Cristóbal Colón quiso que el mundo supiera que era Galego

 

COLÓN QUISO QUE EL MISTERIO DE SU PATRIA FUESE DESCUBIERTO

11.Colón.1988 (1)

Transcurrieron los siglos sin que se opusiesen grandes objeciones a la confusa nacionalidad genovesa de Cristóbal Colón. Sin embargo, el mundo se conmocionó cuando el célebre historiador Celso García de la Riega demostró documentalmente que, en los años anteriores y posteriores al descubrimiento de América, existieron en la provincia de Pontevedra familias que

11.Colón.1988 (2)llevaban el apellido «de Colón».

Pero la obra del ilustre investigador provocó un estampido de controversia, entre las cuales se confundían la admiración con la calumnia y la envidia.

Yo, que siempre he defendido la tesis del origen gallego del Almirante, el diario vespertino «La Noche», publicaba una felicitación dirigida al Ayuntamiento de Líjar (Almería), por proclamar el origen gallego de Colón, basándose en los profundos estudios del excelso  11.Colón.1988 (4) historiador murciano Julio Tortosa Franco. Pero sucedió, que mi intención inmediata de comunicarme con el citado Ayuntamiento, la fui relegando durante muchos años. Y, cuando, al fin, me dirigí a la citada Alcaldía, pese a su buena voluntad, la localización del señor Tortosa resultó imposible. Sin embargo, en estos últimos meses, el joven arqueólogo Pablo Novoa Álvarez, con un tesón y un empeño digno del mayor encomio, recorrió las tierras del sur con el propósito de llegar hasta el ilustre murciano.Y, en 11.Colon.1988 (3)efecto, logró localizarlo, aunque ya en muy avanzada edad y gravemente enfermo. Novoa Álvarez tuvo la gentileza de entregarme tres ejemplares con los valiosos trabajos que el señor Tortosa publicó en 1955 en la revista «Cumbre», en los cuales demuestra el origen galaico de Colón, incluyendo también un importantísimo croquis de una Carta Marina, trazada por Bartolomé Colón, de la cual bien puede afirmarse que es casi desconocida. En el citado gráfico existe un testimonio tan importante como excepcional, que consiste que al señalar a España, se sitúa en la provincia de Pontevedra al cabo de San Vicentio; y teniendo en cuenta que este pequeño accidente geográfico de la península de El Grove, apenas figura en los atlas actuales, resulta difícil imaginar cómo Bartolomé Colón, si fuera genovés, podría tener un interés personal por ese cabo gallego. Sin embargo, hay que tener en cuenta ese misterio de los primeros nombres impuestos por Colón a las tierras que descubría. Y así surgen el de San Salvador y Santa María de la Concepción, ambos patronos de la localidad pontevedresa de San Salvador de Poio. Aconteciendo luego ese conflictivo homenaje a Nuestra Señora de la O, en su festividad, ordenando incluso que se empavesen con banderas y gallardetes los palos de las carabelas, sin explicar a nadie que bajo esa invocación se había honrado a la patrona de Pontevedra desde tiempo inmemorial. Y surgen también como un recuerdo amoroso de tiempos pasados, esos significativos nombre como La Punta de la Lanzada, la de la Serpe, la de Lapa, San Miguel, San Blás, Ferro, Gorda, Aguda, Seca, La Lagoa, Pierna, Can, Pinos, Muros, etc. Bautizando también a numerosas islas con nombres como los de Santo Tomé, San Jorge, San Juan Bautista, San Martín, San Vicente, Santa Marta, Santa Margarita, La Peregrina, y los islotes de Redondo y Trinidad. Aunque también utiliza las significativas denominaciones de Punta y Pueblo de la Galea, de tan profundo arraigo pontevedrés. 11.Colón.1988 (5)

Sobre algunos de estos nombres existen confusiones que se han profundizado a través de los siglos. No existen dudas, por ejemplo, de que al encontrarse el Almirante ante una pequeña y hermosa isla, plena de exuberante verdor, tenga el atrevimiento de denominarla «La Gallega», nombre que incluso utiliza al dirigirse a los Reyes, y lo cual sería un hecho insólito en un marino genovés. Pero también al arribar a una isla de Jamaica donde los ríos surgen entre flores en un derroche de colores paradisíaco, el Almirante de da el nombre de Pórtico de la Gloria, aunque posteriormente numerosos historiadores acabaron por citarla como «Puerto de la Gloria». Y quizás este nombre dedicado tan espontáneamente por Cristóbal Colón, ha sido el aliciente para que el padre jesuita José Rubinos Ramos, nacido en La Coruña en 1898, y fallecido en Miami en 1963, escribiese una hermosa leyenda versificada bajo el título de «A xesta de como a América nasceu da melodía«, y en ella relata la historia de cómo un muchachito gallego llega al Puerto de la Rábida y se enrola como grumete en la nave capitana de Cristóbal Colón. Y aquel chiquillo lleva como único equipaje una típica gaita gallega traída de su lejana tierra. Pero en los largos días de navegación, cuando surge impetuosa la tempestad atemorizando a los marineros más avezados, el niño gallego comienza a hacer sonar los acordes melodiosos de su gaita. Y, entonces, como al influjo de un extraño conjuro, el viento cede y amaina el temporal. Pero luego se suceden los días de calma exasperada en los que las naves permanecen sin avanzar. Y nuevamente, el niño coge su gaita, se sienta en la proa y hace sonar su cadenciosa melodía. Al instante, sin nadie saber cómo ni por dónde, el viento surge y las naves vuelven a navegar. Así llega un amanecer en el que el niño gaiteiro vuelve a tocar. Y esta vez lo hace con más sentimiento, con más fascinante belleza, perdiéndose sus últimos acordes en el grito estentóreo y gozoso de un marinero que anuncia ¡¡Tierra!! Al fin, las chalupas cargadas de hombres se echan al agua y llegan por primera vez a aquel Nuevo Mundo desconocido. Entonces, Colón busca ansiosamente al pequeño músico, pero no lo encuentra por parte alguna, ni nadie puede darle la menor noticia sobre él. Su desaparición obsesiona al Almirante, hasta que, de un modo repentino, surge en su mente la rememoración de los ángeles del Pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela, y comprueba que uno de ellos que semeja hacer sonar una trompa, tiene la misma mirada  e idéntico semblante al pequeño músico marinero que le acompañó en la larga travesía. Y, a propósito de esta hermosa leyenda, resulta oportuno mencionar que, recientemente, durante la proclamación del «Segundo Cuaderno de Música en Compostela»,  Sverre Jensen, que tanto colaboró en él, afirmó con convicción profunda que «las esculturas del Pórtico de la Gloria son tan realistas y detalladas, que bien podría creerse que el Maestro Mateo pensó en explicarles a las generaciones venideras los instrumentos de su tiempo a través de las esculturas». Y, por lo mismo, también tendría una lógica inmensa el pensar que Cristóbal Colón nos quiso dejar a las generaciones que habríamos de sucederle, un certificado imperecedero del misterioso lugar de su nacimiento, a través de los nombres netamente gallegos que iba imponiendo a muchas de las tierras que descubría.[1]

 

 

Josefina López de Serantes

La Noche, 9 de Octubre de 1988


[1]Publicado en “A Nosa Voz” el 12 de Abril de 1989

ARTIGO NA NOSA FALA SOBRE C. COLÓN GALEGO

 

A terra Galega garda no seu seo o testemuño da patria de Colón

A TERRA GALEGA GARDA NO SEU SEO

O TESTEMUÑO DA PATRIA DE COLÓN

E costume o dicir que o home non é dono de sí mesmo, e que polo tanto non pode escoller o seu destino; pero Cristóbal Colón soubo encontrar o seu. Chegou a conseguir os seus propósitos a forza do seu tesón e alteza de folgos, poñéndose a camiñar ó longo dos vieiros de Portugal e Castela. Costoulle angurias e penalidades de anos, pero… o consiguiu.

A entereza deste home excepcional para acadar a realidade dos seus soños son o testumuño de toda unha raza tenaz e emprendedora. Pero o certo é que él non quixo xamáis descubrir o lugar do seu nacemento.

A verdade é que hoxe está probada a súa orixe xudea, e si a isto xuntamos a ascendencia galega, temos que pensar que xamáis os Reises Católicos lle concederían audiencia, xa que a pior tarxeta de presentación á Raíña Sabela, era o nomear a nosa terra, aínda que son tantos e tantos os testemuños que Galicia garda no seu seo encol a Cristóbal Colón. Polo mesmo, é de xusticia o proclamar unha vez máis, que foi o excelso historiador pontevedrés, don Celso García de la Riega, o que espertou a expectación do mundo ó publicar o seu meritorio libro «Colón español», tan enchido de datas históricas encol as orixes do Almirante.

Estas sorprendentes novas do investigador chegaron moi lonxe, e os descendentes dos galegos que séculos atrás afincaran no Novo Mundo, levando a nosa linguaxe, anosa historia, e o noso carácter étnico, fixeron xuntamente ós milleiros de novos emigrantes, que se acollera con gran entusiasmo a causa do señor de la Riega, mais coma sempre sucede cunha grande obra, xurdiron prestos a difamación e a envexa. E incluso houbo persoaxes ilustres con pertencia á Real Academia Galega, que negaron a autenticidade de máis de vinte documentos dos séculos XV e XVI atopados nos Arquivos de Pontevedra, e que dan constancia de familias chamadas «de Colón».

