Galicia, patria de Colón. Enrique Zas y Simó

GaliciaPatriaColon1AL LECTOR

Este libro que formará el tomo I de los Apéndices de la Historia de Cuba, en publicación, se edita a reiteradas instancias del Comité Pro-Colón Español de la- Habana, que recabó de algunas sociedades gallegas de instrucción y recreo, el necesario apoyo para imprimirlo, después de asignarse la contribución más crecida para cubrir los gas­tos de su publicación. Entusiastas particulares, de quienes también se hará la debida relación, contribuyeron igualmente a este propósito, y este ha sido el motivo de adelantarlo a la publicidad, toda vez que causas por cierto bien agcnas a mi voluntad, vienen retrasando con­siderablemente la publicación de mi obra HISTORIA DE CUBA, dé­la que solamente están impresos cinco fascículos de los quince tomos de que consta.

El éxito del extracto, publicado en la edición extraordinaria, co­i-respondiente a los “Lunes” de “Diario Español” de la Habana que lleva fecha 7 de Agosto de 1922, ha sido otra de Zas razones que me impulsaron a la. publicidad de este libro, fmto de una larga investi­gación y de no pequeños sacrificios, que doy por bien empleados, te­niendo el convencimiento de que mi modesta labor, habrá de fijar de una manera definitiva el origen galiciano, tan discutido, del ilustre descubridor del Nuevo Mundo.

Contrarios en principio a la tesis, hemos rectificado noblemente, una vez que la persuasión nos llevó al convencimiento, no tan sólo de la injusta, sino jque también de la antipatriótica causa que defendía­mos, antes que la incesante búsqueda y el porfiado estudio, nos advir­tiera del error, descorriendo el denso velo que ocultaba la verdad, arteramente encubierta por la crítica histórica y por el mismo Almi­rante, conturbado por los prejuicios de la época.

En esta vindicación, la más grande sin duda que se ha llevado a cabo, hemos puesto todo nuestro entusiasmo patriótico; el anhelo de justificarnos ante la opinión y el gozo, íntimo y profundo, de haber contribuido a encaramar en el pedestal de la gloria regional, al héroe de la más grande hazaña que se registra en los anales de la Historia.

Galicia calumniada y despojada, víctima de la parcialidad de los historiadores nacionales; grande en su constitución política, cuna de ilustres marinos, de arrojados exploradores, de ihtstres científicos, de notabilísimos escritores; Galicia que cuando España gemía en la bar­barie, brillaba con propia luz, en la literatura y el arte; que a costa de los torrentes de sangre derramada por sus hijos, antes y después, luchó denodadamente por la independencia de la belicosa Iberia; Ga­licia, que sirvió de baluarte para contener todas las invasiones; que impuso condiciones a Roma; que no fué sometida a Cartazo; que si sometida por César y Bruto, supo recuperar muy pronto su libertad; que fué la primera región de España en aceptar la religión de Cristo y abatir la herejía de los priscilianos; que si logró caer bajo la domi­nación de los suevos fué para que los vencidos se impusieran pronta­mente sobre los vencedores; Galicia en que los muslimes apenas si tuvieron tiempo para sentar su planta; Galicia cuna, de Pelayo, héroe de la Reconquista; bien cuadra a la noble figura del inmortal vidente que dotó a España del inmenso poder que la hizo grande entre las grandes y dqjó abierta a la fama, la senda de proezas por la que se lanzaron sus hijos; proezas tan insignes, que habían de ser únicas en ios fastos de la Humanidad.

Pasarán todavía algunos años, antes que recobre Galicia su pñmi- tiva fama y sea por completo vindicada de la calumniosa e inicua des­naturalización, que la inquina nacional lanzó a ios cuatro vientos para castigar la rebelión con que siempre se opuso al dominio.

Vivimos en el siglo de las rectificaciones históricas. La conquista de la libertad que ha sido la aspiración más grande de los hombres, se va desarrollando entre lágrimas y sangre; pero avanzando siempre en medio de clamores y rugidos de triunfo, y 110 hay que olvidar que cuando el vasallaje oprimía a España can vergonzosas cadenas, filé Galicia, la indómita Galicia, la que rompiéndolas en un supremo es­fuerzo de desesperación y bravia inconformidad, alzó el pendón de esa libertad tan amada y perseguida por los hombres y fué en Galicia donde por primera vez se escuchó el grito de las justas aspiraciones.

Pasarán también algunos años antes de legitimarse la nacionalidad de Colón, pues no en vano han pasado algunas generaciones repitien­do y consagrando el falso genovismo del Almirante; pero los niños de hoy y los hombres de mañana, al leer con interés la Historia de Galicia, sabrán rendir un tributo de admiración a, sus héroes y entre ellos, ya consagrado por la Justicia y la Historia, al humilde provin­ciano, que movido por una generosa exaltación, con incomparable au­dacia, ardiente fé y extraordinario genio, cambió la faz de la tierra, después de descubrir un mundo maravilloso, para gloria de su patria y orgullo de la región donde se meció su cuna.

ENRIQUE ZAS.

Mayo 15 de 1923.

A MANERA DE PRÓLOGO

¿Cuáles son las razones que oponen los impugnadores para acep­tar la tesis de Colón Español?

Son las siguientes:

  1. 1.       a—Lo que ha dado en llamarse “dogma histórico petrificado”, o lo que es lo mismo: el error sostenido por uno o más historiadores, que a fuerza de repetirlo y divulgarlo, llega a convertirse en artículo de fé. A esto llama Altamira PETRIFICACION DEL DOGMA.
  2. 2.       a—Que el origen genovés del Almirante, lo citan como cierto todos los historiadores antiguos y modernos, nacionales y extranjeros.
  3. 3.       a—Que ei mismo Almirante lo ha consignado así en su institución mayorazga con esta expresión afirmativa: DE GENOVA SALI  Y   EN ELLA NACI.
  4. 4.       a—Que los documentos italianos también lo atestiguan.

Estas son, condensabas, las razones en que se apoyan los impug­nadores para rechazar la tesis de COLON ESPAÑOL.

A simple vista, parece que efectivamente encierran argumentos formidables y que sería vano empeño o locura demostrar lo con­trario.

Y  sin embargo, toda esa labor de siglos, toda esa montaña espe­culativa que parece asentarse en tradiciones incontestables, se des­morona y derrumba al contacto del primer rayo de luz que rompe las tinieblas. ¡Ya no existen las tereblátulas que parecían haber fosi­lizado el dogma!

El pasado, el error ‘petrificado, se esfuma, se evapora. .. La his­toria abstracta, rectifica. La afirmación personal y paladina, no re­siste la prueba del análisis cuando el escalpelo hurga en la conciencia y la prueba documental, falsa y tardía, halla una competidora en los caracteres de oro, en ese relicario de verdades, que la mano tem­blorosa del vindicador guiada por la Providencia, desentrañó de los polvorientos reinos del implacable anobio.

La Verdad como Dios es eterna. Nada escapa a su juicio. Podrá desviarse por derroteros falsos o engañosos y cauces desconocidos; pero al fin, la ley de la atracción moral, que es reflejo de la física, reclamará soberana la primicia de los derechas que en vano el hombre ha querido sustraer, por cálculo o ignorancia, de esa regla univer­sal en que se fundan los principios de la metafísica.

La Verdad renace después de haber estado amordazada por es­pacio de cuatro siglos. Su fuerza avasalladora, destruirá los prejui­cios con la misma facilidad que la luz disipa las tinieblas. Lenta, pero implacahle como la Naturaleza, se irá abriendo camino y dejará para la rectificación, una estela luminosa que anulará dichosamente esa gran injusticia de la Historia.

La tesis, lanzada con valentía a la publicidad, ya no es cuestión de divulgarla y encarecerla con patrióticas declamaciones, porque la verdad podría convertirse en sofisma. La literatura huelga. La labor ya no es de entretenimiento. Es trabajo científico, meticuloso, de raciocinio, de investigación, de análisis, de prueba… Trabajo árduo y penoso y de dificultades sumas, porque no se trata solamente de demostrar una evidencia, sino que también y esto a nuestro juicio es más importante, destruir la leyenda que en alas de la fama ca­balgó triunfante a través de cuatro centurias.

Hemos de advertir, sin embargo, que si en principio participamos del criterio sustentado por el ilustre pontevedrés don Celso García de la Riega, diferimos en los métodos y por lo tanto en las conclu­siones. Creemos con José Rodríguez Martínez, Rafael Calzada y Prudencio Otero Sánchez, verdaderos apóstoles de esta cruzada vin­dicadora, en el origen pontevedrés del Almirante; pero sólo acepta­mos determinados elementos de prueba, porque bueno es advertirlo: DECLARAMOS APOCRIFO el testamento que se supone fué otor­gado el 22 de Febrero de 1498 y que el inolvidable La Riega ha to­mado como pie, para localizar el apellido exclusivamente gallego del Almirante. ■

Por respeto y admiración al insigne pontevedrés que gloria tal ha reportado a España, aceptamos como un argumento moral de orden secundario, el apellido materno del Descubridor, sin que al estamparlo en‘nuestro trabajo, denote una convicción absoluta. Hechas estas aclaraciones, ya podemos entrar en materia.

 

UN POCO DE LEYENDA

Géirova, recibió una gloria que nos correspondía por entero.

Al decaer su esplendor, la fortuna vencida, aún la envuelve con nueva oleada de grandeza. Un nuevo sol alumbra sus marmóreos palacios, su arquitectura suntuosa, sus admirables jardines, sus vías opulentas, el soberbio anfiteatro de su puerto…

Génova, la de las ricas factorías, la que imponía tributos al rey de Chipre, la sultana del Mediterráneo, es dotada de apena fama, cual jamás lo fué nación alguna.

Bastó que inclinara su altiva cabeza de blonda ondina, para reci­bir la ofrenda de una corona tejida por el engaño; enamorado de su justa fama, de sus proezas legendarias, de sus escuadras victorio­sas, de sus marinos ilustres.

Aquella presea, que a manera de gema llevaba un mundo que ful­gía con resplandores tropicales, era la ofrenda de un mísero pescador gallego; de un visionario que allá en una provincia española, entre el ocio de las redadas al abrigo de las islas Cíes, dejaba vagar su fantasía y la añorante mirada, por el horizonte inmenso de los tene­brosos mares del Atlántico.

Quizás veía un camino de espuma, una ruta de luz por donde m;ís <3e una vez el temerario soñador, pensó guiar la quilla de su frágil barquiehuelo, para intentar una osada travesía hacia tierras de en­cantamiento, que en los tristes atardeceres, se le antojaban ciudades fabulosas con minaretes de oro y palacios de marfil.

Era el precursor que empezaba a sentir el magnetismo de la mi­rada Todopoderosa, que buscaba entre los más humildes, el genio de la revelación y el ángel de la profecía.

Y    cuando la pesca colmaba la ventruda barca, terminada la ruda faena, al impulso de una blanda brisa, enderezaba la proa hacia la punta Galea, columbraba la Lanzada y dejando a estribor la Aguda, después de internarse por la ría risueña, doblaba el promontorio de San Salvador y recalaba con su preciosa carga en Porto Santo.

Aquél mozalbete de rostro sanguíneo y picarazado de viruelas, de ojos azules y recia constitución, tenía verdadero afán de instruirse y aprovechaba las enseñanzas de los frailes del monasterio de San Salvador de Poyo, que admirados de sus buenas disposiciones, cuida­ban de su ilustración con tanto o mayor interés que a sus pensiona­dos, entre los cuales había un rapaz llamado Diego de Deza, que había de escalar un día las cumbres más altas de la Iglesia.

En las noches de invierno, cuando el mar gallego brama con furia de poseído, cuando el nordeste zurriaga las miserables chozas de los pescadores ribereños, quizás el iluminado, entre los lobos de mar congregados en torno a un buen fuego, donde el tojo chisporrotea, oyó de una tierra poderosa, de una lejana ciudad que poseía grandes escuadras, cuyas galeazas, al deeir de algún narrador, llevaban como enseña en lo más alto del palo mesana, una cruz roja que era atributo invencible de la Señoría, Y el jovenzuelo escuchaba a los viejos pes­cadores que se hacían lenguas de su fama, de su poderío y de la acogida que hacían los reyes a sus almirantes y maestres. Y un día, el visionario abandonó la tierra natal para intentar aquella proeza que rumiaba en su espíritu.

Sabía la animosidad que pesaba sobre su triste tierra, de la injusticia con que la trataban los hombres, de los desmanes de sus explotadores, de la vil condición de los suyos, víctimas de las ase­chanzas de los esbirros de un gran testaferro y atraído por el renom­bre de aquellos marinos, navegó con ellos por espacio de algún tiempo hasta poder intruirse algo en su lengua; y más tarde el eco de los viajes de los portugueses, lo atrajo a Lisboa donde no le fué difícil con su escaso barniz italiano, darse a conocer por genovés.

¿Pero a qué seguirlo en su aventurera existencia con el solo auxilio de la imaginación?

Dejémoslo pues en Lisboa, donde madura su magnífico proyecto, que ya volveremos a encontrarlo en días más venturosos, ensalzado por la fama y ostentando los timbres más ilustres de Castilla.

Después y mientras aquel rapazuelo ya convertido en hombre de ciencia, se empeña en borrar los rastros de su origen para acometer con éxito siu gran proyecto; mientras se dispone valido del engaño a disfrutar los privilegios y franquicias que otorgan los reyes a los súbditos de la Señoría, dediquémonos nosotros a destejer la tela de Penélope y a descubrir las huellas, quizás intencionadas, que dejó el Almirante para reconciliarse un día, con los que no merecieron el dictado entonces, de llamarse sus compatriotas.             ‘

 

PREFACIO PARA DISPONER AL LECTOR EN FAVOR DE NUESTRA TESIS

INDICIOS DEL GALLEGUISMO DE COLON (1)

Una vez que el Almirante dió fin a los preparativos para em­prender su primero y gran viaje, fijó el viernes 3 de Agosto de 1492 para hacerse a la mar y partió del puerto de Saltes invocando a ¡JESUS! que es precisamente la invocación religiosa que ha tenido y tiene, en la actualidad, en la boca, todo gallego apegado a la tra­dición.

Así navegaron hasta el 16 de Septiembre, en cuyo día, según dice el Almirante, hicieron algunos ÑUBLADOS y el mismo día, vieron también muchas MANADAS de hierba esparcidas por el mar.

Al día siguiente vieron algunas TONInAS y el 20 un pájaro que era como un GARJAO.

El 22 de Septiembre, dice el Almirante que los tripulantes anda­ban muy ESTIMULADOS porque pensaban que no VENTABAN estos mares vientos para volver a España. También dice, que por UN PEDAZO DE DIA no hallaron hierba en el mar.

El 29 de Septiembre vieron un FORCADO.

El 30 de Septiembre observó Colón que las estrellas que se llaman las GUARDIAS, cuando anochecía, estaban AL BRAZO de Poniente.

El día 2 de Octubre, el Almirante dice, que la mar era llana y buena A DIOS MUCHAS GRACIAS SEAN DADAS. Vieron mu­chos peces y MATOSE uno.

El miércoles 3 de Octubre, vieron algunas PARDELAS.

El 7 de Octubre, la carabela “Niña” levantó una bandera en el TOPO del MASTEL.

El 10 de Octubre la tripulación andaba descontenta y el Almirante, para darles buena esperanza los animó, y añadió que “él había ve­nido a las Indias, para proseguir hasta hallarlas con la AYUDA DE NUESTRO SEÑOR.

El jueves 11 de Octubre, hallaron cañas, yerbas y un palo con ESCARAMOJOS.

Durante la noche el Almirante vió tierra y al amanecer ordenó que se AMAÑARAN todas las velas y que se pusieran A LA CORDA para TEMPORIZAR hasta el día.

El viernes 12 apareció a su vista la tierra que los indios llama­ban Guanahaní y el Almirante salió a tierra con la barca armada, con Martín Alonso Pinzón y Vicente ANES.

ti) Creemos inútil advertir que las palabras compuestas con mayúsculas son netamente gallegas y modismos inconfundibles.

Colón tomó posesión de la tierra y tuvo tratos con los aborígenes, de los cuales dice que LEVARÁ seis a los reyes para que DEPREN­DAN FABLAR. Dice también que ninguna BESTIA de ninguna manera VIDO.

Agrega que aquellos naturales, tenían los cabellos CORREDIOS y gruesos y remaban con una pala como de FORNERO y describe algunas de sus costumbres.

Dice que por no perder tiempo apresuraba la partida para ver si podía TOPAR con la isla de Cipango. Agrega que aquella gente era muy SÍMPLICE en armas.

 

MAS INDICIOS DE SU ESPAÑOLISMO

Pasando a otro orden de cosas, vemos que a Colón no se le dió el tratamiento italiano de MICER (messer mi señor) cual se le dió a Nicolás Bonel, Patrón y consejero de Don Pedro Ñuño, qu? fué antiguo caballero genovés mvy sabidor de mar e buen marinero,^pa­trón de galeras e que se había acaescido en otros grandes fechos. ..

Este tratamiento privaba entonces en España. En una carta de Colón a su hijo Diego, se lee lo siguiente: “Otra te envié después con fee de MICER Francisco de Ribarol”… y más adelante: “así como ahora digo de otra carta que te envío con esta de MICER Fran­cisco Doria”… .

De otros muchos casos podíamos ocuparnos, para afirmar que todo italiano y sobre todo marino, se distinguía por este, entonces, vulgar tratamiento.                             .

Que los reyes Católicos conocían su origen, lo hace sospechar uno de los párrafos de una carta que lleva fecha 14 de Marzo de 1502.

En ella se lee a propósito de los privilegios del Almirante: “Y sa­béis el favor con que os hemos mandado tratar siempre y agora esta­mos mucho más en vos honrar e tratar muy bien”…

Será presunción un poco audaz; pero nosotros creemos ver en estas manifestaciones reales, la siguiente interpretación: “MIEN­TRAS CREIMOS QUE ERAS EXTRANJERO TE HEMOS MAN­DADO TRATAR CON MUCHO FAVOR; PERO AHORA QUE SABEMOS QUE ERES DE NUESTROS REINOS, TE HEMOS DE TRATAR MEJOR Y HONRAR MUCHO MAS”.

Esto se confirma con otra halagüeña afirmación real: ‘‘Cuanto •más hemos visto y platicado sobre ello, más nos ha placido que se hubiera llevado a cabo por sola vuestra mano e industria». .,

Que equivale a decir: SI ALGO NOS PLACE DE ESTE DES­CUBRIMIENTO, ES QUE LO HAYA LLEVADO A CABO UN NATURAL DE NUESTROS REINOS. Porque es innegable que de no interpretarse de esta manera, no sabemos a qué podía conducir esta satisfacción de los monarcas, puesto que era suficiente “EL MUCHO NOS HA PLACIDO ESTE DESCUBRIMIENTO”. Y los reyes dan por entendido que se habló mucho entre ellos de este suceso, y que el agrado fué completo, sabiendo que tan magno acontecimiento, se había llevado a cabo por su sola inteligencia e iniciativa, esto es: por inteligencia e iniciativa de uno de sus reinos. O más claro aún: que no se había necesitado un extranjero para asunto de tanto empeño.

Sobre la primera presunción, se podrá alegar qu<? los reyes se referían a los malos tratos que había recibido por parte de Bobadilla, y que aquellas frases de los monarcas, equivalen a una satisfacción o promesa de mayor consideración para lo sucesivo, con objeto de bo­rrar aquella mala impresión. Nosotros lo entendemos de otra ma­nera y como sobre opiniones personales nada hay escrito, sostenemos la nuestra en uso de un perfectísimo derecho.

El eminente cosmógrafo, políglota y joyero Mosen Jaime Ferrer, en carta a Colón de fecha 5 de Agosto de 1495 tratando de los suce­sos del descubrimiento, se expresa así: Sénior, muy cierto es que las cosas temporales — in suo genero — no son malas ni repugnantes a laa espirituales, cuando empero dellas usamos bien, y a tal fin las creó Dios. Esto, sénior digo, por que las grandes cosas que soy cierto aquí, se fallarán, tengo esperanza que serán a gran servicio de Dios y bien de toda christiandat, especialmente de NUESTRA SPANIA.

Si Don Jaime Ferrer no tuviera el convencimiento de que Colón ei i español, hubiera dicho simplemente: DE SPANIA y nunca: DE NUESTRA SPANIA.

Cierto es, que pudo decir también: DE MI SPANIA; pero como consideraba a Colón español, expresó lo que verdaderamente quería decir: LA SPANIA DE LOS DOS.

De la traducción castellana de la Bula de Alejandro VI sobre la partición del Océano, dirigida a los reyes Católicos, entresacamos lo siguiente:

“que por haber estado muy ocupados en la recuperación del dicho reino de Granada, no pudisteis hasta ahora llevar a deseado fin este vuestro santo y loable propósito, y que finalmente, habiendo por vo­luntad de Dios cobrado dicho reino, queriendo poner en ejecución vues­tro deseo, proveisteis al DILECTO HIJO CRISTOBAL COLON, hom­bre apto y muy conveniente”. . .

De aquí se deduce, que los reyes habían puesto en antecedentes a Alejandro VI, de la personalidad de Colón y al titularlo el sumo pon­tífice HIJO PREDILECTO DE LOS REYES, da a entender bien claramente que se impone de las aptitudes y disposiciones del Descu­bridor y de la preferencia que por estas razones los reyes le dispen­saron. No cabe suponer que DILECTO HIJO, lo dijera el Papa en el sentido de llamarlo HIJO MUY AMADO DE LA CRISTIANDAD, porque en ese caso no diría AL DILECTO, sino a NUESTRO DI­LECTO HIJO como padre reconocido de la iglesia católica.

Por lo tanto: tenemos al primer científico de España y al Papa, confirmándonos la nacionalidad española de Colón y citándolo por su verdadero apellido contra todas las afirmativas, de que en los prime­ros tiempos, el Almirante se hacía llamar COLOMBO.

 

Con el auxilio de la sintaxis es indudable que se podría ir muy lejos en la investigación.

Otro de los argumentos, es la ignorancia que aparentaba Colón de la lengua italiana. “Es observación curiosa — dice un comentaris­ta— que de cuantos escritos nos quedan de Colón, que son en gran número, no exista uno en lengua italiana. Viene esto a demostrar, cuan superficial hubo de ser su educación primera a tiempo de salir de su patria y cuando aún era niño. Se familiarizó con la lengua espa­ñola, que escribía con elegancia y usó en cartas y libros, valiéndose de la latina, aunque con bastante desaliño e incorrección en algunas ocasiones, especialmente en las notas a las obras de estudio escritas en aquella lengua”.

Ya ven nuestros lectores como se juzga la ignorancia de Colón en la lengua materna. ¡Ya lo creo que es extraño, que desconociera su propia lengua y que escribiera el español con tanta elegancia!

¡Se olvidó del italiano; pero no del latín que había estudiado du­rante su juventud en Italia! ¡Y con todas las dificultades que repre­senta esta lengua muerta!

Pero lo más curioso, es que, según estos biógrafos, Colón, enarde­cido por la vida aventurera del mar, abandona el oficio de su padre y, o bien se dedicó al comercio en la marina mercante de Genova o sentó plaza en los buques de’ guerra de la Señoría. El mismo Fray Bartolo­mé de las Casas, nos lo presenta mandando una galera, cumpliendo órdenes del rey Renato de Anjou y el propio Almirante, en carta a 1os soberanos, nos habla de su expedición a Túnez tras la galeaza Femandina, hecho que alcanza según los eruditos, a los años 1459­1460 o 1461. Es decir, que hasta los 24 años estuvo navegando con italianos y hablando en este idioma ¡y olvidó el italiano!

Mas no es esto todo. Como algún tiempo después los genoveses se apartaron del servicio del rey Renato, puede suponerse — dice Asen- sio — que regresó a su casa con las galeras de Génova. Por lo tanto

—   alegamos nosotros ■— también es de creer que a los veinticuatro o más años, no hay en el mundo hombre que olvide su propio idioma.

El que Colón hubiera abandonado la ciudad de Génova a los 14 años, a cuyo particular se agarran los partidarios genoveses para justificar esta extraña ignorancia del idioma, es una de tantas super­cherías para inclinar la opinión por derroteros contrarios al espíritu de la verdad.

Podríamos añadir, que según Casoni y otros historiadores, el Almirante estuvo en Génova y Savona allá por el año 1485 y por lo bajo, durante un año, tiempo suficiente a nuestro juicio, para practi­car al lado de su padre y de sus conciudadanos, el idioma tan infeliz­mente olvidado.

Como se ve, no hay escape para justificar una impostura, cuando ésta se demuestra con ejemplos de los mismos interesados en man­tenerla.

Por ahí anda cierto autógrafo escrito por Colón en italiano ma­carrónico, que comienza así: “del ambra es cierto nascere”… que explica, perfectamente, el dominio que Colón tenía del idioma italiano. El doctor Calzada ya hizo una crítica bastante extensa de ese autó­grafo, para evitarnos mayores digresiones.

 

En cuanto a las palabras gallegas que se encuentran en los escri­tos del Almirante, y de las cuales nos ocuparemos a su debido tiempo, no estamos conformes con la opinión del doctor Calzada. Dice este juicioso y notable escritor, que “la formación, casi simultánea, de nuestro romance (castellano) y de la lengua gallega, es decir: de la portuguesa, dió como resultado inevitable, que infinidad de palabras fuesen comunes a los dos idiomas en los primeros tiempos, y que nada tendría de particular, que la palabra considerada hoy como puramen­te galaica o portuguesa, haya sido castellana en un principio”.

No estamos conformes. Primero: porque la lengua gallega es madre de la portuguesa y por lo tanto, fué la gallega la que dió parte de su léxico a la castellana. Y segundo: porque siendo así, no es posible confundirlas, porque si bien es cierto que andaban mezcladas con el castellano y con el portugués, las que hemos de citar en lugar opor­tuno no pueden ser confundidas, porque han quedado localizadas en Galicia y no es posible que las hubiera estampado Colón en sus es­critos, de no haber nacido en aquella región.

La Riega, cita en su libro otra particularidad. Dice que Colón en sus profecías, refiriéndose al descubrimiento y a los recursos que se obtendrían en el Nuevo Mundo para conquistar la tierra Santa “que el Abad Joaquín Calabrés, profetizó que de España saldría quien había de reedificar el templo de Sión”. O lo que es lo mismo: que sólo un español habría de acometer aquella grande empresa y Colón, to­mando la oración por activa, se declaró como tal, pues como ya he­mos dicho, para el Almirante la conquista de Jerusalén, fué una ver­dadera obsesión.

Cuando Colón — continúa La Riega — perdida toda esperanza y desahuciado de sus pretensiones ante la Corte, fué a la Habida pen­sando que se vería obligado a dirigirse al gobierno de otra nación, los ruegos de Fray Juan Pérez, a quien Sophus Ruge y otros autores amalgaman con Fray Antonio de Marchena, le decidieron a intentar nuevas gestiones ante los reyes Católicos. Accedió a ellos, “porque su mayor deseo era que España lograse la empresa que proponía, TENIENDOSE POR NATURAL DE ESTOS REINOS”.

Esto expresa poco y expresa mucho. Sin datos no dice nada. Con datos como los apuntados, es una confesión paladina del sentimiento que habría de producirle proponer a un país extraño lo que corres­pondía al propio.

Pero para digresiones, son suficientes las expuestas.

 

ALGUNAS DISQUISICIONES SOBRE LEXICOGRAFIA

La Riega ya advirtió, que en el texto copiado por el P. Las Casas, de la carta mensajera que Colón escribió a Doña Juana de Torres, nodriza del príncipe Don Juan, el año 1500, viniendo preso de las Indias a causa del atropello cometido por Bobadilla, aparece la pala­bra fon, genuinamente gallega, que es tercera persona del plural del presente indicativo del verbo FACER-HACER. Fan, face en ello, según el texto del P. Las Casas, esto es: hacen cara, frase que un erudito académico, califica de oscura e ininteligible.

En una carta de Colón, en la que describe la isla Española, dice: que allí “los rayos solares tienen espeta, lo que el ya citado académico tradujo — por suponer mal hecha la transcripción, — por IMPETU. La Riega, dice que no parece muy adecuado el calificativo de impetuo­sos para los rayos del sol, y que en tal interpretación, se advierte el olvido de que ESPETO es nombre antiguo de un asador de uso muy vulgar en Galicia y particularmente en la costa, que consiste en una pequeña varilla de hierro aguzada en un extremo y con ojo o abertura en el otro para colgarlo. En el mismo país, cuando algún día el sol quema más de lo ordinario, como suele ocurrir en Marzo u Octubre, se dice: “Hoxe o sol ten espetos”, que es la misma frase usada por Colón y aprendida por éste, sin duda, en su niñez.

El autor de “Colón Español’’, sigue diciendo: “Colón, al describir en una de sus cartas la isla de Cuba, le dá inadvertidamente el nom­bre de Suana. Sólo un gallego puede escribir ese vocablo en vez del de Juana; pues para la representación ortográfica del sonido de la (j) en galaico, cuyo alfabeto carece de ella, no servía la castellana. En la mayor parte de los documentos de la época, la (j) hace el oficio de (i) o de (j) francesa. Colón utilizó la (s) como representación aproximada de dicho sonido. En italiano, aquél nombre es Giovanna y por consiguiente, el empleo de la (s) sólo puede atribuirse a una distracción, en virtud de la cual, exhibió instintivamente la pronun­ciación gallega”.

“Otras palabras galaicas, como fiso por hizo; boy por buey y dito por dicho, alguna vez usó Colón, habiéndose traspapelado — dice La Riega — la nota en que las había apuntado. Declaro que eran muy pocas — prosigue — porque es difícil distinguir las muchas que en sus escritos pertenecen a las lenguas portuguesa o gallega de aquellos tiempos y a la vez, a la castellana antigua, y por esta razón es impo­sible atribuirlas exclusivamente a las primeras, como debu-xar,, pre­gona, non, abastar, poderá, facer, contia-, oya (oiga), posar, forno, amostrar, faz, Calis, ecta; pero de todos modos, el uso de tales pala­bras, revela en Colón un conocimiento muy extenso del lenguaje espa­ñol, que jamás se adquiere en breve tiempo por un extranjero”.

El doctor Rafael Calzada,-cita entre otras: jibileo, que en gallego es jibaleo y en portugués jubilen, resultando así — agrega — que Co­lón no usó el término lusitano, sino el gallego, con el cambio de la (a) en (i). Sei por sé; los gallegos dicen: eu sei, sin que jamás se haya dicho en Castilla yo sei. Corredlo, término también portugués, por liso, resbaladizo. Colón dice de los indígenas de Guanahaní que tenían los cabellos no crespos, salvo corredlos y gruesos. Enjñrvrt-a, en gallego esperencia y esperanza. Al llegar aquí nos vamos a permi­tir una digresión nuestro amigo el doctor Calzada. Aunque cita un error de Valladares, no está muy acertado al sostener que espirenzia

—   tal cual ha sido tomado el vocablo — quiere decir en galaico tanto experiencia como esperanza, Espirenzia, podrá significar experiencia; pero nunca esperanza, que antiguamente se decía en gallego esperando.

“Rebeldaria — continúa Calzada—-es término igualmente portu­gués, que expresa rebeldía. En Galicia al niño incorregible, se le llama rebeldeiro”.

Nos va a permitir el doctor Calzada, que tampoco estemos con­formes.

En gallego antiguo i-ebel es rebelde; pero rebeldeiro, es más acción de juego y retozo, que acto de desobediencia. Por lo tanto, sería un movimiento completamente contrario a lo que quiso expresar el Almirante.     ,

En Galicia — y esto debe saberlo muy bien el doctor Calzada — al muchacho rebelde, se llama rebeleiro o rebelleiro, como un derivado de refieZ-rebelde y de acuerdo con las reglas gramaticales.

Rebeldaria, es pues una de las contadas palabras que pertenecen al propiamente llamado “léxico portugués”. ¡ A César, lo que es del César!

Faxones — prosigue Calzada — por judias, que en gallego es fei- scoes o feixós y en portugués feixaos, viniendo a ser faxones, el término gallego castellanizado.

Lamentamos otra nueva discrepancia. Las judias en gallego son sí, feixús, o mejor dieho: FEIXONS que siempre se acercaría más a la expresión del Almirante.

No es esto, sin embargo, lo que vamos a discutir. En latín las judías se llaman PHASEOLUS y en castellano antiguo FASEOLES; de la misma manera que en italiano y así mismo tomado del latín, se dicen FAGIUOLI.

Pero sabemos por otra parte, que nuestras leguminosas, son origi­narias de la América del Sur, que aún no se había descubierto, y por aquellos días sólo se conocían rarísimas especies de la India. Por lo tanto, no es posible que Colón citara una voz gallega que no existía. En su consecuencia este nombre es castellano y derivado del latín. Que sea vocablo gallego o que Colón lo hubiera galleguizado son dos cosas completamente distintas. Siendo en su origen fásoles, una voz caste­llana, el término es castellano. ¡A cada cual lo suyo!

‘‘Cuntas, por cosías, que no es término castellano ni portugués, y que así es como se pronuncia en Galicia”. “O.scurada — que también señaló el Sr. Rodríguez ■— por oscurecida”.

A primera vista, esto también parece un error, porque Navarrete no dice OSCURADA sino OSCURANA. Hay que tener no obstante en cuenta, que no todos los gallegos expresan una palabra de la misma manera y como dice muy bien Cuveiro, propenden los del Norte, al uso de las vocales abiertas, mientras que en el Mediodía son más cerra­das. En el Mediodía también sustituyen la (s) por la (c) y la (z) y en el Norte se observa cierta predilección por la (n).

Hemos de hacer, sin embargo, la salvedad de que en el original de Las Casas se lee, efectivamente, OSCURADA.

El Sr. Otero Sánchez, cita la palabra MANADA, la cual ya ha­bíamos observado nosotros. El Almirante, escribe: “que hoy y siem­pre, de allí adelante, hallaron aires temperantísimos; que era placer grande el gusto de las mañanas, que no faltaba sino oir ruiseñores… y era el tiempo como Abril en Andalucía. Aquí comenzaron a ver muchas MANADAS de yerba muy verde»…

 

Ahora bien: en la obra de Navarrete, se llama la atención hacia la palabra MANADAS y se dice, que probablemente el original está equivocado, porque es lo más cierto quiso decir MANCHAS… ¡Qué lejos estaba de suponer Navarrete, que MANADAS es una palabra genuinamente gallega I

Sólo un gallego pudo escribir MANADAS, para expresar la mano o el puño lleno de algo y por extensión, ese algo que se arroja a manos llenas, ..

Otra palabra, CARANTOÑA, cita el Sr. Otero, la cual también nos había llamado la atención; pero la copia del original no dice CARANTOÑA sino CARATONA. “Hallaron muchas estatuas en figu­ras de mujeres y muchas cabezas en manera de CARATONA muy labradas”…

La nota puesta en el libro de Navarrete, para aclarar la palabra dice así: “Por carátula, careta o mascarilla”. Muy bien; pero si es extraña para el copilador no la es para un gallego, porque CARA- TONA, CARANTONA o CARANTOÑA, es del léxico gallego y ex­presa simplemente CARETA.

Algunas otras palabras como CARRASCO, INCHIR, PIXOTA, TONIÑA… cita el Sr. Otero, que forman un regular acopio de mo­dismos, para demostrar que sólo un gallego como Colón, pudo escri­birlas salteándolas en diversos escritos, sin percatarse que dejaba un rastro de comprobación, que resulta hoy de útilísima aplicación para nuestra tesis.

Podríamos preguntar a los impugnadores, si estos datos son sufi­cientes para evidenciar la prueba lexicográfica; pero como la mayoría de las palabras citadas son ya conocidas, vamos a agregar por nuestra parte otro pequeño caudal de vocablos que no pueden ser confundidos con los catellanos y portugueses, y por lo tanto, (mucho menos con los italianos que se nos dice, abundan en los escritos de Colón.

Pero antes se nos va a permitir una pregunta. ¿Qué italiano es ese, que para dar una idea de las distancias en las tierras que descu­bría, citaba como ejemplos la existente entre Coruña y Fuenterrabía y pone como otro de los límites, el cabo de Finisterre?

En la copia del diario del Almirante, se lee: “iban muy alegres todos, y los navios quién más podía andar, andaba… tomaron un pájaro con la mano, que era como un GARJAO… Probablemente este pajarraco que cita Colón es italiano.

La palabra VENTABAN, que es galaica hasta el tuétano, creerán algunos que es tiempo impersonal del verbo VENTAR. Pues no señor; no es a manera o efecto de soplar el viento, sino que proviene del gallego VENTAR que quiere decir: SOSPECHAR, CONGETURAR, PREVER, PRESAGIAR…

Y    dice el Diario: “parecieron después en tres veces, tres alcatra­ces y un FORCADO. Este palmípedo también pertenece al repertorio italiano.

Y   este otro: “que las estrellas que se llaman las GUARDIAS”…

Dígaseme en qué país fuera de Galicia, es conocido el tahalí del

gigante, de esa hermosa constelación llamada ORION, por tal nombre.

Y   aquello otro: “vinieron al navio más de cuarenta FARDELES juntos”,

¿ Podrá informarme alguno que no haya naeido en Galicia, de esta ave palmípeda que también es conocida por PARDELA y que se dis­tingue por lo indomesticable?

Pero lo más curioso del caso, es que en el Diario de Colón, unas veces las llama PARDELES y otras PARDELAS, como para dejar bien consignado que conocía las dos maneras que se emplean en Gali­cia para designarlas.

Pues bien: en la revista “Vida Marítima” que se edita en Madrid, correspondiente al 15 de Octubre de 1922, Don Manuel de Saralegui, cuya ilustración, autoridad y competencia en filología sería inútil elo­giar, se expresa así en un artículo titulado “ESCARCEOS FILO­LOGICOS”.

“PARDELA”

«En todas y cada una de las muchas veces que he tenido entre mis manos — para deleite unas y para consultas las demás — la primorosa “Historia del Descubrimiento de América”, que en el año 1892 dió a la estampa el eminente tribuno D. Emilio Castelar, hubo de llamarme grandemente la atención, en mi calidad de marino navegante por una gran parte de los golfos y los mares, la frecuencia con que el autor se ocupa en el encuentro de pardales y hasta pardalejos, a gran dis­tancia de la tierra, durante el maravilloso primer viaje del Almirante Colón”.

“Y pondero mi extrañeza, a fuer de marino nevegante, porque es lo cierto que ni en el Mediterráneo, ni en el Atlántico, ni en el Rojo, ni en el Indico, ni en los revueltos mares de la China, ni en los de Arabia, donde reina el monzón, ni en los australes del cabo Tormen­toso, ni a Oriente, ni a Occidente de nuestros meridianos, y jn al Norte ni al Sur de la línea ecuatorial, he tenido nunca la rara fortuna de encontrar pardales — léase pardillos o gorriones — ni a relativas distancias de las costas, ni mucho menos en las peligrosas soledades de los golfos”.

“El que yo no los haya visto nunca… no es gran argumento, cier­tamente; pero como el hecho, además de positivo, es perfectamente natural”. . .

“Sucede que los marinos todos, unos más y otros menos, según son los mares que hayan frecuentado, han visto, seguramente, como he visto yo en mis navegaciones, multitud de gaviotas y tableros, de pá­jaros carneros y de rabihorcados…, de esas palmípedos, en fin, de gran tamaño y recia complexión, que se enmaran sin medida y al azar, porque disponen de elementos naturales para descansar sobre las propias aguas, cuando de ello han menester, y para resistir, al reanu­dar su vuelo, el poderoso azote de los vientos, que los arrojan inopina­damente quizás, a los escarpados de la orilla que abandonaron impru­dentes, permitiéndoles soportar en su regreso las ímprobas fatigas de un viaje peligroso y prolongado».

“Pero pardillos en mitad del golfo”…

Vade retro: eso, ni yo lo he visto jamás ni me parece posible que lo haya visto nadie, salvo quien haya tenido la humorada de llevarlos para recreo propio y martirio de los bichos. . . enjaulados».

“Pero como quiera que, a pesar de todo ello y aún de lo mucho más que se pudiera razonablemente argüir en tal sentido, trayendo a colación, con la pequenez y debilidad de tales pajarillos, su imposibi­lidad de encontrar reposo sobre el agua, que los moja, los inutiliza y los ahoga; la carencia de alimento adecuado para reponer sus ago­tadas fuerzas, que no les permite nunca ofrecer la vastísima extensión del mar salado. ..; como, a pesar de todo ello, es lo cierto que el Sr. Castelar dice tan pronto “un pardalejo cualquiera aportaba — a Colón—viva profecía» como que: sobre su pico debían traer — la i aves — señales del fruto pivoteado» añadiendo que “lo que le mostra­ban los pardales también se lo mostraban las ballenas”, di en cavilar sobre el asunto, para ver si encontraba explicación plausible al que juzgaba—¡atroz atrevimiento! — yerro patente del orador demó­crata”.

“Es fama, y como fama es lógico, y natural, y hasta obligado, que nuestro historiador, al redactar su último libro de gran fuste, la men­cionada historia, haya tenido de continuo a la vista, para ceñirse a su letra y a su espíritu, como insustituible fuente de verdad histórica, el celebérrimo Diario de Colón; y siendo así, lógico, y natural, y hasta obligado es también que yo haya acudido en mis exploraciones a con­sultar y a comparar con el Diario el texto mismo del original castela- rino, más que en la esperanza, en la ciega seguridad de llegar a escla­recer, por tal cotejo, el verdadero fondo de mis dudas”.

“El éxito coronó felizmente mis modestas presunciones”.

“Yo no sé si en algún pasaje del Diario, pues que pronto renuncié a proseguir en mi rebusca; pero si sé con seguridad que en los que se refieren los acontecimientos de la navegación, correspondientes al día 24 de Septiembre, o sea al que hacía el número cincuenta y uno des­pués de la partida de Palos y el día diez y ocho antes del que alumbró el feliz descubrimiento, estampó Colón en su Diario: “Vino — a la carabela — un alcatraz y se vieron muchas PARDELAS; y que en los de nueve días después, o sea en los del 3 de Octubre siguiente, es­cribió también el Almirante que: «Aparecieron PARDELAS yerba mucha, alguna vieja y otra muy fresca”.

“De tales citas se deducen sin esfuerzo las dos siguientes conse­cuencias” :                  ■

  1. 1.         »    Que lo visto por Colón en tales ocasiones no fué un avé única que bien pudiera, fuese cual fuese su género zoológico, reputarse for­zadamente extraviada y alejada de su nido; y
  2. 2.         a    Que a dichas aves no las llamó PARDALES como a son de copia estampó en su libro Castelar, sino PARDELAS, que es como les llaman de siempre los marinos que de antiguo las conocen, y como reza aquél refrán gallego, que dice puntualmente”:

“Cando se pon a PARDELA a espiolla7’, non tarda un día o vendaval”, ,.

refrán que, dado el carácter de castellano antiguo que muchas gentes cuerdas asignan al gallego, representa para el caso una muy signifi­cativa y original confirmación”.

«A mayor abundamiento, y por si alguien pudiera reputar insufi­cientes las anteriores citas del Almirante de las Indias y la expresiva ratificación que implica el texto mismo del refrán gallego, cúmpleme exhibir algunas autoridades respetables que he logrado tropezar en mis rebúsquedas, y entre las cuales asumen merecidamente principal papel»:

“Ulloa, que dice en “Conversaciones con mis hijos»:

“Los pájaros deben considerarse de dos modos:”

“Unos que son propios de mar, por que se ven en distancias vmy largas de la tierra y estos no pueden indicar su inmediación; tales son las PARDELAS, que se descubren en mitad de los espaciosos gol­fos, y algunas otras por este tenor’7

“Y Malaspina, que en su “Viaje de las corbetas” “Descubierta y Atraevida” dice también:”

“fueron muy pocas las FARDELAS que vimos a alguna distancia de la costa. Nos abandonaron luego que volvimos a atracarla, y en su lugar o de otra cualquiera especie de aves, sólo aparecía de tiempo en tiempo uno u otro lobo marino”. ..

“Para mí, lo sucedido en este caso concreto no ofrece duda alguna».

“El Sr. Castelar, al recorrer la serie de Acaecimientos del Diario de Colón, que utilizó para escribir su Historia tropezó con la voz par- dela, repetidamente mencionada por el gran descubridor, y descono­ciéndola tal vez, trató, cuerda, aunque infructuosamente antes de usarla a ciegas, de inquirir su significación corriente sujetándose al dictamen del léxico oficial”.

“No la encontró en él: y ya fuese la premura agobiadora con que solía atender a sus múltiples trabajos no le diera margen a instruir en sus consultas, o ya porque el concepto que implicara la insistencia lo juzgase molesto y depresivo, dadas su envidiable categoría literaria y su fama ampliamente universal; o ya en fin, porque reputase yerro de Colón o mera errata de imprenta o de copista el vocablo que causa­ba su extrañeza y hoy sugiere este conato de disquisición, es lo cierto que creyó acertar cortando por lo sano, y que en vez de limitarse a copiar fielmente lo que Colón dijera en su Diario, optó por modificar o corregir, sin gran fortuna, a mi entender, las atinadas palabras del gran hombre, escribiendo pardales por pardelas, que equivale a decir pardillas por gaviotas, y estableciendo, a la sombra de su nombre es­clarecido, una muy injustificada confusión”,

“Yo no sé si habré atinado a reconstuir lo sucedido; pero lo que si sé, con plena seguridad es que”:

“La voz PARDELA es aceptablemente eufónica, y está, sin duda, bien formada; que goza en castellano, de la respetable ancianidad de más de cuatro siglos; que es de noble estirpe ya que, según todas las señales, procede del gallego: que desde sus primeros años disfrutó de padrinazgo de varones tan ilustres como D, Cristóbal Colón, D. Anto­nio de Ulloa y D. Alejandro Malaspina… ; y que constituyendo su actual pro-scripción un lunar indisculpable, no me parece pecar muy gravemente Si me atrevo a demandar en favor de ella — como tributo de justicia — un decoroso renglón en las nutridísimas columnas de nuestro Diccionario».

Hemos copiado íntegro el trabajo del Sr. Saralegui, quien segura­mente no leyó el nuestro publicado en DIARIO ESPAÑOL del 7 de Agosto. A nuestro modesto entender no admite comentarios, pues con su autoridad, afirma dos meses después en ”Vida Marítima”, lo que yo sostenía: que la voz PARDELES era genuinamente gallega como otras muchas que yo citaba.

Y    ahora… continuemos analizando por nuestra cuenta otros mo­dismos entresacados de los escritos de Colón.

La palabra ESCARAMUJO hasta hace poco tiempo no fué incor­porada al Diccionario de la Lengua Castellana en su verdadera acep­tación gallega. Todavía en algunas ediciones, se lee: “ESCARAMU­JO, especie de rosal silvestre. En tnt segunda, acepción: fruto de ese arbusto y en su tercera: PERCEBE. Pero todavía es más curiosa la que en el mismo diccionario se dá a la palabra BROMA que es galle­guísima. Dice así el diccionario: BROMA, (quizás del inglés Worm) f. Caracol de figura cilindrica y serpenteada, que horada las maderas y a veces inutiliza los fondos de los bwqwcs.

En gallego, ESCARAMUXOS y particularmente en Pontevedra CARAMUXOS es precisamente ese caracolillo o concha univalva que se adhiere a los fondos de las embarcaciones. Para el efecto destructor de ese terrible caracol, Colón emplea la palabra BROMA y para ex­presar la causa hace uso del modismo ESCARAMUJO, jMayor cla­ridad es imposible!

Otra expresión incontrovertible del Diario del Almirante, es ésta:

“la cual vine con el embajada a su real CONSPETU. . . ”

CONSPETU en gallego antiguo, equivale a ASPECTO y PRE­SENCIA.

Colón dijo: “En este rio podían los navios VOLTEJEAR… que es lo mismo que decir VOLTEAR o DAR VUELTAS. ¡Seguramente que también es una voz exótica!

Y   en otra parte leemos: “hizo entrar la gente allí e buscar si ha­bía NACARAS… ¡Esto tampoco es gallego!

Y     más adelante: “al aviso de los mozos grumetes, diciendo que veían PIÑALES… ¡Esto será todo lo que se quiera, menos galaico!

¡Basta! Porque de seguir citando casos no acabaríamos nunca.

¿Basta? — dirá alguno—¡Todavía no es bastante!

¿No es bastante?

Pues ahí va toda una oración o rosario de vocablos, que si no muy cabal, tiene el mérito de haber sido extraído de ¡UNA SOLA DE LAS CARTAS QUE ESCRIBIO EL ALMIRANTE!

¡DISFAMIA! “TERRA GARDA ESPELUNCAS” DIXERON- ME ELOS AGORA LESOS, SABIDORES QUE JAZ NEL FUNDO.

Que traducido al castellano, quiere decir, aunque no exprese mu­cho—lo siguiente: ¡INFAMIA! “TIERRA GUARDA CUEVAS” ME DIJERON ELLOS, AHORA LEJOS, SABIENDO QUE YACE EN LO PROFUNDO.

Como ya hemos indicado, la totalidad de estas palabras, fueron sacadas de un solo escrito de Colón, o sea de la carta que el Almi­rante escribió al ama del príncipe Don Juan en el año 1500.

Pertenecen todas al léxico gallego y son irrefutables e indiscuti­bles y tan puras en su origen, como el adverbio ENXEBRE que es peculiarísimo y se usa para manifestar aquello que no está adulterado.

Después de esto, cabe únicamente una exigencia.

¿Cuál?—preguntarán nuestros lectores.

¡ Que se nos pida una carta autógrafa de Colón escrita de cabo a rabo en galaico!

Pero si en este sentido, no podemos complacer a los inconformes, les ofrecemos en cambio un extenso vocabulario de voces gallegas, sa­cadas de los escritos del Almirante, con su correspondiente interpre­tación castellana, en la seguridad de que esta demostración será tan compensadora como elocuente.

 

VOCES EN SU MAYORÍA ANTIGUAS DEL LEXICO GALLEGO QUE HAN SIDO EXTRAIDOS DE ALGUNOS ESCRITOS

Y   CARTAS DE COLON A

 

Gallegas.

Abalar ……

Abajar…….

Abaste…….

Abondo&amente

Abondoso (en el estudio)

Adolescido ..

Amortecido .

Amostrar ….

Anoblecer …

Almirantado .

Áscurecer …

Ayuso …….

Arboledo ….

Atentar …..

Amañaron ….

Representación o equivalencia en castellano.

per Alzar.

Bajar.

Baste.

Extensamente.

Bastante instruido.

Enfermo.

Aparentemente muerto. Mostrar o demostrar. Ennoblecer,

Almirantazgo.

Obscurecer.

Abajo.

Arbolado.

Palpar.

Amainaron.

 

Gallegas.

Gudicía ….

Corbina …

Cuasi ……

Caratona ..

Cogujos o coguxos. …

Calis …..

Corcha ….

Consciencia

Cabo ……

Correndios o corredios Ca

Calmería o Calmaría.. Oonspetu

Del…..

Desto – desta . ..

Defender

Deprender ….

Divinal

Eiz ….

Denantes

Dende ..

Desque..

Disiño..

Destos .

Dellos o denllos

Detemer Debuxar Debda ..

E …….

Escuro…

Estar a la corda

Engenio

Encenso .

Estimulados ….

Enjeridos

Enjerto .

Ende ….

Enforrada

Espeto…

Espeluncas

Representación,   o equivalencia en castellano.

porCodicia.

tt

Pez.

j t

Casi.

tt

Careta.

ti

Cogollos.

tt

Cádiz.

>t

Tejido de cordel.
Conciencia.

tt

Fin o término y también por Punta.

tt

Cabellos lacios.

tt

Por qué. También por “aquí» y     “acá».

tt

Calma (tratándose del tiempo).

ti

Presencia. ■
D
porDe él.

n

De esto – de esta.

tt

Prohibir.

t*

Aprender y comprender.

»i

Divina.

n

Dice – dicen.

ti

Antes.

j)

Desde.

>t

Desde que.

Designio.

tt

De estos.
ttDiablos (en lenguaje familiar) o bien     unos u otros en com­parativo.

Detener.
Debu jar.
Duda.
pory*

>7

Obscuro.
flPonerse a la capa.
Ingenio. _
Incienso.
Fatigados.

tt

Injertados.
ttInjerto.
?tPor lo mismo… Por ello.. .

fs

Cubierta o revestida.
ttPor excesivo calor del Sol.

tt

Cuevas o guaridas.

 

 

Gallegas.

Representación o equivalencia en castellano.

 

 

 

 

Esmorecieron …..  por Desfallecieron.

Ensolvía ……..  „ Absorver.

 

 

 

F

Fallé ………..  por

Fabla …………

Fuian ………..

Fasta ………..

Facía… …….

Farto ………..

Fcja …………

i’uy {de fuyente) Fuy yo

Fiado o Filado ..

Follada ………

Fan face………

I’artos (aquí) ..

Funde ………..

Fundo ………..

Fcrno ………..

Fc’lgar ………

Fabas ………..

Fugir o fnxir….

Fisgas ……….

Faxones, faxoes o faxons

Forcado ………

Hallé.

Conversación.

Huían.

Hasta.

Hacia.

Harto.

Hoja.

Me alejé o me aparté. Hüado,

Huella.

Hacen cara.

Ricos.

Hunde

Profundo.

Horno.

Holgar.

Habas.

Huir.

Arpones.

Frijoles.

Ave de costa.

 

 

 

 

Garjao ……….  por Ave de río.

Gobernario o gobernalle „ Timón.

Jibileos …….  poi Jubileos.

Jaz ………….  „ Yace.

Levaré ……….  por Llevaré.

Levaba ……….  „ Llevaba.

M

Mesma …………  per Misma.

Mateus ……….  „ Mateo.

Manadas ………  „ Puñados.

Síatóse………… Se mató.

Mostrudo ……..  „ Monftruoro.

Mostros o mostruos   „ Monstruos.

 

N

Gallegas.    Representación o equivalencia

en castellano.

Nenguna   por Ninguna.

Nos  „   Nosotros.

Non sey   ,   No sé.

Non  „   No.

Nácara    „   Nácar.

O

Opósito u oposto

Oyó …………………

Oscurada ………….

por Opuesto.

 

„ Oigo.

„ Anochecer o algo que se envuel­ve en sombras.

P

Propinco     Presta . Presonas Panizo .. Par del as Péndula Piñales . Pixotas ,

par  Cercano o próximo.

„ Pronta.

„ Personas.

„ Gramínea parecida al millo.

„ Ave de los mares de Galicia.

„ Pluma de escribir.

„ Pinares.

„ Pez de los mares de Galicia.

Q

Quier           por Quiera.

R

Rebeldaria          :    par Rebeldía.

Refetar (de refacer)     „ Indemnizar – Resarcir – Rega­tear.

Reposó          „ Empujó.

 

 

Seta………………………………………. por

Sotil…………………………………………. „

Sanos (sanos teólogos)………………… „

Sonado (de sona – fama – repu­tación)    „

Sabi dores …………………………………. „

Só (con la o acentuada)……………………..

Secta.                          .

Sutil.

Buenos.

Divulgado con ruido. Conocedores.

Sobre o encima.

T

Gallegas.    Representación o equivalencia

en castellano.

Topar ……………………………………..Hallar o encontrar.
Truxe o truje…………………………….Traje o he traído.
Temperamiento ………………………..Temperatura.
Temperancia o temprancia…Templanza.
Trauto……………………………………..Trato.
Topo ………………………………………Extremo o punta.
Toninas……………………………………Delfín, y también Atún.
Tejo o texo……………………………….

v

Arbol parecido al Abeto.
Voltejar …………………………………..Dar vueltas.
Vergas …………………………………….Varas.
Vian………………………………………..Veían.

 

Vela-sques ……  Sólo como ejemplo de la susti­tución de la (z) por la (s) que es característica de Ga­licia.

LA VISION GEOGRAFICA DEL ALMIRANTE

Llamó a aquella isla primera de su descubrimiento, SAN SALVA­DOR, denominación que sólo existía en aquel tiempo en Galicia y cuya villa o aldea que la llevaba, se supone fundadamente sea el lugar donde nació el Almirante.

Después eligió entre otras cien, que se ofrecían a la vista, la más grande, distante unas cinco leguas de SAN SALVADOR, y la bautizó con el nombre de MARIXUANA. (1)

A la tercera isla y según se desprende del Diario, la bautizó con el nombre de SANTA MARIA que llevaba la parroquial de Ponteve­dra y que daba también nombre a su puerto.

Las siguientes islas, fueron bautizadas en honor a los reyes: “Fer- nandina”, “Isabela” y “Juana”, esta última en memoria del príncipe Don Juan.

Descubrió este última isla — que creyó continente — el 28 de Octu­bre, y lo primero que llamó la atención del Descubridor, fué un puerto y un río que volvió a bautizar con la galleguísima denominación de SAN SALVADOR. En realidad, no merecía menos, la alegre villa en que había nacido.

(I) Esta extraña denominación que es gemiinamente gallega, es indudable que la puso en recuerdo de. una persona para £1 muy querida; después de bautizada la primeia isla de su descubrimiento con el nombre deeu aldea natal*

 

Entusiasmado con la creencia de que aquella hermosa tierra era una punta extrema del continente asiático, prosiguió la descubierta y denominó a un puerto de SANTA MARIA también por segunda vez, en recordación de la parroquia o puerto de Pontevedra. A un cabo, río y sierra las llamó de MOA, rememorando otro accidente geográfico de la costa pontevedresa. Más adelante, vio otro cabo y le llamó del PICO, como a otra saliente de la costa pontevedresa, que sirve de lí­mite a la provincia.

Luego dió con un puerto y lo denominó POETO SANTO, que era el nombre de otro puerto de la ría de Pontevedra vecino al lugar de SAN SALVADOR.

Más tarde descubrió una punta que llamó del FRAILE, evocando sin duda, otra punta de la costa gallega. Y a otro cabo lo llamó CABO DEL CABO y, a otro accidente, de ALBA, que corresponden a otros tantos de las costas gallegas.

El   lector puede comparar este plano de Cambados, Galicia; o sea de la ensenada   de Santo TomS del Mar, con [a siguiente carta de la denominada Bahía de Acul,   de la isla de Santo Domingo, que Colón bautizS con el nninbra de Puerto de la   Mar de Santo Tomé

 

GALICIA TRANSPORTADA A LAS INDIAS OCCIDENTALES

Es sorprenderte la semejanza de este puerto de Sanio Domingo, que ColGn tituló de la MAR DE SANTO TOME, con el que existe en Cambados (Galicia) conocido por Santo Tomé del Mar. No es pues solo la configuración sino que también el denominativo, lo que ofrece singular semejanza.

Ya en la isla de Santo Domingo, después de abandonada la isla de Cuba o Juana, llamó a una punta PUNTA PIERNA, y seguida­mente descubrió otra que bautizó con la denominación de la LAN­ZADA, y a renglón seguido, otra que llamó PUNTA AGUDA; tres puntas que llevan otras tantas salientes de la costa pontevedresa.

Y     como si esto no fuera bastante, denominó a un cabo, de TO­RRES, que ¡leva otro de la costa gallega y no satisfecho aún de tanta consagración, a una hermosa ensenada que por su amplitud tituló mar, la denominó de SANTO TOMÉ, nombre que lleva otra extensa ensenada que merece los honores de mar, sita en la costa pontevedresa, con la particularidad que, SANTO TOMÉ, era también el santo de advocación de la gente mareante en Galicia.

Y    siguió bautizando lugares en aquel primer viaje con denomina­ciones que llevaban otros lugares gallegos, pues en la misma isla de Santo Domingo, a otra punta la llamó SANTA, que es también salien­te de aquella costa, y a una isleta, la llamó de LAS RATAS, recor­dando, sin duda, otra isleta de la costa de Pontevedra; y a un cabo lo llamó de la SIERPE, que también tenemos en Galicia; y a otro cabo, llamó del BECERRO,, y a una pequeña isla la llamó de la CABRA, y nosotros tenemos también un islotillo llamado de CABRA; y a un río llamó de ORO y en Galicia también hay río de ORO; y a una punta la llamó SECA, y en Galicia hay otra saliente que se llama SECA; y a otra la llamó REDONDA y existe otra REDONDA en Galicia; y a un puerto o cabo lo llamó SACRO, que recuerda otro accidente notable de la costa gallega.

Y    a un puerto lo llamó FRANCO, que también pertence a la no­menclatura gallega; y a un cabo lo tituló de PRADOS, y en Galicia hay también Punta de PRADOS; y a otra punta la llamó de los CAS, y en la costa gallega hay otra que se llama de CAS.

Y    en el segundo viaje, vemos al Descubridor bautizar una punta en La Española, con el nombre de PETIS, cuando en la costa ponte­vedresa existe otra punta PETIS.

En Jamaica, llamó a un cabo CABO DEL CON, y en Pontevedra hay otro CABO DEL CON, y al otro cabo extremo de la isla, lo de­nomina del FARO, nombre que corresponde a una altura y saliente de la más pequeña de las islas Cies, en la costa de Pontevedra.

Y    al recorrer la costa sur de Cuba, a una punta la llama del Buey cuya denominación corresponde a otra situada en la costa sur de Pon­tevedra, y a otra punta la llama NEGRA, que pertenece asimismo a la costa gallega, y a un cabo, lo llama CABO DE MAR, y en la costa pontevedresa taímbién hay un CABO DE MAR; y a otro cabo lo ti­tula de CRUZ, y en Galicia existe igualmente un CABO DE CRUZ, y por último: a una saliente de la misma isla de Cuba, la bautiza con la denominación de DELFIN o GOLFIN y en la costa gallega hay otra saliente llamada del GOLFIN.

Y    aún podemos agregar que en su segundo viaje, bautizó una isla con el nombre de SAN MARTIN, que llevó nada menos que la ma­yor de las islas Cies, de la costa pontevedresa; y otra la bautizó con la denominación de SANTA MARIA LA ANTIGUA, que hemos sos­pechado fuera en honor de la parroquial de Pontevedra, que a causa

 

GALICIA TRANSPORTADA A LAS INDIAS OCCIDENTALES. Curiosa demostración de que e] almi­rante sola hacia uso de denominativos gallegos para los bautizos de su glorioso descubrimiento.

 

de obras de reedificación realizadas por entonces, empezaba a ser conocida por SANTA MARIA LA MAYOR o LA NUEVA.

Hemos de advertir que algunas de las denominaciones que cita­mos en este capítulo, no figuran en nuestro mapa o recorte de la costa gallega que publicamos, porque sería cuestión de nunca aca­bar, ai repitiendo las investigaciones, hallamos, como ocurre, nuevos tópicos que agregar a la probanza. Así por ejemplo, durante el ci­tado viaje, a una isla la llamó de SANTA CRUZ y en Galicia tene­mos también una isla de SANTA CRUZ, de la misma manera que en el primer viaje, a un paraje de indios que vio en La Española, lo llamó de RE CHE 0 por ‘lo numerosos que eran y lo apiñados que vivían. Algunos historiadores lo llaman RECREO, tergiversando como siempre, la propiedad de muchas palabras que no entendían o que eran para ellos desconocidas.

Sí del segundo viaje, pasamos al tercero, vemos que llamó a un cabo, CABO DE LA GALEA que corresponde asimismo a una salien­te de la isla Onza a la entrada de la ría de Pontevedra y que a otra punta, Ja llamó del ARENAL, y en la costa gallega hay también PUNTA DEL ARENAL^

A otra la llamó la PEÑA BLANCA, accidente geográfico que figu­ra a la entrada de la ría de Pontevedra,

Y    a un monte, lo llamó MONTE ALTO sin duda por el parecido existente con otro del mismo nombre que hay en la costa de Galicia y a una punta, la llamó de la PARED, que figura con el mismo nom­bre en las salientes de la ría pontevedresa, y a tres farallones, los denominó TRES HERMANOS sin duda por la apreciable circuns­tancia, de otros tres que en dos distintos lugares, tenemos en la costa gallega.

En el cuarto viaje, a otra punta la denominó de PRADOS que ya hemos advertido corresponde a otra saliente de la costa de Galicia y a un cabo, lo tituló de ROAS en memoria, sin duda, de otro que posee la costa de Pontevedra.

Hemos dejado de citar algunos otros tópicos que se señalan en el Capítulo correspondiente a la DEMOSTRACION GEOGRÁFICA y que figuran también en el mapa que publicamos, donde se marcan las respectivas situaciones.

Es, pues, innegable, que el Almirante reproducía en las Indias multitud de lugares de una costa que era para él sumamente conoci­da, pues no de otra manera se concibe, que pasen de cuarenta y cinco los lugares comunes.

Los que se tomen la molestia de pasar la vista por nuestra carta descriptiva, podrán observar que esa larga serie de puntas, cabos, islas, ensenadas y puertos que mencionamos, tienen una proporcional situación y se aglomeran principalmente en aquella parte de la costa que corresponde a la provincia de Pontevedra, que el Almirante quiso calcar exactamente, en los principales puntos de sus descubrimientos.

Los diarios de navegación, han desaparecido, pues a excepción he­cha del correspondiente al primer viaje, que extractó Las Casas,— en el que no cita ni con mucho el nombre de sinnúmero de islas des­cubiertas por el Almirante, y mucho menos las ensenadas, cabos, puertos, bahías, montes y ríos, — lo restante que ha llegado hasta.

 

nosotros, son noticias aisladas en mapas y alguno que otro libro y cartas marinas; pero insuficientes para reconstruir ni aproximada­mente los cuatro viajes emprendidos por Colón.

Y    si con tal carencia de noticias, podemos presentar una prueba eficiente de que fué Galicia el espejo de su cartografía ¿que no hubie­ra sido de haberse conservado los papeles de Colón, que seguramente fueron sepultados con Bobadilla en el fondo del mar7

El recorte de la costa gallega que presentamos es un testimonio irrefutable de la oriundez galiciana de Colón. Vemos perfectamente determinado, el lugar de San Salvador donde nació el Almirante y el Monasterio donde recibió su primera enseñanza, cerca de Porto San­to, donde se aparejaban las embarcaciones para las faenas de la pesca o el comercio de cabotaje. Allí inmediata, está la saliente de la Pared, de que hemos hablado y por la que sin duda discurrió mil veces en su infancia. Al frente, en la misma ría, está la punta de Placeres que se le ofrecía diariamente a la vista en sus mocedades, y la punta de Moa, que tiene una situación cercana. Allí está el puer­to de Santa María, lugar de congregación de todos los mareantes de la ría, y la parroquial, a donde acudían todos los domingos y fiestas de guardar. Allí el cabo o punta de la Lanzada, que le serviría de guía al regreso de las pesquerías o de más largos viajes por la costa. Allí la punta Aguda, que cierra con la de Lanzada la boca de la ría e inmediata, la punta de Peñas Blancas, y en el islote de la boca, la punta Galea.

¡ Cuantas veces en días de Nordeste, no se refugiaría en la ense­nada donde adelanta la punta Petís! Esa punta Petís, que aún sirve de refugio a muchos pescadores en días de mar gruesa.

En ]ugar inmediato está la punta o costa de la Vela y en la isla de San Martín, debió atracar mil veces para gozar del marinero ocio, o quizás en la del Faro próximo, cuya agreste perspectiva le brindaba lugar propicio para preparar las cazoladas de fresco besugo o pixota, sazonada con silvestre retama.

La hoy denominada Ría de Vigo, que es vecina a la de Ponteve­dra, le era igualmente conocida y así vemos que a un cabo de su interior, llamado del Con lo aplica a otro cabo de la isla Jamaica en su segundo viaje y otra punta notable de la misma ría llamada de ARROAS o ROAS, la torna como ejemplo del murmullo de sus rom­pientes para una saliente de la costa en Tierra firme, en próxima situación al río que llamó del DESASTRE.

Estas dos denominaciones son galleguísimas y no admiten ni aiín la posibilidad de las coincidencias. Fué necesario que las tomara de esta ría ya que ningún otro paraje del mundo podía proporcionarle esos tópicos. La punta de la GUIA y el puerto de Santa Marta, que en opuesta situación aparecen a la boca o entrada de la citada ría, contribuyen a afirmar el convencimiento de que Colón conocía palmo a palmo la costa de Galicia, y particularmente la que corresponde a la provincia de Pontevedra, donde como puede observarse en el mapa de nuestra demostración, se aglomeran más de veinticinco lugares cuyos denominativos fueron a enriquecer el catálogo de la primitiva cartografía de Indias.

 

GALICIA TRANSPORTADA A LAS INDIAS OCCIDENTALES. Otra demostración elocuentísima de ¡a oriundez galiciana de Cotón. Nombres Impuestos a La Española, que llevan otros tantos acci­dentes geográficos de la gallega.

 

Si del mediodía y sur de la costa gallega, nos trasladamos al norte, observamos en progresión descendente otro reguero de lugares co­munes que denotan hasta qué punto conocía el Almirante los más in­trincados repliegues de una costa tan vasta y accidentada como la gallega.

Comienza por la punta de la SIERPE. Sigue la punta SANTA y los farallones de los TRES HERMANOS. La ruta, entonces, obliga a torcer el rumbo en dirección S. O. para ofrecer a la atención del marino la punta de los CAS, y avanzando en la misma derrota, se destaca la punta del FRAILE. Sigue la costa recortándose en la misma prolongación S. 0. y una de sus puntas más avanzadas, es la de Prados, a la que sigue otra asaz notable: la punta NEGRA. Prosi­guiendo ía navegación al Sur, la costa entonces se repliega al S. E. para hallar la punta del ARENAL.

Ya en franca derrota hacia el Sur, se presenta primeramente el cabo del BECERRO y luego, el antiquísimo castro llamado de MON­TE ALTO. Aquí la costa se repliega y desciende para avanzar nue­vamente en los cabos Toriñana y Finisterre; pero antes queda la sa­liente conocida de los marinos por punta REDONDA. PUNTA SECA queda entre los dos avanzados cabos que hemos citado, y las isletas o peñascos de los ROQUES, tienen próxima situación a Finisterre. Entre este cabo y el Miñarza, está el islotillo de CABRA, y más al sur, el notable CABO CRUZ, que todavía lleva otro famoso cabo de la costa Sur de la isla de Cuba.

Pues bien; todos esos accidentes tuvieron o tienen su asiento en distintos lugares de América. Todos fueron puestos por Colón du­rante sus cuatro viajes de descubrimientos y si muchos han desapa­recido por haberse cambiado posteriormente su denominación, han quedado los suficientes datos para reconstituir aquel lejano pasado, cuando Colón, en la plenitud de su gloria, se complacía en rememorar los accidentes de su región natal, que legaba a la posteridad, escul­piéndolos en las rocas de unas tierras nuevas y maravillosas.

Si como dice Colón en su carta al escribano de ración de los Reyes Católicos, puso el noímbre de SAN SALVADOR a la primera isla en conmemoración a su Alta Majestad, es innegable que lo puso en ga­llego, porque sólo en Galicia al redentor del mundo podía denominarse de aquella manera, no habiendo sido canonizado hasta entonces nin­gún santo que llevara tan glorioso nombre; pero es indudable tam­bién que el Almirante, vió una coincidencia en su bautizo; coinciden­cia que aunaba dos grandes sentimientos: el de su religiosidad y el de su amor al terruño y que esto es cierto, lo demuestra que en ningún escrito de Colón, fuera del ya apuntado cita al Salvador del Mundo con aquella denominación. Pudo pues, bautizar la primera isla des­cubierta con el nombre de ISLA DEL REDENTOR o mejor aún eon el de SANTO CRISTO que era la corriente manifestación religiosa, y sin embargo, opta por la de SAN SALVADOR inadaptable a todas luces, porque Jesús, era algo más que santo y el apócope sólo era una modalidad característica de nuestros campesinos. En cuanto a SANTA MARIA, que sepamos, no declara que fuese expresa dedi­cación a la Santísima Virgen y de haber sido así, su respetuosa vene­ración á las grandes figuras religiosas, no le hubiese sugerido la vulgaridad de aquella seca denominación, propia de una localidad o de un templo; pero nunca en un momento de nna solemnidad, que equivalía a toda una consagración.

Por otra parte, vemos en la carta escrita al magnífico Sr. Rafael Sánchez, Tesorero de los Reyes Católicos, hablando de las gracias que deben tributarse al Redentor del Mundo por el feliz descubrimiento, que ya no lo denomina SAN SALVADOR, sino que dice: “tribute la Cristiandad gracias a NUESTRO SALVADOR JESUCRISTO. Es decir: que solamente para el bautizo de la primera isla descubierta hizo uso del apócope, puesto que ya no vuelve a significarlo de aquella manera en el copioso número de documentos conocidos.

También D. Méndez en el cuarto viaje llamó a una provincia de Cuba, del HOMO, que en gallego es HOMBRE y a un oacique, AMEI- RO, lo que sin duda no es una voz indígena, A otra provincia la llamó AZOA y llama a las hachas o mazas, MACHADASNAS, y emplea para el nial tiempo, la locución A JORNO, que Navarrete in­terpretó por A JORRO para expresar que llevaba algo a remolque, y llama a la ciudad CIBDAD, lo que denota que este confidente no era de tierra muy lejana a la del Almirante.

 

CAPITULO I

La Leyenda del “Colón Gcnovés» zurcida por el analista italiano Ca­soni, — Lo que opinaban los italianos sobre Colón en la época del descubrimiento. — El testimonio de los historiadores. — Colón era desconocido en Italin. — Historiadores italianos. — Historiadores y escritores españoles contemporáneos. — Don Fernando Colón.

La leyenda se inventó en el siglo xvm.

Fué su autor Casoni, el que escribió LOS ANALES DE GENOVA.

De este historiador genovés, ninguno de los nuestros que sepamos, se ha ocupado y los modernos, o desconocen su obra, o bien no se han tomado el trabajo de consultarla. Y sin embargo, a Casoni se debe la desdichada leyenda del Cristóbal Colón genovés.

Con anterioridad a Casoni, la vida del Almirante era completa­mente desconocida. Ni Giustiniani, ni Foglieta, ni Gallo, los contem­poráneos italianos más notables, se atrevieron a hacer afirmaciones como las que estampa Casoni en sus Anales.

Los coetáneos españoles aún fueron menos audaces.

Oviedo, Gomara, Veítia, el itali-ano Mártir de Angleria, Bartolomé de las Casas, Andrés Bernaldez, cura de los Palacios y el mismo don Fernando Colón a quien se atribuye una biografía de su padre, guar­daron sobre los extremos más importantes de su vida un prudente silencio.

Italianos y españoles se limitaron a decir que había nacido en Ge­nova, en Milán, Nervi, Cugureo o simplemente en la Liguria. Lo más que afirmaron los historiadores genoveses, fué la presunción de que tanto Colón como su padre habían sido cardadores de lana y seda.

No obstante; todos, italianos y españoles, tenían motivos para co­nocer las más importantes particularidades de su vida, porque según ya se ha indicado, unos y otros fueron coetáneos del Almirante.

Los españoles más afortunados, lo conocieron y trataron. Algunos tuvieron papeles, cartas y documentos originales en sus manos y el cura Bernaldez cuenta que lo alojó en su casa el año 1496. El Padre las Casas aún tuvo más estrecha intimidad y copió e hizo uso de mu­chos de sus apuntes y por último don Fernando, de quien podía espe­rarse una relación concienzuda de la vida de su padre, pasa como sobre ascuas sobre tan importantes extremos y toda su obra se reduce a explicar DONDE NO NACIO SU PADRE y a decirnos DE DON­DE NO DESCENDIA. Sobre el lugar en que nació y quiénes fueron sus ascendientes, nada absolutamente dice y si algo insinúa, es tan vago y simbólico, que más sirve para oscurecer los hechos que para llenarlos de claridad.

 

Casoni ya es otra cosa.

Alejado de aquéllos acontecimientos, pues escribía en el siglo xvm, sin fundamentos en que apoyar sus teorías, es un escritor audaz que no se preocupa de las contradicciones en que incurre y que se vale de todos los recursos para llegar al fin que se propone: demostrar con datos caprichosos que Cristóbal Colón tuvo su cuna en Génova.

Copiemos parte de su novela:

«La familia de los Colombo o de los Colom — dice — fué muy ho­norable en la Liguria por los hombres notables que produjo desde los tiempos mas remotos. Muy extensa por el gran número de sus indi­viduos, bien pocas son las localidades de esta provincia donde no se hayan instalado, sin contar aquellos que habitaban la ciudad de Génova”.

“Los antepasados de Cristóbal, vivían en un lugar llamado Terra Rosna, cerca de Ñervi, allí donde el terreno se repliega hacia el monte Fasce, situado entre Moconesi y Fontana Buona que da su nombre al valle donde aún se encuentra el castillo llamado “de los Colombo». Su abuelo era Juan de Quinto que vivía en el año 1440. Su padre se llamaba Domingo y era ciudadano de Génova, vecino de la parroquia de Santo Stefano. Su madre Susana Fontana Rossa, había nacido en Saulo a poca distancia de Nervi, Juntos vivieron Domingo y Susana por espacio de largos años, siendo Cristóbal el fruto primero de su matrimonio, después del cual nacieron otros dos hijos, Bartolomeo y Giacomo y por último, una hembra que fué casada con Giacomo Ba- varello. Cristóbal y Bartolomé se aplicaron al estudio con gran pro­vecho. Por espacio de algún tiempo, vivieron la casa paterna que era bastante opulenta (facoltosa) porque el padre, sin contar las propie­dades que poseía en Quinto, había adquirido dos casas en los mejores barrios de la ciudad y se ejercitaba por otra parte en la profesión de cardador de lana la que hacia tejer por su propia cuenta, siendo aquel oficio muy honrado siempre en Génova conforme a las leyes, tanto antiguas, como modernas, de la República, puesto que aún para la misma nobleza no era degradante. No obstante esto, Cristóbal y Bartolomé desdeñaron la profesión y como poseían una imaginación muy viva y despierta, siguiendo la inclinación de la juventud genove- sa de aquel tiempo, dedicaron sus preferencias a las cosas marítimas”.

“La ocasión y móvil de esta resolución, fué el entusiasmo que des­pertó la partida de una armada considerable que se reunió y salió del puerto de Génova el año 1450 favoreciendo las aspiraciones de Juan Duque de Anjou, hijo del rey de Ñapóles”. »

Con lo expuesto, basta para formarse una idea.de esta famosa vida de Cristóbal Colón, escrita por el analista genovés, tres siglos después de haberse desarrollado los acontecimientos. Ni una sola de sus afirmaciones es verídica, como podemos demostrarlo recurriendo a testimonios de más peso, y sin embargo, los más notables escritores de su época, la adoptaron como artículo de fé y desde entonces puede asegurarse que todas las generaciones que se han venido sucediendo, han aprendido primero en los colegios y después en los institutos y más tarde en cuantos trabajos literarios o histórico’?; se han dado a la estampa, esta fabulosa relación de un pasado completam-ente indocu­mentado. Henos aquí frente al DOGMA PETRIFICADO. He ahí la idolatría del libro.

Nadie que que se precie de sincero y que haya profundizado un poco los comentarios de nuestros más ilustres historiadores, no de los noveladores, convendrá con nosotros que la relación detallista de Caso­ni, es una lucubración propia de su exagerada fantasía, e impropia de un escritor que haya de estimarse como serio y verídico.

Y    lo más curioso, es que Casoni se indigna — posiblemente con Don Fernando — por haber refutado el hijo de Colón su origen geno­vés, «Las cualidades de este grande hombre — dice Casoni — refirién­dose al Almirante — y la gloria que en vida dió a Genova su patria, nos convidan a hablar un poco más extensamente de sus costumbres, de sus empresas y particularmente de su origen, que algunos autores sin reputación (d’ignobil fama) se esforzaron vanamente en represen­tar distinta a la que ha sido, puede ser con la intención malévola (per invidia) de arrebatar a la nación genovesa, la gloria singular de ha­ber producido tan excelente sujeto».

¡Y tan extensamente que habla de sus costumbres, de sus empre­sas y de su origen! Mayor lujo de detalles es imposible.

Para Casoni no hay dudas; para Casoni no hay dificultades. Todo lo ve claro a través de la luz meridiana de su optimismo patriótico, mientras sus antepasados, más honrados y conspicuos, caminaron por entre las más profundas tinieblas en persecución de una verdad que se resistía a sus porfiadas tentativas.

Difícil sería seguirlo pasa a paso en sus Anales, no disponiendo de espacio uara ello, A medida que se avanza en la lectura, los errores, las contradicciones y los lapsus calami se precipitan en el torbellino de nuevas y más notables inexactitudes. Con una temeridad que no hay ejemplo, mueve a Colón cual un polichinela para atraer la aten­ción del absorto lector. En el año 1485 nos lo presenta viajando hacia Genova, De allí lo transporta a Savona. Nos permite asistir a una entrevista que tiene con su padre, al que asigna 70 años con toda la formalidad del mundo. Nos hace ver que residió algún tiempo en Sa­vona, Después y como si todo se estuviera desarrollando en nuestros días, nos hace acompañarlo a Génova, llevando a remolque a su proge­nitor, desesperado y arruinado. Más tarde nos anuncia que sale de Génova en compañía de su hermano Diego y nos dice muy seriamente, que en el año 1486 ya residía en Lisboa.

No digamos nada de fechas de nacimiento. Con decir que unas veces señala el año 1445 para el nacimiento de Colón, otras el 1446 y otras el 1447, está dicho todo. En cuestión de dinastías, será suficiente mencionar que a Juan II de Portugal lo titula GIOVANNI PRIMO, para reconocer todo su alcance histórico. Y si es en nombres propios, bastará citar como ejemplo, el que llame EOVALDELLO a Bobadilla, que confunda a Bartolomé Perestrello y que llame al suegro de Colón, Pietro Mogniz Perestrello.

¿Pero, a qué seguir? ¿No basta lo expuesto para demostrar el fun­damento de ía leyenda?

Sí algo más debe admirarnos, es que escritores tan concienzudos como Tiraboschi, Muratori; Roselly de Lorgues, Riancey y de rechazo muchos de los nuestros que es piadoso silenciar, hayan copiado tales patrañas dejándose sugestionar por el atrayente arsenal de noticias que Casoni ha puesto a disposición del error y de la fábula.

*      * +

Apartándonos ya de que el Papa Alejandro VI en carta a los Reyes Católicos llamase a Colón DILECTO HIJO DE ESPAÑA y que en esa bula famosa de la partición del Océano, el padre de la Iglesia, lla­mase al descubridor CRISTOBAL COLON; pasando por alto otras particularidades que pudieran prestarse a interpretaciones discutibles, citaremos algunos casos de extraña ignorancia y otros de persuación no menos extraños, que denotan, no tan sólo el desconocimiento, que de la patria de Colón tenían los italianos, sino el convencimiento de otros, que afirman en documentos del más alto valor histórico, que el Des­cubridor del Nuevo Mundo era de origen español.

En una carta de Trivigiano al Almirante Dominico MalipierI, que solicitaba de su antiguo secretario, noticias relacionadas con el des­cubrimiento, Trivigiano cita distintas veces a Colón con quien mani­fiesta tener trato, y dice: “el Columbo me ha promesso”… sin ha­cer mención de su nacionalidad, y esto, cuando aquel almirante italiano se interesaba por el descubridor y el descubrimiento.

Otro italiano residente en Barcelona, nombrado Aníbal Januarius, escribía, según advierte Asensio, el día 9 de Abril de 1493 a su her­mano, que era embajador del duque de Ferrara en Milán, dándole no­ticias del descubrimiento, carta que el citado escritor estima intere­santísima por suponerla escrita en uno de ios días que mediaron entre la llegada del correo despachado en Lisboa por Cristóbal Colón, y la entrada de éste en Barcelona.

Esta carta de Januarius, parece ser que cayó en manos de Giaco­mo Trotti, caballero de Ferrara, quien deseoso de servir al duque Hércules de Este, le envió una copia de la carta en 21 del mismo mes de Abril.

Decía así, uno de los párrafos más interesantes: “Ya sabréis que el pasado mes de Agosto, estos señores Reyes a instancias de uno lla­mado Colomba…” y más adelante agrega: “el dicho Colomba ha vuelto en derechura”.

Como se vé, Trivigiano llamaba al Almirante COLUMBO y Ja­nuarius lo apellida COLOMBA, y ni uno ni otro hacen alusión a su origen, no obstante ser compatriotas.

Antes de proseguir, bueno será que copiemos lo que dice Asensio sobre el interés que despertó el descubrimiento,

“El rumor popular, comenzó como siempre a exagerar la impor­tancia del Descubrimiento. Considerábase ya a España poseedora de inmensos tesoros y la nación más poderosa del mundo. Por doquiera se difundía el deseo de tener noticias ciertas de aquellos países que la imaginación abultaba de tal manera. Se cruzaban las preguntas; se despachaban correos; las naciones se manifestaban tan ávidas de no­ticias como los individuos”

Por consiguiente: la figura del Almirante se había agigantado y si eran vehementes los deseos por conocer detalles del descubrimiento, no eran seguramente menos, conocer particularidades del Descu­bridor.

Puen bien: veamos lo que aquel caballero de Hércules de Este, ya citado, leía algunos días después sobre la personalidad de Cristóbal Colón en carta remitida por Giacomo Trotti:

‘Tilmo, Sr. mío observandísimo:

” Scripsi a di passati a la vostra extia, de quelle insole es- tranee trovata PER QUEL SPAGNUOLO navicando, li man- dai la copia de una littera, la quale me respóndete, ecta”.

No vale la pena traducir este corto texto, puesto que ya nuestros lectores habrán comprendido que Trotti, daba ya noticias más con­cretas sobre el Descubridor llamándolo ESPAÑOL. “DE AQUELLA EXTRAÑA ISLA HALLADA POR AQUEL ESPAÑOL NAVE- CANDO”.

Un italiano, de elevada posición social residente en España, que tiene íntimas relaciones con un embajador italiano, y que envía noti­cias a un político de Milán… llamando a Colón… [ESPAÑOL!

¡ Sorprendente!

Por otra parte, según nos lo advierte Olmet, escritores italianos coetáneos que se ocuparon de la vida de Colón, lo titulan PORTU­GUES y el mismo Toscanelli, lo supone lusitano.

Otro contemporáneo del descubrimiento, el capellán del rey Cató­lico, espíritu elegante, Lucio Marineo, que de Sicilia se había trasla­dado a Castilla para propagar la afición a las letras latinas, al escri­bir la “Historia de las cosas memorables de España*’, ya confundía las particularidades del descubrimiento del Nuevo Mundo, desfigu­rando el nombre maravilloso y simbólico de Cristóbal Colón, para lla­marlo… ¡PEDRO COLOMBO!

Pedro Mártir de Ansrleria, que desde 1488 residía en España y que trató y conoció al Almirante, lo llama CHRISTOPHORUS CO­LO ÑUS.

Ambiveri, Corbani, Franceschi y Peretti, no lo reconocen genovés.

Podríamos citar también al célebre explorador francés, Conde Savorgnan que lo hace portugués, y a Serpa Pinto, también famoso por sus exploraciones en Africa que lo incluye entre sus paisanos portugueses ilustres.

Otros tres notables historiadores italianos, contemporáneos del Almirante, Sabelüico, Foresti da Bergamo y A’lbertini, según nos lo advierte nuestro erudito amigo el Dr. Calzada, ni tan siquiera men­taron la patria que pudiera atribuirse a Cristóbal Colón. Escribían en 1504, 1503 y 1509 respectivamente.

Así las cosas, se armó -tal tremolina entre las pretensiones de Pla- sencia y del Piamonte que reclamaban la cuna del Almirante, que la Academia de Ciencias y Literatura de Génova, nombró en 1812 tres de sus miembros, los Sres. Serra, Carrejo y Piaggio, comisionados para que investigasen las razones que alegaban ambas localidades para reclamar la gloria de haber nacido tan ilustre hombre en su suelo.

Ya pueden suponer nuestros lectores la seeruridad que tenían los frenoveses de que Génova había sido la cuna del Almirante, cuando se decidieron a nombrar una comisión para esclarecer el asunto.

 

Cierto es que las pretensiones de Plasencia databan del año 1662, en que Pedro María Campi, en su Historia «Eclesiástica, afirmaba que Cristóbal Colón era natural de Pradello; pero los derechos del Pia- monte parece que se sostenían mejor, porque se hacía ver que un tal Dominico Colombo era señor del castillo de Cuccaro, del Montferrato, en los años que había nacido Cristóbal Colón.

Descendiente de aquel Dominico Colombo, fué Baltasar Colombo, que instituyó una demanda ante el Consejo de Indias, cuando se extin­guió la línea masculina del Almirante, y que por supuesto, no pre­valeció, puesto que fueron rechazadas sus pretensiones por aquel alto tribunal español.                            .

El mismo Don Fernando cuenta — sin duda para despistar — que después de recorrer todos los estados de la República Serenísima, al­gunos años después de la muerte de Colón, en busca de sus parientes, pasando por Cugureo o Cogoleto, trató de adquirir informes de los tíos hermanos Colombo que eran los vecinos más ricos del lugar y a los que se suponían parientes del Almirante; pero no obstante sus cien años vividos’ “no pudieron darle referencias sobre tan impor­tante asunto”. De manera que se vió obligado a declarar que no pudo averiguar dónde y como vivían sus antecesores.

