista, corresponde el puesto de honor a Doña Eva Canel, que en el año 1907

—  nueve después de la famosa conferencia de La Riega en la Sociedad Geográfica de Madrid — publicó en Buenos Aires, y en su propio ta­ller tipográfico, la conferencia publicada en Corrientes (Rep. Argen­tina) siendo por lo tanto su voz, la primera que vibró en América, para defender la cuna española de Colón.

La sigue, en relación cronológica, Don Fernando Antón de Olmet, que en el mes de Junio del año 1910, publicaba un interesante estudio sobre “La verdadera patria de Cristóbal Colón” en la revista madrileña “España Moderna”. Este trabajo, fué recogido en un folleto, por la revista “Galicia” de la Habana.

En el año 1911, Don Constantino Horta y Pardo, publicaba en New Yoi’k su folleto “La verdadera cuna de Cristóbal Colón”, repetido en dos posteriores ediciones, tiradas en Buenos Aires y La Coruna.

En el año 1913, se daba a la estampa en Madrid, un fo-lleto repro­duciendo la conferencia en el Ateneo, por Don Enrique María de Arri­bas y Turull. “Cristóbal Colón, natural de Pontevedra” era el título de este folleto.

En el año 1918, la Imprenta del Patronato de Huérfanos de Madrid, tiraba un folleto de extraordinario interés, escrito por el Académico de la Historia y Secretario general ds la Real Sociedad Geográfica, Don Ricardo Beltrán y Rózpide.

En el año 1919, se imprimía en la Habana un folleto de la inte­resante conferencia titulada “La patria de Colón”, pronunciada en el Casino Español de Sagua, por Don Manuel Tejerizo.

En el mismo año, Don Secundi- no García Vila, pronunciaba otra notable conferencia en el mismo Ca­sino Español de Sagua, con el tí­tulo de “Cristóbal Colón y Fonte­rosa”.    1

En el año 1920, Don José Ro­dríguez Martínez, bajo el título “Colón español, hijo de Ponteve­dra”, publicó un folleto que recogía una larga serie de conferencias pro­nunciadas en La Coruña.

En el propio año, Don Ramón Marcóte, a quien debemos los da­tos de esta relación bibliográfica, imprimía en la Habana el folleto

Don Ricardo Beltrán y Rozpide. “Colón, Pontevedrés” que encierra muy elocuentes refutaciones.

En el precitado año, Don Rafael Calzada, publicaba en Buenos Aires su libro “La patria de Colón”, tan favorablemente comentado por la crítica.

Y   en el año 1922, Don Prudencio Otero Sánchez, publicaba en Madrid su importantísimo libro “España, patria de Colón”, el que no sólo contiene revelaciones extraordinarias, sino que también relata las vicisitudes — en este caso inútiles — para lograr el reconocimiento oficial de la patria española de Colón.

Hemos dejado de mencionar el libro COLON ESPAÑOL, de Don Celso García de la Riega, porque siendo para nosotros el libro fundamental de la tesis, merece por derecho propio, un Uip’ar único y exclu­sivo y sin lugar preferente de continuidad.       ^

Por lo tanto, la tesis española de Colón, ses’ún puede apreciar** por estas notas, cuenta ya con una nutrida l)ililio- i ul ía. Ha tenido su Cristo: La. Riega; de la misma manera que ha tenido su Judas:

Oviedo y Arce. Bien es cierto, que los judas podríamos contarlos por docenas; pero sería hacerles de­masiado honor incluyéndolos en el i.ntftirülot/ío.

Ha tenido también sus apósto­les: Otero y Sánchez, que como a La Riega, debemos honrar y citar con respeto, puesto que son las dos grandes y venerables figuras de lo Vindicación. Calzada, que con te­són admirable, ha sabido desafiar todas las iras de la impugnación.

 

Don Ramón Marcóte

sin temor al ridículo con que qui­sieron confundirlo sus contrarios. Rodríguez Martines, a quien la muerte arrebató cuando aún no ¿u había perdido el eco de sus cálidas prédicas y sus fervorosas perora­ciones en pro de la sublime causn. Eva Canel, que en Cuba y fuera de de Cuba, hablando o escribiendo, ha puesto todo su empeño en esta ra­tificación histórica. El Marqués de Des fuentes, que en España y Ame­rica, laboró con Felí>: resultado, sin preocuparse de la polémica desenfrenada a que trataban de conducirlo sus enemigos. Horta y Pardo, que fué un verdadero misionero de la Buena Nueva. Aramburo, nota­bilísimo escritor cubano, que sin excitaciones, y movida por un generoso espíritu de justicia, patrocinó la causa y clamó por la vindicación. Tejerizo, otro cubano notable que sin restricciones ni vacilaciones, se declara partidario de ‘la tesis en una época en que la opinión incrédula, acogía con sarcasmos tan audaz afirmativa.

Beltrán y Rózpide, que sin declararse abiertamente partidario de la cuna española de Colón, quizás por no herir la susceptibilidad de los académicos, sus compañeros, abre a La Riega, como al acaso, las puertas de la inmortalidad, favoreciendo su conferencia en la Socie­dad Geográfica, y escribe, con claro y admirable juicio, su folleto ‘‘Cristóbal Colón y Cristóforo Colombo”, donde demuestra de una manera indubitable, que el Cristóbal Colón, firmante de las Capitula­ciones de Santa Fé, el Descubridor del Nuevo Mundo, no es el Cristó­foro Colombo de que nos hablan las actas notariales de Génova. Solá, que en su notable revista “Vida Gallega” viene sosteniendo con entu­siasmo no igualado, erl españolismo de Colón. Riguera Montero a quién se deben tan valiosos estudios de filología coloniana. Marcóte, infatigable propagador de las doctrinas de La Riega; que ha consti­tuido el primer Comité Pro-Calón Español en Cuba; que promueve una constante propaganda por Europa y América y trata de consti­tuir delegaciones hasta en las más apartadas regiones de Asia y sos­tiene encendida la lámpara de la Fé, manteniendo no interrumpida co­rrespondencia con los más entusiastas partidarios de su gran espe­ranza reivindioadora. Enrique María de Arribas, notable abogado que sostuvo con entereza, las conclusiones de La Riega a raíz de su famo­sa conferencia… y tantos otros, que no desmayan en sus trabajos de rectificación histórica, sosteniendo la teoría ya admitida, aunque te­nazmente combatida, de la naturaleza española de Colón.

Si de los actuantes, pasamos a los entusiastas partidarios que se han prestado a favorecer la edición de la presente obra, en otro lugar hacemos una relación de los importes adelantados al Comité Pro-CoJón Español, para ser reembolsados en ejemplares, puesto que nuestro deseo, ha sido desde un principio no ser en manera alguna onerosos a nuestros simpatizadores. Hemos de hacer sin embargo una excep­ción, en la subvención acordada por la Asamblea de Apoderados del Centro Gallego de la Habana, puesto que, sin haber sido solicitada, ni tam siquiera indicada, por espontánea voluntad de algunos señores que constituyen la agrupación o partido político No. 1, fué presentada a la Asamblea y entregiada para su estudio a la Comisión correspon­diente, que al emitir un informe favorable, fué aprobada por unani­midad y por lo tanto, con el beneplácito de todos los partidos políti­cos que integran esta Cámara legislativa regional.

Con anterioridad a esta resolución, el Ejecutivo que preside el señor Bahamonde y cuya Secretaría está a cargo del Ledo. José Gradai- lle, había fijado otra asignación con el mismo objeto y esto, que nosotros conceptuamos manifiesto deseo de enaltecer nuestras grandes figuran regionales y protección a la cultura gallega, habla muy alto de los hombres que rigen hoy los destinos del más poderoso centro regional del mundo.

Don Jaime Sola

Director de la revista VIDA GALLEGA.

 

Gratitud también debemos a Don Baldomero Moreira, el reputado profesor de dibujo y pintura del Centro Gaílcgo y de la Asociui-ión de Dependientes, autor de la inspirada portada a dos tintas del presente libro. Nada más expresivo que esta composición rápidamente delinea­ba por el culto profesor que avalora con sil pericia y con su nombre, ti modesto libro que damos a la publicidad.

Tampoco hemos de omitir la generosidad de amigos y particulares que, con sano propósito, contribuyen a di­vulgar la nacionalidad espa- íiol.a de Colón, aun cuando sea por medio de tan torpes manos como las nuestras. El Dr. José López Pérez; Don José María Andreini — resi­dente en los Estados Uni­dos—; Don Antonio de ln Cruz Díaa Pereiro, que nos consta dedicó todo su entu­siasmo a esta meritísima pro­paganda, y los Sres. Gómez, Ventosela, Albalo, López Vei- tí’a, Lugris, Alonso, Barros, Oirire, Uchoa y Olaguibel, son merecedores de nuestra grati­tud y de una distinción muy señalada.           *

Nuestros lectores nos per­mitirán hacer una última aclaración:

El Comité Pro-Colón Es­pañol de la Habana, según ya lo hemos advertido en las pri­meras páginas de este libro, y particularmente a su Presi­dente Don Ramón Marcóte, se debe la iniciativa de esta pu­blicación. El que también hayan contribuido, un buen número de socie­dades gallegas de instrucción y recreo, y que con el Comité, el Centro Gallego de la Habana, haya patrocinado esta obra, nos llena de legíti­mo orgullo, y si como fundadamente creemos, nuestra labor investiga­dora de cinco años, promueve el reconocimiento oficial de la naturalez-a española de Colón, a jos gallegos residentes en Cuba se deberá la más entusiasta cooperación en la gíoria de haber restituido & España, el más preciado galardón de su Historia, harteramente secuestrado del cuadro inmortal, sublimado por tantos héroes, bajo el augusto reinado de Isabel la Católica,


[1] Cláusula 27 del testamento otorgado en Sevilla el 16 fie Marzo de 1507-

[2] Para la debida interpretad6u de estas palabras, véase al final VOCES GALLEGAS Y SU EQUIVALENTE EN CASTELLANO.                 .                       ,

[3] Hemos podido comprobar que, efectivamente se trata de un granadino. La aclara­ción ge halla cu el testamento de Don Diego Colón,

Si… ¡Colón español! Enrique Zás y Simó

 

OBRAS DEL AUTOR PUBLICADAS Y EN PUBLICACION

Historia de Cuba.—La más completa y extensa de las publi­cadas hasta el día. Lujosa edición con grabados a toda plana Quince tomos y cinco apéndices.

Galicia, Patria de Colon.—Obra documentada e-ilustrada, de reivindicación histórica, (agotada).

Si…. ¡Colon Español! Refutación al folleto ¿Colón Español? publicado por Don Angel Altolaguirre y Duvale; censor de Ja Real Academia de la Historia.                                                                                               .

MONOGRAFIAS Y BIOGRAFIAS

Monografía del Gobernador Político y Militar de Cien- fuegos Don Ramón María de Labra.—Premiada en el concurso abierto por el Casino Español de Cienfuegos y con medalla y diploma por el Ayuntamiento de aquella ciudad. (Abril de 1919).

Biografía y Mando del Gobernador Político y Militar de Cienfuegos, Don José de la Pezuela.—Primer premio en el concurso del 103 aniversario de la funda­ción de Fernandina de Jagua.                                  ‘

Biografía de Anita Aguado.—Medalla de primera clase y di­ploma en el concurso celebrado en la ciudad de Cien- fuegos el 22 de Abril de 1922.

NARRACIONES HISTORICAS

Tradiciones Cienfuegueras.—Medalla de plata y diploma en el Certamen Literario de Cienfuegos, celebrado para conmemorar el 103 aniversario de su fundación.

Paginas Olvidadas de la Historia.—Trabajo premiado an los Juegos Florales de Cárdenas, organizados por la Asociación de la Prensa de aquella ciudad. (10 de Oc­tubre de 1922).

De Raza Brava.—Premiado en los -Juegos Florales Hispano- Cubanos celebrados en la Habana en Mayo de 1915.

Un Bautizo en Guayajibo.—Premiado en el Torneo Literario conmemorativo, solemnizado en la dudad de Güines.

LAS Redimidas.—Premiado en el Concurso abierto en Cien- fuegos para conmemorar el primer centenario de su fun­dación y laureado con medalla y diploma por el Ayun­tamiento de la misma ciudad.

Guango, El -Pescador de Altura.—Primer premio en los Juegos Florales de Cárdenas, organizados por la Asocia­ción de la Prensa de aquella ciudad. (Octubre de 1922).’

Digna Collazo.—Premiado por la Asociación de la Prensa de Oriente, en los Juegos Florales celebrados en Santiago de Cuba el 10 de Abril de 1916.

SOCIOLOGIA

El Divorcio, El Hogar y La Mujer.—Premiado en los Jue­gos Florales organizados por la Asociación de la Prensa de Cárdenas. ,(10 de Octubre de 1922).

Fin de la Asociación de los Antiguos Alumnos de Mont­serrat y su influencia social.—Diploma de Honor y medalla de plata en el Concurso Literario solemnizado por aquella Asociación el 22 de Abril del año 1922.


Arido es el camino que vamos reco­rriendo.

Para llegar al confín, hemos de apar­tar los guijarros que han sembrado las furias de la impugnación con el ma­lévolo propósito, de oponer a esta glo­riosa rectificación histórica, un valladar de ciega intransigencia.

¡No lo conseguirán!

Por que ha sonado la hora de las justas vindicaciones.

 

IMPUGNADOR DE ALTURA

Aquí tenemos, fresco, recién llegado, un folleto de don Angel Altolaguirre y Duvale, académico censor de la Real de la Historia de España,

Hoy por hoy, Altolaguirre representa la reacción, mejoraún: es el valladar que se opone a la gran rec­tificación histórica, rectificación que ha tenido la virtud de apasionar a todos los científicos del mun­do.

Don Angel Altolaguirre y Duvale, es el pontífice máximo de la impugnación; el perseverante histo­riador que en uso de un perfectísimo derecho y con luces bastantes para discutir la tesis, trata de con­trarrestar los siguientes importantes problemas en que, precisamente, los simpatizadores de las teorías colonianas, fundan sus más apreciables razones pa­ra hacer prevalecer la naturaleza española de Colón, y que son: ‘’Documentos’5, “Idioma’5, “Apellidos y nombres puestos por el Almirante a las tierras que descubrió7’, y como complemento: “Buques que a aquellas tierras le condujeron”.

Todo esto nos viene de perlas.

Hemos de hacer la salvedad, no obstante, que el señor Altolaguirre no leyó nuestro libro “Galicia, patria de Colón”, y que se,reduce, por lo tanto, a comentar, tratando de evidenciar la falsedad, los trabajos ya conocidos de La Riega, Otero Sánchez y Calzada.

Antes de entrar en materia, bueno será hacer una aclaración a nuestros lectores, la que sin duda ig­noran muchos de nuestros simpatizadores y también contrarios a la tesis que defendemos.

Esta aclaración es la siguiente:

La Academia da la Historia, ya emitió un previo informe y se ha ocupado oficialmente del intere­sante asunto que tan revuelta traía y seguramente trae a tan docta corporación.

El informe es paleográfico y se refiere a ios do­cumentos hallados por La Riega en los archivos de Pontevedra, de los cuales fueron remitidas a la Aca­demia copias fotografiadas.

Queda el dictamen oficial, que se reserva para cuando llegue el momento de analizar los originales.

Ha habido, pues, un informe, y este informe, en su parte más esencial, dice así:

«El nombre de Colón se lee, al parecer, de un modo indudable, en varios de los documentos en­viados en copia fotográfica, demostrando que este nombre de familia era usual en Pontevedra en los siglos XV y XVI».

El informe, aunque breve, expresa claramente lo siguiente:

Antes y después del Descubrimiento, el apellido Colón era usual en Galicia.

Si el informe de los técnicos académicos, ha sido favorable en lo que respecta a los documentos, que nuestros lectores estarán ya enterados fueron re­argüidos de falsos, porque pecadoras manos han alterado unos y secuestrado otros, como se ve, que­daron los bastantes, indispensables e indiscutibles, salvados de la rapacidad envidiosa, para que la Real Academia de la Historia, se haya visto obliga­da a reconocer como genuínos, aquellos que no ad­miten discusión y que prueban, según el informe de referencia, de un modo indudable (palabras de los informantes) que en los siglos XV y XVI, el ape­llido de familia Colón, era usual en Pontevedra.

Antes, pues, de replicar al señor Altolaguirre, hemos de haeer historia de los inútiles esfuerzos de nuestro querido y respetable amigo señor Otero y Sánchez, para alcanzar de la Real Academia de la Historia un dictamen oficial que la Academia ha venido dilatando con evasivas hasta el presente.

Tarde nos parece que ve la luz pública el folleto del señor Altolaguirre. Tiempo sobrado tuvo para refutar los extremos que sirven de base a su libro; pero ya el trabajo sea estemporáneo o bien sea pre­visora manera de prepararse para contrarrestar Ar­gumentos más sólidos del futuro, de cualquiera ma­nera que sea, es nuestro propósito discutir, uno por uno, todos los puntos de su tema empleados para criticar la labor de nuestros antecesores, empeñados en la patriótica labor de reintegrar a España una de sus más gloriosas figuras.

Ocasión tienen, pues, todos los aficionados a estas disquisiciones colombinas y colonianas, de persua­dirse de la razón o de la sinrazón que puede asistir a los polemistas de los encontrados bandos.

La polémica, ha de ser necesariamente documen­tada, y va a entablarse, precisamente, en los mo­mentos críticos que las Academias de la Lengua y de la Historia y la Real Sociedad Geográfica de Ma­drid, han de emitir sus respectivos informes ante nuestro requerimiento oficial, y posiblemente tam­bién por la súplica que a nuestro ruego, ha hecho a aquellas instituciones el Gobierno de Su Majestad.

La tesis coloniana alzanzó ya su primer triunfo.

Y   si en lo paleográfico—como se ha visto—se ha llegado a tan brillante conclusión, ¿cuál no será en el histórico, que en la investigación documenta!, resulta la prueba abrumadora a todas luces?

Y, por último: Hemos de anticipar también, que el folleto del señor Altolaguirre, cuyo contenido desmenuzaremos y combatiremos, analizando pala­bra por palabra y argumento por argumento, re­sulta una bien débil prueba testifical, tan débil, que ni aún necesidad tendremos de recurrir a nuestras conclusiones y probanzas finales, para destruir sin esfuerzo los manoseados preceptos que pone de re­lieve su autor, a manera de lógica aplastante, para defender un pleito en que, siendo jurado la impar­cialidad, está ya ganado en primera instancia.

 

LOS DOCUMENTOS PONTEVEDRESES

Allá por los meses de junio y julio del año 1917 estaba constituida en Pontevedra la Comisión Pro­Patria Colón, que presidía el señor López de Haro.

Se había constituido asimismo la Asamblea Mag­na, para solicitar de la Academia de ía Historia, un informe histórico-paleográfico, sobre los juicios y documentos evidenciados por el ilustre pontevedrés don Celso García de la Riega. Aquella Asamblea la presidía don Antonio Pazos, que era también pre­sidente de la Diputación provincial.

Alma mater de aquel movimiento patriótico y justiciero, lo era don Prudencio Otero Sánchez.

Tras no pequeños esfuerzos, pudo lograrse que la Academia de la Historia nombrara una comisión que habría de trasladarse a Pontevedra, para com­probar la legitimidad de los documentos y fallar en definitiva, en el pleito existente sobre la naturaleza de Colón, desde luego con arreglo a los dictados de la conciencia, y sin tener en cuenta los prejuicios siempre lamentables de la Historia.

El ilustre arqueólogo e historiador don Fidel Fita, era por entonces director de la Real Academia de la Historia.

Cuando la súplica1 llegó a Madrid, las vacaciones estivales habían alejado a la mayor parte de los nu­merarios. No obstante, el P. Fita, haciendo uso de las facultades quefle atribuía el Capítulo VIII de los Estatutos, designó a tres individuos de especia! competencia en el asunto, los cuales no sólo habían de prestar servicio de reconocimiento y examen, pa­ra apreciar la autenticidad, sino que también ha­bían de prestar su atención a los antecedentes que se ofrecieran a la comisión, para que ésta diera a la Academia un informe crítico y científico para llegar a una solución por tantos tan deseada y de punto tan trascendental en la Historia.

Sufrió Pontevedra la conmoción de los grandes acontecimientos.

Se acordó hacer un recibimiento poco menos que triunfal a los académicos. Hubo quien pidió mú­sica y cohetes para recibir a los comisionados y has­ta es muy posible que se acordara engalanar las fa­chadas de los edificios públicos y privados.

Pero el gozo en un pozo.

Una huelga ferroviaria paralizó las buenas dis­posiciones de los académicos designados, ya de por sí mal dispuestos.

Se quedó, pues, la comisión en Madrid, y la comi­sión Pro Patria Colón, esperando pacientemente a los comisionados. Han transcurrido algunos años, y están esperándolos todavía.

Y   ahora, vamos al fondo de la cuestión.

¿Saben nuestros lectores quiénes eran los señores comisionados?

Seguramente que a nuestros partidarios se les erizarán los cabellos, cuando sepan que obstentaba la presidencia de aquella comisión el excelentísimo señor don Angel de Altolaguirre y Duvale, inten­dente militar; el ilustrísimo señor don Rafael de Ureña y Semenjand y don Angel Bonilla y San Mar­tín, catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la misma Universidad, El primero y el último, los mas furibundos censores de la nacionalidad es­pañola de Colón.

Providencial fué aquella huelga, que privó a los señores Altolaguirre y Bonilla de dictaminar—desde luego con parcialidad—en tan ruidoso pleito. Por­que tan enemigos eran de la tesis coloniana, que lo siguen siendo en la actualidad, siendo los encargados de capotear la situación con libros y folletos que, periódicamente, ven la luz pública.

No podía haber caído en peores manos la patrió­tica encomienda de los exaltados pontevedreses. Por un milagro, repetimos, no se perpetró el históri­co parricidio que hubiera hecho levantar un clamor , de indignación universal.

Y    tan cierto es lo que aseveramos, que estando por entonces aún pendiente el informe acordado por la Academia, y siendo presidente de la comisión el señor Altolaguirre, publicó aquel trabajo que ya hemos comentado largamente, publicado en el Bo­letín de la Academia de la Historia con el sugestivo título de «La patria de Colón, según las actas no­tariales de Genova”, encaminado a destruir la labor de don Celso García de la Riega, proceder que tanto indignó a nuestro respetable amigo el señor Otero Sánchez que, inmediatamente, dirigió al señor Alto­laguirre una carta que lleva fecha 2 de abril del año 1918 y que, en términos corteses, pero duros y elo­cuentes, censuraba aquel inconcebible procedimien­to.

Porque se dió el caso curioso, que el trabajo del señor Altolaguirre, coincidió con la publicación en el Boletín de la Real Academia Gallega, del in­forme de Oviedo y Arce.

Esto ocurrió poco tiempo después que el P. Fita, apremiando la labor de los numerarios, decía: «Con el propósito de llegar a la solución por todos tan deseada y de punto tan trascendental en la His­toria.”

Existen, pues, en la Academia de la Historia dos tendencias: una, noble, generosa, altruista, como el brillante pensamiento del P. Fita; otra, parcial, intencionada, prevenida, que de prevalecer, llegaría a ser imposible la vindicación.

Al frente de esta oposición inconcebible, están Altolaguirre y Bonilla San Martín. •

El primero,^ con su trabajo «La patria de. Don Cristóbal Colón, según las actas notariales de Ge­nova”, y ahora con el nuevo folleto “¿Colón, espa­ñol?”, y el segundo, con sus Mitos de la América precolombina”, están proclamando a gritos su in­tención demoledora, su arraigada inquina contra el españolismo de Colón; puesto que realizan de una manera combinada, una labor que no es científica, porque no pueden—convengamos en ello—destruir las teorías documentadas, sino una labor irracional y de finalidad sospechosa, cuyo principal promotor es el amor propio.

Y    es así como no puede prosperar—repetírnos­la intención que movió al esclarecido P. Fita, a so­lucionar un asunto tan deseado, e inútiles hasta ahora han sido las súplicas, e inútiles los ruegos para que la comisión de la Academia emita un informe e investigue en los documentos originales, desentra-‘ nados del olvido para confundir a Tos impostores.

Posteriormente, en Pontevedra, se volvió a insis­tir, aunque sin fruto.

En vano fué que la Comisión Pro-Patria Colón girara mil pesetas para gastos de viaje de los comi­sionados, viaje que habrían de realizar en vagón- cama y con alojamiento de príncipes en el principal hotel de Pontevedra.

La contestación a Pontevedra fué verdaderamen­te notable: se alegó, para evadir el compromiso, que el señor Urefía estaba tomando las aguas de Medina; que el señqr Bonilla’ se recreaba en la contemplación de las bellezas naturales de Asturias; que el señor Paz no se sabía qué rumbo había cogido, y en cuanto al señor Altolaguirre, que disfrutaba de la más au­gusta placidez en las quebradas tierras de Reinosa.

El señor Otero escribió largo y tendido, exigiendo a Altolaguirre la palabra empeñada. ¡Puso el grito en el cieio!

Entonces Altolaguirre tuvo un gesto digno de ser grabado en bronce para que pase a la posteridad.

¡Vengan las pruebas—dijo—que desde aquí dic­taminaremos!

Otero y Sánchez, al leer aquello, se quedó absorto.

Y  la cosa no era para menos.

Entre las pruebas de más peso, figuraban la iglesia de Santa María, de Pontevedra; el crucero de Porto Santo y la preciosa ría donde se encuentran los lu­gares de “Porto Santo’’, “San Salvador”, “La Ga­lea” y “Punta Lazada”.

Era, pues, imposible complacer al señor Altola­guirre, que entonces, como ahora, llevaba la parte cantante en todo lo concerniente a la patria de Co­lón, Asi hubo de comunicárselo el Sr. Otero y Sánchez con la más rendida humildad.

Pero Altolaguirre insistía. Si no pueden venir esas pruebas, que vengan otras.

Pero, señor—replicaba Otero y Sánchez—, ¿Có­mo diablos quereis que os mande pruebas, si en su mayoría son de piedra berroqueña?

Y  añadía en el colmo del desaliento: ¿Cómo, señor, quereis que os mande la tradición?

 

¡A DEMOSTRAR!

Y    dice Altolaguirre:

“En la viva controversia a que ha dado lugar la obra del señor García de la Riega, Colón, español, confúndense los argumentos empleados para afirmar o negar que el descubridor del Nuevo Mundo nació en Italia, con los esgrimidos para negar o afirmar que en Galicia iué donde vió la luz primera”.

Y    dice, más:

“Hasta ahora se han tenido generalmente por ciertas las terminantes declaraciones de haber na­cido en Génova, que el Almirante hizo al fundar el Mayorazgo; la de don Fernando en su testamento, que afirma lo mismo, y la de don Bartolomé Colón, que asegura que él vió la luz primera en Génova”.

Como se ve, el señor Altolaguirre se escuda en la Historia para destruir con un golpe de efecto, toda la labor coloniana; pero nosotros afirmamos .que el señor Altolaguirre afirma monstruosidades.

Con todos esos argumentos, nosotros retamos al señor Altolaguirre para que nos demuestre:

lº. Que el Almirante haya dicho en el Mayoraz­go que era genovés.

2º. Que don Fernando haya afirmado que su padre nació en Génova, y

3o. Que don Bartolomé Colón haya declarado que era genovés, o en caso menos preciso, de Terra- rubea.

 

So pena, que la condicional de que “hasta ahora se han tenido por ciertas”, sea un prudente esquina­zo para rehuir la afirmativa cuando llegue el mo­mento de la polémica oficial, que es en realidad lo que perseguimos.

Ya ve el señor Altolaguirre, cuán fácil le será con­fundirnos, teniendo a mano testimonios de tanto peso.

Pero al erudito censor de la Academia de la His­toria, a quien no negamos méritos porque los posee abundosos, como diría el Almirante, le sobra inteli­gencia y cordura para no arriesgarse en una aventu­ra de esa índole, .

Sabe como nosotros que no existe tal Mayorazgo; que la fórmula de la solicitud la copian íntegra los reyes; que la fórmula se ha extraviado y se reducía a la simple determinación del vínculo: que conoce­mos la facultad real en un documento de instimable – valor, donde para nada se cita la naturaleza de Co­lón genovés, antes al contrario, se le considera espa­ñol (súbdito y natural) y que sería el colmo de la pedantería en un documento público hablar de do­nativos y favores a una tierra extraña y mucho más titularse genovés, cuando ya no existía tal natura­leza, siendo súbdito y natural de Castilla para todos los efectos civiles.

Sabe,’por otra parte, el señor Altolaguirre, que don Fernando, no una si no distintas veces, ha dicho, sostenido y afirmado que el origen de su padre era incierto y su patria desconocida.

Y   probablemente no desconozca, que el viaje a Inglaterra de don Bartolomé Colón es pura filfa y que, por lo tanto, no pudo decir allí que era geno­vés y de Terrarubea.

Cuando menos, podemos demostrárselo al señor Altolaguirre, con declaraciones del propio don Bar­tolomé, en un documento indiscutible y que tiene bastante más fuerza probatoria que la noticia im­precisa de Las Casas, que ha sido el- cronista peor informado, según nuestra modesta opinión, de cuan­tos se ocuparon de Colón y del Descubriiniento.

Antes de proseguir con las probanzas, copiemos un párrafo que a manera de dedada de miel, nos ofrece a cuantos comulgamos con la ridicula teoría del españolismo de Colón.

Dice así Altolaguirre:

«Respetamos todas las opiniones: el hombre que estudia y trabaja por el progreso de la Ciencia, me­rece el aprecio y la consideración de sus semejantes, y más aún si sus trabajos, como-en el caso presente, son ajenos a todo interés personal y se hallan inspi­rados sólo por el noble propósito de que sea íntegra­mente española la gloria del descubrimiento del Nuevo Mundo; de sentir es que para probar su tesis no encontraran el señor García de la Riega y sus continuadores, especialmente los señores Otero y Calzada, sólidas bases y se hayan visto en la nece­sidad de echar mano de hipótesis que la crítica his­tórica no puede admitir».

Aquí el señor Altolaguirre ya no titula descabe­llada la tesis ni hace hincapié en el ridiculo nacional.

Como vemos, el señor Altolaguirre se ha humani­zado.

Hemos de agradecerle, no obstante, esas brillan­tes palabras y esos conceptos de alabanza a lá cien­cia oscura y humilde que batalla por abrirse paso a través—¡Dios mío!—de tanto prejuicio.

Es muy cierto, señor Altolaguirre, que merece­mos el aprecio y la consideración de nuestros .seme­jantes, porque desde luego, es noble nuestro propó­sito de que sea íntegramente española la gloria del descubrimiento del Nuevo Mundo. Y desde luego, representa todo lo contrario, aquello que se com­bate para desintegrarla.

Y   volviendo a nuestro asunto, quedábamos en que usted nos demostrará con razones de peso, que Colón dijo en su Mayorazgo, que era genovés; que lo dijo también don Fernando, y para que la afir­mativa sea completa, que lo aseguró asimismo don Bartolomé.

Y   ahora una promesa, señor Altolaguirre: Si es usted capaz de aportar documentos genuinos y, por tanto, irrebatibles, donde de una manera eficiente nos demuestre todo ello, estamos dispuestos a ha­cernos infieles, esto es: a renegar de nuestras creen­cias y pasarnos al campo contrario, o sea al campo del genovismo, porque entonces sí, señor Altola­guirre; entonces, sí, sería ridículo militar en un cam­po imbécil.

Pero en caso contrario, se nos antoja que su po­sición no sería muy agradable que digamos. Los hombres se miden por la talla intelectual, y si bien puede disculparse a un exaltado sin preparación un exabrupto, a un historiador, investigador y crí­tico oficial, no se le podrían guardar las mismas con­sideraciones y su crédito científico habrá de sufrir, señor Altolaguirre, muy dura prueba.

Hemos tratado con relativa extensión el primer capítulo o párrafo capitulado del folleto ¿Colón, es­pañol? objeto de esta polémica.

El segundo lo titula el señor Altolaguirre «Los Documentos Notariales de Pontevedra”.

¡Y, vive Dios, que hay aquí tela larga donde cor­tar!

El señor Altolaguirre, nada nuevo nos dice sobre tan efectiva probanza.

Trata, señores, de divulgar la pérfida labor de Oviedo y Arce y repetir las inexactitudes del señor Serrano Sanz, al que justamente titula experto pa­leógrafo y docto catedrático de la Universidad de Zaragoza.

Pero antes de enfrascarnos en consideraciones sobre los tan debatidos documentos, se nos ocurre preguntar al señor Altolaguirre: ¿Vió usted esos documentos?

Y  si usted’, señor Altolaguirre, no quiso verlos, porque es innegable que ha rehuido usted todas las oportunidades que se le brindaron para ello; si usted fué el principal factor para que la comisión nombra­da por la Real Academia de la Historia no cumpliera su cometido, y siendo usted presidente de la Comi­sión técnica, faltó usted a los deberes de la neutrali­dad, publicando un folleto contrario a la tesis y com­batiendo abiertamente al señor La Riega, ¿tiene usted derecho para hablar de esos documentos y tacharlos de apócrifos?

¿Qué replicó usted al señor Otero Sánchez, cuando este apóstol de la verdad, en carta fecha 1 de junio de 1918; a usted dirigida, clamaba de esta manera:

“Yo deseo señor Altolaguirre, que, por amor a la patria, y sobre todo, por amor a la verdad, venga esa comisión, que es la que debe llevar la gloria de esclarecer la cuna de Colón, pues después de haber estado yo tres años investigando y estudiando todos los elementos que pueden reunirse sobre este asunto, o  tengo que convencer a la comisión de que Colón fué español o tiene ella que ilustrarme con datos que yo desconozco, de que es genovés’’.

Díganos, señor Altolaguirre, qué contestó usted a esta vehemente súplica del hombre honrado que la producía.?

Pero el señor Altolaguirre, que nos ha confesado que muchos de los documentos que aparecen en Italia son apócrifos, no se ha ruborizado que sepamos, al elogiar la prueba documental italiana y hacer, in­clusive, la siguiente declaración: «el que algún do­cumento haya resultado falso, no prueba que lo sean todos los demás, y por esto, ínterin no se demuestre de una manera evidente, como resultado de una in­vestigación directa y reconocimiento técnico, que son apócrifos, tendremos por auténticos todos los publicados por la Real Comisión Colombiana’

El que no ha querido convencerse de la legitimidad de los documentos pontevedreses y ha impedido que se hiciera la investigación directa y reconoci­miento técnico, declara con toda la gravedad del mundo, que estimará como auténticos los italianos aunque no se haya investigado sobre ellos y no se haya hecho el reconocimiento técnico.

Si esto es imparcialidad ¡Qué venga Dios y lo diga!

 

LOS DOCUMENTOS NOTARIALES DE PONTEVEDRA

III

Ya hemos dicho en nuestro artículo anterior, que así lo titula el señor Altolaguirre.

También hemos advertido que para el docto aca­démico, son más dignos de atención los italianos, aunque estén reargüidos de apócrifos que los pon- tevedreses, aun estando reconocidos por la Acade­mia, en cuanto a la demostración de la existencia del apellido Colón en Galicia en los siglos XV y XVI.

Hemos sospechado también que al mencionarlos en su nuevo folleto ¿Colón espafiol ?, lo hace con el deliberado propósito de reverdecer la difamación, apoyándose en Serrano y Sana y en el presunto fal­sificador Oviedo y Arce, y si la palabra resulta algo dura para nuestros contrarios, emplearemos la más benigna de mixtificador, que siempre resultará más blanda que las empleadas por aquél contra La Rie­ga.

Dice el señor Altolaguirre, que el que dió la voz de alerta, cuando se dieron a conocer los fotograba­dos de los documentos, fué el experto paleógrafo y docto catedrático de la Universidad de Zaragoza, el señor Serrano y Sanz.

Hemos de advertir a nuestros lectores que el se­ñor Serrano Sanz no analizó en los documentos ori­ginales, sino en los fotograbados publicados por La Riega en su libro “Colón, es -pañol”, y en la repro­ducción de algunas revistas.

Trece fueron los fotograbados estudiados por el señor Serrano Sanz, y este experto paleógrafo tuvo la audacia de declararlos apócrifos sin haber visto los originales.

Porque es más que imposible, y más que imposi­ble, inconcebible, dictaminar sobre reproducciones, sujetas, como ya hemos advertido en otro lugar, a todos los matices e inconvenientes de la impresión.

Limitado el análisis a lo diplomático, el señor Se­rrano Sanz hubo de juzgar de 3a autenticidad o fal­sedad de los documentos pontevedreses, estudiando los caracteres externos.        ‘

Y  que bajo estas condiciones, el señor Serrano nos hable de desligados, de forma desusada y probable­mente retocados, sospechosos caracteres, mareas de fábrica, autonomía, etc., términos todos muy pa- leográficos, como podrá observar el curioso lector, no hemos de tolerarlo, y como la única arma que te­nerlos a mano, para rebatir tan peregrina teoría, es la protesta escrita, protestamos con toda la energía de que la palabra es capaz, y si es necesaria la prue­ba, nosotros no tenemos inconveniente en propor­cionarla, para demostrar que todo ello ha sido una vil combinación sin excusa y sin precedentes.

Volvamos al señor Altolaguirre.

Hablando del estudio paleográfico de Oviedo y Arce, dice así:

“Veintiuno son los documentos que estudia el señor Oviedo y Arce; de elios uno fué descubierto por don Telmo Vigo y cuatro por don Casto Sampe- dro. En el primero, figura en Pontevedra, en 1519, un Juan de Colón y una Constanza de Colón; en el segundo, en 1500, un Alonso de Colón; en 1518 aparece un Juan de Colón en un documento y en una inscripción de una capilla de Santa María la Grande, de Pontevedra, y probablemente, éste es el mismo que figura en una escritura en 1520, puesto que coinciden nombre, apellido, oficio de mareantes y no ser mucho el tiempo que medió entre el otor­gamiento de aquél y ésta».

Y   agrega el señor Altolaguirre: «Sobre la auten­ticidad de estos documentos, no ha surgido duda alguna”.           .

Obsérvese bien que Altolaguirre dice, que sobre la autenticidad de estos documentos, no ha surgido duda alguna.                                                                ,

Vamos, pues, a proclamar la impostura.

Por lo pronto, en el que se cita con fecha de 1500 y correspondiente a Alonso de Colón, lo repudió Oviedo y Arce. La Riega dió como fecha a este documento uno de los años comprendidos entre 1480 y 1490. Además, Oviedo y Arce negó que la abreviatura Ao signifique Alonso y sí Antonio.

Aquí, señor Altolaguirre, ya hemos alcanzado una ventaja, como es la de desautorizar usted a Oviedo y Arce, para dar la razón a La Riega.

Y    al determinar esta verdad, nos hace formar de usted un buen concepto. Nosotros somos justos.

Pero en lo que no podemos serlo, es en uno de los documentos que, por proceder del hallazgo de los señores Sampedro y .Castíñeira, el primero pre­sidente de la Sociedad Arqueológica y cronista de la provincia de Pontevedra, y el segundo, abogado y persona peritísima en asuntos de arqueología, inclu­ye usted entre los documentos apócrifos. Y lo in­cluye usted entre los desechados, porque llevando fecha del año 1437, no entra en sus cálculos incorpo­rarlo entre los genuinos, porque tanto usted, señor Altolaguirre, como Oviedo y Arce y demás detrac­tores, tratan de demostrar por todos los medios po­sibles que los documentos pontevedreses, son posteriores al Descubrimiento.           .

Perteneciendo el hallazgo al señor Sampedro, quien, por cierto, es contrario a la tesis, debió usted agregarlo a los cuatro del mismo señor que emplea usted para la cita de los genuinos. .

Por lo tanto, o admite usted éste como bueno, o rechaza usted los cuatro admisibles, porque todos proceden del mismo origen.

Este documento a que nos referimos, fué uno de los más criticados por Oviedo y Arce—según lo in­dicamos en el capítulo XII de nuestro libro “Galicia, patria de Colón”—quien ha dicho horrores del pobre La Riega, y no tan sólo lo da Oviedo y Arce por al­terado, sino que asegura que el falsificador empleó intencionadamente un ácido para lograr la entona­ción de la tinta fresca con la antigua.

Oviedo se olvidó de advertinos qué ácido fué ese, si bien más adelante lo describe admirablemente y como gran conocedor de la materia.

Es incierto que1 otro de los documentos tachados de apócrifos, procedente del año 1496, que es un contrato de censo celebrado en presencia de los Pro­curadores de la Cofradía de San Juan Bautista, Bar­tolomé de Colón y Ao da Nova, pertenezca, como usted’ afirma, al grupo de documentos hallados por La Riega. Este papel fué descubierto por el vecino de Pontevedra don Joaquín Núñez como procedente de una antigua notaría, y comprendiendo toda la importancia que realmente tenía para la tesis que La Riega defendía, se lo cedió graciosamente.

Es incierto que otro de los documentos argüidos de falsos, o sea un contrato celebrado por dos veci­nos de Pontevedra para construir dos escaleras en una casa pro-indiviso de los mismos, situada en la rúa de la Correaría, delante de las casas que quemó Domingos de Colón, el Mozo, pertenezca también a los documentos descubiertos por La Riega. Este papel, igual que el anterior, le fué donado por el se­ñor Joaquín Nuñez, quien tanto de este documento como del anterior, tenía pruebas plenas de su auten­ticidad.

Y   con lo expuesto, creo que basta para demostrar qu en todo lo que nos cuenta usted, señor Altola­guirre sobre los documentos pontevedreses, existe el apasionamiento impropio del crítico que juzga sin prevenciones.

Algo más podría agregar, sobre el tan debatido asunto de los documentos pontevedreses, pero como supongo que ya habrá usted leído mi libro “Galicia Patria de Colón”, de los que he remitido a la Acade­mia de la Historia algunos ejemplares, no dudo que en el capítulo XII, dedicado a Oviedo y Arce, halla­rá usted noticias muy interesantes—aunque sea¡ pe­car de inmodestos—relacionadas con el informe ren­dido por el numerario a la Real Academia Gallega.

Antes de terminar, vamos a copiar el párrafo que usted escribe a guisa de comentario final: «En re­sumen: de estos estudios resulta que aparece justifi­cada en Galicia al existencia de un Juan y una Cons­tanza de Colón hacia el año 1500, un Alonso de Co­lón en 1519, un Juan de Colón que probablemente sería el anterior, y en 1496 un de Colón, cuyo nom­bre no ha podido comprobarse; el resto de los docu­mentos, constituyen una serie en que han sido su­plantados los nombres, y en tanto no se pruebe lo contrario, no pueden citarse en comprobación de la tesis, de que el Almirante nació en Galicia”.

Ahora bien: ¿Podría decirnos el señor Altola­guirre, quien es el responsable de que no se hayan investigado esos documentos?

Si  tan interesado está usted, señor Altolaguirre, en declarar apócrifos esos documentos, ¿por qué no ha procedido a su examen?

¿Por qué titularlos apócrifos si usted los desconoce en absoluto?

¿Por qué?

Y   si agrega usted que los trabajos de los señores Serrano y Sanz y Oviedo y Arce aún no han sido re­futados técnicamente, ¿en qué funda usted ese tec­nicismo, que no entiende cuando se vale de los ar­gumentos sospechosos de otros?

¿Sería usted capaz de discutirlos?

¿Sería usted tan amable?

 

MENTIRAS CONVENCIONALES

IV.

He aquí otras afirmaciones del Sr. Altolaguirre:

“¿Qué relación de familia existió entre estos Co­lones de Pontevedra y el descubridor del Nuevo Mundo? ¿Qué datos nos quedan para apreciar esta relación?—En realidad ninguno; el apellido Colón fué y es un apellido comente, lo había en Italiaj en Francia y en España”.

. Que un censor de la Real Academia de la Historia, diga semejantes atrocidades, no tiene justificación posible.

Es el colmo de la fatuidad personal revestida de títulos honoríficos, es el colmo de la impudicia his­tórica, de la ignorancia científica, de la seguridad altanera del que se juzga indiscutible, declarar sin rubor, que existían Colones en España, en Francia y en Italia, antes del Descubrimiento.

Por que hemos de advertir que el Sr. Altolaguirre entiende que lo mismo es decir Colón, que Coullón, que Colombo, Llámese como se quiera, el resultado será siempre el mismo.

Claro está que el Sr. Altolaguirre, trata de justi­ficarlo diciendo “que el mismo Sr. La Riega recono­ce la existencia en Barcelona a fines del siglo XIV de un Colom el Mayor, capitán de barcos, y un Gui­llermo Colombo en un documento del Rey Don Juan I   de Aragón en la misma ciudad, así como otro del mismo nombre en 1462, un obispo en Lérida en 1334 y un Don Colom en 1135, y otro Colom, capitán de un barco, que Raimundo Lulio dice que le libró de la muerte en Marruecos y lo llevó a Mallorca.

Agrega, que “Jerónimo de Zurita, en sus anales de Aragón, nos hablaba de un Ferrer Colom, Prior de Fraga en 1334; un Ramón Colon muerto en una acción en Jatiba el 4 de Diciembre de 1343; otro Ramón Colón que se halló en la batalla de Epila en 1532, y en el libro XIX, capítulo LIV, dice que el Rey de Castilla nombró por Capitán general de su Armada a Don Ladrón de Guevara, y por su tenien­te puso a Gracián de Agramonte, y por comisario general, un criado suyo aragonés de mucha industria y noticia de las cosas de la guerra y de la mar, lla­mado Colón; también cita un Bernardo Colón, que se hallaba en Valencia en 1348”.

Contra esa profusión de citas, hemos de alegar nosotros, que siendo español el apellido y esto lo demuestra, tanto monta que se llame Colom como Colon. El apellido en todos estos casos, es español y basta. Precisamente todo nuestro interés estriba en reconocer la patria española de Colón.

Que los Colones o Colomes anduvieran por Va­lencia, por Cataluña o Galicia, reafirma nuestra pre­tensión y el Sr. Altolaguirre nos presta un señalado servicio determinando tan profusamente la natura­leza del apellido.

Está pues equivocado de medio a medio el Sr. Altolaguirre, si pretende con sus citas apabullar nuestro orgullo regional. Nosotros solo pretende­mos el reconocimeinto de Colon español y si estaban avecindados en Pontevedra o discurrían por Ex­tremadura, por Andalucía o por Cataluña, es asunto secundario, por que repetimos; más que el galle­guismo de Colón discutimos su españolismo. Es España, a la España integral, a la que deseamos reintegrar toda, absolutamente toda la gloria del Descubrimiento.

Pero justo es que nos apalenquemos en Ponteve­dra, ya que tantos individuos de la familia aparecen reunidos y en regular sucesión de padres a hijos.

Pero de esto, a que en Italia y en Francia, exis­tían individuos de apellido Colón, hay una dife­rencia inmensa.

Y    será necesario que el Sr. Altolaguirre aporte documentos donde se determinen de una manera precisa, la existencia de esos Colones, por que de lo contrario, nos veremos precisados a desautorizarlo públicamente y lo que sería más bochornoso, a de­nunciarlo como impostor ante el tribunal de la con­ciencia pública.

_ Es muy fácil Sr. Altolaguirre publicar un folleto, titularlo ¿Colón Español? y aseverar porque sí, que lo mismo es decir Colón en español, que Coullón en francés, que Colombo en Italiano; pero es muy difí­cil demostrarlo.

Y    como aquí, ya la opinión personal importa un bledo, esas sentencias, magníficas para prodi­garlas en la mesa de un café entre tolerantes con­tertulios, pierden todo su valor proíético cuando ha de ser juzgadas por la sensatez del público.

A esto, Ud. alegará según nos lo cuenta, que el académico de la Historia Don José Godoy y Alcán­tara, en su obra premiada por la Real Academia Española “Ensayo histórico, etimológico fisiológico sobre apellidos castellanos”, inserta una serie de nombres individuales que han pasado a ser apellidos, mostrando sus transformaciones, y como del primi­tivo derivando, se han engendrado múltiples de­nominaciones según ha atravesado tiempos, comar­cas y acentos”…. Sí…. ¡entendido!

Todo esto está muy bien. El Sr. Godoy ha dicho todo eso hablando de apellidos castellanos; pero no ciertamente de apellidos gallegos.

Dice el Sr. Godoy, que los nombres individuales, pasaron a ser apellidos y no nos ha dicho nada nue- V0i Los antecesores de Colón llevaban el nombre significativo de “gran cuello” o “cuello gordo” y de ahí Colón. De acuerdo con las teorías del Sr. Go­doy, de ser castellano el apellido, los antecesores del revelador del Globo se hubieran llamado Cuellazos.

Y   como muy bien dice también el Sr. Godoy, se­gún los apellidos o nombres primitivos atravesaron, tiempos, comarcas y acentos, los denominativos hubieron de transformarse y de ahí que el Colón, mote primitivo gallego, atravesando comarcas, esto es; pasando a Cataluña, se cambió en Colom, con la transformación inclusive del acento.

No vemos nada de particular en todo esto. Está perfectamente claro.

Pero ¡ah! que el Sr. Godoy erró ¡Cuerpo de Cristo! al descender el apellido a su forma más vulgar.

El Sr. Altolaguirre, lo reseña de la siguiente ma­nera:

Colón-Columba: nombre de mujer, bastante co­mún en el siglo XI por devoción a la mártir de Córdoba, que como muchas antiguas cristianas, se de­nominó con ese símbolo de la pri­mitiva iglesia: Colomba-Coloma Colomo-Colomina.

Pero el símboio de que nos habla el Sr. Godoy es la paloma y, somos muy duros de penetrar en estos misterios de la ciencia etimológica, fisiológica o no acertamos a comprender que relación tendrá una paloma con un cuello gordo.

Ya nos lo diría el Sr. Altolaguirre, que para algo trae la cita a colación.

Y    nuestro docto contrincante, para hacer más contundente la probanza, añade a renglón seguido: “Del estudio etimológico hecho por el sabio académi­co de la Historia y sancionado por la Real Academia Española al premiar la obra (ya Ud. nos advirtió que fué premiada) que se inserta, resulta que el so­brenombre Colón es la forma española más vulgar del latino Columbaque a su vez, tiene la italiana de

Colomo, según demuestra las actas notariales de Saona (?) y Genova, en las que figuran, por ejemplo, un Domenico Colombo, al que en las actas redac­tadas en latín, se le llama Golumbus ¡Aprieta!

Todo lo antedicho, no crean nuestros pacientes lectores que lo ha dicho el laureado académico Sr. Godoy. No, señor, son juicios personalísimos del Sr. Altolaguirre, que saca todas esas consecuencias después de un maduro exámen etimológico-fisioló- gico.

A renglón seguido, habla el Sr. Altolaguirre del Concilio de Trento, que no sabemos que diablos de relación tendrá con el cuello gordo de Colón. Y no se detiene ahí, no señor; por que a continuación nos habla del Gran Capitán, que dice se llamó Gonzalo Fernández de Córdoba—particular que ignorába­mos— y que era hermano de padre y madre de Don Alonso de Aguilar, por lo que saca en consecuencia que antiguamente, no siempre los apellidos respon­dían a la verdad ¡naturalmente! Hoy pasa tres cuartos de lo mismo.

Después hemos quedado algo confusos leyendo lo que sigue:

«El punto de vista histórico, es el punto de vista científico por excelencia por que, consistiendo la esencia de las cosas, en su movimeinto y transfor­mación, la historia nos la presenta en esa evolución incesante”.

No es esta cosa, de replicar así, a la ligera y nues­tros lectores nos perdonarán que nos entreguemos a la meditación para tomar alientos.

 

MAS CONVENCIONALISMO

V.

Terminábamos nuestro primer artículo, con esta estupenda oración del docto académico de Historia:

“El punto de vista histórico, es el punto de vista científico por excelencia, por que, consistiendo la esencia de las cosas, en su movimiento y transfor­mación, la historia nos la presenta en esa evolución incesante».

Y  por muchas vueltas que hemos dado al asunto, no nos ha sido posible penetrar en este laberinto de transformación y evolución.

Veamos si en una nueva tentativa, somos más afortunados, Necesario será ir por partes para no hacernos un ovillo.

Analicemos el primer teorema:

“El punto de vista histórico, es el punto de vista científico por excelencia”.

Por ejemplo: Hojeamos el libro del Sr. Altolagui­rre y al detenernos en cualquiera de sus páginas, ve­mos escrito: «Colón es genovés”. Aquí “Colón” es el punto de vista histórico y “genovés” el punto de vista científico, por que ¡claro! lo es por excelencia.

¡Bien!

Y   ahora:

«porque consistiendo la esencia de las cosas, en su movimiento y transformación.

 

Aquí la esencia, debe ser el espíritu, o el alma u otra sustancia tan volátil e incorpórea que repre­sente el fundamento de la cosa misma y esta cosa, se mueve y se transforma. Esto debe ser la tradi­ción.

De lo que resulta que esta esencia, partiendo del primer teorema, es el mismo Colón genovés en esen­cia que se mueve y se transforma. Y que se trans­forma no cabe duda, por que de italiano se ha con­vertido en español, y es indiscutible que para llegar a esa transformación, se movió grandemente y este movimiento, no puede ser otra cosa que la opinión.

Ahora nos queda el complemento de la oración.

Y    el complemento, es este:

«la historia nos la presenta en esa evolución in­cesante».

Es decir: que la esencia en su constante movimien­to y transformación, nos la presenta la historia en evolución incesante, esto es: que no para, que camina a pasos agigantados, ora tirando para un lado, ora tirando para otro y trasformándose lo mismo en Colón genovés que en Colón gallego.

Perfectamente claro todo ello; pero es necesario que esa esencia se detenga, después de transformarse por última vez en Colón gallego.

Es necesario de todo punto que esa evolución in­cesante sea hacia Pontevedra y que al llegar a San Salvador de Poyo, se detenga,, porque al fin todo, hasta esta misma picara tierra que habitamos, cesan­do un día de dar vueltas y más vueltas, después de una final cabriola, se lanzará para siempre en los abismos del espacio.

Y   ahora que hemos desahogado el buen humor propio del que presencia la agonía del enemigo, pa­semos a otro orden de cosas, más en harmonía con la seriedad del asunto que nos ocupa»

Dice Ud. que establecer, que el apellido Colón en español tenía la forma italiana de Colombo, la latina de Columbus y la francesa de Coullon, como el nombre propio de Cristóbal, tenía la italiana de Christophoro y la latina de Christophorus, exige un detenido estudio”.

Y   el estudio detenido de que nos habla, sentimos no lo haya llevado a cabo, por que lo único que Ud. apunta para la conclusión, son las vulgarísimas noticias tomadas del libro de Don Femando Colón; una cita de las Casas, que copia de Don Fernando, y que Ud. Sr. Altolaguirre, quiere hacer pasar como opinión personal del Obispo de Chiapa y otro nuevo comentario sobre apellidos del Sr. Godoy Alcántara y pare Ud. de contar.

Y  agrega Ud. “Veamos lo que la historia nos dice respecto a los apellidos del descubridor de América».

“Don Fernando Colón en la vida del Almirante, su padre, escribió: «por que suelen ser más estimados los que proceden de grandes ciudades y generosos ascendientes querrían algunos que yo me detuviese en decir que el Almirante descendía de sangre ilustre, y que sus padres, por mala fortuna, habían llegado a la última estrechez y necesidad, y que probase que descendían de aquél Colón de quien Cornelio Tácito dice que llevó prisionero a Roma al rey Mitridates, y querrían también que hiciese una larga relación de aquellos dos Colones, sus parientes, cuya gran victoria alcanzada contra los venecianos describe Sabelico”.

«Pero añade que se excusó de estos afanes, por que creía que Nuestro Señor eligió a su padre como eligió a los Apósteles en las orillas del mar y no en los palacios y en las grandezas” y aunque imitase que, siendo sus ascendientes de la real sangre de Jerusalem “fué su voluntad, que sus padres fuesen menos conocidos, de modo que cuanto fué su persona a propósito y adornada de todo aquello que conve­nía para tan gran hecho, tanto menos conocido y cierto quiso que fuese su origen y patria, y así algunos que de cierta manera quieren obscurecer su fama, dicen que fué de Nervi, otros de Cugureo, otros de Bugiasco, lugarcillos pequeños cerca de Génova;

otros que quieren exaltarle más dicen era de Saona (?), otros genovés, y algunos también, le hacen natu­ral de Plasencia, donde hay personas muy honradas de su familia y sepulturas con armas y epitafios de los Colombos, que así fué el apellido de que usaban sus mayores, bien que el Almirante, conforme a la patria donde fué a vivir y a empezar su nuevo esta­do, limó el vocablo para conformarle con el antiguo y distinguir los que procedieran de él, de los demás, que eran parientes colaterales, y se llamó Colón”

Todo esto que copia el Sr. Altolaguirre, es para demostrarnos todo lo contrario que dice Don Fer­nando, con el objeto de que nos demos perfecta cuen­ta de que su hijo (el hijo de Colón) quiso expresar con todo ello que «su padre era italiano y de apellido Colombo y que al venir a España, tradujo su ape­llido en Colón, conforme a la patria donde vino a vivir y empezar su nuevo estado’-’.

Y   es asombroso que el Sr. Altolaguirre siga ha­ciendo afirmaciones tan desatinadas.

Vamos pues a destruir todo eso que afirma y bien fácilmente por cierto; de lo que resulta que, siendo lo que resta tan abrumador como lo que hasta ahora impugna, sería cuestión de no seguir comentando y dedicando un tiempo precioso a esta farándula histórica que va entrando ya en el terreno de lo ri­dículo; pero como esa retirada por muy justificada que estuviera, habría de ser tomada por los vocin­gleros de oficio, como arma para desnaturalizarnos, seguiremos desmenuzando con paciencia esas pro­banzas que al fin y a la postre, servirán para eviden­ciar la debilidad crítica de los más notables partida­rios del genovismo de Colón.

Repitamos lo dicho por Don Fernando y que copia el Sr. Altolaguirre como probanza de que el hijo de Colón reconocía como sus parientes al que llevó preso a Roma al rey Mitridates y a los que alcanzaron tan gran victoria sobre los venecianos, según el de­cir de Sabelico:

“Querrían algunos que yo me detuviese u ocupase en decir que el Almirante descendía de sangre ilustre y que_ sus padres, por mala fortuna, habían llegado a la última estrechez y necesidad, y que probase que descendían de aquél Colón de quién Cornelio Tácito, dice que llevó prisionero a Roma al rey Mi- tridates, y querrían también que hiciese una larga relación de aquellos dos Colones, sus parientes, cuya victoria alcanzada contra los venecianos describe Sabelico”.

‘ Observarán nuestros lectores, que el Sr. Altola­guirre subraya las palabras—y que probase—y esta otra: sus parientes.

Vamos a desautorizar al Sr. Altolaguirre que en tales simplezas aguza el entendimiento, con la opi­nión de los dos más notables biógrafos de Colón: Asensio y Harrisse.

De esta manera no será sospechosa, la probanza que, por nuestra podría ser puesta en tela de juicio.

Dice Asensio: “que los Colombo (Domenico) tu­vieran cercano parentesco con aquella aristocracia, no parece probable, ni se ha justificado. Imagina­ria y supuesta es la nobleza de la estirpe del Almi­rante. No se sabe la tuvieran sus abuelos, y aunque la hubieran tenido, decayeron de ella, según las leyes de la República de Génova, al dedicarse a un oficio mecánico. Imaginario es también el parentesco que quiso buscársele con dos almirantes de Francia. Y ahora Harrisse: “esos Colombo que menciona Sabe- lico no eran genoveses, ni aún siquiera italianos^ ni se llaman Colombo. Eran gascones, de apellido Caseneuve, y conocidos por Coulomp; de donde los tradutores sé complacieron en sacar Columbas y Colombo”

Tiene la palabra el Sr. Altolaguirre.

 

LA FARANDULA HISTORICA

VI.

«Por que suelen ser más estimados los que pro­ceden de grandes ciudades y generosos ascendientes, querrían algunos que yo me detuviese y ocupase en decir que el Almirante’’

Se nos ocurre, que no se puede con mayor lujo de detalles, negar la procedencia ciudadana de un in­dividuo. Don Fernando pues, niega que su padre hubiera nacido en una gran ciudad, por ejemplo: Génova y niega asimismo que sus antecesores per­tenecieran a la nobleza. Esto no solo lo dá a enten­der, sinó que lo afirma. Esto está claro.

Pues bien, el Sr. Altolaguirre, lo interpreta en el sentido de que Colón nació en Genova, y que sus antecesores pertenecieron a la más rancia nobleza de aquella república.

Y    continúa así Don Fernando: “Por que creía que Nuestro Señor, eligió a su padre como eligió a los Apóstoles en las orillas del mar, y no en los pa­lacios y en las grandezas y’añade: “Fué su voluntad que sus padres fuesen menos conocidos, de modo que cuanto fué su persona a propósito y adornada de todo aquello que convenía para tan gran hecho, tanto menos conocido y cierto, quiso que fuese su origen y patria”.

Es indiscutible, que aquí Don Fernando da por lugar de nacimiento de su padre, un lugar poco so­nado, de una costa ignorada a semejanza de los pue- blecillos humildes de las riberas del mar de Galilea, y rechaza la suposición que quiere imponérsele de declarar que nació en los palacios y en las grandezas. Estos palacios, se nos antoja, que lo decía hablando de Génova, que era y fué señalada por sus magní­ficos edificios.

Y  agrega, por haberlo oido sin duda muchas veces a su padre que fué la voluntad del Almirante hacer desconocida su patria e incierto su origen. Esto también está muy claro.

Pues bien: el Sr. Altolaguirre nos dice que D. Fer­nando quiere expresar que Colón era genovés, que había nacido en la ciudad de mármol, en la ciudad palacio, y da por cierto que reconoce como cierto su origen, puesto que ya antes, nos quiere convencer que es descendiente de aquél Colón que llevó pri­sionero a Roma al rey Mitridates y de aquellos otros Colones que nunca se llamaron tal.

Y    prosigue de esta manera Don Fernando: “Y así, algunos que de cierta manera quieren obscurecer su fama, dicen que fué de Nervi, otros de Cugureo, otros de Bugiasco, Iugarcillos pequeños cerca de Génova; otros, que quieren exaltarle más, dicen era de Saona; otros, genovés y algunos también, le hacen natural de Plasencia, donde hay personas muy honradas de su familia y sepulturas con armas y epitafios de los Colombos, que así. fué el apellido que usaban sus mayores, bien que el Almirante, conforme a la patria donde fué a vivir y a empezar su nuevo estado, limó el vocablo para conformarle con el antiguo y distinguir los que procedieran de el de los demás, que eran parientes colaterales y se llamó Colón”.

Es necesario que los lectores que nos siguen en esta refutación, lean una, dos, y a ser posible tres veces; este párrafo de Don Fernando, por que el Sr. Altolaguirre ¡asómbrense Uds! toma como palabras propias de Don Fernando, lo que Don Fernando co­piaba de los historiadores italianos, entre ellos Gius- tiniani para rebatir las falsedades que aquellos ha­bían estampado en sus libros.                                  .

 

Está visto, que para el Sr. Altolaguirre, todo el campo es orégano.

Niega, desde luego y rotundamente, que su padre naciera en Nervi, Cugureo, Bugiasco, Saona, Géno­va y Plasencia. Esto tampoco tiene duda. Bien claro dice que no se prestará a afirmar las inexactitu­des de los escritores italianos que es a quienes se di­rige aunque no haya tenido la atención de advertír­noslo el Sr. Altolaguirre.

“Algunos también lo hacen natural de Pla­sencia”, está asimismo claro que desautoriza a esos algunos para afirmar que su padre hubiera nacido en Plasencia, donde dicen que hay personas hon­radas de su familia. Aquí Don Fernando hubiera dicho de mi familia, puesto que siendo hijo de Don Cristóbal, aquellos de su familia eran también pa­rientes suyos. Está pues, perfectamente claro que copia las presunciones de otros.

“Y sepulturas con armas y epitafios de los Co- Iombos, que asi fué el apellido que usaban sus ma­yores”. Aquí esos Mayores, eran también los de Don Fernando. Don Fernando tampoco dice: Epitafios y armas de nuestra familia, sino epitafios y armas de los colombos, esto es: de los Colombos a que se referían los historiadores italianos. Hemos de convenir que tal como se expresa Don Femando, no es la expresión de un familiar, y de un familiar muy allegado a aquella familia linajuda que ya hemos visto no fué ni por asomo parentela del Almirante.

Y   que todo lo que dice Don Fernando, no puede aplicarse a declaraciones personales se desprende de que muchos años después en sus viajes por Eu­ropa en busca de libros para enriquecer su famosa biblioteca después de recorrer todos los estados de la República Serenísima, recordando sin duda las afirmativas de los historiadores italianos y dando una prueba manifiesta de la ignorancia en que vivía sobre la verdadera patria de su padre, pasando por Cugureo o Cogoleto, trató de inquirir informes de los dos hermanos Colombo, que eran los vecinos más ricos del lugar. A esos Colombo, se les suponía parientes del Almirante; pero no obstante sus cien años vividos no pudieron darle referencia sobre tan importante asunto. De manera, que se vio obliga­do ,a declarar que no pudo averiguar donde y como vivían sus antecesores.

¿A qué pues, ese empeño del Sr. Altolaguirre, por demostrarnos lo indemostrable?

Pero como aún no hemos terminado de analizar las declaraciones escritas de Don Fernando, vamos a citar las palabras que aún quedan por sondear del citado párrafo.

‘Conforme a la patria donde fué a vivir y a empezar su nuevo estado”

Aquí resalta la contradición a la vista. Patria no hay más que una y Don Fernando que era espa­ñol, no podía decir, conforme a la patria a donde fué a vivir, hablando de su patria y de su padre.

Pero aún hay otras contradicciones más mani­fiestas para confundir la poca afortunada asevera­ción del Sr. Altolaguirre:

Limó el vocablo para conformarlo con el antiguo….

El antiguo o sea el de Colón, era el de aquél Colón de quien Cornelio Tácito dice que llevó prisionero a Roma al rey Mitridates. Como se vé, estas eran palabras del historiador italiano cuyos argumentos combatía Don Fernando con tanto calor y por otra parte está perfectamente averiguado qué Tácito a quién se atribuye semejante afirmación, dice que quien hizo eso, fué Junio Cüo (Cilonen, en latín).

Y    lo mismo asegura Casio. (Anales.—Libro XII oevres completes de Tácite,—Traducción de Ch. Lo vandre.—París.—1853).

Y   por último:

Y   distinguir los que procedieran de el de los de­más colaterales y se llamó Colón.

Aquí se dá por supuesto, o lo dá el historiador italiano que se desconocía a los hermanos de Don

Cristóbal, por que de otra manera no se emplearía la palabra colaterales atribuida a lejanos parientes y aún en caso contrario, la modificación, sería sola para él, pues con el solo objeto de distinguirse de todos los suyos limaba o serruchaba el vocablo.

Y   se llamó Colón.

¡Naturalmente!…

 

ACLARACIONES

VIL

Podemos adelantar a nuestros lectores, que en esta refutación en que nos hemos empeñado, se han de ver cosas muy notables.

Nuestro propósito, ha sido y es, combatir con armas nobles. Ya no es posible ampararse en con­jeturas y opiniones personales y esta es la razón, de que nosostros solo hagamos uso de la prueba do­cumental, desdeñando pareceres y citas de indivi­duos que, por muy doctos y sabios que nos lo pre­senten, están sujetos como todos los mortales, al error y a la apreciación individual, que será muy apreciada y muy valiosa; pero que jamás podrá dar fé de la realidad de no ir acompañadada con pro­banzas escritas y testimonios documentales genui­nos e indubitables.

Hemos dicho, que con los documentos existentes, nadie podría probarnos que el Almirante haya de­clarado que nació en Génova y que todo lo escri­to de que era oriundo de tal o cual punto de Italia, se hace a título de información volandera, como eco de un rumor; como incierta probabilidad de un se dice; como especie divulgada y repetida y a fuerza de divulgada y repetida, petrificada hasta conver­tirse, según la cierta expresión de Altamira, en dog­ma.

Ya hemos dicho que el peor informado de nuestros cronistas, fué el tan celebrado Las Casas.

Las Casas no trató al Almirante, es más; no lo conoció.

Del obispo de Chiapa se desconoce la fecha de su nacimiento y solamente en alguno que otro pasaje de sus obras, habla de su ciudad natal, Sevilla; don­de según lo expresa, tuvieron asiento sus antepa­sados, desde que la conquistó el Santo Rey Don Fernando III de Castilla en el año 1252.

Se le asigna, por presunción, el año 1474, como aquel de su nacimiento. De todas maneras, lo cierto es, que estudiaba jurisprudencia en Sala­manca, mientras que Colón llevaba a cabo sus por­tentosos descubrimientos.

En 1502 y ya con el título de Licenciado, se le ve figurar en aquellos acontecimientos, como pasajero a bordo de uno de los buques de la expedición que conducía a Don Nicolás Ovando, que partía con numeroso séquito para hacerse cargo del gobierno de La Española.

Lo más importante pues, del descubrimiento, lo tomó de otros y si’ algún crédito nos ha de merecer este cronista, fuera de las exageraciones consiguien­tes, será desde el año 1510 en que ya ordenado sa­cerdote, comienza lo que pudiéramos titular su vida pública.

De la llamada Historia Portuguesa y del libro de Don Fernando tomó todas las noticias que los his­toriadores le atribuyen.

De la historia portuguesa o sea del libro titulado “Asia” de Barros, confirma el origen genovés del Al­mirante, puesto que dice en la página 42 del tomo I de la Historia de las Indias: Una historia portu­guesa que escribió un Juan de Barros, portugués, que llamó Asia en el libro III cap. 2U de la primera década, haciendo mención de este descubrimiento no dice sino que, según todos afirman, este Cristóbal era genovés de nación. Líneas antes, ya había dicho Las Casas: “donde nació o que nombre tuvo el tal lugar (el del nacimiento) no consta la verdad de ello más de que se solía llamar antes que llegase al estado que llegó, Cristóbal Colombo de Terra- rubia, y lo mismo su hermano Bartolomé Colón, de quién después se hará no poca mención.

Todo esto es pura ficción según lo demostraremos; pero antes, veamos quien fué el portugués Barros á quién cita Las Casas, para afirmar que Colón era genovés.

Juan de Barros a quién la biografía titula céle­bre, nació en Viseo el año 1496.

No habla pues nacido, cuando Colón llevaba a cabo su famosa hazaña.

Cuando escribió el Asía portuguesa o historia de los portuguese en la India, ya solo quedaban re­cuerdos y muy esfumados, de aquella insigne epo­peya. Barros a quien justamente se le llamó el Tito Libio portugués, si, como fijador del idioma merece alabanzas, no puede merecernos gran crédito como cronista de los acontecimientos españoles de los que incidentalmente se ocupa en su comentada obra.

Barros que refirió la opinión dudosa que conserva la tradición sobre el origen de Cristóbal Colón, se hi­zo eco de todos cuantos le antecedieron y precedie­ron del rumor propalado por los historiadores italia­nos, tan desautorizados por Don Fernando. Y que esto es, cierto, lo demuestra, que de haber sido con­vincente la noticia de Barros, otros hombres de ciencia portugueses, entre ellos Serpa Pinto y el Conde de Savorgnan no hubieran supuesto a Colón lusitano y como uno de los más ilustres hijos de aquella nación, puesto al servicio de España.

Las Casas pues recurrió a la información de Ba­rrios para establecer el genovismo del Almirante y esto es más que suficiente, para demostrar la igno­rancia en que sobre este importante punto vivía Las Casas. Además Barros dice según todos afir­man, de lo que se deduce, según lo hemos supuesto, de que se valió para su cita de informes ágenos.

Las restantes noticias, o sean aquella que se re­fieren a los antecesores de Colón, las toma íntegras de Don Femando. Nos habla de aquél Colón de quién pomelio Tácito dijo llevó preso a Roma al rey Mitradates y cuya falsedad ya hemos demostra­do. Nos habla de aquellos Colombos de que hace mención Sabellico y que así mismo se ha demostrado no eran tales Colombos.

En lo que difiere de Don Fernando, es en lo del apellido. Las Casas para determinar el cambio o sea para hacer uso de la lima o serrucho de la cita de Don Fernando que transformó el apellido de Co­lombo en Colón,nos relata el siguiente cuento:

«Tuvo por sobrenombre Colón, que quiere decir poblador de nuevo, el cual sobrenombre le convino en cuanto por su industria y trabajos fué causa que descubriendo estas gentes, infinitas animas de ellas, mediante la predicación del Evangelio y adminis­tración de los eclesiásticos sacramentos, hayan ido y vayan cada día a poblar de nuevo aquella triun­fante ciudad del cielo”.

Y   agrega lo que sigue:

“También le convino, por que de España trajo el primero gentes (si ella fuera cual debía ser) para hacer colonias, que son nuevas poblaciones traídas de fuera, que puestas y asentadas entre los natura­les habitadores de estas vastísimas tierras, consti­tuyeran una nueva, fortísima, amplísima e Üustrísi- ma cristiana Iglesia y felice república”.

Por esta apreciación de las Casas, queda bastante mal parada la sentencia que sobre apellidos caste­llanos y en su forma más vulgar, determinó en el Ensayo histórico etimológico, filológico, el académi­co de la Historia Don José Godoy y Alcántara y al que tan juiciosamente apadrina el Sr. Altolaguirre. Por que si hemos de ser francos preferimos la eti­mología de Las Casas a la del Sr. Godoy.

Y   dice también Las Casas: «Lo que pertenecía a su exterior persona y corporal disposición, fué alto de cuerpo, más que mediano; de rostro luengo y autorizado; la nariz aguileña; los ojos garzos; la color blanca, que tiraba a rojo encendido; la barba y cabellos, cuando era mozo rubios, puesto que muy presto con los trabajos se le tornaron canos; era gra­cioso y alegre y bien hablado y, según dice la suso­dicha Historia portuguesa (la historia de Barros) elocuente y glorioso en negocios, etc. Es decir, que las Casas no conoció al Almirante, puesto que si tuvo que recurrir a Barros para saber que era elocuente y glorioso en sus negocios, era indudable­mente por que lo ignoraba y por que no había podi­do apreciarlo con el trato, ya que tuvo que recurrir a otros que habían nacido muchos años después que él había nacido, para informarse de estas particu­laridades.

Cierto es que hablando del regreso de Colón en el año 93, nos dice que pudo apreciar del mismo Al­mirante la fidelidad y devoción que guardaba a los Reyes, cosas todas estas que también supo por su padre que había acompañado a Colón en el segundo viaje.

Hablando de esta incidencia se expresa así a lo que del yo entendí, que equivale a decir: a lo que de él yo oí, por lo que seguimos afirmando que Las Casas no trató ni conoció a Colón.

Y   para justificar aún más, nuestras presunciones, copiaremos parte del comienzo del Capitulo III de su Historia de las Indias, con la brevedad que este trabajo requiere:

» «Dicho queda el origen y patria, y linaje y padres, y persona exterior y costumbres, y conversación, que todo le era natural o de la natura concedido, y también de lo que se conocía de cristiandad de Cris­tóbal Colón, aunque en compendiosa y breve ma­nera; parece cosa conveniente referir las gracias que se le añadieron adquísitas y los ejercicios en que ocupó la vida que vivió antes que a España viniese, según se puede colegir de cartas que escribió a los reyes y a otras personas y otros a él, y de otros sus escritos, y también por la historia portuguesa y no menos por las obras que hizo.

Decididamente, Las Casas, no trató ni conoció a Colón.        .

Esto es innegable.

 

PULVERIZANDO AXIOMAS

VIII

No dirá el Sr. Altolaguirre que dejamos sin co­mento los más importantes axiomas de su folleto.

Desde la primera afirmativa, hasta la última, van pasando por el tamiz de la crítica, sin rehuir la más mínima particularidad enunciada, para desacreditar la tésis coloniana.

El P. Las Casas—dice Altolaguirre—relatando el tercer viaje del descubrimiento que hizo el almi­rante, agrega que uno de los navios lo mandaba Juan Antonio Colombo, genovés, deudo del Almi­rante, hombre muy capaz y prudente «con quien yo tuve frecuente conversación»; a este pariente del Almirante lo designa Don Diego Colón con el nombre de “Juan Antonio” en la minuta de su últi­ma voluntad que en los días 19 y 29 de Febrero ‘de 1515 hizo escribir al P. Gorricio; pero al dar este, forma de declaración, el día 24 del mismo mes y año, a las disposiciones adoptadas por Don Diego, dice que este había mandado que se diesen cien cas­tellanos de oro a Juan Antonio Colón”.

Y   añade, a guisa de comento el perspicaz Altola­guirre:

“También este pariente del Almirante había dado la forma Colón a su apellido Colombo”.

Y   agrega el docto académico de la Historia:

“sin que en este caso podamos atribuirlo más que a una de las causas que movieron al Almirante y sus hermanos a modificar el suyo; la que dice Don Fer­nando : limando el vocablo conforme a la patria que vino a vivir”.

De lo que resulta, Sr. Altolaguirre, conforme a sus presunciones, que el Juan Antonio también se­rruchó el apellido.

Patria, Sr. Altolaguirre—que sepamos—no hay más que una. Se puede admitir que lo diga un ita­liano, que la aplica a diestro y siniestro como sinó­nima de tierra, por lo cual queda perfectamente aclarado, que todo lo expuesto en otro lugar fué tomado por Don Fernando de los historiadores ita­lianos. Un español y español era Don Fernando, so pena que el Sr. Altolaguirre quiera hacerlo tam­bién italiano dice, ni ha dicho nunca; la patria In­glaterra, la patria Francia; la patria Italia etc., hablando de cualquiera de esas tierrras a las que pudiera ir a vivir accidental o permanentemente; pero dejando estas minucias que enunciamos solo a título de oportunidad, vamos a discutir la razón que asiste al P. de las Casas para llamar a Ju<m An­tonio por el apellido Colombo y la que asite al P. Gorricio para llamarlo Colón.

Vamos a parangonar pues, ambas autoridades, para saber a que atenernos.

Ya hemos demostrado que las Casas, no trató al Almirante; pero conoció a Juan Antonio, aunque esta afirmativa sea muy sospechosa, por que el obispo de Chiapa, tenía el prurito de conocer y tra­tar a todo el mundo y con todo el mundo, había te­nido frecuente conversación. Pero vamos a dar por hecho que conoció y tuvo trato con Juan Antonio. El parentesco que haya tenido con Colón, no nos’pa­rece muy desacertado, por que si no andamos muy equivocados, es el que suena en las actas de Ponte­vedra.

Vamos pues a convenir Sr, Altolaguirre en que Juan Antonio Colón era pariente del descubridor. Alguna vez habíamos de convenir en algo!

Pero de sus noticias se desprende, que el P. Go- rricio también tuvo trato con el Juan Antonio y de­bió tener frecuente conversación como diría el P. Las Casas.

Ni Don Cristóbal, ni su hijo Don Diego que algo dejó encomendado para él, ni nadie que sepamos— fuera del obispo de Chiapa—dijo que el Juan Anto­nio fuera pariente del descubridor, por lo que el Sr. Altolaguirre, debe agradecernos que sin otros ar­gumentos de fuerza, le demos la razón y pensemos del mismo modo.

Pero es el caso en cuanto a la forma del apellido, que el crédito del P. Gorricio, está muy por encima del que merece el P. Las Casas. Y la razón es obvia.

Las Casas no tuvo amistad que sepamos con el Almirante; pero el padre Gorricio, es nada menos, que el hombre de confianza de Cotón. Es el que está enterado de todos sus asuntos_y guarda sus más importantes papeles y el ejecutor dev sus más caros e íntimos encargos.  –

Y    según vemos por la cita del Sr. Altolaguirre, seguía siendo el hombre de confianza de sus hijos. Gorricio colaboró en el famoso libro de Las Profecías, de Colón; tenía en su poder los originales de los pri­vilegios del Almirante y guardaba toda su correspon­dencia pública y privada. Era en fin, el deposita­rio de todos los^intereses de Colón. Él 4 de Abril de 1502, el Almirante entre otras cosas, le decía en carta que afortunadamente se conserva: “Allá van para mi arquita algunas escrituras’’. Decía esto al emprender su cuarto y; último viaje y algunos días después, volvía a escribirle desde la Gran Ca­naria, encomendándole a Don Diego y haciéndole otros encargos privados. Al mismo Gaspar Gorri­cio, escribe Colón desde la Isla Jamaica contándole sus desventuras, de lo que se desprende que nadie como el P. Gorricio pudo preciarse de ser tan dis­tinguido con el afecto y confianza del Almirante.

Por lo tanto, nos vá a permitir el Sr. Altolaguirre, que demos más crédito al Gorricio que llamó Colón, a la española, a Juan Antonio, que al P, Las Casas que lo llamó Colombo, a la italiana.

Históricamente, tiene más fuerza la declaración de Gorricio, que la del P. Las Casas, Y si fuera ne­cesario reforzarla, diremos al Sr. Altolaguirre, que según el mismo nos lo dice, ese apellido Colón, fué dictado por Don Diego al extenderse la minuta, de su testamento, lo que resultan dos probanzas de pe­so para nuestra causa, contra la endeble y única del peor informado de nuestros cronistas..

Camino adelante, o párrafo adelante, y hemos dicho camino, por que debe ser árida la ruta dificilí­sima por donde se ha metido el Sr. Altolaguirre, nos dice con sinceridad que nunca será bien alabada: «En las cartas que el Rey le dirigió (a Colón), en las capitulaciones de Santa Fé; en los privilegios que se le otorgaron; en la autorización que se le concedió para fundar Mayorazgo; en todos los documentos oficiales, se le llamó Cristóbal Colón y Colón, le ape­llidaron los historiadores españoles de aquella épo­ca”.     .

¡Manco male! Questo si chiama parlare.

Pues si eso es cierto Sr. Altolaguirre ¿por qué se empeña Ud. en hacernos italiano el apellido?

A renglón seguido nos trae otra vez a colación al Sr. Godoy Alcántara, que hace un endiablado estu­dio referente a la transformación que los aragoneses hacían de los apellidos. Por ejemplo: a uno que se llamaba de Capüe Magno, los aragoneses de aque­llos pretéritos tiempos, lo llamaron de Capmany; a otro que se llamaba de Podialibus rusticorum, lo transformaron sencillamente en de Pujáis deis pa~ gesos, y así por el estilo una docena de transforma­ciones, que hubiera dejado chiquito a Frégoli si es­te eminente transformita se hubiera dedicado a lo histórico, etimológico, filológico.

Añade el Sr. Altolaguirre, que la Cancillería Cas­tellana, a lo contrario de la Aragonesa, no latiniza los apellidos, y por eso, al negociar con la Pontificia, fundada en los descubrimientos realizados por el Almirante el que se trazase una línea y se demarcara la esfera de acción de Portugal y España en el Atlán­tico, llama al gran navegante, Cristóbal Colón, nom­bre y apellido que acepta la Cancillería Romana y con el que que denomina en las Bulas 3 y 4 de Mayo de 1493”.

¡E mai possibile!

Pues si esto—repetimos—es cierto ¿por que se empeña Ud. en hacernos italiano el apellido?

Se empeña, paciéntísimos lectores, por que su objeto es demostrar que, esto, que tanto extrañó a La Riega tiene para el Sr. Altolaguirre una fácil explicación.

Dice que como quiera que no se trata de una gra­cia que otorgar al Almirante, ni de reconocer algún derecho, no tenía razón el Gobierno Pontificio de hacer indagaciones que a nada conducían.

