Si… ¡Colón español! Enrique Zás y Simó

 

OBRAS DEL AUTOR PUBLICADAS Y EN PUBLICACION

Historia de Cuba.—La más completa y extensa de las publi­cadas hasta el día. Lujosa edición con grabados a toda plana Quince tomos y cinco apéndices.

Galicia, Patria de Colon.—Obra documentada e-ilustrada, de reivindicación histórica, (agotada).

Si…. ¡Colon Español! Refutación al folleto ¿Colón Español? publicado por Don Angel Altolaguirre y Duvale; censor de Ja Real Academia de la Historia.                                                                                               .

MONOGRAFIAS Y BIOGRAFIAS

Monografía del Gobernador Político y Militar de Cien- fuegos Don Ramón María de Labra.—Premiada en el concurso abierto por el Casino Español de Cienfuegos y con medalla y diploma por el Ayuntamiento de aquella ciudad. (Abril de 1919).

Biografía y Mando del Gobernador Político y Militar de Cienfuegos, Don José de la Pezuela.—Primer premio en el concurso del 103 aniversario de la funda­ción de Fernandina de Jagua.                                  ‘

Biografía de Anita Aguado.—Medalla de primera clase y di­ploma en el concurso celebrado en la ciudad de Cien- fuegos el 22 de Abril de 1922.

NARRACIONES HISTORICAS

Tradiciones Cienfuegueras.—Medalla de plata y diploma en el Certamen Literario de Cienfuegos, celebrado para conmemorar el 103 aniversario de su fundación.

Paginas Olvidadas de la Historia.—Trabajo premiado an los Juegos Florales de Cárdenas, organizados por la Asociación de la Prensa de aquella ciudad. (10 de Oc­tubre de 1922).

De Raza Brava.—Premiado en los -Juegos Florales Hispano- Cubanos celebrados en la Habana en Mayo de 1915.

Un Bautizo en Guayajibo.—Premiado en el Torneo Literario conmemorativo, solemnizado en la dudad de Güines.

LAS Redimidas.—Premiado en el Concurso abierto en Cien- fuegos para conmemorar el primer centenario de su fun­dación y laureado con medalla y diploma por el Ayun­tamiento de la misma ciudad.

Guango, El -Pescador de Altura.—Primer premio en los Juegos Florales de Cárdenas, organizados por la Asocia­ción de la Prensa de aquella ciudad. (Octubre de 1922).’

Digna Collazo.—Premiado por la Asociación de la Prensa de Oriente, en los Juegos Florales celebrados en Santiago de Cuba el 10 de Abril de 1916.

SOCIOLOGIA

El Divorcio, El Hogar y La Mujer.—Premiado en los Jue­gos Florales organizados por la Asociación de la Prensa de Cárdenas. ,(10 de Octubre de 1922).

Fin de la Asociación de los Antiguos Alumnos de Mont­serrat y su influencia social.—Diploma de Honor y medalla de plata en el Concurso Literario solemnizado por aquella Asociación el 22 de Abril del año 1922.


Arido es el camino que vamos reco­rriendo.

Para llegar al confín, hemos de apar­tar los guijarros que han sembrado las furias de la impugnación con el ma­lévolo propósito, de oponer a esta glo­riosa rectificación histórica, un valladar de ciega intransigencia.

¡No lo conseguirán!

Por que ha sonado la hora de las justas vindicaciones.

 

IMPUGNADOR DE ALTURA

Aquí tenemos, fresco, recién llegado, un folleto de don Angel Altolaguirre y Duvale, académico censor de la Real de la Historia de España,

Hoy por hoy, Altolaguirre representa la reacción, mejoraún: es el valladar que se opone a la gran rec­tificación histórica, rectificación que ha tenido la virtud de apasionar a todos los científicos del mun­do.

Don Angel Altolaguirre y Duvale, es el pontífice máximo de la impugnación; el perseverante histo­riador que en uso de un perfectísimo derecho y con luces bastantes para discutir la tesis, trata de con­trarrestar los siguientes importantes problemas en que, precisamente, los simpatizadores de las teorías colonianas, fundan sus más apreciables razones pa­ra hacer prevalecer la naturaleza española de Colón, y que son: ‘’Documentos’5, “Idioma’5, “Apellidos y nombres puestos por el Almirante a las tierras que descubrió7’, y como complemento: “Buques que a aquellas tierras le condujeron”.

Todo esto nos viene de perlas.

Hemos de hacer la salvedad, no obstante, que el señor Altolaguirre no leyó nuestro libro “Galicia, patria de Colón”, y que se,reduce, por lo tanto, a comentar, tratando de evidenciar la falsedad, los trabajos ya conocidos de La Riega, Otero Sánchez y Calzada.

Antes de entrar en materia, bueno será hacer una aclaración a nuestros lectores, la que sin duda ig­noran muchos de nuestros simpatizadores y también contrarios a la tesis que defendemos.

Esta aclaración es la siguiente:

La Academia da la Historia, ya emitió un previo informe y se ha ocupado oficialmente del intere­sante asunto que tan revuelta traía y seguramente trae a tan docta corporación.

El informe es paleográfico y se refiere a ios do­cumentos hallados por La Riega en los archivos de Pontevedra, de los cuales fueron remitidas a la Aca­demia copias fotografiadas.

Queda el dictamen oficial, que se reserva para cuando llegue el momento de analizar los originales.

Ha habido, pues, un informe, y este informe, en su parte más esencial, dice así:

«El nombre de Colón se lee, al parecer, de un modo indudable, en varios de los documentos en­viados en copia fotográfica, demostrando que este nombre de familia era usual en Pontevedra en los siglos XV y XVI».

El informe, aunque breve, expresa claramente lo siguiente:

Antes y después del Descubrimiento, el apellido Colón era usual en Galicia.

Si el informe de los técnicos académicos, ha sido favorable en lo que respecta a los documentos, que nuestros lectores estarán ya enterados fueron re­argüidos de falsos, porque pecadoras manos han alterado unos y secuestrado otros, como se ve, que­daron los bastantes, indispensables e indiscutibles, salvados de la rapacidad envidiosa, para que la Real Academia de la Historia, se haya visto obliga­da a reconocer como genuínos, aquellos que no ad­miten discusión y que prueban, según el informe de referencia, de un modo indudable (palabras de los informantes) que en los siglos XV y XVI, el ape­llido de familia Colón, era usual en Pontevedra.

Antes, pues, de replicar al señor Altolaguirre, hemos de haeer historia de los inútiles esfuerzos de nuestro querido y respetable amigo señor Otero y Sánchez, para alcanzar de la Real Academia de la Historia un dictamen oficial que la Academia ha venido dilatando con evasivas hasta el presente.

Tarde nos parece que ve la luz pública el folleto del señor Altolaguirre. Tiempo sobrado tuvo para refutar los extremos que sirven de base a su libro; pero ya el trabajo sea estemporáneo o bien sea pre­visora manera de prepararse para contrarrestar Ar­gumentos más sólidos del futuro, de cualquiera ma­nera que sea, es nuestro propósito discutir, uno por uno, todos los puntos de su tema empleados para criticar la labor de nuestros antecesores, empeñados en la patriótica labor de reintegrar a España una de sus más gloriosas figuras.

Ocasión tienen, pues, todos los aficionados a estas disquisiciones colombinas y colonianas, de persua­dirse de la razón o de la sinrazón que puede asistir a los polemistas de los encontrados bandos.

La polémica, ha de ser necesariamente documen­tada, y va a entablarse, precisamente, en los mo­mentos críticos que las Academias de la Lengua y de la Historia y la Real Sociedad Geográfica de Ma­drid, han de emitir sus respectivos informes ante nuestro requerimiento oficial, y posiblemente tam­bién por la súplica que a nuestro ruego, ha hecho a aquellas instituciones el Gobierno de Su Majestad.

La tesis coloniana alzanzó ya su primer triunfo.

Y   si en lo paleográfico—como se ha visto—se ha llegado a tan brillante conclusión, ¿cuál no será en el histórico, que en la investigación documenta!, resulta la prueba abrumadora a todas luces?

Y, por último: Hemos de anticipar también, que el folleto del señor Altolaguirre, cuyo contenido desmenuzaremos y combatiremos, analizando pala­bra por palabra y argumento por argumento, re­sulta una bien débil prueba testifical, tan débil, que ni aún necesidad tendremos de recurrir a nuestras conclusiones y probanzas finales, para destruir sin esfuerzo los manoseados preceptos que pone de re­lieve su autor, a manera de lógica aplastante, para defender un pleito en que, siendo jurado la impar­cialidad, está ya ganado en primera instancia.

 

LOS DOCUMENTOS PONTEVEDRESES

Allá por los meses de junio y julio del año 1917 estaba constituida en Pontevedra la Comisión Pro­Patria Colón, que presidía el señor López de Haro.

Se había constituido asimismo la Asamblea Mag­na, para solicitar de la Academia de ía Historia, un informe histórico-paleográfico, sobre los juicios y documentos evidenciados por el ilustre pontevedrés don Celso García de la Riega. Aquella Asamblea la presidía don Antonio Pazos, que era también pre­sidente de la Diputación provincial.

Alma mater de aquel movimiento patriótico y justiciero, lo era don Prudencio Otero Sánchez.

Tras no pequeños esfuerzos, pudo lograrse que la Academia de la Historia nombrara una comisión que habría de trasladarse a Pontevedra, para com­probar la legitimidad de los documentos y fallar en definitiva, en el pleito existente sobre la naturaleza de Colón, desde luego con arreglo a los dictados de la conciencia, y sin tener en cuenta los prejuicios siempre lamentables de la Historia.

El ilustre arqueólogo e historiador don Fidel Fita, era por entonces director de la Real Academia de la Historia.

Cuando la súplica1 llegó a Madrid, las vacaciones estivales habían alejado a la mayor parte de los nu­merarios. No obstante, el P. Fita, haciendo uso de las facultades quefle atribuía el Capítulo VIII de los Estatutos, designó a tres individuos de especia! competencia en el asunto, los cuales no sólo habían de prestar servicio de reconocimiento y examen, pa­ra apreciar la autenticidad, sino que también ha­bían de prestar su atención a los antecedentes que se ofrecieran a la comisión, para que ésta diera a la Academia un informe crítico y científico para llegar a una solución por tantos tan deseada y de punto tan trascendental en la Historia.

Sufrió Pontevedra la conmoción de los grandes acontecimientos.

Se acordó hacer un recibimiento poco menos que triunfal a los académicos. Hubo quien pidió mú­sica y cohetes para recibir a los comisionados y has­ta es muy posible que se acordara engalanar las fa­chadas de los edificios públicos y privados.

Pero el gozo en un pozo.

Una huelga ferroviaria paralizó las buenas dis­posiciones de los académicos designados, ya de por sí mal dispuestos.

Se quedó, pues, la comisión en Madrid, y la comi­sión Pro Patria Colón, esperando pacientemente a los comisionados. Han transcurrido algunos años, y están esperándolos todavía.

Y   ahora, vamos al fondo de la cuestión.

¿Saben nuestros lectores quiénes eran los señores comisionados?

Seguramente que a nuestros partidarios se les erizarán los cabellos, cuando sepan que obstentaba la presidencia de aquella comisión el excelentísimo señor don Angel de Altolaguirre y Duvale, inten­dente militar; el ilustrísimo señor don Rafael de Ureña y Semenjand y don Angel Bonilla y San Mar­tín, catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la misma Universidad, El primero y el último, los mas furibundos censores de la nacionalidad es­pañola de Colón.

Providencial fué aquella huelga, que privó a los señores Altolaguirre y Bonilla de dictaminar—desde luego con parcialidad—en tan ruidoso pleito. Por­que tan enemigos eran de la tesis coloniana, que lo siguen siendo en la actualidad, siendo los encargados de capotear la situación con libros y folletos que, periódicamente, ven la luz pública.

No podía haber caído en peores manos la patrió­tica encomienda de los exaltados pontevedreses. Por un milagro, repetimos, no se perpetró el históri­co parricidio que hubiera hecho levantar un clamor , de indignación universal.

Y    tan cierto es lo que aseveramos, que estando por entonces aún pendiente el informe acordado por la Academia, y siendo presidente de la comisión el señor Altolaguirre, publicó aquel trabajo que ya hemos comentado largamente, publicado en el Bo­letín de la Academia de la Historia con el sugestivo título de «La patria de Colón, según las actas no­tariales de Genova”, encaminado a destruir la labor de don Celso García de la Riega, proceder que tanto indignó a nuestro respetable amigo el señor Otero Sánchez que, inmediatamente, dirigió al señor Alto­laguirre una carta que lleva fecha 2 de abril del año 1918 y que, en términos corteses, pero duros y elo­cuentes, censuraba aquel inconcebible procedimien­to.

Porque se dió el caso curioso, que el trabajo del señor Altolaguirre, coincidió con la publicación en el Boletín de la Real Academia Gallega, del in­forme de Oviedo y Arce.

Esto ocurrió poco tiempo después que el P. Fita, apremiando la labor de los numerarios, decía: «Con el propósito de llegar a la solución por todos tan deseada y de punto tan trascendental en la His­toria.”

Existen, pues, en la Academia de la Historia dos tendencias: una, noble, generosa, altruista, como el brillante pensamiento del P. Fita; otra, parcial, intencionada, prevenida, que de prevalecer, llegaría a ser imposible la vindicación.

Al frente de esta oposición inconcebible, están Altolaguirre y Bonilla San Martín. •

El primero,^ con su trabajo «La patria de. Don Cristóbal Colón, según las actas notariales de Ge­nova”, y ahora con el nuevo folleto “¿Colón, espa­ñol?”, y el segundo, con sus Mitos de la América precolombina”, están proclamando a gritos su in­tención demoledora, su arraigada inquina contra el españolismo de Colón; puesto que realizan de una manera combinada, una labor que no es científica, porque no pueden—convengamos en ello—destruir las teorías documentadas, sino una labor irracional y de finalidad sospechosa, cuyo principal promotor es el amor propio.

Y    es así como no puede prosperar—repetírnos­la intención que movió al esclarecido P. Fita, a so­lucionar un asunto tan deseado, e inútiles hasta ahora han sido las súplicas, e inútiles los ruegos para que la comisión de la Academia emita un informe e investigue en los documentos originales, desentra-‘ nados del olvido para confundir a Tos impostores.

Posteriormente, en Pontevedra, se volvió a insis­tir, aunque sin fruto.

En vano fué que la Comisión Pro-Patria Colón girara mil pesetas para gastos de viaje de los comi­sionados, viaje que habrían de realizar en vagón- cama y con alojamiento de príncipes en el principal hotel de Pontevedra.

La contestación a Pontevedra fué verdaderamen­te notable: se alegó, para evadir el compromiso, que el señor Urefía estaba tomando las aguas de Medina; que el señqr Bonilla’ se recreaba en la contemplación de las bellezas naturales de Asturias; que el señor Paz no se sabía qué rumbo había cogido, y en cuanto al señor Altolaguirre, que disfrutaba de la más au­gusta placidez en las quebradas tierras de Reinosa.

El señor Otero escribió largo y tendido, exigiendo a Altolaguirre la palabra empeñada. ¡Puso el grito en el cieio!

Entonces Altolaguirre tuvo un gesto digno de ser grabado en bronce para que pase a la posteridad.

¡Vengan las pruebas—dijo—que desde aquí dic­taminaremos!

Otero y Sánchez, al leer aquello, se quedó absorto.

Y  la cosa no era para menos.

Entre las pruebas de más peso, figuraban la iglesia de Santa María, de Pontevedra; el crucero de Porto Santo y la preciosa ría donde se encuentran los lu­gares de “Porto Santo’’, “San Salvador”, “La Ga­lea” y “Punta Lazada”.

Era, pues, imposible complacer al señor Altola­guirre, que entonces, como ahora, llevaba la parte cantante en todo lo concerniente a la patria de Co­lón, Asi hubo de comunicárselo el Sr. Otero y Sánchez con la más rendida humildad.

Pero Altolaguirre insistía. Si no pueden venir esas pruebas, que vengan otras.

Pero, señor—replicaba Otero y Sánchez—, ¿Có­mo diablos quereis que os mande pruebas, si en su mayoría son de piedra berroqueña?

Y  añadía en el colmo del desaliento: ¿Cómo, señor, quereis que os mande la tradición?

 

¡A DEMOSTRAR!

Y    dice Altolaguirre:

“En la viva controversia a que ha dado lugar la obra del señor García de la Riega, Colón, español, confúndense los argumentos empleados para afirmar o negar que el descubridor del Nuevo Mundo nació en Italia, con los esgrimidos para negar o afirmar que en Galicia iué donde vió la luz primera”.

Y    dice, más:

“Hasta ahora se han tenido generalmente por ciertas las terminantes declaraciones de haber na­cido en Génova, que el Almirante hizo al fundar el Mayorazgo; la de don Fernando en su testamento, que afirma lo mismo, y la de don Bartolomé Colón, que asegura que él vió la luz primera en Génova”.

Como se ve, el señor Altolaguirre se escuda en la Historia para destruir con un golpe de efecto, toda la labor coloniana; pero nosotros afirmamos .que el señor Altolaguirre afirma monstruosidades.

Con todos esos argumentos, nosotros retamos al señor Altolaguirre para que nos demuestre:

lº. Que el Almirante haya dicho en el Mayoraz­go que era genovés.

2º. Que don Fernando haya afirmado que su padre nació en Génova, y

3o. Que don Bartolomé Colón haya declarado que era genovés, o en caso menos preciso, de Terra- rubea.

 

So pena, que la condicional de que “hasta ahora se han tenido por ciertas”, sea un prudente esquina­zo para rehuir la afirmativa cuando llegue el mo­mento de la polémica oficial, que es en realidad lo que perseguimos.

Ya ve el señor Altolaguirre, cuán fácil le será con­fundirnos, teniendo a mano testimonios de tanto peso.

Pero al erudito censor de la Academia de la His­toria, a quien no negamos méritos porque los posee abundosos, como diría el Almirante, le sobra inteli­gencia y cordura para no arriesgarse en una aventu­ra de esa índole, .

Sabe como nosotros que no existe tal Mayorazgo; que la fórmula de la solicitud la copian íntegra los reyes; que la fórmula se ha extraviado y se reducía a la simple determinación del vínculo: que conoce­mos la facultad real en un documento de instimable – valor, donde para nada se cita la naturaleza de Co­lón genovés, antes al contrario, se le considera espa­ñol (súbdito y natural) y que sería el colmo de la pedantería en un documento público hablar de do­nativos y favores a una tierra extraña y mucho más titularse genovés, cuando ya no existía tal natura­leza, siendo súbdito y natural de Castilla para todos los efectos civiles.

Sabe,’por otra parte, el señor Altolaguirre, que don Fernando, no una si no distintas veces, ha dicho, sostenido y afirmado que el origen de su padre era incierto y su patria desconocida.

Y   probablemente no desconozca, que el viaje a Inglaterra de don Bartolomé Colón es pura filfa y que, por lo tanto, no pudo decir allí que era geno­vés y de Terrarubea.

Cuando menos, podemos demostrárselo al señor Altolaguirre, con declaraciones del propio don Bar­tolomé, en un documento indiscutible y que tiene bastante más fuerza probatoria que la noticia im­precisa de Las Casas, que ha sido el- cronista peor informado, según nuestra modesta opinión, de cuan­tos se ocuparon de Colón y del Descubriiniento.

Antes de proseguir con las probanzas, copiemos un párrafo que a manera de dedada de miel, nos ofrece a cuantos comulgamos con la ridicula teoría del españolismo de Colón.

Dice así Altolaguirre:

«Respetamos todas las opiniones: el hombre que estudia y trabaja por el progreso de la Ciencia, me­rece el aprecio y la consideración de sus semejantes, y más aún si sus trabajos, como-en el caso presente, son ajenos a todo interés personal y se hallan inspi­rados sólo por el noble propósito de que sea íntegra­mente española la gloria del descubrimiento del Nuevo Mundo; de sentir es que para probar su tesis no encontraran el señor García de la Riega y sus continuadores, especialmente los señores Otero y Calzada, sólidas bases y se hayan visto en la nece­sidad de echar mano de hipótesis que la crítica his­tórica no puede admitir».

Aquí el señor Altolaguirre ya no titula descabe­llada la tesis ni hace hincapié en el ridiculo nacional.

Como vemos, el señor Altolaguirre se ha humani­zado.

Hemos de agradecerle, no obstante, esas brillan­tes palabras y esos conceptos de alabanza a lá cien­cia oscura y humilde que batalla por abrirse paso a través—¡Dios mío!—de tanto prejuicio.

Es muy cierto, señor Altolaguirre, que merece­mos el aprecio y la consideración de nuestros .seme­jantes, porque desde luego, es noble nuestro propó­sito de que sea íntegramente española la gloria del descubrimiento del Nuevo Mundo. Y desde luego, representa todo lo contrario, aquello que se com­bate para desintegrarla.

Y   volviendo a nuestro asunto, quedábamos en que usted nos demostrará con razones de peso, que Colón dijo en su Mayorazgo, que era genovés; que lo dijo también don Fernando, y para que la afir­mativa sea completa, que lo aseguró asimismo don Bartolomé.

Y   ahora una promesa, señor Altolaguirre: Si es usted capaz de aportar documentos genuinos y, por tanto, irrebatibles, donde de una manera eficiente nos demuestre todo ello, estamos dispuestos a ha­cernos infieles, esto es: a renegar de nuestras creen­cias y pasarnos al campo contrario, o sea al campo del genovismo, porque entonces sí, señor Altola­guirre; entonces, sí, sería ridículo militar en un cam­po imbécil.

Pero en caso contrario, se nos antoja que su po­sición no sería muy agradable que digamos. Los hombres se miden por la talla intelectual, y si bien puede disculparse a un exaltado sin preparación un exabrupto, a un historiador, investigador y crí­tico oficial, no se le podrían guardar las mismas con­sideraciones y su crédito científico habrá de sufrir, señor Altolaguirre, muy dura prueba.

Hemos tratado con relativa extensión el primer capítulo o párrafo capitulado del folleto ¿Colón, es­pañol? objeto de esta polémica.

El segundo lo titula el señor Altolaguirre «Los Documentos Notariales de Pontevedra”.

¡Y, vive Dios, que hay aquí tela larga donde cor­tar!

El señor Altolaguirre, nada nuevo nos dice sobre tan efectiva probanza.

Trata, señores, de divulgar la pérfida labor de Oviedo y Arce y repetir las inexactitudes del señor Serrano Sanz, al que justamente titula experto pa­leógrafo y docto catedrático de la Universidad de Zaragoza.

Pero antes de enfrascarnos en consideraciones sobre los tan debatidos documentos, se nos ocurre preguntar al señor Altolaguirre: ¿Vió usted esos documentos?

Y  si usted’, señor Altolaguirre, no quiso verlos, porque es innegable que ha rehuido usted todas las oportunidades que se le brindaron para ello; si usted fué el principal factor para que la comisión nombra­da por la Real Academia de la Historia no cumpliera su cometido, y siendo usted presidente de la Comi­sión técnica, faltó usted a los deberes de la neutrali­dad, publicando un folleto contrario a la tesis y com­batiendo abiertamente al señor La Riega, ¿tiene usted derecho para hablar de esos documentos y tacharlos de apócrifos?

¿Qué replicó usted al señor Otero Sánchez, cuando este apóstol de la verdad, en carta fecha 1 de junio de 1918; a usted dirigida, clamaba de esta manera:

“Yo deseo señor Altolaguirre, que, por amor a la patria, y sobre todo, por amor a la verdad, venga esa comisión, que es la que debe llevar la gloria de esclarecer la cuna de Colón, pues después de haber estado yo tres años investigando y estudiando todos los elementos que pueden reunirse sobre este asunto, o  tengo que convencer a la comisión de que Colón fué español o tiene ella que ilustrarme con datos que yo desconozco, de que es genovés’’.