En Cogoleto, la pasión por la disputa de la cuna del Almirante, llegó al punto de que no una, sino varias familias reclamaban aquella gloria y más de uno también de los reclamantes, apoyaba su pre­tensión con retratos que decían auténticos del Descubridor.

Y    todo esto no es nada comparado con el berenjenal que se armó cuando Cuccaro, Bugiasco, Albisswla, Cugureo, Palestrel-lo, Cosseria, Cogoleto, Chiavari, Terrarrosa, Finali, Nervi, Módena, Oneglia, Cal- vi, Plasencia, Pradelio, Savona, Quinto, Fontanabuona y no sé sí alguna otra localidad, pusieron el grito en el cielo para reclamar tan señalada honra.

Pues bien: nada pudo determinarse y Génova se apropió como es consiguiente, la cuna. ¡Lo había afirmado Casoni! ¡Había documen­tos que lo atestiguaban! ¡Lo había declarado el propio Descubridor en su testamento!

¡Valientes alegatos para confirmar su origen!

Claro está que el considerarlo algunos lusitano, es una mera pre­sunción ante la ignorancia en que vivían con respecto a su cuna.

Colón sentía animosidad contra Portugal y si bien él no lo ha dejado escrito, nos lo dejó su hijo, que en la Vida del héroe, páginas 61-62, Edición de Lovisa de Venecia, 1728, dice así: “Enojose tanto Cristóbal Colón contra aquella ciudad y nación (Portugal) que resol­vió marcharse a Castilla”,

Y   en la citada página 62, añade: “partió secretamente de Portu­gal a últimos del año 1484”. ..

Y    más adelante, agrega Fernando Colón: “Aunque el Almirante había perdido ya toda esperanza y se veía desdeñado, viendo el poco estímulo y concepto que encontraba en los Consejeros de sus Altezas, con todo, por el deseo que por otra parte tenía de DAR ESTA EM­PRESA A ESPAÑA, condescendió a la voluntad y ruegos del fraile, porque le parecía verdaderamente ser ahora natural de AQUELLOS REINOS por el mucho tiempo que en ellos había vivido, mientras se

 

había dedicado a su grande empresa y también por haber tenido hi­jos en ella, lo que fué causa de que hubiese rehusado las demás ofer­tas que le habían hecho otros reyes, así como lo refiere el Almirante en una carta suya a su¡5 Altezas, en la que dice: “por servir a Vues­tras Altezas no quise entenderme con Francia, ni Inglaterra, NI PORTUGAL”. Se nos antoja que todo esto no puede ser más claro.

*      * *

Daremos la primacía en el testimonio de los historiadores a los italianos que… ¡oh paradoja! son los menos elocuentes y peor in­formados.

Gallo, Giustiniani, Foglieta, Allegretti, Trivigiano,. , ¿Qué luces habéis aportado a la Historia?

No mencionaremos a los modernos, porque si los contemporáneos nada pueden afirmarnos sobre la cuna de Colón, ¿¿:ónio podrían ilus­trarnos los no coetáneos, que fueron a beber necesariamente eñ aque­llas fuentes estériles, de las que ciertamente no manaba la sabiduría?

Cuando en 1493 los embajadores Francisco Marchesi y Juan An­tonio Grimaldo regresaron a Génova llevando la noticia del descubri­miento y los antecedentes que tenían del descubridor, nadie se acuerda de CRISTOBAL COLOMBO.

En Génova nadie lo conoce ni posee antecedentes de sus padres, y se ignora donde está situada la casa que vivió el famoso cardador. ¡Se supo cuatro siglos después, cuando Marcel Staglieno llegó a de­terminar con exactitud maravillosa donde nació el Almirante, que fué en el Borgo di San Stefano, en la calle Molcento (no se menciona el número) nel primo tronco a la entrada de la avenida y a la derecha del observador, saliendo por la puerta de Santa Andrea… ¡Estos son informes y lo demás son cuentos! [Allí estaba la casa resistiendo impertérrita la acción de cuatro centurias! Para milagros, las actas notariales de Genova.

Pues bien; cuando aquellos embajadores participan la noticia a la Señoría, la Señoría, no se afecta, no repican las campanas ni se celebra una piccola festa para conmemorar tan fasto acontecimiento. Las gacetas no tienen ni un solo comentario para enaltecer al héroe, ni se hacen eco de tan estupendo suceso. No hay padres, hermanos, primos, tíos, ni sobrinos, que pongan el grito en el cielo al ver caer de las nubes semejante fortuna.

¿Dónde están Pellegrino, Giacomo Bavarello y a falta de éste, el tan discutido Pantalino? ¿Dónde la bella Bianchetina, hermana del Almirante?                       »

De Bianchetina y Pantalino podemos asegurar con los investiga­dores ^ gen oveses, que compartían su miseria allá por el año 1517. ¡Ni un triste ducado habían percibido de la herencia del Descubridor!

¿Dónde están los antecesores de los Bernard y de los Balthasar Colombo que pleitearon por la sucesión?

No dirán los impugnadores que escaseaban los Colombos en Ita­lia. Sólo con el nombre de Domingo, padre del Almirante, había uno fuera de la puerta de San Andrés, en Génova; otro, inquilino de una casa de frailes de San Esteban, de la vía Mulcento; otro, hijo de Fe-

 

rrario, en Plasencia, otro hijo de Bartolina, en Pradello; otro, de la noble casa de Cúcaro; otro, en Cogoleto; otro, hijo de Juan en Quin­to; otro, civis y habitatori en Savona; otro en Terra Rossa; otro, en Calvi, de Córcega…

Allí había hombres notables que podían dar fé de su personali­dad: Francisco Camugli, Giovanni Güilo, Tomás de Zocco, Pierre Corsaro, Ansaldo Basso, Lorenzo Costa y otros notarios que intervi­nieron en actos y contratos de Doménico Colombo. Allí había vecinos que también podían constatarlo, como eran: Antonio Rollero, Giuliano y Scampino de Caprile, Conrado de Cuneo, Juan Picasso, Luchino Cadamortori, Pizzorno y otros mil que conociendo al padre, cono­cían seguramente ai hijo.

Pues bien, en el preciso momento de la revelación, nadie sabe ni se acuerda de nada. ¡ Allí comienza y finaliza el misterio! ¡ La tierra parece haber tragado :1a dilatada genealogía del Almirante!

Pero aún hay más: Colón deja al morir al Banco de San Jorge, la décima de sus rentas a perpetuidad. ¡Y el Banco no entabla ges­tiones para reclamar la bicoca! ¡No demanda la ejecución! ¡Oh desinterés de las grasdes instituciones bancarias!

Volvamos al punto de partida.

El testimonio de Giustiniani, de Foglieta y de Gallo serán argu­mentos más que suficientes para demostrar la ignorancia de los ge­noveses sobre el origen de Colón.

Giustiniani, después de mencionar la llegada de los embajadores Marchesi y Grimaldi, que traen la asombrosa noticia del descubri­miento de un nuevo mundo y la no menos extraordinaria de que un genovés fué el autor de tan estupenda hazaña, se expresa así en un ejemplar de la primera edición de los Anales de Génova, obra impre­sa en el año 1537: “En cuanto a Colón, de pobre que era, se con­vierte en un gran señor y deja un hijo que los primeros magnates de España se disputan para casarlo con sus primogénitas. A su muerte, también se conduce como un patriota legando por testamento al Ban­co de San Jorge, la décima parte de sus rentas a perpetuidad y agre­ga que no sabe por que motivo JNTO SE HA LLEVADO A EFECTO ESE LEGADO». *

En cuanto a su origen, se limita a decir — por haberlo sabido de los embajadores Marchesi y Grimaldi — que era genovés, hijo del pueblo, de padres plebeyos y de oficio tejedor como su padre. Sólo hace la distinción de que Cristóbal lo era de seda, para distinguirlo de Doménico, que lo era de lana.

Incurre en un error de bulto al afirmar que Colón sólo tuvo un hijo y como sus conocimientos sobre el particular son limitados, se remite a Gallo que ha escrito con más amplitud la vida del Almirante.

Da por entendido al asignar a Cristóbal Colón el oficio de tejedor, que éste no se dió a la navegación hasta la edad adulta. Este otro error también notable, queda fácilmente demostrado en la carta que el Almirante dirigió a los Reyes Católicos, en la que decía: “de edad muy tierna comencé a navegar1‘.. .

No es nuestro propósito continuar la crítica, cuando ya Don Fer­nando antes que nosotros, puso de relieve1 sus inexactitudes.

En cuanto a Foglieta, el célebre Foglieta, que escribió en latín las Iliatoriae Genuensim libri duodecim, llama a Colón ciudadano genovés por el mismo motivo que Giustiniani y se remite como aquél a la au­toridad de Antonio Gallo, Secretario del Banca de San Jorge, que vivía en aquella época.

De lo que resulta: que tanto Foglieta como Giustinani, ignoraban el nombre de los padres de Colón y desconocían el lugar de su naci­miento.

Verdaderamente, Foglieta no hace otra cosa que repetir todo lo dicho por Giustiniani y dar a Colón el título de cittadino genovese.

Veamos ahora lo que dice Gallo al que con tanta prudencio, se han remitido los dos anteriores historiadores.

Gallo, el Secretario del Banco de San Jorge, que vivía según el testimonio de Foglieta en tiempos de Colón, se nos presenta todavía más confuso. Escribe esto, que más tarde repitió Senarga: CRISTO- PHORUS ET BARTHOLOMEUS GENU^E PLEBEIS ORTI PA- RENTIBUS CARMINATORES LANjE FUERUNT.

Este texto latino resulta confuso, si consideramos el genitivo, como caso, para los nombres de origen. A ciencia cierta, no sabemos si Ga­llo quiso decir: CRISTOBAL Y BARTOLOME DE GENOVA… o bien: CRISTOBAL Y BARTOLOME DE LOS ESTADOS DE GE­NOVA…

A esto hay que agregar que en otra parte lo supone lusitano.

De todas maneras, las informaciones de este escritor nada agre­gan al propósito, puesto que no dá detalle alguno sobre la familia del Almirante, no obstante haber investigado con afán, y a nuestro juicio, es todavía más oscuro que Foglieta y Giustiniani. Gallo escribía en 1515; Giustiniani en 1537 y Foglieta en 1585.

¡Y en estos historiadores se apoyan los impugnadores! ¡Contem­poráneos que no lo conocieron y que ignoraron los sucesos más vul­gares de su vida!

¿ES SUFICIENTE EL TESTIMONIO DE LOS ESCRITORES ITALIANOS?

Responda con la mano puesta -sobre los Evangelios el que leyere.

*       * «

Falta el testimonio de los españoles bastante más complicado que el de los ilustres genoveses, a los que tan fácilmente hemos podido rendir a la evidencia.

Dice Navarrete, que de acuerdo con el testimonio de los escritores coetáneo® y fidedignos, y con el auxilio de algunos otros de menor cuantía, es como debe escribirse la historia de los primeros descubri­mientos en el Nuevo Mundo; pero hace la advertencia que antes se necesita someterlos a una crítica juiciosa, y sobre todo: juzgarlos con prudente discernimiento, cotejando sus narraciones y resultados para acrisolar más y ¡más la verdad histórica, porque no todos los hombres ven las cosas de un mismo modo, ni las juzgan por -las mismas reglas. Apliquemos esto al origen de Colón y la advertencia no será vana.

Don Fernando Colón—agrega Navarrete— censura a Oviedo; el mismo Don Fernando es severamente criticado por Las Casas. A éste tampoco le han faltado sus censores y sus apologistas: unos escriben con precipitación y ligereza; otros con excesivo candor y credulidad; algunos, con una reserva artificiosa, indican lo mismo que quieren callar y varios, llevados de una exaltación maniática, reprenden cuan­to se opone a su sistema o modo de pensar. En medio de tales emba­razos y contradicciones, nada puede rectificar y dirigir el juicio del historiador, como los documentos auténticos y originales, que producto de las circunstancias del momento, están exentos de toda parcialidad y prevención y a veces, por sus consecuencias, suelen ser de mayor auxilio y autoridad, de lo que significan por su simple contenido y lectura.

Leyendo esto, cualquiera diría que Navarrete escribía para nues­tros días y nos alentaba a perseverar en una labor de rectificación cual es la que hemos emprendido.

“En uno de los >dos papeles simples que existen en el Archivo de Indias — dice el ilustre historiador —■ escritos al parecer a principios del siglo xvi, aunque sin autorización alguna, se dice que Colón era natural de Cugureo, que es un lugar cerca de la ciudad de Génova, y en el otro, se le hace natural de Cugureo o de Nervi, aldea de Génova.

“de aquí — continúa Navarrete — pudieron tomarlo Oviedo, Go­mara y Veitia, refiriendo la opinión dudosa que había en este punto».

Tenemos ya en los comienzos de nuestro trabajo, una opinión fa­vorable de este concienzudo investigador, al afirmar que los documen­tos aludidos NO ESTAN AUTORIZADOS y que Oviedo, Gomara y Veitia — a su juicio—se valieron de ellos para constatar en sus li­bros y noticias la nacionalidad de Calón. Estima también que es dudo­sa la nacionalidad atribuida al Almirante. Más adelante dice que esto parecería temeiñdad contradecirlo o dudarlo. Más claridad es im­posible y es Navarrete quien lo dice.

Continuaremos ahora por nuestra cuenta, analizando las declara­ciones de los coetáneos españoles o residentes en España, que se ocu­paron de tan importante asunto.

Pedro Mártir de Angleria, nacido en Arona, a orillas del Lago Ma­yor en Italia; el latinista de la-Corte, de la que recibió honores y pro­vechos y que cuando no es testigo presencial de los acontecimientos, es investigador diligentísimo en todo cuanto se relaciona con los des­cubrimientos y gobierno de las Indias; que recibe paquetes de cartas de los mismos capitanes descubridores y aún del propio Colón, cuyos originales tuvo a la vista, dice en su carta CXXX dirigida al caballero Juan Borromeo, conde de Arona: “Ha vuelto de los Antípodas Occi­dentales cierto Cristóbal Colón de la Liguria,..

Ahora bien; Mártir de Angleria como hemes dicho era italiano y no tan sólo apellidaba COLON en aquellos días al descubridor en lugar de COLOMBO sino que da por cierto, que es la primera vez que oye aquel apellido y por lo tanto, al decir que era de la LIGURIA no expresa una afirmación, sino que repite lo que ha oído sobre el origen del Almirante. Y como ni en sus cartas mi en sus Décadas, rec­tifica lo dicho, hemos de convenir que su declaración es tan oscura como la de Oviedo, Gomara y Veitia. Pero aún hay más: En una crónica dedicada a Iñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, en la que explica como escribió sus libros, dice Mártir de Angleria: “Desde el primer origen y designio reciente de acometer Colón esta empresa del Océano, amigos y príncipes me «estimulaban con cartas desde Roma, para que escribiera lo que había sucedido, pues estaban llenos de ad­miración por todo cuanto se relacionaba con el descubrimiento. y así, tenían ardientes deseos de saber estas cosas»… Pues bien, An­gleria sólo habla de las tierras descubiertas y “de las nuevas gentes” y no aprovecha esta coyuntura para hacer un elogio de su compatriota Cristóbal Colón. ¿Esto se concibe? Otra particularidad es la de ig­norar en Roma todo cuanto se relacionaba con el Descubridor y con su Descubrimiento.

¿Se concibe esto otro?

Bartolomé de las Casas, contemporáneo y amigo de Colón, que tuvo en sus manos muchos de sus escritos, -dice solamente: “Que le plugo a Dios elegirlo genovés de nación”; y para remachar más el clavo, agrega: “cualquiera que haya sido la localidad de aquella república en que haya nacido”. El P. Marcelino de Civezza, refiriéndose en su “Storia delle Missioni Francescane” a esta vacilación de Las Casas, confirma la incertidumbre existente sobre el lugar del nacimiento de Colón.

Es innegable que Las Casas debió poner todo su empeño en averi­guarlo y una de dos: o nunca pudo lograrlo, o el Almirante evadió astutamente el compromiso, y se limitó a decir o a repetir, lo que había oído de las versiones recogidas al azar.

La Riega dice, que se colige de la obra de Las Casas, que conocía los dos testamentos de Colón (no estamos de acuerdo) esto es: la fundación del Mayorazgo y el Codicilo de 1506 y a pesar de eso, huye de asignar a Colón la cuna de Génova, hecho que únicamente puede obedecer — continúa La Riega — a la seguridad de que era una cuna fingida, lo que se revela en la genealogía que figura en el expediente de las Ordenes Militares, pues lo mismo que Don Fernando, el P. Las Casas, se limita a decir nebulosamente que Colón era de nacionalidad genovesa “cualquiera que haya sido el pueblo en que vió la luz pri­mera”.

Hemos de advertir nosotros que si Don Fernando dijo nebulosa­mente que su padre era genovés lo desdice rotundamente en otro párrafo.

El bachiller Andrés Bernaldez,
cura de los Palacios — prosigue La Riega—amigo también de Colón, se limita a decir que era merca­der de estampas: esta es la única noticia que nos dá acerca de la vida anterior del Almirante. Se le tiene y cita como testimonio favorable a Génova, con evidente error por cierto, porque si bien en el primero de los capítulos que dedica a Colón en su “Crónica de los Reyes Cató­licos” le llama hombre de Génova, al d^r cuenta de su fallecimiento en Valladolid, afirma que era de la provincia de Milán. Esta contra­riedad revela que Bernaldez, nada pudo averiguar con x*especto a la patria y origen del Almirante, a pesar de haber sido depositario de sus papeles y haberlo hospedado en su casa en el año 1496. Medítese acerca de esta circunstancia y se comprenderá cuan singular es la ig­norancia de Bernaldez.

 

Esto es cuanto dicen sobre la patria de Colón, los principales escri­tores coetáneos.

*      * *

Falta sin embargo, la cita del más autorizado para descorrernos el velo que oculta el nacimiento de Colón. Nos referimos a su hijo Fernando.

Sus memorias sobre la vida del Almirante, fueron malamente tra­ducidas al italiano y habiéndose extraviado el original español, de aquella traducción plagada de defectos, hubo necesidad de traducirla al castellano, con bien poco cuidado por cierto.

Estas memorias, a las que fundadamente debiera darse el título de “íntimas», puesto que Don Fernando declara en su introducción, que para escribirlas recurrió a los escritos y cartas dejadas por el Almirante y a sus propios recuerdos, representan para el historiador el más valioso recurso de investigación, no tan sólo por las fuentes de información a que acudió para escribirlas, sino por la circunstancia de isu estrecho parentesco con el Descubridor.

Roselly de Lorgues, acusa al genovés Spotorno de haber sembrado la duda sobre la sinceridad del historiador mejor informado y docu­mentado de cuantos han escrito sobre Cristóbal Colón. No discutire­mos la sinceridad de Don Fernando; pero participamos de la opinión de Spotorno, al sostener que sembró la duda sobre el lugar de su na­cimiento. Casoni lo acusó de lo mismo; pero como nosotros no vaciló en rendirle homenaje de admiración y respeto.

Un escritor moderno, dice que la primera vez que abrió con la curiosidad que es fácil suponer, el libro de Don Fernando, el corazón le latió con fuerza, viendo a la cabeza del primer capítulo estas pro­metedoras palabras:

DE LA PATRIA, ORIGEN Y NOMBRE DEL ALMIRANTE CRISTOBAL COLON.

¡Vamos pues a conocer por boca de su hijo — parece que excla­mó — el lugar donde nació el Almirante!

Pero seguidamente confiesa su decepción, decepción que se acen­túa al leer el segundo capítulo titulado: QUIENES FUERON LOS PADRES DEL ALMIRANTE.

Efectivamente, nada aclara Don Ferjiando sobre tan interesantes extremos; es incuestionable que dice todo lo contrario que debiera decir.

Unicamente en el capítulo 72 incidentalmente, hablando de Barto­lomé Colón, dice así: “habiendo elegido al oriente del río, donde fué emplazada la ciudad de Santo Domingo, nombre puesto en memoria de su padre, que se llamaba Domingo’’.

De todas maneras, bueno es analizar ciertos capítulos de su obra, porque es entre todos los biógrafos e historiadores antiguos y contem­poráneos de Colón, el único que puede prestarnos un rayo de luz entre tantas tinieblas.

“Porque una de las principales cosas — dice Don Fernando — que pertenecen a todo hombre ilustre, es el conocimiento de su patria y origen y porque siempre son más considerados aquellos que nacen, en una gran ciudad y descienden de una faimilia noble, quisieran aí- gunos que yo dijera y declarase, que el Almirante procedía de sangre ilustre, aunque sus padres por caprichos de la fortuna, se vieran redu­cidos a la miseria. Quisieran igualmente que demostrase que descien­de de aquél Colón de que habla Tácito en los comienzos de su duodé­cimo libro, de aquel Colón que llevó prisionero a Roma al rey Mitrida- tes, lo que tantos honores le valió del pueblo romano. Y quisieran asimismo, que hiciera relación de los dos ilustres Colones que alcanza­ron tan señalada victoria sobre los venecianos, según escribe Sebellico. No me ocuparé de ello, porque creo que mi padre fué elegido por Nuestro Señor para llevar a cabo obra tan portentosa. Y porque ha­bía de ser un verdadero apóstol, como en efecto lo fué, quiso Dios que fuese a imitación de los otros, llamados de los mares y de los ríos y no de los castillos y de los palacios. Quiso el Señor que fuera a su imitación, que descendiera de la Santa Familia de Jerusalén y que sus antepasados fueran ignorados. De modo, que cuanto más elevada fué su persona y más dotaba de todo aquello que para hecho tan grande convenía, TANTO MENOS CIERTOS Y CONOCIDOS QUI­

SO  EL SEÑOR QUE FUERAN SU PATRIA Y ORIGEN”.

“Y es por esto, que algunos que de cierta manera piensan oscu­recer su reputación, dicen que era de NERVI, otros que de CUGU­REO y quienes de BUGIASCO, todas pequeñas villas de la ribera y vecinas de la ciudad de Génova. Otros que quieren elevarlo más, di­cen que era de SAVONA, otros de GENOVA y algunas que todavía quieren ponerlo más alto, de PLASENCIA.

En otra parte, nos dice que ignoraba muchas cosas (Capitulo IV) : ‘‘El Almirante — habla Don Fernando — conociendo todas esas cien­cias, se dedica a la navegación y comienza a hacer algunos viajes por Levante y Poniente; pero de esos viajes y de otras muchas cosas de aquellos primeros tiempos, NO TENGO SUFICIENTE CONOCI­MIENTO porque murió en una época en la que carecía yo de suficiente ánimo y familiaridad (prattica) a causa de mi respeto filial, PARA ATREVERME A INTERROGARLE SOBRE ESTE PUNTO o para hablar más francamente: ESTABA YO ENTONCES A CAUSA DE MI JUVENTUD, MUY LEJOS DE PREOCUPARME DE ESTAS COSAS…

Don Fernando al confesarnos el temor de interrogar a su padre sobre extremos tan interesantes, nos dá a entender claramente que a Colón le incomodaba todo lo que era pregunta y se refería a su pa­sado, y tiene el buen juicio de velar con una piadosa mentira, la ex­traña manía de rehuir el gran navegante toda explicación sobre los puntos más oscuros de su vida. Porque no puede ser más esplícita la contradicción, desde el momento que Don Fernando, afirma que tuvo la intención de sondear aquellos misterios; pero que no se atrevió por respeto filial a interrogarle, y después de dejar asentada esta afirmación, no pareciéndole bastante convincente, porque desde luego, es verdaderamente infantil confesar que el respeto filial, es una traba para esas cariñosas excitaciones, niega paladinamente la verdad, in­genuamente escrita, para destruirla con una disculpa impropia y fue­ra de lugar: “Estaba yo entonces a causa de mi juventud, muy lejos de preocuparme de esas cosas”…

 

Pero la contradicción todavía es más aparente, si tenemos en cuen­ta que Don Fernando en su testamento se llama HIJO DE DON CRISTOBAL COLON, GENOVES, PRIMER ALMIRANTE QUE DESCUBRIO LAS INDIAS y no obstante, ha protestado antes y ha combatido abiertamente esta afirmación, negando que hubiera nacido su padre en GENOVA, de la misma manera que protestó que hubiera sido su cuna NERVI, CUGUREO, BUGIASCO y SAVONA. Lo ha discutido con entereza y entusiasmo, censurando con pasión a los es­critores que tal han afirmado, a los que ha tildado de poco veraces y particularmente a Giustiniani, a quien hace responsable de trece erro­res advertidos en su Salterio, donde trata de los principales aconte­cimientos del descubrimiento del Nuevo Mundo.

¿Y si esto es cierto e indiscutible, puede en buena lógica ser Don Fernando, juez, en el pleito que se ventila?

Verdaderamente no; pero sus declaraciones son bastante útiles para no aprovecharnos de ellas.

Concretemos:

Don Fernando, no nos aclara, ni la patria, ni el origen, ni el ape­llido de Colón. No nos dice donde vivían sus padres y como vivían.

Sólo afirma, que tanto el Almirante como sus antecesores, habían traficado siempre en el mar (il suo trafico e del suo maggiori fu sem- pre per mar) lo que el mismo Colón confirma en una carta a la no­driza del príncipe Don Juan.

Por unas de bus citas, sólo se viene en averiguación que su padre se llamaba Domingo.

Que se desprende de su escrito que en su tiempo ya apasionaba a los historiadores el lugar de nacimiento de Cristóbal Colón y que había muchos interesados en que procediera de una familia ilustre, lo que niega rotundamente.

Que combatiendo estos extremos, su exaltación religiosa lo inclina a suponerlo descendiente del rey David de Jerusalén, haciendo bueno el simbolismo con que su padre juzga las grandezas humanas. Bien claro expresa Don, Fernando que no habrá de tomarse el trabajo de averiguar el pasado de su padre. Para él fué un apóstol, llamado por el Señor para realizar la obra portentosa del Descubrimiento. Y el Señor no fué a buscarlo a los castillos y a los palacios, (refiriéndose a Génova), sino que lo eligió como a los otros, de las humildes riberas de los mares y de los ríos, lo que sin duda había oído decir muchas veces al Almirante. Quiso que descendiera de la Santa Familia de Jerusalén PARA QUE SU PATRIA Y ORIGEN FUESEN MENOS CIERTOS Y MENOS CONOCIDOS.

Niega que Colón hubiera nacido en GENOVA, ni que viera la luz en CUGUREO, NERVI, BUSIASCO, SAVONA, etc. Todos los que han afirmado esto — dice — han querido rebajar su origen o exal­tarlo demasiado.

Dá por entendido que como los galileos que acompañaron a Jesús, su patria fué un pueblo de pescadores de una costa ignorada o poco conocida de los mares o de las márgenes de los ríos. Quizás esto que con tanta insistencia afirma según ya lo hemos indicado, lo oía de labios del Almirante siempre que por accidente se trataba de su ori­gen. Y posiblemente, de ahí nació esa incomprensible confusión en que Don Fernando incurre cuando trata de explicar con simbolismos religiosos, el origen y lugar de su nacimiento.

Por otra parte, niega enfrentándose con Giustiniani, la aserción del escritor genovés, al decir que tanto Colón como su padre Domingo, habían sido tejedores de lana o seda. Esto también lo sostiene con vigor y por lo tanto, lo funda en el convencimiento de que no existie­ron tales cardadores. No sólo el Almirante — dice — sino que tam­bién sus antecesores, traficaron siempre en el mar.

Esto es todo y es bastante.

¿Pero es posible que Don Fernando no supiera otra cosa?

Leyendo con detenimiento su libro, todo hace suponer que sí.

Y   puesto que de sus confusas conclusiones se saca la consecuencia, ¿no estamos en el derecho de suponer que Don Fernando no es todo lo verídico que fuera de desear?

Y   aún suponiendo que haya sido sincero, ¿lo ha sido ocultándonos parte de la verdad?

Porque leyendo la introducción de su libro, salta a la vista que no cumple nada de lo prometido, puesto que, después de decirnos que va a escribirnos la vida de su padre, se limita a comentar algunas parti­cularidades.

«Puedo consolarme pensando — dice — que si se hallan defectos er esta obra, no se encontrarán de aquellos que se encuentran en la ma­yoría de los historiadores, tan poco veraces e inciertos de lo que escriben”. Como ya conocemos a los escritores de que habla Don Fer­nando, todo el tinglado genovés se viene con estrépito abajo; pero es por otra parte injusto, porque él mismo incurre en tan señalado defecto.

Después de este resumen, tenemos la pretensión de haber demos­trado con relativa extensión que Colón no fué oriundo de Italia o cuando menos, que ninguno de sus coetáneos puede afirmarlo y con­vencernos de ello.

Queda por consiguiente demostrado:

1.° — Que Oviedo, Gomara y Veitia, conforme a la presunción de Na- varrte no han hecho más que copiar de unos documentos NO AUTORIZADOS la noticia de haber nacido Colón en Nervi o Cugureo.

2° — Que Pedro Mártir de Angleria, al decir que era de la Liguria, se hizo eco de un rumor propalado y que siendo italiano, no tiene ni una sola frase enaltecedora para un compatriota que había llevado a cabo tan magnífica empresa.

  1. 3.    ° — Que Bartolomé de las Casas, contemporáneo y amigo de Colón, no puede citarnos el lugar preciso de su nacimiento y que como Mártir de Angleria, incurre en la vaguedad que se observa en todos los escritores de aquel tiempo, limitándose a decir lo que ha oído por boca de la opinión pública.

4° — Que el bachiller Andrés Bernaldez, cura de los Palacios, amisto asimismo de Colón, depositario de sus papeles y que lo hospedó en su propia casa el año 1496, anda todavía más desorientado y hace gala de un desacierto incomprensible al decir unas veees que era genovés y otras de Milán, y

  1. 5.    ° — Que Don Fernando, su hijo, como ya se ha advertido, nos ex­plica DONDE NO NACIO SU PADRE y guarda silencio sobre el lugar en que nació de la misma manera que nos dice DE DONDE NO DESCIENDE para callarse todo lo relacionado con su ascendencia.

He aquí a grandes rasgos, el formidable testimonio de los HIS­TORIADORES.                .

Una vez más, requerimos la sinceridad del lector para que nos diga si los argumentos de los escritores coetáneos de Colón, nos de­muestran que el Descubridor nació en Génova.

 

CAPITULO II

La afirmativa de Colón, el Testamento apócrifo y lo que ha dado en llamarse Codicilo.— La voluntad del testador debe cumplirse. ■—

‘ Cláusulas importantísimas que no tuvieron efecto. — Reconocen su nulidad los historiadores italianos, — El verdadero Testasmen- to de Cristóbal Colón es el que debiera llevar fecha 1.° de Abril de 1502, — Demostración juridico-históiica de la invalides del que se supone otorgado el 22 de Febrero de 1498. — Cristóbal Colón “el Bastardo”. — Le disputa los derechos Don Cristóbal de Car­dona y Colón, Almirante de Aragón. — Se patentiza la falsedad del documento, — Navarrete confunde el Mayorazgo con el T es la­mento,— Invalidez que el mismo historiador advierte.

En todo testamento, la voluntad del testador debe cumplirse.

El respeto que aún a los más despreocupados, inspiran las pala­bras de un moribundo, aumentan el valor de esta consideración.

Hay en la voluntad de un testador — dice Lerminier — tanto en las palabras que se recogen de su boca expirante, como en lo que nos ordena y en lo que nos lega, un elocuente testimonio de que antes de desprendernos de los lazos que nos unen a la familia y a la sociedad, debemos establecer una postrera voluntad, para no embarazar la mar­cha y el destino de los que nos sobreviven.

Visto el testamento bajo el punto de la conveniencia moral, es la facultad de testar, un título de autoridad en el padre, un motivo de respeto en el hijo y fuente de recíprocos deberes para la familia y la sociedad.

Si la cuestión de forma, en otros actos de la vida civil, es una cuestión secundaria, en actos de última voluntad, reviste una impor­tancia excepcional para prevenir e impedir el fraude y la mala fé.

Se llama ológrafo un testamento, cuando el testador lo escribe por sí mismo, en la forma y ¿on los requisitos que fija la ley. El estamen­to es abierto, siempre que el testador manifieste su última voluntad en presencia de las personas que deben autorizar el acto, quedando enteradas de lo que en él se dispone.

No pueden ser testigos: los varones menores de edad; los que no certifiquen su calidad de vecinos; los ciegos, sordos y mudos; los que no entiendan el idioma del testador; los que no estén en su sano jui­cio; los que hayan sufrido determinadas condenas y los DEPEN­DIENTES, AMANUENSES, CRIADOS, etc., o parientes dentro del cuarto grado de consanguinidad o segundo de afinidad del notario autorizante.         _

A un testamento ológrafo uo se le dá crédito ni se le concede efi­cacia, hasta que adverado solemnemente ante un tribunal, se eleva a escritura pública y se incluye en el protocolo de un notario.

 

Para que un testamento ológrafo sea válido, deberá estar escrito en todas sus partes y firmado por el testador, con expresión del AÑO, MES y DIA en que se otorgue.

Un testamento puede carecer de valor legal, o por disposición del mismo que lo otorgó, o por disposición de las leyes que regulan el ejercicio de la testamentificación.              .

Carece de valor un testamento, aunque su autor no lo revoque, cuando no reúne los requisitos que las leyes tienen establecidas, y claro es que carece de valor, un testamento legítimamente otorgado, cuando su autor lo revoca.

En el Derecho moderno no hay más invalidaciones de testamentos, que las revocaciones y las invalidaciones. Por eso habla la ley de la renovación y de la ineficacia sohre los que se anulan. La una es obra del mismo testador, la otra es obra de la ley. Por ambas, el testa­mento otorgado, pierde toda su virtualidad.

A esto habían quedado reducidas, después de la célebre ley del tí­tulo XIX del Ordenamiento de Alcalá, todas aquellas formas distintas de invalidación que el Derecho romano había reconocido, y que según sus más fervorosos admiradores, producían testamentos nulos, testa­mentos injustos, testamentos rotos, testamentos írritos, testamentos destruidos y testamentos rescindidos.

Ocupémonos ahora de los Codicilos aún cuando sólo sea ligera­mente.                _

Las Leyes 1.», título XII, Partida 6.a, hablan de los codicilos di­ciendo que son “a manera de escritos pequeños que facen los ornes des­pués que han fecho sus testamentos para crecer o menguar o mudar algunas de las mandas que habían fecho en ellos. “El codicilo no se desata, magüer nazca después fijo a aquél que lo fizo; mas en los testamentos que se facen en escrito, al contrario, es esto: débense facer ante siete testigos que pongan y sus sellos; el primero se desata por el postrimero o se quebranta cuando nasce después fijo al face- dor de él”.

Estos ligeros apuntes jurídicos, deben tenerlos muy presentes, aquellos que nos sigan en nuestro trabajo, porque son de todo punto necesarios para comprender y reconocer la invalidez del testamento de Colón.

Se le atribuyen al Almirante:

1.0 — Un testamento — e institución mayorazga — otorgado el 22 de

Febrero del año 1498.

2.0 — Un testamento depositado en el Monasterio de las Cuevas de

Sevilla, al que declaró Colón que se remitíaen la Cláusula primera del Codicilo de 1506. La Cláusula está expresada a.si: “una ordenanza e mayorazgo de mis bienes e de lo que enton­ces me par es ció que cumplía a mi ánima e al servicio de Dio.s* eterno, e honra mía e de mis sucesores; la cual escritura dejé en el monesterio de las Cuevas de Sevilla’’ a Fray Don Gas­par, con otras mis escrituras e privilegios e cartas que tengo del Rey e de la Reina nuestros Señores”.

3.0 — Un codicilo que fué otorgado la víspera de su muerte, o sea el

19 de Mayo de 1506, ante el escribano del rey Pedro de Hiño- jedo y varios testigos convocados a su ruego.

 

Veamos ahora la validez de estos documentos.

El testamento o institución mayorazga No. 1, al que se fija ]a fecha del 22 de Febrero de 1498, es el documento más precioso para la causa de Génova, puesto que en él expresa el Almirante estas famo­sas afirmaciones: DE GENOVA SALI Y EN ELLA NACI.

Las cláusulas o disposiciones más interesantes que contiene, son:

  1. a       — Instituye por heredero a Don Diego, su primer hijo y en su de­

fecto a Don Fernando y en defecto de éste, a Don Bartolomé y a Don Diego sus hermanos.

  1. a       — Explica todo lo concerniente al título que han de tomar sus

sucesores, de igual manera que determina las rentas que lega a favor de su hijo Don Fernando y de Bartolomé, su hermano.

“Porque en el pricipio que yo ordené este mayorazgo, te­nía pensado de distribuir, que Don Diego mi hijo o cualquier otra persona que le heredase, distribuyan de la décima parte de la renta en diezmo y conmemoración del Eterno Dios Todo­poderoso, en personas necesitadas, para esto agora digo, que por ir y que vaya adelante mi intención y para que su Alta Majestad me ayude a mí… etc.

Porque es curiosa e incomprensible la distribución del diez­mo, copiamos esta otra: «que lo hayan las personas de mi li­naje, en descuento del dicho diezmo, los que más necesitados fueren y más menester lo hobieren»…

Y   todavía agrega: “que el diezmo de toda esta renta, se dé y hayan las personas de mi linaje más necesitadas, que estovieren aquí o en cualquier otra parte del mundo, a donde las envíen a buscar con diligencia”…

  1. a       — Este diezmo tan traído y llevado debía ser sacado de la cuarta

parte del millón de la renta que debía percibir Don Bartolomé.

  1. a—Ordena             a su hijo Don Diego «o a la persona que heredare el dicho mayorazgo, que tenga y sostenga siempre en la ciudad de Génova una persona de su linaje que tenga allí casa e mu- ger, e le ordene renta con que pueda vivir honestamente, como persona tan allegada a su linaje y haga pié y raíz en la dicha ciudad como natural della, porque podrá haber de la dicha ciu­dad ayuda e favor en las cosas de menester suyo, pues que DE ELLA SALI Y EN ELLA NACI.
  2. »       — Que para llevar a cabo la conquista de Jerusalén — cosa que

llegó a ser una verdadera obsesión para el Almirante” — el dicho Don Diego o (quien herede el dicho mayorazgo, envíe por vía de cambios, o por cualquier manera que él pudiere, todo el dinero de la renta que él ahorrase del dicho mayoraz­go y haga comprar dellos en su nombre o de su heredero, una compras que dicen LOGOS, que tiene el Oficio de San Jorge, los cuales rentan el seis por ciento y son dineros muy seguros»…

  1. »       — Dispone también que el dicho Don Diego o la persona que here­

dare o estoviere en .posesión del dicho mayorazgo, que de la cuarta parte que yo dije arriba de que se ha de distribuir el diezmo de toda la renta, que al tiempo que Don Bartolomé y sus herederos tuvieren ahorrados los dos cuentos o parte de ellos y que se hovieren de distribuir algo del diezmo en nues­tros pariente-^ ¿que «1 y las dos ipersonas que con él fueren nuestros parientes, deban distribuir y gastar ESTE DIEZMO en casar mozas de nuestro linaje que lo hobieren menester y hacer cuanto favor pudieren”,..

Combatir ciertos contrasentidos de estos principales capítulos y estudiar la grafología de este documento, resultaría una tarea larga y enojosa. Por lo tanto, nos limitaremos a refutar la validez del do­cumento, que es nuestros principal objeto.

Hemos dicho: “Que en todo testamento, la voluntad del testador debe cumplirse”: Pues bien; ninguna de las disposiciones de este testamento tuvieron efecto.

También advertimos “que considerado el testamento bajo el punto de vista de la conveniencia moral, es la facultad de testar, un título de autoridad en el padre, un motivo de respeto en el hijo y fuente de recíprocos deberes para la familia y la sociedad”. En este caso, el padre exigió el cumplimiento; pero el hijo no lo respetó, ni la familia ni la sociedad reconocieron su valimiento.

Asimismo hemos expuesto: “Que si la cuestión de forma en otros actos de la vida civil, es una cuestión secundaria en actos de última voluntad, reviste una importancia excepcional para prevenir e im­pedir el fraude y la mala fé. Y como en este testamento, la cuestión de forma es su principal defecto, y carece de los principales requisi­tos para considerarlo auténtico, nosotros eomo tal lo repudiamos.

Advertimos también que “a un testamento ológrafo no se le dá crédito ni se le concede eficacia, si dentro del tiempo que determinan las leyes, no se eleva a escritura pública, y se incluye en el protocolo de un notario”. Y el testamento de Colón, contra todas las disposi­ciones civiles de su tiempo, aparece SETENTA AÑOS después de su muerte, en manos de los interesados en un pleito y sin el visto bueno del notario.

Manifestamos animismo: «Que para que sea válido un testamento ológrafo, debe estar escrito y firmado por el testador, con expresión de año, mes y día en que se otorgue. Pues bien, este testamento e institución mayorazga de Colón NO ESTA ESCRITO DE MANO DEL ALMIRANTE, NO CONTIENE SU FIRMA, NI LLEVA LA CONSTANCIA DEL DIA, DEL MES Y DEL AÑO en que fue otorgado.

Por lo tanto: Carece de valor legal, porque no reúne los requisitos de las leyes, establecidas antes y después, y jurídicamente, es inad­misible: es una invalidación perfecta.

De ser auténtico —NO EL TESTAMENTO — sino el Codicilo, el Almirante ya lo había revocado al expresar en su primera cláusula “que en el año 1502 había hecho una ORDENANZA y MAYORAZGO de sus bienes, que depositó en el Monasterio de las Cuevas de Sevilla a cargo de Fray Don Gaspar, juntamente con otras escrituras suyas y SUS PRIVILEGIOS, es decir: los documentos de más valor y más estimación de Colón. En su consecuencia, no siendo, como no fué, un CODICILO lo que depositó en aquel Monasterio, sino UNA ORDE­NANZA Y MAYORAZGO DE SUS BIENES, aquél primero al que se atribuye como fecha de otorgamiento el 22 de Febrero de 1498, queda legalmente descartado de las pruebas.

Pero aún hay otro argumento incontestable, para declarar NO NULO sino APOCRIFO el Testamento de 1498. Y esto, demostrado por el mismo codicilo que se estima como auténtico.

En la Colección Diplomática, se contiene una declaración del no­tario real Pedro de Hinojedo, a propósito del testamento ológrafo puesto en sus manos por Cristóbal Colón, la víspera de su muerte y en los momentos de redactar el llamado codicilo o íea el 19 de Mayo de 150G.

El notario real se expresa así: “Tenía en sus manos un escrito que nos entregó y dijo: “QUE EL TENIA ESCRITO DE SU MANO E LETRA UN ESCRITO—nue ante mí el dicho escribano presentó

—  E QUE DIJO QUE ESTABA ESCRITO DE SU MANO E LE­TRA E FIRMADO DE SU NOMBRE”,

Salta pues a la vista, que Colón sabía, que un testamento ológrafo, debía estar escrito de la propia mano del testador y firmado con su nombre, puesto que él mismo lo declara.

Pero la nulidad de ese documento o testamento, aparecido SE­TENTA AÑOS después de su muerte con motivo de un pleito enta­blado y que es precisamente en el cual aparece la tan traída y llevada afirmativa de GENOVA SALI y EN ELLA NACI, queda demostra­da y plenamente, con otra afirmativa del notario del rey, puesto que dice VIO UN ESCRITO REDACTADO DE SU MANO Y FIRMA­DO y la institución mavorazga de 1498, NO TAN SOLO NO ESTA ESCRITA DE MANO DEL ALMIRANTE Y CARECE DE FIRMA, SINO QUE TAMPOCO EXPRESA EL DIA, MES Y AÑO que exige la ley para que un testamento ológrafo sea válido.

Dejamos a juicio del lector responder a esta pregunta: ¿EL PRE­CIOSO ORIGINAL — como vulgarmente es llamado — conocido tam­bién por INSTITUCION MAYORAZGA Y TESTAMENTO DE CO­LON, es un documento VALIDO y AUTENTICO?

Y   a mayor abundamiento y por si no fueran suficientes las consi­deraciones expuestas, vamos a señalar otra razón de peso que por sí sola es bastante para repudiar el documento.

Siendo como es, esa institución mayorazga, la comprobación más eficiente para reconocer el origen genovés del Almirante, es de supo­ner que los biógrafos y escritores italianos, consideraran ese docu­mento como la piedra angular del reconocimiento genovés de Cristó­bal Colón.

Pues bien: Napioni, a pesar de todo lo manifestado en 1805 que puede llamarse “dudas imprecisas”, después de leída la Historia de Don Fernando, conviene que ese documento “confeccionado” en oca­sión de un proceso, es absolutamente falso.

Monseñor Luis Colombo, dice: “que ese testamento, único docu­mento donde Colón afirma haber nacido en Génova, NO FUE PRE­SENTADO NI CONOCIDO — según ya lo hemos advertido nosotros

—  SINO DESPUES DE SETENTA AÑOS DE HABER FALLECI­DO EL ALMIRANTE y que por lo tanto, no merece atención alguna, puesto que la República de las Letras ya lo ha declarado APOCRIFO.

El P, Spotorno, que por su exaltado genovismo, no podrá ser cier­tamente tildado de sospechoso, porque ha defendido con un tesón digno de mejor causa el origen genovés del Almirante, viendo que

 

Campí, el barón Vernazza y otros notables escritores italianos, hablar, declarado ese documento sin valor, escribe lo siguiente: «Nada digo del Codicilo ni del Testamento de Colón, porque ya otros los han de­clarado falsos”. Y más adelante, añade: ‘‘El testamento en cuestión no pudo tener efecto, porque el testador había declarado que se re­mitía al de fecha 1.° de Abril de 1502, depositado en el Monasterio de las Cuevas de Sevilla”.

Por algo en una obra inédita de gran márito que cita Fernández Duro, dícese: “que por adular a ciertos grandes, que no miraban con buenos ojos el favor dei Descubridor de la Corte, se escribieron al­gunos tratadillos DANDO PRISA EN LLAMARLE GENOVES”.

¿A qué citar más testimonios? Si los mismos italianos rechazan la prueba, ¿a qué insistir en un punto que, a nuestro juicio, no tiene discusión?

Antes de ocuparnos de los restantes documentos, conviene advertir que la importancia dada a este testamento, sobre todo por los escri­tores españoles, no tiene explicación posible.

Sólo una arbitriaría testarudez, una ofuscación incomprensible o nna desconcertante ignorancia, contribuyeron a que prevaleciese en­gaño tan manifiesto.

El mismo Cesáreo Fernández Duro que critica al abate Peretti, diciendo que no conocía bastante a las dos autoridades españolas “Don Fernando Colón” y “El Padre Las Casas” y que afirma que aquel escritor para impugnar estos extremos debió servirse de tra­ducciones infieles o inexactas, no puede destruir—digámoslo con franqueza — la juiciosa crítica de aquél eclesiástico.

-Pues bien; Fernández Duro, conviene, que la debatida cuestión del pueblo en que vino al mundo Cristóbal Colón, está juzgada en España desde su principio, por fé cumplida en la declaración de quien mejor podía resolver las dudas. SIENDO YO NACIDO EN GENOVA — dijo —VINE A SERVIR AQUI EN CASTILLA. Si un escritor de la talla de Fernández Duro hace estas afirmaciones, fruto al parecer de un maduro convencimiento AUNQUE SIN PRUEBAS ¿qué po­dría esperarse de otros menos capacitados para sondear tan difíciles cuestiones?

Esta nuestra probanza quedaría incompleta si no citáramos a Don MARTIN FERNANDEZ DE NAVARRETE que dijo: QUE PARE­CERIA CONTRARIEDAD, DUDAR O CONTRADECIR el origen del Almirante. Este notabilísimo escritor advierte que en el númei’o CXXVI de la Colección Diplomática ha insertado el testamento que otorgó Don Cristóbal Colón en 22 de Febrero de 1498 y en el cual se contiene la institución de su mayorazgo. En una nota puesta a este documento dice QUE RESULTARIA MAYOR COMPROBA­CION Y AUTORIDAD A ESTA ESCRITURA, que trata —añade

—  de los impresos que existen en el gran pleito sobre la sucesión y derechos del ducado de Veragua y en otras partes, en los registros del Real Archivo de Simancas y habla de LAGUNAS CONTENIDAS EN SU PRINCIPIO. Refiriéndose después al libro de Registros del Sello Real de la Corte, agrega que por el mencionado registro SE SUPLEN LOS HUECOS O LAGUNAS QUE TIENE ESTE DOCUMENTO”…

¡Ya conocemos las lagunas de que nos habla Navarrete!

 

A todo lo dicho, puede agregarse que Don Fernando el Historiador, no vió ni conoció este documento, no tan sólo porque de él no hace men­ción, sino porque de haberlo conocido NO HUBIERA AFIRMADO que su padre NO HABIA NACIDO EN GENOVA.

¿Habrá necesidad de aportar más razones para tildar de APO­CRIFO tal documento?

¡ Pues allá vá otra!

En ese testamento TAN PRECIOSO hay una cláusula que dice así:

“Don Diego mi hijo o cualquier otro que herede este Mayorazgo, después de haber heredado y estar en posesión dello, firme de mí Ar­ma, la cual agora acostumbro, que es una X con una S encima, y una M con una A romana encima, y encima della una S y después una Y griega con una S encima con sus rayas y vírgulas, como yo agora fago, y se parecerá por mis firmas, de las cuales se hallarán muchas

Y   POR ESTA PARECERA».

Es decir, que pone como modelo su antefirma simbólica para vali­dez de los actos y el documento carece de firma? ¡Estupendo!

Son bastantes las cartas autógrafas que se conservan del Almiran­te y en todas puede observarse esa firma de iniciales, peculiarísima, de igual manera que todos esos escritos llevan la correspondiente fecha, ¿Y es posible creer que en el único documento que ABSOLU­TAMENTE necesitaba una firma, sea justamente el que carece de tan importante formalidad? Quince son las cartas autógrafas halladas por Navarrete en el Archivo del Duque de Veragua y en todas ellas la antefirma simbólica y firma a que tanta importancia daba el des­cubridor, se observan con la siguiente colocación:

.S.

.S.   A .S.

X. M. Y.

Xpo FERENS.

Después de esta crítica tan imparcíal como rigurosa, pasemos a los restantes documentos.

El testamento u ORDENANZA Y MAYORAZGO como lo llama el mismo Almirante, de fecha l.D de Abril de 1S02, que con los PRI­VILEGIOS y otros documentos de suma importancia, depositó en el Monasterio de las Cuevas NO APARECE POR NINGUNA PARTE. ¡ Claro! como que fué el mismo a que dió validez la víspera de su muerte.

Ya aclararemos el asunto oportunamente.

Por lo que respecta al llamado CODICILO, ya es otra cosa. En él intervino el notario del rey Pedro de Hinojedo y entre los testigos figuraron Bartolomé Fieschi, uno de los más consecuentes amigos de Colón; el bachiler Andrés Mirueña y los CRIADOS del Almirante, Alvaro Pérez, Juan de Espinosa, Andrés y Fernando Vargas, Fran­cisco Manuel y Fernán Martínez. Estando postrado en el lecho Cris­tóbal Colón, con la inteligencia muy cabal y clara, todos presenciaron el otorgamiento del testamento. El Almirante confirmó y ratificó el testamento hecho anteriormente “que él tenía escrito de su mano e letra” y lo mostró a todos, haciendo entrega de él a Pedro de Hinojedo,

 

para que cumpliera cuanto allí disponía y aquella se tuviese por SU ULTIMA Y POSTRERA VOLUNTAD.

Aquí hay que suponer juiciosamente, que sí lo recibió Hinojedo, tuvo que ser legalizado e incluido en el protocolo de su notaría. Coma la famosa institución mayorazga de 1498 ha quedado descartada, pues­to que NO ESTABA ESCRITA POR MANO DEL ALMIRANTE, FECHADA NI FIRMADA, hay que suponer se refiere al SEGUNDO testamento de 1.° de Abril de 1502 y por lo tanto, ya había sido retira­do por Colón de manos de Fray Gaspar, que lo guardaba en el Monas­terio de las Cuevas, según lo hemos apuntado.

Sería inútil seguir aportando pruebas para demostrar que Cristó­bal Colón NO NACIO EN GENOVA y por lo tanto que jamás pudo decir: DE ELLA SALI Y EN ELLA’NACI.

Pero como conceptuamos indispensable destruir un falso certifi­cado de tanta monta, necesariamente hemos de insistir y a eso re­sueltamente vamos.

=s * *

“Después que se hubo extinguido la posteridad masculina del Vi- rey de las Indias, en la persona de su niato el Almirante Don Luis Colón, que murió desterrado en Orán, su hijo natural el joven Don Cristóbal, se presentó como heredero de sus derechos, pretendiendo que el fundador del mayorazgo, había excluido formalmente de la sucesión a las mujeres, las cuales no podrían heredar, sino por falta absoluta de todo pariente varón”.

Para eliminarlo de la sucesión, “se objetaba su cualidad de bas­tardo”,

Pero “el pretendiente sostenía, que según la intención del funda­dor, debía preferírsele a las hembras, no obstante la irregularidad de su nacimiento”.

Ahora bien; para hacer prevalecer estos derechos, tanto el preten­diente como sus consejeros, tenían que probar que Don Fernando, el segundo hijo del Almirante y de Beatriz de Enríquez^—que había sido eventualmente declarado heredero de los privilegios de su pa­dre— era también hijo ilegítimo del Descubridor.

Este Cristóbal, bastardo, se acogía en consecuencia a las disposi­ciones de lo que ha dado en llamarse Codicilo — no del testamento apócrifo de 1498, que entonces aún no era conocido—documento que expresaba lo siguiente: “Yo constituí a mi caro hijo Don Diego, por heredero de todos mis bienes y oficios que tengo de juro y heredad, de que hice en el Mayorazgo, e non habiendo él, fijo varón heredero, que herede Don Bartolomé mi hermano por la misma guisa, e por ]a mis­ma guisa, si no tuviese hijo heredero varón, que herede otro mi her­mano; que se entienda así, DE UNO A OTRO EL PARIENTE MAS ALLEGADO A MI LINEA, y esto sea para siempre. E no herede mujer, salvo si no faltase. NO SE FALLAR HOMBRE e si esto acesciese, sea la mujer más allegada a mi línea”.

¡Qué poderoso estímulo — dice Lorgues — era aquél mayorazgo con sus títulos y rentas! ¡Qué magnífico cebo y cuán pingües honorarios para los procuradores! ¡Con qué entusiasmo emprenderían su tarea!

 

¡Cuántas investigaciones practicarían en Córdoba, Valladolid, Sevi­lla, etc.! No obstante; después de tantos esfuerzos, no lograron nin­gún resultado; perdieron el tiempo 7 el trabajo. No pudo darse con un solo documento, con un solo rastro de escritura… que sirviera de indicio para aclarar la bastardía.

Todo quedaba reducido a la cláusula del Codicilo que ya conocemos y a otra que trataba de Doña Beatriz de Enriquez.

En vano es que se aporten testigos a la causa. Esta, por falta material de pruebas parece condenada a no prosperar.

Pero de pronto, interviene una personalidad tan importante como imponente, dice el ya citado escritor. Es el Almirante de Aragón, Don Cristóbal de Cardona y Colón. Preséntase ante el Tribunal, represen­tando a su madre Doña María de Colón, primogénita del hijo mayor del Descubridor del Nuevo Mundo.

Y   es entonces cuando aparece en escena eí famoso TESTAMEN­TO apócrifo, que nos dice Navarrete “traslada de los impresos que existen en el gran pleito sobre la sucesión y derecho al ducado de Veragua”.

Antes de proseguir, veamos lo que dice el Padre Marcelino Civezza sobre tan manoseado documento.

Civezza descubrió en los archivos de Médicis, en Florencia, un do­cumento curioso: una carta confidencial, escrita después de algunos años de terminado el resonante pleito. Esta carta va dirigida al Gran Duque, por su encargado de negocios en España. Refiere los rumores del día, relativos al original del TESTAMENTO de Cristóbal Colón, que el procurador del Almirante de Aragón, Don Cristóbal de Cardona y Colón, acaba de restituir. Esos rumores, según el encargado de ne­gocios de los Médicis, sembraban alguna confusión, comparado este TESTAMENTO con el CODICILO fecha 25 de Agosto de 1505.

Y  ese documento que parecía sembrar confusión, y que Navarrete estima como original, carece también de FIRMA y de FECHA.

Salió pues a luz este documento tan sospechoso, en ocasión de un pleito en que las partes interesadas, trataban de adquirir pruebas para destruirse mutuamente.

Hasta entonces, ¡oh manes de la indiferencia! no había sido co­nocido.

¡Y cosa rara! ¡Era más favorable para los herederos, que las mandas estampadas en el Codicilo!

Más tarde, surge una nueva disputa entre los herederos de Colón; pero ya entonces los documentos no tienen eficacia. El testamento repudiado como prueba en el primer pleito, ya no sirve como argu­mento. Queda relegado al montón de papeles inútiles.

Pero vamos a cuentas. ¿Qué perseguía el Almirante de Aragón, Don Cristóbal de Cardona y Colón, queriendo anular los derechos del bastardo Cristóbal?

Sencillamente recabar para su madre Doña María de Colón, pri­mogénita del mayorazgo del Almirante, los beneficios del Mayorazgo y de la herencia.

Ya hemos visto que el Cristóbal pleiteante, alegaba y sostenía, que según la intención del fundador, debía ser preferido a las hem­bras, aún siendo de nacimiento ilegítimo.

 

Y   a esto, Don Cristóbal de Cardona y Colón, presenta el famoso documento apócrifo, por el que los derechos que se discutían, corres­pondían por entero a su madre.

Prueba al canto.

En este falso testamento y Mayorazgo, hay la siguiente cláusula:

“Que en caso de extinción de heredero varón en su línea directa, de no existir un pariente de NACIMIENTO LEGITIMO, cuyo pa­dre y antecesores se hayan llamado siempre Colón, herede la hem­bra más próxima, con tal que sea de sangre legítima.

¡ Ni escrita a propósito para Doña María de Colón, la madre del Almirante de Aragón, Don Cristóbal Cardona!

Dice, además, DE COLON, que era como se titulan ya las hem­bras de este apellido.

En el mismo falso testamento, se excluye formalmente de la suce­sión al mayorazgo a todo heredero QUE NO SEA HIJO LEGITIMO.

¡Como llovido del Cielo contra el Cristóbal ILEGITIMO que dis­putaba Mayorazgo y herencia ]’

Y   que contra este pobre bastardo iba toda la enjundia del docu­mento, se demuestra en el siguiente párrafo de otra cláusula del tes­tamento aprócrifo:                –

“Y si se fallase que fuesen contra él en cosa que toque y sea con­tra su honra y contra acrecentamiento de mi linaje o del dicho Mayo­razgo, en dicho o en fecho, POR LO CUAL PARECIESE FUESE ESCANDALO Y ABATIMIENTO DE MI LINAJE Y MENOSCA­BO del dicho Mayorazgo, o cualquiera de ellos, QUE ESTE NO HAYA DENDE EN ADELANTE COSA ALGUNA’’… (Se refería al hijo del padre desterrado en Orán, cuyos escándalos hicieron época).

Como se vé, previendo el caso que los tribunales dieran la razón al bastardo, quedaba otra soga a que agarrarse y pié para otro pleito, porque según esta disposición, había que DESHEREDAR al hombre que no era legítimo, y que trajera fama de escándalo.

Pero lo más difícil, era hacer valer la legalidad de este falso docu­mento, y para ello no se omitieron recomendaciones.

Es. algo verdaderamente increíble y que probablemente hizo son­reír a aquellos dignos magistrados, como hará reír ahora a todo aquel que su intransigencia no haya vuelto ciego.

En este testamento apócrifo, Colón disponía que el Papa exco­mulgase a todo aquel que no acatase sus disposiciones o las disforma se.

Pedía igualmente a los Reyes Católicos, al príncipe Don Juan, su primogénito y a cuantos le sucedieren, que no consintieran “que se disformara aquel compromiso de mayorazgo”. ..

Como se vé, también se lo pedía al príncipe Don Juan.

Según Navarrete este Testamento apócrifo fué hecho ante notario el 22 de Febrero del año 1498. ¡Y el príncipe Don Juan había exha­lado el último aliento el 4 de Octubre de 1497!; particularidad que ya fué observada por La Riega,

¡Oh milagro de los documentos indiscutibles!

Pero aún decía más: Pedía que SIN PLEITO, NI DEMANDA, NI DILACION el Privilegio y Testamento “VALGA Y SE CUM­PLA”.

 

Y   para atar todos los cabos, lo pedía a los Grandes Señores del Reino, a los del Consejo de los Reyes y ¡oh extremada precaución! a TODOS LOS QUE TENGAN O TUVIEREN CARGO DE JUS­TICIA O DE REGIMIENTO. A estos últimos, sobre todo, pedía y encarecía (textual) QUE LES PLEGA DE NO CONSENTIR QUE ESTA MI ORDENACION E TESTAMENTO SEA SIN VI­GOR Y VIRTUD, Y SE CUMPLA COMO ESTA ORDENADO POR

MI…….. QUE NO SE LE QUEBRANTE EN COSA ALGUNA NI

EN PARTE NI EN TODO.

Verdaderamente, no podía hacerse mayor hincapié para que el documento fuese reconocido como válido; pero los señores del tribu­nal, ni temieron la excomunión ni la recomendación real, ni la suges­tiva súplica a ellos dirigida, y ni aún prestaron atención al docu­mento, demostrando con su proceder, que tenían mejor olfato y vista que el investigador Navarrete, puesto que el pleito continuó con más ahinco que antes.

Por último, hacía Colón esta advertencia final: “Mando a Don Diego, mi hijo, Y A QUIEN HEREDARE EL DICHO MAYORAZ­GO, que cada vez y cuantas veces se hobiere de confesar, que pri­mero muestre este compromiso, o el traslado de él, a su confesor, y le ruegue que lo lea todo, porque tenga razón de examinar sobre el cumplimiento de él y sea causa de mucho bien y descanso de su ánima”.

Con decir que el tal documento contiene más de SEIS MIL PALA­BRAS y que por aquellos tiempos era costumbre confesarse todos los días, o cuando menos un día sí o un día no, comprenderán nuestros lectores lo que significaba aquella cláusula final y cuanto fué el buen humor del encargado de confeccionar aquel tan extravagante do­cumento.

A no ser porque tan ilustres personalidades afirmaron su validez, sería cuestión de no tratar más del asunto; pero desgraciadamente se ha tomado tan en serio el particular del TESTAMENTO, que bien a nuestro pesar tendremos que seguir desmenuzando el aborto de la testificación documental, si tratamos de hacer prevalecer la tesis que defendemos.  .

Veamos ahora como repartía el Almirante la totalidad de la ren­ta, que según las capitulaciones del testamento apócrifo, se componía: “del diezmo de todo lo que en el Almirantazgo se fallase e hobiese e rentase, y asimismo la octava parte de las tierras, y todas las otras cosas, e el salario que es razón llevar por los Oficios de Almirante, Visorey y Gobernador, y con todos los otros derechos pertenecientes a los dichos oficios, ansí como todo más largamente se contiene en este mi privilegio y capitulación que de sus Altezas tengo”. Esto, como se ve, estaba redactado por un Almirante muy interesado en determi­nar las prerrogativas.                                                                                                       .

Colón, legaba por el testamento apócrifo:

DOS PARTES de CUATRO a su primogénito Don Diego.

UNA PARTE a su hermano Don Bartolomé, incluido el décimo de la totalidad de la renta, destinada a sus parientes más necesitados.

UNA PARTE, también de las cuatro de la totalidad de la renta a su segundo hijo Don Fernando.

Don Diego, hermano del Almirante, nada percibía; pero Colón de­jaba al cuidado de su primogénito el sostenimiento del eclesiástico.

Las disposiciones de lo que se ha dado en llamar CODICILO, eran:

A Don Diego, su primogénito: SIETE PARTES de DIEZ.

Otras DOS PARTES, las distribuía así:

DOS PARTES DISTRIBUIDAS EN TREINTA Y CINCO FRACCIONES.

VEINTISIETE FRACCIONES para su segundo hijo Don Fer­nando.

CINCO FRACCIONES para su hermano Don Bartolomé (el Ade­lantado).

TRES FRACCIONES para su hermano el Eclesiástico.

UNA PARTE DE LAS DIEZ DE LA TOTALIDAD para repar­tir entre los parientes más necesitados.

Disponía pues, y en uso de un legítimo derecho, de la TERCIA tomando como base para los réditos capitalizados de un año, la suma de CUATRO MILLONES.

Y   constituía un segundo vínculo para su hijo Don Fernando.

Consúltense los pormenores del testamento apócrifo, con los del Codicilo o testamento confirmado el 25 de Agosto de 1505, y dígase­nos si no estamos autorizados para considerar un disparate, el do­cumento que Navarrete estima como legítimo, otorgado en 22 de Fe­brero de 1498.

Copiemos ahora la advertencia que el Almirante hace en el Co­dicilo :

«Cuando partí de España, el año de quinientos e dos, yo fice una ordenanza e mayorazgo de mis bienes, e de lo que entonces me pareció que cumplía a mi ánima e al servicio de Dios Eterno, e honra mía e de mis sucesores; la cual escritura deje en el monasterio de las Cue­vas de Sevilla, a Fray D. Gaspar con otras mis escrituras e mis pri­vilegios, e cartas que tengo del Rey e de la Reina, nuestros Señores. La cual ordenanza apruebo y confirmo por esta, la cual yo escribo a mayor cumplimiento e declaración de mi intención. La cual mando que se cumpla ansí como aquí declaro e se contiene, que lo que se cum­pliera por ésta, no se faga nada por la otra, porque no sea dos ^eces”.

Es decir: que no hubo tal Codicilo, puesto que Colón afirma en lo que se estima por tal, que ES COPIA ESCRITA DE SU PUÑO Y LETRA de la ORDENANZA E MAYORAZGO DE SUS BIENES que hizo cuando partió de España el año quinientos e dos.

O lo que es igual: se limitó a copiar la ORDENANZA Y MAYO­RAZGO DE SUS BIENES cuyo original dejó en poder de Fray Gas­par Gorricio en el monasterio de las Cuevas, todo lo cual confirma y manda que se cumpla por la segunda escritura legalizada PARA QUE NO SEA DOS VECES.

Bien claro lo dice: “LA CUAL YO ESCRIBO A MAYOR CUM­PLIMIENTO Y DECLARACION DE MI INTENCION. Obsérvese que dice: “LA CUAL YO ESCRIBO”.

Este testamento y mayorazgo de sus bienes, no es, como se vé, aquel de que habla Navarrete y que señala como otorgado por Colón en 22 de Febrero de 1498, confirmado por los reyes en el año 1501.

Cualquiera poco versado en documentos, reconocerá que, una escri­tura que el autor añrma haber escrito el año 1502, no podía ser con­firmada por los reyes en el año 1501.

Vamos a enfrentarnos ahora con Navarrete.

El documento hallado por el ilustre investigador, es una copia de autorización real de un mayorazgo, e intercalada en esta copia, la lla­mada Institución Mayorazga de Colón.

Esa institución mayorazga o escritura, fué sacada — según expre­sión de Navarrete — de unos impresos que se conservaban de los au­tos del pleito sobre la sucesión al ducado de Veragua.

Nuestros lectores ya conocen el TESTAMENTO que el Almirante de Aragón, Don Cristóbal de Cardona y Colón, presentó para hacer valer los derechos de su madre Doña María de Colón.

No es justo ni sincero ese notable escritor, al otorgar el título de legítimos a aquellos papeles 0a s°la afirmación que hace de ser legíti­mos, ya denota una duda), puesto que él mismo afirma, que resultaría mayor comprobación y AUTORIDAD, de los registros del Eeal Ar­chivo de Simancas. Reconoce también el ilustre historiador, que el documento tiene ALGUNAS LAGUNAS en su principio y que los HUECOS Y LAGUNAS, se llenaron con las noticias halladas en el libro de Registros del Sello Real de Corte.

El libro de Registros que habla Navarrete, corresponde al mes de Septiembre de 1501 y resulta por sus notas, que los reyes Católicos, estando en Granada, confirmaron la institución de Mayorazgo hecha por Colón a consecuencia de la facultad real que para ello tuvo, por la cual se le expidió carta real de privilegio, despachada por confir­madores en la misma ciudad a 28 del expresado mes y año, firmada de sus nombres y refrendada por Fernán Alvarez de Toledo — Secre­tario — y Gonzalo de Baeza — Contador — del Rey y de la Reina.

Fué pues, por este registro real, donde se obtuvieron los datos para afirmar que fué en la muy noble ciudad de Sevilla, jueves, en veitidos días del mes de Febrero, año del nascimiento de nuestro Sal­vador JesucHto de mil e cuatrocientos noventa y ocho años. .. que en presencia de Martín Rodríguez, escribano público de dicha ciudad y de los escribanos de Sevilla que a ello fueron presentes, que el dicho Almirante, presentó ante los dichos escribanos, una carta de licencia PARA QUE PUDIESE FACER MAYORAZGO DEL REY E DE LA REINA NUESTROS SEÑORES, escrita en papel e firmada de sus reales nombres y sellada con su sello a las espaldas, etc.”

Hasta ahora, sólo vemos una autorización real para fundar MA­YORAZGO.

Ahora bien: en la Confirmación real del Mayorazgo que cita Na- varrete (Regist. del Sello de Corte de Simancas) dice este documento: “Vimos una escritura de Mayorazgo que vos D. Cristóbal Colón, nues­tro Almirante del Mar Océano, e nuestro visorey e gobernador de las iflas e Tierra firme descubiertas e por descubrir en el Mar Océano, ficistes en virtud de nuestra carta de licencia, firmada de nuestros nombres, en ella inserta, ESCRITA EN PERGAMINO E FIRMADA DE VUESTRO NOMBRE E SIGNADA DE ESCRIBANO PUBLI­CO”

A primera vista tal cúmulo de citas parecen de una realidad abru­madora.

Confesamos que tuvimos necesidad de leer muchas veces, antes de investigar, para cerciorarnos que no estábamos equivocados.

Por de pronto, el documento que citan los reyes ERA ESCRITO EN PERGAMINO, FIRMADO DE SU NOMBRE Y SIGNADO POR ESCRIBANO PUBLICO v lo que halló Navarrete, ERA PAPEL SIN FIRMA Y SIN FECHA Y SIN LEGALIZACION NOTARIAL.

Hubo pues, una escritura de Mayorazgo, puesto que los reyes en su aprobación, dicen: “POR TANTO MANDAMOS, E ES NUES­TRA MERCED E VOLUNTAD, QUE PUEDA GOZAR E GOCE EL DICHO DON DIEGO, VUESTRO HIJO, DEL MAYORAZGO, e los demás a él llamados que en él sucediesen, con todas las dichas cláusulas, e todas disposiciones, ordenaciones, e todas las otras cosas en él contenidas e especificadas”…

Seguimos viendo solamente un MAYORAZGO.

Entonces, no es un TESTAMENTO. Es sencillamente una vincu­lación de bienes raíces y derechos civiles. El derecho de suceder en los bienes dejados, bajo condición que se conserven perpetuamente ín­tegros en la familia y que se defieran por orden sucesivo al primogé­nito próximo.

Debiendo tener presente, que por su naturaleza SON INDIVISI­BLES, de acuerdo con la Ley final, título XXXIII, Part. 7.»

Y   lo que dicen los reyes sobre “cláusulas, disposiciones, ordenacio­nes e todas las otras cosas en él contenidas e especificadas»… son fórmulas que regían en los tiempos -de los reyes Católicos.

Para que otro de los hijos de Colón, pudiera disfrutar de un SE­GUNDO MAYORAZGO, tenía necesidad el Almirante, de fundar un nuevo vínculo, conforme aparece en el CODICILO que ya conocen nuestros lectores. Y para esto las Leyes también disponían que fuera por TESTAMENTO, puesto que más tarde por la Partida 27 se man­dó: “que cuando el padre o la madre, mejoraren alguno de sus hijos c descendientes legítimos en el TERCIO de sus bienes en TESTA­MENTO o en otra cualquiera última voluntad, o por contrato entre vivos, que le pueda poner el gravamen que quisiere, así de restitución como de fideicomiso, e facer en el dicho TERCIO LOS VINCULOS, e submisiones, e sustituciones que quisieren, con tanto que lo fagan entre sus descendientes e legítimos”…

Esto, en cuanto al TERCIO que podía reservarse el que constituía un MAYORAZGO, porque siendo el MAYORAZGO una yjstitución sobre bienes raíces, y derechos vinculados, los monarcas legislaban así: “E mandamos que en todo ello suceda el que fuera llamado il Mayorazgo, con los vínculos e condiciones en el Mayorazgo contenidas, sin que sea obligado a dar parte alguna de la estimación o valor de los dichos edificios a las mujeres del que los fizo, ni a sus fijos, ni a sus herederos ni sucesores”… (L. 46. que es la 6.», título 7, libro 5 de la Recopilación).

Es decir: que la mujer de Colón, no podía percibir nada por con­cepto de Mayorazgo, ni Don Fernando, ni OTROS HEREDEROS ni SUCESORES, ateniéndonos al espíritu de la Ley.

Por lo tanto, mal podía Colón hacer reparticiones y mandas en su Mayorazgo.

Además, no solamente se amplió por las Leyes de Toro, la facul­tad de vincular bienes raíces, sino que se declaró que las obras y me­joras que se hicieran en los mayorazgos, debían tenerse igualmente por vinculadas.

Pues bien; el error de Navarrete, procede de titular TESTAMEN­TO a un VINCULO DE MAYORAZGO.

Para establecer el MAYORAZGO, se necesitaba licencia real. Para otorgar un testamento, era bastante la PROPIA FACUL­TAD DE TESTAR.

Los reyes Católicos dieron licencia real a Cristóbal Colón para fundar UN VINCULO y una vez reconocido, OTORGO TESTA­MENTO o lo que pudiéramos llamar el TESTAMENTO SEGUNDO VINCULO.

Reasumiendo:

Del TESTAMENTO, no tenemos noticias.

Del MAYORAZGO y ORDENANZA, sí; por el CODICILO SE­GUNDO VINCULO.

Por eso fué, que cuando partió de España, el año 1502, hizo UNA ORDENANZA Y MAYORAZGO DE SUS BIENES.

El escribano público, Pedro de Hinojedo, que intervino en la lega­lización de su última disposición testamentaria, no dice que lo que presentó fuese un MAYORAZGO.

Dice… uno una, sino distintas veces: TESTAMENTO:

Dice Hinojedo:

“estando enfermo de su cuerpo, dijo que por cuanto él tenía fecho

SU TESTAMENTO por ante escribano público”……….

“agora retificaba y retifica el dicho testamento, e lo aprueba,

cctEi **

“e agora, añadiendo el dicho SU TESTAMENTO”……….

“e para cumplir el dicho SU TESTAMENTO que él tenía”……………

“nombró por sus TESTAMENTARIOS e complidores de su áni­ma”

“para que todos ellos tres cumplan SU TESTAMENTO, e todo lo

en él contenido”…….

“e todas las mandas e legatos e obsequias en él contenidas”…….

Y   ahora, dice Colón:

“Cuando partí de España, el año de quinientos e dos, yo fice una ORDENANZA E MAYORAZGO DE MIS BIENES”

Y   en el párrafo siguiente:

“Yo constituí a mi caro fijo Don Diego por heredero de todos mis bienes e oficios que tengo de juro y heredad, de que hice en el MA­YORAZGO”…

Lo que presentó pues Colón, a Hinojedo, fué un TESTAMENTO. Esto es indiscutible, porque de otra manera, diría UN MAYORAZGO

Y   TESTAMENTO y el MAYORAZGO no lo cita para nada.

Colón, por otra parte, habla de UNA ORDENANZA Y MAYO­RAZGO DE SUS BIENES y aparte: DEL MAYORAZGO CONS­TITUIDO A FAVOR DE SU HIJO DIEGO.

Que son dos cosas distintas.

Pero queda ahora un punto confuso que aclarar.

Colón dice, que cuando partió de España, el año 502, hizo UNA ORDENANZA Y MAYORAZGO DE SUS BIENES.

A primera vista, parece que Colón se refiere al principal MAYO­RAZGO que no puede ser, de acuerdo con las noticias de Navarrete y las pruebas documentales que aporta.

Porque si el Almirante había establecido un vínculo en su primo­génito, no podía legalmente, hacer con posterioridad, otro MAYO­RAZGO DE BIENES.

Analizadas sus palabras, resulta que Colón hizo el año 1502 UNA ORDENANZA Y SEGUNDO VINCULO DE SUS BIENES, porque, de acuerdo con las leyes entonces vigentes en Castilla, Colón dispo­nía de la TERCIA, según quedó promulgado más tarde en las Leyes de Toro. Entonces Colón se expresa bien al decir, que en el año 1502 había hecho UNA ORDENANZA Y MAYORAZGO DE SUS BIE­NES, esto es; de los bienes que le correspondían, después de estable­cido el MAYORAZGO. Y tan cierto es esto, que para esta ORDE­NANZA y MAYORAZGO DE SUS BIENES no necesitó la autori­zación real, puesto que le bastó la legalización notarial. Disponía, pues, de la TERCIA que tenía necesidad de hacer constar en TES­TAMENTO para mejorar a su segundo hijo.

Y   es por eso que Hinojedo, llama a aquel documento TESTA­MENTO y no cita para nada el MAYORAZGO ni hace alusión a la confirmación real, ni a la cédula de los reyes, cual era de rigor ha­cerlo en un documento público.

Y   es por eso también que Colón hace un distingo entre la Insti­tución Mayorazga y la ORDENANZA Y MAYORAZGO DE SUS BIENES, puesto que la Ley le autorizaba para que de la TERCERA pudiera instituir un nuevo VINCULO a favor de su hijo Fernando POR MEDIO DE TESTAMENTO y dotar a sus hermanos, de acuer­do asimismo con la Ley, que le autorizaba a hacer submisiones e sus­tituciones, incluso entre sus parientes.

Por eso en lo -que se ha dado en llamar CODICILO se ajusta en un todo a las leyes de su tiempo.

Este CODICILO, en realidad no ha sido tal, conforme ya lo he­mos apuntado; pero vamos a apoyarnos en Roselly de Lorgues que en este punto, conviene en un todo con nuestro criterio.

Dice así Lorgues:

“Afirmamos que Cristóbal Colón “NO HIZO NINGUNA DISPO­SICION TESTAMENTARIA la víspera de su muerte”.

“CERTIFICAMOS: que el Codicilo definitivo y regular (léase TESTAMENTO) que se supone hecho la víspera de su muerte, o sea el 19 de Mayo de 1506, contaba ya más de cuatro años de fecha”.

“La última disposición testamentaria de Colón — dice Lorgues, que es también de los que creen en el testamento apócrifo — DOCUMEN­TO ESCRITO DE SU PROPIO PUÑO, fechado el l.u de Abril de 1502 y depositado en la Celda del Reverendo Padre Gaspar Gorricio, de la Cartuja de las Cuevas, antes de la partida del Almirante para su último viaje, fué confirmado en todas sus partes después de su vuelta, conforme lo declara el mismo. En prueba de SU CONSTAN­TE VOLUNTAD, lo reprodujo Colón DE PUÑO PROPIO el 25 de

Agosto de 1505, Solamente cuando conoció el Almirante que llegaba su fin, quiso darle un carácter legal, depositándolo, según las formas prescritas, en manos del notario de la Corte, Pedro de Hinojedo, escri­bano de la Eeal Cámara, verificándolo el día 19 de Mayo de 1506”.

De todo lo cual se desprende;

Que Colón instituyó — de acuerdo con las noticias de Navarete — un MAYORAZGO en su primogénito.

Que otorgó un testamento, fundando otro vínculo a favor de su segundo hijo Fernando, de acuerdo con la TERCIA que le concedían las leyes para beneficiarlo o mejorarlo, y dotar al propio tiempo a sus hermanos Don Bartolomé y Don Diego.

Y     que la víspera de su muerte, dió validez a este TESTAMENTO VINCULO, ante notario y con asistencia de testigos.

A esto queda reducida la prueba documental.

Erró Navarrete, llamando TESTAMENTO al Mayorazgo, por no consultar las Leyes y desconocer la Historia de los Vínculos y Mayo­razgos y de este error, participaron todos los biógrafos de Colón que siguieron sus huellas.

La notoria falsedad de intercalar en la Confirmación Real del Ma­yorazgo de Colón, un documento apócrifo como es el engendro de la mezcolanza de mayorazgo y testamento del 22 de Febrero de 1498, que­da sobradamente demostrada con todo lo apuntado.

Este insigne error de Navarrete, que confió en documentos cuya invalidez él mismo advierte, ha sido la causa de que se afirmara el convencimiento de que el Almirante, había nacido en Génova, y es tiempo ya que la razón se imponga y de que se eliminen de las prue­bas contrarías a la tesis de Colón Español, falsedades tan notables, ■como son entre otras, ese increíble documento que, tanto en lo jurídico como en lo histórico, es un perfecto contrasentido. (1)

<1)       OBRAS CONSULTADAS PARA ESTE CAPITULO

Discursos críticos sobre las Leyes y sus intérpretes. (Castro).

Ordenamiento de Ale ahí .

Fuero Viejo de Castilla. (Notas por A aso y Manuel).

España Sagrado. (P. Florea,)

Anales de Aragón. (Zurita).

Historia Compostrciana.

Fuero de Sepúlvedn, (Juan de la Reguera),                                                                            ‘

Anales de Sevilla. (Ortiz de Zúñíga).

Anotaciones a las Leyes de España. (Padilla).

Crónica de Idés Iíeyes Católicos. (Hernando de[ Pulgar).

Apuntes de la Biblioteca Española Económico-Política. (Articulo de Gaspar de Pona). Disertación Histórieo-Jurldiua. (Ant. Robles Vives).                                    –

Historia de los Vínculos y Mayorazgos, [Juan Sempere y Guarinos) 2> edición. Comentarlo a las Leyes de la Desvinc alació ti. (Joaquín F. Pacheco) 3.a– edición. Comentario al Decreto do 4 do Noviembre de 1838. — Recursos de nulidad, (Joaquín Francisco Pacheco), 3,11 edición.

Reseña Historien del Derecho do Ultramar. (Antonio Prudencio López).

Registro de Legislación Ultramarina. (José Haría Zamora y Coronado)..

Recopilación de Leyes de los liemos de Indias- (Mandada imprimir por el Rey Don Car­los II). _ ^    ^

Biblioteca de Legisl ación Ultra marina. (José María Zamora y Coronado).

Notas de la Crónica deL rey Don Pedro. (Pedro López de Ayala).

 

© Biblioteca Nacional de España

 

CAPITULO III

La genealogía de Cogoleto y la genealogía gallega.—La tradición y las pruebas arqueológicas. — Grafología.— Psicología.—Fisio­logía. — La Carabela “La Gallega”. — Otros navios gallegos. — La extraña predilección del Almirante.

DEMOSTRACIONES GENERALES

Indudablemente, La Riega, al sentir el chispazo del convencimien­to, se dejó arrebatar por las impresiones que, agolpadas, confundie­ron su espíritu.

El hallazgo de los documentos fué la revelación. Ante ellos, sin precipitaciones y excitaciones, debió el insigne gallego meditar lar­gamente.

Intentar la reconstitución de una genealogía es empresa dificilí­sima; pero 110 imposible. Con menos elementos de los que existen en Pontevedra, se estableció la de Cogoleto y sin embargo, aducen más fundamentos que toda-s las actas juntas de Génova.

Esta genealogía de Cogoleto, parte de Manuel Colombo, que se supone un tal Manuello de la Lombardía refugiado en la Liguria, juntamente con Enrico Colombo, los cuales se mencionan en un regis­tro notarial del año 1355 y citan en el Abecedario de Federico Fede- flci, manuscrito existente en uno de los archivos genoveses.

A Manuel, se le dá por descendiente a Enrico Colombo de Cogoleto.

Por la sola razón de figurar estos dos nombres en un índice de notario, se ha considerado suficiente para establecer la rama genea­lógica.

A Enrico Colombo, sigue Giovanni Colombo, fallecido en el año 1450.   _

Después de Giovanni Colombo o de Quinto, sigue Doménico Co­lombo de Cogoleto, del que se dice, que su firma figura al pie del tes­tamento que él mismo dicta de viva voz durante una grave enferme­dad el día 23 de Agosto de 1449, ante el notario Agustino Chiodo.

Este Doménico Colombo, es pues, el padre del Almirante. A Do­ménico se le atribuye por esposa a María de Giuste, originaria de Lorca. Cuatro hijos se hacen descender de este matrimonio: Barto­lomé, Cristóbal, Diego y Nicoletta.

De Nicoletta no se tienen datos; de Cristóbal, dicen que se cita en una carta del Senado de Génova a Gambattista Doria de fecha 7 de Noviembre de 1586. De Bartolomé y Diego, no hay tampoco indicios documentales. Mucho después aparecen en la genealogía de Bartolo-

nié, como descendientes: Tomás, Bernardo y Pedro, como pretendien­tes al mayorazgo en el año 1578.

Y   con esta genealogía, cuyos otros extremos omitimos, se presen­taron a los tribunales españoles en causa que fué resuelta por el Con­sejo de Indias el 2 de Diciembre de 1608, denegando el derecho, por considerar extinguida la línea, masculina de Cristóbal, y en cuanto al Adelantado, por no haber antecedentes de que hubiera dejado ningún hijo reconocido o legítimo.

Ahora bien: de los documentos hallados en Pontevedra, puede for­marse una genealogía de la rama paterna del Almirante, como pro­bablemente no exista otra.

De la materna, no podemos decir lo mismo. La circunstancia de hallar La Riega entre los papeles, el apellido Fonterosa, lo ilusionó hasta el punto de adoptarlo como legítimo sin otras pruebas, que ex­presar en gallego, lo mismo que expresa el italiano de los documentos de Génova.

Otra particularidad indujo a La Riega a creerlo así, como fué el hecho de hallar ambos apellidos en un documento, asociados en deter­minados negocios.                                                                    . .

A nuestro juicio, la equivocación más notable que sufrió La Riega, fué la de obsesionarse con la atracción de este apellido, que no ha sido tampoco el del Almirante, pues ya está demostrado que Susana Fon­tana Rossa, de las actas de Génova, no pudo ser madre del descubri­dor. Fué un fenómeno de espejismo experimentado por La Riega, en que el sentido, exaltado, es más fuerte que la razón.

Por otra parte, una vez localizada la línea masculina de Colón, las investigaciones deben continuar para hallar la femenina, en la segu­ridad que la incógnita no habrá de ofrecer grandes dificultades para ia solución.

Precisamente por esto, La Riega supone que la familia del Almi­rante, pudo haber emigrado a Italia, cuando lo más cierto, es que nunca haya abandonado la tierra natal. Una hipótesis mal fundadav suele causar daños irreparables y desvirtuar por completo una teoría, que asentada sobre más sólidas bases, resultaría irrefutable e incon­testable.

De aquel error, se derivó otro, de más extrañas consecuencias. Los apellidos Fonterosa, cayeron bajo la escrutadora mirada de La Riega acompañados de nombres judaicos y supuso naturalmente, que la Susana gallega, que por otra parte no existe en los documentos pon- tevedreses, fuese de origen judío.

Siguiendo ya esa pista equivocada, La Riega fundó la ocultación del origen de Colón, en el hecho de la persecución que sufrían los des­cendientes de Israel, aunque el decreto de expulsión no se hubiera lle­vado a cabo hasta el año 1492, cuando en realidad el Descubridor, sólo persiguió con el crédito y consideración agena, abrirse paso a través de los prejuicios, y con la aureola de genovés, disfrutar de las franquicias que el rey Don Alfonso X había mandado guardar a los cónsules, mercaderes y demás hombres súbditos de la Señoría de Génova.

En prueba que los genoveses tuvieron siempre en España grande acogida y estimación — dice Navarrete — y que por lo mismo frecuen­

 

taban sus costas, mercados y ferias, de lo que resultó que se avecin­daran en todos tiempos en España, lo prueban los privilegios que se les dispensaron. Y cita más de cuarenta, desde el rey San Fernando hasta los reyes Católicos.

A los genoveses no tan sólo se les concedían notables privilegios, sino que hasta se les amparaba muchas veces contra las operaciones fiscales de los empleados de las rentas reales, y contra los arrendata­rios de algunas de ellas, y se les concedía asimismo exención de alo­jamiento y otros servicios penosos.

Siendo así, solamente con esta carta de naturaleza, podía inten­tarse llegar hasta las gradas del trono, para que fuesen acogidos con interés unos proyectos, que en boca de un gallego, hubieran tenido triste y fatal remate en un manicomio.