A nosotros se nos antoja, que no es poco derecho el de reconocerle como Descubridor de un mundo; pero hemos de respetar el parecer del docto académi­co que agrega: “nada significaban nombre, familia y patria, por que nada podían alterar la resolución de tan importante asunto, ni nada podía demorar o distraer la atención de la Cancillería Romana ocu­pada en resolver el conflicto para averiguar si el verdadero apellido del Almirante era el de Colón o el de Colombo y si había nacido en Génova o en Pon­tevedra.

Y es que el Sr. Altolaguirre ignora que al titular el Papa al Almirante Cristóbal Colón y llamarlo hijo dilecto de los reyes católicos, declaraba ipso facto que Colón era el español más predilecto de los Reyes; el subdito de más valer y distinción de los monarcas españoles.

Por que lo propio se había dicho de Loyola en el sentido religioso medio siglo después: “….y que el dilecto hijo Ignacio, general de la Compañía de Je­sús, de nosotros aprobada canónicamente en esta santa ciudad”….

 

CONCEPTOS DESASTROSOS

IX

Toda la crítica de Altolaguirre, va abiertamente contra La Riega, por que jamás podrá perdonarle los disgustos que le ha proporcionado con la ridicula teoría, lanzada valientemente a la publicidad, del españolismo de Colón.

No ha quedado documento ni libro que no haya investigado, buscando inútilmente lo imposible.

Ahí era nada si encontraba un alegato contun­dente para pulverizar la teoría. Hallar una pro­banza aplastante y escalar rápidamente la cumbre de la inmortalidad, sería el resultado de su porfiada investigación; pero los archivos arrojaban proban­zas contrarías, probanzas que hubieran debilitado su convicción si no la rigiera el apasionamiento.

Y   de sus inútiles busquedas, resultó una averi­guación que ha creído contundente para desacredi­tar a su contrario que reposa lleno de gloria—pos­trera ambición del hombre—en el campo-santo de la tierra donde también vió la luz primera el Revelador del Globo.

Altolaguirre por datos auténticos y noticias y relaciones irrecusables, averiguó que el estupendo suceso del descubrimiento pasó casi desapercibido en Italia y que en España la general satisfacción que despertó el hallazgo de las Indias Occidentales se desvaneció rápidamente vista la nula importan­cia de los bienes que habría de reportar el hallazgo de unas islas, muy bonitas, con caudalosos ríos, con amplios y seguros puertos; de clima apacible y vegetación exuberante; pero donde la actividad del hombre culto no aparecía por ninguna parte. Islas que guardaban tribus numerosas y dóciles; pero completamente salvajes, que solo cultivaban los vegetales indispensables para la subsistencia y don­de los más progresistas, cultivaban el algodón para cubrir malamente sus desnudeces. Faltaban los animales domésticos, que prestan poderoso auxilio para los trabajos o sirven de alimento y todo lo que para la vida necesita el hombre civilizado, era pre­ciso llevarlo de España y como a todo esto, había que agregar las fiebres que agotaban las energías de los expedicionarios, todos ansiaban regresar a Es­paña.

Todas estas consideraciones del Sr. Altolaguirre, las trae a cuento para quitar importancia a aquel magno suceso.

Si hemos de creerle, hay que convenir que el des­cubrimiento de la mal llamada América, pasó desa­percibido para los pueblos continentales y apenas halló eco en las Cancillerías europeas.

Todo esto está escrito para desmentir a La Riega, que afirmó muy juiciosamente por cierto, que el Descubrimiento causó universal espectación y debió admirar y aún regocijar a Italia, supuesta cuna del insigne náuta que había llevado a cabo semejante proeza.

Y   como no estamos dispuestos a silenciar este nue­vo infundio de Altolaguirre, vamos a demostrar lo contrario, copiando las noticias de dos historiadores notables, antiguo uno y otro moderno, que con su elocuencia dirán seguramente más,que todo cuanto nosotros pudiéramos alegar para rebatir la incon­cebible afirmativa del académico impugnador.

Dice Asensio: “El rumor popular, comenzó como siempre a exagerar la importancia del Descubri­miento. Considerábase ya a España, poseedora de inmesos tesoros y la nación más poderosa del mundo.

Por doquiera se difundía el deseo de tener noticias ciertas de aquellos países que la imaginación abul­taba de tal manera. Se cruzaban las preguntas; se despachaban correos; las naciones se manifestaban tan ávidas de noticias como los individuos”….

Mártir de Angleria en la crónica dedicaba a Iñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, es aún más expresivo que Asensio. Dice así: “Desde el pri­mer origen y designio reciente de acometer Colón esta empresa del Océano, amigos y príncipes me es­timulaban con cartas desde Roma para que descri­biera lo que había sucedido, pues estaban llenos de admiración por todo cuanto se relacionaba con el

descubrimiento…… y así, tenían ardientes deseos de saber de estas cosas”.

Se nos figura que huelgan los comentarios.

Como no es nuestro propósito atiborrar de citas a nuestros lectores, con lo expuesto, es más que su­ficiente para destruir la aseveración de Altolaguirre que aquel magno suceso pasó casi desapercibido.

Claro está que Altolaguirre apoya lo dicho con algunas citas y nos trae entre otros testigos al señor Eerchet, que trata de justificar la indiferencia con que en su patria fué acogida la noticia de los éxitos obtenidos por el Almirante en su primer viaje, di­ciendo que, en aquella época (Berchet es contempo­ráneo) “Italia se hallaba preocupada con las cuestio­nes orientales, amenazada en su independencia, y tan amenazada y preocupada del peligro más inmi­nente, del avance de los portugueses a lo largo de la costa africana, que no prestó toda la atención de­bida a los descubrimientos del Atlántico”.

‘ Dice Altolaguirre a continuación que los viajes realizados por Vicente Yañez Pinzón, Diego Lepe, Gaspar Corte Real, Pedro Alvarez Cabral y parti­cularmente el viaje de Vasco de Gama, que se re­putaban de utilidad más inmediata y de resultados más prácticos apartaron la pública atención e hi­cieron olvidar por largo tiempo que él era el que ha­bía dado impulso a la maravillosa empresa”.

Agrega, que en Venecia, sobre todo, los descu­brimientos del Almirante pasaron casi inadvertidos y que en los Annale venete, de Domenico Malipiero, se da cuenta en el año 1493 de que la armada del Rey Católico halló nuevos países.

Y   dice más:

“que en los Anuales venecianos, se habla de las islas descubiertas, las costumbres-de sus habitantes, etc……. pero que ni siquiera se menciona al

Almirante”. –

Pues, señor, no sabemos a lo que el Sr. Altolagui­rre llama casi inadvertido. Por que si Colón regre­sa a España después del descubrimiento ese mismo año de 1493 y en ese mismo año se publica en Vene- eia su descubrimiento y se citan las islas descubiertas y hasta se habla de las costumbres de sus habitantes, se nos figura que no pasó tan inadvertida la cosa. Ahora bien; que no se cite a Colón para nada, prueba que no era italiano, por que lo mismo ocurrió en Gé­nova cuando en 1493 o sea el mismo año, llegaron los embajadores Francisco Marchesi y Juan Antonio Grimaldo llevando la noticia del descubrimiento y los antecedentes que tenían del descubridor. En Génova tampoco sabían quien era Cristóbal Colón. Nadie lo conoce ni posee antecedentes de sus padres.

No debe pues extrañarle al Sr. Altolaguirre que en los Anales de Venecia no se cite a Cristóbal Colón. ’ ¡Colón era perfectamente desconido en Italia!

Si el Sr. García de la Riega—añade el Sr. Altola­guirre—antes de lanzar a la publicidad su libro Colón, español, hubiera estudiado un poco_ más *1 tema, no hubiera hecho la rotunda afirmación que aparece en la pájina 107 de su obra, en la que, al referir que en la Biblioteca de Munich existe un folleto que se dice ser el primero que allí se publicó relativo al descubrimiento, y en el que figura el Al­mirante con el apellido Colón, añade: ‘’lo cual prueba que el Colombo se había desvanecido rá­pidamente; ni siquiera se consignó en la carta latina que con el propio objeto se imprimió en Roma en 29 de Abril de 1493, cuyo ejemplar se halla en el Museo Británico de Londres. Si ese apellido ita­liano fuera legítimo habría subsistido durante un plazo más largo, especialmente en el extranjero”.

Y   a esto que dice La Riega, replica el Sr. Altolaguirre:

«De las anteriores palabras se saca la consecuen­cia de que el Sr. García de la Riega habría conside­rado legítimo el apellido Colombo, si hubiera encon­trado que, durante algún tiempo, fué así llamado el Almirante”.

Como desgraciadamente el Sr. La Riega no puede contestar al Sr. Altolaguirre vamos a hacerlo no­sotros en su nombre:

No señor, no se sacaría esa consecuencia; pero demostraría algo más, que lo que demuestra la pro­banza del apellido de Colón, a raíz del descubrimien­to, en tierras extrañas con su forma española.

Y    como a esto Ud. dice, como si realmente hu­biera leído la réplica, que podría hacer una larga lista de cartas, crónicas, diarios, historias generales y particulares y poesías en que, especialmente en Italia se adaptaba a la forma Colombo el apellido Colón, usado en España por el Almirante, hemos de replicar que lo que necesitamos son documentos ofi­ciales donde Ud. nos pruebe que el descubridor del Nuevo Mundo se llamaba Cristóbal Colombo, pues por algo Ud. nos dice que esa adaptación pudiera atribirse al interés de los italianos en hacer ver que el Almirante era su compatriota, como así es en efecto, y como quiera que también Ud. nos dice que se limitará a hacer un estudio con testimonios que no pueden ser recusados por sospechosos de todo lo contrario que nosotros afirmamos, discutiremos el asunto en el próximo capítulo por aquello de que no quede nada pendiente por dilucidar.

 

ANULANDO ABSURDOS

X

Y     escribe Altolaguirre:

“Ya hemos visto como Girolano Priuli, en su dia­rio, llama Colombo al Almirante”.

Allegretto Allegretti, en su diario Senesi 1450 a 1496, y bajo la fecha de 25 de Abril de 1493 dice que este mismo año se descubrieron muchas islas por el capitán del Rey de España Cristoforo Colombo, noticias que fueron conocidas por nuestros mercade­res de España y por referencia de otras personas y el mismo Sr. Altolaguirre nos advierte, que llamán­dose el descubridor, Colón, en España, hay que su­poner que le dieron la forma italiana o que se la dio el mismo Allegretto, y pone esta presunción como ejemplo, de la transformación natural del apellido al pasar de uno a otro idioma.

¡Soberbio!

Colomba—añade—también le apellidan en un a carta escrita en Barcelona el 21 de Abril de 1493, cuya copia remitió al Duque de Fgrrara su consejero secreto Jacobo Trotti: Columbo, dice que lo deno­mina Messer Zoanne, que llegó a Bolonia, proceden­te de España, en Junio de 1493 Culombo savonese, dice que lo titula Juan Bautista Strozzi, en carta escrita desde Cádiz el 19 de Marzo de 1494 y que Columbum, lo apellida Nicolás Scillacio en carta fechada en Pavía el 3 de Diciembre de 1494 dirigi­da a Alfonso Cavallerie, Vicecancelario del duque Ludovico Sforcia. Morelletto Ponzone en Junio de 1494, escribía desde Ferrara a la duquesa de Man­tua, en la que dice “que uno llamado Colombo, des­cubrió cierta isla por el Rey de España” y que Francisco Litta, Canciller del Embajador de Milán en España, decía desde Almazan el 23 de Junio de 1496 «que el Colombo, capitán del Rey»

Y    agrega el Sr. Altolaguirre: “Cierto que en la traducción de la carta que en 14 de Marzo de 1493 dirigió desde Lisboa el Almirante al Tesorero Ra­fael Sánchez, dándole cuenta de los descubrimientos realizados en el primer viaje, hizo en Roma Leandro de Cosco, da a D. Cristóbal el apellido Collón, con­servándole la forma española; pero no lo es menos que a continuación de la primera edición de la carta, se inserta im epigrama compuesto en latín por R. L. Corbaria obispo de Montespalusi, y dirigida al Rey de España,, en que al Almirante se le apellida Calumbo, y así se le apellida también en el poema que, tomando por base la misma carta, hizo en Flo­rencia en 25 de Octubre de 1493 Julián Datti in qust anno presente, queste e statalo del müle quatro cen novantatre un Ch’e Chistojan Cholombo chimnato

Al llegar aquí, será nesario que aclaremos algunas particularidades para buena inteligencia del lector.

Según lo manifestábamos en el artículo anterior, el Sr; Altolaguirre nos ofrecía la demostración sin el auxilio de los italianos, para que no fuese sospechosa la probanza; pero habiendo leído con más deteni­miento, vemos que su ofrecimiento se reducía a to­mar el testimonio de los italianos en un periodo de tiempo que no pasara del año 1508, por que, agrega,’ entonces aun no se discutía la patria de Don Cris­tóbal.

Esto, como se ve, es infantil.

Ni entonces, ni después se discutió la procedencia de Colón. Lo que ocurrió fué, que don Fernando negó que su padre hubiera nacido en Italia y que tanto él, como sus abuelos hubieran sido cardadores.

Lo demás, fué consecuencia del tiempo, primero, y de la leyenda después. Se discutió ferozmente, la localidad; pero se le tuvo por natural de la repú­blica de Génova.

Por lo tanto, no sabemos a que conduce esa pro­banza con testimonios italianos, hasta el año 1506, en que falleció el Almirante. El vocablo, se limó o serruchó después, para hacer más patente la pro­cedencia, por que con razón, unos y otros estaban escamados de que apellidándose Colombo, el Almi­rante firmara sus escritor y se llamara en España Colón.

Más, en fin; aceptamos la probanza tal como nos la ofrece el Sr. Altolaguirre, quien no podrá negarnos la anarquía que reinaba en aquellos tiempos, aún para la fórmula italiana, toda vez que unos lo llama­ban Colombo, otros Columbo, otros Culumbum, otros Culombo, otros Coloni, quien Collón, quien Columbus, _ quien Colomo, quien Coloma y quien como Datti, llega a bautizarlo con el sugestivo dis­tintivo de Cholombo.

De lo que se desprende, que cada cual lo apelli­daba como mejor le placía o como .mejor lo inter­pretaba, al contrario de lo que ocurría y siempre ocurrió en España, que llevó el invariable apellido de Colón.

Y  ahora ¿cuántos fueron aquellos que, denominán­dolo de tan distinta manera, lo reconocen como ita­liano?

„ Ya nos lo dirá el Sr. Altolaguirre; pero contra to­das las probanzas que trate de oponernos, hasta el año 1506 en que apareció la primera biografía del gran marino en los Comentariolus de Gallo, citaremos nosotros, solo una, aprovechando también una de sus más importantes citas. Nos referimos a la no­ticia que enviada por Jacobo Trotti al duque Hér­cules de Este, declara en el año 1493 en carta des­pachada de Barcelona a Milán, que Cristóbal Colón era  Español:

La noticia es de italianos, tal como la desea el Sr. Altolaguirre y por italianos de elevada posición so­cial en íntima correspondencia y trato con los gran­des y aún con los mismos Reyes de España.

Y    pues, si consejeros o embajadores italianos, escribiendo a italianos de alta elevación política, titulan a Colón español, aunque lo apelliden Colom­ba, que también’es apellido español y por añadidura gallego, que otra constancia y que otro argumento más convincente, puede oponernos a la probanza el Sr. Altolaguirre?

Ya vé pues el docto académico, que en esta nue­va prueba a que nos somete, sale tan mal librado co­mo en todas las demás, por la sencilla razón que una causa injusta, resulta deplorable en la demostración, necesariamente débil por falta de consistencia y no es por ahí, a nuestro juicio, por donde el Sr. Al­tolaguirre habrá de llevar al convencimiento de sus lectores, de la infundiosa suposición, consagrada más por la leyenda que por la tradición, del genovismo del Almirante.

No es tampoco recurriendo a los epigramas .y a los buenos o malos versos, medio adecuado para con­vencernos de nuestro error.

Ud. mismo nos advierte Sr. Altolaguirre, que Pedro Mártir escribía el apellido de Colón, a la espa­ñola y por lo tanto, el que Juan Francisco Affaitadi, escribiera desde Lisboa el año 1504 al embajador veneciano en España, llamando al Almirante Co~ lombo, es una prueba más a nuestro favor de la ig­norancia de los italianos en este apellido, por cuanto el mismo rey de Portugal, algunos años antes, ya llamaba al Descubridor Colón y conste que, enton­ces Don Cristóbal aún no había llevado a cabo su famoso descubrimiento.

Menos mal, que todas las noticias que Ud. aporta como pruebas, las reconoce sin carácter oficial, por que desde luego, nosotros no habríamos de admitirlas como válidas y por lo tanto, toda inútil demostra­ción es tiempo perdido,

Y    a mayor abundamiento, si Ud. nos dice que Giacomo Filipo Foresti de Bergamo en su obra pu­blicada en 1494 solo dos veces cita al Descubridor y de estas dos veces, una lo apellida Coloni y otra Co- lumbum ¿no es una demostración elocuente de lo mal informados que andanba todos aquellos seño­res?

En cuanto a que el P. Las Casas refiera que Don Bartolomé Colón presentó en Inglaterra un mapa que llevaba muy bien hecho, en el cual iban unos versos en latín que él mismo, según dice había pintado «los cuales hallé escritos de muy mala e corrupta letra y sin ortografía y parte de ellos no pude leer”, cuya final decía así:

Pro authore seu pectore.

Geunua eui patria est nomen cui Bartholomeus Columbus de térra rúbea est

es una vil superchería, por que Don Bartolomé, se­gún ya lo hemos advertido, no estuvo por aquél en­tonces en Inglaterra, según podemos probarlo con documentos irrefutables.

 

NI UNA EN EL CLAVO

XI

Y  ahora viene lo gordo.

Leamos lo siguiente, que copia Altolaguirre:

En la institución del Mayorazgo hecha por Don Cristóbal Colón en 22 de Febrero de 1498, declara terminantemente “que nació en Génova”, y ordena a la persona que heredase el Mayorazgo, que tenga y sostenga siempre en la ciudad, en Génova, “una persona de nuestro linaje que tenga allí casa e muger e le ordene renta con que pueda vivir honestamente, corrwJ persona tan allegada a nuestro linaje que po­dría haber en la dicha ciudad ayuda e favor en las cosas del menester suyo, pues que de ella salí y en ella nací».

Sabemos que el Sr. Altolaguirre ha traído de ca­beza a todos los archiveros del reino, para averiguar seguramente, lo cierto que hubiera en nuestra de­nuncia, declarando apócrifo este documento, y se­guramente también, halló pruebas fehacientes de que nosotros andamos equivocados, cuando sigue considerando auténtico tan disparatado testamento.

No vamos a insistir en la falsedad del llamado Mayorazgo de Colón, por que sobradas pruebas hallara el lector en el Capítulo II de nuestro libro “Galicia, patria de Colón”.

Queremos solamente aprovechar esta oportunidad, para rogar al Sr. Altolaguirre,. que no una, sino dis­tintas veces ha dicho que solo reconoce como ele­mentos de prueba los documentos autorizados, si lo que él llama Mayorazgo de Colón, es un documen­to de prueba.

Por lo tanto, confiamos en el rigor de su concien­cia crítica para que nos diga:

1“.—Si existe original de letra del Almirante.

2o.—Si a falta de original escrito por él, existe co­pia con su firma.

3o.—Si, caso de existir, la escritura de fecha de Io de Abril de 1502 anulaba la de fecha 22 de Fe- bero de 1498-

4o.—Si en el testamento de 19 de Mayo de 1506 se hace referencia al primero o segundo documento.

5o.—Si se cumplieron las clausulas del Mayorazgo de 22 de Febrero de 1498.

Todo lo que apuntamos es fácil de contestar y sin embargo tenemos el convencimiento que la réplica del Sr. Altolaguirre no puede ser satisfactoria para ninguna de estas preguntas.

Hasta el momento, todo cuanto se ha discutido, carece de fundamento y lo que es más importante, de probanza, que atestigüe la verdad de cuanto afir­ma nuestro docto contricante.

En cuanto a que en Italia la preposición de an­tecede en ocasiones al apellido Colombo, particular que el Sr. Altolaguirre pone de relieve, para quitar importancia a la observación de La Riega, que dice la lleva los apellidos pontevedreses, como quiera que todo ello tiene por base el testamento apócrifo, lo pasaremos por alto. Este incidente, por su in­significancia ha pasado a los eliminados, por carecer de interés en la nueva orientación de las probanzas.

A continuación, el Sr. Altolaguirre, se enfrasca en largas consideraciones sobre el idioma usado por Colón y aún cuando nosotros, como idioma de Colón, solo conocemos el castellano galleguizado, no obs­tante, para rebatir afirmaciones importantes, tam- bien nos ocuparemos con detenimiento en tan in­teresante asunto.

Altolaguirre reconoce que son contadas las pa­labras italianas que se encuentran en sus escritos. Mejor que decirlo, debiera haberlo probado; pero como quiera que reconoce que el Almirante hablaba y escribía con facilidad el castellano, dejaremos a un lado los italianismoSj para ir derechamente al bulto.

Dice, que esto puede explicarse por el deseo que tenía Colón demostrado en todos sus actos, de apa­recer indentificado por completo con su nueva pa­tria, llegando a habituarse de tal suerte con nuestro idioma que pensase, hablase y escribiese en caste­llano, más o menos correcto y más o menos salpicado de palabras portuguesas, que así aparecen sus es­critos, y no sería esto cosa tan extraña, pues con fre­cuencia vemos individuos que de corta edad abando­naron su país natal y al volver a él hablan incorrec­tamente su idioma y en cambio escriben y hablan con relativa perfección el del país a que fueron a residir, siendo esto frecuente en los franceses, espa­ñoles, italianos y portugueses por el común origen latino de sus idiomas, que hace que puedan con ma­yor facilidad imponérselos de uno en los otros.

Y   esto es cierto ¡Caray!

Aquí en Cuba hemos conocido a un individuo que al regresar de los Estados Unidos, donde residió por espacio de dos meses había olvidado el castella­no.

Puede ser, si señor, puede ser.

Pero sigamos con los razonamientos del Sr. Al­tolaguirre.

«Cristóbal Colón desde muy corta edad, comenzó a navegar, según el mismo lo manifiesta, no sabemos cuanto tiempo estuvo a las órdenes del corsario francés Coullón (Coulomp, Sr. Altolaguirre, ¡Cou- lomp!); pero no fué poco, como, si hemos de creer a su hijo Don Fernando, según más tarde veremos; naufragó en las costas portuguesas en 1476, a partir de esta fecha, ya en buques portugueses, en la me­trópoli o en las colonias estuvo hasta que en 1488 vino a España; doce años de continuo trató con los portugueses, que cultivaban el castellano hasta el punto de contarse en el Cancionero de García de Rosende veintinueve poetas lusitanos que emplean nuestro idioma, y cuatro años más de residencia en Castilla, hasta que emprende su primer viaje y em­pieza su correspondencia oficial, tiempo es más que suficiente para que sea verosímil, el que siendo ex­tranjero llegase a hablar y escribir esa mezcla de castellano y portugués que apreciamos en sus au­tógrafos”.

Leído esto, observamos que Casoni el autor de la leyenda genovesa de Colón; queda verdaderamente chiqutito comparándolo con el Sr, Altolaguirre.

Cristóbal Colón, desde muy corta edad, comenzó a navegar, según el mismo lo manifiesta. ¡Es cierto! “De muy corta edad, entré en la mar navegando”, —dice—y hay que creerlo.

En cuanto al tiempo—que el Sr. Altolaguirre ignora—que estuvo a las órdenes del corsario fran­cés Coulomp      ¡ya es harina de otro costal!

Esto, que Ud. nos cuenta, es falso, como falso es también el naufragio y salvamento, a nado, de Colón, en las costas portuguesas El hecho de armas por el cual se supone llegó Colón a las costas portuguesas asido a un remo, ocurrió—según Ud. mismo lo ad­vierte en otro lugar el año 1485, cuando el futuro Almirante había ya recorrido todos los mares y gestionaba la protección real en España para llevar a cabo el descubrimiento.

Este naufragio que no ocurrió, por que, efectiva­mente se ha demostrado, que no hubo tal combate, lo pone Don Fernando como ocurrido el año 1476 y por tanto, si es falso el combate, lo es también el que Colón formara parte de la tripulación de Coulomp el Mozo, puesto que aquél hecho de armas ocurrió nueve años después.

Es muy frecuente que Don Fernando incurra en contradicciones y esto prueba, según el mismo lo confiesa en su historia o Vida del Almirante que ignoraba muchas cosas, Capítulo IX, en el que refi­riéndose a los viajes del descubridor a Levante y Poniente, añade: pero de estos viajes y de otras mu­chas cosas de aquellos primeros tiempos no tengo suficiente conocimiento y después de confesar el temor que siempre le producía interrogar a su padre, añade: Estaba yo entonces a causa de mi juventud, muy lejos de preocuparme de estas cosas.

Mayor claridad es imposible y es Don Fernando quien lo dice. Por lo tanto y como quiera que lo antedicho demuestra que Don Fernando relataba cuentos, necesariamente hemos de llevar lo del pa­rentesco con el pirata y el famoso naufragio, al apartado de la leyenda. So pena Sr. Altolaguirre, que Ud. pueda demostramos que Don Fernando tenía razón y que todo ello puede Ud. constatarlo con pruebas que desconocemos; pero descartando, por supuesto, crónicas anónimas e incompletas del siglo XVI, que para nosotros no tienen validez alguna.

Y   nos dice Ud. que Colón vino a España el año 1488; pero es el caso que en un original de mano propia del Almirante, escrita en el año 1500, del que seguramente tiene Ud. conocimiento, dice así Don Cristóbal Colón: Ya son diecisiete años que yo vine a servir a estos Príncipes con la impresa de las Indias,- de lo que resulta, sí no están equivocados los núme­ros, que por el año 1483 ya andaba nuestro hombre por Castilla.

Pero como la réplica se va haciendo larga, segui­remos desmenuzando en el próximo artículo.

 

¡ADELANTE!

A partir del afío. 1476—dice Altolaguirre—ya en buques portugueses, en la metrópoli o en las colo­nias, estuvo, hasta que vino a España. Doce años continuos de trato con los portugueses, que cultiva­ban el castellano hasta el punto de contarse en el Cancionero de García de Rosende veintinueve poe­tas lusitanos que emplean nuestro idioma, y cuatro años más de residencia en Castilla, hasta que em­prende el primer viaje y empieza su correspondencia oficial, tiempo es más que suficiente para que sea ve­rosímil el que siendo extranjero, llegase a hablar y escribir esa mezcla de castellano y portugués que apreciamos en sus autógrafos”.

No dudamos que el trato con veintinueve poetas lusitanos que cultivaban el castellano, influyeran y no poco, para que Colón se diera una idea de lo que era la lengua de Castilla. Pero es el caso, que o bien esos poetas lo acompañaron por levante y Poniente, o no debieron ser muy provechosas sus enseñanzas del castellano, porque, sagún el mismo Colón nos lo -afirma, “anduvo veintitrés años por la mar sin salir tiempo de ella que sea de contar”, y en estos veintitrés años entran todos los años que se le supone residiendo en Lisboa.

Además, con los cuatro de residencia en España, o sea desde 1488 a 1492, que fué cuando comenzó a escribir los documentos oficiales, es innegable que tiempo tuvo y de sob ra, para hablar y escribir el castellano con la perfec ción que admiró a Humboldt.

Había olvidado por completo el italiano, tanto que no daba pié con bola para escribir cuatro pala­bras en su idioma.

Pero lo curioso de todo esto, es que esa mezcla de castellano y portugués que observa Altolaguirre en los escritos de Colón, no se ve por ninguna parte, porque las seis, ocho o diez palabras que cita, no sonf a nuestro entender, tantas palabras para conside­rar mezcla de de idiomas el castellano empleado por Colón.

Pero dejemos continuar al señor Altolaguirre en su probanza, ahora que se enfrenta con el doctor Calzada para rebatirle muchas de sus afirmaciones.

Encuentra acertado Altolaguirre, que Calzada diga que es a los autógrafos de Colón a donde debe acudir el investigador. ■ Pero Altolaguirre va más allá: dice que deben descontarse de sus autógrafos aquellos que, como las poesías o las cartas, puedan haber sido corregidos los borradores por españoles y luego copiados por el Almirante. En donde no cabe engaño… en donde aparece la verdad, es en esas cartas que el Almirante escribía a vuela pluma a sus hijos o a sus íntimos.

Muy bien, señor Altolaguirre; precisamente en esas cartas es donde se hallan las más formidables probanzas. En las otras, no las busque usted, por­que no las encuentra.

Y    rebatiendo a Calzada, García de la Riega y Otero Sánchez, dice que las palabras que citan los tres defensores de la teoría coloniana, que son: corren, quer, quera, pudera, pudidi,, criación, Jan, enformado, corredlo, boy, debuxar, esmorece?, pixote y carantoriha, son también portuguesas. _ Y, efec­tivamente, nos lo demuestra, con la particularidad de que no ha tenido necesidad de recurrir a los clá­sicos españoles. Le bastó dar una vueltecita por Os Lusiadas, de Camoens, y por los diccionarios por­tugueses, para sacar la consecuencia de que, si eran gallegas estas palabras, también lo eran portugue­sas.

No vamos a replicar sobre esto al señor Altolagui­rre.

Diremos como en Don Juan Tenorio «Allá los sevillanos se las entiendan con él”.

Vivos están Calzada y Otero, para replicar al docto académico, y aún cuando pudiéramos hacer salvedades muy curiosas sobre algunas de las pala­bras citadas, seguramente que no nos lo perdona­rían los aludidos, que reclamarían sin duda el dere­cho que por primacía les corresponde.

En nuestro vocabulario de voces gallegas sacadas de los escritos de Colón, puestas por orden alfabé­tico en nuestro libro “Galicia patria de Colón”, que son ciento cincuenta voces, aproximadamente, y otras tantas que tenemos a disposición del señor Altolaguirre, no figuran corren, quer, quera, pudera, pudido, criación, fam, enformado, boy, debuxar; pero si levaré, levaba, fan (con la adicional face), correndio o corredlo, esmorecer, pixoia y’carantona. No ne­garemos que pertenecen al léxico portugués, aun cuando podríamos discutir las dos últimas; pero co­mo al publicarlas las acompañábamos con otras cien, con permiso del señor Altolaguirre, seguiremos te­niéndolas por gallegas con preferencia a portugue­sas, hasta que el censor de la Academia de la His­toria, nos demuestre que las que vamos a citar a continuación son también portuguesas, porque he­mos de convenir, señor Altolaguirre, que el movi­miento se demuestra andando.

Requiera usted, pues, nuevamente Os Lusiadas, de Camoens; el Santo Rosa de Viterbo y el gran Dic­cionario portugués de Vieira, y díganos, siempre que nd^sean galleguismos dentro del portugués, si por­tugueses son los siguientes vocablos:

Abondoso, Adolescido, Anoblecer, Ascurecer, Ayuso Atentar, Cudicia, Corbina, Cuasi, Coguxos, Corcha (aplicado al tejido), Ca (no por aquí sino por que), I)enantes, Desque, Disiño, ■Enjerido, Enjerto, Ende, Ensolver, Follada, Forcado, Garjao, Gobernarlo, Ma­nada, Mostrudo, Mostros, Nacara, Oposito, Oscurada, PaMizo, Pardela, Piñal, Quier, Refetar, Reposar, Sano (por bueno), Sona, por fama), Sabidor, So (con la ó acentuada) Sobre o encima) Trauto…. y si éstas no fueran bastantes, podemos proporcionar un buen número de vocablos que reservamos para su día; pero que no tendríamos inconveniente en darlos a la publicidad si se empeña el señor Altolaguirre.

Se nos figura que el docto académico ha entrado en el terreno más resbaladizo de la probanza y le auguramos, para lo que resta de refutación, momen­tos nada gratos para su orgullo de historiador y de investigador.

Agrega el señor Altolaguirre que otras palabras citadas por el Sr. Calzada, tampoco pueden admi­tirse como indicio del galleguismo de Colón, y que, al contrario, lejos de servir de apoyo a los asertos de nuestro amigo, son armas que entrega para reba­tir sus teorías, porque demuestran que Colón no escribía el castellano con la perfección que suponen los partidarios de las teorías del señor García de la Riega.

Casi nos atreveríamos a asegurar que Colón lo escribía mejor que el señor Altolaguirre; pero como no queremos herir su susceptibilidad, replicaremos que al traer las plabras citadas por nuestros ante­cesores a colación, se olvidó de algunas que no son portuguesas, lo que demuestra mala fé, porque al juzgar las palabras, debió juzgarlas todas o no juz­gar ninguna.

El señor Otero Sánchez cita en su libro España, patria de Colón: manada, inchir, carrasco, oscurana, etcétera, y usted señor Altolaguirre, no se ha ser­vido comentarlas, sencillamente porque no le con­venía demostrar que apareciese una sola palabra gallega en la probanza contraria, y, sin embargo, los vocablos citados por nuestro querido amigo el señor Otero, son galleguísimos y no admiten discu­sión posible, porque, según el mismo nos lo advierte, inchir y oscuradct, son propias solamente de la ría de Pontevedra, puesto que en el resto de Galicia es encher la primera y la segunda, es Axexo. *

También nos dice, y muy juiciosamente por cier­to, que la palabra Carrasco es especialísima de Pon­tevedra. En La Coruña, a la misma planta, se lla­ma queiroa, y añade que lo más singular es que, se­gún lo enseña el autor del Diccionario gallego, don Juan Cuveiro Pinol, que es el más completo que se co­noce, esa planta Carrasco, así denominada por el Almirante, crece en los arenales de la La-nzada, are­nales que toman el nombre de la Punta Lanzada, término de la ría de Pontevedra, y que debía cono­cer muy bien el Almirante, puesto que existe en la punta la célebre torre que, según cuentan, fué cons- trida por los fenicios.

De manera que la crítica del señor Altolaguirre es convencional y acomodaticia, ya que se sirve de las palabras que resultan favorables para su probanza y se aleja maliciosamente de las que pueden servir de punto vulnerable para destruir sus amañados argu­mentos, como diría nuestro nunca bien ponderado paisano Cristóbal Colón.

 

LECCION DE HISTORIA

XIII

Altolaguirre, copiando a Calzada, dice lo si­guiente:

“Los biógrafos de Colón, aun aquellos que pasaron años y años tratándole en la mayor intimidad, como el P. Las Casas, no dicen que ni por casualidad se le hubiese escapado una sola palabra, ni una sola exclamación en italiano. De su única interjección, dice su’hijo Fernando (Capítulo III): Yo juro que jamás le oí echar otro juramento que “Por San Fer­nando” , y cuando se hallaba más irritado con alguno,, era una reprensión decirle, Os doy a Dios ¿Por qué’ hicisteis esto…. o lo otro? Un italiano sin soltar un. ¡Cristo! o un ¡Sacramento! o algo parecido, que tan bien sienta y tanto consuelo nos trae en ciertas circunstancias y, en cambio, jurando ¡Por San Fer­nando!, probablemente la más española de las in­terjecciones!

Y   a esto replica el señor Altolaguirre: ¡Un chicue- lo que no ha salido de Galicia jurando por San Fer­nando! ¿Cuándo ha oído el señor Calzada jurar por San Fernando, en Galicia? Si fuera por San­tiago pase; pero San Fernando, ni ha sido ni es po­pular en la región Norte de España. Donde pudo aprender ese juramento, es en Andalucía Allí si ha habido y hay gran devoción al Santo Rey con­quistador de Córdoba y Sevilla, devoción que en esta última capital se refresca anualmente, como la de

 

Santiago en Galicia el día del Santo Rey, que se celebran con gran solemnidad.

¡Pero señor Altolaguirre! Usted debe saber, tan bien como nosotros, que el Santo Rey fué rey de Galicia.

Y    como historiador debe tener también usted conocimiento que cuando el Rey Santo Don Fer­nando conquistaba parte de Andalucía, y la for­tuna se le ofreció propicia para ganar a Córdoba, aún su padre, el rey Alonso IX, se llamaba rey de Santiago, en donde se mandó enterrar.- Cuando menos, así lo llama en sus anales Rogerio O veden, conforme lo apunta el P. Papebroquio.

Y, sin embargo, usted nos dice que San Femando no era popular en Galicia

De Galicia era, pues, rey Don Alonso IX, padre de Don Fernando, y lo fué también el hijo del Santo Rey, Don Alonso el Sabio, que hablaba y escribía el gallego como los propios ángeles.  ,

Don Alonso el VI nació en Compostela.

Don Alonso el VII, en Caldas.

Don Alonso el VI fué el de aquella lamentación que comienza así: “¡Ay meu filio, lume dos meus ollos”, que, según podrá apreciar el señor Altola- guirre es castellano puro.

Don Alonso el VI decía todo aquello lleno de dolor después de la batalla de Ucles

Y   aquel idioma, que suponemos será gallego, lo hablaba Don Alonso el VI en Toledo y lo escribía y hablaban también Don Alonso el Sabio en Sevilla.

Don Alonso IX, según ya hemos visto y según lo advierte la Historia, habiendo fallecido en Villanueva de Sarria, conforme lo había dispuesto, fué en­terrado en la iglesia Compostelana, junto al cuerpo – de su padre Fernando II.

Don Alonso X el Sabio, también nos cuenta la Historia que educado bajo los auspicios de Doña Berenguela, conocida por su amor a las letras, pasó su infancia y primera juventud en Galicia. Y si el señor Altolaguirre no nos demuestra lo contrario, estableceremos también su cuna en aquella región.

Entre todos estos monarcas gallegos y reyes de Galicia, queda Fernando el Santo, conquistador, se­gún lo advierte el señor Altolaguirre, de la mulsu- mana Córdoba.

Y  ahora vamos con Fernando el Santo.

Será innecesario repetir que en la conquista de Andalucía tomaron muy importante parte los ga­llegos. Bastará citar sus adelantados mayores. De la Andalucía alta, la ilustre casa de los Córdoba, y de la baja la no menos ilustre de Rivera. De Murcia, la antiquísima casa de Saavedra y Fajardo, etc. etc.

A la conquista de Almería asitieron los gallegos en la vanguardia

A don Gonzalo Yáñez de Nova, maestre de Calatrava, gallego, según Argote, se debió la toma de la ciudad y castillo de Baza. ‘

La ciudad de Córdoba, conforme lo apunta Es­pinosa, fué asaltada con muy poca gente, por Do­mingo Muñoz, gallego, y dos gallegos fueron los primeros en escalar sus muros: Benito Baños y Al­varo Colodro. Pedro Tafur, también gallego, abrió sus puertas, y de ahí el haberse ganado con relativa facilidad el arrabal llamado de Axarquia.

Alvar Pérez de Castro, de la gran casa de Lemos, también tomó muy importante parte en aquella histórica contienda. De este y del capitán Do­mingo Muñoz, el primero en empeñar el asalto, vie­nen desde la célebre conquista las ilustres casas que llevan el apellido de Córdova.

El consejero de Fernando el Santo, para llevar a cabo la conquista de Sevilla, lo fué el famoso ma­estre de Santiago, don Pelayo Pérez Correa, que Gándara probó ser de Galicia.

A la toma de esta ciudad concurrieron más de tres mil gallegos, y Galicia aportó también un buen número de naves para esta famosa empresa.

El señor Altolaguirre puede inquirir en las tablas dei repatimiento de Sevilla la buena porción de tie­rras que tocaron a los gallegos.

Y    el mismo Santo Rey Don Fernando nos dice en el fuero que concedió a aquella ciudad, muy se­mejante al de Toledo, que entró en Sevilla como sol­dado y alférez de Santiago, llevando en la mano su bandera; que es lo mismo que decir que entró en la ciudad conquistada tremolando la bandera gallega.

Ya ve el señor Altolaguirre que San Fernando te­nía necesariamente que ser popular en Galicia, pues no solamente rey era de aquella región, sino que sus consejeros y buena parte de sus tropas eran de Ga­licia, y los hechos más notables llevados a cabo en aquellas conquistas, fueron realizados por caballe­ros gallegos.

Resígnese el señor Altolaguirre a ver gallegos por todas partes y a tener siempre sobre la cabeza, como la espada de Damocles, el nombre invicto de la tie­rra que tanta gloria esparció por la común madre España.      _ _

La interjerción, pues, tan discutida de ¡Por San Fernando! lo mismo puede ser castellana, que ga­llega, que andaluza. Sea como quiera, la interjec­ción es española, y el españolismo de Colón es pre­cisamente lo que discutimos.

Por lo tanto, quedamos en que Colón no juraba en italiano y sí en español y gallego, porque la otra interjección que el señor Calzada cita, no es ¡Os doy a Dios!, como equivocadamente afirma, sino ¡Do- vos a Dios!, y para ello apelamos al testimonio de Las Casas, cuyas probanzas tanta fuerza repre­sentan para el señor Altolaguirre.

¡Por San Fernando!, interjección genuinamente española. ■

¡Dovos a Dios!, interjección genuinamente gallega.

Que es lo mismo que decir: ¡Colón, español! ¡Co­lón, gallego!

Contando, desde luego con el beneplácito del se­ñor Altolaguirre.

 

COMO INTERPRETA Y COMO INTERPRETAMOS

XIV                    .

Y     prosigue Altolaguirre:

“De como hablaba el castellano el Almirante des­pués de haber permanecido algún tiempo en Espa­ña, tenemos prueba en la declaración prestada en Io de Octubre de 1515 por el médico de Palos, Gar­cía Hernández, en la información efectuada en dicha villa con motivo del famoso pleito sostenido con la Corona por Don Diego Colón respecto a la exten­sión y cumplimiento de los privilegios a su padre. El dicho García Hernández, testificó: “Que sabe que el dicho Almirante don Cristóbal colón ven- yendo a la Rabida con su hijo don diego que es aho­ra almirante, a pie se byno a, la Rabida ques Mo- nesterio de frailes en esta villa el qual demando a la porterya que le diesen para aquel nyñico que hera nyño, pan y agua que bebiese e que estando ally ende este testigo con un frayle que se llamaba frey juan perez que es ya difunto, quyso hablar con el dicho don Cristóbal colón e viendole despusición dé otra tierra e reino ageno en su lengua le preguntó que quyen era e donde venya e que el xristobal colón le dixo que venya de la corte, ecta”.

Todo esto copia el Sr. Altolaguirre y a todo ello vamos a contestar con la tranquilidad de animo que requiere tan peliagudo argumento.                                            .

El físico o médico de Palos, García Hernández, dijo o dixo:

E viendole despusición de otra tierra e reino ageno en su lengua (el freile o frayle) le preguntó que quien era y de donde venía

El fraile notó pues, que era de otra tierra. Esto es indiscutible.

Y   también notó, que era de reino’ ageno en su len­gua, o sea en el modo de expresarse. Esto tampoco tiene duda.

Lo que hay necesidad de averiguar ahora es la significación de la expresión de otra tierra.

Recurramos a lo ya dicho en el Capítulo VIII de nuestro libro “Galicia, patria de Colón”.

Por la primera locución, se puede interpretar que el aspecto de Colón, lo mismo podía ser de un griego, que de un alemán, que de un catalán, mallorquín o gallego: pero a continuación agrega: E reino ageno en su lengua…,

Aque el físico, ya concreta más.

. No se trata de un extranjero, aún cuando diga despusición de otra tierra, puesto que para aclarar el concepto, añade e reino ageno en su lengua. ..

Es decir: que por la manera de expresarse, Colón no era castellano. ..

En tiempos de los Reyes Católicos, la península ibérica, no era como ¿ti presente un reino, sino que estaba dividida en reinos, ducados y señoríos de los reyes. Reinos de Castilla. León, Aragón, Granada, Toledo, Valencia, Mallorca, Condado de Barcelona; Señorío de Vizcaya.

Como el físico García Hernández pudo entender toda la conversación sostenida por Colón con Fray Juan Perez, el Almirante hablaba castellano; pero por la manera de pronunciarlo, se veía que no era provinciano de Huelva, sino de otra región de las Españas.

No lo determinó ciertamente; pero dió a entender que era gallego, puesto que los de esta región se sig­nificaban grandemente, como aún se significan, por su marcada pronunciación local.

Si el médico García Hernández lo hubiera supues­to vizcaíno o catalán, seguramente hubiera susti­tuido la palabra reino por la de condado o señorío pues entonces se tenían muy presentes estas parti­cularidades cuando se trataba de determinar un lugar, por los distintos privilegios que gozaban las tierras de la Corona.

Y   si se nos advirtiera que Íbamos muy lejos en nuestra presunción, dejaríamos la razón que nos induce a llamarlo galiciano, para sostener que Gar­cía Hernández quiso expresar que era español, de otro de los reinos de la monarquía, puesto que nues­tro principal objeto, es demostrar, qüe Colón, con­forme a la presunción de García Hernández, era español y no italiano.

De haber sospechado que era italiano, hubiera hablado de acento extranjero y lo hubiera llamado genovés, pues no de otra manera eran titulados en­tonces en España los italianos.

No hubiera dicho tampoco e reino ageno en su lengua, por que Génova no era reino, sino república y a esa república se la conocía en España con la de­nominación de señoría.

Además cuando el físico prestó la declaración ya había fallecido Colón y estaba cansado de conocerlo. Hubiera declarado pues a Colón como extranjero, y solo nos dice que tenía despusición de otra tierra e reino ageno en su lengua.

El físico tampoco podía referirse a Milán, el du­cado de los Sforza y menos a la república veneciana de los Dux.

¿Cómo es posible entonces, que de esta declara­ción del médico García Hernández, hayan sacado algunos biógrafos de Colón y entre ellos el casi— biógrafo Tejera y ahora el Sr. Altolaguirre, la cer­tidumbre de su extranjería?

Y   si lo de reino ageno está bien claro, puesto que reinos había muchos en España y el físico se refería a otro reino de la monarquía, también lo está la despusición de otra tierra,

A la palabra tierra, puede darse distintos signifi­cados, según se la califique o determine. De acuer­do con el Diccionario de la Lengua, el sustantivo tierra, lo mismo puede aplicarse a un pueblo, que a una región, que a un estado.

Hablando un pueblo, del pueblo en que uno ha nacido, puede decirse con Lope de Vega, ya que ahora está de moda citar a los clásicos.

«Vete a tu tierra en buenhora; que estás pobre y será bien que dejes la corte a quién empieza a gustar ahora».

Y   hablando de una región dentro del mismo es­tado, diríamos como Moratín:       .

“Pues ya decía yo, esta no es cosa de mi tierra».

Después de esta pequeña disertación gramatical, no dudamos quede claramente expresado el con­cepto que del origen de Colón, nos ha dejado el ya famoso médico de Huelva.

A la pregunta de como hablaba el castellano el Almirante, después de haber permanecido algún tiempo en España, que son palabras de Altolaguirre puestas al comienzo de este capítulo, podemos ya replicar: Bastante bien, con la sola particularidad de su pronunciado acento gallego.

Y  veamos ahora como muere por la boca’ el pez.

Dice Altolaguirre, como una prueba más de la extranjería de Colón, que el P. Las Casas que estu­dió todos sus escritos, dice: “en este paso hace men­ción el Almirante de muchos puntos de tierra e islas e nombres que Ies había puesto, pero no parece cuan­do, y en esto y en otras cosas que hay en sus itinera­rios parece ser natural de otra lengua, por que no penetra del todo la significación de los vocablos de la lengua castellana, ni del modo de hablar de ella”.

Los vocablos a que hace referencia Las Casas, son aquellos de los que se muestra tan extrañado en la copia del diario de navegación del Almirante y que hemos recogido como gallegos y bien gallegos y otros muchos que, desperdigados o unidos, se en­cuentran en los originales del Almirante.

El Sr. Altolaguirre, nos presta pues un señalado servicio, aportando esta nueva probanza que ya nosotros habíamos recogido y de la que trataremos en nuestro libro próximo a publicarse, titulado “La mentira colombina y la verdad coloniana”.

Las Casas que conocía poco o mucho el italiano, que dominaba el latín y que poseía una vasta ilus­tración para su tiempo, desconocía el gallego en ab­soluto. Las Casas, da a entender que el castellano de Colón, es un castellano raro, puesto que dice no penetra del todo la significación de los vocablos.

No queremos suponer que el Sr. Altolaguirre quiera afirmar que Las Casas da a entender que era un italiano el que escribía por que afortunadamente, ahí están las cartas del Almirante para demostrar que ni aún italianismo se encuentran en sus escritos.

Quien no penetraba en la significación de los voca­blos de Colón es el P. Las Casas.

Por ejemplo, al narrar los acontecimientos del jueves 11 de Octubre, dice Colón: “Luego vieron gente desnuda, y el Almirante salió a tierra en la barca armada, y Martín Alonso Pinzón y Vicente Anes” y hace Las Casas esta observación: Debe decir Yañez.

Esa transformación de Yañez en Anes es galle­guísima.

En otra parte, dice Colón: «Estando así, dan vo­ces los mozos grumetes, diciendo que vían piñales y Las Casas modifica el vocablo llamando a los piña­les pinos.

En otra parte, hablando Colón de la tierra, dice “aunque no se llama de llano” y Las Casas hace la enmienda para aclarar, que Colón quiere decir que no es rasa.

Más adelante, afiade Colón: “daban cuanto tenían por que que les daban” y dice Las Casas: así en el original; debe decir: por cualquiera cosa que les da­ban.

He aquí donde está perfectamente claro el uso que hacía Colón de los modismos gallegos: queque equivale a por aquello que, en una de sus antiguas aceptaciones. Y claro está, Las Casas no lo enten­dió. Y decía que Colón no penetraba en la signi­ficación de los vocablos.

Repetimos que, quien no los penetraba era Las Casas.

 

INTERPRETACIONES MAGISTRALES

XV

Necesario será sortear algunas menudencias para no hacer interminable la refutación.

Vamos a entrar muy pronto en un terreno de la probanza tan favorable para nuestra causa, como ingrato para la contraria; por q. es tan abrumadora la geográfica, que por si sola basta y sobra para hacer indiscutible la procedencia española del gran Al­mirante.

Aquí ya no combatiremos con conjeturas, ni ten­dremos necesidad de argumentar con supuestos. La probanza está esculpida en granito y reproduci­da en documentos del más alto valor histórico. Clara, fácil y contundente, esta prueba es terrible­mente fatal para el bloque colombino. No se ne­cesita más para convencer al más incrédulo, so pena que el sentido común haya dejado de pertenecer a las grandes aptitudes del alma y se haya desquicia­do la razón del entendimiento, al divorciarse de los sentidos exteriores.

Pero antes de replicar al Sr. Altolaguirre y conste, que lo haremos haciendo uso de una clemencia ver­daderamente caballeresca, vamos a entretenernos con la última apreciación del folleto que cierra el capítulo IV del estudio-crítico del señor académico censor de la Real de la Historia,

Dice así Altolaguirre:

“Colón, en el prólogo que puso al Diario de nave­gación de su primer viaje, que dedicó a ios Reyes, tradujo lo expuesto por Toscanelli, diciendo que en la India había un príncipe que es llamado Gran Can, que quiere decir en nuestro romance Rey de los Reyes”.

Quiere decir el Sr. Altolaguirre, que al ser copiado esto, de Toscanelli, Colón no se refiere a apreciación propia, sino que se limita a traducir el Magnus Can, que significa en latín rex regun y que por lo tanto, a las palabras nuestro romance, en buena crítica no puede concederseles el valor que le reconocen los partidarios del origen español del Almirante.

Pero es que el Sr. Altolaguirre, ignora o finge ig­norar, que en una carta escrita por Colón a los Re­yes, el tan discutido Almirante, dice lo siguiente:

…/‘Por que esta gente es muy simplice en armas, como verán vuestras Altezas, de siete que yo hice tomar para les llevar a desprender nuestra fabla”….

Y   esto ¡vive Dios! se nos antoja que no tiene arte ni parte con la carta de Toscanelli al canónigo Martins.

Por que es indiscutible que la Fabla a que se re­fiere el Almirante, es la castellana, por que al diri­girse a los Reyes y decir nuestra fabla, da a entender y por cierto muy claramente, que la lengua suya (la de Colón) y la de los Reyes, era una, esto es: la castellana.

Pero no contento el Sr. Altolaguirre con tergiver­sar caprichosamente las expresiones del Almirante- trata de reforzar la probanza,’ acudiendo a las re, laciones de Pedro Mártir de Angleria y dice que este escritor milanés contemporáneo del Almirante, re­sidente en España y al servicio de los Reyes, habla generalmente de los hechos realizados por ios espa­ñoles; pero que no pocas veces, así como Colón decía. nuestro_ romance, al traducir el significado Gran Can, Angleria, habla de los nuestros, refiriéndose a los, españoles, como si fuera español y cita algunos epi­sodios de la conquista en que al referirlos, Angleria, hace uso del pronombre de la misma manera que lo hace el Descubridor.         .

Cierto es que Angleria, dice en sus cartas y Déca­das los nuestros refiriéndose a los españoles; pero no es menos cierto que en otra parte llama también nuestros a los nativos, no obstante emplear los nues­tros para distinguir a los españoles de los indios.

Pero Colón, jamás dijo lo siguiente: «Movidos pues, de estas dos causas, estos dos santísimos con­sortes, mandan que se dispongan 17 naves para la segunda expedición: tres grandes de transporte con sus compartimientos: doce de aquella clase de naves sin bodega que según escribí, los españoles llaman Carabelas”.

Y   tampoco, que sepamos dijo algo parecido a esto otro: “Más ese peso, que yo he llamado con este nombre, no quiero que se entienda una libra, sino la suma de un ducado y una cuarta parte de el; ellos le llaman peso, y la suma de ese peso la llaman los españoles castellanos de oro”                 .

Y    tampoco Colón se ha expresado de esta otra manera: “Cruzando los bosques, encontraron selvas inmensas que no criaban más árboles que los cocí­neos, cuya madera vuestros mercaderes italianos lla­man vércino y ¿os españoles brasil”….

Y  el que esto escribía, que es el bueno de Angleria, dice vuestros mercaderes italianos, por lo que, de se­guir la teoría del Sr. Altolaguirre, Angleria no ha­bría nacido en Milán,            ■

Angleria es siempre el extranjero adicto a los Reyes e identificado con las cosas de España. An­gleria denuncia su origen continuamente y de Colón no podemos decir lo mismo. Ambos son contem­poráneos y sin embargo, lo que no se halla en los es­critos de Colón, se encuentra abondosamente en los de Angleria.  ^

Pero aun hay más: Angleria escribe en su testa­mento: “Yo, el protonotario Pedro Mártir de An­gleria, del Consejo de Su Majestad, natural de Mi­lán, nacido en la villa de Arona, que es en la ribera del lago Verbano, el cual por su grandeza se dice Lago Mayor”….

Y Colón, también extranjero, más extranjero que Angleria ¿qué dice?

En su testamento, nada, por que siendo español, no tenía necesidad de declararlo.

Hablando de los Reyes, los llama mis señores na­turales.

Hablando del idioma castellano, lo titula su fabla.

Hablando de la población de las Indias, reco­mienda que en ellas 710 faga pie ningún extranjero.

A las tierra que descubre, las bautiza con deno­minativos gallegos.

Tripula navios gallegos y bautiza a estos navios con nombres asimismo gallegos: El Gallego, La Ga­llega, La Cardera, La Marigalante.

Emplea en sus escritos voces gallegas y modismos gallegos.

Llama a una Isla L% Gallega.

A otra Marixuana.

A otra La Galana.

Y   a otra Marigallega.

Y a más de cuarenta puntas, cabos, bahías, islas, etc.; las bautiza con nombres de accidentes geográ­ficos de la costa gallega y a veinte más, con apela­tivos genuinamente gallegos.

Y por último: hasta su firma y antefirma simbó­lica, es gallega.

 

NIGROMANCIAS DEL DENOMINATIVO

XVI

Dijo La Riega—refiriéndose a los nombres im­puestos por Colón en. las Antillas—que San Salva­dor, pudo ser puesto en recuerdo de San Salvador de Poyo, donde juiciosamente se presume, nació, residió o se educó el Almirante.

Y    si acaso ía primera tierra descubierta, no fué dedicada a su tierra natal y si al Salvador del Mun­do, otro accidente geográfico de la Isla de Cuba, pudo servir de consagración al recuerdo.

A esto alega el Sr. Altolaguirre, que aprovecha la oportunidad para llamar ignorante a La Riega que la suposición de este es falsa y cita lo que sigue de Las Casas.

«Puso nombre a aquel rio San Salvador, por tornar a dar a Nuestro Señor el recognoscimiento de gracias por sus beneficios en lo que primero vía de aquella Isla».

Por lo tanto, agrega el Sr. Altolaguirre, ni la pri­mera, ni la segunda vez, Colón bautizó aquella tierra y río en recordación de su tierra natal, pues bien cla­ro lo determina el P. Las Casas.

Pero Colón no dijo que aquel rio de Cuba, le sir­viera por segunda vez, como rememoración del Sal­vador. Es una suposición de Las Casas, de la mis­ma manera que lo del recuerdo del lugar gallego, fué una presunción de La Riega.

Las Casas creía que lo puso por tornar a dar a Nuestro Señor el recognoscimiento de gracias y La Riega indicó que pudo ser en recuerdo de su al­dea natal.

Para nosotros, tanta fuerza tiene una como otra presunción, puesto que las dos son consecuencia de la apreciación personal; pero nos inclinamos a la de La Riega, por la sencilla razón que se nos antoja extemporánea la repetición y que si a la primera tie­rra descubierta pudo bautizarla en recognoscimiento de gracias y dedicación a Nuestro Señor, con el nom­bre de San Salvador, no nos parece acertado que re­pitiera el recognoscimiento en el bautizo de un río cuando tantas otras tierras había dejado atrás, de las cuales dice Colón, di también nuevo nombre ha­biendo mandado que la una se llamase Santa María de la Concepción, otra la Fernandina, la tercera Isabe­la, la cuarta Juana.

Y    si a la cuarta le puso el nombre de Juana, lo primero que vía de aquella tierra—según el decir de Las Casas—no fué ciertamente en recognoscimiento de gracias a Nuestro Señor, puesto que bien claro dice: a la cuarta llamé Juana. Por lo tanto lo dicho por Las Casas es una apreciación personalísima, co­mo personalísima es la apreciación de La Riega.

Pero hay otra circunstancia notabilísima que abona en favor de La Riega, como es el que a Jesús, no se le dominaba entonces, ni se le denominó nun­ca San Salvador.

Aporte el Sr. Altolaguirre probanzas de que a Jesús se le denominaba de aquella manera y quizás pueda convencernos; pero entre tanto, hemos de rechazar la afirmativa de que Colón no siendo galle­go, pudiera titular Santo a Jesús.

No una, sino cientos de veces, el Almirante habla de nuestro señor y solamente en el bautizo de luga­res geográficos, lo denomina San Salvador. En sus escritos cuando no se refiere a las tierras descubier­tas, lo llama Nuestro Salvador Jesucristo.

Solamente en Galicia y para la dedicación de tie­rras, santuarios, etc. podía denominarse de tal ma­nera a Jesús. Solamente en Galicia-donde el Santo y el Santiño se antepone a todo lo religioso y aún a lo profano, tiene cabida ese San Salvador de que hizo uso Colón únicamente para los bautizos de sus des­cubrimientos. Es pues, innegable que aquel San Salvador aunaba dos sentimientos: el de la devoción y el del recuerdo.

He ahí por qué San Salvador no siendo un deno­minativo en uso, fué adoptado por Colón.

Dice Calzada que el único santo a quien podría aplicarse el San Salvador, no figura en el Santoral Romano sino en una época posterior al descubri­miento. Ese santo es San Salvador de Horta.

Y    agrega Calzada, que solamente en Galicia es vulgarísimo el San Salvador para determinar loca­lidades y fundaciones piadosas.

Existen más de doscientos lugares que desde tiem­po inmemorial figuran antepuestos con el San Sal­vador siguiendo la costumbre regional y aun nacional de santificar las poblaciones rurales.

Fuera de Galicia el San Salvador anda desperdiga­do y en su adopción, son siempre posteriores a los de Galicia y Asturias.

Y    a todo esto replica el Sr. Altolaguirre que el nombre de San Salvador no se aplicaba solamente a lugares geográficos, ni era exclusivo de Galicia. Y cita recurriendo al diccionario de Madoz, su exis­tencia en Santander, Huesca, Valladolid, León y Lérida y aún en Oviedo. ,

Que a un historiador como el Sr. Altolaguirre, le llame la atención que figure San Salvador en locali­dades de León y Asturias, no tiene explicación po­sible. Esto es discurrir con la mirada puesta en el presente. El más lego en asuntos históricos conoce pormenores relacionados con los sucesos y reinados desde Favila y Alfonso I hasta Fruela II. Y preci­samente de aquellas épocas de deminación aparece el San Salvador en alguna de las localidades que cita, es decir, cuando dentro del conglomerado de gallegos, asturianos y leoneses que participaban de las comu­nes ambiciones monárquicas, logra García, uno de los hijos de Fernando I establecer la autonomía de Galicia.

Común era la lengua y comunes las costumbres y por lo tanto, no puede considerarse una excepción hallar un apelativo allí donde impera el mismo espíritu.

Huesca por aquellos tiempos gemía bajo el yugo sarraceno. Lérida tras la dominación visigoda, cae también en poder del infiel y tras cortos años de dominio por los francos, vuelve a poder de los musli­mes hasta que en el año 1148 la conquista Beren- guer IV.

Bajo estas condiciones, creemos será juicioso opi­nar que no se fundarían pueblos con semejante ad­vocación.

Volviendo ahora al Noroeste de España, necesa­riamente hemos de ir a parar a Galicia, si queremos buscar en la antigüedad el primitivo denominativo.

Enemigos de citas que en la mayoría de los casos, es recurso de malos críticos, buscaremos para la demostración una sola, que sobra y basta para de­terminar la antigüedad del nombre en Galicia.

Nos limitaremos a apuntar que en Galicia, existe una localidad a 4 kilómetros de Monforte, que lleva el nombre de San Salvador de Cinis o Cinosa y cuya existencia data del siglo IX. Aporte pues, el Sr. Altolaguirre más lejana probanza y entonces discu­tiremos bajo otro punto de vista, tan interesante cuestión.

Pero lo inaudito de la crítica del Sr. Altolaguirre está en el decir muy seriamente que también había San Salvador en América, en Méjico y en el Brasil.

Aparte de que Méjico y el Brasil, se nos ocurre que pertenecen a América, no es menos chistoso que buscando una probanza anterior al Descubrimiento, nos hable de América, de Méjico y del Brasil.

Probablemente existirían en el dialecto indiano; pero lo que no es probable es que hubiera sido bau­tizado el continente y por lo tanto descubierto.

Esto todavía es más divertido que la admiración del Sr. Bonilla San Martín, al leer de Colón, de que en América había peces como los de Castilla.

Al sabio catedrático no-le cabía en la cabeza que en tierra adentro pudieran pescarse merluzas. ¡Se había olvidado, que en aquellos pretéritos tiempos, Castilla tenía excelentes puertos de mar!

Bien es cierto que Castelar también confundió a las gaviotas con los pardillos. Y todo por la mal­dita interpretación del idioma, porque no concebía que las gallegas pardelás pudieran ser otra cosa que los castellanos pardales        …………………………………….

Nada pues tiene de extraño, que el Sr. Altolagui- rre nos afirme que antes del descubrimiento, ya exis­tieran en Méjico San Salvador el Seco y San Salva­dor el Verde en los distritos de Chalchicomula y Huejotzingo y que en el Brasil, también hubiera su correspondiente San Salvador auténtico.

Pero todavía hemos de ver cosas más notables en el transcurso de nuestra refutación.

 

XVII

La Riega también, supuso que Porto Santo, lo bautizó el Almirante en recordación del pequeño puerto gallego así llamado, cercano a San Salvador de Poyo, la aldea natal de Colón.

Y   dice el señor Altolaguirre:

“El P. Las Casas, hablando de las vicisitudes por que pasó el Almirante antes de venir a España, dice que «casó, en Lisboa con doña Felipa Moñiz, hija de Bartolomé Moñiz de Perestrello, ya difunto, el eual por mandato del infante don Enrique pobló la isla de Puerto Santo, y en ella le hizo mercedes el infante, y que don Cristóbal vivió algún tiempo en la isla, donde su suegro había dejado alguna ha­cienda, propiedades, y allí engendró a su hijo don Diego”. Supone el P. Las Casas que la ida del Al­mirante a Puerto Santo tenía por objeto dejar allí la familia en tanto él navegaba”.

Y    agrega el ilustre censor de la Academia de la Historia que: “El Almirante tuvo singular predi­lección por aplicar el nombre de Santo en las tierras que descubrió; así vemos que a un puerto le llama Puerto Santo, a otro Puerto Sacro, y denomina Santo a un cabo y Santa a una punta”.

Y    aquí viene, conforme ya lo hemos apuntado en otro lugar, lo gordo.

Primeramente, todo lo que cuenta el P. Las Ca­sas es incierto.

Todo lo que dice Las Casas, lo copia de don Fer­nando, y don Femando, según usted ya nos lo ha dicho, señor Altolaguirre, *en la página 313 de su libro Cristóbal Colón y Pablo del Pozzo Toscanelli (Madrid 1903) y en la página 306, miente terriblemente.

No somos nosotros los que tal afirmamos. Es, usted quien lo dice, y sino al canto: Para que en nosotros quedara duda, nunca convencimiento, de la certeza de lo que don Fernando afirma, necesario se­ría que sus asertos los viéramos confirmados por otras fuentes que merecieran más crédito que la “His­toria”, que por lo expuesto y por las falsedades y omisiones que ya todo el mundo conoce acerca de la familia, patria, estudios y fecha de la llegada del Almirante a Portugal, No ofrece garantía alguna de veracidad, antes al contrario, debemos consideraría como sospechosa …

Todas estas palabras son suyas, señor Altolagui­rre.

Pero está usted en lo cierto, porque nosotros po­demos demostrar que todo ello es falso, con argu­mentos algo más contundentes que su personalísima apreciación.

Por lo tanto, hemos de aceptar con preferencia a la cita de Las Casas, la supuesta de La Riega, de que Colón quiso honrar a su aldea natal o vecina,, con el bautizo de Porto Santo impuesto al cubano de Baracoa, según nos dice Las Casas.

Con la singularidad, que Porto Santo se lo puso a un puerto como se denomina el gallego, y no a una isla como era la portuguesa así llamada.

Pero esto con ser importante, no lo es tanto como lo qué sigue:

“El Almirante tuvo singular predilección por apli­car el nombre de Santo en las tierras que descubrió; así vemos que a un puerto lo llama Porto Santo, a otro Porto Sacro y denomina santo a un cabo y santa a una punta».

Hemos copiado nuevamente lo escrito por el se­ñor Altolaguirre, porque aquí la refutación alcanza proporciones notabilísimas.

Ya hemos dicho que el santo y el san tiño, son pe- culiarísimos de Galicia; pero asómbrense nuestros lectores de esta estupenda coincidencia

Dice el señor Altolaguirre que a un puerto lo lla­mó Colón Porto Santo, y en Galicia, como hemos visto, existe un Porto Santo, lindero a la aldea donde nació el Almirante.

Y     para confundirnos y demostrarnos que Colón tenía singular predilección por lo de Santo, agrega .que a otro accidente geográfico lo llamó Puerto Sa­cro…. y, efectivamente, en Galicia tenemos ese Puer­to Sacro,

Y   como la intención del señor Altolaguirre quiere ser aplastante, añade el docto censor de la Academia de la Historia: liA un cabo también lo denomina san­toy lo que son las casualidades: en Galicia también hay un Cabo Santo!

Y  tratando de hacernos gustar el acíbar, aún añade el señor Altolaguirre. .. y a una punta también la llama santa…,.

¡Y, vive Dios, que aquí sí que estuvo acertado el académico hsitoriador. .. porque en Galicia¡¡También hay una punta santa!!

¡Cuatro ejemplos del señor Altolaguirre que, Como vemos, son otros tantos descalabros!

No somos amigos de revolver la daga en la herida; pero será necesario que demostremos la inconcebible manera de combatir nuestras teorías, los más lla­mados a apoyarlas, cuando las demostraciones son tan elocuentes como ésta que ofrecemos a nuestros lectores, perfectamente documentada, en las páginas 194, 198 y 208 de nuestro libro “Galicia, patria de Colón».

Ya hemos visto cómo juzga el señor Altolaguirre a don Fernando el historiador, hijo de Colón, y ahora veremos cómo justifica la autoridad, no tan sólo de don Fernando, sino también de Las Casas.

Dice así: “Tanto el P. Las Casas como don Fer­nando Colón, disfrutaron el original del Diario que el Almirante llevó de su navegación en el primer via­je, y uno y otro afirman, y claro es que no hay razón para que lo inventaran y si para creer que así lo ha­llaron escrito, que el Almirante, etc….”.

Y  el señor Altolaguirre en la página 313 de su libro “Cristóbal Colón y Pablo del Pozzo Toscanelli” ya había dicho; Ocultando maliciosamente lo que le con­venía ocultar, exponiendo los efectos sin narrar sus causas, presentando como consecutivos hechos que no lo fueron, desfigurando otros e inventando algu­nos, don Fernando consigue su objeto de llevar al ánimo de sus lectores el convencimiento. ,”.

Y   hablando del P. Las Casas, agrega en la página 299 del mencionado libro: “ …en la Historia general de las Indias, escrita por Las Casas, que falleció antes que Ulloa publícase su traducción, no sólo se cita la “Historia” (obra de don Fernando), sino que se copian de ella capítulos enteros….”.

Y   todavía agrega, en la página 353:

«El P. Las Casas, que tuvo en su poder todos los papeles de los Colones que poseyó don Fernando..,, cambia sólo algunas palabras..,, lo cual demuestra que no tenía más que esta fuente de conocimiento….”

Después de esta confesión estupenda, ya pueden tener fe nuestros lectores en don Fernando, en el P. Las Casas … y en el señor Altolaguirre.

 

XVIII

Otro de los ncmbres impuestos por Colón en las Antillas y que cita La Riega, es Punta lanzada que pertenece a una saliente de la propia ría de Ponte­vedra.

Y    dice el señor Altolaguirre:

“En Portugal, donde tanto tiempo residió el Al­mirante, la-palabra lanzada se aplicaba como orien­tada. “Esta Ilha, dice Diego de Couto en su Dé­cada IV, 1 bro III, Capítulo I, esta lanzada direc­tamente o rumo a que os mareantes chamao este oeste, y en el extracto del Diario de Colón del primer viaje, refiere que el 14 de Diciembre llegó a la Isla de la Tortuga y vido una punta della que llamó Pun­ta Pierna, y de allí descubrió otra punta que llamó la Punta Lanzada en la misma derrota del Nordeste.

Y    así desde la Cabeza de la Tortuga hasta la Punta Aguda, habría cuarenta y cuatro millas. Se ve— agrega el señor Altolaguirre—que el Almirante daba los nombres Tortuga, Punta Pierna, Punta Aguda, Punta Lanzada, únicamente por la forma o por la orientación de la tierra”

Según la apreciación del señor Altolaguirre, Colón llamó Tortuga a la isla por su forma, toda vez que no podía darle tal nombre por la orientación. Pero por aquellos tiempos, aún no se conocían los aero­planos ni los aeróstatos, ni es de presumir que los llevara Colón. Cuando bautizó la isla, no la había bojeado y por lo tanto no conocía su configuración.

Entonces…. de donde diablos saca el señor Altóla- guirre que la bautizó por su configuración.

Por allí tampoco hay salientes que tengan la apa­riencia de una pierna, ni que sean agudas, ni de pun­ta de lanza. Por lo tanto—repetimos—qué diablos de configuraciones son esas?

¡Ah! ¡La orientada!

La orientada es el Septentrión. Pero es el caso que aquella punta Lanzada estaba al Lesnordeste de la cabeza de la Isla. Entonces…. ¿dónde está la orientada?    ,

Pero también es el caso que lanzada adoptada como saliente en lo geográfico, es una palabra ge- nuinamente gallega y si Couto hizo uso de ella, hizo uso de un galleguismo, cosa nada rara por cierto tratándose de portugueses.

Pero las islas Cies gallegas, sí tienen la apariencia de una pierna y un pie y a una de sus puntas, la gen­te de mar la llama Punta Pierna.

Esto con ser curioso no lo es todo, puesto que en Galicia no solamente tenemos una Punta Lanzada, sino que también una Punta Aguda, es decir, que las tres salientes bautizadas por Colón en la Tortuga, tienen su asiento en Galicia y en la costa de Ponte­vedra.

Esta coincidencia es una coincidencia todavía más notable que la que señalamos en el anterior capítulo,porque aquí son tres bautizos simultáneos, los tres gallegos y los tres exclusivos de Pontevedra.

Esto por si solo basta para cerificar el origen gali­ciano de Colón.

Agrega el señor Altolaguirre que La Riega está equivocado al decir que la isla Jamaica fué bautiza­da por Colón con el nombre de Santiago en recuerdo de la ciudad Compostelana, éntonces cabeza de Ga­licia. Aquí la autoridad de Las Casas que ha sido quien lo apunta no convence al señor Altolaguirre.

No discutiremos esto, porque si Las Casas, es bueno para determinar unas cosas, también debe serlo para determinar otras. Aquí Altolaguirre recurre a Don Fernando, que tanto maltrata, para combatir a Las Casas y a Herrera que al parecer también tuvo la humorada de asegurar lo mismo que el Obispo de Chiapa.

Sobre esta pequeñez discurre largamente el señor Altolaguirre; pero como quiera que sobran Santiagos en la probanza, puede suprimir a Jamaica si lo tiene por conveniente.

Refiriéndose a la isla La Gallega, a que hace men­ción el Almirante en la famosa Carta rarísima diri­gida a los Reyes en 7 de Julio de 1503, arguye de esta manera el señor Altolaguirre:

«De la carta de referencia no se conoce el original; por lo tanto, no podemos saber si la puntuación del párrafo es la que le atribuye el señor Calzada o la que figura en las copias insertas en la colección de viajes publicados por don Martin Fernández de Na- varrete y en la Raccolta Colombina. En ella, des- pues de exponer el Almirante que su derrota era la isla de Jamaica, que llegó a la isla Española y que envió la correspondencia y pidió un navio recibiendo orden terminante de no entrar en el puerto y que allí le cogió el temporal que hizo que cada buque busca­se su salvación sin poder atender a los demás, apa­rece redactado el párrafo en cuestión, en la siguiente forma: “El navio Sospechoso había echado a la mar por escapar fasta la isola; La Gallega ‘perdió la barca; de esta suerte resulta que el navio sospechoso se hizo a la mar huyendo del temporal, y que la nao gallega, que era uno de los buques que formaban la armada del Almirante, fué la que perdió la barca”.

Aún dice más el señor Altolaguirre:

Que don Fernando’ que iba con su padre, apunta en la Historia, que salieron de Cádiz el 9 de mayo de 1502 y que la armada se componía de 4 navios de gabia de 70 toneladas de porte el mayor y el me­nor de 50. Y sigue copiando el señor Altolaguirre de la Historia de Don Fernando Colón.

“El 24 tomamos el camino de Santo Domingo porque el Almirante tenía ánimo de trocar uno de los cuatro navios que llevaba que era poco velero y navegaba menos y no podía sostener las velas sino se metía el bordo hasta cerca del agua».

Y   prosigue el señor Altolaguirre:

“El miércoles 29 de Junio, habiendo ya entrado en el puerto (Santo Domingo) envió el Almirante a Pedro Terreros capitán de uno de los navios, para hacerle saber (al gobernador) la necesidad que tenía de mudar aquél navio, y que así por esto, como por­que ellos temían una gran desgracia, que deseaba estaren el puerto…., el Comendador (Ovando) no qui­so consentir que el Almirante entrase en el puerto… ., el jueves 30 estalló la tempestad y el Almirante para mayor seguridad se retiró lo mejor que pudo hacia tierra, guareciéndose cori esta hasta el día siguiente, y creciendo el temporal y sobreviniendo la noche con grandísima obscuridad partieron tres navios de su compañía cada uno por su rumbo, los que pade­cieron verdaderamente fueron los tripulantes del navio Santo, el cual por conservar la lancha con que había ido a tierra el capitán Terreros la llevó atada a la popa con cables, vuelta, hasta que fué precisado a dejarla y perderla por no perderse a sí mismo». Pero mucho mayor fué el peligro de la Carabela Ber- múdez, la cual habiéndose hecho al mar entró en las aguas hasta la cubierta, de donde bien se deja co­nocer que solicitaba con razón el Almirante trocar­lo y todos tuvieron por cierto que el prefecto su her­mano después de Dios la hubiese salvado con su saber y valor; de manera que habiendo padecido todos los navios gran trabajo, excepto el del Almi­rante, quiso Dios volverlos, a juntar el domingo si­guiente en el puerto de Azua, a la banda del medio­día de la Española, donde contando cada uno sus desgracias se halló que el prefecto había padecido tan gran riesgo por huir de tierra como marinero tan práctico, y el Almirante no, por haberse acercado como sabio astrólogo al paraje dofade no podía ve­nirle daño”.

“Los cuatro navios que componían la escuadrilla eran: la Capitana, que salió de Cádiz mandada por Diego Tristán que falleció ai tercer día de navega­ción; el navio Vizcaíno, mandado por el genovés Bar­tolomé de Fresco; la náo Gallega o navio Gallego, que de las dos maneras se le nombra, mandado por Pedro de Terreros, y la Santiago de Palos, que man­daba Francisco de Porras, y en la que iba como maestre Francisco Bermúdez”.

Todas estas son consideraciones del señor Alto­laguirre copiadas de las vulgarísimas relaciones exis­tentes y agrega:

«Del relato de la “Historia”, resulta que el buque que el Almirante quería trocar, “aquél que no podía sostener las velas si no se metía el bordo cerca del agua”, era el Santiago de Palos al que Don Fernando denomina Bermúdez, por llamarse así su maestre y que la náo que mandaba Pedro Terreros, al que el Almirante envió a Ovando para hacerle saber la ne­cesidad en que se encontraba de cambiar la Santiago, era la náo Gallega de la que Terreros era capitán, y a la que Don Fernando llama el navio Santo, tal vez por tener doble nombre, como sucedía entonces con muchos barcos, y que esto era así no cabe duda, por­que Don Fernando cita por sus nombres conocidos a la Capitana y a la Vizcaína, llama Bermúdez a la Santiago de Palos, y siendo cuatro los buques, no resta para llamar navio Santo más que al navio Ga­llego, que mandaba Pedro Terreros, quedando per­fectamente aclarado que la náo que perdió la barca fué la Gallega”.

¿Aclarado? Desde luego; ¡Aclarado de acuerdo con las nigromancias del señor Altolaguirre!

Pero antes de entrar en materia, copiemos el ar­gumento final del docto censor de la Real Academia de la Historia.

Dice así; «El navio Sospechoso había echado a la mar por se escapar fasta la isola”, “Se ha tomado por nombre de buque el de sospechoso, y claro que se atribuye a equivocaciones de copia, ya que nin­guno de los cuatro tenía ese nombre ni parece nom­bre propio para un barco. El Almirante en su carta refiere: mi hermano estaba en el peor navio y más peligroso’1., en el sospechoso iba mi hermano, y élr después de Dios, fué su remedio”. El relato de Don Femando da la solución: Don Bartolomé Colón iba en la carabela Bermúdez o sea la Santiago, este era el navio sospechoso, el más peligroso, el que ma­yor riesgo corría por sus malas condiciones mari­neras: este es el sentido que debe darse a la palabra sospechoso”.

Lo dijo Blás…. ¡y punto redondo!

Vamos nosotros ahora, a desmenuzar los concep­tos.

 

JUEGOS DE MANOS

XIX

Quedábamos en que el señor Altolaguirre supone que no existió isla alguna que se llamase la Gallega, y que todo es fruto de la confusión y de la extraviada opinión de los colonianos, que confunden los hechos de una manera lastimosa,. hasta el punto de tomar el nombre de un navio por el de una isla.

Para demostrar el error, el señor Altolaguirre ha­ce uso de una baraja histórica con el objeto de en­tretener a sus partidarios con un maravilloso juego de naipes. En la baraja hay cuatro cartas que re­presentan cuatro navios llamados Capitana, Viz­caína, Gallego y Santiago. Nuestro historiador ba­raja estas cuatro cartas, y después de un disimulado pase por la espalda, ofrece a la admiración de su cie­go auditorio, otros cuatro naipes en los que sólo figuran los navios llamados Capitana y Vizcaína; los otros dos se han transformado por arte de birli­birloque en unos barcos titulados Santo, y Bermúden. Para la demostración histórica hacía falta eliminar a los navios Gallego y Santiago y, como se ve, lo ha hecho magistralmente, entre una atronadora salva .aplausos del auditorio colombino.

Para este estupendo escamoteo, se ha valido de don Fernando, de quien, en la página 313 de su libro Cristóbal Colón y Pablo del Pozzo, Toscanelli -Madrid, 1903, dice lo siguiente: «Ocultando maliciosamente lo que le convenía ocultar, exponiendo los efectos sin narrar sus causas, presentando como consecu­tivos hechos que no lo fueron, desfigurando otros, e inventando algunos don Fernando consigue su ob­jeto de llevar al animo de sus lectores el conven­cimiento..

En la página, 348 y siempre juzgando a don Fer­nando, agrega:

«Don Fernando desfigura los hechos”.

En la página 352, añade:

«Se necesitan fuentes de más crédito para aceptar sus asertos”.

En la misma página:

«Por las falsedades y omisiones, no ofrece garan­tía alguna de veracidad”.

En la página 306 apunta:

“Don Femando para llegar al fin que se proponía, no se detenía ante ningún obstáculo”.

En la página 365 aún es más severo:

«Lo que da a entender en un párrafo lo desvirtúa en otro”.  .

Por lo tanto, el señor Altolaguirre ha descalifica­do lo suficiente a don Fernando para que trate de presentarlo ahora como autoridad para una proban­za.

Nosotros vamos a hacer uso de documentos más valiosos y auténticos para combatir las nigromán- t icas teorías del señor Altolaguirre Los documentos a que nos referimos no han sido traducidos por Ulloa, ni se han supuesto apócrifos que sepamos. Se guardan en los estantes del Archivo de Indias y reúnen todos los requisitos de autenticidad exigidos.

Primeramente vamos a demostrar los errores en que incurre el señor Altolaguirre que, gracias a Dios, son bastantes.

Que en la copia inserta en los Viajes publicados por don Martín Fernández de Navarrete, exista un error de puntuación, es cosa por demás clara, según se verá en el transcurso de la refutación y lo demues­tra el que todos los autores, en general, escriban: “El navio sospechoso había echado a la mar, por escapar, fasta la isola la Gallega; perdió la barca, y todos gran parte de los bastmentos”.

Así es, pués, cómo se ha interpretado el párrafo de la Latiera rarísima impresa por Moralli, biblio­tecario de San Marcos, en Venecia, que la tomó de un manustrito perteneciente al Colegio Mayor de Cuenca.

La explicación, por demás, está bien clara: El navio sospechoso que largó a capear el temporal, buscaba el abrigo de la isla y en aquella lucha con los elementos desencadenados, perdió la barca.

Pero el navio que el Almirante llama sospechoso, ya el señor Altolaguirre nos dice que no era el navio Gallego, sino el Santiago de Palos.

Colón, al decir que todos los navios habían per­dido una buena parte de los bastimentos, no iba a determinar con exclusividad al gallego para decirnos que perdió la barca.

Colón hablaba en general de los perjuicios oca­sionados por la tormenta, y se refería a una isla de­terminándola por su nombre, ya que existían y exis­ten en la costa sur de Santo Domingo varios islotes, suponiendo que se refiriera a un islote. Isla pro­piamente dicha era la Beata y la Adamaney, también se llama Isla, descartando ya a la isla de Jamaica, que por su nombre Santiago, pudiera ser la indicada por el Amirante.