Deste xeito, o académico Oviedo y Arce, emprendeu a tarefa de anular a orixe galega do Almirante, chegando incluso a negar a antigüidade do histórico Cruceiro de Portosanto, que levaba máis de catro séculos afianzado diante dunhas ruinas, ás que as xentes do pobo aínda chaman hoxe «A casa de Colón». E o certo é que estas persoas simples e sinceras nunca minten, e tan só repiten de xeración en xeración o que escoitaron ós seus devanceiros.

Este Cruceiro no su basamento ten unha antiga inscripción que hoxe difíclmente pode lerse, por estar tapada ca terra e cemento, e que discubriu don Prudencio Otero, e descifrouna ós comenzos deste século o arqueólogo don Luis Gorostola. E dí así: «Juan Colón Rº año 1490».

Incripción investigada incluso por eruditos extranxeiros, na que a Rº, interprétase coma Recuerdo o Reconstruido. O Cruceiro foi lamentablemente apartado do seu orixinal lugar e incluso derrubado por un coche, e non obstante, no seu tramo máis longo, aínda pódense ver os sinos da Paixón, nos que algúns investigadores creron ver dibuxos de «peces», que por certo ademáis de formar parte da nosa liturxia, ben poderían ser emblemas de mariñeiros. Pero dun xeito incomprensible, o señor Oviedo y Arce negou a autenticidade do Cruceiro, coa absurda explicación de que na súa base decía: «Juan D´Outeiro Año 1870».

Pero, curiosamente, Xan D´Outeiro foi un escritor festivo daquelas datas que nada ten que ver con Portosanto.

Tamén afirmou Oviedo y Arce que polo ano 1490 non existían Cruceiros en Galicia. Pero Castelao, na súa famosa obra «Cruces de Pedra», afirma que os cruceiros son tan propios da nosa terra, que xurden do mesmo «menhir», e que ó longo dos séculos transformáronse en Cruces. E para máis abondo, temos na Terra Chá Lucense, no antiquísimo Santuario de Bascuas, nunhas das súas ermidas, unha estrana Cruz de Pedra que, ó parecer, data do século XII.

E moi recentemente, hai pouco máis dun mes, o arqueólogo Pablo Novoa Alvárez, confirmoume persoalmente o seu criterio encol á antigüidade do Cruceiro de Portosanto, onde tanto as xentes do lugar coma as árboles e as flores dos campos, o mesmo que os paixariños que levan no seu pico unha semente florida, ben saben que coma líricamente dixo Cabanillas,un varal florecido púxose en pé, estendeu os brazos e se fixo Cruceiro”.

Pero xunto a este testemuño pétreo, o mesmo co que encóntrase na igrexa de Santa María de Pontevedra, temos que axuntar o que nos deixou o propio Colón, dando nomes da terra galega as illas, ríos, montes, portos e bahías que ía descubrindo. Cousa moi difícil de ter esplicación xa que as imperfectas Cartas Naúticas daqueles tempos, ben malamente poderían sinalizar con tanta municiosidade as costas de Galicia. E aínda que así foxe, nada dirían para un marino italian, mallorquín, catalán o da Alcarria, xa que tan só un nativo das nosas terras, podería impresionarse ante unha pequena illa, descubrida na segunda viaxe, que coa súa fermosura, chea de piñeiros e exuberante e verde vexetación, fixo exclamar ó Almirante: «¡Chamarémoslle La gallega

 

Sin pensalo, Cristobal Colón acababa de mostrar ó mundo a súa mellor partida de nacemento…

 

El Ideal Gallego, 10 de Novembro de 1986

 

Josefina López de Serantes

TEODOSIO VESTEIRO TORRES

 

                                 

02.Art-32.Vesteiro Torres.01  VESTEIRO TORRES, MÁS DE UN SIGLO ENTERRADO Y OLVIDADO EN UN CEMENTERIO  DE MADRID

La tumba de Teodosio Vesteiro Torres permanece intacta, pero dolorosamente olvidada en el cementerio de la Sacramental de San Justo, de Madrid. Es una sepultura de 1ª clase que aún ostenta el nº 622.

En este pasado mes de noviembre *(1986), su sepultura, desgastada y casi ilegible por las múltiples personas que la pisaron durante más de un siglo, destacaba por su desamparo y soledad entre las flores que cubrían las sepulturas del citado cementerio. No obstante, todavía se lee sobre el mármol blanco la identificación del desdichado poeta.

Aunque aquel hombre que, pese a su infortunio creyó en Dios, no tiene en su tumba el consuelo de una cruz, y eso hace pensar que evidentemente se le negó al desgraciado suicida. Tan solo encabeza la losa el cuño circular que utilizaba la Sociedad Literaria, prueba irrefutable de que sus compañeros le fueron fieles hasta última hora, seguido de su identificación, que dice así:

“Aquí yace don Teodosio Vesteiro Torres. Individuo de número de la Sociedad de Escritores y Artes Especiales. Falleció el día 12 de Junio de 1876, a la edad de 29 años. R.I.P.”

 Tragedia y enigma del poeta

Tanto en el Registro Civil, como en la Sacramental de San Justo, consta el apellido Vesteiro con B, y lo más curioso es que se afirma que era natural de Vigo (Orense). Lo cual demuestra la poca geografía que conocían los funcionarios de entonces.

También ahora, se tiene la seguridad de que el poeta no fue enterrado en el cementerio general del Sur, como se afirmó en otras ocasiones, sino que allí solamente estuvo depositado el cadáver durante más de veinticuatro horas, habiéndosele efectuado la autopsia en el pabellón del citado cementerio.

Evidentemente, la familia del poeta hizo cuanto fue posible para que la causa de su muerte no se especificara en las respectivas actas, ya que sólo se hace mención de que falleció en el Salón del Prado, a las tres de la madrugada de la citada fecha.

Celso Emilio Ferreiro le describe como «un visionario, atormentado por el tedio vital, enfermo de incurable saudade…»

Pero quizás tan sólo Curros Enríquez intuyó la verdadera causa de su muerte. Era quizás su más íntimo amigo, y a él, lo mismo que a Carvajal, les dejó unas cartas desconsoladoras, despidiéndose de ambos como si estuviese afectado de una mortal enfermedad, y manifestando una fe ciega en Dios, confesión no concordante con la actitud de un hombre resuelto a acabar con su propia vida.

Su breve existencia

Había nacido en la bella y antigua Ciudad de la Oliva, un 12 de junio de 1847, y exactamente veintinueve años después, él mismo daba fin a su vida.

Siendo muy joven, a los quince años, ingresó en el Seminario de Tuy, donde destacó por su inteligencia y grandes dotes personales.

Músico y notable escritor, lo mismo que poeta, en el Seminario se le valoró justamente y, sin cumplir los veintidós años, llegó a graduarse como doctor en Teología, adjudicándose la cátedra de Humanidades. No obstante, al llegar el decisivo momento de la ordenación renunció rotundamente a la carrera eclesiástica, con gran disgusto por parte de su madre, que moriría dos años después.

Trasladado a Madrid, fijó allí su residencia y fundó la Sociedad intelectual de «Galicia Literaria», centro de reunión de todos los escritores gallegos de aquella época.

Esta sociedad estaba situada en la calle de la Estrella, nº 7, cuarto 3º, siendo la residencia de sus primos Emilia Calé y de su esposo Lorenzo Gómez Quintero. Durante más de un siglo se afirmó que ésta era también la residencia habitual de Teodosio Vesteiro, más por los documentos exhumados últimamente, se ha logrado confirmar que el joven poeta residía en la calle del Caballero de Gracia, nº 26, cuarto 2º.

La Sociedad Literaria tenía sus reuniones los días 10, 20 y 30 de cada mes, y el 10 de junio de 1876, que casualmente era sábado, Vesteiro se reunió en el piso de la calle de La Estrella con sus habituales compañeros.

Nadie advirtió nada desusado en su actitud, ni tan siquiera al despedirse. Pero transcurrió el domingo día 11, en el que el joven poeta se dedicó a destruir su importante obra literaria y musical, de la cual tan solo se salvaron los trabajos ya publicados o los que se encontraban en manos de amigos y familiares.

Finalmente a las primeras horas del día 12 se dirigió al Salón del Prado, y a las tres de la madrugada se disparó un tiro de revólver en la cabeza.

El entierro

Ciento nueve años después(*), yo he estado ante esta tumba. Sobre ella habían caído el sol y la nieve de tantos y tantos años, y, sin embargo, parecía aún gravitar la presencia de aquellos hombres también desaparecidos y que en aquella tarde de un 12 de junio se reunieran alrededor de los restos mortales del poeta desaparecido.

 

Parecía advertirse la presencia de Curros, que había perdido su habitual arrogancia, derrumbado por el dolor, los hermanos Muruais, Núñez Castro, Manuel de la Peña, Victorino Novo, Eduardo Verdes y… ¡Añón!, el Patriarca, como le llamaban todos, que se sentía desolado como ante la pérdida de un hijo.