Colón lanzó la especie de su genovismo y quizás también la sos­tuvo hasta después de realizada su famosa hazaña. No mantuvo la afirmativa personalmente; fué algo impreciso echado al viento, como lo demuestra que unos lo tuvieron por genovés, otros por milanés, otros por bugiasquense y otros por savonense, etc. El nunca lo afir­mó — si se exceptúa el testimonio apócrifo — y solamente cuando te­mió por los suyos o se vió perseguido por sus enemigos, fué cuando insinuó algo a manera de advertencia; pero de una manera muy ve­lada, Es más, no creemos engañarnos, al asegurar que la reina Isa­bel y quizás el mismo Fernando, conocieran la procedencia del Almi­rante. También tenemos la persuasión que, para Deza, Gorricio y algún otro, su origen no fué un misterio.

Estamos asimismo convencidos, que antes de ofrecer las primicias del descubrimiento al rey Don Juan II de Portugal, propuso su plan a los reyes Católicos, como se desprende de una carta del Papa a los monarcas.

Volviendo a los comienzos de nuestro asunto, aun cuando el señor Otero considere empresa imposible formar una genealogía del Almi­rante con los documentos existentes en Pontevedra, vamos nosotros a iniciarla desde el momento que contamos con bases más sólidas y abundantes que las que copia Marmochi, de Cogoleto.

En los documentos de Pontevedra, existen:

Un Bartolomé Colón, que aparece en una minuta notarial, fecha 28 de Noviembre de 1428.

Un Domingo Colón o de Colón, llamado “el Viejo”, que figura en una escritura de compra de casa y terreno. Este documento lleva fe­cha 24 de Septiembre de 1435.

Un Domingo Colón o de Colón, llamado “el Mozo” — padre del Al­mirante— a que se hace alusión en un contrato y aunque la fecha sólo deja- conocer estas cifras 1^.4 del año, como muy bien dice La Riega, a juzgar por la letra y la filigrana del papel, que representa el medio cuerpo anterior de un ciervo; después de los cotejos consi­guientes, se saca la conclusión que pertenece a los años comprendidos entre 1446 y 1456.                                _ _

Una Blanca de Colón, cuyo nombre se halló en un minutario de 97 hojas en folio, del notario Alfonso Eans Jacob. El documento lleva fecha 19 de Enero de 1434. Esta Blanca de Colón había ya fallecido en aquel año y había sido casada con un tal Alfonso de Soutelo.

 

Una María Colón aparece también en un minutaric y escritura de venta de un terreno, que ileva fecha 11 de Agosto de 1434, casada con Juan de Viana, moradores de Pontevedra. Esta María si es la que también figura en el primer documento, debió contraer segundas nup­cias, pues en el minutario donde también se cita a Bartolomé Colón y que tiene fecha 4 de Agosto de 1440, aparece casada con Juan Ossorio.

Un Alfonso o Antonio de Colón, patrón o maestre de un barco, que se cita como deudor de un pequeño impuesto sobre el tráfico cos­tero, se consigna en un cuaderno de cuentas y visitas de la Cofradía de Marineros de San Miguel, de Pontevedra.

Un Cristobo de Colón, aparece entre diversos documentos de un cartulario. Este documento corresponde al 14 de Octubre de 149ü. Es una escritura de aforamiento por el Consejo, a María Alonso, de un terreno cercano a la puerta y torre de Santa María, en el que se señala como uno de los límites, la heredad de Cristobo de Colón.

Un Juan de. Colón, que se menciona en una curiosa escritura, per­teneciente a un archivo notarial de fecha 11 de Octubre de 1518. A este Juan de Colón, lo afianzan Juan Nepto y Juan de Padrón, por no se sabe qué delito; pero que debía ser de cierta importancia, puesto que se requirió a los afianzantes, a obligarse no tan sólo con sus per­sonas, sino que también con sus muebles y raíces y pago de 3,000 ma­ravedís, pares de blancas.

Este Juan de Colón, debe ser el mismo que aparece casado con Constanza de Colón, en un contrato de aforamiento de la huerta y heredad de Andurique, hecho en 13 de Octubre de 1519 por el mo­nasterio de Poyo.

Es indudablemente también, el que en unión de Juan de Nepto, levantó una capilla en la iglesia de Santa María, que citaremos entre la* pruebas arqueológicas.

La Riega anota, que la huerta y heredad de Andurique, están en el lugar de Porto Santo, feligresía de San Salvador de Poyo, siendo muy probable que la familia Colón, haya sido desde antigua fecha, arrendataria de la finca expresada, convirtiéndose Juan de Colón a virtud del aforamiento, en propietario del dominio útil de la misma. Acaso este Juan de Colón, habiendo obtenido ganancias y hecho aho­rros por su profesión de mareante, quizás practicada en América, pudo concertarse con la comunidad benedictina, para la adquisición definitiva de la misma.

Nosotros podríamos agregar, que ese ACASO de La Riega huelga, porque en aquellos tiempos el hecho de donar una capilla a una igle­sia, representa ya una posición por demás desahogada.

Y   por último: Jácome o Diego — según La Riega — era también vulgar y usual en aquella época.

¡Ya hubieran querido los de Cogoleto, semejantes testimonios, an­tes de entablar el pleito de que salieron tan mal parados!!

Para formar la genealogía, claro está que hay que establecer fe­chas de nacimiento para los principales actores, y ya que estas no podemos hallarlas en los minutarios y cartularios emplearemos las deducciones para el objeto.

Y   planteamos los siguientes orígenes:

BARTOLOME DE COLON, nació sobre el año 1353.

 

DOMINGO DE COLON (EL VIEJO) sobre el de 1385. DOMINGO DE COLON (EL MOZO) sobre el de 1412.

Hijos de Bartolomé de Colón, fueron:

Blanca de Colón (nacida sobre el año 1382).

Domingo de Colón (el Viejo), sobre el año 1385.

María de Colón, sobre el año 1390,

Hijos de Domingo de Colón (el Viejo), fueron:

Domingo de Colón (el Mozo), que probablemente nació el año 1412. Pedro de Colón (residente en Córdoba el año 14S9), por lo que puede atribuírsele como el de nacimiento, el año 1415.

Cristobo de Colón (cuyo nacimiento no puede precisarse).

Hijos de Domingo de Colón (el Mozo), fueron:

Cristóbal Colón (el Descubridor), que nació el año 1436. Bartolomé Colón (el Adelantado), que nació el año 1440.

Diego Colón (el eclesiástico), que nació el año 1446.

Hijo de Cristobo de Colón, hermano de Domingo (el Mozo), lo fué probablemente:

Antonio de Colón (coetáneo del Almirante).

Hijos de Cristóbal Colón (el Descubridor), lo fueron:

Diego Colón.

Fernando Colón.

De Bartolomé Colón (el Adelantado), se cita una hija ilegítima, llamada María.

Don Diego Colón (el Eclesiástico), murió sin sucesión.

Hijo de Antonio de Colón, patrón o maestre de barco que formó parte en una de las expediciones del Almirante, lo fué:

Juan de Colón (a quien se debe la capilla de la iglesia de Santa María, casado con Constanza de Colón).

No hemos querido hacer más larga esta genealogía, que aún po­dríamos dilatarla por parte de los hijos del Descubridor, hasta la extinción de la línea masculina, porque son ya demasiado conocidos los datos existentes.

Resulta por lo tanto, una genealogía más completa que la de Cogo­leto, habiéndonos limitado a la paterna, y si bien reconocemos que por parte del apellido Colón hemos ido hasta donde nos lo han permitido las conjeturas; no podemos decir otro tanto de la línea femenina, que entendemos debe ser motivo de una nueva investigación en los archi­vos pontevedreses.

Y  ahora nos preguntamos: ¿Con esta genealogía de familia más o menos perfecta, la Academia de la Historia no puede tomarla en con­sideración, para dar un dictamen favorable o adverso?

¿Qué pruebas son las que se exigen entonces, para reivindicar una injusticia?

¿No son bastantes las apuntadas?

LA TRADICION Y LAS PRUEBAS ARQUEOLOGICAS

_ El doctor Rodríguez en su libro también titulado COLON ESPA­ÑOL, dice lo que sigue:

“Ya indicamos que el gobernador Don Luis Tur hizo una informa­ción popular, llamando a los más ancianos de Porto Santo y sus inmediaciones, para recoger verbalmente la tradición, muy extendida y continuada a través de las generaciones, de que en una casita en rui­nas de aquel lugar vivió el Almirante”. Poco valdría este argumento, si fuese solo; pero debemos hacer constar por detalles arquitectónicos..

 

entre otros una piedra ladronera o matacan que corona la cresta de la pared y otra igual caída entre los escombros, que la arquitectura es del siglo xv. Aún más curioso es el crucero que existe enfrente, cuya parte superior es, indudablemente, de la época, y en cuyo basamento leyeron algunos polígrafos el nombre de Colón”.

“Acerca de estos indicios, controvertidos como todo cuanto a este asunto se refiere, posee el continuador de la obra de La Riega, Don Prudencio Otero, datos importantes, entre otros, los que se refieren a la trasmisión de la propiedad de dicha casa”.

“Pero, si esto de la casa y el crucero, no tienen un valor del todo probatorio, porque alguien dijo que manos piadosas rasparon el letrero después de haber sido examinado por polígrafos que sacaron una prueba fotográfica—¡parece increíble que llegue a tanto la infernal envidia! — queda una piedra encontrada en la iglesia de Santa Marín al derribar un viejo altar de madera”.

“La lápida no contiene borrones ni tachaduras, ni tintas simpáti­cas, ni recalcos, ni fraudalentas enmiendas”.

“Dice clara y limpiamente»:

OS DO CERCO DE JOAO NETO E DE JOAO DE COLON FE- CERON ESTA CAPILLA.

“Hay que fijarse bien que a los de Joao Neto no precede la partí­cula de y sí precede a los Colón, como dijo el Almirante en la ins­titución mayorazga y en el codicilo, que han de llamarse los de su •verdadero linaje».

Antes de proseguir, hemos de advertir que el Sr. Rodríguez partici­pa por entero de los éxitos y los errores de La Riega. Sobre este par­ticular ya hemos dicho lo bastante; pero queremos refutar esa indi­cación que nos hace, llamando nuestra atención hacia la partícula de del apellido de Colón. Si la de Joao Neto 110 la lleva, la llevan Ao da Nova. Alfonso de Soutelo, Juan Gotierres do Ribeiro, Pay Gomes de Souto, Juan de Viana, Martín de Cañizo y otros muchos que figuran en las actas de Pontevedra.

Hecha esta advertencia, continuemos la relación del Dr. Rodríguez.

“Huelga decir que la iglesia de Santa María y la capilla, corres­ponden a la época anterior y posterior al descubrimiento. Y aun cuando reconozca ser este argumento el de mayor peso probatorio, no debo callar que en las impostas de una pequeña puerta lateral hay dos medallones con retratos que también deben ser estudiados, pues uno de ellos es evidentemente de marinero y otro dicen que de mujer, por una gola que tiene al cuello. Es posible; pero dicha gola pudiera ser signo de alta gerarquía marítima”.

Sobre estos medallones, que esperamos una oportunidad para ver­los de cerca, nos atrevemos a adelantar que no pueden ser otros que los retratos de Joao Neto y Joao de Colón, que es en realidad a quie­nes corresponde tan preferente lugar. El que parece marinero, pro­bablemente pertenece a Joao Colón, que efectivamente era mareante y el otro, el de la gola o que tal parece a Joao Neto que por su des­prendimiento, debía ser hombre de posición. La gola por otra parte, no tiene nada de extraña al finalizar el siglo xv.

Sigamos copiando al Dr. Rodríguez:

«Si nos fijamos imparcialmente en la prueba documental, hay siete u ocho documentos acreditativos de la existencia de Colones en Pon­tevedra. Si a eso agregamos los documentos inéditos e impolutos que tiene en su poder y publicará Don Prudencio Otero, tenemos que con­venir en que sobran documentos y documentos para probar la existen­cia de Colones en Pontevedra, en las épocas coetáneas al descubrimien­to de América. Si se quiere impugnar el valor probatorio del crucero y de la casita, aún llamada hoy por los paisanos “de Colón”, y los re­tratos en que yo me fijé, de la puerta lateral de Santa María; si fuese posible la enormidad de declarar falsos cerca de veinte documentos estudiados por paleógrafos contrarios a la tesis, en el orden arqueoló­gico, sería suficiente esa intachable lápida, aparecida providencialmen­te en los días en que La Riega mandaba a la imprenta las cuartillas de su imperecedero libro”.

Para terminar: Don Rafael Calzada, dice también que en “la al­dea de Porto Santo, existe una antigua tradición a la que nadie atri­buyó nunca la menor importancia, por ignorarse a que podría respon­
der, según la cual una vieja casa, reedificada, era de los Colón, de la familia del hombre que descubrió las Américas O que descubmu as illas (el que descubrió las islas). A esto anota Calzada que ya que todo convence de que esta tradición no es una burda superchería, o una invención ad hoc de última hora, que haría muy bien la Real Academia de la Historia disponiendo lo necesario, pero sin demora, dada la enorme importancia del hecho para dejar claramente establecido lo que haya de verdad o de invención en este asunto.

A todo lo dicho, hemos de agregar que el crucero subsistente frente a la casa ruinas llamada de Colón, es otra probanza de inestimable valor, cuyo descubrimiento se debe a nuestro admirado amigo el señor Otero y Sánchez.

La inscripción del crucero cuyo fotograbado reproducimos, fué tam­bién impugnada por el inconforme Oviedo y Arce, quien combate la interpretación de la epigrafía, diciendo que expresa Juan d’ Outeiro, 1790, según dice que leyó Don Casto Sampedro y él comprobó por la fotografía que le fué remitida.

 

Ampliación de la epigrafía que se advierte en la base del crucero.

Por el contrario, Don Prudencio Otero y Don Luis Gorostola Prado, miembro de la Sociedad Arqueológica de Pontevedra, leyeron: Juan Colón. Recuerdo. 1490.

Dejamos a juicio del lector el estudio epigráfico para que saque las consecuencias que le sugiera tan interesante inscripción.

 

GRAFOLOGIA. = PSICOLOGIA. = FISIOLOGIA

La íntima relación entre el estilo y el carácter del hombre, que aho­ra se ha convertido en verdad proverbial, se hacen sentir de una ma­nera palpable en los escritos de Colón.

Cierto notable escritor ha dicho: “Tenemos buena copia de cartas escritas por el Almirante. Nadie ha estudiado aún en lo tangible de su espíritu, las condiciones morales que revelan”.

“Cristóbal Colón — dice Lorgues— HIZO, DIJO y ESCRIBIO mu­chas cosas, que no se leerán jamás.. . que jamás sabrán los hombres”.

Efectivamente, sólo de los escritos brota la luz. Los de Colón, nos dicen que era activo, cuidadoso de los pormenores; previsor, moderado, firme, abnegado.

Jamás faltó a sus compromisos y nadie lo acusó de parcialidad durante su administración.

Modesto e igualitario, en los tristes días de navegación cuando es­casean las vituallas, sólo acepta la ración común.

Es pues, en el espíritu de sus escritos donde debe hurgar el inves­tigador.

¡ Qué inmenso campo de análisis para el grafólogo!

*     * *

¡EN NOMBRE DE LA SANTA TRINIDAD!

Cuando empezamos estas investigaciones, aquella invocación del Almirante, atrajo poderosamente nuestra atención.

¿Acaso era uso invocar a la Santísima Trinidad en todos los gran­des hechos y empresas de la vida? — Generalmente, no.

¿Era fórmula establecida por la Iglesia o por los Reyes?

¡ Tampoco!

Entonces, ¿por qué 1* usó Colón?

Como fundamento del Catolicismo, suele expresarse de una manera menos absoluta, determinándola de esta manera: EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPIRITU SANTO.

Esto es lo que se hallará en cualquier vulgar catecismo. En su forma absoluta, ni aún en el prescrito por la Santidad se encuentra unificado.

Haciendo estas reflexiones, acudió a nuestro recuerdo, el concepto que de una segunda Trinidad se ha formado desde tiempo inmemo­rial en Galicia.

No hay campesino gallego que al persignarse o ante el zig-zag de una centella o cualquier otro peligro inminente, no exclame: ¡JESUS, MARIA Y JOSE!

He aquí la Trinidad invocada por Colón.

Fué toda una revelación para nosotros que Colón hubiera puesto bajo la salvaguardia de esta TRINIDAD, el éxito de su tercer viaje.

Se alegará que esta conjetura no es bastante para establecer la premisa.

Porque lo mismo pudo referirse a la absoluta que a la secundaria.

¡Cierto es! Pero ahí está la lógica para sacarnos de apuros:

Al acometer su gran empresa, cuando llegó el momento emocionan­te de desplegar las velas para lanzarse en pos de aquella problemática aventura, cuando salía por la barra de Saltes, latiéndole el corazón con violencia, pensando en el descubrimiento de los misterios que ence­rraba aquel mar tenebroso, Colón eleva la mirada al cielo y su alma en extremo religiosa, no vá tras la Trinidad en su esencia, sino que elige como a figura mística de su singular devoción, al HIJO. No in­voca pues, a la Santísima Trinidad. Invoca a JESUS y en EL se am­para para llevar a feliz término su memorable empresa.

No es en el primer viaje: es en el TERCERO cuando dice: Partí en nombre de la Santa Trinidad, miércoles 30 de Mayo…

Un teólogo no admitiría esta secundaria colocación del misterio inefable de la Fé Católica.

Pero sí, la concepción secundaria, de las tres grandes figuras de la devoción gallega: JESUS, MARIA Y JOSE.

Aún hay otra circunstancia que abona en nuestro favor. El ¡JE­SUS! invocado por el Descubridor en su primer viaje, es una excla­mación peculiarísima del sentimiento religioso en Galicia. Se halla tan adaptada al modo de ser de nuestros campesinos y tan extendida, que se hace uso de ella hasta para las cosas más triviales.

No dejarán desmentirnos los hijos de Galicia y aquellos que posean algunas nociones de sus costumbres.

Pero, aún hay más: Colón repite constantemente: «allí me deparó NUESTRO SEÑOR”… “me trujo NUESTRO SEnOR”. .. “plugo a NUESTRO SEÑOR”… y es tal el uso que hace de esta expresión, que se cuenta por cientos en sus escritos. La emplea y aplica asimismo a los Reyes y en ocasiones, llega hasta el abuso. Es, pues, una cos­tumbre arraigadísima que le obliga a estamparla por hábito, sin con­ciencia de la repetición.

Aquí, tampoco podrá alegarse que es también una costumbre de otros pueblos. En España y fuera de España, en su primera acepta­ción, el SEÑOR «s por antonomasia DIOS. SEÑOR, con el pronombre posesivo NUESTRO, que es como la emplea Colón, no se refiere al criador del Universo, al Padre de la Teología, sino al Jesús eucarístico, al Cristo sacramentado.

A DIOS invocan los Reyes Católicos y se cita en todos los docu­mentos de la época. En ocasiones, también lo especifica el Almirante. Cuando Colón quiere referirse al autor del Universo, también lo deter­mina de esta manera:

«DIOS NUESTRO SEÑOR está con sus fuerzas y saber, como solía, y castiga en todo cabo, en especial la ingratitud de injurias”…

Es curioso que Colón haga solamente uso de DIOS cuando habla de castigos. ,

Para él, DIOS es la divinidad que pide cuentas a los mortales de sus actos y NUESTRO SEÑOR, el espíritu celestial que lo alienta y consuela.

Así pues, el NUESTRO SEÑOR del Almirante, es el NOSO SE­ÑOR que está constantemente en boca de nuestros labriegos.

Ante la inminencia de un peligro en el mar, Colón proyecta seguí- clámente votos, pei’egrin ación es y romerías.

Diríase que todo cuanto se relaciona con Colón respira galleguismo.

Veamos ahora los rasgos físicos que nos describen los biógrafos coetáneos:

Bermejo, cariluengo, la nariz aguileña, pecoso y muy duro para los trabajos y como rasgos morales, los de enojadizo y elocuente.

Porque, efectivamente: los rasgos de carácter, es otra fuente de investigación no despreciable, como no lo son tampoco los juicios ini- parciales de Castelar, Lombroso y otros que nos han trasmitido noti­cias de su personalidad o que han estudiado su psicología.

Castelar, dijo que era avaro, interesado y pleiteante por sus pri­vilegios, dignidades y fueros, participaciones y cargas de justicia, juros, rentas y mercedes.

Lombroso, a quien se deben tan notables trabajos de psiquiatría y antropología, al ensalzar su colosal figura, dijo: “que con tal de alcan­zar sus fines, era capaz de las mas grandes supercherías”.

El P. Las Casas, nos dice: “que era sobrio y moderado en el vestir, en el comer y en el calzar, como un hombre para el cual todo gasto representa un sacrificio.

Por su hijo Don Femando, sabemos que sólo hacía uso de una in­terneción muy generalizada en España. Colón juraba ¡Por San Fer­nando! y en los momentos de mayor irritación, decía: ¡Os doy a Dios! Por lo que muy bien se ha advertido, que de haber sido su origen ita­liano, hubiera empleado un ¡Cristo! o un ¡Sacramento!

A esto debemos agregar nosotros haber oído en la América del Sur a algunos italianos de aquella tan extendida colonia, decir en mo­mentos de contrariedad: ¡Per la Madonna! Antiguamente se juraba en Italia, ¡Per Bacco! equivalente a nuestro ¡Pardiez! o ¡Voto a tal!

Colón era crédulo y extremadamente religioso. Una ilusión casi infantil lo acompañaba hasta el sepulcro y en todas partes encuentra riquezas y recuerdos bíblicos.

Lo primero que puede observarse en Colón, es la tenacidad. No hay en el mundo ejemplo de tan magnífica testarudez. Los primeros años de su vida discurren entre la investigación y el estudio, alentado por el atrevido plan que forja su mente calenturienta. Comienzan des­pués las ofertas y las decepciones. Nada lo apoca ni lo desanima. Como Anteo, a cada caída adquiere nuevo vigor y mayores bríos. Hu­biera muerto en esta batalla moral y de haber sido rechazadas sus pretensiones en Castilla, a no ser tan exageradamente místico, hubiera vuelto la mirada hacia los turcos y pactara el contrato con Solimán, antes que resignarse a abandonar su proyecto.

Era interesado. .. tanto, que se atribuyen a sus exigencias el fra­caso con Juan II. Más tarde, cuando se discuten en España las capi­tulaciones para su gran viaje, lo vemos contradecir, porfiar, discutir, con animación de chamarilero, las bases que reclama para considerarse suficientemente recompensado de los peligros de la aventura que trata de acometer. Su intransigencia llega hasta el punto de abandonar la partida antes que ceder, y lo sacrifica todo por diezmos y quintos más

o menos. Hay que ir a buscarlo ya lejos y convenir en cuanto quiere.

Mucho más podríamos apuntar sobre su carácter; pero con lo ex­puesto basta para reconocerlo, oriundo, con todas sus virtudes y defec­tos, de la región donde tratamos de establecer su cuna.

Moral y físicamente, Colón es gallego.

*     * &

LA CARAVELA GALLEGA. = OTROS NAVIOS GALLEGOS LA EXTRAÑA PREDILECCION DEL ALMIRANTE

Veamos ahora lo que dice La Riega, acerca de LA GALLEGA, nave capitana de Colón en su primer viaje:

“Fernández Duro en su hermoso libro “La Marina de Castilla”; Ascnsio, en su notable y lujosa obra “Cristóbal Colón” y otros escri­tores en diversas publicaciones, omiten’ deliberadamente aquel nom­bre popular con que era conocida por los marinos la nao “Santa María”. Conducta incomprensible. Acaso por considerar el nombre vulgarísimo; quizás por indigno de figurar en la Historia; acaso de­nigrante, en virtud de esa estólida inquina con que se miraba injusta­mente, hasta hace poco tiempo, todo lo relativo a Galicia. Fernández Duro, llegó a decir, a propósito de los tres bajeles del primer viaje de Colón, que aquellos tres navios representaban a los de Andalucía, lebreles de los moros, a la vez que a los de las cuatro villas de Viz­caya y Guipúzcoa, émulos de cualquier otro, en Flandes como en Vencria. Eran síntesis de la marina castellana aue, acabado el ser­vicio de su nación, iban a servir a la Humanidad. Claro es que el ilustre escritor y marino, no hubiera podido escribir el anterior pá­rrafo, si hubiera aceptado el nombre de LA GALLEGA para la “San­ta María”. La absoluta preterición de la marina de Galicia en dichas líneas, no tiene disculpa alguna, ya porque el piloto de la “Pinta” Cristóbal María Sarmiento, era gallego, ya porque el Sr. Fernández Duro debía saber que, según una carta del rey Alfonso III El Magno, al pueblo y clero de Tours sobre la seputura del Apóstol Santiago (España Sagrada) decía, que nuestras naves “visitaban los puertos franceses en el siglo IX”; ya porque sabía también, pues así lo dice, que “el glorioso fundador de la Marina Castellana, fué el célebre Gelmirez, arzobispo de Santiago, en el siglo XXI”; ya porque sabía también que los barcos gallegos pelearon a las órdenes de Bonifaz y de Chirino en la conquista de Sevilla y -ante la costa meridional de España al mando del almirante pontevedrés Alonso Jofre Tenorio; ya, en fin, porque sabía asimismo, pues lo refiere, que en el año 1343 el rey de Inglaterra, se quejaba al de Castilla, de los daños que en las costas y en los barcos de sus dominios, hacían varias naves de Ribadeo, Vivero, Coruña, Noya, Pontevedra y Bayona de Miñor”.

Aún cita otros muchos casos La Riega, para decir lo siguiente: “Agreguemos pues, el nombre de LA GALLEGA, y veremos que la marina de Castilla, era algo más que los buques de las cuatro villas de Santander y los de Vizcaya y Guipózcoa; debiendo también tenerse en cuenta, que a todos los marinos de Galicia, Asturias, Santander y de las provincias vascas, se les llamaba vizcaínos, en los países oceá­nicos de Europa y cántabros en los deí Mediterráneo, por cuya razón para muchos historiadores, extranjeros y nacionales, no había otros marinos españoles del Atlántico, que los de las cuatro villas de San­tander y los vascongados, de lo que resulta, que estos últimos llevaron la fama exclusiva de cazadores de ballenan, cuando los gallegos ejer­cían también la misma arriesgada industria, pues varios puertos co­ruñeses, pagaban al arzobispo de Santiago no pequeñas cantidades de dinero por practicarla. Y según diversos contratos de fletes del mismo siglo XV, los barcos de Pontevedra, Bayona y Noya, traficaban con los puertos de Flandes, denominación que no sólo comprendía la costa de Bélgica, sino que también las del Norte de Francia, Holanda, Hamburgo y aún Dinamarca, además de que otros, llevaban sardina salada y prensada, a los de Lisboa, Sevilla, Cádiz, Alicante, Valencia, Barcelona, Génova y hasta Alejandría trayendo de retorno, muebles, joyas, ornamentos religiosos, telas de seda y de lana, especias, papel de Valencia y de Sevilla, etc. Bueno es propagar estas noticias para conocimiento de nuestros historiadores españoles”.

“Un manuscrito existente en el Archivo de Indias, consigna — se­gún Alcalá Galiano — que Colón salió de Palos con tres carabelas, la mayor llamada LA GALLEGA, En la colección de Documentos Iné­ditos de Indias, tomo XIV, página 563, se consigna también que “de las tres naves, era capitana LA GALLEGA. Gonzalo Fernández de Oviedo—-cuya Historia General de Indias, escrita a principios del siglo xvi, está reconocida como fuente histórica de gran impor­tancia— denomina repetidamente LA GALLEGA, en el capítulo V del tomo I., a la carabela capitana. «Debeys saber, que desde allí (Palos), principió su camino con tres carabelas, la una e mayor de ellas, llamada LA GALLEGA”… “De estas tres caravelas, era ca­pitana LA GALLEGA, en la cual yba la persona de Colón». .. “Se llamó LA GALLEGA, dedicada a Santa María’»… “Y a la entrada del Puerto Real, tocó en tierra la nao capitana llamada LA GALLE­GA e abrióse”…

“De manera que no es posible arrojar del campo do la Historia la mencionada denominación, confirmada por el Almirante, al imponerla a una isla, con lo cual satisfacía su oculto afecto al país gallego, pues en él había visto la luz primera. Otra nave figura con el nombre de LA GALLEGA en el cuarto viaje de Colón, según refiere su hijo Don Fernando en los capítulos 94, 95 y 96 de su “Historia del Al­mirante”. Bueno es también hacer constar aquí, que el piloto de LA GALLEGA, era Juan de la Cosa, al que se supone, equivocadamente, natural de Santoña, el cual figuraba en tiempos anteriores al descu­brimiento, en los registros notariales de Pontevedra, lo que hace fundadamente suponer, que no era extraño para el Almirante.

Ahora bien; como muy bien dice el señor Rafael Calzada, Colón más tarde volvió a denominar otra carabela con el nombre de LA GALLEGA. En el memorial que dirigió a los reyes — prosigue este escritor — por medio de Antonio Torres, en 30 de Mayo de 1494, ex­pone: Diréis a sus Altezas qve a causa de excusar alguna más costa, yo MERQUE estas caravelas que lleváis por memorial. vara rete­nerlas acá en estas dos náos, conviene a sabere: la GALLEGA y esa otra capitana… ¡ Curioso empeño — concluye — el del ex-tabernero de la vía Mulcento, de dar a otra nave de la segunda flota que fué a las Indias, el nombre de LA GALLEGA!

Pero aún hay más. En la relación oficial — dice el ya citado es­critor — hecha por Diego Porras, de la gente e navios, que llevó a descubrir el Almirante, Don Cristóbal Colón, en el CUARTO VIAJE, se dice que fletó la carabela SANTIAGO a razón de 10,000 marave­díes cada mes, y el navio GALLEGO dende miércoles S días de Abril de 502 años. (1)

i No es posible llevar más navios con títulos gallegos a una ex­pedición !

Pero lo que sin duda ignoró La Riega e ignora Calzada, es que Colón pedía a los reyes navios gallegos. Trabajo nos costó dar con esta importantísima aclaración; pero, al fin, hemos tenido la suerte de dar con ella.

Esta noticia que viene a confirmar todo lo expuesto, se encuentra en una carta mensajera escrita de orden de los reyes en Barcelona, e! 4 de Agosto de 1493, antes de emprender Colón el segundo viaje y está registrada en el Archivo de Indias de Sevilla.

“Muy bien fué la parte de la náo — dicen los reyes — que compras­te y si allá en las islas hobiere de quedar, pagúese al dueño della lo que falta y la otra de GALICIA, ya nos escribieron como la tenía el contador Valera”.

Como quiera que esa náo que dicen los reyes compró Colón, es indiscutiblemente la misma de que habla en el memorial que llevó Torres a España y que el Almirante titula la GALLEGA, no cabe duda alguna que Colón se dedicaba a comprar navios gallegos, pues­to que los monarcas añaden: “y la otra de GALICIA’’, de lo que resulta no un navio, sino dos de aquella procedencia, que figuraban en el segundo viaje del Almirante y de los que tenemos noticias.

Bueno es citar de paso la particularidad de que Colón dice MER­CAR por comprar y que esta palabra no estaba en uso por entonces en Castilla, lo demuestra el que los reyes digan COMPRAR y no mercar.

En la misma carta de los monarcas, se lee lo siguiente: “En los navios que decís son menester para ir los caballos, además de los que de acá llevásteis mandado, si en las dos náos no pueden ir, que la de GALICIA ecta.”

Por último, en una cédula de los reyes a Don Juan de Fonseca, sobre prevenciones para esta segunda armada, librada en Barcelona, que lleva fecha 18 de Agosto de 1493 y que asimismo está registrada en el Archivo de Indias, se lee lo siguiente:

“E en lo de los navios e marineros e otras cosas, vayan como a el (Colón) paresciese”… y más adelante: “En lo de los navios que

 

quiere (Colón) que vayan demás, de lo que allí Devastes asentado, si por esto no se acrecienta más costa, vayan como él quisiere”

Aquí se ve claro, que Colón tomaba empeño en lo de los barcos y marineros y ante la testarudez del Almirante, los reyes se rendían a su capricho. Le daban “CARTA BLANCA PAEA FORMAR LAS ARMADAS CON NAVIOS GALLEGOS!

Todo lo apuntado sería más que suficiente para convencer a nuestros lectores del origen galiciano de Colón… y, sin embargo, aún falta lo más interesante del programa.

 

CAPITULO IV

FRAY DIEGO DE DEZA

Lo que no dice la biografía. — Los Deza de la historia. — Son despo­jados de la mayor parte de sus señoríos. — Venganza de los Chu- rruckaos. — Los Deza, monjes del monasterio de Poyo. — Frater­nal amistad de Colón con el obispo de Falencia. — La decidida protección del maestro de Teología. — La influencia de Deza.— Colón declara que al obispo de Patencia se debió el descubrimien- do de las Indias. —La Providencia reúne para llevar a cabo tan feliz suceso, ai gallego ilustre que la alienta y al gallego insigne que la realiza.

¿De dónde fué natural?

Según las biografías, de Toro. Como año de su nacimiento se cita el 1444.

Era hijo de noble familia y en su pueblo natal, vistió el hábito de los dominicos; fué profesor de teología en la Universidad de Sala­manca, obispo de Zamora, Salamanca, Palencia, Jaén y arzobispo de Sevilla y Toledo. Fué confesor de los reyes y capellán del príncipe Don Juan y ejerció el cargo de inquisidor general desde 1499 a 1500.

Esto es lo que nos dice la biografía.

Pero la biografía no es exacta.

Nuestros lectores dirán que hay que demostrarlo, y a eso vamos.

La genealogía de los Deza tiene su asiento en Galicia.

En el año 1182, aparece en este reino, un Pedro Suárez de Deza, arzobispo de Compostela a quien Fernando II, que por aquellos años visitó la Basílica, dió facultad de acuñar moneda, con el extraordina­rio privilegio, que pudiera fabricarla también de oro. (1)

En el año 1270, era Adelantado mayor de Galicia, Don Alfonso Suárez de Deza. (2)

En el año 1311, también aparece como Adelantado de Galicia, Don Alonso Suárez de Deza. (3)

El 11 de Noviembre de 1318, el último Adelantado citado, Don Alonso Suárez de Deza en compañía del infante Don Felipe, aparece en Mellid cumplimentando a Fr. Berenguel, consagrado en Eoma poco tiempo antes arzobispo de Santiago. (4)

FRAY DIEGO DE DEZA

Obispo de Patencia y Arzobispo de Sevilla, del linaje de los Churrucbaos de Galicia

 

En 1320, a miércoles 16 de Septiembre, el arzobispo de Santiago, Fray Berenguel, estando en la Rocha, mandó degollar a traición a muchos grandes, siendo el mayor de ellos, nuestro Adelantado Alonso Suárez de Deza, que era el mayor infanzón de Galicia y el mayor también de este linaje, (1)

De la persecución que sufrió la familia Deza por este arzobispo, se conservan muy importantes noticias, puesto que algún tiempo des­pués de haber demolido el castillo de Ledesma, pernocta Berenguel en el monasterio de Carboeiro, situado en la margen izquierda del río Deza y en este monasterio de benedictinos, se detuvo algunos días, en espera de que vinieran a rendirle pleito homenaje, los Otros infan­zones de la tierra de Deza a los cuales pasara aviso; pero viendo que proseguían en actitud hostil, lanzó sus columnas de ataque sobre el castillo de Deza, que defendía Diego Gómez de Deza.

Lo que perseguía Fr. Berenguel cs>n el asesinato de Alonso Suárez de Deza y otros caballeros, era simplemente incorporar a la mitra las mejores tierras de la jurisdicción y los Deza, quedaron despojados de la mejor parte d« sus señoríos.

Pero el propósito de éstos, no era dejar impune aquel despojo y si bien transigieron con el abuso, fué por la imposibilidad material de disputar a punta de lanza los predios tan villanamente arrebatados por el arzobispo de Santiago.

Esposa del asesinado Alonso Suárez de Deza, era la valerosísima maítrona señora marquesa de Camba y Rodeiro, la que esperó oca­sión propicia para vengarse de la afrenta y el despojo. La marquesa viuda crió a su primogénito Fernán Pérez de Deza, entrañando en él todo el odio que le inspiraba el asesino de su marido, que había demo­lido la mayor parte de sus castillos e incorporado a la mitra —como ya dijimos — los cuantiosos dominios de la tierra de Deza.

Pero Fr. Berenguel murió en 1330 y aunque Don Alvaro de Camba y Taboada, padre de la marquesa viuda de Deza, había litigado con­tra Don Berenguel sobre los valles y alfoces de Camba y Rodeiro, tiendas de Deza y otras jurisdicciones que se habían confiscado por el prelado, fué con tan poca fortuna, que cuando se hizo cargo de la mitra Don Suero, el arzobispo sucesor, las cosas estaban en el mismo deplorable estado que las había dejado Fray Berenguel.

El joven sucesor Fernán Pérez de Deza, cuyo odio a la despoja­dora iglesia compostelana no se había extinguido, interviene entonces, quizás hostigado por la marquesa su madre, en un sangriento y re­sonante suceso.

Mas, dejemos a López de Ayala la relación de este famoso acon­tecimiento histórico. (2)

«E fué así, que el arzobispo de Santiago, que decían Don Suero, posaba cerca de Santiago en una fortaleza que dicen La Roche: e un día después de comer, en la siesta, el rey lo envió a llamar (estaba aquellos días en Compostela el rey Don Pedro, llamado el cruel) que viniese a él: e el rey estaba encima de la’iglesia de Santiago: e vi­niendo por una plaza, llegan-do a la puerta de la iglesia de Santiago dó el rey estaba, llegó en pós dél un escudero de Galicia que decían

(1)    Vasca de Anonte. — “Casas y linajes del Reino de Galicia”.                                                         _

(2)    Ediciím de Sancha. — Madrid. 1770. non enmiendas de D. G. Zurita y correcciones y notas «¿¡adidas por Dan Eugenio de Llaguno Amirola.

Fernán Pérez Clmrruckao, en un caballo con una lanza en la mano, e ornes de caballo en pós dél, e llegó al arzobispo e matáronlo; e mataron a un Dean de la dicha iglesia que venía con el arzobispo: e matáronlos dentro de la iglesia de Santiago, e allí dieron las almas a Dios delante del altar mayor”. (1)

Es necesario hacer ahora una aclaración sobre el apelativo Chu~ rruchao que se dá a este Fernán Pérez de Deza, Dejemos que la haga Molina, que publicó la obra titulada Descripción del reino de Galicia y de las cosas notables dél. Molina escribía 184 años después de estos sucesos y dice en verso:

“También de los DEZAS que son TOKRECHANOS aunque ya dejaron aqueste apellido después que hicieron el hecho atrevido que al propio Perlado mataron a manos”…

e ilustra estos versos con la siguiente prosa:

“Los Dezas y Suárez, son los Torrechanos que de antes así se lla­maban: los cuales fueron los que mataron a un arzobispo de San­tiago que llamaron Don Suero, a la puerta de la iglesia, estando ei rey Don Pedro dentro en la misma iglesia del Apóstol; y después acá, perdieron este nombre torrechanos y son agora los que dicen DEZAS o Xuarez: tienen su suelo en la ciudad de Santiago; traen una torre por armas. (Sin duda aludiendo a las muchas que tenían para vigilar o defender sus feudos). De aquí TORRECHANOS, o TORRECHAOS, de Chao (suelo) vulgo: CHURRUCHAOS.

Más tarde, en la guerra civil de Galicia, aparecen en el partido de los legitimistas, el conde de Trastamara; Lemos Fernández de Castro; Fernán Pérez Churruchao, con su hijo Alonso Gómez de Deza, eeta. Estas revueltas duraron desde 1368 a 1369 en que murió Don Pedro.

Volvemos a encontrar los Dezas finalizando el año 1386, con mo­tivo del arribo del duque de Lancaster a la Coruña. “Y después de muerto el rey Don Pedro — dice Vasco de Aponte— dno el duque de Alencastre, hierno de,este rey, a Galicia, trayendo consigo a su mu­jer doña Constanza, hija del rey Don Pedro, y los churruchaos (los Deza) lo metieron en Santiago y ayudáronlo a meterse en Orense y Tuy”…

En 1430 poco más o menos, hallamos en la historia otro señor Alonso Suárez de Deza, que era casa de cincuenta de acaballo. Este primogénito parece ser que falleció sin casta y Lope Sánchez de Ulloa su pariente, eohó mano de todo lo que poseía, casándose con Doña Leonor de Mendoza, sobrina del arzobispo Don Lope de Men­doza, que como ya hemos indicado, poseía los feudos de Don Alonso Suárez de Deza, adquiridos violentamente por Fray Berenguel e in­corporados a la mitra de Santiago de Compostela.

Las otras ramas de los Deza, que no es posible localizarlas en la historia, quizás por no haberse señalado sus individuos por algún he­cho notable o bien y como nosotros suponemos, por haberse recogido en monasterios, son sin duda, los Dezas que aparecen en actas nota­riales de Pontevedra, sujeta entonces a la jurisdicción de Santiago, monjes en el monasterio de Poyo, años de 1434 y 143o y contempo­ráneos por lo tanto de Alonso Suárez de Deza, de cuyos bienes se incautó con el apoyo del arzobispo Don Lope de Mendoza, el que se titulaba su projrínquo Lope Sánchez de Ulloa.

Otros de la rama, quizás huyendo de los Heiinandinos, villanos que trataban de derocar el poder feudal, se trasladaron a Toro u otra población segura contra la avalancha democrática que acaudilla­ba Ruy Sordo y que en la embriaguez del triunfo, abatían los feudos con la pica restauradora, resistiéndose a su condición de vasallos.

Pero lo más cierto, es que Fray Diego de Deza, obispo, inquisidor, confesor de los reyes y capellán del príncipe Don Juan, nació en Ga­licia y que en el monasterio de -Poyo donde eran monjes sus deudo,?, aprendió las primeras letras y cursó los primeros estudios de latini­dad, más tarde ampliados en Salamanca en cuya Universidad desem­peñó una cátedra de teología,

Y   como muy bien ha observado La Riega, ahora nos preguntamos: ¿Por que Colón, en carta a su hijo, fecha 18 de Enero de 1505, habla con tanta desenvoltura de Fray Diego de Deza? “Si el Sr. Obispo de Paleneia es venido o viene, dile cuanto me ha placido de su pros­peridad, y que si yo voy allá que he de posar con merced aunque él no quiera, y que habernos de volver al PRIMERO AMOR FRA­TERNO y non lo podrá negar” ecta.

Y   agrega La Riega: ‘‘Esto escribía Colón con la franqueza que podía usar un padre dirigiéndose a su hijo, y sin pensar que, por muy encubierto que ponía el origen de tal amistad, dichas sencillas frases constituían un ingenuo grito del corazón y denunciaban el ya lejano principio de aquél afecto. Sabemos que, históricamente, las relaciones entre el P. Deza y Colón empezaron en 1486, y si bien es cierto que en poco tiempo y por varios motivos puede establecerse un entrañable cariño entre dos personas, éstas, por lo general, no le aplican los adjetivos de primero y a la vez de fraterno, sino cuando han sido camaradas de juegos o de estudios en la niñez o en la infan­cia, porque, en este caso, primero, significa la antigüedad de un afec­to, anterior al iniciado en 1^86, y fraternal, un trato frecuente y cordial, como el que existe entre tales camaradas o entre dos herma­nos, Y adviértase que a tan expresiva frase le da tono y fuerza la anterior, esto es, la absoluta confianza y familiaridad con que el an­ciano y achacoso Almirante se invita a hospedarse en la propia casa del prelado. Se ve que para ello, no era obstáculo la elevada y respe­table categoría del P. Deza en 1505, de la cual se hallaba éste muy lejos cuando aprendía la lengua latina, en cuya edad, aunque sobrino de frailes, no por eso disfrutaba posición bastante alta para apar­tarse de toda relación con un compañero de estudios como el enton­ces futuro Almirante, cuyas condiciones de inteligencia e imagina­ción agradarían sobradamente a sus maestros y a sus condiscípulos’’.

Tiene razón La Riega. A este ilustre pontevedrés, le faltó tiempo para vestir sus teorías con el ropaje severo de la historia; pero nos ha dejado indicios preciosos para acabar su obra sólo esbozada y desgraciadamente, también algo confusa y variable, sobre todo en lo

 

que atañe a la genealogía del Almirante, que ofuscó su brillante in­teligencia con aspectos equivocados y pistas francamente engañosas.

La presunción de una. amistad que probablemente databa de la niñez entre Fray Diego de Deza y Cristóbal Colón, no puede ser más acertada ni mejor concebida. Es un detalle importantísimo y de un valor inestimable, puesto que cualquiera que haya leído las cartas del Almirante, necesariamente tiene que sorprenderse de la extraña y singular protección dispensada por el inquisidor mayor de España al oscuro y mísero pedigüeño, tildado de loco o presuntuoso, que pro­metía donar a la corona de Castilla y a cambio de unos bajeles, tie­rras riquísimas de/un Oriente fabuloso, ya que 110 tierras ignoradas y perdidas en los confines de un mar, cuya exploración infundía es­panto a los más audaces navegantes.

Desorientado, perdido y desilusionado, Colón, probablemente con todo el dolor de su alma, se preparaba a abandonar la incrédula Cas­tilla, cuando por accidente, se enfrenta con Fray Diego de Deza, un descendiente de aquellos famosos churruchaos, que con el beneplácito del rey Don Pedro el cruel, vengan sus ofensas en el arzobispo com- postelano Don Suero.

Y   la decoración cambia de repente, aún cuando Fray Diego de Deza’, por aquellos años, sólo fuese un maestro de teología y un prior de convento de Dominicos.

Colón ya no piensa abandonar la mal avisada Castilla. El monas­terio del cual es prior Fray Diego de Deza le ofrece hospitalidad y ya no carece de nada, puesto que hasta paga el monasterio el gasto de sus jornadas. Ya no se miran con desdén y lástima sus pretensio­nes para que se examinen y discutan las razones de su proyecto; al contrario, con la mediación oficiosa de Fray Diego de Deza, los ma­yores letrados de aquella escuela apoyan, atienden y confirman sus opiniones.

Con la influencia que daba a Deza su eargo eclesiástico y la favo­rable acogida que de los argumentos de Colón hacen los sabios do­minicos, comienzan a tomar fuerza de verisimilitud sus proyectos y empiezan a entreabrirse las puertas inaccesibles del palacio de los reyes.

Fray Diego de Deza es desde entonces su sombra bienhechora. No lo abandona un solo momento y cuando el fraile es nombrado maestro del príncipe Don Juan, lo hospeda en la corte y ló mantiene hasta lograr con el auxilio de otros grandes, que sus pretensiones sean atendidas en principio por los reyes. En 5 de Mayo, 3 de Julio, ÍÍ7 de Agosto y 15 de Octubre de 1487 se le libran por mandato del ya obispo de Palencia hasta catorce mil maravedís y otras cantidades en los años siguientes; pero aún no se detienen aquí las gracias, sino que por Real cédula de 12 de Mayo de 1489 se ordena que Cristóbal Colón sea aposentado bien y gratis en todas las ciudades, villas y lugares por que transite. Y todo esto debido a la influencia oficiosa de Fray Diego del linaje de los Churruchaos galicianos.

¿Se concibe tan extraña y desusada protección y máxime tratán­dose de un proyecto estimado como quimérico y obra de loco?

Convengamos que no hay razones en que apoyar tan viva simpatía y tan rara protección. Se concibe la del duque de Medinaceli, que lo

 

aloja en su casa por tiempo de dos años, quizás sugestionado, por los atrevidos proyectos de aquel iluminado; se concibe la bondadosa pro­tección de Fray Juan Pérez que recoge a su hijo Diego, lo alienta en sus esperanzas y hace cuanto buenamente puede para que prospe­ren sus proyectos; eso y mucho más se concibe; pero no la apasionada tenacidad de aquel ilustrado teólogo, que por mucha que fuera su sabiduría, necesariamente participaba del común sentir y de la ge­neral opinión, y que se exponía a la más ridicula de las situaciones y a las más acerbas censuras, si sus vivacísimas gestiones después de acogidas por su recomendación y ruego los proyectos de aquel des­conocido, culminaban en el más ruidoso fracaso. Fray Diego de Deza en un asunto que no le iba ni le venía, se exponía a perder su reputa­ción y su afortunada carrera y a servir de hazme reír a todos los científicos de su tiempo.

Porque la situación de Fray Diego de Deza, era la misma a la que hoy por ejemplo pudiera presentarse al más bondadoso y sabio de nuestros prelados, si un advenedizo ya entrado en años, mal ves­tido y con todo el aspecto de forastero, se entrara por sus puertas y después de marear con un largo cuento a su oyente, le afirmara que más allá del mar Atlántico, existían unas tierras sorprendentes e ig­noradas que podía descubrir si el estado le proporcionaba los medios para ello, o bien que le anunciara el descubrimiento de una vía más corta para llegar a América, por unas nuevas encrucijadas marítimas de todo el mundo desconocidas.

Dados los prejuicios geográficos de la época, hubiera sido exacta­mente lo mismo y sin embargo, vemos a Fray Diego de Deza, prote­giendo a aquel desconocido de nada recomendable aspecto, favore­ciéndolo y supliéndole sus gastos, interviniendo en las discusiones sos­tenidas por Colón con los frailes de San Esteban y llevando al ánimo de aquellos teólogos el convencimiento de las razones que exponía su protegido, llamándole más tarde a la Corte, presentándolo a los gran­des influyentes, librando a su favor cantidades más que suficientes para la atención de sus gastos, logrando que los reyes escucharan sus teorías y facilitándole por medio de su influencia, buen aposento y gratuito en todas las ciudades, villas y lugares por donde transitase.

Esto es tan absurdo y tan falto de sentido común, que de haberse fijado en ello los ilustres biógrafos e historiadores que mencionan, admiran y comentan el proceder del catedrático de prima de teología de Salamanca, debiera haberles sugerido otra conclusión más en ar­monía con aquel rarísimo comportamiento y posiblemente se hubieran mostrado más reservados y más cautos en un elogio que han prodigado, sin tomarse la molestia de analizar las causas, por las cuales un hombre docto e ilustre, favorecía de tal manera a un mísero aventu­rero que presentaba a su consideración un proyecto tan disparatado, y rechazado con burla y mofa por lo estupendo de sus pretensiones, por todos los científicos que se habían tomado el trabajo de escuchar sus teorías.

Pero supongamos que Fray Diego de Deza conocía a Colón de niño y que como vecino de la villa de San Salvador de Pontevedra, al acudir al monasterio de Poyo para instruirse en los primeros conoci­mientos, hubiera hecho amistad con aquel estudiante puesto al cuí-

 

dado de sus tíos los frailes, quizás dominicos, que llevaban su mismo apellido y que al correr de los años, se encuentran providencialmente en Salamanca a donde Colón se dirige para intentar la última gestión favorable a sus proyectos, de los monjes de San Esteban, tal vez recomendado por su antiguo amigo Fray Juan Pérez de la Rábida.

La razón natural nos inclina a suponer que después de reconocidos ambos amigos, sostienen una secreta conferencia y que Colón, con argumentos que posiblemente sólo conoció Fray Diego de Deza, lo convence de que aquel temerario proyecto es practicable y cierta la existencia de aquella vía marítima, expuesta con razones de tanto peso científico, o documentos de tal valor demostrativo, que las dudas que pudieran caberle al sabio dominico, se desvanecieran seguida­mente como se desvanece la niebla al contacto del primer rayo de sol.

Y   entonces, sí se concibe la extraña actitud de Fray Diego de Deza y el vivísimo interés con que apoyó sus pretensiones, persuadido del inmenso bien que representaba para su patria el triunfo de Colón y la gloria que desde luego él también participaría con aquel descu­brimiento, si abierto aquel camino de Occidente, a la concurrencia de las riquezas de los inmensos y lejanos países, las presunciones del vidente tenían un franco éxito y el más feliz remate.

Y  es por eso que dice Colón; ‘’que desde que vino a Castilla le ha­bía favorecido aquel •prelado y deseado su honra, y que él fué causa que SS. AA. tuviesen las Indias. De esta declaración del Almirante se desprende otra conclusión y es que, pudo muy bien haber dicho, que aquel prelado le había favorecido mucho; pero lo raro es que afirme asimismo, que había deseado su honra y esto ya es más íntimo y viene de acuerdo con lo escrito a su hijo: “que he de posar con su merced aunque él no quiera» y con la no menos extraña afirmativa: “que habernos de volver al primer amor fraterno’’.

Todo esto conviene, por otra parte, con el conocimiento que del latín tenía Colón y que sólo se aprende en la infancia y no en medio del tráfago de los viajes, primero, y de las hondas preocupaciones, después.

Y   ahora preguntamos: ¿Dónde pudo adquirir Colón los conoci­mientos del latín?

Los historiadores y biógrafos nos dicen que en la Universidad de Pavía (Italia), pero esto ya se ha averiguado que no es cierto. Vig- naud, uno de los más acérrimos partidarios del genovismo de Colón, nos dice que: “Scillacio, que fué uno de los profesores de aquella Universidad y al que debemos una relación del segundo viaje de Co­lón, nada nos dice sobre este extremo”. Apunta Vignaud, que Don Fernando Colón y Las Casas, han dicho que el Almirante había hecho sus estudios en la citada Universidad, y agrega: que imposible sería averiguar de dónde tomaron tal presunción estos escritores, pues es el caso que en los registros de aquella Universidad, no aparece el nombre de Colombo. Y lo original no es sólo esto, sino que, a pesar de estar constatado que Cristóbal Colón no pudo estudiar en la Uni­versidad de Pavía, esta Universidad ha conmemorado y conmemora aún, el recuerdo glorioso de haber sido aquel centro de cultura, donde se formó el genio que había de descubrir un Nuevo Mundo. Spotorno, D’Avezac y otros autores también lo niegan.

 

¡ He ahí como se escribe la Historia!

Reasumiendo: Fray Diego de Deza — que según la biografía nos advierte, era de noble familia, y nobles, Dezas, que sepamos, sólo han tenido su raigambre en Galicia — es un descendiente de aquellos fa­mosos churruchaos que a tan alto precio pusieron su venganza. Como sus antepasados, debió ser natural de Pontevedra, de las tierras de Deza, solar de sus mayores y de muy corta edad, comenzó sus estudios en el Monasterio de Poyo, lugar inmediato a Santa María, donde se supone nació Cristóbal Colón, que también debió concurrir a aquel centro de enseñanza donde se enseñ&ba latinidad, por lo que es más cierto, que el conocimiento de ambos, databa de una fecha no anterior al año 1450, época ésta en que ya aparecen en los documentos ponte- vedrenses un Domingo de Colón, sin duda padre de Cristóbal.

Esta es la razón por la cual se explica la decidida protección que Fray Diego de Deza dispensó a su viejo condiscípulo Cristóbal Colón, y los extraños designios de la Providencia que colocó a uno con res­pecto al otro, en condiciones de que la obra magna del Descubrimiento, pudiera ser alentada por un gallego ilustre, y realizada por otro gallego insigne.

 

 

CAPITULO V

OTROS PROTECTORES DE COLON

El mundo, de acuerdo con las teorías de Ptolomeo,— La odisea del Almirante. — Santangel. — Quintanilla. — El Cardenal de Es­paña Don Pedro González de Mendoza. — Un gallego fundador de la casa de Moya. — Apuntes sobre linajes de nobles familias ga­llegas. — Andrés de Cabrero, fundador del marquesado. — La marquesa de Moya,. — Extraño y favorable giro de los aconteci­mientos. — La decepción, se convierte en animosa protección. — En España no había cosmógrafo que pudiera comprende?’ la mag­na empresa de Colón, — La enemiga de Hernando de Talavera, confesor de la reina. — Triunfa el futuro Almirante, contra la oposición de este influyente prelado. — La Galicia, noble o ecle­siástica, apoya los planes de Colón.

Es tan raro ver en el mundo dispensada la protección a un desco­nocido, a un extranjero y más todavía cuando a ese extranjero y des­conocido, se le suponen desquiciadas sus facultades mentales, por una incipiente locura, pues locura y no otra cosa era en el siglo xv preten­der circunnavegar los mares para hallar una ruta ilusoria, y aún descubrir islas y tierras continentales, aunque esto lo hayan negado muchos historiadores, desde luego sin fundamento, porque en el con­trato de descubrimiento celebrado el 17 de Abril de 1492, Colón pidió en recompensa de lo que descubriese en el mar océano, se le nombrase almirante de todas aquellas islas y tierras firmes que se descubriesen o fuesen adquiridas por su industria; locura pues, repetimos, era, pretender, aunque sólo fuera acometer una tentativa de esa índole de abrir una nueva comunicación con el Asia que nadie hasta enton­ces había imaginado y cuya sola presunción acobardaba al ánimo me­jor templado.

No es de maravillar por lo tanto que por espacio de algunos años anduviera de la ceea a la meca a vueltas con su proyecto, y fuese tan mal acogido por los científicos que tenían arraigada una opinión por cierto bien contraria a la teoría de aquel grande hombre, que con infinito dolor, veía con desaliento que jamás habría de ser compren­dido por teólogos y geógrafos, que perduraban en la creencia de que la tierra era síf un cuerpo esférico; la cual habían dividido en círcu­los imaginarios, máximos y menores de acuerdo con los principios geométricos y que esos círculos trazados en la superficie de la tierra, se correspondían con otros abstractos colocados en la esfera celeste, siendo la tierra punto concéntrico del vasto círculo.

 

Porque efectivamente:

Ptolomeo había dividido el equinocial en trescientos sesenta grados y en veinticuatro horas de quince grados cada una. Y como por el sistema de este sabio el sol daba la vuelta a la tierra cada veinticua­tro horas, se llegaba a la conclusión que recorría todos los meridia­nos o toda la longitud terrestre y celeste.

Error disculpable, porque entonces aún no se conocía la magnitud de la tierra; pero que era un obstáculo insuperable para que fuesen aceptados los planes de Colón. Pué por eso que, cuando sus contra­dictores, citando la opinión de Eneas Silvio, decían que las zonas frígida y tórrida eran inhabitables, Colón argüía que estaba demos­trado lo contrario por el establecimiento de los portugueses en el sur, y los ingleses por el norte, al igual que los alemanes septentriona­les, que navegaban por dichas regiones. Colón se aferraba a este ejemplo ciertísimo. “No, no era inhabitable la zona tórrida, puesto que los portugueses habían navegado por ella y era región muy po­blada, y cerca del Ecuador se encontraba el castillo de Mine, de su Alteza Serenísima el Rey de Portugal, que él, Colón, había visitado.

 

Si en boca de aquellos mal inspirados científicos, acudía la asevera­ción de Pierre d’Ailly de “que entre el fin de España y el principio de la India, el mar era pequeño y quizás pudiera recorrerse en pocos días, Colón replicaba que un gran Océano separaba ambos continen­tes, y mostraba una carta dividida en espacios iguales que represen­taba el Atlántico limitado al Oeste por las costas de Asia que podía expresar muy bien el criterio de Toscanelli, aunque la corresponden­cia de Colón con el sabio florentino se haya puesto en duda durante estos últimos tiempos, primero por Vignaud que escribió Toscanelli and Columbus, y luego por el Sr. Altolaguirre en otro libro que líeva muy parecido título.

A todo replicaba Colón; pero todo era acogido con incredulidad por los sabios españoles, que no concebían semejante despropósito geográfico, como poco tiempo antes lo había sido por los portugueses. Los juicios que inspiraba el Descubridor en España eran los mismos, que nos cuenta Barros se babían hecho en Portugal: “Hombre de ex­periencia, que denotaba alguna elocuencia, versado en lengua latina, pero muy jactancioso y convencido por sus estudios y por la lectura de Marco Polo, de que era posible llegar a la isla de Cipango y a otros países desconocidos, navegando hacia el Oeste. El mismo rey de Portugal ya había notado que era gran conversador, jactancioso de sus habilidades y demasiado visionario con sus islas ultramarinas.

Y   llegó un día en que ya nadie le hizo caso en España; pero la Providencia lo llevó a Salamanca y halló a Deza que lo acogió como a un antiguo amigo o camarada de la infancia, le facilitó recursos y prometió ayudarlo con todo su valimiento e influencia personal. Como ya en otra parte hacemos una ligera semblanza de este protector de Colón, pasaremos de Deza a Santangel.

Con el escribano de ración de los reyes Católicos, ocurrió otra cosa curiosa. Inmediatamente que lo vé, le brinda su protección y es el más efectivo intermediario entre el futuro Almirante y los reyes. ¿Qué talismán llevaba entonees Colón que así se le franqueaban to­das las puertas antes cerradas?

Cuando debido quizás a las exigencias de Colón, los convenios para el descubrimiento se rompen y el decantado descubridor resuelve ale­jarse de Castilla, es Santanerel, quien más se alarma. Oigamos a Las Casas: “recibió tan excesiva pena y tristeza, como si a él fuera en ello alguna gran cosa y poco menos que la vida”.

;.Se concibe tan erran abatimiento en Santangel, tratándose de un extranjero como Colón, que nadie sabía de dónde procedía y que des­pués de todo, lo que ofrecía era más que problemático, increíble?

No. Verdaderamente, otra causa motivaba aquel gran pesar. Co­lón. ni para Deza ni para Santansrel era ya un desconocido. Sabían quién era y también que sus proyectos eran practicables. Su temerario viaje no era un secreto para estos protectores de Colón. Colón tenía planteado el problema sobre hechos ciertos y positivos y un acopio de datos mucho más convincentes que cuanto podía hallarse en las car­tas de Toscf>nelli. (1) Deza y Santangel, tenían el firme convenci­miento, que Colón tenía en sus manos el certificado de la existencia

 

de un nuevo mundo, con el que había de tropezar entre el antiguo continente y las dilatadas tierras de Asia, que eran el límite de su aventurado viaje.

Sólo así se explica el exagerado interés del profesor de prima de Teología y del escribano de ración, de la casa y corte del rey de Aragón.

Sólo así el consecuente afecto de Fray Juan Pérez y la amistosa tolerancia de Marchena a pesar de todas las declaraciones que del primero haya hecho el físico Hernández, cuando cansado y hambrien­to llegó al monasterio de la Rábida. En España fué reconocido Co­lón y quizás de su tierra natal, la entonces indómita Galicia, había alguien muy interesado en favorecerle.

Tuvo protectores de primero y segundo orden. Los que lo cono­cían personalmente, y los que obedecían ruegos de señores o altas dig­nidades de la Iglesia, entre las que seguramente no era ageno el prelado gallego Alfonso de Fonseca, arzobispo de Compostela. De ahí la especial protección por parte de muchos frailes que hicieron cuanto humanamente era posible para que triunfara en sus pretensiones, contra todos los prejuicios de la época.

Es también muy particular el hecho de que muchos de estos pro­tectores, procediesen de nobles familias, bien gallegas, o emparenta­das con gallegos, o de personajes que, como Deza, suponemos funda­damente hubiera nacido en Pontevedra.

Alonso de Quintanilla, según nos lo cuentan las crónicas, debió entrar al servicio de los Reyes Católicos por los años 1470 y 1472, (1) algunos años antes que la reina Isabel fuese sobre Ponferrada a some­ter a Don Rodrigo Osorio, Conde de Lemos, que había extendido hasta aquellas tierras sus feudos de Galicia. Encontramos allí a Quinta- nilla frente al conde Lemos, haciendo acto de adhesión a los reyes Católicos, puesto que, al frente de las compañías de la Hermandad apoya a los monarcas castellanos y de este y otros notables servicios, data seguramente el aprecio con que lo distinguieron los reyes. (Zuri­ta, Anales de la Corona de Aragón, lib. XX C. LXIV).

Quintanilla por lo tanto, si bien no nació en Galicia, pasó en ella su juventud entre los más poderosos nobles gallegos y siendo así, nada tendría de extraño que, por conocimiento personal con el descu­bridor o por influencia de alguno de aquellos grandes señores, se hu­biera mostrado tan decidido partidario de aquél extraño extranjero que tan mal acogido era en todas partes.

Hay otra circunstancia muy curiosa y digna de ser relatada. Nos cuenta la historia, que los reyes calmadas las turbulencias dé Galicia, decidieron pasar el invierno en Salamanca y desde el momento que esta noticia se supo en Córdoba, cesaron todas las indecisiones, con­cluyeron las dudas y COLON se puso en camino para Castilla.

Más tarde, el rey Don Fernando parte para el memorable sitio de Málaga,’ quedando en Córdoba la reina encargada de proveer las nece­sidades de la hueste; pero l«jos de olvidar a Colón en medio de aque­llas graves atenciones, hubieron de repetirle, por mediación del teso­rero Francisco González de Sevilla, que cuando las circunstancias lo permitieran, se ocutparían detenidamente de su pretensión, y como Quiera que desde entonces podía considerársele como unido al servicio de los reyes, en 5 de Mayo se le mandaron pagar tres mil maravedís, siendo muy digna de fijar la atención, la circunstancia de que la cé­dula fué expedida por Alfonso de Quintanilla, con mandamiento del ya obispo de Palencia Don Diego Deza, sus dos favorecedores y amigos.

Y  desde entonces data también el resultado favorable de las opi­niones de los frailes y profesores de Salamanca y esa notable y per­severante amistad de Fray Diego Deza.

Es también conocido el interés con que la marquesa de Moya favo­recía el proyecto de Colón, hablando continuamente a la reina de las altas prendas que adornaban al futuro descubridor. Esta valiosa pro­tección coincide con la de Quintanilla y Deza. El título de Moya per­tenecía a una familia gallega. Lo había adquirido Don Alvaro Muñi- ro, quien dejó este apellido para tomar el de Moya que le había con­cedido Alfonso IX por el histórico asalto de la plaza del mismo nom­bre. Fué entonces cuando Muñiro añadió a las armas de su fami­lia una escalera de oro en campo de gules en conmemoración de aquel gran hecho de armas.

Hasta ahora y fuera de Santangel, sólo vemos gallegos o indivi­duos que habían habitado en Galicia o que procedían de aquellas familias.

Es positivo que Quintanilla, constante adalid de la causa de nues­tro héroe, saltando por toda clase de respetos, decía a la reina que todo debía posponerse al descubrimiento de las Indias, y siempre invo­cando en su apoyo, la respetada autoridad del gran Cardenal de España. El Cardenal de España Don Pedro González de Mendoza a quien Pedro Mártir de Angleria, llamó tercer rey de España y que fué alma del consejo de Isabel y parte grande de las empresas glorio­sas de su reinado, lo vemos también interesarse repentinamente por Colón.

Se ha discutido la oriundez y procedencia de los Mendoza, Por de pronto, vemos en Galicia ail arzobispo de Compostela y obispo de Mondoñedo, Don Lope de Mendoza, que algunos quieren hacer sevi­llano, (1) casando a su hermana con Payo Gómez, de la casa nobi­liaria de Lantaño, de cuyo matrimonio fué el primogénito, don Suero Gómez de Sotomayor y Mendoza. TJna^sobrina del mismo arzobispo, doña Mayor de Mendoza se casa con Vasco López de Ulloa, según la genealogía de la casa de los Moscoso, Y aquí lo verdaderamente cu­rioso, por este casamiento van a poder de los Ulloa-Mendoza ciertas tierras del feudo de Deza. De lo que resulta, que los Deza y Mendoza, protectores de Colón, aparecen como coopropietarios de extensas tie­rras gallegas por virtud de parentesco o enlace de familia. También de la casa de Andrada, Arias Pardo, casa a su hija Berenguela con Alonso de Mendoza, dándola en dote la casa de Mexia. Hijo de este matrimonio, fué Gómez Pérez de Mendoza. De la casa de Ulloa, otra Leonor de Mendoza se une a López Sánchez; ecta, ecta, por lo que se saca en consecuencia que los Mendozas aparecen en las dinastías de las pricipales familias gallegas.

Pero esto con ser mucho, no lo es todo: Los reyes Católicos dan a los Mendozas la villa de Castrogeriz, cuyo segundo conde lo fué Don Rodrigo de Mendoza y hacen a Pedro de Mendoza conde de Monteagudo. De Cervantes, municipio gallego, perteneciente a la provincia de Orense, fué Don Alvaro Mendoza Caamaño y Sotomayor, cardenal patriarca de las Indias, como sus preclaros apellidos lo pregonan. Oriundo de Pando de Donis, por su mandato, comenzó a construirse un suntuoso palacio en Lama de Rey en una finca que lleva hoy el nom­bre de Prado del Cardenal.

Podríamos todavía citar a Don Lorenzo Suárez de Mendoza y a su hijo Bernardino Suárez de Mendoza, condes de la Coruña, Más datos encontrará seguramente el lector en las Quincuagenas de Gon­zalo de Oviedo, donde aparecen otro buen número de individuos cuyas vidas privadas y públicas figuran dialogadas con el nombre de Bata­llas. (Pedro Salazar de Mendoza, escribió una historia de la vida del gran cardenal de España que no conocemos).

Y   como tratándose de Colón, todo es misterioso, también aparece como protector, Cabrera, que no.puede ser otro que don Andrés Cabrera, primer marqués de Moya, alcaide del Alcázar de Segovia y que la reina Isabel en gracia a sus servicios no sólo hizo su favorito y camarero, sino que también le dió en marquesado la villa de aquel nombre, que como ya hemos visto, tomó el valeroso caballero gallego Alvaro Muñiro.

Podríamos hacer todavía más extensa la lista de los protectores de Colón; pero creemos sean bastantes Fray Diego de Deza, Santan­gel, Quintanilla, el marqués y la marquesa de Moya, Don Pedro González de Mendoza y los frailes Fray Antonio Marehena y Fray Juan Pérez de la Rábida.

Todos estos favorecedores de Colón, se movieron — es innegable — por una intención muy contraria a la asignada por los biógrafos del Almirante. No fué el entusiasmo de la empresa, cuyos alcances na­die comprendía, y si la comprendieron, fué por que Colón hizo con­fidencias íntimas que no conoce la historia.

Lo que los escritores traducen por entusiasmo, entusiasmo raro después de haber sido despreciado y tildado de loco, es a nuestro en­tender un deseo vivo y obligado por conocimiento y recomendación; la presión de una influencia extraña que se mueve en la sombra y toca los resortes palatinos más eficaces. Fué una labor de cámara diestra­mente ejecutada por las damas más íntimas de la reina, y reforzada con la austeridad de Mendoza, a quien tanto debía Isabel. Fué la in­sinuación de Deza tan considerado por los reyes; los ruegos conti­nuados de Santangel, privado de los reyes Católidos; el favor solici­tado por el favorito Cabrera y la petición palatina y oportuna de Quintanilla a quien Fernando e Isabel debían la creación de las fa­mosas hermandades que habían tranquilizado los múltiples reinos de su monarquía.

Ni Fray Juan Pérez, ni Fray Antonio Marehena con todos sus co­nocimientos; ni Quintanilla que era un hacendista, ni Santangel que era un político, ni Cabrera, que era un cortesano, ni Mendoza, ni Deza que era sólo un teólogo, aún cuando lo fuese de prima; ni la marquesa de Moya, cuya ilustración tenía que ser relativa, podían dar­se cuenta perfecta de la aventura que intentaba Colón a través de ma­res considerados como inabordables.

En Esipaña no había cosmógrafos capaces de comprender a aquel visionario, que lleno de fe y con un proyecto, madurado durante mu­chos años de estudio y navegación, había llegado al convencimiento de que una ruta al Asia por el Oeste, no era empresa imposible y que en esa ruta, por dantos, referencias o suposiciones, habría de hallar tierras hasta entonces ignoradas que encerraban secretos que en su creciente entusiasmo ansiaba revelar.

Italia contaba un solo cosmógrafo: Toscanelli. Portugal sólo tenía audaces marinos y uno o dos geógrafos y en España, el único que hubiera podido comprenderle, era el mallorquín Jaime Ferrer con quien Colón, hasta entonees, no había tenido relaciones.

Sería infantil, por lo tanto, concebir, que el móvil de los protec­tores de Colón, era el convencimiento que tenían de su genio. La sim­patía por un extraño, tampoco se exterioriza con tanta viva ansiedad como nos la pintan los historiadores y biógrafos. Un extraño tam­poco promueve un afecto tan hondo y elocuente. Un extranjero, siem­pre sospechoso, no se introduce tan fácilmente en el palacio de un Mendoza que por su valimiento, figura e influencia, estaba conside­rado como un monarca, ni se sienta a la mesa de los grandes, ni per­turba a todo un monasterio como el de San Esteban, ni hace acólitos de sus excentricidades a hombres tan extraordinarios como Deza, Santangel y Quintanilla. Ni aún la juventud ni la compasión de la mocedad puede citarse para pensar que pudo atraerse la simpatía de la bella marquesa de Moya, porque Colón frisaba ya en los cincuenta años.

Y   si la razón natural nos dice que eso no pudo ser ¿qué pudo ser entonces?

Necesariamente aquello que hemos insinuado, porque sobre todo lo apuntado estaba la contradicción violenta del confesor de la reina Hernando de Talavera, que había considerado siempre a Colón como wn especulador delirante o como un pretendiente necesitado de pan. Aquél Talavera que una vez firmadas las capitulaciones, decía que atender a aquel desequilibrado sería oscurecer el esplendor de tan ilustre corona y se rebelaba a que se prodigaran honores y dignida­des a un extranjero sin nombre.

¡Y Talavera fué el prelado de más influencia cerca de la reina Isabel!

Pues contra tan formidable valladar, luchaban aquellos decididos favorecedores del innominado, pobre y desacreditado marino; del ridículo y fantástico aventurero que hablaba enfáticamente de des* cubrir mundos y abrir nuevas víais ultramarinas a la concurrencia comercial.                                       ,

[No! Aquel Colón, era conocido y apreciado.

¡Aquel Colón, era español!

¡Aquel Colón, era, al fin, protegido por el ciero o por la nobleza!

¡ Galicia influía para que Castilla lo adoptase!

¡La Galicia rebelde que desafiaba el poder de Castilla!

¡La Galicia divorciada del poder central!

 

© Biblioteca Nacional de España

 

CAPITULO

VI

JUAN DE LA COSSA

 

Loa gallegos no defienden sus intereses históricos. — El Sr. Segundo de Ispizua, autor de “Los Tascos en América”. — Santoña, su­puesta cuna de La Cossa. — Ispizua reclama la cuna vasca para el famoso piloto.-—Confunde a Juan Vizcaíno con Juan de la Cossa. — Demostración de que la tripulación de LA GALLEGA, no era vizcaína.—El PUERTO DE SANTA MARIA, de Cádiz, y SANTA MARIA DEL PUERTO, de Pontevedra. — La “Sania María» o “La Gallega”, fué fletada en Pontevedra. — Tripulantes gallegos. — Juan de la Cossa, pontevedrés. — El apellido “Cossa”, es gallego. — “La Gallega” fué construida en Pontevedra. — El mapa de Juan de la Cossa y la efigie de San Cristóbal.

Henos aquí frente a otra gran injusticia de la historia.

Bien es cierto que no debe admirarnos, porque ¿acaso Galicia tiene historia? ¿Quién se ha ocupado de nuestros grandes siglos y particu­larmente del XV, que es todo un poema de evolución social? Fuera de Mariana, que la tocó al acaso, si alguno se ha ocupado de nuestras crónicas, ha sido para despojarnos de nuestras grandezas y de nues­tras más legítimas glorias. Vicetto, que intentó reconstituirla, dice amargamente: “Para la malévola indiferencia de los escritores na­cionales, Galicia nunca tuvo historia. Nuestra nacionalidad céltica, es una fábula para los extraños; lo es igualmente la explotación fe­nicia en nuestro suelo; la colonización griega, la conquista y domina­ción de los romanos; la monarquía sueva y la reconquista neogermav.a al árabe. Para los escritores e historiadores españoles, Galicia, nunca supuso nada en el desenvolvimiento social y religioso de los pueblos. Para ellos, en fin, Galicia no tiene historia.

Por lo tanto, no debe alarmarnos que al famoso Juan de la Cossa, se le haya atribuido, como cuna, a Santoña, y que esta cuna se la hayan disputado los vizcaínos, tan celosos de sus glorias. Nosotros somos los principales responsables de estas mistificaciones y de estos despojos, pues con nuestra apatía tradicional, no nos hemos preocu­pado poco ni mucho, en defender nuestros intereses históricos y los años, y tras los años los siglos, convierten las más absurdan teorías en formidables dogmas.                                                                                     ^

La Riega con muy buen juicio, ya advirtió que en la edad media, a todos los marinos de Galicia, Asturias, Santander, Vizcaya y Gui­púzcoa, se les llamaba vizcaínos en los países oceánicos y cántabros en los de! Mediterráneo, por cuya razón para muchos historiadores, ex­

 

tranjeros y nacionales, no había otros marinos españoles del Atlántico que los de las cuatro villas de Santander y los vascongados, siendo estos últimos, ios que llevaron la exclusiva fama de cazadoi’es de ba­llenas aunque gallegos, asturianos y vizcaínos, se dedicaran con igual empeño a estas famosísimas pesquerías.

¡ Cuántos errores no se han derivado de estas ingratas presun­ciones!

Vamos pues, a dedicar este capítulo al Sr. Segundo de Ispizua, au­tor de la extensa y bien ordenada obra “LOS VASCOS EN AME­RICA».

Que el Sr. Ispizua, trate de recabar la oriundez vizcaína para el famoso piloto Juan de la Cosa, disputándosela a la provincia de San­tander, no tiene nada de censurable, y su empeño regional es muy digno de alabanza. Además, ateniéndose a las vagas noticias que se conservan sobre su origen, no hace mal en suponerlo vizcaíno, antes que natural de Santoña.

Leamos pu«s, a Ispizua:

“No le bastó a Colón — dice — esperar diez y ocho años por lo me­nos, once fuera >de España y siete en la península, para poner en eje­cución su grandioso proyecto. Aún después de firmadas, el 17 de Abril de 1492, en la villa de Santa Fé de la Vega de Granada, las célebres capitulaciones por las que se le hacía “Almirante, Visorey y Gobernador General” de todas las islas y tierras-fii^nies que por su mano e industi’ia se gana sen en el mar Océano, tuvo que luchar su genio con otras dificultades, las de la falta de naves y de gente con qué tripularlas.

“Los vecinos de Palos, de donde salió la histórica expedición, es­taban obligados por sentencia del Consejo de Castilla a facilitar na­vios para la comisión que llevaba el novel Almirante. Esto, en tér­minos llanos y corrientes, significaba un embargo del Fisco, cosa que con lamentable frecuencia practicaban los reyes de Castilla en las costas del litoral vasco, una vez que llegaron a llamarse Reyes de Guipúzcoa y Señores del Condado de Vizcaya”.

“Pero los de la villa de- Palos — escribe Colón en el diario de su primer viaje — no cumplieron con el Rey y la Reina lo que le habían prometido: dar navios convenientes para aquella jomada. En este conflicto, halló Colón a dos hombres, mejor dioho, a tres: los herma­nos Pinzón y Juan Vizcaíno o Juan de la Cosa, este último muy poco sonado en la historia de estos memorabilísimos acontecimientos y cuya colaboración, fué tan eficaz, como la de los dos célebres her­manos”.

Antes de continuar, hemos de advertir que la razón por la cual llama Ispizua, JUAN VIZCAINO a JUAN DE LA COSA, es la de haberla tomado de un eapítulo de la Historia de las Indias, escrita por Bartolomé de las Casas, en que habla este cronista, de la expedición de Hojeda a Tierra firme. Dice así Las Casas: “Estos fueron los prin­cipales en aquel tiempo; uno de ellos, Juan de la Cosa, vizcaíno, que vino con el Almirante cuando descubrió esta isla”. Las Casas, vuelve a repetir en la expedición de Bastidas, lo de vizcaíno. hablando de La Cosa. Pero resulta, según nos lo advierte el Sr. Ispizua, que en una carta de Roldán a Colón — que Las Casas asegura haber visto — decía aquel ex-rebelde… “Así que, señor, yo ove de ir a las carabelas y fallé en ellas a Juan Velázquez y Juan Vizcaíno, el cual me mostró una capitulación para descubrir, firmada por el señor Obispo Fonseca” …….                                                                                                         ‘

En este caso, como no se aclara quién sea ese Juan Vizcaíno, no puede atribuirse a La Cosa y máxime cuando el propio Sr. Ispizua, hablando de la información hecha en el segundo viaje de Colón refe­rente a si Cuba era o no continente, aparece entre otros de los testi­ficantes un Juan Vizcaíno, que niega el Sr. Ispizua sea el célebre car­tógrafo que acompañó a Colón.   ‘

Es decir: que el Sr, Ispizua acepta el Juan Vizcaíno como Juan de la Cosa, cuando conviene a su tesis y lo rechaza, cuando no se ajusta a su probanza, porque ni es franco al decir que en las carabelas y durante el segundo viaje, iba un solo Juan Vizcaíno que desde luego no era Juan de la Cosa, porque éste hace la declaración por separado, y además tripulaba como marinero la misma carabela, sino que en la Cordera, iba otro Juan Vizcaíno, marinero y vecino de Cartaya. De lo que resulta que en aquella expedición iban dos individuos llamados Juan Vizcaíno, además de Juan de la Cosa.

En esta información, Juan de la Cosa, se titula vecino del puerto de Santa María, Es pues indudable, que con La Cosa, andaba otro piloto llamado Juan Vizcaíno, puesto que la relación de testigos en los pleitos de Colón (Colección de Documentos Inéditos. Tomo VII, pág. 102), se lee lo siguiente:

“Tercer testigo: Jáeome Ginoves. A la dezena pregunta dixo: que sabe que al tiempo que fué a descubrir Alonso de Hojeda, fué con él Bartolomé Eoldán, e Juan Vyscayno FUE CON JUAN DE LA COSA”, Ahí tiene pues, el Sr, Ispizua, al JUAN VIZCAINO que mostró a Eoldán la capitulación para descubrir que lo tenía tan intrigado, pues coano vé, se habla de la misma expedición de Ojeda en la que iban Juan de la Cosa y Juan Vizcaíno, que son dos sujetos completamente distintos. Las Casas ha confundido lastimosamente a los dos pilotos.

Hasta ahora el Sr. Ispizua sólo tiene a su favor la declaración de Las Casas, que por dos veces lo llama vizca,í?wt no en el sentido de apellido, sino en el de la oriundez. Testimonio sería éste de mucha fuerza sí no fuesen tantos los errores en que incurre el obispo de Chiapa. Para convencer al Sr. Ispizua, vamos a citar un párrafo de Navarrete que se sabía de memoria todos los escritos del prelado: Ha­blando de la veracidad y conveniencia de consulta en cuanto a algunos incidentes de la conquista, dice en contraposición: “No merece tan entera y absoluta fe cuando refiere Los hechos que le contaron otros, porque habiendo comenzado a escribir esta historia (se refiere a la Historia General de Indias) según él mismo lo dice en el Prólogo en el año 1527, a los 53 de su edad y concluídola en 1559, cuando tenía ochenta y cinco años, y confesando además que escribía siendo muy viejo lo que vio, y había pasado en el espacio de más de sesenta años, no es extraño que ya le flaquease la memoria, confundiendo unos he- ehos con otros, alterando su cronología y aún los incidentes y causas que intervinieron”.

Esto dice el Sr. Navarrete y estamos en un todo de acuerdo. Este notable escritor, agrega, que podía citar muchos ejemplos de sus erro­res y lo mismo podemos decir nosotros, que también hemos leído y re­leído su trabajo y hallado grandes contradicciones.

–  En cuanto a que Herrera cite también a La Cosa como Vizcaíno, no debe sorprenderle al Sr. Ispizua, porque las Décadas de Herrera están tomadas de la Historia General de Indias de Las Casas.

El Sr. Ispizua no es verídico al decir que “contestando a la pre­gunta décima cuarta en las probanzas del Almirante, en el pleito sostenido por Diego Colón en defensa de sus privilegios, haya leído: “Jácome Gínoves sabe que con Hojeda fué Bartolomé Roldan e JUAN DE LA COSA O JUAN VIZCAINO”. Esto, como se vé, no es cierto, porque lo que dijo Jácime Ginovés, fué que con Hojeda iba Bartolomé Roldán E QUE JUAN VYZCAINO FUE con Juan de la Cosa. De manera que lo que el Sr. Ispizua dice que es demostración del patente empleo de las dos denominaciones, la propia y aquella con la que se designaba su patria, queda descartado de la probanza porque el señor Izpizua leyó mal,

Pero sigamos exponiendo las razones en que se funda el escritor vasco para demostrarnos la vizcainía de La Cosa.

Dice en otro párrafo; “Queda demostrado que Juan de la Cosa acompañó a Colón en el primer viaje, en navio propio, el cual, según documentos que existen en el archivo de Simancas y a los que hace referencia el competente escritor en materia de historia de la marina española en los pasados siglos, Fernández Duro, navegaba entre las costas vascas y andaluzas. ¿De dónde eran sus tripulantes? En nues­tra opinión, fundada en testimonios solidísimos, la mayoría de los que tripulaban la nave capitana que llevó Colón al Nuevo Mundo, se com­ponía de vascos. Como esta cuestión está en parte íntimamente enla­zada con la nacionalidad de Juan de la Cosa, es decir, con la cuestión de si este ilustre cartógrafo era o no vasco, es necesario tratar de am­bos puntos a la vez”.

Esto dice el Sr. Ispizua y a continuación arremete contra su pai­sano el historiador Labayrú que no cree en la vizcainía del piloto; pero como nos va a explicar la razón por la cual tiene el convencimien­to de que la tripulación de la Santa María era en su mayor parte vizcaína, necesario será oír su demostración para saber a qué ate­nernos.

Y ^prosigue así el Sr. Ispizua: “En la víspera de Navidad de 1492, hallándose Colón en la isla Española, llamada por los indígenas Bohío, hoy Santo Domingo, determinó continuar los descubrimientos, pues habiendo viento o no haciendo tormenta, tenía costumbre de no parar en ninguna parte, para descubrir mayor número de tierras. Mas de­jemos hablar al propio Colón, quien nos dará un indicio clarísimo, una clave segura, acerca de que tierra era su maestre Juan de la Cosa. “Navegando ayer, 24 de Diciembre,—se lee en el Diario extractado poL* Las Casas, — con poco viento, desde la Mar de Santo Tomé — bahía de Acul — hasta la punta Santa, como a las once de la noche, acordó echarse a dormir, porque hacía dos días y una noche que no había dormido. Corno era calma, el marinero que gobernaba la nao acordóse ir a dormir, y dejó el gobernario a un grumete, lo que siempre había prohibido el Almirante… Como habían visto acostar y reposar al Al­mirante, y veían que era calma muerta y la mar como una escudilla, todos se acostaron a dormir y quedó el gobernalle en la mano de aquel muchacho; y las aguas que corrían, llevaron a la nao sobre uno de aquellos bancos, los cuales, puesto que fuese de noche, sonaban que de una legua se oyeran o vieran, y fué tan mansamente que casi no se sentían. El mozo que sintió el gobernalle y oyó el sonido de la mar, dió voces, a las cuales salió el Almirante. Luego el Maestre de la náo, de cuya era la guardia, salió, y díjoles el Almirante a él y los otros, que halasen el batel que traían por la popa, y él, con oíros mitcfeos, saltaron al batel; y pensaba el Almirante que hacían lo que les había mandado. Ellos no curaron sino de huir a la carabela — la Pinta — que estaba a barlovento media legua”.

Don Fernando Colón en la historia del Almirante, dice Ispizua que lo relata en parecidos términos, y que aquel accidente, trastornó loa planes de Colón, haciéndole desistir de su viaje y Colón declara, que con los restos de la nave que se perdió, mandó construir una fortaleza en aquella parte de la tierra donde pensaba establecer una colonia, como así lo hizo, titulándola LA NATIVIDAD. Pero aún dice más Colón — según Las Casas — esto es: “que fué gran ventura y deter­minada voluntad de Dios que la nave allí se encallase, porque dejase allí gente, que si no fuera por la traición (?) del maestre y de su gente marinera, que eran TODOS LOS MAS DE SU TIERRA, de no querer echar el ancla por popa para sacar la náo, como el Almi­rante les mandaba, la r.áo se salvara, y así no pudiera saberse de la tierra como se supo.

Y   dice el Sr. Ispizua: ¡He ahí la prueba que hemos ofrecido!

La gente, que al encallar el barco, salió fuera de sus alojamientos con el maestre… la gente que no obedecío la orden de halar el bote o barca y se marchó a la otra carabela, esta gente era TODA o eran los MAS de la tierra de Juan de la Cosa, es decir: eran vascos.

Nos parece algo temprano, Sr. Ispizua, para asegurar que aquella gente era VASCA.. Ahora, lo que sí no cabe duda, es, que si aquél maestre era Juan de la Cosa, la gente que lo siguió, necesariamente y oída la declaración del Almirante, era paisana del piloto. Y agrega el Sr. Ispizua: “Por tanto, el núcleo de los que formaron la colonia “Navidad”, primer asiento o población europea establecida en el Nue­vo Mundo, estaba compuesto en gran parte de vascos”.