Díganos, señor Altolaguirre, qué contestó usted a esta vehemente súplica del hombre honrado que la producía.?

Pero el señor Altolaguirre, que nos ha confesado que muchos de los documentos que aparecen en Italia son apócrifos, no se ha ruborizado que sepamos, al elogiar la prueba documental italiana y hacer, in­clusive, la siguiente declaración: «el que algún do­cumento haya resultado falso, no prueba que lo sean todos los demás, y por esto, ínterin no se demuestre de una manera evidente, como resultado de una in­vestigación directa y reconocimiento técnico, que son apócrifos, tendremos por auténticos todos los publicados por la Real Comisión Colombiana’

El que no ha querido convencerse de la legitimidad de los documentos pontevedreses y ha impedido que se hiciera la investigación directa y reconoci­miento técnico, declara con toda la gravedad del mundo, que estimará como auténticos los italianos aunque no se haya investigado sobre ellos y no se haya hecho el reconocimiento técnico.

Si esto es imparcialidad ¡Qué venga Dios y lo diga!

 

LOS DOCUMENTOS NOTARIALES DE PONTEVEDRA

III

Ya hemos dicho en nuestro artículo anterior, que así lo titula el señor Altolaguirre.

También hemos advertido que para el docto aca­démico, son más dignos de atención los italianos, aunque estén reargüidos de apócrifos que los pon- tevedreses, aun estando reconocidos por la Acade­mia, en cuanto a la demostración de la existencia del apellido Colón en Galicia en los siglos XV y XVI.

Hemos sospechado también que al mencionarlos en su nuevo folleto ¿Colón espafiol ?, lo hace con el deliberado propósito de reverdecer la difamación, apoyándose en Serrano y Sana y en el presunto fal­sificador Oviedo y Arce, y si la palabra resulta algo dura para nuestros contrarios, emplearemos la más benigna de mixtificador, que siempre resultará más blanda que las empleadas por aquél contra La Rie­ga.

Dice el señor Altolaguirre, que el que dió la voz de alerta, cuando se dieron a conocer los fotograba­dos de los documentos, fué el experto paleógrafo y docto catedrático de la Universidad de Zaragoza, el señor Serrano y Sanz.

Hemos de advertir a nuestros lectores que el se­ñor Serrano Sanz no analizó en los documentos ori­ginales, sino en los fotograbados publicados por La Riega en su libro “Colón, es -pañol”, y en la repro­ducción de algunas revistas.

Trece fueron los fotograbados estudiados por el señor Serrano Sanz, y este experto paleógrafo tuvo la audacia de declararlos apócrifos sin haber visto los originales.

Porque es más que imposible, y más que imposi­ble, inconcebible, dictaminar sobre reproducciones, sujetas, como ya hemos advertido en otro lugar, a todos los matices e inconvenientes de la impresión.

Limitado el análisis a lo diplomático, el señor Se­rrano Sanz hubo de juzgar de 3a autenticidad o fal­sedad de los documentos pontevedreses, estudiando los caracteres externos.        ‘

Y  que bajo estas condiciones, el señor Serrano nos hable de desligados, de forma desusada y probable­mente retocados, sospechosos caracteres, mareas de fábrica, autonomía, etc., términos todos muy pa- leográficos, como podrá observar el curioso lector, no hemos de tolerarlo, y como la única arma que te­nerlos a mano, para rebatir tan peregrina teoría, es la protesta escrita, protestamos con toda la energía de que la palabra es capaz, y si es necesaria la prue­ba, nosotros no tenemos inconveniente en propor­cionarla, para demostrar que todo ello ha sido una vil combinación sin excusa y sin precedentes.

Volvamos al señor Altolaguirre.

Hablando del estudio paleográfico de Oviedo y Arce, dice así:

“Veintiuno son los documentos que estudia el señor Oviedo y Arce; de elios uno fué descubierto por don Telmo Vigo y cuatro por don Casto Sampe- dro. En el primero, figura en Pontevedra, en 1519, un Juan de Colón y una Constanza de Colón; en el segundo, en 1500, un Alonso de Colón; en 1518 aparece un Juan de Colón en un documento y en una inscripción de una capilla de Santa María la Grande, de Pontevedra, y probablemente, éste es el mismo que figura en una escritura en 1520, puesto que coinciden nombre, apellido, oficio de mareantes y no ser mucho el tiempo que medió entre el otor­gamiento de aquél y ésta».

Y   agrega el señor Altolaguirre: «Sobre la auten­ticidad de estos documentos, no ha surgido duda alguna”.           .

Obsérvese bien que Altolaguirre dice, que sobre la autenticidad de estos documentos, no ha surgido duda alguna.                                                                ,

Vamos, pues, a proclamar la impostura.

Por lo pronto, en el que se cita con fecha de 1500 y correspondiente a Alonso de Colón, lo repudió Oviedo y Arce. La Riega dió como fecha a este documento uno de los años comprendidos entre 1480 y 1490. Además, Oviedo y Arce negó que la abreviatura Ao signifique Alonso y sí Antonio.

Aquí, señor Altolaguirre, ya hemos alcanzado una ventaja, como es la de desautorizar usted a Oviedo y Arce, para dar la razón a La Riega.

Y    al determinar esta verdad, nos hace formar de usted un buen concepto. Nosotros somos justos.

Pero en lo que no podemos serlo, es en uno de los documentos que, por proceder del hallazgo de los señores Sampedro y .Castíñeira, el primero pre­sidente de la Sociedad Arqueológica y cronista de la provincia de Pontevedra, y el segundo, abogado y persona peritísima en asuntos de arqueología, inclu­ye usted entre los documentos apócrifos. Y lo in­cluye usted entre los desechados, porque llevando fecha del año 1437, no entra en sus cálculos incorpo­rarlo entre los genuinos, porque tanto usted, señor Altolaguirre, como Oviedo y Arce y demás detrac­tores, tratan de demostrar por todos los medios po­sibles que los documentos pontevedreses, son posteriores al Descubrimiento.           .

Perteneciendo el hallazgo al señor Sampedro, quien, por cierto, es contrario a la tesis, debió usted agregarlo a los cuatro del mismo señor que emplea usted para la cita de los genuinos. .

Por lo tanto, o admite usted éste como bueno, o rechaza usted los cuatro admisibles, porque todos proceden del mismo origen.

Este documento a que nos referimos, fué uno de los más criticados por Oviedo y Arce—según lo in­dicamos en el capítulo XII de nuestro libro “Galicia, patria de Colón”—quien ha dicho horrores del pobre La Riega, y no tan sólo lo da Oviedo y Arce por al­terado, sino que asegura que el falsificador empleó intencionadamente un ácido para lograr la entona­ción de la tinta fresca con la antigua.

Oviedo se olvidó de advertinos qué ácido fué ese, si bien más adelante lo describe admirablemente y como gran conocedor de la materia.

Es incierto que1 otro de los documentos tachados de apócrifos, procedente del año 1496, que es un contrato de censo celebrado en presencia de los Pro­curadores de la Cofradía de San Juan Bautista, Bar­tolomé de Colón y Ao da Nova, pertenezca, como usted’ afirma, al grupo de documentos hallados por La Riega. Este papel fué descubierto por el vecino de Pontevedra don Joaquín Núñez como procedente de una antigua notaría, y comprendiendo toda la importancia que realmente tenía para la tesis que La Riega defendía, se lo cedió graciosamente.

Es incierto que otro de los documentos argüidos de falsos, o sea un contrato celebrado por dos veci­nos de Pontevedra para construir dos escaleras en una casa pro-indiviso de los mismos, situada en la rúa de la Correaría, delante de las casas que quemó Domingos de Colón, el Mozo, pertenezca también a los documentos descubiertos por La Riega. Este papel, igual que el anterior, le fué donado por el se­ñor Joaquín Nuñez, quien tanto de este documento como del anterior, tenía pruebas plenas de su auten­ticidad.

Y   con lo expuesto, creo que basta para demostrar qu en todo lo que nos cuenta usted, señor Altola­guirre sobre los documentos pontevedreses, existe el apasionamiento impropio del crítico que juzga sin prevenciones.

Algo más podría agregar, sobre el tan debatido asunto de los documentos pontevedreses, pero como supongo que ya habrá usted leído mi libro “Galicia Patria de Colón”, de los que he remitido a la Acade­mia de la Historia algunos ejemplares, no dudo que en el capítulo XII, dedicado a Oviedo y Arce, halla­rá usted noticias muy interesantes—aunque sea¡ pe­car de inmodestos—relacionadas con el informe ren­dido por el numerario a la Real Academia Gallega.

Antes de terminar, vamos a copiar el párrafo que usted escribe a guisa de comentario final: «En re­sumen: de estos estudios resulta que aparece justifi­cada en Galicia al existencia de un Juan y una Cons­tanza de Colón hacia el año 1500, un Alonso de Co­lón en 1519, un Juan de Colón que probablemente sería el anterior, y en 1496 un de Colón, cuyo nom­bre no ha podido comprobarse; el resto de los docu­mentos, constituyen una serie en que han sido su­plantados los nombres, y en tanto no se pruebe lo contrario, no pueden citarse en comprobación de la tesis, de que el Almirante nació en Galicia”.

Ahora bien: ¿Podría decirnos el señor Altola­guirre, quien es el responsable de que no se hayan investigado esos documentos?

Si  tan interesado está usted, señor Altolaguirre, en declarar apócrifos esos documentos, ¿por qué no ha procedido a su examen?

¿Por qué titularlos apócrifos si usted los desconoce en absoluto?

¿Por qué?

Y   si agrega usted que los trabajos de los señores Serrano y Sanz y Oviedo y Arce aún no han sido re­futados técnicamente, ¿en qué funda usted ese tec­nicismo, que no entiende cuando se vale de los ar­gumentos sospechosos de otros?

¿Sería usted capaz de discutirlos?

¿Sería usted tan amable?

 

MENTIRAS CONVENCIONALES

IV.

He aquí otras afirmaciones del Sr. Altolaguirre:

“¿Qué relación de familia existió entre estos Co­lones de Pontevedra y el descubridor del Nuevo Mundo? ¿Qué datos nos quedan para apreciar esta relación?—En realidad ninguno; el apellido Colón fué y es un apellido comente, lo había en Italiaj en Francia y en España”.

. Que un censor de la Real Academia de la Historia, diga semejantes atrocidades, no tiene justificación posible.

Es el colmo de la fatuidad personal revestida de títulos honoríficos, es el colmo de la impudicia his­tórica, de la ignorancia científica, de la seguridad altanera del que se juzga indiscutible, declarar sin rubor, que existían Colones en España, en Francia y en Italia, antes del Descubrimiento.

Por que hemos de advertir que el Sr. Altolaguirre entiende que lo mismo es decir Colón, que Coullón, que Colombo, Llámese como se quiera, el resultado será siempre el mismo.

Claro está que el Sr. Altolaguirre, trata de justi­ficarlo diciendo “que el mismo Sr. La Riega recono­ce la existencia en Barcelona a fines del siglo XIV de un Colom el Mayor, capitán de barcos, y un Gui­llermo Colombo en un documento del Rey Don Juan I   de Aragón en la misma ciudad, así como otro del mismo nombre en 1462, un obispo en Lérida en 1334 y un Don Colom en 1135, y otro Colom, capitán de un barco, que Raimundo Lulio dice que le libró de la muerte en Marruecos y lo llevó a Mallorca.

Agrega, que “Jerónimo de Zurita, en sus anales de Aragón, nos hablaba de un Ferrer Colom, Prior de Fraga en 1334; un Ramón Colon muerto en una acción en Jatiba el 4 de Diciembre de 1343; otro Ramón Colón que se halló en la batalla de Epila en 1532, y en el libro XIX, capítulo LIV, dice que el Rey de Castilla nombró por Capitán general de su Armada a Don Ladrón de Guevara, y por su tenien­te puso a Gracián de Agramonte, y por comisario general, un criado suyo aragonés de mucha industria y noticia de las cosas de la guerra y de la mar, lla­mado Colón; también cita un Bernardo Colón, que se hallaba en Valencia en 1348”.

Contra esa profusión de citas, hemos de alegar nosotros, que siendo español el apellido y esto lo demuestra, tanto monta que se llame Colom como Colon. El apellido en todos estos casos, es español y basta. Precisamente todo nuestro interés estriba en reconocer la patria española de Colón.

Que los Colones o Colomes anduvieran por Va­lencia, por Cataluña o Galicia, reafirma nuestra pre­tensión y el Sr. Altolaguirre nos presta un señalado servicio determinando tan profusamente la natura­leza del apellido.

Está pues equivocado de medio a medio el Sr. Altolaguirre, si pretende con sus citas apabullar nuestro orgullo regional. Nosotros solo pretende­mos el reconocimeinto de Colon español y si estaban avecindados en Pontevedra o discurrían por Ex­tremadura, por Andalucía o por Cataluña, es asunto secundario, por que repetimos; más que el galle­guismo de Colón discutimos su españolismo. Es España, a la España integral, a la que deseamos reintegrar toda, absolutamente toda la gloria del Descubrimiento.

Pero justo es que nos apalenquemos en Ponteve­dra, ya que tantos individuos de la familia aparecen reunidos y en regular sucesión de padres a hijos.

Pero de esto, a que en Italia y en Francia, exis­tían individuos de apellido Colón, hay una dife­rencia inmensa.

Y    será necesario que el Sr. Altolaguirre aporte documentos donde se determinen de una manera precisa, la existencia de esos Colones, por que de lo contrario, nos veremos precisados a desautorizarlo públicamente y lo que sería más bochornoso, a de­nunciarlo como impostor ante el tribunal de la con­ciencia pública.

_ Es muy fácil Sr. Altolaguirre publicar un folleto, titularlo ¿Colón Español? y aseverar porque sí, que lo mismo es decir Colón en español, que Coullón en francés, que Colombo en Italiano; pero es muy difí­cil demostrarlo.

Y    como aquí, ya la opinión personal importa un bledo, esas sentencias, magníficas para prodi­garlas en la mesa de un café entre tolerantes con­tertulios, pierden todo su valor proíético cuando ha de ser juzgadas por la sensatez del público.

A esto, Ud. alegará según nos lo cuenta, que el académico de la Historia Don José Godoy y Alcán­tara, en su obra premiada por la Real Academia Española “Ensayo histórico, etimológico fisiológico sobre apellidos castellanos”, inserta una serie de nombres individuales que han pasado a ser apellidos, mostrando sus transformaciones, y como del primi­tivo derivando, se han engendrado múltiples de­nominaciones según ha atravesado tiempos, comar­cas y acentos”…. Sí…. ¡entendido!

Todo esto está muy bien. El Sr. Godoy ha dicho todo eso hablando de apellidos castellanos; pero no ciertamente de apellidos gallegos.

Dice el Sr. Godoy, que los nombres individuales, pasaron a ser apellidos y no nos ha dicho nada nue- V0i Los antecesores de Colón llevaban el nombre significativo de “gran cuello” o “cuello gordo” y de ahí Colón. De acuerdo con las teorías del Sr. Go­doy, de ser castellano el apellido, los antecesores del revelador del Globo se hubieran llamado Cuellazos.

Y   como muy bien dice también el Sr. Godoy, se­gún los apellidos o nombres primitivos atravesaron, tiempos, comarcas y acentos, los denominativos hubieron de transformarse y de ahí que el Colón, mote primitivo gallego, atravesando comarcas, esto es; pasando a Cataluña, se cambió en Colom, con la transformación inclusive del acento.

No vemos nada de particular en todo esto. Está perfectamente claro.

Pero ¡ah! que el Sr. Godoy erró ¡Cuerpo de Cristo! al descender el apellido a su forma más vulgar.

El Sr. Altolaguirre, lo reseña de la siguiente ma­nera:

Colón-Columba: nombre de mujer, bastante co­mún en el siglo XI por devoción a la mártir de Córdoba, que como muchas antiguas cristianas, se de­nominó con ese símbolo de la pri­mitiva iglesia: Colomba-Coloma Colomo-Colomina.

Pero el símboio de que nos habla el Sr. Godoy es la paloma y, somos muy duros de penetrar en estos misterios de la ciencia etimológica, fisiológica o no acertamos a comprender que relación tendrá una paloma con un cuello gordo.

Ya nos lo diría el Sr. Altolaguirre, que para algo trae la cita a colación.

Y    nuestro docto contrincante, para hacer más contundente la probanza, añade a renglón seguido: “Del estudio etimológico hecho por el sabio académi­co de la Historia y sancionado por la Real Academia Española al premiar la obra (ya Ud. nos advirtió que fué premiada) que se inserta, resulta que el so­brenombre Colón es la forma española más vulgar del latino Columbaque a su vez, tiene la italiana de

Colomo, según demuestra las actas notariales de Saona (?) y Genova, en las que figuran, por ejemplo, un Domenico Colombo, al que en las actas redac­tadas en latín, se le llama Golumbus ¡Aprieta!

Todo lo antedicho, no crean nuestros pacientes lectores que lo ha dicho el laureado académico Sr. Godoy. No, señor, son juicios personalísimos del Sr. Altolaguirre, que saca todas esas consecuencias después de un maduro exámen etimológico-fisioló- gico.

A renglón seguido, habla el Sr. Altolaguirre del Concilio de Trento, que no sabemos que diablos de relación tendrá con el cuello gordo de Colón. Y no se detiene ahí, no señor; por que a continuación nos habla del Gran Capitán, que dice se llamó Gonzalo Fernández de Córdoba—particular que ignorába­mos— y que era hermano de padre y madre de Don Alonso de Aguilar, por lo que saca en consecuencia que antiguamente, no siempre los apellidos respon­dían a la verdad ¡naturalmente! Hoy pasa tres cuartos de lo mismo.

Después hemos quedado algo confusos leyendo lo que sigue:

«El punto de vista histórico, es el punto de vista científico por excelencia por que, consistiendo la esencia de las cosas, en su movimeinto y transfor­mación, la historia nos la presenta en esa evolución incesante”.

No es esta cosa, de replicar así, a la ligera y nues­tros lectores nos perdonarán que nos entreguemos a la meditación para tomar alientos.

 

MAS CONVENCIONALISMO

V.

Terminábamos nuestro primer artículo, con esta estupenda oración del docto académico de Historia:

“El punto de vista histórico, es el punto de vista científico por excelencia, por que, consistiendo la esencia de las cosas, en su movimiento y transfor­mación, la historia nos la presenta en esa evolución incesante».

Y  por muchas vueltas que hemos dado al asunto, no nos ha sido posible penetrar en este laberinto de transformación y evolución.

Veamos si en una nueva tentativa, somos más afortunados, Necesario será ir por partes para no hacernos un ovillo.

Analicemos el primer teorema:

“El punto de vista histórico, es el punto de vista científico por excelencia”.

Por ejemplo: Hojeamos el libro del Sr. Altolagui­rre y al detenernos en cualquiera de sus páginas, ve­mos escrito: «Colón es genovés”. Aquí “Colón” es el punto de vista histórico y “genovés” el punto de vista científico, por que ¡claro! lo es por excelencia.

¡Bien!

Y   ahora:

«porque consistiendo la esencia de las cosas, en su movimiento y transformación.

 

Aquí la esencia, debe ser el espíritu, o el alma u otra sustancia tan volátil e incorpórea que repre­sente el fundamento de la cosa misma y esta cosa, se mueve y se transforma. Esto debe ser la tradi­ción.

De lo que resulta que esta esencia, partiendo del primer teorema, es el mismo Colón genovés en esen­cia que se mueve y se transforma. Y que se trans­forma no cabe duda, por que de italiano se ha con­vertido en español, y es indiscutible que para llegar a esa transformación, se movió grandemente y este movimiento, no puede ser otra cosa que la opinión.

Ahora nos queda el complemento de la oración.

Y    el complemento, es este:

«la historia nos la presenta en esa evolución in­cesante».

Es decir: que la esencia en su constante movimien­to y transformación, nos la presenta la historia en evolución incesante, esto es: que no para, que camina a pasos agigantados, ora tirando para un lado, ora tirando para otro y trasformándose lo mismo en Colón genovés que en Colón gallego.

Perfectamente claro todo ello; pero es necesario que esa esencia se detenga, después de transformarse por última vez en Colón gallego.

Es necesario de todo punto que esa evolución in­cesante sea hacia Pontevedra y que al llegar a San Salvador de Poyo, se detenga,, porque al fin todo, hasta esta misma picara tierra que habitamos, cesan­do un día de dar vueltas y más vueltas, después de una final cabriola, se lanzará para siempre en los abismos del espacio.

Y   ahora que hemos desahogado el buen humor propio del que presencia la agonía del enemigo, pa­semos a otro orden de cosas, más en harmonía con la seriedad del asunto que nos ocupa»

Dice Ud. que establecer, que el apellido Colón en español tenía la forma italiana de Colombo, la latina de Columbus y la francesa de Coullon, como el nombre propio de Cristóbal, tenía la italiana de Christophoro y la latina de Christophorus, exige un detenido estudio”.

Y   el estudio detenido de que nos habla, sentimos no lo haya llevado a cabo, por que lo único que Ud. apunta para la conclusión, son las vulgarísimas noticias tomadas del libro de Don Femando Colón; una cita de las Casas, que copia de Don Fernando, y que Ud. Sr. Altolaguirre, quiere hacer pasar como opinión personal del Obispo de Chiapa y otro nuevo comentario sobre apellidos del Sr. Godoy Alcántara y pare Ud. de contar.

Y  agrega Ud. “Veamos lo que la historia nos dice respecto a los apellidos del descubridor de América».

“Don Fernando Colón en la vida del Almirante, su padre, escribió: «por que suelen ser más estimados los que proceden de grandes ciudades y generosos ascendientes querrían algunos que yo me detuviese en decir que el Almirante descendía de sangre ilustre, y que sus padres, por mala fortuna, habían llegado a la última estrechez y necesidad, y que probase que descendían de aquél Colón de quien Cornelio Tácito dice que llevó prisionero a Roma al rey Mitridates, y querrían también que hiciese una larga relación de aquellos dos Colones, sus parientes, cuya gran victoria alcanzada contra los venecianos describe Sabelico”.

«Pero añade que se excusó de estos afanes, por que creía que Nuestro Señor eligió a su padre como eligió a los Apósteles en las orillas del mar y no en los palacios y en las grandezas” y aunque imitase que, siendo sus ascendientes de la real sangre de Jerusalem “fué su voluntad, que sus padres fuesen menos conocidos, de modo que cuanto fué su persona a propósito y adornada de todo aquello que conve­nía para tan gran hecho, tanto menos conocido y cierto quiso que fuese su origen y patria, y así algunos que de cierta manera quieren obscurecer su fama, dicen que fué de Nervi, otros de Cugureo, otros de Bugiasco, lugarcillos pequeños cerca de Génova;

otros que quieren exaltarle más dicen era de Saona (?), otros genovés, y algunos también, le hacen natu­ral de Plasencia, donde hay personas muy honradas de su familia y sepulturas con armas y epitafios de los Colombos, que así fué el apellido de que usaban sus mayores, bien que el Almirante, conforme a la patria donde fué a vivir y a empezar su nuevo esta­do, limó el vocablo para conformarle con el antiguo y distinguir los que procedieran de él, de los demás, que eran parientes colaterales, y se llamó Colón”

Todo esto que copia el Sr. Altolaguirre, es para demostrarnos todo lo contrario que dice Don Fer­nando, con el objeto de que nos demos perfecta cuen­ta de que su hijo (el hijo de Colón) quiso expresar con todo ello que «su padre era italiano y de apellido Colombo y que al venir a España, tradujo su ape­llido en Colón, conforme a la patria donde vino a vivir y empezar su nuevo estado’-’.

Y   es asombroso que el Sr. Altolaguirre siga ha­ciendo afirmaciones tan desatinadas.