 

Pero si los restos del poeta de Boel se perdieron irremisiblemente en la fosa común del cementerio general del Sur, de Madrid, siendo inútiles los laudables esfuerzos de la Real Academia Gallega para que reposasen definitivamente en Galicia, los de Vesteiro los tenemos todavía allí, tan lejos de la tierra en que nació, esperando como una postrera liberación que lo arranquen de la soledad del cementerio castellano.

02.Artº 32.Vesteiro Torres.02

 

Josefina López de Serantes

 

El Ideal Gallego, 3 de Enero de 1986(*)

La ciudad de la Oliva, tierra de los Celtas

La ciudad de la OlivaLA CIUDAD DE LA OLIVA, TIERRA DE LOS CELTAS

 Mucho se podría escribir sobre Vigo, la hermosa «Ciudad de la Oliva», conocida también por el merecido blasón de «Ciudad fiel, leal y valerosa». Sin embargo, sería absurdo abordar para ello deficiencias actuales, que no son peculiares solamente de la hermosa ciudad gallega, puesto que si en Vigo existen difíciles situaciones laborales, no son únicamente propias del lugar, ni tan siquiera nacionales, puesto que, hoy día, el ámbito es mundial. Por otra parte, si se intentase subsanar con un oportuno comentario alguna deficiencia urbanística o de comunicación, habría que hacerla extensiva a las demás provincias gallegas.

Yo, por mi parte, prefiero evocar a Vigo como la hermosísima ciudad que se asienta a la falda del impresionante monte Castro, junto a la espaciosa ría de su nombre que, en los amaneceres luminosos desdobla entre sus aguas todos los colores del iris, y a la cual los celtas eligieron para su descanso en su largo deambular por el mundo, cuando era tan solo un vergel de hortensias, acacias y margaritas silvestres que crecían sin concierto bajo la luz del sol y el perfume agreste de los pinos. Vigo fue de este modo, la tierra predestinada para esa raza enigmática y andariega, a la cual dotaron de su idiosincrasia y peculiaridades. Los celtas eran, indudablemente, muy superiores a las demás razas nómadas de su época; pero la verdad es que nadie sabe de dónde procedían, puesto que a las muchas suposiciones e investigaciones, siguen siendo un enigma indescifrable. Sin embargo, es indudable que las raíces del pueblo vigués están en esa raza privilegiada, de desconocido origen. Son varios los historiadores que afirman que llegaron desde la antigua y lejana Asia, cruzando infatigables los desfiladeros de los Alpes, o posiblemente por las rutas del mar. Pero también existe una leyenda en la que se cuenta que eran náufragos de la perdida y fantástica Atlántida.

No obstante, la verdad es que ellos buscaban un lugar que les recordase a su pueblo de origen, y por lo mismo se afianzaron y crearon raíces, en una tierra hermosa, verde, húmeda, tibia de niebla y de lluvia, pero también acariciada por el sol. Y fue por eso por lo que escogieron a Galicia. Y de toda Galicia, de un modo especial, a una ciudad cobijada por un monte y arrullada por el mar. Esas gentes tan distintas como superiores a todas las su época, fundaron en aquel lugar una incipiente ciudad, que más tarde llegaría a ser la Vicus Spacorum de los romanos. Pero, retornando a los celtas, es digno de recordar que el historiador Diodoro de Sicilia, nacido en el siglo I, antes de Cristo, en uno de los libros de su famosa Biblioteca de Historias, a esa raza emigrante, la define así: “Los celtas son muy humanos con los extranjeros, y en viniendo uno de otra tierra a la suya, le hospedan con tanta benignidad, que a porfía compiten con quien le ha de hacer mayor honra y regalo, y alaban y tienen por bien aventurados y amigos de los dioses, a los que eligen a los extranjeros para hospedarse en su casa”.

También el padre Martín Sarmiento, tan sabio como buen observador, en su “Método para pasear y patear todo el Reino de Galicia”, afirma que «los celtas se derramaron por todas partes», y como consecuencia de su observación, podemos afirmar que el afán andariego de esta excepcional raza, hizo que enraizaran en la ciudad marinera viguesa, que les dio cobijo entre la tierra próspera y el bravo mar. Sin embargo, cuando todavía en mi infancia, yo ignoraba todas estas investigaciones históricas, el nombre de Vigo «La Ciudad de la Oliva» quedó grabado en mi mente de un modo imperecedero, cuando mi padre me dijo en una ocasión:

“Para nosotros, los gallegos, nunca han existidos las grandes distancias”. Por aquel entonces, yo no acerté a comprender que hacía referencia a su larga experiencia de emigrante. Sin embargo sentí un inexplicable sentimiento de infantil emotividad cuando él, extendiendo su brazo en un gesto elocuente que parecía querer abarcar todo el Atlántico, añadió: “Mira… mismo frente a Vigo está Nueva York”.

 Josefina López de Serantes

 El Ideal Gallego, 14 de Febrero de 1984

C.COLÓN PUDO HABER NACIDO EN POIO

CRISTÓBAL COLÓN PUDO HABER NACIDO EN POIO

La noticia surgió hace pocos días en los diarios, pero bien puede decirse que pasó casi desapercibida. Decía así: «Jon Gangoiti afirma que luchará para que los gallegos no sean tratados en la CEE como los judíos».

Breves palabras dignas de meditación que nos hacen comprender que el ser gallego aun tiene sus lamentables consecuencias, y que también siguen proclamando ante el mundo otra injusticia de siglos, ya que, en cierto modo, parecen disculpar la discriminación hacia el pueblo de Israel. Pero lo que sí es indudable, es que bien puede ser que muchos gallegos tengamos raíces judías, ya que en nuestros pueblos y ciudades aun existen atavismos semíticos. Y muchas veces, aun hay personas que ignorándolo, conservan costumbres y rasgos de esa raza que el correr de los siglos no ha podido borrar.

Hoy día, presente aun el triste recuerdo de los horrores incalificables cometidos aun no hace tantos años con el pueblo israelita, resulta comprensible y disculpable que en la férrea época del Medievo un hombre se viese obligado a ocultar tenazmente su doble origen de gallego y judío. Investigaciones históricas a las que no se ha prestado la debida atención, pero que continúan vigentes con toda la fuerza de su veracidad, siguen pregonando este doble origen en uno de los personajes más importantes de la Historia del Mundo: Cristóbal Colón.

Pese a los grandes esfuerzos del almirante para hacer «desconocidos e inciertos su patria y origen», el origen ha comenzado a resquebrajarse desde que, a finales del pasado siglo, unos historiadores pontevedreses al investigar en los archivos se encontraron sorprendidísimos ante la aparición de unos documentos, comprendidos entre los años 1428 y 1523, en los que se leían distintos nombres identificados con la familia del Almirante y que iban unidos al apellido «de Colón».

Pero no se les prestó la atención merecida ni aun cuando el ilustre historiador don Celso García de la Riega, estudió y amplió concienzudamente las antiguas investigaciones publicando su libro «Colón español».

Cierto es, que los Centros Culturales Gallegos de Hispanoamérica acogieron con júbilo la noticia y la proclamaron por todos los medios, pero en España no fue recibida con el debido interés, tratándose incluso de acusar a de la Riega de falsario, lo cual hoy ha sido plenamente desmentido, mediante los nuevos métodos de investigación.

 El enigma de Colón

De todos estos estudios se ha llegado a la firme conclusión de que el Almirante tenía un interés tenaz en hacer un perpetuo enigma del lugar de su nacimiento, aunque no por ello debemos acusarle de renegado, ya que cierto es que con esta revelación jamás hubiese conseguido una audiencia de los Reyes Católicos.

El hecho de que se considere a Colón como genovés tiene su origen en el célebre documento de la institución del Mayorazgo, escrito en Sevilla el 22 de febrero de 1498, aunque hoy día se ha comprobado con certeza que es apócrifo, y que seguramente Colón jamás pronunció la consabida frase refiriéndose a Génova: «…de ella salí y en ella nací».

Teniendo además el citado documento una profunda diferencia con el testamento que Colón hizo poco antes de morir, el 19 de mayo de 1506. Y la falsedad de este documento, se descubre de un modo principal en el hecho de que habiendo sido fechado en febrero de 1498, se incluye en él una súplica dirigida a el Rey, a la Reina y al Príncipe don Juan, habiendo el Príncipe fallecido el 4 de octubre de 1497, y es completamente imposible que encontrándose en Sevilla, casi cinco meses después ignorase Cristóbal Colón la luctuosa noticia, tanto más que en todo el Reino se guardaron cuarenta días de luto oficial.

A esto se debe añadir que los dos hijos del Almirante, Diego y Fernando, eran pajes del malogrado príncipe, siendo evidente que el autor del documento ignoraba por completo los principales sucesos de los Reinos de Castilla y Aragón.

Este documento del Mayorazgo fue la causa de que se investigase en Italia, llegando a encontrar el acta de un notario de Génova con una minuta de haber comprado azúcar en Madeira para un comerciante genovés, un joven llamado Cristóforo Colombo, encontrándose luego algunos datos sobre un tal Domicico Colombo que tenía tres hijos: Cristóforo, Bartolomeu y Giócomo.