Pero ahora viene lo verdaderamente inconcebible, según nos lo advierte el mismo Sr. Ispizua: Que de todos aquellos sujetos que que­daron en la colonia NAVIDAD, que eran precisamente los que si­guieron al maestre y tripulantes de la carabela SANTA MARIA…

¡ no eran vascos I ¡ Sólo uno, Domingo de Bermeo, era vizcaíno!

Y   se pregunta el Sr. Ispizua: ¿Cómo se concibe que si Colón dijo que todos aquellos hombres eran de la tierra del maestre, sólo aparez­ca entre todos aquellos individuos un vasco?

Pues se concibe muy fácilmente, Sr. Ispizua. Se concibe, por la sencilla razón que el maestre no era vizcaíno y no siendo el maestre vizcaíno, aquellos hombres que lo siguieron y que Colón reconoció como paisanos del piloto, tampoco eran vizcaínos. So pena que al decir Colón que ERAN SUS PAISANOS se refiriese a sí mismo, po­niéndolo en tercera persona Las Casas, que fué el que transcribió el Diario del Almirante. Y como de ser así, con esta sola declaración

 

del Almirante, hubiera quedado reconocida su nacionalidad española y esto, no nos lo habrían de admitir nuestros impugnadores, acepta­remos que aquellos sujetos eran paisanos de La Cosa, que en número de treinta y nueve desertores o descontentos de la Santa María, se establecieron en el fuerte Natividad.

Claro está que el Sr. Ispizua, no ha quedado satisfecho al saber que -sólo uno de aquellos individuos era vizcaíno y empezó a darle vueltas al asunto, para averiguar la sinrazón de aquella razón y des­pués de inútiles rodeos, sacó en consecuencia, que el único documento donde consta la relación de aquellos marineros insubordinados, es un pregón que la Casa de Contratación de Sevilla publicó en el año 1511 con el objeto al parecer, de atender las reclamaciones que por indem­nización correspondía a los descendientes, pues es por demás sabido que en el segundo viaje, Colón encontró el fuerte de Natividad des­truido y muertos todos sus ocupantes. Y como del año 1493 al 1511 hay una distancia de nueve años y en esos nueve años se pueden hacer muchas atrocidades, el Sr. Ispizua, para dar un corte racional al asunto, declara APOCRIFO el pregón de marras.

Curiosos como buenos polemistas, quisimos ver la lista de falle­cidos y efectivamente, vimos allí apellidos, como Tordoya, Torpa, Ferrández, Henao, Patiño, Logrosan, Villar, Foronda, Porcuna, Ba- raona, Lages ecta, que a la legua acreditan su procedencia y hemos comprendido la contrariedad que tal revelación produjo en el entu­siasmo del Sr. Ispizua.

Y  ahora, veamos como nuestro vasco historiador, destruye la pro­cedencia supuesta de La Cosa en cuanto se relaciona con la cuna divulgada de Santón a.

Dice que se alega que La Cosa pudo ser de Santoña, pero que no’ existe ningún documento, absolutamente ninguno, en que se pueda apoyar este aserto. Y agrega, que los escritores montañeses que sos­tienen esta afirmación, aducen dos argumentos: el primero, que Juan de la Cosa fué vecino de Santoña; y el segundo, que el apellido La Cosa no es vasco o euzkérico. Y añade: como se ve, los escritores montañeses no presentan ninguna razón o probanza positiva en favor de su tesis, como las tenemos nosotros de que fué vasco-vizcaíno.

Cierto es que la probanza de los montañeses no es muy contun­dente que digamos; pero la de los vascos o vizcaínos no es mucho más convincente, aunque entre la una y la otra, nos quedemos con la vasca.

Con vencidísimos por otra parte, que Juan de la Cosa no pudo haber nacido en Vizcaya ni en Santander, sigamos copiando la diser­tación del Sr. Ispizua, que indirectamente, servirá para reforzar nuestras finales presunciones.

Continúa este escritor diciendo que, es cierto aue Juan de la Cosa fué vecino de Santoña. porque en la Colección de Viajes, de Nava­rrete, hay una carta de la reina Católica al entonces obispo de Ba­dajoz, encargado de los negocios de Indias qne se exüidió a instancias de Juan de la Cosa y Juana del Corral para el papo de ciertos alcances a los que murieron en servicio de los reves, ore aparece fechada en Laredo. el 25 de Aposto. Que dice a^í: “JUAN DE LA COSA. VECI­NO del puerto de SANTOÑA, y Juana del Corral, vecina asimismo del mismo lugar, dieron dos peticiones que con vos mandé enviar para que las examinen ecta. Dícese aquí que ese año era La Cosa

 

vecino de Santoña; pero nada se asegura respecto al lugar de origen”.

De modo — agrega el Sr. Ispizua — que, en los primeros años del descubrimiento era Juan de la Cosa vecino del puerto de Santa Ma­ría, VECINDAD QUE POSEIA ANTES DE SU CASUAL EN­CUENTRO CON COLON, cuando con su navio Santa María (léase GALLEGA) se dedicaba al tráfico entre las costas de Guipúzcoa, Viz­caya, las de Andalucía y Guinea. Observamos que el Sr. Ispizua nada dice de los puertos gallegos intermedios, sin duda por omisión. Hecha esta salvedad, continúenlos la narración del autor de “Los Vascos en América”.

De valer — dice — el argumento de la vecindad, más razones ten­drían los andaluces para considerar como suyo el nombrado piloto, que los de Santoña. ¿Qué prueba todo esto? Que la vecindad es mu­dable y puede ser transitoria; no así el lugar de nacimiento.

Vamos a replicar al Sr. Ispizua en cuanto se refiere a la ventaja de ser vecino del puerto de Santa María que, efectivamente es citado con preferencia al de Santoña.

Probablemente ignore el Sr. Ispizua, que el puerto principal de Pontevedra se llame de Santa María y que con esta principal denomi­nación más se conocía antiguamente, cuando Pontevedra era sólo case­río adscrito al dominio de Marín o dependencia del arzobispo de San­tiago de Compostela. La SANTA MARIA de Pontevedra, era enton­ces una barriada de pescadores enclavada en el mismo puerto y por Santa. María se conocía a este puerto.

De lo que resulta, que había DOS PUERTOS DE SANTA MA­RIA : el de Cádiz y el de Pontevedra.

Aclarado el particular, continuaremos copiando el párrafo del historiador vasco: “En 1496 — agrega —■ figuraba como vecino de Santoña, y en 1503, vuelve a aparecer de nuevo como vecino del puerto de Santa María.

Y   continúa su alegato de esta manera: “Entre los escritores mo­dernos, no ha habido interés en averiguar la verdadera patria de La Cosa. Los extranjeros en su mayoría, entre otros Humbold y Was­hington Irving, apoyado aquél en el categórico clarísimo y repetido testimonio de Las Casas, a quien cita, le tienen por vasco: los espa­ñoles se limitan a decir que era de la COSTA CANTABRICA. De esta opinión es Navarrete en su Biblioteca Náutica y al parecer Fer­nando Duro, quien agrega: «que el ser VECINO DE SANTA MA­RIA puso en duda si sería natural de allí, inclinándose sin embargo, la mayoría de los autores a creerle HIJO DE LA COSTA CANTA­BRICA, tanto por conservarse todavía el apellido en familias de San­toña y las Encartaciones, como por tenerle por vizcaíno sus coetáneos y aún aplicarle este adjetivo en algunos escritos y confirma esta opi­nión, más de una cédula de los Reyes Católicos que existe en el ar­chivo de Simancas, autorizando a Juan de la Cosa, vecino de SANTA MARIA DEL PUERTO, para el tráfico y navegación de cabotaje entre las costas de Andalucía y las de las provincias de Guipúzcoa y Señorío de Vizcaya”.

Alto ahí, Sr. Ispuzua.

Observen nuestros lectores que en Jas cédulas que menciona Fer­nández Duro se dice SANTA MARIA DEL PUERTO y no PUERTO DE SANTA MARIA. Obsérvese igualmente, que la autorización o autorizaciones reales, es para el tráfico y navegación de cabotaje ENTRE las costas de Andalucía y de Vizcaya.

Este ENTEE equivale a una solicitud hecha en un punto céntrico de la costa cuyos términos eran Andalucía y Vizcaya, pues de otra manera se diría DESDE este puerto o puertos de Vizcaya HASTA los de Andalucía o vice versa.

La autorización es el documento más precioso para poder identi­ficar a La Cosa y al mismo tiempo, para la validez de la identificación, ya que la prueba documental es la que se exige para la debida com­probación.

Ahora bien: una cosa es PUEETO DE SANTA MARIA y otra SANTA MAEIA DEL PUEETO. Para el primer caso, debe admitirse que no había otro lugar en Cádiz que se denominara SANTA MAEIA y que necesitase de la aclaración que significa la segunda y en el se­gundo otro caso, se emplea la denominación de SANTA MARIA DEL PUERTO para distinguir a esa SANTA MARIA de otra u otras, para que al citarla sin advertencia, no sirviera de confusión para la localidad.

Este caso y esta denominación, sólo puede aplicarse a Pontevedra, donde aún hoy existen, de acuerdo con los 28 arciprestazgos que cita en su Geografía de Galicia, el Sr. Luis Gorostola Prado, CIENTO CATORCE LUGARES QUE LLEVAN LA DENOMINACION DE SANTA MARIA, de las 668 parroquias que existen en toda la pro­vincia de Pontevedra. Y estas parroquias exigían necesariamente un aditamento especial para no confundirlas y así se decía y se dice para determinar uno o diversos lugares de la provincia: “Santa María del Campo”; Santa María del Val (valle) ; Santa María de la Vid; Santa María del Robledal; Santa María de los Pazos (casas solarie­gas) ; Santa María Queimadelos (quemados) y así sucesivamente con otros muchos nombres de lugares que sirven para establecer la situa­ción, y de ahí SANTA MARIA DEL PUERTO, que era como se de­nominaba entonces el puerto hoy conocido por PUERTO DE SANTA MARIA DE PONTEVEDRA.

Esto no quiere decir que una de tantas veces que a Juan de la Cosa se cita como vecino del PUERTO DE SANTA MARIA, se deba entender como vecino del puerto de Pontevedra; pero sí antes del descubrimiento de América y en la cédula de los Reyes Católicos en que se autoriza a Juan de la Cosa de SANTA MARIA DEL PUER­TO para ejercer el cabotaje ENTRE las provincias andaluzas y las provincias vascas, cédula que lleva fecha bastante anterior a 1492 que es cuando por primera vez suena La Cosa como vecino quizás del PUERTO DE SANTA MARIA de Cádiz.

Si hay argumentos y pruebas para destruir nuestro alegato, puede presentárnoslas el Sr. Ispizua, en la seguridad que, inmediatamente a esa probanza, seguirían nuestras más cumplidas satisfacciones.

Y   vamos a entrar ya, resueltamente, en materia.

Es evidente, por otra parte, que Juan de la Cosa fué gallego, pues­to que consta como residente en Pontevedra en los documentos halla­dos por La Riega y que en Pontevedra se fletó la carabela GALLE­GA y que entre los testigos y en el informe de ese fletamento, no tan sólo aparece1 como propietario del navio Juan de la Cosa, sino que también muchos mareantes cuyos nombres aparecen en el rol de marinería del primer viaje llevado a cabo por Colón, que son algunos de los que quedaron en el fuerte de la Navidad y que habían perte­necido a la dotación de la carabela SANTA MARIA o GALLEGA que naufragó en los bajos de la costa de Santo Domingo. (1)

El Sr. Ispizua, dice que la carabela SANTA MARIA fué segura­mente construida en las playas vascas, con la madera de sus monta­ñas y por obreros vascos y a esto dice el historiador vasco Labayru, que como vasco no puede ser sospechoso, que supone que la SANTA MARIA fué nave GALLEGA o CONSTRUIDA EN GALICIA.

A esto replica el Sr. Ispizua, que sólo Oviedo, cronista parcial y apasionado cita con el nombre de la GALLEGA a la carabela SAN­TA MARIA. Esto es incierto, porque no es solamente Oviedo el que lo dice repetidamente en su obra, toda vez que en un menuscrito exis­tente en el archivo de Indias, según el Sr. Alcalá Galiano, existe un documento que dice: Colón salió de Palos con tres carabelas, la mayor llamada LA GALLEGA y no es cierto, porque en la Colección de do­cumentos inéditos de Indias, tomo XIV, página 563, documento que se guarda en el citado archivo Est. l.°, Caj. 1.*, no se cita para nada la SANTA MARIA y sí repetidamente y como capitana de la expe­dición a LA GALLEGA.

Sería pues, absurdo, negar que la carabela capitana de la primera expedición — que las crónicas registran como la SANTA MARIA — fuese otro que el navio de cabotaje propiedad de Juan de la Cosa, conocido con el nombre popular de LA GALLEGA, en sus correrías comerciales por los mares Cantábrico y Atlántico.

Fernández Duro asienta que la SANTA MARIA fué construida en las costas norte de España y en cuanto a que esta embarcación era propiedad de La Cosa, ya el Sr. Ispizua, nos cuenta que en una cédula real se dice entre otras cosas: “Fuístea por maestre, de una náo vuestra a los mares de Occidente, donde en aquel viaje fueron descubiertas las tierras e islas de las Indias, e vos PERDISTEIS la dicha náo e por vos lo remunerar e satisfacer, ecta, ecta.

Juan Palau Vera en VIDA DE GRANDES HOMBRES — CRIS­TOBAL COLON, dice a propósito de la Santa María y de su tripula­ción: “Se fletó además una nave de Cantabria, fuerte y buena, ade­cuada para aquel arriesgado y largo viaje”… “Se tripuló la armada con andaluces y cántabros que habían navegado por Africa, Flandes e Irlanda, y tan bien escogidos fueron, que Colón los juzgó como buenos y cursados hombres de mar».

He aquí la palabra cántabros aplicada a todos los marinos de Gali­cia, Asturias, Santander, Vizcaya y Guipúzcoa, por los países del Me­diterráneo en la edad media y aplicada indistintamente por escritores extranjeros y nacionales en sus noticias.

Para dejar atados todos los cabos, bueno será también que nos detengamos en la prueba de bien escaso peso que alegan los monta­ñeses para suponerlo de Santoña, con la protesta consiguiente de Ispizua.

(1) ‘ T.u Gallega”; libro impreso por La Riega en Pontevedra el año 1897. — En lo pá- ginu 66 dice: «Hemos íogTíido reunir diversos documentos del sífflo xv: algunos son escrituras en pergamino y en papel, completamente formalizados; otros pertenecen a minutarios nota­riales con todas lus condiciones apetecibles de autenticidad en esta cIhrc de documentos.

Aducen aquellos para su probanza, como ya hemos visto, dos razo­nes: la primera, porque en un documento, se le hace vecino de aquella localidad y la segunda, que no podía ser vasco porque el apellido La Cosa no es vasco o euskérico.

La primera razón, es la misma que podría asistir a los andaluces para suponerlo natural del puerto de Santa María o la que sirve de apoyo al Sr. Ispizua tomado de Las Casas, que lo llama vizcaíno como pudo llamarlo andaluz o montañés, porque es evidente que ha confundido a los dos pilotos: Juan de la Cosa y Juan Vizcaíno, según ya lo hemos demostrado.

La segunda razón, ya ofrece distinto aspecto, aunque Lope García de Salazar, con toda su autoridad, haya podido demostrar que el ape­llido La Cosa era montañés.

No conocemos las razones por las cuales el Sr. Salazar haya hecho semejante afirmación; pero vamos a exponer las nuestras para de­mostrar lo contrario.

El verdadero apellido de la Cosa, según copias de los documentos originales que tenemos a la vista, es:

XOAN DE LA COSSA

Necesario es recurrir a la filología, para explicar esto.

Ya los romanos confundían la s con la x. Nigidius Figulus que floreció en tiempos de Licinius Calvus desechaban el uso de la x, para sustituirla con es o gs para que prevaleciera sin duda y según lo advierte un escritor contemporáneo, el sonido silbante sobre el gutural, como lo prueban el estudio de las inscripciones, en las que aparece sustituida la a; por la s. En la edad media, se escribía s sencilla o sa (doble) por aj.

El castellano antiguo tuvo el sonido se# o ch suave que hoy tienen los dialectos o idiomas de la península, y así debieron pronunciarse muchas palabras y el sonido de la cc se Cambió después por la fuerte de la j. El mismo cambio se operó en la j suave (iota), convirtiéndose- en fuerte (jota), y en la 2 dulce, que se transióme en fuerte. Es in­dudable. dice el Sr. Monlau, que si fuese posible oir hablar a Cervan­tes o a Lope de Vega, nos parecerían catalanes o franceses en la pro­nunciación de muchos vocablos; y nosotros agregamos que más se ase­mejarían a los gallegos en la pronunciación. En Galicia, aún hoy con­funden el sonido de la z con la s o vice-versa; otros Ja g suave con la fuerte y así otros muchos defectos de pronunciación que no vamos a analizar ahora, porque para demostración basta con lo expuesto.

Resulta pues, que el apellido COSSA se transformaría en COXA, que era en realidad el del célebre cartógrafo.

COXA es vocablo gallego que equivale a COJA o lo que es lo mismo a MUSLO en castellano. Por lo tanto, en su apellido, La Cosa es gallego por los cuatro costados.

Y  ya en este terreno, necesario será llegar a la conclusión.

Y  la conclusión es la siguiente:

El apellido La Cosa con su correspondiente: nombre Juan, aparece- en los cartularios gallegos del siglo XV.

La construcción de la carabela, según la opinión de autorizados autores, se llevó a cabo en Galicia. Hay otra razón para apoyarla y es que, según Don Henrique Lopes de Mendoza, en los Annaes do Club militar naval t. XX Lisboa – 1890, este ilustrado marino portugués que Fernández Duro califica como tan docto en arqueología como en lengüística, dice que en el fuero dado a la villa Nova de Gaya por el rey de Portugal Don Alfonso III, el año 1252, ya se encuentra men­cionada la carabela empleada para la navegación de cabotaje y es por esta razón que esta clase de navios que tan útiles fueron a los portugueses para sus descubrimientos, eran de construcción gallega o portuguesa. Las carabelas pues, originarias de estas regiones, y de la capacidad de la que llevó Colón, se distinguían por su tipo perfec­tamente característico desde el siglo xm hasta el xvi por su ligereza y porte inferior a 200 toneladas, de tres o dos palos con velas latinas.

La tercera razón, es que la carabela llamándose LA GALLEGA, había sido bautizada seguramente por un gallego, y por la no menos apreciable, de haber sido construida en Galicia.

La cuarta: que el fletamento de esta carabela, según los documen­tos pontevedreses se extendió en Galicia.

La quinta: que en ese contrato de fletamento, aparece como pro­pietario Juan de la Cosa.

La sexta: que los testigos que intervinieron en esta formalidad, fueron gallegos, que figuraron más tarde como tripulantes de esa misma carabela Gallega.

La séptima: que habiendo abandonado La Cosa y la mayoría de los tripulantes de la Gallega este buque, en ocasión del naufragio ocu­rrido en las costas de la isla de Santo Domingo y que habiendo reco­nocido Colón a esos tripulantes como paisanos de La Cosa, resulta que la tripulación de la SANTA MARIA o LA GALLEGA era casi en su totalidad gallega.

La octava: que al figurar en documentos oficiales La Cosa, como vecino de -SANTA MARIA DEL PUERTO, es una razón más que suficiente para considerarlo natural de Pontevedra, porque SANTA MARIA DEL PUERTO, no es PUERTO DE SANTA MARIA y SANTA MARIA DEL PUERTO que sepamos, no había otro en Espa­ña en el siglo xv que el de pescadores de la famosa ría gallega.

La novena: que el único que mereció la confianza de Colón para confiarle sus cartas, fué Juan de la Cosa que con ellas confeccionó su mapa famoso que tanto admiró a Humbold y del que éste se sirvió para localizar la primera tierra descubierta por el Almirante.

La décima: que Juan de la Cosa, queriendo honrar a su paisano, protector y sin duda alguna, maestro, en el difícil arte de hacer cartas marinas, estampó o dibujó en lo más preferente de su mapa la efigie de San Cristóbal, que sirve de emblema a la firma de Colón.

Todos estos argumentos, los consideramos más que suficientes para demostrar que el olvidado marino gallego, que tan grandes servicios prestó a su patria y que mereció de Oviedo nada halagüeñas califica­ciones, tuvo su cuna en Galicia y que contribuyó con su buque y tam­bién con su tripulación, en momentos difíciles para el Almirante, a solucionar el problema de completar la escuadrilla y las tripulaciones, con sus paisanos y con su histórico navio LA GALLEGA.

Y   es así como lentamente, se va descorriendo el velo que ocultaba el misterio de la asombrosa participación que en tan excepcional em­presa, tuvo la desdeñada región gallega, esa vilipendiada tierra que no contenta un día con restaurar los reinos y la libertad de España, oponiéndose con sus mesnadas al dominio agareno, lanza a sus hijos a la conquista de un mundo nuevo cuya gloria habría de serle artera­mente arrebatada.

¡Y son los españoles, los primeros en oponerse a esta noble rec­tificación histórica!

 

 

CAPITULO VII

LAS PROFECIAS Y LA FIRMA DE COLON

La -profecía, sin texto escrito. — Ofero, el sino pagano. — Su martirio en Oriente. — San Cristóbal se halla en la lista de los martirolo­gios más antiguos. — Como escribió su nombre el cincel iconográ­fico de los estatuarios. — De todos los países cristianos, España fué donde se multiplicaron más ¿as efigies, capillas e iglesias de San Cristóbal. — El nombre de San Ci-istóbal, lo llevan noventa

parroquias de Galicia——– En las Sagradas Escrituras, se hallan

nueve pasajes claramente aplicables al descubrimiento del Nuevo Mundo. — Los simbolismos. — Los buscó Colón para eternizar su obra. — Tropo, Sinedoque y Metonimia.—Monograma en gallego empleado por Colón para su firma. — La antefirma es la secuvida- ria Trinidad gallega. — La famosa y emblemática firma de Colón, es gallega por los cuatro costados.

“A las revelaciones de Israel — dice Largues — sucedió en la época del Mesías una profecía, cuyo autor es tan desconocido como su ori­gen; su origen tanto como la fecha; la fecha tanto como el idioma, y sin embargo ha llegado hasta nosotros por transmisión constante. Esa misteriosa profecía sin texto escrito, sin autor reconocido, salida no se sabe de dónde, como los ruidos que conmovieron el mundo ro­mano antes del nacimiento del Salvador, se exhibe bajo la forma de una tradición anónima, quizás colectiva; pero evidentemente po pular”.

“La escultura ha personificado esa tradición, que existía en las basílicas arruinadas de Antioquía y Bizancio, las antiguas iglesias de estilo romano, de donde fué llevada al fondo de los monasterios, de las abadías, aún a las catedrales góticas, por medio de las pinturas murales y de la estatuaria. Cierta piadosa creencia ha hecho adoptar como conmemorativa del pasado esa simbólica imagen del porvenir. ‘ Queremos recordar la colosal efigie de San Cristóbal y su leyenda popular. Es preciso no olvidar que San Cristóbal era el Patrón del Descubridor del Nuevo Mundo”.

“Veamos primeramente la historia real de ese santo y después apreciaremos el significado de sus atributos».

“La giografía nos enseña lo siguiente:”

“Ofero, sirio de nacimiento, era un pagano de estatura atlética, una especie de Goliat, orgulloso de su fuerza, y que no quería ser­vir sino al rey más poderoso de la tierra. Convertido al cristianismo a la vista de un milagro, en el ardor de su fé, no quiso ya otro nom-

fcre que el PORTA CRISTO, (CHRISTOPHORUS). San Babylas, cbispo de Antioquía, le admitió al bautismo. Cristoforo publicó la palabra de Cristo en su país, en los alrededores de la Palestina, en varias comarcas del, Asia Menor y viajó constantemente, predicando con valor el evangelio, hasta el momento que, preso por los emisarios de la idolatría, durante la persecución del emperador Decio, selló con su sangre la cruz que había llevado”.

< “Su martirio fué muy pronto célebre en Oriente. Los orientales y los coptos, lo mismo que los griegos, le prestaron culto desde luego. San Ambrosio le preconizó. San Cristóbal, se halla en la lista de los martirologios más antiguos. En Constantinopla tenía antiguamente dos iglesias dedicadas a su nombre. También hace mención de él el Breviario mozárabe atribuido a San Isidoro de Sevilla. En tiempo de San Gregorio el Grande, había en Sicilia un monasterio bajo la advocación de San Cristóbal. Toledo y otras ciudades de España poseían, desde el siglo vil, reliquias de ese mártir”.

“Nada hay más auténtico y exacto que esa historia de San Cris­tóbal. Nada mejor fundado que la antigüedad del culto que se le tributó desde el siglo IV de la Iglesia».

“Su imagen es la de un santo colosal cuya actitud y acción no expresan ni la doctrina, ni la penitencia, ni el martirio. No ora, no habla, no padece; sin embargo, no está inmóvil en su gloria. Camina al través del agua llevando en sus hombros al Cristo niño».

“Este hecho implica necesariamente la existencia de una profecía desde mucho tiempo olvidada, de un anuncio misterioso cuyo origen se ignora ahora; pero sobre el cual ha sido necesariamente construido el tipo estatuario de San Cristóbal, tal como lo produjo primero el Oriente, y tal como lo conserva aún el Mediodía de la Europa cris­tiana”.

¿De qué ¡manera se nos pintó primitivamente a San Cristóbal? ¿Cómo escribió su nombre el cincel iconográfico de los estatuarios?

“San Cristóbal está invariablemente representado bajo la forma de un gigante que lleva en hombros al niño Jesús, pasando el mar sin estar completamente mojado y apoyándose en un tronco de árbol ver­de con adornos en su parte extrema y en sus raíces”.

Fíjense nuestros lectores en la descomposición del emblema, que es por demás interesante:

San Cristóbal, héroe del catolicismo, lleva allende los mares a Jesús niño, es decir: la aurora del Evangelio a la tierra nueva. El niño Jesús tiene en la mano al mundo en forma de esfera que remata en una cruz. Esa esfericidad del globo resume de antemano todo el sistema del descubrimiento. La cruz en que remata el globo, anuncia la propagación del Evangelio entre todos los pueblos. El gigante católico, ceñida la frente con la aureola, indicio de la santidad, al cruzar las aguas, se apoya en el tronco de un árbol floreciente, que tiene hojas y frutos, recuerdo al mismo tiempo de la vara florida de Aaron, de la raíz de Jesédel, tronco del árbol de la salvación, aquél leño que salvó al mundo.

Abandonemos muchos particulares de la tradición misteriosa y aún la leyenda tudesca que altera el primitivo cuadro, convirtiendo el mar en río e intercalando ciertos personajes del Norte, porque la

 

exacta representación del coloso no deberá buscarse en los países del Norte, sino en el Mediodía. Aquí es donde San Cristóbal es el gigante que lleva a Jesús y pasa el mar grande, no llegándole el agua más que a la cintura, teniendo en una mano a manera de bastón el árbol místico que ha de trasplantar, o bien la cruz que va a llevar allende el mar. El santo viajero está de tal manera vestido con sus atributos de misionero, que le cuelga de su cintura la calabaza, sím­bolo de su viaje.

“¡Cosa curiosa!—agrega RoseHy— las iglesias, imágenes y nom­bres de San Cristóbal, abundan más en el Mediodía que en el Norte, y entre las poblaciones del litoral más que en las del interior. Entre todos los países cristianos, España fué donde se multiplicaron más las efigies, capillas e iglesias de San Cristóbal. De seguro que nin­guna otra nación poseyó de tan antiguo, ni en tantos a’ltares, reli­quias de ese mártir, ni levantó más elevadas imágenes al santo gi­gantesco que atraviesa el mar”.

Pero lo que no precisa Roselly, lo vamos a precisar nosotros. Si en alguna región de España tomó carta de naturaleza San Cristóbal, esa región fué Galicia, que cuenta con más de NOVENTA PARRO­QUIAS distribuidas en las cuatro provincias con ese nombre y el del lugar y que suman en conjunto, más del triple de las que llevan las restantes provincias de España.

Es por lo tanto también vulgar este nombre en sus individuos y al decir vulgar, podríamos decir vulgarísimo, para que la expresión resulte más cierta.

Si tenemos en cuenta los simbolismos religiosos del Almirante, no deberá llamarnos la atención de que Colón se creyera elegido por Dios como siervo y mensajero de salvación.

Y   es por eso, que la explicación de la emblemática figura de San Cristóbal tiene su explicación el que Juan de la Cosa, que se ha su­puesto residente en Galicia, que nosotros suponemos gallego y que acompañó a Colón en su primer viaje y que en concepto de la reina Isabel, era el geógrafo más hábil de su tiempo, al acabar de dibujar el mapa del Nuevo Mundo, en vez de citar, a Colón, como el autor de la hazaña, dibujara la figura simbólica del santo que lleva al Cristo a través del mar. Posiblemente la alegoría se debió a instancias del mismo Colón y también a que en su concepto había realizado final­mente la predicción contenida en la religiosa imagen.

Ahora bien: Colón se ereyó el llamado por la tradición a realizar la profecía misteriosa de su homónimo CHRISTOPHORUS: del POR­TA CRISTO simbolizado en el mártir sirio.

Varios sabios teólogos y glosadores españoles — dice Lorgues — han quedado asombrados de la relación mística existente entre los actos de Colón y ciertas palabras de los libros santos. El Padre Acosta, reconoce que diversos pasajes de Isaías, entre otros el capí­tulo LXVI, son aplicables al descubrimiento de las Indias y dice: “Declaran varios autores muy sabios que todo ese capítulo se entiende de las Indias”. El cardenal de Verone, el gran Valerio, ensalzaba implícitamente la misión del heraldo de la cruz. Maluenda, Tomás Bozius, Fray Basilio, Ponce de León, Botero, el Padre Tomás de Je­sús, Solórzano, Herrera, cuantos estudiaron formalmente la época

 

del Descubrimiento, quedaron persuadidos de la grandeza de la mi­sión conferida a Colón. Con sorpresa y admiración, vieron anuncia­dos por el Hay-Profeta, sus buques y hasta sus escudos de armas. En las Sagradas Escrituras se hallan nueve pasajes claramente apli­cables al Descubrimiento del Nuevo Mundo”,

“Después de haber expuesto lo sorprendente que contienen los cuatro versículos de Isaías, habla el Profeta de la suerte de las na­ciones de Ultramar que no observaren el culto dwino: “Poblaciones y reinos perecerán”. Y como el anuncio de este terrible castigo no correspondía a una época cercana, añade el real vidente esta expre­sión del Altísimo: “Yo, que soy el Señor, ejecutaré todo esto en su tiempo”, es decir: en la época fijada en los eternos decretos.

Véase, pues, la gran relación que existe entre esta profecía y la tradición de San Cristóbal, que sin Colón, parece efectivamente, se­gún lo indica el conde francés, que sería verdaderamente inexpli­cable.

Como todo lo precedente conduce a la solución de una interesante incógnita de la vida del Almirante, antes de llegar a tan importante problema, justo nos parece seguir al religioso escritor francés en el preámbulo de los simbolismos.

Dice así Lorgues:

“En la historia primitiva del Catolicismo, que una filiación no interrumpida conduce hasta la cuna del mundo, se vé, por una in­tención expresa de la Providencia, a los patriarcas y profetas que reciben de antemano al nacer un nombre simbólico del carácter o del papel que iban a desempeñar. Igualmente en el establecimiento del Evangelio, vamos también sin excepción a los primeros cooperadores escogidos por Jesús, llevar nombres figurativos de su destino parti­cular”.

“Antes que el divino maestro de los hombres manifestara su doc­trina, el precursor Juan Bautista, salido de la raza sacerdotal de Abia, llevaba en el desierto el nombre significativo, que le fué im­puesto por una autoridad sobrenatural, a pesar de la opinión de sus deudos, que todos querían llamarle Zacarías como su padre y desecha­ban el nombre de Juan, porque nadie lo había llevado en su familia. El nombre de Juan, Johannes, expresa la verdadera piedad, la gracia, la misericordia que venía a anunciar a los hombres aquél que prepa­raba los caminos del Señor. Rectas facite semitas cjits».

“El primero de los evangelistas se llamaba Levi, hijo de Alfeo. Al llamarle Jesucristo para que le siguiera, le dió el nombre de Ma­teo, que expresa a un mismo tiempo el don voluntario y lo gratuito del favor”.

“Para no multiplicar los ejemplos, citaremos uno solo de entre tantos: el del Príncipe de los Apóstoles, del Jefe de la Iglesia: San Pedro”.                                 .

“Cuando el divino maestro le vió, echando sus redes en el mar de Galilea, auxiliado por su hermano, se llamaba simplemente Simón Barjona. Estos dos nombres reunidos presentaban ya una significa­ción interesante. Jesús le dijo que dejara allí sus redes y le haría pescador de hombres. Al punto, con una obediencia tan ingenua como sumisa, abandona las redes que constituían su sustento, Y aun­que casado y con la obligación de cuidar a su suegra enfermiza, sigue al Cristo sin la menor vacilación, sin haberse informado de sus nue­vos medios de subsistir y proveer a las necesidades de su familia”.

“Esta cándida confianza, esta obediencia ciega, indicio de la rec­titud de intención y de la fiel sencillez que distinguen al Príncipe de los Apóstoles, estaban maravillosamente representadas por su nombre de Simón Barjona. Porque en hebreo-siriaco, Simón, signifi­ca QUIEN OBEDECE, y Barjona, HIJO DE LA PALOMA. De an­temano el nombre de ese oscuro pescador del mar de Galilea, expre­sando la obediencia y la sencillez, presagiaba también la Primogeni- tura, puesto que la Paloma era su símbolo. Pero a estos dos nom­bres, les añade un tercero el Divino Maestro para que complete la figura de su destino. Le impone el nombre de Cephas, que en siria­co significa PIEDRA; la piedra fundamental. Y es tan grande el poder del nombre, que después de haberle dicho: “Tu te llamarás Pedro”. “Tu vocaberis Chephas”, añade nuestro Redentor: “Y sobre esta piedra, yo edificaré mi Iglesia”.

Nada pues, tiene de extraño, que el hombre escogido para doblar el espacio de la Tierra, reunir los pueblos que no se conocían y llevar el Evangelio a las naciones ignoradas, debiera también ofrecer en su nombre algunas significaciones misteriosas o simbólicas.

Colón que conocía a la perfección la Historia Sagrada, buscó un símbolo que eternizara su obra que él estimaba providencial y a se­mejanza de su homónimo el mártir PORTA CRISTO, estampó en to­dos sus actos un escrito emblema misterioso que expresaba no sola­mente el carácter religioso que había de desempeñar, sino también la declaración de la incógnita de su procedencia, la incógnita de su ori­gen, que con admirable tesón ocultó durante su vida y que rodeada de insondables tinieblas se conservó impenetrable hasta nuestros días.

Es el éxito más grande de nuestra investigación: un magnifico premio para nuestros afanes no interrumpidos durante largos años, consagrados a desentrañar de un pasado completamente indocumen­tado, las verdades sistemáticamente veladas con un fin incompren­sible y sin ejemplo en la Historia.

Pero al entrar de lleno en nuestra demostración, es necesario abandonar las tradiciones y los simbolismos o cuando menos apoyar­los con razonamientos científiccus, porque no se nos oculta la poca consistencia que para una prueba de esta índole, ofrecen las argu­mentaciones de las escrituras bíblicas por muy razonadas y comen­tadas que hayan sido por teólogos y escritores de todos los siempos.

* * *

LA FIRMA DE COLON

.s.

.S. A .S.

X M Y

Xpo. FERENS.

Limitémonos por el momento a Xpo. FERENS.

Dice así, el Sr. A, Jal, Jefe de la Sección Histórica de la Marina Francesa:

CRISTOBAL cambiado en CRISTOFERENS (llevando la cruz, tropo místico difícil de traducir) es una transformación muy propia del carácter piadoso del que fué a buscar un mundo y pueblos descono­cidos para llevarles la ley de Cristo. No sé si el pintor Estradano, del cual he visto en la Biblioteca Laurenciana de Florencia un dibujo que representa a ‘Colón sobre su carabela, conocía la firma de CRISTO- PHORO; pero ha colocado al Almirante de pie en el puente, delante del castillo de proa, con ¡los ojos levantados hacia el cielo y apoyado en una bandera que ostenta el crucifijo, “CRISTUMFERENS”.

Es decir: que se toma el CRISTOFERENS por un TROPO mís­tico difícil de traducir; pero que se supone quiere decir: LLEVAN­DO LA CRUZ.

Vamos primero a analizar la palabra TROPO, ya que nosotros también convenimos en el TROPO MISTICO.

TROPO según el diccionario, es el empleo de las palabras en sen­tido figurado. EL TROPO comprende la SINECDOQUE, la METO­NIMIA y la METAFORA.

SINEDOQUE es tropo que consiste en extender o restringir la significación de las palabras, tomando la parte por el todo o vice­versa, el género por la especie o al contrario, la materia de que está hecha una cosa por la cosa misma; v. gr. MIL ALMAS por MIL PERSONAS; el hombre por toda la ESPECIE HUMANA; el acero por la ESPADA.

METONIMIA, también es TROPO, que consiste en designar una cosa con el nombre de otra, tomando el efecto por la causa o vice­versa: el autor por sus obras; el signo por la cosa significada.

METAFORA en retórica, es igualmente TROPO, que consiste en trasladar el sentido recto de las voces en otro figurado, en virtud de una comparación tácita y también ALEGORICA en que unas palabras se tomen en sentido recto y otras en figurado.

Probablemente, alguno de nuestros lectores considerará lata esta disquisición; pero como nuestro objeto es alejarnos todo lo posible de las innovaciones, queremos dejar sentado que nos apoyamos en. consideraciones agenas, no tan sólo para convenir en lo que otros han supuesto, sino que también para dejar bien atados los hilos de la ex­presión de la palabra, puesto que de ella hemos de sacar la conclusión de que el insigne marino ha dejado constatado en su firma su origen, y esto precisamente con un simbolismo, que ya otros anteriormente han observado.

El insigne, cuanto desventurado poeta sevillano Rvo. José Blanco, en el interesantísimo periódico que comenzó a publicarse en Londres,- bajo el título de VARIEDADES o MENSAJERO DE LONDRES, periódico trimestral, al dar cuenta de la publicación del Códice diplo­mático hecho por decreto de los Decuriones de Génova y traducido en Inglaterra, se manifiesta también conforme con la explicación que de la antefirma de CRISTOBAL COLON hace Juan B. Spotorno.

“La última palabra de esta cifra, es claro que significa CHRIS- TOBAL, aunque muestra el poco saber latino de su autor. La X y la p, son las dos primeras letras con que CRISTO se escribe en griego.

 

Es decir: que aún en griego el Xpo de la firma es defectuoso.

Pues bien; leamos en documentos antiguos gallegos esta contrac­ción de CRISTOBO que es como se escribe en gallego Cristóbal, y la veremos también explicada de esta manera: Xpo.: (ant) Xpo-mono- grama de Cristo.

Para la comprobación remitimos al lector al Diccionario gallego de Juan Cuveiro Pinol.

Tenemos pues ya a CRISTO expresado con un monograma gallego.

Nos resta ahora el FERENS, que según el Jefe de la Sección Histórica de la Marina, Sr. A. Jal, quiere decir en unión de Xpo, LLEVANDO LA CRUZ o el PORTADOR DE LA CRUZ de acuerdo con el TROPO MISTICO cuyo fundamento es sólo fruto del capricho, puesto que los analistas, no sólo expresan que el Xpo griego es irre­gular e imperfecto, sino que también la latina FERENS es inadmi­sible, porque ciertamente, el PHORO dp Cristóbal no es el FERENS de la firma de Colón.

Pero si tenemos el monograma gallego Xpo como CRISTO, tene­mos asimismo en galaico el adjetivo FERENDARIO que no existe en el griego, ni en el latín, ni en el castellano y que en el gallego antiguo equivale a decir PORTADOR DE NOTICIAS, de lo que se deduce que Colón al abreviarlo en FERENS, quiso decir MENSA­JERO.

Y   este MENSAJERO DE CRISTO lo expresa en gallego, en su verdadero idioma, con la sola e insignificante variación en el sustan­tivo que latiniza, aunque la raíz de FERENDARIO sea también la­tina.

Sería pues, inútil, ir a buscar la incógnita en el laTín y menos aún en el castellano. De ahí las cábalas de los analistas y de los inves­tigadores y el asombro de los historiadores al tropezar en la lectura de los escritos de Colón con términos que no han acertado a expli­carse y que han interpretado a su antojo o que han confesado después de inútiles análisis que no entendían, como ha ocurrido con OSCU- RADA. TURBIADA, INGENTE (aplicada a la marea) ABALAR, CARATONA, AMAÑARON, ANES, MANADAS, ecta, que para un gallegro algo instruido en el vocabulario antiguo de Galicia no ofrecen dificultad y tienen claro significado.

La firma de Colón posee, pues, las tres aplicaciones del TROPO.

Participa de la SINECDOQUE, desde el momento que restringe la significación de FERENDARIO en FERENS; de la METONIMIA por que toma el signo por la cosa significada y retóricamente, hace uso de la METAFORA para expresar con una alegoría, tomando en virtud de una comparación tácita, una palabra en sentido recto y la otra en figurado.

Lo que, el signor Antonio Lobero, Irving y otros muchos no han sabido interpretar, incluyendo entre ellos al mismo Harrisse y a Spotorno, es de fácil aclaración, recurriendo al léxico gallego, que dá pruebas Colón de conocer tan ampliamente, haciendo en ocasiones un uso verdaderamente discreto del mismo para dejarnos conocer que pensaba y sentía en gallego y que del gallego se servía también para su firma, como hemos visto a poco que hemos profundizado el simbo­lismo de que se valió para certificar con elementos de su lengua na­tiva, que en Galicia se había mecido su cuna y que España era su patria.

. Pero no es esto solo. Ya hemos dicho que la Trinidad que invocó Colón en sus últimos viajes, era la Trinidad secundaria o sea la verdadera Trinidad gallega, y que nuestra presunción es cierta, va­mos a demostrarlo trasladando un párrafo de la obra de Asensio:

Dice así:

*’En la Revista del Norte de América, correspondiente al mes de Abril del año 1827, se indica, según dice Washington Irving, la sus­titución de lesue en lugar de Yosephus que no parece mal al docto historiador; aunque con perdón sea dicho, a nosotros nos parece de todo punto inaceptable, pues es repetición enteramente innecesaria y redundante la de Iesus, después de haber puesto Xristus, y desna­turaliza por completo la frase, aún hoy tan común en la boca del pueblo JESUS, MARIA Y JOSE. No tienen más explicación e inte­ligencia— añade Asensio—que las que le dió el padre Juan B. Spo­torno.

.S.

SALVAME .S. A ..S.

X M Y

CHRISTUS MARIA YOSEPUS

o sean las primeras y últimas letras’empezando por las de abajo de la Trinidad gallega.

Fíjense nuestros lectores que buscamos testimonios de historiado­res que no pueden ser refutados, puesto que Don José María Asensio, fué Director de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras y co­rrespondiente de la de la Historia,

Hacemos esta advertencia para que no se alegue que nos valemos de apreciaciones de autores desconocidos para hacer fuerte nuestra tesis.

La firma de Colón es pues enteramente gallega, toda vez que en conjunto significa lo siguiente:

.SALVAME.

.JESUS. MARIA. JOSE.

MENSAJERO DE CRISTO.

Porque, efectivamente, como mensajero de Jesús se declara en sus escritos, haciendo uso de distintos simbolismos propios de su carácter piadoso, puesto que como muy bien dice el Sr, Jal, tenía el convenci­miento que iba a buscar un mundo y pueblos desconocidos para llevar­les la ley de Cristo.

Aquí volvemos a requerir a los impugnadores para que destruyan nuestros argumentos, siempre que para contrarrestarlos, nos demues­tren que la significación es otra, no con palabras vanas, sino con hechos y pruebas, conforme a la demostración que nosotros presen­tamos.

 

Y   si lo apuntado no fuera bastante, vamos a concretar nuestra teoría con más fundamentales razones:

FERENDARIO en gallego, es igual a MENSAJERO; del latín MISSATICUM (mensaje) voz derivada de MISSUS (enviado).

Ya hemos visto que Xpo en gallego, tal como aparece eti la firma simbólica de Colón, es CRISTO, de igual manera que lo es IHU para JESUS y IHUXPO para JESUCRISTO.

Colón pues, no tomó la fórmula griega Xp, sino la gallega Xpo. Esto no admite disensión, ni alegato de mala interpretación, como lo han supuesto algunos comentaristas.

En cuanto al FERENS complementario, no es tampoco un giro latino sino una contracción del gallego FERENDA (mensaje).

El desconocimiento que de la paleografía diplomática tenían los escritores que se dedicaron al estudio de la simbóliea firma, fué la causa de estimar el Xpo Ferens, como una caprichosa interpretación del Christophoros, del legendario mártir sirio Cristóbal, presunción por otra parte bastante aceptable a falta de argumentos más ra­cionales.

Para aclarar pues, Jas razones que nos mueven a declarar galleguí­sima, la firma de Colón, hemos de hacer observar, que lo que se ha su­puesto S .final de FERENS, es sencillamente una D, según puede com­probarse en muchos documentos y códices del siglo xv y en obras de paleografía, como las del P. Burriel, Andrés Merino, Muñoz Rivero y otras dedicadas a tan interesante eomo difícil estudio.

La confusión, por otra parte ha sido disculpable, puesto que la se­mejanza es tal, que los pendolistas de la edad media, se veían en la necesidad de determinar ambas consonantes con ciertos distintivos, para evitar la confusión.

Colón que dió pruebas de conocer hasta los más nimios detalles de nuestro léxico, determina perfectamente ambas letras y así vemos, que en la antifirma, la S superior y las dos siguientes inferiores ex­tremas, llevan una doble puntuación, particularidad que no se ob­serva en las restantes siglas.

La S o mejor dicho, la D final de FEREND, carece como es consi­guiente de la puntuación; pero ostenta en la parte superior, una lí­nea vertical ascendente, que denota el metaplasmo o contracción de !a palabra significativa, uso que se convirtió en abuso por el uso in­moderado que los antiguos hacían de este defecto gramatical y que tanto contribuyó a la corrupción de la escritura en el siglo de Colón y los siguientes.

El significado es por lo tanto, claro y preciso, y si no en la firma, en la antefirma, hemos de admirar la sagacidad de Spotorno que fué quien interpretó la primera S superior por SALVAME y por JESUS MARIA Y JOSE de la Trinidad gallega, las restantes combinaciones de siglas, conforme nosotros también lo hemos interpretado.

Quedaba pues, pendiente de aclaración, la incógnita más impor­tante, o sea la interpretación racional de Xpo FEREND, incógnita en la que se estrellaron los esfuerzos de los filólogos y én cuyo error sigue incurriendo, con las variantes de rigor, el arzobispo electo de Santiago, según un trabajo recientemente publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia.

 

El señor arzobispo, incurre en errores de bulto.

Apartándonos que cita como justificante, el testimonio apócrifo de Colón, el monograma de CHRISTUS a que hace referencia, si bien es cierto que en epigrafía es XS., no lo es MAS para MARIA y mu­cho menos UIOS para HIJO.

No es tampoco cierto, que Colón haya latinizado la segunda parte del nombre (1), porque FERENS no es PHORO, y en cuanto al equivocado conocimiento que tiene del griego, lo demuestra al inter­pretar Xpo por CRISTO, siendo también inadmisible el conocimiento que de aquella lengua dice tenía Colón, puesto que en ninguno de sus escritos hay indicios que justifiquen tal aseveración.

La aclaración pues, dei simbolismo de la firma de Colón, la concep­tuamos importantísima, porque representa un valiosísimo certificado de su oriundez galiciana y demuestra que, solamente con el auxilio de la lengua gallega, se puede interpretar el elevado concepto religio­so que de sí mismo se formó el Almirante al titularse MENSAJERO DE CRISTO, porque por EL se creía inspirado, para llevar la Fe y la Salvación, al mundo gentil e ignorado que habían profetizado los Padres del Cristianismo.

. (1) Para poder apreciar el equivocado concepto que de la firma de Colón tenían y tienen

nuestros comentaristas, citamos el párrafo de una carta que Don Nicolás de Azara escribió a Don Juan Bautista Muñoz desde Roma, el 12 de Febrero de 1784:

«Repare Vd. — decía — en el Triodo de firmar t medió en latín, medio ttt griego, — refirién­dose a la copia de una carta de Colón que le enviaba — que huele a la pedantería de aquél siglo»,

 

CAPITULO VIII

EL CODICE COLOMBO AMERICANO

Las copias entregadas a Nicolás Oderigo. — Un breve y gratis viaje a Génova. — La sala del palacio Ducal. — Columna y busto conme­morativo.— A. Jal, cicerone y jefe de la sección histórica de la marina francesa. — El cofre, él “Códice” y la barjata de cordo­bán. — Lluvia de documentos. — Las aventuras de los Códices. — El milagro de la reproducción. — Mercaderes o falsarios sin es­crúpulos. — Génova se había olvidado del descubridor. — Otra vez Casoni en danza. — Reacción patriótica en Italia. — Harrisse, el “Códice” genovés y el violín de Paganini,

De las noticias que nos han trasmitido los historiadores, se des­prende que Colón hizo un traslado auténtico y autorizado, de todos los documentos relativos a las gracias, privilegios, donaciones y títulos que había obtenido, cuyos originales tenía y quedaron en poder de Fray Gaspar Gorricio, monje de la Cartuja de Sevilla, que fué uno de sus más constantes amigos y fieles cumplidores de su voluntad.

Se asegura que fueron dos las colecciones de copias que Colón or­denó trasladar de los originales, las cuales se sacaron por ante nota­rio, y previa licencia de los alcaldes de Sevilla, Esteban de la Roca y Cristóbal Ruíz Montero.

Ignorábamos que para sacar unas copias y aún para testificarlas, se necesitara, a principios del siglo xvi, la autorización de los alcaldes de la villa o corte en que se llevaran a efecto estos sencillos traslados. Comprendemos la intervención del notario si se quería legalizarlas en forma; si como se apunta, aquella formalidad era necesaria para los fines que perseguía el Almirante, que eran entregar una de estas co­lecciones al embajador de Génova en la corte de España, copia que encomendó a Micer Francisco Rivarola. La otra copia la conservó Colón en su poder; pero unos días antes de emprender su cuarto y último viaje, la entregó a Francisco Cataneo para que como la ante­rior, fuera entregada al embajador de Génova en España Nicolás Oderigo, sin duda y como nos lo advierten los historiadores, por si se terciaba cualquier contingencia.

Claro está que estas copias, se le entregaban al embajador de Gé­nova en España, para que por su conducto llegaran a poder de la Señoría. Representaba el testamento histórico que Colón legaba a su patria, temiendo, dada su avanzada edad y los peligros de aquél últi­mo viaje, que le sorprendiera la muerte en el camino, y por la misma razón, ya obraba también en poder de Fray Gorricio, el testamento

 

legalizado de que el mismo Almirante nos habla, en lo que ha dado en llamarse CODICILO, otorgado el día víspera de su fallecimiento, en Valladolid.

Y  ahora viene lo realmente raro, por no decir sospechoso. Nuestros lectores habrán supuesto juiciosamente, que la primera copia entre­gada por Colón a Rivarola y por éste a Oderigo, fué despachada como documento de Cancillería a Genova y si no la primera, por cualquier contingencia, cuando menos la segunda, encomendada al cuidado de Francisco Cataneo.

Porque ¿qué otra cosa quiere decir “póngalos en buena guardia” —• aunque testifiquemos con documentos apócrifos — “póngalos en buen recabado” ecta?

Además, en otra carta apócrifa a los Muy Nobles Señores del Ofi­cio de San Jorge, también les advierte que ha enviado a Micer Ode­rigo un traslado de sus privilegios y cartas, para que los ponga en buena guardia y ruega a los Muy Nobles Señores que los vean. De manera que para verlos, les tenían que ser entregados y el advertirlo, equivalía a decir, que se los remitía para que estuviesen bajo tan no­ble custodia. ‘

Pues bien; ni las primeras copias, ni las segundas, fueron a poder del Oficio de San Jorge. ¿Causa? ¡Chi lo sa!

Pero la historia nos dice que estos documentos tan preciosos estu­vieron en poder de los Oderigos en depósito, hasta el año 1670 que fueron entregados por Micer Lorenzo Oderigo, descendiente de Nico­lás, a la República de Génova.

Esto parece increíble; pero a falta de más aprsciables razones, hemos de aceptarlo como bueno.

Quizás nuestros lectores arguyan que al fin y a la postre, fueron a parar a los arohivos de la Señoría; y aquí sí que viene a pelo, aquel adagio de “que nunca es tarde si la dicha es buena” y aquel otro de que “vale más tarde que nunca” ecta. Pues no señor: una de estas fa­mosas copias de colecciones y la más completa, según los historiadores, fué comprada por orden del rey de Piamonte en el año 1816 en una subasta de objetos del conde Cambiasso, y ya en poder del rey del Piamonte, regalada por éste al Municipio de Génova. ¡Diablo!

¿Y la otra colección? Pues la otra colección, no se sabe por qué artificios fué a parar al Ministerio de Estado de París. Así lo afirmó Mr. Harrisse y que es cierto, lo demuestra que tengamos en nuestro poder, una ecpia de la copia de esa colección, con un sello de garantía que dice: “BEPTO DES ARCHIVES DES RELATIONS FXTres” que lleva al centro un águila con las alas medio desplegadas y arriba una corona al parecer real.

¿Pero, no habíamos quedado que Micer Lorenzo Oderigo, descen­diente de Nicolás, había entregado amba3 copias a la República de Génova?

Ciertamente que en eso habíamos quedado; pero no fué asi, o pa­rece que no fué así, y caso de ser así, salieron por embrujado encan­tamiento de los archivos de Estado de la Señoría. Como ocurrió esto, no nos lo dicen los historiadores, aunque los historiadores sepan tan­tas cosas.

Ahora si nuestros lectores no lo toman a mal, vamos a trasladar­nos a Génova. Es un viaje corto y gratis el que les proponemos, con el solo objeto de visitar una sala del Palacio Ducal. Nos acompaña el Sr. A. Jal, Jefe de la Sección Histórica de la Marina Francesa.

Hénos ya en la famosa sala, que no ofrece por sí particularidad alguna y su decoración sencilla, a primera vista, nada tiene de nota­ble. En esta sala o salón, nos advierte el Sr. Jal que es el lugar donde delibera el consejo de Senadores. Una gran mesa cubierta de holgado tapete verde; varios sillones; una triple urna para las vota­ciones; un busto del rey bastante mediano… y un pequeño monu­mento consagrado a Cristóbal Colón, es todo lo que comprende el mueblaje y adorno de la estancia.

Claro está, que a nosotros lo que nos interesa es la columna y el busto de Colón. La columna es corta, adornada de follajes y tiene esculpida una inscripción latina, grabada con elegancia, que anuncia al visitante, que en un cofre que sirve de base a la imagen del Descu­bridor, se guardan papeles y cartas importantes para la historia del scopritor dell’América.

También nos lo dice el Sr. Jal, que con el auxilio de un amable empleado, procede a abrir la puerta del cofre que es de bronee: lo demás, busto y columna, es de mármol. La efigie marmórea del Al­mirante, si nos atenemos a los retratos que nos describieron sus con­temporáneos, incluso su hijo Don Fernando Colón, tiene el parecido que puede observarse entre el huevo y la castaña, aunque haya sido esculpida por el Sr. Peschiera.

Abierto el cofre, sale a luz el tesoro que encierra. Es un códice escrito en español sobre pergamino y su tamaño es de folio pequeño. La cubierta es de cordobán rojo, con dos corchetes de plata a cada lado. Está encerrado en un estuche o saco de piel, que tuvo un tiempo cerradura de plata, según lo dice una de las cartas autógrafas de Cristóbal Colón, agregadas al manuscrito. La cerradura ha desapa­recido, pero nos queda el consuelo de admirar las huellas que ha deja­do en el cuero.

Pongamos ahora atención, que el Sr. Jal nos va a mostrar alguno de los documentos que, formando libro, se guardan en el saco de cordobán.

Abierto el Códice, lo primero que se ofrece a la vista es una carta original de Felipe II, rey de España, al Dux de Génova Octavio Ode­rigo, felicitándole por su elección. La carta lleva fecha 6 de No­viembre de 1566, y aparece firmada así: “Yo el Rey” y autorizada por G° Pérez. El Sr. Jal saca calco de estas dos firmas, cuyos carac­teres, dice, que son muy interesantes. Desde luego que no se nos al­canza qué tendrá que ver la carta de Felipe II a Oderido, el Dux, con el descubrimiento de América. Probablemente lo mismo opinan nues­tros lectores; pero lo cierto es, que esa carta está incluida en el Códice. (1)

Después de la carta de Felipe II, hay una hoja de pergamino con una nota de Lorenzo Oderigo, en la que refiere el donativo que este descendiente de Nicolás, hizo a la República en el año 1669 de aquél

(11 KsU’ documento. ya es sospechosísimo, porque Felipe II no se significó ciertamente por los autfigrnfos. Por la tunta; o representa una gracia verdaderamente excepcional, o es otra de tantas invenciones con que se ha querido sorprender ln buena fe del público.

 

volumen, que contenía las cédulas enviadas por Cristóbal Colón en 1502 a su confidente. Esto, a nuestro entender es importantísimo, porque denota que el que sustrajo los documentos de los archivos de la Señoría, no se preocupó poco ni mucho de este detalle que en todo tiempo lo denunciaba co-rao ladrón de documentos de Estado. Ahora bien; si el Códice estaba entre los objetos que pertenecieron al conde Cambiasso, sobre éste aparentemente, debe caer toda la responsabili­dad de la desaparición de aquellos interesantes documentos.

Viene enseguida el frontis, en letras negras y rojas, con arabescos a pluma y de carácter gótico, que según el Sr. Jal es un trabajo menos que mediano; en cambio el Sr. Harrisse ha dicho que es una pre­ciosidad.

Después de la portada se encuentra el sello de Colón, el que usó cuando después del descubrimiento, obtuvo las dignidades de Almi­rante, Virey y Gobernador de las Indias.

La tabla de los documentos contenidos en el Códice, precede inme­diatamente a aquéllos, que ocupan 42 hojas numeradas en un solo lado. Describirlos uno por uno, sería una tarea engorrosa y que a nada en realidad conduce. A la vuelta del folio 42, se ha añadido la bula del Papa Alejandro VI, referente a la línea de de-marcación tirada en provecho de los reyes de España. Un alegato del Almirante defendiendo sus derechos, fundados en los privilegios que le fueron concedidos; después otro escrito que es un comentario de las capitu­laciones entre el rey Don Fernando y Colón antes de emprender el famoso viaje. Una carta de Colón al ama del príncipe don Juan, heredero de la corona. Esta carta forma el número 44 del manuscrito. A continuación dos cartas autógrafas del Almirante: la primera diri­gida al embajador Messer Niccolo Oderigo, escrita desde Sevilla, el 21 de Marzo de 1502; la segunda fechada también en Sevilla; pero el 27 de Diciembre de 1504, escrita al mismo Oderigo, y las dos se refieren a la remisión que hizo del traslado de sus cédulas y provisio­nes reales a aquel Niccolo, su amigo. También una carta de los seño­res del Oficio de San Jorge y la carta de gracias de estos señores al Descubridor, muy enaltecedora por cierto.

Hemos dicho en un principio, que las copias sacadas o mandadas a sacar por Colón de sus más importantes documentos, fueron dos; pero he aquí que por noticias posteriores, nos enteramos que no fueron dos, sino cuatro las copias que se hicieron de los documentos que guardaba Fray Gorricio del Monasterio de las Cuevas de Sevilla. Pa­rece ser que otra de las copias la dejó depositada en el monasterio de la Cartuja juntamente con los originales, y que la otra, la llevó a las Indias Alonso Sánchez Carvajal.

De esas cuatro copias, tres fueron hechas sobre pergamino y una sobre papel. Esto puede verse en’el certificado notarial que aparece incluido en el Códice genovés (infra pag, XXXIX). También sabemos que la copia escrita en papel, fué la que llevó a las Indias Alonso Sánchez Carvajal. Este Carvajal salió para Santo Domingo el 13 de Febrero de 1IÍ02 llevando la copia del Códice en papel, y los historia­dores suponen que fué destruida por el anobio o la polilla a través del tiempo.

Otra de las copias en pergamino, se supone sea la que Baldassare Colombo, de Cuecaro, pretendiente a la herencia del Almirante, pre­sentó al Consejo de India,3 en Madrid el 12 de Enero de 1583 y por lo tanto, según los historiadores, la copia que había permanecido en la Cartuja de las Cuevas de Sevilla. La descripción de este Códice pre­sentado a los jueces del pleito, es como sigue: “Un libro encuader­nado en que están trasladados los privilegios del Almirante, sacados en Sevilla, en 5 de Enero de 1502, y parecen signados de Martín Ro­dríguez, escribano público de Sevilla (Memorial del Pleito f.° 198).

Así pues, ya sólo nos quedan las dos copias de los Códices enviados a Génova, y que llegaron, se demuestra por una de las cartas autó­grafas de Colón que existen en la Colección Colombina, que dice: “Miscer Francisco dice que todo llegó allá”.

Pues bien: ¿se explican nuestros lectores que una de estas copias apareciese en manos de Baldassare Colombo en el año 1583? Porque ya sabemos que los Oderigos conservaron en su poder las remitidas a Nicolás por Colón, hasta el año 1670 que el sucesor Micer Lorenzo Oderigo, las donó o entregó en depósito a la República de Génova.

Por lo tanto Baldassare Colombo, poseía la que había quedado en el monasterio de las Cuevas escrita sobré pergamino, puesto que la escrita sobre papel, la había llevado a las Indias Alonso Sánchez Carvajal.

Pero ahora resulta, que un señor Edward Everett, adquirió en Florencia el año 1818 otro Códice escrito sobre pergamino en cuya primera página se leía: Treslado de las Bullas del Papa Alexandro VI de la Concession de las Indias y los títulos, privilegios y cédulas reales, que se dieran a Cristóbal Colón.

Desde luego que éste, no es el que Baldassare Colombo presentó al Consejo de Indias, porque aquél, según los autos del pleito, en su título, estaba concebido así: TRASLADO DE LOS PRIVILEGIOS DEL ALMIRANTE, SACADOS EN SEVILLA EN E DE ENERO DE 1502. Además y según es costumbre, quedaron incorporados al protocolo del pleito que fué laborioso y largo.

Esto es un verdadero imbroglio y mayor todavía si tenemos en cuenta que en el Códice Colombino de Génova, además del traslado de los privilegios, bula, ecta, contenidas en las copias, hay una carta de Colón a la nurse del principe Don Juan; que consta de diez páginas; dos cartas autógrafas de Colón a Nicolás Oderigo escritas en papel, y que forman parte del Códice; la carta réplica de los magistrados de, San Jorge a Colón y un famoso dibujo en papel que es un simbolismo del Descubrimiento; una ridicula apoteosis que muy concienzudos his­toriadores lo dan por genuino, esto es: como obra pictórica hecha por manos del Almirante.

De lo que resulta:

Que en Génova existen o debieran existir dos copias.

Que en el ministerio de Estado de París hay otra.

Que Baldessare Colombo conservó otra en su poder.

Que el Sr. Edward Everett, poseyó o poseía otra.

Total: cinco copias en pergamino y adiciones de documentos, con­tra tres sacadas en pergamino, si. son ciertas las particularidades de las cuatro copias de que hemos hablado, dejando de mencionar la sa­cada en papel, porque ninguna de las que hemos venido barajando, se cita como tal.

Si aceptamos las coincidencias, resultaría que en Génova no hay más que una y que la otra será seguramente la que está en el Mi­nisterio de Estado de París y que la de Baldassare Colombo, es la que adquirió Mr. Edward Everett en Florencia el año 1818. De alguna manera hay que resolver la incógnita.

Y   ahora en buena crítica, nos preguntamos: ¿Unos documentos sustraídos de los archivos de Genova, de los cuales reaparece uno en circunstancias verdaderamente excepcionales, ciento cincuenta años después, con documentos intercalados, merecen ser considerados como genuínos?

¿Un documento o libro de documentos que aparece en posesión de un interesado en la herencia del Almirante, que consta no le fué remi­tido a él ni a sus antecesores, es también digno de la consideración de la crítica?             ■

¿Un Códice que contiene los mismos documentos y que aparece en los Estados Unidos de América con la observación de haber sido ad­quirido en Florencia, después de trescientos años, es también admisi­ble y puede reconocerse como legítimo?

¿Un Códice, que no se sabe cómo, ni cuándo, ni por qué conducto aparece en un archivo extranjero, es también pieza de convicción para una afirmativa?

¿Quién acredita que las copias de los Códices donadas por Lorenzo Oderigo en 1670 son los mismos o uno de los mismos con que obsequió el rey de Piamonte al Municipio de Génova el año 1816?

¿Quién puede afirmar que todo esto no es obra de una misma mano interesada en mistificar los hechos con el auxilio de la ciencia diplo­mática, y perfecto conocimiento de los datos históricos, anteriores al siglo XIX?

¿Tenemos los originales de esos Códices que Colón confió a la amis­tosa y confiada custodia de Fray Gorricio y que debían hallarse en el monasterio de las Cuevas de Sevilla?

Al tratar de descifrar el enigma, posiblemente iríamos muy lejos en nuestras inculpaciones, porque decididamente hubo interesados en constatar por todos los medios hallados a su alcance, la nacionalidad genovesa del Almirante.

Y  si esto es evidente, nuestras sospechas deben recaer en los histo­riadores italianos o en mercaderes y falsarios sin escrúpulos. Acepte­mos la primera suposición. El siglo xix fué fecundo en contradicciones históricas y el apasionamiento llegó a su más alto grado. Por otra parte, es del dominio público que muchas de las actas italianas son apócrifas. Apócrifos son la ridicula apoteosis de Colón, que se le atribuye al propio descubridor, el testamento militar y otros muchos escritos supuestos del insigne revelador del Nuevo Mundo.

Había, pues, interesados en demostrar lo que no podían constatar, por carecer de pruebas: por exaltación patriótica o amor propio y una marcada rivalidad de profesión.

Esto es innegable. Los falsos, testimonios se prodigaron con tal profusión, que todo se mira con bien fundado reeelo. No somos nosotros

ios que hacemos tal afirmación; son los más ilustres biógrafos del Almirante.

Si fuésemos a creer al Sr. Altolaguirre, esos documentos por la sola circunstancia de carecer de original, ya serían inadmisibles a cuando menos de dudosa aceptación. Si el Códice hubiera aparecido en Pontevedra, a tales horas estaríamos aún desconcertados por la for­midable rechifla. ¡Debilidades de apreciación!

Pero volvamos a nuestro asunto. Decíamos que ante cualquier ■ sospecha de mistificación, ésta debía recaer necesariamente sobre los historiadores italianos.

Historiadores italianos hubo muchos. Pasemos una ligera revista a los más conocidos. Gallo, nada dijo en concreto y hasta se contra­dice con Giustiniani en lo de si era tejedor o cardador. Foglieta co­pió a Gallo y Giustiniani, y Senarega y Trivigiano, nada nos dicen; absolutamente nada, que pueda llevar al ánimo el convencimiento de que Colón fuese italiano. Son sucesores de Gallo: Giustiniani y Fo­glieta: saben mucho menos que aquéllos y aquéllos, como hemos visto, no solamente han podido asegurarnos nada, sino que se contradicen y hasta afirman que el descubridor del nuevo mundo, de acuerdo con las investigaciones de Olmet, nació en la Lusitania o Portugal. Nues­tros lectores pueden apreciar tan bien como nosotros el valor de tales declaraciones. Son compatriotas y coetáneos del Almirante que no conocen absolutamente nada de su vida y que para colmo de infun­dios, ni aún asegurar se atreven, que Colón haya nacido en Italia.

Después de los escritores italianos, hablemos de Italia.

El hombre que había doblado el espacio de la tierra — dice un escritor contemporáneo — parecía no haber merecido de su patria que le votara una estatua. Génova, la ciudad de mármol, que hasta entonces no se había preocupado poco ni mucho de Colón, continuó siendo para él tan fría como sus paredes. La epopeya del dominador de los mares, no pudo suscitar un poeta en Génova por espacio de tres siglos. El país considerado como natal de Colón fué, de toda Italia, el que menos comprendía su grandeza. Las musas lo atesti­guan con su silencio.

El Florencia: Datti, Strozzi y Guatterotti, celebran a Colón en sus versos. En Verona: Lavezzola, Tortoletti y Rosa-Morando, templan la lira en su honra. En Boma: Stella, Carrara, Somma y Bartolo- mei, publican poemas para su gloria. En Venecia: Quirini; en Mó- dena, Testi; en Plasencia, Stigliani; en Gubbio, Benamati; en Jessy, Giorgini; en Savona, Salinero; en Brescia, Gambarra; en Foggia, Forleo; en Cremona, Bellini; en Bolonia, Vanti; cantan en diversos tonos a la India conquistada, al Nuevo Mundo, a Colón y hasta al Océano, como Alejandro Tassoni; pero en vano se busca en Génova al más insignificante poeta inspirado por Colón. Génova no siente al grande hombre. ¡Genova no es su patria!

Transcurren los años y ya bien adelantado el sigio xvni, aparecen en escena Casoni y Muratori. El primero escribe en el año 1708 los Annali della República de Genova e inventa la vida y milagros de Colón. Es el creador de la historia del Almirante que conoce todo el mundo; que se divulgó por todos los países y que aún subsiste en escuelas e institutos y que han copiado todos los historiadores con

 

una ligereza que atestigua hasta donde puede llegar la credulidad y la inventiva. Casoni, es la leyenda, el falso dogma petrificado, al decir de Altamira. La idolatría del libro, tuvo pues su origen en los Annali della República de Génova.

‘Casoni tuvo relaciones con Muratori y éste fué un célebre historia­dor y arqueólogo italiano. Se dedicó a descifrar manuscritos y tuvo a su cuidado los archivos y bibliotecas del palacio ducal, por encargo del duque de Módena. Toda su vida estuvo consagrada a las pro­fundas investigaciones acerca de los orígenes históricos y las anti­güedades de su patria. Así pues, si el Códice o Códices que Lorenzo Oderigo donó a la República de Génova, es un suceso incuestionable, Muratori y también Casoni, tuvieron en sus manos las famosas copias de los documentos colombinos.

No queremos complicar a Muratori, autor de Rerum Italic y An­nali d’Italia, en nuestras sospechas; pero es indudable que a su som­bra, Casoni que ha demostrado una desaprensión inconcebible, fué a nuestro juicio el autor de cuantas mixtificaciones observamos, tanto en los documentos como en la historia.

Aparte de los despropósitos que tomó de Benzoni que escribió la Historia del Mundo Nuovo, dada a la estampa en Venecia el año 1572, en cuya historia dice que Colón se presentó en Génova el año 1485 proponiendo a la Señoría que si ésta le facilitaba algunos na­vios, se comprometía a internarse en los mares fuera del estrecho de Gibraltar y navegar hacia el Poniente para circundar la tierra y lle­gar a los países donde sa daba la especiería, aparte de éste y otros muchos despropósitos, que no son del caso mencionar aquí, buscó con afán en los archivos de la República, datos para constatar la oriundez genovesa del Almirante, lo que desde luego no pudo conseguir; pero para convencernos de lo contrario, habla de ciertos documentos que no determina ni cita, y que no pueden ser otros que los apócrifos in­tercalados en el Códice Colombino, que por este tiempo desapareció de los archivos genoveses para ir a parar a manos, uno, de Cambiasso y el otro, sabe Dios por qué contingencias, al Ministerio de Estado de París o a manos de Mr. Everett, que lo adquirió algunos años más tarde en Florencia.

Y   conste que esta acusación es la más benévola, puesto que ya no tratamos de investigar la razón de haberse multiplicado las copias de los códices, sino que dando por apócrifo el certificado intercalado en el Códice Colombo – genovés, que da razón de los cuatro ejemplares, y cuyo certificado no consta en el Códice existente en París, hacemos la gracia de aceptar para la demostración, las únicas dos copias de que habla Colón en la carta o cartas autógrafas dirigidas a su amigo Nicolás Oderigo. Tampoco pedimos explicaciones en cuanto a la ce­rradura de plata que falta en el saco de cordobán, que guarda oí Códice depositado en la sala de deliberaciones del palacio ducal de Génova.

Como hemos visto, hasta la aparición de Casoni en escena, la in­diferencia genovesa por Colón, no podía ser más fría ni más sospe­chosa.

De repente todo cambia. Muratori, el notabilísimo arqueólogo ita­liano de que hemos hablado, no tiene empacho en copiar a Casoni en

 

su celebrada obra Annali d’Itailia, vol. IV parte II, pág. 268; obra que fué dada a la estampa en Roma el año 1787, y Tirabosehi tam­poco tiene escrúpulos en afirmar apoyándose en Casoni, que los ante­cesores de Colón habitaban en Terra Rosna, a poca, distancia de Nervi.

Desde este punto y hora, Casoni y<a es el ídolo de los historiadores y ante las rotundas afirmativas del invencionero, que diría Oviedo j Arce, biógrafos, poetas y escritores, grandes y pequeños, se dedican a divulgar la oriundez genovesa o italiana del Descubridor en una magnifica reacción patriótica, cuya propaganda se extiende por todas las fronteras.

El genovés Lorenzo Costa ya pulsa la lira para enaltecer a su compatriota y su célebre poema “Cristóbal Colón” alcanza notable popularidad. Luis Grillo, de la marina sarda, imprime la historia de los Ligurios ilustres; el abate Gavoti, hace un elogio de Colón; Conti, emprende la discusión relativa al lugar donde nació el héroe; Beta, publica la Vida de Cristóbal Colón y el comendador Canale, redacta una historia del Almirante.

Más tarde, el sabio franciscano Monseñor Fannia da Rignano, obis­po de Potenza y Marsica, hace imprimir en Roma, varias observacio­nes acerca de Cristóbal Colón. El marqués Antonio Brignole – Sales, encarga a su compatriota el escultor Raggi, una estatua del Almiran­te; Monseñor Stefano Rossi, imprime, en Roma, una biografía y Tulio 1″) ándalo, publica los Siglos de Dante y de Colón. Monseñor Luis Co­lombo, de los condes de Cúccaro, escribe su libro: Patria y biografía del Gran Almirante y en Roma, el Decano del Sacro Colegio y veinti­cuatro cardenales, dan testimonio de su interés a favor de la rehabili­tación de Cristóbal Colón.  •

El arzobispo de Génova, Monseñor Andrés Charvaz, hace un elogio del célebre navegante; delante del Rey, de la Corte, del Cuerpo diplo­mático y de inmensa afluencia de extranjeros, con motivo de la inau­guración del ferrocarril que enlaza Génova con Turín. El padre Ven­tura de Raulica, habla de Colón en su célebre obra La Mujer Católica. Una historia de Cristóbal Colón publicada en París, es inmediatamen­te traducida en Italia; el poeta Contini, publica una poesía en honra de Colón. En Génova. el abate Sanguineti, se enfrasca en una polémi­ca con Lorgues y la Civilta Católica de aquella ciudad, tercia también en la discusión. El padre Isnardi, que afirmaba poseer en Savona una pieza de tierra que había pertenecido al padre de Cristóbal Colón, anuncia que levantará allí un cipo de mármol con inscripción conme­morativa. Juan Bautista Torre, compone su Historia popular de Cris­tóbal Colón. Ascoli, también escribe sobre el mismo asunto y en Pla­sencia, sale a luz, sin nombre, una obra relativa a la verdadera patria del Ahnirante. El padre Marcelino Civezza, hace un magnífico elogio de las virtudes de Colón. El comendador, Antonio Dondero, de Ferra­ri, ecta, ecta, se ocuoan en diferentes sentidos del Descubridor, en una no interrumpida série de años, y en un número increíble de libros, his­torias. artículos, oraciones y elogios cuya ordenación sería empresa imposible acometerla en nuestros días.

Nada hemos dicho de otros escritores, historiadores, poetas y bió­grafos, españoles y extranjeros, porque nuestro empeño se ha circuns­crito a Italia y particularmente a Génova.

A lo anteriormente expuesto, hemos de agregar que en el año 1821, después que apareció el extraviado Códice, se levantó a Colón el sen­cillo monumento de que ya hemos hablado y que no puede considerarse público, porque ya hemos visto que se alzó en la sala del palacio ducal donde celebraban sus sesiones los senadores genoveses.

Durante mucho tiempo, este pequeño monumento fué el único re­cuerdo que al inmortal navegante consagrara la que se titula su patria.

Muchos años después y movido el espíritu público por las crecientes discusiones, la municipalidad de Génova consignó una no muy generosa suma que se diga, para levantar en la plaza du Aquaverde el monumen­to que aún subsiste.

Por lo tanto, el Códice Colombo Genovés y Casoni, aparecen estre­chamente ligados en la gran farándula del genovismo del Almirante.

Códice y analista, son los responsables de ese tardío entusiasmo por la exaltación italiana del insigne descubridor .del Nuevo Mundo.

Del valor que ha merecido al sabio Harrisse, ese asendereado códi­ce que encierra tan valiosos documentos, algunos de los cuales coinci­den con los originales que se guardan en el archivo del duque de Ve­ragua; pero que nada significa para nuestro alegato, puede suponerse en la insistente declaración de aquél autor en todas sus obras, cuando dice que se conserva en la casa Ayuntamiento de Génova al lado del violín de Paganini.

El Sr. Asensio ya observó que alguna intención profunda deben tener estas ocultas palabras, cuando lo repite en cuatro de sus obras.

Y  que es cierto, vamos a demostrarlo:

En el libro titulado Don Femando Colombo, historiador de su pa­dre, que se imprimió en Sevilla el año 1871, decía en la página 200: Todavía hoy se le manifiesta a los extranjeros (se refiere al Códice Di­plomático) en el Ayuntamiento, DONDE ESTA CUIDADOSAMEN­TE CONSERVADO EN COMPAÑIA DEL VIOLIN DE PAGANINI.

En otra obra publicada en París tratando del mismo asunto y con notables ampliaciones, en el siguiente año de 1872, bajo el título de Femad Colom, sa vie, ses oeuvres, tampoco descuidó de poner en nota a la página 102 y refiriéndose al mismo Códice: C’est le volume relió en velours violet, qui se trouve encor dans la custodia de la munici- palité de Genes COTE A COTE AVEC LE VIOLIN DE PAGANINI.

Asimismo en la página 20 de la Introducción al tomo de Additíons a la Bibliotkeca Americana Vetustissima, que se estampó en Leipzig, en el mismo año de 1872, escribe: “La carta remitiendo el donativo y el Libro de traslados de cartas y otro de mis pt’ivilegios en una bar- 3ata de cordobán colorado con su serrada de plata, mencionado por el Almirante en su carta de 28 de Diciembre de 1504, están ahora guar­dados (menos la cerradura de plata) en una custodia en la casa Ayuntamiento de Génova, JUNTAMENTE CON EL VIOLIN DE PAGANINI.

Que es una manera muy política de llamar CANDIDOS a tantos y tantos escritores e historiadores que han tomado en serio la, barjata de cordobán y el Códice preciosísimo que encierra y no zaherir, al pro­pio tiempo, el amor propio de los sencillos y encantados genoveses.

 

CAPITULO IX

PROBANZA DE QUE EL ALMIRANTE Y SUS HERMANOS DON BARTOLOME Y DON DIEGO ERAN SUBDITOS ESPAÑOLES

Una riquísima fuente de indicaciones personales.—Reconocimiento oficial de la naturaleza española, de los Colones. — Documentos que lo atestiguan. — Distinción entre la “carta de naturaleza” y la «naturaleza de reinos”. — Comparaciones demostrativas. — Valiosa declaración de Isabel la Católica, que en “artículo mor- tis’ consigna que el descubrimiento de América, sólo fué obra de España y de españoles.

Que los biógrafos e historiadores de Colón, no se han tomado el trabajo de analizar concienzudamente sus escritos, riquísima fuente de indicaciones personales, que suplen con exceso las declaratorias directas, que en vano se buscan, porque siendo natural de España, no necesitaba seguramente emplear el adjetivo en su propio país para un reconocimiento que a nada conduela, podemos demostrarlo a poco que nos ocupemos de sus eartas, que son en realidad donde el descu­bridor por incidencias, declara su origen y determina su nacimiento.

Así por ejemplo, en la carta de Colón al ama del príncipe Don Juan, se expresa de esta manera:

«Yo debo ser juzgado como capitán que fué de España a con­quistar fasta las Indias a gente belicosa y mucha de COSTUMBRES Y SETA A NOS MUY CONTRARIA».

Hablando con exaltación de su descubrimiento, también se expre­sa de la siguiente manera:

“REGOCIJEMONOS así por la exaltación de nuestra fé, como por el aumento de bienes temporales, de los cuales no sólo habrá de participar LA ESPAÑA sino toda la Cristiandad”.

Y   en otra carta a los reyes, dice:

“Porque esta gente es muy símplice en armas, como verán vues­tras Altezas, de siete que yo hice tomar para LE LLEVAR A DE­PRENDER NUESTRA FABLA”…

Y  ya en otro lugar refiriéndose al castellano, se expresaba así: “Que en NUESTRO ROMANCE quiere decir Rey de Reyes”.

Y  agrega en otro escrito:

“ni se me cansar los ojos de ver tantas fermosas verduras y tan diversas de las NUESTRAS”…

 

Y   en otro lugar:

“y digo que vuestras Altezas no deben consentir que aquí trate ni faga pié NINGUN EXTRANJERO”…

En una carta de Cristóbal Colón a! magnífico señor Rafael Sán­chez, Tesorero de los Serenísimos monarcas católicos y traducida del español al latín por el literato Leandro de Cozeo, con fecha 25 de Abril de 1493, leemos lo que sigue:

“Hay además en dicha isla Juana, siete u ocho variedades de pal­mas, superiores a las NUESTRAS en su altura y belleza”…

Y  en otra parte:

“Cada una de estas islas posee muchas canoas de sólida y com­pacta madera aunque estrechas, parecidas no obstante en la longi­tud y forma a NUESTRAS FUSTAS, pero más veloces en su curso”…

Y   podríamos seguir aportando citas en que el pronombre posesiva resulta y que no es posible suponer indicación sin importancia, por­que si Colón era extranjero y llevaba poco tiempo de residencia en España, no podía seguramente atribuirse propiedades de cosas que sólo se le ocurren a un nativo para sus comparaciones.

Es original por otra parte que diga a los reyes que debe tratarse de que no haga pié en las Indias NINGUN EXTRANJERO. Esto no se concibe no siendo dicho por un natural, celoso de sus glorias nacio­nales y contrario a la ingerencia extraña.

Un extranjero tampoco llama al idioma que se ve obligado a em­plear NUESTRO ROMANCE y NUESTRA FABLA. Colón extran­jero, hubiera dicho: ROMANCE CASTELLANO y LENGUA DE CASTILLA.

Hablando de embarcaciones, tampoco hubiera dicho NUESTRAS FUSTAS que denota hábito de tripularlas y especialísima condi­ción de un barco de pequeño tonelaje de muy extendida aplicación en España.

Colón habla de árboles y vegetales de la península, y de las cos­tumbres españolas, que tenían que serle muy conocidas, lo mismo que las localidades y las costas y hasta los santuarios que cita en su Diario de navegación y en muchas de sus cartas.

Fauna, flora, moluscos, peces y cuanto se relaciona con el reper­torio físico natural de España, le es conocido y lo emplea para sus ultramarinas apreciaciones, con tal seguridad y claridad al mismo tiempo, que verdaderamente asombra. Un extranjero positivamente no puede hacer gala de tales conocimientos ni de tan exactas denomi­naciones. Negar esto, sería negar la evidencia.

Pero hay otras razones más aprecíables para considerar a Colón español, que son sus propias declaraciones.

Nosotros entendemos, que si Colón se declara español, no debe po­nerse en duda su origen. Si no emplea esas mismas palabras, hace uso de otras todavía más expresivas, puesto que en el memorial que para los reyes escribió en la ciudad de la Isabela el 30 de Enero de 1494 y que confió a Antonio de Torres en su segundo viaje, el Al­mirante se expresa así:      –

“Primeramente, dadas las cartas de creencia que lleváis de mi para sus Altezas, besaréis por mí sus reales pies e manos, e me en- comentaréis a sus Altezas COMO A REY E REINA MIS SEÑORES NATURALES, en cuyo servicio yo deseo fenecer mis días”

Colón llamando SEÑORES NATURALES a los reyes ¿no de.elara su origen español?

¿La declaración de su naturaleza, no es bastante para reconocerlo español?

¿Qué otras pruebas se necesitan para constatar su origen?

Y   si a esto, se agrega que los reyes en un documento tan impor­tante como es la Facultad a Colón para fundar Mayorazgo, lo decla­ran natural de sus reinos. ¿No es tampoco, prueba bastante para re­conocerlo español?

Si los Reyes Católicos dicen a Colón QUE A LOS REYES Y PRINCIPES ES PROPIA COSA HONRAR E SUBLIMAR A SUS SUBDITOS Y NATURALES ESPECIALMENTE A AQUELLOS QUE BIEN E LEALMENTE LOS SIRVEN ¿no es un reconoci­miento real de su españolismo? ¿No es esto suficiente? ¿Acaso no está claro?

Pero como nuestro objeto no es solamente afirmar que Cristóbal Colón era español, sino que lo eran también sus hermanos, vamos a continuar nuestras consideraciones, bien seguros que hemos de lle­var al ánimo del lector, el convencimiento de su españolismo.

En Castilla, cuando algún súbdito extranjero era favorecido con cargos públicos de reconocida importancia, solía hacerse constar su extranjería y las causas por las cuales los reyes le concedían la natu­ralización y el derecho de representar la encomienda u oficio, que en gracia a sus relevantes servicios, le dispensaban los monarcas.

Tomando entre otros ejemplos, el más indicado para nuestra de­mostración por corresponder a un extranjero que. se había significado grandemente, en los acontecimientos marítimos que siguieron al Des­cubrimiento, citaremos el caso del florentino Vespucio.

El documento que usamos para la testificación, pertenece al Archi­vo de Simancas y fué librado por la Reina D.a Juana en la ciudad de Toro, el 24 de Abril del año 1505.

Dice así, la parte más interesante de esa real Carta.                    ■

“Doña Juana por la gracia de Dios, ecta. — Por hacer bien y mer­ced a vos Amérigo Vezpucbe, florentín, acatando vuestra fidelidad e algunos buenos servicios que me habéis fecho, e espero que me haréis de aquí adelante, ñor la presente vos haa:o natural de estos mis reinos de Castilla e de León, e para que podáis haber e hayais cualesquier oficios públicos Reales e concejales, que vos fueron dados e encomen­dados, e para que podáis pozar e gocéis de todas las honras, gracias e mercedes, franquezas e libertades, exenciones, preeminencias, pre- rogativas e inmunidades, c todas las otras cosas, e cada una de ellas que podiéredes o debiéredes haber o gozar cual si fuérades natural de estos mis reinos e señoríos”. .. ecta.

Esta disposición real fué prevista para habilitarlo en el servicio de la Corona de Castilla y con Vicente Yañez Pinzón, fué nombrado capitán y encardado por el rey, de aprestar una armada para ir a descubrir el nacimiento de la Especiería.

Este mismo procedimiento se debía pues haber seguido con Cris­tóbal Colón, en el momento de firmar las Capitulaciones para el Des­cubrimiento.

Sin embargo; en tan importante documento, se da a Colón por natural de los reinos y señoríos de los Reyes Católicos, puesto que nada se advierte referente a su extranjería, sobre la cual ni la más mínima alusión se hace en los restantes documentos de los reyes, que en conjunto, forman un voluminoso legajo.

Ni una observación, ni una indicación, ni tan siquiera una alusión a su nacionalidad italiana. Todos los extranjeros notables de aquel tiempo, dejan rastros de su nacionalidad, ya en noticias, ya en cartas, ya en documentos reales. Fuera de las vagas e inseguras apreciacio­nes de los cronistas, no existe en las colecciones de los Archivos, un solo papel que nos permita cerciorarnos de la extranjería de Colón.

Esto es por demás curioso, raro e incomprensible.

Colón, por otra parte, ya hemos visto que dice bastante, y más que su hijo Fernando, que era el único que podía Ilustrarnos sobre tan interesante punto, y que escribe todo lo contrario de lo que debía y podía seguramente decirnos.

Si hubiera sido extranjero, hubieran quedado huellas imborrables. Siendo español, sería vano intento el buscarlas.

Anteriormente, otro Almirante de Castilla, se había proclamado natural de Génova y no obstante corresponder este hecho a una época considerablemente distanciada de la que nos ocupa, puesto que data del siglo xn, se supo y pudo demostrarse sin gran esfuerzo, que Ra­món de Bonifaz, el favorito de Fernando EL SANTO, había nacido en Burgos y fallecido en la misma ciudad él año 1252.