Vamos pues a destruir todo eso que afirma y bien fácilmente por cierto; de lo que resulta que, siendo lo que resta tan abrumador como lo que hasta ahora impugna, sería cuestión de no seguir comentando y dedicando un tiempo precioso a esta farándula histórica que va entrando ya en el terreno de lo ri­dículo; pero como esa retirada por muy justificada que estuviera, habría de ser tomada por los vocin­gleros de oficio, como arma para desnaturalizarnos, seguiremos desmenuzando con paciencia esas pro­banzas que al fin y a la postre, servirán para eviden­ciar la debilidad crítica de los más notables partida­rios del genovismo de Colón.

Repitamos lo dicho por Don Fernando y que copia el Sr. Altolaguirre como probanza de que el hijo de Colón reconocía como sus parientes al que llevó preso a Roma al rey Mitridates y a los que alcanzaron tan gran victoria sobre los venecianos, según el de­cir de Sabelico:

“Querrían algunos que yo me detuviese u ocupase en decir que el Almirante descendía de sangre ilustre y que_ sus padres, por mala fortuna, habían llegado a la última estrechez y necesidad, y que probase que descendían de aquél Colón de quién Cornelio Tácito, dice que llevó prisionero a Roma al rey Mi- tridates, y querrían también que hiciese una larga relación de aquellos dos Colones, sus parientes, cuya victoria alcanzada contra los venecianos describe Sabelico”.

‘ Observarán nuestros lectores, que el Sr. Altola­guirre subraya las palabras—y que probase—y esta otra: sus parientes.

Vamos a desautorizar al Sr. Altolaguirre que en tales simplezas aguza el entendimiento, con la opi­nión de los dos más notables biógrafos de Colón: Asensio y Harrisse.

De esta manera no será sospechosa, la probanza que, por nuestra podría ser puesta en tela de juicio.

Dice Asensio: “que los Colombo (Domenico) tu­vieran cercano parentesco con aquella aristocracia, no parece probable, ni se ha justificado. Imagina­ria y supuesta es la nobleza de la estirpe del Almi­rante. No se sabe la tuvieran sus abuelos, y aunque la hubieran tenido, decayeron de ella, según las leyes de la República de Génova, al dedicarse a un oficio mecánico. Imaginario es también el parentesco que quiso buscársele con dos almirantes de Francia. Y ahora Harrisse: “esos Colombo que menciona Sabe- lico no eran genoveses, ni aún siquiera italianos^ ni se llaman Colombo. Eran gascones, de apellido Caseneuve, y conocidos por Coulomp; de donde los tradutores sé complacieron en sacar Columbas y Colombo”

Tiene la palabra el Sr. Altolaguirre.

 

LA FARANDULA HISTORICA

VI.

«Por que suelen ser más estimados los que pro­ceden de grandes ciudades y generosos ascendientes, querrían algunos que yo me detuviese y ocupase en decir que el Almirante’’

Se nos ocurre, que no se puede con mayor lujo de detalles, negar la procedencia ciudadana de un in­dividuo. Don Fernando pues, niega que su padre hubiera nacido en una gran ciudad, por ejemplo: Génova y niega asimismo que sus antecesores per­tenecieran a la nobleza. Esto no solo lo dá a enten­der, sinó que lo afirma. Esto está claro.

Pues bien, el Sr. Altolaguirre, lo interpreta en el sentido de que Colón nació en Genova, y que sus antecesores pertenecieron a la más rancia nobleza de aquella república.

Y    continúa así Don Fernando: “Por que creía que Nuestro Señor, eligió a su padre como eligió a los Apóstoles en las orillas del mar, y no en los pa­lacios y en las grandezas y’añade: “Fué su voluntad que sus padres fuesen menos conocidos, de modo que cuanto fué su persona a propósito y adornada de todo aquello que convenía para tan gran hecho, tanto menos conocido y cierto, quiso que fuese su origen y patria”.

Es indiscutible, que aquí Don Fernando da por lugar de nacimiento de su padre, un lugar poco so­nado, de una costa ignorada a semejanza de los pue- blecillos humildes de las riberas del mar de Galilea, y rechaza la suposición que quiere imponérsele de declarar que nació en los palacios y en las grandezas. Estos palacios, se nos antoja, que lo decía hablando de Génova, que era y fué señalada por sus magní­ficos edificios.

Y  agrega, por haberlo oido sin duda muchas veces a su padre que fué la voluntad del Almirante hacer desconocida su patria e incierto su origen. Esto también está muy claro.

Pues bien: el Sr. Altolaguirre nos dice que D. Fer­nando quiere expresar que Colón era genovés, que había nacido en la ciudad de mármol, en la ciudad palacio, y da por cierto que reconoce como cierto su origen, puesto que ya antes, nos quiere convencer que es descendiente de aquél Colón que llevó pri­sionero a Roma al rey Mitridates y de aquellos otros Colones que nunca se llamaron tal.

Y    prosigue de esta manera Don Fernando: “Y así, algunos que de cierta manera quieren obscurecer su fama, dicen que fué de Nervi, otros de Cugureo, otros de Bugiasco, Iugarcillos pequeños cerca de Génova; otros, que quieren exaltarle más, dicen era de Saona; otros, genovés y algunos también, le hacen natural de Plasencia, donde hay personas muy honradas de su familia y sepulturas con armas y epitafios de los Colombos, que así. fué el apellido que usaban sus mayores, bien que el Almirante, conforme a la patria donde fué a vivir y a empezar su nuevo estado, limó el vocablo para conformarle con el antiguo y distinguir los que procedieran de el de los demás, que eran parientes colaterales y se llamó Colón”.

Es necesario que los lectores que nos siguen en esta refutación, lean una, dos, y a ser posible tres veces; este párrafo de Don Fernando, por que el Sr. Altolaguirre ¡asómbrense Uds! toma como palabras propias de Don Fernando, lo que Don Fernando co­piaba de los historiadores italianos, entre ellos Gius- tiniani para rebatir las falsedades que aquellos ha­bían estampado en sus libros.                                  .

 

Está visto, que para el Sr. Altolaguirre, todo el campo es orégano.

Niega, desde luego y rotundamente, que su padre naciera en Nervi, Cugureo, Bugiasco, Saona, Géno­va y Plasencia. Esto tampoco tiene duda. Bien claro dice que no se prestará a afirmar las inexactitu­des de los escritores italianos que es a quienes se di­rige aunque no haya tenido la atención de advertír­noslo el Sr. Altolaguirre.

“Algunos también lo hacen natural de Pla­sencia”, está asimismo claro que desautoriza a esos algunos para afirmar que su padre hubiera nacido en Plasencia, donde dicen que hay personas hon­radas de su familia. Aquí Don Fernando hubiera dicho de mi familia, puesto que siendo hijo de Don Cristóbal, aquellos de su familia eran también pa­rientes suyos. Está pues, perfectamente claro que copia las presunciones de otros.

“Y sepulturas con armas y epitafios de los Co- Iombos, que asi fué el apellido que usaban sus ma­yores”. Aquí esos Mayores, eran también los de Don Fernando. Don Fernando tampoco dice: Epitafios y armas de nuestra familia, sino epitafios y armas de los colombos, esto es: de los Colombos a que se referían los historiadores italianos. Hemos de convenir que tal como se expresa Don Femando, no es la expresión de un familiar, y de un familiar muy allegado a aquella familia linajuda que ya hemos visto no fué ni por asomo parentela del Almirante.

Y   que todo lo que dice Don Fernando, no puede aplicarse a declaraciones personales se desprende de que muchos años después en sus viajes por Eu­ropa en busca de libros para enriquecer su famosa biblioteca después de recorrer todos los estados de la República Serenísima, recordando sin duda las afirmativas de los historiadores italianos y dando una prueba manifiesta de la ignorancia en que vivía sobre la verdadera patria de su padre, pasando por Cugureo o Cogoleto, trató de inquirir informes de los dos hermanos Colombo, que eran los vecinos más ricos del lugar. A esos Colombo, se les suponía parientes del Almirante; pero no obstante sus cien años vividos no pudieron darle referencia sobre tan importante asunto. De manera, que se vio obliga­do ,a declarar que no pudo averiguar donde y como vivían sus antecesores.

¿A qué pues, ese empeño del Sr. Altolaguirre, por demostrarnos lo indemostrable?

Pero como aún no hemos terminado de analizar las declaraciones escritas de Don Fernando, vamos a citar las palabras que aún quedan por sondear del citado párrafo.

‘Conforme a la patria donde fué a vivir y a empezar su nuevo estado”

Aquí resalta la contradición a la vista. Patria no hay más que una y Don Fernando que era espa­ñol, no podía decir, conforme a la patria a donde fué a vivir, hablando de su patria y de su padre.

Pero aún hay otras contradicciones más mani­fiestas para confundir la poca afortunada asevera­ción del Sr. Altolaguirre:

Limó el vocablo para conformarlo con el antiguo….

El antiguo o sea el de Colón, era el de aquél Colón de quien Cornelio Tácito dice que llevó prisionero a Roma al rey Mitridates. Como se vé, estas eran palabras del historiador italiano cuyos argumentos combatía Don Fernando con tanto calor y por otra parte está perfectamente averiguado qué Tácito a quién se atribuye semejante afirmación, dice que quien hizo eso, fué Junio Cüo (Cilonen, en latín).

Y    lo mismo asegura Casio. (Anales.—Libro XII oevres completes de Tácite,—Traducción de Ch. Lo vandre.—París.—1853).

Y   por último:

Y   distinguir los que procedieran de el de los de­más colaterales y se llamó Colón.

Aquí se dá por supuesto, o lo dá el historiador italiano que se desconocía a los hermanos de Don

Cristóbal, por que de otra manera no se emplearía la palabra colaterales atribuida a lejanos parientes y aún en caso contrario, la modificación, sería sola para él, pues con el solo objeto de distinguirse de todos los suyos limaba o serruchaba el vocablo.

Y   se llamó Colón.

¡Naturalmente!…

 

ACLARACIONES

VIL

Podemos adelantar a nuestros lectores, que en esta refutación en que nos hemos empeñado, se han de ver cosas muy notables.

Nuestro propósito, ha sido y es, combatir con armas nobles. Ya no es posible ampararse en con­jeturas y opiniones personales y esta es la razón, de que nosostros solo hagamos uso de la prueba do­cumental, desdeñando pareceres y citas de indivi­duos que, por muy doctos y sabios que nos lo pre­senten, están sujetos como todos los mortales, al error y a la apreciación individual, que será muy apreciada y muy valiosa; pero que jamás podrá dar fé de la realidad de no ir acompañadada con pro­banzas escritas y testimonios documentales genui­nos e indubitables.

Hemos dicho, que con los documentos existentes, nadie podría probarnos que el Almirante haya de­clarado que nació en Génova y que todo lo escri­to de que era oriundo de tal o cual punto de Italia, se hace a título de información volandera, como eco de un rumor; como incierta probabilidad de un se dice; como especie divulgada y repetida y a fuerza de divulgada y repetida, petrificada hasta conver­tirse, según la cierta expresión de Altamira, en dog­ma.

Ya hemos dicho que el peor informado de nuestros cronistas, fué el tan celebrado Las Casas.

Las Casas no trató al Almirante, es más; no lo conoció.

Del obispo de Chiapa se desconoce la fecha de su nacimiento y solamente en alguno que otro pasaje de sus obras, habla de su ciudad natal, Sevilla; don­de según lo expresa, tuvieron asiento sus antepa­sados, desde que la conquistó el Santo Rey Don Fernando III de Castilla en el año 1252.

Se le asigna, por presunción, el año 1474, como aquel de su nacimiento. De todas maneras, lo cierto es, que estudiaba jurisprudencia en Sala­manca, mientras que Colón llevaba a cabo sus por­tentosos descubrimientos.

En 1502 y ya con el título de Licenciado, se le ve figurar en aquellos acontecimientos, como pasajero a bordo de uno de los buques de la expedición que conducía a Don Nicolás Ovando, que partía con numeroso séquito para hacerse cargo del gobierno de La Española.

Lo más importante pues, del descubrimiento, lo tomó de otros y si’ algún crédito nos ha de merecer este cronista, fuera de las exageraciones consiguien­tes, será desde el año 1510 en que ya ordenado sa­cerdote, comienza lo que pudiéramos titular su vida pública.

De la llamada Historia Portuguesa y del libro de Don Fernando tomó todas las noticias que los his­toriadores le atribuyen.

De la historia portuguesa o sea del libro titulado “Asia” de Barros, confirma el origen genovés del Al­mirante, puesto que dice en la página 42 del tomo I de la Historia de las Indias: Una historia portu­guesa que escribió un Juan de Barros, portugués, que llamó Asia en el libro III cap. 2U de la primera década, haciendo mención de este descubrimiento no dice sino que, según todos afirman, este Cristóbal era genovés de nación. Líneas antes, ya había dicho Las Casas: “donde nació o que nombre tuvo el tal lugar (el del nacimiento) no consta la verdad de ello más de que se solía llamar antes que llegase al estado que llegó, Cristóbal Colombo de Terra- rubia, y lo mismo su hermano Bartolomé Colón, de quién después se hará no poca mención.

Todo esto es pura ficción según lo demostraremos; pero antes, veamos quien fué el portugués Barros á quién cita Las Casas, para afirmar que Colón era genovés.

Juan de Barros a quién la biografía titula céle­bre, nació en Viseo el año 1496.

No habla pues nacido, cuando Colón llevaba a cabo su famosa hazaña.

Cuando escribió el Asía portuguesa o historia de los portuguese en la India, ya solo quedaban re­cuerdos y muy esfumados, de aquella insigne epo­peya. Barros a quien justamente se le llamó el Tito Libio portugués, si, como fijador del idioma merece alabanzas, no puede merecernos gran crédito como cronista de los acontecimientos españoles de los que incidentalmente se ocupa en su comentada obra.

Barros que refirió la opinión dudosa que conserva la tradición sobre el origen de Cristóbal Colón, se hi­zo eco de todos cuantos le antecedieron y precedie­ron del rumor propalado por los historiadores italia­nos, tan desautorizados por Don Fernando. Y que esto es, cierto, lo demuestra, que de haber sido con­vincente la noticia de Barros, otros hombres de ciencia portugueses, entre ellos Serpa Pinto y el Conde de Savorgnan no hubieran supuesto a Colón lusitano y como uno de los más ilustres hijos de aquella nación, puesto al servicio de España.

Las Casas pues recurrió a la información de Ba­rrios para establecer el genovismo del Almirante y esto es más que suficiente, para demostrar la igno­rancia en que sobre este importante punto vivía Las Casas. Además Barros dice según todos afir­man, de lo que se deduce, según lo hemos supuesto, de que se valió para su cita de informes ágenos.

Las restantes noticias, o sean aquella que se re­fieren a los antecesores de Colón, las toma íntegras de Don Femando. Nos habla de aquél Colón de quién pomelio Tácito dijo llevó preso a Roma al rey Mitradates y cuya falsedad ya hemos demostra­do. Nos habla de aquellos Colombos de que hace mención Sabellico y que así mismo se ha demostrado no eran tales Colombos.

En lo que difiere de Don Fernando, es en lo del apellido. Las Casas para determinar el cambio o sea para hacer uso de la lima o serrucho de la cita de Don Fernando que transformó el apellido de Co­lombo en Colón,nos relata el siguiente cuento:

«Tuvo por sobrenombre Colón, que quiere decir poblador de nuevo, el cual sobrenombre le convino en cuanto por su industria y trabajos fué causa que descubriendo estas gentes, infinitas animas de ellas, mediante la predicación del Evangelio y adminis­tración de los eclesiásticos sacramentos, hayan ido y vayan cada día a poblar de nuevo aquella triun­fante ciudad del cielo”.

Y   agrega lo que sigue:

“También le convino, por que de España trajo el primero gentes (si ella fuera cual debía ser) para hacer colonias, que son nuevas poblaciones traídas de fuera, que puestas y asentadas entre los natura­les habitadores de estas vastísimas tierras, consti­tuyeran una nueva, fortísima, amplísima e Üustrísi- ma cristiana Iglesia y felice república”.

Por esta apreciación de las Casas, queda bastante mal parada la sentencia que sobre apellidos caste­llanos y en su forma más vulgar, determinó en el Ensayo histórico etimológico, filológico, el académi­co de la Historia Don José Godoy y Alcántara y al que tan juiciosamente apadrina el Sr. Altolaguirre. Por que si hemos de ser francos preferimos la eti­mología de Las Casas a la del Sr. Godoy.

Y   dice también Las Casas: «Lo que pertenecía a su exterior persona y corporal disposición, fué alto de cuerpo, más que mediano; de rostro luengo y autorizado; la nariz aguileña; los ojos garzos; la color blanca, que tiraba a rojo encendido; la barba y cabellos, cuando era mozo rubios, puesto que muy presto con los trabajos se le tornaron canos; era gra­cioso y alegre y bien hablado y, según dice la suso­dicha Historia portuguesa (la historia de Barros) elocuente y glorioso en negocios, etc. Es decir, que las Casas no conoció al Almirante, puesto que si tuvo que recurrir a Barros para saber que era elocuente y glorioso en sus negocios, era indudable­mente por que lo ignoraba y por que no había podi­do apreciarlo con el trato, ya que tuvo que recurrir a otros que habían nacido muchos años después que él había nacido, para informarse de estas particu­laridades.

Cierto es que hablando del regreso de Colón en el año 93, nos dice que pudo apreciar del mismo Al­mirante la fidelidad y devoción que guardaba a los Reyes, cosas todas estas que también supo por su padre que había acompañado a Colón en el segundo viaje.

Hablando de esta incidencia se expresa así a lo que del yo entendí, que equivale a decir: a lo que de él yo oí, por lo que seguimos afirmando que Las Casas no trató ni conoció a Colón.

Y   para justificar aún más, nuestras presunciones, copiaremos parte del comienzo del Capitulo III de su Historia de las Indias, con la brevedad que este trabajo requiere:

» «Dicho queda el origen y patria, y linaje y padres, y persona exterior y costumbres, y conversación, que todo le era natural o de la natura concedido, y también de lo que se conocía de cristiandad de Cris­tóbal Colón, aunque en compendiosa y breve ma­nera; parece cosa conveniente referir las gracias que se le añadieron adquísitas y los ejercicios en que ocupó la vida que vivió antes que a España viniese, según se puede colegir de cartas que escribió a los reyes y a otras personas y otros a él, y de otros sus escritos, y también por la historia portuguesa y no menos por las obras que hizo.

Decididamente, Las Casas, no trató ni conoció a Colón.        .

Esto es innegable.

 

PULVERIZANDO AXIOMAS

VIII

No dirá el Sr. Altolaguirre que dejamos sin co­mento los más importantes axiomas de su folleto.

Desde la primera afirmativa, hasta la última, van pasando por el tamiz de la crítica, sin rehuir la más mínima particularidad enunciada, para desacreditar la tésis coloniana.

El P. Las Casas—dice Altolaguirre—relatando el tercer viaje del descubrimiento que hizo el almi­rante, agrega que uno de los navios lo mandaba Juan Antonio Colombo, genovés, deudo del Almi­rante, hombre muy capaz y prudente «con quien yo tuve frecuente conversación»; a este pariente del Almirante lo designa Don Diego Colón con el nombre de “Juan Antonio” en la minuta de su últi­ma voluntad que en los días 19 y 29 de Febrero ‘de 1515 hizo escribir al P. Gorricio; pero al dar este, forma de declaración, el día 24 del mismo mes y año, a las disposiciones adoptadas por Don Diego, dice que este había mandado que se diesen cien cas­tellanos de oro a Juan Antonio Colón”.

Y   añade, a guisa de comento el perspicaz Altola­guirre:

“También este pariente del Almirante había dado la forma Colón a su apellido Colombo”.

Y   agrega el docto académico de la Historia:

“sin que en este caso podamos atribuirlo más que a una de las causas que movieron al Almirante y sus hermanos a modificar el suyo; la que dice Don Fer­nando : limando el vocablo conforme a la patria que vino a vivir”.

De lo que resulta, Sr. Altolaguirre, conforme a sus presunciones, que el Juan Antonio también se­rruchó el apellido.

Patria, Sr. Altolaguirre—que sepamos—no hay más que una. Se puede admitir que lo diga un ita­liano, que la aplica a diestro y siniestro como sinó­nima de tierra, por lo cual queda perfectamente aclarado, que todo lo expuesto en otro lugar fué tomado por Don Fernando de los historiadores ita­lianos. Un español y español era Don Fernando, so pena que el Sr. Altolaguirre quiera hacerlo tam­bién italiano dice, ni ha dicho nunca; la patria In­glaterra, la patria Francia; la patria Italia etc., hablando de cualquiera de esas tierrras a las que pudiera ir a vivir accidental o permanentemente; pero dejando estas minucias que enunciamos solo a título de oportunidad, vamos a discutir la razón que asiste al P. de las Casas para llamar a Ju<m An­tonio por el apellido Colombo y la que asite al P. Gorricio para llamarlo Colón.

Vamos a parangonar pues, ambas autoridades, para saber a que atenernos.

Ya hemos demostrado que las Casas, no trató al Almirante; pero conoció a Juan Antonio, aunque esta afirmativa sea muy sospechosa, por que el obispo de Chiapa, tenía el prurito de conocer y tra­tar a todo el mundo y con todo el mundo, había te­nido frecuente conversación. Pero vamos a dar por hecho que conoció y tuvo trato con Juan Antonio. El parentesco que haya tenido con Colón, no nos’pa­rece muy desacertado, por que si no andamos muy equivocados, es el que suena en las actas de Ponte­vedra.

Vamos pues a convenir Sr, Altolaguirre en que Juan Antonio Colón era pariente del descubridor. Alguna vez habíamos de convenir en algo!

Pero de sus noticias se desprende, que el P. Go- rricio también tuvo trato con el Juan Antonio y de­bió tener frecuente conversación como diría el P. Las Casas.

Ni Don Cristóbal, ni su hijo Don Diego que algo dejó encomendado para él, ni nadie que sepamos— fuera del obispo de Chiapa—dijo que el Juan Anto­nio fuera pariente del descubridor, por lo que el Sr. Altolaguirre, debe agradecernos que sin otros ar­gumentos de fuerza, le demos la razón y pensemos del mismo modo.

Pero es el caso en cuanto a la forma del apellido, que el crédito del P. Gorricio, está muy por encima del que merece el P. Las Casas. Y la razón es obvia.

Las Casas no tuvo amistad que sepamos con el Almirante; pero el padre Gorricio, es nada menos, que el hombre de confianza de Cotón. Es el que está enterado de todos sus asuntos_y guarda sus más importantes papeles y el ejecutor dev sus más caros e íntimos encargos.  –

Y    según vemos por la cita del Sr. Altolaguirre, seguía siendo el hombre de confianza de sus hijos. Gorricio colaboró en el famoso libro de Las Profecías, de Colón; tenía en su poder los originales de los pri­vilegios del Almirante y guardaba toda su correspon­dencia pública y privada. Era en fin, el deposita­rio de todos los^intereses de Colón. Él 4 de Abril de 1502, el Almirante entre otras cosas, le decía en carta que afortunadamente se conserva: “Allá van para mi arquita algunas escrituras’’. Decía esto al emprender su cuarto y; último viaje y algunos días después, volvía a escribirle desde la Gran Ca­naria, encomendándole a Don Diego y haciéndole otros encargos privados. Al mismo Gaspar Gorri­cio, escribe Colón desde la Isla Jamaica contándole sus desventuras, de lo que se desprende que nadie como el P. Gorricio pudo preciarse de ser tan dis­tinguido con el afecto y confianza del Almirante.

Por lo tanto, nos vá a permitir el Sr. Altolaguirre, que demos más crédito al Gorricio que llamó Colón, a la española, a Juan Antonio, que al P, Las Casas que lo llamó Colombo, a la italiana.

Históricamente, tiene más fuerza la declaración de Gorricio, que la del P. Las Casas, Y si fuera ne­cesario reforzarla, diremos al Sr. Altolaguirre, que según el mismo nos lo dice, ese apellido Colón, fué dictado por Don Diego al extenderse la minuta, de su testamento, lo que resultan dos probanzas de pe­so para nuestra causa, contra la endeble y única del peor informado de nuestros cronistas..