Y    agrega el Almirante en la ya citada carta ti­tulada rarísima: “En el sospechoso iba mi hermano; y él, después de Dios, fué su remedio’’.

Lo copiado es lo más interesante de la relación del Almirante.

El señor Altolaguirre dice que Terreros fué en el navio Gallego al puerto de Santo Domingo, y esto es incierto, porque ni el Gallego ni los restantes na­vios entraron en el puerto, aunque el señor Altola- guirre lo afirme. Vamos a buscar la autoridad de’ Las Casas, que para el señor Altolaguirre es fuente de todas las verdades:

«Y porque llevaba uno de los cuatro navios muy espacioso, así porque era mal velero que no tenía con los otros, como porque le faltaba costado para sos­tener velas, que con un vaivén, por liviano que fue­se, metía el bordo debajo del agua, tuvo necesidad de llegar a Santo Domingo a trocar aquel con alguno de los de la flota que había llevado el Comendador mayor, o comprar otro. Llegó a eaie .puerto de Santo Domingo a 29 de Junio, y estando cerca, en­vió en la barca del un navio….”.

De este párrafo de Las Casas, se sacan dos con­clusiones:

Primera: que lo de trocar el navio se llevó a efecto;

y

Segunda: que Terreros no fué al puerto en el’ na­vio Gallego, sino en una barca que como se ve, es una cosa muy distinta.

Cierto^es que el gobernador de La Española no permitió la entrada de los navios en el pusrto, y esto sí lo hace constar. El mismo Almirante se lamenta de la negativa del gobernador, a su súplica de entrar en el puerto, de esta manera: “Cuando llegué sobre La Española envié el envoltorio de cartas y a pedir por merced un navio por mis dineros, porque otro que yo llevaba era inavegable y no sufría velas. Las cartas tomaron, y sabrán si se las dieron la res­puesta. Para mí fué mandarme de parte de ahí, que yo no pasase ni llegase a la tierra…”.

Es, pues, un hecho, que Colón no entró en el puer­to; pero como vemos nada dice referente a la nega­tiva del buque que solicitaba por sus dineros. Las lamentaciones del Almirante en esta carta son bas­tante expresivas para no mencionar la vileza de ne­gársele un buque por sus dineros para continuar los descubrimientos. Además, bien expresado deja que llegó sobre La Española para pedir por merced un navio, porque otro que llevaba era ¡navegable yno sufría velas. De no haber conseguido otro na­vio, no hubiera continuado eon aquel que sólo por un milagro había podido llegar con relativo buen tiempo hasta La Española.

Por lo tanto, Colón por sus dineros o por trueque y dineros, logró una náo con que reemplazar aquella inavegable y que no sufría velas.

La nave que no sufría velas, dice el señor Altola­guirre que era la Santiago de Palos.

Así debió ser, en efecto, puesto que desde este punto y ahora ya no se vuelve a nombrar en las re­laciones a la Santiago, ni tampoco figura en los do­cumentos de la liquidación de los fletes que se ve­rificó por orden del rey uno o dos años después.

Hubo, pues, la compra o trueque, y fué la susti- tuta la carabela Bermuda y 110 Bermúdez, como dice el señor Altolaguirre.

Y   que esto es cierto, se demuestra que la Bermuda fué, después de la Capitana, la única sobreviviente de aquel desgraciado viaje. Se encalló en Jamaica después de aquel nefasto viaje por tierra firme, donde quedaban hechos pedazos los navios «Vizcaí­no» y «Gallego”. No sería, por cierto, la Santiago que no sufría velas y que era inavegable, la que hu­biera soportado aquella travesía, donde cien Veces estuvo expuesta la escuadrilla a sucumbir bajo las terribles tempestades a que se refiere el Almirante.

Esto está claro. Pues bien: el señor Altolaguirre da por hecho que la Santiago también figuró en las descubiertas de Veragua, y de ahí la suposición de que no habiendo más navios en aquella expedición, después de determinar a tres de ellos, nos diga que la Bermuda, era la Santiago, contra todas las teorías de la lógica.

Pero tomando la cita a que recurre el señor Alto­laguirre para su probanza, todo lo apuntado se hace más manifiesto.

Dice don Fernando: «Pero mucho mayor fué el peligro de la carabela Bermúdez, la cual habiéndose hecho al mar entró en las aguas hasta la cubierta, de donde bien se deja conocer que solicitaba con razón el Almirante trocarlo. Y todos tuvieron por cierto que el prefecto su hermano después de Dios,, la hubiese salvado con su saber y valor”.

De lo que se deduce que si la Bermuda sufrió tanto y estuvo expuesta a irse a pique, la gente supuso razonablemente, que de, no haberse verificado el trueque, la Santiago no hubiera podido resistir la tormenta, aunque la confianza ciega que tenían en don Bartolomé Colón (el prefecto) les permitiera conjeturar que quizá con la protección de Dios y la pericia y valor de don Bartolomé, pudiera haberse librado del naufragio.

Nótese bien que dice, la hubiera salvado, y no salvó. Aquí los tiempos del verbo, como se vé, están perfectamente empleados.

Averigüemos ahora, cuál era el navio Santo de que habla don Femando.

 

APUNTES UTILES PARA LA HISTORIA

XX

El navio que el señor Altolaguirre llamó Sardo no figura entre los documentos conocidos. Sólo don Fernando (que no ofrece garantía de vera­cidad, al decir del censor de la Academia de la His­toria) lo estampa en su obra tan comentada.

Dice don Fernando: “….los que padecieron ver­daderamente fueron los tripulantes del navio Santo, el cual por conservar la lancha con que había ido a tierra el capitán Terreros, la llevó atada a la popa con cables, vuelta, hasta que fué precisado a dejarla y perderla por no perderse a sí mismo.,

He aquí la barca que dice Las Casas sirvió a Te­rreros para entrar en el puerto de Santo Domingo. Esta barca o lancha, según don Fernando, de quien dice el señor Altolaguirre “que lo que da a entender en un párrafo lo desvirtúa en otro”, la llevaba atada a la popa el navio Santo, y el navio Santo, según el propio señor Altolaguirre, era el navio Gallego. De ahí la expresión; El navio sospechoso había echado a la mar, por escapar fasta la isola; la Gallega perdió ]a barca……..

Vamos a copiar ahora la referencia que del mismo suceso, hace el escritor mejor informado y a quien se debe la mejor y más completa relación del Des­cubrimiento. Nos referimos a Washington Irving, que no solamente disfrutó de los valiosos documentos proporcionados por O’Rich, residente en Madrid, y uno de los más notables bibliógrafos de Europa, sino que investigó la incomparable Biblioteca Real y la del Monasterio de San Isidro, tuvo intimidad con don Martín Fernández de Navarrete, que le proporcionó noticias de gran interés, y contó con la favorable acogida del duque de Veragua, que le franqueó los archivos de la familia, de igual manera que su amistad con don Antonio Ujina, supo pro­porcionarle los más curiosos documentos que habían pertenecido al sabio historiador Muñoz.

Oigamos, pues, a Irving: •

“Al principio de la tormenta permaneció la pe­queña escuadra del Almirante medianamente gua­recida por la tierra. Al segundo día creció la vio­lencia de la tempestad, y sobreviniendo la noche, más que de ordinario tenebrosa, se perdieron los buques de vista y se dispersaron. El del Almirante se mantuvo junto a la orilla y no padeció nada. Los otros, temiendo la tierra en tan oscura y tu­multuosa noche, salieron al mar, y se entregaron a todos los embates de los elementos…………………………………….. El Adelan­tado perdió su bote, y todos los buques, menos el del Almirante, sufrieron algunas averías”.

Es decir que, según Irving, la nao que perdió el bote, tan traído y llevado, pertenecía a la Bermuda que, según don Fernando, comandaba o capitanea­ba el Adelantado don Bartolomé Colón.

Entonces, señor Altolaguirre, no fué el Gallego o la Gallega, la que lo perdió. Por lo tanto, subsiste en pie lo de isola La Gallega.

No sabemos en qué se funda Asensio para decir que Terreros llevaba la encomienda del Almirante, no tan sólo de solicitar entrada en el puerto, sino que también la necesidad en que se hallaba de cam­biar la nao Bermuda por otra más apta para la na­vegación. Los documentos oficiales no hacen men­ción de tal carabela. Sin duda Asensio, que fué uno de tantos historiadores que recurrieron a la His­toria de don Femando y a Las Casas, al ver estam­pado el nombre Bermuda en los sucesos que prece­dieron a la desastrosa arribada a Jamaica, tomó este denominativo como perteneciente a uno de los navios de que formaban la escuadrilla que partió del puerto de Cádiz el 11 de mayo de 1502.

Ahora bien: ¿Qué isla era aquella denominada por el Almirante La Gallega?

Los navios corrieron el temporal en dirección S. O., y en su consecuencia sólo dos islas inmediatas po­drían prestarles abrigo o un accidental refugio en su desorientada carrera. ¿Era la Beata? ¿Fué acaso aquella más distante conocida por isla de la Vaca o de las Vacas? La primera conserva su nombre primitivo; pero la segunda, lleva un denominado moderno.

Ambas avanzan sobre salientes pronunciados de la costa y ambas podían servir de punto de mira para aquellos experimentados marinos, si la violen­cia de la tempestad permitía alcanzar el objetivo.

Desgraciadamente, entre los datos que nos quedan de aquella lejana época, no existe una sola referencia que sirva para reafirmar la declaración del Almiran­te. Pero ¿acaso no basta lo estampado por Colón en uno de sus más preciados escritos? ¿No ha dicho el Almirante, hablando de una isla, que esa isla se llamaba La Gallega.

¿La Gallega era navio o era carabela? Demos­trado está por documentos oficiales que aquella em­barcación era navio y que aquel navio se llamaba Gallego. Siendo así, el Almirante, que sabía dis­tinguir perfectamente una carabela de un navio, refiriéndose a éste, no hubiera dicho La Gallega.

El señor Altolaguirre dice que siendo la carabela Bermúdez, la que capitaneaba don Bartolomé,’ y siendo la Bermúdez la Santiago’ de Palos, al titular Colón a un navio sospechoso no podía ser otro que la Santiago de Palos, porque éste era el navio sospe­choso, el que mayor riesgo corría por sus malas con­diciones marineras; pero nosotros ya hemos demos­trado que ese navio, que no era tal navio, sino ca­rabela, resultó ser el barco más marinero de toda la escuadrilla, toda vez que la vemos transformada con el nombre de Bermúda, resistiendo impertérrita todos aquellos terribles temporales en tierra firme y acabando sus días en Jamaica, cuando por tan continuados embates era verdaderamente imposible que pudiera resistir más sobre las aguas.

Si el trueque se verificó, como todo lo hace suponer, sabiendo la disposición que hacia él guardaba el Comendador de Lares, nada tiene de extraño que el Almirante bautizara con el nombre de sospechoso a aquel bajel que el gobernador cedía seguramente de mala gana a cambio de otro inservible para la navegación. De ser así, Colón juzgó mal al go­bernador de La Española, pues ya hemos visto el comportamiento de aquella náo entre tantos peli­gros y sufriendo tan terribles huracanes.

En cuanto a lo de Santo, aún cuando poseemos co­pias de documentos oficiales que hablan largamente de los cuatro buques que formaron la expedición y de sus tripulaciones; nada nos dicen referente a este extraño denominativo, y hemos de convenir con el señor Altolaguirre que las manifestaciones de don Fernando no ofrecen garantía alguna de veracidad (Cristóbal Colón y Pablo del Pozzo Toscanelli. Madrid, 1903. Página 352) y que por lo tanto será necesario que sus asertos, los veamos confirmados por otras fuentes que nos merezcan más crédito que la Historia. (Palabras también del señor Altola- guirre. Cristóbal Colón y Pablo del Pozzo Tosca­nelli. Madrid, 1903).

Así es, señor Altolaguirre, que estas palabras suyas; “La redacción de tan zarandeado párrafo debió ser en el original de su carta (la de Colón). «El navio Sospechoso había echado a la mar por escapar de la isla; la Gallega perdió la barca y todos gran parte sus bastimentos”…. no podemos acep­tarlo, porque esto es una indigna suplantación de lo dicho por el Almirante y una cosa es discutir y otra suplantar un fasta por un de, que en buena crí­tica, no sabemos qué calificado tendrá; pero se nos antoja que muy duro para los que así tergiversan los principios siempre sagrados del humano y libre pensamiento.

Y     como quiera que es nuestro deseo cerrar este capítulo con alguna aclaración de importancia y por ende gallega, hemos de aclarar que el puerto de Azua, que usted cita como puerto de refugio del Almirante, se llamaba Azua de Compostela, y lo que es más cu­rioso, a su población, antes y, después de ser arrui­nada, se la denominaba y sigue denominándose Azua de Compostela.

Y    como lo de Santiago, al parecer, no ha sido de su gusto, puesto que con tanto calor ha refutado el que a Jamaica, el Almirante hubiera bautizado con el nombre dé Santiago, hemos de agregar que a una altura desde los famosos tiempos del Descu­brimiento se llamó Santiago, y que una de sus prin­cipales poblaciones fundadas durante la conquista se llamó Santiago de los Caballeros, donde, por cierto, y por espacio de muchos años, el día del Apóstol se celebraban extraordinarias fiestas.

Y   si el Almirante bautizó en La Española puntas, cabos e islas con los denominativos de Punta Petis, Punta La Guía, Cabo de Torres, Ensenada de Santo Tomé, Isla de Ratas, Cabo de la Sierpe, Punta Santa Isla de Cabra, Río de Oro, Punta de Cas, Cabo del Becerro, Punta de Prados, Punta de Hierro, Punta Seca, Cabo Redondo y Puerto Sacro, que correspon­de a otros tantos accidentes geográficos de la costa gallega, ¿qué extraño sería que a otra isla o islote, la bautizara con el nombre de La Gallega?

 

LAS NAVES DE DESCUBIERTA

XXI

Oigamos a Altolaguirre:

“El nombre de algunas naves que llevó Colón en sus expediciones, sirve también de argumento para demostrar el amor que por haber nacido en ella, pro­fesaba a la región gallega”.

Aquí el señor Altolaguirre se nos muestra irónico. Son pujos de buen humor y gracejo, ante la seguri­dad—sin duda de una conferencia aplastante, y floja por parte de los colonianos—de combatir con éxito tan interesante punto.

Dejémosle, pues, argumentar, puesto que a noso­tros nos cabe el derecho para la réplica:

“Dice el cronista Herrera—añade el señor Altola­guirre—que el año 1492 partió Colón de Granada y se fué a la villa de Palos, con orden que le dieran dos carabelas con que la villa estaba obligada a ser­vir por tres meses cada año, y que armó otra nave capitana que llamó Santa María”. “Los barcos de aquella época—prosigue el señor Altolaguirre— so­lían estar bajo la advocación de algún santo y lla­marse también con el nombre de la región o puerto en que fueron construidos, o con el apellido de su patrón o dueño, ejemplo: la carabela Santiago de Palos y la carabela Santa Clara, llamada también la Niña, por ser maestre Francisco Niño”.

“Según las declaraciones de Hernán Pérez Ma­teos—continúa el señor Altolaguirre— primo de Pinzón y Cristóbal García, en los pleitos que don Diego Colón sostuvo con la Corona, la nave en que Don Cristóbal fué a descubrir en su primer viaje, se llamaba Marigaktnie; el cronista Oviedo afirma qiíe La Gallega, y don Cesáreo Fernández Duro, en su estudio «Colón y Pinzón”, estima que siendo cons­truida la capitana de Colón en el Norte de España, sin violencia puede llamarse la Santa María, alias María Galante o La Gallega, como la Niña se nombra­ba Santa Clara”.

Antes de proseguir, hemos de advertir que la apre­ciación de Fernández Duro es exactísima, según po­drá observarse en su oportunidad, toda vez que, de nuestras averiguaciones resulta, no tan sólo de la tradición, sino que también de los documentos ofi­ciales, que Marigalante o Marigallega vienen a ser, para los efectos de la denominación, palabras sinó­nimas, aun cuando no se adapten por el significado.

Dice el señor Altolaguirre, que la solución dada al asunto por el señor Fernández Duro no le conven­ce, porque le parece que pugnan los nombres de San­ta María y María Galante y que es más verosímil que la nao se llamara Mari-Galante y vulgarmente la Gallega, por haber sido construida en Galicia, y que Coión, que por creencias o por conveniencia, procuraba en todos sus actos aparecer como un fer­voroso católico, quitándole el nombre mundano de María Galante la pusiera el de la madre del Salvador, bajo cuya protección y amparo emprendió la arries­gadísima expedición, y esta hipótesis parece confir­marla Herrera, al decir que Colón “armó otra nave capitana que llamó Santa María”.

Visto lo que antecede, será necesario que el señor Altolaguirre nos diga de donde saca la presunción de que el Almirante emprendió el primer viaje po­niéndose bajo el amparo de la madre del Salvador., Porque ni en el primero, ni en el segundo, ni en el tercero, ni en el cuarto, ni en ninguna de sus arries­gadísimas expediciones puso, que sepamos, bajo el amparo de la Virgen, él éxito de sus viajes.

Colón tampoco bautizó la nave capitana del pri­mer viaje, con el nombre de Santa María. Si el señor Altolaguirre lo afirma, será necesario que nos lo demuestre.

¿Cómo el censor de la Academia de la Historia se permite afirmar lo que no existe?

¿Quién ha dicho al señor Altolaguirre que Colón puso por nombre o bautizó la capitana de la primera expedición con el denominado de Santa María?

¿Que lo dice Herrera?

¿Y qué autoridad reconoce el señor Altolaguirre a Herrera, para preferir su dictamen al de los docu­mentos oficiales?

¿Acaso le merece más crédito Herrera que Oviedo?

Oviedo fué testigo de aquellos acontecimientos y Herrera un relator de los sucesos muchos años des­pués de acaecidos.

Y   contra la falsa apreciación de Herrera, tenemos la declaración de Hernán Pérez Mateos, primo de Pinzón y Cristóbal García, que dice el señor Alto­laguirre conocían a la capitana de Colón por el nom­bre de Mari-galante; la afirmativa de Oviedo que es­cribe se llamaba La Gallega, lo que concuerda con los documentos oficiales existentes, y otro documen­to de inestimable valor que daremos a conocer en su día, que nos dice que Mari-galante equivale a decir Mari-gallega, documento interesantísimo que refuer­za nuestra demostración geográfica y proporciona el convencimiento del galleguismo de Colón, puesto que de esta manera queda perfectamente demostra­do, que no solamente a la primera capitana, sino que también a la del segundo viaje, puso Colón el nombre de Mari-galante o Mari-gallega, puesto que no cabe la coincidencia que las capitanas de sus dos princi­pales expediciones llevaran por casualidad un nom­bre nada vulgar por cierto.        .

Como tampoco era nada vulgar que a un navio se llamara San Salvador, nombre impuesto por Colón a la primera tierra que descubrió, y en los documen­tos existentes en el Museo Arqueológico de Fonteve- dra, pertenecientes al siglo XV, aparece un navio o barca llamada San Salvador, lo que por cierto nos parece bastante expresivo.

Altolaguirre reconoce que, en efecto, en el segun­do viaje embarcó Colón en una nao llamada Mari Galante y que el Almirante no le cambió el nombre, pero agrega “que las circunstancias habían cambia­do, porque el temor a los riesgos desconocidos había desaparecido y demostrado la experiencia, que nave­gar el Atlántico en dirección Oeste, no exponía a mayores peligros que navegar por otro mar cualquie­ra, y así no es de extrañar que no se preocupase de cambiar el nombre de su capitana”.

Reconoce, pues, el señor Altolaguirre, que tanto la capitana del primer viaje como la capitana del segundo, tenían por denominado Mari Galante, que ya hemos dicho equivale a decir Mari Gallega. En su consecuencia: todas las suposiciones del señor Altolaguirre huelgan, porque demostrada la denomi­nación gallega de las naves, y esto con documentos y probanzas irrefutables, sus argumentos y suposi­ciones no sirven para maldita la cosa

El señor Altólaguirre refuta al señor Calzada, porque este escritor, refiriéndose al segundo viaje de Colón, copia lo siguiente: “Diréis a sus Altezas que a causa de excusar alguna más costa yo w-erque estas carabelas que lleváis por Memorial, para re­tenerlas acá con estas dos naos, conviene a saber: la Gallega y esa otra Capitana”. Calzada se re­fiere al memorial que dirigió a los Reyes el Almirante mor medio de Antonio de Torres, en 30 de mayo de 1494.

Y     a esto, dice el señor Altolaguirre: “Supone el señor Calzada que el almirante de su peculio compró las dos carabelas y que a una de ellas puso por nom­bre La Gallega”, Y agrega: “Si el párrafo se es­tudia con detención podrá apreciarse que lo que en realidad dice, es que había comprado dos carabelas para retenerlas en unión de dos navios que allí tenía, uno de los cuales eraLa Gallega y el otro la Capitana, de la que había.comprado la propiedad de tres oc­tavos, y esto que, a nuestro juicio, nos parece claro, resulta comprobado por algunos documentos que se conservan respecto a la adquisición de buques para la Armada que había de ir al segundo viaje del Almirante”.

No seguiremos copiando al señor Altolaguirre, porque la superchería salta a la vista.

Si el señor Altolaguirre reconoce que a la capitana del segundo viaje se la llamaba Mari Galante y Ma- rigalante equivale a decir Mari Gallega, es incues­tionable que al referirse Colón a La Gallega y esa otra Capitana, puesto que el párrafo dice así: “Di­réis a sus Altezas que a causa de excusar alguna más costa Yo merque estas carabelas que lleváis por Me­morial para retenerlas acá con estas dos naos, con­viene a saber: La Gallega y esa otra Capitana”, es incuestionable, repetimos, que si la Capitana se lla­maba Mari Galante o Mari Gallega y la otra La Ga­llega, que eran dos buques que denunciaban su ori­gen, o lo que es lo mismo: dos barcos gallegos. Y ya no discutimos si eran tres los barcos gallegos, por no hacer muy larga la disertación y dejar las cosas en su primitivo lugar.

Y   termina de la siguiente manera el señor Altola­guirre: «Ya hemos visto que la carabela mercada por Colón en el segundo viaje no era la nao Gallega; la circunstancia de que entre los numerosos buques que en los cuatro viajes que efectuó el Almirante hu­biese tres construidos en Galicia, por lo que se les denominaba El Gallego o La Gallega, no creemos que sea base para hacer las gratuitas suposiciones que formula el señor Calzada, de que Colón estaba em­peñado en que sus naves llevasen el nombre de Ga­licia. Para llegar a esta conclusión era preciso que probase, lo cual no hace el señor Calzada, que los buques tenían otro nombre antes de que fueran fle­tados o adquiridos por Colón o para Colón, y que éste les cambió el suyo por el de Gallego o Gallega

Probablemente el señor Calzada replicará a todo ello: pero esto no es motivo para que repliquemos también nosotros.

Primeramente: Las naves gallegas eran cons­truidas principalmente para la carrera de Flandes, y el mismo señor Alcalá Galiano, cuya autoridad su­ponemos no ponga en duda el señor Altolaguirre, nos dice que la capitana de Colón en el primer viaje era nao construida en Cantabria expresamente para la carrera de Flandes. Por lo tanto, y de acuerdo con La Riega, se nos antoja muy singular su apari­ción en un puerto, como el de Palos, tan alejado de aquella carrera. Lo mismo diremos de los restantes buques gallegos que figuraron en las expediciones de Colón.

De los pocos datos que conservamos de aquellas armadas, tenemos en el primer viaje La Gallega o Marigalante; en el segundo: la Marigalante o Mari- gallega, la Gallega y la Cardera, y en la tercera y cuar­ta expedición, otras naos llamadas El Gallego y La Gallega.

Creemos, señor Altolaguirre, que son demasiados buques gallegos para poder confirmar las suposicio­nes—que usted llama gratuitas—del señor Calzada, referentes a que el Almirante sentía singular predi­lección por Galicia.

 

CONCLUSIONES

XXII

Al último capítulo de su folleto, también lo titula el señor Altolaguirre “Conclusiones”. Dice que no se ha propuesto entrar en disquisiciones acerca de si Colón era o no genovés y que se ha concretado a de­mostrar—¿demostrár?— lo infundado de los argu­mentos que se aducen para probar que nació en Ga­licia.

Agrega que sólo ha hecho hincapié en demostrar que el apellido del Almirante, al igual que el nombre se traducían del italiano al latín, al francés y ai castellano y viceversa; de consiguiente, que no cons­tituye prueba en contra de su origen extranjero, el que en España se llamara don Cristóbal Colón, pues­to que, este nombre se traducía al latín Collombus, al italiano Columba y al francés Coullon. ¡Atiza!

Solamente esta afirmativa de que Colombus latino, traducido al francés es Coullon, nos da una idea clara y precisa de las magistrales dotes que, como filólogo, posee el docto Censor de la Academia de la Historia.

Y   si para muestra basta un botón, poco más po­demos agregar a la refutación, porque, verdadera­mente, la discusión resultaría imposible al profundi­zar semejantes argumentos.

Reconoce, pues, el señor Altolaguirre que Colón no es genovés, después de haber defendido el punto con tanto tesón y claridad; que el apellido Colombo, que equivale a decir en castellano Palomo y que en francés sería Pigeon, en castellano—según su dialéc­tica—sería en anatomía, el intestino que sigue al ciego y sirve de continuación al recto, y en francés ese Coullon de que nos habla y que por más vueltas que le hemos dado, no hemos sacado nada en con­secuencia, no sabemos lo que significa a pesar de haber revuelto cielo y tierra para dar con el corres­pondiente significado.

Y   aún dice el señor Altolaguirre, que acumulando los colonianos supuestos indicios, que en sí carecen de valor, se ha querido formar un bloque que dé la sensación de ser cierta la teoría que se quiere sostener, sin caer en la cuenta de que cuando los sumandos están constituidos sólo por ceros, sólo ceros arroja la suma.

Esto lo dice el señor Altolaguirre y aún en esto de los ceros, con toda su nula demostración, nos de­muestra el docto académico que está equivocado, pues si bien es cierto que la palabra Cero es difícil de interpretar bajo el punto de vista filosófico, ma­temáticamente tiene en algunos _ casos un sentido claro y definido, y si en una cuestión trigonométrica buscamos un ángulo por medio de un coseno^si en un problema geométrico se trata de hallar la distan­cia entre dos puntos, o en uno analítico las coorde­nadas de un punto, o en otro mecánico, la acelera­ción de un móvil, y de los cálculos resulta para la incógnita valor cero, carencia absoluta de cantidad, no por eso desecharemos el problema como imposible de resolver, como no teniendo interpretación posible, pues en el primer caso nos dirá que el ángulo es un múltiplo impar del cuadrante; en el segundo, que los puntos se confunden; en el tercero, que el que se busca es el origen de coordenadas, y por último, en el cuarto, que el movimiento del cuerpo es uniforme.

Por lo tanto, ni aún matemáticamente acierta el señor Altolaguirre, que da palos de ciego allí donde cree descrismar a la razón,

Pero analicemos una de las últimas consideracio­nes del docto censor de la Academia de la Historia.

Dice Altolaguirre, que “dan fe los que sostienen la teoría de Colón gallego, a lo dicho por el Almirante de que desde muy joven empezó a navegar. Y añade: “Supongamos con ellos que abandonó Galicia & los catorce años; allí quedaron sus padres, allí sus hermanos; transcurrido el tiempo, el chicuelo que jugaba en Pontevedra se convierte en Virrey y Al­mirante de las Indias. A su llegada del primer viaje cruza en marcha triunfal toda la Península para visi­tar a los Reyes en Barcelona; después, él y su her­mano don Bartolomé, ocupan un lugar distinguido entre los más distinguidos de la Corte de Castilla; todos hablan de los descubrimientos por Colón rea­lizados; se alistan las tripulaciones de los buques que van a emprender nuevos viajes; ofrécense hom­bres decididos a organizar y mandar expediciones para ir por su cuenta a descubrir, y entre tantos y tantos como ven al héroe no hay uno solo que diga este Colón es el Colón que conocimos en Ponteve­dra, el hijo de aquel Dominico que vivía en San Sal­vador de Poyo, el hermano de Bartolomé o de Die­go…”

A esta aguda apreciación del señor Altolaguirre, podemos replicar poniéndolo en el lugar de Colón, sólo que en distinto plano, desde luego, y diríamos: Supongamos que el señor Altolaguirre abandonó su aldea natal a los catorce años. Que transcurrido el tiempo llega a ser un hombre de provecho y en día memorable pronuncia su discurso de recepción en la Academia. Se habla con encomio del señor Altola­guirre después de cuarenta años o más de haber sali­do de la villa natal, y entre tantos y tantos que pre­sencian sus triunfos; entre tantos y tantos que lo ven y lo admiran, no hay uno que diga: este Altolaguirre es aquel Altolaguirre que vivía hace medio siglo en aquel pueblecito. Y probablemente si alguno lo reconociera tenemos la seguridad que diría: Este Altolaguirre no puede ser aquel Altolaguirre. ¡Es imposible que sea aquel Altolaguirre que conocimos!

Pues lo mismo, exactamente, debió ocurrir con Colón.

Nadie pedía suponer que aquel ehicuelo que pes­caba cangrejos en las riberas del “Lerez” era el famo­so Descubridor de un mundo nuevo; que aquel hom­bre grave y de aspecto imponente que aclamaba la^ multitud, fuera hijo del tío Domingo el del tirado» de la Galea, y sin embargo, todo justifica que aquel Altolaguirre que trepaba por los árboles y hacía otras diabluras a los eatorce años, es el mismo Altolaguirre que hoy nos confunde con su formidable impugnación y ostenta una representación envidiable en uno de los centros culturales más famosos de España; de igual manera que todo justifica que el mozalbete que retozaba en los puertos pontevedreses es el in­signe navegante que tantos días de gloria aportó a nuestra amada España.

Nadie es profeta en su tierra, señor Altolaguirre, y hay cosas increíbles que deben tomarse como son, por difícil que se ofrezcan al entendimiento.

El que vió a un rapazuelo de catorce años, des­pués de transcurridos cuarenta, no es fácil que lo re­conozca. Ese argumento de que se muestra usted tan orondo no nos convence.

Agrega usted que ya se ha visto que los nombres geográficos que puso Colón en sus viajes, no respon­dían al recuerdo de Galicia, y agrega usted que no respondían porque no podían responder, porque pa­ra ver una cosa es necesario haberla visto, y Colón no conocía a Galicia. Nosotros hemos citado cin­cuenta accidentes geográficos de Galicia que con- cuerdan con los impuestos por el Almirante en las Antillas. Agrega usted que cuando Colón quiere alabar el clima o el aspecto de las tierras de su des­cubrimiento, no cita a Galicia para las comparacio­nes y sí a Andalucía y Castilla.

Es de suponer que en aquel país tropical no llovie­ra como en Galicia ni soplaran los Nordeste, ni se sintiera la.humedad de nuestras altas regiones. Bus­có las comparaciones en el clima templado de Anda­lucía y en las cosas de Castilla que eran más enten- dibles y conocidas para los Reyes, que era para quienes escribía; pero en sus palabras y en sus recuerdos, deja conocer y bien claramente por cierto su origen. Habla de peces, plantas, bahías, cabos, puntas, etc. que sólo se encuentran en Galicia; pone a las em­barcaciones de sus descubrimientos nombres galle­gos, y nombres gallegos también a ciertas islas des­cubiertas. Hace uso de palabras que sólo son pro­pias de Galicia y en todos sus actos se nos muestra español.

De todo esto ya hemos escrito lo suficiente para no repetir asertos que llevan al convencimiento de quien los lee, la absoluta seguridad de que la patria de Colón -fué España y que nació en una humilde aldea de Pontevedra.

El señor Altolaguirre termina su trabajo, negando patriotismo a Colón y llamando al gran Colón, hom­bre de ambición desmedida.

¿Cuáles son los actos de Colón que demuestren reconocimiento a España? Esta pregunta del señor Altolaguirre, sólo tiene una respuesta, y esa respues­ta es la siguiente:

¿Cuál ha sido el reconocimiento de los historiado­res españoles hacía Colón, cuando, después de cuatro largos siglos, el Censor de nuestra Academia de la Historia, llama al, hombre inmortal que hizo grandes entre las grandes a España Aventurero, Ladrón y Usurero.

La Gallega, nave capitana de Colón en el primer viaje de descubrimientos: Celso García de la Riega

 

Enlace para descargar el libro:

http://archive.org/details/lagallega00garcrich – La Gallega, nave capitana de Colón en el primer viaje de descubrimientos (1897)

 

 

AL PUEBLO DE PONTEVEDRA,

El tínico éxito que ambiciono para este libro, es el de que sirva de estímulo ú empresas provechosas para Ponteve­dra. Hubiera querido que en sus pági­nas se dibujase, claramente un.acabado cuadro de la importancia de nuestro pueblo en oíros siglos, que despertase las energías de sus hijos g de sus veci­nos i} que les impulsase d utilizar los poderosos elementos que el progreso mo­derno proporciona fácilmente á quie­nes ejercitan una decidida voluntad, porque no en vano se dice que querer es poder; pero mis fuerzas no alcanzan d trazar dicho cuadro ij me limito d ex­hibir algunos datos que atestiguan aque­lla pasada grandeza, ya que me facilita ocasión para ello el deseo de reivindicar una gloria de que se ha pretendido des­pojarnos.             ■

Si los pueblos viven de sus gloriosos recuerdos, es porque el ejemplo de los hítenos tiempos tiene la virtud, ó debe tenerla, de alimentar el perseverante pro­pósito de acrecer los bienes presentes y de recobrar los perdidos; es porque mer­ced á dichos recuerdos, no se apoderan del ánimo, ó por lo menos pueden ser combatidas con fruto, la indiferente pa­sividad y la descuidada indolencia, ca­rriles ciertos por donde se llega á la ex-Unción de toda fuerza y, por consiguien­te, á la mas completa anulación.

No es cierto que Pontevedra carezca de bases para hacer el debido honor rí su pasado. Por su situación y la del in­mediato puerto de Marín, que en nada ceded los demás de. Galicia y aun les su­pera en la condición de que los buques no necesitan práctico para entrar y fon­dear en él, puede convertirse en centro mercantil y fabril de una extensa y po­blada comarca: para ello, solo se re­quieren unión y amor al trabajo.

Tales son las ideas que originan esta dedicatoria, en la cual, no solo por gra­titud, sinó también por sentimiento de justicia, debo incluir desde luego el nom­bre del Sr. Marqués de Riestra, amante hijo de Pontevedra, bajo cuyos aus­picios publico el presente estudio, y quien, por la instalación de grandes industrian ij por su constante coopera­ción á cuanto engrandezca moral y ma­terialmente á nuestra pueblo,-ha inicia­do en éste el seguro camino para la re­conquista de su pasada prosperidad.

Dedico, pues, mi modesto trabajo á Pontevedra, cuyo nombre ha querido Dios enlazar al de la carabela «La Ga­llega», desde cuyo castillo vio Colón, en memorable noche y cual ansiado faro, la luz reneladora de un nuevo mundo.

¡Aunque descubierto ese mundo en bien de la humanidad y de la civiliza­ción, haya costado á España tantas lá­grimas y tantos sacrificios!

Celso G. de la Riega.

Pontevedra, Mayo de 1897.


I.

Emprendemos la difícil tarea de restable­cer ía verdad sobre detalles de grandiosos hechos acaecidos al principiar la Edad mo­derna, pretensión temeraria indudablemente en toda ocasión y mucho mas cuando es preciso analizar afirmaciones de altas auto­ridades científicas y cuando la situación creada en los archivos, en los libros, en las tradiciones y en las demás fuentes históricas por el trascurso de cuatro siglos de cons­tantes perturbaciones y por los apasíona- mientos de los hombres, es poco favorable á la investigación de lo pasado por los que no poseemos las condiciones que se requie­ren, en primer término, para examinar, es­coger y ordenar los elementos de prueba, y luego, para utilizarlos con la eficacia apete­cida.

El deseo de acertar, unido ála confianza en la bondad de la causa que nos propone­mos defender, pueden acaso evitar aquella deficiencia y, fundados en este sincero raciocinio, no hemos vacilado en acome­ter la empresa, realizando así nuestro an­helo. desde hace mucho tiempo bien sen­tido, de rectificar aseveraciones que hemos juzgado caprichosas y que vienen reclaman­do, desde que se han estampado por la im­prenta, clara y adecuada respuesta.

Quizás aparezcamos en algún momento dominados por el orgullo; mas aparte de que este sentimiciito pudiera justificarse por la honrosa historia del pueblo en que he­mos nacido, afirmamos desde luego que estamos muy poseídos de la verdad que defendemos y que á este convencimiento deberá atribuirse la severidad ó la altivez de nuestros juicios.

 

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II.

La historia del Descubridor del Nuevo Mundo ofrece diversos incidentes que han sido, son y serán durante mucho tiempo ob­jeto de minucioso estudio y de animadísima discusión. Lapátríay origen del primer Al­mirante de las Indias; el día, ó por lo me­nos, el año de su nacimiento; su infancia, educación, juventud y vida anterior á su aparición en Castilla; la calidad de sus pa­rientes; la fecha y el lugar de su casamiento en Portugal: sus relaciones amorosas en Córdoba y otras interesantes circunstancias

 

de su existencia, permanecen envueltas eñ la obscuridad.

Luchan varias poblaciones por la gloria de ser indisputable cuna del eximio nave­gante; discuten historiadores y críticos con el debido interés sobre los varios puntos de controversia; documentos tras documentos brotan de los archivos produciendo alterna­tivas en el aspecto y en las momentáneas re­sultancias déla perenne información abierta; y aunque al parecer la confusión crece y ame­naza convertir en arcano aquella obscuridad, es indudable que en el fondo de las cuestio­nes planteadas la verdad vá labrando su di­ficilísimo camino, y probablemente, porque tal es el objetivo de las ciencias históricas, resplandecerá un día en toda su plenitud.

Cuanto se refiere á los hombres extraor­dinarios que sobresalen en la historia del mundo como fundadores de las religiones, como genios de la cienckij como conquista-

 

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dores de la tierra, ejerce sugestión muy ac­tiva en la mente de las clases cultas y en el ánimo de los pueblos. El estudio ele las virtudes que han brillado en su caracter; de las particularidades de su vida y hasta de sus defectos; de los actos que llevaron á ca­bo; de la época en que vivieron; de las per­sonas y colectividades que intervinieron en su empresa; de los acontecimientos que de* tuvieron ó apresuraron la ejecución de sus altos pensamientos; de los medios que tu­vieron á su alcance ó que la Providenciales proporcionó ostensiblemente para la obra inmortal que realizaron; y, por último, de los ínfimos instrumentos de su misión en la humanidad, constituye una parte esencial del culto que podemos rendirles cuantos no hacemos otra cosa que nacer, vivir y morir sin dejar huella alguna de nuestro paso por la tierra.

La gloria de los grandes hombres se re-

tleja en todo lo que les ha rodeado y, con relación á ellos, el único finá que podemos aspirar los simples mortales, es el de preten­der que una parte de esa gloria encumbre aquello que á todos inspira también espon­tánea y ferviente pasión: el pueblo en que se ha nacido.

Tiene, por consiguiente, para nosotros grande atractivo el estudio de ciertos de­talles del primer viaje de descubrimientos emprendido por Colón desde el inmortal pueblo de Palos y cuyo feliz éxito transfor­mó radicalmente las ideas, los conocimien­tos científicos, el comercio, las aspiraciones sociales, la vida entera de la humanidad, co-‘ mo uno de los más sorprendentes y maravi­llosos sucesos acaecidos desde la Creación. Tres pequeñas embarcaciones españolas di­rigieron sus atrevidas proas hacia el desco­nocido Occidente, á cuyo extremo la fanta­sía popular creía que se desbordaba el te-

nebroso piélago que había sepultado en re­mota edad extensos continentes y numero­sos pueblos, é imaginaba abruptas liberas pobladas por deformes séres y constante­mente asaltadas por iracundas olas; y, en verdad, que si Colón alcanzó gloria imarce- sible por su inteligencia, no menor la logra­ron por su corazón aquellos pobres tripu­lantes que no poseían la perseverante fé cleí Génio que les guiaba, ni la fuerza persuasi­va de la Ciencia á que servían.

Nuestra insignificancia 110 impedirá que saludemos con orgullo y con respeto la me­moria de aquellos humildes marineros, ni que dediquemos éntusiasta aplauso á la aristocracia española que, pocos años há, es­culpió los nombres de dichos inmortales tri­pulantes en el monumento de Madrid, por ella erigido noble y patrióticamente.

 

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III.

Tres fueron, como nuestro» lectores sa­ben, los buques que Colón guió en su pri­mer viaje: las carabelas Santa Marín. 6 La Galle ¡ja, la Pinta y ta ¡Si ña: las dos últimas

del puerto de Palos y la primera del de………

Estos puntos suspensivos indican e¡¡ objeto de las presentes páginas: dejamos en blan­co ese espacio por más que nosotros, ple­namente convencidos, pudiéramos reempla­zarlo con una afirmación.

Interesante cuestión se ha suscitado acer­ca de si la nave capitana de dicho primer

 

viaje era carabela ó nao, y parece resuelta en favor de les que han opinado que La Ga­llega era tal carabela, pues los mismos eru­ditos críticos que en un principio sostuvie­ron el concepto de nao como forma especial de aquel barco, vinieron luego, más ó me­nos francamente, á adhprirse á la opinión triunfante, que por cierto defendió con ga­llardía y con sólidas razones el distinguido é ilustrado General de Infantería de Marina Don Pelayo Alcalá Galiano.

No pretendemos intervenir en dicha po­lémica, ni renovarla; pero de ella debemos recojer, para nuestros raciocinios y para nuestra demostración con respecto al puerto de que procedía la Santa María, ciertas no­ticias, mejor dicho, apreciaciones, que un doctísimo académico de la Historia y escla­recido marino, Sr. Fernández Duro, se deci­dió á autorizar con su valiosa adhesión; apreciaciones que seguramente hubiéramos ignorado, (ya porque no es posible leer todo lo que se escribe c imprime, ya por otras preocupaciones del ánimo y de la vida) si los estudios que hubimos de emprender desde hace poco tiempo no las hubieran puesto ante nuestra vista, y son las siguien­tes, conviene á saber: en su notable trabajo histórico «Pinzón en el descubrimiento de las Indias,» año de 1892, página 44, dice que para el mencionado primer viaje de Co­lón «se fletó además una nao de Cantabria fuerte y buena» y en la Revista del Cente­nario, cuaderno 6.a, página 252, afirma que «Juan de la Cosa era capitán y propietario de la Sania María, capitana nao construida en Cantábria expresamente para la carrera de Flaudes.*

Respecto á la primera proposición, y á una parte de la segunda hemos advertido desde luego que la misma vaguedad del con­cepto destruye la aseveración; cuanto á la de

 

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haber sido Juan de la Cosa propietario de La Gallega, conocíamos el documento que el ilustre Navarrete ha incluido en su «Bi­blioteca maritima’b. esto es, la carta de los Reyes Católicos, que dice: «Por faser bien »y merced á vos Juan de la Cosa vesino de »Santa María del Puerto porque en nuestro »servÍcio e nuestro mandado fuistes por amaestre de una nao vuestra a los mares »del Océano donde en aquel viaje fueran descubiertas las tierras e islas de la parte »de las Indias e vos perdistes la dicha nao c »por vos lo remunerar e satisfacer por la »presente vos damos licencia e facultad pa- »ra que vos o quien vuestro poder hobiere »podades sacar de la cibdad de Jerez de la »Frontera 0 de otra qualquicr cibdad o villa so logar de Andalucía doscientos cahises de »trigo &n &»            .

Esta Real carta, expedida en Medina del Campo á 28 de Febrero de 14941 no ofrece

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ningún otro detalle ó frase que se preste á estudio ó á interpretación interesante.

Y, por último, en su hermoso libro titula­do «La Marina de Castilla», el Sr. Fernán­dez Duro, al hablar de la gigantesca empre­sa de Colón, dice así: «La actividad de Pin- »zón organizó en breve escuadrilla en que, >ypor caprichos del azar, eran componentes »dos carabelas del puerto mismo de Patos, » fuertes y veleras, y una nao de mayor por- »te, propiedad de su maestre Juan de la Co- »sa, tripulada por cántabros como él, cur­tidos en la navegación del norte de Euro- »pa. Los tres bajeles, en su pequenez bus- »cada, representaban á los de Andalucía, le- »brcles de los moros, á la vez que ti los de »las Cuatro villas, Vizcaya y Guipúzcoa, »émulos de cualquier otro en Flandes como »en Vcnecia.» «Eran síntesis de la marina «castellana que, acabado el servicio de su »nación, iban á servir á la humanidad.»

 

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IV,

«5c /Zeíó arfemos una nao de Cantabria fuerte y buena.»

Según todas las noticias que se tienen del período angustioso que Colón pasó en Palos organizando su pequeña armada de descu­brimientos, se hizo lo que se pudo, esto es, se fletaron los barcos que se encontraron á mano. No hubo elección, ya porque 110 exis­tían en aquel puerto otras naves, ya porque todo el mundo esquivaba tomar parte en una empresa considerada como absurda y de fa­tales consecuencias.

 

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Conocidas son las amarguras que sufrió el insigne navegante en la preparación de su escuadrilla y las dificultades de todo gé­nero que se le presentaron, unas de oposi­ción manifiesta, otras de resistencia pasiva, no obstante las apremiantes órdenes de los Reyes; hacíanse mal y volvían á hacerse peor las obras que requerían los dos barcos con que aquel puerto tenía obligación de servir á la Corona, embargados para el via­je; desert?ban los tripulantes contratados y huían los que temían ser alistados por la fuerza; habíase formado terrible atmósfera que amenazaba destruir todas las esperan­zas de Colón       ¡Es que se trataba de los

proyectos descabellados de un extranjero visionario que, por ambición ó por extrava­gante manía, pretendía arrastrar á ignora­dos tormentos y á horrorosa muerte á cuan­tos tuviesen la debilidad de seguirle! Es po­sible que sin los piadosos consuelos y las

 

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animosas exhortaciones de los [franciscanos de la Rábida, el Descubridor de las Indias se hubiera entregado á la desesperación; porque, en efecto, tarea sobrehumana era la de vencer las preocupaciones de las clases inferiores, despues de haber luchado duran­te siete años con las de las elevadas; la de alcanzar el consentimiento del pueblo, des- pues de haber logrado el apoyo de la Córte. Antes, había encontrado enfrente de sí la ciencia oficial y la altivez de arriba; des- pues, veía obstruido su camino por la igno­rancia y por el fanatismo de aquellos que eran brazos indispensables para realizar su obra.

El mérito de los Pinzones y de Juan de la Cosa estriba precisamente en la decisión con que por fin favorecieron los planes de Colón; pero no existió, lo repetimos, verda­dera eleccción de buques y se alistaron los que á su alcance y disposición tuvieron los

 

mencionados ilustres marinos. No había tiempo ni sobraba dinero para ir de puerto en puerto examinando buques ó para encargar á Cantábria una nao fuerte y buena: acaso la llegada á las aguas de Palos, en recalada de viaje comercial al Mediterráneo, de La Gallega, conducida por su maestre Juan de la Cosa, fue causa de que éste se enterase al pormenor de las científicas teorías de Colón y se determinase á secundar sus proyectos, pues indudablemente poseía, como los Pin­zones, conocimientos, experiencia y ánimo suficientes para comprender ía verosimilitud de la empresa patrocinada por los Reyes Ca­tólicos; y así la Providencia proporcionó á Colón un buque de carga. (1.) El mismo se­ñor Fernández Duro dice en La Marina de Castilla, que las tres carabelas componían, por caprichos del asar, la escuadrilla orga­nizada en Palos,

Examinaremos mas adelante si La Ga­llega era ó nó de Cantabria: veamos por de pronto, en pocas líneas, el grado de impor­tancia que tienen los adjetivos «fuerte y buena:» El docto Sr. Fernández Duro no los ha estampado seguramente en oposición á los de «débiles y malas» como condicio­nes de las otras dos carabelas de Palos, pues en el párrafo de La Marina de Casti­lla, arriba copiado, afirma que eran fuertes y veleras; quiso indudablemente expresar que en Cantabria se construían barcos fuer­tes y buenos, en el sentido de tener mu­cha, bien curada y bien trabada madera, porque los marinos de una parte de la costa cantábrica lanzábanse denodadamente hacía el Norte y el Noroeste, en busca de las ba­llenas, donde tenían que luchar y chocar con la fuerza de estos monstruos, con la constante bravura det Océano y con los flo­tantes y temibles témpanos de hielo que se desgajaban de la zona glacial. Mas en

 

la Revista del Centenario», según hemos dicho, vemos enunciada otra idea, afirma­da sin vacilación alguna, como verdad in­concusa y averiguada: la de que la nao Santa Mario, fue construida «en Cantabria expresamente para la carrera de Flaudes», esto es, para el comercio de las regiones del Norte, y por consiguiente, requería la condición de fuerte unida á la de buena que comprende las necesarias para que rindiese provecho positivo á su propietario y á los mercaderes que la fletasen; pero es de ob­servar qtie estas condiciones 110 eran exigi­das exclusivamente á los buques destinados á la carrera de Flandes, sino también á los que hubieren de navegar por los demás ma­res conocidos, que en todos ellos los peligros son idénticos y frecuentes. No creemos que el Sr. Fernández Duro quiso expresar que solo en Cantabria se construían naves fuer­tes y buenas, y en las demás regiones es­pañolas débiles y malas; á nosotros se nos figura que su propósito fue, por una parte, adornar, y por otra justificar indirectamente su aseveración de que La Gallega fué cons­truida en Cantabria.

Este es uno de los puntos que nos propo­nemos analizar en nuestro trabajo. La ex­presada aseveración del Sr. Fernández Du­ro, que á primera vista aparece concluyente, en el fondo es vaga, incierta; se vé la exis­tencia de una convicción, pero de una con­vicción que 110 descansa en fundamentos decisivos, que quizás se deriva tan solo del raciocinio, sobradamente débil, de que sien­do Juan de la Cosa marino cántabro, el bar­co de que era maestre ó propietario debía ser producto de la industria de Cantábria. Si La Gallega hubiera sido construida en alguna de las Cuatro villas ó en alguno de los puertos vascos, noticia necesaria para hacer la mencionada afirmación, el Sr. Fer-

 

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nández Duro no hubiera usado la voz gené­rica «Cantabria», sino empleando la indi­vidual: «construida en Castro, en Laredo, en San Sebastian», Así que las circunstan­cias que contiene la carta de los Reyes Ca­tólicos, no son fundamento bastante, dice el Sr. Alcalá Galiano, para que una perso­na tan erudita afirme que la Santa Marta era nao construida en Cantabria expresa­mente para la carrera de Flandes; y añadi­remos que no constando, siquiera por indi­cios persuasivos, que haya sido fletada cu una de las villas cantábricas para formar parte de la expedición de Colón al Occi­dente, se nos antoja que hubiera sido muy singular su aparición en un puerlo como el de Palos, tan alejado de aquella carre­ra, con lo cual queda desautorizado el ad­verbio «expresamente»; mientras que no resulta violenta, ni mucho menos, la presun­ción de que, dedicados muchos barcos de

Galicia al trasporte de la sardina salada, del abadejo y otros pescados curados á los puer­tos del Mediterráneo, tornando algunos con sal, arroz, especias, aceite, telas de seda, y demás artículos de aquel comercio, y otros en lastre buscando carga por el litoral, se ofreciera á Colón y á los Pinzones la ocasión de fletar La Gallega en el Puerto de Santa María ó en el mismo de Palos. (2}

 

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En materia de tanta importancia históri­ca y trascurridos cuatro siglos desde los su­cesos que se examinan, no basta hacer de­terminadas afirmaciones, por grande y por merecida que sea la autoridad de los escri­tores que las consignen: es imprescindible presentar la correspondiente justificación, porque, como dice el P. Mariana’, «la histo­ria no pasa partida sin que le muestren quitanza.»                                 .

Al lado de la aserveración que origina los presentes comentarios no vemos las prue*

bas, ó indicios serios por lo menos, de que los contemporáneos de Colón daban capri­chosamente la denominación de La Gallega á la nave Sctnta María-, ni hallamos indica­da siquiera la causa de que el navio man­dado por Juan de la Cosa tuviera aquel so­brenombre, ni cita, dato ó documento algu­no que justifique la sospecha, siquiera, de que dicho barco fué construido en Canta­bria.

Ua manuscrito existente en el Archivo deludías consigna, según el Sr. Alcalá Ga- üano, que Colón ‘salió de Palos con tres carabelas, la mayor llamada La Gallega; en la Colección de documentos inéditos de Indias, tomo XIV, página 563, se consigna también que «de las tres naves era capitana La Gallega; Gonzalo Fernández de Oviedo, cuya Historia general de Indias, escrita á principios del siglo XVI, está reconocida como fuente histórica de primera importan­cia, denomina repetidas veces La Gallega, en el capítulo 5.0 del tomo primero, á la carabela capitana,

«Debeys saber que desde alli (Palos) prin­cipio su camino con tres caravelas, ¡a una »c maj’or de ellas llamada La Gallega,— »De estas tres caravelas era capitana La vG’.illega en la qual ybala persona de Co- »lon.—Se llamo L% Gallega, dedicada a »Santa María.—Y a la entrada del Puerto íReal toco en tierra la nao capitana llama­s-da La Gallega e abrióse.—E figo hacer «un castillo quadrada a manera de palen- »que con la madera de la cara vela capitana »/,£í Gallega.»

Diversos escritores, tanto de la época co­mo de las subcesivas, distinguen con el mis­mo sobrenombre á la nave capitana; y, por último, el propio Colón dio á una isla la de­nominación de La Gallega, siendo de pre­sumir que para ello no tuvo otro motivo que

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el noble pensamiento de dedicar un recuer­do al barco en que realizó la idea que había acariciado al través de múltiples amarguras: el descubrimiento de las Indias Occidenta­les. En carta que dirigió á los Reyes desde Jamaica, fecha 7 de Julio de 1503, dice que «el navio Sospechoso había echado á la mar, por escapar, (de la tormenta) hasta la isla la Gallega.» La antecedente noticia es muy importante para nuestra demostración, pues Colón 110 debió haber dado caprichosamen­te aquel nombre á la mencionada isla; y re­petimos bajo esta forma la consideración an­tes apuntada, porque creemos necesario de­jar bien inculcada en el juicio de nuestros lectores, tan evidente prueba de que Gonza­lo Fernández de Oviedo cumplió su obliga­ción de historiador puntual y fiel, trasmi­tiendo á la posteridad el nombre «La Galle­ga» que vulgarmente se daba á la nave capi­tana de Colón al emprender su primer viaje,

 

VI.

¿Por que la nave capitana de Colón se lla­maba La Gallega á pesar de que su maes­tre era Juan de la Cosa? ¿Por su forma de construcción, esto es, por su corte, por sus líneas y por otras singularidades de su casco y de su arboladura? ¿Por haber sido cons­truida en Pontevedra, enNoya, en la Coru­lla, en Vivero? ¿Por su historia desde que flotó en el mar? ¿Por los viajes comerciales que verificaba? ¿Por ser gallegos sus propie­tarios antes de adquirirla el piloto de Sati- toña? Por serlo los copropietarios, dado que

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Juan do la Cosa no fuese su único dueño, de la misma manera que la Santa Clara, por pertenecer en gran parte á la familia de los Niño, tenía el sobrenombre de La Niña?

Estas presunciones pueden sin violencia alguna expresar la verdad histórica ó acer­carse á ella y ser además suficientemente razonables para que el Sr. Fernández Duro 110 tuviera escrúpulo alguno en permitir, mientras no dispusiera de pruebas irrefuta­bles, que alcanzase á ia marina de Galicia un reflejo de la gloria que irradia del des­cubrimiento del Nuevo Mundo, Bien es ver­dad que el ilustre académico de la Historia no ba querido descender al estudio de la marina gailega de la Edad Media. Véase su notabilísimo libro titulado «La Marina de Castilla,» del cual resulta que la marina castellana de aquellos tiempos estuvo redu­cida á los barcos de las Cuatro villas y á los de Vizcaya y Guipúzcoa. Ligcrísitnas indi-

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cacioncs con respecto á Sevilla y algún otro puerto de Andalucía; leves alusiones á uno ó dos de los de Galicia y de Asturias, es to­do lo más que en su libro les concede bon­dadosamente. Gijón, Avilés, Vivero, Riva- deof Coruña, Noya, Pontevedra, Bayona de Mignor, debieron presentarse ante el alto criterio del Sr, Fernández Duro como escon­didas charcas donde flotaron algún día, si acaso, míseros bateles de pescadores de ca­ña, á pesar de constarle que en 2 de Sep­tiembre del año do- Í3á3 el rey Eduardo de Inglaterra reclamó al de Castilla por los da­ños que en las costas y en los barcos de sus dominios hicieron varias «naos de Arribe- deu, Vivcrro, La Croinlic, Noic, Pount De- berre e Bayeu Demyor.» Para ocasionar ta­les daños es de presumir que dichas naos eran tan «buenas y fuertes,» como las de Cantabria. No extrañen nuestros lectores ?ste lenguaje, un tanto nervioso^ porque sin

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que seamos llorones, nos afecta que persona tan autorizada por relevantes títulos y por considerables méritos, haya preterido en su libro una parte interesante y extensa de la costa del reino de Castilla como es la de As­turias y Galicia, sobre todo después de asen­tar que el glorioso fundador de la marina castellana fué el célebre arzobispo de Santia­go de Compostela, D, Diego Gelmirez, en el siglo XII.

Que el animoso prelado hubiese traido á ios llamados «puertos bajos» de Galicia, des­de Francia é Italia, maestros de construc­ción naval, demuestra que á la sazón no los había más cerca, esto es, en las Cuatro vi­llas y demás puertos cantábricos; y sería muy lógico pensar, si no lo hubieran justifi­cado sucesos, noticias, datos y documentos de los tiempos posteriores, que á !a iniciati­va del arzobispo respondió el desarrollo en Galicia de la industria de construcción de barcos, porque no se pretenderá afirmar que habiendo instalado Gelmirez aquellos elementos de progreso en las rías bajas ga­llegas, su esfuerzo hubo de ser en ellas completamente estéril, resultando en cam­bio fecundo allí donde no existieron dichos maestros y obreros de construcción naval, esto es, un despropósito parecido al de sos­tener que la siembra que se hace en campo propio dá sus frutos en el del vecino.

Puesto que el arzobispo de Compostela crcó tan útil industria en las villas marítimas de su señorío, en ellas fué donde debió arrai­garse y florecer; y de esta manera racional puede explicarse, á nuestro juicio, el miste­rio que el Si*. Fernández Duro consigna en las siguientes palabras: «A los diez años (de la iniciativa de Gelmirez) una escuadra respetable figura ya, sin saberse como fué formada.»

El docto académico, que por el simple

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hecho de haber sido Juan de la Cosa maes­tre de La Gallega y por el de existir comer­cio entre la costa del norte de España y los paises comprendidos entonces en la deno­minación de Flandes (3) sacó libremente la consecuencia de que aquella carabela filé construida en Cantabria para dicho co­mercio, bien pudo, y con verdadera lógica, ligar la iniciativa de Gelniirez á la existen­cia, diez años después, de una respetable armad?; á no ser que se establezca el pre­juicio de que en Galicia los efectos no son congruentes con sus causas, como arriba hemos insinuado. Pongamos al obispo de Burgos en lugar del arzobispo de Santiago, y seguramente el Sr. Fernández Duro adi­vinaría como se había formado aquella es­cuadra y en cuales puertos cantábricos, ¿Cómo fué formada? I£n gran parte, des­de luego, con los elementos reunidos por dicho prelado; en los astilleros que él creó

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en sus dominios, y con ios mareantes, ya gallegos, ya cántabros, que debieron con­currir para tripularla. Así se instaló y des­arrolló la industria de construcción naval en Galicia; así pudieron los reyes de Castilla hacer más eficaz la guerra con los moros y premiar con notables privilegios y franqui­cias especialísimas el auxilio que obtuvieron de los puertos gallegos; así fué despertán­dose la afición de los nobles de los mismos puertos y comarcas de éstos á la marina mi­litar y así se vió en la Edad Media salir de Pontevedra almirantes como Payo Gome/, Charino, Alfonso Jofre Tenorio, Alvar Paez, (4) y más tarde otros marinos famosos co­ma Juan da Nova, Sarmiento de Gamboa, los Nodal, los almirantes Matos &.a (5) ¡Quién sabe si la historia de la marina de Galicia reserva á dicho distinguido académico algu­na sorpresa extraordinaria!

Consideraciones tan razonables parecen

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invitar á una prévia averiguación, y si aquél erudito escritor hubiese querido investigar por sí ó encargando de ello á persona com­petente, en los archivos de los concejos y de las cofradías de los puertos gallegos, por él olvidados, noticias relativas á la historia marítima de éstos, tenemos la seguridad de que hubiera no solo incluido en La Ma­rina de Castilla datos muy interesantes, si­no también suavizado con oportunas salve­dades la escueta afirmación de haber sido construida en Cantábria la carabela La Ga – llega. Creemos también que no hubiera re­ducido á las Cuatro, villas y puertos vascos la representación que, por su sola autoridad, adjudica á la nave capitana de Colón en el primer viaje al Occidente.

VII.

Los privilegios que gozaban varios puer­tos de Galicia desde antigua fecha y espe­cialmente el de Pontevedra á consecuencia de la conquista de Sevilla en la que, según el concienzudo Riobóo, tomaron parte vein­tisiete naves de dicha villa y diez y siete de la de Noya, fueron elementos poderosos para que en ella se desarrollasen el comercio y la construcción naval. En el número de di­chos privilegios figuraba el de que sus veci­nos y mareantes podían traer libremente de cualquiera parte á los reinos de Castilla y

 

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vender con franquicia en sus naves, esto es, sin pago de alcabalas ni de impuesto alguno, un quinto de las mercancías que condujesen, y si hubiesen de morir por mandato de justi­cia, se ejecutase en ellos la pena como en personas nobles. (6.)

Tan extraordinarias franquicias fueron in­mediato origen de la gran cofradía de ma­reantes de Pontevedra, pues se vió la nece­sidad de hacer constar en todo momento y en todo lugar cuales mareantes y cuales na­ves eran de dicha villa y podían disfrutar aquellas ventajas. Establecióse antes que la Hermandad de las villas cantábricas y mu­cho antes que la cofradía de San Roque de Santiago, puesto que al decretarse la festivi­dad del Corpus Christi, 1311, ya tenía im­portancia suficiente para tomar esta advo­cación (Corpo de Deus) y encargarse del culto correspondiente, que llegó á celebrar con la mayor esplendidez.

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Inscribiéronse en dicho gremio los puer­tos y los mareantes de la llamada costa baja de Galicia, formando una verdadera liga ó hermandad que defendía los intereses y per­sonas que la componían, y del grado de im­portancia que llegó á adquirir puede juzgar­se por el siguiente hecho, extractado de una ejecutoria que consta en el archivo del gre­mio. Habiendo impuesto el Arzobispo de Santiago, D. Alonso de Fonseca, como se­ñor de la tierra, un derecho sobre el pesca­do y sobne el par de millares de sardinas, que cobró durante los años de 1472 á 1478 inclusive, promovióle pleito el gremio de mareantes en defensa de sus privilegios de tiempo inmemorial, y después de correr to­dos sus trámites y apelaciones, terminó en la Chaticillería deValladolid por sentencia de­finitiva á favor del gremio. La Mitra procu­ró demorar el cumplimiento del fallo que le había condenado á una indemnización de

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343.64.9 maravedís y la correspondiente su­ma por costas, transigiéndose esta cuestión, derivada de la principal, por escritura de concordia celebrada en Santiago, en virtud de la cual quedó reducida aquella indemniza­ción á 105.66g maravedís, pues los marean­tes, según el texto de dicha escritura, apro­bada por el Prelado, asuspenden, quitan, remeten, é perdonan á su Señoría» el resto de la cantidad señalada por la sentencia. Lo elevado de la suma de 343.649 maravedís, que seguramente, atendiendo á 1^ calidad y altura de uno de los pleiteantes, no revela la verdadera recaudación obtenida en los siete años, demuestra el florecimiento increí­ble de la pesca y de la salazón en la ría de Pontevedra á mediados del siglo XV.

No es esta ocasión adecuada para dar no­ticia circunstanciada y completa de tan po­deroso gremio; lo haremos en otro trabajo, pero creemos oportuno indicar que, sin du-

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da por desconocer su existencia, el Sr. Fer­nández Duro, en su citada obra La Marina de Castilla, se extraña de que los puertos de Galicia no hayan tenido representación en la junta celebrada en Castrónrdiales para el establecimiento de la Hermandad de las villas cantábricas. No es de suponer que el erudito crítico, al manifestar su extrañeza, ha querido expresar que Castrourdiales era en aquellos tiempos cabeza de la costa com­prendida entre la desembocadura del río Mi­ño y la del Behovía y que todos los puer­tos de ella debieron acudir con afán á inscri­birse en el gremio que se creaba; y no lo suponemos, porque no había entonces ca­pital ó capitales oficiales de jurisdíciones marítimas, ni en el terreno de la realidad disfrutaba aquella villa cantábrica superio­ridad señalada ó evidente con respecto á gran parte de las demás, aunque, en efecto, fuese importante y rica, ni la instalación de

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la hermandad era cosa nueva para las que, como Pontevedra, ya disfrutaban los benefi­cios de la asociación y de privilegios no con­cedidos á ninguna otra.

 

Era también muy importante en Ponte­vedra la cofradía de San Juan Bautista, formada poi- los carpinteros de mar y de tierra. Poseía grandes propiedades territo­riales y en el primer tercio del siglo XV constituyó muchos foros y censos; según el cartulario de 1431 á 1562, sus vicarios y procuradores podían penorar (embargar) á los deudores por pensiones, fueros y ana­les sin intervención de los jueces y aléat­eles, facultad que se extendía á «quitar las

 

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puertas de las casas (penetrar en el domi­cilio) por dineros y heredades.»

Los constructores de barcos y carpinte­ros de mar que la constituían en gran par­te, disfrutaban desde tiempo inmemorial ia franquicia de no satisfacer alcabalas ni impuesto alguno por la madera, clavazón y brea, ni por razón de «empreytada e tra- ballo das suas maos e personas» ni por ha­cer autos, naves, barcas, baixeies, cara­belas, pinazas, barcos, e baleéis e todas e quaesf/uier fustas mayores c menores para marear aunque las figesen c labrasen a cote o a jornal o en qualqm’cr manera cna dita villa de pontevedra» según sentencia del arzobispo de Santiago, Don Rodrigo de Luna, fecha 8 de Junio de 1456, en el pleito de la cofradía de mareantes (á que también pertenecían los constructores de barcos y los obreros correspondientes) con Miguel Ferrandcz arrendador de las alcabalas de

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los navio? de Pontevedra en el año de 1449- (7-)

Estos y otros privilegios, repetimos, die­ron notable impulso á la industria de cons­trucción naval, que resultaba en Pontevedra menos costosa que en otras partes, y acre­centaron su población y su comercio; para demostrarlo, bastará que apuntemos las siguientes noticias:

Apoderado de la villa, en 1476, el famo­so Madruga, Don Pedro Alvare?, de Soto- mayor, conde de Camiña, el arzobispo de Santiago, para recuperarla, tras la inútil ten­tativa anterior realizada con el auxilio de la armada de Don Ladrón de Guevara, pidió al cabildo de su catedral veinte mil marave­dís pares de blancas y organizó una legión de «maravillosas doscientas lanzas, dice Vasco de Aponte, y cinco mil peones, bue­nos hombres»; pero 110 logró tomarla villa, y habiendo sido derrotado por el de Camj-

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ña, tuvo que levantar seguidamente el cer­co y huir con el conde de Monterrey que le acompañara en la empresa. Por cierto que el Sr, Murguía, en su libro Galicia, ha padeci­do la equivocación de rebajar el menciona­do auxilio del cabildo á dos mil maravedís y los cinco mil peones á quinientos, á pesar de haber tomado separadamente las citas; la primera, de ta obra del docto Sr. López Ferreiro, «Galicia en el último tercio del si­glo XV» en cuyo primer tomo, página 177, se inserta el documento relativo á los veinte mil y no dos mil maravedís; y la segunda, del mismo Sr. López Ferreiro y de la cróni­ca de Vasco de Aponte, que escriben «cinco mil peones» y no quinientos; como que el conde de Camiña disponía, dentro de Pon­tevedra, de dos mil.

Estas cifras patentizan la importancia de un pueblo que á mediados del siglo XV, co­mo consta en el Libro del Concejo, ya tenía

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Lonja (S) y calles de Platería nueva y de Platería vieja.

Otro dato especial revela el grado de pro* greso á que la villa había llegado al finali­zar la Edad Media; dato que siempre fué considerado como signo indudable de la ri­queza y de la cultura de un pueblo, cual es la existencia de un hospital para /asarados y otro para pobres, titulado también de «Corpo de Deuss, engrandecido á principios del siglo XV por la caritativa vecina Teresa Perez Fiota. ¡Cuántas poblaciones á las cua­les se pretende adjudicar, con los más leves fundamentos, lauros y glorias fantásticas, no pueden exhibir el elecuente dato de haber sostenido un establecimiento de beneficeiv cia en la época de su supuesta grandeza!

En el siglo XVI, los canónigos visitado­res del arzobispado de Santiago llaman á Pontevedra el «mayor lugar de Galicia, y con razón, puesto que contaba más de siete

— So —

rail vecinos; el licenciado Molina, malague­ño, ensalza el comercio é industria del mar de la «gran villa de las primeras del reino»; y Ambrosio de Morales la denomina «lugar grande y ríco con más naranjos y arrayanes que Córdoba.» Ya en el siglo XIV el cro­nista francés Froissart la distinguía con el dictado de «bonne ville.»

Como señal indudable en todos tiempos de la abundancia de recursos para la vida y de la prosperidad de un pueblo, Pontevedra presenta la existencia en ella y en sus cer­canías de varios monasterios poseedores de grandes bienes terrenales: el de Santa Clara, en que profesaban las damas de la nobleza de Galicia y aun de Castilla; los de Santo Domingo y de San Francisco, que soste­nían estudios de Teología y de Filosofía; y los de Lerez y Poyo con iguales estudios y antiquísimas mercedes de los reyes. De es­tas dos comqnidades eran respectivamente abades perpetuos, á principios del siglo XVI d noble romano Príncipe ele Monfiore y Don Juan de Vibena, Cardenal de Santa María in Pórtici. Muy cerca también de Pon­tevedra alzábanse el Real monasterio de San Pedro de Tenorio, el de Santa María de Armentera, el de San Fructuoso de Tambo y el de monjas de Tomeza; todos ellos en una comarca de poco más de una legua de rádio.           ,

No debemos olvidar la industria de fabri­cación de armas, también muy floreciente en Pontevedra. En sus armarían no solo se labraban aquellos famosos escudos de que habla la ordenanza de Tarazona, dada por los Reyes Católicos é.incluida en la Nueva Recopilación, sino también ballestas, viro­tes, dardos, lanzas, adargas, espadas, puña­les, cuchillos y quizás aquellas corazas y ar­mas de fuego que tanta superioridad dieron al célebre conde de Camina, Tenemos vn-

 

rios contratos de aprendizaje del oficio de la armaría y antes del año 1440 aparecen co­mo maestros Ruy de Nantes, Pedro Velas- co, Diego Yans, Fernando Gotierrez Sobre- ferro y otros, vicarios de la cofradía de San Nicolás, formada por armeros, cuchilleros y herreros. La fama de los escudos de Ponte­vedra, oficialmente reconocida por los Reyes Católicos, nos sugiere la conjetura de que tal vez no hubo solución de continuidad en la vida de dicha población desde remotos tiempos y que los escudos galaicos que Si lio Itálico alaba al describir las legiones de Aní­bal, procedían de Pontevedra y de la co­marca que es su vecina inmediata por el Oriente, que comprende la tierra de Teno­rio y de Cotovad, denominada por los ro­manos país de los escuta Has, de que habla el cronicón Iriense á propósito de los lími­tes de la diócesis de Iría Flavia. Creemos que el nombre de esciUartos no significa-

 

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ba la clase ó calidad de escuderos como su­pone algún escritor, sino de fabricantes de escudos, pues no debe prescindirse de que él de Tenorio viene de Tttnoiraa, Tenerías, se­gún demuestra el P. Sarmiento; y muy sa­bido es que en dichas armas defensivas se empleaban antiguamente los cueros con mayor ó menor armazón metálica/ A nues­tro juicio, ambas ideas justifican la interpre­tación que damos á la palabra escutarios y la creencia de que la fabricación de escu­dos, juntamente con la de oti’os artefactos de defensa y de ataque, se mantuvo sin in­terrupción en Pontevedra: lo cierto es que en cualquiera sitio en que se remueve el suelo de la villa se encuentran con frecuencia mul­titud de escorias que acusan antiguas for­jas. No es aventurado presumir que los re­yes de la reconquista se proveían de armas en sus talleres.

Esta industria continuó ejerciéndose y

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prosperando hasta el año de 1719 en que los ingleses incendiaron la maestranza; algunas de las bombas reventaron sobre el templo de Santo Domingo, causando su ruma, se­gún manifestación escrita hecha al ayun­tamiento, en solicitud de ciertos auxilios, por el Prior de aquel Monasterio. (Archivo municipal.)

Por último, la importancia del movimiento de su puerto puede calcularse también por el hecho de existir todavía, aunque rui­nosos en gran parte, veintiséis muelles, de los cuales son los más antiguos ocho ó nue­ve que miden diez y seis á veinticinco me­tros de largo por doce á cuarenta de an­cho, con sus correspondientes graderías al frente. Construíanse los barcos en los am­plios espacios que dichos muelles dejan en la ribera y aún no hace muchos años que presenciamos la botadura de una gallarda corbeta, postrer aliento de aquella flore-

 

cíente industria creada en el siglo XII por el arzobispo Gelmirez: de los astilleros ape­nas queda rastro.

Nada puede ofrecer aspecto más descon­solador que esta desierta ribera, ni sugerir ideas mas tristes que la contemplación de sus ruinas, sobre todo á las horas en que la pleamar dibuja la línea de sus descoyunta­dos y corroídos muelles: la hermosura singu­lar del paisaje no logra desterrar del ánimo la dolorosa impresión que causa la muda elocuencia de aquellos restos, testimonio irrefutable de grandezas desvanecidas. Al evocar lo pasado, surgen en rápida visión las naves entrando y saliendo del puerto; los peirados ó muelles rebosando en movi­miento de mercancías, marineros y merca­deres; los astilleros mezclando el martilleo de sus obreros con el canto de los marean­tes al levar ancla ó al cargar las velas, y los bateles de las embarcaciones cruzando en

 

–         sé – –

todos sentidos las siempre apacibles aguas de la mágica ensenada         El tiempo conti­núa su serena y misteriosa marcha: acaso el silencio que allí impera será reemplazado en breve por nueva y fecunda agitación de las modernas industrias que ya asoman sus altas chimeneas, sus potentes grúas y sus acerados carriles por las poéticas márgenes del rio, (9) con cuyo motivo empiezan á sur­car sus aguas algunos buques. Dichas in­dustrias traerán otras; los primeros pasos, que son los mas difíciles, están dados, para honra de su iniciador, con verdadera intre­pidez. Si Pontevedra se convence de que la asociación, la ciencia y la voluntad son fecundas fuentes de renacimiento, no tar­dará en recobrar su prosperidad de otros tiempos. ‘

 

IX.

Apoyados en algunos de los anteceden­tes expuestos, sin esforzar la imaginación y sin dejarnos arrastrar por la fantasía, podría­mos afirmar que en Pontevedra existía uno de los mas importantes astilleros de Casti­lla en la Edad Media; pero basta al objeto del presente libro haber demostrado que ha­cia la segunda mitad del siglo XV se halla­ba floreciente en dicha villa la industria de construcción naval, porque de ello puede deducirse, sin apurar el raciocinio, que

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la nave Santa María llevaba el segundo nombre de La Gallega á consecuencia de haber sido construida en un puerto tan im­portante de la costa de Galicia, de la misma manera que, según el Sr. Asensio en su li­bro «Cristóbal Colón», á la carabela Santa Cruz construida en 1496 en la Isabela (Isla Española) «vulgarmente dieron en llamar La India, por haberse allí construido.» (10)

Era costumbre en aquella época, y siguió siéndolo por mucho tiempo, según los se­ñores Alcalá Galiano y Capmani, dar á los buques dos nombres, uno el vulgar con que comunmente se les designaba, y otro por devoción á algún santo ó santa en el acto de bendecirlas; la carabela ¡Sitia se llamaba legalmente Sania Clara, y el de La Gallega era sin duda alguna el nombre vulgar de la Sania María.

El Padre Sarmiento, que jamás hizo afir­mación alguna que no fuera resultado de es-

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ludios concienzudos y de noticias ó datos se­guros, dice que es verosímil que la carabela La Gallega se hubiese labrado en los astille­ros de Pontevedra, esto es, en el Arrabal ó Pescadería de la villa y que fuese dedicada á Santa María la Grande, «que es la parroquia de todos los marineros en parroquia separa­da,» de cuya manera el ilustre sabio vino á corroborar estas palabras del historiador Fernández de Oviedo, ya copiadas; «Se lla­mó La Gallega, dedicada á Santa María.» Más el Sr. Murguía, en su hermoso libro Galicia, después de consignar esta opinión del erudito benedictino, le aplica distraída­mente y sin necesidad alguna, la palmeta con que corrige (nosotros carecemos de au­toridad para decir si justa ó injustamente) á Strabon, á Plinio, á Fomponio Mela y á otros historiadores y escritores antiguos y modernos, lanzando apresuradamente la si­guiente rectificación; «No lo creemos. El es-

 

tar dedicada á la Virgen no es razón; ni un solo puerto de Galicia deja de tenerle dedi­cada su primera y principal iglesia parro­quial.» Decimos que le rectifica distraída­mente, porque de las palabras del P. Sar­miento no se deduce que intente, siquiera, afirmar que el hecho de haber sido dedica­da á Santa María la nave capitana de Colón demuestre que ha sido construida en Ponte­vedra; y añadimos sin necesidad alguna, porque ni de cerca ni de lejos vemos que la cita y rectificación del Sr. Murguía, sirvan para apoyar ó para aclarar el texto, pues el historiador gallego dice en éste que «da fé de su naciente industria, á mediados de la décima quinta centuria, el hecho de que en sus muelles se fabricaban las pequeñas em­barcaciones del tiempo.» Como se vé resul­ta que la rectificación de lo dicho por el P. Sarmiento, más bien destruye que con­firma la aseveración del texto; pero no lie­mos de hacer hincapié en este detalle y aprovecharemos la oportunidad para rectifi­car á nuestra vez lo dicho por el Sr, Mur­guía.

La construcción naval no era en Ponteve­dra industria naciente á mediados del siglo XV, sino arraigada efe antiguo. Lo prueba la confirmación del privilegio de exención del impuesto de la galea por D. Alfonso XI en Toro á 22 de Agosto de 1316, que cita­mos en la nota núin. 4, pues se refiere al he­cho de que el rey D. Sancho dispuso que la galera construida en Pontevedra para pagar, por fuerza mayor, dicho impuesto, no saliera de su puerto y se pudriera en él: de modo que en el siglo XIII se construían galeras en la expresada villa. Demuéstralo también la sentencia del arzobispo D. Rodrigo de Luna, ya citada, fechada en 1456, en la que se enu­meran todas las embarcaciones mayores y menores que entonces se fabricaban en la mencionada villa. Esta fabricación no se verificaba en los muelles, sínó en los sitios de la ribera apropiados al caso por la inclinación del terreno y por otras con­diciones; los muelles ó peírados (algunos con cubierta y entrada especial, esto es, no libre) eran necesarios para el desahoga­do movimiento del tráfico mercantil, (n,) más importante en Pontevedra que en nin­gún otro puerto de Galicia; y claro es que con dicho tráfico habría de caminar parale­la la industria de construcción naval. Las afirmaciones sobre puntos históricos deben ser acompañadas, insistimos en decirlo, de las correspondientes pruebas: la autoridad literaria no es suficiente para dar á los pue­blos patentes de mayor ó menor importan­cia en esto ó en otro sentido.

Rogando á los lectores que nos perdonen la anterior digresión y volviendo al punto que examinábamos, diremos que el sabio

 

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P. Sarmiento tenía plena conciencia de cuanto decía, y lo que dice se reduce á «que es verosímil se fabricase en Pontevedra la carabela La Gallega y se dedicase á Santa María», que se nos figura una cosa comple­tamente distinta de la que supone el comen­tario del Sr. Murguía. (12)

La opinión del P. Sarmiento es suma­mente valiosa; nosotros le damos toda la autoridad que universalmente merecen cuan­tos juicios ha emitido el insigne fraile de San Martin de Madrid, y no terminaremos este capítulo sin recordar su aseveración re­lativa á que el más antiguo faro de Galicia, el de la Lanzada, .cuyos restos de especial contextura betuminosa revelan su construc­ción por los fenicios, designaba exclusiva­mente á los navegantes la entrada de la ría de Pontevedra, dato-interesante para paten­tizar la importancia que tenía en remotas edades, quizás por hallarse situada en su fon-

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do (como opina también el ilustre P. Fita) la ciudad de Lambriaca, cuya resistencia á las legiones de Décio Junio Bruto le dio señala­do puesto en la historia.

 

Al llegar á este punto de nuestra tarea, creemos que ya es ocasión de presentar una prueba decisiva para aclarar la cuestión que ventilamos.

En nuestro afán de recojer por doquiera documentos antiguos de toda clase, secun­dando dentro de nuestra modesta esfera las útiles, nobles y patrióticas labores de la So­ciedad Arqueológica de Pontevedra, presi­dida por nuestro docto, activo y querido

 

amigo Don Casto Sampedro, digna por to­dos conceptos de la consideración que dis­fruta y de ser protegida por el país, por las entidades oficiales de toda clase y por las personas ilustradas, (13.) hemos logrado reunir diversos instrumentos del siglo XV. Algunos son escrituras en pergamino y en papel, completamente formalizadas; otros pertenecen á minutarios notariales con todas las condiciones apetecibles de autenticidad en esta clase de documentos, por el papel, por la redacción, por la letra, por la tinta y por esas otras particularidades que solo el prolongado trascurso del tiempo imprime en los objetos.

La escritura que á continuación copia­mos, manchada en varios sitios y deteriora­da en alguno de sus bordes, pero sin que ninguna de estas circunstancias perjudique á lo esencial del documento, ni dificulte la lectura y apreciación de sus términos, ende*

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rra á nuestro juicio un valor inestimable pa­ra la historia.

La primera página de la primera hoja contiene la mayor y última parte de un con­trato de censo anual que hace García Day, mareante, por valor de nueve maravedís viejos, blanca en tres dineros, á favor de «di­ta cofradía e cofrades déla»: creemos que se trata de la de San Juan Bautista ó de la de Santa Catalina. Comienza la segunda pági­na de la misma hoja con un breve apunte de préstamo que Constanza Alfonso facilita á Alfonso Alvariño: su letra es igual á la del contrato anterior. Sigue, en la misma letra, un recibo de la manda que en su testamen­to había dejado María García á su padre Gar­cía Ruiz da. Correaría; subrayamos este detalle para fijar en él la atención de nues­tros lectores. Al final de cada una de estas escrituras figuran los testigos asistentes á ca­da acto, Y á continuación se encuentra el si-

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guíente contrato, escrito por la misma mano que los precedentes.

