Relación de los tripulantes que fueron con Cristóbal Colón en el primer viaje a las Indias

Relación de los tripulantes que fueron con Cristóbal Colón en el primer viaje a las Indias.
Santo Domingo -La Española-, 26 de noviembre de 1498.

Jhesus cum Maria sit nobis in via:

Jhesus, 1498, a XVI días de Noviembre en Santo Domingo en la isla Española.

Al tiempo que el Rey e la Reina, mis señores, que fue el año de 1492, acordaron que yo fuese a descobrir las Indias, asenté con Sus Altezas, que habría yo el ochavo de todo lo que resultase de la armada que faría, contribuyendo yo la ochava parte de las custas, como más largo pareçe por el dicho asiento; y porque pareçiese lo que yo gastase, quise que fuese por ante escrivano público en la villa de Palos, adonde armé por mandado de Sus Altezas tres navíos, una nao y dos caravelas, y los dineros que yo daba y gastaba era por ante el sobredicho escrivano, el cual de su mano escrivió toda esta escritura y dineros.

Sus Altezas agora este año de 98 que yo estaba en su real Corte me ficieron merced que non fuese obligado a la paga del gasto pasado fasta llegar aquí, que fue el dicho año de 98 a 31 de Agosto, y también del gasto de la armada que yo truse, como parece por su carta la cual está con las otras en Sebilla en el monasterio de las Cuebas, y el traslado autorizado d’ella está aquí en un libro con otras.

Bien que Sus Altezas me ayan fecho la dicha merced y esta escritura aya espirado, guárdese muy bien y se faga firmar al dicho escrivano, tomando aquí d’ella primero um treslado por escrivano público que haga fee d’ello y se liebe a Palos, y después se ponga con las otras escrituras de valor en las Cuebas de Sebilla.

Cuando esta escritura se perdiese, alí se está la gente que recebió de mí el dinero, los cuales darán fee d’ello y alí se está la cuenta de los señores contadores mayores, los cuales pagaron esta gente en la buelta de las Indias lo que se le debía, demás d’esto que se le emprestó ante que fuesen, y el resto que ganaron recebieron en Barcelona en Mayo de [Sus Altezas]».

Esta nota es autógrafa de Colón y se halla inserta al dorso de una de las hojas de la Relación, que a continuación se transcribe:

En la villa de Palos, sábado veinte e tres días de junio, año del Señor de mil e cuatrocientos e noventa e dos años. En este día sobredicho puso tabla el señor Cristóbal Colón, capitán de Sus Altezas, del Rey e Reina, nuestros Señores, para dar sueldo a los marineros e grumetes e gente que en la dicha armada van, los cuales son los que se siguen:

Marineros:

Primeramente a Sancho Ruiz de Gama, piloto, vinte ducados
VII U
Juan de Moguer, marinero, cuatro mil maravedís
IIII U
Gil Pérez, marinero, cuatro mil maravedís
IIII U
Alvaro, sobrino de Gil Pérez, marinero, cuatro mil maravedís, por los cuales quedó el dicho Gil Pérez; e el uno por el otro
IIII U
Pero Sánches de Montilla, marinero, cuatro mil maravedís
IIII U
Pero Arraes, marinero, cuatro mil maravedís; recibiólos Vicente Yáñez por él
IIII U
Juan Ruiz de la Peña, biscaíno, cuatro mil maravedís; recibiólos Vicinte Eañes
IIII U
Juan Arraes, fijo de Pero Arraes, cuatro mil maravedís; recibiólos Vincinte Anes
IIII U
Juan Martínes de Açoque, vecino de Denia, cuatro mil maravedís; recibiólos Vicinte Yañes por él
IIII U
Juan de la Plaça, vecino d’esta villa, cuatro mil maravedís
IIII U
García Fernándes, marinero de Illana, cuatro mil maravedís
IIII U
Juan Verde, de Triana, cuatro mil maravedís; recibiólos Martín Alonso Pinzón por él
IIII U
Juan Romero, marinero de Pero Gonsáles Ferrando, cuatro mil maravedís
IIII U
Francisco García Vallejos, vecino de Moguer, cuatro mil maravedís
IIII U
Bartolomé Bives, vecino d’esta villa, cuatro mil maravedís
IIII U
Juan de Medina, sastre, vecino de Palos
IIII U
Cristóbal García Sarmiento, piloto, ocho mil e treinta maravedís
VIIIU XXX
Juan Quintero, fijo de Argueta Arraes, diez y ocho ducados, seis mil e setecientos e cincuenta maravedís
VIU DCCL
Juan Reinal, vecino de Huelva, doce ducados cuatro mil e quinientos maravedís
IIII UD
Bartolomé Roldán vecino de Moguer, marinero de Alonso López, vecino de Moguer, recibió cuatro mil maravedís; dio en fiança unas casas que son en la dicha villa que an por linderos Gonçalo Alonso Maldonado y de la otra parte al Rey
IIII U
Recibió Martín Alonso por Juan Veçano cuatro mil maravedís
IIII U
Recibió más el dicho Martín Alonso Pinçón por Antón Calabrés, su criado, cuatro mil maravedís
IIII U
Sancho de Rama, vecino d’esta villa de Palos, cuatro mil maravedís; fiólo Martín Alonso Pinçón y Pedro De Aillón
IIII U

Grumetes:

Juan Arias, portugués, fijo de Lope Arias, vecino de Tavira, dos mil e seiscientos e sesenta e seis
IIU DCLXVI
Alonso, criado de Juan Rodrígues de Guinea, fijo de Francisco Chocero, dos mil e seiscientos e sesenta e seis; salió por ellos el dicho Juan Rodríguez de Guinea
IIU DCLXVI
Juan, criado de Juan Buen Año, dos mil e seiscientos e sesenta y seis; fiólo el dicho Juan Buen Año
IIU DCLXVI
Pedro Tegero, dos mil e seiscientos e sesenta e seis maravedís; quedó por fiador Juan de Moguer
IIU DCLXVI
Fernando de Triana; dos mil e seiscientos e sesenta y seis maravedís; fiólo Vicinti Yanes
IIU DCLXVI
Juan Cuadrado, dos mil e seiscientos e sesenta e seis maravedís; fiólo Juan Guerrero fijo de Argueta
IIU DCLXVI
93.296
[falta una hoja]
Miguel de Soria, criado de Diego de Lepe, dos mil e seiscientos e sesenta e seis maravedís; fiólo el dicho Diego de Lepe su amo; diósele ocho doblas
IIU DCCCCXX
Rodrigo Gallego, criado de Gonzalo Fuego, dos mil e seiscientos e sesenta e seis maravedís
IIU DCCCCLXX
fiólo el dicho su amo Martín; diéronsele ocho doblas
IIU DCCCCXX
Bernal, criado de Alonso, marinero de Juan de Mafra, ocho doblas que son dos mil e nuevecientos e veinte maravedís; recibiólos el dicho su amo
IIU CCCCXX
Alonso de Palos, ocho doblas dos mil e seiscientos e sesenta e seis maravedís; fiólo Martín Alonso Pinçón
IIU DCLXVI
Andrés de Irueñes, siete ducados; recibiólos Juan Reynal; a de aber dos mil e seiscientos sesenta y seis maravedís
IIU DCLXVI
Francisco Mendes, vesino de Huelva, dos mil e seiscientos e sesenta y seis maravedís
IIU DCLXVI
Recibió Martín Alonso Pintón por Fernando Mendes dos mil e seiscientos e sesenta e seis maravedís
IIU DCLXVI
19.929
[en una hoja suelta]
Tiene recibidos Diego de Arana, alguazil de la armada de Sus Altezas, ocho mil maravedís
VIII U
Tiene recibidos Francisco Martín Pinçón, maestre de la Pinta, ocho mil maravedís
VIII U
Recibió Martín Alonso Pinçón, capitán de la Pinta, dieciséis mil maravedís
XVI U
32.000».

Fuente: Cristóbal Colón. Textos y documentos completos. Relaciones de viajes, cartas y memoriales, edición prólogo y notas de Consuelo Varela, Alianza Editorial, Madrid, 1982, pp. 230-234 .

Archivo de la Casa de Alba (Madrid)

Memorial de Cristóbal Colón para los Reyes Católicos con respuesta de los soberanos

El segundo viaje a las Indias. Memorial de Cristóbal Colón para los Reyes Católicos con respuesta de los soberanos.
Isabela, 30 de enero de 1494.

Lo que vos, Antonio de Torres, capitán de la nao Marigalante y Alcaide de la ciudad Isabela, habéis de decir y suplicar de mi parte al Rey y la Reina Nuestros Señores es lo siguiente:

Primeramente, dadas las cartas de creencia que lleváis de mí para Sus Altezas, besaréis por mí sus reales pies y manos, y me encomendaréis en Sus Altezas como a Rey y Reina mis señores naturales, en cuyo servicio yo deseo fenecer mis días, como más largamente vos podréis decir a Sus Altezas, según lo que en mí visteis y supisteis.

Sus Altezas se lo tienen en servicio.

Item: como quiera que por las cartas que a Sus Altezas escribo, y aun el padre fray Buil y el tesorero, podrán comprender todo lo que acá después de nuestra llegada se hizo, y esto harto por menudo y extensamente, con todo, diréis a Sus Altezas, de mi parte, que a Dios ha placido darme tal gracia para en su servicio, que hasta aquí no hallo yo menos ni se ha hallado en cosa alguna de lo que yo escribí y dije y afirmé a Sus Altezas en los días pasados, antes, por gracia de Dios, espero que aún muy más claramente y muy presto por la obra parecerá, porque las cosas de especiería en solas las orillas de la mar, sin haber entrado dentro en la tierra, se halla tal rastro y principios de ella, que es razón que se esperen muy mejores fines, y esto mismo en las minas del oro, porque con solo dos que fueron a descubrir cada uno por su parte, sin detenerse allí porque era poca gente, se han descubierto tantos ríos tan poblados de oro, que cualquiera de los que lo vieron y cogieron, solamente con las manos, por muestra, vinieron tan alegres, y dicen tantas cosas de la abundancia de ello que yo tengo empacho de las decir y escribir a Sus Altezas; pero, porque allá va Gorbalán, que fue uno de los descubridores, él dirá lo que vio, aunque acá queda otro que llaman Hojeda, criado del Duque de Medinaceli, muy discreto mozo y de muy buen recaudo, que sin duda y aún sin comparación, descubrió mucho más, según el memorial de los ríos que él trajo, diciendo que en cada uno de ellos hay cosa de no creerla; por lo cual Sus Altezas pueden dar gracias a Dios, pues tan favorablemente se ha en todas sus cosas.

Sus Altezas dan muchas gracias a Dios, y tienen en muy señalado servicio al Almirante todo lo que en esto ha hecho y hace, porque conocen que después de Dios a él son en cargo de todo lo que en esto han habido y hubieren; y porque cerca de esto le escriben más largo, a su carta se remiten.

Item: diréis a Sus Altezas, como quiera que ya se les escribe, que yo deseaba mucho en esta armada poderles enviar mayor cantidad de oro del que acá se espera poder coger, si la gente que acá está nuestra, la mayor parte súbitamente no cayera doliente; pero, porque ya esta armada no se podía detener acá más, siquiera por la costa grande que hace, siquiera porque el tiempo es éste propio para ir y poder volver los que han de traer acá las cosas que aquí hacen mucha mengua, porque si tardasen de irse de aquí no podrían volverse para mayo los que han de volver, y, allende de esto, si con los sanos que acá se hallan, así en mar como en tierra en la población, yo quisiera emprender de ir a las minas o ríos ahora, habría muchas dificultades y aun peligros, porque de aquí a veintitrés o veinticuatro leguas, en donde hay puertos y ríos para pasar y para tan largo camino, y para estar allá el tiempo que sería menester para coger el oro, habría menester llevar muchos mantenimientos, los cuales no podrían llevar a cuestas, ni hay bestias acá que a esto pudiesen suplir, ni los caminos y pasos no están tan aparejados, como quiera que se han comenzado a adobar para que se pudiesen pasar; y también era grande inconveniente dejar acá los dolientes en lugar abierto y chozas, y las provisiones y mantenimientos que están en tierra, que, como quiera que estos indios se hayan mostrado a los descubridores, y se muestran cada día muy simples y sin malicia, con todo, porque cada día vienen acá entre nosotros, no pareció que fuera buen consejo meter a riesgo y a ventura de perderse esta gente y los mantenimientos, lo que un indio con un tizón podría hacer poniendo fuego a las chozas, porque de noche y de día siempre van y vienen; a causa de ellos tenemos guardas en el campo mientras la población está abierta y sin defensión.

Que lo hizo bien.

Otrosí: como habemos visto en los que fueron por tierra a descubrir que los más cayeron dolientes después de vueltos y aun algunos se hubieron de volver del camino, era también razón de temer que otro tal aconteciese a los que ahora irían de estos sanos que se hallan, y seguirse habían dos peligros de allí, el uno de adolecer allá en la misma obra donde no hay casa ni reparo alguno de aquel cacique Caonabo, que es hombre, según relación de todos, muy malo y muy más atrevido, el cual, viéndonos allá así desbaratados y dolientes, podría emprender lo que no osaría si fuésemos sanos; y con esto mismo se allega otra dificultad de traer acá lo que llegásemos de oro, porque o habríamos de traer poco e ir y venir cada día y meterse en el riesgo de las dolencias, o se habría de enviar con alguna parte de la gente con el mismo peligro de perderlo.

Lo hizo bien.

Así que diréis a Sus Altezas que éstas son las causas porque de presente no se ha detenido el armada, ni se les envía oro más de las muestras. Pero confiando en la misericordia de Dios, que en todo y por todo nos ha guiado hasta aquí, esta gente convalecerá presto, como ya lo hace, porque solamente les prueba la tierra de algunas secciones, y luego se levantan; y es cierto que si tuviesen algunas carnes frescas para convalecer, muy pronto serían todos en pie con ayuda de Dios, y aun los más estarían ya convalecidos en este tiempo, empero que ellos convalecerán.

Con estos pocos sanos que acá quedan, cada día se entiende en cerrar la población y meterla en alguna defensa, y los mantenimientos en seguro, que será hecho en breves días, porque no han de ser sino albarradas, que no son gente los indios que si durmiendo no nos hallasen, para emprender cosa ninguna, aunque la tuviesen pensada; que así hicieron a los otros que acá quedaron por su mal recaudo, los cuales, por pocos que fuesen y por mayores ocasiones que dieran a los indios de haber y de hacer lo que hicieron, nunca ellos osaran emprender de dañarles si los vieran a buen recaudo.

Y esto hecho, luego se entenderá en ir a los dichos ríos, o desde aquí tomando el camino y buscando los mejores expedientes que se puedan o por la mar rodeando la isla hasta aquella parte de donde se dice que no debe haber más de seis o siete leguas hasta los dichos ríos, por forma que con seguridad se pueda coger el oro y ponerlo en recaudo de alguna fortaleza o torre que allí se haga luego, para tenerlo cogido al tiempo que las dos carabelas volverán acá, y para que luego, con el primer tiempo que sea para navegar este camino, se envíe a buen recaudo.

Que está bien y así lo debe hacer.

Item: diréis a Sus Altezas, como dicho es, que las causas de la dolencia tan general de todos es de mudamiento de aguas y aires, porque vemos que a todos arreos se extiende y peligran pocos. Por consiguiente, la conservación de la sanidad, después de Dios, está en que esta gente sea proveída de los mantenimientos que en España acostumbraba, porque de ellos, ni de otros que viniesen de nuevo Sus Altezas se podrán servir si no están sanos.

Y esta provisión ha de durar hasta que acá se haya hecho cimiento de lo que acá se sembrare o plantare, digo de trigos y cebadas y viñas, de lo cual para este año se ha hecho poco, porque no se pudo de antes tomar asiento, y luego que se tomó adolecieron aquellos poquitos labradores que acá estaban, los cuales, aunque estuvieran sanos, tenían tan pocas bestias y tan magras y flacas que poco es lo que pudieran hacer. Con todo, alguna cosa han sembrado, más para probar la tierra, que parece muy maravillosa, para que de allí se pueda esperar remedio alguno en nuestras necesidades.

Somos bien ciertos, como la obra lo muestra, que en esta tierra así el trigo como el vino nacen muy bien; pero se ha de esperar el fruto; el cual, si tal será como muestra la presteza del nacer del trigo y de algunos poquitos de sarmientos que se pusieron, es cierto que no hará mengua de Andalucía ni Sicilia aquí, ni en las cañas de azúcar, según unas poquitas que se pusieron han prendido; porque es cierto que la hermosura de la tierra de estas islas, así de montes y sierras y aguas, como de vegas donde hay ríos caudales, es tal la vista, que ninguna otra tierra que sol caliente puede ser mejor al parecer ni tan hermosa.

Pues la tierra es tal, que debe procurar que se siembre lo más que ser pudiere de todas cosas, y a D. Juan de Fonseca se escribe que envíe de continuo todo lo que fuere menester para esto.

Item: diréis que, a causa de haberse derramado mucho vino en este camino del que la flota traía, y esto, según dicen los más, a culpa de la mala obra que los toneleros hicieron en Sevilla, la mayor mengua que ahora tenemos aquí o esperamos por esto tener es de vinos, y como quiera que tengamos para más tiempo así bizcocho como trigo, con todo, es necesario que también se envíe alguna cantidad razonable porque el camino es largo y cada día no se puede proveer, y asimismo algunas carnes, digo tocinos, y otra cecina que sea mejor que la que habemos traído este camino. De carneros vivos, y aun antes corderos y corderitas, más hembras que machos, y algunos becerros y becerras pequeños son menester que cada vez vengan en cualquier carabela que acá se enviare, y algunas asnas y asnos y yeguas para trabajo y simiente, que acá ninguna de estas animalias hay de que hombre se pueda ayudar ni valer.

Y porque recelo que Sus Altezas no se hallarán en Sevilla, ni los oficiales o ministros suyos sin expreso mandamiento no proveerían en lo que ahora acá con este primero camino es necesario que venga, porque en la consulta y en la respuesta se pasaría la sazón de partir los navíos que acá por todo mayo es necesario que sean, diréis a Sus Altezas cómo yo os di cargo y mandé, que del oro que allá lleváis, empeñándolo o poniéndolo en poder de algún mercader en Sevilla, el cual distraiga y ponga en maravedís que serían menester para cargar dos carabelas de vino y de trigo y de las otras cosas que lleváis por memorial, el cual mercader lleve o envíe el dicho oro para Sus Altezas, para que le vean, reciban y hagan pagar lo que hubiere distraído o puesto para el despacho y cargazón de las dichas dos carabelas, las cuales, por consolar y esforzar esta gente que acá queda, cumple que hagan más de poder de ser acá vueltas por todo el mes de mayo, porque la gente, antes de entrar en el verano, vea y tenga algún refrescamiento de estas cosas.

Ya se proveyeron con las tres carabelas que fueron primero.

En especial para las dolencias, de las cuales cosas acá ya tenemos gran mengua, como son pasas, azúcar, almendras, miel y arroz, que debiera venir en gran cantidad y vino muy poca, y aquello que vino es ya consumido y gastado, y aun la mayor parte de las medicinas que de allá trajeron, por la muchedumbre de los dolientes; de las cuales cosas, como dicho es, vos lleváis memoriales así para sanos como para dolientes, firmados de mi mano, los cuales cumplidamente, si el dinero bastare, o a lo menos lo que más necesario es para ahora, despacharéis para lo que puedan luego traer los dichos dos navíos, y lo que quedare procuraréis con Sus Altezas que con otros navíos venga lo más presto que ser pudiere.

Sus Altezas enviaron a mandar a don Juan de Fonseca que luego haya información de los que hicieron este engaño en los toneles, y de sus bienes haga que se cobre todo el daño que vino en el vino, con las costas; y en lo de las carnes, vea cómo las que se enviaren sean buenas, y en las otras cosas que aquí dice, que las provea luego.

Item: diréis a Sus Altezas que, a causa que acá no hay lengua por medio de la cual a esta gente se pueda dar a entender nuestra santa fe, como Sus Altezas desean, y aun los que acá estamos, como quiera que se trabajará cuanto pudieren, se envíen de presente con estos navíos así de los caníbales, hombres y mujeres y niños y niñas, los cuales Sus Altezas pueden mandar poner en poder de personas con quien puedan mejor aprender la lengua, ejercitándolos en cosas de servicio, y poco a poco mandando poner en ellos algún más cuidado que en otros esclavos, para que aprendan unos apartados de otros, que no se hablen ni se vean sino muy tarde, que más presto aprenderán allá que no acá, y serán mejores intérpretes, como quiera que acá no se dejará de hacer lo que se pueda. Es verdad que, como esta gente platican poco los de una isla con los de la otra, en las lenguas hay algunas diferencias entre ellos, según como están más cerca o más lejos, y porque entre las otras islas las de los caníbales son muchas, grandes y harto bien pobladas, parecerá acá que tomar de ellos y de ellas y enviarlos allá a Castilla no sería sino bien, porque quitarse habrían una vez de aquella inhumana costumbre que tienen de comer hombres, y allá en Castilla, entendiendo la lengua, muy ms presto recibirán el bautismo y harán el provecho de sus almas. Aun entre estos pueblos que no son de estas costumbres se ganaría gran crédito por nosotros, viendo que aquellos prendiésemos y cautivásemos de quien ellos suelen recibir daños y tienen tamaño miedo que del nombre sólo se espantan.

Decirles habréis lo que acá ha habido en lo de los caníbales que acá vinieron. Que está muy bien, y así lo debe hacer, pero que procure allá cómo, si ser pudiere, se reduzcan a nuestra santa fe católica, y asimismo lo procure con los de las islas donde está.

Certificando a Sus Altezas que la venida y vista de esta flota acá en esta tierra, así junta y hermosa, ha dado muy grande autoridad a esto, y muy grande seguridad para las cosas venideras, porque toda esta gente de esta grande isla y de las otras, viendo el tratamiento que a los buenos se hará y el castigo que a los malos se dará, vendrá a obediencia prestamente para poderlos mandar como vasallos de Sus Altezas.

Y como quiera que ellos ahora, donde quiera que hombre se halle no sólo hacen de grado lo que hombres quieren que hagan, más ellos de su voluntad se ponen a todo lo que entienden que nos puede placer; y también pueden ser ciertos Sus Altezas que no menos allá entre los cristianos príncipes haber dado gran reputación la venida de esta armada por muchos respetos, así presentes como venideros, los cuales Sus Altezas podrán mejor pensar y entender que no sabría decir.

Item: diréis a Sus Altezas que el provecho de las almas de los dichos caníbales, y aun de éstos de acá, ha traído en pensamiento que cuantos más allá se llevasen sería mejor; y en ello podrían Sus Altezas ser servidos de esta manera: que visto cuánto son acá menester los ganados y bestias de trabajo para el sostenimiento de la gente que acá ha de estar, y bien de todas estas islas, Sus Altezas podrán dar licencia y permiso a un número de carabelas suficiente que vengan acá cada año, y traigan de los dichos ganados y otros mantenimientos y cosas para poblar el campo y aprovechar la tierra, y esto en precios razonables a sus costas de los que les trajeren, las cuales cosas se les podrían pagar en esclavos de estos caníbales, gente tan fiera y dispuesta, y bien proporcionada y de muy buen entendimiento, los cuales quitados de aquella inhumanidad creemos que serán mejores que otros ningunos esclavos, la cual luego perderán que sean fuera de su tierra; y de éstos podrán haber muchos con las fustas de los remos que acá se entienden de hacer, hecho empero presupuesto que en cada una de las carabelas que viniesen de Sus Altezas pusiesen una persona fiable, la cual defendiese las dichas carabelas que no descendiesen a ninguna parte ni isla salvo aquí, donde ha de estar la carga y descarga de toda la mercadería; y aun de estos esclavos que se llevaren, Sus Altezas podrían haber sus derechos allá; y de esto traeréis o enviaréis respuesta, porque acá se hagan los aparejos que son menester con más confianza, si a Sus Altezas pareciere bien.

En esto se ha suspendido por ahora hasta que venga otro camino de allá y escriba el Almirante lo que en esto le pareciere.

Item: también diréis a Sus Altezas que más provecho es, y menos cuesta, fletar los navíos como los fletan los mercaderes para Flandes por toneladas que no de otra manera; por ende que yo os di cargo de fletar a este respecto dos carabelas que habéis de enviar, y así se podrá hacer de todas las otras que Sus Altezas enviaren, si de aquella forma se tendrán por servidos; pero no entiendo decir esto de las que han de venir con su licencia por la mercaduría de los esclavos.

Sus Altezas mandan a D. Juan de Fonseca que en el fletar de las carabelas tenga esta forma, si ser pudiere.

Item: diréis a Sus Altezas que, a causa de excusar más costa, yo merqué estas carabelas que lleváis por memorial para retenerlas acá con estas dos naos, conviene a saber, la Gallega y esta otra Capitana, de la cual merqué por semejante del Maestre de ella los tres ochavos por el precio que en el dicho memorial de estas copias lleváis firmado de mi mano; los cuales navíos todos no sólo darán autoridad y gran seguridad a la gente que ha de estar dentro y conversar con los indios para coger el oro, mas aun para otra cualquiera cosa de peligro que de gente extraña pudiese acontecer, allende que las carabelas son necesarias para el descubrir de la tierra firme y otras islas que entre aquí y allá están; y suplicaréis a Sus Altezas que los maravedís que estos navíos cuestan manden pagar en los tiempos que se les ha prometido, porque sin duda ellos ganarán bien su costa, según yo espero en la misericordia de Dios.

Que el Almirante lo hizo bien, y decirle habéis cómo acá se pagó al que vendió la nao, y mandaron a D. Juan Fonseca que pague lo de las carabelas que el Almirante compró.

Item: diréis a Sus Altezas y suplicaréis de mi parte cuanto más humildemente puede, que les plega mucho mirar en lo que por las cartas y otras escrituras verán más largamente tocante a la paz y sosiego y concordia de los que acá están, y que para las cosas del servicio de Sus Altezas escojan tales personas que no se tenga recelo de ellas, y que miren más a lo por qué se envía que no a sus propios intereses; y en esto, pues que todas las cosas visteis y supisteis, hablaréis y diréis a Sus Altezas la verdad de todas las cosas como las comprendisteis, y que la provisión de Sus Altezas que sobre ello mandaren hacer venga con los primeros navíos, si posible fuere, a fin que acá no se hagan escándalos en cosa que tanto va en el servicio de Sus Altezas.

Sus Altezas están bien informadas de esto, y en todo se proveerá como conviene.

Item: diréis a Sus Altezas el asiento de esta ciudad, y la hermosura de la provincia alrededor como la visteis y comprendisteis, y cómo yo os hice Alcaide de ella por los poderes que de Sus Altezas tengo para ello, a las cuales humildemente suplico que en alguna parte de satisfacción de vuestros servicios tengan por bien la dicha mi provisión, como de Sus Altezas yo espero.

A Sus Altezas place que vos seáis Alcaide.

Item: porque Mosén Pedro Margarit, criado de Sus Altezas, ha bien servido, y espero que así lo hará adelante en las cosas que le fueren encomendadas, he habido placer de su quedada aquí, y también de Gaspar y de Beltrán, por ser conocidos criados de Sus Altezas, para los poner en cosas de confianza: suplicaréis a Sus Altezas que en especial al dicho Mosén Pedro, que es casado y tiene hijos, le provean de alguna encomienda en la Orden de Santiago, de la cual él tiene el hábito, porque su mujer e hijos tengan en qué vivir. Asimismo haréis relación de Juan Aguado, criado de Sus Altezas, cuán bien y diligentemente ha servido en todo lo que le ha sido mandado; que suplico a Sus Altezas, a él y a los sobredichos los hayan por encomendados y por presentes.

Sus Altezas mandan asentar a Mosén Pedro treinta mil maravedís cada año, y a Gaspar y Beltrán a cada uno quince mil maravedís cada año desde hoy quince de agosto del 94 en adelante, y así les haga pagar el Almirante en lo que allá se hubiere de pagar; y en lo de Juan Aguado Sus Altezas habrán memoria de él.

Item: diréis a Sus Altezas el trabajo que el doctor Chanca tiene con el afruenta de tantos dolientes, y aun la estrechura de los mantenimientos, y aun con todo ello se dispone con gran diligencia y caridad en todo lo que cumple a su oficio, y porque Sus Altezas remitieron a mí el salario que acá se le había de dar, porque estando acá es cierto que él no toma ni puede haber nada de ninguno ni ganar de su oficio como en Castilla ganaba o podría ganar, estando a su reposo y viviendo de otra manera que acá no vive; y así, como quiera que él jura que es mucho más lo que allá ganaba allende el salario que Sus Altezas le dan, yo no me quise extender más de cincuenta mil maravedís por el trabajo que acá pasa cada un año mientras acá estuviere; los cuales suplico a Sus Altezas les manden librar con el sueldo de acá; y asimismo, porque él dice y afirma que los físicos de Vuestras Altezas, que andan en reales o en semejantes cosas que éstas, suelen haber de derecho un día de sueldo en todo el año de toda la gente: con todo he sido informado, y dícenme que, como quiera que esto sea, la costumbre es de darles cierta suma tasada a voluntad y mandamiento de Sus Altezas en compensa de aquel día de sueldo, suplicaréis a Sus Altezas que en ello manden proveer, así en lo del salario como de esta costumbre, por forma que el dicho doctor tenga razón de ser contento.

A Sus Altezas place de esto del doctor Chanca, y que se le pague esto desde que el Almirante se lo asentó, y que se los pague con lo del sueldo. En esto del día del sueldo de los físicos, no lo acostumbran haber sino donde el Rey, nuestro Señor, esté en persona.

Item: diréis a Sus Altezas de Coronel cuánto es hombre para servir a Sus Altezas en muchas cosas, y cuánto ha servido hasta aquí en todo lo más necesario, y la mengua que de él sentimos ahora que está doliente, y que sirviendo de tal manera, es razón que él sienta el fruto de su servicio, no sólo en las mercedes para después, mas en lo de su salario en lo presente, en manera que él y los que acá están sientan que les aprovecha el servicio, porque según el ejercicio que acá se ha de tener en coger este oro, no son de tener en poco las personas en quien tanta diligencia hay; y porque su habilidad se proveyó acá por mí del oficio de Alguacil mayor de estas Indias, y en la provisión va el salario en blanco, que suplico a Sus Altezas se lo manden henchir como más sea su servicio, mirando sus servicios, confirmándole la provisión que acá se le dio, y proveyéndole del de juro.