Camino adelante, o párrafo adelante, y hemos dicho camino, por que debe ser árida la ruta dificilí­sima por donde se ha metido el Sr. Altolaguirre, nos dice con sinceridad que nunca será bien alabada: «En las cartas que el Rey le dirigió (a Colón), en las capitulaciones de Santa Fé; en los privilegios que se le otorgaron; en la autorización que se le concedió para fundar Mayorazgo; en todos los documentos oficiales, se le llamó Cristóbal Colón y Colón, le ape­llidaron los historiadores españoles de aquella épo­ca”.     .

¡Manco male! Questo si chiama parlare.

Pues si eso es cierto Sr. Altolaguirre ¿por qué se empeña Ud. en hacernos italiano el apellido?

A renglón seguido nos trae otra vez a colación al Sr. Godoy Alcántara, que hace un endiablado estu­dio referente a la transformación que los aragoneses hacían de los apellidos. Por ejemplo: a uno que se llamaba de Capüe Magno, los aragoneses de aque­llos pretéritos tiempos, lo llamaron de Capmany; a otro que se llamaba de Podialibus rusticorum, lo transformaron sencillamente en de Pujáis deis pa~ gesos, y así por el estilo una docena de transforma­ciones, que hubiera dejado chiquito a Frégoli si es­te eminente transformita se hubiera dedicado a lo histórico, etimológico, filológico.

Añade el Sr. Altolaguirre, que la Cancillería Cas­tellana, a lo contrario de la Aragonesa, no latiniza los apellidos, y por eso, al negociar con la Pontificia, fundada en los descubrimientos realizados por el Almirante el que se trazase una línea y se demarcara la esfera de acción de Portugal y España en el Atlán­tico, llama al gran navegante, Cristóbal Colón, nom­bre y apellido que acepta la Cancillería Romana y con el que que denomina en las Bulas 3 y 4 de Mayo de 1493”.

¡E mai possibile!

Pues si esto—repetimos—es cierto ¿por que se empeña Ud. en hacernos italiano el apellido?

Se empeña, paciéntísimos lectores, por que su objeto es demostrar que, esto, que tanto extrañó a La Riega tiene para el Sr. Altolaguirre una fácil explicación.

Dice que como quiera que no se trata de una gra­cia que otorgar al Almirante, ni de reconocer algún derecho, no tenía razón el Gobierno Pontificio de hacer indagaciones que a nada conducían.

A nosotros se nos antoja, que no es poco derecho el de reconocerle como Descubridor de un mundo; pero hemos de respetar el parecer del docto académi­co que agrega: “nada significaban nombre, familia y patria, por que nada podían alterar la resolución de tan importante asunto, ni nada podía demorar o distraer la atención de la Cancillería Romana ocu­pada en resolver el conflicto para averiguar si el verdadero apellido del Almirante era el de Colón o el de Colombo y si había nacido en Génova o en Pon­tevedra.

Y es que el Sr. Altolaguirre ignora que al titular el Papa al Almirante Cristóbal Colón y llamarlo hijo dilecto de los reyes católicos, declaraba ipso facto que Colón era el español más predilecto de los Reyes; el subdito de más valer y distinción de los monarcas españoles.

Por que lo propio se había dicho de Loyola en el sentido religioso medio siglo después: “….y que el dilecto hijo Ignacio, general de la Compañía de Je­sús, de nosotros aprobada canónicamente en esta santa ciudad”….

 

CONCEPTOS DESASTROSOS

IX

Toda la crítica de Altolaguirre, va abiertamente contra La Riega, por que jamás podrá perdonarle los disgustos que le ha proporcionado con la ridicula teoría, lanzada valientemente a la publicidad, del españolismo de Colón.

No ha quedado documento ni libro que no haya investigado, buscando inútilmente lo imposible.

Ahí era nada si encontraba un alegato contun­dente para pulverizar la teoría. Hallar una pro­banza aplastante y escalar rápidamente la cumbre de la inmortalidad, sería el resultado de su porfiada investigación; pero los archivos arrojaban proban­zas contrarías, probanzas que hubieran debilitado su convicción si no la rigiera el apasionamiento.

Y   de sus inútiles busquedas, resultó una averi­guación que ha creído contundente para desacredi­tar a su contrario que reposa lleno de gloria—pos­trera ambición del hombre—en el campo-santo de la tierra donde también vió la luz primera el Revelador del Globo.

Altolaguirre por datos auténticos y noticias y relaciones irrecusables, averiguó que el estupendo suceso del descubrimiento pasó casi desapercibido en Italia y que en España la general satisfacción que despertó el hallazgo de las Indias Occidentales se desvaneció rápidamente vista la nula importan­cia de los bienes que habría de reportar el hallazgo de unas islas, muy bonitas, con caudalosos ríos, con amplios y seguros puertos; de clima apacible y vegetación exuberante; pero donde la actividad del hombre culto no aparecía por ninguna parte. Islas que guardaban tribus numerosas y dóciles; pero completamente salvajes, que solo cultivaban los vegetales indispensables para la subsistencia y don­de los más progresistas, cultivaban el algodón para cubrir malamente sus desnudeces. Faltaban los animales domésticos, que prestan poderoso auxilio para los trabajos o sirven de alimento y todo lo que para la vida necesita el hombre civilizado, era pre­ciso llevarlo de España y como a todo esto, había que agregar las fiebres que agotaban las energías de los expedicionarios, todos ansiaban regresar a Es­paña.

Todas estas consideraciones del Sr. Altolaguirre, las trae a cuento para quitar importancia a aquel magno suceso.

Si hemos de creerle, hay que convenir que el des­cubrimiento de la mal llamada América, pasó desa­percibido para los pueblos continentales y apenas halló eco en las Cancillerías europeas.

Todo esto está escrito para desmentir a La Riega, que afirmó muy juiciosamente por cierto, que el Descubrimiento causó universal espectación y debió admirar y aún regocijar a Italia, supuesta cuna del insigne náuta que había llevado a cabo semejante proeza.

Y   como no estamos dispuestos a silenciar este nue­vo infundio de Altolaguirre, vamos a demostrar lo contrario, copiando las noticias de dos historiadores notables, antiguo uno y otro moderno, que con su elocuencia dirán seguramente más,que todo cuanto nosotros pudiéramos alegar para rebatir la incon­cebible afirmativa del académico impugnador.

Dice Asensio: “El rumor popular, comenzó como siempre a exagerar la importancia del Descubri­miento. Considerábase ya a España, poseedora de inmesos tesoros y la nación más poderosa del mundo.

Por doquiera se difundía el deseo de tener noticias ciertas de aquellos países que la imaginación abul­taba de tal manera. Se cruzaban las preguntas; se despachaban correos; las naciones se manifestaban tan ávidas de noticias como los individuos”….

Mártir de Angleria en la crónica dedicaba a Iñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, es aún más expresivo que Asensio. Dice así: “Desde el pri­mer origen y designio reciente de acometer Colón esta empresa del Océano, amigos y príncipes me es­timulaban con cartas desde Roma para que descri­biera lo que había sucedido, pues estaban llenos de admiración por todo cuanto se relacionaba con el

descubrimiento…… y así, tenían ardientes deseos de saber de estas cosas”.

Se nos figura que huelgan los comentarios.

Como no es nuestro propósito atiborrar de citas a nuestros lectores, con lo expuesto, es más que su­ficiente para destruir la aseveración de Altolaguirre que aquel magno suceso pasó casi desapercibido.

Claro está que Altolaguirre apoya lo dicho con algunas citas y nos trae entre otros testigos al señor Eerchet, que trata de justificar la indiferencia con que en su patria fué acogida la noticia de los éxitos obtenidos por el Almirante en su primer viaje, di­ciendo que, en aquella época (Berchet es contempo­ráneo) “Italia se hallaba preocupada con las cuestio­nes orientales, amenazada en su independencia, y tan amenazada y preocupada del peligro más inmi­nente, del avance de los portugueses a lo largo de la costa africana, que no prestó toda la atención de­bida a los descubrimientos del Atlántico”.

‘ Dice Altolaguirre a continuación que los viajes realizados por Vicente Yañez Pinzón, Diego Lepe, Gaspar Corte Real, Pedro Alvarez Cabral y parti­cularmente el viaje de Vasco de Gama, que se re­putaban de utilidad más inmediata y de resultados más prácticos apartaron la pública atención e hi­cieron olvidar por largo tiempo que él era el que ha­bía dado impulso a la maravillosa empresa”.

Agrega, que en Venecia, sobre todo, los descu­brimientos del Almirante pasaron casi inadvertidos y que en los Annale venete, de Domenico Malipiero, se da cuenta en el año 1493 de que la armada del Rey Católico halló nuevos países.

Y   dice más:

“que en los Anuales venecianos, se habla de las islas descubiertas, las costumbres-de sus habitantes, etc……. pero que ni siquiera se menciona al

Almirante”. –

Pues, señor, no sabemos a lo que el Sr. Altolagui­rre llama casi inadvertido. Por que si Colón regre­sa a España después del descubrimiento ese mismo año de 1493 y en ese mismo año se publica en Vene- eia su descubrimiento y se citan las islas descubiertas y hasta se habla de las costumbres de sus habitantes, se nos figura que no pasó tan inadvertida la cosa. Ahora bien; que no se cite a Colón para nada, prueba que no era italiano, por que lo mismo ocurrió en Gé­nova cuando en 1493 o sea el mismo año, llegaron los embajadores Francisco Marchesi y Juan Antonio Grimaldo llevando la noticia del descubrimiento y los antecedentes que tenían del descubridor. En Génova tampoco sabían quien era Cristóbal Colón. Nadie lo conoce ni posee antecedentes de sus padres.

No debe pues extrañarle al Sr. Altolaguirre que en los Anales de Venecia no se cite a Cristóbal Colón. ’ ¡Colón era perfectamente desconido en Italia!

Si el Sr. García de la Riega—añade el Sr. Altola­guirre—antes de lanzar a la publicidad su libro Colón, español, hubiera estudiado un poco_ más *1 tema, no hubiera hecho la rotunda afirmación que aparece en la pájina 107 de su obra, en la que, al referir que en la Biblioteca de Munich existe un folleto que se dice ser el primero que allí se publicó relativo al descubrimiento, y en el que figura el Al­mirante con el apellido Colón, añade: ‘’lo cual prueba que el Colombo se había desvanecido rá­pidamente; ni siquiera se consignó en la carta latina que con el propio objeto se imprimió en Roma en 29 de Abril de 1493, cuyo ejemplar se halla en el Museo Británico de Londres. Si ese apellido ita­liano fuera legítimo habría subsistido durante un plazo más largo, especialmente en el extranjero”.

Y   a esto que dice La Riega, replica el Sr. Altolaguirre:

«De las anteriores palabras se saca la consecuen­cia de que el Sr. García de la Riega habría conside­rado legítimo el apellido Colombo, si hubiera encon­trado que, durante algún tiempo, fué así llamado el Almirante”.

Como desgraciadamente el Sr. La Riega no puede contestar al Sr. Altolaguirre vamos a hacerlo no­sotros en su nombre:

No señor, no se sacaría esa consecuencia; pero demostraría algo más, que lo que demuestra la pro­banza del apellido de Colón, a raíz del descubrimien­to, en tierras extrañas con su forma española.

Y    como a esto Ud. dice, como si realmente hu­biera leído la réplica, que podría hacer una larga lista de cartas, crónicas, diarios, historias generales y particulares y poesías en que, especialmente en Italia se adaptaba a la forma Colombo el apellido Colón, usado en España por el Almirante, hemos de replicar que lo que necesitamos son documentos ofi­ciales donde Ud. nos pruebe que el descubridor del Nuevo Mundo se llamaba Cristóbal Colombo, pues por algo Ud. nos dice que esa adaptación pudiera atribirse al interés de los italianos en hacer ver que el Almirante era su compatriota, como así es en efecto, y como quiera que también Ud. nos dice que se limitará a hacer un estudio con testimonios que no pueden ser recusados por sospechosos de todo lo contrario que nosotros afirmamos, discutiremos el asunto en el próximo capítulo por aquello de que no quede nada pendiente por dilucidar.

 

ANULANDO ABSURDOS

X

Y     escribe Altolaguirre:

“Ya hemos visto como Girolano Priuli, en su dia­rio, llama Colombo al Almirante”.

Allegretto Allegretti, en su diario Senesi 1450 a 1496, y bajo la fecha de 25 de Abril de 1493 dice que este mismo año se descubrieron muchas islas por el capitán del Rey de España Cristoforo Colombo, noticias que fueron conocidas por nuestros mercade­res de España y por referencia de otras personas y el mismo Sr. Altolaguirre nos advierte, que llamán­dose el descubridor, Colón, en España, hay que su­poner que le dieron la forma italiana o que se la dio el mismo Allegretto, y pone esta presunción como ejemplo, de la transformación natural del apellido al pasar de uno a otro idioma.

¡Soberbio!

Colomba—añade—también le apellidan en un a carta escrita en Barcelona el 21 de Abril de 1493, cuya copia remitió al Duque de Fgrrara su consejero secreto Jacobo Trotti: Columbo, dice que lo deno­mina Messer Zoanne, que llegó a Bolonia, proceden­te de España, en Junio de 1493 Culombo savonese, dice que lo titula Juan Bautista Strozzi, en carta escrita desde Cádiz el 19 de Marzo de 1494 y que Columbum, lo apellida Nicolás Scillacio en carta fechada en Pavía el 3 de Diciembre de 1494 dirigi­da a Alfonso Cavallerie, Vicecancelario del duque Ludovico Sforcia. Morelletto Ponzone en Junio de 1494, escribía desde Ferrara a la duquesa de Man­tua, en la que dice “que uno llamado Colombo, des­cubrió cierta isla por el Rey de España” y que Francisco Litta, Canciller del Embajador de Milán en España, decía desde Almazan el 23 de Junio de 1496 «que el Colombo, capitán del Rey»

Y    agrega el Sr. Altolaguirre: “Cierto que en la traducción de la carta que en 14 de Marzo de 1493 dirigió desde Lisboa el Almirante al Tesorero Ra­fael Sánchez, dándole cuenta de los descubrimientos realizados en el primer viaje, hizo en Roma Leandro de Cosco, da a D. Cristóbal el apellido Collón, con­servándole la forma española; pero no lo es menos que a continuación de la primera edición de la carta, se inserta im epigrama compuesto en latín por R. L. Corbaria obispo de Montespalusi, y dirigida al Rey de España,, en que al Almirante se le apellida Calumbo, y así se le apellida también en el poema que, tomando por base la misma carta, hizo en Flo­rencia en 25 de Octubre de 1493 Julián Datti in qust anno presente, queste e statalo del müle quatro cen novantatre un Ch’e Chistojan Cholombo chimnato

Al llegar aquí, será nesario que aclaremos algunas particularidades para buena inteligencia del lector.

Según lo manifestábamos en el artículo anterior, el Sr; Altolaguirre nos ofrecía la demostración sin el auxilio de los italianos, para que no fuese sospechosa la probanza; pero habiendo leído con más deteni­miento, vemos que su ofrecimiento se reducía a to­mar el testimonio de los italianos en un periodo de tiempo que no pasara del año 1508, por que, agrega,’ entonces aun no se discutía la patria de Don Cris­tóbal.

Esto, como se ve, es infantil.

Ni entonces, ni después se discutió la procedencia de Colón. Lo que ocurrió fué, que don Fernando negó que su padre hubiera nacido en Italia y que tanto él, como sus abuelos hubieran sido cardadores.

Lo demás, fué consecuencia del tiempo, primero, y de la leyenda después. Se discutió ferozmente, la localidad; pero se le tuvo por natural de la repú­blica de Génova.

Por lo tanto, no sabemos a que conduce esa pro­banza con testimonios italianos, hasta el año 1506, en que falleció el Almirante. El vocablo, se limó o serruchó después, para hacer más patente la pro­cedencia, por que con razón, unos y otros estaban escamados de que apellidándose Colombo, el Almi­rante firmara sus escritor y se llamara en España Colón.

Más, en fin; aceptamos la probanza tal como nos la ofrece el Sr. Altolaguirre, quien no podrá negarnos la anarquía que reinaba en aquellos tiempos, aún para la fórmula italiana, toda vez que unos lo llama­ban Colombo, otros Columbo, otros Culumbum, otros Culombo, otros Coloni, quien Collón, quien Columbus, _ quien Colomo, quien Coloma y quien como Datti, llega a bautizarlo con el sugestivo dis­tintivo de Cholombo.

De lo que se desprende, que cada cual lo apelli­daba como mejor le placía o como .mejor lo inter­pretaba, al contrario de lo que ocurría y siempre ocurrió en España, que llevó el invariable apellido de Colón.

Y  ahora ¿cuántos fueron aquellos que, denominán­dolo de tan distinta manera, lo reconocen como ita­liano?

„ Ya nos lo dirá el Sr. Altolaguirre; pero contra to­das las probanzas que trate de oponernos, hasta el año 1506 en que apareció la primera biografía del gran marino en los Comentariolus de Gallo, citaremos nosotros, solo una, aprovechando también una de sus más importantes citas. Nos referimos a la no­ticia que enviada por Jacobo Trotti al duque Hér­cules de Este, declara en el año 1493 en carta des­pachada de Barcelona a Milán, que Cristóbal Colón era  Español:

La noticia es de italianos, tal como la desea el Sr. Altolaguirre y por italianos de elevada posición so­cial en íntima correspondencia y trato con los gran­des y aún con los mismos Reyes de España.

Y    pues, si consejeros o embajadores italianos, escribiendo a italianos de alta elevación política, titulan a Colón español, aunque lo apelliden Colom­ba, que también’es apellido español y por añadidura gallego, que otra constancia y que otro argumento más convincente, puede oponernos a la probanza el Sr. Altolaguirre?

Ya vé pues el docto académico, que en esta nue­va prueba a que nos somete, sale tan mal librado co­mo en todas las demás, por la sencilla razón que una causa injusta, resulta deplorable en la demostración, necesariamente débil por falta de consistencia y no es por ahí, a nuestro juicio, por donde el Sr. Al­tolaguirre habrá de llevar al convencimiento de sus lectores, de la infundiosa suposición, consagrada más por la leyenda que por la tradición, del genovismo del Almirante.

No es tampoco recurriendo a los epigramas .y a los buenos o malos versos, medio adecuado para con­vencernos de nuestro error.

Ud. mismo nos advierte Sr. Altolaguirre, que Pedro Mártir escribía el apellido de Colón, a la espa­ñola y por lo tanto, el que Juan Francisco Affaitadi, escribiera desde Lisboa el año 1504 al embajador veneciano en España, llamando al Almirante Co~ lombo, es una prueba más a nuestro favor de la ig­norancia de los italianos en este apellido, por cuanto el mismo rey de Portugal, algunos años antes, ya llamaba al Descubridor Colón y conste que, enton­ces Don Cristóbal aún no había llevado a cabo su famoso descubrimiento.

Menos mal, que todas las noticias que Ud. aporta como pruebas, las reconoce sin carácter oficial, por que desde luego, nosotros no habríamos de admitirlas como válidas y por lo tanto, toda inútil demostra­ción es tiempo perdido,

Y    a mayor abundamiento, si Ud. nos dice que Giacomo Filipo Foresti de Bergamo en su obra pu­blicada en 1494 solo dos veces cita al Descubridor y de estas dos veces, una lo apellida Coloni y otra Co- lumbum ¿no es una demostración elocuente de lo mal informados que andanba todos aquellos seño­res?

En cuanto a que el P. Las Casas refiera que Don Bartolomé Colón presentó en Inglaterra un mapa que llevaba muy bien hecho, en el cual iban unos versos en latín que él mismo, según dice había pintado «los cuales hallé escritos de muy mala e corrupta letra y sin ortografía y parte de ellos no pude leer”, cuya final decía así:

Pro authore seu pectore.

Geunua eui patria est nomen cui Bartholomeus Columbus de térra rúbea est

es una vil superchería, por que Don Bartolomé, se­gún ya lo hemos advertido, no estuvo por aquél en­tonces en Inglaterra, según podemos probarlo con documentos irrefutables.

 

NI UNA EN EL CLAVO

XI

Y  ahora viene lo gordo.

Leamos lo siguiente, que copia Altolaguirre:

En la institución del Mayorazgo hecha por Don Cristóbal Colón en 22 de Febrero de 1498, declara terminantemente “que nació en Génova”, y ordena a la persona que heredase el Mayorazgo, que tenga y sostenga siempre en la ciudad, en Génova, “una persona de nuestro linaje que tenga allí casa e muger e le ordene renta con que pueda vivir honestamente, corrwJ persona tan allegada a nuestro linaje que po­dría haber en la dicha ciudad ayuda e favor en las cosas del menester suyo, pues que de ella salí y en ella nací».

Sabemos que el Sr. Altolaguirre ha traído de ca­beza a todos los archiveros del reino, para averiguar seguramente, lo cierto que hubiera en nuestra de­nuncia, declarando apócrifo este documento, y se­guramente también, halló pruebas fehacientes de que nosotros andamos equivocados, cuando sigue considerando auténtico tan disparatado testamento.

No vamos a insistir en la falsedad del llamado Mayorazgo de Colón, por que sobradas pruebas hallara el lector en el Capítulo II de nuestro libro “Galicia, patria de Colón”.

Queremos solamente aprovechar esta oportunidad, para rogar al Sr. Altolaguirre,. que no una, sino dis­tintas veces ha dicho que solo reconoce como ele­mentos de prueba los documentos autorizados, si lo que él llama Mayorazgo de Colón, es un documen­to de prueba.

Por lo tanto, confiamos en el rigor de su concien­cia crítica para que nos diga:

1“.—Si existe original de letra del Almirante.

2o.—Si a falta de original escrito por él, existe co­pia con su firma.

3o.—Si, caso de existir, la escritura de fecha de Io de Abril de 1502 anulaba la de fecha 22 de Fe- bero de 1498-

4o.—Si en el testamento de 19 de Mayo de 1506 se hace referencia al primero o segundo documento.

5o.—Si se cumplieron las clausulas del Mayorazgo de 22 de Febrero de 1498.

Todo lo que apuntamos es fácil de contestar y sin embargo tenemos el convencimiento que la réplica del Sr. Altolaguirre no puede ser satisfactoria para ninguna de estas preguntas.

Hasta el momento, todo cuanto se ha discutido, carece de fundamento y lo que es más importante, de probanza, que atestigüe la verdad de cuanto afir­ma nuestro docto contricante.

En cuanto a que en Italia la preposición de an­tecede en ocasiones al apellido Colombo, particular que el Sr. Altolaguirre pone de relieve, para quitar importancia a la observación de La Riega, que dice la lleva los apellidos pontevedreses, como quiera que todo ello tiene por base el testamento apócrifo, lo pasaremos por alto. Este incidente, por su in­significancia ha pasado a los eliminados, por carecer de interés en la nueva orientación de las probanzas.

A continuación, el Sr. Altolaguirre, se enfrasca en largas consideraciones sobre el idioma usado por Colón y aún cuando nosotros, como idioma de Colón, solo conocemos el castellano galleguizado, no obs­tante, para rebatir afirmaciones importantes, tam- bien nos ocuparemos con detenimiento en tan in­teresante asunto.

Altolaguirre reconoce que son contadas las pa­labras italianas que se encuentran en sus escritos. Mejor que decirlo, debiera haberlo probado; pero como quiera que reconoce que el Almirante hablaba y escribía con facilidad el castellano, dejaremos a un lado los italianismoSj para ir derechamente al bulto.