Pero lo que sí parece imposible de compaginar con el amor que siempre demostró el Almirante por sus hermanos, incluidos el póstumo recuerdo hacia sus padres, es el hecho comprobado de que el llamado Dominico Colombo viviese en la miseria, viejo y olvidado, mientras colón era aclamado como descubridor del Nuevo Mundo con todos los honores.

 Un discutido origen

Basándose en estas y otras causas, son muchos los historiadores que niegan el origen italiano del almirante, contándose entre éstos el enciclopedista alemán Carlos Guillermo de Humboldt, el inglés Growing, así como el famoso historiador escocés Guillermo Robertson. Y lo cierto es que Cristóbal Colón no tuvo el menor recuerdo hacia esa supuesta patria italiana cuando ponía nombres y más nombres a las tierras recién descubiertas.

Este hecho lo comentó ampliamente en 1956 el doctor historiador jesuíta P. Tomás Barreira, acabando por afirmar que la mejor partida de nacimiento del almirante la tenemos en los nombres que dedica a las primeras islas que va descubriendo. Llama a la primera San Salvador, a la segunda San Salvador el Grande y a la tercera San Salvador el Pequeño, nombres que concuerdan perfectamente con los de San Salvador de Poio, pequeña localidad pontevedresa donde se ha localizado la cuna de Colón, mediante el estudio de los antiguos documentos antedichos. Pero, por si todos estos datos no fuesen suficientes, hay que hacer constancia de que a continuación de las citadas islas, descubre el navegante otra a la que llama Nuestra Señora de la Concepción, la cual es precisamente la co‑patrona de Poio.

Para mayor abundamiento de estos hechos, sucede que el 18 de diciembre del citado año de 1492, el almirante ordena que se empavesen los palos y las vergas de las naves con banderolas, al mismo tiempo que se disparan tiros de lombardas. Los marineros se atreven a interrogarle sobre la festividad que se conmemora, y Colón les responde escuetamente que es el día de Nuestra Señora de la O.

Y lo cierto es que nadie repara en que la Virgen de la O, es desde tiempo inmemorial la patrona de Pontevedra. Este hecho lo comentó ampliamente el sacerdote historiador, don Arturo Souto Vizoso, fallecido hace casi un año. De todos estos hechos se desprende que Colón no podía, ni quería renunciar a sus orígenes en las lejanas tierras gallegas.

 Cuando hablan las piedras

En la provincia de Pontevedra existe el pequeño pueblo de San Salvador de Poio, el cual acariciado por el mar y arrullado por el susurro de sus pinares guarda un testimonio de historia y leyenda a través de una casa ruinosa que se va derrumbando poco a poco, hasta quedar tan sólo unas paredes de piedra y de un crucero secular que ostenta en su base una inscripción: «Juan Colón Rº año 1490». La Rº se interpreta como “recuerdo”, “reconstruido” o “reedificado”. Este Crucero que durante siglos ha estado ante la casa ruinosa, hoy, lamentablemente, ha sido trasladado a un próximo e inadecuado lugar, dejando un significativo vacío ante las piedras cubiertas de maleza en donde según siguen transmitiéndose los lugareños de generación en generación, que nació el descubridor de América.

Y lo mismo responde al marinero que regresa de su faena, la lavandera que se dirige hacia el río o el campesino que lleva su ganado a la feria: «esa é a casa onde naceu Colón». Y lo que sí es indudable, es que allí vivió una familia que correspondía a este  apellido.

03.Domingo 11 (4)Don Bernardino Justo Pena, un vecino del lugar, de 69 años, relata incansable y solícitoa cuantos le interrogan sobre los testimonios que sus antepasados se han transmitido unos a otros. El Crucero es para él y los suyos una preciada reliquia, y cuenta cómo muchos años atrás, los campesinos se sentaban al atardecer, descansando de sus faenas, a los pies del crucero y ante la casa milenaria. Allí hablaban largamente sobre Colón «o home que descubriu as illas». Y la historia se sigue repitiendo entre las gentes de Poio, mientras bien puede asegurarse que hoy día en ningún lugar del mundo se encuentra un testimonio tan genuino, sincero y popular.

Existe también otra impresionante aseveración de esta familia, llamada «de Colón» que se sucedió en generaciones en este lugar de Galicia; y surgió, inopinadamente, sin que nadie lo buscase o lo esperara. Fue al derrumbar un retablo completamente apolillado por el paso del tiempo, cuando en una capilla de Santa María la Mayor de Pontevedra, apareció una losa de piedra, de finales del siglo XV, con una significativa inscripción: “Os do cerco, Xoán Neto e Xoán de Co‑lón, faceron esta capella”.

En la inscripción figuraba «Xoán de Collón», pero sucedió que un clérigo juzgó obscena la palabra y suprimió una L, tal como se puede apreciar perfectamente sobre la piedra, sin detenerse a pensar que aunque se dice «capela» está escrito «capella». Y es curioso también comprobar que cuando el rey Juan de portugal escribe a Colón en 1488, comienza con las siguientes palabras: «Querido Cristóbal Collón…»

 Testimonios

Por las mismas fechas de los importantes testimonios proclamados por el P. Jesuíta Tomás Barreira, el Ayuntamiento de Lijar (Almería) hace constar en su libro de Actas, con fecha del día 14 de septiembre de 1955, el acuerdo de proclamar el origen español de Cristóbal Colón, basándose en los studios del historiador murciano donJulio Tortosa Franco, que demostró plenamente el origen gallego, y por lo tanto español, del almirante.

La citada acta me ha sido envidiada gentilmente por el actual alcalde Lijar, al cual tengo que expresar mi agradecimiento. (Adjunta a este artículo).

También el historiador de Vilagarcía Xosé Vilas Fariña me ha facilitado la copia de un importante documento sobre un trabajo inédito del Padre José Crespo Pozo, del Monasterio de San Salvador de Poio, en el que dice y confirma que una vecina de O Grove, llamada doña Ana de Pravia se casó en segundas nupcias con don Cristóbal de Colón y Toledo, llegando a ser madre de don Diego Colón y Pravia, III Duque de Veragua.

Pero el testimonio definitivo está en la pastoral pronunciada por el obispo de Tui, don Diego de Avellaneda, el cual rigió la citada diócesis desde 1526 hasta 1537, en la que, al ensalzar los méritos de Galicia, concluye diciendo que las Nuevas Tierras fueron descubiertas por el marino gallego llamado don Cristóbal de Colón.

Y para concluir este pequeño estudio dedicado al hombre que más contribuyó al progreso de la civilización y de la Historia del Mundo, voy a hacerlo con las mismas palabras que el sabido historiador don Constatntino de Horta y Pardo, pronunció a comienzos de 1920, y las cuales pese a haber transcurrido desde entonces sesenta y siete años(*), tienen por estas fechas una impresionante actualidad:

Difundid la verdad histórica

“Nos dirigimos a los historiadores, eruditos, literatos, periodistas, cronistas, escritores, publicistas, personas de cultura, paz y buena voluntad; a la Iglesia, al ejército, a la marina, a las academias y sociedades de cultura, a las escuelas y colegios, a las ibéricas y americanistas, para que removiendo cielo y tierra griten ante el mundo civilizado:

 

¡Colón nació en Galicia!

* * * * * * *

 

Palabras y terminos netamente Gallegos en sus escritos

Son tremendamente significativos los terminos y palabras empleados tantas veces por Cristóbal Colón, sin que muchos de los historiadores supieran interpretarlas. Así sorprendió la palabra con la que el almirante expresa un día de sol ardoroso en los trópicos. «El sol tenía espeto», dice simplemente Colón. Y esta palabra es traducida por la que parece más apropiada a los investigadores: «El sol tenía ímpetu». Pero nadie tuvo en cuenta de que en Galicia se decía y se dice que el sol espeta o tiene espeto, cuando sus rayos son tan fuertes que mismo parece que clavan.

También poco antes de llegar a tierra, Colón advierte un trozo de madera que flota en el mar y que, según él, tiene adheridos numerosos escaramujos. Y esta breve palabra de «escaramujos» o «escaramuxos» con la cual aun hoy día se denominan en las rías Bajas Gallegas a las «minchas» o pequeños caracoles marinos es traducida por el historiador francés Jean Descola por «babosas».

En otras ocasiones, colón explica que sus hombres pasan «fame«. Y dice «el nariz», «eses hombres» y «eses indios». Siempre eses en lugar de esos.

 Josefina López de Serantes

 El Correo Gallego, 13 de Julio de 1987

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«LA GALLEGA». ORIGEN DE LA NACIONALIDAD DE C. COLÓN

 

“LA GALLEGA”. “LA MARIGALANTE”.  “GUANAHANI” Y “SAN SALVADOR”.

46.Colón.Montevideo 1953En estos días termino de dar fin a uno de tantos libros que suelen escribirse sobre la vida y el origen de nacionalidad del gran Almirante gallego, Cristóbal Colón.

Se dice, y esto es ya voz corriente en todos los ámbitos del universo, que cierta potencia extranjera tiene diseminadas por el mundo entero legiones de individuos dispuestos única y exclusivamente para que se encarguen de propagar sus ideologías políticas a cambio del pago de muy buenas ?????. Hay quienes inclusive han vendido su patrimonio nacional a los agentes de esa potencia ante el brillo reluciente del maldito oro. De ello hemos tenido noticias casi a diario, y ello ha suscitado grandes trastornos políticos en muchas naciones de este pícaro mundo.