Sus Altezas mandan que le asienten quince mil maravedís cada año más de su sueldo, y que se le paguen cuando le pagaren su sueldo.

Asimismo diréis a Sus Altezas cómo aquí vino el bachiller Gil García por Alcalde mayor, y no se le ha consignado ni nombrado salario, y es persona de bien y de buenas letras, y diligente, y es acá bien necesario; que suplico a Sus Altezas le manden nombrar y consignar su salario, por manera que él se pueda sostener, y le sea librado con el dinero del sueldo de acá.

Sus Altezas le mandan asentar cada año veinte mil maravedís en tanto que allá estuviese y más su sueldo, y que se lo paguen cuando pagaren el sueldo.

Item: diréis a Sus Altezas, como quiera que ya se lo escribo por las cartas, que para este año no entiendo que sea posible ir a descubrir hasta que esto de estos ríos que se hallaron de oro sea puesto en el asiento debido a servicio de Sus Altezas, que después mucho mejor se podrá hacer, porque no es cosa que nadie la pudiese hacer sin mi presencia a mi grado ni a servicio de Sus Altezas, por muy bien que lo hiciese, como es en duda según lo que hombre ve por su presencia.

Que trabaje cómo, lo más presto que se pueda, se sepa lo ándito de este oro.

Item: diréis a Sus Altezas cómo los escuderos de caballo que vinieron de Granada, en el alarde que hicieron en Sevilla mostraron buenos caballos, y después al embarcar, yo no lo vi porque estaba un poco doliente, y metiéronlos tales que el mejor de ellos no parece que vale dos mil maravedís, porque vendieron los otros y compraron éstos, y esto fue de la suerte que se hizo lo de mucha gente que allá en los alardes de Sevilla yo vi muy buena; parece que a Juan de Soria, después de dado el dinero del sueldo, por algún interés suyo puso otros en lugar de aquellos que yo acá pensaba hallar, y hallo gente que yo nunca había visto.

En esto ha habido gran maldad, de tal manera que yo no sé si me queje de él solo; por esto, visto que a estos escuderos allende de su sueldo se ha hecho la costa hasta aquí, y también a sus caballos, y se hace de presente y son personas que, cuando ellos están dolientes o no se les antoja, no quieren que sus caballos sirvan sin ellos mismos, y esto mismo no les parece que deban servir en cosa ninguna sino a caballo, lo que ahora de presente no hace mucho al caso, y por esto parece que sería mejor comprarles los caballos, pues que tan poco valen, y no estar cada día con ellos en estas pendencias; por ende que Sus Altezas determinen esto como fuere su servicio.

Sus Altezas no quieren que se compren estos caballos, sino que sirvan como en el escrito de susodicho.

Sus Altezas mandan a D. Juan de Fonseca que se informe de esto de estos caballos, y si se hallare que es verdad que hicieron ese engaño, lo envíen a Sus Altezas porque lo mandarán castigar; y también se le informe de esto que dice de la otra gente, y envíe la pesquisa a Sus Altezas; y en lo de estos escuderos Sus Altezas mandan que están allá y sirvan, pues son de las guardas y criados de Sus Altezas, y a los escuderos mandan Sus Altezas den los caballos cada vez que fuere menester y el Almirante lo mandare, y si algún daño recibieren los caballos yendo otros en ellos por mandado del Almirante, mandan Sus Altezas que se lo paguen.

Item: diréis a Sus Altezas cómo aquí han venido más de doscientas personas sin sueldo, y hay algunos de ellos que sirven bien, y aun a los otros por semejante se mandan que lo hagan así, y porque para estos primeros tres años será gran bien que aquí estén mil hombres para asentar y poner en muy gran seguridad esta isla y ríos de oro, y aunque hubiese ciento de caballo no se perdería nada, antes parece necesario, aunque en estos de caballo, hasta que oro se envíe, Sus Altezas podrán sobreseer, con todo a estas doscientas personas, que vienen sin sueldo, Sus Altezas deben enviar decir si se les pagará como a los otros sirviendo bien, porque cierto son necesarios, como dicho tengo, para este comienzo.

De estas doscientas personas que aquí dice que fueron sin sueldo, mandan Sus Altezas que entren en lugar de los que han faltado y faltaren de los que iban a sueldo, siendo hábiles y a contentamiento del Almirante, y Sus Altezas mandan al Contador que los asiente en lugar de los que faltaren como el Almirante lo dijere.

Item: porque en algo la costa de esta gente se puede aliviar con industria y formas que otros Príncipes suelen tener -en otras lo gastado mejor que acá se podría excusar-, parece que sería bien mandar traer en los navíos que vinieren, allende de las otras cosas que son para los mantenimientos comunes y de la botica, zapatos y cueros para los mandar hacer, camisas comunes y de otras, jubones, lienzos, sayos, calzas, paños para vestir en razonables precios; y otras cosas, como son conservas, que son fuera de ración y para conservación de la salud, las cuales cosas todas la gente de acá recibiría de grado en descuento de su sueldo, y si allá esto se marcase por ministros leales y que mirasen el servicio de Sus Altezas, se ahorraría algo; por ende sabréis la voluntad de Sus Altezas cerca de esto, y si les pareciere ser su servicio, luego se debe poner en obra.

Por este camino se solía ser hasta que más escriba el Almirante, y ya enviaron mandar a D. Juan de Fonseca con Jimeno de Briviesca que provea en esto.

Item: también diréis a Sus Altezas, por cuanto ayer en el alarde que se tomó se halló la gente muy desarmada, lo cual pienso que en parte aconteció por aquel trocar que allá se hizo en Sevilla o en el Puerto, cuando se dejaron los que se mostraron armados, y tomaron otros que daban algo a quien los trocaba, parece que sería bien que mandasen traer doscientas corazas, y cien espingardas y cien ballestas, y mucho almacén, que es la cosa que más menester habemos, y de todas estas armas se podrán dar a los desarmados en descuento de su sueldo.

Ya enviaron a mandar Sus Altezas a D. Juan de Fonseca que provea en esto.

Item: por cuanto algunos oficiales que acá vinieron, como son albañiles y de otros oficios, que son casados y tienen sus mujeres allá, y querrían que allá lo que se les debe de su sueldo se diese a sus mujeres o a las personas a quien ellos enviaren sus recaudos, para que les compren las cosas que acá han menester, que a Sus Altezas suplico les mande librar porque su servicio es que éstos estén proveídos acá.

D. Juan Fonseca que provea esto.

Item: porque allende las otras cosas que allá se envían a pedir por los memoriales que lleváis de mi mano firmados, así para mantenimientos de los sanos como para los dolientes sería muy bien que se hubiesen de la isla de la Madera cincuenta pipas de miel de azúcar, porque es el mejor mantenimiento del mundo y más sano, y no suele costar cada pipa salvo a dos ducados sin el casco; y si Sus Altezas mandan que a la vuelta pase por allí alguna carabela, las podrá mercar, y también diez cajas de azúcar que es mucho menester, y ésta es la mejor sazón del año, digo entre aquí y el mes de abril, para hallarlo y haber de ello buena razón; y podríase dar orden mandándolo Sus Altezas, y que no supiesen allá para dónde lo quieren.

D. Juan de Fonseca que provea en esto.

Item: diréis a Sus Altezas, por cuanto aunque los ríos tengan oro en la cantidad que se dice por los que lo han visto, pero que lo cierto de ello es que el oro no se engendra en los ríos, mas en la tierra, que el agua topando con las minas lo trae envuelto en las arenas, y porque en estos tantos ríos se han descubierto, como quiera que hay algunos grandecitos hay otros tan pequeños que son más fuentes que no ríos, que no llevan dos dedos de agua, y se halla luego el cabo donde nace, para lo cual no sólo serán provechosos los lavadores para cogerlo en la arena, mas los otros para cavarlo en la tierra, que será lo más especial y de mayor cantidad; y por esto será bien que Sus Altezas envíen lavadores y de los que andan en las minas allá en Almadén, porque en la una manera y en la otra se haga el ejercicio, como quiera que acá no esperaremos a ellos, que con los lavadores que aquí tenemos esperamos con la ayuda de Dios, si una vez la gente está sana, allegar un buen golpe de oro para las primeras carabelas que fueren.

A otro camino se proveerá en esto cumplidamente; en tanto mandan Sus Altezas a D. Juan de Fonseca que envíe luego los más minadores que pudiere haber y escriben a Almadén que de allí tomen los que más pudieren y los envíen.

Item: suplicaréis a Sus Altezas de mi parte muy humildemente, que quieran tener por muy encomendado a Villacorta, el cual, como Sus Altezas saben, ha mucho servido en esta negociación y con muy buena voluntad, y según le conozco persona diligente y aficionada a su servicio; recibiré merced que se le dé algún cargo de confianza para el cual él sea suficiente, y procuraréis por forma que el Villacorta conozca por la obra que lo que ha trabajado por mí en lo que yo le hube menester le aprovecha en esto.

Así se hará.

Item: Que los dichos Mosén Pedro y Gaspar y Beltrán y otros que han quedado acá trajeron capitanías de carabelas, que son ahora vueltas, y no gozan del sueldo; pero porque son tales personas, que se han de poner en cosas principales y de confianza, no se les ha determinado el sueldo que sea diferenciado de los otros, suplicaréis de mi parte a Sus Altezas determinen lo que se les ha de dar en cada un año o por meses, como más fueren servidos.

Hecho en la ciudad Isabela a treinta días de enero de mil cuatrocientos y noventa y cuatro años.

Ya está respondido arriba, pero porque en el dicho capítulo que en esto habla dice que gozan del salario, desde ahora mandan Sus Altezas que se les cuenten a todos sus salarios desde que dejaron las capitanías.

S.

S.A.S.

X M Y

El Almirante.

Demás de las cosas susodichas, mandan Sus Altesas a don Johan de Fonseca que provea luego en la cosas siguientes:

A Antonio de Torres mandan Sus Altesas que le pague don Juan todo lo que le es devido de sueldo a él y a otras personas que vinieron con él, desde que les fue asentado hasta el tiempo de su partida, descontando lo que les fue pagado.

Item, que enbíe luego a fray Buil en estas caravelas lo que va por un memorial aparte d’este, que va señalado de Fernán Alvares; y asimismo le enbíe más todo lo que paresciere que avía menester allá fray Buil para él y para sus flaires.

Item, a los capitanes que ovieren de ir agora en los navíos, Sus Altesas mandan que lo comuniquen todo con Antonio de Torres, porque tiene poder del Almirante.

Item, que a Sebastián le haga pagar todo lo que le es devido, segund el asiento que se tomó con él cuando de acá partió, a quien su poder oviere para lo recebir, porque se le enbíe lo que escrivio, que es la causa allá.

Fuentes:

Cristóbal Colón. Textos y documentos completos. Relaciones de viajes, cartas y memoriales, edición prólogo y notas de Consuelo Varela, Alianza Editorial, Madrid, 1982, pp. 147-161

http://www.cervantesvirtual.com/historia/colon/doc14.shtml

Diario de Cristóbal Colón, de su primer viaje a las Indias.

Diario de Cristóbal Colón, de su primer viaje a las Indias. Del 3 de agosto de 1492 al 15 de marzo de 1493.
3 de agosto de 1492

In Nomine Domini Nostri Jesu Christi.

Porque, cristianísimos y muy altos y muy excelentes y muy poderosos Príncipes, Rey y Reina de las Españas y de las islas de la mar, Nuestros Señores, este presente año de 1492, después de Vuestras Altezas haber dado fin a la guerra de los moros que reinaban en Europa y haber acabado la guerra en la muy grande ciudad de Granada, adonde este presente año a dos días del mes de enero por fuerza de armas vi poner las banderas reales de Vuestras Altezas en las torres de la Alhambra, que es la fortaleza de la dicha ciudad y vi salir al rey moro a las puertas de la ciudad y besar las reales manos de Vuestras Altezas y del Príncipe mi Señor, y luego en aquel presente mes, por la información que yo había dado a Vuestras Altezas de las tierras de India y de un Príncipe llamado Gran Can (que quiere decir en nuestro romance Rey de los Reyes), como muchas veces él y sus antecesores habían enviado a Roma a pedir doctores en nuestra santa fe porque le enseñasen en ella, y que nunca el Santo Padre le había proveído y se perdían tantos pueblos creyendo en idolatrías o recibiendo en sí sectas de perdición,

Vuestras Altezas, como católicos cristianos y Príncipes amadores de la santa fe cristiana y acrecentadores de ella, y enemigos de la secta de Mahoma y de todas idolatrías y herejías, pensaron de enviarme a mí, Cristóbal Colón, a las dichas partidas de India para ver a los dichos príncipes, y los pueblos y tierras y la disposición de ellas y de todo, y la manera que se pudiera tener para la conversión de ellas a nuestra santa fe; y ordenaron que yo no fuese por tierra al Oriente, por donde se acostumbra de andar, salvo por el camino de Occidente, por donde hasta hoy no sabemos por cierta fe que haya pasado nadie.

Así que, después de haber echado fuera todos los judíos de vuestros reinos y señoríos en el mismo mes de enero mandaron Vuestras Altezas a mí que con armada suficiente me fuese a las dichas partidas de India; y para ello me hicieron grandes mercedes y me ennoblecieron que dende en adelante yo me llamase Don, y fuese Almirante Mayor de la Mar Océana y Virrey y Gobernador perpetuo de todas las islas y tierra firme que yo descubriese y ganase, y de aquí en adelante se descubriesen y ganasen en la Mar Océana, y así me sucediese mi hijo mayor, y así de grado en grado para siempre jamás. Y partí yo de la ciudad de Granada a doce días del mes de mayo del mismo año de 1492, en sábado.

Vine a la villa de Palos, que es puerto de mar, adonde armé yo tres navíos muy aptos para semejante hecho, y partí del dicho puerto muy abastecido de muy muchos mantenimientos y de mucha gente de la mar, a tres días del mes de agosto del dicho año, en un viernes, antes de la salida del sol con media hora, y llevé el camino de las islas de Canaria de Vuestras Altezas, que son en la dicha Mar Océana, para de allí tomar mi derrota y navegar tanto que yo llegase a las Indias, y dar la embajada de Vuestras Altezas a aquellos Príncipes y cumplir lo que así me habían mandado; y para esto pensé de escribir todo este viaje muy puntualmente de día en día todo lo que hiciese y viese y pasase, como adelante se vera.

También, Señores Príncipes, allende de escribir cada noche lo que el día pasare, y el día lo que la noche navegare, tengo propósito de hacer carta nueva de navegar, en la cual situaré toda la mar y tierras del Mar Océano en sus propios lugares, debajo su viento, y más, componer un libro, y poner todo por el semejante por pintura, por latitud del equinoccial y longitud del Occidente; y sobre todo cumple mucho que yo olvide el sueño y tiente mucho el navegar, porque así cumple, las cuales serán gran trabajo.

Viernes, 3 de agosto

Partimos viernes tres días de agosto de 1492 de la barra de Saltés, a las ocho horas. Anduvimos con fuerte virazón hasta el poner del sol hacia el Sur sesenta millas, que son quince leguas; después al Sudoeste y al Sur cuarta del Sudoeste, que era el camino para las Canarias.

Sábado, 4 de agosto

Anduvieron al Sudoeste cuarta del Sur.

Domingo, 5 de agosto

Anduvieron su vía entre día y noche más de cuarenta leguas.

Lunes, 6 de agosto

Saltó o desencajóse el gobernario a la carabela Pinta, donde iba Martín Alonso Pinzón, a lo que se creyó y sospechó por industria de un Gómez Rascón y Cristóbal Quintero, cuya era la carabela, porque le pesaba ir en aquel viaje; y dice el Almirante que antes de que partiese habían hallado en ciertos reveses y grisquetas como dicen, a los dichos.

Viose allí el Almirante en gran turbación por no poder ayudar a la dicha carabela sin su peligro, y dice que alguna pena perdía con saber que Martín Alonso Pinzón era persona esforzada y de buen ingenio. En fin, anduvieron entre día y noche veintinueve leguas.

Martes, 7 de agosto

Tornóse a saltar el gobernalle a la Pinta, y adobáronlo y anduvieron en demanda de la isla del Lanzarote, que es una de las islas de Canarias, y anduvieron entre día y noche veinticinco leguas.

Miércoles, 8 de agosto

Hubo entre los pilotos de las tres carabelas opiniones diversas dónde estaban, y el Almirante salió más verdadero; y quisiera ir a Gran Canaria por dejar la carabela Pinta, porque iba mal acondicionada del gobernario y hacía agua, y quisiera tomar allí otra si la hallara. No pudieron tomarla aquel día.

Jueves, 9 de agosto 12

Hasta el domingo en la noche no pudo el Almirante tomar la Gomera, y Martín Alonso quedóse en aquella costa de Gran Canaria por mandado del Almirante, porque no podía navegar. Después tornó el Almirante a Canaria, y adobaron muy bien la Pinta con mucho trabajo y diligencias del Almirante, de Martín Alonso y de los demás; y al cabo vinieron a la Gomera.

Vieron salir gran fuego de la sierra de la isla de Tenerife, que es muy alta en gran manera. Hicieron la Pinta redonda, porque era latina ; tornó a la Gomera domingo a dos de septiembre con la Pinta adobada.

Dice el Almirante que juraban muchos hombres honrados españoles que en la Gomera estaban con doña Inés Peraza, madre de Guillén Peraza, que después fue el primer Conde de la Gomera, que eran vecinos de la isla de Hierro, que cada año veían tierra al Oeste de las Canarias, que es al Poniente; y otros de la Gomera afirmaban otro tanto con juramento.

Dice aquí el Almirante que se acuerda que estando en Portugal el año 1484 vino uno de la isla de Madera al Rey a le pedir una carabela para ir a esta tierra que veía, la cual juraba que cada año la veía y siempre de una manera. Y también dice que se acuerda que lo mismo decían en las islas de los Azores y todos éstos en una derrota y en una manera de señal y en una grandeza.

Tomada, pues, agua y leña y carnes y lo demás que tenían los hombres que dejó en la Gomera el Almirante cuando fue a la isla de Canaria a adobar la carabela Pinta, finalmente se hizo a la vela de la dicha isla de la Gomera con sus tres carabelas jueves a seis días de septiembre.

Jueves, 6 de septiembre

Partió aquel día por la mañana del puerto de la Gomera y tomó la vuelta para ir a su viaje. Y supo el Almirante de una carabela que venía de la isla del Hierro que andaban por allí tres carabelas de Portugal para lo tomar: debía ser la envidia que el Rey tenía por haberse ido a Castilla. Y anduvo todo aquel día y noche en calma, y a la mañana se halló entre la Gomera y Tenerife.

Viernes, 7 de septiembre

Todo el viernes y el sábado, hasta tres horas de noche, estuvo en calma.

Sábado, 8 de septiembre

Tres horas de noche sábado comenzó a ventear Nordeste, y tomó su vía y camino al Oeste.Tuvo mucha mar por proa. que le estorbaba el camino; y andaría aquel día nueve leguas con su noche.

Domingo, 9 de septiembre

Anduvo aquel día diecinueve leguas, y acordó contar menos de las que andaba, porque si el viaje fuese luengo no se espantase y desmayase la gente. En la noche anduvo ciento veinte millas; a diez millas por hora, que son treinta leguas. Los marineros gobernaban mal, decayendo sobre la cuarta del Nordeste, y aun a la media partida: sobre lo cual les riñó el Almirante muchas veces.

Lunes, 10 de septiembre

En aquel día con su noche anduvo sesenta leguas, a diez millas por hora 21, que son dos leguas y media; pero no contaba sino cuarenta y ocho leguas, porque no se asombrase la gente si el viaje fuese largo.

Martes, 11 de septiembre

Aquel día navegaron a su vía, que era el Oeste, y anduvieron veinte leguas y más, y vieron un gran trozo de mástil de nao, de ciento y veinte toneles, y no lo pudieron tomar. La noche anduvieron cerca de veinte leguas, y contó no más de dieciséis por la causa dicha.

Miércoles, 12 de septiembre

Aquel día, yendo su vía, anduvieron en noche y día treinta y tres leguas, contando menos por la dicha causa.

Jueves, 13 de septiembre

Aquel día con su noche, yendo a su vía, que era al Oeste, anduvieron treinta y tres leguas, y contaba tres o cuatro menos. Las corrientes le eran contrarias. En este día, al comienzo de la noche, las agujas noroesteaban, y a la mañana noroesteaban algún tanto.

Viernes, 14 de septiembre

Navegaron aquel día su camino al Oeste con su noche y anduvieron veinte leguas; contó alguna menos. Aquí dijeron los de la carabela Niña que había visto un garjao y un rabo de junco; y estas aves nunca se apartan de tierra, cuando más, veinticinco leguas.

Sábado, 15 de septiembre

Navegó aquel día con su noche veintisiete leguas su camino al Oeste y algunas más. Y en esta noche al principio de ella vieron caer del cielo un maravilloso ramo de fuego en la mar, lejos de ellos cuatro o cinco leguas

Domingo, 16 de septiembre

Navegó aquel día y la noche a su camino al Oeste. Andarían treinta y nueve leguas, pero no contó sino treinta y seis. Tuvo aquel día algunos nublados, lloviznó. Dice aquí el Almirante que hoy y siempre de allí adelante hallaron aires temperantísimos, que era placer grande el gusto de las mañanas, que no faltaba sino oír ruiseñores.

Dice él: «y era el tiempo como por abril en el Andalucía». Aquí comenzaron a ver muchas manadas de hierba muy verde que poco había, según le parecía, que se había desapegado de tierra, por lo cual todos juzgaban que estaban cerca de alguna isla; pero no de tierra firme, según el Almirante, que dice: «porque la tierra firme hago más adelante».

Lunes, 17 de septiembre

Navegó a su camino al Oeste, y andarían en día y noche cincuenta leguas y más. No asentó sino cuarenta y siete. Ayudábales la corriente. Vieron mucha hierba y muy a menudo, y era hierba de peñas, y venía la hierba de hacia Poniente. Juzgaban estar cerca de tierra.

Tomaron los pilotos el Norte marcándolo, y hallaron que las agujas noroesteaban una gran cuarta, y temían los marineros y estaban penados y no decían de qué. Conociólo el Almirante; mandó que tornasen a marcar el Norte en amaneciendo, y hallaron que estaban buenas las agujas. La causa fue porque la estrella que parece hace movimiento, y no las agujas.

En amaneciendo, aquel lunes, vieron muchas más hierbas y que parecían hierbas de ríos, en las cuales hallaron un cangrejo vivo, el cual guardó el Almirante. Y dice que aquellas fueron señales ciertas de tierra, porque no se hallan ochenta leguas de tierra. El agua de la mar hallaban menos salada desde que salieron de las Canarias; los aires siempre más suaves.

Iban muy alegres todos y los navíos quien más podía andar andaba por ver primero tierra. Vieron muchas toninas, y los de la Niña mataron una. Dice aquí el Almirante que aquellas señales eran del Poniente, «donde espero en aquel alto Dios, en cuyas manos están todas las victorias, que muy presto nos dará tierra».

En aquella mañana dice que vio un ave blanca que se llama rabo de junco que no suele dormir en la mar.

Martes, 18 de septiembre

Navegó aquel día con su noche, y andarían más de cincuenta y cinco leguas, pero no asentó sino cuarenta y ocho. Llevaba todos estos días mar muy bonanza, como en el río de Sevilla.

Este día Martín Alonso, con la Pinta, que era gran velera, no esperó, porque dijo al Almirante desde su carabela que había visto gran multitud de aves ir hacia el Poniente, y que aquella noche esperaba ver tierra y por eso andaba tanto. Apareció a la parte del Norte una gran cerrazón, que es señal de estar sobre la tierra.

Miércoles, 19 de septiembre

Navegó su camino, y entre día y noche andarían veinticinco leguas, porque tuvieron calma. Escribió veintidós. Este día a las diez horas, vino a la nao un alcatraz, y a la tarde vieron otro, que no suele apartarse veinte leguas de tierra. Vinieron unos llovizneros sin viento, lo que es señal cierta de tierra.

No quiso detenerse barloventeando el Almirante para averiguar si había tierra; más de que tuvo por cierto que a la banda del Norte y del Sur había algunas islas, como la verdad lo estaban, y él iba por medio de ellas. Porque su voluntad era de seguir adelante hasta las Indias, «y el tiempo es bueno, porque placiendo a Dios a la vuelta se vería todo»; éstas son sus palabras…

Aquí descubrieron sus puntos los pilotos: el de la Niña se hallaba de las Canarias a cuatrocientas cuarenta leguas; el de la Pinta, a cuatrocientas veinte; el de la donde iba el Almirante, a cuatrocientas justas.

Jueves, 20 de septiembre

Navegó este día al Oeste cuarta del Noroeste y a la media partida, porque se mudaron muchos vientos con la calma que había. Andarían hasta siete u ocho leguas. Vinieron a la nao dos alcatraces y después otro, que fue señal de estar cerca de tierra; y vieron mucha hierba, aunque el día pasado no habían visto de ella.

Tomaron un pájaro, con la mano, que era como un garjao; era pájaro de río y no de mar: los pies tenía como gaviota. Vinieron al navío, en amaneciendo, dos o tres pajaritos de tierra cantando, y después, antes del sol salido, desaparecieron.

Después vino un alcatraz: venía del Oesnoroeste; iba al Sudeste, que era señal que dejaba la tierra al Oesnoroeste, porque estas aves duermen en tierra y por la mañana van a la mar a buscar su vida, y no se alejan veinte leguas.

Viernes, 21 de septiembre

Aquel día fue todo lo más calma y después algún viento. Andarían entre día y noche, de ello a la vía y de ello no, hasta trece leguas. En amaneciendo, hallaron tanta hierba que parecía ser la mar cuajada de ella, y venía del Oeste. Vieron un alcatraz.

La mar muy llana como un río y los aires los mejores del mundo. Vieron una ballena, que es señal de que estaban cerca de tierra, porque siempre andan cerca

Sábado, 22 de septiembre

Navegó al Oesnoroeste más o menos, acostándose a una y otra parte. Andarían treinta leguas. No veían casi hierba. Vieron unas pardelas y otra ave.

Dice aquí el Almirante: «Mucho me fue necesario este viento contrario, porque mi gente andaban muy estimulados, que pensaban que no ventaban estos mares vientos para volver a España. Por un pedazo de día no hubo hierba; después, muy espesa.

Domingo, 23 de septiembre

Navegó al Noroeste y a las veces a la cuarta del Norte y a las veces a su camino, que era el Oeste; y andaría hasta veintidós leguas. Vieron una tórtola, y un alcatraz y otro pajarito de río y otras aves blancas. Las hierbas eran muchas, y hallaban cangrejos en ellas.

Y como la mar estuviese mansa y llana, murmuraba la gente diciendo: que pues por allí no había mar grande, que nunca ventaría para volver a España; pero después alzóse mucho la mar y sin viento, que los asombraba, por lo cual dice aquí el Almirante: «Así que muy necesario me fue la mar alta, que no pareció salvo el tiempo de los judíos cuando salieron de Egipto contra Moisén, que los sacaba de cautiverio.»

Lunes, 24 de septiembre

Navegó a su camino al Oeste día y noche, y andarían catorce leguas y media. Contó doce. Vino al navío un alcatraz y vieron muchas pardelas.

Martes, 25 de septiembre

Este día hubo mucha calma, y después ventó; y fueron su camino al Oeste hasta la noche. Iba hablando el Almirante con Martín Alonso Pinzón, capitán de la otra carabela Pinta, sobre una carta que le había enviado tres días hacía a la carabela, donde según parece tenía pintadas el Almirante ciertas islas por aquella mar.

Y decía Martín Alonso que estaban en aquella comarca, y decía el Almirante que así le parecía a él; pero puesto que no hubiesen dado con ellas, lo debían de haber causado las corrientes que siempre habían echado los navíos al Nordeste, y que no habían andado tanto como los pilotos decían.

Y, estando en esto, dijo el Almirante que le enviase la carta dicha. Y, enviada con alguna cuerda, comenzó el Almirante a cartear en ella con su piloto y marineros. Al sol puesto, subió el Martín Alonso en la popa de su navío, y con mucha alegría llamó al Almirante, pidiéndole albricias que veía tierra.

Y cuando se lo oyó decir con afirmación, el Almirante dice que se echó a dar gracias a Nuestro Señor de rodillas, y el Martín Alonso decía Gloria in excelsis Deo con su gente.

Lo mismo hizo la gente del Almirante; y los de la Niña subiéronse todos sobre el mástil y en la jarcia, y todos afirmaron que era tierra. Y al Almirante así pareció y que habría a ella veinticinco leguas. Estuvieron hasta la noche afirmando todos ser tierra.

Mandó el Almirante dejar su camino, que era el Oeste, y que fuesen todos al Sudoeste, adonde había parecido la tierra. Habrían andado aquel día al Oeste cuatro leguas y media, y en la noche al Sudoeste diecisiete leguas, que son veintiuna, puesto que decía a la gente trece leguas porque siempre fingía a la gente que hacía poco camino porque no les pareciese largo; por manera que escribió por dos caminos aquel viaje, el menor fue el fingido, y el mayor el verdadero. Anduvo la mar muy llana, por lo cual se echaron a nadar muchos marineros. Vieron muchos dorados y otros peces.

Miércoles, 26 de septiembre

Navegó a su camino al Oeste hasta después de medio día. De allí fueron al Sudoeste hasta conocer que lo que decían que había sido tierra no lo era, sino cielo. Anduvieron día y noche treinta y una leguas, y contó a la gente veinticuatro. La mar era como un río, los aires dulces y suavísimos.

Jueves, 27 de septiembre

Navegó a su vía al Oeste. Anduvo entre día y noche veinticuatro leguas; contó a la gente veinte leguas. Vinieron muchos dorados; mataron uno. Vieron un rabo de junco.