Dice, que esto puede explicarse por el deseo que tenía Colón demostrado en todos sus actos, de apa­recer indentificado por completo con su nueva pa­tria, llegando a habituarse de tal suerte con nuestro idioma que pensase, hablase y escribiese en caste­llano, más o menos correcto y más o menos salpicado de palabras portuguesas, que así aparecen sus es­critos, y no sería esto cosa tan extraña, pues con fre­cuencia vemos individuos que de corta edad abando­naron su país natal y al volver a él hablan incorrec­tamente su idioma y en cambio escriben y hablan con relativa perfección el del país a que fueron a residir, siendo esto frecuente en los franceses, espa­ñoles, italianos y portugueses por el común origen latino de sus idiomas, que hace que puedan con ma­yor facilidad imponérselos de uno en los otros.

Y   esto es cierto ¡Caray!

Aquí en Cuba hemos conocido a un individuo que al regresar de los Estados Unidos, donde residió por espacio de dos meses había olvidado el castella­no.

Puede ser, si señor, puede ser.

Pero sigamos con los razonamientos del Sr. Al­tolaguirre.

«Cristóbal Colón desde muy corta edad, comenzó a navegar, según el mismo lo manifiesta, no sabemos cuanto tiempo estuvo a las órdenes del corsario francés Coullón (Coulomp, Sr. Altolaguirre, ¡Cou- lomp!); pero no fué poco, como, si hemos de creer a su hijo Don Fernando, según más tarde veremos; naufragó en las costas portuguesas en 1476, a partir de esta fecha, ya en buques portugueses, en la me­trópoli o en las colonias estuvo hasta que en 1488 vino a España; doce años de continuo trató con los portugueses, que cultivaban el castellano hasta el punto de contarse en el Cancionero de García de Rosende veintinueve poetas lusitanos que emplean nuestro idioma, y cuatro años más de residencia en Castilla, hasta que emprende su primer viaje y em­pieza su correspondencia oficial, tiempo es más que suficiente para que sea verosímil, el que siendo ex­tranjero llegase a hablar y escribir esa mezcla de castellano y portugués que apreciamos en sus au­tógrafos”.

Leído esto, observamos que Casoni el autor de la leyenda genovesa de Colón; queda verdaderamente chiqutito comparándolo con el Sr, Altolaguirre.

Cristóbal Colón, desde muy corta edad, comenzó a navegar, según el mismo lo manifiesta. ¡Es cierto! “De muy corta edad, entré en la mar navegando”, —dice—y hay que creerlo.

En cuanto al tiempo—que el Sr. Altolaguirre ignora—que estuvo a las órdenes del corsario fran­cés Coulomp      ¡ya es harina de otro costal!

Esto, que Ud. nos cuenta, es falso, como falso es también el naufragio y salvamento, a nado, de Colón, en las costas portuguesas El hecho de armas por el cual se supone llegó Colón a las costas portuguesas asido a un remo, ocurrió—según Ud. mismo lo ad­vierte en otro lugar el año 1485, cuando el futuro Almirante había ya recorrido todos los mares y gestionaba la protección real en España para llevar a cabo el descubrimiento.

Este naufragio que no ocurrió, por que, efectiva­mente se ha demostrado, que no hubo tal combate, lo pone Don Fernando como ocurrido el año 1476 y por tanto, si es falso el combate, lo es también el que Colón formara parte de la tripulación de Coulomp el Mozo, puesto que aquél hecho de armas ocurrió nueve años después.

Es muy frecuente que Don Fernando incurra en contradicciones y esto prueba, según el mismo lo confiesa en su historia o Vida del Almirante que ignoraba muchas cosas, Capítulo IX, en el que refi­riéndose a los viajes del descubridor a Levante y Poniente, añade: pero de estos viajes y de otras mu­chas cosas de aquellos primeros tiempos no tengo suficiente conocimiento y después de confesar el temor que siempre le producía interrogar a su padre, añade: Estaba yo entonces a causa de mi juventud, muy lejos de preocuparme de estas cosas.

Mayor claridad es imposible y es Don Fernando quien lo dice. Por lo tanto y como quiera que lo antedicho demuestra que Don Fernando relataba cuentos, necesariamente hemos de llevar lo del pa­rentesco con el pirata y el famoso naufragio, al apartado de la leyenda. So pena Sr. Altolaguirre, que Ud. pueda demostramos que Don Fernando tenía razón y que todo ello puede Ud. constatarlo con pruebas que desconocemos; pero descartando, por supuesto, crónicas anónimas e incompletas del siglo XVI, que para nosotros no tienen validez alguna.

Y   nos dice Ud. que Colón vino a España el año 1488; pero es el caso que en un original de mano propia del Almirante, escrita en el año 1500, del que seguramente tiene Ud. conocimiento, dice así Don Cristóbal Colón: Ya son diecisiete años que yo vine a servir a estos Príncipes con la impresa de las Indias,- de lo que resulta, sí no están equivocados los núme­ros, que por el año 1483 ya andaba nuestro hombre por Castilla.

Pero como la réplica se va haciendo larga, segui­remos desmenuzando en el próximo artículo.

 

¡ADELANTE!

A partir del afío. 1476—dice Altolaguirre—ya en buques portugueses, en la metrópoli o en las colo­nias, estuvo, hasta que vino a España. Doce años continuos de trato con los portugueses, que cultiva­ban el castellano hasta el punto de contarse en el Cancionero de García de Rosende veintinueve poe­tas lusitanos que emplean nuestro idioma, y cuatro años más de residencia en Castilla, hasta que em­prende el primer viaje y empieza su correspondencia oficial, tiempo es más que suficiente para que sea ve­rosímil el que siendo extranjero, llegase a hablar y escribir esa mezcla de castellano y portugués que apreciamos en sus autógrafos”.

No dudamos que el trato con veintinueve poetas lusitanos que cultivaban el castellano, influyeran y no poco, para que Colón se diera una idea de lo que era la lengua de Castilla. Pero es el caso, que o bien esos poetas lo acompañaron por levante y Poniente, o no debieron ser muy provechosas sus enseñanzas del castellano, porque, sagún el mismo Colón nos lo -afirma, “anduvo veintitrés años por la mar sin salir tiempo de ella que sea de contar”, y en estos veintitrés años entran todos los años que se le supone residiendo en Lisboa.

Además, con los cuatro de residencia en España, o sea desde 1488 a 1492, que fué cuando comenzó a escribir los documentos oficiales, es innegable que tiempo tuvo y de sob ra, para hablar y escribir el castellano con la perfec ción que admiró a Humboldt.

Había olvidado por completo el italiano, tanto que no daba pié con bola para escribir cuatro pala­bras en su idioma.

Pero lo curioso de todo esto, es que esa mezcla de castellano y portugués que observa Altolaguirre en los escritos de Colón, no se ve por ninguna parte, porque las seis, ocho o diez palabras que cita, no sonf a nuestro entender, tantas palabras para conside­rar mezcla de de idiomas el castellano empleado por Colón.

Pero dejemos continuar al señor Altolaguirre en su probanza, ahora que se enfrenta con el doctor Calzada para rebatirle muchas de sus afirmaciones.

Encuentra acertado Altolaguirre, que Calzada diga que es a los autógrafos de Colón a donde debe acudir el investigador. ■ Pero Altolaguirre va más allá: dice que deben descontarse de sus autógrafos aquellos que, como las poesías o las cartas, puedan haber sido corregidos los borradores por españoles y luego copiados por el Almirante. En donde no cabe engaño… en donde aparece la verdad, es en esas cartas que el Almirante escribía a vuela pluma a sus hijos o a sus íntimos.

Muy bien, señor Altolaguirre; precisamente en esas cartas es donde se hallan las más formidables probanzas. En las otras, no las busque usted, por­que no las encuentra.

Y    rebatiendo a Calzada, García de la Riega y Otero Sánchez, dice que las palabras que citan los tres defensores de la teoría coloniana, que son: corren, quer, quera, pudera, pudidi,, criación, Jan, enformado, corredlo, boy, debuxar, esmorece?, pixote y carantoriha, son también portuguesas. _ Y, efec­tivamente, nos lo demuestra, con la particularidad de que no ha tenido necesidad de recurrir a los clá­sicos españoles. Le bastó dar una vueltecita por Os Lusiadas, de Camoens, y por los diccionarios por­tugueses, para sacar la consecuencia de que, si eran gallegas estas palabras, también lo eran portugue­sas.

No vamos a replicar sobre esto al señor Altolagui­rre.

Diremos como en Don Juan Tenorio «Allá los sevillanos se las entiendan con él”.

Vivos están Calzada y Otero, para replicar al docto académico, y aún cuando pudiéramos hacer salvedades muy curiosas sobre algunas de las pala­bras citadas, seguramente que no nos lo perdona­rían los aludidos, que reclamarían sin duda el dere­cho que por primacía les corresponde.

En nuestro vocabulario de voces gallegas sacadas de los escritos de Colón, puestas por orden alfabé­tico en nuestro libro “Galicia patria de Colón”, que son ciento cincuenta voces, aproximadamente, y otras tantas que tenemos a disposición del señor Altolaguirre, no figuran corren, quer, quera, pudera, pudido, criación, fam, enformado, boy, debuxar; pero si levaré, levaba, fan (con la adicional face), correndio o corredlo, esmorecer, pixoia y’carantona. No ne­garemos que pertenecen al léxico portugués, aun cuando podríamos discutir las dos últimas; pero co­mo al publicarlas las acompañábamos con otras cien, con permiso del señor Altolaguirre, seguiremos te­niéndolas por gallegas con preferencia a portugue­sas, hasta que el censor de la Academia de la His­toria, nos demuestre que las que vamos a citar a continuación son también portuguesas, porque he­mos de convenir, señor Altolaguirre, que el movi­miento se demuestra andando.

Requiera usted, pues, nuevamente Os Lusiadas, de Camoens; el Santo Rosa de Viterbo y el gran Dic­cionario portugués de Vieira, y díganos, siempre que nd^sean galleguismos dentro del portugués, si por­tugueses son los siguientes vocablos:

Abondoso, Adolescido, Anoblecer, Ascurecer, Ayuso Atentar, Cudicia, Corbina, Cuasi, Coguxos, Corcha (aplicado al tejido), Ca (no por aquí sino por que), I)enantes, Desque, Disiño, ■Enjerido, Enjerto, Ende, Ensolver, Follada, Forcado, Garjao, Gobernarlo, Ma­nada, Mostrudo, Mostros, Nacara, Oposito, Oscurada, PaMizo, Pardela, Piñal, Quier, Refetar, Reposar, Sano (por bueno), Sona, por fama), Sabidor, So (con la ó acentuada) Sobre o encima) Trauto…. y si éstas no fueran bastantes, podemos proporcionar un buen número de vocablos que reservamos para su día; pero que no tendríamos inconveniente en darlos a la publicidad si se empeña el señor Altolaguirre.

Se nos figura que el docto académico ha entrado en el terreno más resbaladizo de la probanza y le auguramos, para lo que resta de refutación, momen­tos nada gratos para su orgullo de historiador y de investigador.

Agrega el señor Altolaguirre que otras palabras citadas por el Sr. Calzada, tampoco pueden admi­tirse como indicio del galleguismo de Colón, y que, al contrario, lejos de servir de apoyo a los asertos de nuestro amigo, son armas que entrega para reba­tir sus teorías, porque demuestran que Colón no escribía el castellano con la perfección que suponen los partidarios de las teorías del señor García de la Riega.

Casi nos atreveríamos a asegurar que Colón lo escribía mejor que el señor Altolaguirre; pero como no queremos herir su susceptibilidad, replicaremos que al traer las plabras citadas por nuestros ante­cesores a colación, se olvidó de algunas que no son portuguesas, lo que demuestra mala fé, porque al juzgar las palabras, debió juzgarlas todas o no juz­gar ninguna.

El señor Otero Sánchez cita en su libro España, patria de Colón: manada, inchir, carrasco, oscurana, etcétera, y usted señor Altolaguirre, no se ha ser­vido comentarlas, sencillamente porque no le con­venía demostrar que apareciese una sola palabra gallega en la probanza contraria, y, sin embargo, los vocablos citados por nuestro querido amigo el señor Otero, son galleguísimos y no admiten discu­sión posible, porque, según el mismo nos lo advierte, inchir y oscuradct, son propias solamente de la ría de Pontevedra, puesto que en el resto de Galicia es encher la primera y la segunda, es Axexo. *

También nos dice, y muy juiciosamente por cier­to, que la palabra Carrasco es especialísima de Pon­tevedra. En La Coruña, a la misma planta, se lla­ma queiroa, y añade que lo más singular es que, se­gún lo enseña el autor del Diccionario gallego, don Juan Cuveiro Pinol, que es el más completo que se co­noce, esa planta Carrasco, así denominada por el Almirante, crece en los arenales de la La-nzada, are­nales que toman el nombre de la Punta Lanzada, término de la ría de Pontevedra, y que debía cono­cer muy bien el Almirante, puesto que existe en la punta la célebre torre que, según cuentan, fué cons- trida por los fenicios.

De manera que la crítica del señor Altolaguirre es convencional y acomodaticia, ya que se sirve de las palabras que resultan favorables para su probanza y se aleja maliciosamente de las que pueden servir de punto vulnerable para destruir sus amañados argu­mentos, como diría nuestro nunca bien ponderado paisano Cristóbal Colón.

 

LECCION DE HISTORIA

XIII

Altolaguirre, copiando a Calzada, dice lo si­guiente:

“Los biógrafos de Colón, aun aquellos que pasaron años y años tratándole en la mayor intimidad, como el P. Las Casas, no dicen que ni por casualidad se le hubiese escapado una sola palabra, ni una sola exclamación en italiano. De su única interjección, dice su’hijo Fernando (Capítulo III): Yo juro que jamás le oí echar otro juramento que “Por San Fer­nando” , y cuando se hallaba más irritado con alguno,, era una reprensión decirle, Os doy a Dios ¿Por qué’ hicisteis esto…. o lo otro? Un italiano sin soltar un. ¡Cristo! o un ¡Sacramento! o algo parecido, que tan bien sienta y tanto consuelo nos trae en ciertas circunstancias y, en cambio, jurando ¡Por San Fer­nando!, probablemente la más española de las in­terjecciones!

Y   a esto replica el señor Altolaguirre: ¡Un chicue- lo que no ha salido de Galicia jurando por San Fer­nando! ¿Cuándo ha oído el señor Calzada jurar por San Fernando, en Galicia? Si fuera por San­tiago pase; pero San Fernando, ni ha sido ni es po­pular en la región Norte de España. Donde pudo aprender ese juramento, es en Andalucía Allí si ha habido y hay gran devoción al Santo Rey con­quistador de Córdoba y Sevilla, devoción que en esta última capital se refresca anualmente, como la de

 

Santiago en Galicia el día del Santo Rey, que se celebran con gran solemnidad.

¡Pero señor Altolaguirre! Usted debe saber, tan bien como nosotros, que el Santo Rey fué rey de Galicia.

Y    como historiador debe tener también usted conocimiento que cuando el Rey Santo Don Fer­nando conquistaba parte de Andalucía, y la for­tuna se le ofreció propicia para ganar a Córdoba, aún su padre, el rey Alonso IX, se llamaba rey de Santiago, en donde se mandó enterrar.- Cuando menos, así lo llama en sus anales Rogerio O veden, conforme lo apunta el P. Papebroquio.

Y, sin embargo, usted nos dice que San Femando no era popular en Galicia

De Galicia era, pues, rey Don Alonso IX, padre de Don Fernando, y lo fué también el hijo del Santo Rey, Don Alonso el Sabio, que hablaba y escribía el gallego como los propios ángeles.  ,

Don Alonso el VI nació en Compostela.

Don Alonso el VII, en Caldas.

Don Alonso el VI fué el de aquella lamentación que comienza así: “¡Ay meu filio, lume dos meus ollos”, que, según podrá apreciar el señor Altola- guirre es castellano puro.

Don Alonso el VI decía todo aquello lleno de dolor después de la batalla de Ucles

Y   aquel idioma, que suponemos será gallego, lo hablaba Don Alonso el VI en Toledo y lo escribía y hablaban también Don Alonso el Sabio en Sevilla.

Don Alonso IX, según ya hemos visto y según lo advierte la Historia, habiendo fallecido en Villanueva de Sarria, conforme lo había dispuesto, fué en­terrado en la iglesia Compostelana, junto al cuerpo – de su padre Fernando II.

Don Alonso X el Sabio, también nos cuenta la Historia que educado bajo los auspicios de Doña Berenguela, conocida por su amor a las letras, pasó su infancia y primera juventud en Galicia. Y si el señor Altolaguirre no nos demuestra lo contrario, estableceremos también su cuna en aquella región.

Entre todos estos monarcas gallegos y reyes de Galicia, queda Fernando el Santo, conquistador, se­gún lo advierte el señor Altolaguirre, de la mulsu- mana Córdoba.

Y  ahora vamos con Fernando el Santo.

Será innecesario repetir que en la conquista de Andalucía tomaron muy importante parte los ga­llegos. Bastará citar sus adelantados mayores. De la Andalucía alta, la ilustre casa de los Córdoba, y de la baja la no menos ilustre de Rivera. De Murcia, la antiquísima casa de Saavedra y Fajardo, etc. etc.

A la conquista de Almería asitieron los gallegos en la vanguardia

A don Gonzalo Yáñez de Nova, maestre de Calatrava, gallego, según Argote, se debió la toma de la ciudad y castillo de Baza. ‘

La ciudad de Córdoba, conforme lo apunta Es­pinosa, fué asaltada con muy poca gente, por Do­mingo Muñoz, gallego, y dos gallegos fueron los primeros en escalar sus muros: Benito Baños y Al­varo Colodro. Pedro Tafur, también gallego, abrió sus puertas, y de ahí el haberse ganado con relativa facilidad el arrabal llamado de Axarquia.

Alvar Pérez de Castro, de la gran casa de Lemos, también tomó muy importante parte en aquella histórica contienda. De este y del capitán Do­mingo Muñoz, el primero en empeñar el asalto, vie­nen desde la célebre conquista las ilustres casas que llevan el apellido de Córdova.

El consejero de Fernando el Santo, para llevar a cabo la conquista de Sevilla, lo fué el famoso ma­estre de Santiago, don Pelayo Pérez Correa, que Gándara probó ser de Galicia.

A la toma de esta ciudad concurrieron más de tres mil gallegos, y Galicia aportó también un buen número de naves para esta famosa empresa.

El señor Altolaguirre puede inquirir en las tablas dei repatimiento de Sevilla la buena porción de tie­rras que tocaron a los gallegos.

Y    el mismo Santo Rey Don Fernando nos dice en el fuero que concedió a aquella ciudad, muy se­mejante al de Toledo, que entró en Sevilla como sol­dado y alférez de Santiago, llevando en la mano su bandera; que es lo mismo que decir que entró en la ciudad conquistada tremolando la bandera gallega.

Ya ve el señor Altolaguirre que San Fernando te­nía necesariamente que ser popular en Galicia, pues no solamente rey era de aquella región, sino que sus consejeros y buena parte de sus tropas eran de Ga­licia, y los hechos más notables llevados a cabo en aquellas conquistas, fueron realizados por caballe­ros gallegos.

Resígnese el señor Altolaguirre a ver gallegos por todas partes y a tener siempre sobre la cabeza, como la espada de Damocles, el nombre invicto de la tie­rra que tanta gloria esparció por la común madre España.      _ _

La interjerción, pues, tan discutida de ¡Por San Fernando! lo mismo puede ser castellana, que ga­llega, que andaluza. Sea como quiera, la interjec­ción es española, y el españolismo de Colón es pre­cisamente lo que discutimos.

Por lo tanto, quedamos en que Colón no juraba en italiano y sí en español y gallego, porque la otra interjección que el señor Calzada cita, no es ¡Os doy a Dios!, como equivocadamente afirma, sino ¡Do- vos a Dios!, y para ello apelamos al testimonio de Las Casas, cuyas probanzas tanta fuerza repre­sentan para el señor Altolaguirre.

¡Por San Fernando!, interjección genuinamente española. ■

¡Dovos a Dios!, interjección genuinamente gallega.

Que es lo mismo que decir: ¡Colón, español! ¡Co­lón, gallego!

Contando, desde luego con el beneplácito del se­ñor Altolaguirre.

 

COMO INTERPRETA Y COMO INTERPRETAMOS

XIV                    .

Y     prosigue Altolaguirre:

“De como hablaba el castellano el Almirante des­pués de haber permanecido algún tiempo en Espa­ña, tenemos prueba en la declaración prestada en Io de Octubre de 1515 por el médico de Palos, Gar­cía Hernández, en la información efectuada en dicha villa con motivo del famoso pleito sostenido con la Corona por Don Diego Colón respecto a la exten­sión y cumplimiento de los privilegios a su padre. El dicho García Hernández, testificó: “Que sabe que el dicho Almirante don Cristóbal colón ven- yendo a la Rabida con su hijo don diego que es aho­ra almirante, a pie se byno a, la Rabida ques Mo- nesterio de frailes en esta villa el qual demando a la porterya que le diesen para aquel nyñico que hera nyño, pan y agua que bebiese e que estando ally ende este testigo con un frayle que se llamaba frey juan perez que es ya difunto, quyso hablar con el dicho don Cristóbal colón e viendole despusición dé otra tierra e reino ageno en su lengua le preguntó que quyen era e donde venya e que el xristobal colón le dixo que venya de la corte, ecta”.

Todo esto copia el Sr. Altolaguirre y a todo ello vamos a contestar con la tranquilidad de animo que requiere tan peliagudo argumento.                                            .

El físico o médico de Palos, García Hernández, dijo o dixo:

E viendole despusición de otra tierra e reino ageno en su lengua (el freile o frayle) le preguntó que quien era y de donde venía

El fraile notó pues, que era de otra tierra. Esto es indiscutible.

Y   también notó, que era de reino’ ageno en su len­gua, o sea en el modo de expresarse. Esto tampoco tiene duda.

Lo que hay necesidad de averiguar ahora es la significación de la expresión de otra tierra.

Recurramos a lo ya dicho en el Capítulo VIII de nuestro libro “Galicia, patria de Colón”.

Por la primera locución, se puede interpretar que el aspecto de Colón, lo mismo podía ser de un griego, que de un alemán, que de un catalán, mallorquín o gallego: pero a continuación agrega: E reino ageno en su lengua…,

Aque el físico, ya concreta más.

. No se trata de un extranjero, aún cuando diga despusición de otra tierra, puesto que para aclarar el concepto, añade e reino ageno en su lengua. ..

Es decir: que por la manera de expresarse, Colón no era castellano. ..

En tiempos de los Reyes Católicos, la península ibérica, no era como ¿ti presente un reino, sino que estaba dividida en reinos, ducados y señoríos de los reyes. Reinos de Castilla. León, Aragón, Granada, Toledo, Valencia, Mallorca, Condado de Barcelona; Señorío de Vizcaya.

Como el físico García Hernández pudo entender toda la conversación sostenida por Colón con Fray Juan Perez, el Almirante hablaba castellano; pero por la manera de pronunciarlo, se veía que no era provinciano de Huelva, sino de otra región de las Españas.

No lo determinó ciertamente; pero dió a entender que era gallego, puesto que los de esta región se sig­nificaban grandemente, como aún se significan, por su marcada pronunciación local.

Si el médico García Hernández lo hubiera supues­to vizcaíno o catalán, seguramente hubiera susti­tuido la palabra reino por la de condado o señorío pues entonces se tenían muy presentes estas parti­cularidades cuando se trataba de determinar un lugar, por los distintos privilegios que gozaban las tierras de la Corona.

Y   si se nos advirtiera que Íbamos muy lejos en nuestra presunción, dejaríamos la razón que nos induce a llamarlo galiciano, para sostener que Gar­cía Hernández quiso expresar que era español, de otro de los reinos de la monarquía, puesto que nues­tro principal objeto, es demostrar, qüe Colón, con­forme a la presunción de García Hernández, era español y no italiano.

De haber sospechado que era italiano, hubiera hablado de acento extranjero y lo hubiera llamado genovés, pues no de otra manera eran titulados en­tonces en España los italianos.