Pues bien, nosotros los gallegos, y digo los gallegos más que los españoles ya que es a nosotros a quienes pertenece defender nuestro patrimonio y nuestras cosas con dientes y uñas, tenemos que terminar por pensar que alguien hay entre sombras que paga a muy buen precio a toda esa serie de historiadores y escritores que sin escrúpulos de ninguna clase pretenden bajo todas las formas, negarnos el patrimonio y la nacionalidad del gran descubridor del Nuevo Mundo.

Hace ya varios años yo conversaba detenidamente con el ilustre filántropo don Ramón Peinador, uno de los hombres que más hizo por la difusión de las obras del inmortal escritor don Celso García de la Riega.

De sus palabras supe yo recoger excelentes datos que me sirvieron en muchas oportunidades para salir como salgo hoy a la prensa en defensa de uno de los más primordiales intereses de Galicia.

Cuando Cristóbal Colón falleció, su hijo Diego reclamó en herencia los títulos, privilegios y propiedades de las Capitulaciones de Santa Fe. El Rey don Fernando se opuso a dicho pedido y fue así como se inició el famoso pleito de los Colón que se falló muchos años después, allá por el 1536, otorgándoseles a los herederos del gran Almirante los títulos nobiliarios de Duques de Veragua y Marqueses de Jamaica, con los cuales se les reconocía la propiedad de importantes tierras en el nuevo continente, además de otros reconocimientos que se les hacía  en favor de los mismos.

Extraña muchísimo que ese hijo de Colón se llamase Diego y no llevase un nombre italiano, como extraña también que en los títulos otorgados no se mencionase un arraigo de descendencia italiana o portuguesa ya que son estos pueblos a los que los señores historiadores dan la patria de Colón.

A Cristóbal Colón se le da como caminando por todos los lugares de Europa menos por Galicia, y extraña enormemente una coincidencia de las palabras surgidas del gran Almirante a una pregunta hecha por el Escribano Mayor del Reino don Luis de Santángel cuando Colón había fracasado por culpa de la incomprensión de la Junta de Sabios reunida a pedido de los Reyes Católicos para resolver en definitiva la propuesta del inmortal gallego.

Sabemos que Colón después de mucho caminar de un pueblo para otro, llegó al pequeño convento de La Rábida, y que allí fue donde encontró el camino que habría de culminar con su brillante idea. Llevado a Palacio, los Reyes propusieron que las ideas del gran navegante fueran sometidas a la consideración de una Junta de Sabios en Salamanca, quienes después de estudiarlas, las consideraron impracticables. Pero Colón no desmayó en sus intentos, contaba con el apoyo incondicional del Duque de Medinacelli, y en un momento de lucidez del entonces Escribano Mayor de Palacio, don Luis de Santángel, persona muy rica y de gran influencia, salvó la causa de Colón cuando todo parecía definitivamente perdido.

Y he aquí una gran coincidencia que los señores historiadores y escritores pretenden dejar oculta bajo todos los aspectos.

Cuando don Luis de Santángel le dijo a Colón que sus ideas iban a tener realización, entre muchas preguntas le solicitó que le dijera en qué clase de embarcación tenía pensado realizar su magna proeza. Colón, sin vacilar un solo instante, le respondió: “yo conozco una embarcación con la cual se puede ir a cualquier lugar, por sus excelentes condiciones de navegabilidad”. El señor de Santángel, que conocía muy bien la clase de barcos que había en España por aquel entonces, se sorprendió ante la respuesta clara y concisa del gran Almirante.

 “¿Qué barco es ése del que me habla”?. Y Colón respondió de inmediato: “La Gallega o la Marigalante, hermosa nave que fue construida en el puerto gallego de Pontevedra y que ha dado muestras de sus grandes condiciones de navegabilidad en muchísimas oportunidades”.

 Si Colón no había estado nunca antes en Galicia; si Colón por el capricho incomprensible de ciertos malos historiadores y escritores no nació en Galicia, ¿cómo era que conocía tan de cerca las condiciones de esa nave?.

A esto, como a otras muchas razones poderosas, deben responder quienes andan por esos mundos de Dios pretendiendo robarle a Galicia una de sus más grandes glorias.

Cristóbal Colón,  y no Cristofforo Colombo, era hijo nato de Portosanto; allí muy cerca de su hogar nativo estaba el puerto de Pontevedra, allí había crecido y allí había dado sus primeros pasos como navegante. Y fue precisamente esa hermosa embarcación que se había llamado “La Gallega” o la “Marigalante”, la que había de servirle a él como capitana de su gloriosa epopeya.

Si Colón era genovés y allí se había criado, ¿no habría en ese puerto una nave que pudiera haberle servido al gran Almirante para su glorioso viaje? ¿No habría allí hombres capaces para poder acompañarlo en su empresa? ¿Tuvo necesidad de que otros dos insignes españoles, como fueron Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez Pinzón, fueran los capitanes de “La Pinta” y “La Niña”?.

Mal hijo de un pueblo tiene que ser quien en una empresa tan gloriosa se olvide de su suelo natal en todos los órdenes; pues aparte de que Colón prescindió bajo todos los aspectos de hacerse acompañar por gentes que no fueran españoles, tampoco tuvo un solo gesto de recordarse de esa Génova que le dan como patrimonio para dedicarle un solo pedazo de tierra a esa nación.

Ya sabemos lo que dicen y lo que piensan muchos de los historiadores y escritores: Colón lo dedicó todo a España porque había sido quien lo había puesto en el camino de su gran aventura. Pero, desde el Puerto de Palos de Moguer hasta el último rincón de América, Colón sólo pensó en su verdadera patria, en España, y más que en España, en su suelo natal de Galicia. Ahí están como testigos mudos pedazo por pedazo de tierra conquistado; ahí está San Salvador, primer lugar de su arribo al nuevo continente llevando el nombre de su parroquia natal, la de San Salvador de Poio, en cuyos contornos nació quien tanto se discute todavía hoy a través de los siglos.

Nada de nombres italianos ni portugueses, ni en sus conquistas ni en su familia, nada que pueda justificar todo cuanto muchos asalariados pretenden escribir para menospreciar las glorias de España.

Ni un solo hombre de su tripulación que no fuera español, ni ninguna de las naves que no fueran hechas en España; y la grandeza de una raza que no sabe de claudicaciones, “La Gallega” o la “Marigalante” hecha en puerto pontevedrés, capitana gloriosa de la magna expedición que culminó con el descubrimiento de América, con ese imperecedero día 12 de octubre que se llama “Día de la Raza”, y que se seguirá llamando pese a que alguien pretenda llamarle Columbus Day. Lo que los demás puedan decir y mucho más cuando lo dicen personas ajenas por completo a nuestros sentimientos de raza e ideología, nos tiene muy sin cuidado a todos los españoles. España es demasiado grande para que un señor pretenda querer instituir en la Historia del Mundo una nueva modalidad al “Día de la Raza”.

España fue y sigue siendo vientre fecundo que da hijos para llevar la cultura y el progreso a muchos pueblos. Sabemos muy bien los españoles por quiénes somos perseguidos, y sin saber cuáles son las causas que les conciernen a esos otros ciudadanos que no son de nuestra raza, vienen a meterse en nuestra casa, en nuestras instituciones, e inclusive pretenden muchas veces apoderarse de ellas sin darse cuenta que los españoles somos condescendientes y brindamos la hospitalidad a manos llenas, pero tenemos el suficiente valor cuando llega la oportunidad, para expresar nuestro sentir y nuestros derechos.

Cristóbal Colón fue y sigue siendo motivo de discordia por parte de los incomprensibles, pero si para ciertos obcecados Colón no había nacido en España, sepan esos señores que Colón iba acompañado por más de un centenar de españoles, y que fueron los Reyes de España quienes hicieron posible el descubrimiento del Nuevo Mundo.

¿Querrán también robarnos esos derechos algunos historiadores y escritores? Nada puede ya tomarnos de sorpresa; un día de éstos alguien nos brindará unas páginas en que nos digan que Isabel de Castilla y Fernando de Aragón son nacidos en otro lugar que no era España, y que fueron llevados allí por obra de la casualidad. A España se le roban así sus privilegios y sus glorias; a España se la tilda de muchas cosas infames, sin darse cuenta esos señores que de tal la tildan, que España no es un pueblo de esclavos porque España sabe morir desangrándose en defensa de sus virtudes y de sus glorias.

Que sigan los asalariados escribiendo miles de páginas propagando a todos los vientos la incierta nacionalidad de Cristóbal Colón. Galicia, y con Galicia está España en pie dispuesta a justificar la nacionalidad del gran Almirante, que sigan ciertas potencias extranjeras ajenas al sentimiento de grandeza de España instituyendo el Columbus Day y otras cosas más pretendiendo borrar de la historia el Día de la Raza. América latina, la verdadera América sabe muy bien de la historia gloriosa de nuestro pueblo, de ese pueblo en que no hay que mezclar para nada ideologías políticas ni religiosas para sacarle grandezas; nosotros, los que hemos nacido a las orillas de las costas de las Rías Bajas gallegas, sabemos muy bien de las enormes virtudes de nuestro pueblo y de la hospitalidad generosa de los pueblos llenos de nobleza como el Uruguay, fortalecemos nuestro espíritu de lucha en procura de defender lo que otros pretenden arrebatarnos.