Viernes, 28 de septiembre

Navegó a su camino al Oeste, anduvieron día y noche con calma catorce leguas; contaron trece. Hallaron poca hierba; tomaron dos peces dorados, y en los otros navíos más.

Sábado, 29 de septiembre

Navegó a su camino al Oeste. Anduvieron veinticuatro leguas; contó a la gente veintiuna. Por calmas que tuvieron, anduvieron entre día y noche poco. Vieron un ave que se llamaba rabihorcado, que hace vomitar a los alcatraces lo que comen para comerlo ella, y no se mantiene de otra cosa.

Es ave de la mar, pero no posa en la mar ni se aparta de tierra veinte leguas. Hay de éstas muchas en las islas de Cabo Verde. Después vinieron dos alcatraces. Los aires eran muy dulces y sabrosos, que dice que no faltaba sino oir al ruiseñor, y la mar llana como un río. Parecieron después en tres veces tres alcatraces y un horcado. Vieron mucha hierba.

Domingo, 30 de septiembre

Navegó su camino al Oeste. Anduvo entre día y noche, por las calmas, catorce leguas; contó once. Vinieron al navío cuatro rabos de junco, que es gran señal de tierra, porque tantas aves de una naturaleza juntas es señal que no andan desmandadas ni perdidas. Viéronse cuatro alcatraces en dos veces. Hierba, mucha.

Nota: Que las estrellas que se llaman las Guardas, cuando anochece, están junto al brazo de la parte del Poniente, y cuando amanece están en la línea debajo del brazo al Nordeste, que parece que en toda la noche no andan salvo tres líneas, que son nueve horas, y esto cada noche: esto dice aquí el Almirante.

También en anocheciendo las agujas noroestean una cuarta, y en amaneciendo están con la estrella justo; por lo cual parece que la estrella hace movimiento como las otras estrellas, y las agujas piden siempre la verdad.

Lunes, 1 de octubre

Navegó su camino al Oeste. Anduvieron veinticinco leguas; contó a la gente veinte leguas. Tuvieron grande aguacero. El piloto del Almirante tenía hoy, en amaneciendo, que habían andado desde la isla de Hierro hasta aquí quinientas sesenta y ocho leguas al Oeste. La cuenta menor que el Almirante mostraba a la gente eran quinientas ochenta y cuatro leguas; pero la verdadera que el Almirante juzgaba y guardaba eran setecientas siete.

Martes, 2 de octubre

Navegó su camino al Oeste noche y día treinta y nueve leguas, contó a la gente obra de treinta leguas. La mar, llana y buena siempre. «A Dios muchas gracias sean dadas», dijo aquí el Almirante. Hierba venía del Este al Oeste, por el contrario de lo que solía: parecieron muchos peces; matóse uno. Vieron un ave blanca que parecía gaviota.

Miércoles, 3 de octubre

Navegó su vía ordinaria. Anduvieron cuarenta y siete leguas; contó a la gente cuarenta leguas. Aparecieron pardelas, hierba mucha, alguna muy vieja y otra muy fresca, y traía como fruta; y no vieron aves algunas. Creía el Almirante que le quedaban atrás las islas que traía pintadas en su carta.

Dice aquí el Almirante que no se quiso detener barloventeando la semana pasada y estos días que había tantas señales de tierra, aunque tenía noticia de ciertas islas en aquella comarca, por no se detener, pues su fin era pasar a las Indias; y si se detuviera, dice él, que no fuera buen seso.

Jueves, 4 de octubre

Navegó a su camino al Oeste. Anduvieron entre día y noche sesenta y tres leguas; contó a la gente cuarenta y seis leguas. Vinieron al navío más de cuarenta pardelas juntos y dos alcatraces, y al uno dio una pedrada un mozo de la carabela. Vino a la nao un rabihorcado y una blanca como gaviota.

Viernes, 5 de octubre

Navegó a su camino. Andarían once millas por hora. Por la noche y día andarían cincuenta y siete leguas, porque aflojó la noche algo el viento; contó a su gente cuarenta y cinco. La mar en bonanza y llana. «A Dios -dice- muchas gracias sean dadas.» El aire muy dulce y templado, hierba ninguna, aves pardelas muchas, peces golondrinas volaron en la nao muchos.

Sábado, 6 de octubre

Navegó su camino al Oeste o Güeste, que es lo mismo. Anduvieron cuarenta leguas entre día y noche; contó a la gente treinta y tres leguas. Esta noche dijo Martín Alonso que sería bien navegar a la cuarta del Oeste, a la parte del Sudoeste; y al Almirante pareció que no decía esto Martín Alonso por la isla de Cipango, y el Almirante veía que si la erraban que no pudieran tan presto tomar tierra y que era mejor una vez ir a la tierra firme y después a las islas.

Domingo, 7 de octubre

Navegó a su camino al Oeste; anduvieron doce millas por hora dos horas, y después ocho millas por hora; y andaría hasta una hora de sol veintitrés leguas. Contó a la gente dieciocho. En este día, al levantar el sol, la carabela Niña, que iba delante por ser velera, y andaban quien más podía por ver primero tierra, por gozar de la merced que los Reyes a quien primero la viese habían prometido, levantó una bandera en el topo del mástil y tiró una lombarda por señal que veían tierra, porque así lo había ordenado el Almirante. Tenía también ordenado que al salir del sol y al ponerse se juntasen todos los navíos con él, porque estos dos tiempos son más propios para que los humores den más lugar a ver más lejos. Como en la tarde no viesen tierra, la que pensaban los de la carabela Niña que habían visto, y porque pasaban gran multitud de aves de la parte del Norte al Sudoeste (por lo cual era de creer que se iban a dormir a tierra o huían quizá del invierno, que en las tierras de donde venían debía de querer venir, porque sabía el Almirante que las más de las islas que tienen los portugueses por las aves las descubrieron), por esto el Almirante acordó dejar el camino del Oeste y poner la proa hacia Oessudoeste, con determinación de andar dos días por aquella vía. Esto comenzó antes una hora del sol puesto. Andarían en toda la noche obra de cinco leguas, y veintitrés del día. Fueron por todas veintiocho leguas noche y día.

Lunes, 8 de octubre

Navegó al Oessudoeste y andarían entre día y noche once leguas y media o doce, y a ratos parece que anduvieron en la noche quince millas por hora, si no está mentirosa la letra. Tuvieron la mar como el río de Sevilla; gracias a Dios, dice el Almirante. Los aires muy dulces como en abril en Sevilla, que es placer estar a ellos: tan olorosos son. Pareció la hierba muy fresca; muchos pajaritos del campo, y tomaron uno que iba huyendo al Sudoeste, grajaos y ánades y un alcatraz.

Martes, 9 de octubre

Navegó al Sudoeste. Anduvo cinco leguas; mudóse el viento y corrió al Oeste cuarta al Noroeste, y anduvo cuatro leguas. Después con todas once leguas de día y a la noche veinte leguas y media. Contó a la gente diecisiete leguas. Toda la noche oyeron pasar pájaros.

Miércoles, 10 de octubre

Navegó al Oessudoeste. Anduvieron a diez millas por hora y a ratos doce y algún rato a siete, y entre día y noche cincuenta y nueve leguas. Contó a la gente cuarenta y cuatro leguas no más. Aquí la gente ya no lo podía sufrir: quejábase del largo viaje. Pero el Almirante los esforzó lo mejor que pudo, dándoles buena esperanza de los provechos que podrían haber. Y añadía que por demás era quejarse, pues que él había venido a las Indias, y que así lo había de proseguir hasta hallarlas con la ayuda de Nuestro Señor.

Jueves, 11 de octubre

Navegó al Oessudoeste. Tuvieron mucha mar y más que en todo el viaje habían tenido. Vieron pardelas y un junco verde junto a la nao. Vieron los de la carabela Pinta una caña y un palo y tomaron otro palillo labrado a lo que parecía con hierro, y un pedazo de caña y otra hierba que nace en tierra, y una tablilla. Los de la carabela Niña también vieron otras señales de tierra y un palillo cargado de escaramujos. Con estas señales respiraron y alegráronse todos. Anduvieron en este día, hasta puesto el sol, veintisiete leguas.

Después del sol puesto, navegó a su primer camino, al Oeste; andarían doce millas cada hora y hasta dos horas después de media noche andarían noventa millas, que son veintidós leguas y media. Y porque la carabela Pinta era más velera e iba delante del Almirante, halló tierra e hizo las señas que el Almirante había mandado. Esta tierra vio primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana; puesto que el Almirante, a las diez de la noche, estando en el castillo de popa, vio lumbre, aunque fue cosa tan cerrada que no quiso afirmar que fuese tierra; pero llamó a Pedro Gutiérrez, repostero de estrados del Rey, y díjole que parecía lumbre, que mirase él, y así lo hizo y viola; díjole también a Rodrigo Sánchez de Segovia, que el Rey y la Reina enviaban en el armada por veedor, el cual no vio nada porque no estaba en lugar do la pudiese ver. Después de que el Almirante lo dijo, se vio una vez o dos, y era como una candelilla de cera que se alzaba y levantaba, lo cual a pocos pareciera ser indicio de tierra. Pero el Almirante tuvo por cierto estar junto a la tierra.

Por lo cual, cuando dijeron la Salve, que la acostumbraban decir y cantar a su manera todos los marineros y se hallan todos, rogó y amonestólos el Almirante que hiciesen buena guarda al castillo de proa, y mirasen bien por la tierra, y que al que le dijese primero que veía tierra le daría luego un jubón de seda, sin las otras mercedes que los Reyes habían prometido, que eran diez mil maravedís de juro a quien primero la viese.

A las dos horas después de media noche pareció la tierra de la cual estarían dos leguas Amañaron todas las velas, y quedaron con el treo, que es la vela grande sin bonetas, y pusiéronse a la corda, temporizando hasta el día viernes, que llegaron a una islita de los Lucayos, que se llamaba en lengua de indios Guanahaní. Luego vinieron gente desnuda, y el Almirante salió a tierra en la barca armada, y Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez, su hermano, que era capitán de la Niña. Sacó el Almirante la bandera real y los capitanes con dos banderas de la Cruz Verde, que llevaba el Almirante en todos los navíos por seña, con una F y una Y: encima de cada letra su corona, una de un cabo de la cruz y otra de otro. Puestos en tierra vieron árboles muy verdes y aguas muchas y frutas de diversas maneras. El Almirante llamó a los dos capitanes y a los demás que saltaron en tierra, y a Rodrigo de Escobedo, escribano de toda el armada, y a Rodrigo Sánchez de Segovia, y dijo que le diesen por fe y testimonio cómo él por ante todos tomaba, como de hecho tomó, posesión de la dicha isla por el Rey y por la Reina sus señores, haciendo las protestaciones que se requerían, como más largo se contiene en los testimonios que allí se hicieron por escrito.

Luego se ajuntó allí mucha gente de la isla. Esto que se sigue son palabras formales del Almirante, en su libro de su primera navegación y descubrimiento de estas Indias. «Yo -dice él-, porque nos tuviesen mucha amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra Santa Fe con amor que no por fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con que hubieron mucho placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas de los navíos adonde nos estábamos, nadando, y nos traían papagayos e hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otras cosas que nos les dábamos, como cuentecillas de vidrio y cascabeles. En fin, todo tomaban y daban de aquello que tenían de buena voluntad. Mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y también las mujeres, aunque no vi más de una harto moza. Y todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vi de edad de más de treinta años: muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras: los cabellos gruesos casi como sedas de cola de caballo, y cortos: los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos detrás que traen largos, que jamás cortan. De ellos se pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios ni negros ni blancos, y de ellos se pintan de blanco, y de ellos de colorado, y de ellos de lo que hallan, y de ellos se pintan las caras, y de ellos todo el cuerpo, y de ellos solos los ojos, y de ellos sólo el nariz. Ellos no traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. No tienen algún hierro: sus azagayas son unas varas sin hierro, y algunas de ellas tienen al cabo un diente de pez, y otras de otras cosas. Ellos todos a una mano Son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vi algunos que tenían señales de heridas en sus cuerpos, y les hice señas qué era aquello, y ellos me mostraron cómo allí venían gente de otras islas que estaban cerca y les querían tomar y se defendían. Y yo creí y creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por cautivos. Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía, y creo que ligeramente se harían cristianos; que me pareció que ninguna secta tenían. Yo, placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi partida seis a Vuestras Altezas para que aprendan a hablar. Ninguna bestia de ninguna manera vi, salvo papagayos, en esta isla.» Todas son palabras del Almirante.

Sábado, 13 de octubre

« Luego que amaneció vinieron a la playa muchos de estos hombres, todos mancebos, como dicho tengo, y todos de buena estatura, gente muy hermosa: los cabellos no crespos, salvo corredios y gruesos, como sedas de caballo, y todos de la frente y cabeza muy ancha más que otra generación que hasta aquí haya visto, y los ojos muy hermosos y no pequeños, y ellos ninguno prieto, salvo de la color de los canarios, ni se debe esperar otra cosa, pues está Este Oeste con la isla de Hierro, en Canaria, bajo una línea. Las piernas muy derechas, todos a una mano, y no barriga, salvo muy bien hecha. Ellos vinieron a la nao con almadías, que son hechas del pie de un árbol, como un barco luengo, y todo de un pedazo, y labrado muy a maravilla, según la tierra, y grandes, en que en algunas venían cuarenta o cuarenta y cinco hombres, y otras más pequeñas, hasta haber de ellas en que venía un solo hombre. Remaban con una pala como de hornero, y anda a maravilla; y si se le trastorna, luego se echan todos a nadar y la enderezan y vacían con calabazas que traen ellos.

Traían ovillos de algodón hilado y papagayos y azagayas y otras cositas que sería tedio de escribir, y todo daban por cualquier cosa que se los diese. Y yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vi que algunos de ellos traían un pedazuelo colgado en un agujero que tienen a la nariz, y por señas pude entender que yendo al Sur o volviendo la isla por el Sur, que estaba allí un rey que tenía grandes vasos de ello, y tenía muy mucho. Trabajé que fuesen allá, y después vi que no entendían en la ida. Determiné de aguardar hasta mañana en la tarde y después partir para el Sudeste, que según muchos de ellos me enseñaron decían que había tierra al Sur y al Sudoeste y al Noroeste, y que éstas del Noroeste les venían a combatir muchas veces, y así ir al Sudoeste a buscar el oro y piedras preciosas. Esta isla es bien grande y muy llana y de árboles muy verdes y muchas aguas y una laguna en medio muy grande, sin ninguna montaña, y toda ella verde, que es placer de mirarla; y esta gente harto mansa, y por la gana de haber de nuestras cosas, y temiendo que no se les ha de dar sin que den algo y no lo tienen, toman lo que pueden y se echan luego a nadar; que hasta los pedazos de las escudillas y de las tazas de vidrio rotas rescataban hasta que vi dar dieciséis ovillos de algodón por tres ceotís de Portugal, que es una blanca de Castilla, y en ellos habría más de una arroba de algodón hilado. Esto defendiera y no dejara tomar a nadie, salvo que yo lo mandara tomar todo para Vuestras Altezas si hubiera en cantidad. Aquí nace en esta isla, mas por el poco tiempo no pude dar así del todo fe. Y también aquí nace el oro que traen colgado a la nariz; más, por no perder tiempo quiero ir a ver si puedo topar a la isla de Cipango. Ahora, como fue noche, todos se fueron a tierra con sus almadías.»

Domingo, 14 de octubre

«En amaneciendo mandé aderezar el batel de la nao y las barcas de las carabelas, y fui al luengo de la isla, en el camino del Nordeste, para ver la otra parte, que era de la otra parte, del Este que había, y también para ver las poblaciones, y vi luego dos o tres, y la gente que venían todos a la playa llamándonos y dando gracias a Dios. Los unos nos traían agua; otros, otras cosas de comer; otros, cuando veían que yo no curaba de ir a tierra, se echaban a la mar nadando y venían, y entendíamos que nos preguntaban si éramos venidos del cielo. Y vino uno viejo en el batel dentro, y otros a voces grandes llamaban todos, hombres y mujeres: «Venid a ver los hombres que vinieron del cielo; traedles de comer y de beber». Vinieron muchos y muchas mujeres, cada uno con algo, dando gracias a Dios, echándose al suelo, y levantaban las manos al cielo, y después nos llamaban que fuésemos a tierra. Mas yo temía de ver una grande restinga de piedras que cerca toda aquella isla alrededor, y entre medias queda hondo el puerto para cuantas naos hay en toda la Cristiandad, y la entrada de ello muy angosta.

Es verdad que dentro de esta cinta hay algunas bajas, mas la mar no se mueve más que dentro en un pozo. Y para ver todo esto me moví esta mañana, porque supiese dar de todo relación a Vuestras Altezas y también adónde pudiera hacer fortaleza, y vi un pedazo de tierra que se hace como isla, aunque no lo es, en que había seis casas, el cual se pudiera atajar en dos días por isla; aunque yo no veo necesario, porque esta gente es muy simplice en armas, como verán Vuestras Altezas de siete que yo hice tomar para les llevar y aprender nuestra habla y volverlos, salvo que Vuestras Altezas cuando mandaren puédenlos todos llevar a Castilla o tenerlos en la misma isla cautivos, porque con cincuenta hombres los tendrán todos sojuzgados y les harán hacer todo lo que quisieren. Y después junto con la dicha isleta están huertas de árboles las más hermosas que yo vi, y tan verdes y con sus hojas como las de Castilla en el mes de abril y de mayo, y mucha agua. Yo miré todo aquel puerto y después me volví a la nao y di a la vela, y vi tantas islas que yo no sabía determinarme a cuál iría primero. Y aquellos hombres que yo tenía tomado me decían por señas que eran tantas y tantas que no había número, y nombraron por su nombre más de ciento. Por ende yo miré por la más grande, y a aquélla determiné andar, y así hago, y será lejos de ésta de San Salvador cinco leguas; y las otras de ellas más, de ellas menos. Todas son muy llanas, sin montañas y muy fértiles y todas pobladas, y se hacen la guerra la una a la otra, aunque éstos son muy símplices y muy lindos cuerpos de hombres.»

Martes, 16 de octubre

«Partí de las islas de Santa Maria de la Concepción, que sería ya cerca del medio día, para la isla Fernandina, la cual muestra ser grandísima al Oeste, y navegué todo aquel día con calmeria. No pude llegar a tiempo de poder ver el fondo para surgir en limpio, porque es en esto mucho de haber gran diligencia por no perder las anclas; y así temporicé toda esta noche hasta el día que vine a una población, adonde yo surgí y donde había venido aquel hombre que yo hallé ayer en aquella almadía a medio golfo, el cual había dado tantas buenas nuevas de nos que toda esta noche no faltaron almadías a bordo de la nao, que nos traían agua y de lo que tenían. Yo a cada uno le mandaba dar algo, es a saber, algunas cuentecillas, diez o doce de ellas de vidrio en un hilo, y algunas sonajas de latón de éstas que valen en Castilla un maravedí cada una, y algunas agujetas, de que todo tenían en grandísima excelencia, y también los mandaba dar, para que comiesen cuando venían en la nao, y miel de azúcar. Y después, a horas de tercia, envié al batel de la nao en tierra por agua, y ellos de muy buena gana le enseñaban a mi gente adónde estaba el agua, y ellos mismos traían los barriles llenos al batel y se holgaban mucho de nos hacer placer. Esta isla es grandísima y tengo determinado de la rodear, porque, según puedo entender, en ella o cerca de ella hay mina de oro. Esta isla está desviada de la de Santa María ocho leguas casi Este Oeste; y este cabo adonde yo vine y toda esta costa se corre Noroeste y Sursudeste, y vi bien veinte leguas de ella, mas ahí no acababa. Ahora escribiendo esto, di la vela con el viento Sur para pujar a rodear toda la isla, y trabajar hasta que halle Samaot, que es la isla o ciudad adonde es el oro, que así lo dicen todos estos que aquí vienen en la nao, y nos lo decían los de la isla de San Salvador y de Santa María. Esta gente es semejante a aquellas de las dichas islas, y una habla y unas costumbres, salvo que éstos ya me parecen algún tanto más doméstica gente y de trato y más sutiles, porque veo que han traído algodón aquí a la nao y otras cositas, que saben mejor refetar el pagamento que no hacían los otros. Y aun en esta isla vi paños de algodón hechos como mantillos, y la gente más dispuesta, y las mujeres traen por delante su cuerpo una cosita de algodón que escasamente les cobija su natura. Ella es isla muy verde y llana y fertilísima, y no pongo duda de que todo el año siembran panizo y cogen, y así todas otras cosas. Y vi muchos árboles muy disformes de los nuestros, y de ellos muchos que tenían los ramos de muchas maneras y todo en un pie, y un ramito es de una manera y otro de otra, y tan disforme que es la mayor maravilla del mundo cuánta es la diversidad de una manera a la otra; verbigracia, un ramo tenía las hojas a manera de cañas y otro de la manera de lentisco, y así en un solo árbol de cinco o seis de estas maneras, y todos tan diversos; ni éstos son injertados, porque se pueda decir que el injerto lo hace, antes son por los montes, ni cura de ellos esta gente. No les conozco secta ninguna, y creo que muy presto se tornarían cristianos, porque ellos son de muy buen entender.

Aquí son los peces tan disformes de los nuestros que es maravilla. Hay algunos hechos como gallos, de las más finas colores del mundo, azules, amanlíos, colorados y de todas colores, y otros pintados de mil maneras; y las colores son tan finas que no hay hombre que no se maraville y no tome gran descanso a verlos. También hay ballenas. Bestias en tierra no vi ninguna de ninguna manera, salvo papagayos y lagartos. Un mozo me dijo que vio una grande culebra. Ovejas ni cabras ni otra ninguna bestia vi; aunque yo he estado aquí muy poco, que es medio día: mas si las hubiese no pudiera errar de ver alguna. El cerco de esta isla escribiré después que yo la hubiese rodeado.»

Miércoles, 17 de octubre

«A mediodía partí de la población adonde yo estaba surgido y adonde tomé agua para ir a rodear esta isla Fernandina, y el viento era Sudoeste y Sur, y como mi voluntad fuese de seguir esta costa de esta isla adonde yo estaba al Sudeste, porque así se corre toda Nornoroeste y Sursudeste y quería llevar el dicho camino de Sur y Sudeste, porque aquella parte todos estos indios que traigo y otro de quien hube señas en esta parte del Sur a la isla a que ellos llaman Samoet, adonde es el oro, y Martín Alonso Pinzón, capitán de la carabela Pinta, en la cual yo mandé a tres de estos indios, vino a mi y me dijo que uno de ellos muy certificadamente le había dado a entender que por la parte del Nornoroeste muy más presto arrodearía la isla. Yo vi que el viento no me ayudaba por el camino que yo quería llevar, y era bueno por el otro. Di la vela al Nornoroeste, y cuando fui cerca del cabo de la isla, a dos leguas, hallé un muy maravilloso puerto con una boca, aunque dos bocas se le puede decir, porque tiene un isleo en medio y son ambas muy angostas y dentro muy ancho para cien navíos, si fuera hondo y limpio y hondo a la entrada. Parecióme razón de lo ver bien y sondear, y así surgí fuera de él y fui en él con todas las barcas de los navíos y vimos que no había fondo. Y porque pensé cuando yo le vi que era boca de algún río, había mandado llevar barriles para tomar agua, y en tierra hallé unos ocho o diez hombres que luego vinieron a nos y nos mostraron ahí cerca la población, adonde yo envié la gente por agua, una parte con armas, otros con barriles, y así la tomaron; y porque era lejuelos me detuve por espacio de dos horas. En este tiempo anduve así por aquellos árboles, que era la cosa más hermosa de ver que otra se haya visto, viendo tanta verdura en tanto grado como en el mes de mayo en el Andalucía, y los árboles todos están tan disformes de los nuestros como el día de la noche; y así las frutas y así las hierbas y las piedras y todas las cosas. Verdad es que algunos árboles eran de la naturaleza de otros que hay en Castilla: por ende había muy gran diferencia, y los otros árboles de otras maneras eran tantos que no hay persona que lo pueda decir ni asemejar a otros en Castilla. La gente toda era una con los otros ya dichos, de las mismas condiciones, y así desnudos y de la misma estatura, y daban de lo que tenían por cualquier cosa que les diesen; y aquí vi que unos mozos de los navíos les trocaron azagayas por unos pedazuelos de escudillas rotas y de vidrio. Y los otros que fueron por el agua me dijeron cómo habían estado en sus casas y que eran de adentro muy barridas y limpias, y sus camas y paramentos de cosas que son como redes de algodón; ellas, las casas, son todas a manera de alfaneques y muy altas y buenas chimeneas; mas no vi entre muchas poblaciones que yo vi que ninguna pasase de doce hasta quince casas. Aquí hallaron que las mujeres casadas traían bragas de algodón, las mozas no, sino salvo algunas que eran ya de edad de dieciocho años. Y ahí había perros mastines y branchetes, y ahí hallaron uno que había al nariz un pedazo de oro que sería como la mitad de un castellano, en el cual vieron letras.

Reñí yo con ellos porque no se lo rescataron y dieron cuanto pedía, por ver qué era y cúya esta moneda era; y ellos me respondieron que nunca se lo osó rescatar. Después de tomada la agua volví a la nao, y di la vela y salí al Noroeste, tanto que yo descubrí toda aquella parte de la isla hasta la costa que se corre Este Oeste, y después todos estos indios tornaron a decir que esta isla era más pequeña que no la isla Samoet y que sería bien volver atrás por ser en ella más presto. El viento allí luego más calmo y comenzó a ventear Oesnoroeste, el cual era contrario para donde habíamos venido, y así tomé la vuelta y navegué toda esta noche pasada al Estesudeste, y cuándo al Este todo y cuándo al Sudeste; y esto para apartarme de la tierra, porque hacia muy gran cerrazón y el tiempo muy cargado; él era poco y no me dejó llegar a tierra a surgir. Así que esta noche llovió muy fuerte después de media noche hasta casi el día, y aún está nublado para llover, y nos, al cabo de la isla de la parte del Sudeste, adonde espero surgir hasta que aclarezca para ver las otras islas adonde tengo de ir. Y así todos estos días después que en estas Indias estoy ha llovido poco o mucho. Crean Vuestras Altezas que es esta tierra la mejor y más fértil y temperada y llana y buena que haya en el mundo.»

Jueves, 18 de octubre

«Después que aclareció seguí el viento, y fui en derredor de la isla cuanto pude, y surgí al tiempo que ya no era de navegar; mas no fui en tierra, y en amaneciendo di la vela.»

Viernes, 19 de octubre

«En amaneciendo levanté las anclas y envié la carabela Pinta al Este y Sudeste y la carabela Niña al Sursudeste, y yo con la nao fui al Sudeste, y dado orden que llevasen aquella vuelta hasta medio día, y después que ambas se mudasen las derrotas, y se recogieron para mí. Y luego, antes que andásemos tres horas, vimos una isla al Este sobre la cual descargamos, y llegamos a ella todos tres navíos antes de medio día a la punta del Norte, adonde hace un isleo y una restinga de piedra fuera de él al Norte y otro entre él y la isla grande; la cual nombraron estos hombres de San Salvador que yo traigo la isla Samoet, a la cual puse nombre de la Isabela. El viento era Norte, y quedaba el dicho isleo en derrota de la isla Fernandina, de adonde yo había partido Este Oeste; y se corría después la costa desde el isleo al Oeste y había en ella doce leguas hasta un cabo, al que yo llamé el Cabo Hermoso, que es de la parte del Oeste. Y así es hermoso, redondo y muy hondo, sin bajas fuera de él, y al comienzo de piedra y bajo y más adentro es playa de arena como casi la dicha costa es.

Y ahí surgí esta noche viernes hasta la mañana. Esta costa toda y la parte de la isla que yo vi es toda casi playa, y la isla más hermosa cosa que yo vi; que si las otras son muy hermosas, ésta es más. Es de muchos árboles y muy verdes y muy grandes, y esta tierra es más alta que las otras islas halladas, y en ella algún altillo, no que se le pueda llamar montaña, mas cosa que hermosea lo otro, y parece de muchas aguas allá al medio de la isla. De esta parte al Nordeste hace una gran angla, y hay muchos arboledos y muy espesos y muy grandes. Yo quise ir a surgir en ella para salir a tierra y ver tanta hermosura; mas era el fondo bajo y no podía surgir salvo largo de tierra, y el viento era muy bueno para venir a este cabo adonde yo surgí ahora, al cual puse nombre Cabo Hermoso, porque así lo es. Y así no surgí en aquella angla, y aun porque vi este cabo de allá tan verde y tan hermoso, así como todas las otras cosas y tierras de estas islas que yo no sé adónde me vaya primero ni me sé cansar los ojos de ver tan hermosas verduras y tan diversas de las nuestras. Y aun creo que hay en ella muchas hierbas y muchos árboles que valen mucho en España para tinturas y medicinas de especiería, mas yo no los conozco, de que llevo grande pena. Y llegando yo aquí a este cabo vino el olor tan bueno y suave de flores o árboles de la tierra, que era la cosa más dulce del mundo. De mañana, antes que yo de aquí vaya iré en tierra a ver qué es. Aquí en el cabo no es la población salvo allá más adentro, donde dicen otros hombres que yo traigo que está el rey que trae mucho oro; y yo de mañana quiero ir tanto avante que halle la población y vea o haya lengua con este rey que, según éstos dan las señas, él señorea todas estas islas comarcanas y va vestido y trae sobre sí mucho oro; aunque yo no doy mucha fe a sus decires, así por no los entender yo bien como en conocer que ellos son tan pobres de oro que cualquiera poco que este rey traiga les parece a ellos mucho. Este al que yo digo Cabo Hermoso creo que es la isla apartada de Samoeto, y aun hay ya otras entremedias pequeñas.

Yo no curo así de ver tanto por menudo 69, porque no lo podría hacer en cincuenta años, porque quiero ver y descubrir lo más que yo pudiere para volver a Vuestras Altezas, a Nuestro Señor aplaciendo, en abril. Verdad es que, hallando adonde haya oro o especiería en cantidad, me detendré hasta que yo haya de ello cuanto pudiere; y por esto no hago sino andar para ver de topar en ello.»