Bien es cierto, que Bonifaz lo hizo por petulancia y Colón quizás como medio propicio para poder realizar su gran hazaña.

Fernández Duro, que pudo haber sospechado como otros muchos, la falsedad del nacimiento en Italia de Colón, y que dice con énfasis que bien claro declaró el Almirante haber nacido en Génova, en el famoso mayorazgo o Testamento apócrifo, dice en su Nebulosa: “Si fueran a examinarse las pruebas que sirvieron a la ciudad de Génova para poner primero, en el año 1858, la lápida con inscripción en la casa de la calle Molcento, que se suponía habitación de Doménico Colombo, padre de Cristóbal; después para adquirir por igual concepto, en 1887, otra casa en el Carrogio Drito; si se pidieran a la ciudad de Calvi las que sirven de base a la inscripción puesta en 1886 sobre la presumida cuna del Almirante de Indias, en el Carrugio del Filo, y sucesivamente se revisaran las de Plasencia y otros pueblos de Italia que disputan esa cuna, no aparecerían más convincentes que las ale­gadas pnr el Municipio de Valladolid, para escribir: AQUI MURIO COLON.

La Riega haee también atinadas reflexiones que encontramos opor­tunas estampar, puesto que a este ilustre pontevedrés, se debe la recti­ficación histórica que reintegrará a España, toda la gloria del Des­cubrimiento.

“El tiroteo de documentos — dice La Riega —■ en parte desapare­cidos, entre los partidarios de las diversas localidades italianas, que alardean de ser cuna de Colón; documentos que ofrecen contradiccio­nes e incongruencias de bulto, me convenció, de que, en efecto, no era posible puntualizar aquella gloriosa cuna, y a la vez llamó mi aten­ción la singularidad de que, por escritores eminentes, sensatos y eru­ditos, embajadores, jurisconsultos, historiadores, catedráticos, ecle­siásticos de diferentes categorías, y hasta por sus hijos y herederos, no ya se pusiera en duda, sino que se desdeñase la aseveración del glorioso nauta, estampada en solemne escritura, de haber nacido en la ciudad de Génova, pues parece que una declaración semejante, de­bía ser acatada y creída por propios y extraños, sin vacilación de ninguna clase”.

Y    agrega a continuación: “Otra circunstancia especialísima con­tribuyó poderosamente a interesarme en la tarea de descifrar lo que presentaba aspecto de enigma; la profunda reserva de Colón sobre sus padres y parientes, que se revela especialmente en su testamento de 1498 (formalizado en 1502 y corroborado en el Codicilo de Mayo de 1506) — obsérvese que habla La Riega; — el propósito ñrme de ocultar los antecedentes de su vida, y el silencio absoluto que observó en sus dos familias, la legítima y la de su amante Beatriz de Enri- quez, así como con sus amigos, allegados y conocidos, en todo lo rela­tivo a dichos antecedentes, reserva imitada cuidadosamente por sus dos hermanos D. Bartolomé y D. Diego. Por más disculpas y atenua­ciones que he imaginado para explicarme un hecho tan excepcional, por más que he escudriñado la conducta y los actos conocidos del pri­mer Almirante de las Indias, mi entendimiento, escaso sin duda, sólo ha encontrado la solución, de que ese misterio envolvía un secreto guardado tenazmente”.

Efectivamente. Aún los que creían en el tan decantado TESTA­MENTO, rechazaban por intuición, la afirmativa de que Colón hubiese nacido en Génova.

Todo esto es verdaderamente extraño.

Y   no se arguya que estas discrepancias proceden de la remolina que se armó con motivo del cuarto centenario.

En una obra importante, como es la “Historia de la Marina Real Española”, que fué editada a mediados del pasado siglo, cuando nadie se ocupaba de discutir extremo de tanto interés y menos de asignar la cuna española de Colón, leemos lo siguiente:

“La verdadera patria de Colón, aun hoy ignorada, ha sido origen de tales controversias, de tantas opiniones discordes, tantas pruebas al parecer convincentes, y tales argucias, que si hoy se encontraran los más auténticos e innegables testimonios para dar a la cuestión un corte definitivo y terminante, aún había de costar trabajo destruir los argumentos, no ya de tal o cual historiador o comentador oscuro, o mal dirigido en sus fundamentos, sino de muchos y muy reconocidos sabios que a esta materia dedicaron inútilmente tantas y tan apre- ciables disertaciones”.

El párrafo no puede ser más elocuente; pero aún dice algo más sustancioso el anotador, para resistirnos a la tentación de copiarlo.

Continúa así: “En el presente caso, parecía regular que nosotros, orillando las dificultades, en fuerza de lo muy útil que sobre el asunto se ha escrito, cuando menos, consignáramos una opinión terminante, apoyada en testimonios verídicos que la hicieran, más que segura, res­peta ble. Veamos pues, si es posible que tal empresa echemos sobre nuestra conciencia crítica, teniendo en cuenta que, más que noveles ergotistas, aspiramos a la gloria de concienzudos historiadores”.

“Naturalmente debiéramos empezar en tal caso, por dar entero cré­dito al mismo Colón, cuando dice en su testamento que es NATURAL DE GENOVA y por lo mismo, dar por concluida la cuestión antes de comenzarla. ¿Pero será suficiente prueba la ya indicada, para des­preciar los argumentos y testimonios de cuantos manejaron la cues­tión, aún en su propia época? Nosotros creemos que no, porque el héroe que nos ocupamos, poseído de las rancias preocupaciones de su sigio, no ha querido nunca declarar franca y terminantemente la edad que tenía, ni la patria que le dió el ser, ni el oficio u ocupación de sus venerables padres”. „

“Haciéndonos cargo como rehuye la cuestión su hijo Don Fernan­do, cuya historia de su padre debemos a una traducción italiana, de la que se hubo de tomar la castellana, que hoy se ve en colección de Barcia, siendo harto raro que tan absolutamente hayan desaparecido todos los ejemplares de la historia original, no podemos menos que confortar nuestra opinión respecto del interés que manifestó el Almi­rante en ocultar las particularidades de su familia; interés que 110 puede fundarse más que en las preocupaciones humanas, que a veces rebajan por sí solas el concepto del hombre más eminente. Don Fer­nando rechaza como injuriosas las pruebas que autores italianos pre­sentan para manifestar que los padres de Colón se habían ocupado en oficios mecánicos; pero en cambio no pudo o no quiso justificarse con una limpieza de sangre o una carta ejecutoria, no dignándose tampoco declarar en qué pila había recibido su padre el primero de los sacramentos”.

“Respecto a las contiendas mantenidas entre los historiadores de las Indias, desde el cura de los Palacios hasta el mismo Prescot de nuestros días, no alargaremos las reflexiones; porque amigos unos del Almirante, otros parciales en pró o en contra, y no pocos mal orien­tados, si se ocuparon de saber la verdad, o no la publicaron, o no la comprendieron, o trataron de oscurecerla para dar pábulo y calor a las hablillas de los émulos. Dicen unos, que era hijo de un mercader de libros; otros acomodan a su padre el oficio de cardador de lana, en Génova varios le hacen descender de una familia ilustre de Plasencia que llevaba el propio apellido, y todos se pierden en conjeturas y pro­babilidades que no llevan el sello de lo más positivo”.

Para historiadores completamente libres de prejuicios, como los autores de la “Historia de la Marina Real Española” estas manifesta­ciones no pueden ser más juiciosas y desapasionadas. Que no creían a mediados del pasado siglo que Colón fuese genovés, queda demostra­do con lo que dicen respecto a origen y antecesores en el Capítulo I de su obra. “Aún se ignora hoy el verdadero lugar en que nació Cristó­bal Colón, así como se ignora también quienes fueron sus padres”.

Para que todo ese tinglado de argumentos falsos e inadaptables, que pacientemente se ha ido levantando, para hacer indiscutible la cuna genovesa del Almirante, sería necesaxño una declaración for­mal, una autenticación irrefutable; un documento como prueba testi­fical que no admitiera discusión o dudas.. . pero esto, se dirá ¿es

 

posible? Ya hemos visto que sí, ateniéndonos a las afirmaciones del mismo Almirante.

Una sonrisa de incredulidad habrá acogido quizás esta asevera­ción, que nadie se atrevió hasta ahora estampar en un escrito; incóg­nita que hubiera evitado una labor inmensa, colosal, inaudita a poco que la investigación apartándose del centro de atracción donde con­vergían todos los pensamientos, se desviara por derroteros secunda­rios tan útiles, como vamos a ver, y más eficaz a veces, que el mismo nacimiento de la fuente, donde en vano se buscan las verdades.

La verdad necesariamente había de hallarse en nuestros archivos- Enfrascarse en búsquedas estériles en un país considerablemente ale­jado de los acontecimientos, por la sola presunción que allí habían existido personas que llevaban un apellido, que NO ERA el de Colón; y por la sola guía de una vaga noticia escrita en sus obras por los cronistas del descubrimiento, que nada en concreto aseguraban ■ ni afirmaban, representaba una tarea sin fin y no obstante, allí fueron a estrellarse todos los esfuerzos y las voluntades, para fracasar en su empeño y hacer más difícil la reconstitución de un pasado oscuro, misterioso e indocumentado.

Hemos dicho, que todos los extranjeros que se significaron en Es­paña durante los siglos xv y xvi, dejaron rastro de su origen ya en noticias, cartas o cédulas reales. Que por lo tanto era incomprensi­ble que el Almirante fuera una excepción y que el solo hecho de que ni en las Capitulaciones para el Descubrimiento, ni en otros documen­tos de privilegios o escritos administrativos o de justicia, se hiciera constar extremo tan necesario como importante, y aún podríamos aña­dir, que INDISPENSABLE, era verdaderamente extraño.

Siendo así, hay que convenir que Colón no era extranjero o cuando menos que los reyes no lo tenían por tal.

El único testimonio existente que lo declara genovés, apareció muchos años después de su muerte. Y era un testimonio valiosísimo, porque en él, él mismo, Colón reconocía a su patria, que era GENOVA o la REPUBLICA DE GENOVA.

Ya hemos demostrado que ese documento o TESTAMENTO es apócrifo, tanto bajo el aspecto jurídico, como bajo el histórico.

Hemos demostrado igualmente, que otros documentos atribuidos a Colón, son falsos, ya combatidos y declarados artificiosos e inútiles por la república de las Letras.

Sabemos por otra parte que en Pontevedra, antes y después del descubrimiento, existían personas que llevaban el verdadero apellido del Almirante, todo ello constatado con documentos más valiosos y dignos de atención, que los genoveses que se refieren a personas que ¡levaban distinto apellido del que usaba el Descubridor, estampado como auténtico en todas sus cartas, oficios y documentos.

Hemos evidenciado que en todos los escritos de Colón abundan los términos o modismos gallegos, como se verá por el índice alfabético, donde se aprecian más de doscientos.

Doscientas palabras que son más que suficientes para que la Aca­demia de la Lengua certifique que sólo un natural de Galicia podía escribirlas e intercalarlas en sus escritos. Sólo diez palabras italianas que hubieran podido eliminarse de los escritos de Colón, genmnavient’i- italianas, hubieran sido suficientes para que los académicos italianos hubieran puesto el grito en el cielo!

Y  en cambio, a falta de ,esa’s palabras italianas, escritas por el Al­mirante, existe un escrito demostrativo que Colón desconocía o cuando menos ignoraba la construcción, la sintaxis y la analogía de aquel idioma.

Tenemos la prueba geográfica que por la cualidad y cantidad de los tópicos, no es posible que la Sociedad Geográfica de Madrid pueda evadirse de emitir un dictamen y en caso contrario, de discutirlo, puesto que no se rechaza impunemente una prueba como la presenta­mos, compuesta por más de cuarenta lugares de Galicia, cuyos tópicos corresponden a otros tantos determinados por Colón en las Antillas, durante sus viajes de descubrimiento.

Las prueban que titulamos de segundo orden, son incontables y para la demostración completa de la tesis COLON ESPAÑOL, se ne­cesitarían ya algunos volúmenes.

Si la Academia de la Historia no se decidió a investigar las prue­bas aportadas por La Riega, por considerarlas insuficientes y algunas inaceptables, no podrá despreciar las que ahora nosotros aportamos como complemento de la documental.

Existe un documento oficial donde se declara a Cristóbal Colón, súbdito y natural de los reinos españoles; y poseemos otro del Almi­rante confirmándolo, y lo propio ocurre con su hermano el Adelantado Don Bartolomé en otra constancia que es un original inapreciable; nada menos que en la Merced de su Adelantamiento, hecha por los re­yes Católicos.

El original de este preciosísimo documento está en el Archivo del Duque de Veragua y una copia, en el de Indias de Sevilla, y Regist. en el Sello de Corte en Simancas.

Copiemos tan interesante probanza:

“Don Fernando e Doña Isabel, por la gracia de Dios, Rey e Reina de Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algeciras, de Gi- braltar, e de las islas de Canaria: Conde e Condesa dé Barcelona, e Señores de Vizcaya e de Molina; Duques de Atenas e de Neopatria; Condes de Ruisellon e de Cerdania: Marqueses de Oristan e de Gor- ciano; Porque a los Reís e Príncipes es propia cosa de honrar e subli­mar e facer mercedes e gracias a los SUS SUBDITOS E NATURA­LES, especialmente a aquellos que bien e lealmente los sirven; lo cual por Nos visto, e considerando los muchos e buenos e leales servi­cios que vos D. Bartolomé Colón, hermano de D. Cristóbal Colón, nues­tro Almirante del Mar Océano e Visorey e Gobernador de las islas nuevamente halladas en las Indias”. . .

¿A qué continuar el texto de un documento cuyo interés sólo estriba en el reconocimiento de la nacionalidad española de D. Bartolomé?

Los reyes, como se ve, no pueden ser más explícitos: Reconocen al Adelantado, como SUBDITO Y NATURAL de sus reinos. Aquí no caben malas interpretaciones ni subterfugios. Don Bartolomé Co­lón es para los reyes un SUBDITO Y NATURAL a quien por sus servicios, premian con el cargo y título de Adelantado de las Indias.

 

¿Hay algo que alegar en contra?

¿Está clara la fórmula de SUBDITO Y NATURAL DE LOS REI­NOS DE LOS REYES CATOLICOS?

Mas no es esto todo. Los reyes dicen en la merced de su Adelan­tamiento que siendo cosa de ellos honrar e sublimar e facer mercedes e gracias a los sus súbditos y naturales, especialmente a aquellos que bien e lealmente los sirven; lo cual por Nos visto, e considerando LOS

 

MUCHOS E BUENOS E LEALES SERVICIOS QUE VOS DON BARTOLOME COLON”…

De lo que se desprende que Bartolomé Colón había hecho — según los reyes — muchos, buenos y leales servicios a la Nación y que por esta circunstancia, como agradecimiento y recompensa, a los muchos, que hay que interpretar, como LARGOS SERVICIOS, le hacían mer­ced del título de Adelantado de las Indias.

Veamos lo que dice ahora la Historia de Bartolomé Colón.

Lo hace por primera vez en España en el año 1494 o sea después de partido el Almirante para su SEGUNDO VIAJE.

Pasó a la ‘Corte con sus sobrinos Diego y Fernnándo que iban a ser pajes del príncipe Don Juan. En la Corte o sea en Valladolid, parece que fué recibido con especial agrado por los reyes y como éstos supie­ran que era habilísimo marino, le confiaron el .piando de tres buques cargados de provisiones y efectivamente, más ‘tarde salió para la Isabela a donde no tardó en llegar el Almirante. En Septiembre del año 1494 estaba pues en la Española, o sea poco tiempo antes de ha­bérsele otorgado el título de Adelantado. Regresó a España mucho tiempo después cargado de grillos como su hermano Cristóbal y en 1502 partía acompañando al Almirante en su último viaje.

Bartolomé apenas era conocido en la Corte hasta entonces, y sólo cuando regresó preso y cargado de hierros, su nombre empezó a ser considerado en España.

Esto dice la Historia.

El 11 de Junio de 1496 regresaba Colón de su segundo viaje y pro­bablemente a sus instancias, los reyes Católicos libraron el título de Adelantado de que ya tenemos noticias, con fecha 22 de Julio del año 1497.

Hasta entonces Bartolomé no se había distinguido ciertamente en grandes hechos y sus servicios a los reyes hay que catalogarlos en el número de los MODESTOS.

No obstante esto, los monarcas le conceden mercedes considerando los MUCHOS, BUENOS Y LEALES SERVICIOS del Adelantado.

En cambio a Américo Vespucio, se le decía después de quince años de servicios en los preparativos de las armadas y viajes: “Por hacer bien y merced a vos Américo Vezpuche, florentín, acatando vuestra fidelidad e algunos buenos servicios que me habéis fecho, e espero que me haréis de aquí adelante”

La razón pues, nos dice que la Historia está equivocada. Suponga­mos lo contrario y entonces todo será claro. Al florentín Vezpuche después de quince años de trabajo y utilidad a la nación, se le reco­nocían “algunos buenos servicios”.

A Bartolomé Colón, que entre viajes y otras dilaciones sólo llevaba dos escasos de servicios, se le reconocían como MUCHOS, BUENOS

Y   LEALES.

Y  conste que Vespucio había hecho ya una famosa expedición con Hojeda y Juan de la Cosa.

Bartolomé necesariamente probó con alguna relación de largos años de servicios en la península y por su calidad de súbdito y natu­ral, todo ello unido al estrecho parentesco que lo unía con el Admiran­te, el derecho a la gracia concedida Aquellos tiempos no eran éstos, y las mercedes no se conquistaban tan fácilmente después de aquella insigne epopeya de la Reconquista en que los nobles españoles habían conquistado a punta de lanza la fama que correspondía a tan noble esfuerzo. Aún pesaba sobre la monarquía la celosa animosidad de los ticos hombres preteridos. ¡Y no digamos si las mercedes recaían so­bre extranjeros!

Es pues, innegable, que la concesión honrosa y retributiva que mereció el Adelantado, no es la que pertenece seguramente a un ex­tranjero que en el año 1494 pone el pie en la Corte y que dos años después ostenta a todo trapo, el título de Gobernador militar y político, no de una provincia, sino de un reino de colosales proporciones y que a más de aquel elevadísimo cargo, poseía el de Justicia Mayor en tiempo de paz y de Capitán General en tiempo de Guerra, ¡No, Bar­tolomé Colón, no era Cristóbal Colón, no habbía descubierto las Islas Occidentales, para otorgarle tales favores!

Bartolomé Colón tenía un pasado de honrosos servicios a la nación y era como muy bien dice la Merced de su Adelantamiento, UN SUB­DITO ESPAÑOL NACIDO EN TERRITORIO ESPAÑOL.

Después de haber expuesto la nacionalidad española de Don Bar­tolomé Colón, tenemos por adelantado que alguno de nuestros impug­nadores, nos saldrá con la siguiente observación: “Pero si se prueba que Don Bartolomé era español como se explica que a Don Diego, le hubieran librado carta de Naturaleza los Reyes?

Vamos pues a adelantarnos a las indicaciones que sobre el particu­lar pudieran hacérsenos.

NATURALEZA en el sentido que puede discutirse, es según el Diccionario: “Privilegio que concede el soberano a los extranjeros para gozar de los derechos propios de los naturales”. Efectivamente; a esto nada podemos alegar porque la razón es de peso y no admite discusión.

Pero NATURALEZA, según el mismo Diccionario, es también “la calidad que da derecho a ser tenido por NATURAL DE UN PUEBLO para ciertos efectos civiles”.

Y   esto, ya es otra cosa.

Y   NATURALEZA, es también señorío de vasallos o derecho ad­quirido a él por linaje. Ejemplo:

                                   “a Galicia

Partamos, que allí serás Solo el señor, y tendrás En tus manos tu justicia;

Pues si la NATURALEZA Renunciares de León,

Sabrá el Rey que iguales son Tu poder y su grandeza.

Riáz de A lar con”.

Podríamos agregar que antiguamente, también era parentesco o linaje.

Así pues, la idea expresada por la palabra NATURALEZA es su­mamente compleja y susceptible, por tanto, de muy varias {y a veces

contradictorias) interpretaciones. (Dic. Ene. Hispano – Americano).

Afortunadamente en este caso, todo está perfectamente claro, por­que el documento de la gracia dispensada por los reyes al hermano menor de Colón, que se registra en el Real Archivo de Simancas en el Sello de Corte, dice así:

NATURALEZA DE REINOS a D. Diego Colón, hermano del Al­mirante Don Cristóbal, que no es lo mismo que Carta de Naturaleza.

Veamos si nó, lo que expresa el documento:

Don Fernando e Doña Isabel, por la gracia de Dios, ecta,: Por hacer bien e merced a vos D. Diego Colón, hermano del Almirante D. Cristóbal Colón, e acatando vuestra fidelidad e leales servicios que nos habéis fecho, e esperamos que nos faréis de aquí adelante, poi’ la presente vos facemos natural de nuestros Reinos de CASTILLA e de LEON, para que podáis haber e hayáis CUALEStjUIER DIG­NIDADES E BENEFICIOS ECLESIASTICOS QUE VOS FUE­REN DADOS, ecta”.

La naturaleza era pues necesaria, para ejercer ciertas dignidades eclesiásticas.

Qu« precisamente era lo que perseguía el Almirante según se des­prende de sus cartas y por los Archivos debe hallarse seguramente la DIGNIDAD que le fué otorgada en virtud de este privilegio.

Creemos no tener necesidad de insistir más sobre este particular, puesto que todo se halla determinado con exactitud y claridad, aun cuando nos sobrarían argumentos para hacer todavía más patente la intención que movió a los monarcas para librar esta carta de Na­turaleza; pero si alguno de nuestros lectores quiere evidenciar por medio de comparaciones el documento aludido, puede recurrir a otros muchos de aquella época existentes y particularmente al que la reina Doña Juana libró a favor de Américo Vespucio, que ya hemos re­señado.

Y   no se alegue que para desempeñar ciertos cargos en Castilla no se necesitaba naturaleza, siendo el agraciado español, porque el Fuero Juzgo vigente como ley primitiva en los reinos de Castilla y de León, no ba sido derogado nunca, ni antes ni después. (1)

En el testamento de la reina Isabel hay también una cláusula cu­riosa: la de que no se concedan empleos a extranjeros.

(1)    Para que se comprenda basta que punto se guardaban los privilegios ñor naturaleza de reinos, copiamos a continuación el testo de una real carta en que se Dormite af ara^onía Juan Sánchez, llevar mercaderías a la Isla Española AUNQUE NO ERA NATURAL DE LOS RETNOS DE CASTILLA. Dice así* tan interesante documento:

EL REY

‘ Por hacer bien e merccd a vas Juan Sánchez, de la Tesorería, catante en la eibdad de Sarilla, natural de la cibdad de Zarat/oza, NATURAL DEL REINO DE ARAGON, acatando algunos buenos servicios que me habéis fecho* e espero que me fareis de aqui adelante; por la presente vos doy licencia para que podáis llevar a la Isla Española, ques en el MaT Océano, las mercaderías e otras cosas que pueden llevar loa vecinos e moradores de estos nuestros reinos, segund las provisiones que para ello mandamos dar, non embargante QUE NON SEAIS NATURAL»,

Fecha en la villa de Medina del Campo, a diez y siete del mee de Noviembre de quinientos cuatro anos. — YO EL REY. —Por mandado del Bey, Gaspar de Grido. — Señalada del Doctor Angulo y del Licenciado Zapata,

_ (Archivo de Simancas Libro general de Cédulaa No, 0)*

La circunstancia mds notable de este documento, resalta en el hecho de pertenecer a un reino incorporado al de Castilla por consorcio real e ir unidos en todos ios grandes aconteci­mientos de la época.

 

EL TESTAMENTO DE ISABEL LA CATOLICA

La Reina Isabel ¡n articulo mortis, después de prohibir que se dieran empleos a extranjeros, declaró solemnemente que el descubrimiento de lás islas y tierra firme del mar Océano, fué únicamente obra de España y de españoles.

 

En su testamento se limitó también a consignar la terminante de­claración de que las islas e tierra firme del mar Océano e islas de Canaria fueron descubiertas y conquistadas a costa de los reinos de Castila y León y con los naturales de ellos.

Después de la enorme impresión que experimentó el Almirante con la noticia de la muerte de su bienhechora y real protectora, escri­bía así a su hijo:

“Acá mucho se suena, que la Reina, que Dios tiene, ha dejado que yo sea restituido en la gobernación de las Indias”.

Y  temiendo al parecer que algo se le procurase ocultar, insistía en otra del 21 del mismo mes de Diciembre: —“Es de trabajar de saber, si la Reina, que Dios tiene, dejó dicho algo en su testamento para mí”.

No, la reina no había dejado nada dicho sobre su gobernación; pero hizo más: ¡Reconoció su nacionalidad!

¡Había legado a la posteridad la afirmación de que la gloria del Descubrimiento había sido obra de España y ae Españoles!

 

CAPITULO X

INFUNDIOS Y COINCIDENCIAS

En la genealogía portuguesa de los Palestrelo, aparecen los apellidos “Muñiz” y “Enriquez” que llevaron las dos esposas de Colón. — El segundo apellido de Don Diego, primogénito del Almirante, era “Meló”, según la genealogía de los Duques de Veragua. — Harrisse afirma que el Almirante tenía tres hijos con Doña Fe­lipa Muñiz. — Moreri, por otra parte, supone a Don Diego hijo- de Doña Beatriz de Enriquez. — Infundios sobre infundios. — Los testamentos de Don Diego. — Lo más probable, es que Doña Fe­lipa Muñiz no era portuguesa. — No estaba enterrada en el con­vento de Carmelitas da Lisboa. — Demostración que Doña Beatriz de Enriquez no era cordobesa ni residía en aquella localidad. — Los apellidos Enriquez y Monte o Muñiz, originarios de Galicia-.

—  Don Bartolomé, Don Fernando y Don Diego, visitan la región gallega. — Los Sotomayor y los Cotón, vecinos de las tierras del “Eirado da Galea”. — El arribo de Colón y Pinzón, al regreso del primer viaje. — El primer oro de las Indias lo recibe un Enrí- quez en Bayona de Galicia. — Un varapalo al paleógrafo Oviedo y Arce. — Los Colones y los Enriquez, ligados durante siglos por lazos de, familia. —. Residencia e intereses de los Colones en Ga­licia. — Sorpresas que nos reserva el porvenir.

De creer en la genealogía portuguesa de la supuesta primera mu­jer del Almirante, sacaríamos la consecuencia que, Philipone Pales­trelo, estaba casado allá por el año 1415 en Lisboa, con doña Catarina de Mello, apellido que en la genealogía de los Colones del Duque de Veragua, corresponde al segundo de Don Diego, el primogénito del Descubridor o lo que es lo mismo: que Don Diego, segundo Almirante de las Indias, se llamaba Diego Colón y Meló y no Diego Colón y Mu­ñiz, conforme lo apunta la historia.

De una de las hijas del matrimonio Palestrelo – Meló, nació Isabel Henríquez, según nos lo advierte el vizconde Sánchez de Baena.

Por lo tanto, en la genealogía portuguesa, ya tenemos los apellidos de las dos supuestas mujeres de Cristóbal Colón, enlazadas de acuerdo con la genealogía de los Duques de Veragua y la genealogía portu­guesa. He aquí ya los infundios que se suceden con vertiginosa rapi­dez. Porque es innegable que por estas noticias Doña Felipa Muñiz y Doña Beatriz Enriquez, eran parientes en determinado grado.

Ahora bien: las primeras noticias que tenemos de la primera mu­jer del Almirante, se las debemos a sus hijos, puesto que en ninguno

 

de los documentos de Colón se hace referencia circunstanciada de su primera esposa.

Dice Don Fernando, hablando de su padre: “Era hombre de her­mosa presencia y de porte muy honrado, y sucedió que una dama llamada doña Felipa Mogniz, de noble cuna, pensionista en el Colegio de Todos los Santos, donde el Almirante acostumbraba concurrir a misa, establo con él tanta conversación y amistad, que llegó a ser su esposa”.

Creemos inútil advertir, que los más juiciosos biógrafos de Colón, han relegado esta narración a las fábulas introducidas en los Apun­tes de Don Fernando.

Pero lo que sí parece cierto, es que Don Diego en su testamento, otorgado en la Cartuja de las Cuevas, en Sevilla a 16 de Marzo de 1509, ante el Notario Manuel Segura, expresa que es hijo de Don Cristóbal Colón, primero Almirante Mayor y Visorey que descubrió las Indias, y de Doña Felipa Mogniz su mujer, difuntos.

Don Fernando Colón y el P. Las Casas, dicen que la supuesta pri­mera mujer de Colón, murió por los años 1482 o 1483, dejando un solo hijo, Don Diego; pero Harrisse, que investigó el asunto con gran interés, afirma que Doña Felipa vivía cuando Cristóbal Colón salió de Portugal y que por lo menos tenía ¡tres hijos!

Infundios sobre infundios.

Por otra parte, Moreri, supone que Don Diego era hijo de Beatriz de Enríquez, Este erudito escritor, autor del gran diccionario histó­rico, que fué traducido a todos los idiomas, escribía en el primer ter­cio del siglo xvn; y por lo tanto en una época no muy alejada de aque­llos acontecimientos. Necesariamente hemos de agregar este nuevo infundio a los ya apuntados.

Tenemos pues, como única noticia documentada del matrimonio de Colón con Felipa Mogniz, la trasmitida por su hijo Diego en el testamento, noticia que repite en su última disposición cerrada ante el notario Fernando Barrio el 8 de Septiembre de 1523, fecha que no concuerda con la de Harrisse, que nos dice fué otorgada el 2 de Mayo del mismo año, y en esta última disposición, decía Don Diego lo siguiente: (1)

“Que se construya vina capilla (Cláusula segunda) donde sea se­pultado su cuerpo y el del Almirante, su padre e traer assimesmo allí el cuerpo de doña Felipa Mitñiz, su legítima mujer, mi madre, que está en el monasterio del Ca-rmen de Lisboa, en una capilla que se llama de la Piedad, que es del linaje de los Muñizes».

Y    aquí, sobre los infundios, comienzan las contradicciones. El portugués Sr. Rodríguez Azevedo, que investigó con verdadero afán los hechos, dice que la tal caDilla que llevaba aquella denominación, correspondía — si era la citada — a una construcción religiosa ante­rior a la edificación del convento, edificio aue estaba situado en lo que ijs hoy Plaza del Rocío o de Don Pedro IV.

¡’I’i De posteriores investigaciones, hemos sae&do la cangecueneia que el apellido Mogniz o Mufiia. no es el que llevaba ]n primera inlljrr del Almirante, por lo que todas las aupoaicio- nes sobre la naturaleza portuguesa de Doña Felipa quedan destruidas, según se démostrarfi en un nuevo libro que estamos confeccionando,                 _

En prensa ya esta obra, no nos ha sido posible hacer la oportuna rectificación, que reviste excepcional importancia.

 

La iglesia que tenía la capilla de aquella denominación, desapare­ció con un terremoto y no quedaron ni vestigios de ella. No así el convento de Carmelitas de Lisboa, de que habla Don Diego, cuyas ruinas existen en la actualidad. Además, contribuye a corroborar que el hecho es incierto, la circunstancia de que no hay noticias que el cuerpo de Doña Felipa Muñiz hubiera sido trasladado a Santo Do­mingo y también la de que no haya sido posible hallar dato alguno, del enterramiento ni del traslado.

Ya hemos visto que era proverbial en Colón y sus hijos, el pro­venir o estar emparentados con familia ilustre; pero aquí queda tam­bién mal parada esta suposición, porque según la historia, una de las hermanas de Doña Felipa Muñiz residía en España con un tal Mu- liart o Muliarte. Se llamaba aquella señora Violante, Brigulaga o Briolanja y su marido era un artesano o poco menos, lo que no con­cuerda con un linaje de tantas campanillas como debía ser el de los fundadores de la capilla de la Piedad, Capilla que como hemos dicho, no existía en el monasterio del Carmen de Lisboa.

Además, hay una verdadera contradicción entre el apellido Mogniz y Muñiz, que se toma indistintamente y que no es ciertamente lo mismo. A todo esto, podemos agregar que en la genealogía portu­guesa de los Palestrelo, nc figura la Violante Muñiz, que este es el apellido que cita Don Diego, de la misma manera que hace uso del portugués Mogniz.

Y   ahora nos preguntamos: si se han acumulado tantas invencio­nes en torno a la vida del Almirante ¿no podrá ser ésta, otra más que agregar a las ya conocidas?

Pasemos ahora de la primera mujer a la segunda.

El Almirante, en lo que los historiadores han dado en llamar Co­dicilo, dice a su hijo Don Diego: “E le mando que haya encomendada a Beatriz Enriquez, madre de Don Fernando, mi hijo, que la provea que pueda vivir honestamente, como persona que yo soy en tanto cargo. Y esto se haga por mi descargo de la conciencia, porque esto pesa mucho para mi ánima. La razón dello no es lícito de escrebir aquí”.

Lo que demuesra que Colón estuvo casado en segundas nupcias. No porque nos lo haya dicho el Almirante, sino por esta declaración del testamento y la que nos dejó también en su última voluntad su hijo don Diego. Don Fernando nada dice sobre su madre.

Ahora bien: según la historia, Beatriz Enriquez, residía en Cór­doba, y pertenecía a una familia de aquella localidad, como lo afirma Ortíz de Zúñiga, escritor muy recomendable; pero que n-o es precisa­mente una autoridad.

Pero contra esta afirmación de Zúñiga, dice Fernández Duro en su libro “Colón y la Historia Postuma” Anotaciones: pág. 278: “Ha­ce tiempo tratamos de averiguar si en Córdoba se encontrarían ves­tigios del asunto. El ingeniero y filólogo distinguido Don José Ruíz de León, tuvo la bondad de encargarse de la investigación, exten­diéndola a la que hay en los archivos; pero ni el del Municipio, ni en el de la Catedral, ni entre ‘los papeles de los Sres. Don. Victoriano Rivera y Don Francisco de B. Pavón, escudriñadores eon-stantes de cuanto interesa a la historia de la localidad, han podido suminis­trar siquiera indicios que sirvan de algo”.

De lo que resulta que no existen pruebas que acrediten la cuna cordobesa de Beatriz de Enriques, y Fernández Duro, ya citado, en su Nebidosa, de Colón, pág. 29, niega la certidumbre de que Felipa Muñíz fuera hija de los Parestrello – Mogniz de Portugal.

¡Mayor nebulosa es imposible!

Pero hay otra particularidad curiosa, como es la de que en el segundo testamento de Don Diego Colón, se exprese éste de la si­guiente manera: “Item. — Por cuanto el Almirante mi señor, me dejó encomendada a Beatriz Enriquez, vecina de……….. y creemos que no pueda estar más clara la precaución de hacer incierto su domici­lio o bien la ignorancia del lugar de su residencia.

Veamos ahora si Beatriz de Enriquez pudo residir en Córdoba como lo afirman todos los historiadores, así como si una mujer, don­cella, de noble familia, pudo llegar a una inteligencia con Colón.

Desde luego que as desechable la idea de que Cristóbal Colón, fri­sando en los cincuenta años, pobre y desvalido, pudiera casarse con una damisela que algunos suponen de noble alcurnia y cordobesa. Aún suponiendo que la doncella se hubiera prendado de aquél tras­humante que mostraba su pobreza por las calles de la ciudad andalu­za, en unas calzas corcusidas y un jubón desteñido, queda por vencer la voluntad de una familia hidalga, que posiblemente no lo hubiera tolerado, porque las costumbres y las conveniencias sociales de aque­llos tiempos, eran otras de de las que privan en la actualidad. Esta ya es una razón de peso; pero todavía hay otras más apreciables para negar este matrimonio, y más aún, si como suponen todos los histo­riadores, no fué aquél un ayuntamiento legal, sino un concubinato.

La historia, sigue los pasos del Almirante en aquella época, con bastante exactitud, guiándose por los escritos y viajes de Colón y particularmente por las noticias oficiales de sus residencias.

La historia nos dice, que la estancia en Córdoba del Almirante, después de su llegada a España fué corta y luego no consigna que visitara aquella ciudad, a no ser de paso y por muy breve tiempo.

Atengámonos pues a la historia, de acuerdo con un escritor con­temporáneo.

En 1486 es introducido en las antesalas de los grandes.

Pasa el invierno en Zaragoza donde estaban los reyes.

A principios de 1487 se encuentra en Salamanc? tratando con Deza y los padres de San Esteban. A fines del invierno, está en Revilla, ciudad en que recibió la carta del rey de Portugal. Los li­bramientos del tesorero real, pruebabn que en Mayo, Julio, Agosto y Octubre, estaba lejos de Córdoba, donde también estaba ausente el día del nacimiento de su hijo Fernando..

En 1488 vive siempre en Sevilla, y allí cobra un libramiento de tres mil maravedís. La corte se fija para el invierno en Valladolid, y Colón se traslada a aquella ciudad.

Al siguiente año lo hallamos también lejos de Córdoba, puesto que en 12 de Mayo de 1489 manda a la municipalidad de Sevilla que le proporcione alojamiento.

Después dt este interregno, pudo pasar once días en Córdoba, puesto que a fines de Mayo lo vemos en Baza, tomando parte en la campaña contra los moros.

En los años 1490 y 1491 pasa Colón a ser sucesivamente huésped del duque de Medina-Sidoma y del duque de Medina-Celi.

Después prosigue sus gestiones en la corte, y vuelve luego al convento de la Rábida. A continuación, la reina lo manda a llamar al campamento de Santa Fé en la Vega de Granada.

Allí estaba Colón cuando capituló la ciudad.

A contar de este instante Colón ya no se pertenece. Los prepara­tivos del armamento absorben por completo su tiempo y su atención y hasta el momento de su partida no pudo salir <le Palos ni dejar el. convento de la Rábida.

Ve pues a sus hijos en Cádiz, cosa que tampoco nos explicamos; pero no así a Doña Beatriz, que era natural fuera a despedirse tam­bién de su marido.

Descubierto ya el continente o las islas, Colón vuelve a España y le falta tiempo para atender a las necesidades del servicio, puestc que en menos de cinco meses tuvo que preparar los elementos de una colonia, constituir el nuevo gobierno de Indias, formar el personal administrativo y armar y provisionar una escuadra de diez y siete buques.

Cuando regresa nuevamente a Europa, tiene que bregar a brazo partido con sus enemigos, conjurar las prevenciones de la Corte, la de la opinión, los chismes de las oficinas de marina y el poder de la calumnia.

Hízose otra vez a la mar, soportando tantas fatigas como en su primera expedición, y vuelve a España, encadenado, despojado y destituido. Abatido por la enfermedad y las contrariedades, no busca un refugio en Córdoba, como sería lo más cierto, sino que vive ale­jado de aquella ciudad, en comunicación con sabios religiosos y reu­niendo en un libro, los principales motivos para acometer la recon­quista -del Santo Sepulcro.

Emprende el cuarto y último viaje y a íu regreso, tampoco lo vemos en Córdoba, donde era razonable se acogiera para templar sus infortunios en el calor del hogar, y reside en Sevilla, distante ciento doce kilómetros de Córdoba. Estaba extenuado por la gota y otras enfermedades; después lo vemos en Salamanca y por último en Va- lladolid, a donde tampoco acude su mujer, de cuyos amorosos cuida­dos se ve privado hasta en sus últimos instantes.

Por lo tanto, hemor de convenir que Beatriz de Henriquez no re­sidía en Córdoba y que otras tierras, bastante más alejadas y de más difícil comunicación, se interponían entre Colón y su mujer.

Por otra parte, cuando se acentúa la gravedad del Almirante, par­te para Galicia su hermano Don Bartolomé y que no fué con el deli­berado objeto de acompañar a los reyes según lo advierte el Sr. Otero Sánchez, se demuestra que, no sólo los dejó en Sanabria, sino que en Galicia debió residir más de un año, y que no concurrió con otros caballeros al recibimiento, también está aclarado, conociendo ls carta del Almirante dirigida a los reyes a la llegada de la Coruñs. en la que se disculpaba de poder concurrir él por sus enfermedades (escribía en 26 de Abril de 1506) ni su hijo para ofrecerles sus res­petos y servicios. Porque ciertamente si alguno era indicado para dar la bienvenida a los reyes, aquel lo era Don Diego.        [1]

¿Qué fué a buscar entonces el Adelantado a Galicia? ¿Fué a bus­car a Doña Beatriz de Henríquez? ¿Fué a notificarle la gravedad de su esposo?

Y   ahora vienen las aclaraciones a las misteriosas palabras del testamento.    .

“A la que yo soy en tanto cargo”

Por el abandono indudablemente en que la había tenido por espa­cio de tantos añoe.

‘“Esto pesa mucho para mi ánima”

Que expresa su remordimiento de haberla sacrificado en benefi­cio de sus empresas.

“La razón dello no es lícito de la escribir aquí»

Que no puede estar más clara la razón de reservarse los cargos que, posiblemente, eran contra elevadas personas, a su juicio verda­deros culpables de que muriera lejos de su pais natal y de su mujer. País que no quiso revelar y mujer que tuvo alejada desde que empezó a sonreirle la suerte, cohibido por las malditas conveniencias so­ciales.

Y   esto que suponemos tan natural, ha servido de pie a muchos escritores para suponer a Beatriz Henríquez concubina del Almirante.

Las Mello o Muñiz y Henríquez, pertenecían a una misma rama: quizás fueran primas o más próximas parientes y de ahí que el Al­mirante hubiera unido sus destinos a una edad ya avanzada con otra mujer joven de su familia, puesto que su pequeño hijo Diego aún necesitaba los cuidados maternales. De ahí también la recomenda­ción testamentaria del Almirante a su primogénito para que aten­diera y aumentara la renta a su madrastra. De ahí posiblemente también el viaje del Adelantado a Galicia y las lamentaciones del Almirante, viendo llegar su postrera hora sin haber acudido a su mujer, sacrificada a los intereses de sus descubrimientos.

Los Muñiz y los Henríquez tienen por otra parte lejano asiento en Galicia, y particularmente en Pontevedra los primeros, desde los siglos xi y xn, desde tiempo de la infanta Doña Urraca, hermana de Don Alfonso VI (Enrique Florez, España Sagrada. Tomo 22 pág. 65). Los Moniz datan del siglo ix y entre ellos se cuenta el conde Mar­tín Moniz. Vicetto H. de G. Tomo 4.°, pág. 361).

Asensio, hablando de esta particularidad, dice lo siguiente, en el tomo II de su obra Cristóbal Colón, pág. 723:

“Sea como quiera, pronto dejaron de vivir juntos. Colón estable­ció su morada en Sevilla, en la Collación de Santa María, en tanto que Beatriz, no dejó su residencia de Córdoba. Este hecho resalta de la cláusula del testamento de Diego Colón, en el que mandando a sus herederos paguen los atrasos de la mezquina pensión de diez mil maravedíes, que Colón le había legado diez y siete años antes y que Diego, se cuidó poco de que fuera pagada con regularidad, designa a la madre de Don Fernando, con estas palabras: VECINA QUE FUE DE CORDOBA”.

 

Indudablemente que Asensio interpreta mal la .declaración de Die­go Colón, puesto que si en su testamento dice: VECINA QUE FUE DE CORDOBA, no sólo denota que no era nacida en aquella locali­dad, sino que reconoce que aquella vecindad fué accidental, puesto que, por entonces, aún vivía Beatriz de Enriquez. (1)

Que Asensio, por otra parte, juzga mal de Colón, se demuestra con la declaración del Almirante que en uno de los escritos existentes en el archivo de los Duques de Veragua, dice en medio de sus atribula­ciones; “Y dejé mujer e hijos que jamás vi por ellos”. Como se ve, esto no concuerda, escribiendo el Almirante el año 1500, con el supues­to rompimiento o abandono de que nos habla Asensio, justificado, se­gún este escritor, con la residencia de Beatriz Enriquez en Córdoba y de Colón en Sevilla, sin comunicación durante tantos años. Póngase una tierra mucho más distanciada y de más difícil comunicación, y todo quedará explicado.

Nuestra suposición o conjetura de que Beatriz de Enriquez era gallega, se demuestra asimismo, por otra serie de incidencias que va­mos a relatar y que merecen más razonable atención, que las vagas-, inseguras e inciertas noticias que nos han trasmitido los cronistas de Indias y la mayoría de los historiadores, que no se han tomado el tra­bajo de constatar los hechos que se ofrecían oscuros o misteriosos y de ahí esa infusa y abracadabrante incógnita que sólo con el auxilio de la casualidad y un estudio conjetural y pacientísimo podría, si no evidenciarse completamente, cuando menos, aclararse lo bastante para llevar al ánimo el convencimiento de los errores acumulados durante cuatro largos siglos.

Tratemos pues de invocar en nuestro auxilio, acontecimientos que no están suficientemente olvidados para considerarlos sospechosos y que habrán de contribuir al esclarecimiento de nuesttra pretensión con el apoyo de la prueba documental.

Atengámonos en consecuencia a las noticias que se relacionan con el arribo a Pontevedra de una de las carabelas, al regreso del primer viaje de descubrimientos.

La comanda Pinzón y el temporal lanza a su buque sobre las costas gallegas, sobre Bayona de Galicia, donde la noticia del descubrimiento ■conmueve a toda Pontevedra, y uno de los primeros en acudir a bordo, para informarse de la suerte que había corrido el resto de la flota descubridora… es PERO HENRIQUEZ. (2)

Pero esto con ser interesante, lo es más que este PERO HENRI­QUEZ, que no puede ser otro que el cuñado de Colon, después de ser informado minuciosamente de cuanto se relacionaba con el descubri­miento y particularmente de la primera tierra descubierta por el Al­mirante, según nos lo advierte el Sr. Fernández Duro, después de ver los indios que traía la carabela, recibe como obsequio del CONTRA­MAESTRE de “La Pinta” como presente, valor de cuatro pesos oro, de aquel primer oro de las Indias que llegaba a España en los prime­ros bajeles del descubrimiento. Y aquí viene lo curioso de la coinci­dencia: Aquel CONTRAMAESTRE era GALLEGO; era el oficial de

 

“La Pinta”, CRISTOBAL GARCIA SARMIENTO que por la circuns­tancia de pilotear un navio de la expedición, y ser uno de los primeros acompañantes de Colón, estaba seguramente ligado por lazos de es­trecho conocimiento, amistad o parentesco con el Almirante.

Esta es una noticia rigurosamente histórica y sacada por Fernán­dez Duro de unas probanzas que en manera alguna pueden ser sos­pechosas.

La esposa pues, de Colón, supo por su hermano Pero Henríquez, el feliz arribo de Colón a España, por la curiosa circunstancia de la ines­perada llegada de “La Pinta” a Bayona.

Y   de esta circunstancia, se desprende otra curiosísima, que vamos a intercalar con el objeto de descorrer un poco más el velo de sombras que oscurece la misteriosa vida del pontevedrés Cristóbal Colón.

Se ha censurado con viveza y particularmente por Fernández Duro, la incompetencia marinera del Almirante a propósito del regreso de las dos carabelas en el primer viaje.

Pero, copiemos la narración que hace Fernández Duro para darnos mejor cuenta del suceso:

“Venía la carabela “NIÑA” (la que tripulaba Colón, pues IA GA­LLEGA se había perdido en la costa de la isla de Santo Domingo) desde las Azores, en busca de la costa de la península, con rumbo algo más alto del que conviniera para a-vistar el cabo de San Vicente, punto natural de recalada, por abatimiento que los vientos y mar del Sudoeste, habían causado a la nave, Al aproximarse a la costa, por influencia de ésta, cambió la dirección del mencionado viento, sucesi­vamente al Sur y al Sudeste; descargó la turbonada con aguacero y truenos, y continuando el oleaje movido días antes desde el Golfa, st- vió la carabela combatida por dos mares. Avistaron la tierra alta de Cintra en la noche del 3 de Marzo, encontrándose en situación pe­ligrosa, porque realmente lo es toda recalada nocturna sin tener cer­teza del lugar ni de su proximidad; pero como el viento consentía haeerse a la mar, dando vela, se alejaron del peligro, sufriendo única­mente las molestias que venían soportando durante la travesía. La luz del alba mostró que “La Niña.” se encontraba en sitio familiar a sus tripulantes: veíase la alta sierra de Cintra y los terrenos que constituyen el cabo de la Roca, excelentes para la mareacíón y a los que sin riesgo pueden arrimarse. Conocida con su vísta la situación nada más fácil que dirigirse (con Sur y Sureste), viento en popa, A CUAL­QUIERA DE LOS PUERTOS DEL NORTE DE ESPAÑA; así hubo de hacerlo Pinzón. Colón procedió de otro modo: c|uiso entrar en Lisboa; se aproximó a Cascaes, exponiéndose a caer en sus bajíos, y logró enfilar la barra del Tajo: PERO ES EVIDENTE, QUE NI LA NECESIDAD NI EL PELIGRO ACONSEJABAN ACOMETER EL PUERTO, ANTES POR EL CONTRARIO, HABIA EN LA ENTRADA RIESGO VOLUNTARIAMENTE CORRIDO, QUE SE

EVITARA MARCHANDO A BUSCAR LAS RIAS DE GALI­CIA”. (1)

Creemos innecesario apuntar los peligros que se atraía el descu­bridor con su extraña determinación de arribar a Lisboa y de las con­secuencias que la decisión tuvo, conforme lo apunta García de Rosende y copió el P. Las Casas, hasta el punto que la vida de Colón corriera serio peligro, puesto que los señores del Consejo del rey de Portugal, insinuaron la conveniencia de que muriese el atrevido náuta evitando así pasara a Castilla y fué opinión ¿e otros, se aprovecharan las ven­tajas del descubrimiento por medio de las armas.

Todo esto lo sabía Colón, puesto que era para él asaz conocida la animosidad del rey y de sus consejeros, e indudable que su presencia, sería cuando menos motivo de grandes disturbios.

Se acreditaba, por lo tanto, de pésimo piloto, según la opinión de los marinos, intentando ganar la barra de Portugal contra las aco­metidas del mar y del viento que lo rechazaba y lo exponía a estrellar el bajel contra los arrecifes de la peligrosa costa, y se significaba por otra parte como un gran imprudente, exponiendo el éxito de su des­cubrimiento a las airadas represalias de Don Juan II.

Fernández Duro, que como hemos visto da una gran importancia a este hecho, agrega que “no podrá desconocerse que la navegación de Martín Alonso Pinzón fué más hábil, náuticamente considerada, sin caer por otra parte en el desacierto político del Almirante”.

Convengamos que la extraña determinación del Almirante, no obe­decía a impericia como lo supone Fernández Duro ni a temeridad o resconocimiento del peligro por parte de Colón, al meterse — como vulgarmente se dice ■—■ en la propia boca del lobo.

Razones muy poderosas lo obligaron a arrostrar tantos peligros y hasta el éxito de su gran proeza.

(1) Y agrega Fernández Duro, en sus acotaciones número 102. página 344t ‘Tinaón en el Descubrimiento de las Indias”: “Por que se vea que ro es apreciación particular mía, trans­cribo del Derrotero de ías costos de España y de Portugal (Dirección de Hidrografía. Madrid, 1S67, páginas 230 a 254) lo que al ruso importa:

“Siendo el abra y ría de Lisboa el mayor accidente que presenta la costa occidental de Portugal, y sus extremidades las mis pronunciadas * bastarían estas circunstancias para dar con ella, fuese cual fuese el punto desde donde se Ja buscase”. ^

iJEl notable rabo de la Roca da anticipado conocimiento de la situación de la ría……………………….. La

sierra de Cintra, que es un gran bloque escabroso que domina a este cabo, es una excelente marca, porque aus escabrosidades y lo mucho que avanza hacia el mar la dan a conocer de lejos, y seTií, por consiguiente, uno de los principales puntos de reconocimiento para buscar ía ría.            ^

«Al norte de la punta de Salmodo, hay una ensenada con media milla de saco, que es la que constituye la bahía de Crescaej. Toda la costa occidental déla ensenada es de playa limpia y la oriental ce de peñasquería con arrecifes interpolados ron pequeños trozos de playa…………………………………… Pue­de estarse con segundad en cate fondeadero con vientos ds la parte del Norte; pero deberá abandonarse tan luego como se anuncien de la parte del Sur* pues con estos vientos entra gran marejada y se correría gran riesgo si se permaneciera al ancla.

“La ría de Lisboa se compone de un canal casi en sentido de O. a E. Para verificar la entrada, es preciso tener conocimiento de la localidad, a fin de reconocer y hallar sin titubear las marcas u objetos que sirven de enfi lución; pero el navegante que por primera vez: se pre^ sente en el abra de Lisboa para tomar su ría, no debe aventurarse a entrar sin la asistencia de un práctico de la barra, mayormente si el tiempo es fosco»,

«Son vientos favorables para entrar por la bami grande, todos los del ESE, por el S. hasta el NNO. y para verificarlo por la barra chica o corredor, todos los del tercero y cuarto cua­drantes; pero por el corredor, sólo debe entrarse con viento entablado*’. _                                                                         _ _ “Por la barra grande puede voltejearse, y por tanto, no habrá inconveniente en verificar ta entrada con vientos de proa, quedando el recurso de entrar vaqueando siempre que la fuerza del viento no permita regir mucha vela y que la marea creciente se preste a esta maniobra”.

Colón pontevedrés, debió experimentar en aquellos angustiosos mo­mentos, muy encontradas sensaciones. Se veía impelido por los vientos hacia las rías de su querida región natal. No parecía sino que la Pro­videncia lo llevaba al puerto de su nacimiento, para que su tierra y familia, fueran los primeros en cantar alabanzas al héroe y gustar las primicias de aquella insigne hazaña.

Pero aquella inmensa satisfacción de su alma, representaba su muerte civil.

Colón, reconocido en Pontevedra, era la revelación de su humilde origen que lo arrastraría al más ruidoso fracaso, con la desconsidera­ción y el ridículo de su vulgaridad. El que se consideraba descendien­te de Almirantes y elegido por Dios para llevar la cruz de la civiliza­ción a un nuevo mundo; el Almirante y Virey consagrado que donaba a España riquísimas tierras perdidas en la soledad de los mares, y el que muy pronto iba a atraerse la admiración universal, en aquellos memorables momentos jugó el todo por ei todo, en aras de la in­mortalidad.     ‘

Sacrificó todos sus anhelos y sus más íntimas afecciones al orgu­llo de su imperecedera obra. Si la nave se estrellaba, alguno se sal­varía que llevase la noticia a ios reyes del feliz descubrimiento; y allí quedaba también Martín Alonso Pinzón, que acogiéndose al abrigo de las rías gallegas, despacharía un mensaje a los reyes anunciándoles el triunfo de sus vaticinios. Y si la suerte se mostraba lo bastante pro­picia para librarlo de los peligros de un accidente en la costa, y caía en manos del rey descepcionado, el sacrificio de su vida era un motivo más para que la fama hiciera su nombre imperecedero y respetado, como un mártir primero, y como un héroe después, y contra la furia de los elementos y ahogando en su pecho los más nobles sentimientos, luchó contra todos los inconvenientes para ganar aquella costa por­tuguesa que lo rechazaba, y su tenacidad triunfó del viento y del mar, y por inexplicables accidentes también pudo conservar la vida y llegar hasta los reyes de España, para poner a sus pies todo un tesoro de revelaciones admirables que arrancaron un grito de pasmo al mundo desconcertado.

¿Puede aportarse prueba más fehaciente de la oriundez ponteve­dresa del Almirante?

¡ Qué lejos estuvieron de suponer los viejos cronistas, las causas que motivaron aquel alejamiento de las costas gallegas y que sirvieron para poner en tela de juicio sus preclaras dotes náuticas!

¡‘Cómo se despejan las sombras a medida que se acentúa su origen galiciano!

Ya hemos visto que cuando la gravedad del Almirante hizo temer por su vida, su hermano el Adelantado, Bartolomé Colón, parte para Galicia con el objeto quizás de acompañar a su cuñada a Valladolid, donde la enfermedad tenía postrado al Descubridor; viaje que segura­mente no llevó a cabo por haber recibido en Galicia la noticia de su fallecimiento. Se supone fundadamente que allí pasó un año o más, arreglando quizás los asuntos del Descubridor.

En el año 1509 Don Bartolomé forma parte de la lucida expedi­ción que partió de Sanlúcar conduciendo al joven almirante Don Diego y a su esposa doña María de Toledo que iba a sustituir a Ovando en la gobernación de las Indias, después del famoso pleito, resuelto a favor del hijo primogénito de Colón, por fallo unánime del Consejo.

Acompañando a Don Bartolomé, dice Las Casas, iba un caballero gallego, don Cristóbal de Sotomayor, hijo de la Condesa de Camiña y hermano del Conde de Camiña, secretario que había sido del rey Don Felipe. Agrega que el dicho Don Cristóbal, iba solo y mondo, como di­cen, con sólo sus criados, harto pocos y no traía de Castilla un cuarto para gastar. Y dice más: que este Don Cristóbal de Sotomayor fué asesinado con otros cuatro españoles en la isla de San Juan por el rey Aguéibana. (Historia de las Indias, tomo III, pág. 258 y 203).

Intrigados por esta coincidencia, comenzamos nuestras investiga­ciones y por documentos que se guardan en el Archivo de Indias, Es­tantes 139-C. 3, venimos en conocimiento, que ese caballero gallego protegido por los Colones y que ocupaba un importante destino en aquella isla, fué efectivamente asesinado juntamente con su sobrino Don Diego en la citada isla.

Y   ahora viene aquí otra coincidencia estupenda. La intimidad de Sotomayor se demuestra, por el obsequio de libros que recibió de aquél procer, Don Bartolomé Colón, que a su vez se los donó a su sobrino Don Fernando. (Asensio. «Cristóbal Colón», Tomo I, pág. 225).

El Conde de Camiña de que nos habla el P. Las Casas, hermano del caballero gallego Don Cristóbal de Sotomayor y Secretario del rey Don Felipe, no es otro que el hijo de Don Payo Gómez de Sotomayor, que había sido Mariscal de Castilla y embajador en Persia del rey Enrique III, de rancio abolengo gallego y casado con una señora ga­llega, Doña Mayor de Mendoza, sobrina de Don Lope, arzobispo de Santiago.

Y   aquí, repetimos, viene esa coincidencia estupenda. Las tierras adquiridas por Don Payo Gómez de Sotomayor, tenían por lindes las de Domingo de Colón y ambas tierras salían al eirado de la Puerta de la Galea (1) en Pontevedra.

Es pues, indiscutible, que existían lazos de vecindad y conocimien­to entre ambas familias y de ahí que el caballero Cristóbal de Soto-

(1)     Entre loa documentos publicados por La Riega, en un minutario de 97 hojas en folio’ el el Notario Alfonso Eana Jacob, perteneciente al Liuro do Ccncello, hallado por Don Casto Sampedro, presidente de la Sociedad Arqueológica de Pontevedra, al folio 85 vuelto, hay una escritura de compra de casa y terreno hasta la casa de Domingos de Colón d Viejo, por Payt> Gómez de Sotomayor. La copia íntegra de este documento fué publicado en fotograbado por la revista de Buenos Aíres CARAS Y CARETAS el 14 de Marzo de 190S, la que transcribi­mos a eontinuaeión:

4 |‘XXIX díaa do dito mea (Septiembre de 1435), Sabean todas que eu, Joan ¡sotierres do Ríbeiro, mnriñciro vesifío da viln de pnnt vedra que soon presente e que faco por min e en nom de mifia moller Constanza gotierres por a qual me obligo e que faco por min e por todas mifias voces e suas vendo firmemente por juro de heredad e para todo gempre a vos pay gomes de souto mayor absenté, como se esteberedes presente e a vosa muller ctofia mayor de mendoea, e ambas vosas vozea e suas toda a parte e quiñón que a min e a dita miña moller pertenesce-da casa sotoon e sobrado e terral orio ata a caía de ds de colon o vello que está na rúa da ponte da dita vila j iiuto con as cusas de vos o dito payo gomes ile huna parte e da outra parte se ten de longo por taboado con as casas do cabildo de Santiago e bay sair a o tirado da poria da galea e bay sair a a dita rúa segundo por la via que a soya ter e usar femando garcia e eu despois del v eso mismo o d ito voso apanigondo por la d ita via e modo* e vendo como dito e toda a parte e quiñón que asi a min e a ni i ña moller pertenesce das ditas eneas con aua pedra tella feiro madeira en terratorio ata a casa de ds de colon o bello e con cargo que o dito pay gomez e sua moUer^e sua3 voz es den o paguen e a confraria de 9an juan seya mrs de moneda vella que de vos rescibin e de que me outorgo por entregado e pago e se mais bal ante todo juez que niya por pena o do­ble,—E eu ruy Iopes. escudeiro do dito pay gomes por min e en nom do dito pay gomes que sodii presente esto Tcscebo. Testigos: alonso eans jacob notario;—jívaro agulla;—toribio go* tierres escudero del rey e outros,—feito.

mayor y su sobrino Diego, acompañaran al Adelantado Don Bartolo- iné Colón al regreso de su viaje a Galicia, y que formaran parte de la expedición que fué a Santo Domingo, donde el Virey Don Diego lo favorece dando a Don Cristóbal de Sotomayor la tenencia de gobierno de la isla de San Juan de Puerto Rico.

Consta que la madre y hermano del infortunado caballero gallego tenían muoha propiedad territorial en la primera mitad del siglo xv, casas y castillos. Sus sepulturas están en las ruinas de Santo Do­mingo de Pontevedra,

Muy lejos estaba de sospechar La Riega cuando publicó el docu­mento que se transcribe al pié, que los Sotomayor y los Colón habrían de verse ligados en futuros acontecimientos, para probar la existencia de los Colones en Galicia, bastantes años antes de realizarse el des­cubrimiento.

Dice Fernández Duro en su Nebulosa de Colón, pág. 29, que no está aún averiguado que Felipa y Violante Muñiz fueran hijas de Bartolo­mé Perestrello y de Isabel Muñiz (de la genealogía portuguesa) si bien parece indicarlo — añade — el dictado de concuño de Cristóbal Colón con relación a Pedro Correa’’. Y aquí hemos de hacer otra advertencia: En otra de las escrituras halladas por La Riega, apare­ce envuelta entre el parentesco de Colón, una Constanza de Correa, documento que lleva fecha 22 de Junio de 1528.

Peragallo también nos advirtió que era muy discutible el aserto del físico García Hernández, que declaró la existencia de parientes por parte de la Muñiz portuguesa en España, y agrega: «que es problemá­tica la existencia de un cuñado español de Colón por vía de la por­tuguesa Felipa Moniz”.

Y  es singular otra coincidencia: Que la nodriza del primogénito de Don Diego el hijo de Colón, se llamara Catalina Enriques (1) sobrina sin duda de Doña Beatriz concubina, según los historiadores del pri­mer Almirante y madre de Don Fernando.

Y   que Doña Beatriz Enriquez, la desdichada y olvidada vireina, pues este título la correspondía por los títulos de Cristóbal Colón, no residía en Córdoba, queda demostrado con la exclamación que hace el Almirante en üu Diario del primer viaje, día 14 de Febrero de 149S, que en un momento de honda pesadumbre, dice: “que dejaba a sus hijos en Castilla, huérfanos d-e padre y madre en tierra extraña”. (2)

La historia no nos dice donde residió Fernando ‘Colón, segundo hijo del Almirante desde el año 1505. Por espacio de tres años los miamos que sirven de nebulosa a Don Bartolomé Colón, no se sabe dónde residieron, si bien sabemos que este último estuvo en Galicia.

Pero desde el año 1510, después de su regreso de Santo Domingo, ya se pueden seguir fus pasos por las notas que iba poniendo en los libros, que adquiría o compraba, durante sus viajes, para la fundación do su famosa biblioteca Colombina.

Así sabemos que en el mes de Enero de 1510, estaba en Valladolid y el mismo año en Calatayud. En 1511 reside en Sevilla y en el otoño, hace una excursión a Toledo y Alcalá de Henares. En Junio de 1512

(1)    Asensio—“Cristóbal Colón”. Tomo II Acotación a la pág. 722.

(2)    Para comprender todo el alcance de palabra extraño o extraña, ya se trate dn un individuo o de una localidad, víase el capítulo dedicado a Emiliano Tcjcru.

está en Lérida donde adquiere muchas obras en lengua catalana. Poco tiempo después, emprende un viaje a Roma y paisa cerca de un año en aquella ciudad, En el verano de 1513 ya está Fernando de regreso en España, y en Agosto visita Barcelona, después Tarragona y luego Valencia. En Febrero de 3514 se encuentra en Madrid, villa que ape­nas contaba entonces 3,000 habitantes. En Julio va a Medina del Cam­po, y en Noviembre, ya lo vemos en Valladolid. En Enero de 1515 está en Génova, y en Junio y Septiembre en Roma. En Oetubre hace una excursión a Viterbo y vuelve a pasar el invierno en la ciudad de los Papas.

En Enero de 1516 visita Florencia donde aún se encontraba en Julio del mismo año y al finalizar aquel mes, ya está en Medina del Campo.

En Junio de 1517 está en Madrid. Vuelve a Roma y después de una corta temporada, regresa a España y reside en Alcalá.

Y   aquí comienzan las desapariciones de Don Fernando.

En Enero de 1518 aparece en Valladcflid y en Marzo del mismo año aún permanecía en aquella localidad. En Julio visita a Medina del Campo y aquí observamos una gran laguna histórica, puesto que el historiador Asensio, nos dice “que se pierde de vista duraate todo el año 1519”.

Coincide esta época con la presunta muerte de Doña Beatriz de Enriques, según se desprende de los documentos y del testamento de Don Diego.

Asensio, y con Asensio otros historiadores, no pueden precisar la residencia de Don Fernando Colón durante el año 1519; pero nosotros hemos averiguado que estaba en Galicia, pues cuando Carlos V tras­ladó las Cortes a La Coruña y buscaba, con dificultades, recursos para trasladarse a Alemania, para ser elegido emperador por muerte de Maximiliano, se presenta Don Fernando Colón en tan críticos mo­mentos a ofrecerle una importante cantidad en oro, préstamo que aceptó agradecido el monarca.

¡Extraña coincidencia!

A esto podrá alegarse que Don Fernando formaba parte de la nu­merosa comitiva que acompañaba al rey Carlos; pero esta presunción tiene necesariamente que quedar descart?*da, por cuanto su nombre no figura en la lista que nos ha dejado Sandoval. Además, no se concibe que Don Fernando alejado de Castilla, pudiera proporcionar una grue­sa suma en oro al monarca, de no residir en Galicia.

Doh Fernando pues, residió en Galicia durante el año 1519 donde seguramente asistió a los últimos momentos de su madre Beatriz En- ríquez.

Posteriormente o sea el día 23 de Octubre de 1520, aparece en Bruselas y en Worms el 17 de Diciembre del mismo año.

Durante el invierno de 1520 al 1521 está en Italia. En Diciembre de 1521 se hallaba en Alemania. A principios de 1522 en Colonia. Vi­sita después los Países Bajos, donde permanece hasta la primavera. En los primeros meses de 1522 acompaña al emperador a Inglaterra, y en Londres se encontraba por Junio del mismo año.

 

En Octubre está en Santander y vuelve a haber otra laguna en su vida durante un año, puesto que no volvemos a encontrarlo hasta Noviembre del 1523.

En Febrero de 1524 estaba en Badajoz; en Octubre en Medina y en Noviembre en Valladolid, de donde se traslada a Medina del Campo.

En los primeros meses de 1525 vuelve a visitar el norte de España y posiblemente Galicia. Los últimos meses los pasó en Madrid y en Salamanca.

Observen nuestros lectores que ni una sola vez visita Córdoba, país, según los historiadores, cuna de su madre Beatriz de Enríquez.

Pueden seguirse sus pasos sin interrupción hasta el mes de No­viembre de 1531.

Y   ahora oigamos a Asensio: “Al año siguiente ya había regresado a España, pues lo encontramos en Valladolid en Noviembre de 1531. ¿Pero qué hizo en los dos años que subsiguieron? No lo volvemos a ver, ni a saber nada de él, hasta que en Enero de 1534 aparece en Alcalá de Henares”.

La pregunta de Asensio, podríamos replicarla diciendo que estaba en Galicia; pero como desgraciadamente, esto es sólo una suposición, aunque muy fundada, no podemos ciertamente hacer semejante ase­veración histórica.

En 1535 hace un viaje a Francia y al año siguiente, ya no es po­sible localizarlo en determinado punto de España. Quizás asiste a la exhumación de los restos de su padre y de su hermano Diego enterra­dos en el eonvento de las Cuevas,              .

En Diciembre de 1538 estaba en Sevilla sufriendo ya la enferme­dad que habría de llevarlo al sepulcro.

Es circunstancia por demás curiosa, que las desapariciones de Don Fernando, coincidan después de más o menos larga residencia en Va­lladolid, o cuando visita algún puerto dél Norte.

Pero aún no han terminado las coincidencias. La primera desapa­rición de Don Fernando, ocurre en el año 1519, según lo hemos apun­tado. Pues bien, en Octubre de aquel mismo año, es cuando según una escritura de Pontevedra, que lleva fecha del día 19 y que perte­nece a las probanzas de mi respetable amigo Sr. Otero y Sánchez, ad­quiere Juan de Colón, mareante y su mujer Constanza de Colón, veci­nos del arrabal de Pontevedra, la heredad de Andurique, que era de la propiedad del monasterio de Poyo. Es incuestionable que los dine­ros de Don Fernando se traducían en posesiones territoriales que habían de disfrutar los parientes del Descubridor.

Y  por aquella fecha también es cuando toman incremento las obras de reedificación de la iglesia de Sania María la Mayor de Pontevedra. ¡Coincidencias! se alegará; pero a nuestro juicio son demasiadas esas coincidencias.

Continuemos con las coincidencias:

Muerto el primogénito de Cristóbal Colón, hereda los títulos Don Luis su hijo mayor, que había de fallecer en Orán desterrado por el monarca.

A su regreso de La Española, este tercer Almirante vino a Espa­ña en el año 1552 y en la Casa real y reinos, fué tratado como GRAN­DE — dice Esteban de Garibay — por ser Duque de Veragua, allende de ser juntamente, marqués de Jamaica y Almirante de las Indias. “Casó en este viaje con Doña Ana de Castro, hija de» Alvaro Osorio de Castro, conde de Lemos, y de su mujer Doña Beatriz de Castro, Condesa propietaria de ese estado y careció de sucesión”.

Probablemente algunas de nuestros lectores ignoren que los Cas- tros y Lemos, pertenecían a la más rancia nobleza gallega y por lo tanto, la ligazón galiciana se perpetúa como si una atracción irresis­tible atrajera a los sucesores del insigne descubridor hacia un común origen. Más adelante podremos comprobar estas presunciones.

Muerto Don Luis en Orán y sin sucesión directa, se entabla entre los colaterales un ruidoso pleito y se revuelve cielo y tierra para aportar antecedentes que pudieran hacer fuerza para mejor derecho.

Y   entonces aparece en Galicia, el muy magnífico y reverendísimo Don Cristóbal Colón (1), que en los años 1575 y 1576 se dedica a visitar las cofradías de Pontevedra según actas que pertenecen tam­bién a las probanzas de mi ilustrado amigo Sr. Otero y Sánchez. Y dice el Sr. Otero: “Estas actas tienen en mi concepto un interés es- pecialísimo; porque es preciso fijarse que esta dignidad de la iglesia que no costa fuera del arzobispado de Santiago a que pertenece Pon­tevedra (2), aparece empleado dos años en visitar dos cofradías (para 1^ cual bastan unos pocos días) y en los años precisamente que quedó vacante la sucesión de Colón por falta de varón. ¡Especial coinci­dencia’ ¿Cuál sería el objeto que lo trajo a estacionarse en Ponteve­dra durante dos años? Lógicamente pensado, si aquél venía buscando antecedentes en las cofradías para presentarse con derecho a la sucesión, sus antepasados Don Bartolomé y Don Fernando, ya se ha­bían encargado de destruirlos, posiblemente con la complicidad del mareante Juan de Colón, que en el año 1528 ya había fallecido.

Hemos de agregar por nuestra parte, que el Cristóbal Colón a que se hace referencia, no puede ser otro que el hijo segundo de Don Die­go, primogénito del Almirante, que por el título que se le dá de maestre, lo era seguramente de alguna orden religiosa. Este Don Cristóbal Colón estaba casado con Doña Ana de Pravia, natural de Asturias y tuvo dos hijos Don Diego y Doña Francisca.

Y   continúa así el Sr. Otero Sánchez: “Pero si significativo es lo que antecede, no lo es menos, el que habiendo desaparecido en absolu­to la rama de los Colones en Pontevedra, con la muerte de Juan de Colón, durante más de siglo y medio, volvieran a aparecer en Ponte­vedra los descendientes de Don Diego de Colón, hijo primogénito del Almirante a fines del siglo xvii y principios del XVIII, como lo prueban los documentos hallados, por los cuales se demuestra que encontraron la fórmula de venir a esta capital (Pontevedra) donde vivieron du­rante varios años, como buscando el calor de la tierra que había me­cido la cuna de su ascendiente Cristóbal Colón”.

“Aquí tuvieron propiedades, rentas, capillas — aunque no hemos podido averiguar aún de dónde procedían — ; aquí se llamaban des-

(1)    Hemos hallado en una noticia, que Don Cristóbal Colón, segundo de este nombre, falleció on los primeros meses cié 1572. sin duda confundiéndolo con su hermano Don L.UÍS, muerto en Orán. precisamente en la ¿poca que se atribuye al segundo, de menor edad. _

(2)     En nuestras investigaciones, liemos hallado que en e! testamento de Don Luís Colón, otorgado enOránel9de Enero de 1572* figuraba una cláusula por la cual confiaba a su hermano Cristóbal e! encargo de dotar ciertas capellanías, lo que sin duda alguna está relacionado con la visita de Don Cristóbal Colón, en la de inspección a Galicia durante Jos años 1575 y 1576, eendientes de aquél y aquí fallecieron algunos de ellos” Y termina así el Sr. Otero: ¿Por qué no fueron a establecerse en Génova?

Efectivamente: le sobra razón al Sr. Otero. En Galicia ocurrió todo lo contrarío que en Génova, Allí desaparecieron como el humo cuando llegó a noticias de la Señoría, la nueva de que el Descubridor del Nuevo Mundo había nacido en Génova.

En Galicia, por el contrario, se intensifican las probanzas tan pronto como el Almirante cierra los ojos y lleva a la tumba el secreto de su origen.

Y   continuando en las coincidencias, observamos que en el segundo testamento de Don Diego, se mandan dar ciertos maravedís de pensión atrasada a los herederos de Beatriz Enriquez, lo que prueba que ya había fallecido en Septiembre del año 1523 que fué cuando se libró el testamento, noticia que traemos a colación para ir a parar incidental­mente a otra coincidencia curiosa y es, que según el cronista Esteban de Garibay, Don Diego, el primogénito del Almirante, se hallaba el año 1520 en La Coruña. Dice así Garibay: “Fué electo emperador (Carlos V) el año 1519 y después en el de 1520, estando en la Coruña para embarcarse a Flandes, le dió licencia (a Don Diego) para tornar a su gobierno, porque ya los PP. Hieronimos, ecta.” Vemos pues, reunidos en este año en La Coruña, a Don Diego y Don Fernando. Hemos de recordar que Don Fernando facilitó una gruesa suma al Emperador y se nos antoja que este donativo o préstamo tan opor­tuno, influyó poderosamente para que Don Diego recuperara el go­bierno de la isla Española. Convengamos pues, que la presentación no fué ocasional y que es muy raro que en los momentos en que el em­perador se diaponía a partir, saltando por todas las conveniencias del pleito sostenido por los Colones, lo reponga en el gobierno con uní* sola plumada. Es positivo por otra parte, que los Colones residían en La Coruña por entonces, o lo más cierto, en la provincia de Ponteve­dra, donde seguramente pudo informarse Don Diego del fallecimien­to de su madrastra.

Tal es el cúmulo de coincidencias, que siguiendo por este camino de investigación, con el auxilio de las noticias que nos ha dejado la historia y de las conjeturas que de las mismais se desprenden, se po­dría reconstituir aquella lejana época con relativa exactitud.

Pero aún hay más.

Teniendo el convencimiento que Doña Beatriz de Enriquez sólo fué e incidentalmente, vecina de Córdoba, pudo muy bien por otra parte ser su cuna, teniendo por origen los ascendientes de Cristóbal Colón, porque según ya lo hemos indicado, tenemos la persuasión de que Bea­triz de Enriquez era gallega o bien emparentada con la familia Colón.

Debemos a La Riega una noticia documentada, por la que se da el supuesto de que un tío dél Almirante emigró a Córdoba, allá por los años 1430 o 1440.

Ese tío de Colón, se llamaba Bartolomé y su nombre fué hallado en los cartularios pontevedrenses, donde aparecía como procurador cíe una cofradía llamada de “San Juan Bautista” en el año 1428.

En apoyo de esta probanza, vino el académico Sr. Rafael Ramí­rez de Arellano, que en el Boletín de la Real Academia de la Historia de Madrid, correspondiente a Diciembre del año 1900 publicaba un do- cimiento (testamento) otorgado el 24 de Octubre de 1489 por Pero González fijo de Bartolomé Colón González. Ahora bien; según La Riega el González del segundo apellida, de acuerdo con las grafías publicadas, se convertía en gallego. Y agrega el Sr. La Riega, que sabido es que en aquellos tiempos, no había regla tija para el primer apellido, y que para el segundo, no se usaban entonces los patroními­cos, González, Sánchez, Fernández, ecta, siendo muy frecuentes los motes o sobrenombres, con los cuales se singularizaba popularmente a varias personas. Por eso al mencionado Bartolomé Colón se le apelli­daba gallego en Córdoba a causa de su procedencia. Ese hecho — con­tinúa La Riega — y el de emplear deliberadamente el Almirante en su testamento el adverbio AQUI hablando de sus parientes, ofrecen por casual carambola, según suele decirse, un indicio de importancia acerca del verdadero linaje de Colón.

La Riega dice que el mote, gallego, está bien elaro en el calco pu­blicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia, página 469; pero Oviedo y Arce, que veía por todos lados mixtificaciones, raspa­duras y suplantaciones, reclama airado y dice que todo ello es pura filfa.

Veamos pues, lo que dice el furibundo censor del ilustre La Riega, en la página 35 del informe, publicado en el Boletín de la Real Aca­demia Gallega del 1.° de Octubre del año 1917:

“De este mal nacido Bartolomé de Colón, supone G. de La Riega, que emigró a Andalucía hacia comienzos del siglo xv, y qye allí le die­ron el mote de gallego. La emigración es un expediente que explota mucho nuestro autor. Funda esa fantasía en un documento cordo­bés de que dió noticia en el Boletín de la Real Academia de la Histo­ria, de Madrid (Diciembre de 1900), Don Rafael de Arellano. Este documento es el testamento otorgado a 24 de Octubre de 1489 por pero gonzález fijo de bartolomé gonzález. El docto académico leyó en las grafías que hizo grabar para el Boletín de la Real Academia de la Historia. Pero González fijo de Bartolomé Colón González por Barto­lomé González y Sánchez, Y ello dió pie a García de la Riega para convertir tal personaje en un Bartolomé Colom, gallego, dando esta in­terpretación gallego a las grafías que el Sr. Ramírez de Arellano tra­dujo bien por González. G. de la Riega no se contentó con esto, sino que convirtió en este Bartolomé González, auténtico, de Córdoba, el Bar­tolomé de Colón que él había inventado y metido en el documento de Pontevedra. ¡ Qué menos podría hacer quien podía justificar una fan­tasía documental con un documento sincero! Y añade Oviedo y Arce, que según calco que le remitió Don Julián Paz Espeso, el Sr. Ramírez de Arellano se ha equivocado en ,1a interpretación de tales grafías. Bar

—  dice — no puede ser abreviatura de Bartolomé, mejor que de Bar- jona, Barcefas, Barsabas, Barjesu, ecta. El supuesto Colom es tolo- me: se sabe que la c y la ñ se confunden en los documentos del siglo XV. Además el contexto del documento de Pero González, legando a su hijo Bartolomé González, confirma si ello fuera menester, que el padre del testador se llamaba como el nieto heredero, ‘’Bartolomé Gon­zález. Trátase por lo tanto, y para mi evidentemente, en este texto cordobés, de un vulgar Bartolomé González, padre de un Pero Gon­zález. G. de la Riega que ya había inventado el Bartolomé de Colón,

 

debió creer que a los dioses le era propicia su labor de invencionero cuando leyó el. trabajo del Sr. Ramírez de Arellano, y, con la segu­ridad del triunfador, se adelantó a descifrar las oscuras cifras del segundo apellido del supuesto Bartolomé Colom, traduciéndolas por gallego, en vez de González o Sánchez. El colmo de la fortuna para G. de la Riega, empeñado en convertir en sustancia pontevedresa, todo lo que tuviese algún color coloniano, ¡ Sería miel sobre hojuelas falsi­ficadas! Con esto queda cuarteado uno de los baluartes, que G. de la Riega había erigido en apoyo de su sinceridad. ¡ Como que en La Gallega —1897, había dado noticia de este documento, es decir, tres años antes de que el Sr. Ramírez de Arellano exhumara el cordobés, que supuso testimoniaba un Bartolomé Colom, el cual por la cronolo­gía, podría identificarse con el inventado por G. de la Riega!”.

Hemos copiado íntegra la refutación de Oviedo y Arce, no tan sólo para evidenciar la caballerosidad de su crítica, modelo como se vé de buen decir, sino que también para refutarle a nuestra vez sus incalifi­cables argumentos paleográficos indignos por cierto de quien se con­sideraba maestro en la ciencia diplomática.

Ignoramos lo que el académico Sr. Ramírez de Arellano habrá re­plicado a la descalificación de Oviedo y Arce, que políticamente, lo titula incompetente.

Ignoramos asimismo, si se publicó la rectificación del Sr. Arellano, puesto que de no haberse publicado, queda en pié la afirmación del académico y por lo* tanto, constatada la existencia de un Bartolomé Colón en Córdoba en la época del testamento transcrito.

Y  ahora pasemos a la crítica. Dice Oviedo y Arce que el docto aca­démico Sr. Serrano, se ha equivocado en la interpretación de tales gra­fías, porque Bar no puede ser abreviatura de Bartolomé. Esto, es una apreciación personal de Oviedo y Arce, porque no expresando la abre­viatura Bartolomé, no sabemos ciertamente lo que pueda representar. Dice Arce que puede significar Barjona-, Barcefas, Barsabas, Barjesu…

¡Qué les parece a nuestros lectores! No encontrando nombre pro­pio a qué poder aplicar el Bar, busca en la desesperación de su impo­sibilidad demostrativa, nombres raros y exóticos que podemos asegurar ¡jamás llevó cordobés alguno!

Es más: casi podríamos afirmar que en el siglo XV no existía en España, quien ostentara semejante nombre bíblico; porque a la Bi­blia tuvo que recurrir nuestro paleógrafo para hallar nombres que se adaptaran a su estupenda demostración y así vemos que aporta a la probanza el nombre mundano de San Pedro; el de un judío, mago y falso profeta, y el de uno de los candidatos para reemplazar a Judas en el Apostolado. ¡Y aún hay quien supone abrumadora la crítica con­tra La Riega!

Sigamos desmenuzando los conceptos para saber hasta dónde llega el eminente impugnador coruñés.

Antes bueno será copiar el calco motivo de la discusión o sea el que se facilitó a Oviedo y Arce por el Sr. Julián Paz Espeso, tomado del testamento cordobés transcrito por el académico Sr. Ramírez de Arellano.

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No se necesita ser paleógrafo ni hacer alarde de conocimientos de braquigrafía para comprender que el apellido Colom ni aún merece los honores de la discusión so pena que el Sr, Oviedo y Arce, haya creído tan ignorantes a sus lectores, que bastaba la fantochería de su afirmación doctrinal para confundirlos.

Porque sería el colmo de la petulancia afirmar, como lo afirma Oviedo y Arce, que ese COLOM claro y terminante del documento, quiera expresar TOLOME. Sostener semejante teoría equivaldría a hacernos comulgar con ruedas de molino y toda la ciencia diplomá­tica del mundo, no sería bastante para hacernos entender que una c, una o, una l, una o y una m así, deletreando la palabra, quiera decir TOLOME que por otra parte no es raiz de ninguna palabra conocida, ni expresa ni significa absolutamente nada, ni se presta por otra parte al análisis en conjunto, del estudio anatómico de la filología de nues­tra lengua.

¿Que la c y la í se confunden en los documentos del siglo xv? Pues razón de más para suponerla c y no í porque precisamente la confusión en los escritos de los siglos xiv y xv provenía de la t y no de la c, y aún esto es muy discutible en buena ciencia diplomática, por­que la t se significaba por una virgulilla que arrancaba en sentido ho­rizontal de izquierda a derecha en su parte superior, particularidad que no se observa en este caso.

Pues bien; a pesar de todo lo apuntado el Sr. Oviedo y Arce, nos dice muy formalmente que el Bar y el Colom equivale a Bartolomé. Probablemente al trazo final de la «i quiera darle Oviedo y Arce valor de e, lo que sería el colmo de la presunción, si tenemos en cuenta que las vocales finales no admiten abreviatura y que en el calco la e de la preposición de no puede estar más clara ni mejor trazada para po­nerla como ejemplo.

Y  ahora, diga el que leyere, si la siguiente grafía

expresa González o Sánchez, de acuerdo con las reglas más elementales de braquigrafía, tomando como modelo, en el mismo calco del señor Serrano, la palabra González que aparece perfectamente legible.

Cierto es que la grafía es confusa; pero como contracción, fué bien interpretada por La Riega, puesto que representa un modismo vulgar, perfectamente indicado por la abreviatura y nunca González o Sán­chez, puesto que podrá representar todo lo que se quiera, menos la con­tracción de estos dos apellidos. La_o final está bien determinada, lo mismo que la g inicial que no podría admitirse para Sánchez y las gg ligadas a la brevedad, mucho menos para González.

Y  así es como el Sr. Oviedo y Arce, a quien dedicamos un capítulo en este libro, atiborrándonos de conceptos doctrinales, trata de des­truir las consideraciones de La Riega a la par que inculpa de indocto, a un respetable académico que interpretó razonablemente el apellido Colón, objeto de esta ya larga aclaratoria.

 

Por lo tanto, es innegable que Colón tenía parientes en Córdoba, donde residió por algún tiempo Beatriz Enriquez, bien como originaria de Galicia y confiada por ©1 Descubridor a sus allegados o bien como originaria de aquella misma familia gallega residente en Córdoba, con la cual casó o amancebó, puesto que no es nuestro propósito esclarecer punto tan combatido.

Lo que sí es indudable, es que la estancia de Beatriz Enriquez en Córdoba, fué transitoria, puesto que todo lo hace presumir así.

Que los Colones y Enriquez, estaban ligados por lazos de familia y lo estuvieron por mucho tiempo, se demuestra igualmente aportando a la probanza dos descendientes del Descubridor que residían en Ga­licia por los siglos xvn y xvmi, de acuerdo con los documentos ponte- vedreses. Por ellos venimos en conocimiento que vivían afincados en Pontevedra Doña Benita de Vargas Colón y Enriquez en una época y Don Miguel Enriquez Colón en otra. Tenemos el convencimiento que, si pudiera reconstruirse la genealogía de los Colones con sus individuos más oscuros, nos llenarían de asombro estas circunstancias que sólo podemos ofrecer desperdigadas y sin la ilación que fuera de desear, trabándose de un asunto tan interesante.

Es del mayor interés también la curiosa visita de Cristóbal Colón, segundo de aquél nombre que visitaba las parroquias de Galicia en el último tercio del siglo xvi y de que ya hemos hecho referencia. Oviedo y Arce que a todo sacaba punta, refiriéndose a las actas de visita de este dignatario y que añade «no ha podido ser identificado”, empeñado en que todos los Colones que aparecen en Galicia, son de origen catalán, sólo por llevar la contraria a La Riega, dice que aquél CRISTOBAL COLON era CATALAN, suposición que reafirma la particularidad de que su Secretario se llamara ¡fíjense bien nuestros lectores! ¡ALONSO DE XEMA!

El Sr. Murguia a quien tanto deben las letras regionales, también halló entre los papeles del Archivo Regional de Galicia, la noticia de que el Capitam General de aquel reino en los años 1677-1679 se llamaba Don Pedro Manuel Colón, Gran Almirante de las Indias, Duque de Veragua y de la Vega.

Esta es otra circunstancia curiosa, porque teniendo en cuenta que en Galicia parecían haberse dado cita por aquellos años, otros indi­viduos descendientes de Cristóbal Colón y no siendo entonces la re­gión gallega, una posición realmente brillante para un Almirante de las Indias, teniendo tan vasto campo para la nombradla y fortuna en América, no se nos alcanza que interés tuviese el Duque de Veragua en vegetar lejos de la corte o de las ricas posesiones de América, no siendo el interés que pudieran despertarle posesiones de cierto valor real heredadas de sus antecesores y que quisiera enagenar.