Que tengan muy en cuenta quienes tanto daño nos hacen, estas humildes líneas que no saben sino expresar la verdad, porque la verdad fue también la respuesta de Colón a Luis de Santángel cuando éste le preguntó en qué clase de embarcación iba a realizar su gloriosa jornada.

Cristóbal Colón había caminado mucho según los historiadores, pero Cristóbal Colón no conocía otra embarcación que reuniese las condiciones de “La Gallega” para su magna empresa. ¿No es esto una casualidad? Quizás lo sea para quienes hacen hincapié en negar a Portosanto como lugar de nacimiento del gran Almirante, pero vuelvo a repetir que los hechos nos ponen frente a la realidad.

Guanahani, primitivo lugar donde arribaron las tres gloriosas carabelas, era una isla que los primitivos llamaban así; y Colón de inmediato le cambió el nombre por el de San Salvador. ¿No tenía acaso otro nombre en su mente el ilustre navegante que no fuera ese?.

Se piensa en la patria cuanto más alejado se está de ella, y a Colón le dieron verdadera nacionalidad “La Gallega”, cuando don Luis de Santángel le hizo la pregunta en qué iba a navegar y luego más tarde el glorioso 12 de octubre de 1492, el primer pedazo de tierra del Nuevo Continente.

Serán éstas casualidades, pero la historia nos ha dejado a los españoles esas dos coincidencias que nos hablan más que de sobra y nos dicen con toda veracidad cuál era la verdadera patria de Cristóbal Colón.

Eduardo García del Río

 “Los Españoles en el Uruguay”

 Montevideo, 6 de febrero de 1953

GALLEGOS ILUSTRES

GALLEGOS   ILUSTRES

                 Este año se cumple el 135 aniversario de la muerte del poeta y escritor Francisco Añón Paz, escritor del cual Xosefina tiene publicada su biografía (foto adjunta) que tanto reclamaron escritores, políticos y otros personajes de nuestra tierra. Es motivo por el cual os envío este artículo inédito, desconocido y, cómo no!, todavía actual.

                 “Hace cincuenta años, la Real Academia Galega, al conmemorar su fallecimiento, trató de trasladar sus restos mortales a Galicia, pero desgraciadamente esta laudable empresa no pudo ser coronada por el éxito. ¡Francisco Añón estaba irremediablemente perdido en el osario común de un cementerio madrileño!. Pese a esta frustración, los más importantes escritores de aquella época tuvieron para el poeta de Boel un acendrado recuerdo. Vilar Ponte lo ensalzó con frases fogosas, plenas de encomio, lamentándose de que nadie hubiese escrito su completa biografía; pero lo que ni tan siquiera pudo presentir el famoso escritor y político, era que iban a transcurrir otros cincuenta años, y que esta vez no iba a tener nuestro poeta ni tan siquiera un recuerdo.

                El 20 de abril de 1978, cuando se cumplieron los cien años de su fallecimiento en triste soledad en una de las salas del madrileño Hospital de la Princesa de Madrid, yo intenté despertar su memoria desde estas columnas de “La Voz de Galicia” pero el éxito no acompañó mis propósitos, y tan sólo Radio Popular de El Ferrol tuvo para Francisco Añón un emotivo recuerdo.

                Actualmente, hay una calle en La Coruña que lleva su nombre, pero los pocos versos que de él se conservan apenas se conocen, y sin embargo sus poesías son sumamente hermosas y vibra en todas ellas un profundo amor a Galicia que es casi una adoración. Por algo se le llamó “El Patriarca” y “El Poeta de los Himnos”, habiéndosele dado este último nombre por esas composiciones poéticas que tienen una expresión lírica inconfundible. Se dice que no era amigo de escribir sus versos y que los guardaba simplemente en su portentosa memoria, por eso, a su muerte, quedaron desperdigados y muchos se perdieron definitivamente.

                En 1888 Martínez Salazar trató de recopilarlos y los editó bajo el título de “Poesías Gallegas y Castellanas” en su Enciclopedia Gallega. Años después, en 1920, publicó Eugenio Carré una edición en “Follas Galegas”, con una selección de las poesías de Añón en nuestro idioma acompañadas de una breve biografía. Esta obra se reeditó en 1927 sin que hasta la fecha nadie haya vuelto a acordarse de dar a conocer a las actuales generaciones la obra magistral de Francisco Añón. Bien es cierto que, en el cuarto año de su celebración, se le adjudicó el Día das Letras Galegas; merecido homenaje para este gran hombre que había nacido en Boel, parroquia de Sierra de Outes, aquel ya tan lejano día del 9 de octubre de 1812.

                Siendo todavía casi un niño, ingresó en el Seminario de Santiago de Compostela, el cual abandonó ya en la adolescencia, cambiando –según dice Eugenio Carré-  los ideales de la fe por los de la libertad, añadiendo también, que “el poeta que comenzó cantando la santidad de las cosas, acabó siendo ya más que indiferente… un incrédulo”. Cuesta trabajo pensar que un hombre con la sensibilidad de Francisco Añón que rebosa amor por la naturaleza y todo lo creado, tuviese el alma vacía de fe. Yo que he leído una y otra vez sus versos, me resisto a creerlo. Pienso que Francisco Añón era de esos hombres justos y buenos que, quizás sin saberlo, llevan a Dios en su alma, muy dentro de sí mismos. Su vida de hombre sencillo, con una simpatía arrolladora, se desborda a través de sus versos. Las contrariedades de la vida no transformaron su carácter; ni la expatriación ni la miseria pudieron extinguir aquel inalterable amor y adoración al terruño… Acostumbrado a los reveses de fortuna, no demostró nunca gran aflicción por las contrariedades, y se dio el caso de que cuando en 1861 se presenta en La Coruña a los Primeros Juegos Florales con una hermosa poesía, no se sorprende que no le sea entregado el primer premio que, absurdamente, se declara desierto, mientras que se le concede un accésit a él y otro al escritor Benito Vicetto, y mientras este último no puede evitar su desengaño e incluso abandona momentáneamente a Galicia, Francisco Añón no se inmuta por ello y continúa su vida en la capital de España cada vez más difícilmente y con más penurias. Prueba de que solía tomarse la vida con cierto humorismo, lo deja plasmado en una amena composición poética, escrita cuando ya estaba gravemente enfermo de hepatitis, enfermedad que, tras una intervención quirúrgica, acabaría llevándole al sepulcro.

                Se titula la poesía “A miña enfermedá”.

 Posiblemente no es una de las mejores que ha escrito, pero hay en ella una muestra de ese carácter genuinamente galaico que el poeta conservó hasta última hora. Transcribo a continuación sólo cinco estrofas, ya que es bastante extensa:

                               “Fraco como un asubío, con tres enemigos loito,

                               enfermedá, fame e frío, e da miña vida o fío

                               vaise adelgazando moito.

                             

                               Despois de fortes dolores, tiven derrame de bilis

                               con revolvición de humores; pero os demos dos doutores

                               non teñen dado có busilis.

                              

                               Engullín homeopatía con pouca fe e esperanza,

                               máis atopei certo día a un médico de Braganza

                               que de antigo coñecía…

                               -Diaño! Cómo está de amarelo!

                               Pois… meu caro amigo eu hacho que d’esta s’escapará,

                               máis de mañá tomará raíz de carquexa macho

                               con seis chavanes do chá.

 

                               A o herbolario Garduña pedinlle: macho carquexa

                               entre dentes refunfuña e por pouco m’esgaduña

                               se non entro nunha igrexa.

 

                               De duros unha poutada poderá curarme a hepatitis

                               enfermedá conxanada cando ven acompañada

                               dunha gran sindineritis…”

                                                                                                              (Madrid, 1878)

Pocos días después Francisco Añón moría completamente solo, sin el postrer consuelo de una mano amiga que pudiese cerrar para siempre sus ojos. La numerosa colonia gallega de Madrid tardó días en enterarse de su muerte, y poco a poco la humana indiferencia fue cerniéndose sobre su tumba olvidada en un cementerio madrileño.

Francisco Anon

Yo he rememorado a Añón en los primeros días de noviembre, en el que el recuerdo de los muertos surge pujante. He releído sus versos y, ante la Cruz de los Olvidados del cementerio de mi ciudad, deposité un puñado de doradas flores de tojo y una rama de laurel a la memoria del poeta; y el perfume que entre sus hojas llevaban de los campos de Galicia, quizás pudo vagar por el infinito hasta el alma sensitiva de aquel hombre que no llegó a cumplir su último y anhelante deseo:

    “Mesmo entrar no quixera na Groria

                                                       Sin primeiro pasar por ahí… “ (Galicia/Boel)

                                                                                     Josefina López de Serantes

 

 

 

Galcia, tierra de mujeres ilustres

 

Galicia, tierra de mujeres ilustres.01 GALICIA, TIERRA DE MUJERES ILUSTRESHa transcurrido más de medio siglo desde que en marzo de 1931, el ilustre escritor coruñés don Manuel Amor Meilán afirmaba a través de la prensa, que Galicia es tierra de escritoras eminentísimas, y los nombres de Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán y Rosalía de Castro, parecen empequeñecer cualquier otro nombre femenino….Y, en efecto, la trilogía formada por estas tres insignes mujeres, eclipsa por completo a aquellas otras que, en tierra gallega, se destacaron en el cultivo de las letras, siendo por lo mismo, casi ignoradas. Por lo tanto, al ser la importante labor de estas tres escritoras tan sobradamente conocida, mi propósito es realzar el nombre de esas otras mujeres, un poco oscuras, pero que pasaron por el mundo “llevando en la frente una estrella y en la boca un cantar”.