No hubiera dicho tampoco e reino ageno en su lengua, por que Génova no era reino, sino república y a esa república se la conocía en España con la de­nominación de señoría.

Además cuando el físico prestó la declaración ya había fallecido Colón y estaba cansado de conocerlo. Hubiera declarado pues a Colón como extranjero, y solo nos dice que tenía despusición de otra tierra e reino ageno en su lengua.

El físico tampoco podía referirse a Milán, el du­cado de los Sforza y menos a la república veneciana de los Dux.

¿Cómo es posible entonces, que de esta declara­ción del médico García Hernández, hayan sacado algunos biógrafos de Colón y entre ellos el casi— biógrafo Tejera y ahora el Sr. Altolaguirre, la cer­tidumbre de su extranjería?

Y   si lo de reino ageno está bien claro, puesto que reinos había muchos en España y el físico se refería a otro reino de la monarquía, también lo está la despusición de otra tierra,

A la palabra tierra, puede darse distintos signifi­cados, según se la califique o determine. De acuer­do con el Diccionario de la Lengua, el sustantivo tierra, lo mismo puede aplicarse a un pueblo, que a una región, que a un estado.

Hablando un pueblo, del pueblo en que uno ha nacido, puede decirse con Lope de Vega, ya que ahora está de moda citar a los clásicos.

«Vete a tu tierra en buenhora; que estás pobre y será bien que dejes la corte a quién empieza a gustar ahora».

Y   hablando de una región dentro del mismo es­tado, diríamos como Moratín:       .

“Pues ya decía yo, esta no es cosa de mi tierra».

Después de esta pequeña disertación gramatical, no dudamos quede claramente expresado el con­cepto que del origen de Colón, nos ha dejado el ya famoso médico de Huelva.

A la pregunta de como hablaba el castellano el Almirante, después de haber permanecido algún tiempo en España, que son palabras de Altolaguirre puestas al comienzo de este capítulo, podemos ya replicar: Bastante bien, con la sola particularidad de su pronunciado acento gallego.

Y  veamos ahora como muere por la boca’ el pez.

Dice Altolaguirre, como una prueba más de la extranjería de Colón, que el P. Las Casas que estu­dió todos sus escritos, dice: “en este paso hace men­ción el Almirante de muchos puntos de tierra e islas e nombres que Ies había puesto, pero no parece cuan­do, y en esto y en otras cosas que hay en sus itinera­rios parece ser natural de otra lengua, por que no penetra del todo la significación de los vocablos de la lengua castellana, ni del modo de hablar de ella”.

Los vocablos a que hace referencia Las Casas, son aquellos de los que se muestra tan extrañado en la copia del diario de navegación del Almirante y que hemos recogido como gallegos y bien gallegos y otros muchos que, desperdigados o unidos, se en­cuentran en los originales del Almirante.

El Sr. Altolaguirre, nos presta pues un señalado servicio, aportando esta nueva probanza que ya nosotros habíamos recogido y de la que trataremos en nuestro libro próximo a publicarse, titulado “La mentira colombina y la verdad coloniana”.

Las Casas que conocía poco o mucho el italiano, que dominaba el latín y que poseía una vasta ilus­tración para su tiempo, desconocía el gallego en ab­soluto. Las Casas, da a entender que el castellano de Colón, es un castellano raro, puesto que dice no penetra del todo la significación de los vocablos.

No queremos suponer que el Sr. Altolaguirre quiera afirmar que Las Casas da a entender que era un italiano el que escribía por que afortunadamente, ahí están las cartas del Almirante para demostrar que ni aún italianismo se encuentran en sus escritos.

Quien no penetraba en la significación de los voca­blos de Colón es el P. Las Casas.

Por ejemplo, al narrar los acontecimientos del jueves 11 de Octubre, dice Colón: “Luego vieron gente desnuda, y el Almirante salió a tierra en la barca armada, y Martín Alonso Pinzón y Vicente Anes” y hace Las Casas esta observación: Debe decir Yañez.

Esa transformación de Yañez en Anes es galle­guísima.

En otra parte, dice Colón: «Estando así, dan vo­ces los mozos grumetes, diciendo que vían piñales y Las Casas modifica el vocablo llamando a los piña­les pinos.

En otra parte, hablando Colón de la tierra, dice “aunque no se llama de llano” y Las Casas hace la enmienda para aclarar, que Colón quiere decir que no es rasa.

Más adelante, afiade Colón: “daban cuanto tenían por que que les daban” y dice Las Casas: así en el original; debe decir: por cualquiera cosa que les da­ban.

He aquí donde está perfectamente claro el uso que hacía Colón de los modismos gallegos: queque equivale a por aquello que, en una de sus antiguas aceptaciones. Y claro está, Las Casas no lo enten­dió. Y decía que Colón no penetraba en la signi­ficación de los vocablos.

Repetimos que, quien no los penetraba era Las Casas.

 

INTERPRETACIONES MAGISTRALES

XV

Necesario será sortear algunas menudencias para no hacer interminable la refutación.

Vamos a entrar muy pronto en un terreno de la probanza tan favorable para nuestra causa, como ingrato para la contraria; por q. es tan abrumadora la geográfica, que por si sola basta y sobra para hacer indiscutible la procedencia española del gran Al­mirante.

Aquí ya no combatiremos con conjeturas, ni ten­dremos necesidad de argumentar con supuestos. La probanza está esculpida en granito y reproduci­da en documentos del más alto valor histórico. Clara, fácil y contundente, esta prueba es terrible­mente fatal para el bloque colombino. No se ne­cesita más para convencer al más incrédulo, so pena que el sentido común haya dejado de pertenecer a las grandes aptitudes del alma y se haya desquicia­do la razón del entendimiento, al divorciarse de los sentidos exteriores.

Pero antes de replicar al Sr. Altolaguirre y conste, que lo haremos haciendo uso de una clemencia ver­daderamente caballeresca, vamos a entretenernos con la última apreciación del folleto que cierra el capítulo IV del estudio-crítico del señor académico censor de la Real de la Historia,

Dice así Altolaguirre:

“Colón, en el prólogo que puso al Diario de nave­gación de su primer viaje, que dedicó a ios Reyes, tradujo lo expuesto por Toscanelli, diciendo que en la India había un príncipe que es llamado Gran Can, que quiere decir en nuestro romance Rey de los Reyes”.

Quiere decir el Sr. Altolaguirre, que al ser copiado esto, de Toscanelli, Colón no se refiere a apreciación propia, sino que se limita a traducir el Magnus Can, que significa en latín rex regun y que por lo tanto, a las palabras nuestro romance, en buena crítica no puede concederseles el valor que le reconocen los partidarios del origen español del Almirante.

Pero es que el Sr. Altolaguirre, ignora o finge ig­norar, que en una carta escrita por Colón a los Re­yes, el tan discutido Almirante, dice lo siguiente:

…/‘Por que esta gente es muy simplice en armas, como verán vuestras Altezas, de siete que yo hice tomar para les llevar a desprender nuestra fabla”….

Y   esto ¡vive Dios! se nos antoja que no tiene arte ni parte con la carta de Toscanelli al canónigo Martins.

Por que es indiscutible que la Fabla a que se re­fiere el Almirante, es la castellana, por que al diri­girse a los Reyes y decir nuestra fabla, da a entender y por cierto muy claramente, que la lengua suya (la de Colón) y la de los Reyes, era una, esto es: la castellana.

Pero no contento el Sr. Altolaguirre con tergiver­sar caprichosamente las expresiones del Almirante- trata de reforzar la probanza,’ acudiendo a las re, laciones de Pedro Mártir de Angleria y dice que este escritor milanés contemporáneo del Almirante, re­sidente en España y al servicio de los Reyes, habla generalmente de los hechos realizados por ios espa­ñoles; pero que no pocas veces, así como Colón decía. nuestro_ romance, al traducir el significado Gran Can, Angleria, habla de los nuestros, refiriéndose a los, españoles, como si fuera español y cita algunos epi­sodios de la conquista en que al referirlos, Angleria, hace uso del pronombre de la misma manera que lo hace el Descubridor.         .

Cierto es que Angleria, dice en sus cartas y Déca­das los nuestros refiriéndose a los españoles; pero no es menos cierto que en otra parte llama también nuestros a los nativos, no obstante emplear los nues­tros para distinguir a los españoles de los indios.

Pero Colón, jamás dijo lo siguiente: «Movidos pues, de estas dos causas, estos dos santísimos con­sortes, mandan que se dispongan 17 naves para la segunda expedición: tres grandes de transporte con sus compartimientos: doce de aquella clase de naves sin bodega que según escribí, los españoles llaman Carabelas”.

Y   tampoco, que sepamos dijo algo parecido a esto otro: “Más ese peso, que yo he llamado con este nombre, no quiero que se entienda una libra, sino la suma de un ducado y una cuarta parte de el; ellos le llaman peso, y la suma de ese peso la llaman los españoles castellanos de oro”                 .

Y    tampoco Colón se ha expresado de esta otra manera: “Cruzando los bosques, encontraron selvas inmensas que no criaban más árboles que los cocí­neos, cuya madera vuestros mercaderes italianos lla­man vércino y ¿os españoles brasil”….

Y  el que esto escribía, que es el bueno de Angleria, dice vuestros mercaderes italianos, por lo que, de se­guir la teoría del Sr. Altolaguirre, Angleria no ha­bría nacido en Milán,            ■

Angleria es siempre el extranjero adicto a los Reyes e identificado con las cosas de España. An­gleria denuncia su origen continuamente y de Colón no podemos decir lo mismo. Ambos son contem­poráneos y sin embargo, lo que no se halla en los es­critos de Colón, se encuentra abondosamente en los de Angleria.  ^

Pero aun hay más: Angleria escribe en su testa­mento: “Yo, el protonotario Pedro Mártir de An­gleria, del Consejo de Su Majestad, natural de Mi­lán, nacido en la villa de Arona, que es en la ribera del lago Verbano, el cual por su grandeza se dice Lago Mayor”….

Y Colón, también extranjero, más extranjero que Angleria ¿qué dice?

En su testamento, nada, por que siendo español, no tenía necesidad de declararlo.

Hablando de los Reyes, los llama mis señores na­turales.

Hablando del idioma castellano, lo titula su fabla.

Hablando de la población de las Indias, reco­mienda que en ellas 710 faga pie ningún extranjero.

A las tierra que descubre, las bautiza con deno­minativos gallegos.

Tripula navios gallegos y bautiza a estos navios con nombres asimismo gallegos: El Gallego, La Ga­llega, La Cardera, La Marigalante.

Emplea en sus escritos voces gallegas y modismos gallegos.

Llama a una Isla L% Gallega.

A otra Marixuana.

A otra La Galana.

Y   a otra Marigallega.

Y a más de cuarenta puntas, cabos, bahías, islas, etc.; las bautiza con nombres de accidentes geográ­ficos de la costa gallega y a veinte más, con apela­tivos genuinamente gallegos.

Y por último: hasta su firma y antefirma simbó­lica, es gallega.

 

NIGROMANCIAS DEL DENOMINATIVO

XVI

Dijo La Riega—refiriéndose a los nombres im­puestos por Colón en. las Antillas—que San Salva­dor, pudo ser puesto en recuerdo de San Salvador de Poyo, donde juiciosamente se presume, nació, residió o se educó el Almirante.

Y    si acaso ía primera tierra descubierta, no fué dedicada a su tierra natal y si al Salvador del Mun­do, otro accidente geográfico de la Isla de Cuba, pudo servir de consagración al recuerdo.

A esto alega el Sr. Altolaguirre, que aprovecha la oportunidad para llamar ignorante a La Riega que la suposición de este es falsa y cita lo que sigue de Las Casas.

«Puso nombre a aquel rio San Salvador, por tornar a dar a Nuestro Señor el recognoscimiento de gracias por sus beneficios en lo que primero vía de aquella Isla».

Por lo tanto, agrega el Sr. Altolaguirre, ni la pri­mera, ni la segunda vez, Colón bautizó aquella tierra y río en recordación de su tierra natal, pues bien cla­ro lo determina el P. Las Casas.

Pero Colón no dijo que aquel rio de Cuba, le sir­viera por segunda vez, como rememoración del Sal­vador. Es una suposición de Las Casas, de la mis­ma manera que lo del recuerdo del lugar gallego, fué una presunción de La Riega.

Las Casas creía que lo puso por tornar a dar a Nuestro Señor el recognoscimiento de gracias y La Riega indicó que pudo ser en recuerdo de su al­dea natal.

Para nosotros, tanta fuerza tiene una como otra presunción, puesto que las dos son consecuencia de la apreciación personal; pero nos inclinamos a la de La Riega, por la sencilla razón que se nos antoja extemporánea la repetición y que si a la primera tie­rra descubierta pudo bautizarla en recognoscimiento de gracias y dedicación a Nuestro Señor, con el nom­bre de San Salvador, no nos parece acertado que re­pitiera el recognoscimiento en el bautizo de un río cuando tantas otras tierras había dejado atrás, de las cuales dice Colón, di también nuevo nombre ha­biendo mandado que la una se llamase Santa María de la Concepción, otra la Fernandina, la tercera Isabe­la, la cuarta Juana.

Y    si a la cuarta le puso el nombre de Juana, lo primero que vía de aquella tierra—según el decir de Las Casas—no fué ciertamente en recognoscimiento de gracias a Nuestro Señor, puesto que bien claro dice: a la cuarta llamé Juana. Por lo tanto lo dicho por Las Casas es una apreciación personalísima, co­mo personalísima es la apreciación de La Riega.

Pero hay otra circunstancia notabilísima que abona en favor de La Riega, como es el que a Jesús, no se le dominaba entonces, ni se le denominó nun­ca San Salvador.

Aporte el Sr. Altolaguirre probanzas de que a Jesús se le denominaba de aquella manera y quizás pueda convencernos; pero entre tanto, hemos de rechazar la afirmativa de que Colón no siendo galle­go, pudiera titular Santo a Jesús.

No una, sino cientos de veces, el Almirante habla de nuestro señor y solamente en el bautizo de luga­res geográficos, lo denomina San Salvador. En sus escritos cuando no se refiere a las tierras descubier­tas, lo llama Nuestro Salvador Jesucristo.

Solamente en Galicia y para la dedicación de tie­rras, santuarios, etc. podía denominarse de tal ma­nera a Jesús. Solamente en Galicia-donde el Santo y el Santiño se antepone a todo lo religioso y aún a lo profano, tiene cabida ese San Salvador de que hizo uso Colón únicamente para los bautizos de sus des­cubrimientos. Es pues, innegable que aquel San Salvador aunaba dos sentimientos: el de la devoción y el del recuerdo.

He ahí por qué San Salvador no siendo un deno­minativo en uso, fué adoptado por Colón.

Dice Calzada que el único santo a quien podría aplicarse el San Salvador, no figura en el Santoral Romano sino en una época posterior al descubri­miento. Ese santo es San Salvador de Horta.

Y    agrega Calzada, que solamente en Galicia es vulgarísimo el San Salvador para determinar loca­lidades y fundaciones piadosas.

Existen más de doscientos lugares que desde tiem­po inmemorial figuran antepuestos con el San Sal­vador siguiendo la costumbre regional y aun nacional de santificar las poblaciones rurales.

Fuera de Galicia el San Salvador anda desperdiga­do y en su adopción, son siempre posteriores a los de Galicia y Asturias.

Y    a todo esto replica el Sr. Altolaguirre que el nombre de San Salvador no se aplicaba solamente a lugares geográficos, ni era exclusivo de Galicia. Y cita recurriendo al diccionario de Madoz, su exis­tencia en Santander, Huesca, Valladolid, León y Lérida y aún en Oviedo. ,

Que a un historiador como el Sr. Altolaguirre, le llame la atención que figure San Salvador en locali­dades de León y Asturias, no tiene explicación po­sible. Esto es discurrir con la mirada puesta en el presente. El más lego en asuntos históricos conoce pormenores relacionados con los sucesos y reinados desde Favila y Alfonso I hasta Fruela II. Y preci­samente de aquellas épocas de deminación aparece el San Salvador en alguna de las localidades que cita, es decir, cuando dentro del conglomerado de gallegos, asturianos y leoneses que participaban de las comu­nes ambiciones monárquicas, logra García, uno de los hijos de Fernando I establecer la autonomía de Galicia.

Común era la lengua y comunes las costumbres y por lo tanto, no puede considerarse una excepción hallar un apelativo allí donde impera el mismo espíritu.

Huesca por aquellos tiempos gemía bajo el yugo sarraceno. Lérida tras la dominación visigoda, cae también en poder del infiel y tras cortos años de dominio por los francos, vuelve a poder de los musli­mes hasta que en el año 1148 la conquista Beren- guer IV.

Bajo estas condiciones, creemos será juicioso opi­nar que no se fundarían pueblos con semejante ad­vocación.

Volviendo ahora al Noroeste de España, necesa­riamente hemos de ir a parar a Galicia, si queremos buscar en la antigüedad el primitivo denominativo.

Enemigos de citas que en la mayoría de los casos, es recurso de malos críticos, buscaremos para la demostración una sola, que sobra y basta para de­terminar la antigüedad del nombre en Galicia.

Nos limitaremos a apuntar que en Galicia, existe una localidad a 4 kilómetros de Monforte, que lleva el nombre de San Salvador de Cinis o Cinosa y cuya existencia data del siglo IX. Aporte pues, el Sr. Altolaguirre más lejana probanza y entonces discu­tiremos bajo otro punto de vista, tan interesante cuestión.

Pero lo inaudito de la crítica del Sr. Altolaguirre está en el decir muy seriamente que también había San Salvador en América, en Méjico y en el Brasil.

Aparte de que Méjico y el Brasil, se nos ocurre que pertenecen a América, no es menos chistoso que buscando una probanza anterior al Descubrimiento, nos hable de América, de Méjico y del Brasil.

Probablemente existirían en el dialecto indiano; pero lo que no es probable es que hubiera sido bau­tizado el continente y por lo tanto descubierto.

Esto todavía es más divertido que la admiración del Sr. Bonilla San Martín, al leer de Colón, de que en América había peces como los de Castilla.

Al sabio catedrático no-le cabía en la cabeza que en tierra adentro pudieran pescarse merluzas. ¡Se había olvidado, que en aquellos pretéritos tiempos, Castilla tenía excelentes puertos de mar!

Bien es cierto que Castelar también confundió a las gaviotas con los pardillos. Y todo por la mal­dita interpretación del idioma, porque no concebía que las gallegas pardelás pudieran ser otra cosa que los castellanos pardales        …………………………………….

Nada pues tiene de extraño, que el Sr. Altolagui- rre nos afirme que antes del descubrimiento, ya exis­tieran en Méjico San Salvador el Seco y San Salva­dor el Verde en los distritos de Chalchicomula y Huejotzingo y que en el Brasil, también hubiera su correspondiente San Salvador auténtico.

Pero todavía hemos de ver cosas más notables en el transcurso de nuestra refutación.

 

XVII

La Riega también, supuso que Porto Santo, lo bautizó el Almirante en recordación del pequeño puerto gallego así llamado, cercano a San Salvador de Poyo, la aldea natal de Colón.

Y   dice el señor Altolaguirre:

“El P. Las Casas, hablando de las vicisitudes por que pasó el Almirante antes de venir a España, dice que «casó, en Lisboa con doña Felipa Moñiz, hija de Bartolomé Moñiz de Perestrello, ya difunto, el eual por mandato del infante don Enrique pobló la isla de Puerto Santo, y en ella le hizo mercedes el infante, y que don Cristóbal vivió algún tiempo en la isla, donde su suegro había dejado alguna ha­cienda, propiedades, y allí engendró a su hijo don Diego”. Supone el P. Las Casas que la ida del Al­mirante a Puerto Santo tenía por objeto dejar allí la familia en tanto él navegaba”.

Y    agrega el ilustre censor de la Academia de la Historia que: “El Almirante tuvo singular predi­lección por aplicar el nombre de Santo en las tierras que descubrió; así vemos que a un puerto le llama Puerto Santo, a otro Puerto Sacro, y denomina Santo a un cabo y Santa a una punta”.

Y    aquí viene, conforme ya lo hemos apuntado en otro lugar, lo gordo.

Primeramente, todo lo que cuenta el P. Las Ca­sas es incierto.

Todo lo que dice Las Casas, lo copia de don Fer­nando, y don Femando, según usted ya nos lo ha dicho, señor Altolaguirre, *en la página 313 de su libro Cristóbal Colón y Pablo del Pozzo Toscanelli (Madrid 1903) y en la página 306, miente terriblemente.

No somos nosotros los que tal afirmamos. Es, usted quien lo dice, y sino al canto: Para que en nosotros quedara duda, nunca convencimiento, de la certeza de lo que don Fernando afirma, necesario se­ría que sus asertos los viéramos confirmados por otras fuentes que merecieran más crédito que la “His­toria”, que por lo expuesto y por las falsedades y omisiones que ya todo el mundo conoce acerca de la familia, patria, estudios y fecha de la llegada del Almirante a Portugal, No ofrece garantía alguna de veracidad, antes al contrario, debemos consideraría como sospechosa …

Todas estas palabras son suyas, señor Altolagui­rre.

Pero está usted en lo cierto, porque nosotros po­demos demostrar que todo ello es falso, con argu­mentos algo más contundentes que su personalísima apreciación.

Por lo tanto, hemos de aceptar con preferencia a la cita de Las Casas, la supuesta de La Riega, de que Colón quiso honrar a su aldea natal o vecina,, con el bautizo de Porto Santo impuesto al cubano de Baracoa, según nos dice Las Casas.

Con la singularidad, que Porto Santo se lo puso a un puerto como se denomina el gallego, y no a una isla como era la portuguesa así llamada.

Pero esto con ser importante, no lo es tanto como lo qué sigue:

“El Almirante tuvo singular predilección por apli­car el nombre de Santo en las tierras que descubrió; así vemos que a un puerto lo llama Porto Santo, a otro Porto Sacro y denomina santo a un cabo y santa a una punta».

Hemos copiado nuevamente lo escrito por el se­ñor Altolaguirre, porque aquí la refutación alcanza proporciones notabilísimas.

Ya hemos dicho que el santo y el san tiño, son pe- culiarísimos de Galicia; pero asómbrense nuestros lectores de esta estupenda coincidencia

Dice el señor Altolaguirre que a un puerto lo lla­mó Colón Porto Santo, y en Galicia, como hemos visto, existe un Porto Santo, lindero a la aldea donde nació el Almirante.

Y     para confundirnos y demostrarnos que Colón tenía singular predilección por lo de Santo, agrega .que a otro accidente geográfico lo llamó Puerto Sa­cro…. y, efectivamente, en Galicia tenemos ese Puer­to Sacro,

Y   como la intención del señor Altolaguirre quiere ser aplastante, añade el docto censor de la Academia de la Historia: liA un cabo también lo denomina san­toy lo que son las casualidades: en Galicia también hay un Cabo Santo!

Y  tratando de hacernos gustar el acíbar, aún añade el señor Altolaguirre. .. y a una punta también la llama santa…,.

¡Y, vive Dios, que aquí sí que estuvo acertado el académico hsitoriador. .. porque en Galicia¡¡También hay una punta santa!!

¡Cuatro ejemplos del señor Altolaguirre que, Como vemos, son otros tantos descalabros!

No somos amigos de revolver la daga en la herida; pero será necesario que demostremos la inconcebible manera de combatir nuestras teorías, los más lla­mados a apoyarlas, cuando las demostraciones son tan elocuentes como ésta que ofrecemos a nuestros lectores, perfectamente documentada, en las páginas 194, 198 y 208 de nuestro libro “Galicia, patria de Colón».

Ya hemos visto cómo juzga el señor Altolaguirre a don Fernando el historiador, hijo de Colón, y ahora veremos cómo justifica la autoridad, no tan sólo de don Fernando, sino también de Las Casas.