«Año de lxxxuij [ cinco dias do dito mes «dejulljo | St (Sabean todos) qeu luis mns «(Mendez, Martínez ó Muñiz) mercader be- «siño da villa de pontvedra q soo presente «en nom de afon vaasqs.mercader besiño da «villa de aveiro do regno de portogal aña – «dell (?) dos bes (la segunda sílaba no se lée «á causa de un borron de tinta) de caualo | «Qbestas de cabalo?) do q1 dto a° bs | eu ey «poder pra faser e outorgar esto aqui adeant «contenido p hna carta de poder firmada do «nom e signal de jua colago cabellan (¿chani- cbelan?) da dita villa de aveíro polo señor «Infante [ do q1 dta ca de pder o tenor atal «he | (Sigue un espacio de cuatro líneas en blanco, con que termina esta página: em­pieza la primera plana de la segunda hoja con otro espacio de ocho ó nueve líneas, tam-

_ 6g —

bién en blanco, en donde habría de insertar­se la carta de poder.) «por ende en nom do «dito aa vaasqs po el e po vertude da dta «carta de pder Afreto de vos ferna cervyño «besiño da dta villa o boso nabio ¡ q deus

«salue q dise por nom sta m (Santa María) «o q1 agora esta a o porto da pont da dta «villa de pontvedra pa q plasendo a deus «o d0 a0 vaasqs ¡ carrege o d° navio de sal «en o prto da dta villa de a veiro | pa a dta «villa de pontvedra ou pa a villa de pdron | «o q1 nabio deue de aquí de partir a tomar «a dta carrega doje este dia ata quise dias «logo siguentesdando lie dous qo desevarjen «e do dia que arribare a o dto prto de avei- «ro ata cinco dias siguentes o d 0 navyo de- «ue de ser cargado do dto sal e deue de par- «tir co a boa bentura do prmo (primero) fctpo (tempo) q lie deus de e vyr tato a vían «(¿.Viana do Castelo?) como a o prto de mor

—      fo —

«(Bayona de Mignor?) e ende pousar ancla «e estar dous dias siguentes e en estos dtos «dous dias o d° a° vs deue dar deuysa (di- «visa) se o dto navio yra descarregar o dto «sal en dta villa de pontevedra (ou) se yra «descarregar a a dta villa de pdron j e do «día q o dto navio la g (ininteligible: ¿la «Gallega?) arribare a cada hiinadas dtas vi- «lias a a sua descarrega ata oyto dias o di­sto nabio deue ser descargado do……………………………………………………..

«e vos o d 0 m c (dito maestre) pago de voso «frete conuen a saber o frete q auedes de

«auer de cada leiro (?)……. ……. qo dQ navio

«trouxer por frete e seuo e crauos e…………….

« | e caabres tresentos e des mrs de mone­ada vella contando a branqa en tres diñé­is ros ¡                                 e alamajas (¿almácigas?) e

«alamari (?) grande e petite sean sobre o d0

«mercader sopna (so pena) v U ^ (cinco p # 0 «mil maravedis.) ts (testigos) Ruy gs (Go-

«tierrez) carpentero f o lops (Fernando Lo*

apez) alfayate | ……………….. (Carcomido el

papel en la esquina inferior, pero viéndose

                       Q

trazos superiores de letras) «de foroda e g n.Uujs mrs e outros ¡ (de Foronda y García Ruiz mareantes y otros.) Por los bordes la­teral y superior de un borrón de tinta salen claramente, como en otras escrituras, los trazos de fta (feita, hecha) con parte de un signo ó rúbrica. Los puntos suspensivos in­dican palabras que no hemos podido leer ó descifrar; este documento no contiene ras­paduras ni enmiendas, y para inteligencia de nuestros lectores en cuanto al puerto de la puente, diremos que el de Pontevedra te­nía tiene fondeaderos para buques mayo­res; el de Ja Puente, el de la Barca y el de los Buraces, hoy de la Corbaceíras. A di­chos fondeaderos se Ies llamaba puertos: actualmente están casi cegados.

 

© Biblioteca Nacional de España

¿»mÚMimí&iiuiUiíiittuii&im

XI

El navio San la María, á que se refiere el anterior contrato de flete, ¿era la nao capita­na de Colón en su primer viaje de descubri­mientos? Acaso nos impulse la alucinación, pero no vacilamos en responder afirmativa­mente.

Nao, navio, nave y bajel son voces genéri­cas que se usaban indistintamente en el siglo XV; la primera, sin embargo, expresaba á la vez mayor capacidad que la ordinaria ó a> mente en buques de una misma forma y ai*-

—      7 4 “

boladura;y por esta raEÓn, como lo han de­mostrado varios eruditos críticos, á la cara­bela La Gallega, se le llama con frecuencia nao con relación á la ¡Unta y á la Niña; en la denominación genérica vulgar de navíos eran incluidos todos los barcos, naos, pina­zas, carabelas, barcas y fustas mayores y menores que hacían la guerra ó el comercio. Navíos llaman Herrera y otros historiadores, diversas veces, á las tres carabelas de Co­lón; en las instrucciones y cartas reales de la época también se usa la misma voz genéri­ca; y vemos en varios documentos, relativos al puerto de Pontevedra, citar Was alcaba­las de los navíos», el «seguro que el concejo hacía de los navíos y de las mercancías» (14} «la armada de navíos de Gonzalo Co­rrea», el «navio de Gonzalo de Camoens», al que también se le llama carabela, «el navío Santa María del Camino» llamado asimismo pinaza, la barca «San Salvador,

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la naao de Alvaro López» y otras em­barcaciones, á las que se daba á la vez el nombre de navios, empleándose el de na­ves y el de bajeles en lenguaje más culto. No hay, pues, reparo alguno que oponer respecto al hecho de que á la Santa Haría se le llame navio en el contrato copiado.

Trátase en dicho documento de un bu­que de carga, y lo era también ta carabela 1.a Gallega, como lo asegura Pedro Mártir de Angleria, contemporáneo de Colón, en sus Ocho décadas, libro primero, que al ha­blar de los tres barcos del primer viaje al Occidente dice: «tría navigia: unum onera- rium caveaíam, alia dúo mcrcatoria levia sine cavéis,» esto es, la una de carga con gavias, otras dos mercantes, ligeras y sin gavias, (cofas actualmente, según el Sr. Al­calá Galiano.) (15.)

Ninguna de estas circunstancias y la de haberse hecho el contrato en el año de

 

1489* tan próximo ni que constituye una de las fechas más memorables de la Historia, bastarían para sugerirnos la convicción de que el navio Santa María, fletado en Pon­tevedra por el mercader de Aveiro, era la misma nao La Gallega de Colón, si el do­cumento de que se trata no exhibiese un detalle muy favorable á nuestro criterio. En él aparecen como testigos del flete dos ma­reantes, uno apellidado de Foronda, sin nombre á causa del deterioro del papel, y otro llamado García Huís, quienes, á nues­tro juicio, son los mismos García Ruiz y Pedro de Foronda que respectivamente figu­ran en la relación de tripulantes de La Ga­llega y en la lista de desventurados que, al mando de Diego de Arana, quedaron en la Isla Española al regresar Colón de su pri­mer viaje y fueron asesinados por los indí­genas, (16.)

Es posible que hayan sido distintas perso-

 

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nas; pero no es de presumir, dado que unos y otros eran marineros, que se trata de una embarcación con el nombre de Sania Ma­ría, fletada tres años antes del descubri­miento det Nuevo Mundo, en un puerto de Galicia que florecía en la construcción de naves, y que, por otra parte, se trata tam­bién de la que fué capitana de Colón, cuyo nombre de bendición era Santa María y el vulgar La Gallega. No es probable, por lo tanto, que estas circunstancias sean meras coincidencias. Es verdad que el nombre y apellido de García Ruiz, juntos en una mis­ma persona, eran muy comunes en aquellos tiempos, demostrándolo el recibo de man­da testamentaria que precede al contrato que examinamos, en que aparece un Gar­cía Ruiz da Correaría (calle de Pontevedra) que nosotros suponemos diverso del marine­ro testigo del flete (pues la indicación de la calle ó barrio servia para distinguir á indi- -78 –

viduos de iguales nombres} pero acompa­ñándole un Foronda, apellido nada vulgar, y constando ambos en las listas antes men­cionadas, la cuestión cambia de aspecto y no es aventurado ni caprichoso dar á este detalle la interpretación que desde luego le damos.

El Pedro de Foronda que formó en el destacamento sacrificado por los indios, aparece en la lista citada sin indicación det pueblo de su naturaleza, y hay que notar la circunstancia de que, á más de figurar un Foronda en el contrato de flete, figura tam­bién en el acta del concejo de Pontevedra, reunido á 16 de Abril de 1437, entre otras personas, un Ruy da Fronda; y no es preci­so gran esfuerzo para admitir que este ape­llido y el de Foronda son uno mismo, de­mostrándose así su existencia en la mencio­nada villa. (17)

García Ruiz figura en la relación de tri-

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pulantes de la carabela Santa María (La Gallega) en esta forma: «García Ruiz, de Santoña». Parece que ya no es posible ha­cer objeción alguna, pues nada más sencillo que siendo Juan de la Cosa natural de aque­lla villa, le acompañara algún marinero pai­sano suyo, por más que el piloto de Santo- ña hacía nuicho tiempo que se había aleja­do de su pueblo y se hallaba avecindado en Tuerto de Santa María: sabido es que la ve­cindad no se adquiría de cualquiera mane­ra. Más revisando dicha relación de tripu­lantes de La Gallega, apercibimos un error de importancia por cierto, y es el siguiente: aparece en aquella relación un «Pedro de Villa, de Sanloña» que en otro documento de la época, irrefutable, nada menos que el Diario de navegación de Colón, se dice ser de Puerto de Santa María. Cuando al regre­sar del primer viaje el ínclito Descubridor del Nuevo Mundo y los tripulantes de la ca-

 

rabeta jitla (Santa Clara), se vieron en in­minente peligro de naufragar, elevaron sus ojos al Cielo y ofrecieron echar á la suerte tres romeros; dos de ellos habrían de ir en peregrinación á Nuestra Señora de Guada­lupe, en Extremadura, y á Nuestra Señora de Loreto en Ancona, Italia; el tercero ha­bría de velar una noche en Santa Clara de Moguer. Echadas las suertes, tocó el pri­mer voto y el último á Colón; el segundo á «Vedro de Villa, marinero del lJuerlo de Sania María y el Almirante le prometió de le dar dinero para las cosías del camino Es de creer que el error está en la lista de ia tripulación de La Gallega, que es un do­cumento muy moderno, y no en el Diario de navegación citado; y ahora bien ¿no pu­do padecerse igual equivocación al señalar también la naturaleza de Santoña á García Ruiz? Porque hay que tener en cuenta que los manuscritos ordinarios ó corrientes del siglo XV son muy difíciles de traducir, so­bre todo en lo que toca á nombres de per­sonas y de pueblos, para los cuales se usa­ban generalmente por los oficinistas y curia­les de la época abreviaturas singulares, ca­si indescifrables.

Después de todo, haya habido error ó no en la confección de la lista de que se trata, para esclarecer si el navio Santa María fle­tado en Pontevedra por un mercader de Aveiro en 1489, es la nao La Gallega capi­tana de Colón, el hecho de haber presencia­do e! contrato de flete un Foronda y un García Ruiz, fuese de Santoña, fuese de Pon­tevedra, reviste verdadera importancia; na­da más frecuente que al cambiar un buque de amo y señor, como entonces se decía, ó dé maestre, continúen alguno ó algunos marineros perteneciendo á su tripulación y esto pudo haber sucedido aí encargarse Juan de ía Cosa de La Sania María, en Pon-

 

tevedi’a ó en otro puerto, j-’a como propie­tario ó copropietario, ya como capitán ó maestre, y pudo suceder también que dichos mareantes, con posterioridad al acto de ser testigos del flete, hubiesen entrado á formar parte de la expresada tripulación.

Hay que añadir á las anteriores conside­raciones las siguientes. Vemos entre los tri­pulantes de la Pinta á un Juan de Sevilla, de quien no se indica pueblo de naturaleza, por desconocerse ó quizás por haberse concep­tuado su apellido como dato elocuente, ra­ciocinio que en verdad no tiene sólido fun­damento. En el Libro del concejo de Pon­tevedra. que empieza en 1437 y termina en 1463, aparecen desde 1438 varios Juan de Sevilla; uno como alcalde ordinario y luego como procurador de dicho concejo, otro co­mo alcabalero y otro como mareante, algu­no de ellos como testigo, repitiéndose el nombre y apellido con mucha frecuencia.

 

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¿Habrá pertenecido á alguna de estas fami­lias Sevilla el marinero de la Pinta, por ha­ber pasado á ella, en el arreglo de las tripu­laciones, si lo hubo, desde la Santa Haría ó La Gallega?

Análoga sospecha nos inspira la circuns­tancia de llamarse Cristóbal García Sar­miento (iSl el piloto de la Pinta, apellidos que en aquell? época, y aún hoy, formaban uno solo nada vulgar y muy notorio á la sa­zón en la comarca de la actual provincia de Pontevedra comprendida entre el curso ba­jo del río Miño y el río Lerez, así como en dicha villa. Los García Sarmiento, señores del castillo de Sobroso, después condes de Salvatierra y de Gondomar, poseían propie­dades territoriales en el interior y en la costa de que era puerto principal el de Bayona de Mignor; una de sus ramas se había unido tiempo atrá¿ á la familia de los Sotomayor, de las más ilustres de Galicia, por el casa-

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miento de Fernán García Sarmiento con D.“ María Paez Charino, (tercera hija del al­mirante Payo Gómez Charino) sepultados en la iglesia de Bembibre, Poseían capilla y enterramientos en la del Monasterio de San Francisco de Pontevedra; uno de los in­dividuos de la misma, que el Sr, López Fe- rreiro escribe García Xarmiento, fué prisio­nero del Conde de Camiña en el siglo XV, y otro, á principios del XVI, árbitro nombra­do por los concejos de Pontevedra y de Portonovo para dirimir la cuestión que ven­tilaban sobre uso de los cercos de mar. (Enor­mes aparatos de pesca.) Posible es, y muy probable, que un segundón de dicha familia hubiese abrazado la profesión de marino y que, por conocer prácticamente aquella par­te del Occéano, hubiese dirigido la proa de la Pinta, en el viaje de regreso y pasada la borrasca, al citado puerto de Bayona, en el cual fondeó, ¿Habría sido piloto de La Ga~ llega antes de que esta carabela formase parte de la expedición al Occidente? Nues­tra presunción no tiene , nada de extrava­gante; por el contrario, su fundamento es racional, y creemos que puede admitirse mientras no vengan nuevos datos á des­truirla.

Por último, haremos constar que tene­mos el evidente recuerdo de haber leido que el criado de Colón en su primer viaje era natural de Galicia, pero nuestros esfuer­zos para comprobar este recuerdo y atesti­guarlo con la cita correspondiente, han si* do inútiles, ya por haber trascurrido varios años desde que hemos visto la noticia en le­tras de molde, ya por ser muy extensa la colección de libros, folletos y artículos pe­riodísticos dedicada á la vida del revelador del Nuevo Mundo y á su glorioso descubri­miento. Despertóse en nuestra memoria al reparar que figura, como criado de Colón,

 

en la mencionada lista de tripulantes, un Diego de Sal’cedoi en quien concurre la cir­cunstancia de apellidarse con el nombre de una parroquia limítrofe de Pontevedra y ri­bereña de su ría; y por mas que lo antedi­cho es simple conjetura, no hemos vacilado en apuntarla, porque tratándose de la acla­ración de remotos sucesos, el mas insignifi­cante detalle puede producir la luz.

Formaron, pues, en nuestro concepto, parte de las tripulaciones que acompañaron á Colón á la realización de su memorable empresa, los gallegos Cristóbal García Sar­miento, Pedro de Foronda, Juan de Sevilla, Diego de Salcedo, García Ruiz probable­mente, y quizás habrán tenido la misma na­turaleza algunos individuos de los que figu­ran en las listas sin indicación de su pueblo natal, pues de ser hijos de Andalucía, como la mayor parte de los tripulantes de las ca­rabelas, hubiera sido también mas conocida

 

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su procedencia y puntualizada en los docu­mentos de la época. De manera que, á mas de nuestra legítima satisfacción en consig­nar aquellos nombres unidos al glorioso des­cubrimiento de las Indias de España, nos parece que dejamos demostrada en parte la inconveniencia de que se estampen, en li­bros dedicados á exclarecer la historia, afirmaciones aventuradas y de ellas se deri­ven pretericiones injustas.

 

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XII.

Llegamos ahora al exámen de otro inte­resante punto; el relativo á que la carta de los Reyes Católicos, demuestre que Juan de la Cosa era propietario de «la Gallega.»

A nuestro juicio, 110 lo prueba plenamente ni mucho menos. Hasta los tiempos moder­nos, en que los correos primero y el telé­grafo después, pusieron á las compañías ó á ¡as personas que eran amos y señores de las embarcaciones, en fácil y frecuente comuni­cación con los maestres, capitanes ó patro-

 

nes que las gobernaban, estos tuvieron fa­cultades generales y asumieron, digámoslo así, la propiedad del buque de su mando, á fin de que en toda ocasión pudiesen obte­ner ó aprovechar las ventajas que las cir­cunstancias les ofreciesen, ya en lo refe­rente al comercio, esto es, á los Retes y trasportes, ya cuando las averías ó el estado de los barcos imponían gastos de repara­ción ó la venta de los mismos. La buena fé era en el siglo XV una condición muy general en las relaciones sociales y en los negocios; pero á mayor abundamiento y con gran frecuencia, los maestres de r:avíos tenían en la propiedad de ellos una parte más ó menos importante, que en cierta ma­nera garantizaba á los demás copropietarios el buen gobierno de las naves; y aunque así no fuese, los últimos tenían que entre­garse siempre á aquella buena fé y á la hon­radez de dichos maestres, que en todos lu-

 

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gares ostentaban la absoluta representación de los dueños, aunque no poseyesen parte en los buques y, con mayor motivo, en el caso de poseerla; así vemos que en los documentos, en los libros y en el lenguaje se decía, y hoy aun se emplea una forma equivalente, vuestra nao, vuestra carabela, vosí navio, vosa barca. vosa pinaza, &n, de cuya manera se abreviaban las frases de «la nao, la carabela, el navio, la barca, la pinaza de que sois maestre ó capitan.» Que esta interpretación se halla dentro de la verdad ó se acerca mucho á ella, lo demues­tra el mismo contrato de flete del navio uSanta ¡Varía», antes copiado, puesto que empieza diciendo: «afreto de vos fernan cervino besíño da dita villa o boso navio» y luego: «o dito navio debe ser descargado do dito sal e vos o dito maestre pago de vo­so frete.» En buena lógica, no debe deducir­se de dichas frases que Fernan Cervino era propietario del barco de que aparece como maestre, que no es suficiente para ello el pronombre uoso aplicado al sustantivo na­vio,.

La expresada orden de los Reyes ofrece la especialidad de haber sido expontánea, es decir, de no haberla precedido gestión oficial de Juan de la Cosa, porque en este ca­so, y dado el estilo formalista y ?nachacon délos documentos de aquella época, se hu­biera referido seguramente á la demanda ó súplica del piloto de Santoña: lo prueba también la circunstancia de la vaguedad ó indeterminación con que se halla redactada la carta real. «En nuestro servicio e nuestro mandado fuistes por maestre de una nao vuestra.» No parece sino que los oficinistas reales ignoraban cual nao era la perdida y que no tenían á la vista una demanda, súpli­ca ó instancia, que hoy se dice, de Juan de la Cosa, en que éste hubiera de consignar

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forzosamente que la carabela naufragada era la Sania María: ni somos, por cierto, los primeros que reparamos en la omisión que del nombre de la nave hace el expresa­do documento. Este debió ser, por consi­guiente, resultado de una gestión privada, quizás de una recomendación y por esta causa, ala claridad, repetición y machaque) formalista de las decisiones recaídas en los expedientes administrativos de aquellos tiempos, reemplazó la expresada frase vaga de «una nao vuestra.» Tenemos la seguri­dad, y en ella nos acompañarán las personas conocedoras de estos asuntos, de que si di­cha orden real hubiera sido resultado de una súplica oficialmente hecha y cursada, empezaría diciendo, como en las demás de esta clase: «Vimos vuestra súplica ó deman­da» «Por cuanto vos Juan de la Cosa acu- distes &.a» pues con estas fórmulas ó con otras análogas empiezan ó terminan siem-

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pre, absolutamente siempre, las provisiones otorgadas á consecuencia de solicitudes ofi­cialmente tramitadas; á más de esto, en una resolución derivada de antecedentes en forma no se hubiera omitido, según ya he­mos dicho, el nombre de la nao naufragada. Por el contrario, la orden real para remu­nerar esta pérdida exhibe ese carácter de brevedad y de indeterminación propio de todo lo que en las oficinas antiguas y mo­dernas se hace expeditivamente y sin visla de documentos, informaciones, tasaciones y demás requisitos que daban y dan larga vida á las reclamaciones particulares contra el Estado, convirtiendo á los interesados en porfiados pretendientes ó en asendereados peregrinos.

Pudo Juan de la Cosa no ser amo y se­ñor, es decir, propietario de La Gallega y recibir como maestre de ella una indemniza­ción por el naufragio y pérdida de la em-

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barcación; los dueños ó copropietarios re­cogerían luego el quiñón que les correspon­diese, y hubiera podido venderla, que á su tiempo rendiría las cuentas consiguientes. Esta manera de ser de tales negocios marí­timos se demuestra por los siguientes docu­mentos de un minutario notarial del siglo XV, depositado en el Museo Arqueológico de Pontevedra.

«Dous dias do mes de nobembre. Sabean »todos que nos vasqo rrodrigues da correa- íria e Ruy gotierres marineros vesiños da »villa de pontvedra que somos presentes »outorgamos e conoscemos que rescebemos »de vos juan de vibeiro marin° besiño da »dita villa que sodes presente toda a contia »de maravedís porque vos bendestes o na- »vio Santiago de que nos eramos pargoeiros * (copropietarios) en tres quartos del e eso smesmo vos erades del maestre e pargoei- H’o en o outro quarto | por quanto o ben-

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»destes por noso nom eso mesmo conosce- »tnos e outorgamos que rcscebemos de vos »o dito juan de bibeiro | toda a nosa parte »e quiñón de todlos fretes e gaanancias e spercobros que o dito nabio gaanou e per- scobí’ou o tempo que asi del fostes maestre » ] e rescebido por nos e de todo elo nos » outorgamos por entregados e pagos a toda «nosa voontade ben e compridamente | e »renunciamos a ley de non numerata pecu- »nia «por ende desde oje este dia da­dnos por líbre e quito de dita contia de »mrs a vos o dito juan de vibeiro c bosos »bees para todo sempre de todo pago do di­sto nabio e os seus aparellos que bendestes » [ e eso mesmo de todos los ditos fretes »e gaanancias que del asi oubo e gaanou o »dito tempo de que asi del fostes maes­tre &.a»

«En vinte e seys días do mes de Abril »Sabean todos que eu estebo de saines es-

 

»cudcro de pedro bermudes de montaos »que soo presente Afreto de vos juan de ba- syona marin» j vesiño da villa de.pontve- »dra que sodes presente a barcha que di-^ »sen por nom sant salvador que deus..&s^e »de que vos sodes maestre Jipará que pra »sendo a deus carrege ena dita barcha tres »mill ceramins de myllo medidos po la »medida dita da praga da dita villa de Fon- »tvedra | pa a costa de biscaya | a qual dita »¿>osa barcha debe ser cargada do dito millo »doje ata quinse dias siguentes e debe de »partir a boa ventura do pritn0 boo tempo »que He deus de e yr en scguemento de seu sbiajen ata o porto de laredo [ e ende pou- »sar ancla e estar tres dias hun en pos de »outro [ e debo eu o dito mercader de dar sdebysa se iremos descargar a a vitl? de »bermeu ou a a villa de sant sebastían &a e »vos maestre debedes de me dar a dita vosa »barcha ben afranqueada de agoa de costado

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^(calafateada) eben aparellada de boos mas- tos bergas e treu e de ancoras e de caabres »e de todos los outros aparellos «E de »todo percobro que nos deus de a aver e ga- »anar en agoa doce ou salgada en esta viajen »debe de ser as duas partes de vos maestre »e compaña e a terga parte de min o dito »mercader &“ Eu o dito juan de bayona j maestre sobredito asi rescebo e outorgo o ídito fretamento por lo dito prego [4500 ma- »i’avedís vicjosj devisas maneras c condi- »goes sobreditas [ e esto todo como dito he »debe ser conprido e goardado entre nos o xdito maestre e compaña e mercader a a «boa fe de .dcus e sen muto engaño Por los anteriores documentos se vé at maestre de un navio, que solo tenía un cuar­to de propiedad en la embarcación, vender­la libremente y los demás propietarios re­cibir despues la cuantía de maravedís ó im­porte de la venta y darse por entregados

—   99 — ■ y pagos, aprobándola tácitamente, sin re­ferirse á poder especial previo ó anterior, pues con las palabras «bendestcs por noso nom» se reconocían y consagraban, al liqui­dar cuentas, las omnímodas facultades del maestre del navío, Vese también que éste había contratado libremente los fletes, pues­to que sus socios en la propiedad otorgaban carta de pago de los que había servido el barco y demás ganancias; por dichas razo­nes, y solo por ellas, se advierte que en las escrituras de dichos fletes se dice voso >íéi* vio con relación á la persona que io manda­ba, en la forma que expresa el segundo do­cumento, esto es «duas partes de vos maes* tre e compaña e a terga parte de inin o dito mercader», así como en la de «vos o dito maestre debedes de me dar a dita vosa bar­ca.» Nótese como los contratantes para cumplir y guardar lo convenido, se entrega­ban á la buena fé de Dios sin mutuo enga-

— ÍOÓ — ño; á pesar de ello, los verdaderos dueños de los barcos sufrían alguna vez las conse­cuencias de la absoluta necesidad en que es­taban de confiarse á la honradez de los capi­tanes. Aún en tiempos mas cercanos á los nuestros, á fines del siglo XVII, cuan­do el poder del Estado era más eficaz y cuando se hallaba más adelantada la legisla­ción marítima, dióse el caso de acudir al Juez de Pontevedra el clérigo Simón de Mo- reira y Saabedra, dueño del navio llamado nada menos que «La Santísima Trinidad, Santa Cruz, Soledad y Ánimas» pidiendo se hiciese información con los tripulantes de dicha embarcación existentes en la villa, porque habiéndole sido fletada para llevar vino á Londres, y despues en esta capital de Inglaterra para traer tabaco á Bilbao, el capitan no le había dado cuenta de los fletes ni de la venta del navio, que por sí había hecho. Esta información solo aparece inicia-

da; quizás no prosiguió por haberse pre­sentado el qapitan al dueño del barco y ha­berle rendido dicha cuenta, (Archivo del Ayuntamiento.)

Creemos, pues, que no vamos descamina­dos en nuestra argumentación y que, en efecto, la carta de los Reyes Católicos no demuestra que Juan de la Cosa era propie­tario de La Santa María ó La Gallega.

El marino de Santoña pudo ser tan solo copropietario de la capitana de Colón, pudó no serlo también y, sin embargo, al referir^ se á dicha nave y á su maestre decírsele vuestra nao ó una -futovuestra, porque tal era la frase corriente, el uso consagrado y la costumbre establecida hasta en los docu­mentos notariales de contratos de fletes. En ningún caso relativo á otra clase de propie* dades puede hacerse igual interpretación: los maestres ó capitanes de buques, por el carácter peculiar á este género de bienes,

—   102 — eran en verdad y plenamente, dueños de tas embarcaciones que gobernaban. Nadie exa­minaba, en ningún caso, si eran ó nó pro­pietarios de ellas: se les decía «vuestra íia- ue», cuya frase no es seguramente un indis­cutible título de propiedad legal y absoluta.

 

XIII.

Otro documento reclama nuestro estudio, Carece de la indicación del año, pues debió pertenecer á un libro ó cuaderno notarial donde tenía su lugar per orden de fechas; pero la circunstancia de figurar entre ios testigos un Lopo de Montenegro, caballero de mucha notoriedad en el último tercio del siglo XV, nos induce á creer que dicha es­critura se.hizo, poco más ó menos, cuando el contrato de flete del navio Sania María, H1 expresado documento empieza en esta

 

—   IÓ4 — forma: «ihus.= en seys dias do dito mes de «Janeiro | Sabean todos que eu pedro filio »de sueiro ferrandes e de sua raoller maria »soares que deus perdone moradores en co­cedero j que he en térra de astu rias que wsoopresente ¡ non costreñído de forga nen »por engaño rcscebido mais de mina libre »e propia vootande prometo e outorgo de »servyr a vos juan do rio j mar0 ¡ vesiño da »villa de pontbedra que sodes presente eno »voso oficio de mariñajen de mar en nabíos »quando vos en eles foredes e eso mesmo »eno oficio de mareantes e en todas las ou- »tras cousas que vos me mandaredes faser »que de ben sejan | por tempo doje este dia »ata dous anos &.a» Siguen las condiciones del contrato, entre las cuales es muy singu­lar la de que el Pedro habría de dar á Juan del Rio, al término de los dos años, seiscien­tos maravedís viejos, á mas de «dous gabaas de fustán# y «un balandrane hun corpo de

—   ÍÓ$ — paño de raso que valla cada vara un frolin de ouro ( ou sua valía.» Presenciaron el acto de contrato como testigos: «juan ferrs agalla noto cjuan de la c e Iopo montene­gro mos (moradores) de pontvedrae outros.»

Iín nuestro concepto, Juan del Rio era un profesor de náutica: la circunstancia de ex­presarse en el contrato dos oficios, uno de «marinajeen de mar en navios» y otro de «mareantes» solo puede referirse á la ense­ñanza de los conocimientos científicos á la sazón existentes y á la de los prácticos; en­señanza que se contrataba ante notario, in­gresando así en la carrera de marino los jó­venes de regular ó de noble familia. Esta de­bía ser !a condición social de Pedro Ferran- dez, dada la calidad de los testigos y visto el prccio en moneda y trajes que se estipu­ló en dicho contrato, pues un pobre marine­ro no habría de costear su carrera con tales condiciones, ni venir de Asturias á Ponteve-

—   io 6 — dra teniendo mas cerca las villas cantábricas, en las cuales suponemos que debían existir también iguales estudios.

Pero si la calidad de los testigos es una de las causas que nos inspiran la anterior reflexión, no deja también de sugerirnos la sospecha, y aun la evidencia, de que el Juan de la C.® que entre ellos figura, es el ilustre piloto de Santoña, maestre de La Gallega. Posible es que se trate de otro apellido, pues nada tiene de particular el hecho de que no hayan llegado á nuestros tiempos noticias de las personas de alguna notoriedad que han vivido en los pasados y sobretodo en los del siglo XV, que ya pue­den considerarse remotos, nopudiendo, por lo tanto, descifrarse aquella abreviatura; pero la circunstancia del nombre vulgar que tenía la capitana de Colón; la de haberse fletado en Pontevedra un navio Santa María y la de que en el contrato de dicho flete

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aparezcan como testigos ciertos marcantes con íos mismos nombres y apellidos de los que figuraron en las tripulaciones de las ca­rabelas del primer viaje, forman conjunto sobrado notable para que, alerta el espíritu, aprecie exagerada, ó fantásticamente si se quiere, los mas frívolos indicios,

¿Por qué no habría de ser Juan de la Cosa el Juan de la C.“ de quien se trata? ¿Hubiera sido imposible acaso que el piloto cánta­bro, por las peripecias de la vida de mari^ no, se encontrase en Pontevedra, 110 sólo alguna vez, sino también como morador ó residente por mayor ó menor tiempo?

Establecido como hecho indudable el de que Juan de la Cosa fué maestre de una na­ve construida en Galicia, podemos admitir como hechos muy probables el de que compró La Gallega en la misma comarca, el de que era partícipe en la propiedad de dicha carabela con otro ó con otros marean­tes ó mercaderes gallegos, ó el de que pudo encargarse del mando de la embarcación en Pontevedra; en cualquiera de estos casos nacía tiene de violento creer que residió en dicha villa y asistió al contrato acompañan­do á un alto caballero como Lopo de Mon­tenegro, de nobilísimo linaje y Juez por el Arzobispo de Santiago, y al lado del notario Juan Fernandez Aguila, también persona distinguida, no sólo por el cargo público que ejercía, sino por pertenecer á una de las dos familias, los Aguila y los Ponte, que te­nían el privilegio de presentar al Prelado Señor de Pontevedra, las ternas para desig­nación de los dos alcaldes de la villa. (19.) Si fué Juan de la Cosa el expresado testigo, es lícito presumir que el Pedro Ferrandez habría venido desde Cantábria recomenda­do á dicho piloto y á los dos mencionados caballeros; no puede explicarse de otra ma­nera el hecho de que personas tan calífica-

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das hayan asistido á ia celebración de uní contrato vulgar,        ‘

Pueden demostrar también la (residencia^ temporal de Juan de la Cosa en Ponteve­dra las dos siguientes reflexiones. Primera; á los tres testigos se les adjudica la calidad de moradores, palabra perfectamente esco­gida por el notario para 110 faltar á la ver­dad de los hechos, porque siendo Lopo de Montenegro y Juan Fernandez Aguila na­turales y vecinos de la villa, y no siéndolo Juan de la Cosa, que sólo era residente temporal, dicha palabra moradores com­prendía á los tres testigos, y empleándola, el notario abreviaba además la redacción del contrato. Segunda; los artículos en genitivo del y de la, de la lengua castellana, son en dialecto gallego do y da, únicos usa­dos en los documentos redactados en di- cli3 dialecto, sin escepción alguna para los apellidos de los naturales, como Juan do

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Rio, Juan do Outeiro, Ruy da Fronda, Pe­dro da Nova: el artículo de la en el testigo Juan de ¡a C.a designa, pues, no un hijo del país, sino un forastero castellano,

Por otra parte, no debía serle desagrada­ble al maestre de La Gallega la residencia en Pontevedra, ya por las condiciones de la localidad, ya por el movimiento marítimo, comercial y aun científico que en ella exis­tía. En sus numerosos petrados ó muelles amontonábanse los géneros de importación y exportación, y de barco en barco, cam­biarían impresiones y noticias comerciales, náuticas y geográficas tos maestres y pilo­tos que navegaban por el mar Mediterráneo, y por los de Portugal, Francia, Flandes, In­glaterra c Irlanda, pues con todas estas re­giones sostenía mayores ó menores relacio­nes mercantiles el puerto de Pontevedra.

En sus conventos de Santo Domingo y de San Francisco había cátedras de Teología

—   III — moral y de Filosofía; podríamos citar los nombres de vários doctores que pertene­cían á cada una de ambas comunidades, En el año de 1484 existía un «Maestro de la orden de Ja Trinidad» que predecía los eclipses. (20) No faltaba en la familia de los Vélaseos quien trazaba cartas de marear, (21) A un G,uo de Correa, hijo sin duda del que se cita en el libro del Concejo {22) le ha­bía encargado esta corporacion la.venta «das bu jolas» (brújulas) (23) que la misma tenía estancadas sin duda, por ser dichos instru­mentos garantía para la vida de los nave­gantes y solo podían confiarse á quien su­piese cuidarlos y, acaso, enseñar su empleo.

Es muy probable también que por las mencionadas y por otras cultas personas de Pontevedra, al hablarse de los proyectos de Colón, sin duda muy conocidos en las po­blaciones marítimas, se recordase al pontc- vedres Payo Gómez de Sotomayor (biznieto

—   112 — de Payo Gómez Charino) Mariscal de Cas­tilla, caballero de la Banda, que había pe­netrado y vivido en Asia durante tres años como Embajador del rey D. Enrique III al Gran Tamorlan, y que debió traer á su pue­blo noticias extraordinarias relativas á nu­merosas gentes y á populosas y ricas ciuda­des del extremo Oriente; noticias segura­mente exageradas y fantaseadas, sin haber leído á Marco Polo, por los propagadores y comentadores de vecindad.

Estos y otros elementos de ilustración pu­dieron haber contribuido á cautivar, ó pre­parar por lo menos, la singular inteligencia de Juan de la Cosa, dado que hubiese esta­do en Pontevedra como es de sospechar, para que al asistir á las conversaciones de Colón, de los Pinzones y de los Francisca­nos de la Rábida, el convencimiento pene­trase en su ánimo y le decidiese á secundar los gigantescos pensamientos del inmortal

 

Descubridor del Nuevo Mundo, pues soste­nemos que el piloto de Santoña no fue obli­gado, como pudiera deducirse déla real carta de remuneración por el naufragio de La Ga­llega, á tomar parte en el primer viaje de descubrimientos, sino perfectamente per­suadido de que los planes de Colón no eran fantásticos.

Creemos que los fundamentos en que nos hemos apoyado para todo lo antedicho, son tan razonables como exactos, y que no pue­den ser rechazados sin perjuicio de la ver­dad histórica.

 

 

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XIV.

En las primeras páginas de este libro he­mos copiado el párrafo que en «La Marina Castilla» dedica el muy respetable y docto académico Sr. Fernández Duro á las carabelas con que Colón emprendió su pri­mer viaje de descubrimientos: en él dice que la nao Sania Murta (La Gallega) era pro­piedad de su maestre Juan de la Cosa, tri­pulada por cántabros como él.

Examinada la relación de tripulantes de las tres naves, no se vé á tales cántabros,

lié —

porque Pedro de Villa era de Puerto de Santa María y García Ituiz ofrece duda respecto á su naturaleza, aunque la proba­bilidad de haber sido pontevedrés es muy evidente; pero aun concediendo que fuesen cántabros, no solo ambos mareantes, sino también algunos otros tripulantes de La Ga­llega consideramos tan exclusiva como in­justa la aseveración de que la nave capitana representaba en la gloriosa empresa de Co­lón «á las Cuatro villas, á Vizcaya y á Guipúzcoa.» ¡Singular obsesión la del Señor Fernández Duro, tanto al prescindir de que bastaba el nombre vulgar de La Gallega, que tenía la carabela Santa María, para recordarle la existencia y los timbres ele Ga­licia, como al reducir la costa y los puertos del reino de Castilla á la exclusiva cita de las cuatro villas y de las del país vasco!

Nación era ya la española, en que se ha­bían reunido al fin los diversos territorios

—   i 17 ~ antes disgregados; y las tres naves, La Ija- llega, la Piula, y la Niña no eran solo sín­tesis de la marina castellana, sino de la ma­rina nacional, que ya comprendía los bra­vos marinos catalanes, valencianos y ma­llorquines, así como á los atrevidos audalu- ces y á los perseverantes gallegos, asturia­nos, castellanos y vascos,—Si fué Doña Isa­bel quien dijo la última palabra á favor d^é los proyectos de Colón, lícito es presumir y muy justo afirmar qu^, dadas las condi­ciones personales de aquella insigne Reina, como soberana y como esposa, y vista la intervención oportuna del aragonés Luís de Santángel, secretario del Rey Don Fernán- nando, no se realizó la empresa sin el reser­vado acuerdo y consentimiento de éste, á pesar de que su previsión, juzgaba compro* metedores para la soberanía de los reyes, y antipolíticos, los altos cargos y títulos que exigía Colón para sí y para sus suceso-

—   11 s —

res, concedidos luego en la estipulación de Santa Fé.

Creemos, además de lo dicho, que en los tiempos actuales no deben ser estimulados los exclusivismos regionales, pues una cosa es aclarar y establecer los hechos históricos acaecidos en cada territorio de la península ibérica, y otra, distinguirlos con mayores ó menores pretericiones en meros giros de la retórica. Persuadidos de la exactitud y conveniencia de esta idea, esperamos que el Sr, Fernandez Duro nos perdone que re­chacemos la exigua representación que ad­judica álas carabelas Gallega, Piula y ¿Vi­ña y que digamos: «eran síntesis de la ma­rina española que, para gloria de la nación; iban á ensanchar los dominios del progreso humano»

 

Llegamos al término de nuestra tarea; condensaremos, pues, nuestros raciocinios y pruebas en las siguientes conclusiones.

Primera. No existe justificación alguna para la afirmación de que la carabela Sania María ó La Gallega era nave construida en Cantabria.

Segunda. Es muy problemático el hecho de que la mencionada embarcación haya pertenecido en propiedad al piloto Juan de la Cosa.

ti

—   I2Ó —

Tercera. Basta el nombre de La Gallega, con que era conocida al tiempo del descu­brimiento de las Indias Occidentales, para que pueda afirmase, sin excrúpulo alguno, que no procedía de las villas cantábricas si­tuadas en Asturias, Santander y provincias vascongadas.

Cuarta. En la de Pontevedra, población de importancia marítima y comercia!, se construían en el siglo XV embarcaciones de toda clase, merced al desarrollo de la indus­tria existente en dicha villa desde el siglo XII, creada en ella, en Padrón y en Noya por el arzobispo Gelmirez, y protegida por sus sucesores y por los reyes.

Y    quinta. Por el contrato de flete del na­vio Santa María, tres años antes del descu­brimiento, y por los detalles relativos á Eos tripulantes Pedro de Foronda, García Ruiz, Juan de Sevilla y Diego de Salcedo, y al piloto Cristóbal García Sarmiento, unidos

—   121 —

á los demás antecedentes expuestos, puede afirmarse que la nave capitaua de Colón, Ltt Gallega, haya sido ó no propiedad del ilus­tre marino Juan de la Cosa, procedía de los astilleros de Galicia, y, seguramente, del puerto de Pontevedra.

Suum cuique.                                  .

 

© Biblioteca Nacional de España

Debemos evitar á nuestros lectores el tra­bajo de adivinar las causas de la decadencia de Pontevedra, por más que lo harían fácil­mente recordando que las alternativas de la vida son análogas para los pueblos y para los individuos; que el tiempo trascurre para todos y que, si ha sepultado fuertes impe­rios y borrado de la tierra hasta los cimien­tos de populosas ciudades, con mayor mo­tivo pudo ejercer su incesante acción sobre una villa de relativa importancia, aunque no

      124 —

llegó á aniquilarla, merced sin duda á su incomparable emplazamiento.

Es de creer que tras varias centurias de modesta existencia, las comprendidas entre la conquista de Galicia por los romanos y el siglo XII de nuestra era, empezaron á acre­centarse la población y el tráfico en Ponte­vedra por virtud de las mercedes con que D. Fernando II de León premió la victoriosa resistencia que la villa hizo al rey de Portugal y á la eficaz ayuda que le dió para tomar al monarca lusitano el castillo de Cedofeita, (24) situado en un cástrelo próximo al mo­nasterio de Lerez y, por consiguiente, á po­co más de un kilómetro de Pontevedra, Gran importancia concedía á esta comarca el rey, cuando se consideró en el caso de venir á defenderla personalmente.

Toco después el arzobispo de Santiago obtuvo el señorío de la villa y puede decir­se que reyes y prelados §e esmeraron en

 

concederle con frecuencia todo genero de franquicias y de regalías; merced á esta constante protección, creáronse cu ella los gremios para los diversos oficios y profesio­nes, con el nombre de cofrat’ias bajo la ad­vocación de santas y santos, y desenvolvié­ronse las industrias, aumentándose el vecin­dario y el tráfico en tal grado, que U ‘ »

dolo el hecho de que á mediadps-def siglo XIII el arzobispo Santiago D. Juan

Arias dispuso que hombres buenos de Pontevedra recopilasen las ordenanzas que la regían, á fin de que la villa de Noya se gobernase por ellas, según documentos que el docto Sr. López Ferreiro ha publicado en su notabilísima obra «Fueros municipales de Santiago y su tierra.»

A fines del mismo siglo XIII, Ponteve­dra sufrió, lo mismo que otras villas y luga­res de Galicia, Asturias y Castilla, breve

 

—   126 — período de decadencia, ocasionado 110 solo por la guerra, sino también por las conti­nuas conquistas que á los moros hacían los reyes castellanos, pues eran tantas y tales las ventajas que se concedían á los nuevos pobladores de las ciudades y tierras con­quistadas, que se despoblaron aquellas, tras­ladando su domicilio así las clases popu­lares, como los mercaderes, los hidalgos y los nobles. Pontevedra quedó reducida á un vcncindario insignificante y pobre; pero bien pronto se repuso del quebranto sufrido, gracias á que su inmejorable situación y sus industrias, no abandonadas del todo, le pro­porcionaron fuerzas para renacer y progre­sar.

Con objeto de facilitar á la población ru­ral el aprovisionamiento de los géneros y de los artículos necesarios para la vida, se celebraban en la villa varias ferias anuales, siendo la principal la de San Bartolomé, que,

—   127 — en el reinado de D. Enrique IV y por pri­vilegio de este rey, se convirtió en feria franca (25) que duraba los quince dias an­teriores y los quince posteriores al del San­to: en virtud de dicho privilegio, los que á dicha feria concurrían no podían ser dete­nidos por deudas ó por otras causas, ni em­bargadas sus mercancías.

Esta ocasión no e3 la mas oportuna para describir la vida civil de Pontevedra en las pasadas épocas, ñipara enumerar todas las franquicias, regalías y libertades que en ellas disfrutaron sus vecinos y aun sus moradores temporales; pero nos consideramos en el deber de consignar, atendiendo á la verdad histórica, que el señorío de los arzobispos conipostelanos en Pontevedra, donde resi­dían con frecuencia largas temporadas, ya habitando su palacio y fortaleza de las To­rres, ya hospedados en los monasterios, fue benigno, patriarcal, sin que exista memoria

„ 128 — ó noticia de período alguno de tiranía y sin que jamás intentaran destruir el derecho ó privilegio de los vecinos «de inmemorial uso y costumbre» de no ser detenidos ni presos sin orden del Juez ordinario. (26) Cuando en algún caso (muy contados por cierto) eran olvidados ó mal interpretados los privi­legios, se originaba seguidamente una cues­tión, y en muy pocas ocasiones llegaron los pleitos á la chancillería de Valladolid ó al Consejo real, pues la mayor parte de las ve­ces terminaban en los primeros trámites por concordia ó por real reconocimiento de di­chos privilegios: haremos notar, por último, que ia. Inquisición 110 dejó en Pontevedra huellas de sus tremendos rigores ni de sus caprichosas y despóticas persecuciones, á pesar de que la villa sostenía grandes rela­ciones conFlandes, Inglaterra y Francia.

Tantas inmunidades y una administración sumamente cuidadosa y vigilante, (27) aun-

—   129 —

que’ dominada por los defectos propios de aquellas épocas, juntamente con su benig­no clima, y con la belleza y fecundidad agrícola de su término, daban á Pontevedra especialísímas condiciones para el bienestar de sus habitantes, que alcanzaron el apogeo de su prosperidad en el primer tercio del sigla XVII: inmediatamente y con suma ra­pidez, sobrevino su decadencia á causa de la rebelión de Portugal, de las pestes y de la trasformación de la marina.

Convertida Pontevedra en cuartel general de las tropas que pasaban luego á invadir por el Miño el territorio portugués ó que de ella se destacaban para defensa de la fron­tera y de la costa, y exhausto de recursos el real erario, cayó sobre la villa la abru­madora carga del servicio y morada de los generales, jefes, clases y tropas de dicho cuartel. Menudeaban los alojamientos y los repartos vecinales; repetíanse los préstamos

 

del Concejo y los donativos forzosos de los mercaderes y de los vecinos acaudalados; tomábanse y consumíanse, según dicen do­cumentos de aquel tiempo (28) los navios de los mareantes, (cuyo número pasaba en­tonces de ochenta) para la conducción de tro­pas, vituallas y municiones é inútil es añadir que eran constantemente hollados los pri­vilegios y regalías del vecindario, además de verse atropellado en sus propiedades y hasta desposeído de frutos y ganados en cuanto se aglomeraban fuerzas militares en la villa y faltaban ¡os ranchos para estas. ¿Oué importaba la ostensosa devoción reli­giosa del Capitan general de Galicia y de sus subordinados, ni la atención ceremonio­sa de dicho supremo jefe pidiendo permiso al Gremio de mareantes, y obteniéndolo por escritura notarial, (Archivo del Gremio) para asistir humildemente á la procesión de Corpus Christi entre los alumbrantes cid

 

— i 31

Santísimo Sacramento, (á los mareantes per­tenecía exclusivamente tal privilegio) si en cambio 110 podía contener el merodeo de las partidas de soldados, verdaderos salteado­res entonces, ni devolver los préstamos, ni prescindir de tomar los granos, los vinos y los barcos, y de tener angustiados con los alojamientos, que producían pérdida de bie­nes y de honra, á los habitantes de la villa? Baste decir que se llegó al extremo de arrebatar las caballerías á los más pobres arrieros.

Despoblóse Pontevedra por masas; huye­ron los mareantes á otros puertos llevándo­se las industrias del mar; desapareció la concurrencia de embarcaciones y de mer­cancías, anulándose las corrientes del comer* ció con la península y con el extranjero; de­jaron de cultivarse los campos, de podarse las viñas y, en resumen, la miseria se ense­ñoreó de la villrt. Desde esta tremenda é in-

—   132 — merecida calamidad no ha podido reponerse Pontevedra; y verdaderamente, si por haber existido en ella un cuartel general sufrió tan enorme quebranto, del cual nunca obtuvo re­paración, es, entre lasque recientemente se han disputado una capitanía general, la única ciudad que tendría derecho d esta clase de indemnización; mas, como ya hemos dicho, otros elementos de mayor solidez son los que debe utilizar para recobrar lo perdido.

Unióse á tantas desdichas la de una es­pantosa peste que agobió á los pocos veci­nos que quedaron en la villa y, por último, hasta el poético rio Lerez, con repetidas ere* cidasj cegó los fondeaderos, á la vez que el progreso aumentó el tonelaje y el calado de los buques, circunstancia que fué verdade­ramente la causa principal de la decaden­cia de Pontevedra.

Nuestros lectores podrán figurarse que humor tendrían sus habitantes para celebrar

—   133 ~ la paz con Portugal, esto es, la pérdida de una parte de la nación, después de las pro­pias calamidades, con fiestas impuestas por el gobierno de Madrid. Hubo festejos; pero ]qué diferentes de los que á principios del mismo siglo motivó el nacimiento de! prín­cipe heredero] Entonces Pontevedra era ri­ca; entonces, no habiendo parecido dignos del suceso los festejos celebrados de orden de D. Maximiliano de Austria, arzobispo de Santiago, se realizaron expléndidamente otros durante ocho dias con nueve danzas de espadas, cintas y arcos, presentadas por los gremios, cuadrillas de vistosas libreas, Juchas de caballeros en diversos juegos, fun* cioncs religiosas, caza de delfines, penlas engalanadas de valiosas alhajas a cargo de las ochenta y rfo.? panaderas de la villa, co­rrida de cuatro toros por el gremio de car* niceros en la plaza del cantón do Regó (hoy plaza de Teucro) y paseos por las calles de

—   i 34 — la Nao, vistosamente empavesada; dato este último que demostrará al Sr. Fernandez Du­ro que dicha nao no era, como crée, singular alegoría del triunfo de la Iglesia en la proce­sión det Corpus Christi, sino representación de una gloria de Pontevedra, que se osten­taba en las ocasiones solemnes.

No tenía fuerzas de ninguna clase la mal tratada Pontevedra para celebrar la paz, por mas que gracias á ella, pudiese prome­terse que se vería libre del famoso cuartel (jcneral que en ella existía desde la rebelión de Portugal y que fuese indemnizada con­venientemente, para poder restablecer su pasado bienestar.

Hiciéronse grandes esfuerzos por los arzo­bispos y por los vecinos para reponer en lo posible las fuerzas de la villa; pero Dios lo dispuso de otro modo, pues á principios del siglo XVIII vino la guerra de sucesión, con cuartel general (29) y consiguientes aloja­
mientos cíe tropas, gastos y extorsiones, con la irrupción incendiaria de los soldados in­gleses y, como repetición del drama del si­glo anterior, con otra asoladora peste.

Restablecida la tranquilidad de España, se realizaron con algún éxito, hasta 1808, varias tentativas para dar nueva vida á Pon­tevedra y tomaron, en efecto, cierto vuelo las industrias de pesca, salazón y construc­ción de buques menores; estab1«»1«-«”’-» lares de lienzos de lino, fábric;

ros, (una de ellas titulábase

panas y otra de tejidos de algodón; mas la

guerra de la:ncia primero, luego

guerra

las luchas civiles y por remate, extrañas y mal consideradas gestiones, arrebataron á Pontevedra, que á la sazón 110 tenía, corno en los siglos anteriores, (30) hijos ó vecinos in­fluyentes que la amparasen, diversos me­dios de existencia, y gracias á la justicia de sus méritos y á la excelencia de sus con-

10

 

(.liciones, pudo obtener la capitalidad de la provincia de su nombre.

Por su emplazamiento, repetimos, junta­mente con su belleza, debe aspirar no solo á renovar su antigua prosperidad, sino tam­bién á lograr mayores bienes; para ello so­lo se necesita que el elocuente ejemplo da­do por un distinguido hijo suyo, creando fábricas, sirva de norma á los demás.

 

 

 

NOTAS

Preliminar.—Nos duele sobremane­ra contradecir y rectificar opiniones emiti­das por persona tan respetable y de tanta erudición y autoridad como el digno acadé­mico Sr. Fernandez Duro; pero nos hemos visto en la precisión de hacerlo así á fin de restablecer la verdad histórica, tal como no­sotros la concebimos, sobre algún hecho de los que son objeto de nuestro estudio. Salva­mos, pues, desde luego la alta considera­ción que nos merece dicho ilustre escritor, y para inteligencia de los lectores de este libro, creemos oportuno manifestar además que el concepto en que usamos la palabra «Cantábria» es el mismo que establece el Sr. Fernandez Duro al decir, en La Marina de Castilla, que la nave capitana de Colón representaba (aunque no lo demuestra) en la escuadrilla del primer viaje, «á las Cua­tro villas y á los puertos de Vizcaya y de Guipúzcoa.» Excluida así de la denomina­ción geográfica Cantábria el resto de la cos­ta del norte, esto es, la que limita Asturias y parte de Galicia, nos hemos visto obliga­dos, repetimos, á raciocinar sobre esta ba­se, y, por consiguiente, debe entenderse que empleamos la palabra mencionada refirién­donos, también exclusivamente, á la costa de Santander, Vizcaya y Guipúzcoa.

Núm.o 1.

No hemos vacilado en defender á Juan déla Cosa en los términos que contiene el texto, interpretando como concepto gene­ral, no como especial ó imposición ineludi­ble á aquel piloto, la alusión que á órdenes

—   139 — anteriores (que fueron por cierto muy estre­chas) hace 3a carta de los RR. CC. en la si­guiente frase: «porque en nuestro servicio é nuestro mandado fuistes por maestre &.a» Sabido es que en los documentos burocrá­ticos se estampan frases hechas, digámoslo así, cuya significación 110 es la literal ó la que se contrae á la propiedad de cada una de sus palabras cuando no perjudican á la materia esencial del documento, sino que abarcan un sentido lato que comprende va­rios conceptos; y creemos que las frases «nuestro mandado» y «.una nao vuestra» tienen aquel carácter. De todos modos, este no es lugar adecuado para analiEar y discu­tir tal cuestión.

Núm.o 2.

Poseemos varias escrituras de contratos celebrados en Pontevedra desde principios del siglo XV, ya de fletes de navíos, ya de obligación de entregar en fecha determinada (generalmente el mes de Noviembre) tantos ó cuantos «millares de sardina salada, pren­sada é boa, que sea de dar e de tomar de

 

mercader a mercader» fijándose como pena, de no entregarla en el plazo convenido, el importe del género irá como valere en Sí villa, Vajengia, Alicante, Barcelona, Januva y aun «.-I Uündi’Ct» que nosotros interpretamos Ale­jandría por no hallar nombre de población * *

comercial y marítima mas parecido á la pa­labra subrayada. Esta sopeña indica clara­mente que Pontevedra sostenía con aquellas ciudades activo comercio de dicho artículo; no de otra suerte podrían sus marcantes sos­tener siete cercos (inmensa red que ordina­riamente sacaba del mar millón y medio á dos millones de sardinas). Por otra parte, la industria de salazón era nuiy antigua y flo­reciente en dicha villa á juzgar por un di­ploma de D. Alfonso IX, fechado en ella á 27 de Septiembre de 1229, y copiado de una compulsa judicial hecha en 1 577 y exis­tente en el archivo de la catedral cotnpostc- lana, por el Sr. López Ferreiro en su obra «lrueros municipales de Santiago y su tie­rra.»

Y    por carta del Rey San Fernando, fe-

 

— Mi — . chada en Valladolid á 6 de Noviembre de 1238, entre todos los puertos de Galicia, solo los de Pontevedra y Noya estaban fa­cultados para la fabricación del saín.

Por estos y otros datos que enumeramos en el presente libro, demostrativos de la im­portancia de Pontevedra en la Edad media, se comprenderá que 110 estaba bien infor­mado el Sr. Murguía cuando dijo en su obra «Galicia» página 699, que «cien años ántes apenas se le conocía» á propósito de que en una información de la Inquisición, año de 1607, se léc que Pontevedra era puerto de mucho comercio «no solo con España, sino ■:on Inglaterra y Francia.» Precisamente en ti mismo siglo XVII empezó su decadencia por causas que mencionamos en las últimas páginas del texto,

Núm.o 3.

En la denominación de Flandes se incluía generalmente no solo la Bélgica y la Holan­da, sino también una parte de la costa nor­te de Francia, la de Alemania (Hamburgo), Dinamarca y aún Suecia y Noruega,

 

Pontevedra mantenía relaciones maríti­mas con Flandes, siendo notable el hecho de que mercaderes de Burgos se sirviesen de los barcos de aquella villa, como lo demues­tra el siguiente documento que copiamos á la letra.

«xxviij0 dias de setujuan domle flamen- go besiño de burgos dou seu poder cunplido a al’on yans jacob notario de pontvcdra pa que por ele enseunom pódese rescebir e rc- cabdar e avere cobrar todlas mercadorias de coyros e outras quaes quer cousas que el car­gase ena nao de pedro falqon este dito ano de que juan de san b° era mr pa frands e pa rescebir conta do pago e dar carta ou car­tas de pago testigos juan got3 do ribeyro e alonso rrodrigues de cordoba e outros» (Mi­nutario notarial de 1434 depositado en el Museo Arqueológico de Pontevedra por el vecino de la misma D. Joaquín Nuñez,) Num.° 4,

Pavo Gumez Chakino.—Por no haber querido enterarse, el Sr. Fernandez Duro estuvo á punto de excluirle de la lista

 

—   143 — de almirantes de Castilla; aparece firman­do como «Almirante mayor», no en un solo privilegio, como dice el ilustre académico, sino en varios; y en una confirmación á fa­vor de Pontevedra, datada en Toro por Don Alfonso XI á 22 de Agosto, era 1354, dicho rey se refiere ai tiempo de su abuelo Don Sancho «seyendo don pety gontez su alnii- … raníe de la mar.» No atinamos con la cau­sa en virtud de la cual el docto escritor (reba^/l ja cuanto puede la figura de Charínq^-pócas paginas después de decir que «al supremo puesto de Almirante 110 se llegaba sin ha­ber dado antes verdaderas pruebas de pe­ricia cii la navegación y de bravura en los combates marítimos,»

Sabemos que el Sr, Alvarez Gimenez, ilustradísimo Director del Instituto de Pon­tevedra, prepara un trabajo histórico para refutar los comentarios y rectificar las noti­cias equivocadas que el Sr, Fernandez Duro incluye en «La Marina de Castilla» con res­pecto á Chariuo y á la conquista de Sevi­lla y tenemos la seguridad de que el Sr. Al-

—   144 — varez Giménez lo hará cumplida y elocuen­temente. Omitimos, pues, ío mucho que pu­diéramos dccir acerca de esta materia, y solo nos permitiremos manifestar nuestro asombro al ver que el Sr. Fernandez Duro admite con la mayor scncillcz la acusación de que la respetable comunidad de Francis­canos de Pontevedra 1ia consentido la comi­sión de una superchería, ó de una falsedad, en el punto más visible del templo, cual es el crucero en el lugar inmediato á la capilla mayor, donde se alza la sepultura de Chari­no. Kl Sr. Fernandez Duro cierra los ojos y acepta las negaciones del apasionado pote- mista Pérez Reoyo, hasta el punto de dccir que el Monasterio mencionado fue construi­do en el si’¡¡la .VI’ y que aquel almirante no fue señor de Rianjo, ¿Qué trabajo le hubie­ra costado al Sr. Fernandez Duro pedir da­tos respecto á lo primero á los Sres. P, Fita y Fernandez Guerra, (de no merecerle crédi­to la Historia de la Orden Franciscana de Galicia por el P, Castro), y en cuanto á lo segundo á personas de Pontevedra, que luí- bieran tenido mucha complacencia en pro­porcionárselos?

Alonso Jofre Tenorio, derrotó á Pe- zatillo, jefe de las armadas del rej’ de Por­tugal. Por sus padres, D. Pedro Rodríguez Tenorio y ]Xa Teresa Paez de Sotomnyor, hermana de Charino, y por el hecho de exis­tir, aún á principios del siglo XV, una calle en Pontevedra denominada de Jofre Tanoi- ro, se evidencia que 110 desvariaron Gari- bay y otros escritores al afirmar que dicho almirante fue gallego. Poseemos dos con­tratos de aforamiento, hechos respectiva­mente por Fernando da Nova y otros en 13 de Mayo de 1436 y por el concejo de Pon­tevedra en 19 de Abril de 1437; el prime­ro á favor de Gonzalo García y de su mujer María da ¡Sopa, y el segundo á favor del clérigo Pedro de Montes, teniente lugar de Rector de Santa María la Grande, ambos por fincas en la citada Rúa de Jofre Tanoiro. A una legua de Pontevedra y en la parro­quia de Tenorio, donde nació también, á 19 de Mayo de 1328, D. Pedro Tenorio, Arzu- — 14<5 —

bispo de Toledo, aun existen grandes restos de los castillos de aquellos caballeros, cuyo apellido popularizó el insigne poeta Zorrilla; alguno de ellos tomó parte en las Cruzadas, pues arqueólogos ingleses encontraron re­cientemente en Chipre lápidas sepulcrales con el nombre de Tanoírus: acaso el de Jo- fre es reducción del de Godofrcdo, adoptado en memoria del más esclarecido jete de hts Cruzadas, Godofrcdo de Bouillon. La linea principal de esta familia vino á refundirse en la de los Duques de Sotomayor, mar­queses de Tenorio, señores de Cotobad Ausak L’aez de Sotomayor, hijo de Payo Gómez Charino. Firma como Almirante ma­yor en dos privilegios fechados á 27 de Julio y 12 de Noviembre de *302 y en una con­firmación de D, Fernando IV, á 17 de Fe­brero de 1303, de las mercedes otorgadas por D.n Urraca y su esposo el conde D. Rai­mundo al monasterio de San Juan de Poyo. De su vida solo tenemos noticias muy pro­blemáticas, como la de haber sido herido en 1111 combate naval con los moros acaecido

—   i 47 — cerca de Tarifa y la de hallarse enterrado en el convento de Santa Clara de Ponteve­dra. Respecto á la primera, se supone que los privilegios de la Casa de Alemparte pro­vienen de los servicios prestados por Albar Paez en dicha guerra; cnanto á la segunda, aunque en la iglesia de aquel convento hay, en efecto, una sepultura de arco en sitio pre– ferente, carece de inscripción y se ignora quien yace en ella.

Núm.° 5.

Juan ha Nova, de quien da brillante no­ticia como marino (/allego el Dr. Sophus Ruge, profesor del Instituto politécnico de Dresde en su «Historia de la época de los descubrimientos geográficos» incluida en el tomo VII de la Universal de Oncken, entró al servicio del rey’ de Portugal, quien le dio en 1501 el mando de cuatro naves de ex­pedición á la India, regresando cubierto de laureles y de botín, y con el descubrimiento de las islas de la Ascensión y de Santa He­lena. El monarca portugués le hizo en Lis­boa un recibimiento tan ostentoso como el

que cerca de dos siglos antes había hecho el castellano á Jofre Tenorio en Sevilla des­pués de haber derrotado á Pezaño; y le col­mó de mercedes. Mientras no vengan nue­vos documentos á destruir nuestras conje­turas, no vacilamos en atribuir á Juan da Nova la patria pontevedresa atendiendo á los siguientes datos que demuestran la exis­tencia en Pontevedra de la familia Nova en el siglo XV y principios del XVI.—Kti primer lugar, el papel citado en la nota an­terior con relación al Almirante Jofre Teno­rio, en que figuran Fernando y Maria da Nova. Además, una escritura relativa á cen­so de seis maravedís de moneda vieja, que á favor de la cofradía de San Juan Bautista de Pontevedra, en 2 de Noviembre de 1428, hizo Teresa Garcia, mujer que fué de Afonso Yans, en presencia de los procu­radores y cofrades de dicha cofradía «Jiarto- lameií de colon y a° da nona».—-En 1457 figuran en Pontevedra como alcabaleros de la sal Pedro Fariña y Pedro da Nova.—La ejecutoria de la sentencia dada por la Au-

—   149 — diencia de la Corufia en el pleito del Monas* terio de Poyo con D. Melchor García de Fi- gueroa y Cienfuegos, alcalde ordinario de la villa, sobre la huerta de Anduríque (limítro­fe de Portosanto, parroquia de San Salva­dor de Poyo) ejecutoria expedida á 13 de Agosto de 1616, incluye por copia lite­ral y como prueba, una escritura de foro he­cha en 3 de Octubre de 1519 en nombre de D. Juan de Vibona, Cardenal de San­ta María in Pórtici, Abad perpétuo del Mo­nasterio de Poyo, á favor del mareante de Pontevedra Juan de Colon y de su mujer Constanza de Colon representados por Juan Nova, también mareante de dicha villa. Esta noticia ha sido publicada en la notable obra «El rio Lerez» porD. Luis de la Riega, po­seedor del expresado documento.

Pudro Sarmiento de Gamboa, á quien historiadores ingleses llaman el primer vcflanle del siglo .Y 17, parece haber nacido en Alcalá de Henares, hijo de Bartolomé Sarmiento, pontevedrés, y de una señora vizcaina. Estudió la náutica en Pontevedra

 

y la tradición señala todavía la casa que ha­bitaron él y sus padres: es probable que ha­ya sido pariente de Cristóbal García Sar­miento, piloto de La i’inlü, y de Antonio Sarmiento Montenegro, Juez ordinario de dicha villa en 1540-.

Los Nodal, también famosos marinos en dicho siglo, y los Matos, que vivieron en el siguiente, son muy conocidos; más respecto de estos últimos, consignaremos que sus ser­vicios fueron notables, según las certifica­ciones que existen en el archivo de! Gre­mio de Mareantes: servicios verdaderamen­te eminentes, premiados con las más al* tas categorías de la marina militar. Juan de Matos, el viejo, fné Almirante de la escuadra de Barlovento; su hijo Juan de Matos, Almi­rante del mar Occcano y de las Escuadras de Galicia; y el sobrino de este último, hijo de su hermana D.a Teresa y del alferez Se­bastian García, llamado también 1). Juan. Almirante de la Escuadra de Nápoles,

El Sr.- Murguía, dice en su libro «Galicia» que D. Juan Matos y Eandiño, sobrino de

 

—   I$i —

uno de estos Almirantes, «fué mejor marino que su tío, según se decía.» No sabemos á cual pariente se refiere el distinguido histo­riador de Galicia, ni que fundamentos tiene la frase «según se decía», ni que el Fandiño haya figurado en escala superior á la de cual­quiera de dichos ilustres marinos.

Núm,° 6.

Los privilegios á que nos referimos cons­tan, á falta de los documentos originales, destruidos en las perturbaciones del presen­te siglo XIX, en una compulsa judicial he­cha en 24 de Agosto de 1748 por el nota­rio de la villa José Antonio Rodríguez de Vera, en virtud de auto acordado y provchi- do por los señores Justicia, alcaldes y regi­dores, á petición de los procuradores gene­rales de! ayuntamiento; el testimonio fué comprobado por los notarios Andrés Nuñez de Montenegro y Sebastian Nimez y com­prende además el amplio privilegio de de­clarar á los habitatores de Pontevedra* tam presentes qitam futuro,v» libres de los tribu­tos llamados «luctuosa, fonsadera, goyosa,

n

 

¡mal, navigio, pedidalla, moneda &.“» Otra franquicia de los mareantes pontevedreses era la de vender libremente el pescado, sin que se les pudiera poner precio ni peso, se­gún la undécima ordenanza de las que re­gían de tiempo inmemorial en la villa, testi­moniadas por el notario Martin de Segura á 27 de Febrero de 1609. Estos privilegios y franquicias, juntamente con los demás, fueron concedidos unos y renovados otros por D. Fernando el Santo á consecuencia de la conquista de Sevilla, así como por diver­sos reyes, y confirmados todos por D. Enri­que IV en líadajoz y por el Emperador Don Carlos en la Coruña.

Núra.° 7.

«Don Rodrigo de Luna por la gracia de Dios et de la santa iglesia de Roma arzobis­po de la santa iglesia e arzobispado de Santiago capellan mayor de nuestro señor el rey et su notario mayor del regno de león oydor de la su abdiencia y del su con­sejo vimos una carta de sentencia dada por el juez que era á la sagon de la nuestra villa

 

tic pontevedra escripta en pergamino de cuero firmada del nombre de dicho juez et sellada en pendente de su sello e firmada otrosy del nombre de Ruy g» escribano que era en la abdiencia del dicho juez ante nos presentada por juan basante carpentero por sy et en nombre de los otros carpenteros vecinos e moradores de la dicha nuestra vi­lla de pontevedra de la qua! sentencia su thenor es el siguiente

Sabean quantos esta carta de sentencia viren como ante min gongal peres juez lu­gar teniente de gontjal sanches de vaamon- de juez ordinario da villa de pontevedra pa- resceron en juicio miguell ferrandez verde arrendador da alcauala dos navios o ano pa­sado de mili e quatroceutos e quorenta e nove anos Et por palabra demandou a afon de montes y a fernati mmez e afon juan e a juan basante y esteno rrodriguez carpen- teros moradores en a dita villa que como eles e outros seus consortes feceran e labra­ran asy a enpreytada como por razón de bragalajeen e afan das suas maos certos na-

vios e pinadas e outros en o tempo de seu arrendamento que estimauan alcauala que entendían do.que He poderian deucr confia de dous rnjll mrs Et pedia a o dito juez que líos mandase pagar y logo os ditos reos di- seron que Jle negauan sua tal estimaron e pedian a o dito juez que lies mandase dar por sy y en nombre dos outros que quise- sen scer en ajuda do dito pleyto o traslado e término de dreito a que respóndese Et o juez mandoullo dar e responder a nouc dias e a este termino troixesen procuraron de quales quier que quixeren seer en sua fa­vor e ajuda do dito pleito et a o dito termino parescesen as ditas partes et outros conteni­dos en huna procuraron ende mostraron ct discron que eles non eran tiudos a tal alca- imla de navios que eles fegesen e labrasen por seus jornas por cuanto alguos marean­tes querían facer seus navios cnpreytada e atallamento et lies ciaban sen breu et rezina crauos e madeyra Et eles por alan de seus jornaas e corpos lies davan certa con Lía de mrs por razón de sen traballo de suas manos

 

—       155 ~

et afan de sen corpo Et aay dezian que nun­ca se acostumbran grandes tiempos son pa­sados c oje en día lie non pagaran alcavala alguna e dezian que en tal posesion estauan e pedían a o dito juez que selle esto fose ne­gado po lo dito miguet ferrandez alcaualero que pedia ser rescebido a prouar de lo sobre esto dito o dito miguel ferrandez diso que eso meesmo el quería ser rescebido á pro­na r lo que ei demandaría Et sobrestp^a-^ílT- tas partes me pedí ron que librase o que a cha-‘ se por dereito et concludiíín Et en ouve o dito pleito por concluso et asigney termino partí o librar cao termino por mya asigna­do en presencia das ditas partes dey una pronun^iac-ion que decia que rrcsccbia anbas las ditas partes conjuntamente a prouar a os ditos reos suas defensiones et a o dito abtor sua demanda para o qnal lies asigney yertos términos e prodnros para faccren mas pro- lias E lies mandey que en o dito termino po- sesen seus enterrogatorios e pronas para se presentaren suas testymonias e interloquen- do o pronunciey asi en o qual termino os di-

 

tos carpenteros trouxeron suas testymonias e en presenea do dito aleaualero foron aju~ ramentados e despois tomados seus ditos apartadamente y cada un sobre sy et despois abertas e publicadas et dadas o traslado as partes a que dixesen o seu dereito E sobre esto dixeron e rrazoaron quanto dicer e ra- razoar quixeron íasta que concludieron e me pidieron que librase o que achase por direi- to E eu o uve opieyto por concluso e asigney termino e dey esta sentencia que tal he… Et cu juez sobredito visto e diligentemente exa­minado hun proceso de pleito ante my tra­tado entre partes conven a saber entre mi- gnell ferrandez verde arrendador da alcauala dos navios da villa de pontevedra o año pa­sado de mili e quatroccntos c quoarenta e nove anos abtor de huna parte c afun de montes c juan basante e afon juan e ferrand nunez e esteuo rrodriguez carpenteros de navios da dita villa de que se mostraron procuradores reos da outra parte

E visto en como as ditas partes conjun­tamente foron por min rebebidas aproua de

 

—         i57 — suas entengoos E o dito abtor non prouou cousa alguna do por el demandado E visto a pronanga sobrelo feyta polos ditos reos por sy e en lióme das ditas mas partes e as contraditas e tachas por lo dito abtor opostas a seus testigos as quaes 11011 foron legítimamente ne con as solepnidadei do dreito segund se requería en tal caso nen as prouou E visto todo o dito pleito e abtos del e todo cuanto era necesario de ver ávi­do sobrelo meu acordo e plenarya delibe- ragíóncon letrados acho que o dito reo por por sy e en nome dos ditas partes prouou ben c conpridaniente sua entengon conuen a saber nunca ser costunie en na dita villa deqos taes carpenteiros dos ditos navios pagaren a tal alcauala dos navios pinagas e batees que fazian e tomauan a sua ventura por razón de enpreytada c traballo das suas maos e personas nen da niadeyra e clu- uagon c breu pagauan a lioso señor o Rey et á seus arrendadores sua alcabala e cíes que a cunprauan segund ley do dito qua- derno eran quitos Et por ende dou por libres e quitos a os ditos carpentciros e a seus bees a cada un deles da dita alcabala agora e darjui endcante das pinagas e navios e batees que asy fegeren por razón de enprey- tada a sua ventura E poño sylen^io perpe­tuo a o dito miguel ferrs alcaualcro sobre dito e aoutro qualquier que arrendare a di­ta alcauala dos navios que de aqui en dean­te non demanden non molesten nen enquie- ten sobrelo a oí: ditos carpentciros por ra­zón da dita alcauala E por myña sentenga definitiva o julgo mando declaro e discer~ no todo asy en estos escriptos E por eles dou esta sen tenca testemonias que estauan presentes diego tendeiro e juan eerreíro c lopo castaño e juan inacriño e juan dedo- mayo e outros dada día sabado dez e septe días do mes de janeiro ano do nascemento de noso señor yhxpo de myll e qtiatrocen- tos e quarentae nove anos. A qual setitenca asy dada o dito mygueell ferrnz diso que apclaua por palabra e entendía apelar por cscripto en no termino de dereito—g»° pe­res Rodcricus gundisaluus escriptof

—       iS9 —

E la dicha sentencia asy ante nos pre­sentada fuenos pedido e suplicado por el dicho juan basante pediendonos por merced tovyercmos por bien de Íes confirmar la di­cha sentencia et todo lo en ella contenydo mandandola goardar e cumplir en todo E por todo doy en adelante para syempre costrencndo e aprcmyando á los alcauale- ros c cogedores de las alcaualas de la di­cha nuestra villa en renta o fieldat o en otra qualquier manera que agora son e fueren de aqui adelante que les non de­manden ias tales alcaualas de labrar e fa­cer navios naves barchas baixeles carauclas pinacas barcos c batecls ct todas e quaes quier fustas mayores e menores para marear aunque las fiziesen e labrasen acote et a jor­nal o en otra qualquier manera en la dicha villa de pontevedra et en sus prayas et nías c términos et jurdieoos deila mandando á los juezes e allcaldes e mayordomos de la dicha villa que agora son e fueren de aqui en adelante que los defiendan con todas Jas causas acerca de la dicha alcauala en la

—        IÓO —

dicha sentencia contenydas e que non con­sientan que alguno nin algunos non va­yan contra ella por gelo amenguar o que­brantar en alguna manera nyn por alguna ra­zón quanto mas que los derechos e leys e ordenamientos reales non les obligan a pa­gar trebuto alguno de lo que ganan de sus oficios de carpintaria por afan y trabajo de sus manos asy por razón de enpreytada c braralajeen como en otra qualquier manera suplicándonos todavía que le confirmare­mos la dicha sentencia Et nos viendo la di­cha petición ser justa et en como la dicha sentencia fue et es racionabele jurídica amo- logada c passada en cossa julgada touímos por bien de les confirmar e por la presente confirmamos e aprouamos en todo e por todo la dicha sentencia et mandamos que le vala e sea goardada e coinprida segund e por lo modo e manera que en ella se con­tiene Et que alguno nyn algunos no sean osados de los yr nin pasar contra ello nin contra parte de ello en alguna manera nyn por alguna rrazon por gela menguar e que-

 

brantar et defendemos firmemente a todos e aquales quier cogedores e recabdadores en rrenta o en fieldad o en otra qualquier manera que agora son et serán de aqui ade­lante de las alcaualas de los navios e naves e fustas de qualquier manera que sean para marear que les non puedan demandar nyn demanden las tales alcaualas en la dicha vi- lía e sus términos e jurdiciones pues que son quitos et exentos dellas segunt el thenor de la dicha sentencia e por semejan­te vi a mandamos álos dichos juezes e all- caldes e mayordomos de la dicha nuestra villa e sus lugares tenientes asy á los que agora son como los que daqui adelante fue­ren de ía dicha villa e suas prayas e rrias e términos e jurdieoos que anparen e de­fiendan a los dichos carpenteros que agora son e fueren de aquí adelante vecinos de la nuestra villa de pontevedra gerca de las co­sas en la dicha sentencia contenydas Et los unos c los otros non fagades nin fagan de ende al sopeña de la nuestra merced y de excomoníón e de diez mil mrs a cada un

He vos e dellos para la nuestra camara que lo ansy facer et conplir non quisyere en testymonyo de lo quaí les mandamos dar e damos esta nuestra carta confirmatoria firmada de nuestro nombre et sellada con nuestro sello en pendiente et por mayor fir­meza mandamos a ahiaro de casteenda no­tario de la nuestra cibdad de Santiago que la signare de su signo ¡ dada en la nuestra dicha cibdade oyto dias del mes de junyo ano del nascimento de noso señor Ilnixpo de mil e quatrocientos e cincuenta e suys anos estando presentes por testigos el car­denal martin lopez e juan de la parra canoi- go de la dicha nuestra iglesia c el bachiller Rodrigo bailo nuestro familiar e otros | Ro- dericus arcliiepiscopus conpostellanus. Et eu alvaro de casteenda notario publico ju­rado de santiago por la igllia de Santia­go a esto que sobredito he en hun con os ditos testigos presente fu}’. E por man­dado de meu señor o arcobispo de Santia­go don Rodrigo de luna esta sobredita con­firmatoria escripui e fige meu noine e signo

 

puse que tal he en tcstimonyode verdade.»

(Copia sacada del cartulario de la cofra­día de San Juan Bautista de Pontevedra, que empieza en 1431 y termina en 1562,- publicada en la Revista «Galicia diplomá­tica.»)

De este documento se deduce también, aparte de lo manifestado en el texto, i,°: Que solo se trata del período de un año, de que fué alcabalero Miguel Ferrandez Verde, y que durante dicho período, los capintex^ ros reclamantes y sus consortes labraron «certos navios e pinazas e outross, circuns­tancia que acusa actividad y variedad en la construcción naval. 2.0, que existían á la sazón leyes y ordenamientos reales que eximían de los tributos á los constructores de barcos, con lo cual se comprueba el go­ce en Pontevedra de privilegios especiales.

Y 3.0, que la industria debía ser muy im­portante, pues 5i las alcabalas representaran una suma pequeña, el arrendador expresa­do no habría seguido un pleito bastante costoso por su duración de seis años.

Núm.o 8.

Por acuerdo del Concejo, que consta en el Libro del mismo á 27 de Junio de I44°i se mandó pagar á Pedro Falcon la cantidad de cien maravedís por transporte del vino del Arzobispo desde la Lonja á la ribera. Parece ser que esta lonja se dedicó posterior­mente á casa consistorial, ocupándose al efecto el piso alto para sala de sesiones y oficinas, dedicándose los bajos á la contra­tación. A causa de la extremada decadencia de la villa en el siglo XVJI, fué suprimida, sustituyéndole una simple alhóndiga para granos.

Núm.° 9.

Aludimos á la vía férrea de Pontevedra á Carril y Santiago, cuyas obras se realizan actualmente; al ámplio muelle de desem­barco del material de las mismas, que-ser- vírá en lo sucesivo para el tráfico mercantil de dicho camino; y, por úlLimo, á las im­portantes fábricas de productos cerámicos y de labrar madera, instaladas con todos

 

—        i¿5 — los perfeccionamientos modernos, ambas del Sr. Marqués de Riestra.

Merece también ser mencionada la de fun­dición del Sr. Pazo, cuyos productos, son tan sólidos como de buen gusto. Al entre­gar estas notas á la imprenta, nos entera­mos de la noticia, comunicada desde Madrid por el Sr. Gobernador de la provincia, Don Augusto González Besada (tan interesado por el bien de Pontevedra, de que el Sr. Mi­nistro de Fomento ha resuelto que se ejecu­ten por administración las obras del muelle de las Corbaceiras y que se estudie el en- cauzamiento del rio: la ocasión es oportu­na para que los pontevedreses, por el pode­roso recurso de la asociación, procuren se­cundar la animosa iniciativa del Sr. Marqués de Riestra. Las corporaciones, las socieda­des, ias actuales cofradías y gremios, y la prensa local debieran estudiar detenidamen­te esta cuestión é impulsar al vecindario en la dir ccien convciaenle.

Núm.° 10.

Por cierto que el Sr, Asensio, como es-

 

critor cultísimo que no desciende al terreno de las vulgaridades, no quiso dar una sola vez en su reciente, voluminosa y notable obra citada, Cristóbal Colón, el sobrenom­bre vulgar de La Gallega á la Santa María, atendiendo sin duda á aquella frase: « Yo con perdón de Vd.. soy gallego.» No puede ex­plicarse de otro modo la contradicción de consignar el sobrenombre de La India que tenía la Santa Cruz y omitir cuidadosamen­te el de La Gallega con que era conocida la Sania María, teniendo esta carabela ab­soluta notoriedad en la historia y no ha­biéndola alcanzado aquella.

Núm.o 11.