Quizás la más intuitiva, pero también la más desconocida y olvidada, se llamó Nicolasa  Añón Paz, y nació en Boel (Sierra de Outes) el 28 de febrero de 1810. Esta mujer sorprendió a todos desde su más corta edad, descubriéndose como una poetisa nata, espontánea y con gracia, ya que de sus labios brotaban versos comentando el suceso más rutinario de la vida cotidiana. Hermana mayor del conocido poeta Francisco Añón, pasó toda su vida dedicada a las labores del campo, sin saber apenas leer y escribir, ni expresarse en otro idioma que en su lengua natal.

Su fama de poetisa se hizo notoria en aquella época, y atraído por ella, llegó hasta Boel en el verano de 1886, el periodista don Elisardo Barreiro, que pudo conocer a Nicolasa cuando ya contaba setenta y seis años de edad. Nicolasa recitó al viajero algunos versos que guardaba en su memoria, y entre ellos, una elegía a la muerte de su tan querido hermano Farruco.

Y fueron, precisamente, unos versos del mencionado poeta Francisco Añón los que hicieron que la memoria de otra mujer no cayese en el olvido. Fueron los que dedicó en 1875 a la poetisa gallega Emilia Calé Torres. Una mujer de fina vena poética y de gran decisión, puesto que ella fue la única representante de su sexo en aquellas famosas reuniones que en Madrid celebraba “Galicia Literaria”.

Tanto ella como Francisco Añón, tenían el anhelo de la vuelta al amado terruño. Por eso el poeta le dice así:

 

“…Ai, quen puidera cal ceibo paxaro voar ao noso querido chan…!”

 

Deseo que la fatalidad haría que nunca se cumpliese. Pero en 1848 nace en Orense Clara Corral Aller, que había de llegar a ser inspirada y sensible poetisa. Clara publicaba sus poesías en los diarios de la época, y en todas ellas hay un sentimiento profundo a la naturaleza, la vida y el amor. Esta mujer moriría a los sesenta años en La Coruña, y bien puede ser que, desde su casa de María Pita, viendo a lo lejos volar las gaviotas sobre el mar, quedaran prendidos en sus labios unos últimos versos.

Sofía Pérez de Eguía Casanova, más conocida por su último apellido, nació en Almeiras (La Coruña) el 30 de septiembre de 1862, llegando a alcanzar renombre mundial como poetisa y escritora. Pero el hecho de que abandonase su tierra al contraer matrimonio con el noble filósofo polaco Vicente Lutoslawski, fue posiblemente el injusto motivo de que no se le recuerde ni se le rindan los homenajes que tan certeramente merece en la patria donde nació.

Esas fechas, de mediados del pasado siglo, son pródigas en escritoras, ya que en 1869 nacía en La Coruña Francisca Herrera Garrido, en cuya misma ciudad habría de morir en 1950. Sus obras, que ahora comienzan a reeditarse con gran acierto, son un canto a la mujer gallega, humilde, resignada, y están escritas en una cálida belleza de expresión. Francisca Herrera siempre confesó su gran admiración por Rosalía, y, en ocasiones, se las ha llegado a equiparar.

Surge también por esta época otra importante escritora: Fanny Garrido

Fanny GarridoGonzález, esposa del inspirado músico Marcial del Adalid, que escribió varias novelas haciendo célebre el seudónimo de “Eulalia de Liáns”, nombre de la parroquia de Oleiros donde la escritora nació y falleció posteriormente, en abril de 1918. Destacó comotraductora y colaboró en periódicos y revistas. Al enviudar de Marcial del Adalid se recluyó en su pazo de Lóngora, pero posteriormente contrajo nuevomatrimonio con el químico y naturalista gallego José Rodriguez Mourelo. El nombre de Fanny Garrido es, al decir de don Manuel Amor Meilán,  “de los que honran y enaltecen a un pueblo”.

Pocos recuerdan a Avelina Valladares Núñez, cuya labor de poetisa permanece a la sombra de los trabajos novelísticos y poéticos de su hermano Marcial. Avelina nació en Vilaconsta (Pontevedra) el 23 de octubre de 1825, en donde también murió en marzo de 1902. Colaboró en “El Heraldo Gallego”, y es muy curioso su “Diálogo entre un peregrino que  se dirige a Compostela y un labriego”, puesto que el peregrino se expresa en castellano y el labriego lo hace en gallego.

Al concluir esta brevísima reseña de mujeres ilustres, nacidas en nuestra tierra, pienso que es justo recordar a la poetisa coruñesa Juana-Teresa Juega López, nacida en 1886. Siendo muy joven, Juana-Teresa escribió un libro de poemas en nuestra lengua, y ya estaba previsto cuando la obra se pondría a la venta, cuando surgió una fuerte discusión entre la poetisa y su novio, joven oficial del ejército con muy austeras costumbres, que no juzgaba  correcto que una mujer publicase un libro. Al insistir la muchacha en la publicación, su novio, obcecado, le disparó dos tiros con el arma reglamentaria, volviéndola luego contra sí y suicidándose. Juana-Teresa resultó herida gravemente, y al reponerse de las lesiones, destruyó desolada todas sus poesías. Sin embargo, aunque se dice que nunca más volvió a escribir, Eugenio Carré consiguió el que quizás es su último poema titulado “A Morte”, y que recoge la desesperación que dominaba a la infortunada poetisa.

Pero no son sólo estos nombres, Galicia es tierra fecunda de mujeres ilustres. Existen muchas más, incluso en la época actual que, de un modo u otro han contribuido a enaltecer el nombre de su patria gallega. Posiblemente, en otra ocasión, se les podrá rendir el recuerdo y el homenaje que tan certeramente merecen.

 

 Josefina López de Serantes 

 

El Ideal Gallego, 7 de Febrero de 1982

 

 

LA PERSONALIDAD DE UN COLÓN JUDÍO Y DE ORIGEN GALLEGO

02.Artº 21.(V).Colón.La personalidad...a

Al leer hace varios meses el conflictivo Caballo de Troya, de Juan José Benítez, me sentí confundida y sorprendida al enterarme de que, según el citado escritor, en una cumbre de científicos y especialistas reunidos en 1971 se había designado a un polémico militar estadounidense para realizar un viaje de retroceso en el tiempo, proponiéndose para ello tres momentos trascendentales en la historia de la humanidad.

El primero se refería a los años treinta de nuestra era, señalándose los últimos días de la pasión y muerte de Jesús de Nazareth.

En el segundo intentaban trasladarse al año 1478, estudiando la personalidad difícil, enigmática y misteriosa de Cristóbal Colón, eligiendo para ello los años que el descubridor del Nuevo Mundo vivió en la isla portuguesa de Madeira.

Finalmente, el tercer momento histórico se situaba en marzo de 1861 en América del Norte, con el objeto de conocer con exactitud los antecedentes de la Guerra de Secesión y la personalidad de Abrahán Lincoln.

Pero este último proyecto no despertó el suficiente interés, ya que, según se afirmaba, suponía un «riesgo» para los exploradores del pasado el verse inmiscuidos en aquella cruenta guerra. De este modo, se eligieron para investigar los últimos días de Jesús de Nazareth, sobre los cuales ya tanto se ha escrito y que, además, las recientes investigaciones científicas sobre la Sábana Santa habían aportado importantísimos datos.

A Cristóbal Colón se le desechó porque, al parecer, no existía exactitud en ciertas fechas, aunque es casi seguro que en 1478 residía aún en la isla de Madeira, donde, según se aventura a afirmar J.J. Benítez, «su suegra regentaba una taberna».

Esta sorprendente conclusión a la que, según el escritor, se llegó por medio de científicos estudios, me causó profunda sorpresa, puesto que, aunque no son muchos los datos que se poseen sobre la esposa de Colón, importantes investigadores históricos han coincidido al afirmar que Felipa Muñiz de Palestrello era de familia noble, precisamente por parte de madre, muy conocida, estimada y emparentado con el entonces arzobispo de Lisboa.

El padre de Felipa era el piloto de origen italiano Bernardo de Palestrello, unido por lazos familiares con los Brangança y que había llegado a ocupar el puesto de gobernador en Porto Santo, en la citada isla de Madeira, habiendo, por lo mismo, que descartar sin concesiones el asunto de la taberna.

Pero si aceptásemos la posibilidad de tan hipotéticos viajes y se escogiese a Cristóbal Colón como tema de estudio y se consiguiese retroceder en el progreso del tiempo, siguiendo en sentido inverso la trayectoria de la vida del ilustre navegante, es casi seguro que del Porto Santo portugués se iría a parar al Porto Santo de Pontevedra. Y de este modo, las ruinas de la histórica vivienda

02.Art21.Colon.La personalidad...bque, aunque mal conservadas, todavía subsisten, recobrarían vida y pujanza bajo la luz del sol, y un muchacho de alborotados cabellos rubio-rojizos y mirada azul aparecería en el umbral de aquella casa que hoy no es más que un montón de piedras ruinosas.