Dice así: “Tanto el P. Las Casas como don Fer­nando Colón, disfrutaron el original del Diario que el Almirante llevó de su navegación en el primer via­je, y uno y otro afirman, y claro es que no hay razón para que lo inventaran y si para creer que así lo ha­llaron escrito, que el Almirante, etc….”.

Y  el señor Altolaguirre en la página 313 de su libro “Cristóbal Colón y Pablo del Pozzo Toscanelli” ya había dicho; Ocultando maliciosamente lo que le con­venía ocultar, exponiendo los efectos sin narrar sus causas, presentando como consecutivos hechos que no lo fueron, desfigurando otros e inventando algu­nos, don Fernando consigue su objeto de llevar al ánimo de sus lectores el convencimiento. ,”.

Y   hablando del P. Las Casas, agrega en la página 299 del mencionado libro: “ …en la Historia general de las Indias, escrita por Las Casas, que falleció antes que Ulloa publícase su traducción, no sólo se cita la “Historia” (obra de don Fernando), sino que se copian de ella capítulos enteros….”.

Y   todavía agrega, en la página 353:

«El P. Las Casas, que tuvo en su poder todos los papeles de los Colones que poseyó don Fernando..,, cambia sólo algunas palabras..,, lo cual demuestra que no tenía más que esta fuente de conocimiento….”

Después de esta confesión estupenda, ya pueden tener fe nuestros lectores en don Fernando, en el P. Las Casas … y en el señor Altolaguirre.

 

XVIII

Otro de los ncmbres impuestos por Colón en las Antillas y que cita La Riega, es Punta lanzada que pertenece a una saliente de la propia ría de Ponte­vedra.

Y    dice el señor Altolaguirre:

“En Portugal, donde tanto tiempo residió el Al­mirante, la-palabra lanzada se aplicaba como orien­tada. “Esta Ilha, dice Diego de Couto en su Dé­cada IV, 1 bro III, Capítulo I, esta lanzada direc­tamente o rumo a que os mareantes chamao este oeste, y en el extracto del Diario de Colón del primer viaje, refiere que el 14 de Diciembre llegó a la Isla de la Tortuga y vido una punta della que llamó Pun­ta Pierna, y de allí descubrió otra punta que llamó la Punta Lanzada en la misma derrota del Nordeste.

Y    así desde la Cabeza de la Tortuga hasta la Punta Aguda, habría cuarenta y cuatro millas. Se ve— agrega el señor Altolaguirre—que el Almirante daba los nombres Tortuga, Punta Pierna, Punta Aguda, Punta Lanzada, únicamente por la forma o por la orientación de la tierra”

Según la apreciación del señor Altolaguirre, Colón llamó Tortuga a la isla por su forma, toda vez que no podía darle tal nombre por la orientación. Pero por aquellos tiempos, aún no se conocían los aero­planos ni los aeróstatos, ni es de presumir que los llevara Colón. Cuando bautizó la isla, no la había bojeado y por lo tanto no conocía su configuración.

Entonces…. de donde diablos saca el señor Altóla- guirre que la bautizó por su configuración.

Por allí tampoco hay salientes que tengan la apa­riencia de una pierna, ni que sean agudas, ni de pun­ta de lanza. Por lo tanto—repetimos—qué diablos de configuraciones son esas?

¡Ah! ¡La orientada!

La orientada es el Septentrión. Pero es el caso que aquella punta Lanzada estaba al Lesnordeste de la cabeza de la Isla. Entonces…. ¿dónde está la orientada?    ,

Pero también es el caso que lanzada adoptada como saliente en lo geográfico, es una palabra ge- nuinamente gallega y si Couto hizo uso de ella, hizo uso de un galleguismo, cosa nada rara por cierto tratándose de portugueses.

Pero las islas Cies gallegas, sí tienen la apariencia de una pierna y un pie y a una de sus puntas, la gen­te de mar la llama Punta Pierna.

Esto con ser curioso no lo es todo, puesto que en Galicia no solamente tenemos una Punta Lanzada, sino que también una Punta Aguda, es decir, que las tres salientes bautizadas por Colón en la Tortuga, tienen su asiento en Galicia y en la costa de Ponte­vedra.

Esta coincidencia es una coincidencia todavía más notable que la que señalamos en el anterior capítulo,porque aquí son tres bautizos simultáneos, los tres gallegos y los tres exclusivos de Pontevedra.

Esto por si solo basta para cerificar el origen gali­ciano de Colón.

Agrega el señor Altolaguirre que La Riega está equivocado al decir que la isla Jamaica fué bautiza­da por Colón con el nombre de Santiago en recuerdo de la ciudad Compostelana, éntonces cabeza de Ga­licia. Aquí la autoridad de Las Casas que ha sido quien lo apunta no convence al señor Altolaguirre.

No discutiremos esto, porque si Las Casas, es bueno para determinar unas cosas, también debe serlo para determinar otras. Aquí Altolaguirre recurre a Don Fernando, que tanto maltrata, para combatir a Las Casas y a Herrera que al parecer también tuvo la humorada de asegurar lo mismo que el Obispo de Chiapa.

Sobre esta pequeñez discurre largamente el señor Altolaguirre; pero como quiera que sobran Santiagos en la probanza, puede suprimir a Jamaica si lo tiene por conveniente.

Refiriéndose a la isla La Gallega, a que hace men­ción el Almirante en la famosa Carta rarísima diri­gida a los Reyes en 7 de Julio de 1503, arguye de esta manera el señor Altolaguirre:

«De la carta de referencia no se conoce el original; por lo tanto, no podemos saber si la puntuación del párrafo es la que le atribuye el señor Calzada o la que figura en las copias insertas en la colección de viajes publicados por don Martin Fernández de Na- varrete y en la Raccolta Colombina. En ella, des- pues de exponer el Almirante que su derrota era la isla de Jamaica, que llegó a la isla Española y que envió la correspondencia y pidió un navio recibiendo orden terminante de no entrar en el puerto y que allí le cogió el temporal que hizo que cada buque busca­se su salvación sin poder atender a los demás, apa­rece redactado el párrafo en cuestión, en la siguiente forma: “El navio Sospechoso había echado a la mar por escapar fasta la isola; La Gallega ‘perdió la barca; de esta suerte resulta que el navio sospechoso se hizo a la mar huyendo del temporal, y que la nao gallega, que era uno de los buques que formaban la armada del Almirante, fué la que perdió la barca”.

Aún dice más el señor Altolaguirre:

Que don Fernando’ que iba con su padre, apunta en la Historia, que salieron de Cádiz el 9 de mayo de 1502 y que la armada se componía de 4 navios de gabia de 70 toneladas de porte el mayor y el me­nor de 50. Y sigue copiando el señor Altolaguirre de la Historia de Don Fernando Colón.

“El 24 tomamos el camino de Santo Domingo porque el Almirante tenía ánimo de trocar uno de los cuatro navios que llevaba que era poco velero y navegaba menos y no podía sostener las velas sino se metía el bordo hasta cerca del agua».

Y   prosigue el señor Altolaguirre:

“El miércoles 29 de Junio, habiendo ya entrado en el puerto (Santo Domingo) envió el Almirante a Pedro Terreros capitán de uno de los navios, para hacerle saber (al gobernador) la necesidad que tenía de mudar aquél navio, y que así por esto, como por­que ellos temían una gran desgracia, que deseaba estaren el puerto…., el Comendador (Ovando) no qui­so consentir que el Almirante entrase en el puerto… ., el jueves 30 estalló la tempestad y el Almirante para mayor seguridad se retiró lo mejor que pudo hacia tierra, guareciéndose cori esta hasta el día siguiente, y creciendo el temporal y sobreviniendo la noche con grandísima obscuridad partieron tres navios de su compañía cada uno por su rumbo, los que pade­cieron verdaderamente fueron los tripulantes del navio Santo, el cual por conservar la lancha con que había ido a tierra el capitán Terreros la llevó atada a la popa con cables, vuelta, hasta que fué precisado a dejarla y perderla por no perderse a sí mismo». Pero mucho mayor fué el peligro de la Carabela Ber- múdez, la cual habiéndose hecho al mar entró en las aguas hasta la cubierta, de donde bien se deja co­nocer que solicitaba con razón el Almirante trocar­lo y todos tuvieron por cierto que el prefecto su her­mano después de Dios la hubiese salvado con su saber y valor; de manera que habiendo padecido todos los navios gran trabajo, excepto el del Almi­rante, quiso Dios volverlos, a juntar el domingo si­guiente en el puerto de Azua, a la banda del medio­día de la Española, donde contando cada uno sus desgracias se halló que el prefecto había padecido tan gran riesgo por huir de tierra como marinero tan práctico, y el Almirante no, por haberse acercado como sabio astrólogo al paraje dofade no podía ve­nirle daño”.

“Los cuatro navios que componían la escuadrilla eran: la Capitana, que salió de Cádiz mandada por Diego Tristán que falleció ai tercer día de navega­ción; el navio Vizcaíno, mandado por el genovés Bar­tolomé de Fresco; la náo Gallega o navio Gallego, que de las dos maneras se le nombra, mandado por Pedro de Terreros, y la Santiago de Palos, que man­daba Francisco de Porras, y en la que iba como maestre Francisco Bermúdez”.

Todas estas son consideraciones del señor Alto­laguirre copiadas de las vulgarísimas relaciones exis­tentes y agrega:

«Del relato de la “Historia”, resulta que el buque que el Almirante quería trocar, “aquél que no podía sostener las velas si no se metía el bordo cerca del agua”, era el Santiago de Palos al que Don Fernando denomina Bermúdez, por llamarse así su maestre y que la náo que mandaba Pedro Terreros, al que el Almirante envió a Ovando para hacerle saber la ne­cesidad en que se encontraba de cambiar la Santiago, era la náo Gallega de la que Terreros era capitán, y a la que Don Fernando llama el navio Santo, tal vez por tener doble nombre, como sucedía entonces con muchos barcos, y que esto era así no cabe duda, por­que Don Fernando cita por sus nombres conocidos a la Capitana y a la Vizcaína, llama Bermúdez a la Santiago de Palos, y siendo cuatro los buques, no resta para llamar navio Santo más que al navio Ga­llego, que mandaba Pedro Terreros, quedando per­fectamente aclarado que la náo que perdió la barca fué la Gallega”.

¿Aclarado? Desde luego; ¡Aclarado de acuerdo con las nigromancias del señor Altolaguirre!

Pero antes de entrar en materia, copiemos el ar­gumento final del docto censor de la Real Academia de la Historia.

Dice así; «El navio Sospechoso había echado a la mar por se escapar fasta la isola”, “Se ha tomado por nombre de buque el de sospechoso, y claro que se atribuye a equivocaciones de copia, ya que nin­guno de los cuatro tenía ese nombre ni parece nom­bre propio para un barco. El Almirante en su carta refiere: mi hermano estaba en el peor navio y más peligroso’1., en el sospechoso iba mi hermano, y élr después de Dios, fué su remedio”. El relato de Don Femando da la solución: Don Bartolomé Colón iba en la carabela Bermúdez o sea la Santiago, este era el navio sospechoso, el más peligroso, el que ma­yor riesgo corría por sus malas condiciones mari­neras: este es el sentido que debe darse a la palabra sospechoso”.

Lo dijo Blás…. ¡y punto redondo!

Vamos nosotros ahora, a desmenuzar los concep­tos.

 

JUEGOS DE MANOS

XIX

Quedábamos en que el señor Altolaguirre supone que no existió isla alguna que se llamase la Gallega, y que todo es fruto de la confusión y de la extraviada opinión de los colonianos, que confunden los hechos de una manera lastimosa,. hasta el punto de tomar el nombre de un navio por el de una isla.

Para demostrar el error, el señor Altolaguirre ha­ce uso de una baraja histórica con el objeto de en­tretener a sus partidarios con un maravilloso juego de naipes. En la baraja hay cuatro cartas que re­presentan cuatro navios llamados Capitana, Viz­caína, Gallego y Santiago. Nuestro historiador ba­raja estas cuatro cartas, y después de un disimulado pase por la espalda, ofrece a la admiración de su cie­go auditorio, otros cuatro naipes en los que sólo figuran los navios llamados Capitana y Vizcaína; los otros dos se han transformado por arte de birli­birloque en unos barcos titulados Santo, y Bermúden. Para la demostración histórica hacía falta eliminar a los navios Gallego y Santiago y, como se ve, lo ha hecho magistralmente, entre una atronadora salva .aplausos del auditorio colombino.

Para este estupendo escamoteo, se ha valido de don Fernando, de quien, en la página 313 de su libro Cristóbal Colón y Pablo del Pozzo, Toscanelli -Madrid, 1903, dice lo siguiente: «Ocultando maliciosamente lo que le convenía ocultar, exponiendo los efectos sin narrar sus causas, presentando como consecu­tivos hechos que no lo fueron, desfigurando otros, e inventando algunos don Fernando consigue su ob­jeto de llevar al animo de sus lectores el conven­cimiento..

En la página, 348 y siempre juzgando a don Fer­nando, agrega:

«Don Fernando desfigura los hechos”.

En la página 352, añade:

«Se necesitan fuentes de más crédito para aceptar sus asertos”.

En la misma página:

«Por las falsedades y omisiones, no ofrece garan­tía alguna de veracidad”.

En la página 306 apunta:

“Don Femando para llegar al fin que se proponía, no se detenía ante ningún obstáculo”.

En la página 365 aún es más severo:

«Lo que da a entender en un párrafo lo desvirtúa en otro”.  .

Por lo tanto, el señor Altolaguirre ha descalifica­do lo suficiente a don Fernando para que trate de presentarlo ahora como autoridad para una proban­za.

Nosotros vamos a hacer uso de documentos más valiosos y auténticos para combatir las nigromán- t icas teorías del señor Altolaguirre Los documentos a que nos referimos no han sido traducidos por Ulloa, ni se han supuesto apócrifos que sepamos. Se guardan en los estantes del Archivo de Indias y reúnen todos los requisitos de autenticidad exigidos.

Primeramente vamos a demostrar los errores en que incurre el señor Altolaguirre que, gracias a Dios, son bastantes.

Que en la copia inserta en los Viajes publicados por don Martín Fernández de Navarrete, exista un error de puntuación, es cosa por demás clara, según se verá en el transcurso de la refutación y lo demues­tra el que todos los autores, en general, escriban: “El navio sospechoso había echado a la mar, por escapar, fasta la isola la Gallega; perdió la barca, y todos gran parte de los bastmentos”.

Así es, pués, cómo se ha interpretado el párrafo de la Latiera rarísima impresa por Moralli, biblio­tecario de San Marcos, en Venecia, que la tomó de un manustrito perteneciente al Colegio Mayor de Cuenca.

La explicación, por demás, está bien clara: El navio sospechoso que largó a capear el temporal, buscaba el abrigo de la isla y en aquella lucha con los elementos desencadenados, perdió la barca.

Pero el navio que el Almirante llama sospechoso, ya el señor Altolaguirre nos dice que no era el navio Gallego, sino el Santiago de Palos.

Colón, al decir que todos los navios habían per­dido una buena parte de los bastimentos, no iba a determinar con exclusividad al gallego para decirnos que perdió la barca.

Colón hablaba en general de los perjuicios oca­sionados por la tormenta, y se refería a una isla de­terminándola por su nombre, ya que existían y exis­ten en la costa sur de Santo Domingo varios islotes, suponiendo que se refiriera a un islote. Isla pro­piamente dicha era la Beata y la Adamaney, también se llama Isla, descartando ya a la isla de Jamaica, que por su nombre Santiago, pudiera ser la indicada por el Amirante.

Y    agrega el Almirante en la ya citada carta ti­tulada rarísima: “En el sospechoso iba mi hermano; y él, después de Dios, fué su remedio’’.

Lo copiado es lo más interesante de la relación del Almirante.

El señor Altolaguirre dice que Terreros fué en el navio Gallego al puerto de Santo Domingo, y esto es incierto, porque ni el Gallego ni los restantes na­vios entraron en el puerto, aunque el señor Altola- guirre lo afirme. Vamos a buscar la autoridad de’ Las Casas, que para el señor Altolaguirre es fuente de todas las verdades:

«Y porque llevaba uno de los cuatro navios muy espacioso, así porque era mal velero que no tenía con los otros, como porque le faltaba costado para sos­tener velas, que con un vaivén, por liviano que fue­se, metía el bordo debajo del agua, tuvo necesidad de llegar a Santo Domingo a trocar aquel con alguno de los de la flota que había llevado el Comendador mayor, o comprar otro. Llegó a eaie .puerto de Santo Domingo a 29 de Junio, y estando cerca, en­vió en la barca del un navio….”.

De este párrafo de Las Casas, se sacan dos con­clusiones:

Primera: que lo de trocar el navio se llevó a efecto;

y

Segunda: que Terreros no fué al puerto en el’ na­vio Gallego, sino en una barca que como se ve, es una cosa muy distinta.

Cierto^es que el gobernador de La Española no permitió la entrada de los navios en el pusrto, y esto sí lo hace constar. El mismo Almirante se lamenta de la negativa del gobernador, a su súplica de entrar en el puerto, de esta manera: “Cuando llegué sobre La Española envié el envoltorio de cartas y a pedir por merced un navio por mis dineros, porque otro que yo llevaba era inavegable y no sufría velas. Las cartas tomaron, y sabrán si se las dieron la res­puesta. Para mí fué mandarme de parte de ahí, que yo no pasase ni llegase a la tierra…”.

Es, pues, un hecho, que Colón no entró en el puer­to; pero como vemos nada dice referente a la nega­tiva del buque que solicitaba por sus dineros. Las lamentaciones del Almirante en esta carta son bas­tante expresivas para no mencionar la vileza de ne­gársele un buque por sus dineros para continuar los descubrimientos. Además, bien expresado deja que llegó sobre La Española para pedir por merced un navio, porque otro que llevaba era ¡navegable yno sufría velas. De no haber conseguido otro na­vio, no hubiera continuado eon aquel que sólo por un milagro había podido llegar con relativo buen tiempo hasta La Española.

Por lo tanto, Colón por sus dineros o por trueque y dineros, logró una náo con que reemplazar aquella inavegable y que no sufría velas.

La nave que no sufría velas, dice el señor Altola­guirre que era la Santiago de Palos.

Así debió ser, en efecto, puesto que desde este punto y ahora ya no se vuelve a nombrar en las re­laciones a la Santiago, ni tampoco figura en los do­cumentos de la liquidación de los fletes que se ve­rificó por orden del rey uno o dos años después.

Hubo, pues, la compra o trueque, y fué la susti- tuta la carabela Bermuda y 110 Bermúdez, como dice el señor Altolaguirre.

Y   que esto es cierto, se demuestra que la Bermuda fué, después de la Capitana, la única sobreviviente de aquel desgraciado viaje. Se encalló en Jamaica después de aquel nefasto viaje por tierra firme, donde quedaban hechos pedazos los navios «Vizcaí­no» y «Gallego”. No sería, por cierto, la Santiago que no sufría velas y que era inavegable, la que hu­biera soportado aquella travesía, donde cien Veces estuvo expuesta la escuadrilla a sucumbir bajo las terribles tempestades a que se refiere el Almirante.

Esto está claro. Pues bien: el señor Altolaguirre da por hecho que la Santiago también figuró en las descubiertas de Veragua, y de ahí la suposición de que no habiendo más navios en aquella expedición, después de determinar a tres de ellos, nos diga que la Bermuda, era la Santiago, contra todas las teorías de la lógica.

Pero tomando la cita a que recurre el señor Alto­laguirre para su probanza, todo lo apuntado se hace más manifiesto.

Dice don Fernando: «Pero mucho mayor fué el peligro de la carabela Bermúdez, la cual habiéndose hecho al mar entró en las aguas hasta la cubierta, de donde bien se deja conocer que solicitaba con razón el Almirante trocarlo. Y todos tuvieron por cierto que el prefecto su hermano después de Dios,, la hubiese salvado con su saber y valor”.

De lo que se deduce que si la Bermuda sufrió tanto y estuvo expuesta a irse a pique, la gente supuso razonablemente, que de, no haberse verificado el trueque, la Santiago no hubiera podido resistir la tormenta, aunque la confianza ciega que tenían en don Bartolomé Colón (el prefecto) les permitiera conjeturar que quizá con la protección de Dios y la pericia y valor de don Bartolomé, pudiera haberse librado del naufragio.

Nótese bien que dice, la hubiera salvado, y no salvó. Aquí los tiempos del verbo, como se vé, están perfectamente empleados.

Averigüemos ahora, cuál era el navio Santo de que habla don Femando.

 

APUNTES UTILES PARA LA HISTORIA

XX

El navio que el señor Altolaguirre llamó Sardo no figura entre los documentos conocidos. Sólo don Fernando (que no ofrece garantía de vera­cidad, al decir del censor de la Academia de la His­toria) lo estampa en su obra tan comentada.

Dice don Fernando: “….los que padecieron ver­daderamente fueron los tripulantes del navio Santo, el cual por conservar la lancha con que había ido a tierra el capitán Terreros, la llevó atada a la popa con cables, vuelta, hasta que fué precisado a dejarla y perderla por no perderse a sí mismo.,

He aquí la barca que dice Las Casas sirvió a Te­rreros para entrar en el puerto de Santo Domingo. Esta barca o lancha, según don Fernando, de quien dice el señor Altolaguirre “que lo que da a entender en un párrafo lo desvirtúa en otro”, la llevaba atada a la popa el navio Santo, y el navio Santo, según el propio señor Altolaguirre, era el navio Gallego. De ahí la expresión; El navio sospechoso había echado a la mar, por escapar fasta la isola; la Gallega perdió ]a barca……..

Vamos a copiar ahora la referencia que del mismo suceso, hace el escritor mejor informado y a quien se debe la mejor y más completa relación del Des­cubrimiento. Nos referimos a Washington Irving, que no solamente disfrutó de los valiosos documentos proporcionados por O’Rich, residente en Madrid, y uno de los más notables bibliógrafos de Europa, sino que investigó la incomparable Biblioteca Real y la del Monasterio de San Isidro, tuvo intimidad con don Martín Fernández de Navarrete, que le proporcionó noticias de gran interés, y contó con la favorable acogida del duque de Veragua, que le franqueó los archivos de la familia, de igual manera que su amistad con don Antonio Ujina, supo pro­porcionarle los más curiosos documentos que habían pertenecido al sabio historiador Muñoz.

Oigamos, pues, a Irving: •

“Al principio de la tormenta permaneció la pe­queña escuadra del Almirante medianamente gua­recida por la tierra. Al segundo día creció la vio­lencia de la tempestad, y sobreviniendo la noche, más que de ordinario tenebrosa, se perdieron los buques de vista y se dispersaron. El del Almirante se mantuvo junto a la orilla y no padeció nada. Los otros, temiendo la tierra en tan oscura y tu­multuosa noche, salieron al mar, y se entregaron a todos los embates de los elementos…………………………………….. El Adelan­tado perdió su bote, y todos los buques, menos el del Almirante, sufrieron algunas averías”.

Es decir que, según Irving, la nao que perdió el bote, tan traído y llevado, pertenecía a la Bermuda que, según don Fernando, comandaba o capitanea­ba el Adelantado don Bartolomé Colón.

Entonces, señor Altolaguirre, no fué el Gallego o la Gallega, la que lo perdió. Por lo tanto, subsiste en pie lo de isola La Gallega.

No sabemos en qué se funda Asensio para decir que Terreros llevaba la encomienda del Almirante, no tan sólo de solicitar entrada en el puerto, sino que también la necesidad en que se hallaba de cam­biar la nao Bermuda por otra más apta para la na­vegación. Los documentos oficiales no hacen men­ción de tal carabela. Sin duda Asensio, que fué uno de tantos historiadores que recurrieron a la His­toria de don Femando y a Las Casas, al ver estam­pado el nombre Bermuda en los sucesos que prece­dieron a la desastrosa arribada a Jamaica, tomó este denominativo como perteneciente a uno de los navios de que formaban la escuadrilla que partió del puerto de Cádiz el 11 de mayo de 1502.