¡Confiemos en las futuras investigaciones que a nuestro juicio, nos tienen reservadas muchas sorpresas

CAPITULÓ XI

LA TANGIBLE DEMOSTRACION GEOGRAFICA

La reveladora toponimia. — Prueba plena de la oriundez galiciana del Almirante, con el solo atestado de la demostración. — Islas, pun­tas, cabos, puertos, ríos y montañas de las Indias Occidentales que Colón bautizó con nombres que llevan o llevaron otros tantos lugares geográficos de la costa gallega. — Otro buen número de tópicos americanos que llevan o llevaron denominaciones galle­gas. — Con accidentes topográficos de Galicia o vocablos pertene­cientes a su léxico, se cubre el cómputo de la nomenclatura, de las islas, cabos, puntas, bahías, ríos y montañas que figuran bau­tizados por Colón en sus viajes de descubrimiento, de acuerdo con las citas de Navarrete, no en esencia, sino en número, puesto que we citan más cuarenta y cinco tópicos determinados. — La rela­ción de los descubiertos por La Riega y los que corresponden a nuestra- investigación. — Noticias documentadas que lo atesti­guan. — Equivalente en castellano de las palabras gallegas que se mencionan en la probanza.

En la edición extraordinaria correspondiente a los “Lunes” de Diario Español de la Habana, del 7 de Agosto del año 1922, consagra­da por entero a extractar el contenido de mi libro GALICIA PATRIA DE COLON, decíamos hablando de nuestra pesquisa geográfica y de los antecedentes ya suministrados por La Riega:

Hace ya bastantes años, visitábamos la hermosa ciudad de Vigo. Después de haber recorrido la población, subiendo y bajando calles empinadas y refrescar en uno de los más populares cafés de la Puerta del Sol, tuvimos el capricho de conocer las islas Cíes, como uno de tantos entretenimientos que se ofrecen al viajero curioso y amigo de aprovechar el tiempo. Descendimos a los muelles y ya en la ribera, por una bagatela alquilamos un bote que nos llevó hasta esos extra­ños islotes que sirven de antemural al puerto.

Dos eran los marineros que tripulaban la embarcación y cuando se trató de elegir el punto del desembarco, recuerdo que el de más edad, un verdadero lobo de mar que tenía a su cargo el timón, con­testando a la pregunta de su compañero, dijo esítas palabras: N’a punta da perna.

Recuerdo esto perfectamente; pero no le di entonces importancia. Me extrañó aquella pintoresca denominación: eso fué todo.

Pero cuando más tarde, estudiábamos la hidrografía de aquella provincia, hubo de llamarnos la atención la extraña configuración de

 

las dos islas. Efectivamente: la mayor tiene la apariencia de una pierna; ‘la menor, aunque con el talón muy pronunciado, la de un pie hasta mas arriba del tobillo. Cualquiera puede cerciorarse de esto que afirmamos.

Pues bien: leamos un párrafo que trata de los descubrimientos de Colón.

“Llegó a la isla de la Tortuga; vido una punta de ésta, que llamó LA PUNTA PIERNA que estaba al Lesnordeste de la cabeza de la isla”…

¡En la misma situación que señaló como desembarcadero, el viejo marino que nos llevó a las islas Cíes!

A esto se alegará que pudo ser una coincidencia. Perfectamente. No hablemos más del asunto; pero lo raro es, que siguiendo la des­cripción del descubrimiento se lee a continuación del párrafo citado:

.. .“y habría doce millas, y de allí descubrió otra punta que llamó la PUNTA LANZADA en la misima derrota del NORDESTE, que habría diez y seis millas. Y así, desde la cabeza -de la Tortuga hasta la PUNTA AGUDA, habría cuarenta y cuatro millas, que son once leguas al Lesnordeste”…

¡Qué casualidad! Bautizó la PUNTA PIERNA simultáneamente con la PUNTA AGUDA cuyos nombres llevan otros tantos salientes de la costa pontevedresa. ¡Es el colmo de la casualidad!

Prosigamos la curiosa probanza. La Riega ya había observado que a una de las primeras islas descubiertas, la había bautizado el Al­mirante con el .nombre de SAN SALVADOR y a una bahía con el de PORTO SANTO. Pero como SAN SALVADOR no lo puso a un solo lugar, ya no es posible atribuir a la piedad religiosa el hecho de que hubiera bautizado dos lugares con el mismo nombre. SAN SALVADOR y PORTO SANTO son precisamente dos puntos veci­nos de la ría pontevedresa, siendo el primero, el pueblo donde se supone nació Colón y el segundo, el puerto donde traficaban los

 

vecinos de aquella aldea, que está llamada a ser famosa en los fastos de la Historia.

Dice La Riega que el hecho de que estos dos nombres figuren en la nomenclatura de los puestos por Colón en las Antillas, pudiera atribuirse a una mera coincidencia — no obstante ser ya estas mu­chas—; pero que hay que renunciar a semejante explicación, en vista que el Almirante bautizó otros lugares con denominaciones tam­bién pontevedresas.

Naciendo en Pontevedra ¿no se justifica sobradamente—dice La Riega — el que se hubiera acordado de una patria que no quería o  no podía declarar en momentos tan solemnes y de tanta expansión como fueron para él los del grandioso descubrimiento, momentos en que se encumbraba gloriosamente en la sociedad y en que debía re­cordar su pobre cuna, su niñez, su juventud y, en fin, el realizar con feliz éxito su temeraria empresa? — ¿No se justificaría que repitiese el nombre de SAN SALVADOR y aplicase el de PORTO SANTO, parroquia y lugar donde quizá había nacido, en la seguri­dad que nadie habría de sospechar su íntimo propósito? .

Para justificar, por ejemplo, que PORTO SANTO es la ensenada gallega y no la isla portuguesa del mismo nombre, se demuestra, pri­mero: por la gran semejanza que exite entre la de MIEL (Baracoa) de la isla de Cuba, que fué la bautizada, y la ensenada de Ponteve­dra que lleva el mismo nombre, según puede verse en dos fotografías que se reproducen en la obra “Colón Español” y segundo — agrega­mos nosotros: por que fué aplicado a una bahía y no a una isla, cual es la estéril posesión de Porto Santo, la isla portuguesa.

Colón dió el nombre de SANTIAGO —diee La Riega — a un río de la isla Española que dssemboca cerca de Montecristo y además, a la isla Jamaica. En uno de esos bautizos, quiso indudablemente honrar al apóstol patrón de España; pero en el otro obedeció también sin duda alguna, al recuerdo de la ciudad compostelana, cabeza de Galicia a la sazón.

El Almirante bautizó con los dos nombres generales de La ES­PAÑOLA y LA GALLEGA a dos islas. Ninguna otra, obtuvo de Colón el nombre de LA ITALIANA — LA ‘CORSA — LA GENOVE­SA— o LA PORTUGUESA y por lo tanto, es de juzgar que tan sólo le interesaban, España en general y Galicia en particular. Apa­rece una con la denominación de SAONA que los indígenas llama­ban ADAMANEY; pero no consta que fuese bautizada por Colón, porque precisamente suspendió la redacción de su Diario de nave­gación al fondear entre dicha isla y la AMONA, por haber sido ata­cado de una grave enfermedad.

Al bautizar la isla de SANTO DOMINGO con el nombre de LA ESPAÑOLA satisfizo su españolismo, muy acendrado por cierto, se­gún lo ha demostrado un sapientísimo crítico. Los que hacen gran hincapié — sigue hablando La Riega — por la manifestación de Co­lón en la escritura de fundación de Mayorazgo, sobre haber nacido en Génova; los que aseguran que hizo demostraciones de afecto a esta ciudad y los que le atribuyen el ridiculo boceto de apoteosis y triunfo, donde aparece en lugar prominente el nombre de la misma población, debieron también explicar la causa de que el ínclito mari­no no hubiera puesto la denominación de LA GENOVESA o LA LIGURICA a ninguna de las infinitas islas que descubría, ya que hizo o aprobó el bautismo de una de ellas con el nombre de SAO NA, como aprobó el de Santo Domingo, dado tambión a la capital de la Española por Bartolomé Colón, en memoria del padre de ambos.

Algunos compatriotas, después de cavilar mucho, han concluido, por afirmar que la palabra FANO, nombre dado por Colón al cabo más oriental de la isla Jamaica o de Santiago, dicen que es error de transcripción o bien errata de imprenta, porque seguramente quiso decir FARO. La Riega arremete contra esa presunción, diciendo que FANO es voz gallega, usada en la edad media y hoy anticuada, que quiere decir “templo de idolatría1‘.

No hemos podido por menos que admirarnos de la candidez de La Riega. Le dan los comentaristas un trabajo hecho y en lugar de “adoptarlo” para la general demostración, se pone a discutir si es voz galaica y si quiere representar esto… o aquello.

Y   nos hemos permitido ‘llamar «cándido” a La Riega porque no se concibe que un pontevedrés de su talla intelectual ignorara que la antigua LACIA, que es la más pequeña de las islas inmediatas a Bayona, se l’lamó en un tiempo y es posible que sTga llamándose to­davía, del FARO. Nombre tomado de un monte bastante elevado que hay en ella.

Por lo tanto, y como muy bien han dicho los copiladores, Colón no dijo FANO, sino FARO, porque precisamente el aspecto de la montaña Mamada “larga” en la isla americana, debió sugerirle el nombre con que bautizó el hoy “Cabo Morante” de Jamaica.

Colón dió también a otro cabo el nombre de BOTO, que es un adjetivo genuinamente galáico, equivalente al castellano MOCHO.

“Y navegando por la costa de Paria, puso a unas islas la deno­minación de GUARDIAS y a otras tres a ellas cercanas, la de TES­TIGOS. En Galicia a las piedras o marcos que señalan los lindes de campos, heredades, prados, trozos de bosque, ecta., donde por cual­quier motivo no se pusieron muros o setos, también se da el nombre de GUARDIAS por el oficio que hacen, y suele ponérseles inmediatas, dos o tres piedras más pequeñas, a las cuales se les llama TESTI­GOS. He aquí de dónde Colón sacó, sin duda, el nombre que dió a las mencionadas islas”.

En la relación de su desgraciadísimo cuarto viaje, se lee lo si­guiente:

“tomó puerto al cual nombró efl Almirante la “Punta de CAXI- NAS”.. . Pues bien, a nadie se le ocurrió que Colón pudo haber demostrado sus contrariedades con otra palabra gallega, Punta CA- XINAS, equivale a decii: PUNTA DE PENAS.

La Riega y sus continuadores, tampoco observaron que había puesto Cabo de Cruz a uno de los más notables de Cuba, y en la costa pontevedresa… existe un Cabo de CRUZ.

Hay confusión por otra parte en cuanto a la isla AMIGA, que al parecer fué también bautizada con efl nombre de RATAS. De pre­valecer este segundo nombre, necesariamente habría que incluirlo entre las pruebas favorables a Galicia, puesto que en Pontevedra, hay asimismo una isla llamada de las RATAS. Y conste que su

 

pequenez está perfectamente indicada en los viajes de descubrimiento con el diminutivo “isleta”, que es en realidad el calificativo que me­rece por su poca extensión la de Pontevedra.

En el segundo viaje de Colón, también se cita la isla de SAN MARTIN.            ^

Esto merece una explicación. A la isla mayor de las Cíes, se la llamaba antiguamente ALBIANO o sea la que hoy lleva la denomi­nación “del Norte”, distante una legua de la punta Morrazo. Pues bien; esta isla posteriormente al nombre de ALBIANO llevó la de SAN MARTIN, por cuya denominación aún era conocida a princi­pios del pasado siglo, nombre que había tomado de una antiquísima iglesia que tuvo esta isla, dedicada al mismo santo.

Dejemos sin mencionar los nombres de las Cofradías que cita La Riega y que corresponden a otros tantos nombres de lugares puestos por Colón en las Antillas. La prueba es de escaso peso y los argumentos sobran para certificar el alegato.

No es justo que para elementos de prueba, vayamos a buscar toponimias allí donde suene un nombre que pueda adaptarse a un río, un puerto, una bahía, una punta, o un cabo de los bautizados por Colón en sus viajes de Descubrimiento.

Elementos de prueba, son: un cabo de América cuya denomina­ción lleve o haya llevado otro de la costa de Pontevedra; una bahía que se halle en las mismas condiciones y así las islas, las puntas y otros detalles geográficos que por ningún concepto puedan ser re­pudiados.  _

Se recurre a minucias y se deja pasar por alto detalles importan­tísimos del más alto valor probatorio.

Ya hemos visto cómo se desdeñó el cabo del FARO.

Hemos visto igualmente que PUNTA AGUDA, no obstante ocu­par una saliente pronunciada en la misma boca de la ría pontevedre­sa, no fué citada por los continuadores de La Riega.

Se ha visto igualmente, que la palabra CAXINAS, a pesar de su rancio galleguismo, no llamó la atención a nuestros investigadores.

Hemos probado que en Pontevedra existe o existió en tiempos del descubrimiento un CABO CRUZ y que Colón denominó de la misma manera a uno de los más importantes de la isla de Cuba, y nadie se percató de ello.

Demostramos igualmente que-en Pontevedra existe una minúscula isla llamada de las Ratas y que con tal designación figura otra isleta en América, y tampoco esta circunstancia fué tomada en considera­ción por los interesados en aportar ejemplos de tan elocuente de­mostración.

Se ha visto que en el segundo viaje, Colón puso a una isla el nom­bre de SAN MARTIN, que llevó nada menos que la mayor de las Cíes, y esta prueba tan abrumadora como la de Porto Santo, Punta Galea y Punta Lanzada, que con razón dijo el doctor Rodríguez que representaban la fe de bautismo, firmada y rubricada por Colón pontevedrés, tampoco fué tenida en cuenta por los investigadores que nos precedieran.

Vamos a dar fin a este trabajo; pero no sin antes citar otros dos tópicos de nuestra búsqueda, que tienen asimismo alto valor his­tórico.

En el Diario de navegación del Almirante, se dice:

“Quien hobiere de entrar en la mar de Santo Tomé (Bahía de Acúl) se debe meter una buena legua sobre la boca de la entrada”.. .

Y   en Pontevedra, tenemos una ensenada de SANTO TOME, nom­bre por otra parte muy extendido en Galicia y que llevó la más anti­gua cofradía de mareantes, no solamente de aquella provincia, sino que también de Galicia. Aquí sí, aparece perfectamente indicada la cita, puesto que ya no es solamente un punto geográfico el que se determina, sino que viene a ser un símbolo religioso, el santo de advo­cación y devoción de cuantos ejereían el oficio de marineros y ma­reantes; el patrón, en fin, de cuantos se dedicaban a las faenas maríti­mas en lo que un día fué reino y hoy región de la vasta península ibérica. (1)

Todavía pueden citarse más de cuarenta lugares que llevan en Galicia, el nombre de SANTO TOME, repartidos con diferente pro­porción, en las cuatro provincias.

El nombre, pues, dado por Colón a una ensenada o hendidura de la costa, a la entrada de la bahía de ACUL, en la isla de Santo Do­mingo, es sin duda alguna el dato más precioso de cuantos hasta la fecha se han aportado para la valiosísima prueba geográfica, que unida a la documental y grafológica, no permite ya dudas ni vacila­ciones sobre el origen pontevedrés del Almirante.

Veamos ahora otro tópico interesante que incluir en la nomen­clatura.

En la extremidad septentrional de la embocadura del río Miño, en la provincia de Pontevedra, está la punta hoy conocida con el nombre de SANTA TECLA y por una derivación del monte de SAN REGO, que se levanta desde la orilla del mar en forma de pilón de azúcar, fué conocido, más que por esta circunstancia, que por dos picachos que avanzan hacia el mar, con la denominación del CABO DEL PICO y de los PICOS, aunque, como ya hemos dicho, esta saliente es hoy conocida por los marinos por punta de SANTA TECLA.

En el primer viaje, Colón bautizó uno de los primeros cabos des­cubiertos, con la denominación de CABO DEL PljCO, también por la circunstancia de una colina picuda, y seguramente, por la no menos apreciable de los recuerdos que iba evocando, a medida que apare­cían a su vista, las configuraciones de una tierra, si no semejante, muy parecida por sus accidentes, a aquella en que había discurrido su infancia.

Debe tenerse presente, que la provincia de Pontevedra, ofrece es­paciosas y profundas ensenadas, para poder aplicarse como aplicó Colón —según el concepto que él mismo tenía formado de estas par­ticularidades geográficas — el de MAR a SANTO TOME, que, como hemos dicho, dió a la entrada de la bahía de ACUL.

La costa pontevedresa, mide 134 millas o sean 248 kilómetros, y es el trozo de costa que por sus islas e islotes, que se extienden por

{1) Véanse los páginas 32 y 33 de la presente obra.

dentro y fuera de sus rías, la más favorecida de toda la península. Las grandes abras por donde penetran las aguas del Océano, son las rías de Vigo, Pontevedra y Arosa, cada una de ‘las cuales viene a ser un pequeño mar, con sus islas y escollos, ensenadas, puertos y playas.

Por lo tanto, nada tiene de extraño que las toponimias, se desbor­daran como un reguero de lugares comunes, a medida que la proa de los bajeles, hendiendo aquellos ignotos mares, permitían avizorar islas, puntas, cabos y promontorios que traían gratas reminiscencias a su imaginación, completamente abstraída, con las maravillas «que se ofre­cían a sus ojos en los gloriosos e inolvidables días de revelación y ensueño.

Ahí queda, pues, nuestra tesis, a merced de la impugnación.

Trabajo modesto que aportamos al acervo de la reivindicación sa­tisfechos de haber contribuido, más que a avalorar el tema de La Riega — que como se ha visto no es enteramente el nuestro — para propugnar el concepto de que el inmortal descubridor del Nuevo Mun­do, no pudo ser genovés y que corresponde a España toda, absoluta­mente toda, la gloria del Descubrimiento”.

Esto fué lo que publicamos en “Diario Español” de la Habana, el

7   de Agosto de 1922, simplemente como extracto de un trabajo mu­cho más extenso que entonces teníamos esbozado, No nos pareció oportuno publicar entonces otros valiosísimos datos de nuestra pro­banza, porque teníamos el propósito — como lo hemos realizado — de continuar esta investigación geográfica de Ja que esperábamos, como se verá, revelaciones extraordinarias con el auxilio del tiempo, docu­mentos y libros que estudiábamos con verdadero afán.

Nuestras vigilias han sido generosamente recompensadas, puesto que hoy tenemos la prueba plena de la oriundez galiciana del Almi­rante, con el solo atestado de la demostración geográfica, tan grande y abrumadora, que cuantos alegatos se opusieran para desnaturalizar­la, resultarían ridículos y extravagantes, ante el formidable desfile de las toponimias que acreditan de una manera indubitable, que Galicia y sola Galicia, puede proclamar muy alto que en esta región de Espa­ña, nació el náuta inmortal que descubrió un nuevo mundo.

Descorramos ahora con asombro, la cortina reveladora donde con letras de oro, están escritos los tópicos geográficos que enlazan, con vigorosos atamientos de poderosa fuerza demostrativa, las denomina­ciones que, recogidas en la extensa costa gallega, sirvieron para bau­tizar casi en su totalidad las nuevas tierras descubiertas.

En el segundo viaje, Colón visitó la ensenada llamada de BROA en Cuba, y nosotros tenemos una ensenada de Broa en Galicia.

Colón, también denominó a una parte, PUNTA DE MOA y en la costa gallega, existe otra PUNTA DE MOA.

De igual manera, otra punta fué bautizada por PUNTA DEL FRAILE y en Galicia hay una PUNTA DEL FRAILE.

Tituló a un cabo, CABO SANTO y nosotros tenemos también una punta o cabo que lleva la misma denominación.

A otra punta la llamó PUNTA DE LA SIERPE y en Galicia exis­te otra punta que se llama DE LA SIERPE.

Colón denominó a un islote, ISLA DE CABRA y nosotros tene­mos también un islotillo que se llama DE CABRA y a mayor abun­damiento, una PUNTA DE CABRA, y una costa llamada asimismo DE CABRA.

A una saliente de la costa, llamó el Almirante CABO DEL BE­CERRO y en Galicia hay una saliente poco pronunciada y rocosa, que lleva la denominación de BECERRO.

A otra altura y saliente avanzada de tierra, llamó Colón, DEL HIERRO, y en Pontevedra otra altura, lleva esa misma denomi­nación.

En Galieia a un banco que existe en su costa, que abarca dos pun­tas o extremidades, se llama LA SECA y Colón a una saliente pe­ñascosa, llamó PUNTA SECA.

A una punta o cabo, llamó el Almirante REDONDA y nosotros tenemos una PUNTA REDONDA.

A otra punta, llamó el Descubridor del ARENAL y en Galicia hay también una punta del ARENAL.

Denominó Colón a otra punta, PUNTA DE PEÑA BLANCA, y en Galicia existe otra punta de PEÑA BLANCA o PEÑAS BLANCAS.

A un cabo lo bautizó con el nombre de AROAS o ROAS, y nosotros tenemos en Pontevedra otro cabo o punta de ARROAS, denomina­ción que es galleguísima.

A otra punta la llamó de PRADOS y en Galicia tenemos otra punta que se denomina PUNTA DE PRADOS.

A unas isletas, llamó Colón de LOS ROQUES y nosotros posee­mos una punfa de SAN ROQUE con dos bajos, uno de los cuales se denomina como la punta, por lo que desde tiempo inmemorial, estos islotillos, son conocidos en el país con el nombre de LOS ROQUES.

‘ Un monte fué bautizado con la denominación de MONTE ALTO, y en Galicia tenemos otro MONTE ALTO.

También a una saliente cortada se conoció por PUNTA DE LA PARED y en Galicia hay también otra saliente cortada que se llama PUNTA DE LA PARED.

A tres farallones de Tierra firme, dió Colón el nombre de los TRES HERMANOS y nosotros tenemos otros tres farallones en Ponteve­dra, llamados de los TRES HERMANOS.

Denominó a una punta CABO NEGRO y en Galicia hay una PUNTA NEGRA.

A un cabo de Cuba, en el primero o segundo viaje, llamó Colón CABO DE MAR y en Galicia hay otro CABO DE MAR.

A otra punta la llamó del CABO y nosotros tenemos PUNTA DEL CABO.

A otra punta llamo CABO DEL CON y nosotros tenemos otra PUNTA DEL CON.

Si de nuestras investigaciones no estamos equivocados, llamó a otra punta, PUNTA PETIS, y en Pontevedra hay una PUNTA PETIS.

A otra punta llamó de PLACERES y en Pontevedra hay otra que se llama PUNTA DE PLACERES.

Denominó a otra punta de LOS CAS y en Galicia hay otra punta que se llama así mismo de LOS CAS.

 

Hay otro, o hubo, puesto que aparece en las cartas consultadas, un accidente geográfico en América llamado de ALBA, y en Galicia hay un monte costeño que se llama de ALBA.

En Pontevedra también hay un PORTO FRANCO y a una ense­nada o bahía, se llamó PORTO FRANCO en Santo Domingo.

En Pontevedra también tenemos la famosa PUNTA DE LA GUIA y en Santo Domingo o La Española, se denominó a otra pun­ta, PUNTA DE LA GUIA.

En la misma isla ESPAÑOLA o de SANTO DOMINGO, se bau­tizó a un puerto con el nombre de SANTA MARTA y en Pontevedra hay otro puerto de SANTA MARTA.

En Pontevedra hay una PUNTA DE BOY, y en Cuba se bautizó probablemente en el segundo viaje, otra saliente de la costa, con la misma denominación.

En Pontevedra a un promontorio de costa se llama de LA VELA, y Colón bautizó con el nombre de CABO DE LA VELA, otro promon­torio en Tierra firme.

Colón llamó a un río RIO DE ORO, y en Galicia hay otro río tam­bién llamado RIO DE ORO.

A una elevación de la costa gallega se la conoce por MONTE SACRO, y aunque Colón o Las Casas, hablan de un puerto SACRO, hemos de tener en cuenta que PUERTO se llamaba entonces y aún se llama hoy, a una montaña que forma gajganta con otra igual o más baja, y más nos hace sospechar que fué a una altura y no a un abrigo de lacosta a lo que Colón se refiere, el hecho, de expresarse así en su Diario: “Siguió su camino al Leste hasta un cabo muy alto y muy hermoso, y todo de piedra tajado, a quien puso por nombre Cabo del Enamorado, el cual estaba al Leste de aquel puerto, a quien llamó PUERTO SACRO, treinta y dos millas y en llegando a él, des­cubrió otro muy más hermoso y más alto y redondo, así como el cabo de San Vicente en Portugal”,.. Si hablando del PUERTO, dice a renglón seguido que descubrió otro muy más hermoso y más a:lto y redondo, no cabe duda que se refiere a un monte, y dada la importan­cia del MONTE SACRO en Galieia, la comparación con el de San Vicente de Portugal, no es muy desacertada.

Pudiéramos todavía enriquecer con más lugares comunes eÉta pro­banza; pero suponemos que sobran y bastan para que quede consta­tado, sin dudas y sin recelos, que sólo un gallego y navegante, por el gran conocimiento que tenía de nuestra costa, pudo bautizar número tan extraordinario de lugares en las Indias Occidentales y Tierra, firme, sacados de la nomenclatura de todo el litoral de la costa Noroes­te de España.

Y   si esto es así ¿por qué eligió Colón la costa gallega para los solemnes bautizos de las maravillosas tierras que la Providencia le deparó en su glorioso camino?

Porque, como muy bien dice el Sr. Barros Silvelo, que escribía hace bastantes años: “el hombre propende siempre a dejar un re­cuerdo en todos los descubrimientos que pueden darle celebridad y fortuna. Tanto al pisar Colón las playas del Nuevo Mundo, como cuantos españoles y portugueses surcaron las desconocidas aguas del Sudoeste, en busca de tierras ocultas en la soledad de los mares, to­dos legaron a las nuevas fundaciones, nombres iguales a los de SUS TIERRAS NATALES, como un recuerdo tributado a la madre pa­tria, así como expresaban en otras, la viva evocación de su fé reli­giosa”, ..

Y   esto es tan cierto, que a pesar de haber sido escrito hace buén número de años, se ajusta perfectamente a la pregunta que nos su­gería el proceder de Colón al bautizar con nombres de tanta localidad gallega, el inmenso campo de su incomparable conquista.

Pero como nuestra demostración necesita cerrarse con broche de oro, vamos a citar otro buen número de lugares de América que si no hemos podido localizarlos en la costa gallega, llevan sin embargo denominaciones genuinamente gallegas, como son SANTA EUFE­MIA, Soto de ÑERVOS; RECHEO (que los copiladores han tradu­cido equivocadamente por Recreo) STANO o ESTAÑO; LAS PLA- XIOSAS; ABANGELISTA; PERTO; FUMOS; CABO DE LA ME­TA; PUNTA DE CAXINAS; BAHIA DE ABUREMA; ISLA NA- VAXA; ISLA DE ORCHILLA; ISLAS BARCIAS; ISLA MARI- XUANA; CABO DE BOTO; SESUA o SEXUA; ISLA SUANA; SIERRA DE MOA; PORTO DE NAVA; CABO FERMADO; CABO DE LA MOTA; RIO BORDE; PORTO BELO; CABO MACARCO: CABO PARBO; BOCA DEL DRAGO; MARGALIDA o MARGA- xtlDA, ecta. (1)

Ahora bien: de la COLECCION DE VIAJES Y DESCUBRI­MIENTOS de Navarrete, pueden apuntarse OCHENTA Y DOS AC­CIDENTES GEOGRAFICOS con denominaciones españolas o indí­genas y sin tomar en cuenta, por supuesto, las acotaciones de denomi­naciones modernas o posteriores a Colón, de Las Casas y Navarrete.

 

DEMOSTRACION PLENA

La costa gallega resulta insuficiente, en los Kmitea del grabado, para contener la nomen­clatura de los tupíeos de la cartografía gallega, que usó Colón para bautiíar las tierras de su glorioso descubrimiento.

Nosotros hemos hallado — incluidas las de La Riega — CUAREN­TA Y CINCO DENOMINACIONES QUE CONCUERDAN CON OTROS TANTOS LUGARES DE LA COSTA GALLEGA, Y POR LO TANTO, CON LOS NOMBRES PUESTOS POR COLON EN SUS VIAJES DE DESCUBRIMIENTOS. Si descontamos los nom­bres indígenas, que el Almirante aplicó a determinadas localidades, las denominaciones españolas citadas por Navarrete, quedarían re­ducidas a SETENTA, poco más o menos, y por consiguiente, las denominaciones extrañas, descontados los tópicos por nosotros apor­tados, quedarían reducidas a TREINTA Y SIETE; pero por otra parte, hemos hallado VEINTIOCHO que si no corresponden a luga­res determinados de la costa gallega, llevan denominaciones gallegas, quedando a favor de la impugnación NUEVE LUGARES que podemos así mismo localizar como gallegos o como denominados gallegos, se­gún lo apuntamos al final.

Y  conste que si no hemos cubierto el cómputo, no ha sido, como se ve, por imposibilidad material, puesto que de seguir en nuestra bús­queda, la constitución geográfica de América hasta el año 1500, per­tenecería por completo a Galicia.

Por si se tratan de rectificar nuestros asertos, vamos a hacer una relación de los cabos, puntas, bahías, montañas, ensenadas y ríos que pertenecen a Galieia y que llevaron a llevan, otros tantos accidentes de las Antillas y trozo de Costa firme visitada por Colón.

Primeramente citaremos los que pertencen a La Riega y a conti­nuación, relacionaremos los de nuestra búsqueda, bien entendido, que discutiremos unos y otros si algún día se tratara de reconocer y dar validez a la prueba geográfica.

TOPICOS DESCUBIERTOS POR LA RIEGA

SAN SALVADOR ………………………….. Lugar vecino a PORTO SANTO, en la ría de Pontevedra.

PORTO SANTO…………………………….. Puerto de la ría de Pontevedra.

PUNTA LANZADA………………………… Extremo septentrional de la ría de Pontevedra.

CABO DE LA GALEA………………….. .En la isla Onza, a la entrada de la

ría de Pontevedra.

NOMBRES DE LUGARES PUESTOS POR COLON que según La ! Riega, llevan denominaciones gallegas:

SANTIAGO ………………………………….. Río bautizado con este nombre en La Española.

SANTIAGO ………………………………….. Isla de Jamaica, bautizada con aquel nombre.

LA GALLEGA ………………………………. Isla indeterminada, que cita Colón.

FANO …………………………………………… Que en gallego significa templo de idolatría, correspondiente al hoy Cabo Morante en Jamaica,

BOTO …………………………………………. .Que en gallego equivale a mocho. Cabo bautizado con esta denomi­nación por Colón.

GUARDIAS y TESTIGOS……………… Islas bautizadas así por Colón y  que recuerdan a La Riega una costumbre extendida en Galicia y que son piedras o marcos que señalan los lindes de campos, prados, ecta, cuando no se ponen muros o setos. Esto en cuanto a GUARDIAS. TESTIGOS, son otras piedras más pequeñas y complementarias que acompañan siempre a las prime­ras.

NOMBRES IMPUESTOS POR COLON EN LAS ANTILLAS Y TIERRA

FIRME Y QUE COINCIDEN CON OTROS TANTOS LUGARES QUE LLEVARON Y LLEVAN DETERMINADOS ACCIDENTES GEOGRAFICOS DE LA COSTA GALLEGA, PERTENE­CIENTES A NUESTRA INVESTIGACION

FARO (Cabo o monte)……………………. Palabra que La Riega interpreta

por FANO y nombre puesto por Colón al promontorio de Jamaica llamado hoy Cabo Morante. Por la circunstancia del monte elevado que indujo al Almirante a denomi­narlo así, era conocido el monte de una de las más pequeñas de las islas Cies y punta, que en su vérti­ce S. O. se levanta bruscamente a 171 metros de altura. (Islas adya-

*        centes a la costa de la provincia de Pontevedra).

CRUZ (Cabo) ………………………………… Uno de los más notables de Cuba,

En Galicia el cabo CRUZ está si­tuado en dirección OSO. en una lengua de tierra que avanza hacia el S. y forma uno de los extremos de la ensenada de la Puebla del Dean. Geografía del Reino de Ga­licia, dirigida por Francisco Ca­rreras y Landi. Casa editorial de Alberto Martín.—Barcelona.

RATAS (Isleta) ……………………………… La que fué también conocida por AMIGA, próxima a la de SANTO TOMAS, descubierta por Colón en el primer viaje el jueves 20 de Diciembre de 1492. En Galicia, es un islote situado al E. de la punta llamada Rodeira en la ría de Vigo, próxima a la ensenada de Cangas (Derrotero de las Costas Occiden­tales de España).

.Descubierta por Colón en su segun­do viaje, inmediatamente después de bautizar la denominada “Santa María la Antigua’’. En Galicia, fué denominada así la mayor de las islas Cíes, anteriprmente lla­mada Albiano y hoy conocida por la “del Norte». Con la designación de SAN MARTIN, era conocida todavía a principios del pasado si­glo. Había tomado este nombre de una antiquísima iglesia que tenía la isla. (Las Islas Cíes en la Edad Media.—José de Santiago y Gó­mez, de la Real Academia de la Historia).

 

Nombre impuesto por Colón el 14 de Diciembre de 1492 durante su primer viaje a una saliente de la isla de la Tortuga. En Galicia, PUNTA AGUDA está situada a la entrada de la ría de Pontevedra, próxima a la playa y aldea de Sar en un trozo de costa que se remon­ta hacia el NO. (Dic. Ene. Hisp. Americano. — PONTEVEDRA.— tomo XVII, pág. 58).

Colón llamó mar de Santo Tomé, a la bahía de Acúl, en la isla de Sien­to Domingo, descubierta el 20 de Diciembre de 1492 durante su pri­mer viaje. En Galicia la ensenada de SANTO TOMÉ forma parte de lo que Colón titula mar, pues la costa, en esta parte de Ponteve­dra, se repliega por tres veces has­ta formar tres ensenadas, una de- las cuales es la que nos ocupa, no lejos de la isla Toja y del puerto de Cambados. (Luis Gorostolo Prado. — Geografía del Reino de Galicia).

 

Fué denominado así por Colón du­rante su primer viaje, a una salíente de la costa norte de la isla de Cuba, el lunes 26 de Noviembre de 1492. En Galicia, se denominó así y también cabo de los Picos, a la punta más septentrional de la costa pontevedresa, en la emboca­dura deil río Miño. La denomina­ción de Cabo del Pico, se debió a una derivación del monte San Re- go, que se levanta desde la orilla del mar en forma de pilón de azú­car. Este cabo es hoy conocido en Galicia por Punta de Santa Tecla. (Derrotero de las Costas Occiden­tales de España).

Así fué bautizada por Colón, a una saliente de la costa en la isla de Cuba, durante su primer viaje, el 24 de Noviembre de 1492. Con esta misma denominación bautizó a una sierra y a un río en la misma isla. En Galicia, la PUNTA DE MOA está situada en la costa de Pontevedra, dentro de la misma ría y situada al N. 47°; es baja y escarpada y forma una de las sa­lientes de la ensenada de Portocelo (Derrotero de las Costas de Es­paña y Portugal).

 

Esta punta, que parece también se denominó Cabo Lindo, pertenece asimismo al primer viaje y fué bautizado inmediatamente des­pués de PORTO SANTO, y perte­nece a la costa de Cuba. En Gali­cia se denomina así a una punta cercana al puerto de Santa Marta en la costa occidental, inmediata al fondeadero de Sismundi. (Geo­grafía de Galicia.—E. Carré Al- dao).

 

El Cabo Santo o Punta Santa, fué bautizado por Colón, el 23 de Di­ciembre de 1492. Corresponde tam­bién a la isla de Santo Domingo y

  • al primer viaje <lel Almirante. En Galicia, este CABO SANTO, está emplazado no lejos de la ensenada de Bares y en lugar inmediato a donde desagua la ría del Barquei-
    ro. (Geografía de Galicia.—E. Ca- rré Aldao).

Así denominó el Almirante a una saliente de la isla Española o de Santo Domingo, el viernes 4 de Enero de 1493, después de fundada la villa de la Navidad. En Galicia, se denomina Punta de la Sierpe a un pico escabroso y dominado jpor altas montañas, próxima al térmi­no de la costa donde termina la provincia de la Coruña, y forma el límite Este del ya citado puerto del Barqueiro. (Geografía de Ga­licia.—E. Carré Aldao).

 

En la Colección de Viajes de Nava­rrete, se la llama isleta o sea islo- tillo de muy poca importancia, se­gún el Diario de Colón, en la costa de la Isla Española. La descubrió el 5 de Enero de 1493 después de abandonado el puerto de la villa dí la Navidad. (En Galicia, es máf bien un peñasco que se destaca perfectamente en la bajamar y forma parte de una porción de cos­ta aislada por las aguas. Su situa­ción es ONO. y próxima a Noys a 3’5 cables de la punta de Cast^ límite meridional de la ría de Mu­ros. (Geografía de Galicia.—E. Carré Aldao).

 

Lo que Colón llama Cabo del Bece­rro, es en realidad un islote, pues­to que lo determina así: “Después de dicho monte al Leste, vido un cabo a veinticuatro millas, al cual llamó Cabo del Becerro, desde el cual hasta el dicho monte PASA EN LA MAR BIEN DOS LE GUAS, UNA RESTINGA DE BAJOS”. Es pues indudable, que se trata de un islote que quizás a distancia, creyó pudiera ser el ade­lantamiento de una punta de tie­rra. Esto ocurrió durante su pri­mer viaje en la costa de la citada isla Española o de Santo Domingo, a sábado 5 de Enero de 1493. En Galicia también hay un islote que

 

 

se denomina del Becerro, que es el más alejado de tierra de otros dos que se llaman de Vaca y del Buey en ,1a costa coruñesa. (Geo­grafía de Galicia.—E. Carré Al- dao).

HIERRO (Punta) ……………………..  .El viernes 11 de Enero de 1493, Co­lón bautizó una saliente de la mis­ma isla de Santo Domingo PUN­TA DEL HIERRO, que más tarde se llamó Punta Macorís. En Gali­cia, casi en los comienzos del lími­te meridional de la boca de la ría de Vigo, hay una eumüre en la ex­tremidad NO. que se llama del HIERRO o FERRO. (Derrotero de las Costas Occidentales de Es­paña), SECA (Punta) ………………………… . . /.Llamó Colón PUNTA SECA a una saliente que encontró después de la del HIERRO descubierta el 11 de Enero de 1493. En Galicia y en los límites de la ensenada de Cée se extiende un gran banco que se llama LA SECA, porque manifes­tándose en bajamar en forma de media luna, se adelanta y queda realmente seca su proximidad más avanzada. Quizás por esta misma circunstancia, bautizó Colón la otra saliente americana, pues no de otra manera puede admitirse la denominación, no siendo por su3 parecidas condiciones. Lo más cu­rioso, es que esta saliente o pun- taf también es conocida por SE- XUA, denominación galleguísima.

Y todavía es más curioso, que otra punta de la costa gallega, que es la occidental de la ensenada de . Seaya, próxima a la de Malpica, se llame también SEXUA o Sei- xuda, que equivale a decir guija­rrosa.

REDONDO (Cabo)…………..Hemos de tener presente, que CA­BO se aplica cuando se trata de límites, y PUNTAS a las salien­tes de costa intermedias entre esos límites. Bautizó Colón este cabo, el viernes 11 de Enero de 1493 durante su recorrido por la costa de Ta isla Española. En Ga­licia existe otra saliente que sirve de abrigo a una ensenada y playa poco distante del pueblo marítimo de Barizo. Esta saliente, punta o cabo REDONDO limita aquella ensenada por el NO. (Geografía de Galieia.—E. Carré Aldao).

ARENAL (Punta) ..,……………………….. En el tercer viaje, llamó así a una punta de la isla Trinidad, e inme- . diatam«nte después de bautizar el CABO DE LA GALEA. En Gali­cia, próxima a los pueblecitos pes­cadores de Ares y Redes y enfren­tándose con punta Macuca, está la del ARENAL, La costa en aquella dirección NNO. está pla­gada de verdaderos bancos de are­na que se cubren en la pleamar. Seguramente por esta misma cir­cunstancia o por el parecido de: su situación, bautizó así Colón la­.        saliente de la isla de la Trinidad. . (G. de G. E. Carré Aldao). ’

PEÑA BLANCA (Punta)……………….. ,En la propia isla de la Trinidad, hacia Oriente, fué bautizada esta punta con la denominación de PE­ÑA BLANCA, en el mismo ter­cer viaje. En Galicia esta punta que lleva el mismo nombre y tam­bién el de la Panadeira avanza sobre una costa alta en la ensena­da de Bueu y se halla muy próxi­ma en situación a PUNTA AGU­DA, en Pontevedra, y a la entra­,               da de la ría. (Derrotero de las Costas Occidentales de España).

ROAS o ARO AS (Punta)……………….. Así bautizó Colón a una saliente en Tierra firme, situada a doce le­.              guas del río que llamó del Desas­tre, en su cuarto y último viaje. En Galicia y en la costa de la pro­vincia de Pontevedra, la punta de ROAS o ARROAS, demora con la de la GUIA NNO-SSE. y es alta, limpia y saliente al S. (Derrotero de las Costas Occidentales de Es­paña). Es curiosísimo que Colón   de la misma situación NNO-SSE.

 

También en el cuarto viaje y en Tierra firme denominó PUNTA de PRADOS a una saliente que tenía o tiene la situación Lesnor- deste Oueste-Sudueste, a una dis­tancia de treinta y cinco leguas del puerto de Bastimentos. En Ga­licia y en dirección Este-Nordeste, partiendo de la Frouxeira y en extremidad SE., o sea en la mis­ma situación, que aquella de Tie­rra firme, se encuentra otra punta llamada asimismo de PRADOS, alta, negra y escarpada y esta es otra coincidencia asaz extraña. (Geografía de Galicia. — E, Carré Aldao).

Durante el tercer viaje, denominó así unas pequeñas islas corriendo la costa de Tierra firme. En Gali­cia y no lejos del famoso cabo de Fisterra o Fínisterre, o sea el pro­montorio Artabrum o Nerium de los antiguos, pasando las puntas de la Cruz y del Prado, se adelan­ta otra que se denomina San Ro­que, con dos bajos en sus inmedia­ciones, que dice la geografía son conocidos por ROQUE y BIMBIO; pero lo cierto es, que en el país son conocidos con la denominación de LOS ROQUES, por su proximi­dad a la punta del mismo nombre. (Geografía de Galicia.—E. Carré Aldao).

 

Así fué denominado también un monte de Costa firme, probable­mente en el tercer viaje de descu­brimientos. En Galicia y en la costa noroeste de la Coruña, se alza el antiguo -castro de muy an­tiguo conocido en el país por MONTE ALTO. (Geografía de Galicia.—E. Carré Aldao).

 

Seguramente en el mismo viaje, de­nominó así Colón a un trozo de costa cortada y a su punta extre­ma. En Galicia, en el lugar de Combarro (Pontevedra) en la mis­ma ría, a pocas millas del antiguo  monasterio de Poyo, donde acerta­damente se supone estudió o ad­quirió sus primeros conocimientos de latín al Almirante, está la PUNTA DE LA PARED. (Dic­cionario Ene. H. A., tomo XVII, _t. – ‘ pág. 58).

TRES HERMANOS (faraílones) .Asimismo en Costa firme y quizás también en el tercer viaje, deno­minó así a tres agujas o farallo­nes, poco después de bautizar el mar que llamó DULCE. En Gali­cia, en las proximidades del cabo Ortegal, hay tres agujas que lle­van la denominación de TRES HERMANOS. Estos tres farallo­nes enteramente iguales, sirvie­ron para timbrar el escudo de la villa de Ortigueira. (Geografía de Galicia) E. Carré Aldao.

3EGRO (Cabo)…………………………….. En el segundo viaje, bautizó así  Colón una saliente de la isla de Cuba. En Galicia, limitando al noroeste de Pantín, está el cabo o punta llamada NEGRA. (Geogra­fía de Galicia, E. Carré Aldao).

MAR (Cabo)                                           Así llamó Colón en el segundo viaje a un cabo de la isla de Cuba.

En Galicia, Pontevedra, a 2’6 mi­. lias al N. 42° de la punta Serrcd,    está el CABO DE MAR, bajo y arenoso ya entrada la ría de Vi- go. (Derrotero de las Costas Oc­cidentales de España).

CABO {Punta del) ……….. ,En el primero o segundo viaje, Co­lón denominó así una saliente de la costa en la isla de Cuba. En Ga­licia, cerca de la parroquia de Ce­. santes y enlazándose con la isla de San Simón por medio de una lengua de arena, apenas cubierta por el agua, en la ría de Vigo, está hacia el O. la punta rasa y saliente que se llama de] CABO. Podrían citarse otras dos pun­tas con la misma denominación en la costa gallega. (Derrotero de las Costas Occidentales de España).

 

Así denominó Colón a uno de los ca­bos más avanzados de Jamaica. En Galicia y en la provincia de Ponte­vedra, al S. 75° O. de la punta de Arroas, distante 1’3 millas, se ha­lla el cabo o punta del CON, baja y pedregosa con arrecife que sale más de un cable. (Derrotero de las Costas Occidentales de España).

Si no estamos equivocados, así lla­mó a una saliente de la isla Es­pañola o Santo Domingo. En Ga­licia, en la costa pontevedresa,. cerca del bajo denominado Pesca- doira, situado al N. 60° O. está la PUNTA PETIS. (Derrotero de las Costas Occidentales de Espa­ña) .

 

En la -Española también hemos ob­servado que denominó así a una punta. Esta PUNTA DE PLACE­RES en Pontevedra, rebasa la de Piedras Longas; es de piedra en su extremidad y por su espalda des­cansa en un arenal. Con la punta de la PARED, forma uno de los. extremos de la barra de Ponteve­dra. He aquí como las dos puntas de la PARED y la de los PLACE­RES que encierran nada menos que la barra de la ría, sirvieron para bautizar otras dos puntas en América.

 

En la Española denominó otra pun­ta con la denominación de CAS. Hemos de advertir que cas, en ga­llego perros, sólo en Pontevedra se llaman cas. En ptros lugares de Galicia, se llaman cans, particula­ridad muy notable y digna de ser observada. En Galicia, la PUN­TA DE CANS, es alta y escarpa­da, a 5 cables E. cuarto SE. de la ensenada de Nebra o Cedeira y con la Punta Anguieira, cierran una lengua de tierra baja y are­nosa que sale hacia el N. (Geogra­fía de Galicia.—E. Carré Aldao).

 

Posiblemente con esta denomina­ción, bautizó un monte o una sa­liente de Cuba, o isleta a ella cer­cana. De todas maneras, consta así en las cartas, y en Galicia no solamente hay un río en Ponte­vedra llamado de ALBA, sino que también un monte costero en a misma provincia, denominado de ALBA.

A un puerto de Santo Domingo, también le fué impuesto el nombre de PORTO FRANCO y en Galicia un estero próximo a la Punta del Vado, se le llama también PORTO FRANCO situado hacia la costa oriental de la ría de Arosa. (De­rrotero de las. Costas de España y Portugal).

 

En la isla Española o de Santo Do­mingo, a una punta puso Colón de la GUIA. En Galicia, en la provin­cia de Pontevedra y en la ría de Vigo, es de todos bien conocida esta famosa PUNTA DE LA GUIA, que baja en suave declive del monte del mismo nombre, des­pués de formar una meseta, en in­clinación NO. Es notable por la er­mita de Nuestra Señora de la Guía erigida en la cumbre del monte, no del pico o punta, donde también se levanta un faro. (Derrotero de las Costas Occidentales de España).

 

Con esta denominación fué bautiza­do un puerto de la isla Española o de Santo Domingo, En Galicia y en la provincia de Pontevedra, en la costa que corresponde a la ría de Vigo existe el pequeño puerto y lugar de Santa Marta, situado en un rincón de la ensenada y ex­tremidad oriental de la playa de Limones. (Derrotero de las Costas Occidentales de España).

Probablemente en el segundo viaje, Colón bautizó una punta de la isla de Cuba, con la denominación del BUEY. En Galicia y en Ponteve­dra, a corta distancia de las pun­
tas Sansón del Sur y Sa-nson dci Norte, se halla emplazada la deno­minada del BUEY, que con aque­llas, forma una ensenada conocida con el nombre de La Conchera. (Geografía de Galicia.—Luis Go- rostola Prado).

 

Colón bautizó con el nombre de CABO DE LA VELA, un promon­torio de Costa firme. En Galicia, en Pontevedra, el límite N. de la boca de la ría de Vigo es el cabo del Home, y entre la extremidad septentrional de éste, y la punta de las Osas, se halla la llamada costa de ía VELA, o sea un pro­montorio que tiene todas las carac­terísticas del bautizado con el mis­mo nombre por Colón en Tierra firme. (Derrotero de las Costas Occidentales de España).

 

El miércoles 8 de Enero de 1493, costeando La Española, puso a un río el nombre de RIO DE ORO. Pudo ser esto por la abundancia que se asegura halló de este me­tal; pero la circunstancia de bau­tizar tantos y tantos lugares, que coinciden con gran número de nombres que llevan distintas loca­lidades gallegas, hace presumir que no se trate de una coinciden­cia máxime cuando todos los ríos que hallaban los creían abundan­tes en oro. El mismo Las Casas, tan crédulo, dice ap ropo sito de este río, aunque no dude que lo hubiera, que cree se trataba de margajita, porque allí hay mucha y pensaba quizá el Almirante qve, era oro todo lo que relucía. Esta ignorancia de Colón sobre el cono­cimiento del oro, no nos parece muy feliz, y más acertado nos pa­rece que el Almirante, bautizó este río evocando el gallego que desa­gua cerca de Fazouro en el mar. Este río gallego, famoso en Gali­cia por el valle que también lleva su nombre, nace en el no men^s famoso monte, el Xistral, donde

 

 

también tiene su origen el rio Landrove. (Geografía de Galicia. —Manuel Amor Meilan).

SACRO (Puerto) …………………………… En la relación del Diario de Colón, leemos: “puso por nombre Caho del Enamorado, el cual estaba al Leste de aquel puerto, a quien lla­mó PUERTO SACRO, treinta y dos millas y en llegando a él, DES­CUBRIO OTRO MUY MAS HER­MOSO Y MAS ALTO Y REDON­DO, ASI COMO EL CABO DE SAN VICENTE”. Es de presumir por lo tanto que no se trata de un PUERTO en la verdadera acep­ción de la palabra, porque un puer­to no puede ser ALTO Y REDON­DO. Ahora bien; PUERTO se lla­maba entonces y aún se llama hoy a una montaña que forma gargan­ta con otra y aún a la misma gar­ganta, y por lo tanto, todo hace ‘              sospechar que fué a una altura y no a un abrigo de la costa, lo que Colón llamó PUERTO SACRO. Pero por si solo este adjetivo SA­CRO, es toda una revelación. Su procedencia romana no lo hacia vulgar, pues entonces, como ahora, se empleaba la forma ya castella­nizada de SAGRADO. Por lo tan­to este MONTE SACRO es de la exclusiva pertenencia de Galicia, del que nos cuenta la tradición y así consta en el libro 45 de Justi­no el historiador romano, que era tal el respeto que los gallegos te­nían a este monte, que ninguno .      era osado de tocarle con instrumento acerado, porque aun cuando encerraba gran cantidad de oro en sus entrañas, sólo podían recoger­lo si la mole era herida por el rayo y lo ofrecía a la vista de los natu­rales, porque entonces era como una dádiva gratuita de los dioses. Cuoem ferro violari nefas habi- vatur.

Hemos citado treinta y ooho tópicos de nuestra búsqueda, suficien­temente documentados para evitar que seamos tildados de invencioñeros, al decir de Oviedo y Arce y otros detractores sistemáticos, para quienes las conjeturas argumentadas, carecen de fuerza legal proba­toria. Tanto en la demostración geográfica, como en la histórica y filológica, los ejemplos que aportamos, son aceptables en buena crí­tica y podrán ser discutidos; pero nunca recusados, porque se ampa­ran en testimonios lo bastante elocuentes, para que la tesis se impon­ga y triunfe si no se nos demuestra con argumentos de más peso y más razonables, que toda nuestra labor es fruto de la fantasía, del falso espejismo de la homonimia y gratuitas afirmaciones sin funda­mento, como quieren demostrarlo los que resguardados tras la opi­nión personal variable e incierta de los cronistas e historiadores, y escudados con un montón de actas notariales y documentos, reargüidos de falsos en su mayoría, quieren hacer prevalecer, aunque inútilmente, la tésis ya desacreditada del ridículo genovismo de Colón.

Los treinta y ocho tópicos citados, sin incluir los aportados por La Riega son bastantes, para que geográficamente, quede demostrada la oriundez del Almirante, puesto que ya 110 cabe aquí recurrir al manoseado argumento de las coincidencias. Como complemento de nuestro aserto, y como ya hemos dicho, citaremos ahora otro buen número de lugares que si geográficamente, no concuerdan como acci­dentes topográficos, tienen no obstante el inapreciable mérito, de per­tenecer al léxico gallego y demostrar, que si bautizando Colón lugares oon nombres propios de otros lugares, denota su procedencia, dentro de la exactitud de los tópicos, ser originario de Galicia, tanto o más lo acredita hacer uso de vocablos que no pertenecen al castellano, ni pertenecieron nunca, porque si en la confusión del léxico pudieran existir dudas, éstas se esfuman completamente cuando quedan escritas en rocas de granito, mares, ríos y montañas de dos mundos distancia­dos por las aguas del inmenso océano.

Vamos a citar pues, todos los lugares de América que bautizó Colón en gallego y su equivalente en este idioma; omitiendo aquellos que tienen igual denominación en ambas lenguas, como son: CABO o MONTE DEL FARO; CABO CRUZ; ISLETA DE LAS RATAS; ISLA DE SAN MARTIN; PUNTA AGUDA; CABO DEL PICO; PUNTA DEL FRAILE; CABO SANTO; ISLA DE CABRA; CABO DEL BECERRO; PUNTA DEL HIERRO; PUNTA SECA; CABO REDONDO; PUNTA DEL ARENAL; PUNTA DE PEÑA BLAN­CA; PUNTA DE PRADOS; ISLETAS DE LOS ROQUES; MONTE ALTO; farallones o ISLOTES DE LOS TRES HERMANOS; CABO NEGRO; CABO DE MAR; PUNTA DEL CABO; PUNTA PLACE­RES; ALBA; PORTO FRANCO; PUNTA DE LA GUIA; PUER­TO DE SANTA MARTA; CABO DE LA VELA; RIO DE ORO; que siendo accidentes geográficos de Galieia y gallegos, llevan la mis­ma denominación que en castellano.

Nombres de Inflares en América.

con denominación gallega.             Lo que significan en castellano.

SANTO TOMÉ………………………………. Nombre de una antiquísima cofra­día de mareantes en Galicia, y ensenada de Cambados en Ponte­vedra.

PUNTA DE MOA………………………….

PUNTA DE LA SERPE

o SIERPE

PUNTA DE ROAS o ARROAS.

CABO DEL CON………………………….

PUNTA PETIS o PITIS…………………

FUNTA DE CAS…………………………..

PUNTA DE BOY…………………………..

PUERTO SACRO …………………………

SANTA EUFEMIA ……………………….

SOTO DE ÑERVOS…………….

RECHEO

STANO o ESTAÑO..

PLAXIOSAS ……………….

ABANGELISTA …. PERTO               – …

PUMOS …………………..

CABO DE LA META

Punta de la MUELA.

Por su raíz, CULEBRA o SER­PIENTE.

ROAS en gallego, significa mur­mullo o ruido. ARROAS equivale a golfín o delfín, y de ahí roas por eJ ruido que hace este pez echan­do agua por el hocico.

.CON en gallego, es PEÑASCO.

PETIS o PITIS en gallego es PE­QUEÑO.

CAS en gallego es PERROS. En Pontevedra y Lugo, se denominan así. En la Coruña y otros luga­res CANS.

BOY, en gallego, es BUEY.

SACRO es voz romana, conservada en Galicia en la denominación del monte del mismo nombre.

EUFEMIA es nombre gallego de mujer perpetuado cor. el nombre de la santa en varios lugares de Galicia.

Esta denominación es curiosísima y nos inclinamos a creer, que fué puesta por Colón en recuerdo de otro lugar de Galicia, que no nos ha sido posible localizar. Desde luego que, ÑERVOS equivale a decir NERVIOS.

Esto es uno de tantos errores en que han incurrido los copistas, que cuando no entendían un voca­blo, le daban la figura más apro­ximada. Así llamaron RECREO a lo que en realidad es RECHEO, según rezan las caitas. RECHEO en gallego equivale a RELLENO.

ESTAÑO en gallego es ESTAÑO y también ESTANQUE.

En gallego equivale a playas tran­quilas o PLACENTERAS.

En gallego EVANGELISTA.

En gallego equivale & decir CER­CANO.

En gallego HUMOS.

Equivalente en gallego a CABO DEL MEDIO.

 

PUNTA DE CAXINAS………… En gallego CAXINAS o CAXIDAS según el lugar, es PENAS.

BAHIA DE ABUREMA…. ABUREMA, de ABURAR: es lo mismo que FASTIDIO.

ISLA NAVAXA………………………………. NAVAXA es lo mismo que NA­VAJA.

ISLA DE ORCHILLA…………………….. ORCHILLA en gallego es MUSGO.

ISLAS BARCIAS ………………………….. En gallego BARCIA es BREZO.

ISLA MARIXUANA……………………….. Contracción familiar de MARIA

JUANA.

CABO BOTO ………………………………… BOTO en gallego ant. es ROMO.

SESUA o SEIXUA…………………………. En gallego, GUIJARROSA.

ISLA SUANA ……………………………….. Colón la denominó SUANA bus­cando en la s la pronunciación aproximada de Xuana, ya que an- ‘ tiguamente se empleaba la j para sustituir el sonido de la x.

SIERRA DE MOA…………………………. Como ya se ha advertido en otro lu­gar, MOA, en gallego, es MUELA.

PORTO DE NAVA…………………………. Antiguamente se llamaba en Ga­licia NAVA a la nave.

CABO FERMADO…………………………. FERMADO, equivale a CERRADO

CABO DE LA MOTA……………………… Apartándonos de que CABO DE

LA MOTA quiere decir CABO DEL CASTILLO, hemos de ad­vertir otra circunstancia notabilí­sima y es que no se concibe, que no siendo un gallego y natural de Pontevedra, pudiera denominar con el significativo nombre de LA MOTA, una tierra o punta ex­traña, porque el castillo de LA MOTA en Pontevedra, fué famoso en tiempos del feudalismo y sólo la circunstancia de que el pro­montorio descubierto tuviera cier­ta apariencia con el fuerte galle­go, pudo inducir a Colón a bauti­zarlo con tan, particularísimo ,          nombre.

RIO BORDE …………………………………. En Galicia se llamaba antiguamen­te BORDE a la cepa de la vid. Seguramente por haber hallado en abundancia alguna planta que se le asemejase, se denominó de tal manera.

PORTO BELO ……………… BEL o BELO significaba antigua­, mente HERMOSO o BONITO.

CABO MACARCO .. .•…………………… MACARCO, DE MACAR (manchar) y también LASTIMADO, DAÑADO o HENDIDO.

En gallego PARBO equivale a TONTO.

 

DRAGO en gallego es, y ha sido, el equivalente al castellano DRA­GON, animal fabuloso, de figura de serpiente con piés y alas. MARGALIDA en gallego y tam­bién MARGARIDA es Margarita; pero no margarita de los campos o nombre de mujer, como podría suponerse, sino un caracol de for­ma ovalada de unas seis líneas de largo y bastante abundante en los arenales de Galicia.

He aquí, si no todos, un buen número de vocablos gallegos aplica­dos tan sólo a lo marítimo: ríos, puntas, cabos, bahías, ecta. Podría­nlos agregar que el Almirante también llamó a un cabo o una punta DEL DELFIN, que lleva otra punta del litoral de Galicia; que llamó a una isla SANTA MARIA LA ANTIGUA, sin duda para distin­guir la iglesia de Santa María de Pontevedra, que por aquellos años estaba en reedificación y que por este motivo, se tituló después SAN­TA MARIA LA MAYOR; que llamó a un monte TASADO o TA- XADO; que llamó a una aldea DE TURME; que a unas islas llamó de la SONA o sea de la FAMA y que las llamó ILLAS en gallego y no ISLAS en castellano; que a las playas, las llamaba plajas; que a otra isla llamó del FALCON; que a otra la llamó MAYO, que equi­vale a MAJO o FLORIDO; a otra SANTA MARIA DE MENSERA y no de MONSERRAT como han escrito algunos autores.

Esta es, en resumen, nuestra prueba geográfica. Mucho, mucho más podríamos añadir a lo ya dicho; pero a nuestro juicio, basta y sobra para demostrar que sólo un gallego y un gallego muy conocedor de la costa noroeste de España; un verdadero marino de cabotaje que por espacio de muchos años, recorriera el litoral, podría tener tan perfecto conocimiento de ios cabos, puntas, bahías, ensenadas, ríos, montes y otros detalles que se observan, a poco que la atención se fije en la nomenclatura de voces y lugares que hemos tenido la pa­ciencia de ir relacionando, para llegar a la conclusión, de que el Des­cubridor del Nuevo Mundo, nació en Galicia y tuvo su cuna en uno de los puertos vecinos de .la risueña ría pontevedresa.

 

CAPITULO XII

OVIEDO Y ARCE

Refutación. — El informe publicado en el Boletín de la Real Acade­mia Gallega. — Impugnación tardía,. — Don Manuel Serrano Sanz, catedrático de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza. — La pedantería del estilo. — Lo resbaladizo de la ciencia diplomática. — Oviedo y Arce reconoce como español el apellido “Colón”; pero niega su existencia en Galicia antes del descubrimiento. — La etimología de la voz. — Anáfisis de los do­cumentos.— Sólo acepta cinco como genuinos. — Fatuidad paleo- gráfica.—Adjetivos ofensivos a granel.—Las teorías persona­les.— El retoque de los documentos.—La sinceridad de La Rie­ga.— La escritura p7-ocesal y cortesana. — Serrano Sainz, y Ovie­do Arce, acusan de falsario a La Riega. — Ligera biografía del vindicador. — La facultad extraordinaria de sus contrarios para, descubrir el fraude sobre el campo del fotograbado. — Los docu­mentos impolutos del Sr. Otero y Sánchez. — Los documentos pon- tevedreses, antes de pasar por las manos de Oviedo y Arce, po­drían estar “avivados»; pero nunca “alterados”. -—Testificacio­nes. — El impugnador desconocía la. interpretación racional de las abreviaturas. — El único que manipuló los documentos probatorios cíe La Riega, después de su fallecimiento, fué Oviedo y Arce. — Los argüidos de “falsos», san ios que cayeron en sus pecadoras ma­nos.— El supuesto falsificador, falsificado.

Don Eladio Oviedo y Arce, individuo de número de la Real Aca­demia Gallega, presentó a requerimientos de la misma, un informe sobre el valor de los documentos pontevedreses, considerados como fuente del tema COLON ESPAÑOL propuesto por Don Celso García de la Riega y renovado por sus continuadores.

Dicho informe, fué publicado .en el Boletín de la citada Academia, correspondiente ail l.n de Octubre del año 1917 y completamente desfa­vorable a la tesis documental, en que el insigne pontevedrés Don Celso García de la Riega, se apoyaba para sostener sus argumentos.

Hurgó Oviedo y Arce en las pruebas documentales, con verdadero afán y premeditada malevolencia. Prevenido por convencimiento per­sonal del error de La Riega, su trabajo regularmente notable, como estudio de paleografía, tenía necesariamente que adolecer de defec­tos, que La Riega no pude refutar, por haber fallecido tres años an­tes, y el informe quedó sin réplica hasta nuestros días. En vano hemos esperado que investigadores más autorizados recogieran el guan­te, que Oviedo y Arce, arrojó con decisión a la faz de la nueva teoría. Un silencio de muerte siguió a sus declaraciones, con manifiesto per­juicio para la causa española, tan debatida en años sucesivos y sos­tenida con verdadero entusiasmo por los principales partidarios de la teoría de La Riega.

Ahora bien: nosotros entendemos que si ha de triunfar la tesis de COLON ESPAÑOL, será después de haber combatido con éxito a los impugnadores, y a ese ñn habrá de dedicarse ahora nuestro esfuerzo.

Permítasenos recoger ese guante.

La Riega y Oviedo Arce, ya han desaparecido del escenario de la polémica.

Pero así como La Riega dejó sucesores, también los dejó Oviedo y Arce y con estos, necesariamente hemos de enfrentamos, porque tras el silencio de los muertos, está el apasionamiento de los vivos.

No hubiéramos acometido esta tarea, repetimos, si otros hubiesen cargado el pesado fardo sobre sus espaldas; pero a falta de más deci­didos colaboradores, vamos nosotros a acometerla destruyendo los prejuicios que estorban para la definitiva vindicación de nuestro alegato.

Porque Don Manuel Serrano Sanz, Catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, tachó de falsos, casi todos los documentos pontevedreses publicados en el libro COLON ESPAÑOL, el Sr. Oviedo y Arce estima, vista ‘la actitud de persona tan eminente en asuntos de investigación y crítica histórica, que la teoría de La Riega no valía la pena de ser comentada; pero accediendo a los requerimientos de la Real Academia Gallega, lo hacía gustoso a la par que de esa manera contribuía a la preciosa y urgentísima tarea de acrisolar la Regional Historia, rica y gloriosa de suyo, pero tra­tada, desde antiguo como el grajo vano de la fábula eaopiana por la turbamulta de intrusos, arrivistas y logreros del BOLO patriótico o el PIO de otro tiempo, que pretendieron y pretenden engalanarla con lucientes arreos de doradvs leyendas, retazos de extraña púrpura, no- por brillante más forera para una crítica austerísima, que lo kan sido las heces de los establos de Augias para las aguas purificadoras del Alfeo. .

Convengamos que este párrafo de Oviedo y Arce, respira pedantería por los cuatro costados, lo que por este solo motivo ya hace sospe­chosa la imparcialidad del investigador.

El Sr. Oviedo y A.rce cree que con su ampuloso varapalo paleo- gráfico, hacía predoía y urgentísima tarea- de acrisolar la Regional Historia. Aun cuando sólo fuera el libro COLON ESPAÑOL, un in­dicio de La Riega, debiera haber sido suficiente para que todos lo& hombres inteligentes y de buena vo]untad, no estorbaran su patrió­tica labor con groseros chascarrillos y vergonzosos adjetivos. Ahí está y estaba la sana crítica para combatir sus argumentaciones y pulverizar, a ser posible, sus teorías; pero no fué así como lo com­batieron sus paisanos, sino tachándolo de arrivista y logrero, según dice Oviedo y Arce, y al estampar esas palabras en su informe, da pruebas de ser un pésimo gramático, porque arrivista no tiene signi­ficado y logrero es un nombre extemporáneo y por lo tanto fuera de lugar. Si Oviedo, ha creído que era preciosa y urgentísima tarea la de combatir infundadamente una teoría que no tenía nada de desca­bellada, porque La Riega perseguía una incógnita, como era la nebu­losa de Colón, prueba también que lo movía un impulso más de animo­sidad personal que de contrario a la tesis, y no es de esa manera a nuestro juicio, como se hace tarea de acrisolamiento histórico, como él titula su científica labor, muy meritoria por cierto en cuanto al análisis; peio en extremo antipática por los duros e incalificables car­gos hechos a un conterráneo de tan alta intelectualidad.

Además, si consideraba labor patriótica defender los fueros de la verdad para mayor nitidez de la historia, debió combatir la tesis en todas sus partes, porque el libro COLON ESPAÑOL no se reducía a presentar documentos de prueba, sino que abarcaba consideraciones generales y argumentos tan preciosos, que no hubiera sido fácil a su contradictor destruirlos con el solo auxilio de la filología y la paleo­grafía, artes en extremo resbaladizas y en las que es muy difícil no incurrir en lamentables errores.

Pero vamos al grano, que es lo que interesa.

Dice Oviedo y Arce que “antes y después de García de la Riega han leído el apellido Colón en antiguos manuscritos o impresos espa­ñoles, y aún galaicos y pontevedreses, los que estudiaron las Crónicas de Navarra, los anales de Aragón, las Actas Eclesiásticas y Civiles de Cataluña y la Historia y Toponimia de las Islas Baleares, y el Arzobispal de Santiago, y los Parroquiales de varias iglesias de esta archidiócesis compostelana, y los locales, públicos y particulares, de Pontevedra mismo. Pero ni éstos, ni aquéllos, ni los de ayer, ni los de hoy, o maestros en la difícil ciencia de la Historia, o avizores de ■las glorias patrias, han pensado jamás que el parentesco fonético de las voces Colón, Collon, Culón, Colom o de Colon, frecuentemente repe­tidas en las más puras fuentes históricas españolas, con formas de romances indígenas, o con forma castellanizada sobre formas catala­nas, francesas o italianas del apellido que inmortalizó el gran nave­gante genovés, podía inspirar, ni menos fundamentar, un nuevo con­cepto acerca del origen y pati-ia de Colón.

Estas declaraciones de Oviedo y Arce, serían suficientes, como ori­ginarias de la más furiosa impugnación, para dejar asentado y con­firmado que el apellido Colón es genuinamente español. Porque si en crónicas de Navarra y Aragón, actas y otros escritos figura con nota­ble superabundancia este apellido que no se encuentra en ninguna otra nación de la tierra, es evidente que es de estirpe española y par­ticularmente de Galicia, no tan sólo porque así lo acredita la Filolo­gía sino porque el mismo Oviedo y Arce nos manifiesta que en el Ar­zobispal de Santiago, parroquias de varias iglesias de esta archidió­cesis y en locales públicos y privados de Pontevedra, este apellido era bastante común.

Suponemos que nadie pueda refutarnos esta apreciación, porque de lo contrario, sería tildar de embustero a Oviedo y Arce, que así nos lo afirma con lujo de detalles y profunda convicción. En cuanto a las variantes del apellido que cita, o bien Oviedo y Arce desconocía en absoluto la filología, o habría de convenir con nosotros que tanto Colón, como Collon, como Culón, son modalidades galleguísimas al igual que Colo, Callón, Cuncon y veinte mil más que son derivados o raíces de nombres propios de Galicia. Y si estos nombres propios han sido en principio nombres comunes significativos, el de Colón no tiene discusión posible.

Si hemos de admitir que sólo en Galicia pudo formarse este ape llido, al buscar la etimología de la voz, vamos a parar necesariamente a una raíz gallega o nombre común significativo, puesto que si de cunca (taza) el aumentativo es Cuncón, (taza grande) de Colo (cue­llo) según ya lo ha advertido el Sr. Riguera Montero, se formaría el aumentativo Colón (cuello anormal por lo irregular) y como estos nombres proceden regularmente de las cosas entre las cuales no fue­ron una excepción los defectos físicos, es de presumir que el origen de esta palabra, procediese de un individuo que pudo significarse por un extraordinario cuello, siendo la raíz un mote o nombre propio signi­ficativo.      ‘

Y   si esto es innegable en sana filología, tendremos que convenir que tanto por su significado, como por su raíz, esta palabra es inde­fectiblemente gallega.

Pero Oviedo y Arce al constatar con abundantes citas que el ape­llido Colón era hasta cierto punto vulgar en España, no lo hace cier­tamente con el objeto de extender carta de naturaleza al apellido y demostrar su procedencia española, sino — y esto es lo más triste

—  nea;ar a La Riega la paternidad del vocablo, por donde se advierte que Oviedo y Arce no iba contra la obra, sino contra el hombre.

Que el apellido Colón, por otra parte se hallase extendido por Es­paña, no quiere decir que no sea gallego, pues la historia nos demues­tra que los -reyes de Galicia ganaron toda la antigua provincia de Lusitania con Mérida su capital. Sujetaron a su dominio la provin­cia de Betica con su capital Sevilla. Rindieron la provincia Cartagi­nense. Ganaron lo que fué después Castilla la Nueva con Toledo y toda Castilla la Vieja; sujetaron toda la costa septentrional de Es­paña, y las Vasconias hasta los montes Pirineos y saquearon a Za­ragoza y Lérida.

Afirma el eruditísimo doctor Huerta — que figura en el Catálogo de autoridades de la Lengua — y con él convienen todos los clásicos historiadores, que fué el rey de Galicia el primero que, oprimiendo la potencia de los romanos, se hizo monarea de casi toda España, cuya primera y única silla real estaba de asiento en el antiquísimo reino de Galicia. Don Diego de Saavedra, dice asimismo, que el reino de Galicia en aquellos tiempos, comprendía las Asturias y la Cantabria y se le habían incorporado tantas provincias conquistadas, que era como monarca de España y mandaba treinta naciones diversas.

Para negar todo lo apuntado, según afirma un sapientísimo jesuí­ta, sería necesario quemar todas las’historias españolas, o cuando me­nos las más antiguas, las más clásicas y graves que escribieron, los que comunmente son llamados padres de la Historia española. Y aun cuando perecieran las historias, quedarían vivos los nombres de innu­merables tierras, ríos, poblaciones y familias extendidas por tod? España que reclaman por la patria, origen y nombre de sus conquis­tadores, pobladores y progenitores gallegos. ¿Qué, pues, tendría de extraño, que ese apellido se extendiera por la península y se encuen­tre en las Crónicas de Navarra, los Anales de Aragón y las Actas Eclesiásticas y Civiles de Cataluña? ¿’0 es que el Sr. Oviedo y Arce entendía que al emigrar el individuo, el nombre quedaba colgado de un clavo en la frontera? Alegatos son los de Oviedo y Arce, bien débiles para combatir la razón de las inducciones de La Riega.

Infantil es, también, la observación de Oviedo y Arce, quien se ex­traña que a todos cuantos vieron el apellido Colón, Collon, Culón en los citados documentos, no se les ocurriera suponer que ese apellido podría ser el del Descubridor de América y que esta sospecha sólo pudo caber en el cerebro de La Riega de quien dice, le estaba reser­vada concepción tan peregrina.

Pero es que cuantos vieron ese apellido en los infolios y cronicones, ignoraban que abundasen los vocablos gallegos en los escritos de Co­lón y que ciertos accidentes geográficos de la provincia de Ponteve­dra, coincidían con otros tantos lugares bautizados por el Almirarite en las Indias Occidentales. A La Riega no le bastó hallar el apellido Colón en los documentos pontevedreses, puesto que él mismo nos cuen­ta que leyendo el libro NEBULOSA DE COLON del ilustre acadé­mico de la Historia Sr. Fernández Duro, se arraigaron más sus con­vicciones. Sabía asimismo, que la oriundez italiana estaba todavía 3n litigio según afirmativa da los más ilustres biógrafos de Colón.

Todo esto, seguramenxe, .lo ignoraban aquellos que investigando crónicas, anales y actas, hallaron ese apellido en sus rebuscas histó­ricas. Por otra parte, lo que llamó Altamira “idolatría del libro”, y él “dogma petrificado”, era más que suficiente para desvirtuar el chis­pazo de una idea que tropezaba. con la tradición; tradición que se interponía como un muro de granito para cerrar el horizonte de las investigaciones. ¡A cuantos, sin embargo, habrá asaltado la idea viendo surgir de la oscuridad de los pergaminos el homónimo de nom­bre tan esclarecido!

Véase pues, cuán desafortunado anduvo el Sr. Oviedo y Arce con sus ataques a La Riega en las consideraciones generales. Veamos ahora si fué más afortunado como paleógrafo, ya que a desvirtuar sus cargos tiende principalmente nuestro trabajo.

De los veintiún documentos pontevedreses que García de La Rie­ga y sus continuadores estimaron como colonianos, Oviedo y Arce sólo acepta como genuínos CINCO que incorpora en una serie titu­lada A.

Acepta también y sólo en cuanto al apellido, el documento de la Serie que titula B. 1., o sea el primero de la segunda.

De manera que, según Oviedo y Arce^ seis de los veintiún docu­mentos, cinco son completamente genuinos y uno asimismo genuino en cuanto al apellido.

Veamos que documentos son los aceptables:

  1. ° de la Serie A:—Este documento, según La Riega, es el primero de los documentos pontevedreses descubiertos por Don Telmo Vigo de Pontevedra, en 1891 y nom­bra como foreros del monasterio de Poyo, próxi­mo a aquella ciudad, a Juan de Colón, mareante y su mujer, Constanza de Colón, vecinos de La Moureira, arrabal de Pontevedra, en 1519.
  2. a       de la Serie A: — Contiene una relación de créditos de la Cofradía

 

de Mareantes de San Miguel de Pontevedra, que dice: «deve A° de Colon quatro maravedís do viaje a Aveiro”. La Riega da como fecha para este documento un año de los comprendidos en­tre 1480 y 1490. Oviedo y Arce niega esta fecha, alegando que en las líneas precedentes del docu­mento, se lee: “Iten, quedaron a dever los dichos Pero Nuñez con Gómez García, bicarios bellos del año pasado de noventa y nueve años, un du­cado de oro”. Lo que efectivamente es cierto; pero Oviedo y Arce, pudo apreciar como nosotros del texto de la escritura, que se trata de una re­lación de cuentas atrasadas y que en sí en algu­nos capítulos de deudas se hace mención de la fecha o año, en otros no se especifica. Da Ovie­do y Arce como fecha para este documento el año 1500 o mil quinientos y tantos. Y en cuanto a que el documento está escrito en lengua que es castellana resabiada, es un motivo más a fa­vor de La Riega, que tradujo o interpretó la abreviatura A® por Antonio, lo que Oviedo y Arce niega para decir que quiere expresar Alon­so. Verdaderamente es el colmo de la fatuidad paleográfica sacar conclusiones de esta naturale­za de una lengua resabiada.. Oviedo y Arce no nos dice en que reglas se apoya para una afirma­ción tan absoluta, ni nos muestra ejemplos para considerar su teoría. Lo hace a título de autori­dad en el arte que profesaba.

  1. °       de la Serie A: — El único documento — dice Oviedo y Arce — descubierto después de publicado COLON ESPA­ÑOL, referente a Juan de Colón (1529) y foto­grabado la revista Mondariz (Suplemento de La Temporada de Mondariz) de 15 de Marzo de 1917. Como Oviedo y Arce lo da por genuino, nada tenemos que añadir a lo dicho.
  2. °       de la Serie A: — Este documento es un letrero de caracteres germánicos grabado en el paramento interior de una capilla en la iglesia de Santa María la Grande, de Pontevedra, que dice así: “Los do cerco: de Yuan Neto: y de Yoan de Colón feceron esta capilla”. Como este comprobante está cincelado en piedra y no es posible discutir los trazos de las’ grafías, ni achacarlo al sambenito de las manipulaciones, ni se puede alegar la reac­ción química; ni constatar por medio de emi- nenies doctores, que para alterar los rasgos de las grafías, se hizo uso de la solución amoniacal   de ácido sálico, el bueno de Oviedo y Arce dá a site documento pétreo, el título de genuino. Pero como todo su empeño se reduce a demostrar quc¡ estas pruebas son posteriores al descubrimiento, deja a un lado el argumento de la solución amo­niacal de ácido oxálico, para afirmar “que por los caracteres gráficos de esta inscripción, muy usa­dos en Galicia en el último tercio del siglo XV y el primero del XVI, que puede fecharse esa ins­cripción como del año 1518. Es decir: que el mis­mo confiesa que esos caracteres estaban en uso en el último tercio del siglo XV y sin embargo le asigna el medio tercio del primer tercio del xvi. Si esto es crítica ¡ que venga Dios y lo vea!

Apoya además su presunción — aunque para nosotros las presunciones no tienen valor alguno

—  en un documento de los también aportados por La Riega y que lleva el No. 5 de la Serie A, que también estima genuino, donde se acredita el pago de algunas cantidades donadas para la obra nueva de Ntra. Señora, del año de quinientos e seis. Esta escritura notarial, es sobre liquida­ción de cuentas de la obra nueva de dicha iglesia, entre cuyos donativos hay uno que dice: “yten deíl cerco de Joan de Colón e Vieyto Carraan, atalieyros, diez dineyros”. Agrega Oviedo y Arce que se trata pues de un Juan de Colón, anterior a 1529 y en sociedad de pesca con Vieyto Carraan, que entregaron al mayordomo de la obra nueva de Santa María la Grande de Pontevedra, la can­tidad de diez dineyros.

Hemos de convenir que el donativo de Juan- de ‘Colón y de Vieyto Carraan, fué conjuntamen­te con muchos otros para obras de reedificación de la expresada iglesia y que nada tiene que ver con el grabado del paramento interior de la capilla, cuyo letrero de caracteres germánicos, corresponden al último tercio del siglo xv, cuya obra fué costeada exclusivamente por los “do cerco: de Yoan Neto i de Yoan de Colón”, por­que ellos fueron los que la hicieron según ex­presa claramente la inscripción.

Es decir: que Oviedo y Arce al confundir premeditadamente ambos extremos, lo hace con el deliberado propósito de asignar a este Juan de Colón una fecha posterior al otro Juan de­Colón, marido de Constanza de Colón, que figu­ra en un contrato de aforamiento, en lenguaje gallego, de la huerta y heredad de Andurique- hecho en 13 de Octubre de 1519 por el monaste­rio de Poyo al mareante del arrabal de Ponte­vedra Juan de Colón y a su mujer Constanza de Colón, que efectivamente, puede ser el mismo, porque diez años en la vida de un hombre pocc demuestran. De todas maneras los datos acre­ditan la existencia en Galicia de este Juan de Colón, antes de efectuarse el descubrimiento de las Indias Occidentales.

  1. ° de la Serie A: — Este documento o escritura notarial, es la que acabamos de referir sobre liquidación de cuen­tas de la obra de la Iglesia de Santa María la Grande, donde figura como se ha visto a Juan de Colón, contribuyendo con Vieyto Carraan a la reconstrucción de la referida Iglesia. Como Oviedo y Arce lo estima también genuino, nada hemos de añadir a lo ya apuntado.

De la Serie B, ya hemos dicho que Oviedo y Arce considera en par­te genuino, el 1.° de la Serie. Todos los demás los rechaza.

Este primero de la Serie, lo estima aceptable en cuanto al apellido de Colón; porque en cuanto ál nombre CRISTOBO — según dice — ha sido ánima vil de las manipulaciones del invencionero La Riega.

Doy por lo tanto, — añade Oviedo y Arce — a los textos de esos seis documentos en que se lee el apellido de Colón, todo el valor que merecen ante Ja crítica, los documentos sinceros e inmaculados; esto es, la total autenticidad diplomática. Hemos de advertir aquí, que todos estos documentos genuínos no los tuvo Oviedo en sus manos.

Añade que estos seis documentos pontevedreses, ganuinos, pero no colonianos, en el sentido de G. de la Riega, corren de 1496 a 1529. El más antiguo, el de de Colón de 1496, vivía en esta fecha en Ponteve­dra, según dá a entender el documento. , ¿Desde cuándo? A mí me parece — continúa Oviedo — que se trata de un Colón catalán que arraigó en Pontevedra en la segunda mitad del siglo xv. Bueno es advertir también que eso del Colom catalán, resulta una verdadera obsesión para Oviedo y Arce.

Antes de enfrascarnos en más hondas consideraciones, nos parece oportuno combatir un extremo importantísimo. . Vamos pues a dete­nernos un momento en el documento genuino que Oviedo y Arce espe­cifica como A 4.° de la Serie, o sea la inscripción de caracteres ger­mánicos, grabados en el paramento interior de una capilla de la igle­sia de Santa María la Grande, de Pontevedra.

La Riega no estuvo muy acertado al decir que esta letra gótico- alemana para las inscripciones en piedra, se usaba en el primer ter­cio del siglo xvi, puesto que si bien se conservaban reminiscencias de su uso, ya estaba en decadente desuso. De estas manifestaciones de La Riega, se agarró Oviedo y Arce para asegurar muy formalmente que estos caracteres gráficos eran muy usados en Galicia en el último tercio del siglo xv y el primero del xvi.

Basta echar una mirada sobre los caracteres de esa inscripción, para reconocer que son del más puro estilo gótico alemán, y que si no datan del siglo xiv, proceden seguramente de la primera mitad del siglo XV, puesto que de la antigua iglesia de Santa María, se tomaron los cimientos para la reedificación del nuevo templo, construido a •expensas de los mareantes, y por esta causa y por la amplitud que se dió a la nueva iglesia, hubo de ser conocida por Santa María la Gran­de. De fecha anterior a ]a reedificación, data seguramente ]a inscrip­ción que fué entonces cubierta con el paramento de un altar que al ser derribado en nuestros días, vino providencialmente a testificar la existencia de los Colones en Galicia en ,1a segunda mitad del siglo XIV o primera mitad del xv, si tenemos en cuenta la pureza de la escri­tura mural, porque sólo en estas épocas la letra gótica alemana acu­saba el estilo que se observa y que se destaca sobre la redonda, y la cortesana, que compartían con la alemana los estilos en uso para las lápidas, inscripciones murales y para las escrituras de privilegios y albalaes. La alemana se usó entonces en las lápidas y los códices, y se diferenciaba de la francesa del siglo XII, en ser más abierta y ter­minar en ángulo las extremidades superiores e inferiores.

La reconstrucción o ampliación de esta iglesia, debió comenzar an­tes del Descubrimiento y el trabajo de reedificación pudo ser lento, como todos cuantos se acometen eon donaciones y limosnas. Esto nos ha sugerido la sospecha de que Colón, como todos cuantos se hallan apegados a la tradición, hubiera podido bautizar una de las islas en su segundo viaje con el nombre de Santa María la Antigua, (1) refi- diéndose quizás a la iglesia de Santa María de Pontevedra, patrona de mareantes que pasaba a denominarse la Grande por las obras de reedificación y ampliación que se llevaban a cabo, y como religioso tributo a su protectora Santa María, a quien se encomendó en su se­gundo viaje y para distinguirla, quizás también de la Santa María del primero.

Pero siguiendo en nuestro propósito, añadiremos que el estilo góti­co alemán empezó a decaer en los comienzos del siglo xvi, y no sería ciertamente en Galicia, donde en las postrimerías del estilo, se gra­base tan perfecta y primitiva inscripción mural.

A partir de estos seis documentos genuínos, el Sr. Oviedo y Arce ataca con toda la dureza de los epítetos al Sr. La Riega, y todo lo que resta de la prueba documental es para él vil falsificación.

Que ciertos documentos objeto del ataque de Oviedo y Arce han sido retocados, no cabe duda ni negaremos tampoco nosotros tal ex­tremo. Son particularidades que saltan a la vista, no tan sólo porque el color de la tinta se señala aún en las mismas reproducciones foto­grabadas, sino que también las siglas y nombres, se pronuncian o des­tacan, comparándolas con las otras grafías de los documentos.

En el documento que Oviedo y Arce titula B 1: ya hemos visto que refuta el monograma de Cristobo. En el B 2: tilda asimismo de apócrifa la aclarante Bartolameu de Colon e Ac da Nova. La Riega confiesa ingenuamente que estas palabras y otras aledañas, fueron recalcadas por aparecer algo desvanecidas, y por desconocer el arte de la fotografía, pero sin que el documento sufriese alteración alguna. Claro está que Oviedo y Arce no lo cree y dice que por lo visto, La Riega ignoraba que un documento recalcado (que los continuadores de su obra llaman avivado o revivido) es un documento por lo menos inutilizado, sin la menor garantía de integridad y genuidad, y que sólo sería admisible en el caso de que bajo las grafías recalcadas, se per-

(1) El que en otras poblaciones de España, existieran iglesias con la misma denominación, f?ts unn razón de más para apoyar nuestra congetura.

cibieran claramente las primitivas, como ocurre con los palimpses­tos, pero que ni aún esto puede aceptarse, porque se ha tenido tiuen cuidado en raspar las primitivas gratias, en íorma tal, que no quedase de ellas ninguna huella. A esto agrega ei Sr. Serrano Sanz, Catedrá­tico de la Fecultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zara­goza, a quien Oviedo y Arce se agarra como lapa a la peña, que «lo que en realidad hay, es que las palabras Bartolameu de Colon, son de letra moderna y completamente distinta de la demás del documento» ¡pero, hombre de Dios! ¡Si ya La Riega dijo que fueron recalcadas por aparecer algo desvanecidas en el original!

Y   a este tenor discurre en los restantes documentos, diciendo de unos que están admirablemente falsificados, y de otros, que son una burda suplantación de las grafías primitivas. Compara el estilo gráfi­co; busca relación en los trazos, analiza el carácter cursivo y procesal de la escritura y hace parangón con ‘las grafías genuinas y las que él llama falsificadas. Todo esto con la ayuda del análisis microscópico de las tintas. En ocasiones, y después de un somero examen ocular llama a La Riega “habilísimo dibujante” y reconoce que ias grafías han sido trazadas con gran nitidez, como ocurre en el documento que registra con la denominación de B 5; y otras como en el B 7, dice que la alte­ración es tan patente, que salta a la vista del ojo menos experto.