Sábado, 20 de octubre

«Hoy, el sol salido, levanté las anclas de donde yo estaba con la nao surgido en esta isla de Samoeto al cabo del Sudoeste, al que yo puse nombre el Cabo de la Laguna, y a la isla la Isabela, para navegar al Nordeste y al Este de la parte Sudeste y Sur, adonde entendí de estos hombres que yo traigo que era la población y el rey de ella. Y hallé todo tan bajo el fondo que no pude entrar ni navegar a ello, y vi que siguiendo el camino del Sudoeste era muy gran rodeo, y por esto determiné de me volver por el camino que yo había traído del Nornordeste de la parte del Oeste, y rodear esta isla para… el viento me fue tan escaso que yo nunca pude haber la tierra al longo de la costa, salvo en la noche. Y, porque es peligro surgir en estas islas, salvo en el día que se vea con el ojo adónde se echa el anda, porque es todo manchas, una de limpio y otra de non, yo me puse a temporejar a la vela toda esta noche del domingo. Las carabelas surgieron porque se hallaron en tierra temprano y pensaron que a sus señas, que eran costumbradas de hacer, iría a surgir; mas no quise.»

Domingo, 21 de octubre

«A las diez horas llegué aquí a este cabo del isleo y surgí, y asimismo las carabelas. Y después de haber comido fui en tierra, adonde aquí no había otra población que una casa, en la cual no hallé a nadie, que creo con temor se habían huido, porque en ella estaban todos sus aderezos de casa. Yo no les dejé tocar nada, salvo que me salí con estos capitanes y gente a ver la isla; que si las otras ya vistas son muy hermosas y verdes y fértiles, ésta es mucho más y de grandes arboledos y muy verdes. Aquí es unas grandes lagunas, y sobre ellas y a la rueda es el arboledo en maravilla, y aquí y en toda la isla son todos verdes y las hierbas como en abril en el Andalucía; y el cantar de los pajaritos que parece que el hombre nunca se querría partir de aquí, y las manadas de los papagayos que oscurecen el sol; y aves y pajaritos de tantas maneras y tan diversas de las nuestras que es maravilla; y después hay árboles de mil maneras y todos de su manera fruto, y todos huelen que es maravilla, que yo estoy el más apenado del mundo de no conocerlos, porque soy bien cierto que todos son cosa de valía, y de ellos traigo la muestra y asimismo de las hierbas. Andando así en cerco de una de estas lagunas vi una sierpe la cual matamos y traigo el cuero a Vuestras Altezas. Ella como nos vio se echó en la laguna y nos la seguimos dentro, porque no era muy honda, hasta que con lanzas la matamos. Es de siete palmos de largo; creo que de estas semejantes hay aquí en esta laguna muchas. Aquí conocí del liñáloe, y mañana he determinado de hacer traer a la nao diez quintales, porque me dicen que vale mucho. También andando en busca de muy buena agua fuimos a una población aquí cerca, adonde estoy surto media legua; y la gente de ella, como nos sintieron, dieron todos a huir y dejaron las casas y escondieron su ropa y lo que tenían por el monte. Yo no dejé tomar nada ni la valía de un alfiler. Después se llegaron a nos unos hombres de ellos, y uno se llegó a quien yo di unos cascabeles y unas cuentecillas de vidrio y quedó muy contento y muy alegre, y por que la amistad creciese más y los requiriese algo, le hice pedir agua, y ellos, después que fui en la nao, vinieron luego a la playa con sus calabazas llenas y holgaron mucho de dárnosla. Y yo les mandé dar otro ramalejo de cuentecillas de vidrio y dijeron que de mañana vendrían acá. Yo quería henchir aquí toda la vasija de los navíos de agua; por ende, si el tiempo me da lugar, luego me partiré a rodear esta isla hasta que yo haya lengua con este rey y ver si puedo haber de él oro que oigo que trae, y después partir para otra isla grande mucho, que creo que debe ser Cipango, según las señas que me dan estos indios que yo traigo, a la cual ellos llaman Colba, en la cual dicen que hay naos y mareantes muchos y muy grandes, y de esta isla otra que llaman Bofío que también dicen que es muy grande. Y a las otras que son entremedio veré así de pasada, y según yo hallare recaudo de oro o especiería determinaré lo que he de hacer. Más todavía, tengo determinado de ir a la tierra firme y a la ciudad de Quisay y dar las cartas de Vuestras Altezas al Gran Can y pedir respuesta y venir con ella.»

Lunes, 22 de octubre

«Toda esta noche y hoy estuve aquí aguardando si el rey de aquí u otras personas traerían oro u otra cosa de sustancia, y vinieron muchos de esta gente, semejantes a los otros de las otras islas, así desnudos y así pintados, de ellos de blanco, de ellos de colorado, de ellos de prieto y así de muchas maneras.Traían azagayas y algunos ovillos de algodón a rescatar, el cual trocaban aquí con algunos marineros por pedazos de vidrio, de tazas quebradas y por pedazos de escudillas de barro. Algunos de ellos traían algunos pedazos de oro colgados al nariz, el cual de buena gana daban por un cascabel de esos de pie de gavilano 76 y por cuentecillas de vidrio: mas es tan poco, que no es nada: que es verdad que cualquiera poca cosa que se les dé. Ellos también tenían a gran maravilla nuestra venida, y creían que éramos venidos del cielo. Tomamos agua para los navíos en una laguna que aquí está cerca del cabo del Isleo, que así nombré; y en la dicha laguna Martín Alonso Pinzón, capitán de la Pinta, mató otra sierpe tal como la otra de ayer de siete palmos, e hice tomar aquí del liñábe cuanto se halló.»

Martes, 23 de octubre

«Quisiera hoy partir para la isla de Cuba, que creo que debe ser Cipango, según las señas que dan esta gente de la grandeza de ella y riqueza, y no me detendré más aquí ni…esta isla alrededor para ir a la población, como tenía determinado, para haber lengua con este rey o señor, que es por no me detener mucho, pues veo que aquí no hay mina de oro; y al rodear de estas islas ha menester muchas maneras de viento, y no vienta así como los hombres querrían. Y pues es de andar donde haya trato grande, digo que no es razón de se detener, salvo ir a camino y calar mucha tierra hasta topar en tierra muy provechosa, aunque mi entender es que ésta sea muy provechosa de especiería, mas que yo no la conozco que llevo la mayor pena del mundo, que veo mil maneras de árboles que tienen cada uno su manera de fruta y verde ahora como en España en el mes de mayo y junio y mil maneras de hierbas, eso mismo con flores, y de todo no se conoció salvo este liñáloe de que hoy mandé también traer a la nao mucho para llevar a Vuestras Altezas. Y no he dado ni doy la vela para Cuba porque no hay viento, salvo calma muerta, y llueve mucho. Y llovió ayer mucho sin hacer ningún frío; antes el día hace calor y las noches temperadas como en mayo en España en el Andalucía.»

Miércoles, 24 de octubre

«Esta noche a media noche levanté las anclas de la isla Isabela del cabo del Isleo, que es de la parte del Norte, adonde yo estaba posado para ir a la isla de Cuba, adonde oí de esta gente que era muy grande y de gran trato y había en ella oro y especierías y naos grandes y mercaderes, y me mostró que al Oessudoeste iría a ella; y yo así lo tengo, porque creo que si es así, como por señas que me hicieron todos los indios de estas islas y aquellos que llevo yo en los navíos, porque por lengua no los entiendo, es la isla de Cipango, de que se cuentan cosas maravillosas, y en las esferas que yo vi y en las pinturas de mapamundos es ella en esta comarca. Y así navegué hasta el día al Oessudoeste, y amaneciendo calmó el viento y llovió, y así casi toda la noche. Y estuve así con poco viento hasta que pasaba de medio día y entonces tomó a ventear muy amoroso, y llevaba todas mis velas de la nao: maestra y dos bonetas y trinquete y cebadera y mesana y vela de gabia, y el batel por popa. Así anduve el camino hasta que anocheció; y entonces me quedaba el Cabo Verde de la isla Fernandina, el cual es de la parte del Sur a la parte de Oeste. Me quedaba al Noroeste, y hacía de mí a él siete leguas. Y porque ventaba ya recio y no sabía yo cuánto camino hubiese hasta la dicha isla de Cuba, y por no la ir a demandar de noche, porque todas estas islas son muy hondas a no hallar fondo todo en derredor salvo a tiro de dos lombardas, y esto es todo manchado un pedazo de roquedo y otro de arena, y por esto no se puede seguramente surgir salvo a vista de ojo, y por tanto acordé de amainar las velas todas, salvo el trinquete, y andar con él; y de a un rato crecía mucho el viento y hacía mucho camino de que dudaba, y era muy gran cerrazón y llovía. Mandé amainar el trinquete y no anduvimos esta noche dos leguas, etc.»

Jueves, 25 de octubre

Navegó después del sol salido al Oessudoeste hasta las nueve horas. Andarían cinco leguas. Después mudó el camino al Oeste. Andaban ocho millas por hora hasta la una después de mediodía, y de allí hasta las tres y andarían cuarenta y cuatro millas. Entonces vieron tierra, y eran siete u ocho islas, en luengo todas de Norte a Sur; distaban de ellas cinco leguas, etcétera.

Viernes, 26 de octubre

Estuvo de las dichas islas de la parte del Sur. Era todo bajo cinco o seis leguas; surgió por allí. Dijeron los indios que llevaba que había de ellas a Cuba andadura de día y medio con sus almadías, que son navetas de un madero adonde no llevan vela. Estas son las canoas. Partió de allí para Cuba, porque por las señas que los indios le daban de la grandeza y del oro y perlas de ella, pensaba que era ella, conviene a saber: Cipango.

Sábado, 27 de octubre

Levantó las anclas salido el sol, de aquellas islas, que llamó las islas de Arena por el poco fondo que tenían de la parte del Sur hasta seis leguas. Anduvo ocho millas por hora hasta la una del día al Sursudoeste, y habrían andado cuarenta millas, y hasta la noche andarían veintiocho millas al mismo camino; y antes de noche vieron tierra. Estuvieron la noche al reparo con mucha lluvia que llovió. Anduvieron el sábado hasta el poner del sol diecisiete leguas al Sursudoeste.

Domingo, 28 de octubre

Fue de allí en demanda de la isla de Cuba al Sursudoeste, a la tierra de ella más cercana, y entró en un río muy hermoso y muy sin peligro de bajas ni otros inconvenientes; y toda la costa que anduvo por allí era muy hondo y muy limpio hasta tierra: tenía la boca del río doce brazas, y es bien ancha para barloventear. Surgió dentro, dice que a tiro de lombarda. Dice el Almirante que nunca tan hermosa cosa vio, lleno de árboles, todo cercado el río, hermosos y verdes y diversos de los nuestros, con flores y con su fruto, cada uno de su manera. Aves muchas y pajaritos que cantaban muy dulcemente; había gran cantidad de palmas de otra manera que las de Guinea y de las nuestras, de una estatura mediana y los pies sin aquella camisa y las hojas muy grandes, con las cuales cobijan las casas; la tierra muy llana. Saltó el Almirante en la barca y fue a tierra, y llegó a dos casas que creyó ser de pescadores y que con temor se huyeron, en una de las cuales halló un perro que nunca ladró; y en ambas casas halló redes de hilo de palma y cordeles y anzuelo de cuerno y fisgas de hueso y otros aparejos de pescar y muchos fuegos dentro, y creyó que en cada una casa se juntan muchas personas. Mandó que no se tocase en cosa de todo ello, y así se hizo. La hierba era grande como en el Andalucía por abril y mayo. Halló verdolagas muchas y bledos. Tornóse a la barca y anduvo por el río arriba un buen rato, y dice que era gran placer ver aquellas verduras y arboledas, y de las aves que no podía dejarlas para se volver. Dice que es aquella isla la más hermosa que ojos hayan visto, llena de muy buenos puertos y ríos hondos, y la mar que parecía que nunca se debía de alzar porque la hierba de la playa llegaba hasta casi el agua, la cual no suele llegar donde la mar es brava. Hasta entonces no había experimentado en todas aquellas islas que la mar fuese brava. La isla dice que es llena de montañas muy hermosas, aunque no son muy grandes en longura, salvo altas, y toda la otra tierra es alta de la manera de Sicilia; llena es de muchas aguas, según pudo entender de los indios que consigo lleva, que tomó en la isla de Guanahaní, los cuales le dicen por señas que hay diez ríos grandes y que con sus canoas no la pueden cercar en veinte días. Cuando iba a tierra con los navíos salieron dos almadías o canoas, y como vieron que los marineros entraban en la barca y remaban para ir a ver el fondo del río para saber dónde habían de surgir, huyeron las canoas. Decían los indios que en aquella isla había minas de oro y perlas, y vio el Almirante lugar apto para ellas y almejas, que es señal de ellas, y entendía el Almirante que allí venían naos del Gran Can, y grandes, y que de allí a tierra firme había jornada de diez días Llamó el Almirante aquel río y puerto de San Salvador.

Lunes, 29 de octubre

Alzó las anclas de aquel puerto y navegó al Poniente para ir dice que a la ciudad donde le parecía que le decían los indios que estaba aquel rey. Una punta de la isla le salía a noroeste seis leguas. Andada otra legua vio un río no de tan grande entrada, al cual puso nombre de río de la Luna; anduvo hasta hora de vísperas. Vio otro río más grande que los otros, y así se lo dijeron por señas los indios, y cerca de él vio buenas poblaciones de casas: llamó al río el río de Mares. Envió dos barcas a una población por haber lengua, y a una de ellas un indio de los que traía, porque ya los entendían algo y mostraban estar contentos con los cristianos, de los cuales todos los hombres y mujeres y criaturas huyeron, desamparando las casas con todo lo que tenían; y mandó el Almirante que no se tocase en cosa. Las casas dice que eran ya más hermosas que las que había visto, y creía que cuanto más se allegase a la tierra firme serían mejores. Eran hechas a manera de alfanaques, muy grandes, y parecían tiendas en real, sin concierto de calles, sino una acá y otra acullá y dentro muy barridas y limpias y sus aderezos muy compuestos. Todas son de ramas de palma muy hermosas. Hallaron muchas estatuas en figura de mujeres y muchas cabezas en manera de caratona muy bien labradas. No sé si esto tienen por hermosura o adoran en ellas. Había perros que jamás ladraron; había avecitas salvajes mansas por sus casas; había maravillosos aderezos de redes y anzuelos y artificios de pescar. No le tocaron en cosa de ello. Creyó que todos los de la costa debían de ser pescadores que llevan el pescado la tierra dentro, porque aquella isla es muy grande y tan hermosa que no se hartaba de decir bien de ella. Dice que halló árboles y frutas de muy maravilloso sabor; y dice que debe haber vacas en ella y otros ganados, porque vio cabezas en hueso que le parecieron de vaca. Aves y pajaritos y el cantar de los grillos en toda la noche con que se holgaban todos: los aires sabrosos y dulces de toda la noche, ni frío ni caliente. Mas por el camino de las otras islas a aquélla dice que hacía gran calor y allí no, salvo templado como en mayo; atribuye el calor de las otras islas por ser muy llanas y por el viento que traían hasta allí ser Levante y por eso cálido. El agua de aquellos ríos era salada a la boca: no supieron de dónde bebían los indios, aunque tenían en sus casas agua dulce. En este río podían los navíos voltejar para entrar y para salir, y tiene muy buenas señas o marcas: tiene siete u ocho brazas de fondo a la boca y dentro cinco. Toda aquella mar dice que le parece que debe ser siempre mansa como el río de Sevilla y el agua aparejada para criar perlas. Halló caracoles grandes, sin sabor, no como los de España. Señala la disposición del río y del puerto que arriba dijo y nombró San Salvador, que tiene sus montañas hermosas y altas como la Peña de los Enamorados, y una de ellas tiene encima otro montecillo a manera de una hermosa mezquita. Este otro río y puerto en que ahora estaba tiene de la parte del Sudeste dos montañas así redondas y de la parte del Oesnoroeste un hermoso cabo llano que sale fuera.

Martes, 30 de octubre

Salió del río de Mares al Noroeste, y vio un cabo lleno de palmas y púsole Cabo de Palmas, después de haber andado quince leguas. Los indios que iban en la carabela Pinta dijeron que detrás de aquel cabo había un río y del río a Cuba había cuatro jornadas; y dijo el capitán de la Pinta que entendía que esta Cuba era ciudad y que aquella tierra era tierra firme muy grande que va mucho al Norte, y que el rey de aquella tierra tenía guerra con el Gran Can, al cual ellos llamaban Cami, y a su tierra o ciudad Faba, y otros muchos nombres. Determinó el Almirante de llegar a aquel río y enviar un presente al rey de la tierra y enviarle la carta de los reyes, y para ella tenía una marinero que había andado en Guinea en lo mismo, y ciertos indios de Guanahaní que querían ir con él, con que después los tornasen a su tierra. Al parecer del Almirante, distaba de la línea equinoccial cuarenta y dos grados hacia la banda del Norte no está corrupta la letra de donde trasladé esto, y dice que había de trabajar de ir al Gran Can, que pensaba que estaba allí, o en la ciudad de Catay, que es del Gran Can, que dice que es muy grande, según le fue dicho antes que partiese de España. Toda aquesta tierra dice ser baja y hermosa y honda la mar.

Miércoles, 31 de octubre

Toda la noche martes anduvo barloventeando, y vio un río donde no pudo entrar por ser baja la entrada; y pensaron los indios que pudieran entrar los navíos como entraban sus canoas. Y, navegando adelante, halló un cabo que salía muy fuera y cercado de bajos, y vio una concha o bahía donde podían estar navíos pequeños, y no lo pudo encabalgar porque el viento se había tirado del todo al Norte y toda la costa se corría al Nornoroeste y Sudeste, y otro cabo que vio adelante le salía más afuera. Por esto y porque el cielo mostraba de ventar recio se hubo de tornar al río de Mares.

Jueves, 1 de noviembre

En saliendo el sol envió el Almirante las barcas a tierra a las casas que allí estaban, y hallaron que era toda la gente huida, y desde a buen rato pareció un hombre y mandó el Almirante que lo dejasen asegurar, y volvieron las barcas. Y después de comer tomó a enviar a tierra uno de los indios que llevaba, el cual desde lejos le dio voces diciendo que no hubiesen miedo porque era buena gente y no hacían mal a nadie, ni eran del Gran Can, antes daban de lo suyo en muchas islas que habían estado; y echóse a nadar el indio y fue a tierra, y dos de los de allí lo tomaron de brazos y lleváronlo a una casa donde se informaron de él. Y como fueron ciertos que no se les había de hacer mal, se aseguraron y vinieron luego a los navíos más de dieciséis almadías o canoas con algodón hilado y otras cosillas suyas, de las cuales mandó el Almirante que no se tomase nada, porque supiesen que no buscaba el Almirante salvo oro, al que ellos llamaban nucay. Y así en todo el día anduvieron y vinieron de tierra a los navíos, y fueron de los cristianos a tierra muy seguramente.

El Almirante no vio a alguno de ellos oro, pero dice el Almirante que vio a uno de ellos un pedazo de plata labrado colgado a la nariz, que tuvo por señal que en la tierra había plata. Dijeron por señas que antes de tres días vendrían muchos mercaderes de la tierra dentro a comprar de las cosas que allí llevan los cristianos y darían nuevas del rey de aquella tierra, el cual, según se pudo entender por las señas que daban, que estaba de allí cuatro jornadas, porque ellos habían enviado muchos por toda la tierra a le hacer saber del Almirante. «Esta gente -dice el Almirante- es de la misma calidad y costumbre de los otros hallados, sin ninguna secta que yo conozca, que hasta hoy aquestos que traigo no he visto hacer ninguno oración, antes dicen la Salve y el Ave María, con las manos al cielo como le muestran, y hacen la señal de la cruz. Toda la lengua también es una y todos amigos, y creo que sean todas estas islas y que tengan guerra con el Gran Can, a que ellos llaman Cavila y a la provincia Bafan. Y así andan también desnudos como los otros.» Esto dice el Almirante. El río dice que es muy hondo, y en la boca pueden llegar los navíos con el bordo hasta tierra; no llega el agua dulce a la boca con una legua, y es muy dulce. «Y es cierto -dice el Almirante- que ésta es la tierra firme y que estoy -dice él- ante Zaitón y Quinsay cien leguas poco más o poco menos lejos de lo uno y de lo otro, y bien se muestra por la mar que viene de otra suerte que hasta aquí no ha venido, y ayer que iba al Noroeste hallé que hacía frío.»

Viernes, 2 de noviembre

Acordó el Almirante enviar dos hombres españoles: el uno se llamaba Rodrigo de Jerez, que vivía en Ayamonte, y el otro era un Luis de Torres, que había vivido con el Adelantado de Murcia y había sido judío, y sabía dice que hebraico y caldeo y aun algo arábigo; y con éstos envió dos indios, uno de los que consigo traía de Guanahaní y el otro de aquellas casas que en el río estaban poblados. Dióles sartas de cuentas para comprar de comer si los faltase y seis días de término para que volviesen. Dióles muestras de especiería para ver si alguna de ellas topasen. Dióles instrucción de cómo habían de preguntar por el rey de aquella tierra y lo que le habían de hablar de parte de los Reyes de Castilla, cómo enviaban al Almirante para que les diese de su parte sus cartas y un presente y para saber de su estado y cobrar amistad con él y favorecerle en lo que hubiese de ellos menester, etc., y que supiesen de ciertas provincias y puertos y ríos de que el Almirante tenía noticia y cuánto distaban de allí, etc. Aquí tomó el Almirante el altura con un cuadrante esta noche, y halló que estaba 42 grados de la línea equinoccial, y dice que por su cuenta halló que había andado desde la isla de Hierro mil y ciento y cuarenta y dos leguas, y todavía afirma que aquella es tierra firme.

Sábado, 3 de noviembre

En la mañana entró en la barca el Almirante, y porque hace el río en la boca un gran lago, el cual hace un singularísimo puerto muy hondo y limpio de piedras, muy buena playa para poner navíos a monte y mucha leña, entró por el río arriba hasta llegar al agua dulce, que sería cerca de dos leguas, y subió en un montecillo por descubrir algo de la tierra, y no pudo ver nada por las grandes arboledas, las cuales eran muy frescas, odoríferas, por lo cual dicen no tener duda que no haya hierbas aromáticas. Dice que todo era tan hermoso lo que veía, que no podía cansar los ojos de ver tanta lindeza y los cantos de las aves y pajaritos. Vinieron en aquel día muchas almadías o canoas a los navíos a rescatar cosas de algodón hilado y redes en que dormían, que son hamacas.

Domingo, 4 de noviembre

Luego, en amaneciendo, entró el Almirante en la barca, y salió a tierra a cazar de las aves que el día antes había visto. Después de vuelto, vino a él Martín Alonso Pinzón con dos

pedazos de canela, y dijo que un portugués que tenía en su navío había visto a un indio que traía dos manojos de ella muy grandes, pero que no se la osó rescatar por la pena que el Almirante tenía puesta que nadie rescatase. Decía más: que aquel indio traía unas cosas bermejas como nueces. El contramaestre de la Pinta dijo que había hallado árboles de canela. Fue el Almirante luego allá y halló que no eran. Mostró el Almirante a unos indios de allí canela y pimienta -parece que de la que llevaba de Castilla para muestra- y conociéronla, dice que, y dijeron por señas que cerca de allí había mucho de aquello al camino del Sudeste. Mostróles oro y perlas, y respondieron ciertos viejos que en un lugar que llamaron Bohío había infinito y que lo traían al cuello y a las orejas y a los brazos y a las piernas, y también perlas. Entendió más: que decían que había naos grandes y mercaderías, y todo esto era al Sudeste. Entendió también que lejos de allí había hombres de un ojo y otros con hocicos de perros que comían los hombres y que en tomando uno lo degollaban y le bebían su sangre y le cortaban su natura. Determinó de volver a la nao el Almirante a esperar los dos hombres que había enviado para determinar de partirse a buscar aquellas tierras, si no trajesen aquéllos alguna buena nueva de lo que deseaban. Dice más el Almirante: «Esta gente es muy mansa y muy temerosa, desnuda como dicho tengo, sin armas y sin ley. Estas tierras son muy fértiles: ellos las tienen llenas de mames, que son como zanahorias, que tienen sabor de castañas, y tienen faxones y habas muy diversas de las nuestras y mucho algodón, el cual no siembran, y nacen por los montes árboles grandes, y creo que en todo tiempo lo hay para coger, porque vi los cogujos abiertos y otros que se abrían y flores todo en un árbol, y otras mil maneras de frutas que me no es posible escribir; y todo debe ser cosa provechosa.» Todo esto dice el Almirante.

Lunes, 5 de noviembre

En amaneciendo mandó poner la nao a monte y los otros navíos, pero no todos juntos, sino que quedasen siempre dos en el lugar donde estaban, por la seguridad, aunque dice que aquella gente era muy segura y sin temor se pudieran poner todos los navíos juntos en monte. Estando así vino el contramaestre de la Niña a pedir albricias al Almirante porque había hallado almáciga, mas no traía la muestra porque se le había caído. Prometióselas el Almirante y envió a Rodrigo Sánchez y a Maestre Diego a los árboles y trajeron un poco de ella, la cual guardó para llevar a los Reyes y también del árbol; y dice que se conoció que era almáciga, aunque se ha de coger a sus tiempos, y que había en aquella comarca para sacar mil quintales cada año. Halló dice que allí mucho de aquel palo que le pareció liñáloe. Dice más, que aquel puerto de Mares es de los mejores del mundo y mejores aires y más mansa gente, y porque tiene un cabo de peña altillo se puede hacer una fortaleza, para que si aquello saliese rico y cosa grande estarían allí los mercaderes seguros de cualquiera otras nacienes.

Y dice: «Nuestro Señor, en cuyas manos están todas las victorias, aderezca todo lo que fuere a su servicio.» Dice que dijo un indio por señas que el almáciga era buena para cuando les dolía el estómago.

Martes, 6 de noviembre

Ayer en la noche, dice el Almirante, vinieron los dos hombres que había enviado a ver a la tierra dentro, y le dijeron cómo habían andado doce leguas que había hasta una población de cincuenta casas, donde dice que había mil vecinos, porque viven muchos en una casa. Estas casas son de manera de alfaneques grandísimos. Dijeron que los habían recibido con gran solemnidad, según su costumbre, y todos, así hombres como mujeres, los venían a ver, y aposentáronlos en las mejores casas; los cuales los tocaban y les besaban las manos y los pies, maravillándose y creyendo que venían del cielo, y así se lo daban a entender. Dábanles de comer de lo que tenían. Dijeron que en llegando los llevaron de brazos los más honrados del pueblo a la casa principal, y diéronles dos sillas en que se asentaron, y ellos todos se asentaron en el suelo en derredor de ellos. El indio que con ellos iba les notificó la manera de vivir de los cristianos y cómo eran buena gente. Después, saliéronse los hombres y entraron las mujeres, y sentáronse de la misma manera en derredor de ellos, besándoles las manos y los pies, atentándolos si eran de carne y de hueso como ellos. Rogábanles que se estuviesen allí con ellos al menos por cinco días. Mostraron la canela y pimienta y otras especias que el Almirante les había dado, y dijéronles por señas que mucha de ella había cerca de allí al Sudeste; pero que en allí no sabían si la había. Visto cómo no tenían recaudo de ciudades, se volvieron, y que si quisieran dar lugar a los que con ellos se querían venir, que más de quinientos hombres y mujeres vinieran con ellos, porque pensaban que se volvían al cielo. Vino empero, con ellos, un principal del pueblo y un su hijo y un hombre suyo. Habló con ellos el Almirante, hízoles mucha honra, señaló muchas tierras e islas que había en aquellas partes, pensó de traerlos a los Reyes, y dice que no supo qué se le antojó; parece que de miedo, y de noche oscuro quisose ir a tierra. Y el Almirante dice que porque tenía la nao en seco en tierra, no le queriendo enojar, le dejó ir, diciendo que en amaneciendo tornaría; el cual nunca tomó.

Hallaron los dos cristianos por el camino mucha gente que atravesaba a sus pueblos, mujeres y hombres, con un tizón en la mano, hierbas para tomar sus sahumerios que acostumbra. No hallaron población por el camino de más de cinco casas, y todas les hacían el mismo acatamiento. Vieron muchas maneras de árboles e hierbas y flores odoríferas. Vieron aves de muchas maneras diversas de las de España, salvo perdices y ruiseñores que cantaban y ánsares, y de esto hay allí harto; bestias de cuatro pies no vieron, salvo perros que no ladraban La tierra muy fértil y muy labrada de aquellos mames y faxoes y habas muy diversas de las nuestras; eso mismo panizo y mucha cantidad de algodón cogido e hilado y obrado, y que en una sola casa habían visto más de quinientas arrobas y que se pudiera haber allí cada año cuatro mil quintales. Dice el Almirante que le parecía que no lo sembraban y que da fruto todo el año: es muy fino, tiene el capullo muy grande. Todo lo que aquella gente tenía dice que daba por muy vil precio, y que una gran espuerta de algodón daba por cabo de agujeta u otra cosa que se le dé. Son gente, dice el Almirante, muy sin mal ni guerra: desnudos todos, hombres y mujeres, como su madre los parió. Verdad es que las mujeres traen una cosa de algodón solamente tan grande que les cobija su natura y no más, y son ellas de muy buen acatamiento, ni muy negras, salvo menos que canarias. «Tengo por dicho, serenísimos Príncipes -dice el Almirante- que sabiendo la lengua dispuesta suya personas devotas religiosas, que luego todos se tornarían cristianos; y así espero en Nuestro Señor que Vuestras Altezas se determinarán a ello con mucha diligencia para tornar a la Iglesia tan grandes pueblos, y los convertirán, así como han destruido aquellos que no quisieron confesar el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo; y después de sus días, que todos somos mortales, dejarán sus reinos en muy tranquilo estado y limpios de herejía y maldad, y serán bien recibidos delante del Eterno Criador, al cual plega de les dar larga vida y acrecentamiento grande de mayores reinos y señoríos y voluntad y disposición para acrecentar la santa religión cristiana, así como hasta aquí tienen hecho, amén. Hoy tiré la nao de monte y me despacho para partir el jueves en nombre de Dios e ir al Sudeste a buscar del oro y especierías y descubrir tierra.» Estas todas son palabras del Almirante, el cual pensó partir el jueves; pero porque le hizo el viento contrario no pudo partir hasta doce días de noviembre.