En !a parte de alcabalas de la mar que el Rey tenía á su disposición, se hallaban si­tuados, precisamente á mediados del siglo XV, los sueldos del Arzobispo de Santiago como «Oydor de la Abdicncia del Rey* y como sCapeltan mayor», este de 19-331 maravedís, (carta de toma de D. Rodrigo de Luna al Concejo de Pontevedra fecha 20 de Mayo de 1451, inserta en el Libro de dicho

Concejo) y aquel de 50.000 maravedís vie­jos, (caita idem, ídem, fecha 6 de Diciem­bre de 1450) así como dos juros de á 10.000 maravedís cada uno, concedidos para siem­pre jamás por el Rey D. Juan II, (carta de D. Lope de Mendoza á dicho Concejo fecha 7 de Mayo de 1440) sin perjuicio de que el arzobispo, cuando lo había menester, ó cuando el monarca Ic encargaba apercibir su gente, castillos y fortalezas, tomaba an­ticipadas al Concejo mencionado, por cuen­ta de la recaudación real, sumas mayores de veinte mil maravedís, alguna de cuaren­ta y ocho mil quinientos. (Cartas del Arzo­bispo al Concejo en Julio de 1442, Diciem­bre de 1443 y Julio de 1444.) Con estos da­tos precisamente, lo repetimos, de media­dos del siglo XV, se demuestra la actividad comercial de Pontevedra, puesto que, sien­do muy módicos los impuestos de alcaba­las, y 110 cobrándose, en virtud de los privi­legios, otros tributos de mayor rendimiento, es indudable que para producir sumas co­mo las que el recaudador del Rey, entonces

1?

qn judío llamado Don Salomon Bagero, te­nía en sus cajas para hacer aquellos pagos álos arzobispos, además de los derechos que estos Prelados cobraban de las fieldades por su Señorío, d movimiento mercantil de dicha villa debía ser considerable.

Núm.° 12,

No es tal distracción la única padecida por el Sr, Murguía con relación al P, Sar­miento. En la página 664 de su «.Galicia.» escribe lo siguiente. «Y asi el nuevo burgo «(Pontevedra) fue conocido en los primeros «tiempos de nuestra era con el nombre de «Diios Pautes, no porque los tuviese á ia «sazón, como quiere el P. Sarmiento, Si.*» Para justificar la imputación subrayada, el distinguido historiador gallego inserta en la misma página esta nota: «En su Viaje (eí idel P. Sarmiento) se lee: La primera noli* «da que hallé de Pontevéteris aun 110 pasa «de U03. Pero siendo ya entonces Puente «vieja, es preciso retroceder mucho y supo­nerla fabricada y es creíble que Pontevedra «sea el Ad dúos ponles del Itinerario de An-

 

«tonino y el Ambas Puentes de las donacío- «nes de Santiago y de la pertiguería del «Conde de Lemos.» No hemos omitido una sola sílaba de la nota y como se vé, no se infiere de ella directa ni indirectamente que el P. Sarmiento quiera que Pontevedra tu­viese á la sazón dos puentes. Habla en sin­gular llamándola Puente vieja, y el nombre de Ambas Puentes se refiere á las donacio-^ nes; hallábase perfectamente eatei’aíío^’e! ilustre sabio, demostrándolo el título de Juez de Pontevedra á favor de Tristán de Montenegro, expedido por el Arzobispo D, Alonso de Fonseca, fecha 6 de Septiem­bre de 1463, inserto en el Libro del Conce­jo, pues le hace la merced de dicho cargo y del «judgado de Entramas las puentes, su anexo.»

A más de esto, la explicación de! Señor Murguía relativa á que Dúos pon tes era la denominación de la comarca comprendida entre Pontevedra y Puente San Payo, es la misma, exactamente, que dió hace mas de un siglo el P. Sarmiento en su descripción

 

—       í 70 — de dicha vü]a. El sabio benedictino, apo­yándose en fundamentos de consideración, entre ellos las noticias que Pomponio Mela nos dá de las rias bajas de Galicia, opina también que Pontevedra es la antiquísima Lambriacat á cuya opinión se ha adherido el P. Fita; pero el Sr, Murguía define que los historiadores romanos se hallaban mal informados.

De todos modos haremos constar que, por diversos títulos, tenemos la obligación de defender, -aun en nuestra pequenez, aí P. Sarmiento, y la cumplimos sin propósito alguno de menoscabar la justa fama del mo­derno c ilustrado historiador de Galicia, á quien ésta debe singular reconocimiento.

Núm.o 13.

Sociedad Arqueológica,

A ella pertenecen varios de los documen­tos que utilizamos en el presente libro, al­gunos facilitados por D. Joaquín Nuñez, ve­cino de Pontevedra; y consideramos inelu­dible y grato deber el de dar noticia, siquiera

— i7i — sucinta, de la Sociedad que nos ha honrado con el título de socio de mérito.

El Sr. Sampedro, que citamos en el texto, es el creador de esta útilísima y distinguida sociedad, á cuya actividad é ilustración se de­be que en el corto tiempo que lleva de exis­tencia haya reunido multitud de objetos ar­tísticos é históricos de primera importancia. Tanto las autoridades civiles y eclesiásticas de la provincia, como las corporaciones pro­vincial y municipal de Pontevedra, como el Ministerio de Fomento, han auxiliado cons­tantemente á dicha Sociedad, aunque no en la medida que quisieran dichas entidades, á causa de la penuria de los tiempos; y es jus­to mencionar la decidida protección que á la misma han otorgado y otorgan los seño­res Riestra, Vincenti, Ordoñez (D. Ezequiel), Besada {D. Augusto) y otros distinguidos funcionarios y personas particulares de Pon­tevedra y de la provincia, ya coadyuvando á los íines de la Sociedad) ya concediendo á su museo ó depositando en él valiosos ob­jetos,

 

Ha celebrado ya dos notables exposicio­nes, que han llamado jListamente laatención; y el museo, dividido en dos secciones, (co­locadas por ahora en locales separados) es constantemente visitado y alabado, especial­mente por eruditos extranjeros, que con­templan en él y admiran, curiosísimos re­cuerdos tle los tiempos remotos.

La primera sección situada en las her­mosas ruinas ojivales de Santo Domingo, (cuyas primeras reparaciones de conserva­ción, fundamento de las posteriores, se de­ben al patriotismo de D. Rogelio Lois) ofre­ce inestimables ejemplares arqueológicos de piedra, romanos, suevos y góticos, figuran­do en ellos, como inscripciones inéditas en todas las colecciones, las dedicadas á los emperadores Licinio Licíniano, Cnco Seve­ro, Carino, Maximino, Máximo y Numcria- 110, además de las de Trajano, Adriano, Constantino el Grande, Cesar Decencio, y otras. Aras, lápidas funerarias, capiteles, imágenes del arte bizantino, molinos de ma­no, sepulturas, escudos nobiliarios, vénse allí reunidos merced á las gestiones de la Socie­dad Arqueológica y á las donaciones de las personas de buena voluntad.

La segunda sección, instalada en des sa­lones cedidos por la Diputación provincial comprende muebles, telas, cuadros, retra­tos, grabados y dibujos, porcelanas, objetos de cerámica, bronces, hierros, medallas y monedas, libros y pergaminos antiguos, pei­netas notables, armas europeas y ultramari­nas, reproducciones en yeso de detalles ar­quitectónicos clásicos y árabes, maderas ta­lladas, adornos y enseres de la edad de piedra, de los celtas y délos romanos, ob­jetos de vitrina como relojes, tabaqueras, sellos, esmaltes, abanicos y demás dignos de figurar en un museo arqueológico. Am­bas secciones reclaman la formación de un catálogo, merced al cual los visitantes y ios aficionados puedan darse cuenta de las muchas curiosidades reunidas en un museo que honraría á cualquiera población de pri­mera clase.

Todo ello se debe principalmente á la singular perseverancia del Sr. Sampedro y así lo consignamos con la mayor satisfac­ción, seguros de que, con nosotros, los pon- tevedreses y los amantes de la cultura pú­blica le tributan el mas sincero recono­cimiento, así como á los demás socios, á los Sres. D. José Casal, D. Luís Sobrino, D, Rogelio Lois y D. Luís de Gorostola que le acompañaron en los primeros diííci- les pasos de la fundación, y á los Señores Obispo y Cabildo de Tuy, Mon (D. Alejan­dro) Becerra Armesto (D. Manuel), D. José Salgado de Caldas, l’azos Espéz, Cicerón, Sanabria y otros muchos, que donaron al Musco ó depositaron en él, objetos de gran importancia histórica y arqueológica.

Núm.o 14.

«Ano domini de mili e quatrocentos c triti­ta e sete dia quinta feira quatro dias do mes de Juílyo j sabean todos que estando o con­cello c hornees boos da villa de pontvedra ajuntados em seu concello &,a diseron que por rason que alguns mercaderes c suas liiercadorias e nabios se temían e re^eaban

—        175 — de byr a esta dita billa e seus portos con as ditas suas mercadorias e nabios entendendo de ser prendados e penorados por las mer­cadorias que goncalo correa tomara eno dito porto e lcbara ena bai cha chamada por nom rostro frcmoso &.a por ende que eles todos juntamente en hun acordo por sy e por tod- los outros bezios e moradores da dita billa doje este dito dia endeante seguraban e se­guraron a todos o a quaesquier mercaderes e todas suas mercadorias e nabios que a a dita billa e sen porto biesen que se temesen de ser prendados e penorados por rason do sobredito | ca eles por la presente se obliga­ban c obligaron delles teer e goardar o dito seguro e nolles seer feito dapno nen desa­guisado alguo en suas personas e nabios e mercadorias por rason do sobredito sub obligaron dos bees do dito concello e vc- zios e moradores desta dita billa que pa elo obligaron=testigos Ruy de lugo pedro qun o uello gongaluo de camoens mercaderes Ruy braqero scriban gongaluo fiel moor- domo bezios e moradores ena dita billa de  i y6 — pontuedra e outros».—(Libro del Concejo.)

Núm.° 15.

El Sr. Alcalá Galiana, en su notabilísimo folleto «Nuevas consideraciones sobre las carabelas de Colón» ha dejado perfectamen­te establecidas las razones en virtud de las cuales el adjetivo cavealum y el sustantivo cavéis, (cuevas, huecos, bodegas) usados por Pedro Mártir, deben traducirse en el presen­te caso en el sentido de que La Gallega te­nía gavias y de que carecían de ellas La Pinta y La Nina; de cuya manera se recti­fica el error en que importantes historiado­res han incurrido, por traducir nial aquellas palabras, de que dichas dos embarcaciones menores no tenían cubierta. Era verdadera­mente incomprensible que la Pin la y la Ni­ña hubiesen soportado y vencido, en el via­je de regreso, los peligros del occéano: los viajeros que hayan atravesado el Atlántico y sufrido un mediano temporal, podrán cal­cular la imposibilidad de que unos barcos tan pequeños hubiesen resistido, sin cubier­ta, las terribles borrascas del mar,

— 117 —

Andando el tiempo, dióse á las gavias el nombre de cofas, según el mismo autorizado escritor.

Núm.o 16.

Lista de los individuos que acompañaron á Colón en el primer viaje y regresaron con él al puerto de Palos, según el Sr. Fernán­dez Duro.

Nao Santa María.

Juan de la Cosa, maestre, de Santoña. Sancho Ruiz, piloto.

Maestre Alonso, de Moguer.

Maestre Diego, contramaestre.

Rodrigo Sanche/, de Segovia, veedor.

Pedro Gutiérrez, Rodrigo de Escobedo, de Segovia y Diego de Arana, de Córdoba, quedaron en la isla Española.

Terreros, maestresala.

Rodrigo de Jerez, de Ayamonte.

García Ruiz, de Santoña.

Rodrigo Escobar.

Francisco de Huelva.

Rui Fernandez, de Huelva,

Pedro de Bilbao. de Larrabezúa.

Pedro de Villa, de Santoña.

Diego Salcedo, criado de Colón.

Pedro de Acebedo, paje,

Luis de Torres, judío converso, intérprete.

 

tre……………………………………. :

Cristóbal García Xaliniento, piloto.

Juan Jerez…………………………..

Bartolomé García, contramaestre _>de Palos.

. ■

Juan Perez Vizcaíno………………… ¡

Rodrigo de Triana, de Lepe.

Juan Rodríguez Bermejo, dc Molinos.

Juan de Sevilla.

García Hernández…………………..

García Alonso.. ……………………..

Gómez Rascón………….. t …. I

Cristóbal Quintero Juan Quintero.. . Diego Bernuidez. , Juan Berauidez. .

—       179 —

Francisco García Gallegos. . . .), ,,

Francisco Garda Vallejo…………… F’ Mo*”r

Pedro de Arcos, de Palos.

Carabela Niña.

Vicente Yañez Pinzón, capitan; los demás tripulantes eran, unos de Palos, otros de Moguer.

En una minuta del pregón llamando á los herederos de los difuntos en Indias, se incluye una nómina de los que quedaron en la Española, en el primer viaje de Colón, y fueron asesinados en ella por los indios. Contiene cuarenta y un nombres, entre ellos el de Pedro de Foronda, sin pueblo de su naturaleza.

Núm.o 17.

«En este dito día (16 de Abril de 1437) estando o concello e homes boos dentro ena iglesia de san b° presentes y pedro ares de aldaan alfonso velasco jurado ¡ mandaron a juan bieites ramos que dese a afonso Sán­chez de Valladolid quatro mili mrs de nione-

 

da blanca contando blanca en cinco dine­ros j para en conta e pago dos mis que o dito concello devya por obligaron signada do signo dc femando peres notario e el en- prestara para a Armada de navios que fege- ra gonzalo correa e recebese del carta de pago | e que lie serian rescebidos para en conta e pago dos mrs que o dito concello o alcanzara por conta que 11c ficara devendo da renta das posturas dos anos pasados | tes­tigos p° qun o mogo p° de montes clérigo gonzalo falcato vasco muñiz Ruy da frontil e outros. | » (Libro del concejo.)

Núm.f 18 En la lista que el Sr. Asensio atribuye al Sr. Fernández Duro, se escribe García Xal- miento y nosotros creemos que es García Sarmiento, mal escrito en el documento de que se copió dicha lista. En algunos pa­peles de la época se vé Xannienlo y Sar­miento, hablando de una misma persona; por esta razón hacemos notar en el texto el he­cho de que el Sr. López Ferreiro lo escribe del primer modo en su obra «Galicia en el último tercio del siglo XV», con relación al prisionero del Conde de Camina: nada más frecuente que el cambio de la r en lf Sal~ miento. Por último, el nombre de Cristóbal era muy usual en Pontevedra, según docu­mentos de dicho siglo.

Núm.o 19 Es desconocido en absoluto el origen de este singular privilegio; pero nos permitire­mos explicarlo por medio de una conjetura, como materia á discutir. Dado que otros privilegios importantísimos de los vecinos y marcantes de Pontevedra provienen del rey D. Fernando III el Santo á causa de la conquista de Sevilla, posible es que los dos apellidos de Aguila (aguja) y Ponte (puente) se deriven de la hazaña realizada en dicha conquista por dos naos de Pontevedra al mando de Gómez Charino, que rompieron la cadena y el puente de barcas que unía las riberas del Guadalquivir. (Cronicón de la Bétiea, traducido del árabe por Sandovai, según D, José Renito Amado, notable poe­ta, escritor y Diputado constituyente, en sus «Misterios de Pontevedra, 1840.») Dichas dos naves fueron provistas de un refuerzo en la proa, sin duda á manera de espolón (aguja) y quizás estas circunstancias dieron origen á los apellidos Aguila y Ponte, en un concepto parecido al que tuvieron el de Girón, el de Vargas Machuca y otros. En una capilla de la incomparable iglesia de Santa María la Grande de Pontevedra, edi­ficada por el gremio de mareantes, vése un escudo de armas con el siguiente cuartel: un barco á toda vela embiste la cadena ten­dida entre dos castillos. Se nos ha dicho que estas armas pertenecen á la familia de los Aguila, materna del regidor perpetuo D. Benito de Arango y Sotomayor, sepul­tado en dicha capilla; y entre los muchos datos que vienen á corroborar la tradición relativa á la conquista de Sevilla, figuran los de la existencia en Pontevedra de la Torre «tío ouro» (del 010) y del campo de la Ta­blada. Dicha torre fue aforada por el con­cejo en 10 de Marzo de 1492 á Martín de Bougoos, según escritura notarial que posee todavía.

Núm.° 20.

Noticia del P. Sarmiento y del Sr. López Ferreiro en el tomo I de «Galicia en el úl­timo tercio del siglo XV» con relación al Tumbo de Santa María del Ca maestro de la Trinidad, de quien era el que estaba encargado de r Pontevedra las limosnas para..redencióa d€ cautivos, santa ocupación de los,írinitaríosf cuya orden había manííado’á los principales pueblos de España, en que no tenían casa, frailes que hiciesen dicha colecta en virtud de la provisión de los RR. CC. fecha 2 de Octubre de 1475. En pueblos de poca im­portancia, desempeñaban tal comisión el párroco ó algún vecino calificado.

Núra,0 21.

En el libro del concejo figúrala siguiente relación de acuerdo. «Item mandaron (los «del concejo) que p.° f,ft (Pedro Fariña «consta como alcabalero de la sal en el «mismo libro) dese das posturas que se co- « menearan en San juan de junyo tres fro- «lins de ouro a g vsco (G. Velasco) po la ca «(carta) do mundo para noso señor o argbpo «(arzobispo) de Stiago.» Acaso fué un re­galo curioso al Prelado, dueño y señor de Pontevedra.

Núm.° 22.

Véase la nota núm.° 17,

Num.0 23

«It. mandaron que por mortede p,°vs.í0 (Pedro Velasco) venda as bujolas gu0 de correa» (Libro del concejo.) En el dialecto gallego, la j tiene pronunciación francesa: en dialecto levantino también se llamaba bu- xolasá. las brújulas.

Núm.o 24.

El castillo de Cedofeita, Cito facía, fué reedificado por el obispo Sisnando para de­fensa del país contra las irrupciones de los normandos y escandinavos. Herculano, en su historia de Portugal, al referir la expedición á Galicia del rey Don Alonso, sitúaequivoca-

 

clámente dicho castillo en la actual provincia de Orense, según demuestran varios escri­tores. Los restos de esta fortaleza y las tie­rras contiguas pertenecían á fines del siglo XV á la noble familia pontevedresa de los Montenegro, según testamento otorgado en 17 de Enero de 1491 por Gonzalo López de Montenegro, de que poseemos testimonio notarial.

La resistencia de Pontevedra al ataque del portugués se apoyó en sus fosos, barba­canas, muros y torres; de estas fortificacio­nes tenemos noticias precisas por multitud de documentos que en gran parte y en ex­tracto publicó la Sociedad Arqueológica, así como por los recuerdos de los vecinos ancianos que alcanzaron á ver cási comple­tas las expresadas murallas y torres, y tam­bién por los restos existentes, alguno de los cuales no ha sido estudiado y revela á nuestro juicio, haberse construido en época remota; quizás sea la única reliquia que nos queda de la antigua ciudad de ¡Ambriaca.

Un documento existente en el archivo del Ayuntamiento (exposición á S. M. en 1834 pidiendo para Pontevedra el título de ciu­dad) cita el privilegio concedido por el rey Don Ordoño á la Catedral de Santiago, año 955, en el cual se mencionad suceso de la invasión de los moros y de haber sido Pontevedra refugio de los obispos de Gali­cia y de muchos señores del reino. No he­mos podido aun comprobar la cita, pero creemos que, sin base alguna, no se hubiera hecho en aquel documento. Esta noticia, unida á la circunstancia de llamarse ¡lloá­rente una de las parroquias limítrofes, situa­da en las colinas del Este, y Mouretra el arrabal extramuros de la villa por el sud­oeste, puede justificar la conjetura, que no es nueva, de que los moros no tomaron á Pontevedra, limitándose á acampar ante ella durante el breve período en que aso­laron el país, derivándose de este hecho los dos nombres expresados,

Núm.° 25.

El privilegio tiene la fecha de 7 de Mayo de 1467, y decimos que ya existía la feria, porque en escrituras de préstamos, deudas y transaciones mercantiles como las relati­vas á anticipos de numerario con garantía de la salazón de pescado, á pagos de den- das &.% correspondientes al primer tercio del siglo XV, se fija el mes de Noviembre en unas y la íéria de San Bartolomé en otras, como fechas para el cumplimiento de los compromisos que se adquirían. La seña­lada merced de Don Enrique díó extraordi­naria importancia á dicha feria que, unida á otros privilegios y al que ya disfrutaba Pontevedra de ser único puerto de carga y descarga, (Ley II, libro IX, título XXIX de la Nueva Recopilación) de la extensa costa comprendida entre las «Estelas de Bayona y los Tranqueros ó Castros de Aqui ño ó Aguiño» (ambos nombres se consignan en los documentos) fue una de las principales fuentes de prosperidad y de riqueza para la villa.

Núm.o 26

En la escritura de «pauto, contrabto y avynza» que hicieron á 2S de Diciembre de 1445 concejo de Pontevedra y Suero Gó­mez de Sotomayor, dueño de muchos y grandes señoríos y mas tarde Mariscal de Castilla, para defenderse mutuamente en vista de que «eno tempo presente ocurren de cada día ¡noytos bandos, pelejas, desas­tres, revoltas, roubos, péñoras, furtos é ou- tros moytos dapnos» promete el segundo «goardar los usos c costumes» entre los cua­les figura el de que «él nen seu lugar te- nente nen seus hornees que agora son ou sejan daqui cndcante non posan prender nen prendan nen mande prender vesiño nin­gún da dita víla» sin requerir antes á la jus­ticia.

Núra.o 27.

Según documentos que obran en el archi­vo del Ayuntamiento relativos á órdenes dc pagos por diversos conceptos, verificábanse, á fines del siglo XVI, visitas semanales á los barrios de la villa y á sus arrabales, por un cirujano, el regidor semanero y el escri­bano del concejo, para enterarse del núme­ro dc enfermos y clase dc enfermedades, pagándose al primero de aquellos dos’ducados por cada visita.     .

La isla de Tambo, que hace pocos años fué destinada á lazareto, hizo igual servicio en otros tiempos: en 13 de Abril de 1598, (la más antigua fecha que hemos hallado) el concejo manda pagar doscientos veinte rea­les para la «carne y rrefresco que se enbya para la infantería que vino en la almiranta del general Pedro Qubiauz e está aislada en la isla de timbo por sospecha de enferme­dad de peste.»

Hacíanse también semanahnente por ios regidores de turno, escribano y testigos, vi­sitas de tiendas y reconocimiento de alimen­tos, pesas y medidas- existen en el mencio­nado archivo muchas relaciones de las dili­gencias que para tales fines se practicaban en la visita, extendidas con la minuciosidad y formalidades consiguientes.

. Num.° 28.

En 15 de Octubre de 1672, el procura­dor general de la villa de Pontevedra, Don Melchor Mosquera deSotomayor, caballero

—       190 — del Hábito de Santiago, presentó al ayun­tamiento una petición para que se «procure la restauración de la anterior importancia del pueblo, a Enumera las diversas causas de su decadencia: no las copiamos por no repetir lo que consignarnos en el texto.

Núm.o 29 De un expediente que existe en el archi­vo municipal, extractamos los siguientes elocuentes datos:

Estuvieron alojados en Pontevedra: du­rante treinta dias, 400 franceses de la es­cuadra de Mr. Chaternaut.=El tercio de la armada, con 600 hombres, al mando del maestre de campo Pacheco, 283 dias. Los tercios de Don Bcrnardino Delgado, de As­turias, de Aldao, del marqués de San Mi­guel y del de Oranic, durante 506 dias.— Las compañías de caballos de A maza y de Villarroel, un teniente general de Artillería, un gentil-hombre, condestables, y sesenta artilleros, durante 577 dias.—Eí Marqués de San Vicente y sus ayudantes, 122 dias; y ocho camas de respeto para personajes dy

comitiva, 55 dias.—El duque de Híjar, con cuatro ayudantes, S72 d:as,=El mar­qués de Risbourg, con tres oficiales mayo­res y trece camas de respeto para su comi­tiva, 69 dias.=Varios capitanes de recluta y los tercios de infantería de Castro y de Cisneros, y uno de lanceros, hasta que se reunieron 4.000 reclutas, 220 dias.— Ade-‘ más del Hospital del pueblo, dedi^árorise cuatro casas á los soldados enfermos y heri­dos, con los corresijííadiéntes socorros,= Ocupáronse otras dos casas por el Teniente general de Caballería y por la compañía de; caballos de Pignateli.

Diéronse alojamientos, en las marchas y retiradas, á varios tercios de infantería y compañías de caballos. Todo eiío ocasionó- crecidos gastos y angustias al ayuntamiento y al vecindario, que además soportaron los suministros de víveres, con mucha frecuen­cia, y los de forrajes, bagajes, Atarazana y otros, á diario.

No consta que Pontevedra haya obtenido- indemnización de ninguna clase, .

 

Núm.o 30 Lista (incompleta) de hijos ilustres de Pontevedra, deducida en su mayor parte de ejecutorias, informaciones, pleitos, y otros documentos del archivo municipal.

Sorred Sotomayor, camarada de Don Pelayo,

Lupo Montenegro, que ayudó á Don Fer­nando II de León en la guerra al Rey de Por­tugal y en la toma del castillo de Cedofeita. Payo Correa, maestre de Santiago,

Payo Gómez Charino de Sotomayor, Al­mirante.

Payo Marino, que acompañó al anterior en la conquista de Sevilla,

Lorenzo Suarez Gallinato, secretario de Don Femando III.

Ruy de Sotomayor, magnate de la corte ■de Don Sancho IV,

Pedro Tenorio, Arzobispo de Toledo. Alfonso Jofre Tenorio, Almirante.

Alfonso Fernández de Valladares, co­mendador de la Banda, muerto en la bata­lla de las Navas.

Albar Paez de Sotomayor, Almirante.

Ñuño Eatel de Qun, Justicia de Ponteve­dra, muerto en la defensa de la villa contra ■-«1 duque de Lancastre.

Payo Gómez de Sotomayor, Embajador de Enrique III al Tamorlan de Persia, Ma-, riscal de Castilla.

Pedro Ares de Aldaan, jefe de Hermán- dad en el siglo XV.

Ares García de Raxoo, jefe de una arma­da de navíos.

Gonzalvo de Correa, ídem.

Gonzalvo de Camoens, alcalde, mercader y dueño de carabelas. Le citamos á causa de su ilustre apellido.

Suero Gómez de Sotomayor, Mariscal de Castilla.

Tristan de Montenegro, constante adver­sario del famoso Madruga, (conde de Cami­na). Muerto en la toma de Pontevedra á la condesa del mismo título.

Juan Fernandez de Sptomayor, Mariscal de Castilla.

Cristóbal García Sarmiento, piloto de La Pinta.

Pedro de Foronda, tripulante en las cara­belas de Colón.

Juan de Sevilla, idetn,

Diego de Salcedo, idem.

Juan da Nova, famoso marino al servicio de Portugal.

Gonzalo y Bartolomé de Nodal, fatnosos- marinos: descubridor el primero del estrecho de Lemaíre.             .

Juan de Gonsende, capitán, que figuró en . la heroica defensa de la Coruña contra Dra- ke. Ascendiente del Padre Sarmiento.

Alonso de Sotomayor, gobernador de Pa­namá, vencedor de Drake.

Antonio M. Rodríguez de Pazos de Pro­ven, obispo de Córdoba, Presidente del. Consejo de Castilla.

Juan García de Saavedra, insigne juris­consulto, que dedicó al anterior, como pai­sano suyo, la obra «De expensis.»

García Sarmiento, justicia de Pontevedra,, corregidor de Granada, capitán general de.- Canarias.

Pedro de Valladares, maestre de campo,..

 

—           195 — fundador de la Obra pía para dotación de doncellas nobles, subsistente en Pontevedra.

Juan de Matos el viejo, Almirante de Barlovento.

Juan de Matos, hijo del anterior, Almi­rante del mar Occéano.

Juan García de Matos, sobrino del ante­rior, Almirante de Nápoles.

Gregorio Hernández, escultor

Pedro de Aldao. virrey de Navarra.

Benito Marino de Lobera y Valladares, maestre de Campo,

Cristóbal Marino de Lobera, maestre de campo.

Gonzalo de Valladares Sarmiento, maes­tre de campo.

Juan de Valladares Sarmiento, Asistente de Sevilla, del Consejo real.

Fadrique Valladares del Villar, maestre de campo.

Antonio Marino de Lobera, Gobernador de Gante,

Pedro Ramón de Aldao, Gobernador del Henault, en Flandes,

Fernando Montenegro y Sotomayor, del Consejo real.

Jorge de Andrade, que donó grandes su­mas para la construcción del Colegio de la Compañía de Jesús en Pontevedra.

Jorge de Andrade, hijo del anterior, dis­tinguido capitán dc marina en Indias, fun­dador de Obra pía en dicho colegio.

Antonio de Mendoza, embajador en Venc- cia, virrey de Valencia, padre del Patriarca Cardenal.

Jacinto Sarmiento Valladares y Barraga­nes, conde de San Román.

Pedro Mosquera de Sotomayor, Gran Prior de Castilla.           .

Fernando dc Montenegro, Regente deNá- poles.

Fr. Tomás Sarria, Arzobispo dc Taranto: en su testamento destinó once mil ducados á la fundación de un monte de piedad en Pontevedra.

Juan Feíjóo y Sotomayor, maestre de campo.

Lope dc Montenegro, gran canciller en Milán,

Conde de Maceda, virrey de Navarra.

Miguel Enriquez Colón de Portugal, Al­calde mayor en Méjico.                ■

Fernando Gustillos y Azcona, Brigadier.

Isidoro Casado de Rosales, Enviado ex­traordinario de Don Felipe V en Mantua, primer marqués de Monteleon.

Pedro Casado de Rosales, Embajador en Italia y en Inglaterra, segundo marqués-de Monteleon.    J

Froilan Feíjóo y Sotomayor,. AsigÉénte y Justicia mayor de Santiagía^y.:;;tfe..siu-arzü-‘’ bispado.

Fr, Martin ^Sarmiento: en escritos suyos llama «patria» á Pontevedra.

Duque de Patiño, gobernador de Milán, ministro de Marina.

Teniente general conde de Maceda.

Teniente general conde de San Román.

Fr, Sebastian Malvar, Arzobispo de San­tiago.

Pedro Acuña y Malvar, Ministro de Gra­cia y Justicia.

Pedro Acuña y Malvar, Dean de Santiago.

Francisco Javier Losada, Teniente gene­ral.

Matías Ferraz, Brigadier dc Artillería.

Vicente Ferraz, Brigadier de Ingenieros.

Vicente Fernández Iglesias, Mariscal dc campo.

José Miranda, Brigadier.

Santiago Escario, Brigadier.

Francisco Ant.° Diz, Brigadier

Fernando, José y Francisco Javier Sara- bia, coroneles de Artillería.

José Arias Teijeiro y Correa, ministro universal del pretendiente Don Carlos.

Claudio González Zi’miga, historiador de Pontevedra.

Antonio M.a Montenegro, Brigadier.

Eduardo Gasset Artime, fundador dc El !mparcial, Ministro de Ultramar.

Indalecio Armesto, filósofo y escritor.

Títulos del RemoVsiglps XV al XIX, se­gún recuentos del vecindario de Ponteve­dra, informaciones’, escrituras notariales, pleitos y otros documentos del archivo mu­nicipal.

Condes de Camina, de Salvatierra, de Gondomar.—Marqueses de Valladares, de Guimarey, de Aranda, de Villagarcía.— Condes de Maceda.—Marqueses de la Sie­rra, de Figueroa, de Montesacro.—Condes de San Román,—Duques de Estrada.—Viz­condes de la Vega de Gondar, de Fefiñanes, de Sati Tomé de Cambados.—Marqueses de Santa María del Villar, de Monteleon, de Leis, de Astará.—Condes de ia Vega,— Duques de Patino.—Condes de Oleiros.— Marqueses de Riestra.

España, patria infalible de Cristóbal Colón: Luciano Rey Sánchez

España, patria infalible de Cristóbal Colón: Luciano Rey Sánchez

 

(Artículo de Philippot – http://argentinauniversal.info/junio05/history0605.html)

En 1941, el notario e ilustre escritor de La Coruña Luciano Rey Sánchez, defensor de la teoría rieguista, publicó su obra “España, patria infalible de Cristóbal Colón “(refutación de las pruebas genovistas del escitor D. Luis Astrana Marín). En ella resume lo que hasta entonces se conocía sobre los orígenes del Almirante, y narra los pormenores de una visita que hizo a Porto Santo:

“En el verano de 1935 tuve ocasión de ir a Pontevedra y me personé en Porto Santo, donde existe el crucero que decía “ Juan de Colón “, teniendo la oportunidad de hablar con una señora que dijo llamarse Matilde Trevilla, viuda de Enrique Zaratiégui, antiguo archivero de Hacienda; la cual me enseñó su casa, inmediata a dicho crucero, … con una huerta que llega hasta el puerto y desde la que se domina la ciudad. Me aseguró que la construyeron ella y su marido hace más de veinte años, en el solar que ocupaba otra de planta baja, de la que utilizaron las piedras, algunas de ellas con inscripciones, y en cuyas proximidades se afirma que nació Colón. Así lo oyó, repetidas veces, a los más viejos del lugar. Respondo de cuanto me dijo ésta señora, pues nada invento, y consigno su nombre y el de su marido, para que pueda comprobarse su testimonio por otros medios”.

«España patria infalible de Colón», onde rexeita as críticas de Astrana Marín sobre a tese pontevedresa e analiza, moi autorizadamente pola súa condición de notario, os testemuños do almirante e outros documentos civís, dubidando da súa autenticidade nuns casos, e negándollela rotundamente noutros.


«Colón era «extranjero» y tenía apellido español.’Era extranjero y solo dominaba el castellano y el gallego. Era extranjero, y no usó en los bautizos de sus descubrimientos más que nombres españoles, en gran parte iguales a otros propios y exclusivos de las rías de Galicia. Era extranjero y no necesitó carta de naturaleza para obtener los mayores títulos y privilegios de España. Era extranjero, y fue reconocido por los Reyes Católicos como su subdito y natural. Era extranjero y consideraba a España como su verdadera nación al hablar «de nuestra fabla», de «nuestros peces», nuestros árboles, etc. Era extranjero e hizo su testamento como cualquier otro español, sin insinuar que pertenecía a otra nación. Era extranjero y no dejó un céntimo ni el menor recuerdo a otra nación…». REY SÁNCHEZ.

España Patria de Colón: Prudencio Otero Sánchez

España Patria de Colón: Prudencio Otero Sánchez

 

Enlace para descargar el libro:

http://archive.org/details/espadnapatria00oterrich – España, patria de Colon (1922)

 

Prudencio Otero Sánchez .- Nació en 1847 y falleció en 1936 en Pontevedra. Presidente del Casino de Pontevedra, fue el continuador de la labor de Don Celso García de la Riega, fruto de sus investigaciones fue la publicación del libro «ESPAÑA, PATRIA DE COLÓN«.

OTERO SÁNCHEZ, PRUDENCIO (1848 – 1938)

Vinculado á Pobra do Caramiñal, vila na que posuía o Pazo do Colo de Arca, tivo amizade e parentesco con Valle-Inclán, ao que lle pediu un prólogo para a súa obra España, patria de Colón (Madrid, Biblioteca Nueva, 1922), pero que non se atreveu a publicar polas ácidas críticas de Valle cara aos galegos, prólogo que non se editou ata marzo de 1987, cando o publicou Rafael Landín Carrasco. En embargo si puxo Prudencio Otero á fronte da súa obra unha breve carta de Valle:

“Querido Prudencio:

He leído la trova Memorare novissima tua y otras canciones atribuídas al almirante e insertas en el Libro de las profecías. Yo soy lego en estos achaques de erudición y no sé si está en duda la paternidad de estas canciones. Pero a lo que yo alcanzo, ni por léxico ni por la construcción parecen de extranjero. No deja de ser extraño que el Almirante haya olvidado de modo tan cabal el italiano, y que, sin embargo, aparezcan en algunos de sus escritos modismos luso-galaicos. Te estrecha la mano tu pariente. Valle-Inclán”

A obra de Otero sostén a tese da orixe galega de Colón, tema moi polémico na época e sobre o que existe abundante bibliografía galega, e tema no que foi precursor o pontevedrés Celso García de la Riega (1844 – 1914) coa súa obra Colón español. Su origen y patria (1914). Outros galegos defenderon con ardor esta tese do Colón galego, entre eles Constantino Horta y Pardo, morto en 1923, autor de La verdadera cuna de Cristóbal Colón, Luís E. Rey, José Rodríguez Martínez, autor de Colón español, hijo de Pontevedra (A Coruña, 1920).

Valle-Inclán, chega a verquer expresións coma estas:

“Lo indudable, es el alma gallega que lleva en su almario, el Almirante: Era solapado y tenaz: Amigo del dinero, y cruel en el mando: Receloso y envidioso. ¡Y tan desconfiado, que dondequiera sospecha traiciones! Su iluminismo práctico, parece de entre Miño y Sil”.

O prólogo de Valle-Inclán, trala publicación feita por Rafael Landín, está reproducido na obra de Valle Varia (Madrid, Espasa-Calpe, 1998).

Lanza Álvarez, non moi fiable nos datos, anota que naceu en 1846 e que a primeira edición da súa obra é de 1911.
En el año 1922 publica en Madrid con muy buena crítica el libro «España, patria de Colón» donde pide el reconocimiento oficial de la patria española de Colón, además de hacer extraordinarias revelaciones. (Madrid, Biblioteca Nueva, 1922),

Rafael Calzada: Diputado provincial de Pontevedra, el que más ha batallado seguramente en busca de elementos de convinción para ser agragados a los que ya conocemos y uno de los mayores sacrificios se han impueto para sostener a flote la causa del Colón Pontevedrés.

 

Prudencio Otero Sánchez


Descarga aquí el artículo publicado en ABC el 03 de julio de 1926

 

LA PATRIA DE CRISTÓBAL COLÓN

Esta campaña de A B Q removedora en la calle de un problema de reivindicación de la verdad histórica Cine ha venido debatiéndose en estamentos y esferas científicas, ha tenido la virtud de hacer reaccionar el espíritu popular en un movimiento de interés y de noble curiosidad hacia los resultados y los esclarecimientos definitivos de la tesis: Colón no era italiano; Colón nació en España.

«En Galicia, singularmente, en donde ,1a cultura popular esta iniciada y despierta con respecto a estás investigaciones, cuyo curso tuvo y tiene en aquella tierra ilustres pro-pugnadores tenaces, vibra la conciencia colectiva al conjuro de la obra re i. vindica dora. El Comité ¿1Pro Patria Española de Colón»-, que preside en Pontevedra hombre de esclarecida estirpe galaica y de personalidad relevante, D, Vicente Riestra Calderón; las corporaciones y entidades gallegas, tan celosas de su españolismo y ejemplar regionalismo tan ufanas de sus glorías porque dan gloria a España; los cultos, perseverantes ¡varones que en el estudio de h nacionalidad nativa de Colón han encanecido, alentados siempre por un ideal patriótico y por un recto sentido de la verdad histórica incompatible con la fácil rutina; el pueblo ti e Galicia, en fin, no por convencido de esa verdad, ¿menos dispuesto a la aportación cíe cuantos datos reiteren la evidencia y la divulguen, asisten con tan gran espíritu coercitivo, que es aliento y estímulo redoblados, a esta campaña popular.

Con el Sr. Riestra Calderón ha venido a Madrid estos días un hombre venerable» en cu>ro corazón! animoso y en cuya inteligencia vivaz, tienen la claridad y los efluvios de la primavera de 3a vida la coquetería de vestirse con los ampos de su ancianidad- Hemos citado a D. Prudencio Otero Sánchez. Cuenta el Sr. Otero ochenta años. Su viaje a Madrid no tiene otro objeto que expresar su adhesión entusiasta, fervorosa, a la campaña, a la que ya él viene consagrando desde hace quince anos desvelos, estudios, afanas, todo su temperamento, toda BU fibra, todo su espíritu de hidalgo caballero. El Sr. _ Otero, muerto aquel gran español y sabio investigador que se llamó D, Celso García de la Riega, es en Galicia con algunas otras figuras eminentes de esta cruzada—entre las cuales es justo citar a D, Ramón Peinador el adalid de la tesis “Pro- Patria Española de Colón», Con esta bandera, empenachada sobre un patriotismo dinámico, militante, D. Prudencio Otero, ha ido a América a predicar la verdad histórica, ante la cual su convicción se rinde: con esta bandera dio en la Casa de Galicia, en Buenos Aires, en 1920, una conferencia que descerró entusiasmo inmenso.

Ese ideal como impulso, fue el que promovió en el ilustre prócer .el designio de publicar en el año 1917 su libro acerca de la patria de Colón, libro en cuyas páginas han de buscarse importantísimos elementos de juicio acerca de la gran cuestión histórica; libro que generosamente divulgó, sin sombra de ánimo lucrativo ni siquiera. remunerador. Palpitante de entusiasmo por ese ideal de su ancianidad venerable, el señor Otero se propone volver a América, cruzar por décima o duodécima vez el Atlántico, pero ahora no surcando Tas aguas, sino volando en el primer dirigible que haga la travesía entre España y el nuevo Continente. ¡Así son de recios, de templados, de animosos e invictos los ochenta años de don Prudencio Otero …!

Hemos creído de alto interés en esta hora de revisión del problema histórico colombino, conversar con el Sr. Otero, cuya autoridad en esta cuestión ofrecía al periodista coyuntura propicia para divulgar, en términos concretos de hechos, al alcance de todos—que es decir periodísticamente—, y para elucidar claramente los fundamentos y la conclusión de la tesis consabida; Colón no era genovés; Colón fue español.

La campaña iniciada espontáneamente por D. Torcuato Luca de Tena, en ABC.

Nos dice él Sr. Otero me produce una de las más hondas emociones de mi vida: a saber: que, al fin entreveo la seguridad de que no me moriré sin ver el fruto de una cruzada, a la que vengo consagrando cuanto soy. Ahora, y no antes de ahora, es cuando el Sr. Otero cree que nos hallamos cerca del momento, más que esperado, soñado—tan contumaz y arraigado Ira venido siendo el error—en que resplandezca la verdad.

Es necesario—observa nuestro interlocutor— que previamente se destruya lo que, sin base, está mal construido. Lo demás, construir de nuevo, se hará después. Por ahora demostremos o, mejor dicho, divulguemos cuanto sea menester que Cristóbal Colón 310 fue italiano. que d descubridor genial del nuevo Continente no tiene nada que ver con e! Cristoforo Colombo de Genova.
Tras los cristales de sus gafas doradas centellean los ojos vivaces, expresivos, del caballero del ideal. La ancianidad no ha podido ensombrecer la luz de aquel mirar inquieto, claro, sagaz.

Creo—prosigue D. Prudencio que para enfocar periodísticamente la cuestión basta con establecer la incompatibilidad de fechas entre, la existencia del Cristóforo Colombo, genovés, y de «nuestro» Cristóbal Colón, del Colón gallego, del Colón español, del único Colón, Vea Usted; estamos todos conformes en aceptar el diario de navegación de Colón; pues bien, en él dice «que anduvo veintitrés años navegando, sin estar en ningún puerto tiempo que pueda, contarse». Esos veintitrés años fueron anteriores al año I470 fecha en la cual llega a Lisboa Colón para navegar durante seis años (1470-1470 por las costas de África Está asimismo admitido, so pena de recusar la manifestación de Fernando Colón, hijo e historiógrafo del descubridor de América, que Colón se embarcó por vez primera teniendo catorce años de edad. Es decir, que en 1470 Colón tenía treinta y siete años, «Veamos ahora añade el Sr, Otero, prescindiendo ya de nuestro Cristóbal Cotón, ¿qué era por esas fechas del Cristóforo Colombo, genovés? Según acta notarial de la «Raccolta colombinaí?—tampoco creo que sea recusable la fuente—, el año 1470 tenía el Colombo diez y nueve años y residía en Genova; dos anos más tarde, en 1472, a los veintiún años, continuaba en Genova, siendo tabernero y tratante en lanas. En 1473 seguía en Genova.

Es decir, que mientras Cristóforo Colombo trata en lanas y es tabernero, con diez y nueve años_de edad, arriba a Lisboa un hombre de treinta y siete años que ha navegado veintitrés, según propia declaración. ¿Puede ser este hombre el Cristóforo colombo de Génova? ¿No es evidente la incompatibilidad de fechas? Pero, además, ¿no es absurdo que el cardador de lanas, aún suponiendo que hubiera aparecido un buen día en Lisboa en 1470 – lo que es imposible, pues en esa época estaba en Génova, se mostrara avezado a la vida de mar? ¿Dónde aprendería a ser marino y la difícil, complicada nomenclatura de las galeras? ¿Acaso en la taberna? ¿Tal vez en el mercado de lanas…?

El edificio se viene abajo, amigo mío nos dice el Sr. Otero, Es la primera labor a realizar: destruir lo que está mal, torpemente construido. Para edificar la nueva tesis “Colón fue español”, una vez desechada la tesis “Colón era genovés”, diré a usted…

Pero las interesantes manifestaciones, las fundadas conjeturas, los evidentes signos en que D. Prudencio Otero cimenta el nuevo edificio de la tesis española han de ser materia de otro artículo.


GÉNESIS DE LA OBRA DE CELSO GARCÍA DE LA RIEGA

 

«COLÓN, ESPAÑOL»

Por PRUDENCIO OTERO SÁNCHEZ (Este trabajo ha sido exiraciado de la obra de Olera Sánchez «ESPAÑA, PATRIA DE COLÓN», cap. I. publicada en 1922)

Hace más de treinta años reuníanse en el escritorio de D. Castro Sampedro fundador y presidente de la Sociedad Arqueológica de Pontevedra, y más tarde cronista de su provincia, varias personas amantes de las glorias patrias y de nuestra región gallega, entre ellas los señores D. Alejandro Cerda, ingeniero jefe de Obras Públicas de esta provincia; D. Celso García de la Riega, historiador, publiciía, ex diputado a Cortes, ex gobernador, etc., el malogrado y cultísimo joven D. Carmelo Castiñeira, abogado y peritísimo en asuntos de arqueología; D. José Casal y Lois, D. Luis Gorostola, y otros que fueron los primeros socios de la Arqueológica Pontevedresa, y que, alentados por su fundador, perseguían con interés todo objeto antiguo del cual poseían noticias para que su museo fuese digno de figurar entre los primeros del mundo.

En busca y captura de objetos y documentos que tuvieran interés con el logro de sus propósitos, el Sr Sampedro y el Sr. Castiñeira encontraron en el archivo del Ayuntamiento de Pontevedra unas hojas en pergamino, en una de las cuales constaba debérsele a Ds. (Domingos) de Colón Bn, (Benjamín) Fonte-rosa varias sumas de maravedíes por alquiler de unas muías para llevar pescado al arzobispo de Santiago.

El hallazgo» fue la comidilla dé las personas de mayor o menor cultura de esta población y el primer rayo de luz que alumbróla idea de que el descubridor del Nuevo Mundo fuese pontevedrésla dio D. Casto Sampedro, diciendo a sus amigos y contertulios, entre los que se hallaba García de la Riega, que puesto que aparecían varios Coiones, se hacía preciso seguir su huella, porque el estar unidos los dos apellidos de Colón y Fonterosa en un mismo documento eran indicios importantísimos.

Esta fue la base de la conferencia de García de la Riega ante la Sociedad Geográfica de Madrid (20 de diciembre de 1898) y el punto de partida, más tarde para escribir su obra «COLÓN, ESPAÑOL«. Hombre activo y de imaginación, se consagró sin descanso a revisar el archivo de las Cofradías, que existía en casa de los notarios Vázquez, que poseía el hijo político del último notario, D, Joaquín Nuñez, y con el hallazgo de otros documentos, que agregó al primeramente encontrado en el Ayuntamiento, dio en Madrid la citada conferencia.

Después continuó buscando nuevos elementos para escribir su.libro «Colón, español», hasta que la fatalidad quiso que se produjese el incendio en la casa matriz de los notarios Vázquez, quemándose los papeles que en ellos se hallaban. En una de las visitas que hice a mi amigo La Riega antes de irme a América allá por el año 1907, tuve en mis manos todos los documentos que él compulsara, y declaro que no vi en ninguno de ellos la más mínima alteración; pero sí recuerdo que en algunos podía leer con dificultad (pues la acción del tiempo pusiera la tinta amarilla y desvaida), valiéndome de una lente, el apellido Colón, y en otro, al terminarla segunda o tercera linea, el apellido Fonterosa. Por aquel entonces estaba casi ciego García de la Riega, y apenas salía a la calle, pues entre la ceguera y un fuerte ataque de gota, se hallaba imposibilitado para caminar.

Al regreso de otro viaje mió a Buenos Aires, en 1913, hallé publicada la obra de La Riega y a éste próximo a morir; y la repercusión de lo escrito por La Riega fue tal en España y en el extranjero, que alguna de las naciones americanas variaron sus libros de enseñanzas, salvando el error histórico que el Almirante, por su propia conveniencia, quiso producir al estampar en su Institución Mayorazga «de Genova salí y en ella nací».

El mito de Cristóbal Colón: Marcelo Gaya y Delrue

El mito de Cristóbal Colón por Marcelo Gaya y Delrue

 

Académico correspondiente de la Real Academia Aragonesa de Nobles y Bellas Artes de San Luis de Zaragoza.

Realizó varias traducciones del francés al castellano.

Parece ser el primero en ralacionar a un noble galaico-portugués con la verdadera identidad de Cristóbal Colón y sus hermanos.
Extracto de su libro «EL MITO DE CRISTÓBAL COLÓN»: Descripción: Zaragoza- Edt. Librería General s.a. (h. 1955). 21,5cm. 317p.- 2h. Ilustrado con retrato de Colón. Prof. de mapas plegados. (Ref. 1545-4).

… Hablar de la falta de pruebas de que Cristóbal Colón haya nacido en Génova o en otra parte de Liguria (desde luego, no se ha podido encontrar ningún Acta de Bautismo a su nombre, único documento que, a partir del Concilio de Trento, tenía algún valor en una época en que la documentación civil no existía y que fijaba la fecha de un nacimiento con unos ocho días de más o de menos) ya que esas afirmaciones no se apoyan más que en minutas de actas notariales, como la del 30 de octubre de 1470 o la del 7 de agosto de 1473, es decir, posteriores en varios decenios a la época supuesta de su nacimiento, hay dos hechos que, a primera vista, llaman la atención por su rareza. Primero, el nepotismo del Almirante de la Mar Océana es cosa harto conocida y que bastante le fue echado en cara durante su vida. En cuanto a su orgullo, éste era tal que le impelía a considerarse de familia noble y nada menos que descendiente de Julius Colonus, Cónsul romano, vencedor de Mitrídates, Rey del Ponto. Dicho orgullo le hacía tratar de igual a igual con los Reyes Católicos, cuando se llevaron a cabo las discusiones de las «Capitulaciones«, y saltaba a la vista de todos.

¿Cómo, pues, orgulloso como era y con un instinto familiar tan desarrollado que le hacía llamar a su lado a sus dos «hermanos» Bartolomé y Diego, cómo pudo consentir, llegado a ser Gran Almirante de la Mar Océana, Virrey de las Indias y Gobernador perpetuo de las tierras descubiertas, después de haber acuartelado «su» escudo con las armas de Castilla y de León, cómo pudo consentir en continuar siendo el cuñado del obscuro quesero Bavarello? ¿Por qué dejó a «su hermana» Bianchinetta seguir luchando con la mediocridad? ¿Por qué no hizo nada por «su sobrino», el joven Pantalino? ¿Por qué no hizo con ellos lo que hizo con «sus» hermanos, por qué no los limpió de su villanía o por lo menos no llenó su bolsa para permitirles llevar un tren de vida digno de parientes colaterales de un Almirante de Castilla? Quería ocultar sus orígenes plebeyos, me contestarán los genovistas. Admitámoslo, pero Bavarello, Bianchinetta, Pantalino debían saber perfectamente quién era ese nuevo Almirante que acababa de hacer un viaje tan extraordinario y fuera de lo común, del cual todos hablaban, aunque no fuera más que ¡por la colección zoológica de papagayos y de indios que le rodeaba con el fin de asegurar su publicidad! ¿Por qué no se precipitaban, ellos también, a España, como Bartolomé, para formar parte de la segunda expedición hacia el País del Oro, expedición en la que participaron más de mil quinientas personas? Ellos no tenían por qué ocultar el parentesco que los unía a ese hombre llegado repentinamente a la celebridad. Al contrario, es de suponer que si Colón hubiera sido un pariente próximo, las habladurías de aquéllos no se hubieran parado en el barrio populoso de Génova donde moraban y, a su vez, hubieran llegado a ser una especie de celebridades locales; como consecuencia, y si no hubiera sido más que para que callaran, por su propio decoro, aunque el Almirante no hubiese deseado tenerlos cerca de sí, en Castilla o en La Española, les hubiera entregado, si no directamente, por lo menos por el intermedio de un Banco (y ¡los Bancos genoveses no faltaban en Europa!), con toda la discreción deseable, algunos socorros que hubiesen permitido a los Bavarelli ostentar una posición económica más de acuerdo con la nueva situación social del señorón.

En vez de esto, si los genovistas no hubieran descubierto a Bianchinetta y a su preclara familia, siempre la hubiéramos ignorado, pues nunca jamás, en ninguna parte, absolutamente en ninguna parte, hace mención Colón de su familia colateral genovesa. ¡Actitud algo rara, confesémoslo, por parte de un hermano!

Segundo, en lo que trata de su padre, la cosa es todavía más inexplicable. Ese anciano muere a la edad respetable de ochenta y un años, en la miseria y cargado de deudas… En ningún momento, a partir de su exaltación al Almirantazgo y su acceso a la fortuna (su pretendida pobreza, durante los últimos años de su vida, no es sino una fábula contradicha por los millones de maravedís que dejó a sus herederos), vemos a Colón preocuparse de la suerte de su padre ni tratar de ayudarle. Vignaud pretende que los acreedores de Doménico se dirigieron al Almirante para tratar de hacerse pagar las deudas de su padre cuando la muerte de éste, mas reconoce ignorar el resultado de sus trámites. No se halla ninguna huella de estos últimos en los papeles que dejó Colón y menos aún pruebas de que hubiese pagado… ¡Dejó pues, voluntariamente, empañar la memoria de «su» padre después de haberle dejado vivir y morir en la miseria, preocupándose tan poco de la reputación del apellido que él mismo llevaba! La única explicación a tal actitud no puede hallarse sino en la ignorancia en que estaba Cristóbal Colón de que viviese, en Génova, Doménico Colombo.

Además, de 1493 a 1499, durante seis años en el decurso de los cuales va y viene de Europa al Nuevo Mundo (en total tres viajes) y permanece durante períodos bastante largos en España, jamás siente Colón el deseo, no sólo de volver a Génova, mas ni siquiera de volver a ver a su padre o por lo menos de tener noticias de él y, por su parte, Doménico, a pesar del legítimo orgullo que hubiera debido sentir de haber engendrado a un hijo tal (sin hablar de la ayuda material sobre la que, moralmente, tenía derecho a contar) tampoco hizo nada para relacionarse con él.

En resumen, y a pesar de correr el riesgo de que se nos acuse de repetición, mas es nuestro deber insistir sobre este punto, la anomalía de las relaciones familiares entre Cristóbal Colón y los Colombo de Génova a los que se le quiere unir de manera tan estrecha es tan patente que no puede significar más que una cosa: el Almirante don Cristóbal Colón no era, no podía ser, el hijo de Doménico Colombo, ni, por consiguiente, el hermano de Bianchinetta. Más aún si recordamos, una vez más, que no sabía el italiano, prueba que no era de Liguria (a pesar de lo que haya mentado atrevidamente Pedro Martyr d’Anghleria en 1493).

¿Quién era pues el Almirante don Cristóbal Colón? ¿De dónde provenían los dos «hermanos» entrados detrás de él en la Historia?

Un hecho llama la atención de cualquiera que estudie los documentos dejados por Colón y los reunidos por Fernando y Las Casas: las numerosísimas y constantes contradicciones del Almirante cuando habla de su juventud; estas contradicciones son tan evidentes que sus apologistas, tanto los contemporáneos como los posteriores, no han podido pasarlas en silencio: pretende haber empezado a navegar a los catorce años y las actas notariales del 30 de octubre de 1470, 7 de agosto de 1473, otra también de 1472, que le dicen respectivamente de más de diez y nueve, veintidós y veintiún años de edad, no mencionan su estado de «marino», anomalía extraña para esta época y en tales documentos, en los cuales, por el contrario, se le califica de «lanero». La conclusión objetiva que se impone es que si estos textos corresponden en rigor a una sola persona, puesto que la edad que se le atribuye en cada uno de ellos corresponde a las diferencias de fechas, esa persona debía ser un individuo conocido y reconocido como ejerciendo la profesión de «lanero» y no de «marinero». Por lo tanto, si, efectivamente, el Almirante empezó a navegar a la edad de catorce años, no puede tratarse de él en los susodichos documentos.

En otro lugar afirma haber navegado por todas partes a donde puedan ir barcos (» todo lo que hoy se navega, lo he andado «, carta de 1501) pero comete errores geográficos, admite fábulas (a propósito de sirenas) que demuestran que sus viajes se efectuaron sobre todo… ya en libros, ya sentado a la mesa de algún bodegón con unos marineros que volvían de alguna lejana expedición y gustaban de contar sus aventuras a un auditorio complaciente, admirativo y crédulo, en la taberna acostumbrada de su puerto de embarque.

En la «lettera rarissima» de 1503, dice haber entrado al servicio de los Reyes Católicos a la edad de veintiocho años, lo que le haría nacer en 1457, pero en el Diario de a bordo del primer viaje, con fecha 21 de diciembre de 1492, pretende » haber recorrido los mares durante veintitrés años sin interrupción, y haber visto todo el Levante y el Poniente «. Entonces ¿habría empezado a navegar a los doce años? O, sino, no habría nacido en 1457, sino en 1455, cosa que, de todas maneras, infirma las notas notariales de las cuales hablábamos hace un momento, puesto que en 1470 no podía tener diez y nueve o veintiuno años, sino trece o quince… Luego, » sin la menor interrupción «… ¿Cuándo y cómo tuvo tiempo de casarse, de tener un hijo, de instalarse en Porto-Santo, de discutir con el Rey D. Joa II de Portugal?…

También en 1501 nos afirma que está navegando desde hace más de cuarenta años (» ya pasan de cuarenta años que yo voy en este uso «) o sea, desde 1460. ¡¡¡Tenía pues tres o cinco años cuando empezó a navegar!!! O, si había empezado a la edad de catorce años, ello significa que había nacido en 1446 y, en este caso, ¡tenía veinticuatro años cuando el acta notarial de 1470!

Y podríamos, en esta forma, citar un sinnúmero de contradicciones de Cristóbal Colón, todas sacadas de sus escritos.

Es que Colón quería ocultar sus orígenes y desalentar a los indiscretos, no cesan de repetir los colombófilos genovistas, desconsolados al hallar a su héroe cogido en flagrante delito de mentira. Mas, ¿por qué?, ¿con qué fin, si no tenía que esconder alguna tara referente a esos orígenes?

La impresión que se saca de toda la Colomboteca publicada y sin publicar aún, hasta la fecha, pero que nadie se ha atrevido a formular abiertamente, es que Cristóbal Colón, a partir de 1485, y más aún después de 1492, cuando hubo alcanzado la fama, cuenta acerca de su pasado una fábula aprendida, pero mal aprendida, la historia de otro y que se compone, con la historia de este otro, una personalidad de juventud que no es la suya…

Esta impresión notada al leer las biografías más serias y más modernas del Almirante, así como las de sus contemporáneos, se la comunicaba un día a una de mis alumnas cuya vivísima inteligencia y perspicacia siempre me habían seducido y decíale cómo, cualquiera que fuese la hipótesis admitida, uno siempre daba con unas objeciones de tal peso que, en conciencia, veíase obligado a abandonarla para repetirse un constante, irritante y desesperante «¡¿Qué sé yo?!».

Séame lícito dar aquí públicas gracias a esta alumna, la señora doña Genoveva Dire de Boudoire, no sólo por la valiosísima ayuda que aportó en la labor preparatoria de este trabajo, sino también porque me alentó en los momentos de impaciencia (por no decir peor) provocados por el enigma colombino, cuya clave me dió su genial intuición.

«-¿Qué sé yo? -repetíale, pues, un día de perplejidad mayor que la de otros…

-Pero… ¿Y si hubiera habido sustitución de personalidad? -me preguntó, de repente, mi interlocutora.

-¿Cómo es eso?

-Sí, si el Almirante, por una razón o por otra, ¿hubiese tomado el nombre de «Colón» cuando la desaparición del verdadero «Colón»?… En este caso, las biografías del Colón genovés serían exactas pero no se aplicarían al Almirante puesto que serían dos personas diferentes, lo que explicaría esas dudas y esas contradicciones cuando de su juventud se trata y también el que no haya tenido nunca ninguna relación con su supuesta familia genovesa…».

Esta hipótesis, aunque muy atrevida a priori, fue para mí un rayo de luz en esta enmarañada historia.

… ¡El Cristóbal Colón posterior a 1476 no era, pues, el Cristóbal Colón de antes de 1476!. Entonces todo se aclara: las biografías de Cristóbal Colón, cualesquiera que fueren, son exactas hasta 1476 y poco importa que no concuerden: ese joven desaparecido durante el combate naval del 13 de agosto no tiene ya ninguna importancia, puesto que su muerte le impide entrar en la Historia…¿Hacerle pues vivir hasta aquel entonces de la manera que se quiera!.

Pero después de San Vicente, Un hombre, de otro temple, hay que reconocerlo, se aprovecha de su desapareción, de la cual fué seguramente testigo, si no autor, para atribuirse, ignoramos aún por qué, su personalidad, y con ¡este falso estado civil hará el gran Descubrimiento de 1492!.

¿Quien era este hombre? Por ahora, todavía no lo sabemos. Por su lenguaje, ya lo vimos, debía ser un galaico-portugués de la región de Tuy. Circunscribiendo aún más el problema y para basarnos en sus porpias afirmaciones, es problable que fuese oriundo de uno de los pueblos que, cuando la rectificación de fonteras, cambió de nacionalidad a consecuencia del Tratado de Trujillo, en 1479, fin de la guerra de sucesión de Castilla, entre este país y Portugal. Que naciese en un lugar anexionado entonces a Castilla, no mentía al decirse «extranjero», puesto que en el momento de su nacimiento, se había cedido a Portugal, tampoco mentía, puesto que, aunque nacido castellano, se había convertido en «extranjero».

¿Por qué substituyó su propio nombre por el del joven Cristóbal? Otro enigma, que la ignorancia de quién era, no nos permite dilucidar. Mas, probablemente hízolo, considerando las costumbres de la época, para ocultar una tara peligrosa: herejía judaizante, brujería, bestialidad u otro pecado gravísimo, crimen de lesa-Majestad, rebeldía … que de todas maneras su porvenir abundante en Gloria, real o ficticia, hará olvidar.

La única objeción que se puede hacer a esta hipótesis (que al fin y al cabo, vale como las demás y suprime muchas incoherencias que en ellas se hallan) proviene de la aparición, al lado del Almirante, y después de hecho el descubrimiento, de los dos “hermanos” de Cristóbal, Bartolomé, y Diego. Pero todo lo que dijimos acerca de la rareza de las relaciones familiares de Colón con su padre se acordase de que tienen una familia en Italia. De ellos, tampoco sabemos nada antes de que se transformen en satélites del mayor. Parece se que Bartolomé estuvo en Inglaterra, para ofrecer los proyectos de Cristóbal al Rey Enrique VII. Cuando la vuelta a Europa del Almirante, pasó por Francia en donde le agasajó Ana de Beaujeu, por aquel entonces Regente de Francia, y a partir de ese momento, siguió la fortuna de Cristóbal Colón. Era un hombre enérgico y más culto que el descubridor, pero ignoramos también todo de sus antecedentes, salvo que él, igualmente, vivió, durante algún tiempo, en Lisboa, en donde se ganaba la vida como cartógrafo y en donde es probable que conociese a Cristóbal.

Del tercero, Diego, se ha estrujado el nombre italiano, que los unos dicen haber sido Giacomo, otros Jiacobo, Vignaud “Jiacopo”, para traducirlo por “Diego”, nombre español por el cual se le conoce. Pero “Giacomo” hubiera dado “Jaime” o “Santiago”, y “Jiacobo”, “Jacobo”. Este detalle probaría también que Diego Colón y Giacomo Colombo no eran el mismo hombre.

La única explicación posible a la existencia de estos tres “hermanos” colón, es que nuestro aventurero, una vez hecho Almirante y Virrey de las Indias, con el fin de tratar de legitimar su propia substitución de personalidad y “crearse” una familia que le hiciera más respetable, llamó a su lado a dos antiguos amigos de juventud y de pobreza, y, haciendo de ellos sus cómplices, los bautizó con los nombres de los verdaderos hermanos del auténtico Colón, de cuya existencia había podido enterarse por las confidencias de este joven durante la travesía trágica que efectuaron juntos desde Lisboa hasta el Cabo de San Vicente.

En resumen, no sabemos nada de su juventud, pero en cambio puede ser la suya, puesto que Don Cristóbal Colón no era Christoforo Colombo, viajante-corredor de comercio, muerto en la mar el 13 de agosto de 1476.

Cristóbal Colón ¿genovés?: Ricardo Beltrán y Rózpide

Cristóbal Colón ¿genovés?: Ricardo Beltrán y Rózpide

 

Ricardo Beltrán y Rózpide

Ricardo Beltrán y Rózpide

Miembro de la Real Academía de la Historia y de la Real Sociedad Geográfica.

publicó un folleto en 1921 titulado: Cristóbal Colón y Cristóforo Columbo, y un segundo publicado en 1925 titulado: Critóbal Colón ¿genovés?
Rafael Calzada: el académico, ya recordado, el cual, sin haber manifestado que acepte abiertamente las conclusiones del señor de la Riega, ha hecho publicaciones interesantísimas que con las mismas se relacionan, enter ellas, su último trabajo Cristóbal colñón y Cristóforo Columbo.

No se declara abiertamente partidario de la causa gallega por no herir la susceptibilidad de sus compañeros académicos, pero es quien abre las puertas a Celso Garcia de la Riega para que pueda realizar su conferencia en la sociedad geográfica.

Escribe el libro «Cristobal Colón y Cristóforo Colombo» donde demuestra que el Cristóforo Colombo que hablan en las actas notariales de Génova, no es el Cristóbal Colón firmante de las Capitulaciones de Santa Fé.

Colón español. Su origen y patria: Celso García de la Riega

Colón español. Su origen y Patria: Celso García de la Riega

 

 

 

Enlaces para descargar libro:

http://archive.org/details/cristobalcolbon00garcrich  – Cristobal Colón español? Conferencia por Celso García de la Riega, en sesión pública celebrada por la Sociedad geográfica de Madrid en la noche del 20 de diciembre de 1898 (1899)

http://archive.org/details/cristobalcolnes00spagoog – Cristobal Colón español? (1899)

 

© Biblioteca Nacional de España


PRÓLOGO

En el año de 1892, mi difunto tío D. Luis de la Riega, Correspondiente de la Academia de la Historia, cultísimo escritor y poeta, publicó un notable libro titu­lado El Río Lérez, en el que describe las bellezas de la comarca surcada por este rio, amenizando la narración con diversos datos históricos y algunas leyendas sobre sucesos y costumbres del país. En sus páginas está el primer móvil de mis investigaciones acerca de los apelli­dos Colón y Fonterosa: la mención de una escritura de aforamiento hecho á principios del siglo XVI por el mo­nasterio de Poyo, en las inmediaciones de Pontevedra, á favor de Juan de Colón y su mujer Constanza de Colón. De esta circunstancia, únicamente se hizo cargo el perió­dico de Madrid El Imparcial en la nota bibliográfica que en el mismo año dedicó al mencionado libro, observación muy atinada y oportuna, pues coincidió con el hecho de que, en un cartulario de cincuenta y ocho folios en per­gamino sobre actos notariales de aquel siglo y del ante­rior, que adquirí en 1879, leí otro aforamiento por el Con­cejo del mismo pueblo, en 1496, de un terreno al que se designa como uno de sus límites la heredad de Cristobo Colón, nombre indudablemente de algún propietario an­terior que, según costumbre muy general aun existente, conservaba á la sazón dicha finca; el mismo cartulario me diÓ posteriormente la sorpresa de otro aforamiento en que consta el nombre de María Fonterosa á principios del si­glo XVI. La aparición de tales apellidos en Pontevedra me inspiró el raciocinio lógico de que, pues se habían revelado en tres 4ocumentos, podrían repetirse en otros de fechas más ó menos anteriores, habiéndome propues­to, por lo tanto, indagar nuevos datos en cuantos papeles pontevedreses del siglo XV mis gestiones pudieran alcan- canzar, Y, en efecto, secundado por personas de buena voluntad, á quienes había manifestado mis temerarias sospechas, he tenido la suerte de conocer y examinar los muy interesantes documentos de que doy cuenta en el correspondiente lugar de este libro, acompañando foto­grabados de los principales.

No ha sido poca fortuna que llegaran á nuestros tiem­pos noticias escritas acerca de individuos tan modestos y me persuadí de que resultaba comprobada la existen­cia en Pontevedra de los apellidos Colón y Fonterosa en la generación anterior á la del descubridor del Nuevo Mundo; el segundo ha perdurado en la provincia de Pon­tevedra, y especialmente en la ciudad de Túy y su co­marca. Hechos tan extraordinarios me impulsaron al estudio constante de los principales y autorizados libros que tratan de la vida de Cristóbal Colón y del descubri­miento de América, y adquirí al fin la ‘profunda convic­ción de que existía un verdadero problema acerca del lugar en que nació el insigne navegante, pues cuatro son las poblaciones que han dedicado sendos mármoles á su hijo Cristóforo Colombo; dos, las que alardean de haber poseído el registro de su nacimiento y bautismo, y otras ocho ó diez las que exhiben diversos títulos para consi­derarse patria indudable del gran hombre.

Y  mucho más se arraigó en mi entendimiento tal cri­terio al leer el luminoso libro Nebulosa de Colón, del ilustre académico de la Historia, Sr. Fernández Duro, de cuya página 153 copio las siguientes líneas, referentes al hecho de que el Ayuntamiento de Valladolid puso lápida conmemorativa del fallecimiento de Colón en una casa de la misma ciudad. Dicen así: «Si fueran á examinarse las pruebas que sirvieron á la ciudad de Genova par4_poner primero, en el año de 1858, lápida con inscripción en la casa de la calle Molcento, que se suponía habitación de Doménico Colombo, padre de Cristóbal; después para adquirir por igual concepto, en 1887, otra casa en el Ca- rrogio Drito; si se pidieran á la ciudad de Calvi las que sirven de base á la inscripción puesta en 1886 sobre la presumida cuna del Almirante de Indias, en el Carrugio del Filo, y sucesivamente se revisaran las de Plasencia y otros pueblos de Italia que disputan esa cuna, no apare- recerían más convincentes que las alegadas por el Muni­cipio de Valladolid, para escribir Aquí murió Colón.» Porque el Sr. Fernández Duro demuestra cabalmente en su citado libro que no hay la menor base para afirmar que Colón falleció en la casa mencionada.

La disparidad de leyendas y de elementos que se llaman históricos, nada más que por sucederse de unos en oíros escritores, desde hace tres siglos poco más ó menos, proviene, sin duda, de la falta de verdad en todos aquellos cuentos, pues no hay una sola de dichas leyen­das que no tenga defectos esenciales y que ofrezca la uniformidad de partes necesaria para persuadir en tal gra­do que no quede escrúpulo ó recelo alguno importante en el ánimo de los que estudien la materia. El tiroteo de do­cumentos, en parte desaparecidos, entre los partidarios de las diversas localidades italianas que alardean de ser cuna de Colón, documentos que ofrecen contradicciones é incongruencias de bulto, me convenció, de que, en efecto, no era posible puntualizar aquella gloriosa cuna, y á la vez llamó mi atención la singularidad de que, por escri­tores eminentes, sensatos y eruditos, embajadores, juris­consultos, historiadores, catedráticos, eclesiásticos de di­ferentes categorías, y hasta por sus hijos y herederos, no ya se pusiera en duda, sino que se desdeñase la asevera­ción del glorioso nauta, estampada en solemne escritura, de haber nacido en la ciudad de Génova, pues parece que una declaración semejante debía ser acatada y creída por propios y extraños sin vacilación de ninguna clase.

Pero al mismo tiempo, otra circunstancia especialísi- ma contribuyó poderosamente á interesarme en la tarea de descifrar lo que presentaba aspecto de enigma; la profunda reserva de Colón sobre sus padres y parientes, que se revela especialmente en su testamento de 1498

 

(formalizado en 1502 y corroborado en el codicilo de Mayo de 1506); el propósito firme de ocultar los antece­dentes de su vida y el silencio absoluto que observó con sus dos familias, la legítima y la de su amante Beatriz Enríquez, así como con sus amigos, allegados y conocidos, en todo lo relativo á dichos antecedentes, reserva imitada cuidadosamente por sus dos hermanos D. Bartolomé y D. Diego. Por más disculpas y atenuacio­nes que he imaginado para explicarme un hecho tan ex­cepcional; por más que he escudriñado la conducta y los actos conocidos del primer Almirante de las Indias, mi entendimiento, escaso sin duda, sólo ha encontrado la solución de que ese misterio envolvía un secreto guar­dado tenazmente. ¿Acaso en los papeles de Pontevedra estaba la clave para despejar tal secreto? ¿Acaso era Pontevedra *d cabo del mando» donde habría de en­contrarse «el linaje verdadero de los llamados de Co­lón», según una cláusula del testamento mencionado?

Del resultado de mis investigaciones y de la opinión que formé acerca del origen y de la patria de Colón di cuenta á varios distinguidos amigos, personas inteligen­tes y acreditadas en sus varias profesiones científicas y literarias, quienes desde luego se enteraron de todo con sincero interés; pero debo hacer mención especial del Excmo. Sr. D. Ricardo Beltrán y Rózpide, en la actua­lidad Académico de la Historia y Secretario general de la Real Sociedad de Geografía, brillante geógrafo é his­toriador de España, elocuente escritor y jurisconsulto, quien, penetrado de la importancia y trascendencia de los documentos hallados en Pontevedra, no como creyente, sino como favorecedor de mis investigaciones, inició en sesión de la Junta directiva de aquella Sociedad el pensa­miento de una conferencia en la misma. Fui, pues, hon­rado con la siguiente invitación:

«Sociedad Geográfica de Madrid, 20 de Octubre de 1898.—Sr. D. Celso García de la Riega.—Muy señor mío y de mi distinguida consideración: Por nuestro archi­vero Sr. Beltrán y Rózpide sabemos que se halla usted preparando un interesante estudio de investigación crítica acerca de la cuna de Cristóbal Colón. Mucho habríamos de agradecerle que nos dedicase las primicias de su tra­bajo, dando á conocer los documentos que han motivado ese estudio y las consecuencias que de ellos pueden de­ducirse, en una de las sesiones públicas de esta Socie­dad.—Confiando en que ha de honrarnos aceptando nuestra invitación, se reitera de usted su muy atento se­guro servidor q. b. s. m.,—El Vicepresidente, Federico de Botella.»

Al Sr. Beltrán y Rózpide debo, por consiguiente, el honor de que una Sociedad tan insigne y docta escuchara, en la noche del 20 de Diciembre de 1898, la conferencia en que comuniqué á un auditorio culto y respetable el resumen de mis investigaciones, argumentos y reflexio­nes acerca de la patria y origen de Cristóbal Colón. Y esta conferencia fué la piedra fundamental de mis traba­jos de propaganda, porque sin ella, aunque hubiera es­crito mil artículos, nadie ó muy pocas personas harían caso alguno de mis esfuerzos. Por lo general, la Prensa acogió con benevolencia mi teoría, si bien con la discre­ción y con las reservas naturales, tratándose de un asunto tan extraordinario. Pero á la sazón España sufría la in­mensa pesadumbre de las consecuencias producidas por la infausta guerra con los Estados Unidos, nación ingrata al leal comportamiento de la nuestra, sobre la cual echó los sangrientos actos de una superioridad material indis­cutible, aprovechándose, tal vez hipócritamente, de la explosión del crucero Maine, arrebatándonos todo nues­tro dominio colonial y no dejando una sola roca en que allende los mares se alzase la gloriosa bandera tremolada por Colón al descubrir aquel extenso continente.

Entonces no existía en España ambiente adecuado para que se estudiase y pudiese prosperar una nueva teoría acerca de Cristóbal Colón; y la verdad es que la mayoría de las gentes, sin enterarse de ella é ignorando los pormenores singulares de la vida y hechos del primer Almirante de las Indias, tomaron á broma y calificaron de fantástica y aun de extravagante la opinión de que la cuna de aquél estaba enJEspaña. El sabio profesor señor Altamira, en su notable obra La Enseñanza de la Histo­ria, dice lo siguiente: «Al estudiar la Historia,, en vez de la asidua investigación de los hechos, se cae frecuente­mente en la idolatría del libro: en creer como artículo de fe que lo dicho por un historiador, más ó menos ilustre, necesariamente ha de ser cierto. Claro es que por este procedimiento el error se petrifica y llega á transformarse en dogma.» Y copio de un elocuente académico: «¡Es tan cómodo para los espíritus perezosos saber Historia sin necesidad de estudiarla!» «Los resultados obtenidos en sus investigaciones acerca de la Historia hispano-ameri- cana por varios sabios, sólo se aceptarán en España, como verdades comprobadas, cuando los utilice en sus obras algún escritor francés, y mucho mejor si fuera alemán.»

Tengo la pretensión de creer que sucede una cosa parecida con respecto á la patria genovesa de Colón; el error se ha petrificado y se ha transformado en dogma á causa de que se ha incurrido en la idolatría del libro. Sobre la obscuridad que existe en la vida de Colón ante­rior á su presentación en Castilla y sobre varios de sus actos posteriores, obscuridad que en ningún libro he visto aclarada, no se ha hecho otra cosa, á mi juicio, que sal­var las dificultades y soslayar los problemas por medio de conjeturas adornadas de raciocinios aparatosos y de citas de autores más ó menos ilustres, como dice el señor Altamira. La obscuridad subsiste; la verdadera historia de Colón está por hacer.

En efecto: aun tratándose de personas muy cultas, se ve que, aferradas á las narraciones consignadas en las obras de multitud de autores, algunos eminentes, y por desconocer, repito, la mayor parte de los detalles de la historia de Colón, influidas por el ambiente establecido y por los dogmas propagados por aquellos libros, se han resistido á admitir el hecho estupendo de haber sido des­cubridor de América un español. Y sucede que los falsos dogmas son los que más tenazmente tardan en desapa­recer, Por ejemplo: algunos escritores, entre ellos el íncli­to D. Eduardo de Saavedra, han demostrado hace más de veinticinco años que no hubo batalla del Guadalete, sino del Guadalbeca (Barbate) y de la laguna de Janda; que la principal y última acción en que D. Rodrigo perdió trono y vida se verificó en las cercanías de Tamames (Sa­lamanca); que el conde D. Julián 110 pertenecía á la fami­lia Real, ni dependía en Ceuta del rey godo, sino del califa de Damasco, y ni siquiera era español, sino bizantino. Sin embargo, los hombres cultos y los establecimientos de enseñanza, por lo general, y con muy pocas excepcio­nes, continúan aferrados, repito, á la traición del conde D. Julián y á la batalla del Guadalete; si una eminencia como el Sr. Saavedra no ha logrado ver desvanecido el falso dogma antiguo sobre el fin del Imperio visigodo, nada tiene de particular que la nueva teoría coloniana sustentada por un escritor desconocido fuese mirada con indiferencia. „

Á ello han contribuido no poco las noticias defectuo­sas de la Prensa, pues dedicada en gran parte á la infor­mación diaria de asuntos de actualidad, ha publicado, con pocas excepciones, extractos ligeros y deficientes, he­chos por periodistas cuya obligación es concretar rápida­mente las cosas, resultando que, sin propósito alguno de perjudicar, se han tergiversado y confundido las noticias referentes á los fundamentos de la nueva teoría, agre­gando otras incongruentes, fantásticas y nocivas, y claro es que los lectores no debían acoger favorablemente una opinión que presentaba bases inadmisibles; sin embargo, tal fuerza tiene la verdad, que son muchas las personas inteligentes que aceptaron mi criterio. Tampoco han fal­tado las censuras, envueltas en ei agudo chiste y en el inconsiderado sarcasmo, máscaras con que ordinaria­mente se encubren la ignorancia y la ineptitud; en cambio, haré constar que no pocos escritores han tratado seria­mente el asunto, ya para apoyarme, ya para inducirme, con sensatas é importantes objeciones, á estudiar con de­tenimiento diversos puntos de la vida y hechos de Colón.

Ha transcurrido el tiempo sin que yo hubiese sufrido la menor vacilación, pero también contrariado, ya por los achaques de mi senectud, que me han inutilizado durante largas temporadas, ya por la imposibilidad de publicar en forma conveniente los documentos hallados, los racio­cinios que éstos me habían inspirado al estudiar la his­toria corriente de Colón y las singularidades que ofrecen tos papeles utilizados por los partidarios y defensores de las diferentes localidades aspirantes á la gloria de ser la verdadera cuna de aquel insigne marino. No por eso he abandonado mi tarea; en ella no he cesado, alentado por la adhesión y los consejos de distinguidas personalida­des, ya escribiendo breves artículos publicados en los periódicos de España y de América, ya redactando cuar­tillas y tomando apuntes para el libro proyectado, en que habría de explanar mi teoría y narrar la nueva historia de Colón.

Poco á poco mi opinión fué abriéndose camino, y recientemente vino á darle eficaz impulso un extenso y minucioso estudio de todos mis argumentos, racioci­nios y noticias, hecho y redactado, á excitación de mi ilustre amigo eí Excmo. Sr. D. Augusto González Besada, por el distinguido escritor D. Fernando de Antón del Olmet, marqués de Dosfuentes (á quienes me complazco en manifestar aquí mi sincera gratitud), é inserto en la afamada revista de Madrid La España Moderna corres­pondiente al mes de Junio de 1910. Escrito con método, con claridad y con ceñida dialéctica; adornado con nue­vos datos y consideraciones, rebosante de sinceridad y patriotismo, dicho artículo causó honda impresión y al­canzó el convencimiento de varias personas eminentes en ciencias y en letras de España y del extranjero, que no tardaron en manifestarlo, ya privadamente, ya en ocasiones solemnes.

A consecuencia de todo ello, la Sociedad Económica y la del Recreo de Artesanos, ambas de Pontevedra, acordaron felicitarme y ofrecerme su entusiasta apoyo, acuerdos por mí muy agradecidos y que tuvieron á bien comunicarme personalmente sus Juntas directivas en pleno, á la vez que en la ciudad de Buenos Aires un elo­cuente y notable escritor, Dr. D. José M. Riguera Mon­tero, residente entonces en Montevideo, de cuya Uni­versidad había sido profesor, iniciaba, con espléndido donativo de 1.000 pesos oro, una suscripción para un monumento en su verdadera patria al inmortal nave­gante, idea prematura que no se desarrolló en virtud de las gestiones al efecto practicadas. Al mismo tiempo, una Comisión del Excmo. Ayuntamiento de Pontevedra, pre­sidida por el señor Alcalde, tuvo á bien felicitarme efu­sivamente, haciéndome muy halagadores y honrosos ofrecimientos y colmando así mi satisfacción, no por lo que pudiera importarme personalmente, sino por la re­presentación del pueblo que ostentaba dicha Comisión.

Y  á la vez, amigos queridos y entusiastas, entre ellos el que lo es desde la infancia, D. Ramón Peinador, me hicieron cariñosas ofertas para la impresión de este libro, á las cuales correspondo con el más cariñoso reconoci­miento; en efecto, con la mayor satisfacción debo hacer pública la generosidad y el patriotismo con que dicho amigo costea la presente edición.