¿En qué quedamos? ¿La falsificación es hábil o es imperfecta? Porque en crítica paleográfica no caben los términos medios.

Resultaría un trabajo interminable seguir a Oviedo y Arce por el campo de sus investigaciones paleográficas y motivo de un libro, el combatir uno a uno los argumentos de su ciencia diplomática, que esta y no otra es la labor que realiza en su apasionado informe.

Admira la seguridad con que desmenuza los conceptos y establece conclusiones con su hermenéutica pueril y desde luego, incierta, por­que sabemos por experiencia, la dificultad que ofrece lo que él mismo llama exégesis caótica de la esditura del siglo XV y siglo xvi. Para dar una idea de las dificultades que ofrece el análisis de estos verda­deros laberintos de la escritura, que llegó por aquellos tiempos a la más lamentable corrupción, copiaremos los párrafos de una carta, escrita en estilo burlesco por Don Antonio de Guevara, obispo de Mondonedo, a su amigo Don Pedro Girón:

“He querido señor, contaros estas antigüedades, para ver esta vuestra carta, si fué escrita con cuchillos, o con hierros, c con pin­celes, o con los dedos; porque según ella vino tan no inteligible, no es posible menos, sino que se escribió con caña cortada o cañón por cor­tar; el papel grueso, la tinta blanca, los renglones tuertos, las líneas trastocadas, y las razones borradas, de manera, que o vos señor la escribistes a la luna, o algún niño que era aprendiz en la escuela: las letras (cartas) de vuestra mano escritas, no se para qué se cierran y menos para qué se sellan, porque hablando la verdad, por más segu­ra tengo yo a vuestra carta abierta, que no a vuestra plata cerrada; pues a lo uno no le abastan candados, y a lo otro le sobran los sellos. Yo di a leer vuestra carta a Pedro Coronel para ver si venía en he­braico; dila al maestro Prexamo para que me dijese si estaba en cal­deo; mostrésela a Hamet Abducasín para ver si venía en arábigo; dísela también al Sículo para que viese aquél estilo, si era griego; en- viésela al maestro Ayala para saber si era cosa de Astrología; final­mente, ‘la mostré a los alemanes, flamencos, italianos, ingleses, esco­cíanos y franceses, los cuales todos me dicen que o es carta de burla, o escritura encantada”.

Esto, aunque con la exageración burlesea consiguiente, dá una idea de lo que era la escritura llamada procesal, que en vano los reyes Católicos prohibieron, en vista del uso inmoderado que de ella hacían los escribanos; pero a pesar de las disposiciones reales, siguió usán­dose con preferencia a la escritura llamada cortesana, hasta el extre­mo de que no sólo ofrece hoy dificultades muchas veces insuperables para su interpretación, sino que en su tiempo era ya casi ilegible, se­gún lo afinman muchos contemporáneos, y según podemos apreciarlo por los documentos conservados en nuestros archivos.

Por lo tanto, ya pueden imaginarse nuestros lectores hasta qué punto pueden tomarse en serio las afirmaciones de Oviedo y Arce, que nos habla de tt, gemelas y oo, autónomas en unos escritos en que las letras, bailando una zarabanda infernal, pocas veces responden a la regularidad; en que los trazos son caprichosos y las abreviaturas, con el auxilio de la tilde, toman apariencias inverosímiles. Añádase a esto, que muchos de los escritos y documentos que sirvieron para la búsqueda, no están escritos ni en castellano ni en gallego, porque es una verdadera mezcolanza de palabras, que pocas veces expresan lo que realmente quieren decir, y la prueba paleográfica será siempre, en síntesis, fruto de una opinión; pero jamás alegato de convenci­miento.

En otro orden de cosas, >la obra conjetural de La Riega, es verda­deramente maravillosa, descartando aquellas apreciaciones, fruto más bien de su sano entusiasmo, que de una razonada y fría argumenta­ción. Ya hemos dicho que La Riega se dejó obsesionar por la singula­ridad del apellido Fonterosa que unido al de Colón aparecieron en unas fojas de pergamino halladas por el Sr. Sampedro y el Sr. Casti- ñeira en el archivo del Ayuntamiento de Pontevedra y que fué base de la conferencia pronunciada por el Sr. García de La Riega en la Sociedad Geográfica de Madrid.

Para proclamar la inocencia de La Riega en el cargo de falsario que le han atribuido los Sres, Serrano y Sanz, y Oviedo y Arce, bas­tará hacer una ligera semblanza del ilustre vindicador.

Nació en Pontevedra el 26 de Agosto de 1844. Fué político y es­critor muy notable y en 1868 era ya muy conocido y apreciado en Galicia por la parte activa que tomó en las tareas de la prensa, fun­dando y dirigiendo varios periódicos; entró en la carrera administra­tiva mediante oposiciones y desempeñó cargos importantes en la isla de Cuba, entre otros, los de jefe de política interior y exterior y secretario del gobierno de la Habana en 1878. De regreso a la penín­sula representó en Cortes al distrito de Cambados en 1886 y 1887 y fué Gobernador de León de 1888 a 1890; jefe de la sección de presu­puestos del Ministerio de la Gobernación en 1892 y 1893 y contador de la Sala de Ultramar del Tribunal de Cuentas en 1898. En 18í>3 cooperó con los Sres. Azcárate y ArrilOaga, en las tareas de la junta creada para organizar la Estadística del Trabajo. Entre sus obras literarias e históricas merece especial mención la titulada La Galleya.,

 

{Da un apunte a pluma, del autor)

nave capitana de Colón y después de esa publicación, le dió gran noto­riedad la conferencia pronunciada en la Sociedad Geográfica de Ma­drid en Diciembre de 1S9S sobre la patria de Colón. García de La Riega descubrió documentos inéditos del siglo xv y ha hecho estudios de crítica ¡histórica muy razonada, que le sirvieron, de base para refor­zar los argumentos de los que niegan que Colón naciera en Génova, a la vez que aducía numerosos datos, por virtud de los cuales, cabe presumir que ‘Colón era oriundo de Pontevedra o de algún lugar pró­ximo a este puerto. Sobre este asunto estaba preparando en 1899 un extenso libro con la reproducción de todos los documentos citados:. Estas son las noticias que de la personalidad del ilustre La Riega, nos dá el Diccionario Enciclopédico Hispano Americano. Este el arrivista,, el invencionero, el intruso, el logrero y el csco.moteador de que nos habla Oviedo y Arce.

Pero lo que no nos dice el Diccionario, es que el libro en prepara­ción titulado Colón Español fué publicado en el año 1914 y que tuvo una resonancia enorme, y perdónesenos que empleemos este califica­tivo no muy apropiado; pero que expresa e>l máximum de notoriedad que puede alcanzar un libro.

Hemos indicado anteriormente, que uno de los documentos que más influyeron en la decisión de La Riega, fué hallado por los Sres. Sam- pedro y Castiñeira; el primero Presidente de la Sociedad Arqueológica y cronista de la provincia de Pontevedra, y el segundo abogado y persona peritísima en asuntos de arqueología. Esto por sí solo, ya era una garantía de seriedad y de autenticidad, y máxime cuando el Sr. Sampedro, que sepamos, no es partidario de la tesis COLON ES­PAÑOL. Estos señores vieron antes que La Riega el contexto de dicho documento, que es un acuerdo del Consejo de Pontevedra, fecha 1437, en que se ordena el pago de maravedises a Domingos (ds) de Colón y Benjamín (bn) Fonterosa, por un servicio de acemileros en la conducción de pescado al arzobispo .de Santiago.

Pues bien: este documento, es uno de los más criticados por Ovie­do y Arce, que dice a este propósito lo siguiente: “Basta observar que la mancha que se extiende por el papel de este documento sobre las grafías del supuesto contenido coloniano y lap de las vecinas líneas encima y abajo, y sobre las de otros folios precedentes y subsiguien­tes a este folio 26, no tiene la coherencia de forma y dimensiones que sería natural si líuera producida a un mismo tiempo por un agente inconsciente (que es lo que se ha pretendido), para ver en ello alf/o sospechoso. Añádase que en las grafías colonianas de este documen­to, percibense a simple vista toques de la tinta violácea con que mo­dernamente han sido trazadas. Aún se perciben también en las gra­fías aledañas; indicando que se trató de dar un tono común al color del grupo gláfico que incluye el contenido coloniano del presente do­cumento. Mnada la página al trasluz, todo esto es patente. Se vé claro que la dicha mancha del papel reproducida también por el foto­grabado, es obra de un ácido intencionalmente capaz de aquél efecto, la unidad de entonación”. Y aunque Oviedo y Arce, cuando le con­viene, dice de estos documentos, que están escritos en lengua caste­llana resabiada, termina después de otras consideraciones, de esta manera: ‘El amanuense… por tratarse de nombres romances, no osaba tocar a lo fonético y morfológico de los nombres hebráicos cuyas leyes gramaticales le eran desconocidas: bn es, por lo tanto, inadmisible como abreviatura de Benjamín”. Y así es como discurre Oviedo y Arce con su crítica paleográfica.

Pero tenemos otro testimonio de peso para la autenticidad de los nombres colonianos del referido documento. Don Prudencio Otero y Sánchez, cuya respetabilidad no creo pueda ponerse en tela de juicio, dice así en el Capítulo Primero de su libro ESPAÑA, PATRIA DE COLON: “En una de las visitas que hice a mi amigo La Riega an­tes de irme a América, allá por el año 1907, tuve en mis manos todos los documentos que él compulsara, y declaro que no vi en ninguno de ellos, la más mínima alteración; pero sí recuerdo que en algunos podía leer con dificultad, porque la acción del tiempo pusiera la tinto, amarilla y desvaída, valiéndome de una lente, el apellido COLON, y en otro, al terminar la segunda o tercera línea, el apellido FON- TEROSA”.

Una vez preparado su libro COLON ESPAÑOL, suponemos — y en esto no creemos andar mal fundados — que La Riega tropezó con el inconveniente de reproducir por medio del fotograbado, unos docu­mentos tan desvanecidos por el tiempo y decidió avivar (aunque esta palabra haya sonado mal o los oídos de Oviedo y Arce) aquellos pa­sajes, y sobre todo las grafias de su tesis coloniana, para que su libro adquiriese toda la importancia de la prueba documental. Fué un lamentable error, cuyas consecuencias vienen ahora palpándose.

De todas maneras entre los impolutos y los aportados por el Sr. Otero y Sánchez, el apellido Colón de los documentos ponteve- dreses, que no pueden ser refutados, acreditan la existencia de Colo­nes en Galicia y si en unos se determinan los apellidos claramente, no sé porque han de refutarse los otros tan desconsideradamente criti­cados por Oviedo y Arce.

En los últimos años de su vida, según lo noticia Don Prudencio Otero, La Riega agobiado por el peso de los años estaba casi ciego. Sin embargo Oviedo y Arce nos habla de habilísimas falsificaciones que no se avienen verdaderamente con las dificultades extremas que representan para un anciano a quien llama Oviedo y Arce “tan hábil calígrafo como torpe paleógrafo”, y esto lo dice su impugnador por­que se “olvidó de poner la tilde transversal en el palo inferior de una p, en una de sus tantas supuestas falsificaciones. No se le ocurrió que el amanuense que escribió el documento pudo cometer esa omi­sión. ¡Tenía que ser La Riega que raspaba, interpolaba, usaba la acción transformadora del ácido sálico, retocaba y suplantaba en me­dio de los achaques de su ceguera, los documentos pontevedreses í

Y  ahora viene, a nuestro juicio, lo más grave.

Cierto es que La Riega cometió la insigne torpeza de avivar cier­tos documentos, puesto que él mismo, sin excitaciones, lo ha declarado. Pero de eso, a raspar, emplear ácidos y trazar con mano segura gra­nas que se tuvo buen cuidado de escribirlas con cierta torpeza para que resaltase el engaño… hay una diferencia inmensa.

¿Quién pues, cometió es:os fraudes si son ciertos los testimonios de Oviedo y Arce?     .

El Sr. Prudencio Otero y Sánchez en su libro ya mencionado, nos dice lo que sigue: “Al regreso de otro viaje mío a Buenos Aires, en 1913, hallé publicada la obra de La Riega, y ya éste próximo a morir. La repercusión del escrito de La Riega, fué tal en España y en el ex­tranjero, que alguna de las naciones americanas varió sus libros de enseñanza, salvando el error histórico que el Almirante, por su propia conveniencia, quiso producir al estampar en su institución mayorazga, lo que de “Génova salí y en ella nací”. Y esto fué causa de que, pues­tos de acuerdo el presidente de la Diputación y el Alcalde del Ayun­tamiento de Pontevedra — ya fallecido La Riega — invitasen a una asamblea magna, formada por personas de la capital, para buscar forma y modo de que la Real Academia de la Historia emitiese su opinión sobre la tesis sustentada por García de la Riega». “En eila se nombró una comisión, compuesta por los Sres. Don Rafael López de Haro, notable escritor, abogado y notario; Don Renato y Don Tor­cuata Ulloa Varela, escritores; Don Luis Lueso y Don Angel Míguez, periodistas, nara que se viesen con el hij’o de La Riega y examinasen los documentos que su padre había fotografiado en el libro COLON ESPAÑOL, pues se decía públicamente que esos documentos habían sido alterados, y así lo manifestaba en una Revista de Arqiicologia, Bibliotecas y Museos, persona tan autorizada en la materia, como el Sr. Serrano Sanz”.

“Hecha pues, la inspección de estos documentos por la Comisión nombrada, halló que, efectivamente, la mayoría de ellos tenían señales de haber sido alterados, y dió cuenta de su misión al Ayuntamiento, terminando así el cometido».

Ahora bien: ¿Cómo realizó el Sr, Serrano Sanz su examen?

¿A qué manos fueron a parar esos documentos después de haber sido fotograbados por La Riega?

Puntos son estos que son de necesidad aclarar, porque una cosa es reavivar documentos y otra falsificarlos.

Porque el reavivar, puede salvar los documentos del naufragio, ya que su estuuio no es tan difícil con el auxilio del microscopio; pero el falsificar, ya es harina de otro costal, puesto que los inutiliza com­pletamente.

En otro párrafo de la obra del Sr. Prudencio Otero y Sánchez, leemos: “Cumplí fielmente el encargo del Sr. Sampedro, escribiendo y remitiendo a mi amigo Calzada, el trabajo del Sr. Serrano y Sainz; pero como yo tenia el convencimiento de haber visto parte de aquellos documentos sin mácula de ningún género en los apellidos Colón, y además una idea clara y perfecta de la inteligencia de mi amigo La Riega, declaro que no quedé convencido ni me convencerá nadie de que los documentos estuviesen adidterados por él.

En esto convenimos con el Sr. Otero y Sánchez.

El Sr. Serrano y Sainz hizo su crítica teniendo a la vista los foto­grabados del libro de La Riega y por lo tanto, no puede sernos sos­pechosa su intervención, puesto que sus vacilantes cargos, e inadmisi­bles, tratándose de examen ocular sobre reproducciones, poca fé puede hacer en tan complicado asunto, si exceptuamos su opinión personal que en ciencia dipiomática no tiene para nosotros valor alguno.

Oviedo y Arce refiriéndose a los diez y seis documentos de la Serie E, o sean de los veintiuno de la prueba de García de la Riega, sobre los restantes, después de dar por buenos los cinco de la Serie A, y el primero de la serie B, dice: “Cuanto a los diez y seis documentos de la serie B, (hecha la salvedad del B 1), no vacilo en afirmar, de los trece primeros, los que EXAMINE para este informe, ya DIREC­TAMENTE DE LOS ORIGINALES (que fueron el B 1, B 3, B 9, B 10, y B 11) ya eu los fotograbados del libro Colón Español que son los (B 2, B 4, B 5, B 7, B 8, B 12 y B 13) y en el que se imprimió en la revista de Vigo, intitulada Vida Gallega, de 15 de Julio de 1911 (el B 6) que no son admisibles.

Ahora bien: si Oviedo y Arce nos manifiesta que los documentos B 2, B 4, B 7, B 12, y B 13, han sido examinados sobre fotograbado ¿por qué afirma que los originales han sido raspados, teniendo como único medio de comprobación para ello, los fotograbados publicados por La Riega en Colón Español?

¿O es que la capacidad paleográfica de Oviedo y Arce era tan ex­traordinaria, que en el campo incierto del fotograbado, sujeto a todos los matices de la impresión podía adivinar las estrías del acero sobre el documento genuino?

¡Milagros son estos de la ciencia Diplomática desconocidos hasta nuestros días!

Pero no es sólo esto. Ha podido también apreciar que la falsifi­cación ha sido ejecutada con pluma metálica que aún no se había des­cubierto en el siglo xvi. ¡El colmo de la observación y estupendo pro­digio de la lupa! ¡A nuestro entender y creemos que también opina­rán de la misma manera nuestros lectores, estos informes tan extraor­dinarios, sólo podría proporcionarlos el propio falsificador.

’ Ponemos por testigos a todos los paleógrafos del mundo en lo que se refiere por ejemplo, al documento clasificado por Oviedo y Arce con el B 10 de la Serie y 11 de orden, en Colón Español, para que nos digan, si en el estilo proceicd de esta escritura cabe la absoluta regu­laridad para poder puntualizar desligados de bb, de rr, y de aa y enlaces, espirales de trazados y otras zarandajas por el estilo. tan irregular la braquigrafía del estilo, en el documento citado, que retamos a los más eminentes paleógrafos a que nos fijen dos letras iguales en proporción y medida, y sin embargo el Sr. Oviedo y Ares, nos afirma magistralmente que en cuanto se refiere a las palabras Abraa fontarosa, caballo de batalla en este documento de la crítica, que la b, la r, y la a, aparecen desligadas, lo que desde luego es in­cierto; pero aun cuando lo estuvieran, sobran ejemplos en ese docu­mento para no arriesgarse a establecer semejante afirmación. Como otros ejemplos de irregularidad, en cuanto al mismo documento se re­fiere, podemos añadir que los palos de las //, unas veces tienen incli­nación vertical izquierda y otras inclinación vertical derecha; que el filio del segundo renglón es completamente distinto al filio escrito en el ll.u no obstante estar trazados por la misma mano y que esa letra redondilla con que dice el Sr. Serrano y Sanz fué escrita Abraá fon­terosa■, puede apreciarse a simple vista en otros pasajes del documento, porque, efectivamente, todo el escrito es una corrupción del estilo procesal y el llamado cortesano. No riñen pues, como dice el Sr. Se­rrano Sanz y apoya Oviedo y Arce, estas palabras con las restantes del documento a las cuales — agregan — no puede dárseles crédito alguno.

Por otra parte, quisiéramos saber a que ley de abreviaturas se acogió Oviedo y Arce para negar que (ds) Domingos nombre propio bastante familiar en Galicia, expresa otra cosa que lo apuntado por La Riega. Oviedo dice que no figuraba en el léxico gallego y que esta voz tampoco figuró antes, desde el origen de nuestro romance, ni figuró después hasta que, entrado el siglo xvi, la lengua gallega, decadente, quedó sometida a la influencia no sólo del castellano, pero también del portugués. Claro está que un buen crítico, no se contenta con re­futar una opinión contraria, sino que ejemplariza el hecho con argu­mentos contundentes; pero a Oviedo y Arce se le olvidó decirnos lo que expresaba (ds) ya que todo lo sabe o sabía. ¡Vaya una crítica que no analiza! ¡Se contentó con decirnos que pudo usarse la abre­viatura en el siglo XVI pero nunca en el XV!

Con este sistema de crítica histórica cualquiera resulta erudito.

De la misma manera niega que la abreviatura (A°) quiera expre­sar Antonio según ya lo apuntamos, y que (jb) signifique Jacobo. Referente a esta última abreviatura, dice, que lo mismo puede expre­sar Job o Joab. ¡Naturalmente! Pero Job o Joab no existieron nunca en Galicia y sí y con abundancia Jacobo. Rechaza igualmente Ies abreviaturas (bn) y (bej) para Benjamín; pero tampoco nos demues­tra lo contrario, de manera que, agarrándonos de un pelo a la lógica, aceptamos las interpretaciones de La Riega y refutamos las refutacio­nes infantiles del Sr. Oviedo y Arce.

Contra nuestro deseo hemos vuelto a enfrascarnos en disquisi­ciones paleográficas en los momentos que nos preguntábamos quien podría haber cometido los fraudes denunciados por Oviedo y Arce, puesto que las inculpaciones de Serrano y Sanz, como hechas super­ficialmente y sobre fotograbados, no tienen para nosotros importan­cia alguna.

 

Porque el reavivar, puede salvar los documentos del naufragio, ya que su estuuio no es tan difícil con el auxilio del microscopio; pero el falsificar, ya es harina de otro costal, puesto que los inutiliza com­pletamente.

En otro párrafo de la obra del Sr. Prudencio Otero y Sánchez, leemos: “Cumplí fielmente el encargo del Sr. Sampedro, escribiendo y remitiendo a mi amigo Calzada, el trabajo del Sr. Serrano y Sainz; pero como yo tenia el convencimiento de haber visto parte de aquellos documentos sin mácula de ningún género en los apellidos Colón, y además una idea clara y perfecta de la inteligencia de mi amigo La Riega, declaro que no quedé convencido ni me convencerá nadie de que los documentos estuviesen adulterados por él.

En esto convenimos con el Sr. Otero y Sánchez.

El Sr. Serrano y Sainz hizo su crítica teniendo a la vista los foto­grabados del libro de La Riega y por lo tanto, no puede sernos sos­pechosa su intervención, puesto que sus vacilantes cargos, e inadmisi­bles, tratándose de examen ocular sobre reproducciones, poca fé puede hacer en tan complicado asunto, si exceptuamos su opinión personal que en ciencia diplomática no tiene para nosotros valor alguno.

Oviedo y Arce refiriéndose a los diez y seis documentos de la Serie B, o sean de los veintiuno de la prueba de García de la Riega, sobre ios restantes, después de dar por buenos los cinco de la Serie A, y el primero de la serie B, dice: “Cuanto a los diez y seis documentos de la serie B, (hecha la salvedad del B 1), no vacilo en afirmar, de Ijs trece primeros, los que EXAMINE para este informe, ya DIREC­TAMENTE DE LOS ORIGINALES (que fueron el B 1, B 3, B !>, B 10, y B 11) ya eij los fotograbados del libro Colón Español que son los (B 2, B 4, B 5, E 7, B 8, B 12 y B 13) y en el que se imprimió en la revista de Vigo, intitulada Vida Gallega, de 15 de Julio de 1911 (el B 6) que no son admisibles.

Ahora bien: si Oviedo y Arce nos manifiesta que los documentos B 2, B 4, B 7, B 12, y B 13, han sido examinados sobre fotograbado ¿por qué afirma que los originales han sido raspados, teniendo como únko medio de comprobación para ello, los fotograbados publicados por La Riega en Colón Español?

¿O es que la capacidad paleográfica de Oviedo y Arce era tan ex­traordinaria, que en el campo incierto del fotograbado, sujeto a todos los matices de la impresión podía adivinar las estrías del acero sobre el documento genuino?

¡Milagros son estos de la ciencia Diplomática desconocidos hasta nuestros días!

Pero no es sólo esto. Ha podido también apreciar que la falsifi­cación ha sido ejecutada con pluma metálica que aún no se había des­cubierto en el siglo XVI. ¡El colmo de la observación y estupendo pro* digio de la lupa! ¡A nuestro entender y creemos que también opina­rán de la misma manera nuestros lectores, estos informes tan extraor­dinarios, sólo podría proporcionarlos el propio falsificador.

’ Ponemos por testigos a todos los paleógrafos del mundo en lo que se refiere por ejemplo, al documento clasificado por Oviedo y Arce con el B 10 de la Serie y 11 de orden, en Colón Español, para que nos digan, si en el estilo procei.c¿l de esta escritura cabe la absoluta regu­

 

laridad para poder puntualizar desligados de bb, de rr, y de aa y enlaces, espírales de trazados y otras zarandajas por el estilo. E¿ tan irregular la braquigrafía del estilo, en el documento citado, que retamos a los más eminentes paleógrafos a que nos fijen dos letras iguales en proporción y medida, y sin embargo el Sr. Oviedo y Arce, nos afirma magistralmente que en cuanto se refiere a las palabras Abrad fontarosa, caballo de batalla en este documento de la crítica, que la b, la r, y la a, aparecen desligadas, lo que desde luego es in­cierto; pero aun cuando lo estuvieran, sobran ejemplos en ese docu­mento para no arriesgarse a establecer semejante afirmación. Como otros ejemplos de irregularidad, en cuanto al mismo documento se re­fiere, podemos añadir que los palos de las //, unas veces tienen incli­nación vertical izquierda y otras inclinación vertical derecha; que el filio del segundo renglón es completamente distinto al filio escrito en el 11.® no obstante estar trazados por la misma mano y que esa letra redondilla con que dice el Sr. Serrano y Sanz fué escrita Abrad fon­terosa, puede apreciarse a simple vista en otros pasajes del documento, porque, efectivamente, todo el escrito es una corrupción del «stilo ■procesal y el llamado cortesano. No riñen pues, como dice el Sr. Se­rrano Sanz y apoya Oviedo y Arce, estas palabras con las restantes del documento a las cuales — agregan — no puede dárseles crédito alguno.

Por otra parte, quisiéramos saber a que ley de abreviaturas se. acogió Oviedo y Arce para negar que (ds) Domingos nombre propio bastante familiar en Galicia, expresa otra cosa que lo apuntado por La Riega. Oviedo dice que no figuraba en el léxico gallego y que esta voz tampoco figuró antes, desde el origen de nuestro romance, ni figuró después hasta que, entrado el siglo xvi, la lengua gallega, decadente, quedó sometida a la influencia no sólo del castellano, pero también del portugués. Claro está que un buen crítico, no se contenta con re­futar una opinión contraria, sino que ejemplariza el hecho con argu­mentos contundentes; pero a Oviedo y Arce se le olvidó decirnos lo que expresaba (ds) ya que todo lo sabe o sabía. ¡Vaya una crítica que no analiza! ¡Se contentó con decirnos que pudo usarse la abre­viatura en el siglo XVI pero nunca en el xv!

Con este sistema de crítica histórica cualquiera resulta erudito.

De la misma manera niega que la abreviatura (A°) quiera expre­sar Antonio según ya lo apuntamos, y que (jb) signifique Jacobo. Referente a esta última abreviatura, dice, que lo mismo puede expre­sar Job o Joab. ¡Naturalmente! Pero Job o Joab no existieron nunca en Galicia y sí y con abundancia Jacobo. Rechaza igualmente las abreviaturas (bn) y (bej) para Benjamín; pero tampoco nos demues­tra lo contrario, de manera que, agarrándonos de un pelo a la lógica, aceptamos las interpretaciones de La Riega y refutamos las refutacio­nes infantiles del Sr. Oviedo y Arce.

Contra nuestro deseo hemos vuelto a enfrascarnos en disquisi­ciones paleográficas en los momentos que nos preguntábamos quien podría haber cometido los fraudes denunciados por Oviedo y Arce, puesto que las inculpaciones de Serrano y Sanz, como hechas super­ficialmente y sobre fotograbados, no tienen para nosotros importan­cia alguna.

Que sepamos, el único que manipuló los documentos comprobato­rios de La Riega después de fallecido, fué el Sr. Oviedo y Arce, que los sometió al microscopio y analizó los campos sospechosos de los documentos, que fueron a parar a farmacéuticos coruñeses y someti­dos a endiabladas reacciones químicas. El mismo Oviedo y Arce nos dice: “Y cuenta lector amigo — parece que el informe no era sólo para la Academia — que el Liuro do Concelio de Pontevedra, que tengo a la vista y ha sido una de las fuentes más exclotadas por Gar­cía de la Riega para el aparato diplomático de su libro, al folio 26, donde aparecen remozados (recalcados y avivados dirían García da la Riega y sus continuadores) los supuestos nombre Domingos de­Colón e Benjamín Fonterosa, que son una verdadera clave de la vida de Colón, ha sido sometido a la acción de un reactivo químico para disimular el remozamiento. Lo mismo se observa en el folio 6, vo. 4 del Cartulario del Concejo de la misma ciudad, donde surgió María Fonterosa, y en otros documentos. Los Doctores de esta capital (La Coruña) D. Rafael Fernández y D. José Villar, han observado que el falsificador de los documentos colonianos de estos dos libros, el Cartu­lario y el Liuro del Concello, de Pontevedra, ha empleado para dar a la tinta el viejo color paja, una solución amoniacal de ácido sálico, y para manchar el pergamino o papel, una solución acuosa del mis­mo ácido».

Resulta pues, que los documentos que cayeran en las pecadoras manos de Oviedo y Arce, son precisamente los del Cartulario del Con­cejo y el Liuro do Concello.

Ante una acusación tan desconsiderada, cabe sospechar que donde anduvieron unas manos, pudieron andar otras y que lo que se asigna al primero, puede asignársele de la misma manera al segundo. Por­que si la Casa y Crucero llamados de Colón en Pontevedra, no tienen hoy todo el valor probatorio que fuera dé desear, se debe — según ya lo afirmó el Sr. Rodríguez Martínez — a que alguno sospechó que «¡a-nos piadosas habían raspado el letrero después de haber sido exa­minado por polígrafos que sacaron una prueba fotográfica. Y s‘ esto es cierto, ¿no había la misma razón para adulterar los docu­mentos?

¿La animosidad de Oviedo y Arce, no hace sospechar que se per­seguía una finalidad más ruin que la de un severo informe?

¿Es posible que un hombre de ciencia como Oviedo y Arce, en quién cabe sospechar una refinada cultura, pudiera emplear un len­guaje tan soez en un informe académico?

¿La investigación no se efeetuó dos años largos después del falle­cimiento de La Riega, qué no podía acusar de falsarios a sus enemi­gos desde la tumba?

Después de todo lo apuntado, resultaría verdaderamente asom­broso que el titulado falsificador resultara falsificado.

¡Mayores monstruosidades se han visto en el transcurso de los siglos!

 

CAPITULO XIII

TEJERA

Refutación. — Su ejecutoria, de recalcitrante enemiga contra Espa­ña. — En Pontevedra, según este escritor, “erudito” es sinónimo de “ignorante”.!— Tejera es uno de los autores de la carnavalada, de los restos “dominicanos» de Colón. — Ataca a La Riega escu­dándose con Harrisse. — Falta de consistencia en sus argumen­tos. — Facilidad con que se destruyen sus infantiles teorías. — Otro que confunde la institución mayorazga con el testamento apócrifo. — Curiosa manera de españolizar los apellidos. — Filo­logía barata. — La familia de Colón y los “imbroglios” de Tejera.

—  Quiere hacemos comulgar con ruedas de molino.—La pifia de Saona. — No existe en la cartografía italiana. — Una cosa es Saona y otra Suvona, cu-riio una cosa es Montiel y otra MontiUu.

—  Refutación de la animosidad, que dice reinaba en España con­tra el descubridor  Los italianismos de Colón, se convierten en

galleguismos. — El desborde intelectual de Tejera.—El tipo lom­bardo del Almirante.—Los italianos que acompañaron a Colón en sus descubrimientos, se convierten en mareantes gallegos. — La milla de cuatro en legua. — Otra pifia de Tejera. — La extran­jería de Colón esfumada con ejemplos. — El concepto del sustan­tivo “tierra». — La mal parada protección de Harrisse.

Después de Oviedo y Arce, tenemos que medir nuestras escasas fuerzas, contra otro impugnador de altura, por su bien cimentada ejecutoria de recalcitrante enemiga contra España. Suponemos no andar equivocados, creyendo sea el Sr. Tejera E., que firma el tra­bajo CRISTOBAL COLON GENOVEiS NO JUDIO GALLEGO, el mismo que tanto se significó en la carnavalada del hallazgo de los restos de Cristóbal Colón en Santo Domingo.

Antes de entrar en materia, hemos de hacer la observación que so­mos contrarios a ia opinión del judaismo de Colón y por lo tanto, cuanto se refiera a este particular lo silenciaremos por no entrar en nuestros cálculos discutir opiniones contrarias a nuestras convic­ciones.

El Sr. Tejera comienza su luminoso informe, arremetiendo contra los intelectuales españoles porque su inquina hacia los literatos his­panos, data ya de luengos años. También pasaremos esto en silencio, porque perderíamos un tiempo precioso, refutando las biliosidade-; críticas del escritor de Santo Domingo.

 

Comentando el Sr. Tejera, que un periódico como “El Fígaro” de la Habana, hubiera podido reproducir el trabajo del Sr. Luis Rodrí­guez Embil, comentando otro publicado por la “España Moderna” de Madrid, se apea con el siguiente exordio: “Pero que un periódico an­tillano, y por un escritor antillano, se pusiese en tela de duda que Colón fuese genovés o gallego judío, y no se demostrase con razones convincentes que su patria era la noble Italia, es cosa que me ha ex­trañado bastante. Y más me ha extrañado aún que, a pesar de las razones sin base que se atribuyen al Sr. Celso García de la Riega, autor del anterior despropósito, se le llame erudito español, y se cíe el calificativo de rectificación histórica al nuevo insulto que se le quie­re hacer a Colón llamándolo judío en el viejo sentido español de la palabra. ¿O será que en Pontevedra erudito español e ignorante son palabras sinónimas, y que rectificación histórica, es cualquier afirma­ción basada en documentos inventados o mal comprendidos por eru­ditos de la clase a que pertenece el Sr. García de la Riega?

¡Eh! ¿Qu& tal? •

Para empezar no está mal. Ahora bien; no se alarmen nuestros simpatizadores por aquello de que “erudito español e ignorante son palabras sinónimas” porque este bueno de Tejera, siempre tuvo la pre­tensión— si es el Tejera de la carnavalada — de ser el máximo eru­dito de su tiempo. Y son estos pequeños desahogos, disculpables de todo mal parado en lides críticas y amañamientos históricos.

Sigamos al Sr. Tejera en sus elucubraciones. Afortunadamente es de menos cuidado que nuestro antiguo amigo Oviedo y Arca. Aquél muerde. Este vocifera.

Para eserihir este artículo — añade el irascible Tejera — me he servido casi exclusivamente de la obra del sabio crítico americano Mr. Henry Harrise, titulada “Christophe Colomb, son origine, sa vie ecta. — París. —1884”. En esa notable obra, he tomado a manos lle­nas la mayor parte de las citas, documentos y apreciaciones que men­ciono en este artículo. Citarlas una a una habría sido largo y penoso”.

A esto, sólo podemos agregar, que es por demás honroso para nosotros contender, aunque sea indirectamente, con crítico tan emi­nente.                                                                         *

Y   ahora, copiemos y repliquemos los párrafos del Sr. Tejera, em­pleando los mismos o parecidos argumentos, o lo que es igual: el mismo temple de crítica que usa para argumentar en pro de Colón genovés.

“Muchos escritores — dí^e Tejera —han notado desde antiguo (el Sr. R. Perrud será uno de ellos) que “ni un solo documento redactado por Colón, fué escrito en italiano”; pero esa observación tendría mu­cha fuerza, si pudiera ser aplicada a documentos redactados por Co­lón antes de su ida a España. Si se encontrara el original de su earta a Paolo Toscanelli; su petición de descubrimiento al Rey Don Juan II de Portugal; u otros documentos de ese tiempo, habría motivo de asombro si estuviesen escritos en castellano, en vez de italiano o por­tugués; pero los documentos que se conocen de Colón, son todos después de su ida a España, y sobre todo, después que fué nombrado Virey y Almirante, Colón, Almirante y Virey castellano, creería de seguro que era una derogación de su elevado carácter, escribir a quien quiera que fuese, en otro idioma distinto del castellano o del latino. ¿Qué ha­brían dicho de él, y con razón, los literatos españoles (aquí vuelve Te­jera con su matraquilla) que lo han honrado a tiros, si hubieran ha­llado que un Almirante español escribía en italiano, en vez de escribir en castellano o latín?”

¿Qué hubieran dicho? Pues sencillamente que era italiano. Lo que no pudo asegurarse jamás. Pero no anticipemos los acontecimientos, puesto que es necesario desmenuzar este párrafo del ilustre escritor dominicano.

Dice Tejera, que el hecho de no existir un solo documento de Colón escrito en italiano nada quiere decir, puesto que si algo pudiera asom­brar a los biógrafos de Colón, sería el que hubiera escrito a Toscanelli en Castellano o que su petición de descubrimiento al rey Don Juan II lo hubiera hecho en el mismo idioma, caso que se hallaran tan inte­resantes documentos. ¡Claro! Y más hubiera asombrado el hallazgo de la fé de bautismo de Colón registrada en una parroquia gallega. Pero como nada de eso existe, unos y otros hemos de conformarnos con los únicos testimonios existentes y con permiso del Sr. Tejera, mien­tras no aparezcan esas pruebas de convicción que cita, hemos de asombrarnos que aún a sus amigos de Italia hubiera escrito en cas­tellano.

En cuanto a que Colón, Virey y Almirante castellano creyera que era una derogación de su elevado carácter escribir a quien quiera que fuese en otro idioma distinto que el castellano, es una tontería que ni aún merece los honores de ser rebatida conociendo los alcances ge­noveses de Colón por aquellos famosos versos que escribió en italiano de guardarropía y que comienzan así: “del ambra es cierto nascere”; verso que de cinco palabras tres son castellanas. Y si esto ocurre en la rima ¿qué hubiera ocurrido si se hubiera encontrado la carta en prosa escrita en italiano a Toscanelli? Esta pregunta tenemos la se­guridad que sólo podría replicarla el Sr. Tejera.

Pero continuemos con las disertaciones:

“Es una simpleza — prosigue Tejera — lo de creer que Colón “se atribuyese la nacionalidad genovesa para beneficiarse, al comienzo de su carrera, del prestigio que iba anexo al solo título de ciudadano de una ciudad famosa, tal como Génova, donde precisamente vivían por entonces, según parece, dos marinos que habían dado lustre al nom­bre de Colombo”. “A haber sido capaz de renegar de su nacionalidad para atribuirse otra fal^a, de seguro es que habría preferido la portu­guesa. Portugal y no Génova — era la nación que llevaba entonces enhiesta la bandera gloriosa de los descubrimientos”.

Si Colón se atribuyó la nacionalidad genovesa, amigo Tejera, fué por la sencilla razón de que a los genoveses no tan sólo se les conce­dían notables privilegios, en Castilla, sino que hasta se les amparaba muchas veces contra las operaciones fiscales de los empleados de las rentas reales, y contra los arrendatarios de algunas de ellas, y se les concedía asimismo exención de alojamiento y otros servicios penosos y porque según lo afirma Navarrete, tuvieron siempre en España grande acogida y estimación, por lo que frecuentaban sus costas, mer­cados y ferias. Y porque, según nos advierte el mismo escritor, pa¿a­ban de cuarenta los privilegios que se les dispensaron, desde el rey San Fernando hasta el reinado de los reyes Católicos. Los portugue­ses, por el contrario, andaban siempre a la greña con los castellanos y la peor recomendación que podía llevarse a Castilla en tiempos de Isabel y Fernando, era el pasaporte portugués, Y es por esto, que el Sr. Tejera podrá hallar apellidos de muchos genoveses y venecianos en la corte de Isabel; pero no de portugueses “aunque llevaran enhies­ta- la bandera gloriosa de los descubrimientos».

Por otra parte no debe ignorar tampoco e] Sr. Tejera que aún no se había olvidado el período de lucha entre Portugal y Castilla, por la? pretensiones de Juana la Beltraneja. La rivalidad entre ambos reinos era manifiesta y los portugueses en España y sobre todo en Castilla, mirados con desconfianza. Por lo tanto a nadie se le ocurre que un portugués pudiera presentarse a los reyes Católicos ofreciéndoles gran­des descubrimientos. Si Portugal llevaba enhiesta la bandera gloriosa de los descubrimientos, podemos ya figurarnos el efecto que produciría en la corte que un súbdito de aquella nación, en vez de proponer a Juan II la adquisición de nuevas tierras, se las ofreciera a los reyes de España. Ni el mismo Sr. Tejera en el pellejo de los monarcas, hu­biera dado oídas a las pretensiones del insigne navegante. Porque la proposición, verdaderamente, tenía que ser sospechosa a todas luces.

En cuanto a los “dos marinos italianos que habían dado lustre al nombre de Colombo”, en el párrafo siguiente ya nos dice el Sr, Tejera que esos almirantes Colombo que daban lustre al apellido”, hace ya muchos años que el ilustre crítico americano Sr. Henry Harrisse, de­mostró que nunca existieron semejantes marinos, llamados Colombo por Sabellicus, y que los hechos a ellos atribuidos, fueron llevados a cabo por algunos marinos gascones, de apellido Cazenueve, y llamados también Coullom. El mismo sabio crítico demostró asimismo, que era otra fábula de la alterada Historia de Colón por su hijo Fernando, el hecho de que ese Colón, ascendiente de Don Cristóbal, había llevado prisionero a Roma al rey Mitridates y había merecido por ello honores consulares. Tácito, a quien se atribuye semejante afirmación, dice que quien hizo eso fué Junio Cilo (1) (Cilonen en latín). Igual cosa dice Casio.

Nada hemos de agregar a esto, porque estamos en un todo de acuer­do con el Sr. Harrisse y con el Sr. Tejera; que esos Colombos fabulosos son verdaderos cuentos de camino.

Prosigue el Sr. Tejera:

Lo que es exacto,, es que Cristóbal Colón y sus inmediatos descen­dientes trataron de ocultar el hecho, para ellos honroso, de que su familia fuera de origen plebeyo y de que todos sus miembros vivían del trabajo de sus manos. En eso bajaron la cabeza ante las preocu­paciones de la época, que habría encontrado mal que un cardador de lana fuese Almirante de Castilla y Virey de las Indias. Pero sin duda Colón no quiso agregar un motivo más de luchas a las mil que le ase­diaron siempre. El podía alegar que nadie fué noble en el principio de los tiempos, y que si ese título se concedió después, fué por algún

(1) Traditus post fta.ec Mithridates llaman Román per Junivim Ciclomcn. procuratorem

Prmti…. «onsularifi insignia Ciloní. Aquilae praetoria decermmtur. – Anales, Libro XII,

XXI o cu v res completes de Tácito. – Traducción de Ch. Lavandrc, * París, – 1853.

 

gran hacho realizado por los que lo obtuvieron. ¿Y que hecho podía compararse con el que él, escogido por la Providencia, acababa de realizar con asombro del mundo: el descubrimiento de casi medio pla­neta, lleno de riquezas y llevando en su seno el porvenir del Mundo?”

En réplica a estas consideraciones, poco podemos alegar, pues han sido tan inciertas las declaraciones de Colón y flíi su hijo Fernando, y tal es el convencimiento de los historiadores sobre tan importante extremo, que parecería temeridad opinar lo contrario; pero nosotros y aún a pesar de todo, creemos vistas las costumbres de aquellos tiem­pos y los conocimientos e ilustración de Colón y sus hermanos, que scí trata de hidalgos venidos a menos. Cristóbal, el primogénito, sin voca­ción determinada, que se apasiona por las cosas de mar. Bartolomé el segundón, que profesa la carrera militar y Diego, el tercero, y como de costumbre, sacrificado a las conveniencias de la época, que sigue la carrera eclesiástica. Es toda una familia de hidalgos a la española en el último tercio del siglo xv.

Pero como no es este lugar a propósito para enfrascarnos en dis­quisiciones de tal índole, convengamos por el momento con el Sr, Tejera que, efectivamente, provenían de familia humilde, aun cuando el Almirante hubiera declarado que no había sido el primero de su familia.

Copiemos ahora algo muy sustancioso del trabajo del Sr. Tejera, que como habrán observado los lectores que conozcan el artículo del escritor dominicano, seguimos paso a paso y sin omitir observación importante.

“La afirmación de que para Fernando Colón, era punto oscuro e’ conocimiento de la patria de su padre, es completamente infundada. Fernando leería mil veces la institución mayorazga de su familia, en la cual estaba interesado, y allí Colón dice afirmativamente que él era de la ciudad de Génova y en ella había nacido. Las dudas que se encuentran en la traducción italiana de la Historia de Don Fernan­do, al igual que muchas otras interpelaciones, son obra de Ulloa, el traductor, y no pueden de ningún modo ser atribuidas a Don Fer­nando Colón».

¡Vamos por partes!

La obra de Don Fernando es buena cuando conviene con la opinión de Harrisse o de Tejera, que para el caso es lo mismo, pero en cuar­to se aparta de lo conveniente se le cuelga el sambenito a Ulloa, que desde el otro mundo debió haber maldecido mil veces la hora infausta en que se le ocurrió acometer tan debatida traducción. ¡Poca pol­vareda que ha levantado entre los historiadores este traslado del es­pañol al italiano!

En cuanto que para Fernando Colón era punto oscuro el conoci­miento de la patria de su padre, cosa que como vemos niega Tejera, porque supone que debió haber leído mil veces la institución mayo­razga del Almirante en la que consta que “había nacido en Génova y de ella había salido”, ya es harina de otro costal.

El Sr. Tejera es otro de tantos que confunde la institución iel Mayorazgo con el testamento apócrifo. Como ya en otro lugar nos hemos ocupado largamente de este asunto, no es nuestro propósito repetir lo ya dicho; pero sí conviene que se sepa por segunda vez, que el tan debatido testamento donde dicen que dice el Almirante: “de ella salí y en ella nací” no pudo ser conocido por Don Fernando, no tan sólo porque nunca le afirmó Colón ni porque lo ordenó escribir, sino porque ese irrisorio documento no fué conocido hasta setenta años después de fallecido el Descubridor, en que fué presentado como documento de prueba por el Almirante de Aragón Don Cristó­bal de Cardona, que disputaba en nombre de su madre Doña María de Colón, primogénita del hijo mayor del Descubridor, los derechas a la sucesión que también reclamaba Don Cristóbal Colón, hijo natu­ral del Almirante Don Luis Colón, desterrado y muerto en Orán, con el cual se extinguía la posteridad masculina del Virey de las Indias.

Descartado el testamento apócrifo, y por lo tanto, la suposición de que Don Fernando hubiera podido leerlo mil veces, cosa por otra parte infundada, pues Don Fernando en su libro, niega que su padre hubiera nacido en Génova, sigamos copiando los párrafos del escrito del Sr. Tejera.

“Ahora se nos presenta el eiitdüo Sr. García de la Riega, y sin duda para honrar a Colón, a lo español, nos lo hace judío gallego. ¿Y las pruebas? Veamos las que se aducen en el escrito del Sr. Ro­dríguez Embil’’.

“Dice así el Sr. Rodríguez Embil — habla Tejera.— : “En pri­mer lugar la verdadera ortografía del apellido del Descubridor era Colón (español) y no Colombo (italiano). ¿Y las pruebas? Estarán en Pontevedra, cuando las inventen. Aguardémoslas pues”.

¿Con que solicita Vd. pruebas Sr. Tejera? Desde luego que están en Pontevedra en numerosos documentos donde aparece repetida­mente el apellido; pero vamos a suministrárselas nosotros desde ia Habana, que está más próxima a Santo Domingo.

Dice Vd. en el párrafo siguiente, que es de todos sabido, que el que españolizó el pnellido de Colombo, haciéndolo Colón, fué el mis­mo Don Cristóbal.

¿Y puede ilustrarnos el Sr. Tejera sobre la forma con que se es­pañolizan los apellidos? Suponemos que españolizar, quiere decir traducir, puesto que el mismo Diccionario nos dice que españolizar, como verbo activo y en su primera aceptación, es castellanizar. O lo que es lo mismo: dar forma castellana a un vocablo de otro idioma, para introducirlo en el nuestro.

Ahora bien: Colombo españolizado, o traducido del italiano al cas­tellano, quiere decir PALOMO. Y que sepamos, el único Palomo ilustre que tomó carta de naturaleza en España, fué aquel truán que se comía solo lo que guisaba y que por cierto se llevaba el vulgarí­simo nombre de Juan.

Entonces Sr. Tejera, el Almirante genovés no españolizó su ape­llido. Lo que Vd. seguramente quiso decir, fué que Colón singularkó su apellido. Y vea Vd, Sr. Tejera como tenemos necesidad de recu­rrir a la filología para demostrarle que el apellido Colón tuvo nece­sariamente su raiz en Galicia. COLO, raiz gallega, significa CUE­LLO en castellano, y por lo tanto, la raíz castellana, es necesaria­mente CUELLO y no COLO. Recurriendo a la ley o regla grama­tical para los aumentativos, CUELLO en castellano se transformaría en CUELLAZO con el nunca bien alabado apoyo de la Lógica, aun­que la Academia de la Lengua no lo haya precisado; pero en Galicia donde apenas nos llamamos Pedro esa transformación al aumentati­vo, es más breve, y de COLO (CUELLO) hacemos COLON (CUE- LLAZO).

Y  conste que en Galicia tenemos también COLUMBA, que es nom­bre de mujer y por lo tanto, es también racional que lo hubiera do hombre, masculanizado en COLUMBO.

Podríamos seguir argumentando sobre tan interesante asunto; pero como el objeto es demostrar tan sólo que el Almirante, visto por el lado genovés, no pudo españolizar su apellido según lo afirma el Sr. Tejera, vamos a seguir desenredando la madeja tan endiabla­damente revuelta por el crítico de Santo Domingo.

Por lo que se refiere al apellido Fonterosa, que es indiscutible existe en Galicia y es también gallego, y esto ni el mismo Oviedo y Arce se atrevió a combatirlo, lo dejaremos aparte porque nosotros opinamos que este apellido materno del Descubridor, asignado por La Riega en su libro COLON ESPAÑOL, no lo conceptuamos propi­cio aun cuando figure juntamente con el de Colón en los documentos pontevedreses.

Saltando un párrafo del Sr. Tejera donde se enfrasca con el ju­daismo de Colón, leemos a renglón seguido:

“Dice el escrito del Sr. Rodríguez Embil, que ha motivado estas líneas: “El Sr. García de la Riega ha encontrado en Pontevedra toda una serie de aotas notariales, piezas de proceso y otros docu­mentos oficiales que datan de 1428 a 1528, y donde intervienen Cris­tóbal Colón, Domingo Colón, Bartolomé Colón, Juan y Blanca Colón, es decir: personas que llevan no sólo el apellido, sino también los nombres propios del navegante y de sus más próximos parientes”. “Una cosa me chocó desde luego al leer estas líneas — agrega el se­ñor Tejera:—¿Qué significa esa fecha de 1528, en la que intervie­nen en procesos ecta, alguno de los Colones mencionados arriba? Domingo Colón que supongo es el padre de Don Cristóbal, murió de 1497 al 1498 o 99; Cristóbal Colón, el 21 de Mayo de 1501 (1506); D. Bartolomé, en el primer semestre de 1514; Giovanni Pellegrino, hermano de Colón, que supongo es el Juan anterior, porque no creo que sea el padre de Domingo, murió antes de 1489; Blanchinetta, hermana de Colón, que supongo es la Blanca gallega, murió antes de 1517 (Diego que murió en 1515, parece que no figura en los archi­vos de Pontevedra). ¿Cómo, pues, figuran algunos de estos indivi­duos en actos del año 1528, cuando el que de ellos pudo morir más tarde tenía en 1524 once años de haber desaparecido de este mundo? ¿O es que el erudito de Pontevedra nos reserva la sorpresa de pro­bar que los notarios de la región gallega autorizaban extra térra actos en que figuraban personas que habían muerto diez o veinte años antes? ¿Entrará algo de espiritismo en la erudición del señor García de la Riega? ¿O algún chusco se habrá burlado de él facili­tándole actos notariales falsos en que figuran Colón y miembros de su familia?

Hemos copiado el párrafo íntegro para combatirlo íntegro tam­bién. El Sr. Tejera cuando lo escribió, supuso, y por cierto infunda­damente, que sus lectores habían de tragarse el juego malabar de su

 

malévola crítica, sin detenerse a espurgar en los conceptos trasto­cados con la peor intención.

Contéstenos el Sr. Tejera o cualquiera de sus admiradores, a la pregunta que varaos a formular: ¿En un documento notarial de nuestros días, podrían figurar todos los Colones a que hace referen­cia? Por ejemplo: en un pleito importante que se discutiesen los derechos de propiedad por los sucesores ¿podrían figurar aquellos Co­lones primitivos propietarios de la cosa en litigio? ¡Sí! Decimos sí, porque sería ridículo contestar ¡NO! Y el que constaran en las pie­zas de un proceso un Cristóbal Colón; un Domingo Colón; un Bar­tolomé Colón y un Juan y una Blanca de Colón ¿expresaría que vi­vían en nuestros días aquellos individuos muertos hace más de cuatro­cientos años?

Con esto, sólo queremos demostrar que la imaginación del Sr. Te­jera quiso ir muy lejos en sus elucubraciones.

Según el mismo Tejera lo afirma, el Sr. Rodríguez Embil, decía «que se habían encontrado en Pontevedra toda una serie de actas notariales, piezas de proceso y otros documentos oficiales qae datan de 1428 a 1528”. Y si esto dijo el Sr. Rodríguez Embil ¿por qué el Sr. Tejera toma el año 1528 y no el 1428, el 1468 o el 1488 que cual­quiera de ellos pudo tomar perfectamente para su crítica toda vez que se hacía mención de un siglo y no de un año?

Porque si en Pontevedra eran espiritistas, él seguramente no te­nía la facultad de la doble vista, para afirmar que figuraban aquellos Colones en una sola acta del año 1528.

Pero el Sr. Rodríguez Embil no dijo que aquel Cristóbal Colón fuera el Descubridor, ni que Bartolomé fuera su hermano, ni Do­mingo su padre, ni Juan su abuelo o su hermano menor, ni Blanca su hermana, sino que en aquellas actas notariales figuraban nombres y apellidos que coincidían con los del Descubridor y sus allegados.

^ Y el Sr. Tejera puede afirmarnos que Cristóbal Colón no tenía tíos, ni primos, ni otros parientes que llevaran alguno de aquellos homónimos ?

En cuanto a fí “algún chusco le facilitó a La Riega actos notaria­les falsos» hemos de agregar por nuestra parte que para chuscadas son suficientes las del cuco del Sr. Tejera que quiere hacernos comul­gar con remejantes ruedas de molino.

Pero sigamos… sigamos a nuestro ilustre alambiquero por los fáciles campos de la fantasía pueril y estulta.

“Yo bien sé—continúa — que la homonimia dá a veces chascos serios a los investigadores (debe decirlo por el fracaso de la fullería de los restos de Colón) ; pero se me hace muy duro de creer que en Galicia, de 1428 a 1517 hayan figurado Colones con los mismos nom­bres que tenían en Génova y SAONA los parientes del gran descu­bridor del Nuevo Mundo. Y ahora que menciono a SAONA, recuerdo que Don Cristóbal o Don Bartolomé le dieron a una isla que está en la costa sudeste de Santo Domingo, y que los indios llamaban Adana- mai, el nombre de SAONA, en recuerdo sin duda, de haber vivido mucho tiempo ellos y su familia en Saona de Italia. ¿O habrá tam­bién alguna SAONA en Pontevedra?

¡Aquí te queríamos, amable Tejera!

Porque al fii estamos en terreno conocido. SAONA en la costil sudeste de Santo Domingo es lo mismo que estar en el patio, o sea en la casa solariega del Sr. Tejera.

Ante todo ¿qué es eso de SAONA?

Si tomamos un Diccionario geográfico, hallamos que con este nom­bre, existe un río en la región oriental de Francia y dos departamen­tos de aquella nación, con las denominaciones de Saona Alto y Saona y Loire. ¡Y no vemos más! ¡Ah, sí! Vemos también con la misma denominación una isleta del mar de las Antillas, perteneciente a la República de Santo Domingo que forma con esta isla un canal tan sucio y lleno de arrecifes, que ni el canal ni las dos ensenadas de Higüey y Catalinita con que cuenta, valgan para maldita la cosa.

Pero por la parte de Italia, . . no vemos nada. ¿Será una omisión del enciclopédico?

_ Ya nos parecía extraño que Colón, genovés, pusiera un nombre italiano a tan pequeña y sucia isleta. ¡Por que sobraban islas de admirable situación y belleza, para bautizarlas con nombres de pue­blos queridos para el descubridor! Así por ejemplo, en América, puso a cabos, puntas, bahías, ecta, más de CUARENTA nombres que lle­van otros tantos cabos, puntas, habías, ecta, de la costa gallega.

Tejera sin duda alguna, quiso decir SAVONA, población de Italia en la provincia da Génova, situada en la costa del golfo, y cuna de los Papas Sixto IV y Julio II.

Si es así, entontes no es la misma localidad que lleva el nombre de la isleta de Santo Domingo. Porque una cosa es SAONA y otra SAVONA, como una cosa es Montiel y otra Montilla.

Además, esta isla no consta que fuese bautizada por el Almirante, que precisamente interrumpió la redacción de su Diario navegando entre aquei islote y la Amona.

Tejera dice que también pudo haber sido bautizada por Bartolo­mé Colón, tomándolo quizás del mismo La Riega; pero el Adelantado no acompañaba al Almirante en el viaje que fué bautizada esa isla.

Y   si no la bautizó Colón, ni pudo bautizarla Don Bartolomé ¿quiér. fué el que la denominó SAONA y qué quiere expresar esta palabra?

Vamos a intentar averiguarlo ya que coincidimos con Don Ricar­do Beltrán y Rózpide, quien en su libro CRISTOBAL COLON y CRISTO^ORO COLUMBO dice así a propósito de esta isla: “Se ha pretendido que se lí dió tal nombre en memoria de la SAVONA de Italia; pero no hay fundamento para tal pretensión. Sin aludir a aquella, habla Colón en una nota del libro de las Profecías, de la isla SAONA: “el año 1494, estando yo en la isla Saona que es al tabo oriental de la isla española, obo eclipsis de la luna a 14 de se­tiembre y se falló que había diferencia de allí al cabo de s. vicente en Portugal cinco oras y mas de media”. La mención de este eclipse, la repite Colón en la carta que escribió a S. S. en Febrero de 1502, aunque sin nombrar a Saona. Ssta voz parece ser indígena. Por aquella parte de la isla Española, los indios llamaban al oro CAONA, que con cedilla en la C, suena SAONA. Y agrega Las Casas: SAONA llamaban al oro en la mayor parte de la Isla Española.

Huelgan los comentarios; pero no estará de más añadir que m> existe un solo documento italiano de la época que titule a la ciudad

 

del golfo, SAONA. Ni antes ni después, si exceptuamos la voz latina SAONAE, se ha escrito SAONA por SAYONA.

Creemos que la cuchufleta preguntona de “si habrá también algu­na SAONA en Pontevedra o en la región gallega” con tanto énfasis escrita por Tejera, ha quedado bastante apabullada.

Pero.. . adelante con los faroles.

“Dice el erudito Sr. García de la Riega — agrega Tejera — que el pésimo castellano, lleno de italianismos, de los escritos de Cristóbal Colón, es un modelo acabado del estilo de la literatura hebraica, y continúa así: ¡ Pobre de la literatura hebraica si eso fuera verdad! Es cierto que Colón, ante el espectáculo magnífico de una naturaleza tropical, o cuando lucha con los elementos conjurados para su pér­dida, o cuando se lamentaba de los golpes que le asesta su mala for­tuna y la ingratitud humana, encuentra frases que en el fondo, ex­presan sus sensaciones tales como las experimenta; pero esto no t:ene nada de bíblico. Aún en los arranques de misticismo, a que estuvo sujeta en los últimos años de su vida, no es nunca un Salomón ni un Isaías; es un místico católico que sueña con la redención del Santo Sepulcro y con otras cosas más propias de un cristiano que de un judío”.

Hemos de convenir que en este párrafo Tejera se sintió ins­pirado.

Dice que “el pésimo castellano, lleno de italianismos de los escri­tos de Cristóbal Colón, ecta”.

Esta es para nosotros una novedad, después que propios y extra­ñas no se cansaron de admirar la facilidad y propiedad con que el Almirante manejaba el castellano. Sólo un Tejera podía hacer afir­mación tan peregrina y aunque bien es cierto que podríamos remi­tirle a los versos castellanos de Colón, que son el testimonio más elo­cuente del dominio que poseía del idioma, nos bastará recordar la opinión de Humboldt que tan a fondo estudió la psicología del Al­mirante y que dice: “que para apreciar toda la riqueza y brillantez del estilo del insigne navegante, era preciso conocer los secretos del idioma castellano” y no nos cansaríamos de reproducir citas si tra­táramos de demostrar lo contrario que afirma el agudo Tejera.

Dice también, como se ha visto, que los escritos de Colón están plagados de italianismos. Esto es todo una calumnia, por que lo que él afirma que son italianismos son galleguismos; pero aún en el caso de que pudieran localizarse en sus escritos alguno de esos italianip- mos ¿qué demostraría? ¿que era italiano? ¡No! Porque raro es el escritor de la época que no haga citas italianas en sus libros, ¿Ejem­plos? Podemos citar a Oviedo. A poco de ‘hojear el primer tomo de su Historia General y Natural de Indias y en el capítulo IX del libro

II,  página 40 del primer tomo, dice hablando de la diferencia que hay entre hablar de navegación y practicarla: “altro volé la tabla que tovalla bianca”, [Lo que hubiera dicho Tejera si a Colón se le ocurre citar este adagio italiano! En cambio Don Cristóbal, que tampoco era enemigo del refraneo, nos dice una de las veces; <:0 que sirve o común, non sirve a ningún” que es la más curiosa réplica con que puede contestarse al Sr. Tejera.

Si el párrafo antecedente del trabajo del escritor dominicano le hemos titulado ins-pirado, el que vamos a copiar a continuación, e¡s un modelo acabado de grandilocuencia.

“Si sus hijos — plañe Tejera — hubieran conservado por escrito los pensamientos que cruzaron por su cerebro cuando la vida sólo podía contarse por horas; cuando veía con toda claridad que sus in­gratos soberanos sólo le dejaban la gloria — y eso porque no podían arrebatársela — por premio único de sus excelsos servicios; cuando ante sus ojos pasaban las sombras entristecidas de Caonabo, Guario- nex y de cien caudillos indígenas a quienes privó de la vida por ex­tender los dominios de sus soberanos; cuando los libres indios que ven­dió como esclavos, murmuraban a su oído los sufrimientos que habían pasado; la corta y desastrada vida que les había impuesto; cuando vió que el oro que había arrebatado a sus dueños sólo había servido para excitar la codicia y la rapacidad de mil desalmados; cuando comprendió que esa rapacidad y esa codicia inundarían de sangre la hermosa tierra que la Providencia le había hecho descubrir”

Esos puntos suspensivos, no son nuestros, son del propio Tejera míe los ha puesto para expresar el ¡ay! quejumbroso de un gemido y para embellecer también el final del período; y cuenta que todavía sigue; pero no es nuestro propósito hacer reclamo del desborde inte­lectual del escritor dominicano cuando se encarama en este caso por los cerros líricos de Ubeda,

Como hemos visto, habla de la ingratitud de los soberanos espa­ñoles. Esto es un asunto demasiado manoseado para que nos afecte, aunque hemos de convenir que el período nos conmovió. Esta afirma­ción de ingratitud por parte de los reyes Católicos, no queremos que pase desapercibida ya que se nos brinda ocasión de refutarla, pero no nos tomaremos el trabajo de hacer una apología, cuando ya el ilus­tre escritor Navarrete, se ha anticipdo para reducir a polvo las apa­sionadas teorías de Bossi.

Bossi, que como el Sr. Tejeda ha supuesto que España no hizo más que prestar a Colón un auxilio solicitado por largo tiempo y per­seguir al que la había enriquecido, es uno de tantos que ataca con du­reza a España y a los españoles, y Navarrete replica de esta manera: “Aunque Colón vino fugitivo a España desde Portugal a fines de 1484, parece que la carta del duque de Medinaceli, que lo tuvo en su casa desde su llegada; y el mismo Colón se expresa en su diario, día 14 de Enero ‘de 1493 en estos términos: Han seido causa (los que st> oponían a la empresa) que la Corona Real de VV. A A. no tenga cien cuentos de renta más de la que tiene DESPUES QUE YO VINE A LES SERVIR, QUE SON SJ.ETE AÑOS AGORA A 20 DIAS DE ENERO DE ESTE MISMO MES.. “De lo que resulta — agrega Na­varrete— que entró en el servicio «de los reyes a 20 de Enero de 1486, y que antes, o se mantuvo a expensas del duque o con su industria, vendiendo libros de estampa, o haciendo cartas de marear, como lo dicen Bernáldez y Las Casas. Consta adejnás, que cuando estuvo en Salamanca, a que se examinasen y discutiesen las razones de su pro­yecto, no sólo le favorecieron los religiosos dominicos del convento, sino que apoyando sus opiniones, lograron se conformasen con ellas los mayores letrados de aquella escuela. Allí conoció al M. Fr. Diego

 

de Deza (1) catedrático de prima de teología y maestro del príncipe Don Juan, que le hospedaba y mantenía en la corte, y fué su especial protector con los reyes para llevar adelante su empresa; por lo cual decía el mismo Colón que desde que vino a Castilla (como vemos no dice a España) le había favorecido aquel prelado y deseado su honra y que él fué causa que SS. AA. tuviesen las Indias. En 5 de Mayo, 3 de Julio, 27 de Agosto y 15 de Octubre de 1487 se le libraron por man­datos del obispo de Palencia hasta catorce mil maravedís y otras can­tidades en los años sucesivos: se mandó por Real cédula de 12 de Mayo de 1489 que cuando transitase por cualesquiera ciudades, villas y lugares, se le aposentase bien y gratis, pagando sólo los manteni­mientos a los precios corrientes, y los reyes le honraron queriéndolo tener a su lado, como lo hicieron en los sitios de Málaga y Granada. Apenas se conquistó esta gran ciudad (último íisilo de los moros) entraron los Reyes Católicos en ella el día 2 de Enero de 1492 y en aquel mismo mes, pensaron ya enviar a ‘Colón a la India por la vía de occidente, c^mo lo había propuesto. Refiérelo en la carta que pre­cede al primer viaje, y es de notar que los reyes no perdieron tiempo en tratar con él apenas terminaron tan gloriosamente aquella guerra. Esto se prueba por los documentos publicados por Navarrete, y por los mismos se hace patente que no hubo dolo, engaño ni entreteni­mientos pérfidos con Colón — como son los del Sr. Tejera —pues sabía bien que los reyes no entrarían a realizar su proyecto hasta de­jar a sus reinos y a la Europa libres dé la dominación mahometana».

“Tampoco hubo en adelante, la persecución que se supone, porque los reyes 110 sólo concluyeron sus capitulaciones a 17 de Abril de aquel año, sino que le expidieron en 30 del mismo mes el título de Almirante, visorey y gobernador de las islas y tierra firme que descubriese. En

8     de Mayo nombraron a su hijo Don Diego page del príncipe D011 Juan y se le concedieron otras gracias y mercedes muy singulares para ti apresto de la expedición; de modo que los monarcas españoles se adelantaron a darle colmadamente, pruebas de su aprecio, aún an­tes de su salida, para una empresa cuyo éxito se tenía por algunos como dudosa y problemática. Concluido su primer viáje y satisfechos los reyes de su acierto, halló en ellos Colón un manantial perenne de gracias, de consideraciones, de confianzas y de lisonjas, que acaso no se dispensaron jamás a ningún otro vasallo. Desde entonces todo lo consultaron con él, en todo siguieron su dictamen, acrecentáronle sus facultades y mandaron a todos lo obedeciesen y respetasen, porque Nos queremos que el Almirante de las Indias sea mucho honrado, y acatado como es razón, y según el estado que le dimos. Amenazaron castigar, y reprendieron severamente a Juan de Soria porque le trató eon poco miramiento, sin embargo de ser persona de la mayor confianza de los reyes, y como tal, secretario del Príncipe Don Juan y lugarteniente áe los contadores mayores. Encargaron que en todo se le complaciese y siguiese su parecer. La reina le escribió afectuosa y confiadamente, ponderándole sus servicios y ofreciéndole más mercedes, y con la mis­ma fecha, juntamente con el rey, en otra carta le encarecen sus servi­cios de esta manera: Y porque sabemos que desto sabéis vos más que

(1) Véase el capitulo que trata de este protector de Colón.

otro alguno, VOS ROGAMOS que luego nos enviéis vuestro parecer en ello… Nosotros mismos y no otro alguno, habernos visto algo del li­bro que nos dejaste, y cuanto más en esto platicamos y vemos, cono- cemos cuan gran cosa ha seido este negocio vuestro y que habéis sabido en ello más que nunca se pensó que pudiera saber ninguno de los nacidos.,. y asimismo enviadnos la carta que vos rogamos que nos cnviasedcs antes de vuestra partida.

“No es menos lisonjera y honorífica la carta en que le contestan a las noticias de su segundo viaje en 13 de Abril de 1494, diciéndole en­tre otras cosas: En mucho cargo y servicio vos tenemos lo que allá /¡abéis fecho y trabajado con tan buena orden y proveimiento que non puede ser mejor. Y en otra de 16 de Agosto del mismo año, se ex­presan así: Una de las principales cosas por que.esto nos ha placido tanto, es por ser inventada, principiada e habida por vuestra mano, trabajo e industria, y parécenos que todo lo que al principio nos dijís- tes que ¿e podría alcanzar, por la mayor parte todo ha salido cierto, como si io hubiérades visto antes que nos lo dijésvdes, y continúa con expresiones las más finas y delicadas”.

“Igual lenguaje; las mismas consideraciones usaron constante­mente en toda su correspondencia, queriendo no sólo complacer al al­mirante, sino a sus hermanos, como se lo previnieron al obispo Fon- sega respecto a Don Diego Colón, y que procurase escribir al almi­rante para borrar cualquiera resentimiento que pudiera tener con él, informándose antes, de hacer aquello que más le contentase. Entre­tanto derramaban gracias sobre él y toda su familia en prueba de que sus promesas no eran de pura expresión y ceremonia. En 1493 acre­centaron las armas de la familia con nuevos timbres; concedieron al almirante diez mil maravedís anuales durante su vida, por haber sido el que vió y descubrió la primera tierra: le hicieron merced de mil do­blas de oro por una vez; mandaron darle a él y cinco criados suj’os buen aposento en los pueblos por donde transitasen; confirmaron sus anteriores títulos, y le expidieron el de Capitán general de la armada que iba a las Indias; le autorizaron para proveer los oficios de goberna­ción de aquellos dominios y en vez de mandarle, le recomendaban a las personas de su mayor confianza, rogándole que los colocase o les diese plgún empleo. Entre estas y otras gracias hechas al Almi­rante, lo confirmaron en 1497 las mercedes y privilegios anteriores, y se le mandaron guardar expresamente. Se arregló el modo de que percibiese a su satisfacción los derechos que le correspondían. Se le permitió la saca de ciertas cantidades de trigo y cebada sin derechos, para las Indias; cosa muy notable en aquel tiempo, en que apenas se halla merced alguna de esta clase. Se le autorizó para hacer por sí el repartimiento de las tierras entre los que estaban o fuesen a aquellos dominios. Se condecoró a su hermano Don Bartolomé con la dignidad de Adelantado de las Indias y se le dió facultad para fundar uno o más mayorazgos”.

“En 1498 se nombraron a sus hijos Don Hernando y Don Diego, pages de la reina, condecoración que no se concedía sino a hijos de personajes o ‘de sujetos del servicio más interior de los reyes, que por lo menos gozaban con ellos de mucho favor. En 27 de Septiem­bre de 1501 mandaron resarcirle a él y a sus hermanos los daños y perjuicios que el comendador Bobadilla les había causado arbitraria­mente en la isla Española. En 1503 fué nombrado contino de la casa, real Don Diego Colón, el hijo, y se mandó al comendador Ovando acu­dir al Almirante con los derechos que le pertenecían por esta dig­nidad. En 1504 se concedió carta de naturaleza de estos reinos a Don Diego Colón, hermano del Almirante; gracia rarísima en el remado de aquellos príncipes. En 1505 se dispensó a Colón por el rey Católico licencia para andar por todos estos reinos en muía en­sillada y enfrenada, sin embargo de la reciente pragmática que lo prohibía. El mismo monarca, a quien algunos han supuesto infun­dadamente enemigo del Almirante, luego que este murió, mandó aca- dír a su hijo con cuanto pertenecía al padre y perteneciese a él en lo sucesivo. Lo puso en posesión de la gobernación de las Indias e hizo- merced a Don Bartolomé Colón de que disfrutase el sueldo de coit- tino sin embago de no residir en la corte y quiso se le conservase la isla de la Mona que el Almirante le había dado en repartimiento. Nada diremos de los altos y distinguidos empleos, de las honoríficas distinciones que posteriormente han obtenido sus sucesores, de todos los monarcas españoles, nombrándolos vireyes, capitanes generales, presidentes y gobernadores de los consejos, a cuyas eminentes honras se debe añadir la Grwruleza de España, declarada de primera clase por el Sr. Felipe V en 18 de Abril de 1712, a la casa y estado de! duque de Veragua, y de los honores que aún en nuestros días se han dispensado a las cenizas y a la buena memoria del primer Almirante y Descubridor del Nuevo Mundo”.

“Todo esto es cierto, es público y notorio; pero en el diccionario y lenguaje de algunos escritores modernos, suelen calificarse los vi­cios de virtudes, la genorosidad de ingratitud, y el amparo, asilo y hospitalidad, de abandono, persecución y desprecio. ¡Oh! si la de­mostración que acabamos de hacer sirviese para penetrar el verdade­ro significado de las frases artificiosas y del estilo falso y seductor con que pretenden obscurecer la verdad semejantes impostores!”

Probablemente, si el Sr. Tejera pudiera leer todo lo que antecede, nos preguntaría: ¿Y la conducta del comendador Francisco de Bo­badilla? Porque esta es la cantinela de todos los impugnadores; pero a esto le replicaríamos con Navarrete, que el abuso que Bobadilla pudo hacer de su autoridad, no puede imputarse de modo alguno a los Reyes Católicos, que a su regreso y cargado de grillos, se indig­naron del proceder de aquel gobernador y no supieron como desagra­viarle por aquel acto inicuo. Tampoco puede imputarse a su gobierno ni a su nación.

Ya ve pues, el Sr. Tejera, cuan infundados son sus cargos y con que facilidad han sido combatidos. Para atacar en la forma que lo hace el escritor de Santo Domingo, se necesita antes evidenciar los hechos y el Sr. Tejera que constantemente tiene en la boca esta pre­gunta: ¿Y las pruebas? nos permite a nuestra vez hacer uso de la interrogativa para decirle: ¿Y las pruebas de lo que Vd. afirma?

Porque los descargos, según pueden apreciarlos nuestros lectores, son tan juiciosos cpmo verídicos.

Continúa el Sr. Tejera en su crítica para tomar a broma el que La Riega hubiera hallado un retrato auténtico de Colón. Agrega el humorista dominicano que La Riega ha sido “el único ser humano que ha visto ese retrato heeho seguramente por un pintor extra te­rrenoEsto de extra terreno debió haberlo aprendido en viernes, porque lo aplica en su articule jo a roso y velloso.

Desde luego que es una impostura de Tejera lo del retrato, por­que La Riega se limitó a hacer un parangón, teniendo presente los datos que de su físico nos han dejado los cronistas, entre el existente en la tíi’úloteca Nacional de Madrid y el que se conserva en el Mi­nisterio üc Marina.

Añade Tejera, que por las descripciones que han dejado sus con­temporáneos, se ve claramente que Colón tenía, no el tipo genovés co­mún, de estatura baja y ojos saltones, sino el tipo lombardo, bastante generalizado en la provincia de Génova y en mucha parte de Italia, y del cual hemos visto en Santo Domingo varios ejemplares, como Don Juan Antonio Billini, Don Juan Bautista Vicini y diversos otros italianos”. ¡Lo que habrán dicho Billini y Vicini al verse comparados como los ejemplares de cualquier raza bovina o canina!

Tejera niega penetración a La Riega, para discernir, por rasgos, la mayor o menor realidad de una pintura; pero a él le basta ver claramente que no tenía el tipo del genovés, de estatura baja y ojos saltones, porque ¡claro! estos antecedentes, no se amoldaban con las descripciones de los contemporáneos, y como era de todo punto nece­sario que el hombre físicamente fuese italiano, buscó un tipo de la lombardía, como lo pudo buscar d-e otro punto cualquiera con tal que tuvieran fama de corpulentos, sin reflexionar que siendo la pobla­ción italiana un conglomerado de originarios celtas, ligurios, etruscos, latinos, griegos, vénetos, germanos, ecta, es empresa m¿s que impo­sible, localizar un tipo común para determinada localidad. Con de­cir que el español está también representado y se encuentra más o menos confundido en Cerdeña, Viondelli y Arcoli y que hasta no es di­fícil encontrar el tipt, catalán en Cerdeña, ya pueden nuestros lec­tores darse una idea del berengenal en que se ha metido el Sr. Tejera.

Pero veamos lo que nos dice Las Casas sobre el físico del Descu­bridor :

“Lo que pertenecía a su exterior persona y corporal disposición fué de alto cuerpo más que mediano; el rostro luengo y autorizado; la nariz aguileña; los ojos garzos; la color blanca que tiraba a rojo ■encendido; la -barba y cabellos cuando era mozo, rubios, puesto que muy presto con los trabajos, se le tornaron canos; era gracioso y ale­gre, bien hablado, y según dice la susodicha Historia portuguesa, elo­cuente y glorioso en sus negocios; era grave en moderación, con los extraños afable; con los de su casa suave y placentero, con moderada gravedad y discreta conversación, y ansí podía provocar los que le viesen fácilmente a su amor. Finalmente, representaba en su persona y aspecto venerable, persona de gran estado y autoridad y digna de toda reverencia; era sobrio y moderado en el comer, beber, vestir y calzar

Si este Colón, es prototipo de un lombardo ¡que venga Dios y lo vea!

Con esa manera de discurrir del Sr. Tejera, sería cuestión de no seguir adelante en la refutación; pero como de paso, estas argum3n-

 

taciones pueden servir para otros muchos de menor y mayor cuan­tía, que tienen por sistema zaherir la tesis española de Colón, con todo ese rosario de simplezas que nadie combate y sirven para que los impugnadores se muestren orondos de su perspicacia, continuare­mos la farándula, puesto que todavía quedan cosas muy graciosas del arsenal apocalíptico del bullanguero crítico dominicano.

Agrega el Sr. Tejera, que es cosa bastante rara que a Colón le acompañaran en sus empresas varios italianos, que decían sus compa­triotas, como Bartolomé Fiosoha; Justinian; Juan Antonio Colom­bo           Estos puntos suspensivos, son del Sr. Tejera que quiere de­cir con ellos que esos tres que cita son los primeros de una larga serie que podría nombrar; pero no se preocupen nuestros lectores, puesto que el Sr, Tejera después de revolver cielo y tierra, no ha podido hallar más individuos de apellido italiano para su cita. Y de esos tres, hemos de descartar a Juan Antonio Colombo, que si es tierto pertenecía a la familia del Almirante, su apellido era Colón y por lo tanto español y o mucho estamos equivocados, o es el mismo que figura en las actas de Pontevedra con el nombre y apellido de Juan Colón y casado con Constanza de Colón, sin que la particula­ridad -de no citarse el segundo nombre pueda extrañarnos ni mucho menos, pues al contrario de los andaluces, los gallegos tienden a su­primir los dobles nombres propios, particularmente en los masculinos.

Y           agrega el Sr. Tejera que no se sabe que compartieran sus glorias {las del Almirante) .pontevedreños ni otros gallegos. ¡Alto ahí señor Tejera! Vamos a demostrar a usted lo contrario porque efectiva­mente, el movimiento se demuestra andando.

Juan Bono de Queixo; Pedro de Salcedo; Alonso Texero (paje del Almirante); Rodrigo Vergayo; Juan de Noya; Lorenzo de Armada; Pedro de Foronda y Cristóbal García Sarmiento, piloto de la Niñc, ¿son bastantes gallegos para demostrar lo contrario que usted afirma? ¿Sí? Pues ni una palabra más.

En cuanto a que las principales relaciones de Colón en España, fuesen con genoveses, es tan burda la patraña, que no vale la pena de discutirla. El Sr. Tejera sabe o sabía, que esas grandes amistades que cita con Lorenzo Giraldi; Luis Centurión Escoto; Batista Spíndn- la; Agostin Italian; Francisco de Grimaldi y Rivarol, eran por razón de su conveniencia y cargo unos prestamistas, y otros, proveedores, con los cuales tenía constantes y necesarias relaciones. Las princi­pales amistades de Colón, eran Gorricio, Deza y otros muchos perso­najes notables de la época que le fueron en todo tiempo fieles ami­gos, partieuarmente Gorricio que fué depositario de todos sus pa­peles.

Por lo tanto, pasemos a otro orden de cosas, ya que esa observa­ción es pueril y extemporánea.

Agrega el Sr. Tejera, que nota asimismo, que Colón, en su pri­mer viaje a América, usa para apreciar las distancias, no la milla española, de tres en legua; sino la italiana, de cuatro millas en legua. ¿Será también que en Pontevedra se use la milla italiana en vez de la milla española?

Observamos que siempre que a Tejera se le figura dar un escopeta­zo, trata de poner en evidencia a la tranquila provincia gallega.

Y   en esto de la legua española e italiana, es precisamente donde Tejera demuestra su crasísima ignorancia en asuntos de mar. Cierto es que lo demuestra también en los asuntos de tierra; pero en este caso el orondo argumento de que se muestra tan ufano, se convierte por falta de preparación para estas contiendas históricas, en la más bochornosa pifia,.

Porque hubiera sido suficiente que echara mano de un diccionario, para imponerse que la antigua legua marina española tenía cuatro millas, no tres como paladinamente afirma el reverendo crítico do­minicano.

Y   si no al canto. Aquí tenemos un enciclopédico, que después de hablarnos de la milla moderna, dice así:

“Milla: ant. CUARTO DE LEGUA”. Más claro, imposible.

Y   a continuación, hace esta observación Mariana: …“cada legua española tiene como cuatro millas de las de Italia”. Como se vé, Ma­riana para la comparación busca nada menos que la regla italiana. ¡ Cualquiera diría que lo escribió para nosotros y para daí en el co­dillo al bueno de Tejera:                         .

Ya Don José Silverio Jorrín, se ocupó de este asunto para comba­tir la afiz-mación de Navarrete, quien observando que el Almirante dice repetidas veces en su Diario que una legua es igual a cuatro mi­llas, aseguró como decimos, que Colón se sirvió de millas italianas. Y agrega el Sr. Jorrín, que esa afirmación de Navarrete es inexacta, por lo que indujo a error a Humboldt, a Mr. Fox y otros escritores.

Y   que la razón está de parte de Jorrín, lo demuestra que todos los marinos de aquella época y muy señaladamente los españoles, divi­dían la legua en cuatro millas como lo prueban las siguientes pala­bras del mismo Colón en su tercer viaje: “leguas de cuatro millas cada una, COMO ACOSTUMBRAMOS EN LA MAR».

Y  aquí viene bien la observación de Tejera que afirma en otro lu­gar “que hubiera sido una derogación de su elevado carácter, escribir a quien quiere que fuese en otro idioma distinto del castellano”… De la misma manera hubiera sido una derogación de su elevado ca­rácter, navegando bajo el pabellón de Castilla hacer sus anotaciones náuticas en millas que no fueran españolas. Porque O somos o NO somos.

Pero, por si todo lo apuntado no fuera bastante para aclarar el ex­tremo, citaremos nada menos que la declaración del notabilísimo cos­mógrafo mosén Jaime Ferrer, que en el documento 68 de la Colección Navarrete, se expresa así: CUATRO MILLAS POR LEGUA A CUENTA DE CASTILLA.

Y   por si aún esto fuera insuficiente, copiaremos otra de Herrera, III, 6, 7, que aclara asimismo el concepto de esta manera: LEGUAS MARINERAS O CASTELLANAS, DE CUATRO MILLAS POP LEGUA. (1)

Supongo que no se exigirán más comprobantes.

Prosigamos con las disquisiciones del Sr. Tejera.

Párrafo adelante, dice lo siguiente: “Y al decir Colón en su carta, fechada en Jamaica el 7 de Julio de 1503, cuando la muerte lo tenía casi rendido: “quién creerá que un pobre extranjero se hubiese de alzar en tal lugar contra V, A. sin causa, ni sin brazo de otro príncipe, y estando solo entre sus vasallos y naturales y teniendo todos mis fijos en su Real Corte?’’ ¿será también por exceso de cautela para disimular su origen gallego judío?

Cuando esto escribió Tejera, seguramente que se dijo: ¡Ahora sí que partí por el eje a La Riega!

Ciertamente que esta afirmativa de EXTRANJERO, de primera intención, desanima al más convencido; pero afortunadamente esta palabra EXTRANJERO tiene para nosotros tanta consistencia como 1c de MILLA ITALIANA, lo del apellido COLOMBO y demás argu­mentos que se nos anteponen para confundirnos y aplastarnos.

Permítanos el lector trasladarnos al siglo xn. Vamos a hojear nada menos que la crónica de los Godos. Esta crónica, narrando los sucesos del año 1128, se hace eco de esta opinión vulgar: “los galle­gos son tratp.Jos de extranjeros o forasteros indignos”. (1)

Por eso, a la alusión de que el Almirante pudo titularse extran­jero, que se toma como argumento incontestable para reforzar la opi­nión del origen genovés, podríamos alegar, que juzgadas ciertas pala­bras en nuestro siglo, se apartan generalmente de la intención con que pudieron expresarse hace cuatro cientos años.

Detengámonos por lo tanto a analizar esta palabra.

EXTRANJERO según nuestro Diccionario de la Lengua, puede interpretarse también por EXTRAÑO, y con mayor motivo puesto que procede del latín EXTRAÑEOS.

Y   aún apartándonos de esta consideración, que pudiera tomarse por capciosa, añadiremos que, como se ha visto, la palabra EXTRAN­JERO se usaba en tono despectivo y particularmente tratándose tía gallegos.

Reforcemos la afirmación.

La condición del extranjero, del hombre sin patria ni hogar, era la misma que la’del proscripto. Por eso los extranjeros eran llamados en las leyes germánicas Wargangtis, que quiere decir errante. Los ingleses los denominaban Wretch, que equivalía a decir miserables. En Francia se denominaban espavexcere, cuando procedían de estados lejanos o desconocidos, y albiti nati, cuando procedían de estados ve­cinos y era conocido su origen. En este último país, era donde esta­ban más sujetos a vejaciones y malos tratos.

En la edad media, el extranjero, el errante, o el miserable, como quiera llamarse, vivía fuera de la ley. Todo elemento movible y nuevo, era hostil a la sociedad feudal antigua, ba’sada en la estabili­dad del terruño.

Si por casualidad Colón hace uso de la palabra {ahí están las tes­tificaciones) lo hace en momentos de queja y abatimiento o cuando menos de contrariedad grande y para expresar precisamente todo eso que afirmamos. Trata de asimilarse a la situación de abandonado o no

 

jprotegido, y es entonces cuando puede observarse esa exclamación, que de acuerdo con los prejuicios de la época, equivale a decir pros­cripto o miserable.

Vamos ahora a establecer un ejemplo de un valor inapreciable que por sí solo afirma nuestras convicciones. Nos referimos a una relación que existe del padre dominico Pedro de Alcalá. Hablando Alcalá de dos pobres de Galicia, marido y mujer, que se encaminaron ~a Córdoba y que por su ejecutoria de nobleza y calidad ilustre — añade el fraile dominico, que muchos caballeros tuvieron a gran va­nidad poseerlos — exclama: “¡O ciudad siempre esclarecida, ahora te considero la más dichosa, pues por tus puertas se entran estos EX­TRAÑOS que no conoces, y en tu recinto han de ser árbol feliz que dé para tu salud un dulcísimo y medicinal fruto, con cuya virtud cure Dios tus dolencias de entendimiento y de vida a tus patricios y seas emulada de los EXTRAÑOS”.

He aquí la palabra EXTRAÑOS que es sinónima de EXTRANJE­ROS, aplicada indistintamente a los del interior del territorio y a los de otros países que cita como a emuladores y lo más particular del caso, refiriéndose a dos naturales de Galicia.

Inútil sería proseguir la probanza después de todo lo apuntado. Con lo expuesto basta y sobra para que la palabra EXTRANJERO puesta en boca del Almirante, alcance su verdadera significación, que es la de proscripto o abandonado, conforme puede reconocerlo el jui­cioso lector.

Zahiero luego el Sr. Tejera al Sr. La Riega, tomando como argu­mento la tan socorrida Institución del Mayorazgo que incluye entre lo que él llama «testimonios ■valiosos”. ¡Valiente testimonio el del testamento apócrifol Nuestros lectores ya están bien impuestos de la validez de ess documento, para no tener necesidad de ocuparnos nue­vamente de semejante engendro.