Lunes, 12 de noviembre

Partió del puerto y río de Mares al rendir del cuarto de alba para ir a una isla que mucho afirmaban los indios que traía, que se llamaba Babeque, adonde, según dicen por señas, que la gente de ella coge el oro con candelas de noche en la playa, y después con martillo dice que hacían vergas de ello, y para ir a ella era menester poner la proa al Este cuarta del Sudeste. Después de haber andado ocho leguas por la costa delante, halló un río que parecía muy caudaloso y mayor que ninguno de los otros que había hallado. No se quiso detener ni entrar en algunos de ellos por dos respectos: el uno y principal porque el tiempo y viento era bueno para ir en demanda de la dicha isla de Babeque; el otro, porque si en él hubiera alguna populosa o famosa ciudad cerca de la mar se pareciera, y para ir por el río arriba era menester navíos pequeños, lo que no eran los que llevaban; y así se perdiera también mucho tiempo, y los semejantes ríos son cosa para descubrirse por sí. Toda aquella costa era poblada mayormente cerca del río, a quien puso por nombre el río del Sol. Dijo que el domingo antes, 11 de noviembre, le había parecido que fuera bien tomar algunas personas de las de aquel río para llevar a los Reyes porque aprendieran nuestra lengua, para saber lo que hay en la tierra y porque volviendo sean lenguas de los cristianos y tomen nuestras costumbres y las cosas de la Fe, «porque yo vi y conozco -dice el Almirante- que esta gente no tiene secta ninguna ni son idólatras, salvo muy mansos y sin saber qué sea mal ni matar a otros ni prender, y sin armas y tan temerosos que a una persona de los nuestros huyen ciento de ellos, aunque burlen con ellos, y crédulos y conocedores que hay Dios en el cielo, y firmes que nosotros habemos venido del cielo, y muy presto a cualquiera oración que nos les digamos que digan y hacen el señal de la cruz. Así que deben Vuestras Altezas determinarse a los hacer cristianos, que creo que si comienzan, en poco tiempo acabarán de los haber convertido a nuestra Santa Fe multidumbre de pueblos, y cobrando grandes señoríos y riqueza y todos sus pueblos de la España, porque sin duda es en estas tierras grandísimas sumas de oro, que no sin causa dicen estos indios que yo traigo, que hay en estas islas lugares adonde cavan el oro y lo traen al pescuezo, a las orejas y a los brazos y a las piernas, y son manillas muy gruesas, y también hay piedras y hay perlas preciosas e infinitas especierías; y en este río de Mares, de donde partí esta noche, sin duda hay grandísima cantidad de almáciga y mayor si mayor se quisiere hacer, porque los mismos árboles plantándolos prenden de ligero y hay muchos y muy grandes y tienen la hoja como lentisco y el fruto, salvo que es mayor, así los árboles como la hoja, como dice Plinio, y yo he visto en la isla de Xío, en el Archipiélago, y mandé sangrar muchos de estos árboles para ver si echarían resma para traer, y como haya siempre llovido el tiempo que yo he estado en el dicho río, no he podido haber de ella, salvo muy poquita que traigo a Vuestras Altezas, y también puede ser que conviene al tiempo que los árboles comienzan a salir del invierno y quieren echar la flor; y acá ya tienen el fruto casi maduro ahora. Y también aquí se habría grande suma de algodón y creo que se vendería muy bien acá sin le llevar a España, salvo a las grandes ciudades del Gran Can que se des cubrirán sin duda y otras muchas de otros señores que habrán en dicha servir a Vuestras Altezas, y adonde se les darán de otras cosas de España y de las tierras de Oriente, pues éstas son a nos en Poniente. Y aquí hay también infinito liñáloe, aunque no es cosa para hacer gran caudal, mas del almáciga es de entender bien, porque no la hay salvo en dicha isla de Xío, y creo que sacan de ello bien cincuenta mil ducados, si mal no me acuerdo. Y hay aquí, en la boca de dicho río, el mejor puerto que hasta hoy vi, limpio y ancho y hondo y buen lugar y asiento para hacer una villa y fuerte, y que cualesquier navíos se puedan llegar el bordo a los muros, y tierra muy temperada y alta y muy buenas aguas. Así que ayer vino a bordo de la nao una almadía con seis mancebos, y los cinco entraron en la nao; estos mandé detener y los traigo. Y después envié a una casa que es de la parte del río del Poniente, y trajeron siete cabezas de mujeres entre chicas y grandes y tres niños. Esto hice porque mejor se comportan los hombres en España habiendo mujeres de su tierra que sin ellas, porque ya otras muchas veces se acaeció traer los hombres de Guinea para que aprendiesen la lengua en Portugal, y después que volvían y pensaban de se aprovechar de ellos en su tierra por la buena compañía que les había hecho y dádivas que se les había dado, en llegando en tierra jamás parecían. Otros no lo hacían así. Así que, teniendo sus mujeres, tendrán ganas de negociar lo que se les encargare, y también estas mujeres mucho enseñarán a los nuestros su lengua, la cual es toda una en todas estas islas de India, y todos se entienden y todas las andan con sus almadías, lo que no han en Guinea, adonde es mil maneras de lenguas que la una no entiende la otra. Esta noche vino a bordo en una almadía el marido de una de estas mujeres y padre de tres hijos, un macho y dos hembras, y dijo que yo le dejase venir con ellos, y a mí me aplogó mucho, y quedan ahora todos consolados con el que deben todos ser parientes, y él es ya hombre de cuarenta y cinco años.» Todas estas palabras son formales del Almirante. Dice también arriba que hacía algún frío, y por esto que no le fuera buen consejo en invierno navegar al Norte para descubrir. Navegó este lunes, hasta el sol puesto, dieciocho leguas al Este cuarta del Sudeste hasta un cabo, al que puso por nombre el Cabo de Cuba.

Martes, 13 de noviembre

Esta noche toda estuvo a la corda, como dicen los marineros, que es andar barloventeando y no andar nada, por ver un abra, que es una abertura de sierras como entre sierra y sierra, que le comenzó a ver al poner del sol, adonde se mostraban dos grandísimas montañas, y parecía que se apartaba la tierra de Cuba con aquella de Bohío, y esto decían los indios que consigo llevaban, por señas. Venido el día claro, dio las velas sobre la tierra y pasó una punta que le pareció anoche obra de dos leguas, y entró en un grande golfo, cinco leguas al Sursudoeste, y le quedaban otras cinco para llegar al cabo adonde, en medio de dos grandes montes, hacía un degollado, el cual no pudo determinar si era entrada de mar. Y porque deseaba ir a la isla que llamaban Babeque, adonde tenía nueva, según él entendía, que había mucho oro, la cual isla le salía al Este, como no vio alguna grande población para ponerse al rigor del viento que le crecía más que nunca hasta allí, acordó de hacerse a la mar y andar al Este con el viento que era Norte; y andaba ocho millas cada hora, y desde las diez del día que tomó aquella derrota hasta el poner del sol anduvo cincuenta y seis millas, que son catorce leguas al Este, desde el Cabo de Cuba. Y de la otra tierra del Bohío que le quedaba a sotaviento comenzando del cabo del sobredicho golfo, descubrió a su parecer ochenta millas, que son veinte leguas, y corriase toda aquella costa Essueste y Oesnoroeste.

Miércoles, 14 de noviembre

Toda la noche de ayer anduvo al reparo y barloventeando (porque decía que no era razón de navegar entre aquellas islas de noche hasta que las hubiese descubierto), porque los indios que traía le dijeron ayer martes que habría tres jornadas desde el río de Mares hasta la isla de Babeque, que se debe entender jornadas de sus almadías, que pueden andar siete leguas, y el viento también le escaseaba, y habiendo de ir al Este no podía sino a la cuarta del Sudeste, y por otros inconvenientes que allí refiere se hubo de detener hasta la mañana. Al salir del sol determinó de ir a buscar puerto, porque de Norte se había mudado el viento al Nordeste, y si puerto no hallara fuérale necesario volver atrás a los puertos que dejaba en la isla de Cuba. Llegó a tierra habiendo andado aquella noche veinticuatro millas al Este cuarta del Sudeste. Anduvo al Sur… millas hasta tierra, adonde vio muchas entradas y muchas isletas y puertos, y porque el viento era mucho y la mar muy alterada no osó acometer a entrar; antes corrió por la costa al Noroeste cuarta del Oeste, mirando si había puerto, y vio que había muchos, pero no muy claros. Después de haber andado así sesenta y cuatro millas halló una entrada muy honda, ancha un cuarto de muía, y buen puerto y río, donde entró y puso la popa al Sursudoeste y después al Sur hasta llegar al Sudeste, todo de buena anchura y muy hondo, donde vio tantas islas que no las pudo contar todas, de buena grandeza y muy altas tierras llenas de diversos árboles de mil maneras e infinitas palmas. Maravillóse en gran manera al ver tantas islas y tan altas, y certifica a los Reyes que las montañas que desde anteayer ha visto por estas costas y las de estas islas que le parece que no las hay más altas en el mundo ni tan hermosas y claras, sin niebla ni nieve, y al pie de ellas grandísimo fondo; y dice que cree que estas islas son aquellas innumerables que en los mapamundos en fin de Oriente se ponen. Y dijo que creía que había grandísimas riquezas y piedras preciosas y especiería en ellas, y que duran muy mucho al Sur y se ensanchan a toda parte.

Púsoles nombre la mar de Nuestra Señora, y al puerto que está cerca de la boca de la entrada de las dichas islas puso puerto del Príncipe, en el cual no entró, mas de verlo desde fuera hasta otra vuelta que dio el sábado de la semana venidera, como allí aparecerá. Dice tantas y tales cosas de la fertilidad y hermosura y altura de estas islas que hailó en este puerto, que dice a los Reyes que no se maravillen de encarecerías tanto, porque les certifica que cree que no dice la centésima parte: algunas de ellas que parecía que llegan al cielo y hechas como puntas de diamantes; otras que sobre su gran altura tienen encima como una mesa y al pie de ellas fondo grandísimo, que podrá llegar a ellas una grandísima carraca todas llenas de arboledas y sin peñas.

Jueves, 15 de noviembre

Acordó de andarías estas islas con las barcas de los navíos, y dice maravillas de ellas y que halió almáciga e infinito liñáloe, y algunas de ellas eran labradas de las raíces de que hacen su pan los indios, y halló haber encendido fuego en algunos lugares. Agua dulce no vio; gente había alguna y huyeron. En todo lo que anduvo halló fondo de quince y dieciséis brazas, y todo basa, que quiere decir que el suelo de abajo es arena y no peñas, lo que mucho desean los marineros, porque las peñas cortan los cables de las anclas de las naos.

Viernes, 16 de noviembre

Porque en todas las partes, islas y tierras donde entraba dejaba siempre puesta una cruz, entró en la barca y fue a la boca de aquellos puertos y en una punta de la tierra halló dos maderos muy grandes, uno más largo que el otro y el uno sobre el otro hechos una cruz, que dice que un carpintero no los pudiera poner más proporcionados; y, adorada aquella cruz, mandó hacer de los mismos maderos una muy grande y alta cruz. Halló cañas por aquella playa que no sabía dónde nacían, y creía que las traería algún río y las echaba a la playa, y tenía en esto razón. Fue a una caía dentro de la entrada del puerto de la parte del sudeste (caía es una entrada angosta que entra el agua del mar en la tierra): allí hacía un alto de piedra y peña como cabo y al pie de él era muy hondo, que la mayor carraca del mundo pudiera poner el bordo en tierra, y había un lugar o rincón donde podían estar seis navíos sin anclas como en una caía. Parecióle que se podía hacer allí una fortaleza a poca costa, si en algún tiempo en aquella mar de islas resultase algún rescate famoso. Volviéndose a la nao, halló los indios que consigo traía que pescaban caracoles muy grandes que en aquellas mares hay, e hizo entrar la gente allí y buscar si había nácaras, que son las ostras donde se crían las perlas, y hallaron muchas, pero no perlas, y atribuyó a que no debía de ser el tiempo de ellas; que creía él que era por mayo y junio. Hallaron los marineros un animal que parecía taso o taxo. Pescaron también con redes y hallaron un pez, entre otros muchos, que parecía un propio puerco, no como tonina, el cual dice que era todo concha muy tiesta y no tenía cosa blanda sino la cola y los ojos, y un agujero debajo de ella para expeler sus superfluidades. Mandólo salar para llevarlo que viesen los Reyes

Sábado, 17 de noviembre

Entró en la barca por la mañana y fue a ver las islas que no había visto por la banda del Sudoeste. Vio muchas otras y muy fértiles y muy graciosas, y entre medio de ellas muy gran fondo: algunas de ellas dividían arroyos de agua dulce, y creía que aquella agua y arroyos salían de algunas fuentes que manaban en los altos de las sierras de las islas. De aquí yendo adelante, halló una ribera de agua muy hermosa y dulce, y salía muy fría por lo enjuto de ella: había un prado muy lindo y palmas muchas y altísimas más que las que había visto. Halló nueces grandes de las de India, creo que dice, y ratones grandes de los de India también y cangrejos grandísimos. Aves vio muchas y olor vehemente de almizque, y creyó que lo debía de haber allí. Este día, de seis mancebos que tomó en el río de Mares, que mandó que fuesen en la carabela Niña, se huyeron los dos más viejos.

Domingo, 18 de noviembre

Salió en las barcas otra vez con mucha gente de los navíos y fue a poner la gran cruz que había mandado hacer de los dichos dos maderos a la boca de la entrada de dicho puerto del Príncipe, en un lugar vistoso y descubierto de árboles: ella muy alta y muy hermosa vista. Dice que la mar crece y descrece allí mucho más que en otro puerto de lo que por aquella tierra haya visto, y que no es más maravilla por las muchas islas, y que la marea es al revés de las nuestras, porque allí la luna al Sudoeste cuarta del Sur es bajamar en aquel puerto. No partió de aquí por ser domingo.

Lunes, 19 de noviembre

Partió antes que el sol saliese y con calma; y después al medio día ventó algo el Este y navegó al Nornordeste. Al poner del sol le quedaba el puerto del Príncipe al Sursudoeste, y estaría de él siete leguas. Vio la isla de Babeque al Este justo, de la cual estaría sesenta millas. Navegó toda esta noche al Nordeste escaso, andaría sesenta millas y hasta las diez del día martes otras doce, que son por todas diez y ocho leguas, y al Nordeste cuarta del Norte.

Martes, 20 de noviembre

Quedábanle el Babeque o las islas del Babeque al Essueste, de donde salía el viento que llevaba contrario. Y viendo que no se mudaba y la mar se alteraba, determinó de dar la vuelta al puerto del Príncipe, de donde había salido, que le quedaba veinticinco leguas. No quiso ir a la isleta que llamó Isabela, que le estaba doce leguas, que pudiera ir a surgir aquel día, por dos razones. La una porque vio dos islas al Sur: las quería ver; la otra porque los indios que traía, que había tomado en Guanahaní, que llamó San Salvador, que estaba a ocho leguas de aquella Isabela, no se le fuesen, de los cuales dice que tiene necesidad y por traerlos a Castilla, etc. Tenían dice que entendido que en hallando oro los había el Almirante de dejar tornar a su tierra. Llegó en paraje del puerto del Príncipe; pero no lo pudo tomar, porque era de noche y porque le decayeron las corrientes al Noroeste. Tomó a dar la vuelta y puso la proa al Nordeste con viento recio; amansó y mudóse el viento al tercero cuarto de la noche, puso la proa en el Este cuarta del Nordeste: el viento era Sursudeste y mudóse al alba de todo en Sur, y tocaba en el Sudeste. Salido el sol marcó el puerto del Príncipe, y quedábale al Sudoeste y casi a la cuarta del Oeste, y estaría de él a cuarenta y ocho millas, que son doce leguas.

Miércoles, 21 de noviembre

Al sol salido navegó al Este con viento Sur; anduvo poco por la mar contraria. Hasta horas de vísperas hubo andado veinticuatro millas. Después se mudó el viento al Este y anduvo al Sur cuarta del Sudeste, y al poner del sol había andado doce millas. Allí se halló el Almirante en cuarenta y dos grados de la línea equinoccial a la parte del Norte, como en el puerto de Mares; pero aquí dice que tiene suspenso el cuadrante hasta llegar a tierra que lo adobe 118 Por manera que le parecía que no debía distar tanto, y tenía razón, porque no era posible como no estén estas islas sino en… 119 grados. Para creer que el cuadrante andaba bueno le movía ver dice que el Norte tan alto como en Castilla, y si esto es verdad mucho allegado y alto andaba con la Florida; pero ¿dónde están luego ahora estas islas que entre manos traía? Ayudaba a esto que hacia dice que gran calor; pero claro es que si estuviera en la costa de Florida que no hubiera calor sino frío. Y es también manifiesto que en cuarenta y dos grados en ninguna parte de la tierra se cree hacer calor, y si no fuese por alguna causa de per accidens, lo que hasta hoy no creo yo que se sabe. Por este calor que allí el Almirante dice que padecía, arguye que en estas Indias y por allí donde andaba debía de haber mucho oro. Este día se apartó Martín Alonso Pinzón con la carabela Pinta, sin obediencia y voluntad del Almirante, por codicia, dice que pensando que un indio que el Almirante había mandado poner en aquella carabela le había de dar mucho oro, y así se fue sin esperar, sin causa de mal tiempo, sino porque quiso. Y dice aquí el Almirante: «otras muchas me tiene hecho y dicho»

Jueves, 22 de noviembre

Miércoles en la noche navegó al Sur cuarta del Sudeste con el viento Este, y era casi calma. Al tercer cuarto ventó Nornordeste. Todavía iba al Sur por ver aquella tierra que por allí le quedaba, y cuando salió el sol se halló tan lejos como el día pasado por las corrientes contrarias, y quedábale la tierra a cuarenta millas. Esta noche Martín Alonso siguió el camino del Este para ir a la isla de Babeque, donde dicen los indios que hay mucho oro, el cual iba a vista del Almirante, y habría hasta él dieciséis millas. Anduvo el Almirante toda la noche la vuelta de tierra e hizo tomar algunas de las velas y tener farol toda la noche, porque le pareció que venía hacia él, y la noche hizo muy clara y el vientecillo bueno para venir a él.

Viernes, 23 de noviembre

Navegó el Almirante todo el día hacia la tierra, al Sur siempre, con poco viento, y la corriente nunca le dejó llegar a ella, antes estaba hoy tan lejos de ella al poner del sol como en la mañana. El viento era Esnordeste y razonable para ir al Sur, sino que era poco; y sobre este cabo encabalga otra tierra o cabo que va también al Este, a quien aquellos indios que llevaba llamaban Bohío, la cual decían que era muy grande y que había en ella gente que tenía un ojo en la frente, y otros que se llamaban caníbales, a quien mostraban tener gran miedo. Y desde que vieron que lleva este camino, dice que no podían hablar, porque los comían y que son gente muy armada. El Almirante dice que bien cree que había algo de ello, mas que, pues eran armados, serían gente de razón, y creía que habrían cautivado algunos y que porque no volvían dirían que los comían. Lo mismo creían de los cristianos y del Almirante al principio que algunos los vieron.

Sábado, 24 de noviembre

Navegó aquella noche toda, y a la hora de tercia del día tomó la tierra sobre la isla Llana, en aquel mismo lugar donde había arribado la semana pasada cuando iba a la isla de Babeque. Al principio no osó llegar a la tierra, porque le parecía que aquella abra de sierras rompía la mar mucho en ella. Y en fin llegó a la mar de Nuestra Señora, donde había las muchas islas, y entró en el puerto que está junto a la boca de la entrada de las islas, y dice que si él antes supiera este puerto y no se ocupara en ver las islas de la mar de Nuestra Señora, no le fuera necesario volver atrás, aunque dice que lo da por bien empleado por haber visto las dichas islas. Así que llegando a tierra envió la barca y tentó el puerto y halló muy buena barra, honda de seis brazas hasta veinte y limpio, todo basa. Entró en él, poniendo la proa al Sudoeste y después volviendo al Oeste, quedando la isla Llana de la parte del Norte, la cual, con otra su vecina, hacen una laguna de mar en que cabrían todas las naos de España y podían estar seguras, sin amarras, de todos los vientos. Y esta entrada de la parte del Sudeste, que se entra poniendo la proa al Sursudoeste, tiene la salida al Oeste muy honda y muy ancha; así que se puede pasar entremedio de las dichas islas; y por conocimiento de ellas a quien viniese de la mar de la parte del Norte, que es su travesía de esta costa, están las dichas islas al pie de una grande montaña que es su longura de Este Oeste, y es harto luenga y más alta y luenga que ninguna de todas las otras que están en esta costa, adonde hay infinitas; y hace fuera una restinga al luengo de la dicha montaña como un banco que llega hasta la entrada. Todo esto de la parte del Sudeste, y también de la parte de la isla Llana hace otra restinga, aunque ésta es pequeña, y así entremedias de ambas hay grande anchura y fondo grande, como dicho es. Luego a la entrada, a la parte del Sudeste, dentro en el mismo puerto, vieron un río grande y muy hermoso y de más agua que hasta entonces habían visto, y que venía el agua dulce hasta la mar.

A la entrada tiene un banco, mas después adentro es muy hondo de ocho y nueve brazas. Está todo lleno de palmas y de muchas arboledas como los otros.

Domingo, 25 de noviembre

Antes del sol salido entró en la barca y fue a ver un cabo o punta de tierra al Sudeste de la isleta Llana, obra de una legua y media, porque le parecía que había de haber algún río bueno. Luego, a la entrada del cabo de la parte del Sudeste, andando dos tiros de ballesta, vio venir un grande arroyo de muy linda agua que descendía de una montaña abajo y hacía gran ruido. Fue al río y vio en él unas piedras relucir, con unas manchas en ellas de color de oro, y acordándose que en el río Tejo, al pie de él, junto a la mar, se halla oro, y parecióle que cierto debía tener oro, y mandó coger ciertas de aquellas piedras para llevar a los Reyes. Estando así dan voces los mozos grumetes, diciendo que veían pinales Miró por la sierra y viólos tan grandes y maravillosos que no podía encarecer su altura y derechura como husos gordos y delgados, donde conoció que se podían hacer navíos e infinita tablazón y mástiles para las mayores naos de España. Vio robles y madroños, y un buen río y aparejo para hacer sierras de agua. La tierra y los aires más templados que hasta allí, por la altura y hermosura de las sierras. Vio por la playa muchas otras piedras de color de hierro, y otras que decían algunos que eran Ininas de plata, todas las cuales trae el río. Allí cogió una entena y mástil para la mesana de la carabela Niña. Llegó a la boca del río y entró en una cala al pie de aquel cabo de la parte del Sudeste muy honda y grande, en que cabrían cien naos sin alguna amarra ni anclas; y el puerto, que los ojos otro tal nunca vieron. Las sierras altísimas, de las cuales descendían muchas aguas lindísimas; y todas las sierras llenas de pinos y por todo aquello diversísimas y hermosísimas florestas de árboles. Otros dos o tres ríos le quedaban atrás. Encarece todo esto en gran manera a los Reyes y muestra haber recibido de verlo, y mayormente los pinos, inestimable alegría y gozo, porque se podían hacer allí cuantos navíos desearen, trayendo los aderezos, si no fuere madera y pez, que allí se hará harta; y afirma no encarecerlo la centésima parte de lo que es, y que plugo a Nuestro Señor de le mostrar siempre una cosa mejor que otra, y siempre en lo que hasta aquí había descubierto iba de bien en mejor, así en las tierras y arboledas y hierbas y frutos y flores como en las gentes, y siempre de diversa manera, y así en un lugar como en otro, lo mismo en los puertos y en las aguas. Y finalmente dice que, cuando el que lo ve le es tanta la admiración, cuánto más será a quien lo oyere, y que nadie lo podrá creer si no lo viere.

Lunes, 26 de noviembre

Al salir el sol levantó las anclas del puerto de Santa Catalina, adonde estaba dentro de la isla Llana, y navegó de luengo de la costa con poco viento Sudoeste al camino del Cabo del Pico, que era al Sudeste. Llegó al Cabo tarde, porque le calmó el viento, y, llegado, vio al Sudeste cuarta del Este otro cabo que estaría de él sesenta millas, y de allí vio otro cabo que estaría hacia el navío al Sudeste cuarta del Sur, y parecióle que estaría de él veinte millas, al cual puso nombre el Cabo de Campana, al cual no pudo llegar de día porque le tornó a calmar del todo el viento. Andaría en todo aquel día treinta y dos millas, que son ocho leguas; dentro de las cuales notó y marcó nueve puertos muy señalados, los cuales todos los marineros hacían maravillas, y cinco ríos grandes, porque iba siempre junto con tierra para verlo bien todo. Toda aquella tierra es montañas altísimas muy hermosas, y no secas ni de peñas sino todas andables y valles hermosísimos. Y así los valles como las montañas eran llenos de árboles altos y frescos, que es gloria mirarlos, y parecía que eran muchos pinales.

Y también detrás del dicho Cabo del Pico, de la parte del Sudeste, están dos isletas que tendrán cada una en cerco dos leguas y dentro de ellas tres maravillosos puertos y dos grandes ríos. En toda esta costa no vio poblado ninguno desde la mar; podría ser haberlo, y hay señales de ello, porque donde quiera que saltaban en tierra hallaban señales de haber gente y fuegos muchos. Estimaba que la tierra que hoy vio de la parte Sudeste del Cabo de Campana era la isla que llamaban los indios Bohío: parécelo porque el dicho cabo está apartado de aquella tierra. Toda la gente que hasta hoy ha hallado dice que tiene grandísimo temor de los Caniba o Canima, y dicen que viven en esta isla de Bohío, la cual debe ser muy grande, según le parece y cree que van a tomar a aquellos a sus tierras y casas, como sean muy cobardes y no saber de armas. Y a esta causa le parecía que aquellos indios que traía no suelen poblarse a la costa de la mar, por ser vecinos a esta tierra, los cuales dice que después que le vieron tomar la vuelta de esta tierra no podían hablar temiendo que los habían de comer, y no les podía quitar el temor, y decían que no tenían sino un ojo y la cara de perro, y creía el Almirante que mentían, y sentía el Almirante que debían de ser del señorío del Gran Can, que los cautivaban.

Martes, 27 de noviembre

Ayer al poner del sol llegó cerca de un cabo, que llamó Campana, y porque el cielo claro y el viento poco no quiso ir a tierra a surgir, aunque tenía de sotavento cinco o seis puertos maravillosos, porque se detenía más de lo que quería por el apetito y deleitación que tenía y recibía de ver y mirar la hermosura y frescura de aquellas tierras donde quiera que entraba, y por no se tardar en proseguir lo que pretendía. Por estas razones se tuvo aquella noche a la corda y temporejar hasta el día. Y porque los aguajes y corrientes lo habían echado aquella noche más de cinco o seis leguas al Sudeste adelante de donde había anochecido y le había parecido la tierra de Campana; y allende aquel cabo parecía una grande entrada que mostraba dividir una tierra de otra y hacía como isla en medio, acordó volver atrás con viento Sudoeste, y vino adonde le había parecido la abertura, y halló que no era sino una grande bahía, y al cabo de ella, de la parte del Sudeste, un cabo, en el cual hay una montaña alta y cuadrada que parecía isla. Saltó el viento en el Norte y tomó a tomar la vuelta del Sudeste, por correr la costa y descubrir todo lo que allí hubiese. Y vio luego al pie de aquel Cabo de Campana un puerto maravilloso y un gran río, y de allí a un cuarto de legua otro río, y de allí a media legua otro río, y dende a media legua otro río, y dende a otra otro río, y dende a otro cuarto, otro río, y dende a otra legua otro río grande, desde el cual hasta el Cabo de Campana habría veinte millas, y le quedaban al Sudeste. Y los más de estos ríos tenían grandes entradas y anchas y limpias, con sus puertos maravillosos para naos grandísimas, sin bancos de arena ni de peña ni restingas. Viniendo así por la costa a la parte del Sudeste del dicho postrero río halló una grande población, la mayor que hasta hoy haya hallado, y vio venir infinita gente a la ribera de la mar dando grandes voces, todos desnudos, con sus azagayas en la mano. Deseó hablar con ellos y amainó las velas, y surgió y envió las barcas de la nao y de la carabela por manera ordenados que no hiciesen daño alguno a los indios ni lo recibiesen, mandando que les diesen algunas cosillas de aquellos rescates. Los indios hicieron ademanes de no los dejar saltar en tierra y resistirlos. Y viendo que las barcas se allegaban más a tierra y que no les habían miedo, se apartaron de la mar. Y creyendo que saliendo dos o tres hombres de las barcas no temieran, salieron dos cristianos diciendo que no hubiesen miedo en su lengua, porque sabían algo de ella por la conversación de los que traen consigo. En fin, dieron todos a huir, que ni grande ni chico quedó. Fueron los tres cristianos a las casas, que son de paja y de la hechura de las otras que habían visto, y no hallaron a nadie ni cosa en alguna de ellas. Volviéronse a los navíos y alzaron velas a mediodía, para ir a un cabo hermoso que quedaba al Este, que habría hasta él ocho leguas. Habiendo andado media legua por la misma bahía, vio el Almirante a la parte del Sur un singularísimo puerto, y de la parte del Sudeste unas tierras hermosas a maravilla, así como una vega montuosa dentro en estas montañas, y parecían grandes humos y grandes poblaciones en ella, y las tierras muy labradas; por lo cual determinó de se bajar a este puerto y probar si podía haber lengua o práctica con ellos, el cual era tal que, si a los otros puertos había alabado, éste dice que alababa más con las tierras y templanza y comarca de ellas y población. Dice maravillas de la lindeza de la tierra y de los árboles, donde hay pinos y palmas, y de la grande vega, que aunque no es llana de llano que va al Sursudeste, pero es llana de montes llanos y bajos, la más hermosa cosa del mundo, y salen por ella muchas riberas de agua que descienden de estas montañas. Después de surgida la nao, saltó el Almirante en la barca para sondear el puerto, que es como una escudilla; y cuando fue frontero de la boca al Sur halló una entrada de un río que tenía de anchura que podía entrar una galera por ella y de tal manera que no se veía hasta que se llegase a ella y, entrando por ella tanto como longura de la barca tenía cinco brazas y de ocho de hondo.