Ahora bien; en vista de que mi avanzada edad no me da esperanzas de un largo porvenir, y en consideración á que las mencionadas perturbaciones de mi salud, fre­cuentes desde hace varios años, destruyen la necesaria tranquilidad del ánimo, desisto de continuar la redacción de la difícil obra que había planeado, destinada á referir la vida de Colón, vida extraordinaria que, á través de los documentos encontrados, adquiere nuevo aspecto. Pero atendiendo á multiplicadas y apremiantes excitaciones, reemplazo aquella obra con el presente volumen; éste será tan sólo una colección concreta de materiales y de pensamientos que alguna pluma inteligente* dotada de las facultades y de los conocimientos de que yo carezco, sabrá utilizar y ampliar, porque es indispensable que esa pluma, inspirada por la verdad, venga á fijar en la cien­cia histórica el grandioso hecho de que la gloria de Colón pertenece pura é íntegra á España, y proclame que los resortes poderosos que abrieron magnífica vía á la Humanidad y á la Ciencia con el descubrimiento de un nuevo mundo, fueron el genio, la energía y la perse­verancia de un español, juntamente con la magnanimidad y el generoso espíritu de un Gobierno también español, siendo además justo y conveniente recordar que sin el auxilio material, eficaz y valeroso de otro español, digno de eterna fama, Martín Alonso Pinzón, probablemente el descubridor de América no hubiera cruzado el Atlántico.

Así, pues, en lo sucesivo Cristóbal Colón brillará á la cabeza de los más célebres marinos españoles, rodeado de sus ilustres compatriotas pontevedreses, porque á Pontevedra y su comarca pertenecen también Payo Gó­mez Chirino, Álbar Páez y Alonso Jofre Tenorio, almi­rantes de Castilla en la Edad Media; Cristóbal García Sarmiento, piloto de la carabela Pinta en el primer viaje de Colón; Juan da Nova, que al servicio de Portugal des­cubrió las islas de la Ascensión y de Santa Elena en el camino de la India oriental, y cuyo nombre se perpetúa en unas islas situadas al Occidente de Madagascar; Pedro Sarmiento, el primer navegante del siglo XVI, según los sabios críticos ingleses; los Nodal, los Matos, y, en fin, en nuestros tiempos, el inolvidable Méndez Núñez.

Al llegar á este punto protesto de que me guíe el egoísmo regional; por el contrario, la única idea que alentó constantemente mis investigaciones acerca de Co­lón ha sido la de enaltecer la patria española, por cuya razón tengo el honor de dedicar el presente libro á los pueblos que hablan nuestra hermosa lengua, idioma in­mortal que no perecerá y que pronunciará siempre con cariñoso entusiasmo el nombre de Colón tal como ya existía durante el siglo XV en un cabo del mundo (frase del ínclito marino) al descubrirse las Indias occidentales.

Termino expresando mi profundo y sincero recono­cimiento á cuantos escritores y periódicos extranjeros y españoles han secundado y favorecido la propaganda de la nueva teoría sobre la patria de Colón, y muy espe­cialmente al ilustre y sabio cubano Dr. D. Constantino Horta, por la extensa, activa y valiosa defensa que ha hecho de dicha teoría en sus notabilísimos folletos, sino también al joven y muy elocuente abogado D. Enrique María de Arribas, que sostuvo con superior inteligencia el mismo criterio en discusión pública realizada en el Ateneo de Madrid. Y por último, no menor tributo de reconocimiento rindo á la insigne escritora D.a Eva Ca­ñe!, que en Buenos Aires, Rosario y Lima ha dado bri­llantes conferencias, con el mayor éxito, á favor de mi propuesta de rectificación histórica.

 

 

El secreto de Colón.

Destinado este libro á presentar una nueva teoría con respecto á la patria de Colón, es conveniente, en primer término, examinar concretamente el carácter y las condi­ciones que ofrecen los antecedentes que existen acerca del origen del descubridor de América, puesto que no ha terminado todavía la discusión relativa á esta materia, á pesar de que el primer Almirante de las Indias declaró en solemne documento haber nacido en la ciudad de Ge­nova. ¿Á qué se debe, pues, la controversia? ¿Por qué no ha alcanzado cumplida fe el que mejor podía resolver todas las dudas y se anticipó á éstas con aquella decla­ración? El muy acreditado colombófilo Harrisse dice que no basta llamarse genovés para desvanecer esas du­das, y á seguida se lanza al mar de las conjeturas: como buen pensador, no podía hacer otra cosa.

No es razonable atribuir únicamente semejante es­tado de incertidumbre al afán, muy disculpable, de los diversos pueblos que disputan la apetecida gloria de ser cuna del gran hombre. Á ella aspiran Albizola, Bogliasco, Calvi, Cossesia, Cúccaro, Cugureo ó Cogoleto, Chiavari, Finale, Génova, Módena, Nervi, Oneglia, Plasencia, Pra- dello, Quinto, Saona y Terrarossa. Muy poco valdrían las pretensiones de estos pueblos, y apenas nacidas hu­bieran desaparecido, si la vida de Colón anterior á su presentación en España no estuviera envuelta en el mis­terio, si todos los datos calificados de históricos que se utilizan ofrecieran el carácter de congruencia y de uni­dad que exige la demostración de la verdad, por deduc­ción ó por inducción, cuando se carece de pruebas posi­tivas á favor de una proposición determinada.

Colón, en la escritura de fundación del mayorazgo, declara haber nacido en Génova; y no se vacilaría en es­tablecer como definitiva esta afirmación si se pudiera abrigar un concepto adecuado acerca de su personalidad, esto es, si se supiera cabalmente que fué ajeno á todos los defectos y á todas las debilidades del hombre, si se demostrara que jamás faltó, ni quiso faltar, ni era posi­ble que faltase á la verdad. Alarmados injustificadamente notabilísimos escritores y críticos, exclaman: «¡Cómo! ¡Agraviar con semejante imputación la memoria del in­signe navegante! ¡Llamarle falsario y embustero!» .

Sin embargo, con excepción de ciertos escritores de escasa importancia, la opinión general y sensata nunca ha pretendido atribuir á Colón tan odiosos defectos. Lo primero se dice del que comete delito de falsedad en menoscabo de la honra ó de la hacienda ajenas; lo se­gundo, del que miente con frecuencia por cálculo, por hábito ó por carácter. Y es preciso confesar que los hombres más escrupulosos usan ó disculpan la mentira cuando io exige un fin moral, útil ó conveniente y cuando á la vez no perjudica á nadie. Flaca es una causa si para defenderla se acude al sentimentalismo, que no tiene ca­bida y constituye un estorbo en el terreno de la Ciencia, porque ésta sigue su camino impávida, indiferente á las ruinas y á las heridas que sus adelantos ocasionen en las costumbres, en los sentimientos, en las creencias, en los dogmas. Si se descubre que alguna persona ha faltado á la verdad, consciente ó inconscientemente, debe decirse y establecerse sin miramiento de ninguna clase, sobre todo si el descubrimiento redunda en favor de esa misma verdad.

Y  en último resultado, ¿qué tendría de bochornoso ni de vituperable que Colón hubiese empleado una mentira que pudo juzgar lícita, puesto que no perjudicaba la fama ni los intereses ajenos y, por el contrario, favorecía los propios en la medida que imperiosamente le exigían las preocupaciones de la época? Quizás á esa mentira debió la ejecución de su plan. Si su origen era humilde, humildísimo, ó su familia tenía alguna condición que fuese obstáculo, ó por lo menos entorpecimiento para la realización de su grandioso proyecto, ó que le rebajase ante la altiva Nobleza española, ¿por qué habremos de censurar que ocultase tales condiciones y usase para ello inexactitud tan excusable, señalando cuna distinta y aun opuesta á la verdadera, á fin de hacer infructuosas las indagaciones de la curiosidad? Y, por ventura, el hecho de aceptar y de sostener esta interpretación ¿es razén para atribuir á los que la defienden el mal pensamiento de conceptuar falsario y embustero al insigne nauta?

Por cierto que este no es el único caso en que un Al­mirante de Castilla se proclama natural de Génova. Está bien averiguado, y así lo establecen todos los historia­dores, que Ramón Bonifaz, nombrado Almirante mayor por el rey Fernando III el Santo, era un noble natural de Burgos. Sin embargo, y sin duda para adornarse con un título de superioridad como marino, Bonifaz se atribuye la calidad de genovés en una de sus poesías de lengua galaica, que en sus tiempos aun prevalecía, según consta en el Cancionero de la Vaticana, códice escrito á fines del siglo XIII. Lo que por jactancia hizo dicho Almirante, bien pudo hacerlo, y con mayor motivo, Cristóbal Colón; este debió conocer tal precedente.

Además del expresado fundamento, suficiente por sí solo para disculpar la conducta de Colón, y que debemos considerar muy poderoso y razonable si nos trasladamos con el pensamiento al último tercio del siglo XV, el Al­mirante hubo de obedecer á otros tres no menos eficaces para decidirse á señalar por cuna la famosa ciudad de Génova: primero, el pensamiento de que todos los ele­mentos de la fundación del vínculo guardasen la debida proporción con la magnitud del suceso que le había ele­vado á la cumbre de la sociedad; segundo, la absoluta precisión de ser consecuente en sostener la calidad de genovés de que echó mano en España cuando advirtió la utilidad que le reportaría, y tercero, la seguridad de que, no teniendo ningún pariente en aquella ciudad ni en su territorio, nadie habría de conocer sus antecedentes ni desmentirle. Así ha sucedido; su previsora sagacidad obtuvo buen éxito durante cuatro siglos. Yf sin embargo, su sistema flaqueaba por falta de comprobantes acerca de su patria ficticia, pues en sus múltiples cartas sobre toda clase de asuntos, no hace la más leve mención de la ciu­dad que eligió por cuna, ni de ninguna de las personas que en ella hubiese conocido y tratado, ni de ninguno de sus maestros, ni de ninguno de sus parientes; el nombre de Génova fu’é para él tan sólo un recurso ostentoso en la fundación del mayorazgo. Colón tenía un secreto y lo guardó escrupulosamente, secundado, en primer lugar, por su hermano Bartolomé, que también se presentó en Inglaterra como genovés, porque en aquella época los marinos de Génova y Venecia, así como los cartógrafos italianos, gozaban fama extraordinaria y eran acogidos con gran favor y solicitud en todas partes. *

 

El verdadero linaje de Colón.

El éxito que Colón obtuvo por el descubrimiento de las tierras que encontró en el imaginado camino occiden­tal de !a India, así como la adquisición de altos títulos y de provechos positivos, justificaba la adopción de las precauciones legales con que á la sazón se procuraba perpetuar ía familia noble; á más de esto, su persona habría de ser tronco de una estirpe esclarecida. La fun­dación de un vínculo como raíz y pie de esa estirpe y como memoria de sus servicios, tales son sus palabras, fue en la mente del Almirante idea lógica y necesaria; y tan justamente elevado era el concepto que había for­mado de sí mismo, de su trascendental hazaña y del propósito de fundar un grandioso mayorazgo, que aparte del estilo grandilocuente, artificioso, que se esforzó en dar al documento, encomienda nada menos que al Santo Padre, á los Reyes, al príncipe D. Juan y á sus sucesores, no á la eficacia y al amparo de las leyes, vigilancia especial sobre el cumplimiento de las cláusulas del vínculo (1). Otros motivos también le habrán impulsado á ello; pero lo cierto es que hubo de pensar que en tan importante escrito, que á la vez utilizó para testamento, no era pro­porcionado á los altos fines que le guiaban el hecho de que constase como raíz y pie de su ilustre descendencia un pueblecillo cualquiera; ya que se había presentado en Castilla como genovés, escogió por patria una de las más célebres ciudades marítimas de aquellos tiempos; Génova. El señor de Antón del Olmet juzga acertada­mente al decir que semejante elección se explica por la necesidad de asignarse una patria y un origen por quien no puede declarar los verdaderos, al fundar una Casa, en el sentido heráldico de la frase.

Don Fernando Colón, primer biógrafo de su padre, dice en su Historia del Almirante «que suelen ser más estimados los hombres sabios que proceden de las gran­des ciudades», y añade poco después que algunos que de cierta manera quisieron obscurecer la fama de su padre, afirman que nació en lugares insignificantes de la ribera genovesa; otros, que se propusieron exaltarle más, que en Saona, Génova ó Píasencia. De modo que el cri­terio reinante en aquella época era que el nacimiento en pueblo de menor ó mayor importancia constituía razón suficiente para obscurecer ó enaltecer la fama de una persona. De! Sr. Olmet son también las siguientes líneas: «Vese, pues, que lo único positivo, aparte el dicho de los historiadores genoveses, que se conoce respecto de la nacionalidad genovesa de Colón es la afirmación hecha por él de ser natural de Génova. Consignóla en la escri­tura del Mayorazgo de su Casa. Es, pues, en un docu­mento heráldico en donde tal afirmación aparece. La ín­dole del documento, tratándose-de un fundador de linaje, previene en contra á todo historiador sereno. Sabido es que en materia genealógica la fantasía se ha desbordado siempre y la mentira ha ido siempre unida á la verdad.»

(1) La circunstancia de aparecer el anacronismo de haber fallecido el príncipe D. Juan antes de que Colón formalizase la escritura de vínculo y testamento, no prueba que este documento sea apócrifo, como algún escritor pretende; tan sóio demuestra que el Almirante le tenía escrito desde fecha anterior á la de dicho fallecimiento, y que al encomendar al escribano Martín Rodríguez la formalización, se olvidó de suprimirla especial mención que del citado Príncipe hacía una de las cláusulas. Por lo demás, tanto las disposiciones del mayorazgo como, las testa­mentarias, no ofrecen base para creer que se trata de un documento apócrifo, publicado y aceptado por Navarrete, tomo II; W, Irving, la Racolta colombiana y otros libros.

Y añade poco después: «Necesario era que el Almirante, en el momento de fundar su Mayorazgo, se viese en la obligación de engrandecerse, dándose una patria, en pri­mer término, y en segundo, una patria digna de la gran­deza de la Casa que fundaba,»    –

En el documento de que se trata, Colón escribió, con respecto á Génova, estas palabras singulares: *De ella salí y en ella nací», frase que acusa cierta vacilación y parece indicar un propósito de rectificar, como si Colón, obedeciendo á la verdad, hubiese^ escrito espontánea­mente que de Génova salió á la vida del navegante, y recordando que se titulaba genovés, añadiese inmediata­mente que nació en aquella ciudad. Se dirá que esto es una cavilación, hilar muy delgado, pasarse uno de listo; pero lo cierto es también que dicha frase tiene más aspecto de fórmula que de franca y sincera expresión de la verdad, sobre todo cuando se ve que el testamento en cuestión rebosa en nebulosidades. Veamos una incontes­table prueba de ello.

Colón designa como herederos sucesivos del vínculo: – en primer término, á sus hijos D. Diego y D. Femando, y en defecto de éstos, á D. Bartolomé y D, Diego, her­manos del Almirante. En 1498, primera fecha de la fun­dación del Mayorazgo, aquéllos eran muy jóvenes, y en cuanto á los segundos, D. Bartolomé ya tenía avanzada edad, y D. Diego quería pertenecer á la Iglesia, según Colón declara en el propio documento; de manera que temió que la línea directa se extinguiese muy pronto, y en previsión de tal peligro, ordenó que la sucesión reca­yese en el pariente más cercano que hubiese en cual­quiera parte del mundo, siempre que se llamase «de Co­lón». Trabajo les daba al Papa, á los Reyes, al príncipe D. Juan y á los tribunales, no designando para la suce­sión una línea siquiera de parientes paternos ó maternos, como lo exigían el sentido común, la conveniencia de que el Mayorazgo perdurase y la índole del documento: tal era la ocasión precisa, lógica y obligada, de mencio­nar patria, padres y parientes. Pero es conveniente re­machar el anterior juicio con la misteriosa cláusula á la vista, en la cual Colón desvirtúa su declaración de haber nacido en Génova. Dice así:

«El cual Mayorazgo en ninguna manera lo herede – mujer ninguna, salvo si aquí ni en otro cabo del mando no se hallase .hombre de mi linaje verdadero que se ho- biese llamado y llamase él y sus antecesores de Colón.» En la cláusula que precede á ésta ya había dicho el Al­mirante que sucediese «hombre legítimo que se llame y se haya siempre llamado de su padre é antecesores llama­dos de los de Colón». La exclusión de los llamados Co- tombo es definitiva é incontestable.

Nadie, que yo sepa, ha estudiado detenidamente este punto, sin duda por falta de motivo; pero á la luz de los documentos hallados en Pontevedra, la cláusula de que se trata adquiere notoria.importancia. Por de pronto, y con respecto á la cuestión de nebulosidad que examinaba, aparecen la extraordinaria frase de aquí ó en otro cabo del mundo y la insistencia en estampar el apellido «de Colón». En lugar de dicha frase obscura é inoportuna, si era verdadero italiano y genovés, procedía escribir «en Italia ó en Génova»; en vez de Colón, Colombo, si éste era su apellido, y con tal motivo, señalar para la suce­sión la rama paterna ó materna de parientes más cerca­nos. Pues no lo hizo así, claro es que su patria genovesa era un disfraz, y que su propósito fué ocultar un secreto envolviéndolo en el misterio. Si los hijos y hermanos del Almirante morían sin dejar sucesión masculina, es evi­dente que no habría hombres de su linaje con el apellido Colón, á no ser que existieran en otro cabo del mundo, y que, por una eventualidad cualquiera, apareciese en de­manda del Mayorazgo algún individuo de los llamados de Colón, de Pontevedra ó de otra parte; era, pues, un caso de conciencia. ¿Previó esa eventualidad el fundador del Mayorazgo? Podemos contestar concreta y afirmati- mente á tal pregunta en vista de la gran insistencia, re­pito, con que emplea el concepto los llamados de Colón, así como la preposición de, qué precisamente figura an­tes del mismo apellido en los documentos pontevedre- ses, no siendo menos notable el adjetivo de verdadero unido á la palabra linaje. Porque ¿quién menciona su li­naje verdadero si no es para distinguirlo de otro ficticio ó supuesto, como lo era el de los Colombo italianos por haber usado temporalmente este apellido y por titularse genovés el descubridor de América? ¿Y acaso éste podía llamar cabo del mundo á Génova ó á cualquier otro pue­blo de su territorio? ¿No parece más bien alusiva esa frase á la costa gallega con su promontorio Finisterre, como si el Almirante no pudiese reprimir su inclinación á la tierra natal? Corroborando estas cláusulas testa­mentarias, el historiador D. Fernando afirma que su pa­dre renovó el apellido Colón, añadiendo que en latín es colonus (no columbas)f idea de renovación y etimología procedentes, sin duda, del propio Almirante.

Pero aun se ofrece otro comentario muy oportuno. Al imponer que no herede mujer ninguna, salvo el hecho de no hallarse hombre de su linaje al fallecimiento de sus hijos y hermanos, nada más sencillo si tampoco hubiese hembras, y si era cierto que Colón tenía una hermana llamada Blanchineta, casada y con un hijo de nombre Pantaleone, según rezan los documentos italianos, que en caso tan extremo, y á falta de sucesores de aquéllos (previsión inexcusable), incluyese á su hermana y á su sobrino en la nómina de herederos posibles. No hay ra­zones que se opongan á esta lógica consideración. De ello se deduce que esa Blanchineta era hija de un Domé- nico Colombo, del todo extraño al verdadero linaje de Colón.

El Almirante dictó su testamento y la fundación del mayorazgo el año 1498 en Sevilla, elevándolo á escritura ante el escribano Martín Rodríguez, de la misma ciudad, confirmándolo en el codiciío de 19 de Mayo de 1506; y merece examen el adverbio aguí que en la cláusula ana­lizada antepone á la frase «ni en otro cabo del mundo». Por fortuna, tenemos noticia documentada, hallada por D. Rafael Ramírez de Arellano, de cierto Bartolomé Co­lón gallego (1), palabra que dicho ilustrado señor inter­preta como segundo apellido González ó Sánchez, y que, sin embargo, está bien clara en el calco publicado en el Boletín de la Academia de la Historia, Diciembre de 1900, página 469, con relación al testamento hecho en Córdoba á 24 de Octubre de 1489 por un hijo de dicho Bartolomé Colón. Probable es que el Almirante conociese perfecta­mente á esta familia y que por tal razón hubiese em­pleado el citado adverbio aquí refiriéndose mentalmente á ella, puesto que, según queda dicho, al extinguirse la línea masculina con sus hijos y con sus hermanos, fíjense los lectores en esta circunstancia, no había otros me­dios que los indicados de que existiere hombre con el apellido Colón y con antecesores llamados de Co­lón. Y, al efecto, bueno es advertir que el Almirante no se refiere á un porvenir lejano; sino que previó y temió esa próxima extinción, pues pudiendo ésta acaecer durante la vida de los Reyes Católicos y del principe D. Juan, á ellos encomienda la vigilancia sobre el cumplimiento de las disposiciones del vínculo.

(1) Este Bartolomé Colón era probablemente el que figura en uno de los documentos hallados en Pontevedra como Procurador de la Cofra­día de San Juan Bautista, año 1428. Sabido es que en aquellos tiempos no había regla fija para el primer apellido, y que para el segundo no se usaban entonces los patronímicos González, Sánchez, Fernández, etc., siendo muy frecuentes los motes ó sobrenombres, con los cuales se singularizaba popularmente á varias personas. Por eso al mencionado

Ahora bien; la escritura de testamento y de fundación del mayorazgo contiene dos afirmaciones esenciales. 1.a La de haber nacido Colón en Génova. Y 2.a, la de que su verdadero linaje era «el de los llamados de Colón con antecesores llamados de Colón». Pero estas afirmaciones son incompatibles, de manera que los genovistas que se escandalizan por suponer, cuando se juzga inexac­ta la primera afirmación, que se cae en el pecado de acu­sar de embustero al insigne marino, incurren forzosamen­te con respecto á la segunda en el mismo pecado, pues se ven obligados á declarar que lo del linaje verdadero y lo de antecesores son invenciones. Y en esto no hay térmi­no medio ni escapatoria: es preciso elegir una de las dos afirmaciones. ¿Cuál? Á mi juicio, la elección no es difí­cil, porque la de haber nacido en Génova no ha podido comprobarse ni mucho menos. En ningún pueblo de Ita­lia existió ese Hnaje de Colón con antecesores llamados de Colón. Pudiera interpretarse que el gran marino se refiere al apellido Colombo modificado en Colón; pero si aceptamos esta explicación para la primera parte de la afirmación, no podemos hacerlo para la segunda, porque claro es que entonces aquél hubiera escrito: «con antece­sores llamados Colombo». Ese linaje y esos antecesores aparecen únicamente en Pontevedra, y, á mayor abunda­miento, consta en el mismo pueblo y en la misma época el apellido materno Fonterosa, que no se ha revelado en Italia, donde se ha acudido á la inocente tergiversación de convertir en Fontanarossa el de Fontanarubea que contienen algunos documentos relativos á una familia Colombo, según veremos. Por consiguiente, el gran libro cié la Historia está en el caso de rechazar la primera afir­mación y,debe aceptar definitivamente la segunda, que resulta sincera y justificada, siendo un hecho incontestable que el primer Almirante de las Indias en este acto repudió toda relación de parentesco con las familias que se apelli­daban Colombo, proclamando, en cambio, ese parentesco con los llamados de Colón; sabía indudablemente que es­tos últimos, muy pocos por cierto, de humilde condición, desconocidos y viviendo en un cabo del mundo, no podían imaginar que el inmortal navegante, calificado de geno­vés, tenía la misma sangre y la misma patria que ellos.

Bartolomé Colón se le apellidaba gallego en Córdoba á causa de su pro­cedencia. Este hecho, y el de emplear deliberadamente el Almirante el adverbio aquí, ofrecen por casual carambola, según suele decirse, un indicio de importancia acerca del verdadero linaje de Colón. Y digo de­liberadamente, porque es de juzgar que el cauteloso fundador del ma­yorazgo pesó el valor y el alcance de las palabras para redactar las cláu­sulas más interesantes del vínculo.

Ochenta años después de la institución del mayorazgo se extinguió la línea masculina del Almirante, y entonces pretendieron la sucesión, con aventurera temeridad, dos italianos de apellido Colombo, el uno de Cúccaro, y el otro de Cugureo. Es de juzgar que no se lanzaron á semejante empresa sin cerciorarse previamente de que no tenían com­petidores en los Colombo de Génova y de su comarca. Y no es que éstos hubiesen desaparecido también, pues á mediados del siglo XVII, un presbítero, natural de dicha ciudad y residente en ella, llamado Antonio Colombo, pu­blicó una fantástica genealogía de su familia con inclusión en ella de los barones de Cúccaro y de los hermanos Cristóbal, Bartolomé y Diego Colón; actualmente aun hay personas de aquel apellido que se engalanan con análo­gas genealogías; pero los antecesores de estos caballeros ¿dónde estaban cuando el apogeo de Colón y cuando se extinguió la línea masculina del descubridor del Nuevo Mundo? ¿Cómo no reclamaron con los necesarios justifi­cantes la pingüe herencia y los nobles títulos de la Casa fundada por él? Es indudable que no existía tal paren­tesco; de ninguna manera pudieron demostrarlo, mayor ni menor, ante los tribunales, los mencionados Colombo de Cúccaro y de Cugureo.

En otra cláusula nebulosa de la escritura del vínculo y testamento de 1498 Colón ordena que su hijo D. Diego, joven de veintidós años á la sazón, ponga en Génova persona de su linaje con casa y estado; esto fué sin duda para el Almirante un mero adorno del mayorazgo, puesto que en primer lugar nada le impedía que él mismo, con cabal conocimiento de sus parientes, designara esa per­sona, uno de sus hermanos, por ejemplo, y además por­que nunca volvió á hablar de ello, ni siquiera en el expre­sivo memorial que dejó á su heredero cuando hizo el cuarto viaje, ni ¿iun en el codicilo que firmó el día ante­rior aUde su fallecimiento. Ninguno de sus sucesores puso en práctica semejante disposición; pero la casualidad la realizó, no en Genova, sino en Pontevedra, pues á fines del siglo XVIÍ vivía en ella una señora llamada D.a Cata­lina Colón de Portugal, dueña de casas, de rentas y de la capilla del Buen Suceso en el monasterio de San Fran­cisco; así consta en el voluminoso expediente de demanda contra dicha señora por deudas al mencionado convento, tramitada por el síndico de la comunidad franciscana D, Nicolás de la Riega.

En resumen: Colón huyó de mencionar pariente algu­no, paterno ó materno, no solo en la escritura del mayo­razgo, sino también en sus numerosas cartas y en los de­más documentos, hecho verdaderamente significativo que, unido á los demás en cuyo examen habré de ocuparme en el presente libro, corrobora la categórica afirmación de su hijo é historiador D. Fernando, de que el Almirante quiso que fuesen desconocidos é inciertos su origen y su patria. Y lo cierto es también, sin que pueda demostrarse lo contrario, que á partir de la fecha en que instituyó el vínculo, Colón para nada volvió á acordarse de Italia, ni de Génova, ni aun siquiera de las menciones que de esta ciudad había hecho como artificiosos adornos de dicha institución.

 

 

Las dos familias de Colón y su hilo el historiador.

Para apreciar debidamente la declaración de haber nacido en Genova, hecha por Colón, es de alta y eficaz importancia el criterio expuesto por sus dos familias: la legítima y la de su amante Beatriz Enríquez, aclarado felizmente por el notable folleto del Sr. Rodríguez de Uhagón, marqués de Laureiicín, académico de la Historia, acerca de la patria del Almirante, según los documentos de las Órdenes militares.

El erudito académico emprendió con el mayor celo sus investigaciones; su perseverancia obtuvo el apetecido éxito y publicó el interesante fruto de sus trabajos. Á mi juicio, no demuestra que Colón nació en Saona, pero des­vanece toda inclinación favorable á Génova. Tres son los datos principales que contienen los documentos existentes en los archivos de las Ordenes militares, á saber: 1.°, en la genealogía que figura á la cabeza de una información/ que los pretendientes al noble Hábito presentaban invoce y juraban, se hace constar á D. Cristóbal Colón como nacido en Saona; 2.°, Pedro de Arana, de Córdoba, hermano de Beatriz Enríquez, declara que ignoraba cuál era la patria de Colón, y 3.°, en ninguna de las diligencias se aduce la aseveración del Almirante, hecha en la escri­tura del mayorazgo, de haber nacido en Génova. La in­formación se hizo con motivo de la concesión deí Hábito de Santiago á D. Diego, nieto de aquél.

Los datos primero y tercero demuestran que la fami­lia legítima del Almirante creía que éste no había nacido en Génova, y además contradecía la afirmación conte­nida en dicha escritura por considerarla inexacta; pues de lo contrario, nada le hubiera sido tan fácil y natural como señalar en dicha genealogía á Génova por patria de Colón, confirmándolo con la escritura del vínculo y con los testigos correspondientes. Ni cabe alegar que ta­les informaciones se verificaban por mera fórmula, pues debiendo prestarse un juramento por familia de tan ele­vada posición en la sociedad y ante respetable Tribunal, las mismas circuntancias del hecho reclamarían que, fór­mula por fórmula, dicha familia escogiera la que tenía á su favor la aseveración del fundador del mayorazgo. El juramento exigía la expresión de la verdad ó de lo que se creía verdad, y por eso la familia legitima de Colón exhibió la declaración relativa á Saona, acompañada de un testimonio de calidad, cual era el de Diegd Méndez, á quien no es posible recusar justificadamente. Méndez no fué tan sólo un servidor fiel del Almirante, sino también un amigo íntimo, invariable y afectuoso. Entre los diver­sos servicios que le prestó en el épico cuarto viaje, des­cuella el de haber pasado 30 leguas de un piélago pro­celoso, embarcado en débil canoa, desde la Jamaica á la Española, bajo un cielo abrasador, en demanda de soco­rro. Acompañóle un protegido de Colón: el genovés Fies- co; en las últimas cartas á su heredero, el ya anciano y doliente descubridor, menciona varias veces al buen Die­go Méndez, ya para pedir que le escriba muy largo, ya para afirmar que «tanto valdrá su diligencia y verdad, como las mentiras de los rebeldes Porras». Este calificado testigo declara en la información que el Almirante «era de la Saona»; y si bien es cierto, como observa un eru­dito crítico, que el testimonio de Méndez carece de la condición esencial de exponer que lo aducía con refe­rencia al propio Colón, más cierto é indudable es todavía que jamás había oído á los dos hermanos, D. Cristóbal y D. Bartolomé, ni al genovés Fiesco, ni al segundo almi­rante D. Diego, afirmar que el gran hombre había nacido en Génova, porque en este caso Méndez no hubiera abrigado una opinión tan resuelta acerca de Saona, ni la hubiera expresado tan categóricamente; es lo más pro­bable que hubiese oído á los dos primeros hablar fre ­cuentemente y con afecto de Saona, ya por haber residi­do en ella, ya por ser el lugar donde probablemente fa­llecieron sus padres: tal es, sin duda, la razón por la cual Méndez hacía de Saona la patria del Almirante. Preciso es también apreciar la circunstancia de que el genovés Fiesco, capitán de una carabela en el cuarto viaje y gran amigo de Méndez, pues le acompañó, repito, en la citada peligrosa travesía de la Jamaica á la Española, y fué tes­tigo del codicilo del Almirante y de su fallecimiento en Valladolíd, jamás hubo de manifestarle que Colón había nacido en Génova; es imposible admitir que un genovés al servicio de España y á las órdenes del Almirante, su protector, ignorase que éste era paisano suyo, caso de serlo.

El segundo dato del folleto mencionado no es menos elocuente. De Pedro de Arana, hermano de Beatriz Enrí- quez, dice el P. Las Casas que lo conoció muy bien y que era hombre muy honrado y cuerdo. Sirvió al Almi­rante con energía y lealtad, especialmente con motivo de la sedición de Roldán en la Isla Española. Don Diego Colón, segundo Almirante, ordenó en su testamento el pago á Pedro de Arana de cien castellanos que en las Indias había prestado á su padre D. Cristóbal; deuda que patentiza la intimidad qué había existido entre el descubridor y Arana.

Este testigo, no menos calificado, declara en la expre­sada información que «oyó decir que Colón era genovés, pero que él no sabe de dónde es natural». No cabe duda de que las palabras «oyó decir que era genovés» se refieren á la voz pública, á la opinión general, así como las sarcásticas de «pero no sabe de-dónde es natural», revelan la reserva de Colón y expresan un convenci­miento existente en la familia, pues si Beatriz Enríquez supiera cuáles eran el pueblo y el país de su amante, lo sabrían también su hermano Pedro de Arana y su hijo D. Fernando Colón, el historiador: no es posible desco­nocer la evidencia de este raciocinio.

El hecho de que sus amigos y ambas familias, la legítima y la de D.a Beatriz, coincidan en no estimar, mejor dicho, en desdeñar la afirmación de Colón de haber nacido en Génova, hecha en solemnísimo docu­mento, reviste decisiva importancia. ¿De qué otras cau­sas puede derivarse, sino de la seguridad que aquéllos abrigaban, contraria á dicha afirmación, y de la reserva sin duda observada tenazmente por el Almirante sobre este y otros interesantes detalles de su vida? ¿Puede concebirse que un hombre como él no hubiera hablado con frecuencia de su patria y de sus parientes, ya en las conversaciones, ya en sus escritos, á no alimentar el decidido propósito de ocultar patria y origen? Y ¿cómo ha de merecer fe cumplida en los tiempos actuales y ante la crítica moderna el que no la alcanzó de su propia familia, el que ocasionó, en efecto, por su proceder en esta materia, todas las dudas?

El propio Colón consignó un vehemente indicio, que acaso es dato incontestable, de que la imperiosa necesi­dad de ocultar sus antecedentes fué obstáculo poderoso para que se hubiese casado con Beatriz Enríquez; tal es la única manera de interpretar la misteriosa y grave cláusula de su codicilo de 1506, en que manda á su heredero D. Diego «que haya encomendada á Beatriz Enríquez, madre de D. Fernando, mi hijo, que la provea que pueda vivir honestamente, como persona á quien soy en tanto cargo. Y esto se haga por mi descargo de la conciencia, porque esto pesa mucho para mi ánima. La razón dello non es lícito de la escrebir aguí». En el mismo caso hubo de verse Bartolomé Colón, pues cuando falleció tenia una hija natural llamada María, á quien dotó abundantemente. Es verdaderamente notable que en el codicilo que hizo en 30 de Julio de 1511 Bartolomé Colón ordena que á su hija, educanda en el monasterio de San Leandro, de Sevilla, se le diesen, si quería profe­sar en el mismo, cien mil maravedís además de otros cien mil que le mandaba por su testamento; pero si qui­siere casarse, se ampliasen sobre los dichos cien mil á quinientos mil para su dote. De manera que el Ade­lantado de Indias, no sólo daba importancia al casa­miento, sino también lo prefería á la profesión de su hija en un convento. Ambos hermanos renunciaron á casarse, sin duda por la razón expresada, esto es, por la necesi­dad imperiosa de ocultar origen y patria.

Por’todo lo expuesto, no es de extrañar que D. Fer­nando Colón, biógrafo de su padre, participara de la misma ignorancia, pues en el capítulo primero de su libro, reconocido por Irving como piedra fundamental de !a historia del Nuevo Mundo, dice textualmente: «De modo que cuanto fué su persona á propósito y adornada de todo aquello que convenía para tan gran hecho, tanto menos conocido y cierto quiso que fuese su origen y patria, y así, algunos que de cierta manera quieren obscurecer su fama, dicen que fué de Nervi, otros de Cugureo, otros de Bugiasco; otros que quieren exaltarle más, dicen que era de Saona y otros genovés, y algunos también, saltando más sobre el viento, le hacen natural de Plasencia» (1).

En primer término, se ve en este párrafo que D. Fer­nando se excluye del número de aquellos otros que tenían á su padre por nacido en Génova, y es verdaderamente imposible que, designado segundo heredero, descono­ciera la escritura de fundación del mayorazgo, corrobo­rada por el codicilo. ¿Acaso sabía de labios del propio Almirante que su afirmación en dicha escritura constituía un simple adorno de la fundación del vínculo? ¿Es que D. Fernando era devotísimo amigo de la verdad histórica? Cualquiera de estas dos razones, ya que no ambas á la vez, ¿fué causa de que no apreciase la afirmación de su padre? Es de advertir además que al empezar el capí­tulo primero de su libro manifiesta que una de las prin­cipales cosas que pertenecen á la historia de todo hom­bre sabio es que se sepa su patria y origen; sin embargo, no pudo cumplir este precepto, y el propio D. Fernando, contestando á Giustiniani, califica repetidamente de «caso oculto» á tan interesante detalle.

(1) En Nebulosa de Colón, cap. HI, pág. 87, Fernández Duro dice «que D. Fernando Colón desvaneció las pretensiones de Saona, Nervi, Cugureo, Bugiasco y Plasencia»; pero omite que á la vez y en el mismo lugar D. Fernando desvanece también las de Génova, según demuestra el párrafo copiado en el texto. En cuantos libros he leído referentes al descubridor del Nuevo Mundo, ni un solo autor deja de ocultar aquellos hechos y circunstancias que pudieran entorpecer el prejuicio adoptado por cada cual, prueba evidente de la obscuridad que rodea la persona de Colón, no siendo de extrañar que se le haya supuesto natural de irlanda, por Mr. Molloy, y hasta pirata griego, por Mr. Goodrich.

 

Se ha acudido á ciertos expedientes para descartar las frases de D. Fernando, sin desautorizar su libro. Unos dicen que quiso echar tupido velo sobre el humilde ori­gen de su padre; otros que el tercer Almirante D. Luis, duque de Veragua é hijo de una sobrina del Duque de Alba, antes de entregar el manuscrito de dicho libro al impresor de Venecia, Alfonso Ulloa, introdujo una alte­ración en el texto á que me refiero, á fin de que pudiera figurar dignamente unido el linaje de los Toledo con el de Colón.                                    ‘

Desde luego se advierte verdadera inconsistencia en ambas interpretaciones» porque si D. Fernando se hubiera propuesto ocultar el humilde origen de su padre, habría empleado conceptos adecuados ó se hubiera limitado á repetir la afirmación incluida en la escritura del mayo­razgo. Y si D. Luis Colón hubiera atendido á la conside­ración relativa á los linajes para realizar una adultera­ción en el texto, la habría hecho en términos conducentes á sugerir el convencimiento de que el Almirante procedía de noble estirpe, no dejando la cuestión en una forma que acusa ese mismo humilde origen objeto de la su­puesta modificación.

En efecto, D. Fernando, en muy pocas líneas, revela el origen de su padre, al cual debió oir frases indicadoras de que procedía de la masa general deí pueblo: «pues tengo por mejor que tengamos toda la gloria de la per­sona del Almirante, que andar inquiriendo si su padre fué mercader ó cazador de volatería». Esta manera de motejar con evidente despecho á los nobles, demuestra que D. Fernando tenía conciencia de que el Almirante pertenecía á la clase plebeya. De igual modo respiraba Colón al decir en una de sus cartas: «Pónganme el nom­bre que quisieren, que al fin David, rey muy sabio, guardó ovejas y después fué hecho Rey de Jerusalén, y yo soy siervo de aquel mismo Señor que puso á David en este estado.» Padre é hijo, sin advertirlo, dejaron que se transparentase el humilde origen que el primero no podía ni quería declarar, y el segundo, en las líneas arriba copiadas, afirma sencillamente que desconocía la clase social á que había pertenecido su abuelo paterno y renunciaba á inquirirla.

Pero ios dos hechos que en este punto importan á.la cuestión principal son: primero, D. Fernando afirma ro­tundamente que su padre quiso ocultar origen y patria; y segundo, no juzgó exacta la afirmación de haber nacido en Génova hecha por el Almirante. Repito que D. Fer­nando debía conocer y conocía la escritura de testamento y de fundación del Mayorazgo, corroborada por el codi- cilo de 1506, ya por su condición de segundo heredero, ya por la precisión de atenerse á ambos – documentos como consejero de la familia y como activo represen­tante de su hermano el segundo Almirante en las cues­tiones y reclamaciones suscitadas por la resistencia del Rey Católico á cumplir las estipulaciones de Santa Fe sobre los cargos, títulos y privilegios concedidos al des­cubridor de América.

■ También es conveniente advertir que D. Fernando, antes de concluir en 1537 la Historia del Almirante, hizo prolijas indagaciones para conocer el origen y la patria de su padre. Así lo insinúa en dicha obra, y, por otra parte, gracias á su costumbre de anotar en los libros que compraba la fecha, el precio y el lugar en que los adqui­ría, sabemos que viajó frecuentemente por Italia, y consta que en 1515, en 1521, á fines de 1530 y principios del año siguiente, estuvo en Génova, Plasencia y Saona, en cuyos pueblos y sus inmediatos nada hubo de encontrar, ni urr’solo pariente siquiera, que aclarase el misterio. No es menos oportuna la advertencia de que en las líneas que D, Fernando dedica al propósito de Colón de ocul­tar su origen y patria, añade: «y así, algunos que de cierta manera quieren obscurecer su fama, dicen que fue de Nervi, otros de Cugureo… y otros genovés», etc., hay que observar la circunstancia de que los autores españo­les tradujeron defectuosamento en casi, en vez del adver­bio así, el cosí italiano de la edición veneciana de Ulloa, con lo cual la afirmación se desnaturaliza de tal manera, que nada tiene de extraño que no se le haya concedido la debida importancia, ni. que, por tal razón, se haya advertido que D. Fernando, según queda dicho, se ex­cluye claramente del número de esos otros que hacían genovés á Colón. La circunstancia, que se aprovecha con gran aparato, de que D. Fernando aparezca en algún lugar llamándose «hijo de D, Cristóbal Colón, ginovés», tiene poco valor, pues se aduce ávidamente á falta de pruebas y de datos persuasivos; vese que, desde luego, hubo de acomodarse á la voz general, puesto que allí donde estaba obligado y tenía ocasión oportuna para puntualizar la cuna de su padre, no lo hizo, según hemos visto; prueba evidente de que la desconocía en absoluto. Obedeciendo á esa voz general, Bernáldez llama á Colón hombre ríe Génova, y después dice que era de la provin­cia de Milán.

Resulta, pues, que con los datos que existen en los expedientes de las Órdenes militares y con las manifesta­ciones de D. Fernando Colón en la Historia del Almirante, se demuestra abundantemente que la afirmación herál­dica de haber nacido Colón en Génova, no merece fe y no debe aducirse como testimonio con respecto á la pa­tria del glorioso marino. Según veremos, otras pruebas capitales vienen no sólo á corroborar el mismo resulta­do, sino también á destruir el criterio corriente acerca de la nacionalidad italiana de Colón.

Pero antes de pasar adelante, considero conveniente dedicar breves líneas al libro de D. Fernando Colón, ya que me apoyo con toda confianza y seguridad en algunas noticias que contiene la Historia del Almirante. Mi propó­sito es facilitar, á cuantos lectores del presente libro vean estampada en otros la especie de que la obra de D. Fer­nando es falsa ó supuesta, los medios de conocer la ver­dad, puesto que, á pesar de las demostraciones existen­tes, no faltan quienes, en Italia, principalmente, repiten ó acogen aquella inculpación con la mayor ligereza, unos á ciegas, y otros á sabiendas de que hay pruebas de lo contrario.

Entre los escritores que propagaron dicha inculpación descuella el acreditado colombófilo norteamericano Ha- rrisse, que llama aventurero al impresor Ulloa, de Vene- cia, acusándole de haber forjado la obra en cuestión, fundándose en que no fué citada por ninguno de los pri­meros historiadores de Indias. Nada más caprichoso é injusto que calificar de aventurero á un literato que du­rante treinta y un años, desde 1546 á 1577, se ocupó en reimprimir libros castellanos y en hacer traducciones del portugués y del español al italianoi Además, el P. Las Ca­sas en su Historia general de las Indias copió á la letra capítulos enteros del libro manuscrito de D. Fernando y así lo declara en varios pasajes el apóstol de las Indias; hay que tener en cuenta que la traducción de dicho libro por Ulloa, impresa en 1571, es posterior en veintiún años á ía obra del P. Las Casas.

La autenticidad de la Historia del Almirante, cuyo manuscrito figuró en la Biblioteca Colombina de Sevi­lla, ha sido cumplidamente demostrada, entre otras auto­ridades, por el académico de la Historia, Sr. Fabié, en el Congreso de Americanistas celebrado en Madrid el año 1881 (Actas, tomo I) y en la Vida y escritos de Fray Bartolomé de las Casas, incluida en la «Colección de do­cumentos inéditos para la Historia de España», tomo LXX, páginas 360-372; por D. Martín Ferreiro, ante el Congre­so Geográfico de Viena, año 1881, en una memoria tra­ducida y autorizada por César Cantú, y publicada en el Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid, tomo XI; por el Sr. Fernández Duro en su Nebulosa de Colón, pág. 136, y en su informe sobre Colón y Pinzón, presentado á la Academia de la Historia, en cuyo tomo X de sus Memo­rias consta; y, anteriormente, habían hecho merecidos elogios del libro de D. Fernando, los eruditos González Barcia, Muñoz, los Navarrete, y, por último, el compa­triota de Harrisse, W. Irving, quien juzga que dicho libro es la piedra fundamental de la Historia Americana. De sabios es mudar de consejo y así lo hizo Harrisse; al fin, en 1887, en su obra titulada Excerpta Colombiniana, des­pués de llamar á D. Fernando Colón, cosmógrafo, jurista, bibliófilo, amante de las artes y de la poesía, dice «que fué autor de una Historia de su padre, cuyo texto en cas- llano se perdió»; de esta manera el sabio escritor norte­americano se retractó de su anterior criterio.

Insisto, pues, en que los lectores se prevengan contra la especie de que la Historia del Almirante no fué escrita por D. Fernando Colón. Que esta obra, como todas las hu­manas, tenga defectos no es razón bastante para declarar­la apócrifa; quien tanto pretenda, habrá de presentar al lado de su afirmación la correspondiente incontestable prueba: no lo hace así, por cierto, el historiador alemán Sophus Ruge, que apadrina este y otros errores con la mayor ingenuidad, refiriéndose al descubridor de Améri­ca, criterio que no le ha impedido adquirir noticias en la propia Historia ciel Almirante.

Y  aprovecho esta oportunidad para repetir una obser­vación del traductor de dicho historiador. Éste menciona á cada paso la sed de oro de los españoles ai descubrir América. ¡Tiene gracia! ¡No parece sino qué los naturales de otras naciones, incluso los alemanes, no se han movi­do ni se mueven por un feroz deseo de lucro en el descu­brimiento, conquista ó colonización de países salvajes y no salvajes! Los españoles siempre fueron menos codi­ciosos y más humanos que ellos.

 

Indicios lingüísticos. El cosmógrafo Tosconeiii.

Una de ías singularidades más notables que ofrece la personalidad de Colón es la de que ninguno de los do­cumentos escritos de su mano que han llegado á nues­tros tiempos aparece redactado en lengua italiana; me­moriales, instrucciones, numerosas cartas y papeles ínti­mos están escritos en castellano, y las notas marginales en sus libros de estudio (Biblioteca Colombina de Sevilla), en latín. Para explicar de alguna manera seme­jante singularidad, se dice que la educación de Colón en su infancia fué muy superficial, y además que abandonó á su patria en la niñez; explicación sobradamente delez­nable, porque, aparte de las altas cualidades de inteli­gencia y de aplicación que se le han reconocido, debió emplear forzosamente la lengua italiana para los estudios elementales que verificó, si era genovés, antes de los catorce años en que empezó á navegar, y si es cierto que navegó veintitrés años, «sin estar fuera de la mar tiempo que se haya de contar» en barcos genoveses, ya en el comercio, ya al servicio de los príncipes de Anjou; si es cierto que sostuvo’ continuas relaciones de amistad y trato frecuente con mercaderes y personajes italianos, no es posible admitir que hubiese olvidado la lengua italiana hasta el punto de no poder escribir en este idioma la carta que se dice dirigió al Oficio de San Jorge de Génova.

Análoga deducción, y con mayor motivo, podemos hacer si admitimos, como quiere un documento italiano, que Colón aun era tejedor en el año 1472. ¿Quién, que se halle expatriado, aunque lleve residiendo largo tiempo en el extranjero, al dirigirse por escrito á las autoridades de su pueblo, no lo hace en el idioma patrio? ¿Quién llega á olvidar hasta ese grado el lenguaje que aprendió en el regazo materno? ¿Es posible que Colón no hubiera sen­tido por la lengua italiana, si esta hubiera sido la suya, el instintivo afecto que todos los hombres, de todos los paí­ses y de todas las épocas, dedicamos al idioma nativo? No fue olvido, ciertamente, la causa de este hecho. ¿Lo habrá sido el desdén, la indiferencia? ¿Es que, en efecto, ese idioma no era el suyo?

En el preámbulo de su Diario de navegación, al ex­poner á los Reyes Católicos el objeto de su empresa, el inmortal descubridor dice que en el Catay domina un príncipe llamado el Gran Kan «que en nuestro romance» significa rey de los reyes. Á propósito de este hecho, el Sr. Olmet dice acertadamente en La España Moderna:

* Creemos que toda discusión sobra desde el momento en que Cristóbal Colón ha declarado por escrito cuál era su idioma, concordando esta declaración con todos los ante­cedentes que acreditan que no era italiano. Todo parece indicar que se trata de un caso más, entre los conocidos como fenómenos psicofisiológicos, en virtud del cual, por ser tan grande la necesidad del que pudiéramos lla­mar oxígeno de la verdad para el organismo moral del hombre, aun los mismos criminales se delatan, arrancán­dose voluntariamente la máscara del rostro,»

En efecto, es sin duda sumamente violento creer que, á los ocho años de residir en país extranjero, haya quien llame lengua suya á la de ese país, sobre todo, cuando no existe precisión de estampar semejante expresiva frase, cuya inexactitud saltaría á la vista de Colón en el momento de escribirla, á no ser que se olvidase de que era genovés ó de que se hacía pasar por genovés. ¿Suce­dió por ventura que Colón, sin darse cuenta de ello, alzó en las tres palabras «en nuestro romance» un extremo del velo con que se propuso ocultar patria y origen? No hay autor dramático, ni novelista, ni criminal, ni farsante, ni hombre cauteloso ó reservado, que no deje algún cabo suelto, que no descuide algún detalle, por donde ñaquee la fábula ó se sospeche y se descubra lo que se quiso ocultar. ¿Obedeció Colón á esta imperfección hu­mana al llamar suya á la lengua española? Sin duda alguna, y á este propósito es de notar la soltura con que ta escribía.

De manera que son tres las ocasiones en que Colón declaró ingenuamente, inadvertidamente, su naturaleza española:

1 .a Al llamar nuestro romance á la lengua castellana.

  1. a           Al proclamar que su linaje verdadero era el de los llamados de Colón con antecesores llamados de Colón, según queda demostrado en el capítulo II; y
  2. a           Al consignar en su Libro de las Profecías, refirién­dose á su descubrimiento y á los recursos que se obten­drían en el Nuevo Mundo para reconquistar la Tierra Santa, que «el abad Joaquín Catabres profetizó que de España saldría quien había de reedificar la casa del Monte Sión», porque es de notar que Colón había ofre­cido personalmente al Papa dichos recursos y un gran ejército para aquella reconquista.

Entre los detalles lingüísticos de los escritos de Co­lón, detalles que parecen minucias triviales, pero que no son desdeñados por quienes analizan las causas y el en­lace de los hechos, anotaré los siguientes, pues me pare­cen muy expresivos. En una de sus cartas describe la isla Española, y dice que allí «los rayos solares tienen espeto». Al comentar esta frase un erudito académico é historia­dor de Colón, supone que se hizo mal la transcripción, al poner espeto en vez de impelo; pero no parece muy ade­cuado el calificativo de impetuosos para los rayos de dicho astro, y en tal interpretación se advierte el olvido de que espeto es nombre antiguo de un asador, muy vul­gar, principalmente en la costa de Galicia, que consiste en una pequeña varilla de hierro, aguzada en un extremo y con ojo ó abertura en el otro para colgarlo; en este es­peto se ensartan los peces pequeños para asarlos con brevedad y limpieza. En el mismo país, cuando en algún día el sol quema más de lo ordinario, como suele suceder en Marzo ó en Octubre, se dice «hoxe o sol ten espetos», que es la misma frase usada por Colón, aprendida por éste, sin duda, en la niñez. Bajo el sol del trópico, así he tenido ocasión de observarlo en Cuba, los rayos solares causan en la piel humana el efecto de quemar punzando, como pudiera hacerlo la incandescencia de los espetos.

En el texto que’trae el P. Las Casas (historiador acre­ditado de escrupuloso y exacto, sobre todo en la copia de documentos) de la carta mensajera que Colón escri­bió á D.a juana Torres, nodriza del príncipe D. Juan, el año 1500, viniendo preso de las Indias, en virtud del atro­pello cometido por Bobadilla, aparece la palabra fan, ge- nuinamente gallega, que es tercera persona del plural del presente indicativo del verbo facer, hacer: fan face en ello, según el texto del P. Las Casas, esto es, hacen cara, frase que el mismo académico aludido califica de obscura ó ininteligible.

Algunos comentaristas, después de cavilar mucho, han concluido por afirmar que la palabra Fano, nombre dado por Colón al cabo más oriental de la isla Jamaica ó de Santiago, es error de transcripción ó errata de im­prenta, en lugar de Farol. Ignoraban que Fano es voz galaica (Diccionarios gallego, de Cuveiro, y portugués, de Fonseca) usada en ia Edad Media, y hoy anticuada, con significado de templo de idolatría. Probablemente Colón se enteró de que en la comarca de dicho cabo ó en sus cercanías los indígenas tenían una choza con sus ídolos á manera de templo, y aplicó el expresado nombre ga­laico de Fano.

Dió también á otro cabo el nombre de Boto, que es un adjetivo genuinamente galaico antiguo, equivalente al castellano mocho. Y navegando por la costa de Paria puso á unas islas la denominación de Guardias, y á otras tres á ellas cercanas la de Testigos. En Galicia, á las piedras ó marcos que señalan los lindes de campos, heredades, prados, trozos de bosque, etc., donde por cualquier mo­tivo no se pusieron muros ó setos, también se les da el nombre de guardas, por el oficio que hacen, y suele po­nérseles inmediatas dos ó tres piedras más pequeñas, á las cuales se les llama testigos; he aquí de donde Colón sacó, sin duda, el nombre que dió á las mencionadas islas.

En una de sus cartas, al describir la isla de Cuba, Colón le da inadvertidamente el nombre de Suana. Sólo un gallego pudo escribir ese vocablo en vez del de Juana, pues para la representación ortográfica de! sonido de la j en galaico, cuyo alfabeto carece de ella, no servía la cas­tellana. En la mayor parte de los documentos gallegos de la época, la j hace el oficio de i ó de j francesa. Colón utilizó la s como representación aproximada de dicho sonido; en italiano aquel nombre es Giovanna, y, por consiguiente, el empleo de la s sólo puede atribuirse á una distracción, en virtud de la cual exhibió instintiva­mente la pronunciación gallega. Por ejemplo: Fonte-rosa, en castellano Fuente-roja; ahora se expresa defectuosa­mente el mencionado sonido con lax.

Otras palabras galaicas, como fiso, por hizo; boy, por buey, y dito, por dicho, alguna vez usó Colón, habién­dose traspapelado la nota en que ias había apuntado. De­claro que eran muy pocas, porque es difícil distinguir las muchas que en sus escritos pertenecen á las lenguas por­tuguesa ó gallega de aquellos tiempos, y á la vez á la castellana antigua, y por esta razón es imposible atri­buirlas exclusivamente á las primeras, como debuxar, presona, non, abastar, poderá, fago, facer, contía, oya (oiga), posar, forno, amostrar, faz (hace), Calis (Cá­diz), etc. Pero de todos modos, el uso de tales palabras revela en Colón un conocimiento muy extenso del len­guaje español, que jamás se adquiere en breve tiempo por un extranjero.

En 1474, según refiere D. Fernando el historiador, Colón consultó desde Lisboa al sabio cosmógrafo floren­tino Pablo Toscanelli el proyecto de ir á las Indias por el camino marítimo de Occidente. Pues bien, Toscanelli, en una de sus cartas, le considera portugués, hecho no­table que merece particular examen, que ningún historia­dor advirtió, con excepción del sabio alemán Sophus Ruge, y que adquiere un valor extraordinario al enlazarlo con la circunstancia, no menos notable, de que los cro­nistas genoveses de la época del descubrimiento de Amé­rica Gallo y Giustiniani afirman que Bartolomé Colón na­ció en Lusitania.

Para el establecimiento de relaciones entre Colón y Toscanelii medió un italiano residente en Lisboa llamado Lorenzo Giraldo, pues así lo cuenta D. Fernando en la Historia del Almirante. Si Giraldo, al hacer la consiguiente recomendación al sabio florentino, omitió la circunstancia de haber nacido Colón en Italia, á pesar de lo natural y oportuno de esta noticia, debemos deducir, no ya que desconocía la nacionalidad de su recomendado, sino que, por el contrario, comunicó á Toscanelii que era la portu­guesa, con la cual en aquellos tiempos se confundia la de los naturales de Galicia correspondientes á las zonas del bajo Miño y del alto Limia, que los monarcas portugue­ses trataron de adquirir siempre que se les presentaba ocasión y que consideraban, por haber pertenecido al Convento jurídico Bracarense, como territorios indebida­mente unidos á León y Castilla.

Pero admitiendo que Giraldo no hubiese hecho la presentación de Colón como italiano, como genovés, ¿puede aceptarse que el propio interesado hubiese incu­rrido en igual omisión y que, en los momentos en que solicitaba con afán la aprobación del célebre cosmógrafo para su grandioso plan de surcar el tenebroso océano occidental no procurase, en primer término, captarse su simpatía bajo el título de compatriota? Pues así no lo hizo, resulta una de dos cosas: ó que Colón no podía exhibir á Toscanelii una nacionalidad que no era la suya, ó que le manifestó la portuguesa, de que el sabio floren­tino se hace eco en la carta mencionada.

La argumentación anterior sería inútil si prevaleciese la opinión de que la correspondencia de Colón con Tos- canellí es apócrifa; opinión sustentada, aparte de ciertas débiles reservas, por el escritor norteamericano Mr. Ví- gnaud en su libro La caria y el mapa de Toscanelli sobre la ruta de las Indias por el Oeste. Pero los fundamentos en que se apoya carecen de solidez, empezando por el de afirmar arbitrariamente que Colón, cuando se embar­có en Palos, no poseía ninguna teoría científica, pues Mr. Vignaud no advierte que el simple enunciado de un plan para ir á la India por la vía marítima del Oeste ya constituye una teoría científica; y con respecto á los co­nocimientos de Colón, bastará consignar que Mr. Vi­gnaud prescinde en absoluto, no ya de los que el insigne marino ha patentizado al advertir, por ejemplo, la decli­nación y variación de la aguja náutica, así como de los que demostró en sus actos y escritos posteriores al des­cubrimiento de América, sino de los que evidenció en las memorables conferencias de Salamanca, que Mr. Vignaud desconoce, en las cuales Colón discutió con teólogos, matemáticos y cosmógrafos, habiendo obtenido las sim­patías y el apoyo de la mayoría de ellos, favorecido por el P. Fr. Diego de Deza. Pero no se trata de las fantásti- ticas sesiones de que habla con el mayor desahogo, lo mismo que de otros puntos interesantes de la historia del descubrimiento, Mr. Rosselly de Lorgues, sistemático calumniador de los españoles, quien confundiendo y amal­gamando la Junta de Córdoba, opuesta á los proyectos de Colón y presidida por el prior del Prado, Fr. Her­nando de Talavera, con las conferencias de Salamanca, promovidas posteriormente por el P. Deza y favorables á dichos proyectos, (confusión en que también incurrie­ron Humboldt, írving, Prescott, Sophus Ruge y otros es­critores de cuenta), dió rienda suelta á su piadosa imagi­nación y á su despótica pluma, refiriéndose á unas actas que no existen ni existieron, á unos colegios salmantinos que no había á la sazón, pues fueron creados en el si­glo XVI; al embuste del casamiento de Colón con Beatriz Enríquez y á otras novelas por el estilo. Para tan intere­sante cuestión, el lector puede consultar el notable libro Colón en España, de Rodríguez Pinilla.

Mister Vignaud juzga que la falsificación de la corres­pondencia de Toscanelii tuvo por objeto contrarrestar ó disipar el descrédito que producía para Colón la creencia de que había adquirido noticias exactas sobre la existen­cia de tierras al otro lado del Atlántico, por conducto del piloto Sánchez de Huelva. Pero el escritor norteamericano no advierte la incongruencia en que incurre, porque la manera de combatir tal creencia, fuese ó no infundada, crearía análogo peligro, pues la correspondencia y el mapa de Toscanelii rebajarían considerablemente en aquella época la fama del gran marino, recabando para el cosmógrafo florentino la prioridad del proyecto de na­vegar sin peligro por el Oeste para ir á las tierras del Oriente. Y este es, precisamente, uno de los motivos para considerar verdadera dicha correspondencia, dada la re­serva que guardó Colón acerca de las cartas y del mapa de Toscanelli; esa correspondencia, de la cual hubo algún indicio en Florencia, no fué conocida hasta muchos anos después de! fallecimiento de Colón, esto es, cuando, de aceptarse el juicio de Mr. Vignaud, ya había pasado para el Almirante y para su hermano Bartolomé la oportuni­dad ó conveniencia de utilizarla. Y lo cierto es, que el texto latino de !a copia de la carta de Toscanelli al canóni­go portugués Martins, aparece escrita por mano del Des­cubridor, pues así lo afirma Harrisse, que fué quien halló tal documento en las guardas de un libro de la Biblioteca Colombina de Sevilla, que había pertenecido á Colón, ó por la de Bartolomé. La letra de la carta en cuestión es­crita en las mencionadas guardas posteriores del libro del cardenal Piccolomini, es igual exactamente á la de las notas puestas por el propio Colón en otro libro del cardenal Alyaco; ambos volúmenes pertenecieron al Al­mirante. Mister Vignaud no se fijó en dicha exactitud y en todo este asunto ha procedido con muy ligera crítica, de­seoso de justificar un prejuicio.

Según supone Mr. Vignaud, en vista de la circunstan­cia de ser muy parecidas las letras de ambos hermanos, se deduce que sólo de ellos, ó de uno de ellos, pudiera provenir la falsificación supuesta, resultando totalmente incomprensible que, dado el propósito imaginado, no se hubieran servido de ella, Mister Vignaud convierte diversos hechos, sencillos y de fácil interpretación, en vehementes indicios de false­dad con respecto á la correspondencia de que se trata. Que ni en los escritores ni en los archivos de Portugal se encuentra el menor rastro de la carta de Toscanelli al canónigo Martins: nada tiene de particular el hecho, ya porque la negociación pudo ser secreta, ya porque es desmesurada la exigencia de que en dichos archivos se conservasen todos los documentos de aquellos tiempos; pero, además, Mr. Vignaud tiene un rastro eficaz en el texto latino descubierto por Harrisse y en la Historia del Almirante por D. Fernando Colón. Que no se conoce ningún canónigo portugués de aquella época que se lla­mase Martins: esta es una afirmación arbitraria, aparte de que el capellán del rey Alfonso V, apellidado Martins, y de nombre Fernán ó Esteban, fáciles de confundirse en un mal escrito, muy bien pudo ser canónigo de cual­quiera catedral ó colegiata. Que el comercio de las espe­cias no tenía en Portugal y en 1474 importancia alguna: esto es otra afirmación errónea, porque el tráfico de las especias entre los puertos de dicha nación y los de Gali­cia era muy activo, puesto que en el Libro del Concejo de Pontevedra, años 1437 y siguientes, ya consta el nom­bramiento por el arzobispo de Santiago, señor de la vi­lla, de dos cogedores ó recaudadores exclusivamente des­tinados á cobrar los arbitrios de la especiaría, prueba indudable de la importancia de dicho tráfico, que sin duda para el occidente de la Península tenía su centro en Lisboa. Que en los papeles de Toscanelii no se encon­traron huellas de ía correspondencia de que se traía; esto tampoco tiene nada de extraño, porque esas huellas pu­dieron desaparecer si existió una negociación reservada, aunque algo quiere decir un papel hallado entre los de Toscanelii, preparado, según juzgan algunos críticos, con las mismas líneas de meridianos y de paralelos que las del mapa que acompañaba á la carta á Martins, utilizado por Colón. En este mapa el descubridor de América hubo de señalar las islas que presumía encontrar en el espacio re­corrido desde el 17 al 25 de Septiembre de 1492, en su primer viaje; y las señaló por inspiración de cálculos so­bre la fantástica de San Barandán y sobre la Antilia de­signada por el veneciano Andrea Bianco en su carta geográfica de 1436. Pero á mayor abundamiento figura la Antilia en el mapa de 1424 de Weimar, en los de Beccaria de 1426, existente en Munich, y de 1435 que se conserva en Parma; en éste vese una cadena de islas si­tuadas á los quince grados del cabo Finisterre de Galicia, cadena que se extiende de Norie á Sur, desde la latitud de aquel cabo hasta la de Gibraltar; y la más meridional de las dos islas mayores lleva el nombre de Antilia, que también consta en el mapa de 1476 de Benincasa de An­cana, según afirma el historiador alemán Sophus Ruge. Por lo tanto, tampoco tiene nada de particular que Colón, siendo cartógrafo, hubiera añadido islas al mapa de Tos- canelli que usó en su primer viaje.

Por último, Mr. Vignaud ignora un indicio bastante eficaz para deducir las relaciones de Colón con Tosca- nelli. Pedro Vicente Dante de Rinaldi (según Peragallo, Asensio y otros colombófilos), que terminó en 1498 su traducción del Tratado de la Esfera, de Sacrobosco, dice en ella: «Que la zona tórrida y las frías son inhabitables, ha demostrado que es falso Cristóbal Colón, pues refiere que navegó hacia Poniente y visitó países dentro de la tal zona, que está habitadísima, como yo lo he visto par­ticularmente por una copia de la carta de dicho Colón, escrita desde Sevilla al muy docto matemático Miser Paulo Toscanelli, el cual me la ha mandado aquí por mano de Miser Cornelio Randolí.» En las precedentes lí­neas se comete un error de bulto, puesto que Toscanelli falleció en 1482; por defectuosa redacción ó traducción, en que se suprimieron dos ó tres palabras (á un pariente del muy docto, etc.), sin duda quedó tergiversada la noti­cia, confundiéndola con la carta impresa en Sevilla acerca del primer viaje de Colón, ó con una carta de éste á un amigo ó pariente del cosmógrafo florentino.

Pero también se ofrece otra interpretación muy razo­nable, sustituyendo el probable error de Sevilla con Lis­boa, porque la noticia de Rinaldi está conforme con una apuntación referente á la zona tórrida, puesta por el pro­pio Colón en el libro /mago Mundi, del cardenal Alyaco (Biblioteca Colombina), donde declara «que la Guinea está muy poblada, según él mismo lo vió cuando estuvo en el castillo de la Mina, perteneciente al Rey de Por­tugal».

Confío en que los lectores no habrán llevado á mal la anterior digresión; importa á la historia coloniana que la personalidad del Almirante no sea rebajada infundada­mente, á lo menos mientras nuevos datos no vengan á demostrar lo contrario. Por lo demás, aun en el caso de ser apócrifa la correspondencia del insigne navegante con el cosmógrafo florentino, y de que el autor de la super­chería fuese el propio Colón ó su hermano Bartolomé, resultaría también evidente que no era italiano, puesto que en esa correspondencia presentaba á Toscanelii per­fectamente enterado de la nacionalidad portuguesa del insigne marino; en este caso, tal superchería vendría á ser un testimonio interesante.

De todos modos, es un hecho incontestable que Colón no sintió entonces la conveniencia de fingirse genovés ni la de utilizar este título. Aun no podía apercibirse de las dificultades que se opondrían á la realización de sus pla­nes, y no se le ocurrió fingir ó exhibir semejante calidad, de verdadera importancia en aquella época, en quegeno- veses y venecianos, por una parte, eran auxiliares pode­rosos en las guerras marítimas, y, por otra, monopoliza­ban el comercio del Asia y del Mediterráneo, haciendo tributaria de él á toda la Europa, Es sabido que los ge- noveses gozaban en España y en otras naciones desde siglos antes gran nombradla en los asuntos navales y mucho acogimiento y benevolencia cerca de los Reyes de Castilla, y así lo afirman diversos historiadores. En efec­to: naturales eran de la República de Génova el almi­rante de Enrique III, Zacarías, y los Bocanegra, padre é hijo, á la vez que en Portugal se habían utilizado los ser­vicios de Pezagno, de Perestrelo y de Antonio de Noli, que descubrió las islas de Cabo Verde en 1460. Acaso Colón navegó á las órdenes de este último, visto el rumbo que hacia esas islas tomó en su tercer viaje, rumbo que demuestra sus conocimientos científicos.

Cuando el glorioso marino se enteró de !a fama y del provecho que los genoveses obtenían en Castilla, no debió vacilar en utilizar la ficción de genovés, puesto que además le serviría para ocultar su modesto origen. Du­rante su residencia en casa del Duque de Medinaceli, desde f484 á 1486, hubo de resolverse á echar mano de tal recurso ai ver que, habiendo negado los Reyes su permiso á dicho magnate para realizar á su costa el pro­yecto de Colón, era necesario hacerse agradable á ios monarcas de España, exhibiendo la condición de geno­vés, Desde entonces este dictado empezó á circular en noticias, cartas, recomendaciones y gestiones de toda clase. La Corte, la Nobleza, el Clero, los funcionarios y el pueblo en general fueron recibiendo, aceptando y propa­gando sin reparo alguno, pues no había razón para ello, aquel dictado; celebróse la memorable capitulación de Santa Fe sin que conste que ni á los Reyes ni á sus se­cretarios se les ocurriera exigir de Colón, antes de conce­derle elevadísimos títulos y cargos, demostración alguna de las condiciones personales y de familia que la Admi­nistración de aquella época requería para el desempeño de empleos insignificantes; ni siquiera se le impuso la naturalización en España, que se exigió á Américo Ves- puci, como requisito preparatorio para obtener, junta­mente con Vicente Yáñez Pinzón, el mando de una flota de descubrimientos, y después el cargo de Piloto mayor.

Quedó, pues, sencillamente establecido el título de genovés, sin otro fundamento que la aseveración del pri­mer Almirante de las Indias, á la que no podía menos de concederse completo crédito.

Cuando Colón, perdida toda esperanza y desahuciado en sus pretensiones ante la Corte, se presentó en La Rá­bida pensando en que se vería obligado á dirigirse al Gobierno de otra nación, los ruegos de Fr. Juan Pérez, á quien Sophus Ruge y otros autores amalgaman con fray Antonio de Marchena, le decidieron á intentar nuevas gestiones ante los Reyes Católicos. Accedió á ellos, «por­que su mayor deseo era que España lograse la empresa que proponía, teniéndose por natural de estos reinos*; así lo c’ice su hijo D. Fernando. Acaso en la vehemencia de sus lamentaciones ó de su despecho deslizó alguna frase que entonces debió interpretarse en un sentido figurado, pero que sin duda expresaba una verdad impensada­mente manifestada. ¿Qué fuerza íntima le impulsaba á tales demostraciones de afecto á España? Según su men­cionado hijo, el único juramento que solía proferir Colón era el de por San Fernando.

Al describir las bellezas de las islas de Cuba y Santo Domingo, el descubridor de América para nada menciona la hermosísima comarca de Génova ni cualquiera otra región de Italia, cosa que, de ser italiano y genovés, hu­biera hecho instintivamente, recordando la patria que ningún hombre deja de amar; en semejante ocasión tan solo se acordó de España para sus poéticas é ingenuas comparaciones con aquellas bellezas. Nada le impedía citar á la vez ambas naciones; pero así como sería ab­surdo, dice el Sr. Olmet oportunamente., que un italiano se acordase tan solo de España al escribir sus impresio­nes, del mismo modo nos sorprende que lo haya hecho un español.

¡Singular extranjero!


Escritores coetáneos en España.

Ninguno de los escritores de la época nos suministra luz alguna acerca de la vida de Colón anterior á su pre­sentación en España, ninguno de ellos le conoció en su infancia ni en su juventud; todos se vieron obligados á consignar lo que afirmaba la opinión general con respecto á su nacionalidad. Necesario es recordar la calidad y condiciones de dichos escritores, así como las noticias que nos dan acerca de la persona del descubridor de América.

Pedro Mártir de Anghiera, italiano, que escribió sus epístolas á raíz de los sucesos del descubrimiento, amigo íntimo de Colón desde antes de la toma de Granada, conocedor de todo lo que sucedía en la Corte, maestro de los pajes, en grandes relaciones con la Nobleza, con el Clero y con los funcionarios, no pasa de llamar á Colón <mr ligar, el de la Liguria». No puede atribuirse á Pedro Mártir sobriedad de estilo, porque en sus escritos (Epistolas y Décadas) consigna numerosos detalles relativos, tanto á sucesos de importancia como á verdaderas menu­dencias, demostrando gran espíritu de observación, de perseverancia y de curiosidad; en nuestros tiempos hu­biera sido un periodista noticiero de primera fuerza. Tra­tándose de un compatriota, es singular que no haya apun­tado dato alguno acerca del nacimiento, de la vida y de la familia de Colón. Dadas sus condiciones, debemos pre­sumir que Pedro Mártir realizó toda clase de gestiones para conocer el origen y la patria de aquél, especialmente con los varios genoveses residentes en España; no se concibe que haya mirado con indiferencia el asunto, pues, siendo italiano, hubo de sentir una curiosidad muy natu­ral. Seguramente tropezó desde Juego y en primer término con la tenaz resistencia de Colón á declarar sus antece­dentes, y con la ignorancia de dichos genoveses.

El bachiller Andrés Bernáidez, cura de Los Palacios, amigo también de Colón, se limita á decir que era merca­der de estampas; esta es toda la noticia que nos da acerca de la vida anterior del Almirante. Se le tiene y cita como testimonio favorable á Génova, con evidente error por cierto, porque si bien en el primero de los capítulos que en su Crónica de los Reyes Católicos dedica á Colón, le llama «hombre de Génova», al dar cuenta de su falleci­miento en Valladolid, afirma que era de la provincia de Milán. Esta contradicción revela que Bernáldez nada pudo averiguar con respecto á la patria y origen del Almirante, á pesar de haber sido depositario de sus pa­peles y de haberle hospedado en su casa, año de 1496. Medítese acerca de esta circunstancia y se comprenderá cuán singular es la ignorancia de Bernáldez.

Gonzalo Fernández de Oviedo, Cronista oficial de Indias, que conoció y trató á Colón, y á casi todos los que intervinieron en los acontecimientos, también por él pre­senciados, que desempeñó altos cargos en la administra­ción de Ultramar, sólo pudo enterarse de que unos «dicen que Colón nació en Nervi, otros en Saona, y otros en Cugureo; lo que más cierto se tiene». Esta frase demuestra que Oviedo realizó indagaciones y consultó diversos pa­receres, sin resultado positivo, y sin obtener dato alguno en cuanto á Génova, pues ni siquiera la nombra como probable cuna del Almirante. Tratándose de quien, por su cargo de Cronista de Indias, es de suponer que habrá rea­lizado minuciosas investigaciones para cumplir su obli­gación de conocer y consignar los antecedentes persona­les de Colón, esto es, del revelador de esas Indias, hay que considerar la gran importancia que tiene el hecho, porque la primera fuente adonde Oviedo hubo de acu­dir fué seguramente la de las oficinas reales; en ellas debían constar los datos más esenciales sobre la perso­nalidad del genovés que se había elevado tan prodigiosa­mente á la línea culminante de la sociedad. Sin embargo, sólo pudo encontrar, nada más que como probable, la noticia de haber nacido Colón en Cugureo; por todas partes aparece el misterio; la obscuridad inutiliza todos los caminos.

 

Es también muy expresiva la reserva del P. Las Casas acerca de esta cuestión, puesto que, aparte de su intimi­dad con el Almirante, él mismo afirma que tuvo en sus manos más pápeles de Colón que otro alguno. De su obra se colige que conocía los dos testamentos, esto es, la fun­dación del Mayorazgo en 1498 y el codicilo de 1506; á pesar de ello, huye de asignar á Colón la cuna de Génova, hecho que únicamente puede obedecer á la seguridad de que era una cuna fingida y que se revela en la genealogía que figura en el expediente de las Órdenes militares, ya examinada., pues lo mismo que D. Fernando Colón, el P. Las Casas era un consejero de la familia del segundo Almirante. Pues bien, el P. Las Casas se limita á decir nebulosamente haber sido Colón de nacionalidad geno­vesa, cualquiera que fuese el pueblo donde vió la luz primera. Y añade, de igual manera que D. Fernando en la Historia del Almirante, de donde copió este dato, que Colón había usado alguna vez, antes del descubrimiento de las Indias, la firma de Colón de Terrarubia; D. Fer­nando apunta la misma noticia con respecto á Bartolomé Colón y con relación á un mapa que se dice presentado por éste al Rey de Inglaterra. El caso merece examen, por más que nadie le ha dado importancia alguna, con excep­ción de los que, tergiversando el hecho, han defendido la opinión de que la aldea de Terrarossa, en Fontana- buona, es donde nació el descubridor del Nuevo Mundo. La tergiversación consiste, para imponer á la fuerza que ambos vocablos son uno solo, en substituir el nombre Terrarubia con el de Terrarossa y al efecto, se aduce cierto documento notarial en que figura un Doménico Colombo di Terrarossa, año 1445, que demuestra la exis­tencia en dicha aldea de un homónimo del padre de Co­lón; pero también prueba que en el siglo XV y en vida del ínclito marino la aldea mencionada no se llamaba Terrarubia. Este nombre y el de Terrarossa son esencial­mente latinos y los dos adjetivos componentes, rubra y rosea tienen análogo significado; he aquí sin duda la razón de que los partidarios de Terrarossa prescindan de la palabra Terrarubra, que tiene solución en otro país. En efecto: el sustantivo térra existe en las lenguas portuguesa y gallega, lo mismo que en la italiana y en la catalana; pero el adjetivo rubra perduró en la galaica antigua y se conserva en la portuguesa. Terrarubra, que en la.italiana sería Terrarubea, pudo ser nombre de un lugar cualquiera de Portugal ó de Galicia, conocido de los hermanos Colón, quienes lo hubieron de agregar á su apellido si es cierto que lo usaron, como es de creer. El P. Las Casas dice Terrarubia, Los partidarios de Terrarossa aducen también, con la casa donde imaginan que nació Colón, la consabida leyenda tradicional, que por cierto existe en todos los pueblos en que se ha revelado algún Doménico Colombo. Es una abundancia desmesurada la de las cunas y leyendas ele Colón en Italia, que brotaron cuando se vió que la de Génova tenía poca solidez y tan pronto- como se supo que los partidarios de ella y los de Saona se disputaban la gloria de Colón é inutilizaban mutua­mente los argumentos y papeles que producían como pruebas ó testimonios á favor de las respectivas preten­siones. Por otra parte, ni de cerca ni de lejos resulta probado que el Colombo de Terrarossa era el padre del descubridor del Nuevo Mundo.

Citados quedan los cuatro escritores contemporáneos y amigos del Almirante, cuyas noticias, juntamente con las de D. Fernando, su hijo y biógrafo, sirven de funda­mento para su historia en lo que se refiere principalmente á su personalidad y á sus antecedentes. Singular es que hayan coincidido en descartar la ciudad de Génova (1), y en no puntualizar el pueblo que fué cuna del Descu­bridor, pues no debe admitirse que ninguno de ellos dejara de interrogarle acerca del lugar de su nacimiento y acerca de otros particulares, como familia, vida ante­rior, viajes3 estudios, maestros, etc. Esta curiosidad hu­biera sido tan legítima que no creo necesario enumerar las diversas razones que la hubieran justificado. ¿Á qué ha obedecido, pues, ese unánime silencio? En mi concepto, nada más que á la reserva guardada por Colón y sus hermanos. En España y Portugal vivían en aquella época varios genoveses y en Sevilla residían Francesco Ribarol, Francesco Doria, Simón Verde, Bartolomé Fiesco Catagno, Espendola y otros que habían tenido gran inti­midad con Colón; lo mismo sucedía con diversas perso­nas, como Fr. Gaspar Gorricio, su hermano Francisco, Muliarte, Geraidini, Carvajal y algunos más. Es de creer que fueron consultados y que no pudieron suministrar noticias acerca de la familia y de los antecedentes perso­nales de Colón. Y ampliando la insinuación hecha en el capítulo IV, conveniente es fijar la atención sobre la sin­gularidad de que 110 se hubiese impuesto á Colón la na­turalización en Castilla, como se hizo con su hermano Diego y con Américo Vespucio. No consta que los fun­cionarios reales hubiesen verificado averiguaciones antes ni después de las capitulaciones de Santa Fe, pues hu­biera quedado algún vestigio de ellas. ¿Á qué causa obedeció una conducta tan excepcional? Acaso hubo algún personaje, como Quiníanilla, Cabrero, Santángel, el Duque de Medinaceli, Fr. Juan Pérez, Fr. Gorricio, la Marquesa de Moya, ó el P. Deza, que garantizó reserva­damente ante los Reyes la persona de Colón, pues tan sólo así puede explicarse el hecho extraordinario de que al memorable contrato de Santa Fe no hubiese precedido una información en regla acerca de la persona que exigió títulos y cargos tan elevados como los convenidos en dicho documento.

(1} Fernández Duro en su Nebulosa de Colón, capítulo III, página 81, afirma que Bernáldez, P. Mártir, Oviedo, Las Casas y Galíndez de Car­vajal supusieron que Colón había nacido en la dudad de Génova. Esto es una equivocación: ninguno de ellos lo supuso, ni siquiera ío sospe­chó, pues nada dicen que justifique tal afirmación, modificada nebulosa- mente, pocas líneas después de hacerla, por el propio Fernández Duro. Aquellos escritores se limitan* á referir que Colón era natural de la Liguria, pero no de la capital de este país. Bernáldez dice concreta­mente «que era de la provincia de Milán», aunque al principio le deno­mina hombre de Génova, sin duda porque entonces así eran llamados en general los marinos y cartógrafos italianos.

 

En otro lugar del presente libro expondré los razona­mientos que esta cuestión me inspira con relación al Pa­dre Deza, pero resulta que Cristóbal Colón era un sér misterioso, y probablemente jamás perderá ese carácter en las páginas de la historia.

Prosigamos nuestro análisis. Galíndez de Carvajal, que nos ha dejado noticias precisas sobre la estancia ó residencia de los Reyes Católicos en distintas localida­des, demostrando así el cuidado con que reunió los da­tos correspondientes, afirma que Colón era de Saona, in­dicación bastante clara de que en la Corte no se consi­deraba á Génova como patria de aquél, y tanto era así, cuanto que en el Archivo de Indias vió Navarrete dos documentos oficiales escritos á principios del siglo XVI; en uno de ellos se dice que Colón nació en Cugureo; en el otro, que en Cugureo ó en Nervi, coincidiendo con lo expuesto por Fernández de Oviedo.

Medina Nuncibay, del cual se encontró una crónica en la colección Vargas Ponce del Ministerio de Marina, escritor que, posteriormente á los mencionados, examinó los papeles de Colón depositados en la Cartuja de Se­villa, dice que el Almirante era natural de los confines del Genovesado y Lombardía en los estados de Milán, y aña­de que se escribieron algunos tratadillos «dando prisa á llamarle genovés».