Ahora bien: ¿Qué isla era aquella denominada por el Almirante La Gallega?

Los navios corrieron el temporal en dirección S. O., y en su consecuencia sólo dos islas inmediatas po­drían prestarles abrigo o un accidental refugio en su desorientada carrera. ¿Era la Beata? ¿Fué acaso aquella más distante conocida por isla de la Vaca o de las Vacas? La primera conserva su nombre primitivo; pero la segunda, lleva un denominado moderno.

Ambas avanzan sobre salientes pronunciados de la costa y ambas podían servir de punto de mira para aquellos experimentados marinos, si la violen­cia de la tempestad permitía alcanzar el objetivo.

Desgraciadamente, entre los datos que nos quedan de aquella lejana época, no existe una sola referencia que sirva para reafirmar la declaración del Almiran­te. Pero ¿acaso no basta lo estampado por Colón en uno de sus más preciados escritos? ¿No ha dicho el Almirante, hablando de una isla, que esa isla se llamaba La Gallega.

¿La Gallega era navio o era carabela? Demos­trado está por documentos oficiales que aquella em­barcación era navio y que aquel navio se llamaba Gallego. Siendo así, el Almirante, que sabía dis­tinguir perfectamente una carabela de un navio, refiriéndose a éste, no hubiera dicho La Gallega.

El señor Altolaguirre dice que siendo la carabela Bermúdez, la que capitaneaba don Bartolomé,’ y siendo la Bermúdez la Santiago’ de Palos, al titular Colón a un navio sospechoso no podía ser otro que la Santiago de Palos, porque éste era el navio sospe­choso, el que mayor riesgo corría por sus malas con­diciones marineras; pero nosotros ya hemos demos­trado que ese navio, que no era tal navio, sino ca­rabela, resultó ser el barco más marinero de toda la escuadrilla, toda vez que la vemos transformada con el nombre de Bermúda, resistiendo impertérrita todos aquellos terribles temporales en tierra firme y acabando sus días en Jamaica, cuando por tan continuados embates era verdaderamente imposible que pudiera resistir más sobre las aguas.

Si el trueque se verificó, como todo lo hace suponer, sabiendo la disposición que hacia él guardaba el Comendador de Lares, nada tiene de extraño que el Almirante bautizara con el nombre de sospechoso a aquel bajel que el gobernador cedía seguramente de mala gana a cambio de otro inservible para la navegación. De ser así, Colón juzgó mal al go­bernador de La Española, pues ya hemos visto el comportamiento de aquella náo entre tantos peli­gros y sufriendo tan terribles huracanes.

En cuanto a lo de Santo, aún cuando poseemos co­pias de documentos oficiales que hablan largamente de los cuatro buques que formaron la expedición y de sus tripulaciones; nada nos dicen referente a este extraño denominativo, y hemos de convenir con el señor Altolaguirre que las manifestaciones de don Fernando no ofrecen garantía alguna de veracidad (Cristóbal Colón y Pablo del Pozzo Toscanelli. Madrid, 1903. Página 352) y que por lo tanto será necesario que sus asertos, los veamos confirmados por otras fuentes que nos merezcan más crédito que la Historia. (Palabras también del señor Altola- guirre. Cristóbal Colón y Pablo del Pozzo Tosca­nelli. Madrid, 1903).

Así es, señor Altolaguirre, que estas palabras suyas; “La redacción de tan zarandeado párrafo debió ser en el original de su carta (la de Colón). «El navio Sospechoso había echado a la mar por escapar de la isla; la Gallega perdió la barca y todos gran parte sus bastimentos”…. no podemos acep­tarlo, porque esto es una indigna suplantación de lo dicho por el Almirante y una cosa es discutir y otra suplantar un fasta por un de, que en buena crí­tica, no sabemos qué calificado tendrá; pero se nos antoja que muy duro para los que así tergiversan los principios siempre sagrados del humano y libre pensamiento.

Y     como quiera que es nuestro deseo cerrar este capítulo con alguna aclaración de importancia y por ende gallega, hemos de aclarar que el puerto de Azua, que usted cita como puerto de refugio del Almirante, se llamaba Azua de Compostela, y lo que es más cu­rioso, a su población, antes y, después de ser arrui­nada, se la denominaba y sigue denominándose Azua de Compostela.

Y    como lo de Santiago, al parecer, no ha sido de su gusto, puesto que con tanto calor ha refutado el que a Jamaica, el Almirante hubiera bautizado con el nombre dé Santiago, hemos de agregar que a una altura desde los famosos tiempos del Descu­brimiento se llamó Santiago, y que una de sus prin­cipales poblaciones fundadas durante la conquista se llamó Santiago de los Caballeros, donde, por cierto, y por espacio de muchos años, el día del Apóstol se celebraban extraordinarias fiestas.

Y   si el Almirante bautizó en La Española puntas, cabos e islas con los denominativos de Punta Petis, Punta La Guía, Cabo de Torres, Ensenada de Santo Tomé, Isla de Ratas, Cabo de la Sierpe, Punta Santa Isla de Cabra, Río de Oro, Punta de Cas, Cabo del Becerro, Punta de Prados, Punta de Hierro, Punta Seca, Cabo Redondo y Puerto Sacro, que correspon­de a otros tantos accidentes geográficos de la costa gallega, ¿qué extraño sería que a otra isla o islote, la bautizara con el nombre de La Gallega?

 

LAS NAVES DE DESCUBIERTA

XXI

Oigamos a Altolaguirre:

“El nombre de algunas naves que llevó Colón en sus expediciones, sirve también de argumento para demostrar el amor que por haber nacido en ella, pro­fesaba a la región gallega”.

Aquí el señor Altolaguirre se nos muestra irónico. Son pujos de buen humor y gracejo, ante la seguri­dad—sin duda de una conferencia aplastante, y floja por parte de los colonianos—de combatir con éxito tan interesante punto.

Dejémosle, pues, argumentar, puesto que a noso­tros nos cabe el derecho para la réplica:

“Dice el cronista Herrera—añade el señor Altola­guirre—que el año 1492 partió Colón de Granada y se fué a la villa de Palos, con orden que le dieran dos carabelas con que la villa estaba obligada a ser­vir por tres meses cada año, y que armó otra nave capitana que llamó Santa María”. “Los barcos de aquella época—prosigue el señor Altolaguirre— so­lían estar bajo la advocación de algún santo y lla­marse también con el nombre de la región o puerto en que fueron construidos, o con el apellido de su patrón o dueño, ejemplo: la carabela Santiago de Palos y la carabela Santa Clara, llamada también la Niña, por ser maestre Francisco Niño”.

“Según las declaraciones de Hernán Pérez Ma­teos—continúa el señor Altolaguirre— primo de Pinzón y Cristóbal García, en los pleitos que don Diego Colón sostuvo con la Corona, la nave en que Don Cristóbal fué a descubrir en su primer viaje, se llamaba Marigaktnie; el cronista Oviedo afirma qiíe La Gallega, y don Cesáreo Fernández Duro, en su estudio «Colón y Pinzón”, estima que siendo cons­truida la capitana de Colón en el Norte de España, sin violencia puede llamarse la Santa María, alias María Galante o La Gallega, como la Niña se nombra­ba Santa Clara”.

Antes de proseguir, hemos de advertir que la apre­ciación de Fernández Duro es exactísima, según po­drá observarse en su oportunidad, toda vez que, de nuestras averiguaciones resulta, no tan sólo de la tradición, sino que también de los documentos ofi­ciales, que Marigalante o Marigallega vienen a ser, para los efectos de la denominación, palabras sinó­nimas, aun cuando no se adapten por el significado.

Dice el señor Altolaguirre, que la solución dada al asunto por el señor Fernández Duro no le conven­ce, porque le parece que pugnan los nombres de San­ta María y María Galante y que es más verosímil que la nao se llamara Mari-Galante y vulgarmente la Gallega, por haber sido construida en Galicia, y que Coión, que por creencias o por conveniencia, procuraba en todos sus actos aparecer como un fer­voroso católico, quitándole el nombre mundano de María Galante la pusiera el de la madre del Salvador, bajo cuya protección y amparo emprendió la arries­gadísima expedición, y esta hipótesis parece confir­marla Herrera, al decir que Colón “armó otra nave capitana que llamó Santa María”.

Visto lo que antecede, será necesario que el señor Altolaguirre nos diga de donde saca la presunción de que el Almirante emprendió el primer viaje po­niéndose bajo el amparo de la madre del Salvador., Porque ni en el primero, ni en el segundo, ni en el tercero, ni en el cuarto, ni en ninguna de sus arries­gadísimas expediciones puso, que sepamos, bajo el amparo de la Virgen, él éxito de sus viajes.

Colón tampoco bautizó la nave capitana del pri­mer viaje, con el nombre de Santa María. Si el señor Altolaguirre lo afirma, será necesario que nos lo demuestre.

¿Cómo el censor de la Academia de la Historia se permite afirmar lo que no existe?

¿Quién ha dicho al señor Altolaguirre que Colón puso por nombre o bautizó la capitana de la primera expedición con el denominado de Santa María?

¿Que lo dice Herrera?

¿Y qué autoridad reconoce el señor Altolaguirre a Herrera, para preferir su dictamen al de los docu­mentos oficiales?

¿Acaso le merece más crédito Herrera que Oviedo?

Oviedo fué testigo de aquellos acontecimientos y Herrera un relator de los sucesos muchos años des­pués de acaecidos.

Y   contra la falsa apreciación de Herrera, tenemos la declaración de Hernán Pérez Mateos, primo de Pinzón y Cristóbal García, que dice el señor Alto­laguirre conocían a la capitana de Colón por el nom­bre de Mari-galante; la afirmativa de Oviedo que es­cribe se llamaba La Gallega, lo que concuerda con los documentos oficiales existentes, y otro documen­to de inestimable valor que daremos a conocer en su día, que nos dice que Mari-galante equivale a decir Mari-gallega, documento interesantísimo que refuer­za nuestra demostración geográfica y proporciona el convencimiento del galleguismo de Colón, puesto que de esta manera queda perfectamente demostra­do, que no solamente a la primera capitana, sino que también a la del segundo viaje, puso Colón el nombre de Mari-galante o Mari-gallega, puesto que no cabe la coincidencia que las capitanas de sus dos princi­pales expediciones llevaran por casualidad un nom­bre nada vulgar por cierto.        .

Como tampoco era nada vulgar que a un navio se llamara San Salvador, nombre impuesto por Colón a la primera tierra que descubrió, y en los documen­tos existentes en el Museo Arqueológico de Fonteve- dra, pertenecientes al siglo XV, aparece un navio o barca llamada San Salvador, lo que por cierto nos parece bastante expresivo.

Altolaguirre reconoce que, en efecto, en el segun­do viaje embarcó Colón en una nao llamada Mari Galante y que el Almirante no le cambió el nombre, pero agrega “que las circunstancias habían cambia­do, porque el temor a los riesgos desconocidos había desaparecido y demostrado la experiencia, que nave­gar el Atlántico en dirección Oeste, no exponía a mayores peligros que navegar por otro mar cualquie­ra, y así no es de extrañar que no se preocupase de cambiar el nombre de su capitana”.

Reconoce, pues, el señor Altolaguirre, que tanto la capitana del primer viaje como la capitana del segundo, tenían por denominado Mari Galante, que ya hemos dicho equivale a decir Mari Gallega. En su consecuencia: todas las suposiciones del señor Altolaguirre huelgan, porque demostrada la denomi­nación gallega de las naves, y esto con documentos y probanzas irrefutables, sus argumentos y suposi­ciones no sirven para maldita la cosa

El señor Altólaguirre refuta al señor Calzada, porque este escritor, refiriéndose al segundo viaje de Colón, copia lo siguiente: “Diréis a sus Altezas que a causa de excusar alguna más costa yo w-erque estas carabelas que lleváis por Memorial, para re­tenerlas acá con estas dos naos, conviene a saber: la Gallega y esa otra Capitana”. Calzada se re­fiere al memorial que dirigió a los Reyes el Almirante mor medio de Antonio de Torres, en 30 de mayo de 1494.

Y     a esto, dice el señor Altolaguirre: “Supone el señor Calzada que el almirante de su peculio compró las dos carabelas y que a una de ellas puso por nom­bre La Gallega”, Y agrega: “Si el párrafo se es­tudia con detención podrá apreciarse que lo que en realidad dice, es que había comprado dos carabelas para retenerlas en unión de dos navios que allí tenía, uno de los cuales eraLa Gallega y el otro la Capitana, de la que había.comprado la propiedad de tres oc­tavos, y esto que, a nuestro juicio, nos parece claro, resulta comprobado por algunos documentos que se conservan respecto a la adquisición de buques para la Armada que había de ir al segundo viaje del Almirante”.

No seguiremos copiando al señor Altolaguirre, porque la superchería salta a la vista.

Si el señor Altolaguirre reconoce que a la capitana del segundo viaje se la llamaba Mari Galante y Ma- rigalante equivale a decir Mari Gallega, es incues­tionable que al referirse Colón a La Gallega y esa otra Capitana, puesto que el párrafo dice así: “Di­réis a sus Altezas que a causa de excusar alguna más costa Yo merque estas carabelas que lleváis por Me­morial para retenerlas acá con estas dos naos, con­viene a saber: La Gallega y esa otra Capitana”, es incuestionable, repetimos, que si la Capitana se lla­maba Mari Galante o Mari Gallega y la otra La Ga­llega, que eran dos buques que denunciaban su ori­gen, o lo que es lo mismo: dos barcos gallegos. Y ya no discutimos si eran tres los barcos gallegos, por no hacer muy larga la disertación y dejar las cosas en su primitivo lugar.

Y   termina de la siguiente manera el señor Altola­guirre: «Ya hemos visto que la carabela mercada por Colón en el segundo viaje no era la nao Gallega; la circunstancia de que entre los numerosos buques que en los cuatro viajes que efectuó el Almirante hu­biese tres construidos en Galicia, por lo que se les denominaba El Gallego o La Gallega, no creemos que sea base para hacer las gratuitas suposiciones que formula el señor Calzada, de que Colón estaba em­peñado en que sus naves llevasen el nombre de Ga­licia. Para llegar a esta conclusión era preciso que probase, lo cual no hace el señor Calzada, que los buques tenían otro nombre antes de que fueran fle­tados o adquiridos por Colón o para Colón, y que éste les cambió el suyo por el de Gallego o Gallega

Probablemente el señor Calzada replicará a todo ello: pero esto no es motivo para que repliquemos también nosotros.

Primeramente: Las naves gallegas eran cons­truidas principalmente para la carrera de Flandes, y el mismo señor Alcalá Galiano, cuya autoridad su­ponemos no ponga en duda el señor Altolaguirre, nos dice que la capitana de Colón en el primer viaje era nao construida en Cantabria expresamente para la carrera de Flandes. Por lo tanto, y de acuerdo con La Riega, se nos antoja muy singular su apari­ción en un puerto, como el de Palos, tan alejado de aquella carrera. Lo mismo diremos de los restantes buques gallegos que figuraron en las expediciones de Colón.

De los pocos datos que conservamos de aquellas armadas, tenemos en el primer viaje La Gallega o Marigalante; en el segundo: la Marigalante o Mari- gallega, la Gallega y la Cardera, y en la tercera y cuar­ta expedición, otras naos llamadas El Gallego y La Gallega.

Creemos, señor Altolaguirre, que son demasiados buques gallegos para poder confirmar las suposicio­nes—que usted llama gratuitas—del señor Calzada, referentes a que el Almirante sentía singular predi­lección por Galicia.

 

CONCLUSIONES

XXII

Al último capítulo de su folleto, también lo titula el señor Altolaguirre “Conclusiones”. Dice que no se ha propuesto entrar en disquisiciones acerca de si Colón era o no genovés y que se ha concretado a de­mostrar—¿demostrár?— lo infundado de los argu­mentos que se aducen para probar que nació en Ga­licia.

Agrega que sólo ha hecho hincapié en demostrar que el apellido del Almirante, al igual que el nombre se traducían del italiano al latín, al francés y ai castellano y viceversa; de consiguiente, que no cons­tituye prueba en contra de su origen extranjero, el que en España se llamara don Cristóbal Colón, pues­to que, este nombre se traducía al latín Collombus, al italiano Columba y al francés Coullon. ¡Atiza!

Solamente esta afirmativa de que Colombus latino, traducido al francés es Coullon, nos da una idea clara y precisa de las magistrales dotes que, como filólogo, posee el docto Censor de la Academia de la Historia.

Y   si para muestra basta un botón, poco más po­demos agregar a la refutación, porque, verdadera­mente, la discusión resultaría imposible al profundi­zar semejantes argumentos.

Reconoce, pues, el señor Altolaguirre que Colón no es genovés, después de haber defendido el punto con tanto tesón y claridad; que el apellido Colombo, que equivale a decir en castellano Palomo y que en francés sería Pigeon, en castellano—según su dialéc­tica—sería en anatomía, el intestino que sigue al ciego y sirve de continuación al recto, y en francés ese Coullon de que nos habla y que por más vueltas que le hemos dado, no hemos sacado nada en con­secuencia, no sabemos lo que significa a pesar de haber revuelto cielo y tierra para dar con el corres­pondiente significado.

Y   aún dice el señor Altolaguirre, que acumulando los colonianos supuestos indicios, que en sí carecen de valor, se ha querido formar un bloque que dé la sensación de ser cierta la teoría que se quiere sostener, sin caer en la cuenta de que cuando los sumandos están constituidos sólo por ceros, sólo ceros arroja la suma.

Esto lo dice el señor Altolaguirre y aún en esto de los ceros, con toda su nula demostración, nos de­muestra el docto académico que está equivocado, pues si bien es cierto que la palabra Cero es difícil de interpretar bajo el punto de vista filosófico, ma­temáticamente tiene en algunos _ casos un sentido claro y definido, y si en una cuestión trigonométrica buscamos un ángulo por medio de un coseno^si en un problema geométrico se trata de hallar la distan­cia entre dos puntos, o en uno analítico las coorde­nadas de un punto, o en otro mecánico, la acelera­ción de un móvil, y de los cálculos resulta para la incógnita valor cero, carencia absoluta de cantidad, no por eso desecharemos el problema como imposible de resolver, como no teniendo interpretación posible, pues en el primer caso nos dirá que el ángulo es un múltiplo impar del cuadrante; en el segundo, que los puntos se confunden; en el tercero, que el que se busca es el origen de coordenadas, y por último, en el cuarto, que el movimiento del cuerpo es uniforme.

Por lo tanto, ni aún matemáticamente acierta el señor Altolaguirre, que da palos de ciego allí donde cree descrismar a la razón,

Pero analicemos una de las últimas consideracio­nes del docto censor de la Academia de la Historia.

Dice Altolaguirre, que “dan fe los que sostienen la teoría de Colón gallego, a lo dicho por el Almirante de que desde muy joven empezó a navegar. Y añade: “Supongamos con ellos que abandonó Galicia & los catorce años; allí quedaron sus padres, allí sus hermanos; transcurrido el tiempo, el chicuelo que jugaba en Pontevedra se convierte en Virrey y Al­mirante de las Indias. A su llegada del primer viaje cruza en marcha triunfal toda la Península para visi­tar a los Reyes en Barcelona; después, él y su her­mano don Bartolomé, ocupan un lugar distinguido entre los más distinguidos de la Corte de Castilla; todos hablan de los descubrimientos por Colón rea­lizados; se alistan las tripulaciones de los buques que van a emprender nuevos viajes; ofrécense hom­bres decididos a organizar y mandar expediciones para ir por su cuenta a descubrir, y entre tantos y tantos como ven al héroe no hay uno solo que diga este Colón es el Colón que conocimos en Ponteve­dra, el hijo de aquel Dominico que vivía en San Sal­vador de Poyo, el hermano de Bartolomé o de Die­go…”

A esta aguda apreciación del señor Altolaguirre, podemos replicar poniéndolo en el lugar de Colón, sólo que en distinto plano, desde luego, y diríamos: Supongamos que el señor Altolaguirre abandonó su aldea natal a los catorce años. Que transcurrido el tiempo llega a ser un hombre de provecho y en día memorable pronuncia su discurso de recepción en la Academia. Se habla con encomio del señor Altola­guirre después de cuarenta años o más de haber sali­do de la villa natal, y entre tantos y tantos que pre­sencian sus triunfos; entre tantos y tantos que lo ven y lo admiran, no hay uno que diga: este Altolaguirre es aquel Altolaguirre que vivía hace medio siglo en aquel pueblecito. Y probablemente si alguno lo reconociera tenemos la seguridad que diría: Este Altolaguirre no puede ser aquel Altolaguirre. ¡Es imposible que sea aquel Altolaguirre que conocimos!

Pues lo mismo, exactamente, debió ocurrir con Colón.

Nadie pedía suponer que aquel ehicuelo que pes­caba cangrejos en las riberas del “Lerez” era el famo­so Descubridor de un mundo nuevo; que aquel hom­bre grave y de aspecto imponente que aclamaba la^ multitud, fuera hijo del tío Domingo el del tirado» de la Galea, y sin embargo, todo justifica que aquel Altolaguirre que trepaba por los árboles y hacía otras diabluras a los eatorce años, es el mismo Altolaguirre que hoy nos confunde con su formidable impugnación y ostenta una representación envidiable en uno de los centros culturales más famosos de España; de igual manera que todo justifica que el mozalbete que retozaba en los puertos pontevedreses es el in­signe navegante que tantos días de gloria aportó a nuestra amada España.

Nadie es profeta en su tierra, señor Altolaguirre, y hay cosas increíbles que deben tomarse como son, por difícil que se ofrezcan al entendimiento.

El que vió a un rapazuelo de catorce años, des­pués de transcurridos cuarenta, no es fácil que lo re­conozca. Ese argumento de que se muestra usted tan orondo no nos convence.

Agrega usted que ya se ha visto que los nombres geográficos que puso Colón en sus viajes, no respon­dían al recuerdo de Galicia, y agrega usted que no respondían porque no podían responder, porque pa­ra ver una cosa es necesario haberla visto, y Colón no conocía a Galicia. Nosotros hemos citado cin­cuenta accidentes geográficos de Galicia que con- cuerdan con los impuestos por el Almirante en las Antillas. Agrega usted que cuando Colón quiere alabar el clima o el aspecto de las tierras de su des­cubrimiento, no cita a Galicia para las comparacio­nes y sí a Andalucía y Castilla.

Es de suponer que en aquel país tropical no llovie­ra como en Galicia ni soplaran los Nordeste, ni se sintiera la.humedad de nuestras altas regiones. Bus­có las comparaciones en el clima templado de Anda­lucía y en las cosas de Castilla que eran más enten- dibles y conocidas para los Reyes, que era para quienes escribía; pero en sus palabras y en sus recuerdos, deja conocer y bien claramente por cierto su origen. Habla de peces, plantas, bahías, cabos, puntas, etc. que sólo se encuentran en Galicia; pone a las em­barcaciones de sus descubrimientos nombres galle­gos, y nombres gallegos también a ciertas islas des­cubiertas. Hace uso de palabras que sólo son pro­pias de Galicia y en todos sus actos se nos muestra español.

De todo esto ya hemos escrito lo suficiente para no repetir asertos que llevan al convencimiento de quien los lee, la absoluta seguridad de que la patria de Colón -fué España y que nació en una humilde aldea de Pontevedra.

El señor Altolaguirre termina su trabajo, negando patriotismo a Colón y llamando al gran Colón, hom­bre de ambición desmedida.

¿Cuáles son los actos de Colón que demuestren reconocimiento a España? Esta pregunta del señor Altolaguirre, sólo tiene una respuesta, y esa respues­ta es la siguiente:

¿Cuál ha sido el reconocimiento de los historiado­res españoles hacía Colón, cuando, después de cuatro largos siglos, el Censor de nuestra Academia de la Historia, llama al, hombre inmortal que hizo grandes entre las grandes a España Aventurero, Ladrón y Usurero.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.