Andando por ella fue cosa maravillosa ver las arboledas y frescuras y el agua clarísima y las aves y la amenidad, que dice que le parecía que no quisiera salir de allí. Iba diciendo a los hombres que llevaba en su compañía que para hacer relación a los Reyes de las cosas que veían no bastaran mil lenguas a referirlo ni su mano para lo escribir, que le parecía que estaba encantado. Deseaba que aquello vieran muchas otras personas prudentes y de crédito, de las cuales dice ser cierto que no encarecieran estas cosas menos que él. Dice más el Almirante aquí estas palabras: «Cuánto será el beneficio que de aquí se puede haber, yo no lo escribo. Es cierto, Señores Príncipes, que donde hay tales tierras que debe haber infinitas cosas de provecho, mas yo no me detengo en ningún puerto, porque querría ver todas las más tierras que yo pudiese para hacer relación de ellas a Vuestras Altezas, y también no sé la lengua, y la gente de estas tierras no me entienden, ni yo ni otro que yo tenga a ellos. Y estos indios que yo traigo muchas veces les entiendo una cosa por otra al contrario, ni fío mucho de ellos, porque muchas veces han probado a huir. Mas ahora, placiendo a Nuestro Señor, veré lo más que yo pudiere, y poco a poco andaré entendiendo y conociendo y haré enseñar esta lengua a personas de mi casa, porque veo que es toda lengua una hasta aquí; y después se sabrán los beneficios y se trabajará de hacer todos estos pueblos cristianos porque de ligero se hará, porque ellos no tienen secta ninguna ni son idólatras, y Vuestras Altezas mandarán hacer en estas partes ciudad y fortaleza y se convertirán estas tierras. Y certifico a Vuestras Altezas que debajo del sol no me parece que las pueda haber mejores en fertilidad, en temperancia de frío y calor, en abundancia de aguas buenas y sanas, y no como los ríos de Guinea, que son todos pestilencia, porque, loado Nuestro Señor, hasta hoy de toda mi gente no ha habido persona que le haya mal de cabeza ni estado en cama por dolencia, salvo un viejo de dolor de piedra, de que él estaba toda su vida apasionado, y luego sanó al cabo de dos días.

Esto que digo es en todos tres navíos. Así que placerá a Dios que Vuestras Altezas enviarán acá o vendrán hombres doctos y verán después la verdad de todo. Y porque atrás tengo hablado del sitio de villa y fortaleza en el río de Mares, por el buen puerto y por la comarca, es cierto que todo es verdad lo que yo dije, mas no hay ninguna comparación de allá aquí, ni de la mar de Nuestra Señora; porque aquí debe haber infra la tierra grandes poblaciones y gente innumerable y cosas de grande provecho, porque aquí y en todo lo otro descubierto y tengo esperanza de descubrir antes que yo vaya a Castilla, digo que tendrá la cristiandad negociación en ellas, cuanto más la España, a quien debe estar sujeto todo. Y digo que Vuestras Altezas no deben consentir que aquí trate ni haga pie ningún extranjero, salvo católicos cristianos, pues esto fue el fin y el comienzo del propósito, que fuese por acrecentamiento y gloria de la religión cristiana, ni venir a estas partes ninguno que no sea buen cristiano.» Todas son sus palabras. Subió allí por el río arriba y halló unos brazos del río, y, rodeando el puerto, halló a la boca del río estaban unas arboledas muy graciosas, como una muy deleitable huerta, y allí halló una almadía o canoa, hecha de un madero tan grande como una fusta de doce bancos, muy hermosa, varada debajo de una atarazana o ramada hecha de madera y cubierta de grandes hojas de palma, por manera que ni el sol ni el agua le podían hacer daño. Y dice que allí era el propio lugar para hacer una villa o ciudad y fortaleza por el buen puerto, buenas aguas y tierras, buenas comarcas y mucha leña.

Miércoles, 28 de noviembre

Estúvose en aquel puerto aquel día porque llovía y hacía gran cerrazón, aunque podía correr toda la costa con el viento, que era Sudoeste; y fuera a popa, pero porque no pudiera ver bien la tierra, y no sabiéndola es peligroso a los navíos, no se partió. Salieron a tierra la gente de los navíos y entraron algunos de ellos un rato por la tierra adentro a lavar su ropa. Hallaron grandes poblaciones y las casas vacías, porque se habían huido todos. Tornáronse por otro río abajo, mayor que aquel donde estaban en el puerto.

Jueves, 29 de noviembre

Porque llovía y el cielo estaba de la manera cerrado, no se partió. Llegaron algunos de los cristianos a otra población cerca de la parte de Noroeste, y no hallaron en las casas a nadie ni nada. Y en el camino toparon con un viejo que no les pudo huir; tomáronle y dijéronle que no le querían hacer mal, y diéronle algunas cosillas del rescate y dejáronlo. El Almirante quisiera verlo para vestirlo y tomar lengua de él, porque le contentaba mucho la felicidad de aquella tierra y disposición que para poblar en ella había, y juzgaba que debía de haber grandes poblaciones. Hallaron en una casa un pan de cera, que trajo a los Reyes, y dice que donde cera hay también debe haber otras mil cosas buenas. Hallaron también los marineros en una casa una cabeza de hombre dentro de un cestillo cubierto con otro cestillo y colgado de un poste de la casa, y de la misma manera hallaron otra en otra población.Creyó el Almirante que debía ser de algunos Principales de linaje, porque aquellas casas eran de manera que se acogen en ellas mucha gente en una sola, y deben ser parientes descendientes de uno solo.

Viernes, 30 de noviembre

No se pudo partir, porque el viento era Levante muy contrario a su camino. Envió ocho hombres bien armados y con ellos dos indios de los que traía, para que viesen aquellos pueblos de la tierra dentro y por haber lengua. Llegaron a muchas casas y no hallaron a nadie ni nada, que todos se habían huido. Vieron cuatro mancebos que estaban cavando en sus heredades. Así como vieron los cristianos dieron a huir; no los pudieron alcanzar. Anduvieron dice que mucho camino. Vieron muchas poblaciones y tierra fertilísima y toda labrada y grandes riberas de agua, y cerca de una vieron una almadía o canoa de noventa y cinco palmos de longura de un solo madero, muy hermosa, y que en ella cabrían y navegarían ciento cincuenta personas.

Sábado, 1 de diciembre

No se partió, por la misma causa del viento contrario y porque llovía mucho. Asentó una cruz grande a la entrada de aquel puerto que creo llamó el Puerto Santo, sobre unas peñas vivas. La punta es aquella que está a la parte del Sudeste, a la entrada del puerto, y quien hubiere de entrar en este puerto se debe llegar más sobre la parte del Noroeste a aquella punta que sobre la otra del Sudeste; puesto que al pie de ambas, junto con la peña, hay doce brazas de hondo y muy limpio. Más a la entrada del puerto, sobre la punta del Sudeste, hay una baja que sobreagua, la cual dista de la punta tanto que se podría pasar entre medias, habiendo necesidad, porque al pie de la baja y del cabo todo es fondo de doce y de quince brazas, y a la entrada se ha de poner la proa al Sudoeste.

Domingo, 2 de diciembre

Todavía fue contrario el viento y no pudo partir; dice que todas las noches del mundo vienta terral, y que todas las naos que allí estuvieren no hayan miedo de toda la tormenta del mundo, porque no puede recalar dentro por una baja que está al principio del puerto, etc. En la boca de aquel río dice que halló un grumete ciertas piedras que parecen tener oro; trájolas para mostrar a los Reyes. Dice que hay por allí, a tiro de lombarda, grandes ríos.

Lunes, 3 de diciembre

Por causa de que hacía siempre tiempo contrario, no partía de aquel puerto, y acordó de ir a ver un cabo muy hermoso un cuarto de legua del puerto de la parte del Sudeste. Fue con las barcas y alguna gente armada. Al pie del cabo había una boca de un buen río, puesta la proa al Sudeste para entrar, y tenía cien pasos de anchura; tenía una braza de fondo a la entrada o en la boca; pero dentro había doce brazas, y cinco, y cuatro, y dos, y cabrían en él cuantos navíos hay en España. Dejando un brazo de aquel río fue al Sudeste y halló una caleta en que vio cinco muy grandes almadías que los indios llaman canoas, como fustas muy hermosas y labradas que dice era placer verlas, y al pie del monte vio todo labrado. Estaban debajo de árboles muy espesos, y yendo por un camino que salía a ellas fueron a dar a una atarazana muy bien ordenada y cubierta, que ni sol ni agua no les podía hacer daño, y debajo de ella había otra canoa hecha de un madero como las otras, como una fusta de diecisiete bancos. Era placer ver las labores que tenía y su hermosura.

Subió una montaña arriba y después hallóla toda llana y sembrada de muchas cosas de la tierra y calabazas, que era gloria verla; y en medio de ella estaba una gran población. Dio de súbito sobre la gente del pueblo, y, como los vieron, hombres y mujeres dan de huir. Aseguróles el indio que llevaba consigo de los que traía, diciendo que no hubiesen miedo, que gente buena era. Hízolos dar el Almirante cascabeles y sortijas de latón y cuentezuelas de vidrio verdes y amarillas, con que fueron muy contentos, visto que no tenían oro ni otra cosa preciosa y que bastaba dejarlos seguros y que toda la comarca era poblada y huidos los demás de miedo (y certifica el Almirante a los Reyes que diez hombres hagan huir a diez mil: tan cobardes y medrosos son que ni traen armas, salvo unas varas, y en el cabo de ellas un palillo agudo tostado), acordó volverse. Dice que las varas se las quitó todas con buena maña, rescatándoselas de manera que todas las dieron. Tornados adonde habían dejado las barcas, envió ciertos cristianos al lugar por donde subieron, porque le había parecido que había visto un gran colmenar. Antes de que viniesen los que habían enviado, ajuntáronse muchos indios y vinieron a las barcas donde ya se había el Almirante recogido con su gente toda; uno de ellos se adelantó en el río junto con la popa de la barca e hizo una grande plática que el Almirante no entendía, salvo que los otros indios de cuando en cuando alzaban las manos al cielo y daban una grande voz. Pensaba el Almirante que lo aseguraban y que les placía de su venida; pero vio al indio que consigo traía demudarse la cara y amarillo como la cera, y temblaba mucho, diciendo por señas que el Almirante se fuese fuera del río, que los querían matar, y llegóse a un cristiano que tenía una ballesta armada y mostróla a los indios, y entendió el Almirante que los decía que los matarían todos, porque aquella ballesta tiraba lejos y mataba. También tomó una espada y la sacó de la vaina, mostrándola diciendo lo mismo; lo cual oído por ellos dieron todos en huir, quedando todavía temblando el dicho indio de cobardía y poco corazón, y era hombre de buena estatura y recio. No quiso el Almirante salir del río; antes hizo remar en tierra hacia donde ellos estaban, que eran muy muchos, todos tintos de colorado y desnudos como su madre los parió, y alguno de ellos con penachos en la cabeza y otras plumas, todos con sus manojos de azagayas. «Lleguéme a ellos y diles algunos bocados de pan y demandéles las azagayas, y dábales por ellas a unos un cascabelito, a otros una sortijuela de latón, a otros unas cuentezuelas; por manera que todos se apaciguaron y vinieron todos a las barcas y daban cuanto tenían por cualquiera cosa que les daban. Los marineros habían muerto una tortuga y la cáscara estaba en la barca en pedazos, y los grumetes dábanles de ella como la una y los indios les daban un manojo de azagayas. Ellos son gente como los otros que he hallado -dice el Almirante-, y de la misma creencia, y creían que veníamos del cielo; y de lo que tienen luego lo dan por cualquier cosa que les den, sin decir que es poco, y creo que así harían de especiería y de oro si lo tuviesen. Vi una casa hermosa no muy grande y de dos puertas, porque así son todas, y entré en ella y vi una obra maravillosa, como cámaras hechas por una cierta manera que no lo sabría decir, y colgando al cielo de ella caracoles y otras cosas. Yo pensé que era templo y los llamé y dije por señas si hacían en ella oración; dijeron que no, y subió uno de ellos arriba y me daba todo cuanto allí había, y de ello tomé algo.»

Martes, 4 de diciembre

Hízose a la vela con poco viento y salió de aquel puerto que nombró Puerto Santo. A las dos leguas vio un buen río de que ayer habló. Fue de luengo de costa, y corríase toda la tierra, pasado el dicho cabo, Essueste y Oesnoroeste hasta el Cabo Lindo, que está al cabo del Monte al Este cuarta del Sudeste, y hay de uno a otro cinco leguas. Del cabo del Monte a legua y media hay un gran río algo angosto; pareció que tenía buena entrada y era muy hondo. Y de allí a tres cuartos de legua vio otro grandísimo río, y debe venir de muy lejos. En la boca tenía cien pasos y en ella ningún banco, y en la boca ocho brazas y buena entrada: porque lo envió a ver y sondar con la barca, y tiene el agua dulce hasta dentro en la mar, y es de los caudalosos que había hallado, y debe haber grandes poblaciones. Después del Cabo Lindo hay una grande bahía que sería buen paso por Esnordeste y Sudeste y Sur-sudoeste.

Miércoles, 5 de diciembre

Toda esta noche anduvo a la corda sobre el Cabo Lindo, adonde anocheció por ver la tierra que iba al Este; y al salir del sol vio otro cabo al Este a dos leguas y media. Pasado aquél, vio que la costa volvía al Sur y tomaba del Sudoeste, y vio luego un cabo muy hermoso y alto a la dicha derrota, y distaba de ese otro siete leguas. Quisiera ir allá, pero por el deseo que tenía de ir a la isla de Babeque, que le quedaba, según decían los indios que llevaban, al Nordeste, lo dejó. Tampoco pudo ir al Babeque, porque el viento que llevaba era Nordeste. Yendo así, miró al Sudeste y vio tierra y era una isla muy grande, de la cual tenía dice que información de los indios, a que llamaban ellos Bohío, poblada de gente. De esta gente dice que los de Cuba o Juana y de todas estas otras islas tienen gran miedo, porque dice que comían los hombres. Otras cosas le contaban los dichos indios, por señas, muy maravillosas: mas el Almirante no dice que las creía, sino que debían tener más astucia y mejor ingenio los de aquella isla Bohío para los cautivar que ellos, porque eran muy flacos de corazón.

Así que porque el tiempo era Nordeste y tomaba del Norte, determinó dejar a Cuba o Juana, que hasta entonces había tenido por tierra firme por su grandeza, porque bien habría andado en un paraje ciento y veinte leguas; y partió al Sudeste cuarta del Este. Puesto que la tierra que él había visto se hacía al Sudeste, daba este resguardo porque siempre el viento rodea el Norte para el Nordeste y de allí al Este y Sudeste. Cargó mucho el viento y llevaba todas sus velas, la mar llana y la corriente que le ayudaba, por manera que hasta la una después de medio día desde la mañana hacía de camino ocho millas por hora, y eran seis horas aún no cumplidas, porque dice que allí eran las noches cerca de quince horas. Después anduvo diez millas por hora; y así andaría hasta poner del sol ochenta y ocho millas, que son veintidós leguas, todo al Sudeste. Y porque se hacía noche, mandó a la carabela Niña que se adelantase para ver con el día el puerto, porque era velera, y llegando a la boca del puerto, que era como la bahía de Cádiz, y porque era ya de noche, envió a su barca que sondease el puerto, la cual llevó lumbre de candela; y antes que el Almirante llegase adonde la carabela estaba barloventeando y esperando que la barca le hiciese señas para entrar en el puerto, apagósele la lumbre a la barca. La carabela, como no vio lumbre, corrió de largo e hizo lumbre al Almirante, y, llegado a ella, contaron lo que había acaecido. Estando en esto, los de la barca hicieron otra lumbre: la carabela fue a ella, y el Almirante no pudo, y estuvo toda aquella noche barloventeando.

Jueves, 6 de diciembre

Cuando amaneció, se halló cuatro leguas del puerto. Púsole nombre Puerto María, y vio un cabo hermoso al Sur cuarta del Sudoeste, al cual puso nombre Cabo de la Estrella, y parecióle que era la postrera tierra de aquella isla hacia el Sur; y estaría el Almirante de él veintiocho millas. Parecíale otra tierra como isla no grande al Este, y estaría de él a cuarenta millas. Quedábale otro cabo muy hermoso y bien hecho, a quien puso nombre Cabo del Elefante, al Este cuarta del Sudeste, y distábale ya cincuenta y cuatro millas. Quedábale otro cabo al Essueste, al que puso nombre del Cabo Cinquin; estaría de él veintiocho millas. Quedábale una gran escisura o abertura o abra a la mar, que le pareció ser río, al Sudeste, y tomaba de la cuarta del Este, habría de él a la abra veinte millas. Parecíale que entre el Cabo del Elefante del de Cinquin había una grandísima entrada, y algunos de los marineros decían que era apartamiento de isla; a aquélla puso por nombre la Isla de la Tortuga. Aquella isla grande parecía altísima tierra, no cerrada con montes, sino rasa como hermosas campiñas, y parece toda labrada o grande parte de ella, y parecían las sementeras como trigo en el mes de mayo en la campiña de Córdoba. Viéronse muchos fuegos aquella noche, y de día muchos humos como atalayas, que parecía estar sobre aviso de alguna gente con quien tuviesen guerra. Toda la costa de esta tierra va al Este. A hora de vísperas entró en el puerto dicho, y púsole nombre Puerto de San Nicolao, porque era el día de San Nicolás, por honra suya, y a la entrada de él se maravilló de su hermosura y bondad. Y aunque tiene mucho alabados los puertos de Cuba, pero sin duda dice él que no es menos éste, antes los sobrepuja y ninguno le es semejante. En boca y entrada tiene legua y media de ancho, y se pone la proa al Sursudeste, puesto que por la grande anchura se puede poner la proa adonde quisieren. Va de esta manera al Sursudeste dos leguas; y a la entrada de él por la parte del Sur se hace como una angla, y de allí se sigue así igual hasta el cabo, adonde está una playa muy hermosa y un campo de árboles de mil maneras y todos cargados de frutas, que creía el Almirante ser de especiería y nueces moscadas, sino que no estaban maduras y no se conocía, y un río en medio de la playa. El fondo de este puerto es maravilloso, que hasta llegar a la tierra en longura de una nao no llegó la sondaresa o plomada al fondo con cuarenta brazas, y hay hasta esta longura el fondo de quince brazas y muy limpio; y así es todo el dicho puerto de cada cabo, hondo dentro una pasada de tierra de quince brazas, y limpio; y de esta manera es toda la costa, muy hondable y limpia, que no parece una sola baja, y al pie de ella, tanto como longura de un remo de barca de tierra, tiene cinco brazas. Y después de la longura de dicho puerto, yendo al Sursudeste (en la cual longura pueden barloventear mil carracas), bojó un brazo del puerto al Nordeste por la tierra dentro de una grande media legua, y siempre en una misma anchura, como que lo hicieran por un cordel; el cual queda de manera que, estando en aquel brazo, que será de anchura de veinticinco pasos, no se puede ver la boca de la entrada grande, de manera que queda puerto cerrado, y el fondo de este brazo es así en el comienzo hasta el fin de once brazas, y todo base o arena limpia, y hasta tierra y poner los bordes en las hierbas tiene ocho brazas. Es todo el puerto muy airoso y desabahado, de árboles raso. Toda esta isla le pareció de más peñas que ninguna otra que haya hallado: los árboles más pequeños, y muchos de ellos de la naturaleza de España, como carrascos y madroños y otros, y lo mismo de las hierbas. Es tierra muy alta, y toda campiña o rasa y de muy buenos aires, y no se ha visto tanto frío como allí, aunque no es de contar por frío, mas díjolo al respecto de las otras tierras. Hacia enfrente de aquel puerto una hermosa vega, y en medio de ella el río susodicho; y en aquella comarca, dice, debe haber grandes poblaciones según se veían las almadías con que navegan tantas y tan grandes de ellas como una fusta de quince bancos. Todos los indios huyeron y huían como veían los navíos.

Los que consiguió de las isletas traía, tenían tanta gana de ir a su tierra que pensaba, dice el Almirante, que, después que se partiese de allí, los tenía de llevar a sus casas, y que ya lo tenían por sospechoso porque no llevaba el camino de su casa, por lo cual dice que ni les creía lo que le decían, ni los entendía bien ni ellos a él, y dice que habían el mayor miedo del mundo de la gente de aquella isla. Así que, por querer haber lengua con la gente de aquella isla, le fuera necesario detenerse algunos días en aquel puerto, pero no lo hacia por ver mucha tierra y por dudar que el tiempo le duraría. Esperaba en Nuestro Señor que los indios que traía sabrían su lengua y él la suya, y después tornaría, y hablará con aquella gente, y placerá a Su Majestad, dice él, que hallará algún buen rescate de oro antes que vuelva.

Viernes, 7 de diciembre

Al rendir del cuarto del alba, dio las velas y salió de aquel Puerto de San Nicolás y navegó con el viento Sudoeste al Nordeste dos leguas, hasta un cabo que hace el Cheranero, y quedábale al Sudeste un angla y el Cabo de la Estrella al Sudoeste, y distaba del Almirante veinte y cuatro millas. De allí navegó al Este, luengo de costa hasta el cabo Cinquin, que sería cuarenta y ocho millas; verdad es que las veinte fueron al Este cuarta del Nordeste, y aquella costa es tierra toda muy alta y muy grande fondo; hasta dar en tierra es de veinte y treinta brazas, y fuera tanto como un tiro de lombarda no se halla fondo, lo cual todo lo probó el Almirante aquel día por la costa, mucho a su placer con el viento Sudoeste. El angla que arriba dijo llega dice que al Puerto de San Nicolás tanto como tiro de una lombarda, que si aquel espacio se atajase y cortase quedaría hecho isla, lo demás bojaría en el cerco tres o cuatro millas. Toda aquella tierra era muy alta y no de árboles grandes sino como carrascos y madroños, propia, dice, que tierra de Castilla. Antes que llegase al dicho cabo de Cinquin con dos leguas, halló una anglezuela como la abertura de una montaña, por la cual descubrió un valle grandísimo, y violo todo sembrado como cebadas, y sintió que debía de haber en aquel valle grandes poblaciones, y a las espaldas de él había grandes montañas y muy altas. Y cuando llegó al Cabo de Cinquin, le demoraba el Cabo de la Tortuga al Nordeste, y habría treinta y dos millas, y sobre este Cabo Cinquin, a tiro de una lombarda, está una peña en la mar que sale en alto que se puede ver bien; y, estando el Almirante sobre dicho cabo, le demoraba el Cabo del Elefante al Este cuarta del Sudeste, y habría hasta él setenta millas, y toda tierra muy alta. Y a cabo de seis leguas halló una grande angla, y vio por la tierra dentro muy grandes valles y campiñas y montañas altísimas, todo a semejanza de Castilla. Y dende a ocho millas halló un río muy hondo, sino que era angosto, aunque bien pudiera entrar en él una carraca, y la boca todavía sin banco ni bajas.

Y dende a dieciséis millas halló un puerto muy ancho y muy hondo, hasta no hallar fondo en la entrada ni a las bordas a tres pasos, salvo quince brazas, y va dentro un cuarto de legua. Y puesto que fuese aún muy temprano, como la una después de mediodía, y el viento era a popa y recio, pero porque el cielo mostraba querer llover mucho y había gran cerrazón, que es peligrosa aun para la tierra que se sabe, cuanto más en la que no se sabe, acordó entrar en el puerto, al cual llamó Puerto de la Concepción, y salió a tierra en un río no muy grande que está al cabo del puerto, que viene por unas vegas y campiñas que era una maravilla ver su hermosura. Llevó redes para pescar, y antes que llegase a tierra saltó una lisa como las de España propia en la barca, que hasta entonces no había visto peces que pareciesen a los de Castilla. Los marineros pescaron y mataron otras, y lenguados y otros peces como los de Castilla. Anduvo un poco por aquella tierra que es toda labrada, y oyó cantar el ruiseñor y otros pajaritos como los de Castilla.

Vieron cinco hombres, mas no les quisieron aguardar sino huir. Halló arrayán y otros árboles y hierbas como los de Castilla, y así es la tierra y las montañas.

Sábado, 8 de diciembre

Allí en aquel puerto les llovió mucho con viento Norte muy recio: el puerto es seguro de todos los vientos excepto Norte, puesto que no le puede hacer daño alguno, porque la resaca es grande, que no da lugar a que la nao vire sobre las amarras ni el agua del río. Después de medianoche se tomó el viento al Nordeste y después al Este, de los cuales vientos es aquel puerto bien abrigado por la isla de la Tortuga, que está frontera treinta y seis millas.

Domingo, 9 de diciembre

Este día llovió e hizo tiempo de invierno como en Castilla por octubre. No había visto población sino una casa muy hermosa en el Puerto de San Nicolás, y mejor hecha que en otras partes de las que había visto. La isla es muy grande, y dice el Almirante que no será mucho que boje doscientas leguas: ha visto que es toda muy labrada; creía que debían ser las poblaciones lejos de la mar de donde ven cuando llegaba, y así huían todos y llevaban consigo todo lo que tenían y hacían ahumadas como gente de guerra. Este puerto tiene en la boca mil pasos, que es un cuarto de legua: en ella ni hay banco ni baja, antes no se halla casi fondo hasta en tierra a la orilla de la mar, y hacia dentro, en luengo, va tres mil pasos todo limpio y basa, que cualquiera nao puede surgir en él sin miedo y entrar sin resguardo. Al cabo de él tiene dos bocas de ríos que traen poca agua; enfrente de él hay unas vegas las más hermosas del mundo y casi semejables a las tierras de Castilla, antes éstas tienen ventaja, por lo cual puso nombre a la dicha isla la Isla Española.

Lunes, 10 de diciembre

Ventó mucho el Nordeste, e hízole garrar las anclas medio cable, de que se maravilló el Almirante, y echólo a que las anclas estaban mucho a tierra y venía sobre ella el viento. Y visto que era contrario para ir donde pretendía, envió seis hombres bien aderezados de armas a tierra, que fuesen dos o tres leguas dentro en la tierra para ver si pudieran haber lengua. Fueron y volvieron no habiendo hallado gente ni casas: hallaron empero unas cabañas y caminos muy anchos y lugares donde habían hecho lumbre muchos; vieron las mejores tierras del mundo y hallaron árboles de almáciga muchos, y trajeron de ella y dijeron que había mucha, salvo que no es ahora el tiempo para cogerla, porque no cuaja.

Martes, 11 de diciembre

No partió por el viento, que todavía era Este y Nordeste. Frontero de aquel puerto, como está dicho, está la isla de la Tortuga, y parece grande isla, y va la costa de ella casi como la Española, y puede haber de la una a la otra, a lo más, diez leguas; conviene a saber, desde el Cabo de Cinquin a la cabeza de la Tortuga; después la costa de ella se corre al Sur. Dice que quería ver el entremedio de estas dos islas por ver la isla Española, que es la más hermosa cosa del mundo, y porque, según le decían los indios que traía, por allí se había de ir a la isla de Babeque, los cuales le decían que era isla muy grande y de muy grandes montañas y ríos y valles, y decían que la isla de Bohío era mayor que la Juana a que llaman Cuba, y que no está cercada de agua, y parece dar a entender ser tierra firme, que es aquí detrás de esta Española, a que ellos llaman Caritaba, y que es cosa infinita, y casi traen razón que ellos sean trabajados de gente astuta, porque todas estas islas viven con gran miedo de los de Caniba, «y así torno a decir como otras veces dije -dice él- que Caniba no es otra cosa sino la gente del Gran Can, que debe ser aquí muy vecino, y tendrá navíos y vendrán a cautivarlos, y como no vuelven creen que se los han comido. Cada día entendemos más a estos indios y ellos a nosotros, puesto que muchas veces hayan entendido uno por otro», dice el Almirante. Envió gente a tierra, hallaron mucha almáciga sin cuajarse; dice que las aguas lo deben hacer, y que en Xío lo cogen por marzo, y que en enero la cogerían en aquestas tierras por ser tan templadas. Pescaron muchos pescados como los de Castilla, albures, salmones, pijotas, gallos, pámpanos, lisas, corvinas, camarones, y vieron sardinas; hallaron mucho liñáloe.

Miércoles, 12 de diciembre

No partió aqueste día, por la misma causa del viento contrario dicha. Puso una gran cruz a la entrada del puerto de la parte del Oeste, en un alto muy vistoso, «en señal -dice él- que Vuestras Altezas tienen la tierra por suya, y principalmente por señal de Jesucristo Nuestro Señor y honra de la Cristiandad»; la cual puesta, tres marineros metiéronse por el bosque a ver los árboles y hierbas, y oyeron un gran golpe de gente, todos desnudos como los de atrás, a los cuales llamaron y fueron tras ellos, pero dieron los indios a huir, y, finalmente tomaron una mujer, que no pudieron más, «porque yo -dice él- les había mandado que tomasen algunos para honrarlos y hacerles perder el miedo y si hubiesen alguna cosa de provecho, como no parece poder ser otra cosa según la hermosura de la tierra; y así trajeron una mujer muy moza y hermosa a la nao, y habló con aquellos indios, porque todos tenían una lengua». Hízola el Almirante vestir y diole cuentas de vidrio y cascabeles y sortija de latón y tornóla a enviar a tierra muy honradamente, según su costumbre; envió algunas personas de la nao con ella, y tres de los indios que llevaba consigo, porque hablasen con aquella gente. Los marineros que iban en la barca, cuando la llevaban a tierra, dijeron al Almirante que ya no quisiera salir de la nao, sino quedarse con las otras mujeres indias que había hecho tomar en el puerto de Mares de la isla Juana de Cuba. Todos estos indios que venían con aquella india dice que venían en una canoa, que es su carabela en que navegan, de alguna parte, y cuando asomaron a la entrada del puerto y vieron los navíos, volviéronse atrás y dejaron la canoa por allí en algún lugar y fuéronse camino de su población. Ella mostraba el paraje de la población. Traía esta mujer un pedacito de oro en la nariz, que era señal que había en aquella isla oro.