De manera que, y pretendo remachar esta idea, nin­guna de las referencias españolas que podemos llamar coetáneas, incluso las de los documentos oficiales del Estado, designa la ciudad de Génova como cuna efectiva del Almirante, circunstancia notable que precisamente concuerda con el resultado que arroja el expediente del Tribunal de las Ordenes militares, en cuyas diligen­cias las dos familias de Colón prescinden de la declara­ción heráldica de éste sobre haber nacido en Génova, según hemos visto, y ‘demuestran á la vez su ignorancia acerca del pueblo en que nació el Almirante, del mismo modo que D. Fernando Colón en la Historia de su padre.

No concluiré este capítulo sin mencionar al Cronista Mayor de Indias Antonio de Herrera, que escribió su Historia general á fines riel siglo XVI, esto es, distanciado ya de los sucesos. Dice que Colón nació en Génova, pues así lo había confesado, donde se ve que Herrera se refiere á la diversidad de opiniones existentes y que se inspiró en la institución del mayorazgo. Pero este his­toriador carecía de datos, porque se esfuerza en dar gran antigüedad y nobleza al linaje del descubridor de América, condiciones que, de ser exactas, Colón hubiera expuesto y proclamado frente al desdén y á la altivez de la Nobleza castellana y frente á las burlas y á la murmu­ración del pueblo. Por el contrario, tanto él como su hijo y biógrafo D. Fernando, insinuaron la humildad de ori­gen, el uno comparándose á David, que guardó ovejas antes de ser rey, y el otro llamando despreciativamente cazadores de volatería á los nobles. Por otra parte, He­rrera estaba mal enterado de varios asuntos de las Indias; baste decir que no menciona al P. Deza, y que amalgama en una sola persona la del Prior de la Rábida, Fr. Juan Pé­rez, y la de Fr. Antonio de Marchena, cosa que hace muy poco honor á un cronista oficial. Sin embargo, la noticia de Herrera acreditó para lo sucesivo la supuesta natura­leza genovesa de Colón, y éste no pudo imaginar mejor auxiliar para su artificio.

 

Escritores coetáneos en Italin.

Si ios escritores españoles de aquella época demues­tran absoluta carencia de datos acerca de la cuna y de la vida de Colón anterior á su presentación en Castilla, los italianos 110 la patentizan menos, y así como los pri­meros no pudieron precisar ningún hecho cierto, los se­gundos se vieron también en igual situación; pero no ha­brían de rechazar la alta gloria que su país alcanzaba con el enaltecimiento de quien era considerado como marino genovés; corroboraron esa gloria con la única no­ticia de que los hermanos Colón habían sido cardadores de lana. Gallo, Giustiniani, Foglieta, Trivigiano, Senare- ga y Allegretti fueron los historiadores ó cronistas de aquella época, y ninguno de ellos aporta dato alguno so­bre la vida del descubridor de América, ni acerca de su origen y de sus parientes. Para ellos, sin duda, reinaba la obscuridad más completa, puesto que ni siquiera pudie­ron consignar los nombres y la residencia en Génova de los padres de Colón, noticia de facilísima adquisición en una ciudad donde debían existir bastantes elementos para la información si Colón fuera, en efecto, genovés. Las noticias del descubrimiento de un mundo nuevo al otro lado del tenebroso Océano, realizado por un natural de la ciudad de Génova debieran ocasionar en ella justi­ficado orgullo y vivísima curiosidad en las autoridades, en los parientes de Colón, en el clero de la iglesia en que se bautizó, en los amigos, conocidos y vecinos de sus padres, así como en la mayoría de los genoveses. Hubieran sido recordados los antecedentes del glorioso hijo de Genova, su infancia y juventud, su educación, sus estudios, sus prendas personales; y de todo este natura­lísimo movimiento se hubieran hecho eco los escritores contemporáneos y hubieran pasado á la historia y lle­gado á nuestros tiempos datos diversos relativos á !a vida y á la familia de Colón, de la niisma manera que constan acerca de otros personajes italianos más anti­guos y menos ilustres. Nada de esto sucedió, y semejante indiferencia prueba que Génova no era cuna del nave­gante insigne y que en ella y en sus cercanías no tenía parientes. No se puede alegar ignorancia del magno su­ceso y de la admiración que causó en las gentes, porque en Génova, población de marinos, debió conocerse muy pronto aquel acontecimiento que, al confirmar la forma esférica de la Tierra, abría al comercio nuevos y amplios derroteros, y debió conocerse, porque bien próxima está á dicha ciudad la de Barcelona, donde los Reyes Católi- eos hicieron en 1493 solemne recepción al que se titulaba genovés, y en Abril del mismo se imprimió en ella, en Sevilla, en Florencia y en Roma la carta del Almirante acerca del descubrimiento.

Por otra parte, puesto que el hallazgo de una nueva ruta para las Indias (así se creía) venía á modificar la vida comercial de Genova, á la sazón depósito general de las mercaderías de Oriente, lógico era que todos, autori­dades y ciudadanos, pusieran los ojos en el causante de tal perturbación, y si era genovés, que escudriñaran su vida y su existencia hasta conocer por completo sus an­tecedentes, que hubieran sido transmitidos á la posteri­dad. Nada de esto se hizo, ni siquiera se imprimió la no­ticia del descubrimiento.

En Génova vivían entonces el supuesto padre y la supuesta hermana de Colón, según documentos italianos, y todo el mundo sabría que allí estaban dos personas tan allegadas al gran hombre, quienes por cierto no dieron señal alguna ni hicieron esfuerzo de ninguna clase para darse á conocer, ni nadie llegó á conocerlas. Si verdade­ramente fueran padre y hermana de aquél, otra hubiera sido la conducta privada y publica de ambos: toda Gé­nova estaría enterada del parentesco.

Interpretando ciertos papeles, se supone que un Do- ménico Colombo, que murió pobre en Génova y en 1498, era el padre de Cristóbal Colón; se añade que había re­gresado de Saona, donde había sido tabernero. Por lo visto, falleció sin tener noticias de la grandiosa empresa de su hijo, Y ¿es posible que éste le dejase morir en la pobreza al verse Almirante y Virrey y que sus hermanos Bartolomé y Diego siguiesen igual conducta, sin que en Génova alcanzasen la menor censura, ni quedase rastro de ella, sin que á España llegase !a más mínima noticia de tal Doménico, y sin que tal padre, de quien también se dice, involucrando en él á diversos Doménicos Colom­bo, que fué cardador, tejedor, vendedor de quesos, ta­bernero, etc., demandase eí auxilio de sus hijos? Esto es inverosímil de todo punto, y más todavía lo es que la Se­ñoría de Génova, los mencionados cronistas de la época y hasta el duque de Ferrara, Hércules de Este, que en el año 1494 dispuso una investigación acerca de la corres­pondencia de Colón con Toscanelli, desconociesen en absoluto la existencia de dicho Doménico Colombo; si la conocieron, es indudable que también supieron que no era padre del Almirante, pues, de lo contrario, se hubieran apresurado á hacerlo constar de varias maneras. Por consiguiente, ese Doménico Colombo no tenia parentesco con Cristóbal Colón, De las afirmaciones de Giustiniani y de Gallo, relati­vas á los oficios de cardador de lanas y de tejedor, en lo cual se contradicen, se deriva indudablemente la leyenda de que los dos hermanos adquirieron, en la obscuridad del taller, los variados conocimientos que poseían, y !a de que Colón aprovechaba los ocios de su mecánica tarea para aprender en libros y conversaciones con los amigos aquellos conocimientos y la lengua latina, dándose á en­tender con ello, sin duda, que estos_amigos de un pobre tejedor eran sabios de la época, y que nada más fácil para un obrero, á mediados del siglo XV, que disfrutar la lec­tura y el estudio de aquellos rarísimos y costosos libros.

Y  todavía se añade más: que en los intervalos de sus via­jes, Colón volvía al trabajo deí taller, y desde luego vol­vía también á aquellas provechosas conversaciones y lecturas. ¿Hay quien, conocedor de las condiciones físicas y morales que la vida del mar imprime en el hombre, pueda admitir sencillamente que un marino de profesión se allane á tejer lana en los intervalos de sus viajes? Pues si á esta consideración se añaden las prendas, el carác­ter y los conocimientos de Colón, ¿es posible creer que se resignara á practicar oficio tan sedentario y tan impropio de sus costumbres y de su inteligencia en los espacios que todos los marinos dedican, si no al descanso, por lo menos á la preparación de los viajes sucesivos? Por eso D. Fernando Colón, en el capítulo II de la Historia del Almirante, dedica una extensa réplica á Giustiniani, para negar con vehemencia que el glorioso marino ejerció ofi­cios mecánicos, acudiendo para la prueba á otras afirma­ciones del propio Giustiniani, como la de haber adquirido Colón en sus tiernos años los principios de las letras, y la de que, siendo de edad adulta, pasó á Lisboa, donde aprendió la cosmografía, noticias supuestas por el sentido común, pues no de otra manera hubo de empezar la vida del fingido genovés. Documentos encontrados en los Ar­chivos dieron á Colón y á su padre el ascenso á tejedo­res; pero es de creer^que el hijo no lo fué ni que cardó ‘lana. Colón empezó á navegar á los catorce años de edad, y la de diez y seis, según hacen constar varios autores calificados, era la que señalaban las Ordenanzas gremia­les de Génova para ingresar como aprendiz en el oficio. ¿Cuándo pudo ejercerlo? Es de sospechar, por lo tanto, que los escritores coetáneos italianos, no poseyendo dato alguno ó no habiendo podido obtenerlo acerca de los an­tecedentes de Colón, aceptaron, repito, la nacionalidad que éste se atribuyó, procurando confirmarla siquiera con un hecho tan insignificante como el de la existencia en Génova de una ó varias familias Colombo dedicadas á cardar lana, y emparentando con ellas, sin justificación alguna, al inmortal Descubridor. Si más hubieran podido decir, más hubieran dicho.

Por último, Gallo y Giustiniani afirman que Bartolomé Colón nació en Lusitania. Esta importante noticia, reve­lada por las inteligentes indagaciones del Sr. Olmet, 110 ha podido ser estimada hasta ahora, y debemos necesa­riamente unirla al hecho de que Toscanelli creía que Co­lón era portugués. No tiene aspecto de probabilidad que los padres del gran navegante, si eran genoveses, hubie­sen realizado un viaje á Portugal desde Génova ó Saona, vistas las condiciones con que los Doménicos Colombo figuran en los documentos italianos. Dada la edad de Bartolomé, sólo podemos colegir que el Domingo de Co­lón, expatriado de Pontevedra, residió algún tiempo en Portugal, y que por su lenguaje, por sus costumbres y por otras circunstancias, así como por la facilidad de confun­dirse en aquella época los portugueses y los naturales del Sur de Galicia, en cuya región se reclutaban marinos para los buques lusitanos, nada más sencillo que á los dos hermanos Colón se les conceptuase nacidos en Portugal, donde debieron vivir algún tiempo.

El proyecto de cruzar el Atlántico hubo de ocurrir.se- les más fácilmente á los marinos de las costas oceánicas de Europa que á los del Mediterráneo, no porque éstos fuesen menos arriesgados, menos inteligentes y menos diestros, sino porque aquéllos veían diariamente hundirse el sol tras el tenebroso mar, espectáculo que les obligaba á meditar frecuentemente, y que les inspiraría ardiente, sostenida curiosidad y vivísimo deseo de explorar lo des­conocido. Y la estancia en Portugal de los Colón ponte- vedreses quizás indujo á los dos hermanos áusar la indi­cación de Terrarubia á seguida del apellido, toponímico sin duda desaparecido, porque en estos países muy po­blados y de habitantes muy diseminados, á poco de que­dar abandonado un lugar, hecho frecuente, por no tener más que una, dos ó tres familias, se desvanece su nom­bre y su recuerdo. Sin embargo, allí donde conocemos Fonteruiba, Penaruiba, Ruibal, Rubiales, Rubianes, Ru- brelos, etc., todos procedentes del adjetivo latino ruber, rubra, rubrum, bien pudo haber Terrarubia, siendo un vestigio de ello el uso que parece hicieron de tal nombre los dos hermanos Colón, como indicación de apellido es­pecial y no de cuna.

 

Convertir el nombre local Terrarossa, de Italia, exis­tente ya á mediados del siglo XV, hecho irrefutable, en Terrarubia, no pasa de solución tan endeble como capri­chosa, porque además, si el apellido Colombo era ficticio en ambos hermanos y adoptado por mera imitación ó conveniencia, según queda comprobado y comprobare­mos todavía, dicho se está que el de Terrarubia lo era también, elegido, sin duda, para significar especial y clara separación ó diversidad con respecto á las numerosas familias Colombo, habitantes de diferentes pueblos italia­nos, esto es, un Colombo imaginario.

He querido detenerme en el examen de este detalle, á causa de la ligereza con que se ha admitido semejante traducción, para justificar una de las procedencias de los Colombo genoveses. La conjetura de algunos escritores italianos tan sólo tiene una ventaja sobre ia mía, y es que ellos disfrutan esa bula, en virtud de la cual son los úni­cos mortales que pueden arribar á la infalibilidad. Ampa­rados en esta circunstancia, afirman con intrepidez sin igual que Terrarossa y Terrarubra son una sola palabra. Por último, el valor de las dos conjeturas, relativas á Te­rrarossa y á Terrarubra, está en relación con los demás datos que se aducen en apoyo de las respectivas teorías, ni más ni menos, pues por sí solas carecen de importan­cia. Oportunamente volveré á hablar de esta cuestión.

 

Cuatro documentos singulares en Génova.

Utilizando otro orden de ideas se obtiene idéntico re­sultado, esto es, el de hallarse perfectamente justificadas las dudas existentes acerca de la afirmación de Colón, estampada en la escritura de fundación del vínculo de haber nacido en Génova, Guárdanse en la Casa Munici­pal de dicha ciudad ciertos documentos, con respecto á los cuales declara Harrisse, en cuatro libros diversos, y con verdadero ensañamiento, que se hallan «al lado del vio­lín de Paganini»; esta sarcástica frase del docto colom­bófilo é inteligente escritor norteamericano resume instin­tivamente aquellas dudas. Los mencionados documentos son: una carta de Colón, escrita en lengua castellana, al magnífico Oficio de San Jorge; la minuta de contestación en latín á esta carta; un dibujo representando la apoteo­sis del inmortal navegante, y el llamado Codicilo Militar, todos destinados á corroborar su nacimiento en la capital de la Liguria. Por lo visto, no se ha podido encontrar documentos más persuasivos, á falta de pruebas induda­bles y definitivas.

La carta castellana de Colón al Oficio Genovés ofrece, por cierto, condiciones muy raras. Empieza con la frase siguiente: «Bien que el cuerpo ande por acá: el corazón está allí de continuo.» No tengo seguridad de ello, pero creo que en 1502 se decía de contino (1). Y admitamos que el adverbio allí (cuyo significado es diversidad, no oposición de lugar), en vez de allá, designe la ciudad de Génova. Colón participa seguidamente á los señores del Oficio Genovés que manda á su hijo D. Diego destine el diezmo de toda la renta de cada año á disminuir los arbitrios que satisfacían las vituallas comederas á su entrada en aquella ciudad, es decir, al pago del impuesto que hoy denominamos de Consumos, dádiva de verda­dera importancia, mejor dicho, exorbitante. La singulari­dad de esta carta consiste en que no guarda conformidad con los hechos notoriamente ciertos, pues el Almirante, antes de emprender el cuarto viaje, dejó á su heredero un memorial de mandatos, á manera de disposición testa­mentaria, del cual dió conocimiento á su íntimo amigo Fr. Gaspar Gorricio en carta fecha 4 de Abril de 1502 (que consta en la Colección de Viajes, de Navarrete, y en

(1) Una carta posterior de Colón á los RR. CC., que el Sr. Asensio incluye como ilustración en su obra Cristóbal Colón (último párrafo de la página 633, tomo 11), contiene la siguiente frase: «Y me allego de con­fino, al decir de S. Mateus», etc. Por esta razón me parece difícil que Colón hubiese escrito de continuo.

Nebulosa de Colón, de Fernández Duro), diciéndoíe: «A la vuelta verá Vuestra Reverencia á D. Diego y le emporná (impondrá) bien en lo de mi memorial que yo le dejo, del cual querría yo que taviésedes un traslado.»

Este memorial fué hallado por el académico marino Vargas Ponce en una Genealogía de la casa de Portugal escrita por Medina Nuncibay, que contiene varias noti­cias relativas á Colón. El Sr. Fernández Duro en su cita­da Nebulosa, demuestra abundantemente la autenticidad del memorial de que se trata, y lo comprueba con la efi­caz circunstancia de que el segundo almirante D. Diego incluyó todas las cláusulas del mismo, una por una, en su testamento de 2 de Mayo de 1523, otorgado en Santo Domingo. Entre los mandatos del memorial figura el re­lativo á un diezmo de la renta para los pobres en gene­ral, pero no para el pago del impuesto de las vituallas comederas de Génova, ni á favor de ningún pueblo de Italia y siendo dicha instrucción espejo de los sentimien­tos del Almirante en que se evidencia su amor á Dios, á la caridad, á los reyes, á Beatriz Enríquez y hasta al or­den doméstico, y en que insinúa el recelo que abrigaba, de no regresar con vida de aquel cuarto viaje, no podemos dudar de que, si fuera hijo de Génova, habría dedicado á esta ciudad algún recuerdo en tan expresivo y minucioso memorial, en consonancia con la carta en cuestión diri­gida al Oficio de San Jorge, fecha 2 de Abril de 1502. Pero aquí es donde está la enorme contradicción, porque el memorial fué escrito poco antes de tal carta y anun­ciado á Fr. Gorricio dos días después de ésta, con fecha 4 del mismo mes y año; de manera, que Colón aparece par­ticipando dos días antes al mencionado Oficio de San jorge, de Génova, la concesión de una dádiva que no figura en el memorial de mandatos ó encargos que dejó á su hijo, repito, antes de verificar el cuarto viaje, ni en sus últimas disposiciones testamentarias, ni en ningún otro documento. También es notable la circunstancia de no constar de alguna manera que las autoridades de la favo­recida ciudad se hayan preocupado poco ni mucho’de tan generoso regalo.

Otra frase especial de ía Carta de que se trata, es la de que «los reyes me quieren honrar más que nunca». Aparece escrita, precisamente, en los momentos en que se cuestionaban los títulos de virrey y gobernador y el ejercicio de estos cargos; en que se le imponía la bochor­nosa condición de no desembarcar en la isla Española. Semejante frase puede explicarse atribuyendo á Colón un acto de orgulloso amor propio; pero se hace lógico des­confiar de ello, puesto que en la misma carta encomienda sentidamente su hijo D. Diego á la Señoría, humilde reco­mendación que no cuadra con la mencionada frase, ni con la altiva enumeración de sus elevados títulos antes de las siglas de su firma, ni con el mencionado orgullo y fir­meza de carácter de Colón. Semejante documento, en resumen, parece forjado con gran posterioridad á la época del Almirante y por quien ignoraba muchos hechos de la vida de éste. Presumo, pues, que Colón no hubo de esr- cribirlo; será auténtico, pero tiene todas las trazas de invención.

El segundo documento es la minuta de la contesta­ción dada por el Oficio genovés á la carta que acabo de examinar. El Sr. Olmet dice muy acertadamente en su ar­tículo de La España Moderna, que no siendo dicho papel procedente del Almirante, carece de autoridad; sin em­bargo, no sobra consignar algunas reflexiones. Merece desconfianza el hecho de que, de los papeles oficiales de aquella época, relativos á Colón, que debió poseer la Señoría de Génova, tan sólo se conserve la minuta de contestación en latín á una carta tan singular en castella­no como la atribuida á Colón, y que en esa respuesta aparezca á roso y belloso la palabra patria, precisamente en unos tiempos en que los ciudadanos y el Gobierno de Génova no se preocupaban poco ni mucho, pues no hay de ello el menor vestigio, de la naturaleza genovesa del Almirante, por cuya razón se hacen más sospechosas las frases altisonanles de dicha minuta, reveladoras de un entusiasmo que no existió entonces. Mayor extrañeza ocasiona la circunstancia de que el mencionado Gobierno haya dado pocos años después á la comarca de Saona el nombre de Jurisáizione di Colombo, prueba de que á la sazón no consideraba hijo de Génova al descubridor del Nuevo Mundo. Este último detalle, que parece insignifi­cante, tiene, á mi juicio, importancia histórica, pues con­tribuye á destruir la declaración heráldica del Almirante acerca de su cuna.

Pero si la carta de Colón al Oficio de San Jorge es apócrifa, se sigue que también lo es la minuta de la res­puesta; diríase que el inventor de ella, no sabiendo re­dactarla en la lengua popular dei siglo XV, que le ofre­cía invencibles dificultades, acudió al latín para encubrir la ficción, sospecha que puede aplicarse á otros docu- mantos italianos, relativos á varios actos de la vida vulgar.

Tengo entendido que á mediados de aquel siglo ya se redactaban en lengua popular los contratos, testamen­tos, procedimientos judiciales, etc.; de manera que recla­ma detenida reflexión el hecho de que aparezcan docu­mentos colombinos aun del siglo XVI sobre asuntos vul­garísimos, redactados en latín, pues no debemos suponer que los gallegos, que desde siglo y medio antes emplea­ban su idioma en todos ios documentos, habían progre­sado mucho más que los genoveses, á pesar de que desde la centuria décimatercia el lenguaje siciliano había pe­netrado en toda Italia, informando mas ó menos profun­damente los diversos dialectos existentes todavía en aquella península. Indico[1] este rumbo á los lectores con las debidas reservas; aquellos que tengan conocimientos adecuados, podrán enterarse y juzgar, pensando que hoy sería imposible fingir escritos en el habla galaica del si­glo XV, mientras que no ofrecería grandes inconvenien­tes inventarlos en latín y darles el aspecto de absoluta autenticidad.

El tercer papel es un extravagante dibujo represen­tando la apoteosis de Colón (1), atribuido arbitraria­mente á la propia mano del Almirante, ignorándose por cuáles caminos llegó á la casa municipal de Génova, si fué extraído de los papeles de aquél ó donado por su fa­milia ó por cualquier amigo, debió acompañarle algún otro que acreditase su autenticidad, dada su condición de dibujo, puesto qué no figura en el Indice de documentos regalados por Lorenzo Odérigo en el año 1669. Con una entusiasta y bien escrita introducción, redactada por el P. Juan B. Spotomo, se imprimió en 1823 el Códice Di­plomático Colombp-Americano, reproducido en la Rac- colta Colombiana; contiene cuarenta y cuatro documentos y dos facsímiles autografiados, terminando con la carta que Colón dirigió á D.a Juana Torres al volver á Es­paña, preso por Bobadilla, en 1500, El sabio Spotorno se limitó á mencionar el dibujo de que se trata en dos líneas y con el mayor desdén, no incluyéndolo en la pu­blicación del códice ni en los facsímiles autografiados, como lo hubiera verificado caso de merecerle alguna atención.

Esta expresiva circunstancia basta para formar con­cepto acerca de tan ridicula estampa; pero no sobrará que apuntemos algunos detalles, por los cuales se com­prenderá la imposibilidad de aceptarla como obra de Colón. Éste jamás ligaba las letras de la manera que aparece en las palabras de dicho boceto; la v en las de Génova, victoria y providencia no es la habitual del Almirante, y lo mismo sucede con la^en las de giusticia y religione; las de constancia monstri y superati parecen acabadas de escribir en los tiempos modernos, y la s en cada una de las tres, de ninguna manera pertenece á la época de Colón, el cual tampoco punteaba la i, pues pun­teada anacrónicamente se ve en las diversas palabras de que consta el dibujo; la g mayúscula de Génova es pre­matura para escrita por el Almirante,,y, en fin, la impre­sión que causa lo escrito en tal estampa, dados el carác­ter y los actos de Colón, es contraria á la creencia de que la haya hecho por su mano. Indudablemente Spotor- no juzgó que dicho dibujo era parto de algún proyectista delirante y poco experto, aunque intencionado; el objeto esencial de semejante documento fué el de que á la ca­beza y en el centro del mismo figurasen los nombres de Génova y Colombo para evidenciar, sin duda, que e geno­vés Colombo, apellido que repudió categóricamente en la escritura del vínculo, y que no usaba, soñaba con su amada cuna, de la cual no se acordó una sola vez en los innumerables bautismos de tierras, islas, bahías, ríos y cabos del mundo que había descubierto en sus cuatro viajes, ni volvió á recordar las menciones que de ella consignó como adornos del vínculo. Verdaderamente es lamentable que el Municipio de la bella y famosa ciudad italiana haya dado hospedaje en su sagrario documental colombino á un esbozo tan desatinado; atribuirlo á Co­lón, es un agravio á su gloriosa memoria.

Por último, el cuarto documento, llamado Codicilo militar, no merece examen alguno, pues ya ha sido de­clarado apócrifo autorizadamente. Basta recordar que con­tiene dos absurdos: primero, el de ordenar la fundación en Génova de un hospital con el valor de las heredades que dejaba Colón en Italia, donde no tenia ninguna; y segundo, que en el caso de extinguirse la línea masculina del Almi­rante, herede sus cargos, títulos y rentas… ¡la República de Génova! Esta ficción no puede ser más estúpida ni más descabellada.

 

Documentos italianos.

Las extrañas singularidades que contienen los cuatro documentos que acabo de examinar, despiertan instintiva desconfianza hacia varios de los que en Italia se han en­contrado y se utilizan para acreditar que la cuna de Co­lón estuvo, ya en Génova, ya en Saona, ya en Calvi de Córcega, No pretendo calificarlos de apócrifos, ni mucho menos; lejos de mi ánimo se halla semejante pensamien­to, porque auténticos ó no, lo cierto es que no justifican aquellas pretensiones, sino simplemente la existencia de personas con los apellidos colombinos. Para nada tendré en cuenta el hecho curioso de que dos distinguidos escri­tores italianos, muy versados en el estudio relativo á la patria de Colón, Peragallo (Celsus) y Belloso, dicen de algunos de dichos documentos, el uno, que parecen falsos, y el otro, que son una folia di falsitá. Aprovechar estos informes, hijos tal vez de un despecho de localidad, no me parece conducta leal; me subordino, pues, á mi propio criterio en el examen de papeles y lo expongo tal como sus condiciones intrínsecas me lo sugieren. Es el lector quien habrá de juzgar.

En el archivo del monasterio de San Esteban de la vía Mulcento, en Génova, se hallaron varios papeles con los nombres de Doménico Colombo, de su mujer y de sus hijos Cristóbal, Bartolomé y Diego, en el período com­prendido entre los años 1456 y 1459. Sin embargo, el tercero de dichos hijos, Diego, aun no había nacido, si interpretamos prudentemente otro documento, redactado en latín, en que aparece mayor de diez y seis años, cele­brando en 1484 un contrato de aprendizaje del oficio de tejedor con Luchino Cadamartori. Se incurre, sin duda, en error, al tomar como exclusiva la cifra diez y seis años y al deducir que Diego nació en 1468, según afirma defi­nitivamente el historiador alemán Sophus Ruge; pero no es menor la equivocación de extender su edad á más de veinte años, ya por lo tardía para un aprendizaje, ya porque la representación personal haría innecesario con­signar la condición de mayor de diez y séis. Pudiera admi­tirse que aparentaba una edad dudosa, esto es, entre los diez y seis y los diez y ocho, que requería el empleo de la fórmula gremial, y, por lo tanto, conjeturar que nació, del 1465 al 1468. Se objetaría entonces que habría de con­cederse á la esposa de Doménico Colombo una extraor­dinaria prolongación de facultades de fecundidad, como acusaría la diferencia de treinta años entre Cristóbal y Diego; pero sin duda, una mujer, madre á los diez y seis, puede también serlo á los cuarenta y cinco ó cuarenta y seis, pues de ello se han visto y se ven casos frecuentes. Por el contrario, se me figura muy problemático suceder que Diego empezó su aprendizaje, aunque pudo suceder así, después de los veintiocho años de edad; este escrú­pulo inspira otra explicación, fundada en considerar apócrifo el contrato latino de tal aprendizaje, pues te­niendo en cuenta que Diego falleció á los sesenta años de edad, en 1515, resulta nacido en 1455 y, por consi­guiente, que son exactos los papeles de dicho monasterio refiriéndose al Doménico Colombo que Harrisse juzga no fué vecino de Génova, sino desde el año 1451. ¿Seria éste el Domingo de Colón emigrado de Pontevedra? El citado contrato de aprendizaje origina, pues, una verda­dera confusión con relación á los papeles del monasterio de San Esteban, que se acrecienta al considerar que estos papeles mencionan á Cristóbal, Bartolomé y Diego, pero no á Juan Pelegrino, mayor de edad en 1473 y á Blanchi­neta, casada con Bavarello, que figuran como hijos de un Doménico Columbo en otros documentos italianos.

Acaso, y esto es lo más razonable, existieron diver­sas familias Colombo con algunos individuos de nombres iguales. Este hecho es frecuente, porque el autor del pre­sente libro estuvo enlazado con una familia Iglesias en que las mujeres se llamaban Joaquina, Carlota, Carmen y Amalia; en otra familia del propio apellido había estos mismos nombres, además de otros diferentes; en otra, los de Carmen y Carlota; en otra, este último, y en ellas hubo tres Josés con igual apellido; de manera, que andando el tiempo, nada más fácil se pudiera juzgar que esas diver­sas familias eran una sola, y, por consiguiente, nada más fácil también, que allí donde abundaban los Colombo, unos tejedores y otros cardadores de lana en el siglo XV, en cuya época la documentación oficial era muy limitada, hubieran vivido personas Colombo con nombres de pila iguales. De esto y de la omisión de Juan Pelegrino y de Blanchineta en los papeles de que se trata, muy bien puede deducirse, con vista de los demás datos, que el Do­ménico Colombo, inquilino de una casa del convento de San Esteban en la vía Mulcento de Génova, años de 1456 á 1459, y quizás vendedor de quesos, fué una persona distinta de los demás Doménicos Columbo que existie­ron en aquella región de Italia. No me decido á aceptar llanamente, pues me parece inverosímil, que este último Doménico abandonó su fábrica y su casa en 1470 (consta vendida por él mismo en 1477 y luego, caso raro, cedida por él en 1489), para establecerse en Saona como taber­nero. Este tabernero, si acaso, debió ser el Doménico de la vía Mulcento. Por último, el empeño en decretar que el Colombo de los papeles del monasterio es el mismo de los demás documentos italianos, ofrece el peligro de sos­pecharse que la persona que encontró dichos papeles, ig­noraba, en el momento del hallazgo, que habían existido Juan Pelegrino y Blanchineta, por no figurar éstos con fama apreciable en la historia.

Los comisionados de la Academia genovesa, encar­gados de hacer investigaciones, que sin duda ya esta­ban hechas, y de informar acerca de la cuna de Colón, encontraron un antiguo manuscrito en cuya margen el notario Piaggio estampó la noticia de que el gran marino fué bautizado en la iglesia de San Esteban; idéntica afir­mación acerca de una partida de bautismo, que ha des­aparecido, hacen los defensores de haber sido Calvi de Córcega la cuna de aquél, aduciendo, al efecto, una infor­mación de testigos practicada ante notario. Ambas afir­maciones se destruyen mutuamente, y en cuanto á las pretensiones de Calvi, bastará decir que están ya pulve­rizadas, habiéndolo hecho definitivamente el Sr. Fernán­dez Duro en su Nebulosa de Colón, donde se examinan con la mayor claridad y se derriban fácilmente para siempre los débiles y caprichosos fundamentos con que los abates Casanova y Perreti levantaron un fantástico edificio, que, sin embargo, había logrado la adhesión de grandes periódicos, escritores, embajadores, jurisconsul­tos y prelados, y hasta originado un decreto del Gobier­no francés autorizando la erección en Calvi de una esta­tua á Colón por suscripción nacional; se pretendía dar á Napoleón un glorioso compatriota.

Pero volviendo al notario Piaggio de Génova, con bien poco se contentó para establecer como indiscutible el derecho de esta ciudad á una gloria tan envidiable. El no­tario debía saber que ese derecho estaba en duda y á pe­sar de ello se limitó á poner silenciosamente una simple nota en un documento cualquiera. Y ¿qué diremos de los frailes de San Esteban? ¿Es posible que un suceso tan sor­prendente como el del descubrimiento de un mundo nuevo, que vino á conmover hondamente la sociedad, á ser con­versación preferente de toda clase de personas, á crear nuevas y ricas fuentes de comercio, á ofrecer vasto campo á la propagación de la fe católica, pasara inadvertido para aquellos monjes, en cuya iglesia se había bautizado, se­gún la apuntación del mencionado notario, el autor de la grandiosa hazaña, y en una de cuyas casas habría éste na­cido, si fueran exactos los cálculos que se hacen con rela­ción á los Doménicos Colombo que figuran en los docu­mentos? El silencio y la indiferencia de dichos frailes es, sin duda una prueba eficaz de que no estaba allí la cuna de Colón.

Aparece un Christoforus Coiumbo,//Vz’ws Dominici, ma­jar annis decem novem, en 1470. En esta fecha, Colón es­taba ya en Lisboa y tenía la edad de treinta y tres años, poco más ó menos. Nadie ha podido explicar la indicación de mayor de diez y nueve años, puesto que no se conoce ley, uso, ni costumbre alguna que señalase en Génova ó en Saona, esa edad como precisa para ningún acto. La de hijo de Dominico, es también muy singular, á no ser que á la sazón existiese otro Christóforo Colombo con padre de diferente nombre, y acaso lo sería el que figura como lanerio de Génova, en diverso documento. Pero la fecha de 1470 inspira reparo, porque Colón, en carta á los Reyes Católicos que Navarrete ha incluido en su Colección de Via­jes con el núm. 58, dice lo siguiente, que el P. Las Casas confirma: «Fui á aportar á Portugal, á donde el Rey de allí entendía en el descubrir más que otro; el Señor le atajó la vista, el oído y todos los sentidos, quee/z catorce años no le pude hacer entender lo que yo dije.» Esta declaración de Colón no puede repudiarse por ningún mo­tivo, pues no habría de manifestar á los Reyes de España un embuste, sabiendo que podrían enterarse fácilmente y descubrir la mentira, que le hubiera desconceptuado y re­bajado: su altivez le obligaba á huir de tal peligro. Colón vino á España en 1484; de manera, que si aportó á Lis­boa en 1470, fecha del documento, resultaría que empezó sus gestiones con el Monarca portugués, á los veinte años de edad, ó poco más, que señala dicho papel, solución in­aceptable, Por otra parte, la misma manifestación de Co­lón demuestra que en 1470 ya había concebido su pro­yecto de cruzar el Atlántico; pero esto no concuerda con lo consignado en otro documento de 1472 en que figura «Chrístophorus Colombus, lanerius de Januua amos Le- íoriae legis egresstis», esto es, tejedor de Génova, mayor de veinticinco, condición personal que no se expresa para ningún otro testigo… ¿La previsión del porvenir? (1) Y he aquí, que, siendo Doménico Colombo tabernero en Saona, aparece su hijo mayor, á la sazón marino, como tejedor de Génova, presentándose en la misma Saona para figurar como testigo; á la vez, este testigo mayor de veinticinco anos en 1472, se ofrece, según hemos visto, como mayor de diez y nueve en 1470. En todo esto, por tener premiosa explicación, se advierte algo raro, artificioso, incoherente, que no puede ser expresión de la verdad.

(1) En efecto, ios testigos de actos notariales tienen que ser y son siempre, personas bien conocidas de los notarios y éstos no necesitan consignar, ni consignan nunca, la mayoría de edad de aquéllos, por cuya razón es muy sospechosa esta circunstancia con respecto al Cris- tóforo Calumbo del documento.

Difícil es interpretar la indicación de que el descubri­dor del Nuevo Mundo era en 1472 tejedor de Génova; imposible la pretensión de concordarla con la historia conocida del insigne navegante, exceptuando una solu­ción que pudiera normalizar el caso, bajo la base de que este documento es auténtico. Si Colón era tejedor en 1472, y un año después figura existente en Saona, habría que establecer que mintió de una manera exorbitante en sus cartas, en sus manifestaciones y en cuanto le atribuyeron varias personas, entre ellas su hijo D, Fernando, el histo­riador Pedro Mártir, el P. Las Casas y hasta el obispo Giustiniani, al decir que Colón, siendo joven, aprendió en Lisboa la cosmografía. Habría que declarar mentira tam­bién sus navegaciones y la manifestación antes copiada de haber gestionado catorce años ante el Rey de Portu­gal. Habría que suponer que después del año 1473, esto es, de edad de treinta y siete anos, emprendió la carrera de marino? hecho incongruente, y que desde dicho año al de 1484 adquirió los variados conocimientos que demos­tró en las conferencias de Salamanca, en las notas de sus libros de estudio y en sus escritos posteriores al descu­brimiento del Nuevo Mundo, especialmente en su Diario de navegación, así como en sus cartas á los Reyes y á otros personajes. Se dice que en 1472 Colón acaso hizo un viaje á Italia para visitar á sus padres; pero resultaría la incoherencia de que, si es cierto que ya contaba más de veinte años de marino, se habría prestado amable­mente á figurar como testigo tejedor en un testamento, y poco después como fiador de su padre (1). Y bueno es copiar lo que escribió en una de sus cartas: «He tenido relaciones con hombres de ciencia, eclesiásticos y legos, latinos y griegos, judíos y moros. Para esto me dió el Señor el espíritu del conocimiento. En la náutica me lo dió abundantísimo; en la astronomía me dió lo que he necesitado, y también en la geometría y en la aritmética. En este mismo tiempo estudié toda clase de obras histó­ricas, crónicas, filosofía y otras ciencias.» Tal vez estos alardes obedecían á un amor propio exagerado; pero el fondo de ellos parece verdadero, á juzgar por los actos y los escritos de Colón, aunque en 1472 ó 1473 no tuviese la plenitud de tantos conocimientos. Isabel la Católica le dedicó en una carta las siguientes palabras, apreciadas por el ilustre escritor Sr. Sánchez Moguek «Home sabio é que tiene mucha plática é experiencia en las cosas de la mar.» En el caso de que el Almirante fuese un igno­rante ó un charlatán, lo hubiera advertido alguno de los personajes que le ayudaron en su empresa ó de los escri­tores que le conocieron y trataron, de lo cual no hay eí menor vestigio. En mi concepto, basta que le hayan pro­tegido los sabios Priores de San Esteban, de Salamanca, y de la Rábida, y que le encomie el muy sincero P. Las Casas, para rechazar los injustos y apasionados juicios que acerca de Colón han formulado los terribles censo­res de ios actuales tiempos, olvidándose del estado de las ciencias en el último tercio deí siglo XV. Y si fuera exacto que en 1474 Colón consultó sus planes con Toscanelli, se deduciría la imposibilidad de que un año antes tuviese el oficio de tejedor.

(1) Este documento, explicado por Harrisse, es muy singular, porque, según otros, el tal Doménico Columbo tenía casas en Génova (las ven­dió posteriormente) con que afianzar el pago de una pequeña deuda. Y no poseyendo su hijo Cristóforo bienes de ninguna clase, pues no se mencionan en semejante escrito, fecha 26 de Agosto de 1472, ante el no­tario Zocco, resulta el estupendo contrasentido de que el hijo, pobre, á quien en dicho papel ni siquiera se le llama tejedor, afianzaba al padre, propietario á la sazón. Risum teneatis!

 

Calificar de fantásticos ó de falsos todos estos ante­cedentes, me parece cosa muy grave y desmedida; para dejar á salvo la autenticidad del documento de que se trata, creo que no hay necesidad de echar por tierra toda la historia de Colón, ni de llamarle trapacero audaz y re­calcitrante. Basta presumir que ese Christóforo Colombo, lanerio en 1472, y que en otro documento de 1473 figura con su hermano Juan Pelegrino, era, sin duda, persona distinta de la de Cristóbal Colón, descubridor de Amé­rica. No puede rechazarse razonablemente esta solución; el mismo caso se ofrece en Pontevedra, pues en ella figu­ra, según una escritura de 1496, un Cristobo de Colón, que no era seguramente el gran navegante; este hecho

natural pudo darse en Génova más fácilmente, á causa de ser muy vulgar en aquel país el apellido Colombo, y en vista de los diversos Doménicos Colombo de aquellos tiempos, del mismo modo que en Pontevedra hubo á la vez dos Marías de Colón, dos Domingos de Colón, el viejo y el mozo; dos Jacob Fonterosa, el viejo y el mozo también; tres individuos, con el nombre de Johan Gotie- rres, y otros tres con el de Afon Eans. La homonimia no es guía segura para resolver estos casos, si no la acom­pañan otras circunstancias adecuadas; dejemos, pues, á un lado documentos que luchan con los hechos conoci­dos, que no resuelven de plano la cuestión relativa á la patria de Colón, y que sólo se limitan á acusar la existen­cia de nombres colombinos. Análoga objeción pudiera aducirse con respecto á los documentos pontevedreses, si éstos no concordaran razonablemente con aquellos he­chos, exhibiendo á la vez los apellidos paterno y materno del Almirante. Y en esta ocasión, bueno es advertir que uno de los papeles italianos, autorizado por el notario de Saona, Pietro Corsario, en 7 de Agosto de 1473, exhibe á Doménico Columbo y á su mujer Suzana, hija de Jacobo de Fontanarubea (no Fontanarosa), nada más que con dos hijos, Christóphoro y Johanis Pellegrino. Tres veces se menciona á estos dos en dicho papel, consintiendo y aceptando la venta de una casa de Génova. No se sabe por qué razón los dos hijos aprueban una venta que sus padres podían hacer libremente; pero resulta indudable que este matrimonio no tenía más hijos que Cristóforo y

Juan Pelegrino. El primero era, sin duda, el testigo teje­dor de 1472, y no tenía nada que ver con el legítimo Cris­tóbal Colón.

En Italia pululaban los Doménicos Colombo. Uno, dueño de casa con tienda, jardín y pozo fuera de la puerta de San Andrés, de Génova; otro, inquilino de una casa de los frailes de San Esteban, de la vía Mulcento; otro, hijo de Ferrario, en Plasencia; otro, hijo de Bertolino, en Pradello; otro, de la noble casa de Cucaro; otro, en Co- goleto; otro, hijo de Juan, en Quinto; otro, civis y habita- iori, en Saona; otro, en Terrarossa; otro, en Calvi de Cór­cega…, etc. ¿Qué milagro es que aparezca entre jellos un Christóforo Colombo, distinto del descubridor de Amé­rica? Á todos estos Doménicos se les baraja según con­viene al prejuicio de cada escritor, y aun á varios se les amalgama en uno solo, cardador, tejedor, vendedor de quesos y dueño de dos casas en Génova; á este propie­tario tejedor se le traslada á Saona para ejercer allí el ofi­cio de tabernero (1), cargándole luego la venta de dichas dos casas como lanerio, y en el intervalo de ambas ven­tas se le atribuye la compra de una pequeña propiedad, que no paga, y al fin se le hace regresar á Génova, y morir en 1498 en la pobreza, sin que llegase á su noticia que su hijo había surcado audazmente ei Atlántico y al­canzado, con los provechos consiguientes, los títulos de Almirante, Virrey, etc. Esta es la composición conjetural que se discurre con íos Doménicos Colombo de los dife­rentes papeles genoveses y saoneses, á pesar de que- desde iuego se ve la violencia de convertir á un propieta­rio tejedor en tabernero. Ante semejante irrupción de Doménicos, podemos presumir que alguno de ellos sería el Domingo de Colón, emigrado de Pontevedra, pues nada se opone á esta presunción, ni se ha de otorgar toda clase de cómodas facilidades á la leyenda italiana, y mirar, en cambio, con el más delicado escrúpulo la historia espa­ñola que se exhibe en el presente libro.

(1) Este Doménico Colombo, tabernero en Saona, no sería el mismo Doménico que otros documentos de los notarlos saoneses, Zocco en 1472 y Rogero en 1474, llaman lanerio de Génova. En 1477 el notario Gallo da á un Doménico Colombo el título de lanerio civis y habitatoris Saona; pero en 1481 y 1484 vuelve á llamársele ciiadino de Génova por el notario saonés Basso. La confusión que resulta de los documentos no puede ser más evidente, porque el que era tabernero en Saona desde 1470 aparece de nuevo tres ó cuatro años después como tejedor de Génova; tres años más tarde es ciudadano, morador y fabricante de paños en Saona, y, por último, en fecha muy posterior, otra vez ciudadano geno­vés.,. Y adviértase que el tal Doménico quiso dejar huellas de su existen- cía en ias oficinas de todos los notarios de Saona, previsión admirable.

 

Se aduce cierto contrato celebrado ante Escribano en 1476, en que tres hermanos Colombo, residentes en Quinto, concertaron que uno de ellos viniese á España á recabar la protección de su pariente Cristóbal Colón para repartir después entre todos las ganancias que aquél obtuviese. Nada más extravagante que tal contrato, re­dactado en latín, á pesar de su insignificancia, y en el cual se comete un error de bulto, puesto que en aquella fecha aun no se había realizado el descubrimiento de América, Pero facilitando la premiosa explicación de que hubo error en consignar el año 1476 en vez de 1496 con dos XX menos, todavía resulta la inutilidad absoluta del convenio escrito, porque los dos hermanos que perma­neciesen en Italia no podían fiscalizar la conducta del tercero en España y tenían que entregarse ciegamente á su honradez y veracidad; por consiguiente, sobraba la formalidad de hacer un contrato ante Escribano y la de redactarlo en latín. Enviemos, pues, este documento al panteón de las invenciones.

Se aduce también, aunque se ha extraviado, sin duda voluntariamente, una famosa demanda escrita en latín á principios del siglo XVI por deuda pendiente. Se supone, repito, que el Doménico Colombo, vendedor en Génova de dos casas en 1473 y 1477, respectivamente, compró en cierta aldea de Saona una propiedad en 1474, pero que no la pagó. Los acreedores se cruzaron de brazos ¡durante veintisiete años! hasta el del 1501, en que se les antojó entablar una demanda contra los hermanos Cris­tóbal, Bartolomé y Diego Colón, que terminó con la de­claración de que éstos se hallaban ausentes en España: «absentes ultra Pisa et Niciam de Provencia, in partibus Hispaniae commorantes, ut notoriam fuit et esU. Con harta razón el P. Peretti, defensor de Calvi, dice que poco sabían de los tres hermanos en Saona, si á sus nombres no había otra cosa que añadir que la frase absentes ultra Pisa. Se ve, pues, que tanto ia familia Cu­neo, parte acreedora, como el Escribano y los vecinos que declararon, conocían dicha ausencia (ut notorium fuit et est) antes de incoar semejante demanda; tampoco ig­noraban que la jurisdicción de aquellos tribunales no po­día alcanzar á España. No se concibe, pues, que, á pesar de ello, y con excepción de una mágica previsión del porvenir, quisieran papelear y perder el tiempo, dado que tal proceso era inútil. Pero si la deuda existía, el sentido común advierte que la primera gestión del acree­dor hubiera sido reclamar directa y particularmente su pago á cualquiera de los hermanos Colón, que la cancela­ría en seguida para evitarse el bochorno de una demanda que pudiera intentarse ante un tribunal español. Aun no siendo Colón compatriota de los demandantes, repugna creer que no Íes mereciese consideración y respeto alguno; declaremos, pues, imposible semejante conducta. Ese do­cumento, baldón de Saona, hizo muy bien en desaparecer.

Pero tal repugnancia no es mero sentimentalismo. Había para ia mencionada gestión directa y particular un indudable antecedente relativo á la familia Cuneo. Era una carta, también extraviada, de Miguel Cuneo á su amigo Amari participándole que había acompañado á Colón en su segundo viaje de descubrimientos, y que el Almirante, para honrarle con una muestra de su afecto, le había donado una isla con el nombre de la bella Savo- nesa, si bien la gloria del insigne nauta «pertenece á Gé­nova». Este documento parece que no tenía otra malicia que la sinceridad de un saonés á favor de Génova como c.una de Colón; pero también envolvía el desatino, el ab­surdo de que el Almirante, que no podía por ningún con­cepto disponer del menor trozo de las tierras que descu­bría, hubiese regalado una isla al tal Cuneo, cuya familia demostró su gratitud por una honra tan señalada recia- mando más tarde á los Colón, y ante un tribunal, el pago de las 250 libras que un Doménico Colombo adeudaba hacía veintisiete años, con la circunstancia de que en la primera diligencia de ese proceso traspapelado, tan sólo se citaba á Cdstophorum et Jacobum, sin duda por igno­rarse la existencia del Bartolomé ó por no caber su nom­bre en el papel; y pocas líneas después se decía: «Chris- tophorum et Jacobum dictum Diegum», omitiendo tam­bién al Bartolomé (Harrisse). Todo esto es curiosísimo, pero todavía lo es más el hecho de que un escritor espa­ñol, con la mayor inocencia é ignorando que Colón no estaba autorizado, ni podía estarlo, para hacer tales do­naciones, justifica la carta de Cuneo, alegando que Juan Cabot, en sus primeros descubrimientos, dió una isla á su barbero y otra á un borgoñón que le acompañaba, y añadiendo que Colón, «mortal al fin, quiso librarse, con el regalo á Cuneo, de la responsabilidad de la deuda de 250 libras contraída por su padre en 1474, según consta documentalmente». Esto es desatinado. De todos modos, la demanda sólo demostraría la existencia del Doménico en la fecha de la deuda, y todo lo más, la resi­dencia en Saona de los hermanos Colón.

Lo extraño es que el sabio Harrisse, que no tenía gran confianza, según dice el académico Sr. Asensio, en la autenticidad de varios documentos italianos, no haya advertido la contradicción evidente entre el relativo á la venta por Doménico Columbo de una casa de Génova en el año 1477 y el que contiene la cesión de la misma casa en 1489 hecha por el propio Doménico á su yerno jacobo Bavarello, La persona que encontró uno de estos papeles ignoraba, sin duda, la existencia del otro. En el papel re­lativo á dicho año de 1489, figura Doménico Columbo como administrador de sus hijos Cristóbal, Bartolomé y Jacobo, hijos también y herederos de una Suzana, sin apellido. El Doménico cede á Bavarello la casa cercana á !a puerta de San Andrés de Génova y no dice si el cesio­nario era lanerio de esta ciudad ó de Saona. Ha desapare­cido Juan Pellegrino, acaso por fallecimiento, y aparecen Bartolomé y Diego, que no figuran como hijos del Do­ménico y de Suzana de Fontanarubea (no Fontanarosa) en otro documento de Génova, año 1477, en el que, se­gún queda dicho, se mencionan tres veces como hijos tan sólo á Cristóforo y al Juan Pelegrino, sin aludir por nin­gún concepto á Bartolomé, á Jacobo (Diego) y á Blanchi­neta, El papel de 1489 tampoco consigna el apellido de Suzana. Nada dice de Blanchineta; pero Harrisse objeta que las hembras no heredaban, sino que recibían un dote. Esto es un error; y aunque no lo fuese, bastaba que ese dote saliese de la herencia para que el Doménico figurase como administrador también de Blanchineta y ésta acompañase á los otros en la mención. El mismo documento no dice si Cristóforo, Bartolomé y Jacobo es­taban ó no ausentes; pero el Jacobo aparece en otro papel prestando su consentimiento á un acto de Doménico Colombo, y no se explica por qué no figura consintiendo la cesión de la casa á Bavarello, pues ó era mayor de edad para los dos actos, ó no lo era para ninguno. Pero esta casa había sido vendida en 1477 á Pedro Antonícín con el consentimiento de Suzana de Fontanarubea (no Fon- tanarossa). Por otra parte, aparece un documento de 1480 en que Doménico Colombo da un poder á su hijo Barto­lomé; pero en ese año precisamente Bartolomé se hallaba en Inglaterra y fechaba en Londres el mapa que presentó al Rey de aquel país. Ahora bien, después de toda esta confusión de papeles, no sabe uno á qué santo encomen­darse. Lo único que se obtiene en limpio es que los ita­lianos de apellido Colombo eran otros López; no eran «los llamados de Colón con antecesores llamados de Colón».

Es muy digna de ser admirada la identificación que varios escritores italianos hacen del nombre Fontana­rubea con el de Fontanarossa, apellido de la madre de Colón. No aparece justificada semejante interpretación, puesto que dicho apellido no consta en ninguno de los documentos del siglo XV que se aducen con mucha ne­cesidad y como único medio para demostrar la patria italiana de la madre del insigne marino. En uno de ellos, del notario Francisco Comogli, aparece ocho veces el nombre Fontanarubea, más bien como lugar de pro­cedencia ó vecindad, que como apellido de las personas á quienes se refiere y, en verdad, convenía á dichos es­critores transformarlo en Fontanarossa: aquí tenemos, á la inversa, la conversión de Terrarossa en Terrarubra, para acomodar tal nombre á una indicación de D. Fer­nando Colón, el historiador, hijo del Almirante. En dichos documentos se estampa Fontanarubea y se le toma como Fontanarossa; viceversa, en otros papeles se dice Terrarossa y se le toma como Terrarubra. Todo esto, en correcta crítica histórica, es inaceptable, pues no constan Fontanarossa y Terrarubra en dicha documenta­ción; ni Fontanarubea es Fontanarossa, ni Terrarossa Terrarubra, por más que los componentes latinos de estos vocablos sean análogos. Emigrados á Italia los pa­dres de Colón, nada más sencillo que Fonterosa haya cambiado en Fontanarossa, puesto que la voz gallega fonte es fontana en italiano, no puede aplicarse aquí, sin gran violencia, el nombre Fontanarubea, advirtiendo que en los siglos XIII, XIV y XV también era usual en Galicia y aun en Castilla el vocablo fontana. Lo que resulta, pues, comprobado únicamente es que á mediados del siglo XV Terrarossa era Terrarossa y no Terrarubra y que Fonta­narubea era Fontanarubea y no Fontanarosa ó Fonterosa; nada más cómodo, para ciertas teorías italianas, que el cambio caprichoso y contradictorio de dichas palabras, esto es, cuando pitos, flautas, y cuando flautas, pitos, como suele decirse vulgarmente.

Por todas las razones anteriores es de lamentar que el Sr. Asensio, en su notable obra Cristóbal Colón, tomo I, página 17, diga que el padre del Almirante, Do- ménico Colombo, se había apellidado de Terrarubra. El erudito académico, sin darse cuenta de ello, traspasa los límites que la verdad histórica consiente, y en este caso, no acompaña la más leve explicación ni atenuación, según acostumbra discretamente en otros. En un solo do­cumento italiano del año 1445 figura Doménico Colombo di Terrarossa que no es Terrarubra, como á la fuerza quieren, repito, algunos escritores italianos, los cuales llegan hasta el punto de cambiar desahogamente la refe­rencia documental, aduciendo con la mayor frescura que el P. Las Casas en su Historia de las Indias, D. Fernando Colón en la Vida dd Almirante y Bartolomé Colón en el mapa presentado al Rey de Inglaterra, dicen «Colombo de Tprrarossa». Este embuste no puede pasar, y procede que sea destruido sin contemplación alguna; es inadmi­sible, por ejemplo, que el apellido de Rojo y el de Rabio hayan de tomarse como un solo vocablo, según pretenden los mencionados escritores. Y aunque se me censure por machacar, repetiré que de ninguna manera resulta de­mostrado, ni aun como sospecha, que el Doménico Co­lombo di Terrarossa era el padre de Colón.

En resumen: la documentación examinada en este capítulo y en el anterior ofrece, á mi juicio, un aspecto singular que no inclina el ánimo al convencimiento. Esos papeles carecen de cohesión; no hay en ellos condiciones de unidad; no guardan, ya unos con otros, ya con los hechos conocidos de la vida de Colón, el franco y sencillo enlace que tienen siempre los elementos que constituyen una verdad cualquiera: en lugar de disipar las tinieblas, las hacen más impenetrables.

 

El apellido Colón.

El examen del apellido Colón nos proporciona un dato evidente acerca del origen del descubridor de Amé­rica. Es apellido que tiene rancia historia en España. Hay Coloma y Santa Coloma en Cataluña. Á fines del siglo XIV aparece Colom el Mayor, capitán ó patrón de varios barcos en Barcelona, y un Guillermo Columbo en un documento del rey D. Juan I de Aragón, en la misma ciudad, así como otro del mismo nombre en 1462. Á estas indicaciones del Sr. Olmet hay que agregar: Ferrer Colón, obispo de Lérida en 1334 y Dom. Colom, testigo en una donación de D. García de Navarra á la iglesia de Tudela en 1135. Raimundo Lulio menciona á Colom, capitán de un barco, que le libró de la muerte en Marruecos y le llevó á Mallorca.

Se supone que el Almirante, para distinguir su familia de otras que tenían igual apellido y para acomodarlo á la lengua española, convirtió en Colón el de Colombo.

 

Dícese también que igual conversión se verificó en España gradualmente. Hemos visto que ese apellido ya existía desde antiguos tiempos, por procedencia de las palabras latinas columbas y colonas. Pero con respecto al glorioso marino tenemos el hecho de que asó en Por­tugal el apellido Colón, dato no despreciable, puesto que la carta del rey D. Juan invitándole á volver á Lisboa en 1488, contiene dicho apellido, y claro es que los fun­cionarios portugueses no habrían de emplearlo por la única razón de que empezara á vulgarizarse en Castilla, motivo que bastaría para que hicieran lo contrario, sino por la de que así era llamado antes de 1484 en Portugal el que había solicitado apoyo oficial para su empresa. Derivándose multitud de apellidos españoles é italianos de su común origen, la lengua latina, el de Colombo era perfectamente apropiado á la española, demostrándolo ia circunstancia de que, á pesar de los siglos transcurridos, existen en los territorios de León y de Galicia pueblos y parroquias con la denominación de Santa Colomba. Á los Reyes Católicos servía un secretario llamado Juan de Coloma, apellido que tampoco ha variado; de manera que parece indispensable averiguar si para ello ha exis­tido alguna otra razón esencial.

A raíz del descubrimiento y en carta de 14 de Mayo de 1493 al Conde Borromeo, Pedro Mártir dice «Chris- tophorus Colonus»: y puesto que en sus epístolas em­pleó la lengua latina, lo lógico hubiera sido, siendo ita­liano, escribir espontáneamente Columbus y no Colonus, hecho que demuestra que lo escribió persuadido por el razonamiento de que Colón se deriva de Colonus y no de Columbus; y puesto que el P. Las Casas, refiriéndose á los historiadores de los primeros sucesos de Indias, afirma que lo que P. Mártir dijo tocante á los principios del descubrimiento «fué con diligencia del propio Almi­rante», es de presumir que el escritor italiano obtuvo de éste indicaciones más ó menos claras acerca de la eti­mología del apellido, circunstancia que se corrobora por el hecho de que D. Fernando Colón, al tratar esta materia en la historia de su padre y al comentar alegóricamente ambos apellidos, asegura que, si queremos reducirlo á la pronunciación latina, es Christophorus Colonus, y no sólo insiste en afirmarlo, sino que también añade la sin­gularísima indicación de que el Almirante volvió á renovar el de Colón. Semejante idea de renovación de apellido, ¿habrá provenido de alguna insinuación más ó menos explícita de su padre, aplicándola el docto hijo á un sim­bolismo religioso? ¿Es que, en efecto, esta renovación del apellido Colón fué un regreso, digámoslo así, al ver­dadero, según la escritura del Mayorazgo? Si el Almi­rante, en los tiempos en que navegaba por el Mediterrá­neo, seducido por la fama de los Almirantes Colombo el Viejo y Colombo el Mozo ó por la moda de usufructuar tal sobrenombre, seguida por diversos marinos más ó menos distinguidos, lo llevó también durante algún tiempo, ¿no hubiera sido lógico que ál tomar el de Colón, sin derivarlo de Colombo, expresara que lo reno­vaba? Por consiguiente, aquí se ve que el Almirante se llamaba Cristóbal de Colón; que después se hizo llamar Cristóforo Colombo y más tarde volvió á llamarse Colón.

Pero, á mayor abundamiento, hay dos pruebas efica­ces, irrefutables, definitivas, de cuál era el verdadero apellido del Almirante. Ante ellas, preciso es rendirse á la evidencia; la realidad brilla en este caso con poderosa luz. Es la primera haberse estampado el apellido Colón en las capitulaciones de Santa Fe. En este solemne docu­mento, de grandes é importantes consecuencias para lo futuro, el insigne marino, hombre de singular firmeza de carácter, previsor, sagaz, desconfiado y cauto, como dice Camoens de los gallegos, en todo lo que atañía á su per­sona, no habría de consignar un apellido, falso ó modi­ficado, por la supuesta y muy endeble razón de que la voz pública empezase entonces á reducir el de Colombo al de Colón. Aquel famoso contrato, por cuyas excesivas condiciones tanto había luchado, no podía ni debía con­tener otro apellido que el que personalmente poseía quien había impuesto esas condiciones, pues se exponía á graves peligros y contrariedades en el porvenir si se descubría que había utilizado un falso apeliido, y con este pretexto se anulasen las clausulas del contrato. Por consiguiente, su apellido no era Colombo.

La segunda prueba está en la cláusula del Mayorazgo, examinada en el capítulo II del presente libro. Según he­mos visto, en ella impone con tenaz insistencia la condi­ción de que, en el caso que dice, herede hombre de los llamados de Colón, y añade que su linaje verdadero es de los llamados de Colón. Semejante cláusula acusa el firme propósito de que no prevaleciese el apellido de ocasión, el que por varios motivos había usado temporalmente, esto es, el de Colombo, pues si fuera el verdadero no lo habría rechazado tan categóricamente, exponiéndose á ser desmentido en España y en Italia. No por ello se acercaba al peligro de que se descubriese su origen, ya porque la escritura quedaba reservada en el archivo de la familia y no trascendería al público, ya porque en 1498 nadie podía imaginar que en el cabo del mando existiese algún Colón unido por el parentesco al Almirante, pues considerándole genovés, no era probable que se hiciesen investigaciones en ese cabo del mundo, lugar descono­cido en que no se podía pensar. Por otra parte, en ese mismo lugar de donde habían desaparecido los Colón desde más de cincuenta años antes, quedando algún obs­curo marinero, no habría más noticia que la de cierto ge­novés llamado Colombo y luego Colón, descubridor de un mundo al otro lado del Atlántico.

El apellido Colón de Pontevedra acaso era reducción de la palabra colono, pues la lengua galaica verificaba en varios casos esa reducción, como patrón por patrono, man por mano, escribán por escribano, etc. Pero es muy probable que tuviera su origen en el apellido Coullom, de la Gascuña, y que una rama desprendida de la fami­lia que lo llevaba se hubiera establecido en aquella po­blación en la segunda mitad del siglo XIV, y cuando el

Duque de Lancáster vino á Galicia con pretensiones fun­dadas en su mujer como hija del rey D. Pedro de Casti­lla, pues abundaban los gascones entre los soldados de aquel Príncipe, que residió algún tiempo en Pontevedra después de tomarla por asalto. Modificado necesaria­mente dicho apellido, se fijó en el de Colón. Sabemos que los célebres marinos, tío y sobrino, llamados Co­lombo el Viejo y el Mozo por la voz general y por los cronistas, y que brillaron en las guerras marítimas del siglo XV, tenían el apellido Caseneuve Coullom; y es muy posible que al parentesco de los Colón pontevedre- ses con los ascendientes de dichos marinos se deba que el descubridor de América, en carta á D.a Juana Torres, ama del príncipe D.Juan, escribiera la frase «no soy el primer Almirante de mi familia», aludiendo á los Coullom tío y sobrino. No podía aclarar la alusión, porque sería descubrir el origen y la patria que se proponía ocultar; pero como un embuste para nada venía á cuento, me in­clino á creer en el parentesco mencionado, aunque ya fuese lejano. De todas maneras, la conjetura que acabo de exponer no obedece al capricho; tiene por fundamento un indicio razonable.

En su Vida del Almirante, D. Fernando habla de un Juan Antonio Colón como pariente de su padre, y con cierta displicencia vecina al desdén. Es ya imposible ave­riguar si este pariente tenía dicho apellido ó el de Co­lombo, en que varios escritores transforman sencilla­mente el consignado por aquel historiador. Algún autor italiano aprovechó esta circunstancia para decretar que el Juan Antonio era uno de los tres hermanos Colombo del inventado contrato latino de Quinto, hipótesis in­aceptable, porque un aldeano no habría de convertirse repentinamente en capitán de un navio. Colón no men­ciona en sus abundantes cartas y escritos al Juan Anto­nio, ni siquiera en su memorial de 1502, ni en la relación de mandas y codicilo de 1506, silencio imitado por Bar­tolomé; únicamente Diego dejó en su testamento cien castellanos al Juan Colón, pero sin llamarle pariente. Además, el Almirante no le retuvo á su lado, sino que en el tercer viaje de descubrimientos, que fué donde el Juan Colón apareció, le mandó desde la isla de Hierro á la Española en una flota de tres buques y como capitán de uno de ellos, prueba de que era marino, mientras que él tomó el rumbo de las islas de Cabo Verde; posterior­mente en la Española no figuró con cargo alguno en la compañía inmediata de Colón, y por último desapareció sin dejar la menor huella. Debemos suponer que, si fue­ra Colombo italiano, hubiera dado noticias del origen y de la patria del Almirante, que no quedarían obscurecidas; Harrisse le califica, con harta razón, de supuesto pariente; pero entiéndase que se- refiere á los Colombo italianos.

Sin embargo, como su existencia fué un hecho y hay que explicarlo, cabe la conjetura de que perteneciera á la familia del Bartolomé Colón, descubierto en Córdoba por D. Rafael Ramírez de Arellano; repitiendo lo dicho en otro lugar, acaso el adverbio aquí de la misteriosa frase «aquí ni en otro cabo del mundo» que contiene la cláusula estudiada en el capítulo II de este libro, refe­rente á que sólo hereden el Mayorazgo los llamados de Colón, alude á dicha familia, pues muy bien pudo el fun­dador tener noticia de ella durante su residencia en la ciudad de los Califas, tan próxima á la de Sevilla, y ha­biendo hecho en ésta la escritura del vínculo y del testa­mento de 1498, el mencionado adverbio aquí tenía apli­cación adecuada. También es probable que el individuo de que se trata haya sido hijo del Antonio de Colón que aparece en el fotograbado número 8, esto es, el mismo Juan de Colón que consta como mareante en un docu­mento pontevedrés, año 1519 (fotograbado núm. 10), y que hubiese servido al Almirante sin conocer el origen de éste; el calificativo de mareante comprendía entonces desde el maestre ó patrón de un barco al simple marine­ro, y cuando se trata de esta última clase, las escrituras consignan mariñeiro, lo cual quiere decir que aquella pa­labra mareante se aplicaba particularmente á los marinos de mayor categoría. ‘

No terminaré este capítulo sin anotar que en los bre­ves del Papa Alejandro VI acerca del descubrimiento, fechas 3 y 4 de Mayo de 1493, se consigna el apellido Colón (1), y que en el primer folleto alemán sobre el apellido en los breves de que se trata; (a expresada curia nunca procede con ligereza, y, sobre todo, en la redacción de documentos tan impor­tantes. Es también de suponer que el Gobierno pontificio hizo entonces indagaciones en Génova y su comarca acerca del origen de Colón sin fruto alguno.

(1) Este hecho merece mucha atención, ya porque la caria romana debió enterarse de cuál era ei verdadero apellido, ya porque sin duda sabía en 1493 que el Almirante no pertenecía á las familias italianas lla­madas Colombo, pues en otro caso habría latinizado y usado este ape- mismo asunto, que se conserva en la Biblioteca de Mu-* nich, se dice «Cristóforo Colón de España», prueba que el de Colombo se había desvanecido rápidamente; ni si­quiera se consignó en la carta latina que con el propio objeto se imprimió en Roma á 29 de Abril de dicho año 1493, cuyo ejemplar se halla en el Museo Británico de Londres. Si ese apellido italiano fuera el legítimo, habría subsistido durante un plazo más largo, especialmente en los escritos extranjeros.

 

Los hebreos Fonterosa.—Domingo de Colón «el mozo”.

En la creencia de que la patria del insigne navegante es Pontevedra, vamos á examinar los dos motivos que principalmente le impulsaron á ocultar sus antecedentes personales. El apellido Fonterosa aparece con los nom­bres de Abraham, Eleazar, Jacob el Viejo, otro Jacob y Benjamín; la madre de Colón se llamaba Susana. Si el Almirante pertenecía á esta familia, hebrea sin duda, que así puede deducirse de sus nombres bíblicos no usuales entre cristianos, ¿no habríamos de disculparle y declarar plenamente justificada su resolución de no revelar tales antecedentes, dado el odio á dicha raza que existía á la sazón y dadas las iras que contra ella se desencadenaron en la segunda mitad del siglo XV? ¿No merecería exa­men en este caso la decidida inclinación de Colón á las citas del Antiguo Testamento?

Los autores españoles que han escrito libros acerca .de los judíos de España, para nada se han ocupado de los de Galicia. Pues bien, por una carta del rey D. Juan II al concejo de Pontevedra sabemos que había aljamas de hebreos en Santiago, en Túy y en Bayona de Mignor, y que el tesorero 6 recaudador del Rey en la misma Pon­tevedra era un judío llamado D. Salomón Baquer. En este pueblo no había aljama, pero sí una fila de casas llamadas O Lampan dos jadeos; también aparecen con nombres hebreos en las escrituras notariales varios in­dividuos más ó menos acaudalados y rematadores de los arbitrios del concejo. Pero al llegar á este punto dejo la palabra al inteligente Sr. Olmet, que en su nunca bien alabado artículo inserto en La España Moderna dice lo que copio á continuación: «No es solamente en la ten­dencia á las citas bíblicas en donde el investigador psi­cólogo puede encontrar el origen israelita de Colón por sus ascendientes modernos. Su estilo es el más acabado modelo de literatura hebrea. Sus obras, verdadero mo­numento literario, no han tenido resonancia como tal, sin duda por el estilo ajeno á la literatura nacional española. Las influencias bíblicas, hijas de un temperamento atá­vico y al mismo tiempo de una asidua lectura, son de tal modo directas, que en algunos pasajes parecen trozos del Viejo Testamento. Necesario es, pues, para el histo­riador que se proponga descubrir el origen y patria del Almirante de las Indias,* fijarse detenidamente en las obras literarias de Cristóbal Colón para poder adivinar, en su espíritu y en su estilo, su raza.

»Las obras literarias de Cristóbal Colón dan, como hemos dicho, la prueba material de su origen. Compo­nen sus escritos, sin contar sus cartas familiares, me­moriales y otros de índole privada, las tres relaciones de su primer viaje y del tercero y cuarto, y el libro de las Profecías, cuyo título sólo descubre todo un mundo al investigador.» . .

Á las anteriores observaciones del Sr. Olmet, debemos agregar la instintiva afición del Almirante á citar textos del Antiguo Testamento. Por ejemplo, Colón escribió á los Reyes Católicos lo siguiente: «No obstante todas las penalidades que cayeron sobre mí, yo estaba seguro de que mi empresa saldría bien y perseveré en ella, porque todo pasará en este mundo menos la palabra de Dios. Y en efecto, 110 puede Dios expresarse más claramente so­bre aquellos países que cuando lo hace por boca de Isaías en diferentes pasajes de la Sagrada Escritura, ase­gurando que su santo nombre será propagado desde Es­paña.» En lo que precede, dice Sophus Ruge, se refiere Colón al capítulo XXIV, versículo 16 de Isaías, que dice: «Desde los confines de la tierra oímos cánticos de ala­banza.» Aquí los confines de la tierra son, para Colón, España (y su costa occidental con el cabo de Finisterre). Más adelante Isaías dice: «Yo creo un nuevo cielo y una nueva tierra», y para Colón esta nueva tierra era el Nuevo Mundo. El mismo pasaje repite Colón en su carta á D.a Juana Torres en estos términos: «Dios me hizo mensajero de un nuevo cielo y de una nueva tierra.» Á la misma D.a Juana Torres escribía: «Pónganme el nom­bre que quisieren, que al fin David, rey muy sabio, guardó ovejas y después fué hecho Rey de Jerusalén; y yo soy siervo de aquel mismo Señor que puso á David en este estado.» En su Diario del primer viaje se lee: «Esta alta mar me vino tan á punto, como á los judíos en el paso del mar Rojo cuando los egipcios salieron en persecu­ción de Moisés que libertaba á su pueblo de la escla­vitud.» En su Libro de las Profecías dice que, «para la realización del viaje á la India de nada me han servido los razonamientos, ni las matemáticas, ni los mapa-mun- dis. Se cumplió sencillamente lo que predijo el profeta Isaías». Y en otro lugar del mismo libro, en una carta á los Reyes Católicos, añade «que había de salir de España quien habría de reedificar la casa del monte Sióm, esto es, la de David.

El Sr. Olmet añade que «la vieja tierra de Judea llega á constituir para Colón una idea fija». Católico, propone á los Reyes de España la conquista de Palestina. En 26 de Diciembre de 1492 escribe en su Diario:.«Y antes de tres años se podrá emprender la conquista de la Casa Santa y de Jerusalén; que así protesté á Vuestras Altezas que toda ganancia desta mi empresa se gastase en la con­quista de jerusalén y Vuestras Altezas se rieron y dijeron que les placía.» En el Libro de las Profecías escribía Co­lón: «La conquista del Santo Sepulcro es tanto más urgente cuanto que todo anuncia, según los cálculos exactísimos del Cardenal d’Ailly, la conversión próxima de todas las sectas, la llegada del Antecristo y la destruc­ción del mundo.» Por último, en la carta dirigida por Colón al papa Alejandro VI en 1502, aparece que prome­tió á los Monarcas que, para conquistar y libertar el Santo Sepulcro, mantendría durante seis años cincuenta mil infantes y cinco mil caballos, y un número igual du­rante otros cinco años. «No podrá ser tachado de suspi­caz aquel que, después de leer lo que antecede, sospeche que este fervor de Colón es una táctica suya, hija de su conocimiento de las ideas dominantes en su siglo. Colón propone á los Reyes Católicos el descubrimiento de un mundo, para con sus riquezas, conquistar la Tierra Santa. Ampara su proyecto con el espíritu religioso de aquel reinado, en el cual se dió carácter al Tribunal de la In­quisición y se decretó la expulsión de los judíos.»

«Hace ya algunos años que se planteó la tesis de que Colón era descendiente de israelitas, suponiéndole extre­meño. Fué reproducida en 1903; pero ya había sido refu­tada en 1892 por D. Vicente Barrantes con su doble auto­ridad de historiador y de extremeño. Publicada la confe­rencia del Sr. García de la Riega acerca de la patria de Cristóbal Colón, las Asociaciones Israelitas de toda Europa acogieron con entusiasmo la noticia, circulándola con ardor por todo el mundo. Aun cuando la sospecha sobre el origen hebreo del Almirante de las Indias se contraiga á la línea materna del famoso supuesto geno­vés, los israelitas se apresuraron á considerarlo como una gloria de su raza. Necesario será, sin embargo, poner coto á esa reivindicación: Que Cristóbal Colón fuese, por parte de madre, de origen israelita, no justifica de modo alguno que los hebreos lo tengan por cosa propia. Colón era español por su varonía, y en España sólo ella da la personalidad. Por lo demás, al afirmar que Colón era es­pañol y no israelita, no lo hacemos por estimar que un judío valga un adarme menos que cualquier cristiano.» El Sr. Olmet termina este punto haciendo una acertada y elocuentísima pintura de las cualidades históricas y de carácter de la raza judía, para la cuestión que es objeto del presente capítulo» hay que añadir algunos detalles. En la primera expedi­ción de Colón le acompañaron varios hebreos, ya con­versos, sin duda en virtud de la Real ordenanza de 4 de Marzo de 1492, que disponía la expulsión de los que no se bautizasen en el’ plazo que se señalaba. Pero Colón’ por inclinación hacia la raza proscripta, ó por natural to­lerancia, permitió que en aquel arriesgado viaje le acom­pañasen algunos judíos, que acaso se embarcaron por desesperación, los cuales fueron quienes dieron nombre á la primera isla descubierta. Ese nombre, Gaanahani, ha perdurado en concepto de indígena; sin embargo, apun­taré la explicación que acerca del hecho ha dado el señor Rivas Puigcerver en Los judíos en el Nuevo Mundo, Mé­xico, 1891 (Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid, tomo XXXI, pág. 298), noticia que debo a la diligencia y amabilidad del erudito académico Sr. Beltrán Rózpide: «En la noche del 11 de Octubre de 1492, uno de los mu­chos judíos que iban con Colón, hacía guardia de proa.

Creyó ver tierra, y dijo: i, i (tierra, tierra). Otro de su raza, que estaba al lado, preguntó: ¿Ueana? (¿hacia dónde?) hen-i (he ahí tierra) respondió Rodrigo deTriana, que era el judío que habló primero; uaana-hen-i (hacia allá, he ahí tierra). Al desembarcar Colón, preguntó al intérprete judío cómo llamaban los naturales á la isla, y Luis de Torres, que no los entendía, repitió: Guanahani.

Por último, ocasión es de apreciar el hecho de que el Almirante haya destinado cierta misteriosa manda testa­mentaria á favor de un judío «que moraba á la puerta de la Judería de Lisboa». Este hecho tenía que pasar in­advertido para los historiadores y comentaristas; pero no es posible prescindir ahora de agregarlo á todos los demás relativos á la procedencia materna de Colón, y siendo piadoso cristiano, á sus resabios de inclinación espiritual hacia la raza hebrea. Hay que observar: prime­ro, que Colón se refiere sin duda á un judío que conoció en Lisboa antes del año 1484, en que vino á Castilla, y que probablemente siguió interesándose por aquel indi­viduo durante el resto de su vida hasta que le incluyó en una manda testamentaria, y segundo, que le convenía ocultar el nombre de dicho hebreo. Estas circunstancias pueden ser fundamento para sospechar que el individuo favorecido acaso era un pariente materno del descubri­dor del Nuevo Mundo. En efecto: la omisión del nombre revela que Colón quiso reservarlo á causa de mera con­veniencia particular; se contentó con el simple recuerdo de la persona.

En resumen: la consecuencia lógica de todos los pre­cedentes datos es quedar perfecta y sólidamente esta­blecida la deducción de hallarse Colón íntimamente rela­cionado con la raza hebrea á causa de pertenecer á ella su familia materna; motivo más que suficiente para que procurase tenazmente hacer desconocido su origen y su patria. Sin embargo, hay críticos italianos que con la ma­yor ingenuidad preguntan: «Si Colón era español, ¿para qué habría de ocultarlo?», Existían además, á mi juicio, otras causas muy impor­tantes para justificar la conducta del gran marino, pues creo que no me equivoco al interpretar dos documentos hallados en Pontevedra. El primero atestigua que en 29 de Julio de 1437 un Domingo de Colón y un Benjamín Fonterosa aparecen juntos cobrando del Concejo una cantidad de dinero por el alquiler de dos acémilas, hecho que acaso demuestra la humilde condición de dichos in­dividuos. Esto no prueba, en verdad, que eran acemile­ros, sino encargados simplemente de conducir á Santiago el regalo de pescado hecho al Arzobispo, sin duda para las fiestas del Apóstol (25 de Julio); pero tampoco puede excluirse la conjetura contraria. Y de todos modos resulta que no figuraban en una clase acomodada; si Colón per­tenecía á las familias de ambos, nada más natural que ocultase tal condición al exigir elevados cargos y títulos como precio del descubrimiento que prometía.

El segundo de aquellos documentos acusa un hecho que no podemos calificar por falta de datos, acaecido en la mencionada población, teatro de frecuentes perturba­ciones del orden público, lo mismo que gran parte del territorio gallego, y en especial del perteneciente al arzo­bispado de Santiago. Para formar una idea aproximada de los enormes sufrimientos que la mayor de las anar­quías imponía á Galicia, necesario es acudirá las expre­sivas narraciones de los cronistas, como Vasco de Aponte y otros; pero bastará por el momento mencionar algunas líneas del eminente historiador Sr. López Ferrei- ro, canónigo de Santiago, que concretan elocuentemente aquel terrible estado de cosas. En sil notabilísima obra Galicia en el último tercio del siglo XV, al presentar los antecedentes de semejante situación, dice: «Emprende­mos la descripción de un período, en fin, en que desapa­rece una civilización ó más bien un organismo en que hasta entonces subsistía y desplegaba sus fuerzas la so­ciedad y surge otro nuevo y completo. En todos los paí­ses este cambio no se hizo sin violencia y sin grandes sacudimientos; pero tal vez en ninguna parte como en Galicia el tránsito fué brusco, difícil y penoso.» Y en el capítulo I añade: «Todos los elementos de fuerza y de vida que en sí encerraba el país, estaban envueltos en tenaz y fratricida lucha, y fatales debían ser los pronós­ticos que se hiciesen sobre el desenlace de tan terrible drama. Por la flojedad é indolencia del Monarca que ocupaba el trono de Castilla, faltaba un principio mode­rador que á todas las fuerzas vivas del país contuviese dentro de sus propios límites; y encerradas, como se haliaban, llenas de furor y encono, dentro de las fronteras de Galicia, no cabía otra situación que la de la lucha.»

En efecto, dice el mencionado historiador, en aquella aciaga época no les bastaba á los señores (y á los ecle­siásticos) las prerrogativas propias de sus clases; no les bastaban los privilegios fundados en abusivas costum­bres; no les bastaban las exorbitantes atribuciones que se les reconocían, impuestas por el fraude muchas veces, por la violencia otras, sino que habían de ser dueños de la substancia ajena. El estado social entonces subsisten­te se pinta con el hecho de que se llegó á negar á los clérigos el pan, el vino y las demás cosas necesarias al sustento, y hasta.á impedir que se moliese y cociese el pan para ellos. Así consta en las bulas, por cierto inefica­ces, de los Papas Eugenio IV, Calixto III y Paulo II, se­gún el Extracto de las Bulas pontificias del archivo de la Catedral de Santiago.

Pontevedra fué entonces combatida frecuentemente por las luchas de los bandos, á causa de ser una pobla­ción amurallada y con envidiables’condiciones estraté­gicas. Al fin, el concejo y las cofradías ó gremios por una parte, y por otra, el poderoso magnate Suero Gómez de Sotomayor, más tarde el Mariscal de Castilla, celebra­ron, á 28 de Diciembre de 1445, un concierto, encargán­dose Suero Gómez de mantener el orden público y de atender á la defensa de la villa; en el Libro del Concejo (Museo Arqueológico) que empieza en 1437 y termina en 1461, consta la correspondiente acta de pauto, contrabto y aviynza (avenencia), en vista de que «eno tempo pre­sente ocurren de cada día moytos bandos, pelejas, desas­tres, revoltas, roubos, péñoras, furtos é outros moytos dapnos». Suero Gómez promete «goardar os usos é cos- turnes» entre los cuales merece mención el de que «él nen seu lugar tenente nen seus hornees que agora son ou sejan daquí endeante non posan prender nen prendan nen manden prender vesiño ningún da dita vila», sin re­querir antes al juez ó al alcalde. Las perturbaciones con­tinuaron, pues Suero Gómez no supo ó no pudo evitar­las y reprimirlas, y persistieron durante muchos años á causa de la prolongada y tenaz lucha sostenida por el Conde de Camina, Pedro Alvarez de Sotomayor, con el Arzobispo de Santiago.