Si este quimérico proyecto fuese posible de realizar, se desvanecería ante el mundo el misterio de la patria de Colón, porque ahora, casi cinco siglos después del descubrimiento del Nuevo Mundo, ha llegado el momento de pregonar el origen del almirante. Y la gloria de Cristóbal Colón nunca será menor si se comprueba su ascendencia judeo-galaica, porque se comprenderán y respetarán los motivos que tuvo el insigne navegante para hacer de ello un misterio.

Actualmente, sería de sumo interés poder revisar los trabajos que en 1927 publicaron el coronel inglés Mansfield y su esposa Carlota, ya que ambos historiadores, sin que les moviese en ello ningún interés personal, se pronunciaron abiertamente por el origen gallego de Cristóbal Colón tras largos y minuciosos estudios.

Las citadas investigaciones estaban comprendidas en catorce capítulos. En los seis primeros se demostraba con toda minuciosidad que Colón, no podía ser italiano. El séptimo se dedicaba íntegramente a aprobar que Celso García de la Riega era un meritorio historiador que jamás había cometido los errores que le achacaban sus adversarios. Y en los siete últimos capítulos exponían sus investigaciones personales, que les habían llevado a la conclusión de que el gran almirante era gallego y, por lo tanto, español.

Como por aquellas fechas el diario ABC convocó un concurso para esclarecer la patria de Colón, ofreciendo un premio de cincuenta mil pesetas, se presentaron a la convocatoria dieciocho trabajos, entre ellos el de los esposos Mansfield y uno muy documentado e interesante de Luis Suárez Pumariega, de La Coruña.

Pero, habiendo pasado un año, el citado tribunal hizo público su fallo declarando el concurso desierto, puesto que no consideraban suficientes las pruebas de la nacionalidad española de Colón, aunque también reconocían que, con toda seguridad, el Cristofforus Columbus nacido en Génova nada tenía que ver con el almirante. Y como broche final de todos estos hechos, un importante diario gallego, con fecha 24 de noviembre de 1928, escribía lo siguiente bajo el título de ¡No más Colón!:

«Ya es hora de ir poniendo fin a este espectáculo de que cada día un señor le atribuya un nuevo lugar de nacimiento. Duerma en paz el almirante, que si quiso ocultar donde nació justo es que se salga con la suya».

Sin embargo, es indudable que Cristóbal Colón descansará definitivamente en paz y con gloria el día que se proclame ante el mundo esa patria que él se vio obligado a ocultar por las difíciles circunstancias políticas y religiosas de su época, puesto que nos dejó testimonios evidentes de que lo que pretendía era que, con el paso de los siglos, cuando ni a él ni a sus descendientes perjudicase su origen, éste fuese proclamado y conocido por todos. De no ser así, ¿qué otro fin podría tener el ir denominando con nombres netamente gallegos los lugares y las tierras que descubría?.

02.Artº 21.Colón.La personalidad...c

Y algunos de ellos son tan significativos como San Salvador, Porto Santo, Santiago, La Gallega, Lobeira, Santo Tomé, San Nicolás, La Lanzada, Pernas, Aguda, La Estrella, Pórtico de la Gloria, Miño, Jallas, Bao y otros muchos nombres más que tienen su homónimo en las rías gallegas, especialmente en Pontevedra.

Entonces es inevitable el preguntar, ¿qué era lo que Colón se proponía al dejar a la posteridad este inmutable e imperecedero testimonio.

 

El Ideal Gallego, 5 de Junio de 1988

Josefina López de Serantes

Artículo XIX y 3º de la serie «Galicia y Colón»

LA OTRA GALICIA

 

02.Artº 19.Colón.La otra GaliciaDifícil es ignorar a la Galicia hermosa y nostálgica con sus paisajes de ensueño, el aroma de sus pinares, sus ríos legendarios, sus campos siempre verdes y su morriña.

En la Galicia típica, la Galicia matriarcal; la que se ama, la que va enraizada en el alma de sus habitantes tan hondamente, y la misma que a M. Lugrís Freire le ha hecho clamar con una angustia sincera y profunda:

«Eu só quero volver

a Galicia, nada máis.

Na miña casa morrer,

e logo, si pode ser,

menterren onde meus pais».

Es el ansia, el anhelo del hombre pegado a la tierra, del labrador, del emigrante, del que dejó sus fuerzas y su sudor sobre la tierra que trabajaron sus padres y abuelos, y que, en su legítima ansia de vivir mejor, emigró a tierras lejanas abandonando su hogar y su familia.

Esa es la Galicia de Rosalía, Cabanillas, Lamas Carvajal, …

Pero existe otra Galicia distinta, fuerte y valerosa. La misma que representó la hazaña y la nobleza de un antiguo reino. Es la tierra de los hidalgos que tan ampliamente nos describió Benito Vicetto. Es la antigua Galicia cuna del Mariscal Pedro Pardo de Cela; de aquel gran hombre que, en su época, representó a toda la conciencia de un pueblo.

Pardo de Cela hablaba la misma lengua con que el Rey Sabio escribió sus cántigas a Santa María. Y Galicia era entonces respetada y hasta temida; sus hombres eran valientes y generosos; pero precisamente en aquella época comenzó a surgir el desprecio y abandono que durante largos siglos presionaría sobre esta tierra que el Apóstol Santiago supo elegir como reposo entre el tránsito de ésta a la otra vida.

Fue, sin duda, el rencor de la Reina Isabel de Castilla lo que produjo este menosprecio. Los gallegos habían apoyado la causa de su sobrina doña Juana, y la reina de Castilla no lo perdonó jamás, ya que, por su orden, el Reino de Galicia fue despojado de todos sus fueros y libertades.

Más, si es cierto que los gallegos ayudaron a la princesa desvalida doña Juana, cierto es también que esta joven había sido sumamente desgraciada. El apodo de «La Beltraneja», debido al supuesto origen ilegítimo de su nacimiento, tuvo su comienzo en la maledicencia de relevantes personajes de la corte castellana, y aunque sus padres, los reyes, juraron solemnemente que era su única hija legítima y heredera, el apodo subsistió para siempre y se le negó el derecho a reinar.

Pero el gesto de los gallegos hirió hondamente a Isabel de Castilla, y las represalias no tardaron en surgir. Conocida es la frase desdichada con que los Reyes Católicos arengaban a alguno de sus caballeros cuando lo veían indeciso, temeroso o cobarde: “¡Gallego, si no lo haces!”.

Perseguidos y menospreciados, muchos gallegos ilustres se vieron casi obligados o ocultar su origen, y es precisamente en esta época de oprobio y humillación, cuando uno de los hombres más grandes de la Historia surge ante el mundo con la incógnita de su nacimiento.

Cristóbal Colón, el descubridor de las Américas, oculta el lugar de su nacimiento con vaguedades, y aunque a veces dice que es genovés, nadie advierte en su lengua y expresión ningún acento de dialecto extranjero.

Duda no cabe de que, para conseguir la anhelada ayuda de los Reyes castellanos, tenía que ocultar el lugar de su nacimiento. Y como rúbrica a estas suposiciones existen importantísimos documentos en los que se demuestra que el apellido Colón es netamente gallego.

Con fechas entre 1428 y 1528 existen una serie de manuscritos, pertenecientes al Ayuntamiento de Pontevedra, en los que el apellido Colón aparece unido a distintos nombres propios, que más tarde se reproducen en la familia del Almirante: Domingo Colón, Juan Colón y Blanca Colón. Apareciendo unidos los apellidos de Colón y Fonterosa en el mandato de pago, relativo a un servicio especial.

¿Pueden, acaso, en Génova mostrarnos documentos tan fehacientes como los mencionados?.

En Galicia, sin embargo, hay muchos más, incluso debe tenerse en cuenta la gran propensión del Almirante al bautizar con nombres de la provincia de Pontevedra a las islas que iba descubriendo.

Puso San Salvador a la primera isla, San Salvador el Grande a la segunda, y San Salvador el Pequeño a la tercera. ¿No era ésta, entonces, la mejor partida de nacimiento de Cristóbal Colón al que, según importantes investigaciones, se le cree natural de San Salvador de Poio en la provincia de Pontevedra?.

 

Y esta Galicia grandiosa que dio al mundo un hombre como Cristóbal Colón, es la misma que nos describe Alfredo Vicenti con su oda impresionante y viril en la que clama contra la injusticia de la muerte de los héroes de la Revolución Gallega en 1846:

 

Allí cayeron con tranquila frente.

Entregando sus vidas a una,

¿Los habían vendido torpemente!

No les faltó valor, sino fortuna.                           

¡Llorad, gallegos, esa es vuestra suerte!

Más yo entretanto, sin temor mezquino,

“cobarde” llamo al que ordenó su muerte,

al que vendió sus vidas, ¡ASESINO!…

 

 

 

 

 El Ideal Gallego, 30 de Junio de 1970

 

Josefina López de Serantes