Jueves, 13 de diciembre

Volvieron los tres hombres que había enviado el Almirante con la mujer a tres horas de la noche, y no fueron con ella hasta la población, porque les pareció lejos o porque tuvieron miedo. Dijeron que otro día vendría mucha gente a los navíos, porque ya debían de estar asegurados por las nuevas que daría la mujer. El Almirante, con deseo de saber si había alguna cosa de provecho en aquella tierra, y por haber alguna lengua con aquella gente por ser la tierra tan hermosa y fértil, y tomasen gana de servir a los Reyes, determinó de tornar a enviar a la población, confiando en las nuevas que la india habría dado de los cristianos ser buena gente, para lo cual escogió nueve hombres bien aderezados de armas y aptos para semejante negocio, con los cuales fue un indio de los que traía. Estos fueron a la población que estaba cuatro leguas y media al Sudeste, la cual hallaron en un grandísimo valle y vacía, porque, como sintieron ir los cristianos, todos huyeron, dejando cuanto tenían, la tierra dentro. La población era de mil casas y de más de mil hombres.

El indio que llevaban los cristianos corrió tras ellos dando voces, diciendo que no hubiesen miedo, que los cristianos no eran de Cariba, mas antes eran del cielo, y que daban muchas cosas hermosas a todos los que hallaban. Tanto les impresionó lo que decía, que se aseguraron y vinieron juntos de ellos más de dos mil, y todos venían a señal de gran reverencia y amistad, los cuales estaban todos temblando hasta que mucho los aseguraron. Dijeron los cristianos que, después que ya estaban sin temor, iban todos a sus casas, y cada uno les traía de lo que tenía de comer, que es pan de niames, que son unas raíces como rábanos grandes que nacen, que siembran y nacen y plantan en todas sus tierras, y es su vida, y hacen de ellas pan y cuecen y asan y tienen sabor propio de castañas, y no hay quien no crea comiéndolas que no sean castañas. Dábanles pan y pescado y de lo que tenían. Y porque los indios que traía en el navío tenían entendido que el Almirante deseaba tener algún papagayo, parece que aquel indio que iba con los cristianos díjoles algo de esto, y así les trajeron papagayos y les daban cuanto les pedían sin querer nada por ello. Rogábanles que no se viniesen aquella noche y que les darían otras muchas cosas que tenían en la sierra. Al tiempo que toda aquella gente estaba junto con los cristianos, vieron venir una gran batalla o multitud de gente con el marido de la mujer que había el Almirante honrado y enviado, la cual traían caballera sobre sus hombros, y venían a dar gracias a los cristianos por la honra que el Almirante le había hecho y dádivas que le había dado. Dijeron los cristianos al Almirante que era toda gente más hermosa y de mejor condición que ninguna otra de las que habían hasta allí hallado; pero dice el Almirante que no sabe cómo puedan ser de mejor condición que las otras, dando a entender que todas las que habían en las otras islas hallado era de muy buena condición. Cuanto a la hermosura, dicen los cristianos que no había comparación, así en los hombres como en las mujeres, y que son blancos más que los otros, y que entre los otros vieron dos mujeres mozas tan blancas como podían ser en España. Dijeron también de la hermosura de las tierras que vieron, que ninguna comparación tienen las de Castilla las mejores en hermosura y en bondad, y el Almirante así lo veía por las que ha visto y por las que tenía presentes, y decíanle que las que veía ninguna comparación tenían con aquellas de aquel valle, ni la campiña de Córdoba llegaba a aquélla con tanta diferencia como tiene el día de la noche. Decían que todas aquellas tierras estaban labradas y que por medio de aquel valle pasaba un río muy ancho y grande que podía regar todas las tierras. Estaban todos los árboles verdes y llenos de fruta y las hierbas todas floridas y muy altas; los caminos muy anchos y buenos, los aires eran como en abril en Castilla, cantaba el ruiseñor y otros pajaritos como en el dicho mes en España, que dicen que era la mayor dulzura del mundo. Las noches cantaban algunos pajaritos suavemente; los grillos y ranas se oían muchas; los pescados como en España.

Vieron muchos almácigos y liñáloe y algodonales; oro no hallaron, y no es maravilla que en tan poco tiempo no se halle. Tomó aquí el Almirante experiencia de qué horas era el día y la noche, y de sol a sol halló que pasaron veinte ampolletas, que son de a media hora, aunque dice que allí puede haber defecto, o porque no la vuelven presto o deja de pasar algo. Dice también que halló por el cuadrante que estaba de la línea equinoccial treinta y cuatro grados.

Viernes, 14 de diciembre

Salió de aquel Puerto de la Concepción con terral, y luego desde a poco calmó, y así lo experimentó cada día de los que por allí estuvo. Después vino viento Levante; navegó con él al Nornordeste, llegó a la isla de la Tortuga, vio una punta de ella que llamó la Punta Pierna, que estaba al Esnordeste de la cabeza de la isla, y habría doce millas; y de allí descubrió otra punta que llamó la Punta Lanzada, en la misma derrota del Nordeste, que habría dieciséis millas. Y así, desde la cabeza de la Tortuga hasta la Punta Aguda habría cuarenta y cuatro millas, que son once leguas al Esnordeste. En aquel camino había algunos pedazos de playa grandes. Esta isla de la Tortuga es tierra muy alta, pero no montañosa, y es muy hermosa y muy poblada de gente como la de la isla Española, y la tierra así toda labrada, que parecía ver la campiña de Córdoba. Visto que el viento le era contrario y no podía ir a la isla Baneque, acordó tornarse al Puerto de la Concepción, de donde había salido, y no pudo cobrar un río que está de la parte del Este del dicho puerto dos leguas.

Sábado, 15 de diciembre

Salió del puerto de la Concepción otra vez para su camino, pero, en saliendo del puerto, ventó Este recio su contrario, y tomó la vuelta de la Tortuga hasta ella, y de allí dio vuelta para ver aquel río que ayer quisiera ver y tomar y no pudo, y de esta vuelta tampoco lo pudo tomar, aunque surgió media legua de sotaviento en una playa, buen surgidero y limpio. Amarrados sus navíos, fue con las barcas a ver el río, y entró por un brazo de mar que está antes de media legua, y no era la boca. Volvió, y halló la boca que no tenía aún una braza, y venía muy recio; entró con las barcas por él, para llegar a las poblaciones que los que anteayer había enviado habían visto, y mandó echar la sirga en tierra, y, tirando los marineros de ella, subieron las barcas dos tiros de lombarda, y no pudo andar más por la reciura de la corriente del río. Vio algunas cosas y el valle grande donde están las poblaciones, y dijo que otra cosa más hermosa no había visto, por medio del cual valle viene aquel río. Vio también gente a la entrada del río, mas todos dieron a huir. Dice más, que aquella gente debe ser muy cazada, pues vive con tanto temor, porque en llegando que llegan a cualquier parte, luego hacen ahumadas de las atalayas por toda la tierra, y esto más en esta isla Española y en la Tortuga, que también es grande isla, que en las otras que atrás dejaba. Puso nombre al valle Valle del Paraíso, y al río Guadalquivir, porque dice que así viene tan grande como el Guadalquivir por Córdoba, y a las veras o riberas de él, playa de piedras muy hermosas, y todo andable.

Domingo, 16 de diciembre

A la media noche, con el ventezuelo de tierra, dio las velas por salir de aquel golfo, y viniendo del bordo de la isla Española yendo a la bolina, porque luego a hora de tercia ventó Este, a medio golfo halló una canoa con un indio solo en ella, de que se maravillaba el Almirante cómo se podía tener sobre el agua siendo el viento grande. Hízole meter en la nao a él y su canoa, y halagado, diole cuentas de vidrio, cascabeles y sortijas de latón y llevólo en la nao hasta tierra a una población que estaba de allí dieciséis millas junto a la mar, donde surgió el Almirante y halló buen surgidero en la playa junto a la población, que parecía ser de nuevo hecha, porque todas las casas eran nuevas. El indio fuese luego con su canoa a tierra, y da nuevas del Almirante y de los cristianos ser buena gente, puesto que ya las tenían por lo pasado de las otras donde habían ido los seis cristianos; y luego vinieron más de quinientos hombres, y desde a poco vino el rey de ellos, todos en la playa junto a los navíos, porque estaban surgidos muy cerca de tierra.

Luego uno a uno, y muchos a muchos, venían a la nao sin traer consigo cosa alguna, puesto que algunos traían algunos granos de oro finísimo en las orejas y en la nariz, el cual luego daban de buena gana. Mandó hacer honra a todos el Almirante, y dice él «porque son la mejor gente del mundo y más mansa; y sobre todo, que tengo mucha esperanza en Nuestro Señor que Vuestras Altezas los harán todos cristianos, y serán todos suyos, que por suyos los tengo». Vio también que el dicho rey estaba en la playa, y que todos le hacían acatamiento. Envióle un presente el Almirante, el cual dice que recibió con mucho estado, y que sería mozo de hasta veintiún años, y que tenía un ayo viejo y otros consejeros que le aconsejaban y respondían, y que él hablaba muy pocas palabras. Uno de los indios que traía el Almirante habló con él, y le dijo cómo venían los cristianos del cielo, y que andaba en busca de oro y quería ir a la isla de Baneque; y él respondió que bien era, y que en la dicha isla había mucho oro; el cual mostró, al alguacil del Almirante que le llevó el presente, el camino que habían de llevar, y que en dos días iría de allí a ella, y que si de su tierra había menester algo lo daría de muy buena voluntad. Este rey y todos los otros andaban desnudos como sus madres los parieron, y así las mujeres, sin algún empacho, y son los más hermosos hombres y mujeres que hasta allí hubieron hallado: harto blancos, que si vestidos anduviesen y guardasen del sol y del aire, serían casi tan blancos como en España, porque esta tierra es harto fría y la mejor que lengua puede decir. Es muy alta, y sobre el mayor monte podrían arar bueyes, y hecha toda a campiñas y valles. En toda Castilla no hay tierra que se pueda comparar a ella en hermosura y bondad. Toda esta isla y la de la Tortuga son todas labradas como la campiña de Córdoba. Tienen sembrado en ellas ajes, que son unos ramillos que planta, y al pie de ellos nacen unas raíces como zanahorias, que sirven por pan, y rallan y amasan y hacen pan con ellas, y después tornan a plantar el mismo ramillo en otra parte y torna a dar cuatro o cinco de aquellas raíces que son muy sabrosas, propio gusto de castaña. Allí las hay más gordas y buenas que había visto en ninguna parte, porque también dice que de aquéllas había en Guinea. Las de aquel lugar eran tan gordas como la pierna, y aquella gente todos dicen que eran gordos y valientes y no flacos, como los otros que antes había hallado, y de muy dulce conversación, sin secta. Y los árboles de allí dice que eran tan viciosos que las hojas dejaban de ser verdes y eran prietas de verdura. Era cosa de maravilla ver aquellos valles y los ríos y buenas aguas, y las tierras para pan, para ganados de toda suerte, de que ellos no tienen alguna, para huertas y para todas las cosas del mundo que el hombre sepa pedir. Después a la tarde vino el rey a la nao. El Almirante le hizo la honra que debía y le hizo decir cómo era de los Reyes de Castilla, los cuales eran los mayores Príncipes del mundo. Mas ni los indios que el Almirante traía, que eran los intérpretes, creían nada, ni el rey tampoco, sino creían que venían del cielo y que los reinos de los reyes de Castilla eran en el cielo y no en este mundo. Pusiéronle de comer al rey de las cosas de Castilla y él comía un bocado y después dábalo todo a sus consejeros y al ayo y a los demás que metió consigo. «Crean Vuestras Altezas que estas tierras son en tanta cantidad y buenas y fértiles y en especial éstas de esta isla Española, que no hay persona que lo sepa decir, y nadie lo puede creer si no lo viese. Y crean que esta isla y todas las otras son así suyas como Castilla, que aquí no falta salvo asiento y mandarles hacer lo que quisieren, porque yo con esta gente que traigo, que no son muchos, correría todas estas islas sin afrenta, que ya he visto sólo tres de estos marineros descender en tierra y haber multitud de estos indios y todos huir, sin que les quisiesen hacer mal. Ellos no tienen armas, y son todos desnudos y de ningún ingenio en las armas y muy cobardes, que mil no aguardarían tres, y así son buenos para les mandar y les hacer trabajar, sembrar y hacer todo lo otro que fuere menester, y que hagan villas y se enseñen a andar vestidos y a nuestras costumbres.»

Lunes, 17 de diciembre

Ventó aquella noche reciamente viento Esnordeste; no se alteró mucho la mar porque lo estorba y escuda la isla de la Tortuga que está frontero y hace abrigo. Así estuvo allí aqueste día. Envió a pescar los marineros con redes; holgáronse mucho con los cristianos los indios y trajéronles ciertas flechas de los Caniba o de los Caníbales, y son de las espigas de cañas, e injértanles unos palillos tostados y agudos, y son muy largos. Mostráronles dos hombres que les faltaban algunos pedazos de carne de su cuerpo e hiciéronles entender que los caníbales los habían comido a bocados; el Almirante no lo creyó. Tomó a enviar ciertos cristianos a la población, y a trueque de cuentezuelas de vidrio rescataron algunos pedazos de oro labrado en hoja delgada. Vieron a uno que tuvo el Almirante por gobernador de aquella provincia, que llamaban cacique, un pedazo tan grande como la mano de aquella hoja de oro, y parecía que lo quería rescatar; el cual se fue a su casa y los otros quedaron en la plaza. Y él hacía hacer pedazuelos de aquella pieza, y trayendo cada vez un pedazuelo rescatábalo.

Después de que no hubo más, dijo por señas que él había enviado a por más y que otro día lo traerían. «Estas cosas todas y la manera de ellos y sus costumbres y mansedumbre y consejo, muestra de ser gente más despierta y entendida que otros que hasta allí hubiese hallado», dice el Almirante. En la tarde vino allí una canoa de la isla de la Tortuga con bien cuarenta hombres, y, llegando a la playa, toda la gente del pueblo que estaba junta se asentaron todos en señal de paz, y algunos de la canoa y casi todos descendieron en tierra. El cacique se levantó solo, y con palabras que parecían de amenaza los hizo volver a la canoa y les echaba agua, y tomaba piedras de la playa y las echaba en el agua; y después que ya todos con mucha obediencia se pusieron y embarcaron en la canoa, él tomó una piedra y la puso en la mano a mi alguacil para que la tirase, al cual yo había enviado a tierra y al escribano y a otros para ver si traían algo que aprovechase, y el alguacil no les quiso tirar.

Allí mostró mucho aquel cacique que se favorecía con el Almirante. La canoa se fue luego, y dijeron al Almirante, después de ida, que en la Tortuga había más oro que en la isla Española, porque es más cerca de Baneque. Dijo el Almirante que no creía que en aquella isla Española ni en la Tortuga hubiese minas de oro, sino que lo traían de Baneque, y que traen poco, porque no tienen aquéllos qué dar por ello, y aquella tierra es tan gruesa que no ha menester que trabajen mucho para sustentarse ni para vestirse, como anden desnudos. Y creía el Almirante que estaba muy cerca de la fuente, y que Nuestro Señor le había de mostrar dónde nace el oro. Tenía nueva que de allí al Baneque había cuatro jornadas, que podrían ser treinta o cuarenta leguas, que en un día de buen tiempo se podía andar.

Martes, 18 de diciembre

Estuvo en aquella playa surto este día porque no había viento y también porque había dicho el cacique que habría de traer oro, no porque tuviese en mucho al Almirante el oro, dice, que podía traer, pues allí no había minas, sino por saber mejor de dónde lo traían. Luego en amaneciendo mandó ataviar la nao y la carabela de armas y banderas por la fiesta que era este día de Santa María de la O, o conmemoración de la Anunciación. Tiráronse muchos tiros de lombardas, y el rey de aquella isla Española, dice el Almirante, había madrugado de su casa, que debía distar cinco leguas de allí, según pudo juzgar, y llegó a la hora de tercia a aquella población donde ya estaban algunos de la nao que el Almirante había enviado para ver si venia oro; los cuales dijeron que venían con el rey más de doscientos hombres y que lo traían en unas andas cuatro hombres, y era mozo como arriba se dijo. Hoy, estando el Almirante comiendo debajo del castillo, llegó a la nao con toda su gente. Y dice el Almirante a los Reyes: «Sin duda pareciera bien a Vuestras Altezas su estado y acatamiento que todos le tienen, puesto que todos andan desnudos. El, así como entró en la nao, halló que estaba comiendo a la mesa debajo del castillo de popa, y él, a buen andar, se vino a sentar a par de mí y no me quiso dar lugar que yo me saliese a él ni me levantase de la mesa, salvo que yo comiese. Yo pensé que él tendría a bien comer de nuestras viandas; mandé luego traerle cosas que él comiese. Y, cuando entró debajo del castillo, hizo señas con la mano que todos los suyos quedasen fuera, y así lo hicieron con la mayor prisa y acatamiento del mundo, y se asentaron todos en la cubierta, salvo dos hombres de una edad madura, que yo estimé por sus consejeros y ayo, que vinieron y se asentaron a sus pies, y de las viandas que yo le puse delante tomaba de cada una tanto como se toma para hacer la salva, y después luego lo demás enviábalo a los suyos, y todos comían de ella; y así hizo en el beber, que solamente llegaba a la boca y después así lo daba a los otros, y todo con un estado maravilloso y muy pocas palabras, y aquellas que él decía, según yo podía entender, eran muy asentadas y de seso, y aquellos dos le miraban a la boca y hablaban por él y con él y con mucho acatamiento. Después de comido, un escudero traía un cinto, que es propio como los de Castilla en la hechura, salvo que es de otra obra, que él tomó y me lo dio, y dos pedazos de oro labrado que eran muy delgados, que creo que aquí alcanzan poco de él, puesto que tengo que están muy vecinos de donde nace y hay mucho. Yo vi que le agradaba un arambel que yo tenía sobre mi cama; yo se lo di y unas cuentas muy buenas de ámbar que yo traía al pescuezo y unos zapatos colorados y una almatraja de agua de azahar, de que quedó tan contento que fue maravilla; y él y su ayo y consejeros llevan grande pesar porque no me entendían ni yo a ellos. Con todo, le conocí que me dijo que si me cumpliese algo de aquí, que toda la isla estaba a mi mandar. Yo envié por unas cuentas mías adonde por un señal tengo un excelente de oro en que están esculpidos Vuestras Altezas y se lo mostré y le dije otra vez como ayer que Vuestras Altezas mandaban y señoreaban todo lo mejor del mundo, y que no había tan grandes príncipes; y le mostré las banderas reales y las otras de la Cruz, de que él tuvo en mucho; y qué grandes señores serían Vuestras Altezas, decía él contra sus consejeros, pues de tan lejos y del cielo me habían enviado hasta aquí sin miedo. Y otras cosas muchas se pasaron que yo no entendía, salvo que bien veía que todo tenía a grande maravilla.» Después que ya fue tarde y él se quiso ir, el Almirante le envió en la barca muy honradamente e hizo tirar muchas lombardas, y, puesto en tierra, subió en sus andas y se fue con sus más de doscientos hombres; y a su hijo le llevaban atrás en los hombros de un indio, hombre muy honrado. A todos los marineros y gente de los navíos donde quiera que los topaba les mandaba dar de comer y hacer mucha honra. Dijo un marinero que le había topado en el camino y visto, que todas las cosas que le había dado el Almirante y cada una de ellas llevaba delante del rey un hombre, a lo que parecía de los más honrados. Iba su hijo atrás del rey buen rato, con tanta compañía de gente como él, y otro tanto un hermano del mismo rey, salvo que iba el hermano a pie y llevábanlo del brazo dos hombres honrados. Este vino a la nao después del rey, el cual dio al Almirante algunas cosas de los dichos rescates, y allí supo el Almirante que al rey llamaban en su lengua cacique. En este día se rescató dice que poco oro; pero supo el Almirante, de un hombre viejo, que había muchas islas comarcanas a cien leguas y más, según pudo entender, en las cuales nace mucho oro, hasta decirle que había isla que era todo oro, y en las otras que hay tanta cantidad que lo cogen y ciernen como con cedazos y lo funden y hacen vergas y mil labores: figuraba por señas la hechura. Este viejo señaló al Almirante la derrota y el paraje donde estaba; determinóse el Almirante de ir allá, y dijo que, si no fuera el dicho viejo tan principal persona de aquel rey, que lo detuviera y llevara consigo, o si supiera la lengua que se lo rogara, y creía, según estaba bien con él y con los cristianos, que se fuera con él de buena gana. Pero, porque tenía ya aquellas gentes por de los Reyes de Castilla y no era razón de hacerles agravio, acordó de dejarlo. Puso una cruz muy poderosa en medio de la plaza de aquella población, a lo cual ayudaron los indios mucho, e hicieron dice que oración y la adoraron, y, por la muestra que dan, espera en Nuestro Señor el Almirante que todas aquellas islas han de ser cristianas.

Miércoles, 19 de diciembre

Esta noche se hizo a la vela por salir de aquel golfo que hace allí la isla de la Tortuga con la Española, y siendo de día tomó el viento Levante, con el cual todo este día no pudo salir de entre aquellas dos islas, y a la noche no pudo tomar un puerto que por allí parecía. Vio por allí cuatro cabos de tierra y una grande bahía y río, y de allí vio una angla muy grande y tenía una población, y a las espaldas un valle entre muchas montañas altísimas, llenas de árboles, que juzgó ser pinos, y sobre los Dos Hermanos hay una montaña muy alta y gorda que va de Norte al Sudoeste, y del Cabo de Torres al Essueste está una isla pequeña, a la cual puso nombre Santo Tomás, porque es mañana su vigilia. Todo el cerco de aquella isla tiene cabos y puertos maravillosos, según juzgaba él desde la mar. Antes de la isla, de la parte del Oeste, hay un cabo que entra mucho en la mar alto y bajo, y por eso le puso nombre Cabo Alto y Bajo. Del camino de Torres al Este cuarta del Sudeste hay sesenta millas hasta una montaña más alta que otra, que entra en la mar, y parece desde lejos isla por sí, por un degollado que tiene de la parte de tierra; púsole nombre Monte Caribata porque aquella provincia se llamaba Caribata. Es muy hermoso y lleno de árboles verdes y claros, sin nieve y sin niebla, y era entonces por allí el tiempo, cuanto a los aires y templanza, como por marzo en Castilla, y en cuanto a los árboles y hierbas como por mayo; las noches dice que eran de catorce horas.

Jueves, 20 de diciembre

Hoy, al ponerse el sol, entró en un puerto que estaba entre la isla de Santo Tomás y el Cabo de Caribata, y surgió. Este puerto es hermosísimo y cabrían en él cuantas naos hay en cristianos: la entrada de él parece desde la mar imposible a los que no hubiesen en él entrado, por unas restingas de peñas que pasan desde el monte hasta casi la isla, y no puestas por orden, sino unas acá y otras acullá, unas a la mar y otras a la tierra; por lo cual es menester estar despiertos para entrar por unas entradas que tienen muy anchas y buenas para entrar sin temor, y todo muy hondo de siete brazas, y pasadas las restingas dentro hay doce brazas. Puede la nao estar con una cuerda cualquiera amarrada contra cualesquiera vientos que haya. A la entrada de este puerto dice que había un canal, que queda a la parte del Oeste de una isleta de arena, y en ella muchos árboles, y hasta el pie de ella hay siete brazas; pero hay muchas bajas en aquella comarca, y conviene abrir el ojo hasta entrar en el puerto; después no hayan miedo a toda la tormenta del mundo. De aquel puerto se parecía un valle grandísimo y todo labrado, que desciende a él del Sudeste, todo cercado de montañas altísimas que parecen que llegan al cielo, y hermosísimas, llenas de árboles verdes, y sin duda que hay allí montañas más altas que la isla de Tenerife en Canaria, que es tenida por de las más altas que puede hallarse. De esta parte de la isla de Santo Tomás está otra isleta a una legua, y dentro de ella otra, y en todas hay puertos maravillosos; mas cumple mirar por las bajas. Vio también poblaciones y ahumadas que se hacían.

Viernes, 21 de diciembre

Hoy fue con las barcas de los navíos a ver aquel puerto; el cual vio ser tal que afirmó que ninguno se le iguala de cuantos haya jamás visto, y excúsase diciendo que ha loado los pasados tanto que no sabe cómo lo encarecer, y que teme que sea juzgado por manifestar excesivo más de lo que es verdad. A esto satisface diciendo: que él trae consigo marineros antiguos, y éstos dicen y dirán lo mismo, y todos cuantos andan en la mar; conviene a saber, todas las alabanzas que ha dicho de los puertos pasados ser verdad, y ser éste muy mejor que todos ser asimismo verdad. Dice más de esta manera: «Yo he andado veintitrés años en la mar, sin salir de ella tiempo que se haya de contar, y vi todo el Levante y Poniente, que hice por ir al camino de Septentrión, que es Inglaterra, y he andado la Guinea, mas en todas estas partidas no se hallaría la perfección de los puertos… hallado siempre lo… mejor que el otro, que yo con buen tiento miraba mi escribir, y torno a decir que afirmo haber bien escrito, y que ahora éste es sobre todos y cabrían en él todas las naos del mundo, y cerrado, que con una cuerda, la más vieja de la nao, la tuviese amarrada.» Desde la entrada hasta el fondo habrá cinco leguas.

Vio unas tierras muy labradas, aunque todas son así, y mandó salir dos hombres fuera de las barcas que fuesen a un alto para que viesen si había población, porque de la mar no se veía ninguna; puesto que aquella noche, cerca de las diez horas, vinieron a la nao en una canoa ciertos indios a ver al Almirante y a los cristianos por maravilla, y les dio de los rescates, con que se holgaron mucho. Los dos cristianos volvieron y dijeron dónde habían visto una población grande, un poco desviada de la mar. Mandó el Almirante remar hacia la parte donde la población estaba hasta llegar cerca de tierra, y vio unos indios que venían a la orilla de la mar, y parecía que venían con temor, por lo cual mandó detener las barcas y que les hablasen los indios que traía en la nao, que no les haría mal alguno. Entonces se allegaron más a la mar, y el Almirante más a tierra; y después que del todo perdieron el miedo, venían tantos que cubrían la tierra, dando mil gracias, así hombres como mujeres y niños; los unos corrían de acá y los otros de allá a nos traer pan que hacen de niames, que ellos llaman ajes, que es muy blanco y bueno, y nos traían agua en calabazas y en cántaros de barro de la hechura de los de Castilla, y nos traían cuanto en el mundo tenían y sabían que el Almirante quería, y todo con un corazón tan largo y tan contento que era maravilla; «y no se diga que porque lo que daban valía poco por eso lo daban liberalmente -dice el Almirante-, porque lo mismo hacían y tan liberalmente los que daban pedazos de oro como los que daban la calabaza de agua; y fácil cosa es de conocer -dice el Almirante- cuándo se da una cosa con muy deseoso corazón de dar». Estas son sus palabras: «Esta gente no tiene varas ni azagayas ni otras ningunas armas, ni los otros de toda esta isla, y tengo que es grandísima: son así desnudos como su madre los parió, así mujeres como hombres, que en las otras tierras de la Juana y las otras de las otras islas traían las mujeres delante de sí unas cosas de algodón con que cobijan su natura, tanto como una bragueta de calzas de hombre, en especial después que pasan de edad de doce años; mas aquí ni moza ni vieja; y en los otros lugares todos los hombres hacían esconder sus mujeres de los cristianos por celos, más allí no, y hay muy lindos cuerpos de mujeres, y ellas las primeras que venían a dar gracias al cielo y traer cuanto tenían, en especial cosas de comer, pan de ajes y gonza avellanada y de cinco o seis maneras frutas», de los cuales mandó curar el Almirante para traer a los Reyes. No menos dice que hacían las mujeres en las otras partes antes que se escondiesen, y el Almirante mandaba en todas partes estar todos los suyos sobre aviso que no enojasen a alguno en cosa ninguna y que nada les tomasen contra su voluntad, y así les pagaban todo lo que de ellos recibían. Finalmente -dice el Almirante- que no puede creer que hombre haya visto gente de tan buenos corazones y francos para dar y tan temerosos, que ellos se deshacían todos por dar a los cristianos cuanto tenían y, en llegando los cristianos, luego corrían a traerlo todo. Después envió el Almirante seis cristianos a la población para que la viesen qué era, a los cuales hicieron cuanta honra podían y sabían y les daban cuanto tenían, porque ninguna duda les queda, sino que creían que el Almirante y toda su gente habían venido del cielo: lo mismo creían los indios que consigo el Almirante traía de las otras islas, puesto que ya se les había dicho lo que debían de tener. Después de haber ido los seis cristianos, vinieron ciertas canoas con gente a rogar al Almirante, de parte de un señor, que fuese a su pueblo cuando de allí se partiese. (Canoa es una barca en que navegan, y son de ellas grandes y de ellas pequeñas). Y visto que el pueblo de aquel señor estaba en el camino sobre una punta de tierra, esperando con mucha gente al Almirante, fue allá, y antes que se partiese vino a la playa tanta gente que era espanto, hombres y mujeres y niños, dando voces que no se fuese sino que se quedase con ellos. Los mensajeros del otro señor que había venido a convidar estaban aguardando con sus canoas, porque no se fuese sin ir a ver al señor, y así lo hizo, y, en llegando que llegó el Almirante adonde aquel señor le estaba esperando, y tenían muchas cosas de comer, mandó asentar toda su gente; manda que lleven lo que tenía de comer a las barcas donde estaba el Almirante, junto a la orilla de la mar. Y como vio que el Almirante había recibido lo que le habían llevado, todos o los más de los indios dieron a correr al pueblo, que debía estar cerca, para traerle más comida y papagayos y otras cosas de lo que tenían, con tan franco corazón que era maravilla. El Almirante les dio cuentas de vidrio y sortijas de latón y cascabeles, no porque ellos demandasen algo, sino porque le parecía que era razón, y sobre todo -dice el Almirante- porque los tiene ya por cristianos y por de los Reyes de Castilla más que las gentes de Castilla; y dice que otra cosa no falta, salvo saber la lengua y mandarles, porque todo lo que se les mandare harán sin contradicción alguna. Partióse de allí el Almirante para los navíos, y los indios daban voces, así hombres como mujeres y niños, que no se fuesen y se quedasen con ellos los cristianos. Después que se partían venían tras ellos a la nao canoas llenas de ellos, a los cuales hizo hacer mucha honra y darles de comer y otras cosas que llevaron. Había también venido antes otro señor de la parte del Oeste, y aun a nado venían muy mucha gente, y estaba la nao más de grande media legua de tierra. El señor que dije se había tornado; envióle ciertas personas para que le viesen y le preguntasen de estas islas; y los recibió muy bien, y los llevó consigo a su pueblo para darles ciertos pedazos grandes de oro, y llegaron a un gran río, el cual los indios pasaron a nado: los cristianos no pudieron y así se tornaron. En toda esta comarca hay montañas altísimas que parecen llegar al cielo, que la de la isla de Tenerife parece nada en comparación de ellas en altura y en hermosura, y todas son verdes, llenas de arboledas que es una cosa de maravilla. Entre medio de ellas hay vegas muy graciosas, y al pie de este puerto al Sur hay una vega tan grande que los ojos no pueden llegar con la vista al cabo, sin que tenga impedimento de montaña, que parece que debe tener quince o veinte leguas, por la cual viene un río, y es toda poblada y labrada y está tan verde ahora como si fuera en Castilla por mayo o por junio, puesto que las noches tienen catorce horas y sea la tierra tanto septentrional. Así, este puerto es muy bueno para todos los vientos que puedan ventar, cerrado y hondo y todo poblado de gente muy buena y mansa y sin armas buenas ni malas, y puede cualquier navío estar sin miedo en él que otros navíos que vengan de noche a le saltear, porque, puesto que la boca sea bien ancha de más de dos leguas, es muy cerrada de dos restingas de piedra que escasamente la ven sobre agua, salvo una entrada muy angosta en esta restinga, que no parece sino que fue hecho a mano y que dejaron una puerta abierta cuanto los navíos puedan entrar. En la boca hay siete brazas de fondo hasta el pie de una isleta llana que tiene una playa y árboles; al pie de ella de la parte del Oeste tiene la entrada, y se puede llegar una nao sin miedo hasta poner el borde junto a la peña. Hay de la parte del Noroeste tres islas y un gran río a una legua del cabo de este puerto; es el mejor del mundo; púsole nombre el Puerto de la Mar de Santo Tomás, porque era hoy su día: díjole mar por su grandeza.