Á la vista de los precedentes datos tiene cierta explir cación el segundo de los documentos citados, incluido en el presente libro, sobre un contrato hecho en 4 de Enero de 1454, relativo á una casa de la rúa de la Correaría, si­tuada «delante de las casas que quemó Domingo de Co­lón el Mozo». Si éste fué el padre del inmortal descubri­dor, nada más lógico que ocultase tales antecedentes, porque es muy probable que, por resultado de los moti­nes y de las peleas del pueblo con los nobles despóticos y el clero avasallador, que á cada paso ocurrían, el Do­mingo de Colón, jefe tal vez de un grupo de partidarios, después de un ataque y una defensa entre los bandos que hubieron de ocasionar el incendio de las casas (mu­chas eran de madera), se hubiese visto en la necesidad de emprender la fuga y expatriarse de Pontevedra, ya llevándose desde luego la familia en un barco, ya mar­chando ésta más tarde, y cuando le fué posible, á reunirse con aquél en algún puerto portugués, probablemente el de Aveiro, con el cual había gran tráfico de sal, y que tal vez ya era conocido de los Colón, puesto que aun poste­riormente, consta un Antonio de Colón pagando á la Co­fradía de San Miguel el impuesto por el viaje de su barco á dicho puerto. Á partir de aquí» la vida del futuro Almi­rante tomó rumbo inesperado y empezaron las aventuras que le condujeron á la inmortalidad.

 

Los setenta años de Colón.

Continúa debatiéndose la cuestión relativa á la edad de Colón, si bien los principales comentaristas convienen en aceptar la noticia del bachiller Bernáldez, que en su Crónica de (os Reyes Católicos, al dar cuenta del falleci­miento del Almirante, ocurrido en 1506, dice que «murió in senectude bona de edad de setenta años, poco más ó menos». Según los diversos criterios con que los histo­riadores aprecian los datos indecisos que los escritos de Colón contienen, varían los cálculos que se hacen con respecto al año en que nació, señalándose los de 1436, 1446 y 1456, á cuyo efecto se sigue el sistema de repu­diar las noticias que pueden contrariar el prejuicio adop­tado por cada cual y de violentar ó tergiversar la inter­pretación de aquellos datos. Siendo muy interesante el conocimiento de la verdad en esta materia, creo que no sobrará una investigación más, pues la circunstancia de que el autor de este libro carece de autoridad, no impide que exponga su opinión y la someta al juicio público.

El erudito académico Sr. Asensio, autor de la obra Cristóbal Colón, hace un resumen de los diferentes pare­ceres emitidos, y fundándose en elocuentes razonamien­tos considera exacta la noticia de Bernáldez. Fija, por consiguiente, en el año 1436 la fecha del nacimiento de Colón, derribando al efecto la opinión del colombófilo Harrisse, el cual acudió á la habilidad inocente de pres­cindir de la palabra senectud que emplea Bernáldez y á la comodidad de suprimir la de ancianidad consignada en la cédula expedida en Toro concediendo á Colón per­miso para viajar en muía enfrenada y ensillada el mismo año en que falleció. Harrisse, al interpretar dicha cédula, se atuvo únicamente á la consideración de hallarse en­fermo el Almirante, también consignada en el mismo do­cumento, desdeñando las mencionadas palabras ancia­nidad y senectud, porque destruían el edificio que había levantado acerca de la edad de Colón (1). Por su parte, el historiador alemán Sophus Ruge rechaza la afirmación de Bernáldez, fundándose caprichosamente en que éste «no sabía que Colón á -los treinta años tenía todo el ca­bello blanco, y esto le induciría á atribuirle una vejez que no tenía». La ligereza de Sophus Ruge es verdade­ramente impropia de un escritor tan docto y tan grave, porque ¿de dónde sacó la seguridad de que Bernáldez ignoraba la circunstancia relativa al cabello blanco de Colón? No lo dice. Precisamente Bernáldez fué una de las personas que debió tratar con frecuencia al Almiran­te, ya por ser amigo suyo, ya por haber sido depositario de sus papeles, ya por haberle hospedado en su casa, ya, en fin, como capellán del P. Deza, y siendo éste constan­te amigo y protector de Colón, aquél hubo de conocer á ciencia cierta las condiciones personales del Almi­rante. Aunque Sophus Ruge supiera que Bernáldez había conocido tan sólo de vista al gran navegante, su afirma­ción no tendría un valor definitivo, porque dicho cronis­ta pudo haberse enterado antes de estampar su noticia, que por cierto concuerda con la de ancianidad consigna­da en la expresada Real cédula de Toro, ignorada por el escritor alemán. Este documento no puede ser recha­zado como otro cualquiera, y ante él tiene que rendirse la crítica, á no ser que se conceda la amplitud suficiente para que cada cual haga de la vida de Colón lo que se le antoje.

Afortunadamente, por diversos medios se corrobora la noticia de Bernáldez. Empezaré por el que suministra la carta rarísima de Colón, fecha 7 de Julio de 1493, en que dice que había entrado al servicio de España á la edad de veintiocho años, en virtud de la cual el alemán Peschel calculó que el Almirante nació en 1456. Este cálculo no ha sido admitido á causa de muy sólidas ra­zones; pero un crítico francés, Mr. Avezac, fija el año 1446, juzgando que la cifra de veintiocho años es un lapsus to plumee (opinión ya emitida por Navarrete), y que, en su consecuencia, debe corregirse con la de treinta y ocho, con lo cual Avezac no hace más que proceder arbitraria­mente; así lo dice Sophus Ruge, quien no resuelve con claridad la cuestión, aunque parece aceptar eí criterio ar­bitrario del escritor francés. Sin embargo, en mi concepto, el caso tiene fácil solución si le aplicamos un hecho muy poco conocido: eí valor de 40 representado por la X con una pequeña raya encima ó con una virgulilla al lado del brazo delantero. Usábase esta cifra en la Edad Media, como puede verse en la notable revista de Santiago Ga­licia Histórica, del eminente historiador y arqueólogo Ló­pez Ferreiro. correspondiente á Septiembre-Octubre de 1901, página 123; en el apéndice del tomo III de La Espa­ña Sagrada del P. Flórez, folio 390; en el manuscrito ti­tulado Suplemento al tomo. XIX de La España Sagrada de dicho P. Flórez, folio 218, y en el prólogo del mismo manuscrito existente en la Universidad Pontificia de San­tiago; y finalmente, en otros libros que mi memoria no acierta á precisan Al hacerse la transcripción de la carta de Colón se consideró inverosímil la cifra XVIII; pero al reparar en la raya ó virgulilla se creyó que este signo doblaba el valor de la X, y entonces se escribió veintio­cho años, que se juzgó cifra razonable. Me parece que esta conjetura es acertada, en. vista de que el Almirante usaba con frecuencia en sus cartas los números romanos, pues se había abandonado la X con raya para expresar diez mil, y atendiendo á que con la cifra de cuarenta y ocho años al entrar en España, año 1484, sumada la de veintidós, que se cumplían en 1506, fecha de su fallecí miento, resultan para Colón los setenta años de edad que señala Bernáldez.

Otra conjetura que el Sr. Asensio hace en su obra Cristóbal Colón es también muy razonable: la de que al­gún copiante poco diestro, al transcribir la cifra XLVIII mal hecha, tomó la L por otra X, resultando así la incon­gruente edad de veintiocho años, y, por último, el propio Colón pudo ser autor del mismo error de escribir una X en vez de la L. En otra carta de 1501 el Almirante dice que llevaba más de cuarenta años de navegación. Este dato es tergiversado, interpretándose por algunos en el sentido de que en aquel año hacía cuarenta que navega­ba; pero habiendo empezado la carrera de marino á los catorce, no habría concordancia con la Real cédula de Toro que á principios de 1506 llama anciano á Colón. Es indudable, por lo tanto, que los cuarenta años se re­fieren á los que llevaba de navegación, y se descompo­nen en la siguiente forma: veintitrés navegando continua­mente, incluso en Portugal, sin estar fuera de la mar tiempo que se haya de contar, según declara en su carta de 21 de Diciembre de 1492; seis desde este año hasta el de 1501, descontando los siete meses de residencia en España entre sus dos primeros viajes de descubrimien­tos, y la de dos años entre el segundo y el tercero, pro­cediendo computar los once años que faltan para com­pletar los cuarenta de que se trata, como invertidos en viajes periódicos desde Portugal durante los catorce que afirma haber residido en este último país. Nuevos cálcu­los ó cuentas confirman los anteriores.

Primero:

Años.

14

11

40 5

70

Y segundo:

Empezó á navegar á los………………….. 14

Navegó continuamente desde que em­pezó, incluso en Portugal, durante… 23 En Portugal navegando periódicamente hasta 1484                                               11

En España desde 1484 hasta 1506, en que falleció.                                                  22

70

Queda, pues, comprobado que, de todas las compo­siciones imaginadas con respecto á la edad que Colón tenía cuando falleció, ninguna reúne las probabilidades de exactitud que ofrece la fundada en la afirmación de Bernáldez.

Cuanto á los retratos del Almirante, difiero de la opinión favorable al existente en la Biblioteca Nacional de Madrid; considero más aceptable el que se conserva en el Ministerio de Marina, en atención principalmente á que se adapta á estas palabras del P. Las Casas: «Re­presentaba, por su venerable aspecto, persona de gran estado y autoridad y digna de toda reverencia», condi­ciones de que en absoluto carece el retrato de dicha Bi­blioteca, que por otro concepto resulta inverosímil, pues­to que Colón, entre los treinta y los cuarenta arios de su edad, ya tenía blanco el cabello; además, tal retrato de­bió ser hecho con mucha posterioridad al descubrimien­to de América, y sabido es que al acaecer este inmortal suceso, el gran navegante no era tan joven como en aquél se le pinta. Por estas razones acompaña al presente libro el fotograbado deí mencionado retrato, propiedad del Ministerio de Marina.

Por último, también me ha parecido muy adecuado publicar, previo el correspondiente permiso, un fotogra­bado de la estatua de Colón, obra del escultor gallego Sanmartín, que desde 1880 posee el Excmo. Sr. D. Euge­nio Montero Ríos en su magnífica quinta de Lourizán en Pontevedra. Dicha bella estatua, situada en el interior de un espléndido invernadero, se halla rodeada de frondosa vegetación tropical; pudiéramos pensar que al notable artista y al eminente patricio sin duda les inspiró un ins­tintivo presentimiento acerca de la verdadera cuna del glorioso Almirante.

 

Nombres impuestos por Colón en las Antillas.

Emprendemos ahora el examen de una materia inte resante: la que se refiere á la imposición de nombres en las regiones descubiertas por Colón, porque entre ellos aparecen, en mi concepto, no ya indicios, sino datos de gran valía para conocer la patria y el origen del primer Almirante de las Indias. Á la vista de esos nombres y teniendo en cuenta los demás antecedentes, se adquiere el convencimiento de que no existe en tal imposición una concurrencia de casualidades; resulta, por el contrario, un todo homogéneo y verosímil que no se ofrece en las demás leyendas imaginadas para establecer histórica­mente la cuna del ínclito navegante.

Colón, obedeciendo á su piedad religiosa, dió los nombres de San Salvador y la Concepción á las prime­ras islas á que aportó; y los de Fernandina, Isabela y Juana, en honor de los Reyes y del Príncipe heredero, á las descubiertas sucesivamente. Costeando la última impuso de nuevo la denominación de San Salvador y bau­tizó una bahía con el nombre de Portosanto. Ya no es posible atribuir á la misma piedad religiosa, muy pocos días después del descubrimiento y sin haber padecido contrariedad de ninguna clase, la repetición de aquella de­nominación; es indudable, pues, que el hecho se debe á un propósito especia!, á un pensamiento íntimo ó á un recuerdo de la patria. Algunos críticos atribuyen la de Portosanto á la circunstancia de que el suegro de Colón había sido Gobernador de la isla portuguesa así llama­da; esto es, que el inmortal navegante, que no se acordó para tales actos de sus padres, de sus hijos, de su mu­jer, de su amada Beatriz Enríquez, de Génova ni de Ita­lia, dedicaba tan cariñoso afecto á un suegro que no ha­bía conocido, y le apremiaba tanto el deseo de honrarlo, que lo hizo á seguida del obligado homenaje á la Reli­gión y á la familia Real de España, No es razonable ad­mitir tal interpretación. Pero uno de los documentos ha­llados contiene el aforamiento de la heredad y huerta de Andurique por el monasterio de Poyo, próximo á Ponte­vedra, al mareante Juan de Colón y á su mujer Constan­za de Colón; y hay que tener en cuenta que á estos afo­ramientos precedía frecuentemente desde muchos años, y á veces desde los bisabuelos de los interesados, el cul­tivo del terreno aforado, de cuya manera unos simples arrendatarios ó colonos adquirían el dominio útil de las tierras que venían labrando ó utilizando de padres á hi­jos. La heredad mencionada se halla situada á medio kilómetro de Pontevedra y linda con otras fincas de Por- tosanto, lugar de marineros en la parroquia de San Sal­vador de Poyo y en la ribera derecha del río Lérez, en­frente del arrabal de la Moureira de dicha población.

Si Colón hubiera pensado en la isla portuguesa de Portosanto, habría dado la misma denominación á una de las muchas islas descubiertas, y no sencillamente á la bahía llamada de Miel, en Baracoa (Cuba), que tiene en efecto gran parecido con la ensenada pontevedresa de Portosanto. Este nombre es el que consta en las escritu­ras del dominio particular, en los libros y documentos municipales de Poyo, en los parroquiales de San Salva­dor, en los repartimientos de contribuciones, en los pa­drones de vecindad y de cédulas, en el Registro de la propiedad, en las oficinas de Estadística y demás pro­vinciales, en el Nomenclátor del Censo general de pobla­ción, y es el que todos los vecinos del mismo y habitan­tes de los lugares inmediatos dan al caserío de que se trata.

Pudiera atribuirse á mera coincidencia el hecho de imponer Colón tales nombres en su primer viaje; pero hay que renunciar á semejante explicación en vista de que el Almirante bautizó otros lugares con denominacio­nes también pontevedresas; y si hubiera nacido en Pon­tevedra ¿no se justificaría sobradamente que se hubiese acordado de una patria que no podía declarar franca­mente en momentos tan solemnes y de tanta expansión como habrán sido para él los del grandioso descubri­miento, aquellos momentos en que se encumbraba glo­riosamente en la sociedad y en que debía recordar su ■pobre cuna, su niñez, su juventud y, en fin, el calvario que, había recorrido para realizar con feliz éxito su te­meraria empresa? ¿No se justificaría que repitiese el nombre de San Salvador y aplicase el de Portosanto, pa­rroquia y lugar donde quizá había nacido, en la seguri­dad de que nadie habría de sospechar su íntimo pro­pósito?

Otra repetición parecida, y también significativa, á mi juicio, por la alusión que envuelve, realizó Colón en aquella parte del Nuevo Mundo. Dió el nombre de San­tiago á un río de la isla Española que desemboca cerca de Montecristo, y además á la isla Jamaica. En uno de estos bautizos quiso indudablemente honrar al apóstol patrón de España; pero en el otro obedeció, también sin duda alguna, al recuerdo de li ciudad compostelana., ca­beza de Galicia á la sazón, y cuyo Arzobispo era señor de Pontevedra. Acaso el padre de Colón había llevado al Prelado en algunas ocasiones los regalos del Concejo de la villa, según se consigna en uno de los documentos hallados felizmente; pero aun sin este particular motivo, nada tendría de sorprendente que, siendo gallego, el gran marino se hubiese propuesto dedicar una memoria especial á la mencionada población, que ninguno de los naturales de aquel reino dejaba de visitar una vez siquiera en su vida, salvo muy pocas excepciones. Consta que Bartolomé Colón hizo esa visita en el año 1506.

 

El Almirante bautizó con los dos nombres generales de La Española y La Gallega á dos islas; la primera es la que actualmente se llama de Santo Domingo .y desco­nozco la segurada, pues por falta de datos y de libros no puedo puntualizarla. Lo cierto es que, en su carta á los Reyes Católicos en 7 de Julio de 1503, les decía lo si­guiente: «El navio Sospechoso había echado á la mar, por se escapar, hasta la isla La Gallega; perdió la barca y todos gran parte de los bastimentos, etc.» Ninguna otra isla obtuvo de Colón el nombre de la Italiana, la Corsa, la Genovesa, la Portuguesa; es de juzgar que tan sólo le interesaban España en general y Galicia en particular. Aparece una con la denominación de Saona, que los in­dígenas llamaban Adamaney (1); pero no consta que fuese bautizo del propio Colón, porque precisamente suspendió la redacción de su Diario de navegación al fondear entre dicha isla y la Amona, por haberle atacado una grave enfermedad. No hay duda, sin embargo, de que aprobó, y aun debió aplaudir, aquel nombre, puesto que muy posteriormente, en carta á los Reyes, que origi­nal obra en el Libro de las Profecías (Biblioteca Colombina de Sevilla) dice que «el año de 1494, estando yo en la isla Saona, que es al cabo oriental de la isla Españo­la, etc.». Es probable que haya sido Bartolomé Colón, adelantado de Indias, quien así bautizó la isleta de que se trata, en atención á las razones que en el capítulo III expongo con respecto á la declaración de Diego Méndez en el expediente de las Órdenes Militares, sobre que el Almirante era de la Saona, esto es, una afectuosa memo­ria del pueblo en que había pasado parte de la juventud al descansar de sus navegaciones, y donde quizá falle­cieron sus padres.

(1) El Almirante denominó Montecristo á un notable promontorio de la Isla Espartóla, á causa de su gran parecido con efislote toscano del mismo nombre. El de Montecristo y el de Saona patentizan el error de algunos escritores italianos y franceses, los cuales juzgan que, por estar al servicio de España, Colón no podía Imponer nombres italianos en el Nuevo Mundo. Si no los imponía con frecuencia era por falta de volun­tad, pues nada se lo impedia ni nadie habría de censurarle, tratándose de la’multitud de lugares que visitó. ;

 

Tal vez Colón quiso unir en el nombre de La Ga­llega dos recuerdos; el de la nave en que realizó el des­cubrimiento, construida en Pontevedra, según he probado en otro libro, y el de Galicia, si en ella había nacido, así como en el de La Española satisfizo á su españolismo, muy acendrado por cierto, según lo ha demostrado un sapientísimo crítico. Los que hacen gran hincapié por la manifestación de Colón en la escritura de fundación del mayorazgo sobre haber nacido en Genova, los que aseguran que hizo demostraciones de afecto á esta ciudad y los que le atribuyen el ridículo boceto de su apoteosis y triunfo, donde aparece en lugar prominente el nombre de la misma’ población, debieran también explicar la causa de que el ínclito marino no haya impuesto la de­nominación de La Genovesa ó La Ligúrica á ninguna de las infinitas islas que descubría, ya que hizo ó aprobó el bautismo de una de ellas con el nombre de Saona, como aprobó el de Santo Domingo, dado también á la capital de la Española por Bartolomé Colón en memoria del pa­dre de ambos.

Me permitiré ahora una breve digresión, pues el mo­mento me parece oportuno acerca de La Gallega, nave capitana de Colón en su primer viaje. Fernández Duro, en su hermoso libro La Marina de Castilla; Asensio, en su notable y lujosa obra Cristóbal Colón, y otros escrito­res en diversas publicaciones, omiten deliberadamente aquel nombre popular con que era conocida por los mari­nos la nao Santa María, conducta incomprensible; sin duda lo consideraban vulgarísimo, quizá indigno de figurar en la historia, acaso denigrante, en virtud de esa estólida inquina con que se miraba injustamente, hasta hace poco tiempo, todo lo relativo á Galicia. Fernández Duro llegó á decir, á propósito de los tres bajeles del primer viaje de Colón, que, «representaban á los de Andalucía, lebre­les de los moros; á la vez que á los de las cuatro villas, Vizcaya y Guipúzcoa, émulos de cualquier otro en Flan- des como en Venecia. Eran síntesis de la Marina caste­llana que, acabado el servicio de su nación, iban á servir á la Humanidad». Claro es que el ilustre escritor y ma­rino no hubiera podido escribir el anterior párrafo si hu­biera aceptado el nombre de La Gallega para la Santa María. La absoluta preterición de la Marina de Galicia en dichas líneas, no tiene disculpa de ninguna clase, ya porque el piloto de la Pinta, Cristóbal García Sarmiento, era gallego, ya porque el Sr. Fernández Duro debía sa­ber que, según una carta del rey Alfonso III el Magno, al pueblo y clero de Tours sobre la sepultura del Apóstol Santiago (España Sagrada), «nuestras naves visitaban los puertos franceses en el siglo IX», ya porque sabía también, pues así lo dice, que «el glorioso fundador de la Marina castellana fué el célebre Arzobispo de Santiago Gelmírez en el siglo XII», aunque en las siguientes pá­ginas añade que, «á los diez años (de la iniciativa de Gelmírez), una escuadra respetable figura ya, sin saberse cómo fué formada», frase extraña, porque si el Prelado «trajo á las rías bajas de Galicia, desde Francia é Italia, maestros de construcción naval», claro es que la citada ■escuadra se formó con estos elementos, ya porque sabía también que los barcos gallegos pelearon á las órdenes de Bonifaz y de Chirino en ia conquista de Sevilla y ante la costa meridional de España bajo el mando del Almi­rante pontevedrés Alonso Jofre Tenorio, ya, en fin, porque sabía asimismo, pues lo refiere, que en el año 1343 el Rey de Inglaterra se quejó al de Castilla por los daños que en las costas y en los barcos de sus dominios hicieron va­rias naves de Ribadeo, Vivero, Coruña, Noya, Ponteve­dra y Bayona de Miñor. Á mayor abundamiento, en el Libro del Concejo, año 1437, consta el acuerdo fecha 16 de Abril, mandando pagar un resto de dinero que se adeudaba «por la armada de navios que hiciera Gonzalo Correa». Esta flota acaso se organizó con motivo de la guerra contra los moros granadinos hecha por el rey D. Juan II, en la cual obtuvo D. Alvaro de Luna la victoría de la Higueruela, guerra que cesó á causa de las difi­cultades promovidas por ios enemigos de D. Alvaro. Posteriormente figura Gonzalo Correa sirviendo al Rey de Portugal; de modo que era muy frecuente que los ma­rinos gallegos prestasen sus servicios á la nación vecina.

Y   para completar estas noticias acerca de la historia náutica de Pontevedra, no debo omitir otro acuerdo del mismo año, por el cual el Concejo manda pagar «tres flo­rines de oro á Gonzalo Velasco por la carta del mundo para nuestro señor el Arzobispo», que se juzgó, sin duda, regalo muy curioso, y con lo cual se prueba que había en la misma villa quien ejercía la profesión de cartógrafo, y á la vez la desidia con que nuestros historiadores genera­les han mirado siempre todo lo relativo á Galicia.

Agreguemos, pues, el nombre de La Gallega y vere­mos que la Marina de Castilla era algo más que los bu­ques de las cuatro villas de Santander y los de Vizcaya y Guipúzcoa, debiendo también tenerse en cuenta que á todos los marinos de Galicia, Asturias, Santander y de las provincias vascas, se les llamaba vizcaínos en los paí­ses oceánicos de Europa, y cántabros en los del Medite­rráneo; por cuya razón para muchos historiadores, ex­tranjeros y nacionales, no había otros marinos españoles del Atlántico que los de las cuatro villas de Santander y ios vascongados, llevándose éstos últimos la fama exclu­siva de cazadores de la ballena, cuando los gallegos ejer­cían también la misma arriesgada industria, pues varios puertos coruñeses pagaban al arzobispo de Santiago no pequeñas cantidades de dinero por practicarla. Y según diversos contratos de fletes del mismo siglo XV, los bar­cos de Pontevedra, Bayona y Noya traficaban con los puertos de Flandes, denominación que no sólo compren­día la costa de Bélgica, sino también las del Norte de Francia, Holanda, Hamburgo y aun Dinamarca, además de que otros llevaban sardina salada y prensada á los de Lisboa, Sevilla, Cádiz, Alicante, Valencia, Barcelona, Gé­nova y hasta Alejandría, trayendo de retorno muebles, joyas, ornamentos religiosos, telas de seda y de lana, espe­cias, papel de Valencia y de Sevilla, etc. Bueno es pro­pagar estas noticias para conocimiento de los historiado­res de España.

El Sr. Asensío refiere el menudo detalle de que la ca­rabela Santa Cruz se llamaba popularmente La India, por haber sido construida en la Española, noticia que con­trasta con la omisión absoluta que hace del nombre La Gallega; ésta alcanzó una gran notoriedad histórica que aquélla no obtuvo ni podía obtener, pues son varios los escritores, tanto de la época como de las sucesivas, y di­versos los datos que confirman la verdad de dicha deno­minación, entre los cuales figuran los siguientes: Un ma­nuscrito existente en el Archivo de Indias consigna, se­gún el Sr. Alcalá Galiano, que Colón salió de Palos con tres carabelas, la mayor llamada La Gallega; en la Co­lección de documentos inéditos de Indias, tomo XIV, pá­gina 563, se consigna también que «de las tres naves era capitana La Gallega»; Gonzalo Fernández de Oviedo, cuya Historia general de Indias, escrita á principios del siglo XVI, está reconocida como fuente histórica de pri­mera importancia, denomina repetidas veces La Gallega, en el capítulo quinto del tomo primero, á la carabela ca­pitana. «Debéys saber que desde allí (Palos) principió su camino con tres caravelas, la una é mayor de ellas lla­mada La Gallega. De estas tres caravelas era capitana La Gallega, en la qual yba la persona de Colón. S,e lla­mó La Gallega, dedicada á Santa María. Y á la entrada del Puerto Real tocó en tierra la nao capitana llamada La Gallega é abrióse. E figo hacer un castillo quadrado á manera de palenque con la madera de la caravela capi­tana La Gallega.» De manera que no es posible arrojar del campo de la historia la mencionada denominación confirmada por el Almirante, al imponerla á una isla, con lo cual á !a vez satisfacía su oculto afecto al país galle­go, pues en él había visto la luz primera. Otra nave figu­ró con el nombre de La Gallega en el cuarto viaje de Co­lón, según refiere su hijo D. Fernando en los capítulos 94, 95 y 96 de su Historia del Almirante.

No es probable que tan sólo por casualidad el primer Almirante de las Indias haya impuesto los nombres de cuatro Cofradías ó Gremios pontevedreses á otros tantos lugares de las tierras descubiertas, ya porque nunca de­mostró devoción alguna á los santos de las advocaciones correspondientes, ya porque, tratándose de cuatro nom­bres que coinciden con dichas Cofradías, es de sospechar el propósito deliberado de honrarlas con un recuerdo.

Dichos nombres son los de Santa Catalina, San Miguel, San Nicolás y San Juan Bautista; no consta que en Gé­nova, Saona ó Calvi,de Córcega, hubiese á la sazón estas cuatro cofradías á la vez.

Era de los sastres y bordadores el Gremio que tenía por Patrona á Santa Catalina. No carecía de importancia, pues tales oficios son de suma necesidad en los pueblos, sobre todo cuando tienen numeroso, noble y rico vecin­dario; pero como causa del recuerdo que dedicó Colón á esta cofradía, bastaría cualquier motivo, que únicamente él podía apreciar, para bautizar así un puerto de Cuba en el mes de Octubre.

Además del poderoso Gremio de mareantes, mucho más antiguo que la Hermandad de Castro-Urdiales, y que ejercía jurisdicción marítima, con notables privilegios, en una gran parte de la costa occidental gallega, había en Pontevedra ia Cofradía particular de marineros de la mis­ma, titulada de San Miguel, la cual cobraba un arbitrio á los buques de tráfico que entraban ó salían del puerto, á cuyo efecto el límite de éste se hallaba señalado con mástiles por el estilo de los de Venecia, llamados palos de San Miguel, señal que aún existía á mediados del si­glo XIX. En un documento (siglo XV) del Museo Arqueo­lógico, consta A.° de Colón pagando el impuesto de cua­tro maravedís á dicha Cofradía por el viaje de un barco á la villa portuguesa de Aveiro.EÍ Almirante dió en Agos­to de 1494 el nombre de San Miguel al cabo occidental de la isla Española.

La cofradía ó gremio de armeros, cuchilleros y herre ros, famosa á mediados del siglo XV, tenía la advocación de San Nicolás. La fabricación de armas había alcanzado un gran desarrollo, y puede decirse que era una de las más importantes industrias de Pontevedra. En sus arma­rías no sólo se construían las armas de esta población que los Reyes Católicos impusieron á íos nobles por la Or­denanza de Tarazona, incluida en la Nueva Recopilación, sino también ballestas, virotes, dardos, lanzas, adargas, cascos, espadas,puñales, cuchillos y quizás aquellas cora­zas y armas de fuego que en dicho siglo dieron tanta su­perioridad al famoso Pedro Madruga (Pedro Álvarez de Sotomayor, conde de Camina, partidario de la Beltrane- ja). En los contratos de aprendizaje del oficio aparecen como maestros armeros Ruy’de Nantes, Pedro Velasco, Diego Yans, Fernán Gotiérrez, Sobreferro y otros vica­rios de la mencionada cofradía. La decadencia de esta industria, que se había iniciado después de la guerra separatista de Portugal, se precipitó cuando los ingleses bombardearon y destruyeron en 1719 la llamada Maes­tranza. Pero eí hecho esencial para la cuestión de que se trata es que en el siglo XV el gremio de San Nicolás estaba floreciente, y que por esta razón y por alguna otra particular, Colón hubo de dar en el primer viaje el nombre de aquel santo á un puerto y á un cabo de La Española.

Numerosa y rica era la Cofradía de San Juan Bautista, formada por carpinteros de mar y tierra y por los maes­tros constructores de barcos. Su importancia y su riqueza constan en un Cartulario de la misma, que contiene do­cumentos diversos desde 1431 á 1562, y se conserva en el Archivo Histórico Nacional. Gozaba de grandes privi­legios y disfrutaba autoridad propia para perseguir y embargar á los deudores por pensiones, censos y anua­lidades, sin intervención de los jueces y alcaldes, facul­tad que se extendía á «quitar las puertas de las casas (penetrar en el domicilio) por dineros y heredades». Los constructores de barcos, que en gran parte constituían este Gremio, disfrutaban desde tiempo inmemorial la fran­quicia de no satisfacer alcabalas ni impuesto alguno por la madera, clavazón y brea, ni por razón de «empreytada e traballo das suas maos e personas», ni por hacer «na­vios, naves, barcas, baixelés, carabelas, pinazas, barcos e bateels e todas e qualesquier fustas mayores e meno­res para marear aunque las fresen e labrasen a cote ó a jornal ó en cualquier manera ena dita villa de Pon­tevedra», según sentencia del arzobispo de Santiago, D. Rodrigo de Luna, fecha 8 de Junio de 1456, en el pleito promovido por Miguel Ferrández Verde, arrenda­tario de las alcabalas de los navios de Pontevedra en el año 1449. Esta sentencia se halla en el citado Cartu­lario, y se publicó en la interesante revista de Santiago Galicia Diplomática, Según un documento incluido en el lugar correspondiente del presente libro, en el año 1428 fueron procuradores de la cofradía de que se trata un Bartolomé de Colón, acaso tío del Almirante, y A.° (A!- fonso ó Antonio) de Nova, tal vez padre del famoso ma­rino gallego al servicio de Portugal, Juan de Nova, quien, después de una brillante expedición á la India, fué reci­bido triunfalmente por el Monarca portugués, al des­embarcar en Lisboa. En vista de la importancia de tal cofradía, nada tiene de extraño que Colón haya dado en Noviembre de 1493, el nombre de San Juan Bautista á la hermosa isla llamada Boriquen por los indígenas, hoy Puerto Rico, dedicando así un afectuoso y especial recuerdo á una industria de Pontevedra que floreció en aquellos tiempos, lo mismo que las de salazón, por los marineros de San Miguel, y !a de fabricación de toda clase de armas.

Conveniente es que los lectores se hagan cargo de la gran importancia que en el siglo XV tenían las Cofradías en los pueblos, puesto que las gentes de la época actual no forman concepto aproximado siquiera de dicha im­portancia. En aquellos tiempos las cofradías constituían lo  más culminante de la vida popular, tanto en el orden social como en el económico; en ellas estaban agremia­dos todos los oficios, rigiéndose por Ordenanzas espe­ciales. Para los habitantes de los pueblos no había otras diversiones ni esparcimientos que los que giraban alre­dedor de la fiesta religiosa que cada gremio hacía anual­mente á su Santo Patrono. Recuérdese que entonces no había teatros, conciertos, Certámenes poéticos, Exposi­ciones industriales, bailes, cafés, Casinos ó Sociedades de recreo, ni más espectáculos públicos que las funciones de iglesia y las procesiones, en que las Cofradías rivali­zaban tenazmente, sin omitir esfuerzo ni gasto de ningu­na clase. Las familias nobles y las pudientes procuraban pertenecer á las cofradías, ya por medio de censos ó de otras dádivas, ya ofreciendo sus casas como camarines para las efigies de los Santos Patronos. Así es que las ideas adquiridas por tales motivos en la niñez y en la infancia se hacían indelebles y formaban en las personas una segunda y perdurable naturaleza; ideas que debían despertarse poderosas y conmovedoras en los momen­tos más solemnes de la vida. Esto hubo de sucederle á Colón, quien, juntamente por cualquier causa particular, quiso dedicar, sin duda, una memoria á las cuatro co­fradías que en las anteriores páginas quedan relacio­nadas.

Otro de los documentos hallados en Pontevedra men­ciona un terreno hasta la casa de Domingo de Colón, el Viejo (abuelo, quizás, del Almirante), con salida al eirado de la puerta de la Galea; este eirado es una plaza ó es­pacio irregular entre diversos edificios y tapias, y llegaba antiguamente hasta la muralla en que estaban la torre y la puerta del mismo nombre. En su fatigoso tercer viaje, desde las islas de Cabo Verde á las Antillas, Colón llamó La Trinidad á la primera tierra que vió, y al primer pro­montorio de ella, cabo de la Galea. No es temerario pre­sumir que con esta denominación el Almirante dedicó una memoria á su pueblo y á sus primeros años, pues acaso en su niñez jugaba en aquel eirado, próximo á la casa de un pariente cercano, donde los marineros del barrio extendían sus redes y aparejos para secarlos ó recomponerlos; es probable también que incluyese en su recuerdo el extremo meridional de las islas Ons, si­tuadas á la entrada de la ría de Pontevedra, punta que conserva el antiguo nombre de la Galea.

En resumen: por una parte, las circunstancias de ha­llarse envuelta en tinieblas la vida de Colón, anterior á su presentación en Castilla, de no poder fijarse el pueblo de su nacimiento, de aparecer contradicciones é incon­gruencias en la mayoría de los datos que figuran al pre­sente como históricos, y de no existir en Italia, con res­pecto á su persona, las claras fuentes de información que subsisten precisas y diáfanas acerca de varones me­nos ilustres y aun anteriores al insigne marino; y, por otra parte, las reflexiones expuestas en este libro y ías deducciones que, sin la menor violencia, se desprenden de los datos examinados y de los documentos hallados en Pontevedra, así como la elocuencia de los nombres impuestos por Colón en sus viajes á las Indias Occiden­tales, explicados en este capítulo, forman un conjunto suficientemente expresivo para que la persuasión más completa se apodere del ánimo, inspirando la creencia, la seguridad, mejor dicho, de que el descubridor de América nació en España y en aquel «cabo del mundo donde vivieron los llamados de Colón, con antecesores del mismo apellido».

Por último, la repetición de imponer los nombres de San Salvador y de Santiago; el bautismo con Jos de La Gallega, Portosanto, Galea, Santa Catalina, San Miguel, San Nicolás y San Juan Bautista, son hechos notables que tan sólo pueden aplicarse fácilmente á Pontevedra, y de ningún modo á Génova ni á otra localidad cual­quiera de Italia,

 

Los Documentos Pontevedreses.

En realidad, los datos expuestos y las consideraciones hechas en los capítulos anteriores bastan para que se pueda formar una idea clara acerca del origen y de la patria de Colón; así es que los documentos hallados en Pontevedra, relativos á la existencia en ella de los ape­llidos paterno y materno del ínclito navegante en el si­glo XV, con nombres personales, los unos hebreos y los otros iguales á los de su familia conocida, pasan, verda­deramente, á un segundo término como materia de com­probación. Aunque han dado justificado motivo para un nuevo estudio de la vida del Almirante y para una nueva teoría sobre sus antecedentes, son nada más que un detalle, si bien importantísimo, del conjunto general de dicha teoría: tal es la fuerza de la verdad cuando sus elementos son homogéneos y cuando concurren, senci­llamente, á darle unidad bajo todos sus aspectos.

Los papeles pontevedreses tienen la virtud de iluminar ciertos hechos de la vida del gran hombre; no los acla­ran por completo, pero abren camino para que podamos darnos cuenta de lo más esencial de aquella vida, como es el lugar de su nacimiento, la calidad de su familia, la emigración de ésta á países extranjeros, el amparo que Colón hubo de alcanzar de varias personas y las causas de que fingiese una patria muy lejana de la suya, guar­dando tenaz y cuidadosamente un secreto que se pro­puso no quebrantar por ningún concepto, aunque lo quebrantó inadvertidamente.

El documento de más antigua fecha, 15 de Marzo de 1413, es una cédula ó libramiento del arzobispo de Santiago D. Lope de Mendoza. Hallábase dentro de un cartulario de escrituras, en 58 folios de pergamino, que mencionaré luego. Dice así:

«Nos el arzobispo de Santiago enviamos nuestro sa­ludo a vos el Concejo e juez e alcaldes e ornes buenos déla nuestra villa de pont vedra Facemos vos saber que por los nuestos menesteres en que estamos e nos aqaes- gen de cada día que nos oviemos de servir del Concejo déla nuestra gibdat de Santiago e de los otros congejos de las nuestras villas e logares del nuestro arzobispado con gierta quantía de mrs délos quales mandamos faser repartimiento e al qual copo a pagar a vos el dicho Con­cejo quinze mili mrs de moneda vieja blanca en tres di­neros por que vos mandamos que luego vista esta nues­tra carta los repartades entre vos e los dedes cogidos e recabdados a maese nicolao oderigo de Janvua que los ha de aver e de recabdar por nos E tomad su carta de pago e con ella mandamos que vos sean rescebidos en cuenta los dichos quinze mili mrs. escripia en la nuestra cibdad de Santiago quinze días de mar^o año domini milésimo quatrigentesimo décimo tercio Firmado: L. Ar- chiepus Compostelanus Rubricado.» Al dorso: «pont ve- dra XV mil mrs.», y un acuerdo del Concejo nombrando repartidores de los 15.000 maravedís en las feligresías de San Bartolomé y de Santa María. (Fotograbado núm. 1.)

El nombre de maese Nicolao Oderigo de Génova está escrito con letra y tinta diferentes de las del resto del do­cumento. Y es que, hecho el repartimiento por las ofici­nas arzobispales entre los pueblos del señorío, se exten­dieron las libranzas con espacios en blanco para llenarlos con los nombres de las personas que habrían de cobrar las diversas sumas, conforme se les fuese entregando las cédulas, para atender á las necesidades de la Mitra. La tinta, algo desvanecida, con que aparece dicho nombre parece ser igual á la de la firma dél Arzobispo.

La importancia de este documento consiste en con­signar el mismo nombre é igual apellido y procedencia que un representante de Génova, gran amigo de Colón, á quien éste entregó un siglo más tarde copias de los títu­los, privilegios y nombramientos que había obtenido de los Reyes Católicos con motivo del descubrimiento de las Indias Occidentales. Se trata, pues, de dos personas probablemente descendiente la una de la otra ó de la fa­milia de ésta, y es probable también que la intimidad de Colón con la más moderna haya tenido su origen en an­tiguas relaciones del padre del Almirante, ó de sus pa­rientes, con el Nicolás Oderigo que estuvo en Galicia en 1413, ya para visitar, como lo hacían no pocos italia­nos, el sepulcro del Apóstol Santiago y obtener las co­rrespondientes indulgencias, ya para comerciar en artícu­los tan necesarios como lo eran para una sede apostólica de la importancia de Compostela, las ricas telas de seda, los enseres del culto, las imágenes y los ornamentos de plata ó de bronce, los misales, los breviarios y otros libros religiosos, todo ello procedente de Génova y des­embarcado en Noya ó en Pontevedra. Dicho Nicolás Ode­rigo debió ser un mercader de esta clase y acaso conoció á la familia Colón de la segunda de las mencionadas vi­llas, que pudo prestarle diferentes servicios, como el de transportar á Santiago los artículos y objetos desembar­cados. Acaso también, andando el tiempo, el Domingo de Colón, emigrado á Italia, obtuvo en Génova alguna pro­tección de los Oderigo, de donde pudo derivarse la amis­tad que á principios del siglo XVI existió entre el Almi­rante y Nicolás Oderigo, Embajador de aquella Señoría. Con referencia á este personaje no hay un solo dato ni la más leve noticia respecto á los antecedentes de Colón. Tan sólo podemos presumir que ignoraba cuál era la patria del Almirante, pero sabiendo á ciencia cierta que éste no era genovés. El fundamento de tal sospecha con­siste en que Oderigo no entregó á la Señoría los docu­mentos que Colón le había confiado, pues permanecieron en su poder y en el de su familia, hasta que uno de sus descendientes llamado Lorenzo hizo donación de aqué­llos, más de siglo y medio después, en 1669, al Gobierno de Génova.

El amable vecino de Pontevedra D. Joaquín Núñez me dió graciosamente en 1496, como procedente de una antigua notaría, un legajo de papeles del siglo XV, con un total de sesenta hojas de diversos tamaños, en los cuales encontré los documentos siguientes:

Primero. Un contrato de censo celebrado en presen­cia de los Procuradores de la Cofradía de San Juan Bau­tista, Bartolomé de Colón y A.° da Nova. De este docu­mento han publicado fotograbados los periódicos Caras y Caretas, de Buenos Aires, correspondiente al 14 de Mar­zo de 1908, y Vida Gallega, de Vigo, de Julio de 1911. Se ve en esta minuta notarial que el nombre Bartolomeu y otras palabras de las primeras líneas fueron recalcadas por aparecer algo desvanecidas y por desconocer el arte de la fotografía, pero sin que el documento sufriese alte­ración alguna. Forma parte de un minutario de 17 folios, bastante deteriorado, y dice así en sus primeras diez líneas: «iho. fica huna copia eno libro de San ihoan.»Ano do nas^emento de noso señor jesucristo de mili e quatro- centos e vinta e oyto anos dous días do mes de novem- bro. Sabean todos que eu maria garcia moller que fuy de a.° yans carpenteiro a quen deus aja morador ena vi­lla de pont vedra que soon presente e que fago por min e por miñas vozes de miña libre e propia voontade en esmola e por amor de deus dou e outorgo para todo sem- pre a a confraria de san ihoan da dita villa en presencia de bartolameu de colón e a.° da nova procuradores e con- frades déla seis maravedís de moeda vella de dez diñei- ros o maravedí os quales quero e outorgo que a dita con­fraria e confrades déla ajan e posan aver en salvo en cada un ano pola miña casa dezmó a deus que está ena rúa do berron»., etc. Siguen las demás condiciones del censo. (Fotograbado núm. 2.)

Este contrato, del que di noticia en mi libro La Ga­llega, impreso en 1897, página 148, tiene estrecha rela­ción con el documento publicado posteriormente por don Rafael Ramírez de Arellano en el Boletín de la Academia de la Historia correspondiente á Diciembre de 1900, en cuya página 469 se inserta el calco de una línea del tes­tamento otorgado en Córdoba á 24 de Octubre de 1489 por Pedro González, hijo de Bartolomé Colón, gallego. Por la circunstancia de que el testador tenía hijos y una hija casada en segundas nupcias, el Sr. Ramírez de Are- llano calcula que el Bartolomé Colón fué á Córdoba ha­cia el año 1425 ó poco más, y conjetura si motivaría la venida á España del descubridor del Nuevo Mundo la estancia en ella de alguno de sus ascendientes. Por for­tuna, el Bartolomé de Colón pontevedrés aparece pre­senciando aquel contrato en 2 de Noviembre de 1428; de manera que la solución más aceptable es, á mi juicio, la de que aprovechando las relaciones marítimas de Ponte­vedra ó de Bayona de Miñor con Andalucía, emigró á esta región, estableciéndose en Córdoba, donde se le dió el mote ó sobrenombre de gallego. Presumo que era her­mano de Domingo de Colón el viejo, y, por consiguiente, tío segundo del primer Almirante de las Indias.

Y  segundo. Un contrato entre dos vecinos de Ponte­vedra para construir dos escaleras en una casa pro-indi­viso de los mismos, situada en la rúa de la Correaría, delante de las casas que quemó Domingos de Colón, el Mozo. Dice así: «Ano do nasgemento de noso señor jesu­cristo de mili e quatro Rentos e… e quatro anos quatro días do mes de janeiro. Sabean todos que eu pedro fer- nandes bar… (barbeiro), beziño da villa de pont vedra que soon presente e que fago por min e en nom de miña moller ynes de ribadavia por la qual me obligo que ela aja esto aquí adeante por firme por min e por ela de huna parte E eu juan estebo carpenteiro que fago por min e en nom de miña moller tareisa da rúa por la qual eso mesmo me obligo por min e por ela de outra parte As partes sobre ditas queremos que por quanto non teemos partido a casa da correaría que está diante das casas que queymou ds de colon o mogo que he nosa de por me­dio que logo de presente que fagamos a as ditas casas duas subidas huna que saya pra dita rúa da correaría e outra pra rúa cega en maneira que eno sobrado délas fagamos duas moradas estremadas cada huna sobre sie a custa de ambos», etc. Siguen las demás condiciones del contrato. (Fotograbado núm. 3.)

Este documento consiste en una hoja suelta, deterio­rada en las dos esquinas de la derecha, quedando igno­rada ía decena del año del siglo XV que le corresponde. Calculo que era la de cincuenta, á juzgar por la letra y por la filigrana del papel, que representa el medio cuer­po anterior de un ciervo, lo mismo’que el de otras escri­turas comprendidas entre 1446 y 1456. En un principio creí que no era Colón el apellido que consigna, sino fotón (aumentativo del galaico tolo, loco ó maniático, proce­dente á su vez dei griego tolos, aturdido ó desordenado), así que lo había desdeñado como documento que nada tenía que ver con la familia Colón. Pero pasados algunos años y examinando papeles di con él y lo estudié con detención, haciéndome cargo entonces de que verdade­ramente no era t la letra inicia!, sino c, puesto que otras ces iniciales en el mismo escrito son iguales á la de dicho apellido, y que las tes en las demás palabras tienen for­ma muy diferente de la que había interpretado mal. Me convencí, pues, de que se trata de un Domingo de Colón, padre probablemente del gran navegante, y que se revela el motivo principal de su emigración, noticia importan­tísima para la nueva teoría coloniana. Si se refiere al año 1454, es de presumir que el incendio ó quema de las casas se habría verificado poco más ó menos un año antes, porque siendo la rúa de la Correaría á la sazón una de las principales calles de Pontevedra, debemos juzgar que dichas casas no permanecerían mucho tiempo sin ser reconstruidas por sus propietarios.

Señalando, pues, el año anterior como fecha de la emigración de Domingo de Colón, resultará que, si el Al­mirante nació en 1436 ó 1437, según demuestro en el ca­pítulo XI, tendría entonces unos diez y seis años de edad, en que ya estaría navegando, y que, después de reunirse con sus padres y su hermano Bartolomé en Portugal (acaso en Aveiro), donde hubieron de residir algún tiem­po, marcharon todos á Italia, alquilando en la vía Mul- cento de Génova, y en el período de 1456 á 1459, una casa perteneciente á los frailes de San Esteban, embar­cándose nuevamente los dos hermanos y trasladándose más tarde á Saona sus padres.

Al examinar un minutario de 97 hojas en folio del no­tario Alfonso Eans Jacob, que con tal objeto mé facilitó el Sr, D. Casto Sampedro, ilustrado presidente de la So­ciedad Arqueológica de Pontevedra, encontré, á los fo­lios 6 vuelto y 7, dos escrituras correlativas, fecha 19 de Enero de 1434, una de ellas cruzada con dos rayas, en las cuales se cita el nombre Blanca Colón. La notable re­vista de Vigo, Vida Gallega, correspondiente al mes de Julio de 1911, publicó un fotograbado de ambos docu­mentos, que en sus primeras líneas dicen así:

«Dez e nove dias do dito mes de janeiro. Sabean todos que eu don afonso garcia abade do convento de san juan de poyo que soon presente outorgo e conosco que debo e ey de dar et pagar a vos martin gotierres mariñeiro vesiño da villa de pontevedra que sodes presente doscentos e setenta e qatro maravedís de moneda vella contando a branqa entresdiñeirosos quales ditos doscen­tos e setenta e qatro mrs da dita moneda a vosa moller branca soutelo asi como herdeira de branqa colon moller que foy de afonso de soutelo alfayate acaesceron ena quarta parte de mili e noventa e ginco mrs da dita mo­neda que eu o dito don abade debia a os ditos afonso de soutelo e sua moller», etc. Siguen las condiciones del Convenio. (Fotograbado núm.4.)

«Dia dito. Sabean todos que eu don afonso garcía abade do convento de san juan de poyo que soon pre­sente outorgo e conosco que debo e ey de dar e pagar a vos juan gotierres pintor vesiño da villa de pont vedra que sodes presente asi ccmo herdeiro que sodes de afonso de soutelo e de sua moller branqa colon cuja alma deus aja ena mitade de seus beens conven a saber qinentos e ginqoenta mrs de moneda vella», etc. Siguen las condiciones del convenio.

En el mismo minutario, folio 85 vuelto, una escritura de compra de casa y terreno hasta la casa de Domin­gos de Colón, el Viejo, por Payo Gómez de Sotomayor. La copia íntegra de este documento, cuyo fotograbado ha publicado la ilustrada revista de Buenos Aires Ca­ras y Caretas, fecha 14 de Marzo de 1908, es como sigue:        .

«XXIX dias do dito mes (Septiembre de 1435). Sabean todos que eu juan gotierres do Ribeiro mariñeiro vesiño da villa de pont vedra que soon presente e que fago por min e en nom de miña moller Constanza gotierres por a qual me obligo e que fat^o por min e por todas miñas vo- zes e suas vendo firmemente por juro de heredade para todo sempre a vos pay gomes de souto mayor absente como se esteberedes .presente e a vosa moller doña mayor de mendosa e ambas vosas vozes e suas toda a parte e quiñón que a min e a a dita miña moller perte- nesge da casa sotoon e sobrado e terratorio ata a casa de ds de colon o vello que está ena rúa da-ponte da dita villa junto con as casas de vos o dito payo gomes de huna parte e da outra parte se ten de longo por taboado con as casas do cabildo de Santiago e bay sair a o eirado da porta da galea e bay sair a a dita rúa segundo por la via que a soya ter e usar femando garcía e eu despois del (e eso mesmo o dito voso apanigoado por la dita via e modo) e vendo como dito he toda a parte e quiñón que asi a min e a a dita miña moller pertenes^e das ditas ca­sas con sua pedra tella ferro madeira (e terratorio ata a casa de ds de colon o bello) e con cargo que o dito pay gomes e sua moller e suas bozes den e paguen a a con- fraria de san juan seys mrs de moneda vella que ha en elas de pensión cada un ano conben a saber por contia de novecentos mrs de moneda vella que de vos rescebin e de que me outorgo por entregado e pago e se mais bal ante todo juez que aiya por pena o doble.=E eu ruy lopes escudeiro do dito pay gomes por min e en nom do dito pay gomes que soon presente esto rescebo. Testigos alonso eans jacob notario alvaro agulla íoribio gotierres escudeiro del rey e outros.=feito.» (Fotograbado nú­mero 5.)

Las palabras puestas en letra cursiva están entre lí­neas en este documento, escritas, a! parecer, por distinta mano, por ío cual no les concederíamos valor ninguno; pero pueden admitirse de plano, porque constan algunas líneas después en el cuerpo de la escritura, aunque tacha­das con una raya, por lo cual las incluyo entre parénte­sis. La explicación del hecho es muy sencilla: redactada esta minuta, el notario advirtió que las palabras «e terra- torio ata a casa de d.s de Colon o vello» estaban mal colocadas, las tachó y las trasladó á lugar adecuado, es­cribiéndolas entre líneas, y se ve que madeira, palabra anterior á aquéllas, quedó sin la conjunción copulativa que corresponde en la redacción. Otras palabras tacha­das también, y que pongo entre paréntesis, no tienen fá­cil interpretación.

Payo Gómez de Sotomayor, comprador de la casa, fué mariscal de Castilla y Embajador del rey Enrique III á Persia. En otra escritura se mencionan los pazos (pala­cios) del mismo magnate que sin duda eran las casas ci­tadas en el anterior documento. Su esposa, D.a Mayor de Mendoza, era sobrina de D.-Lope, Arzobispo de Santia­go. Este matrimonio tenía mucha propiedad territorial, casas y castillos. Sus sepulturas están en las ruinas de Santo Domingo de Pontevedra.

 

En el mismo minutario, folio 80, escritura de venta en 11   de Agosto de 1434 de la mitad de un terreno que fué casa en la rúa de las Ovejas, por María Eans á Juan de Viana, el Viejo, y á su mujer María de Colón, moradores en Pontevedra. Sus seis primeras líneas dicen así (foto­grabado núm. 6):

«Once dias do dito mes. Sabean todos que eu maria eans da feira morador ena viila de pont vedra que soon presente que fa^o por min e por todas miñas voses non costrengida por for^a nen por engano rescebido mais da miña libre e propia voontade vendo e firmemente outorgo por juro de heredade para todo sempre a vos juan de viana o vello morador ena dita villa e a uosa moller ma­ria de colon e a todas vosas vozes toda a metade enteca­mente de terratorio que foy casa que está ena rúa das ovellas da dita villa», etc. Siguen las condiciones del contrato.     ,

Conjeturo que la María de Colón del anterior docu­mento es la misma que en el minutario, donde consta Bartolomé de Colón, y al folio 4 vuelto, figura en un con­trato de censo, fecha 4 de Agosto de 1440, por una parte de terreno en la rúa de Don Gonzalo de Pontevedra, á favor de Juan Ossorio, picapedrero, y de su mujer María de Colón, sin duda casada en segundas nupcias.

En el libro del Concejo que tiene en su poder el men­cionado Sr. D, Casto Sampedro, presidente de la Socie­dad Arqueológica, libro que empieza en 1437 y termina en 1463, incompleto, pero con 78 hojas, consta al folio 26 un acuerdo de dicho Concejo, fecha 29 de Julio del pri­mero de aquellos años, ordenando el pago de 24 mara­vedís viejos á Domingos de Colón y Benjamín Fontero­sa. El fotograbado de este acuerdo fué publicado por el distinguido escritor y arqueólogo Sr. Balsa de la Vega en La Ilustración Española y Americana del día 8 de Marzo de 1908 y por el elocuente Dr. Horta, á quien dedico sin­cero reconocimiento, en dos folletos impresos en Nueva York en los años de 1911 y 1913. Dice así:

«Año domini milésimo quatrígentesimo trigésimo séptimo vynte e nove dias do mes de Jullyo pedro falcon juez e lourengo yans alcalde e fernan peres jurado man­daron a martin de cañizo e afonso garcía portajeiros que dos maravedís que este dito ano colleran e recabdaran das posturas da dita villa a cada unha das portas donde estaban por portajeiros que desen e pagasen a d.s (do­mingos) de colon e b.n (benjamín) fonterosa por lo alugo (alquiler) de duas bestas que levaran con pescado a San­tiago a noso señor o arcebispo vynte e qtro maravedís bellos (viejos) e a lourengo de guillarey de huna carga de leña que dou pa o cabaleiro chamorro que posou en casa de pedro qun o bello tres mrs e asi son por todos bynte e sete mrs que líos faran recebir en conta a gonzalbo de camoens e líos descontaran dos mrs das posturas que se comenzaran por dia de san Juan de Junyo deste dito ano que el do dito concello tiña arrendadas, testigos pedro qun o bello loys mendes mercader, gonzalvo fiel e outros.

 

Destes mrs ha de pagar m. de cany XII e af° gra XV.» (Fotograbado núm. 7.)

Este es uno de los más importantes documentos ha­llados en Pontevedra; constituye una verdadera clave de la vida de Colón, puesto que consigna juntos sus dos apellidos, el paterno y el materno. A la vista del acuerdo del Concejo surge espontáneamente la reflexión de que va muy poca distancia de un matrimonio realizado por personas de ambas familias á la asociación para negó- cios entre estas últimas, ó viceversa, de la asociación al matrimonio, medio sencillísimo y natural de que en el descubridor de América se reunieran los dos apellidos de Colón y de Fonterosa, por más que esta afirmación ten­ga á primera vista el aspecto de una verdad de Perogru- 11o. Desciendo á semejante símil, porque pretendo que los lectores fijen toda su atención en tan interesante he­cho que, de no haber más documentos acerca de las dos familias pontevedresas, bastaría,juntamente con los nom­bres impuestos por el Almirante á varios lugares de las Antillas, para revelar su origen y patria,

Pero el acuerdo del Concejo merece detenida expli­cación. Interpreto como Domingos la abreviatura ds, en primer lugar porque era la usual, según consta en varios papeles de la época y posteriores, sin que haya otro nombre [á que aplicarla. En una escritura de 1438 y en otra de 1441 sobre aforamientos, respectivamente, de un terreno á Domingos do Ribeiro y de otro con viña á Do­mingos Batallanes se consignan luego estos nombres con la misma abreviatura ds> En el propio libro del Concejo, y según acta de 21 de Mayo de 1437, hay un acuerdo so­bre repartimiento de 45,805 maravedís, y en la relación de calles figura la rúa de domingos o mozo en la feligre­sía de Santa María. En 1574 consta Domingos dos Billa­res, procurador general del Concejo, al cual también se le aplica aquella abreviatura. En la primera línea del do­cumento fotograbado con el número 10 se ve el nombre de Domingos de Sueiro. En varias comarcas de Galicia todavía se dice Domingos y hasta en el diminutivo se conserva la s, pues en el siglo pasado he conocido un dis­tinguido y acaudalado caballero de Puenteareas á quien todo el vecindario llamaba cariñosamente Don Domingui- tos en vez de D. Domingo.

No puede aceptarse Lla abreviatura b.’1 ó b.11 Fonte­rosa como indicadora del nombre Bartolomé, que siem­pre se representaba con la de b°. Aquélla tiene encima una curva para significar sonido de /z, y como en el mis­mo libro del Concejo, folio 48, se consigna la de bej Fonterosa también con curva encima, esto es, Benjamín, podemos resolver que á este nombre corresponde U abreviatura de que se trata y que en ambas actas se de­signa una misma persona.

El obsequio del pescado al Arzobispo, señor de la vi­lla, llevado en dos acémilas (bestas), fué hecho por el Concejo con ocasión de la fiesta del apóstol Santiago, que se celebra el día 25 de Julio. Por último, es de notar el apellido Camoens que figura en el acuerdo, pues la circunstancia de existir ya un siglo antes de que naciera el gran poeta portugués, tan amante de España como de Portugal, y la no menos especial de que en la corte de Lisboa se diese á éste el mote de principe gallego, hacen sospechar que la oriundez de Galicia atribuida á Luis de Camoens era más cercana que la de derivarse de Vasco Pérez de Camaño, de quien se dice descendiente, caba­llero gallego emigrado cdn otros á Portugal á consecuen­cia de la derrota y muerte del rey D. Pedro de Castilla, acaecida á mediados del siglo XIV. Dicho apellido en Pontevedra, donde el que lo llevaba fué alcalde, jurado (regidor), dueño de carabelas, arrendatario de arbitrios (véase el fotograbado núm. 12 en la línea anterior á la de Bej. Fonterosa), y contratista de diversos servicios, pues así consta en diversos documentos, hay que retrotraerlo por lo menos en treinta años; de manera que no parece razonable que en medio siglo el vocablo Camaño se haya transformado en Camoens. ¿Será inexacta la genealogía que se da al insigne vate lusitano, acaso nieto del Gon­zalo de Camoens consignado en el acuerdo del Concejo y del que no hay noticias posteriores á 1445?

El mencionado presidente de la Sociedad Arqueoló­gica, Sr. Sampedro, encontró y me comunicó la siguien­te noticia consignada en un cuaderno de cuentas y de visitas de la cofradía de marineros de Pontevedra titula­da de San Miguel, que se conserva en el Museo Arqueo­lógico. En una relación figura A.° (Alfonso ó Antonio de Colón (quizás hijo de María), patrón ó maestre de un barco (pues en otro documento vió el Sr. Sampedro el nombre de maestre Colón), como deudor del impuesto que los buques de tráfico pagaban á dicha Cofradía por los viajes que verificaban. La apuntación dice así: «Debe A.° de Colón quatro maravedís do biaje de abeyro.» (Aveiro, en Portugal). (Fotograbado núm. 8.) No es posi­ble designar la fecha, aunque se halla comprendida en­tre 1480 y 1490, ya porque varias relaciones no la tie­nen, ya porque los papeles del cuaderno están cosidos y mezclados sin orden y sin obedecer á ningún criterio* El tráfico marítimo entre Pontevedra y Aveiro era bas­tante activo; en mi libro La Gallega, página 68, he publi­cado el contrato de flete del nabio Santa María (que pre­sumo fué ocho años después nave capitana de Colón) hecho para transporte de sal en 5 de Julio de 1484 por un vecino de la segunda de aquellas villas á Fernán Cer­vino, dueño del barco en la primera, ante los testigos Foronda y García Ruiz, que precisamente figuran en la tripulación de dicha nave capitana.

En un cartulario de mi propiedad, con 58 hojas de pergamino, que contiene diversos documentos interesan­tes,, y al folio 20 vuelto, consta la escritura de aforamien­to por el Concejo en 14 de Octubre de 1496 á María Alonso, de un terreno cercano á la puerta y torre de Santa María, señalando como uno de sus límites la he­redad de Crlstobo de Colón. (Fotograbado núm. 9.) No parece aceptable la interpretación de que en aquella fe­cha viviese en Pontevedra una persona con tan notable nombre; lo más razonable es presumir que dicha here­dad conservaba como denominación popular, según costumbre muy general aún existente, la de un propie­tario antiguo que se distinguió por cualquier concepto, á no ser que algún individuo de la familia, ya falleci­do, hubiese dejado la heredad en su testamento á su pariente Cristobo y alguien la tuviese en administración por ignorarse el paradero del favorecido, pues nadie podía sospechar que tal vez fuese el italiano Cristó­foro Colombo, genovés y descubridor de las Indias Occi­dentales.

Este cartulario y la cédula relativa á Oderigo debie­ron pertenecer al Concejo, por cuya justa causa procede que vuelvan á su sitio; en su consecuencia, pongo ambos documentos á disposición del Excmo. Ayuntamiento.

El Sr. Sampedro también me participó que había en­contrado en el Archivo notarial una curiosa escritura, fecha 11 de Octubre de 1518, en que Juan Nepto y Juan de Padrón, vecinos de Pontevedra (vicarios del pode­roso gremio de mareantes), afianzan ante Jácome Fer­nández, alcalde ordinario, á Juan de Colón, preso en la Cárcel pública, obligándose, al efecto, con sus personas, bienes muebles y raíces, y pago de 3.000 maravedís, pares de blancas. Esta escritura no dice la causa de la prisión de Juan de Colón (hijo, tal vez, del maestre Antonio de Colón), que era un mareante de cierta importancia, según puede deducirse, tanto de la cuantía de la fianza, como del aforamiento que se consigna en el siguiente documento, referente, sin duda, al mismo indi­viduo.

El vecino de Pontevedra D. Telmo Vigo, á cuya fa­milia perteneció la finca de que voy á hablar, dió en 1891 á D. Luis de la Riega, de quien la he recibido, una ejecu­toria de la sentencia recaída en el pleito habido entre el monasterio de Poyo y D. Melchor de Figueroa y Cien- fuegos, vecino de Pontevedra, fecha 13 de Agosto de 1616. Consta de 12 folios; está firmada por el Mar­qués de Cerralbo, Gobernador y Capitán general de Galicia, y por los oidores de la Audiencia de Coruña D. Mateo Velasco de Bustamante, D. Antonio de Valdés y D. Francisco Moscoso Figueroa, y consigna, por copia literal, el contrato de aforamiento, en lenguaje gallego, de la huerta y heredad de Andurique, hecho en 13 de Octubre de 1519 por el mencionado monasterio al ma­reante del arrabal de Pontevedra Juan de Colón y á su mujer Constanza de Colón. (Fotograbado núm. 10.) Repi­tiendo lo dicho en páginas anteriores, la huerta y here­dad de Andurique están en el lugar de Portosanto, feli­gresía de San Salvador de Poyo, y es muy probable que la familia Colón haya sido desde antigua fecha arrenda­taria de la finca expresada, convirtiéndose Juan de Colón, á virtud del aforamiento, en propietario del dominio útil de la misma; acaso habiendo obtenido ganancias y hecho ahorros, por su profesión de mareante, quizás practicada en América, pudo concertarse con la Comunidad bene­dictina para la adquisición definitiva de la finca. Enton­ces era abad comendatario del monasterio de Poyo, se­gún la propia escritura, D. Juan de Vivona, cardenal de Santa María in Pórtici.

Este documento y el referente á Cristobo de Colón fueron los primeros que, sin mayor ó menor indicación de nadie, me inspiraron en el año 1892 nuevo concepto acerca del origen y de la patria del primer Almirante de Indias. Tal ha sido, repito, la base de mis investigacio­nes y estudios, en que nadie me ha precedido. Necesito hacerlo constar, puesto que hay síntomas de pretensio­nes descabelladas, y aquí tiene aplicación la sarcástica frase del descubridor del Nuevo Mundo, después de rea­lizada su magna empresa: «Ahora, hasta los necios quieren descubrir.»

De los precedentes papeles resulta que en las gene­raciones anteriores á la del gran navegante hubo en Pontevedra personas de su apellido, con los nombres de Domingo, el Viejo, Bartolomé, Blanca, María, Domingo, el Mozo, y Cristóbal, pues Antonio era coetáneo, y Juan, de la generación siguiente. El de Jácome (Diego) era también vulgar y usual en aquella época; de manera que, por figurar algunos de esos nombres en la familia conocida de Colón, podemos juzgar que no se trata de una simple coincidencia, sino de una repetición ocasio- hada por el afecto, por la costumbre ó por el padrinazgo en la pila del bautismo.

Corona brillantemente la anterior documentación eí hecho de que el apellido de esta familia consta en una ins­cripción de la iglesia de Santa María de Pontevedra. Derribado un viejo altar, apareció en la pared un gran hueco en forma de arco, con dicha inscripción, grabada en piedra y con letra gótica alemana, usada aún en el primer tercio del siglo XVI, que dice así: «los do terco: de iuan neto: i de loan de colon feceron esta capilla.» Los cercos eran enormes aparatos para pescar la sardina, servidos por asociaciones de 70 á 80 marineros cada una; pero es de notar que sólo uno de los dos nombres de la inscripción tiene la partícula Ó preposición de antes del apellido, corroborándose con este dato las cláusulas de la institución del mayorazgo, en que el famoso nave­gante declara que su verdadero linaje es el de los llama­dos de Colón. Este Juan de Colón era, sin duda, el que figura en el aforamiento de la heredad de Andurique. La inscripción de que se trata es un documento de gran im­portancia: ninguna ciudad de Italia exhibe un testimonio tan expresivo. .           .

– En el mencionado minutario del notario Alfonso Eans Jacob, y al folio 66, se halla la siguiente acta fecha 28 de Febrero de 1435 (fotograbado núm. 11):

«Este día afonso yans da feira carrejador por palabra dou querella a estebo qun tenente de alcalde de el… toneleiro filio de abraan fonta osa dizendo que estando el esta noyte salvo e seguro en sua casa que o dito el… toneleiro e con el outros dous homes que entraron con el e que o quiseran matar con pedras e o jurou por a santa cruz. O alcalde diso que achando o dito el… tone­leiro que o prendería polo corpo e o porria en lugar donde del se fezere dereito. Testigos marqos carneiro é gonzalbo criado de min notario.»

La abreviatura el, con un rasgo que no es de s enci­ma y á la derecha, parece indescifrable; no encuentro más interpretación plausible por ahora, pues se trata del hijo de un hebreo, que la del nombre Eliezer ó Efea- zar, dado que dicho rasgo era indicador de una vocal con r, anterior ó posterior, como final de la palabra. Acaso pudiera ser cualquiera de los nombres Eliacim, Eliud, Eli, Eliachim, incluidos con aquéllos en las genea­logías que constan en los Evangelios, según San Mateo y San Lucas. Quizás sea Elias ó Eliseo, aunque á ello se opone el mencionado rasgo.

■    En un resto de 19 hojas de un minutario notarial des­calabrado, aparece el contrato de aforamiento hecho .en 21 de Marzo de 1436 por Fernán Estévez, de Túy, á Alvaro Afón, de una viña en la feligresía de Moldes, in­mediata á Pontevedra y extinguida hace tiempo, seña­lando como uno de sus límites otra viña del aforante, que labraba Jacob Fonterosa, el Viejo. (Museo Arqueo­lógico.)

 

En el libro del Concejo ya citado, y al folio 48, consta en el acta el nombramiento hecho por el Arzobispo de Santiago á favor de Lope Muñiz y de Benjamín Fonte­rosa para recaudadores de las alcabalas de las grasas eu el año 1444. Asimismo, al folio 66, se consigna el nom­bramiento hecho por dicho Prelado á favor de Gómez de la Senra y de Jacob Fonterosa para recaudadores de las rentas del hierro en el año 1454. (Fotograbados núme­ros 12 y 13.)

En el citado cartulario de hojas de pergamino, folio 6 vuelto, se halla una escritura de aforamiento por el con­cejo de Pontevedra en 6 de Noviembre de 1525 á Barto­lomé de Sueiro, el Mozo, y á su mujer María Fonterosa.

Otra escritura suelta contiene la carta de pago dada á Inés de Mereles por Constanza Correa, mujer de Este­ban de Fonterosa, fecha 22 de Junio de 1528, cuya letra es indescifrable en su mayor parte.

Estos dos documentos revelan que una rama de los Fonterosa era cristiana en el primer tercio del siglo XVI. Una familia de este apellido aparece posteriormente en los libros parroquiales de Sobrada, Ayuntamiento de To- miño (Túy), que empiezan en 1597. Constan: Domingo, hijo de Juan, bautizado en 1614; Gregorio, hijo de otro Gregorio, en 1634, y sucesivamente, Domingo en 1688, Sebastián en 1720, Juan en 1749 y D. Ventura en 1796. Esta familia se estableció después en Túy, donde perdura, y algunos de sus individuos marcharon á Buenos Aires.

Por último, en el minutario notarial de Alfonso Eans Jacob se consigna un contrato hecho en L° de Marzo de 1434 por Marina Pérez, mujer que fué de Domingos Bonome, en que se menciona una viña «que dicen da fonterosa», nombre que pudo originar el apellido ma­terno de Colón.

Para terminar este capítulo considero muy oportuno proponer que todos los documentos en él relacionados sean entregados, previa la conformidad de la Corpora­ción municipal, al Excmo. Ayuntamiento de Pontevedra, donde podrán conservarse convenientemente y ser con­sultados por quienes tengan interés en ello, pero con ob­servancia de las formalidades y precauciones que se juz­guen adecuadas.

 

 

El histórcio coloniano— Fr. Diego de Deza.

Como resultado y esencia de este libro considero ne­cesario exhibir concretamente la composición que me ha sido inspirada por los datos y razonamientos expuestos en el mismo.

Cristóbal Colón nació en Pontevedra en el año 1436 ó en el 1437, y fueron sus padres Domingo de Colón, llamado el Mozo, hermano de María, y Susana Fonte­rosa; otro Domingo de Colón, el Viejo, fué, sin duda, su abuelo, de quien Blanca y Bartolomé, emigrado á Cór­doba, eran hermanos; Antonio de Colón, padre quizás de Juan, debió ser primo suyo. Y si Abraham Fonterosa ó Jacob el viejo fué padre de Susana, podemos calcular que Benjamín, otro Jacob y el tonelero Eliezer ó Eleazar eran hermanos de ella ó primos, puesto que pertenecían á la misma generación.  –

El futuro Almirante de las Indias hubo de estudiar la lengua latina en alguno de los conventos de Pontevedra, y rudimentos de Cartografía, y por consiguiente, de cos­mografía, con Gonzalo de Velasco, ya mencionado, autor de una carta del mundo, regalada por el Concejo al Arzo­bispo de Santiago.

Á los catorce años de edad, en el de 1451 poco más ó menos, Colón se embarcó, empezando su carrera de marino. Emigrados de Pontevedra sus padres y su her­mano Bartolomé á fines de 1452 ó principios de 1453, se reunió con ellos en Portugal, marchando posteriormente toda la familia á Italia, estableciéndose desde luego en Génova y trasladándose más tarde á Saona. Colón se dedicó á la navegación en buques genoveses, y es pro­bable que su hermano Bartolomé no tardase mucho tiempo en imitarle, entrando como tripulante en barcos lusitanos, circunstancia que, andando los años, tal vez indujo á Colón á trasladarse á Lisboa, pues su carácter aventurero y emprendedor encontraba desde luego ali­ciente poderoso en las arriesgadas y brillantes empresas marítimas de los portugueses; mas las necesidades de la vida le obligaron á alternar la profesión de marino con la de cartógrafo. En la práctica de esta última, su genio debió inspirarle vehementes sospechas de que el tene­broso océano no era por el Occidente el último límite que se veía obligado á dar al mundo en los mapas; y arrastrado por tal pensamiento, empezó á inquirir noti­cias en los libros que podía leer en las bibliotecas de los -.conventos principalmente, así como á enterarse de la ^opinión de los marinos y de cuantas personas pudieran proporcionarle luz, habiendo recogido los diversos indi­cios de tierras en el Oeste, enumerados por su hijo don Fernando en la Historia del Almirante. Estudiando, pues, la esfera, adquirió el convencimiento de que la opinión de varios autores era exacta y de que, navegando hacia Occidente, se llegaría sin gran peligro á las ricas regio­nes de la India oriental. Consultó su proyecto al sabio florentino Toscanelli y obtuvo su aprobación,  *

Mientras su hermano Bartolomé, á quien había trans­mitido algunos de sus conocimientos científicos, nave­gaba en los buques portugueses que costeaban el conti­nente africano y, por último, asistía al descubrimiento del cabo de Buena Esperanza, pues así consta en una nota puesta en el libro Imago Mandi del cardenal AIyaco (Biblioteca coloniana de Sevilla), Colón, antes y después de casarse, negociaba con el Rey de Portugal la ejecución de su temerario pensamiento. Rechazado al fin, trasladó­se á España, donde hubo de sufrir muchas contrariedades hasta que salió del puerto de Palos para realizar el gran­dioso descubrimiento del Nuevo Mundo.

Nada tendría ya que añadir si no reclamase mención y examen una peripecia especialísima de la vida de Co­lón en Castilla. Me refiero á la resuelta y singular pro­tección que le otorgó súbitamente el prior del convento de Dominicos de San Esteban de Salamanca, Fray Diego de Deza, más tarde ayo y preceptor del principe D. Juan y sucesivamente obispo de Zamora, de Salamanca, de Córdoba y de Palencia, Inquisidor general, arzobispo de

Sevilla y electo de Toledo. No hay historiador que no ensalce á este personaje y que no encomie las altas pren­das, virtudes y ciencia que demostró constantemente: sobre esta materia bueno será que los lectores consulten la elocuentísima obra de Rodríguez Pinilla, titulada Co­lón en España.

Cuando Colón se vió desahuciado en sus pretensio­nes á consecuencia del informe desfavorable de la Junta de Córdoba, reunida en virtud de orden de los Reyes Católicos para examinar el proyecto del supuesto geno­vés, y presidida por el prior del Prado, Fray Hernando de Talavera; cuando ya se hallaba decidido á gestionar eti otra nación, sin duda Inglaterra, le detuvo la circuns­tancia de haberle ofrecido su apoyo el P. Deza, previa la correspondiente entrevista en la que Colón le dió cuenta de sus planes. En una carta, fecha 21 de Diciembre de 1504, dirigida á su hijo Diego y refiriéndose al que era entonces obispo de Palencia, el Almirante dice: «fué causa de que sus Altezas hobiesen las Indias y que yo quedase en Castilla, que ya estaba yo de camino para fuera.»

En efecto: el P. Deza tomó tanto interés en los pro­yectos de Colón, que inmediatamente promovió las fa­mosas conferencias de Salamanca, de las cuales fué el alma, hospedando (favor extraordinario) en el convento de San Esteban al visionario extranjero; desde cuyo ins­tante éste no tuvo ya que pensar en los medios de via­jar y de vivir, porque todo corrió á cargo del P. Deza y á todo atendió con esmerada solicitud, ¿Cómo se originó repentinamente tanto entusiasmo, y un propósito tal de ardiente protección á Colón, en persona de las elevadas condiciones que se reunían en el Superior de la Comunidad de San Esteban? ¿Bastaría para ello la admiración que pudo causarle la grandeza y la trascendencia de la temeraria empresa que Colón pro­ponía? ¿No tendría algún otro motivo de importancia para ayudarle tan eficazmente?

Las conferencias de Salamanca se celebraron durante la visita de los Reyes Católicos á Galicia, y su éxito no pudo ser más halagüeño para Colón, logrado, ante la ciencia desconfiada y el ánimo receloso de los sabios re­unidos, por las incansables gestiones del P. Deza, el cual comunicó el resultado de las discusiones á los Monar­cas al regresar éstos de Galicia y durante su pernanen- cia en la misma Salamanca desde principios de Diciem­bre de 1486 á fines de Enero de 1487. Pero á esto tan sólo no hubo de limitarse el P. Deza; sin duda se exten­dió á garantizar reservadamente ante los Reyes Católi­cos la personalidad del gran marino, porque desde enton­ces precisamente y sin que conste, según he dicho en otro lugar del presente libro, que se hubiese naturalizado legalmente en Castilla ni que se hicieron indagaciones acerca de los antecedentes de Colón, todo cambia para éste, y el que había sido despedido en Córdoba pocos meses antes, obtiene desde luego el afecto de los Mo­narcas, que le llaman á su servicio, procuran tenerle á su lado, le colman de atenciones y le conceden una pensión.

 

.• Acaso la garantía del P. Deza evitó aquellas averi­guaciones é hizo innecesaria dicha naturalización, y para dar, tal garantía debió sin duda atender á una razón muy sencilla, cual pudiera ser el conocimiento de los mencio­nados antecedentes de Colón. Confieso que esta conje­tura es. muy aventurada y excesiva; pero no vacilo en exponerla, porque donde y cuando menos se piensa puede surgir un dato cualquiera y concurrir á robuste­cerla -ojá justificarla.         ‘

= He aquí mi conjetura. En primer lugar establezco que el Prior del convento de San Esteban hizo sus primeros estudios en Pontevedra. Á favor de esta creencia tene­mos el dato de que, según escrituras notariales de 25 de Julio de 1434, 13 de Febrero de 1435 y 29 de Mayo de 1436., que, constan en los mismos minutarios citados en el capítulo anterior, era monje en el monasterio de Poyo, cercano’á dicha villa, Fr. Fernando de Deza, y en otra escritura de 19 de Octubre de 1434 figura el Licenciado Er.-Martín de Deza en el convento de San Francisco de la- misma población. El apellido Deza existe en Galicia desde ihuy antigua fecha, y dichos frailes pertenecían á lá’ generación anterior á la de Fr. Diego, el cual, aunque serafirma que fué natural de Toro, en Zamora, muy bien pudo realizar sus primeros estudios, repito, al lado de cualquiera de los dos mencionados monjes, quienes eran, sin ‘duda, parientes suyos.

; En este caso, la segunda parte de mi conjetura ad­quiere mayor aspecto de verosímil, pues el P. Deza y Colón pudieron ser compañeros en el estudio de la len­gua latina, ocasión adecuada y natural para que entre ambos brotase un mutuo afecto que, pasados muchos años y al encontrarse el uno con el otro en la edad ma­dura, debió reavivarse y producir las consecuencias más felices. Para justificar esta presunción se ofrecen unas notabilísimas frases del insigne navegante estampadas también en carta á su hijo Diego, fecha 18 de Enero de 1505: «Si el Sr. Obispo de Palencia es venido ó viene, dile cuánto me ha placido de su prosperidad, y que si yo voy allá que he de posar con su merced aunque él non quiera, y que habernos de volver al primero amor fra­terno y non le podrá negar», etc.

Esto escribía Colón con la franqueza que podía usar un padre dirigiéndose á su hijo, y sin pensar que, por muy encubierto que ponía el origen de tal amistad, di­chas sencillas frases constituían un ingenuo grito del corazón y denunciaban el ya lejano principio de aquel afecto. Sabemos que, históricamente, las relaciones entre el P. Deza y Colón empezaron en 1486, y, si bien es cierto que en poco tiempo y por varios motivos puede establecerse un entrañable cariño entre dos personas, éstas, por lo general, no le aplican los adjetivos de pri­mero, y á la vez de fraterno, sino cuando han sido cama­radas de juegos ó de estudios en la niñez ó en la infan­cia, porque, en este caso, primero significa la antigüedad de un afecto, anterior al iniciado en 1486, y fraternal, un trato frecuente y cordial, como el que existe entre tales camaradas ó entre dos hermanos. Y adviértase que á tan expresiva frase le da tono y fuerza la anterior, esto es, la absoluta confianza y familiaridad con que el anciano y achacoso Almirante se invita á hospedarse en la pro­pia casa del Prelado. Se ve que para ello no era obs­táculo la elevada y respetable categoría del P. Deza en 1505, de la cual se hallaba éste muy lejos cuando aprendía la lengua latina, en cuya edad, aunque sobrino de frailes, no por eso disfrutaba posición bastante alta para apartarse de toda relación con un compañero de estudios como el entonces futuro Almirante, cuyas con­diciones de inteligencia y de imaginación agradarían sobremanera á sus maestros y á sus condiscípulos. Pre­sumo., pues, que el P, Deza conoció y guardó el secreto del gran marino.

Me apremia la publicación del presente libro, y ya me faltan ánimos para aclarar algunos interesantes deta­lles, relacionados con la vida del inmortal descubridor de América. Otros lo harán con éxito, y les deseo la ma­yor íortuna; pero conste que la más brillante gloria de la Humanidad pertenece íntegra á España, y que nadie podrá disputársela con razón, ni despojarle de ella con justicia. Según advierto en el prólogo, nada más difícil que la desaparición de un dogma falso, y lo es, segura­mente, el de haber nacido Colón en Génova. El espíritu de resistencia á toda innovación es muy fuerte y tenaz* especialmente en los hombres que después de adquirir fama de sabios se estancan en determinados límites de las ciencias, por cuyo motivo muchas veces la selección se establece tardíamente. En ello intervienen con fre­cuencia la ignorancia, el egoísmo y la envidia; lamen­taré, pues, que este libro caiga en manos de tales ene­migos.


[1] Asensio, Cristóbal Colón, 1.1, pág. XC VII, El más fantástico autor no hubiera concebido actualmente tan aparatosa balumba de figuras simbólicas para final de una zarzuela de gran espectáculo.

 

Listado los documentos fotograbados:

1.

Nicolás Oderigo.

2.

Bartolomé de Colón.

3.

Domingo de Colón, el Mozo.

4.

Blanca de Colón.

5.

Domingo de Colón, el Viejo.

6.

María de Colón.

7 y

7 bis. Domingo de Colón y Benjamín Fonterosa.

8 y

8 bis. Antonio de Colón.

9.

Cristobo de Colón.

10.

Juan y Constanza de Colón.

11.

Abrahán Fonterosa y su hijo.

12.

Benjamín Fonterosa.

13.

Jacob Fonterosa.

(1) Fotografías de J. Pintos, Pontevedra.