A continuación trata de demostrar Tejera, con las citas de todos los escritores coetáneos, italianos y españoles, que Colón era genovés, de Milán o de otro punto, que en eso andan a la greña todos aquellos señores, y como hemos demostrado asimismo, que ninguna de las afir­maciones de aquellos escritores es concreta o verídica, lo pasaremos también por alto para no incurrir en repeticiones innecesarias. En el capítulo que trata del testimonio de los historiadores, podrán ha­llar todos los interesados en este estudio, las pruebas fehacientes de la ignorancia en que unos y otros vivieron respecto al lugar en que nació el Descubridor del Nuevo Mundo.

Más adelante, en el trabajo de Tejeda, vuelve este a hablar de la extranjería de Colón, sacando a cuento la testificación de García Hernández, médico de Palos, que fué oído como testigo el año 1513 durante el pleito entablado entre Don Diego Colón y la Corona. La prueba es de poca monta; pero como nuestro deseo es atar todos los cabos, con el objeto de que no se alegue que evadimos la aclaración de los puntos principales de la impugnación del crítico dominicano, vamos a demostrar también la sinrazón de tal argumento.

Tejera dice: en su declaración García Hernández, se expresa así: “que estando allí (en la Rábida), donde este testigo, un fraile que se llamaba Fr. Juan Pérez, que es ya difunto, quiso hablar con el dicho

 

Don Cristóbal Colón y viéndole disposición de otra tierra y reino ale­rto, en su lengua le preguntó:”

Alto ahí, Sr. Tejera. Primeramente retire usted esa amañada coma, puesta detrás de ageno, porque no existe en el original.

Con lo que quedará: “e viéndole disposición de otra tierra y reino ageno en sti lengua”. Porque el fraile no le preguntó en la lengua a que hace referencia el señor Tejera, sino que le preguntó porque lo vio en disposición de otra tierra y reino ageno en su lengua, o sea en su modo de expresarse y en su tipo o figura, que desde luego no es lo mismo y cambia por completo la oración.

De manera que el Sr. Tejera trató de sorprendernos, inventando una coma allí donde eo existía o en caso más benigno, pudo leer todo ello en una copia defectuosa que pudo ocurrir también. Mas nos place esta explicación, que la certidumbre de una crítica malabar que la acreditaría de prestigitador contra nuestro deseo.

Y   ya que nos hemos enfrascado en la interpretación dada por Te­jera a las palabras del físico García Hernández, permítasenos que re­constituyamos el incidente histórico, porque nos viene como pedrada en ojo de boticario para esclarecer otro asunto importante del tema.

Nos hallamos ante un Tribunal de Justieia y asistimos a unas probanzas hechas por el fiscal del Rey en el pleito que, como dice muy bien Tejera, se siguió contra el Almirante de Indias Don Diego Colón, hijo del primer Almirante Don Cristóbal, sobre los descubrimientos que éste hizo en el Nuevo Mundo.

Pregunta el fiscal:

“Sí saben que, dada la dicha escritura, se esforzó el dicho Almi­rante mucho e después de ir a descubrir la dicha tierra, e quel dicho Martín Alonso Pinzón lo hizo venir a la Corte, e que le dió dineros para el camino, para que dicho D. Cristóbal lo negociase, porque pj dicho Martín Alonso, tenía bien de lo que había menester en su casa”.

Martín Núñez, testigo, declara: como en las dos preguntas an­teriores.

Antonio Hernández Colmenero, testigo: “dijo qije oyó su contenido a Martín Alonso Pinzón, a Vicente Yañez y a los marineros que estos llevaron.

García Hernándoz, físico: Dice que Martín Alonso tenía en Palos lo que le facía menester; e que sabe que el dicho Almirante D. Cris­tóbal, viniendo a la arribada con su fijo D. Diego, que es agora Almi­rante, a pié se vino a Rábida, que es monasterio de frailes en esta villa, el cual demandó a la portería que le diesen para aquél niñico, pan y agua que bebiese; y que estando allí ende este testigo, un fraile que se llama Pr. Juan Pérez, que es ya difunto, quiso hattlar con el dicho D. Cristóbal Colón, E VIENDOLE DISPOSICION DE OTRA TIERRA E REINO AGENO EN SU LENGUA, le preguntó que quién era, e de donde venía, e aquel dicho D. Cristóbal Colón le dijo que él venía de la Corte de S. A. e le quiso dar parte de su em­bajada”. ..

Ya podemos retirarnos de la probanza, pues nos hemos impuesto de lo más importante de la declaración de este testigo.

 

La Rábida.

El físico García Hernández, que presenció la entrevista de Colón con Fr. Juan Pérez, dijo:

“Que viéndole disposición de otra tierra»… e reino ageno en su lengua”…

Por la primera locución, se puede interpretar que el aspecto de Colón, lo mismo podía ser de un griego, que de un alemán, que de un catalán, mallorquín o gallego; pero a continuación agrega: “e reino ageno en su lengua”… Aquí el físico ya concreta más.

No se trata de un extranjero aun cuando diga “disposición de o¡tra tierra”, puesto que para aclarar el coneepto, añade: “e reino ageno en su lengua”…

Es decir: que por la manera de expresarse, Colón no era castellano.

En tiempo de los Reyes Católicos, la península ibérica, no era como al presente UN REINO, sino que estaba dividida en reinos, du­cados y señoríos de los reyes. Reinos de Castilla, León, Aragón, Gra­nada, Toledo, Valencia, Mallorca, Condado de Barcelona; Señorío de Vizcaya, seta.

Como el físico García Hernández pudo entender toda la conver­sación sostenida por Colón con Fr. Juan Pérez, el Almirante hablaba ■castellano; pero por la manera de pronunciarlo, se veía que no era provinciano de Huelva, sino de otra región de las Españas. No lo determinó ciertamente; pero dió a entender que era gallego, puesto que los de esta región se significaban grandemente, como aún se sig­nifican por su marcada pronunciación local. Sí el médico García Her­nández lo hubiera supuesto vizcaíno o catalán, seguramente hubiera sustituido la palabra REINO por la de CONDADO o SEÑORIO, pues entonces se tenían muy presentes estas particularidades cuando se trataba de determinar un lugar, por los distintos privilegios que gozaban las tierras sujetas a la Corona.

Y   si se nos advirtiera que íbamos muy lejos en nuestra presun­ción, dejaríamos la razón que nos induce a llamarlo galiciano, para sostener que García Hernández quiso expresar que era español, do otro de los reinos de la monarquía, puesto que nuestro principal ob­jeto es demostrar que Colón, conforme a la presunción de García Hernández, era español y no italiano.

^ De haber sospechado que era italiano, lo hubiera llamado geno­vés pues no de otra manera eran titulados entonces en España los italianos.

No hubiera dicho tampoco “e reino ageno en su lengua”, porque Génova no era reino, sino república y a esta república se la conocía en España con la denominación de SEÑORIA.

Tampoco podía referirse a Milán, el Ducado de los Sforza y me­nos a la república veneciana de los Dux.

¿Como es posible entonces que de esta declaración del físico Gar~ cía Hernández, hayan sacado algunos biógrafos de Colón y entre ellos el casi-biógrafo Tejera, la certidumbre de su extranjería?

Ya hemos visto que por un lapsus de puntuación. Tan cierto es que de las pequeñas causas, suelen originarse los grandes efectos.

El sentido común por otra parte, nos advierte que el rústico físico que fué testigo de la conversación de Colón y Fr. Juan Pérez, en la Rábida, de haberse expresado Colón en una lengua extraña, no hubie­ra podido entender ni una sola palabra y de de entenderla, nos hu­biera dicho qué lengua era, ya que hace una completa relación en la probanza hecha por el fiscal del Rey en la causa a que aludimos.

Vamos a analizar otra fase de la declaración de García Her­nández :

“viéndole disposición de otra tierra”…

A la palabra tierra, puede darse distintos significados, según se la califique o determine. De acuerdo con el Diccionario de la Lengua, el sustantivo TIERRA, lo mismo puede aplicarse a un pueblo, que a una región, que a un estado.

En su distinta adaptación, puede determinarse también a un lu­gar, como por ejemplo:

. . . “puso penas a los señores que no limpiaban sus tierras de bandoleros”. — Antonio de Fuenmayor.

Hablando de un pueblo, del pueblo en que uno ha nacido, puede decirse con Lope de Vega:

“Vete a tu TIERRA en buenhora; que estás pobre y será bien que dejes la Corte a quién empieza a gustar ahora”.

Hablando de una región dentro del mismo estado, diríamos como Moratín:

«Pues ya decía yo, esta no es cosa de mi tierra”, ..

Después de esta pequeña disertación gramatical, no dudamos que­de claramente expresado el concepto que del origen de Colón nos ha dejado el ya famoso médico de Huelva.

Termina el Sr. Tejera su trabajo con el análisis de las actas no­tariales de Génova. La mayoría están tachadas de falsas por los más sesudos biógrafos de Colón; pero hay otras, en las que algunos his­toriadores se aferran, que no admiten discusión por haberse compro­bado su legitimidad. Entre los que así opinan está el Sr. Altolaguirre que las ha seleccionado y comentado y como precisamente con este se­ñor vamos a contender en el capítulo siguiente, damos por terminada nuestra labor en lo que respeeta a la refutación del trabajo del se­ñor Tejera, que como se vé no ha sido todo lo feliz que fuera de desear no obstante haber aglomerado en su disquisición todos los puntos que estimo más irrefutables para sostener la causa de Génova.

Es el segundo de los grandes impugnadores elegidos por nosotros, para demostrar el escaso fundamento de su tenacísima controversia,

Y  cuenta que se ha escudado con el trabajo y la respetabilidad de Henry Harrisse.

El mismo nos lo dice en el comienzo de su trabajo.

 

CAPITULO XIV

ALTOLAGl) IRRE

Refutación. — Las acias noícmcttes italimuxs. — La nimiedad de las causas que motivan estos documentos. — Los supuestos abuelo y padre de Cristóbal Colombo. — Aprendices documentados. — Acta de 1539 que habla, de Colowibos fallecidos medio siglo antes. — Venta de casas adquiridas a censo irredimible. — Colombos teje­dores, vinateros y queseros, todo en una pieza. — Deudas de quin­ce pesetas que requieren una escritura notarial. — Un primo her­mano de Doménico Columba, que por arte de “birlibirloque” se convierte en bisabuelo del Almirante. — Cristóbal Colombo me­nor de edad, interviniendo como parte en una sentencia arbitral.

—  Doménico Colombo engendra a Cristóbal en la adolesce?icia.— El vinatero de Génova, por dualidad incomprensible, despacha azumbres de vino en los años 1 472 y 1473 y al mismo tiempo pi­ratea por las costas gallegas. — Mientras, según Casoni, Diego Colón residía en España, Altolaguirre lo certifica en Italia.— Por las actas italianas, Cristóbal Colombo llevaba ocho apellidos distintos. — Confusión de localidades. — Más documentos apócri­fos. — El Caos de las actas italianas. — Justificación inútil.

El trabajo que vamos a comentar de Don Angel Altolaguirre, fué publicado en el Boletín de la Academia de la Historia en el año 1918, y se dió a la estampa con el siguiente epígrafe: LA PATRIA DE D. CRISTOBAL COLON, SEGUN LAS ACTAS NOTARIALES DE ITALIA.

El Sr. Altolaguirre es un escritor correcto y por lo tanto, con re­cíproca corrección, analizaremos su artículo. Hemos de adelantar sin embargo la observación de que el Sr. Altolaguirre suprime delibera­damente de su colección de actas, las que dicho señor estima como sospechosas o qun carecen de original para que puedan reconocerse válidas. ¡Es lástima, porque eon alguna de aquellas, podríamos des­truir estas otras!

La selección no ha podido ser más inteligente, y tiene la particula­ridad de que los documentos se suceden con bastante acuerdo en or­den histórico y cronológico. En resumen, es lo mejor que puede ofre­cernos el Sr. Altolaguirre de esa gran montaña especulativa, en la que si algo hay de cierto, es la fatalidad de la homonimia.

Bueno será advertir antes de lanzarnos a la discusión, que en ei siglo xv una acta notarial o sea la intervención oficial de un notario en cualquier asunto civil, era algo extraordinario y hasta solemne, y si ya corriente, no muy común, por la sencilla razón que no estaba al alcance de todos recurrid a un notario, no siendo para convenios y contratos del mayor interés e importancia.

Aelarado este punto, esperamos nos diga el Sr. Altolaguirre con la sinceridad que queremos reconocerle, si el hecho insignificante de colocar a un muchacho aprendiz de diez años, en el establecimiento de un tejedor de paños, requiere a su juicio la formalidad de un acto notarial.

En nuestros días, estamos viendo estas colocaciones como la cosa más natural del mundo. El padre presenta al niño en el estableci­miento, le hace la recomendación de que sea formalito y honrado y después de cambiar algunas palabras con el propietario del taller, almacén o tienda, se vá y santas pascuas.

Pero en el siglo XV y nada menos que en el primer tercio, en la facoltosa Génova, ese sencillo acto requería al parecer una ceremonia civil con asistencia de las partes y testigos y la formalidad de un documento notarial, como si se tratase de enagenar una propiedad.

Veamos el documento que cita como primero el Sr. Altolaguirre:

“Este documento, en que aparecen los nombres de los supuestos abuelo y padre de D. Cristóbal Colón, tiene fecha 21 de Febrero de 142£> y en él consta que Iohanes de Colombo de Moconexi, habitante en la villa Quinti, inmediata a Génova, compareció ante el notario de esta ciudad Qidrico de Albenga, declarando que colocaba a tu hijo Domingo, que tenía cerca de once años de edad, como aprendiz de te­jedor de paños, en casa de Guillermo de Bravante”… pero según las leyes genovesas, a esa edad no podía colocarse un muchacho como aprendiz.

El Sr. Altolaguirre da una importancia grande a este documento, porque dice, demuestra qix en 1429 se hallaba ya establecido en Gtí- nova el abuelo de Cristóbal Colombo y que sirve de punto de partida para probar, que el que fué padre de éste, Domingo de Colombo, que entonces sólo tenía once años de edad, permaneció establecido en Gé~ nova o Saona hasta su muerte.

No tenemos a mano la copia de este documento y por lo tanto no nos detendremos a analizarlo, porque pudiéramos incurrir en contra­dicciones. Pero se nos ocurre preguntar ¿por qué en esta acta, ha­blando de Guillermo de Bravante, siguiendo la costumbre genovesa que antepone, como dice el Sr. Altolaguirre, la palabra quondam o fillius para advertir si el padre era muerto o vivo no se menciona como en el caso de Juan Colombo el lugar de su residencia? Además, si Juan de Columbo de Moconexi, residía en Villa Quinti, por pró­xima que estuviera a Génova, no demuestra que estuviera establecido en la ciudad como afirma el Sr. Altolaguirre.

Y   ahora sigamos con los documentos más conocidos.

Diez años después — agrega el Sr. Altolaguirre — o sea en 1.° de Ahril de 1439, Domingo de Colombo “filio Iohannis», convertido ya en maestro tejedor de paños, toma de aprendiz a un hijo de Pedro d& Verzia, según acta otorgada en Génova ante el notario Benedicto Peloso. ¡ Otra colocación de aprendiz que también requirió formalidad notarial!

Ahora bien; el Pedro de Verzia era natural de Fontanabuona y residente en aquél lugar según lo aclara la copia del documento ori­ginal y ¡cosa rara! no hace la misma aclaración con respecto a Do­mingo de Colombo, de quien sólo dice filio Joannis, textori pannorvm laño. Además, no es cierto que esta acta tenga fecha 1.° de Abril de 1439, sino 1.° de Abril de 1539, año en que ya habían desaparecido 110 tan sólo el supuesto padre y abuelo de Colón, sino que también el mismo Almirante. Esto debe saberlo el Sr. Altolaguirre y por lo tan­to, el acta no es válida. Corresponde a los documentos hallados por Marcelo Staglieno. (1)

Sigamos con los documentos.

En 6 de Septiembre de 1440 — prosigue el Sr. Altolaguirre — ei monasterio de San Esteban cede en enfiteusis a Dominighino Coluvi- bo textori pamwj’um filio lohannis, un terreno en la vía Olivella, en el que se halla edificada una casa, lindante por un lado, con un edifi­cio propiedad de Bertori de Valetariis, y por otro con la casa de Pedio de Croza de Rapallo; el censo que Dominico tenía que satisfacer anual­mente era de 15 soldi y 2 y medio denari, apareciendo deudor por este concepto y cantidad en los libros del Monasterio correspondientes a los anos de 1456 – 57 – 58 – 59 y 60.

Necesariamente hemos de detenernos para aclarar un concepto importante. El Sr. Altolaguirre nos dice más adelante^ que en 7 de Agosto de 1473, ante el notario de Saona, Pedro Corsario, Susana Fontanarubea, ratifica la venta de la casa de la puerta del Olivo en Génova. En este acto apareee Susana como hija del finado Jacobo de Fontanarubea, de Bisagno, y esposa de Domingo de Colombo, de Ge­nova, acompañada de Cristóbal y Giovanni Pellegrino, hijos del di­cho Domingo y de Susana, los cuales también consienten y aceptan la expresada venta,

Parece ser que la ratificación de Susana era necesaria a causa de que dicha casa y todas las demás propiedades, estaban obligadas e hipotecadas por el dote de Susana.

El Sr. Altolaguirre no nos dice que el acto antedicho fué redactado en la misma casa y taller de Domingo y Susana en Savona “ín apotheca domus habitationis ipaorwm Dominicis Susana”, _de lo que resulta que estaba avecindado y establecido en Savona el ano 1473, lo que confirma otra acta notarial del 2G de Agosto de 1472 levantada asimismo en Savona ante el notario Tomás del Zoco.

Ahora bien: necesario será que el Sr. Altolaguirre, nos aclare la razón por la cual una casa adquirida a enfiteusis o censo, que para el caso es lo mismo, necesitaba la autorización de Susana de Fontana­rubea, su mujer, y por que estaba hipotecada por la razón de la dote de Susana.

Necesitamos igualmente saber, por qué Doménico Colombo podía vender una easa adquirida a censo irredimible, según se desprende del contrato celebrado el 6 de Septiembre de 1440, por el que quedó obligado Doménico Colombo a pagar anualmente por aquel concepto o sea por el de la enfiteusis, 15 soldi y 2 y medio denari. Hay que advertir también, que según el propio ‘Sr. Altolaguirre, Doménico Co­lombo estaba debiendo los réditos del terreno e inmueble al Monaste­rio de San Esteban en los años 1456 – 57 – 58 – 59 y 60, lo que de acuer­do con las leyes enfitéuticas, entonces vigentes, el contrato debiera haber sido prescrito.

E igualmente tenemos necesidad de averiguar, por que razón llevaba Doménico en este documento el nombre de DOMINIGHINO que no es ciertamente el de Doménico.

Después de aclarados estos particulares, podríamos discutir el do­cumento siempre que el Sr. Altolaguirre lo considerara pertinente.

“En 20 de Abril de 1448 — prosigue el Sr. Altolaguirre — ios her­manos Antonio y Domingo de Colombo, quondam lohannis, habitantes en Villa Quinti, se obligan en Génova, ante el notario Antonio Fazio, por el resto de la dote de su hermana Battistina”.

Advierte el Sr. Altolaguirre, que este documento nos da a cono­cer que el Juan de Colombo de Moconexi, habitante en Villa Quinti, que figura en el acta de 21 de Febrero de 1429, tuvo además de Domin­go de Colombo, otro hijo llamado Antonio, y una hija de nombre Bat­tistina”.                                    .

Como vemos, aquí Doménico de Coíombo es habitante o residente en Villa Quinti y convive con sus hermanos Antonio y Battistina. Juan, el padre, ya había muerto, aquél padre de Moconexi que tam­bién habitó en Villa Quinti. Aquí el documento no nos dice si este Doménico de Colombo es textore ni donde fué autorizada el acta, pero es de suponer sea el traficante en vinos de que se hablará más adelante.

A este sigue otro documento, por el cual consta que fué otorgado en Génova ante el notario Jacobo Bonvino y que Doménico de Colombo, textoñ -pannorum lañe in lanua, quodam lohannis, adquirió en 26 de Marzo de 1451 una parcela de terreno in potestacia Bissamnis in Villa Quarti”.

En 18 de Enero^de 1455 el Monasterio de San Esteban cede nue­vamente en enfitesis a Doménico de Colombo, textori pannorum lave otro terreno “in burgo Sancti Stephani” sobre el que estaba edificada una casa que lindaba por un lado con fincas de Juan de Palavania y por otro con edificios de propiedad de Antonio Bondi. Dice el Sr. Alto­laguirre: “más adelante al ocuparnos del litigio a que dió lugar esta propiedad, demostraremos que el Domingo Colombo a que se hace la cesión, es el Domingo Colombo hijo de Juan, vecino de Villa Quinti.

Nos va a perdonar el Sr. Altolaguirre que no dejemos para después esta aclaración para mejoi’ entendimiento de tan complicado asunto.

Según el Sr. Altolaguirre, ocurrió que el 23 de Enero de 1477, se­gún acta extendida en ‘Savona por el notario Juan Gallo, Susana Fon- tanarubea mujer de Doménico de Colombo, lanero y residente en SA­VONA, da consentimiento a éste para la venta de la casa sita “in burgo Sancti Stephani”, Otra autorización de Susana que no nos ex­plicamos, ni creemos que el mismo Sr. Altolaguirre pueda explicár­selo, habiendo sido adquirida la finca a enfiteusis. Además y aunque el Sr. Altolaguirre no nos lo diga, resulta que Susana, en este caso, aparece autorizada por los vecinos para hacer la ratificación de venta y no por sus hijos, porque según el Sr. Harrisse, y esto es simplemen­te una opinión del crítico americano, Cristóbal estaba ya en Portugal, Giovanni Pellegrino debía haber muerto y Bartolomé residía en Gé­nova. Nada dice de Diego, que probablemente aún no era mayor d’í edad. Como se vé no hay nada más fácil que eliminar los individuos cuando no vienen a cuento o no convienen para la demostración de una tesis.

Esta misma casa que se vendía o se trataba de vender, la cede Do­ménico Colombo en 1489 a su yerno Jaeobo BavarellG y de ser la mis­ma propiedad, el acta de 23 de Enero de 1477 es nula o apócrifa. Las presunciones de Harrisse de que la vendió y pudo volverla a comprar, y otras consideraciones que cita sobre este imbroglio, quedan destrui­das desde el momento que una finca o casa adquirida a enfiteusis, no puede ser enagenada de no cancelar el censo por medio de una escritu­ra de compra, y como de este contrato no tenemos noticias, atenién­donos a los datos de las actas de Génova y Savona, no podemos acep­tar así, a la ligera, tan intrínseco enredo, y rechazamos de plano el documento porque nos sobran razones para ello.

Pero sigamos con las actas.

En 4 de Junio de 1460, en la ciudad de Génova, y ante el notario Juan Valdettaro, es testigo y fiador Dominicus de Columbo, frater Antonius de Columbo, habitator Villa Quinti, potestaeie Bisannis, quondam Iohannis, en el compromiso contraído por Antonio para colocar a su hijo Juan de aprendiz en casa del sastre Antonio de Planis; este Juan llamado así, sin duda por ser el nombre de su abuelo, es más que probable que tuviera por segundo el de Antonio, que era el de su padre, y fuera, por lo tanto, el Juan Antonio Colombo que más adelante ha de servirnos en nuestro relato para identificar la personalidad del gran descubridor”.

Las consideraciones, en forma de conjeturas, abundan en el co­mentario de esta acta, fruto de la opinión personal del Sr. Altóla- guirre. Se dá también el caso de que el hecho de colocar a un apren­diz hijo de Antonio Columbo de Villa Quinti, al igual que Domingo su hermano, promueve un compromiso notarial, de lo que resultaría de seguir así, que para la simple operación de cambiarse de traje y raparse el pelo, se necesitaría la formalidad judicial y la interven­ción precisa de un funcionario, que diera fé de estos actos insigni­ficantes en la vida del individuo.

En cuanto a que este aprendiz Antonio es más que probable, según la expresión del Sr. Altolaguirre, que fuera el Juatj Antonio Colombo que comandaba un navio en el tercer viaje de descubrimientos, nos admira que el autor del estudio crítico titulado CRISTOBAL COLON

Y    PABLO DEL POZZO TOSCANELLI, que se precia de serio y sincero, quiera anteponernos su criterio, apoyado en una simple con­jetura, pues conjetura y de escasa apreciación, es la suposición ano­dina de que un muchacho hijo de un tal Antonius de Columbo vecino de Villa Quinti, con aficiones a sastrería, pueda ser años después, capitán de un navio en ur.a expedición de descubrimientos.

Otra acta cita el Sr. Altolaguirre correspondiente al 15 de Marzo de 1462 por ante el notario Andrea de Cairo en la que Dominicus de Colombo quodain Iohannis, fué testigo del pago de una deuda de cin­

 

cuenta liras hecha a Antonio Laverone, y otra de fecha 5 de Julio de 14fi+ en que el mismo Domenicus de- Columbo, quodam- lohannis apa­rece en Génova como fomnaiañus, declarando ante el notario Juan Valdettaro, adeudar 15 liras a Jerónimo delle Vigne, figurando tam­bién en idéntica forma y como testigo, en una sentencia arbitral, in­serta en acta extendida en Génova el 14 de Septiembre de 1465 por el notario Benedicto Peloso».

Una cosa llama desde luego nuestra atención en estas actas y es la cuantía insignificante de las deudas que motivan actos de tal tras­cendencia. ¿Se concibe que una deuda de 50 liras y otra de 15 pudie­ran originar un testimonio notarial? ¿Puede .concebirse en nuestros días, que el pago de una deuda de diez duros y el reconocimiento de otra deuda de tres pesos, requiriera la presentación de un notario y la escritura correspondiente? ¿Y demandaría asimismo testigos? Y las molestias y gastos del viaje?

Además; la primera acta del 15 de Marzo, nos habla de un Domi- nicus de Colombo tejedor de paños de lana; pero no se sabe de donde.

La segunda, nos habla de un Dominicus de COLUMBO (no Co­lombo) que no es tejedor de paños, sino quesero. El Sr. Altolaguirre no nos dice tampoco de donde es.

La tercera, como dice el Sr. Altolaguirre que figura como en la an­terior en idéntica forma, es de presumir que se trate del mismo que­sero cuya residencia también se ignora.

Ahora bien: COLUMBO en italiano es igual a COLOMBO?

No se arguya que COLUMBO es COLOMBO en latin, puesto que las mismas actas de Génova latinizan el apellido en COLUMBUS.

En cuestión de apellidos la exactitud de la denominación es ei todo, porque de otra manera tanto valdría decir COLON o COLUN, y si de esta manera hubiera firmado el Almirante, seguramente q te ni el Sr. Altolaguirre ni el que esto escribe, ni tantos otros se hubie­ran quemado las pestañas para defender las respectivas teorías.

Por lo tanto, no cabe alegar que si en los documentos, una veces se cita el apellido por COLOMBO y otras por COLUMBO, es error del amanuense y necesario será demostrar la razón de esta irregu­laridad.

Más adelante nos detendremos para demostrar, la variedad que se dá en las actas a este apellido.

En 17 de Enero de 1466, continúa el Sr. Altolaguirre, Dominicus de Columbo, quondam lohannis textor pannorum lañe, habitator lanue in contracta evtra portam Sancti Andree, afianza en Génova, ante el notario Andrés de Cairo, la evicción de una tierra en Villa Quarti, que vendió su primo hermano lohannis de Columbo de Moco­nexi, quondam Luce”.

¡Alto aquí Sr, Altolaguirre!

Por las señas, este lohannis de Columbo de Moconexi, es el mismo de que Vd. nos habla en la primera acta de 21 de Febrero de 1429, padre del Dominicus Colombo, que por cierto Vd. mató en el año 1448, según se desprende de otra acta ya citada, que lleva fecha 20 de Abril de 1448, porque Vd. ya nos había advertido anteriormente que con cita del padre se decía QUONDAM cuando había fallecido, y FI- LLIUS cuando aún se hallaba en el reino de los vivos.

 

Aquí nos hace Vd. a este Iohannis de Columbo de Moconexi, primo hermano de Dominicus y como no es posible que fuera hijo y al pro­pio tiempo primo de su padre, si no lo toma Vd. a mal, eliminaremos esta acta de la probanza.

No sabemos además, como pasó desapercibido para el Sr. Altola­guirre, el quondam de este Iohannis de Moconexi, cuando le hubiera cabido la satisfacción al autor de “Colón y Toscanelli” de averiguar el nombre del bisabuelo de Don Cristóbal.

“Continúa el Sr. Altolaguirre, para decirnos que el primer docu­mento en que aparece en Saona (Savona) tiene fecha 2 de Marzo de 1470, y por él consta, que ante el notario Juan Gallo, tomó a su servi­cio Dominicus de Columbo civis Ianue, QUONDAM IOHANNIS DE QUINTO textor pannorum et tabernarius a Bartolomé Castagnelli”.

Esta acta es todavía más absurda que la anterior. Porque si Do- ■minicus de Cohimbo civis Ianue es QUONDAM IOHANNIS DE QUINTO, no puede ser Dominions de Columbo QUONDAM IOHAN- NIS DE MOCONEXI aunque hubiera residido en Quinto. Porque bien claro lo dice DE QUINTO. Además, que este Dominicus sea car­dador de lana y expendedor de vinos al mismo tiempo ¡vive Dios! que no se compagina, aunque nos lo afirme y jure por todos los santos del cielo el Sr. Altolaguirre.

Por lo tanto, la impugnamos igualmente, porque ya el Sr. Altola­guirre nos ha advertido que Moconexi es, o era, .una villa situada en el valle de Fontanabuona, COLINDANTE CON EL DE BISAGNO EN EL QUE SE HALLA LA VILLA QUINTI, que son dos lugares distintos, bastante apartados y con regimiento propio.

Agrega el Sr. Altolaguirre, que es en extremo interesante el acta extendida en Génova el 22 de Septiembre de 1470 por el notario Ja- cobo Calvi, en la que consta que Dominicus de Columbo quondam Iohannis y Chi-istofifurus eius filius, en presencia y con el consenti­miento de su padre, toman por árbitro de sus diferencias con Jerónimo de Portu, a Juan Agustín de Coano”. La sentencia arbitral — agrega el Sr. Altolaguirre — la dictó Coano el 28 del mismo mes y año, ante el notario Calvi, y por ello condenó a Dominicum de Columbo et Christophorum eius filius, al pago de 3fi liras a Jerónimo de Portu1‘.

Por este documento resulta que Cristóbal Colón, el descubridor de América era todavía menor de edad, puesto que necesita el consenti­miento de su padre para exhibir la responsabilidad civil y siendo así, como menor no sabemos como pudo haber contraído compromisos jun­tamente con su padre, que era él único responsable de las diferencias, probablemente mercantiles, discutidas y confiadas a la sentencia arbi- crah Verdaderamente y por muchas vueltas que hemos dado al asunto, no hemos podido darnos razón del pito que toca aquí Cristóbal, a no ser, que, se trate únicamente de hacer una exhibición de su persona­lidad para fines históricos.

Esto es de necesidad también que se nos explique, porque franca­mente, no vemos claro.

Prosiguiendo el Sr. Altolaguirre la enumeración de estas actas ge- nuíntts, agrega, que tan importante o más que la anterior, es la ex­tendida en Génova el 31 de Octubre de 1470 por el notario Nicolás Raggio, y en la que Crislofforus de Columbo, filius Dominici maior itnnis decemnoven et in presentía auctoritate concilioei consensit dictis Donvinici eius patris presentís et autorizantis, se declara deudor de­una cantidad por resto de una partida de vinos que vendieron por cuenta de Pedro Belexio de Portu.

Entonces Sr. Altolaguirre, este Christofforus no es el que descu­brió la América ni el padre que dá el consentimiento, el padre del Descubridor.

¿Razones?

Vamos a hacer uso de las ya apuntadas en otro lugar con el au­xilio de un escritor contemporáneo, que estudió el acta a fondo.

En efecto: el documento en cuestión nos demuestra que este Cris­tóbal, tenía 19 años en 1470 Ckristophorus de Columbo filius Dominici major annis decevi novevn. Y el Cristóbal que descubrió la América ya navegaba en 1470.

Y                                                                                                                     aún en el caso de admitir que este Cristóbal del acta fuera el descubridor, resultaría que habría nacido como fecha más temprana, el 29 de Octubre de 1451, en lugar de 1436 o 1446 en que todos los crí­ticos convienen.                                                                       ’

Asi pues, naciendo el Descubridor el año 1436 de acuerdo con el cura Bernaldez que nos dice murió en senectude bona a los 70 años de edad o sea en el año 1506, resulta, de acuerdo con la primera acta que Vd. nos ha citado Sr. Altolaguirre y que nos dice, que el 21 de Febrero del año 1429, Dominicis de Colombo tenía diez años, al em­pezar el aprendizaje en casa de Guillermo de Bravante, resulta repeti­mos que Dominicis de Colombo engendró a su hijo Cristóbal a los dion y seis años de edad.

Sabemos por otra parte que Cristóbal Colón entró al servicio de su tío el año 1^59 y por lo tanto no habría empezado a navegar, como él mismo lo dice, a los catorce años, sino a los ocho según el acta que Vd. nos presenta.

Es un hecho innegable por otra parte, que con anterioridad al año 1470 feoha de esta famosa acta, ya Cristóbal Colón en lugar de esitar despachando vinos, había emprendido, comandando en jefe, la expe­dición enviada por orden del rey René contra la Fevnandina que se hallaba en aguas de Túnez.

Vd. mismo nos ha manifestado Sr. Altolaguirre, en su trabajo titu­lado «Llegada de Cristóbal Colón a Portugal” publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo XXI, página 48l, que esa expedición de Cristóbal Colón a Túnez, ocurrió el año 1472 y por lo tanto, de acuerdo con el acta, el Descubridor tenía 21 años, que son pocos años a nuestro juicio para emprender tales hazañas.

En su libro “Colón y Toscanelli” también Vd. nos dice que el com­bate naval sostenido por Colón el Mozo y por este Cristóbal, en las costas de Portugal, contra cuatro galeras gruesas venecianas, no tuvo efecto el año 1485, sino el 1476, puesto que segvin el documento en­contrado por Salvagnini, el texto de las Crónicas de Alfonso de Pa- lencia ecta, así lo acreditan.

El Sr. Beltrán y Rózpide en su libro “CRISTOBAL COLON Y CRISTOFORO COLUMBO» nos dice lo siguiente: “En cuanto a las campañas que Cristóbal Colón pudo hacer a las órdenes o al servicio del corsario francés a quien en los últimos tiempos como se ha dicho.

acompañaba otro corsario llamado Colombo Júnior, Colón el Joven o Colón el Mozo, “hombre muy señalado de su apellido y familia” (1) es decir, del apellido y familia de Cristóbal Colón, preciso es refe­rirlas también a esta época, entre 1472 y 1477, puesto que parece que Colón se estableció en Portugal después del combate naval del Cabo de San Vicente, librado en Agosto de 1476 entre los citados corsarios y los portugueses por una parte, y naves genovesas por otra. En este punto no cabe llegar a deducciones, autorizadas por escritos de nues­tro Almirante, que tal vez no quiso aludir nunca al período de su vida en que sirvió al que “espantaban con su nombre hasta los niños en la cuna”, al orgulloso, al insolente, al perverso Colón de que nos habla. Alonso de Palencia, al “erudelísimo pirata Columbo” citado en las Cartas del Senado veneciano, aquél “Capitán de la armada del rey de Francia”, según frase de Zurita, que pirateó a favor de éste y del rey de Portugal contra Aragón y Castilla y que atacó o intentó aco­metidas contra puertos de Vizcaya y de Galicia en 1474 y 1476”.

Y  según el Sr. Altolaguirre un año antes de andar merodeando por las costas gallegas, el corsario en mar, y en tierra, el vinatero de Génova, en acta que cita de fecha 7 de Agosto de 1473 aparece en Savona consintiendo en la venta que iba a realizar su padre Domingo de una casa que poseía «in civitate Ianue in contrata porta Olivella” o sea de una casa que es lo más curioso que no podía vender porque la había adquirido del Monasterio de San Esteban en enfiteusis. Son tan­tos los contrasentidos, que nos parece increíble que con el solo auxilio de esos documentos, la mayoría de los cuales están argüidos de falsos, se pretenda sostener el genovismo del Descubridor de América.

Y   que el mismo autor se contradice, queda probado diciéndonos que el viaje por cuenta del rey Renato a Túnez, en el que Colón fué tras la galeaza Fernandina, ocurrió o debió ocurrir el año 1472 (Lle­gada de Cristóbal Colón a Portugal, tomo XXI, pág. 481) y sin em­bargo dá por buena el acta en que Dominicus Columbus en unión de su hijo Cristóbal, reconocen en Savona por ante el notario Tomás del Zocco, deber 140 liras a Juan de Signorio, acta que lleva la fecha de 26 de Agosto de 1472.

De este berengenal de contradicciones, sólo el Sr. Altolaguirre po­dría sacarnos.

Para reforzar más la contradicción, citaremos un párrafo de la obra del Sr. Beltrán y Rózpide “Cristóbal Colón y Cristóforo Colum­bo”, pág. 25. Dice así el párrafo aludido: “De todo lo dicho resulta como conclusión, en cuanto al problema capital aquí planteado, que Cristóbal colón sirvió a Renato de Anjou y a los Colones corsarios entre 1471 y 1476. Si en cualquiera de estos años tenía veintiocho de edad, había nacido entre 1443 y 1448. NO PODIA TENER DIEZ Y NUEVE AÑOS EN OCTUBRE DE 1470”. Y continúa así el señor Baltran y Rózpide: “La rotunda afirmación que hace el Almirante de que tenía veintiocho años cuando vino a servir a los reyes de España, no se aviene con las varias opiniones, seeún las que Colón murió entre los sesenta y los setenta años de edad. Por esto se ha

(11 Segün frase de Don Femando Colón, Conviene advertir <jue los colombistas han puesto resuelto empeño en nrgar nue Don Cristóbal fuera de esta familia, para que sobre­salga H í*rror de Don Fernando y sea mas faeil identificar al Descubridor de Amériea con r! Inmcms do Genova,

 

indicado la posibilidad de un error de copista, que escribió veintiocho en lugar de treinta y ocho o cuarenta y ocho. Admitida tal suposi­ción, resultaría que nació Colón entre 1445 y 1448, o entre 1435 y 1438, y si nos atenemos a servicio hecho a los otros, entre 1433 y 1438, o entre 1423 y 1428. Elíjase el año que se quiera, NO PODIA TENER DIEZ Y NUEVE AÑOS EN OCTUBRE DE 1470”.

Queda pues demostrado que el Cristóbal del acta extendida en. Génova el 31 de Octubre de 1470, en la que se dice CHRISTOFFO- RUS DE COLUMBO, FILIUS DOMINICI MAIOR ANNIS DE- CEM NOVEN, no puede ser el mismo que descubrió la América.

El vinatero de Génov:x que rueda en las actas de 1470 – 1472 y 1473 no puede ser ciertamente el corsario y el perseguidor de la ga­leaza Fernandina, porque una cosa es expender vinos tranquilamente en Génova y otra £>ndar a cañonazos con los buques enemigos y pira­tear por el Atlántico y el Cantábrico.

Pasaremos por alto la polémica que el Sr. Altolaguirre sostiene con García de la Riega, a propósito de bien razonadas hipótesis opuestas por el ilustre pontevedrás, a quien debemos rectificación histórica tan importante, y siguiendo el orden establecido para la relación de las actas, llegaremos al 5 de Noviembre de 1476 en que ante el notario de Génova Juan de Benedetti, Dominicus de Columbo, textor pannorum lañe quondam lohannis, habitator Saonae, cede un crédito que tenía contra Nicoli Masglio”.

El 23 de Enero de 1477, y según acta extendida en Savona por el notario Juan Gallo: “Suzana, filia quondam lacobi de Fontanarubea et uxor Dominici de Columbo laneri civis et habitatoris Saona” da consentimiento a este para la venta de la casa sita «in burgo Sancti Stephani indita civitatis Ianua in contracta Sancti Andre”. Dice eT Sr. Altolaguirre que, aunque ya queda demostrado que el Doménico de Columbo, marido de Susana, era el hijo de Juan, conviene hacer constar que esta casa cuya venta autoriza Susana, es en la que vivían en 1466, según se expresa en el acta de 17 de Enero, extendida por el notario Andrés de Cairo, diciendo que Doménico de Columbo era hijo de Juan y que vivía «en contrata extra portam Sancti Andre”.

Por nuestra parte también nosotros hemos advertido que estas casas fueron adquiridas en enfiteusis y que por lo tanto no podían ser enagenadas. Ese documento de 17 de Enero de 1466 que cita el Sr. Altolaguirre, es el mismo que hemos rechazado, porque en él apa­rece Dominicus de Colombo como primo hermano de su padre Iolian- nis de Columbo de Moconexi, quondam Luce, que como también he­mos advertido debió ser el nombre del bisabuelo del Descubridor. Lo que se llama, en ese documento de 17 de Enero de 1466, EVICCIGN, es un despojo que sufre el comprador de la cosa que le fué vendida o seria amenaza de ese mismo despojo, y he aquí otra contradicció/i tremenda, porque de ser cierto que el lohannis de Columbo, de Moco­nexi, despojó c trataba de despojar a Doménico de Colombo de esa casa, siendo adquirida en enfiteusis, no sería ciertamente Doménico de Colombo que entablara la acción civil y hasta criminal, sino el Monasterio da San Esteban que poseía el inmueble como bienes de la

 

Iglesia y que lo cedía a censo irredimible, probablemente para bene­ficiarle con la pensión anual que sujetaba el inmueble.

Aquí vuelve el Sr. Altolaguirre a enfrascarse en una larga dis­cusión con el Sr. La Riega, lo que pasaremos por alto, puesto que nosotros partimos bajo otros puntos de vista.

Volviendo al estudio de los documentos — dice el Sr. Altolaguirre

—  en que aparece Doménico de Colombo, hijo de Juan, o su familia, y siguiendo el orden cronológico, que hemos tenido necesidad de alterar por la relación que entre sí guardan los anteriores, encontramos que en 18 de Mayo de 1477 aparece en Génova Dominicis de Columbo, textor pannorum lañe quondam Iohannis, otorgando un recibo de diez y nueve liras ante el notario Francisco Delfino”.

He aquí la simpleza de un recibo por la miserable suma de 19 liras que necesita también constancia notarial y en la que probable­mente hubo que satisfacer al notario mayor cantidad por sus ho­norarios.

“Después, en 27 de Enero de 1483 aparece también en Génova Domenicus Colombus quondam Iohannis olim textor pannorum civis Ianue, arrendando ante el notario Juan Bosio a Juan Bautista Villa, una parte de la casa que adquirió (no dice que compró) en 18 de Enero de 1455 del Monasterio de San Esteban”.

Más tarde, o sea en 25 de Agosto de 1487 aparece en Génova, siendo testigo en un acta, extendida por el notario Juan de Benedetti ■‘Iacobo de Columbo, textore pannorum lañe en Ianua, Dominici”.

Aquí el Sr. Altolaguirre no concreta quien sea este IACOBO; pero recurriendo a Staglieno que fué quien halló el documento, obser­vamos que dice lo siguiente: “Giacomo de Columba, tessitore di panni di lana in Genova, figlio de Doménico, e testimonio ad un atto cele- brato fouri porta di Sant’Andrea in carrubeo recto» y en esto hay otra gran contrariedad, porque según Casoni, autor de los ANALES DE GENOVA, este Giacomo, hijo de Doménico, si fuese verdadera­mente el hermano de Cristóbal Colón, no podía estar en Italia, ni ser testigo en el citado acto notarial, porque en el año 1485 ya había abandonado Génova en compañía del Descubridor. Existe además otra contradicción y es que, según Koselly de Lorgues, que cita otro acto, nos dice que entró como aprendiz en Savona en 1484 y a lis diez y siete años de edad en casa de un tejedor, y en este caso, el Giacomo ya había regresado a Génova cuando menos en el año 1437 para establecerse con su padre y por lo tanto fué testigo a los 13 años de edad no cumplidos y por otra parte, sabemos que para ser testigo en un contrato civil, se necesitaban cuando menos veintiún anos.

Como muy bien dice Peretti, resulta que este Giacomo en vez de traernos un rayo de luz, embrolla más la cuestión y hace menos que imposible la identificación de Doménico de Columbo, padre de Giaco­mo de Columbo, con el Doménico de Columbo, padre del Descubridor.

Sigamos con las actas.

“En 23 de Agosto de 1490, Domenicis Colwmbus, textor pannoruyyi lañe quondam Iohannis, da recibo a Juan Bautista Villa ante el no­tario Juan Bautista Parissola de la cantidad que le debía por el arrendamiento de la casa sita lanua in burgo Sancti Stephani in contrata porte Sancti Andre».

Hemos de advertir al Sr. Altolaguirre, que para ser válido según sus apreciaciones un documento de esta índole, se necesita saber dónde fué extendido y como no nos dice si fué en Génova, Savona n otro lugar de Génova o Italia, necesitamos la aclaración para recono­cer validez al acto. Además ignoramos que Staglieno a quien per­tenece el hallazgo de este documento, precise que el alquiler sea de la casa sita “in burgo Sancti Stephani”, puesto que en la pág. 73 de sil Op. sólo dice lo siguiente: 1490-23 de Agosto. — Doménico Colombo tessitore di panni in lana del quondam Giovanni, fa quitanza a Gio van Battista de Villa, calzolaio, di mi resto di fitto e di altro per interessi che ave ano fra di loro.—In atti del notara Giovan Battistu. Parrisola.

Ahora bien: si el Sr. Altolaguirre ha compulsado personalmente el documento, hágase de cuenta que nada hemos dicho.

Sigamos con las actas.

“De nuevo aparece en Génova — dice el Sr. Altolaguirre — el 15 de Noviembre de 1491 Domingo Columbo, te.vtorc pannorum lañe quov- dam lohannis, en un acta notarial, siendo testigo de la vunta de unas tirras, y en 30 de Septiembre de 1494, Dominico de Columbo olim tes- tore pannorum lañe quondam lohannis, testifica ante el notario Juan Bautista Parissola, en el testamento otorgado por Catalina Ve::- nazza”.

Aunque el Sr. Altolaguirre nos dice QUE DE NUEVO APARE­CE EN GENOVA EL DOMINGO COLUMBO, observamos que los documentos transcritos no citan el lugar. Valga, pues, si se trata de omisión.

El Sr. Altolaguirre dice que “este es el último documento que co­noce, en que actúa Domingo de Colombo, hijo de Juan Colombo de Moconexi y padre de Cristóbal, Bartolomé y Jacobo de Colombo”,

Esta afirmación del Sr. Altolaguirre de que DOMINGO DE CO­LOMBO, HIJO DE JUAN COLOMBO DE MOCONEXI ES PADRE DE CRISTOBAL, BARTOLOME Y JACOBO DE COLOMBO es por demás aventurada, porque el Sr. Altolaguirre no cuenta entre los do­cumentos indiscutibles la sospechosa acta de 21 de Julio de 1489 que es el único documento en que se cita a los tres hermanos Cristóbal, Bartolomé y Diego o Jacobo. .

El Sr. Altolaguirre sólo cita el documento para sostener la polémica con La Riega. Díganos pues el Sr. Altolaguirre: ¿Este documento es a su juicio auténtico?

Porque es efectivamente en este documento (¡ue lleva fecha 21 de Julio de 1489 donde el Sr. La Riega ha advertido el enredo de la ‘•fi­sión hecha por Doménico Colón a su yerno Jacobo Bavarelto, de un inmueble que había vendido el año 1477. En vano el Sr. Altolaguirre se escuda con el Sr. Harrisse para salir del lío; porque el Sr. Harrisíe nada dice que pueda tomarse en serio, porque siendo sólo presunciones, no tienen valor probatorio, por muy Harrisse que haya sido el Sr. Harrisse y por muy Altolaguirre que sea el Sr. Altolaguirre. Cuan­do en acta notarial se da consentimiento para la venta de una finca, es que la operación está ya cerrada, porque sería ridículo que se ex­tendiera acta notarial ante una sola probabilidad de venta. Pero ya nosotros hemos advertido que todo eso es una pura fábula y que i>o tan sólo Doménico no pudo vender el inmueble, porque estaba sujeto a enfiteusis, sino que tampoco se necesitaba el consentimiento de Su­sana y menos la representación para los hijos de Doménico en seme­jante acto.

Para destruir pues la validez de ese famoso documento, será nece­sario hacer historia de lo que significa el censo enfiteutico. Probán­dolo, la nulidad de la prueba quedará evidenciada y reconocida la mala fé de los excesivamente apasionados en demostrar la validez de unas actas apócrifas, con el auxilio de otras, quizás genuínas, que sólo tie­nen de notables la circunstancia de que se mencionen nombres pro­pios que concuerdan con algunos de la familia del Almirante.

Copiemos nuevamente lo que el Sr. Altolaguirre nos dice sobre Iu propiedad objeto dti litigio:

“En 18 de Enero de 1455, el Monasterio de San Esteban CEDE A ENFITEUSI5 a Doménico Columbo, textori pannornir Jane, un te­rreno “in b’Tgo Sancti Stephani” sobre el que estaba edificada una casa que lindaba e^ta

Esta forma de cesión que ya se encuentra regularizada en la legis­lación romana y extendida por sspacio de mucho tiempo en Italia, es sencillamente un censo enfitéutico, por lo que el censualista, o sea aquí el Monasterio de San Esteban, se reserva el derecho de retener el dominio directo de la cosa censida y exigir y percibir anualmente las pensiones, caso de que el enfiteuta o sea el Doménico de Columbo dejara de pagarlas durante tres años, y dos, si era como en el presente el inmueble y tierra, propiedad de la Iglesia, caía en comiso la cosa, pudiendo apoderarse de elia el dueño directo sin necesidad de inter­vención judicial, conforme a las antiguas leyes romanas.

Por otra parte, no es lícito al deudor hacer una novación sin cono­cimiento y participación del acreedor, y un censo enfitéutico se ex­tinguía por dejar el enfiteuta de abonar el cánon durante tres años, o dos si como hemos dicho, la propiedad pertenecía a la Iglesia, y por enajenarse la finca contraviniendo las condiciones del contrato, y tam­bién al terminarse el tiempo por que se constituyó o por sufrir la cosa tal menoscabo, que se redujera a menos de la octava parte de s-.i primitivo valor.

Para mayor claridad, añadiremos que esta clase de censos, san como los llamados foros en Galicia, que se constituyen por una o más vidas o una o más generaciones, y terminadas éstas, vuelve al dueño directo, el dominio útil que concedió.

Después de esta ligera explicación, díganos el que leyere, si Do- minici de Columbo podía vender la finca en cuestión según lo advierte el documento fecha 23 de Enero de 1477 citado por el Sr. Altolaguirre; si se necesitaba para. Oa venta la autorización de Susana y la repre­sentación de los hijos de Doménico, y si se pudo ceder LA PROPIE­DAD DE LA CASA a Bavarello con la condicional de volver a ser propiedad de Domingo el inmueble, si en el término de do-s años no satisfacía Bavarello la suma de doscientas cincuenta libras en que había sido apreciada la propiedad, y si esa propiedad pudo ser causa del litigio que nos habla el Sr. Altolaguirre, sostenido por Bavarello contra Doménico Colombo y sus hijos, que al fin perdieron la propiedad o fueron desposeídos de la casa en cuestión, que viene a ser la misma cosa.

Pero lo curioso de todo esto, es que el Sr. Altolaguirre afirma muy seriamente en un período de la disertación contra los argumentos de La Riega, QUE EL DOMINGO COLOMBO ADQUIRIO (NO AL­QUILO) del Convento de San Esteban, la casa ecta, observación que saca a cuento aludiendo a que La Riega, dice refiriéndose a la familia de los Colones de España, que traslada a Génova que, ALQUILA UNA CASA PROPIEDAD DEL CONVENTO DE SAN ESTEBAN EN LA VIA MULCENTO lo que si no muy expresivo, expresa bas­tante más que la afirmación de compra de Altolaguirre.

El Sr. Altolaguirre, cita otras actas para reconstituir la familia de Antonio, hermano de Domingo, que lo hace figurar en acta fecha 4 de Junio de 1160 colocándose de aprendiz con Antonio de Planis, sastre, a un hijo suyo llamado Juan y en está y en sucesivas actas que no copiaremos para no haeer interminable la refutación, descubre otro hijo de Antonio llamado Benedictus, otro Tomás, otro Matheus y otro Amigetus, Después de citado todo lo que antecede, añade el se­ñor Altolaguirre; “Ya hemos dicho que con objeto de que las con­clusiones que se deduzcan del examen de las actas notariales no pue­dan ser impugnadas, alegando dudas acerca de la autenticidad de los documentos, hemos eliminado de nuestro estudio, todos aquellos cuyos originales no pueden ser compulsados; los que en extracto hemos men­cionado, tienen en buena crítica histórica que causar fé, a menos que mediante un estudio serio y técnico se pruebe su falsedad.

Por ahí debió haber comenzado el Sr. Altolaguirre. Primero era lógico que se hiciera ese estudio que no se ha hecho, porque si bien es cierto que Harrisse hurgó en la documentación, por muy severo que haya sido en la compulsa, imbuido por los prejuicios de la nacio­nalidad italiana, su atención fué más histórica que paleográfica y si históricamente, pudo advertir tremendas falsedades ¿qué no sería y resultaría de un concienzudo examen diplomático?

Analice si está capacitado para ello el Sr. Altolaguirre, el estilo del latín de los documentos y los modismos empleados y entonces en uso. Vea la causa porque en unos documentos se da al apellido CO­LOMBO el de COLUMBO que ya hemos dicho que no es la interpre­tación latina que en los documentos también se expersa por CO- LUMBUS.

Diga si era posible que en el siglo xv se diera en Génova distintas interpretaciones latinas a un mismo apellido como son COLUMBOS, CVLUMBIS, COLUMBIS, COLUMBES, COLUMBI, ecta, siendo la lengua oficial en lo jurídico, ese latín en que tanto los notarios como los amanuenses conocían con bastante propiedad, aun cuando sólo fuera por el uso que hacían entonces de esta lengua muerta. En cuanto al nombre propio Domingo, unas veces lo vemos escrito DOMINICO, otras DOMINICI, otras DOMINICIS, otras DOMENLCI, otras DOMI- NICUS, otras DOMENICO, otras DOMINICUM, otras DOMENICOS eeta. Aquí quisiéramos ver a Oviedo y Arce que se fijaba en la tilde de la t, como argumento suficiente para rechazar y declarar apócrifo un documento!

 

¡ Qué diría también el Sr. Altolaguirre, si en los documentos de Pontevedra se leyera unas veces COLON, otras CULUN, otros CO- LUNO, otras COLUNAS y otras COLINAS?

¡Vale más no pensarlo!

Por menos, por mucho menos que eso, llamó Oviedo y Arce a La Riega arrivista, intruso, logrero y otras lindezas por el estilo. Porque en un documento de los de Pontevedra vio Oviedo y Arce un nombre o monograma que no concordaba con su opinión, dijo que había sido ánima vil de las manipidaciones del invencionero La Riega. Porque en otra parte La Riega interpretó A“ por Antonio, lo puso como no digan dueñas… y así por el estilo en los demás pasajes de su informe a la Real Academia Gallega.

¿Qué no podríamos decir nosotros en justa correspondencia anlfí esas discordancias gramaticales de los documentos italianos V

El Sr. Altolaguirre en su trabajo recusa el documento o r.cta que lleva fecha 21 de Julio de 1489 donde figuran juntamente con Domin­go supuesto padre del Almirante, sus hijos Cristóbal, Bartolomé y Ja- cobo, puesto que dice: “el documento que cita Harrisse en el apéndice al tomo II, pág. 443 de su obra Qkrostoforo Colombo (se refiere al acta de fecha 17 de Noviembre de 1491) pertenece a aquellos que, por no parecer los originales, no tenemos nosotros en cuenta; pero al sólo efecto de las obsej’vaciones del Sr. La Riega, hacemos presente que el documento de 21 de Julio de 1489 {que es donde como ya hemos dieho figuran en valioso consorcio Domingo, padre y Cristóbal, Bartolomé y Jacobo) está otorgado en Génova ecta

Restando pues este documento de todos los copiados en extracto par el Sr. Altolaguirre ¿qué queda de la prueba documental?

Pues queda lo siguiente, analizado en globo:

Que un individuo llamado Doménico Colombo o Columbo que lo mismo reside en Génova que en Savona, que unas veces es tejedor de paños de lana, otras tabernero y otras quesero, tiene dos hijos— y esto en un documento sospechosísimo—que se llaman Cristóbal y Juan Pelegrino.

Que la mujer de ese tejedor, vinatero o quesero, puesto que a eier.cia cierta no sabemos lo que era, so pena que lo fuera todo junto, teñí?, una mujer que se llamaba Susana de Fontanarubea, que prestaba con­sentimientos para vender propiedades que no eran tales propiedades de Domingo Colombo.

Que ese Domingo Colombo tuvo un padre que se llamó lohannis de Columbo de Moconexi, que no sabemos por que artes mefistofélicas, se convierte más tarde en primo hermano de Domingo.

Que este padre o primo hermano de Domingo, dice el Sr. Altola­guirre que estaba establecido en Génova euando lo cierto es que vivía en Villa Quinti.

Que Domingo Colombo se dedicaba a adquirir propiedades a censo enfitéutico para enajenarlas después como si fueran verdaderas pro­piedades que gravasen la dote de su mujer, la cual es cómplice er. estos manejos de Domingo.

Que el Domingo también tenía una hermana que se llamaba Battis­tina y otro hermano llamado Antonio, que a su vez tuvo cinco hijos no se sabe de qué madre, que se llamaban Juan, Benedictus, Tomás, Matheus y Amigetus,

Y  estrechando el analismo, resulta:

Que tanto Domingo, Antonio, como Battistina, vivían en 1448 en Villa Quinti, lo que acredita que este Domingo, este Antonio y esta Battistina, eran otros Colombos o Columbos, puesto que el Sr. Altola­guirre ya nos ha advertido que el Domingo Colombo estaba estable­cido en Génova en el año 1439. Se demuestra además que el Domingo colocado de aprendiz por su padre en casa de Guillermo de Bravante, era otro Domingo aprendiz, lo que verdaderamente nada tendría de extraño, porque tanto Génova como sus burgos era un país de teje­dores. Es decir, que el aprendiz de Bravante, puede ser muy bien el Domingo hermano de Antonio y Battistina; parientes que nunca nom­bró el Descubridor, ni sus hermanos ni sus hijos. Este Domingo apren­diz pudo ser muy bien maestro más tarde en Quinto, que era donde residían sus hermanos Antonio y Battistina y donde había vivido su padre Juan de Columbo, natural de Moconexi.

Y   que lo que advertimos es cierto, lo demuestra que según dice el Sr. Altolaguirre “en 4 de Junio de 1460, en la ciudad de Génova y ante -el notario Juan Valdettaro, es testigo y fiador Dominicus de Colina­bo, fruter Antonius de Calumbo, habitator Villa Quinti, protestad?. Bisamnis quondam Iohannis, en el compromiso contraído por Antonio para colocar a su hijo de aprendiz en casa del sastre Antonio de Planis”.

Aquí le curioso es que este aprendiz de sastre se coloque en casa de un extraño, pudiendo hacer su aprendizaje de textore que era más honorable, en la de su tío Domingo, residente en Génova. Pero de­jando a un lado esta nimiedad, vemos aquí otra vez a Domingo y Antonio unidos y residentes en Villa Quinti, lo que a nuestro juicio determina claramente que este Domingo de Villa Quinti, no podía ser «1 Domingo tejedor de paños establecido en Génova. Obsérvese ade­más, que en esta acta nada se dice de su profesión.

En acta de fecha 5 de Julio de 1464, aparece en escena un Do­minicus de Columbo quondam Iohannis como quesero que también hace acto de presencia en otra acta extendida en Génova el 14 de Septiembre de 1465 en una sentencia arbitral.

Fíjense nuestros lectores que aquí se nota una particularidad ver­daderamente extraña: se llama este Domingo en el acta, DOMINI- CUS COLUMBO, al igual que en la de fecha 4 de Junio de 1460 en la que aparece juntamente con su hermano Antonio.

En las actas propiamente de Génova, el Domingo de esta ciudad se llama siempre DOMINICI si no estamos equivocados en nuestras apreciaciones, lo que denotaría que los nombres propios tomaban di­ferente denominación según los lugares que habitaban.

Concretando más, diremos que:

Tenemos la pretensión, que el Dominicus que se cita en las actas del 2 de Marzo de 1470 y 31 de Octubre del mismo año, es el Domini­cus de Quinto, porque en ambas aparece como tabernero, 4o mismo que su hijo Cristóbal, ya que en el último de estos documentos es donde se hace la aclaración que Cristóbal de Colombo es mayor de diez y nueve años. Sólo así se concibe un Domingo tejedor de paños de lana y un Domingo, quesero, que puede ser muy bien tabernero.

Y                                                                                            sólo así también se concibe que el hijo de ese tabernero, fuera tam­bién tratante en vinos.                                                                             ‘

Y   que en parte el Sr. Altelaguirre está conforme con nuestro modo de pensar, lo demuestra el que diga en su trabajo: “no puede ofrecer duda que el Domir.go Columbo, comerciante en vinos y padre del Cristóbal Columbo que aparece en el acta de 31 de Octubre de 1470, últimamente citada, es el mismo Domingo Colombo, hijo del Juan Colombo habitante en villa Quinti, que figura en la primera ds todas las actas citadas.

¡Ya vé el Sr. Altolaguirre como podemos convenir en algo!

Resulta también del examen de las actas, que en Génova existió un Dominici de Columbo casado con Susana Fontanarubea que tu­vieron dos hijos, uno llamado Cristóbal y otro Juan Pelegrino, fami­lia que residía en Savona el año 1473.

Reasumiendo para evitar mayores confusiones:

Hasta ahora, según las actas, aparecen dos familias:

Una: Compuesta por los hermanos Domingo, Antonio y Battistina, El primero, tratante en vinos, casado y con un hijo llamado Cristó­bal, que también negociaba en vinos; y

Otra: Compuesta de Domingo, su mujer Susana y dos hijos lla­mados Cristóbal y Juan Pelegrino.

Alega el Sr. Altolaguirre que en las actas notariales de Savona, no puede aparecer el padre de Domingo. ¿Por qué? No nos lo dice el Sr. Altolaguirre.

Y   si lo apuntado no fuera bastante, copiemos nuevamente a Alto­laguirre qne nos dice má.3 adelante: “Domingo Colombo de Moconexi tuvo una hermana, Battistina y un hermano llamado Antonio, el cual aparece en Génova el 4 de Junio de 1460 colocando de aprendiz, con Antonio de Plañís, sastre, a un hijo suyo llamado Juan, el cual acta extendida por el notario Juan Valdettaro, no deja lugar a duda res­pecto al ‘parentesco: Antonins de Calumbo kabitator Villa Quinti pro- testacie Bixamnis quondam lohannis. Iohnannctus films dicti Antonii de Calumbo atatis annorum quatordecim vel circa y figura como tes­tigo Dominicas de Columbo frater dicti Antonii.

¡Completamente de acuerdo, Sr. Altolaguirre!

El nombre propio Juan es en todas partes demasiado común para que pueda alarmarnos que lo llevan dos individuos; lo mismo que el de Domingo, aunque se distingan por DOMINÍCE y DOMINI- CUS. Y para aseverar cuanto exponemos, apoyándonos en el tes­timonio de Harrisse, podemos advertir al Sr. Altolaguirre que había COLOMBOS en Genova e igualmente que en Savona ■— en Quarto — en Quinto; en Moconexi, en Bordighiera, en Albaro, .en Sampierda- rena, en Oneglia, en Rapallo, en Bargaglio, en Sorri, en Pareto, en Sassello, en Sestri, en Chiavari, en Stu^rla, en Rivarolo, en Lercha, en Cogoleto, en Segno, en San Remo, ecta, ecta. ¡Eche Vd. Colombos en Italia!

De ahí se explica que se dé a Doménico Colombo tal suerte de nombres diferentes y de títulos más o menos contradictorios, y se le haga viajar de Quarto a Quinto, de Quinto a Génova, de Génova a

Savona y de Sayona otra vez a Génova. Por eso es que unas veces se presenta a ese_ Domingo Colombo cargado de deudas y vendiendo propiedades, y otras rico y adquiriendo nuevas tierra e inmuebles.

Y si sólo en el siglo xv cita Harrisse 124 individuos de ese apellido en el Genovesado, como muy bien dice e¡l Sr. Beltrán y Rózpide, sobra donde elegir parientes y linajes, pues los había de todas las posicio­nes. Con el apellido COLOMBO había nautas y aún algún pirata como Vicenzo Colombo a quien ahorcaron en Génova el 18 de Diciem­bre de 1492. En la larga lista de Colombos citados, aparecen 12 Bar­tolomés y 6 Giacomos o Diegos y no se diga nada de los Domingos y Juanes.

¿Qué ha de merecer más crédito para el historiador? ¿Unas acta¿ notariales desperdigadas y argüidas la mayoría de falsas, o los testi­monios históricos?

Sin vacilar responderemos en nombre del Sr. Altolaguirre que per­tenece a la Academia de la Historia, en la siguiente forma: ¡Los tes­timonios históricos!

¿Y qué nos dicen los testimonios históricos?

Vamos a citar solamente uno, que a nuestro entender basta y so­bra para negar la personalidad del artesano genovés que tan inútil­mente ha tratado «1 Sr. Altolaguirre de identificar como el del Des­cubridor del Nuevo Mundo.

En el Libro de las Profecías que se conserva en la Biblioteca Co­lombina, dice en sus comienzos el propio Colón: “Muy altos Reyes: De muy pequeña edad entré en La mar navegando, e lo he continuado fasta hoy. La mesma arte inclina a quien le prosigue a desear de saber los secretos deste mundo. Ya pasan de cuarenta años que yo voy en este uso. Todo lo que fasta hoy se navega, todo lo he andado”.

Este Cristóbal Colón que empezó muy niño a navegar y que con­fiesa que la misma afición aventurera inclina a conocer los secretos del mundo; que afirma,ha navegado por todos los mares conocidos y que tiene un pasado de cuarenta años de navegación, ¿puede ser el vinatero de Quinto o el cardador genovés de que nos hablan los do­cumentos italianos?

Francamente, la contestación que asoma a los labios, después de haber oído por boca del Almirante esta genuina confesión, es la de un ¡NO! breve y rotundo.

Pero entre los testimonios que cita el Sr. Altolaguirre, todavía hay otro más sorprendente. «Expuesto queda — dice — que Antonio de Colombo, hermano de Domingo de Colombo, tuvo cinco hijos, uno de ellos, Juan, que probablemente tendría por segundo nombre el de Antonio, por ser el de su padre, ya que el primero era el de su abuelo, los cuales Mateo y Amigesto se reúnen en Génova el 11 de Octubre de H96, y ante el notario Juan Bautista Peloso convinieron que Juan viniese a España en busca de Cristophoro de Columbo, a-rmiratum regis Ispanie, siendo costeados los gastos por los tres hermanos on partes iguales; el objeto del viaje era reclamar del Almirante el pago de un crédito que contra él tenían, heredado sin duda de su padre, una vez que los tres tienen a él igual derecho, y acuerdan que si dicho Juan “recuperaba aliquam pecunie» la cantidad recuperada debía partirla por igual con sus hermanos Mateo y Amigesto».

 

Dice el Sr. Altolaguirre que la importancia de este documento es extraordinaria, puesto que identifica al Cristóbal Colón de Italia y el de España. «Cristophoro de Calumbo, armiratum regia Hispanie», le llaman sus primos hermanos, hijos de Antonio de Colombo, hermano de Domingo, padre d^ Cristóbal, Bartolomé y Diego; es de todo punto inverosímil suponer que todo fueran coincidencias, y que el Cristóbal Colón de España, a pesar de todo lo expuesto, no tuviera relación alguna de parentesco con los de Colombo de Génova”.

Es indudable que leyendo al Sr. Altolaguirre, el que no esté ente­rado de ciertas particularidades, se traga la píldora y conviene que el ilustre académico tiene razón; pero los que estamos mejor infor­mados, sabemos que este documento es apócrifo y en ello también con­viene Don José María Asensio, Director que fué de la Real Academia Sevillana y Correspondiente de la de la Historia, al que no podrá re­cusar el Sr. Altolaguirre, porque este notabilísimo escritor ha sido uno de los mejor informados y documentados de cuantos se han jcu- pado de asuntos colonianos.

Pertenece este documento al protocolo del notario G. B. Piloso; son de los de la búsqueda de Staglieno y fué publicado en el Giornale Ligurtino, año XIV de su publicación y página 241.

Pues bien; este documento tiene fecha 30 de Octubre ce 1476 j MIL CUATROCIENTOS SETENTA Y SEIS! obsérvenlo bien nuestros lectores; cuando según convienen todos los historiadores, Colón aún no había entrado en España, ni se conocía su proyecto, ni se habían descubierto las Indias, ni se había confeccionado la historia apócrifa de la nacionalidad genovesa del Almirante.

Imposible es que este detalle y la invalidez del documento no fuera conocida por el Sr. Altolaguirre; pero queremos suponerlo, porque de otra manera, nuestra crítica dejaría de ser crítica para convertir­se en apostrofe, toda vez que sería inaudito que un español, que com­bate a otro español para negar la patria española del Almirante y adoptar la genovesa, no merecería llamarse tal, ni que se le guarda­ran por lo tanto los respetos que merece un escritor verídico, y que nos dice pocas líneas antes de citarnos este despropósito, que sólo se atiene a los datos que arrojan las actas notariales, que anterior­mente ha dicho ya, que no sean recusables por ningún motivo.

Y   después de todo esto, aún pregunta el Sr, Altolaguirre, proba­blemente con sonrisa marrullera, que no pudo estereotiparse en el pa­pel: ¿Se realizó el viaje de Juan de Colombo a España?

Y   el mismo se contesta de esta manera:

No existen prueban de que el viaje se efectuara, pero sí evidentes indicios de que se llevó a efecto.           .

Y  pondríamos en un verdadero aprieto al Sr, Altolaguirre, si le di­jéramos:

¡Explíquenos esos indicios!

Y  aún en -el caso que ese documento fuera genuino ¿podría expli­carnos qué valor jurídico tiene, no expresando la cantidad que Juan había de percibir del Almirante? Porque si ese documento se exten­día en forma de acta notarial, era precisamente para amparar a los otros dos hermanos, caso que el Juan no hiciese la partición legal, Y no especificándolo ¿para qué la intervención del notario? Aquí sí que pega bien aquel adagio tan en aso en nuestro refraneo: ¡Para ese viaje no se necesitaban alforjas!

Pasamos por alto la pretensión a la sucesión en los títulos del Al­mirante por Baltasar Colombo de Cucaro, una vez extinguida la des­cendencia masculina de Colón y que el Sr. Altolaguirre dice que cita sólo a título de indicio, pues a nuestro entender y de acuerdo con el tribunal que intervino en el pleito, no vale la pena ni de mencionarlo.

Con referencia a que el 30 de Mayo de 1498 emprendió Cristóbal Colón su tercer viaje de descubrimientos y que uno de los seis navios era mandado por Juan Antonio Colombo, del que dice Las Casas que “era genovés, deudo del Almirante, hombre muy capaz y pudiente, y de autoridad y con quien yo tuve frecuente conversación”, hemos de advertir al Sr. Altolaguirre que aún cuando nos diga que es conocida la justificada autoridad que tienen las afirmaciones del P. Las Casas, nosotros opinamos muy contrariamente, porque si el padre Las Casas no pudo decirnos de una manera terminante de qué punto era Cris­tóbal Colón, mal podría hacer tal afirmación, de la de aquel pariente, que el padre Gorricio llamó — como el mismo Altolaguirre lo dice — Juan Antonio Colón, y Gorricio que como depositario de sus papeies más importantes y personaje de la mayor confianza del Almirante, nos merece más crédito que el P. Las Casa;s, que a pesar de la justifi­cada autoridad que el Sr. Altolaguirre le reconoce, ha afirmado mons­truosidades y disparates tan grandes, hablando de la Isla Española, como aquel que “todos los ríos que vienen de u$a sierra, que son VEINTE O VEINTICa-NCO MIL, son riquísimos en oro” y aquello otro ‘‘que la justicia Di,tina destruyó la ciudad de Guatemala con tres diluvios: uno de aqua, otro de tierra y otro de piedras MAS GRUE­SAS QUE DIEZ Y VEINTE BUEYES”. ¡Ya vé el Sr. Altolaguirre como no podemos tomar en serio una afirmación del P. Las Casas, por muy seriamente que nos la represente.

Ahora bien: a ese Juan Colón o Juan Antonio Colón que en la última voluntad de Don Diego, pide se entregue cien castellanos ae oro, todas las señas coinciden con el Juan Colón de los documentos pontevedreses, que por su relativa buena posición, contribuye a la ree­dificación de la iglesia de Santa María la Mayor y dona en compañía de Juan Neto, una capilla a la misma iglesia.

Vamos con el último alegato del Sr. Altolaguirre:

“En 28 de Marzo de 1479, Domingo Colombo y su hijo Cristóbal (los vinateros) fueron condenados por sentencia arbitral, según que­da ya expuesto, a satisfacer 35 liras a Jerónimo del Puerto (léase de Portu) : este pago no consta que llegara a efectuarse”.

¡Esta sí que es buena!

Condenan por medio de un árbitro a que aquellos Colombos pa­guen 35 lirsa y no se pagan. Entonces ¿para qué son las sentencias?

Si por un.* miserable suma de 35 liras se extiende acta notarial y se recurre al auxilio del árbitro ¿es solamente para reconocer la deuda? ¡Buenas leyes! y ¡buena estaría la justicia que toleraba tales contrasentidos 1

Pero continuemos la relación del Sr. Altolaguirre, para saber a donde vá a parar con sus presunciones:

“El 19 de Mayo de 1506 — agrega — poco antes de morir, otorgó el Almirante testamento en Valladolid (no lo otorgó, le dió,validez) agregando a él una relación, escrita de su puño y letra: “de ciertas personas a quien yo quiero que se den de mis bienes lo contenido en este memorial, sin que se le quite cosa alguna de ello” Másele de dar en tal /orina que no se sepa quien se las manda dar. Las deudas que por esta nota se mandan satisfacer — continúa el Sr. Altolaguirre — parecen ser anteriores a las capitulaciones de Santa Fé; la cláusula mandando que se guardase secreto demuestra el deseo de Don Cris­tóbal de que no se llegara a identificar al aventurero que contrajo las deudas con el Virey y Almirante de las Indias occidentales”. “La rela­ción se encabeza diciendo: Primeramente, a los herederos de Geró­nimo del Puerto, padre de Benito del Puerto, Chanceller en Gén. veinte ducados o su valor”[3] “Como se vé, se trata del pago de una deuda, puesto que no se deja como legado a Benito del Puerto, sino a los herederos de su padre, Jerónimo del Puerto, que es el mismo a quien Domingo de Colombo y su hijo Cristóbal (los vinateros) que la- ron obligados por la sentencia arbitral de 28 de Marzo de 1470, a sh- tisfacer las 35 liras, cantidad igual o aproximada a los veinte du­cados”.

Primeramente Sr. Altolaguirre, eso de que 35 liras es igual o apro­ximado a veinte ducados es un cálculo que lo acredita a Vd. como aritmético. Porque si la lira era y es un aproximado de la peseta, lis 35 liras vendrían a ser unos siete pesos y si el ‘ducado era un apro­ximado de siete pesetas, los veinte ducados, serían ciento cuarenta pe­setas o lo que es lo mismo: unos veintiocho pesos que contra siete pesos de las treinta y cinco liras, se nos ocurre que no es igual ni tam­poco aproximado.

Ahora bien: Dice Vd. “que como se vé, se trata del pago de una deuda, puesto que no se deja como legado a Benito del Puerto, sino a los herederos de su padre, Jerónimo del Puerto”. Y preguntamos nosotros: ¿Si Jerónimo del Puerto, era padre de Benito del_ Puerto, quién era el heredero? Porque nosotros, creemos debe ser el hijo de su padre. Hasta ahora no se conocía otra regla para la, herencia de los padres, que sus propios hijos; pero el Sr. Altolaguirre debe poseer el secreto de otra jurisprudencia que no ha querido revelarnos.

Pero en todo esto aún hay otro desconcierto y es que, si efectiva­mente, aquella cantidad era adeudada, ¿cómo diablos iban a saber los herederos que aquella cantidad que recibían sin saber de quién, puesto que el Almirante exigía “que se diese en tal forma que no se sepa quien se las manda dar”, correspondía a las 35 liras del crédito de Jerónimo del Puerto?

Pero aún hay más: Por la relación de esas mandas que Colón or­dena en su testamento, se saca en consecuencia que provenían de prés­tamos que se ‘le hicieron en Lisboa en sus más difíciles tiempos: pres­tamistas y judíos que le facilitaron algunas cantidades y que para descargo de su ánima, en los tristes días, víspera de su fallecimiento, quiere reintegrar como buen cristiano.

Al hablar de Jerónimo del Puerto y del chanceller en Génova, Be­nito del Puerto, habla seguramente de españoles y de un cargo oficial que un español tenía en Génova. Y lo curioso del caso, es que no denomina ese cargo de canciller en italiano, sino ¡en gallego! porque chanceller en galáieo, antiguamente, era “guarda sellos” y este guar­dasellos no podía ser otro que un funcionario español. (1)

Esta es toda la labor del Sr. Altolaguirre, que con tan débiles argu­mentos y tan falsas apreciaciones y con el auxilio de actas apócrifas unas, copias sin valor otras y faltas de sentido común todas, trata de demostrar la oriundez genovesa del Almirante, contra la opinión de los más ilustres historiadores, incluso el Sr. Harrisse, que han reco­nocido noblemente, que esos testimonios nada acreditan, ni tienen fuer­za probatoria alguna.

 

CAPITULO XV

APOSTOLES Y PRINCIPALES SOSTENEDORES DE LA TESIS “COLON ESPAÑOL”

GRATITUD DEL AUTOR

ACLARACIONES IMPORTANTES

No cumpliríamos un deber de estricta justicia, si al terminar esta obra, no hiciéramos una relación de aquellas personas que más se significaron y distinguieron en la gran vindicación histórica que ha servido de tema a nuestro libro.

Difícil, por no decir imposible, sería citar a todas, porque ya son legión las que se ocupan en periódicos y revistas, en propagar la verdad con extraordinario entusiasmo.

Entre los notables propagadores que dejamos de citar, figuran nombres ilustres; pero también modestos escritores, unos y otros dig­nos de alabanza. Algunos, son para nosotros conocidos; pero desco­nocemos íos escritos de otros. Citar pues, a aquéllos, para dejar en el olvido a éstos, francamente, no nos parece justo.

Limitaremos por lo tanto la relación, a los que en libros, folletos y conferencias, sirvieron de precursores a este gran movimiento pa­triótico.

De acuerdo con la relación bibliográfica que tenemos a la vista, corresponde el puesto de honor a Doña Eva Canel, que en el año 1907

—  nueve después de la famosa conferencia de La Riega en la Sociedad Geográfica de Madrid — publicó en Buenos Aires, y en su propio ta­ller tipográfico, la conferencia publicada en Corrientes (Rep. Argen­tina) siendo por lo tanto su voz, la primera que vibró en América, para defender la cuna española de Colón.

La sigue, en relación cronológica, Don Fernando Antón de Olmet, que en el mes de Junio del año 1910, publicaba un interesante estudio sobre “La verdadera patria de Cristóbal Colón” en la revista madrileña “España Moderna”. Este trabajo, fué recogido en un folleto, por la revista “Galicia” de la Habana.

En el año 1911, Don Constantino Horta y Pardo, publicaba en New Yoi’k su folleto “La verdadera cuna de Cristóbal Colón”, repetido en dos posteriores ediciones, tiradas en Buenos Aires y La Coruna.

En el año 1913, se daba a la estampa en Madrid, un fo-lleto repro­duciendo la conferencia en el Ateneo, por Don Enrique María de Arri­bas y Turull. “Cristóbal Colón, natural de Pontevedra” era el título de este folleto.

En el año 1918, la Imprenta del Patronato de Huérfanos de Madrid, tiraba un folleto de extraordinario interés, escrito por el Académico de la Historia y Secretario general ds la Real Sociedad Geográfica, Don Ricardo Beltrán y Rózpide.

En el año 1919, se imprimía en la Habana un folleto de la inte­resante conferencia titulada “La patria de Colón”, pronunciada en el Casino Español de Sagua, por Don Manuel Tejerizo.

En el mismo año, Don Secundi- no García Vila, pronunciaba otra notable conferencia en el mismo Ca­sino Español de Sagua, con el tí­tulo de “Cristóbal Colón y Fonte­rosa”.    1

En el año 1920, Don José Ro­dríguez Martínez, bajo el título “Colón español, hijo de Ponteve­dra”, publicó un folleto que recogía una larga serie de conferencias pro­nunciadas en La Coruña.

En el propio año, Don Ramón Marcóte, a quien debemos los da­tos de esta relación bibliográfica, imprimía en la Habana el folleto

Don Ricardo Beltrán y Rozpide. “Colón, Pontevedrés” que encierra muy elocuentes refutaciones.

En el precitado año, Don Rafael Calzada, publicaba en Buenos Aires su libro “La patria de Colón”, tan favorablemente comentado por la crítica.

Y   en el año 1922, Don Prudencio Otero Sánchez, publicaba en Madrid su importantísimo libro “España, patria de Colón”, el que no sólo contiene revelaciones extraordinarias, sino que también relata las vicisitudes — en este caso inútiles — para lograr el reconocimiento oficial de la patria española de Colón.

Hemos dejado de mencionar el libro COLON ESPAÑOL, de Don Celso García de la Riega, porque siendo para nosotros el libro fundamental de la tesis, merece por derecho propio, un Uip’ar único y exclu­sivo y sin lugar preferente de continuidad.       ^

Por lo tanto, la tesis española de Colón, ses’ún puede apreciar** por estas notas, cuenta ya con una nutrida l)ililio- i ul ía. Ha tenido su Cristo: La. Riega; de la misma manera que ha tenido su Judas:

Oviedo y Arce. Bien es cierto, que los judas podríamos contarlos por docenas; pero sería hacerles de­masiado honor incluyéndolos en el i.ntftirülot/ío.

Ha tenido también sus apósto­les: Otero y Sánchez, que como a La Riega, debemos honrar y citar con respeto, puesto que son las dos grandes y venerables figuras de lo Vindicación. Calzada, que con te­són admirable, ha sabido desafiar todas las iras de la impugnación.

 

Don Ramón Marcóte

sin temor al ridículo con que qui­sieron confundirlo sus contrarios. Rodríguez Martines, a quien la muerte arrebató cuando aún no ¿u había perdido el eco de sus cálidas prédicas y sus fervorosas perora­ciones en pro de la sublime causn. Eva Canel, que en Cuba y fuera de de Cuba, hablando o escribiendo, ha puesto todo su empeño en esta ra­tificación histórica. El Marqués de Des fuentes, que en España y Ame­rica, laboró con Felí>: resultado, sin preocuparse de la polémica desenfrenada a que trataban de conducirlo sus enemigos. Horta y Pardo, que fué un verdadero misionero de la Buena Nueva. Aramburo, nota­bilísimo escritor cubano, que sin excitaciones, y movida por un generoso espíritu de justicia, patrocinó la causa y clamó por la vindicación. Tejerizo, otro cubano notable que sin restricciones ni vacilaciones, se declara partidario de ‘la tesis en una época en que la opinión incrédula, acogía con sarcasmos tan audaz afirmativa.

Beltrán y Rózpide, que sin declararse abiertamente partidario de la cuna española de Colón, quizás por no herir la susceptibilidad de los académicos, sus compañeros, abre a La Riega, como al acaso, las puertas de la inmortalidad, favoreciendo su conferencia en la Socie­dad Geográfica, y escribe, con claro y admirable juicio, su folleto ‘‘Cristóbal Colón y Cristóforo Colombo”, donde demuestra de una manera indubitable, que el Cristóbal Colón, firmante de las Capitula­ciones de Santa Fé, el Descubridor del Nuevo Mundo, no es el Cristó­foro Colombo de que nos hablan las actas notariales de Génova. Solá, que en su notable revista “Vida Gallega” viene sosteniendo con entu­siasmo no igualado, erl españolismo de Colón. Riguera Montero a quién se deben tan valiosos estudios de filología coloniana. Marcóte, infatigable propagador de las doctrinas de La Riega; que ha consti­tuido el primer Comité Pro-Calón Español en Cuba; que promueve una constante propaganda por Europa y América y trata de consti­tuir delegaciones hasta en las más apartadas regiones de Asia y sos­tiene encendida la lámpara de la Fé, manteniendo no interrumpida co­rrespondencia con los más entusiastas partidarios de su gran espe­ranza reivindioadora. Enrique María de Arribas, notable abogado que sostuvo con entereza, las conclusiones de La Riega a raíz de su famo­sa conferencia… y tantos otros, que no desmayan en sus trabajos de rectificación histórica, sosteniendo la teoría ya admitida, aunque te­nazmente combatida, de la naturaleza española de Colón.

Si de los actuantes, pasamos a los entusiastas partidarios que se han prestado a favorecer la edición de la presente obra, en otro lugar hacemos una relación de los importes adelantados al Comité Pro-CoJón Español, para ser reembolsados en ejemplares, puesto que nuestro deseo, ha sido desde un principio no ser en manera alguna onerosos a nuestros simpatizadores. Hemos de hacer sin embargo una excep­ción, en la subvención acordada por la Asamblea de Apoderados del Centro Gallego de la Habana, puesto que, sin haber sido solicitada, ni tam siquiera indicada, por espontánea voluntad de algunos señores que constituyen la agrupación o partido político No. 1, fué presentada a la Asamblea y entregiada para su estudio a la Comisión correspon­diente, que al emitir un informe favorable, fué aprobada por unani­midad y por lo tanto, con el beneplácito de todos los partidos políti­cos que integran esta Cámara legislativa regional.

Con anterioridad a esta resolución, el Ejecutivo que preside el señor Bahamonde y cuya Secretaría está a cargo del Ledo. José Gradai- lle, había fijado otra asignación con el mismo objeto y esto, que nosotros conceptuamos manifiesto deseo de enaltecer nuestras grandes figuran regionales y protección a la cultura gallega, habla muy alto de los hombres que rigen hoy los destinos del más poderoso centro regional del mundo.

Don Jaime Sola

Director de la revista VIDA GALLEGA.

 

Gratitud también debemos a Don Baldomero Moreira, el reputado profesor de dibujo y pintura del Centro Gaílcgo y de la Asociui-ión de Dependientes, autor de la inspirada portada a dos tintas del presente libro. Nada más expresivo que esta composición rápidamente delinea­ba por el culto profesor que avalora con sil pericia y con su nombre, ti modesto libro que damos a la publicidad.

Tampoco hemos de omitir la generosidad de amigos y particulares que, con sano propósito, contribuyen a di­vulgar la nacionalidad espa- íiol.a de Colón, aun cuando sea por medio de tan torpes manos como las nuestras. El Dr. José López Pérez; Don José María Andreini — resi­dente en los Estados Uni­dos—; Don Antonio de ln Cruz Díaa Pereiro, que nos consta dedicó todo su entu­siasmo a esta meritísima pro­paganda, y los Sres. Gómez, Ventosela, Albalo, López Vei- tí’a, Lugris, Alonso, Barros, Oirire, Uchoa y Olaguibel, son merecedores de nuestra grati­tud y de una distinción muy señalada.           *

Nuestros lectores nos per­mitirán hacer una última aclaración:

El Comité Pro-Colón Es­pañol de la Habana, según ya lo hemos advertido en las pri­meras páginas de este libro, y particularmente a su Presi­dente Don Ramón Marcóte, se debe la iniciativa de esta pu­blicación. El que también hayan contribuido, un buen número de socie­dades gallegas de instrucción y recreo, y que con el Comité, el Centro Gallego de la Habana, haya patrocinado esta obra, nos llena de legíti­mo orgullo, y si como fundadamente creemos, nuestra labor investiga­dora de cinco años, promueve el reconocimiento oficial de la naturalez-a española de Colón, a jos gallegos residentes en Cuba se deberá la más entusiasta cooperación en la gíoria de haber restituido & España, el más preciado galardón de su Historia, harteramente secuestrado del cuadro inmortal, sublimado por tantos héroes, bajo el augusto reinado de Isabel la Católica,


[1] Cláusula 27 del testamento otorgado en Sevilla el 16 fie Marzo de 1507-

[2] Para la debida interpretad6u de estas palabras, véase al final VOCES GALLEGAS Y SU EQUIVALENTE EN CASTELLANO.                 .                       ,

[3] Hemos podido comprobar que, efectivamente se trata de un granadino. La aclara­ción ge halla cu el testamento de Don Diego Colón,

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