Sábado, 22 de diciembre

En amaneciendo, dio las velas para ir su camino a buscar las islas que los indios le decían que tenían mucho oro, y de algunas que tenían más oro que tierra; no le hizo tiempo y hubo de tornar a surgir, y envió la barca a pescar con la red. El señor de aquella tierra, que tenía un lugar cerca de allí, le envió una grande canoa llena de gente, y en ella un principal criado suyo a rogar al Almirante que fuese con los navíos a su tierra y que le daría cuanto tuviese. Envióle con aquél un cinto que, en lugar de bolsa, traía una carátula que tenía dos orejas grandes de oro de martillo, y la lengua y la nariz. «Y como sea esta gente de muy buen corazón, que cuanto le piden dan con la mejor voluntad del mundo, les parece que pidiéndoles algo les hacen grande merced»: esto dice el Almirante. Toparon la barca y dieron el cinto a un grumete, y vinieron con su canoa a bordo de la nao con su embajada. Primero que los entendiesen, pasó alguna parte del día; ni los indios que él traía los entendían bien, porque tienen alguna diversidad de vocablos en nombres de las cosas.

En fin, acabó de entender por señas su convite. El cual determinó de partir el domingo para allá, aunque no solía partir de puerto en domingo, sólo por su devoción y no por superstición alguna; pero con esperanza, dice él, que aquellos pueblos han de ser cristianos por la voluntad que muestran y de los Reyes de Castilla, y porque los tiene ya por suyos y porque le sirvan con amor, les quiere y trabaja hacer todo placer. Antes que partiese hoy, envió seis hombres a una población muy grande, tres leguas de allí de la parte del Oeste, porque el señor de ella vino el día pasado al Almirante y dijo que tenía ciertos pedazos de oro. En llegando allá los cristianos, tomó el señor de la mano al escribano del Almirante, que era uno de ellos, el cual enviaba el Almirante para que no consintiese hacer a los demás cosa indebida a los indios, porque como fuesen tan francos los indios y los españoles tan codiciosos y desmedidos, que no les basta que por un cabo de agujeta y aun por un pedazo de vidrio y de escudilla y por otras cosas de no nada les daban los indios cuanto querían; pero, aunque sin darles algo se lo querían todo haber y tomar, lo que el Almirante siempre prohibía, y aunque también eran muchas cosas de poco valor, si no era el oro, las que daban a los cristianos; pero el Almirante, mirando al franco corazón de los indios, que por seis cuentezuelas de vidrio darían y daban un pedazo de oro, por eso mandaba que ninguna cosa se recibiese de ellos que no se les diese algo en pago. Así que tomó por la mano el señor al escribano y lo llevó a su casa con todo el pueblo, que era muy grande, que le acompañaba, y les hizo dar de comer, y todos los indios les traían muchas cosas de algodón labradas y en ovillos hilado. Después que fue tarde, dioles tres ánsares muy gordas el señor y unos pedacitos de oro, y vinieron con ellos mucho número de gente y les traían todas las cosas que allá habían rescatado, y a ellos mismos porfiaban de traerlos a cuestas, y de hecho lo hicieron por algunos ríos y por algunos lugares lodosos. El Almirante mandó dar al señor algunas cosas, y quedó él y toda su gente con gran contentamiento, creyendo verdaderamente que había venido del cielo, y en ver los cristianos se tenían por bienaventurados. Vinieron este día más de ciento y veinte canoas a los navíos, todas cargadas de gente, y todos traen algo, especialmente de su pan y pescado y agua en cantarillos de barro y simientes de muchas simientes que son buenas especias: echaban un grano en una escudilla de agua y bébenla, y decían los indios que consigo traía el Almirante que era cosa sanísima.

Domingo, 23 de diciembre

No pudo partir con los navíos a la tierra de aquel señor que lo había enviado a rogar y convidar, por falta de viento; pero envió, con los tres mensajeros que allí esperaban, las barcas con gente y al escribano. Entre tanto que aquéllos iban, envió dos de los indios que consigo traía a las poblaciones que estaban por allí cerca del paraje de los navíos, y volvieron con un señor a la nao con nuevas que en aquella isla Española había gran cantidad de oro, y que a ella lo venían a comprar de otras partes, y dijéronle que allí hallaría cuanto quisiese. Vinieron otros que confirmaban haber en ella mucho oro, y mostrábanle la manera que se tenía en cogerlo. Todo aquello entendía el Almirante con pena; pero todavía tenía por cierto que en aquellas partes había grandísima cantidad de ello y que, hallando el lugar donde se saca, habrá gran barato de ello, y según imaginaba que por no nada. Y torna a decir que cree que debe haber mucho, porque en tres días que había que estaba en aquel puerto había habido buenos pedazos de oro, y no puede creer que allí lo traigan de otra tierra.

«Nuestro Señor, que tiene en las manos todas las cosas, vea de me remediar y dar como fuere su servicio»; éstas son palabras del Almirante. Dice que aquella hora cree haber venido a la nao más de mil personas y que todas traían algo de lo que poseen; y antes que lleguen a la nao, con medio tiro de ballesta, se levantan en sus canoas en pie y toman en las manos lo que traen diciendo: «Tomad, tomad.» También cree que más de quinientos vinieron a la nao nadando por no tener canoas, y estaba surta cerca de una legua de tierra. Juzgaba que habían venido cinco señores, hijos de señores, con toda su casa, mujeres y niños, a ver los cristianos. A todos mandaba dar el Almirante, porque todo dice que era bien empleado, y dice: «Nuestro Señor me aderece, por su piedad, que halle este oro, digo su mina, que hartos tengo aquí que dicen que la saben»; éstas son sus palabras. En la noche llegaron las barcas, y dijeron que había gran camino hasta donde venían, y que al monte de Caribatan hallaron muchas canoas con muy mucha gente que venían a ver al Almirante y a los cristianos del lugar donde ellos iban. Y tenía por cierto que si aquella fiesta de Navidad pudiera estar en aquel puerto, viniera toda la gente de aquella isla, que estimaba ya por mayor que Inglaterra, por verlos; los cuales se volvieron todos con los cristianos a la población, la cual dice que afirmaba ser la mayor y la más concertada de calles que otras de las pasadas y halladas hasta allí, la cual dice que es parte de Punta Santa al Sudeste casi tres leguas. Y como las canoas andan mucho de remos, fuéronse delante a hacer saber al cacique, que ellos llamaban allí. Hasta entonces no había podido entender el Almirante silo dicen por rey o por gobernador. También dicen otro nombre por grande que llaman nitayno; no sabía silo dicen por hidalgo o gobernador o juez. Finalmente, el cacique vino a ellos y se ajuntaron en la plaza, que estaba muy barrida, todo el pueblo, que había más de dos mil hombres. Este rey hizo mucha honra a la gente de los navíos, y los populares cada uno les traía algo de comer y de beber. Después el rey dio a cada uno unos paños de algodón que visten las mujeres, y papagayos para el Almirante y ciertos pedazos de oro: daban también los populares de los mismos paños y otras cosas de sus casas a los marineros, por pequeña cosa que les daban, la cual, según la recibían, parecía que la estimaban por reliquias. Ya a la tarde, queriendo despedir, el rey les rogaba que aguardasen hasta otro día; lo mismo todo el pueblo. Visto que determinaban su venida, vinieron con ellos mucho del camino, trayéndoles a cuestas lo que el cacique y los otros les habían dado hasta las barcas, que quedaban a la entrada del río.

Lunes, 24 de diciembre

Antes de salido el sol, levantó las anclas con el viento terral. Entre los muchos indios que ayer habían venido a la nao, que les habían dado señales de haber en aquella isla oro y nombrado los lugares donde lo cogían, vio uno parece que más dispuesto y aficionado o que con más alegría le hablaba, y halagólo rogándole que se fuese con él a mostrarle las minas del oro. Este trajo otro compañero o pariente consigo, los cuales, entre los otros lugares que nombraban donde se cogía el oro dijeron de Cipango, al cual ellos llaman Cibao, y allí afirman que hay gran cantidad de oro, y que el cacique trae las banderas de oro de martillo, salvo que está muy lejos al Este. El Almirante dice aquí estas palabras a los Reyes: «Crean Vuestras Altezas que en el mundo todo no puede haber mejor gente, ni más mansa. Deben tomar Vuestras Altezas grande alegría porque luego los harán cristianos y los habrán enseñado en buenas costumbres de sus reinos, que más mejor gente ni tierra puede ser, y la gente y la tierra en tanta cantidad que yo no sé ya cómo lo escriba; porque yo he hablado en superlativo grado la gente y la tierra de la Juana, a que ellos llaman Cuba; mas hay tanta diferencia de ellos y de ella a ésta en todo como del día a la noche, ni creo que otro ninguno que esto hubiese visto hubiese hecho ni dijese menos de lo que yo tengo dicho, y digo que es verdad que es maravilla las cosas de acá y los pueblos grandes de esta isla Española, que así la llamé y ellos la llaman Bohío, y todos de muy singularísimo trato amoroso y habla dulce, no como los otros que parece cuando hablan que amenazan, y de buena estatura hombres y mujeres y no negro. Verdad es que todos se tiñen, algunos de negro y otros de otra color, y los más de colorado. He sabido que lo hacen por el sol, que no les haga tanto mal, y las casas y lugares tan hermosos, y con señorío en todos como juez o señor de ellos, y todos le obedecen que es maravilla, y todos estos señores son de pocas palabras y muy lindas costumbres, y su mando es lo más con hacer señas con la mano, y luego es entendido que es maravilla.»

Todas son palabras del Almirante. Quien hubiere de entrar en la mar de Santo Tomé, se debe meter una buena legua sobre la boca de la entrada sobre una isleta llana que en el medio hay, que le puso nombre la Amiga, llevando la proa en ella. Y después que llegare a ella con el tiro de una piedra, pase de la parte del Oeste y quédele ella al Este, y se llegue a ella y no a la otra parte, porque viene una restinga muy grande del Oeste, y aun en la mar fuera de ella hay unas tres bajas, y esta restinga se llega a la Amiga un tiro de lombarda, y entremedias pasará y hallará a lo más bajo siete brazas, y cascajos abajo, y dentro hallará puerto para todas las naos del mundo y que estén sin amarras. Otra restinga y bajas vienen de la parte del Este a la dicha isla Amiga, y son muy grandes y salen en la mar mucho y llega hasta el cabo casi dos leguas; pero entre ellas pareció que había entrada a tiro de dos lombardas de la Amiga, y al pie del Monte Garibatan de la parte del Oeste hay un muy buen puerto y muy grande.

Martes, 25 de diciembre, día de Navidad

Navegando con poco viento el día de ayer desde la mar de Santo Tomé hasta la Punta Santa, sobre la cual a una legua estuvo así hasta pasado el primer cuarto, que serían a las once horas de la noche, acordó echarse a dormir, porque había dos días y una noche que no había dormido. Como fuese calma, el marinero que gobernaba la nao acordó irse a dormir, y dejó el gobernario a un mozo grumete, lo que mucho siempre había el Almirante prohibido en todo el viaje, que hubiese visto o que hubiese calma: conviene a saber, que no dejasen gobernar a los grumetes. El Almirante estaba seguro de bancos y de peñas, porque el domingo, cuando envió las barcas a aquel rey, habían pasado al Este de la dicha Punta Santa bien tres leguas y media, y habían visto los marineros toda la costa y los bajos que hay desde la dicha Punta Santa al Este bien tres leguas, y vieron por dónde se podía pasar, lo que todo este viaje no hizo. Quiso Nuestro Señor que a las doce horas de la noche, como habían visto acostar y reposar el Almirante y veían que era calma muerta y la mar como en una escudilla, todos se acostaron a dormir, y quedó el gobernalle en la mano de aquel muchacho, y las aguas que corrían llevaron la nao sobre uno de aquellos bancos. Los cuales, puesto que fuese de noche, sonaban que de una grande legua se oyeran y vieran, y fue sobre él tan mansamente que casi no se sentía. El mozo, que sintió el gobernalle y oyó el sonido de la mar, dio voces, a las cuales salió el Almirante y fue tan presto que aún ninguno había sentido que estuviesen encallados. Luego el maestre de la nao, cuya era la guardia, salió; y díjoles el Almirante a él y a los otros que halasen el batel que traían por popa y tomasen un anda y la echasen por popa, y él con otros muchos saltaron en el batel, y pensaba el Almirante que hacían lo que les había mandado. Ellos no curaron sino de huir a la carabela, que estaba a barlovento media legua. La carabela no los quiso recibir haciéndolo virtuosamente, y por esto volvieron a la nao; pero primero fue a ella la barca de la carabela.

Cuando el Almirante vio que se huían y que era su gente, y las aguas menguaban y estaba ya la nao la mar de través, no viendo otro medio, mandó cortar el mástil y alijar de la nao todo cuanto pudieron para ver si podían sacarla; y como todavía las aguas menguasen no se pudo remediar, y tomó lado hacia la mar traviesa, puesto que la mar era poco o nada, y entonces se abrieron los conventos y no la nao. El Almirante fue a la carabela para poner en cobro la gente de la nao en la carabela y, como ventase ya vientecillo de la tierra y también aún quedaba mucho de la noche, ni supiesen cuánto duraban los bancos, temporejó a la corda hasta que fue de día, y luego fue a la nao por de dentro de la restinga del banco. Primero había enviado el batel a tierra con Diego de Arana, de Córdoba, alguacil de la Armada, y Pedro Gutiérrez, repostero de la Casa Real, a hacer saber al rey que los había enviado a convidar y rogar el sábado que se fuese con los navíos a su puerto, el cual tenía su villa adelante obra de una legua y media del dicho banco; el cual como lo supo dicen que lloró, y envió toda su gente de la villa con canoas muy grandes y muchas a descargar todo lo de la nao. Y así se hizo y se descargó todo lo de las cubiertas en muy breve espacio: tanto fue el grande aviamiento y diligencia que aquel rey dio. Y él con su persona, con hermanos y parientes, estaban poniendo diligencia, así en la nao como en la guarda de lo que se sacaba a tierra, para que todo estuviese a muy buen recaudo. De cuando en cuando enviaba uno de sus parientes al Almirante llorando a lo consolar, diciendo que no recibiese pena ni enojo, que él le daría cuanto tuviese. Certifica el Almirante a los Reyes que en ninguna parte de Castilla tan buen recaudo en todas las cosas se pudiera poner sin faltar una agujeta. Mandólo poner todo junto con las casas entretanto que se vaciaban algunas cosas que quería dar, donde se pusiese y guardase todo. Mandó poner hombres armados en rededor de todo, que velasen toda la noche. «El, con todo el pueblo, lloraban; tanto -dice el Almirante-, son gente de amor y sin codicia y convenibles para toda cosa, que certifico a Vuestras Altezas que en el mundo creo que no hay mejor gente ni mejor tierra: ellos aman a sus prójimos como a sí mismos, y tienen un habla la más dulce del mundo y mansa, y siempre con risa. Ellos andan desnudos, hombres y mujeres, como sus madres los parieron. Mas, crean Vuestras Altezas que entre sí tienen costumbres muy buenas, y el rey muy maravilloso estado, de una cierta manera tan continente que es placer de verlo todo, y la memoria que tienen, y todo quieren ver, y preguntan qué es y para qué.» Todo esto dice el Almirante.

Miércoles, 26 de diciembre

Hoy, al salir del sol, vino el rey de aquella tierra que estaba en aquel lugar a la carabela Niña, donde estaba el Almirante, y casi llorando le dijo que no tuviese pena, que él le daría cuanto tenía, y que había dado a los cristianos que estaban en tierra dos muy grandes casas, y que más les daría si fuesen menester, y cuantas canoas pudiesen cargar y descargar la nao, y poner en tierra cuanta gente quisiese; y que así lo había hecho ayer, sin que tomase una migaja de pan ni otra cosa alguna; «tanto -dice el Almirante- son fieles y sin codicia de lo ajeno»; y así era sobre todos aquel rey virtuoso. En tanto que el Almirante estaba hablando con él, vino otra canoa de otro lugar que traía ciertos pedazos de oro, los cuales quería dar por un cascabel, porque otra cosa tanto no deseaban como cascabeles. Que aún no llega la canoa a bordo cuando llamaban y mostraban los pedazos de oro, diciendo chuq chuq por cascabeles, que están en puntos de se tornar locos por ellos. Después de haber visto esto, y partiéndose estas canoas que eran de los otros lugares, llamaron al Almirante y le rogaron que les mandase guardar un cascabel hasta otro día, porque él traería cuatro pedazos de oro tan grandes como la mano. Holgó el Almirante de oír esto, y después un marinero que venía de tierra dijo al Almirante que era cosa de maravilla las piezas de oro que los cristianos que estaban en tierra rescataban por no nada; por una agujeta daban pedazos que serían más de dos castellanos, y que entonces no era nada al respecto de lo que sería dende a un mes. El rey se holgó mucho con ver al Almirante alegre, y entendió que deseaba mucho oro, y díjole por señas que él sabía cerca de allí donde había de ello muy mucho en grande suma, y que estuviese de buen corazón, que él le daría cuanto oro quisiese; y de ello dice que le daba razón, y en especial que lo había en Cipango, a que ellos llamaban Cibao, en tanto grado que ellos no le tienen en nada, y que él lo traería allí, aunque también en aquella isla Española, a quien llaman Bohío, y en aquella provincia Caribata lo había mucho más.

El rey comió en la carabela con el Almirante, y después salió con él en tierra, donde hizo al Almirante mucha honra y le dio colación de dos o tres maneras de ajes y con camarones y caza y otras viandas que ellos tenían, y de su pan que llamaban cazabí; dende lo llevó a ver unas verduras de árboles junto a las casas, y andaban con él bien mil personas, todos desnudos. El señor ya traía camisa y guantes que el Almirante le había dado, y por los guantes hizo mayor fiesta que por cosa de las que le dio. En su comer, con su honestidad y hermosa manera de limpieza, se mostraba bien ser de linaje. Después de haber comido, que tardó buen rato estar a la mesa, trajeron ciertas hierbas con que se fregó mucho las manos; creyó el Almirante que lo hacía para ablandarlas, y diéronle aguamanos. Después que acabaron de comer, llevó a la playa al Almirante, y el Almirante envió por un arco turquesco y un manojo de flechas, y el Almirante hizo tirar a un hombre de su compañía, que sabía de ello, y el señor, como no sepa qué sean armas, porque no las tienen ni las usan, le pareció gran cosa; aunque dice que el comienzo fue sobre el habla de los Caniba, que ellos llaman caribes, que los vienen a tomar, y traen arcos y flechas sin hierro, que en todas aquellas tierras no había memoria de él ni de otro metal, salvo de oro y cobre, aunque cobre no había visto sino poco el Almirante. El Almirante le dijo por señas que los Reyes de Castilla mandarían destruir a los caribes y que a todos se los mandarían traer las manos atadas. Mandó el Almirante tirar una lombarda y una espingarda, y viendo el efecto que su fuerza hacían y lo que penetraban, quedó maravillado. Y cuando su gente oyó los tiros cayeron todos en tierra. Trajeron al Almirante una gran carátula que tenía grandes pedazos de oro en las orejas y en los ojos y en otras partes, la cual le dio con otras joyas de oro que el mismo rey había puesto al Almirante en la cabeza y al pescuezo; y a otros cristianos que con él estaban dio también muchas.

El Almirante recibió mucho placer y consolación de estas cosas que veía, y se le templó la angustia y pena que había recibido y tenía de la pérdida de la nao, y conoció que Nuestro Señor había hecho encallar allí la nao porque hiciese allí asiento. «Y a esto -dice él- vinieron tantas cosas a la mano, que verdaderamente no fue aquél desastre, salvo gran ventura. Porque es cierto -dice él- que si yo no encallara, que yo fuera de largo sin surgir en este lugar, porque él está metido acá dentro en una grande bahía y en ella dos o tres restingas de bajas, ni este viaje dejara aquí gente, ni aunque yo quisiera dejarla no les pudiera dar tan buen aviamento ni tantos pertrechos ni tantos mantenimientos ni aderezos para fortaleza. Y bien es verdad que mucha gente de ésta que va aquí me habían rogado y hecho rogar que les quisiera dar licencia para quedarse. Ahora tengo ordenado de hacer una torre y fortaleza, todo muy bien, y una grande cava, no porque crea que haya esto menester por esta gente, porque tengo dicho que con esta gente que yo traigo sojuzgaría toda esta isla, la cual creo que es mayor que Portugal, y más gente al doble, mas son desnudos y sin armas y muy cobardes fuera de remedio. Mas es razón que se haga esta torre y se esté como se ha de estar, estando tan lejos de Vuestras Altezas, y porque conozcan el ingenio de la gente de Vuestras Altezas y lo que pueden hacer, porque con amor y temor le obedezcan; y así tendrán tablas para hacer todas las fortalezas de ellas y mantenimientos de pan y vino para más de un año y simientes para sembrar y la barca de la nao y un calafate y un carpintero y un lombardero y un tonelero y muchos entre ellos hombres que desean mucho, por servicio de Vuestras Altezas y me hacer placer, de saber de la mina donde se coge el oro. Así que todo es venido mucho a pelo para que se haga este comienzo; y sobre todo que, cuando encalló la nao fue tan paso que casi no se sintió ni había ola ni viento.» Todo esto dice el Almirante. Y añade más para mostrar que fue gran ventura y determinada voluntad de Dios que la nao allí encallase porque dejase allí gente, que si no fuera por la traición del maestre y de la gente, que eran todos o los más de su tierra, de no querer echar el anda por popa para sacar la nao, como el Almirante los mandaba, la nao se salvara, y así no pudiera saberse la tierra, dice él, como se supo aquellos días que allí estuvo, y adelante por los que allí entendía dejar, porque él iba siempre con intención de descubrir y no parar en parte más de un día si no era por falta de los vientos, porque la nao dice que era muy pesada y no para el oficio de descubrir. Y llevar tal nao dice que causaron los de Palos, que no cumplieron con el Rey y la Reina lo que le habían prometido: dar navíos convenientes para aquella jornada, y no lo hicieron. Concluye el Almirante diciendo que de todo lo que en la nao había no se perdió una agujeta, ni tabla ni clavo, porque ella quedó sana como cuando partió, salvo que se cortó y rajó algo para sacar la vasija y todas las mercaderías, y pusiéronlas todas en tierra y bien guardadas, como está dicho; y dice que espera en Dios que a la vuelta que él entendía hacer de Castilla, había de hallar un tonel de oro que habrían rescatado los que había de dejar y que habrían hallado la mina del oro y la especiería, y aquello en tanta cantidad que los Reyes antes de tres años emprendiesen y aderezasen para ir a conquistar la Casa Santa, «que así -dice él- protesté a Vuestras Altezas que toda la ganancia de esta mi empresa se gastase en la conquista de Jerusalén, y Vuestras Altezas se rieron y dijeron que les placía, y que sin esto tenían aquella gana». Palabras del Almirante.

Jueves, 27 de diciembre

En saliendo el sol, vino a la carabela el rey de aquella tierra, y dijo al Almirante que había enviado por oro y que lo quería cubrir todo de oro antes que se fuese, antes le rogaba que no se fuese; y comieron con el Almirante el rey y un hermano suyo y otro pariente muy privado, los cuales dos le dijeron que querían ir a Castilla con él. Estando en esto, vinieron ciertos indios con nuevas cómo la carabela Pinta estaba en un río al cabo de aquella isla; luego envió el cacique allá una canoa, y en ella el Almirante un marinero, porque amaba tanto al Almirante que era maravilla. Ya entendía el Almirante con cuánta prisa podía por despacharse para la vuelta de Castilla.

Viernes, 28 de diciembre

Para dar orden y prisa en el acabar de hacer la fortaleza y en la gente que en ella había de quedar, salió el Almirante en tierra y parecióle que el rey le había visto cuando iba en la barca; el cual se entró presto en su casa disimulando, y envió a un su hermano que recibiese al Almirante y llevólo a una de las casas que tenía dadas a la gente del Almirante, la cual era la mayor y mejor de aquella villa. En ella le tenían aparejado un estrado de camisas de palma, donde le hicieron asentar. Después el hermano envió un escudero suyo a decir al rey que el Almirante estaba allí, como que el rey no sabía que era venido, puesto que el Almirante creía que lo disimulaba por hacerle mucha más honra. Como el escudero se lo dijo, dio el cacique dice que a correr para el Almirante, y púsole al pescuezo una gran plasta de oro que traía en la mano. Estuvo allí con él hasta la tarde, deliberando lo que había de hacer.

Sábado, 29 de diciembre

En saliendo el sol, vino a la carabela un sobrino del rey muy mozo y de buen entendimiento y buenos hígados (como dice el Almirante); y como siempre trabajase por saber adónde se cogía el oro, preguntaba a cada uno, porque por señas ya entendía algo, y así aquel mancebo le dijo que a cuatro jornadas había una isla al Este que se llama Guarionex, y otras que se llamaban Mocorix y Mayonic y Fuma y Cibao y Coroay, en las cuales había infinito oro, los cuales nombres escribió el Almirante; y supo esto que le había dicho un hermano del rey, y riñó con él, según el Almirante entendió. También otras veces había el Almirante entendido que el rey trabajaba porque no entendiese dónde nacía y se cogía el oro, porque no lo fuese a rescatar o comprar a otra parte. «Mas es tanto y en tantos lugares y en esta misma isla Española -dice el Almirante-, que es maravilla.» Siendo ya de noche le envió el rey una gran carátula de oro, y envióle a pedir un bacín para mandar hacer otro, y así se lo envió.

Domingo, 30 de diciembre

Salió el Almirante a comer a tierra, y llegó a tiempo que habían venido cinco reyes sujetos a aqueste que se llamaba Guacanagarí, todos con sus coronas, representando muy buen estado, que dice el Almirante a los Reyes que Sus Altezas hubieran placer de ver la manera de ellos. En llegando en tierra, el rey vino a recibir al Almirante, y lo llevó de brazos a la misma casa de ayer, donde tenía un estrado y sillas en que asentó al Almirante; y luego se quitó la corona de la cabeza y se la puso al Almirante, y el Almirante se quitó del pescuezo un collar de buenos alaqueques y cuentas muy hermosas de muy lindos colores, que parecía muy bien en toda parte, y se lo puso a él, y se desnudó un capuz de fina grana, que aquel día se había vestido, y se lo vistió, y envió por unos borceguíes de color que le hizo calzar, y le puso en el dedo un grande anillo de plata, porque habían dicho que vieron una sortija de plata a un marinero y que había hecho mucho por ella. Quedó muy alegre y muy contento, y dos de aquellos reyes que estaban con él vinieron adonde el Almirante estaba con él y trajeron al Almirante dos grandes plastas de oro, cada uno la suya. Y estando así vino un indio diciendo que había dos días que dejara la carabela Pinta al Este en un puerto. Tornóse el Almirante a la carabela, y Vicente Yáñez, capitán de ella, afirmó que había visto ruibarbo y que lo había en la isla Amiga, que está a la entrada de la mar de Santo Tomé, que estaba seis leguas de allí, y que había conocido los ramos y raíz. Dicen que el ruibarbo echa unos ramitos fuera de tierra y unos frutos que parecen moras verdes casi secas, y el palillo que está cerca de la raíz es tan amarillo y tan fino como la mejor color que puede ser para pintar, y debajo de la tierra hace la raíz como una grande pera.

Lunes, 31 de diciembre

Aqueste día se ocupó en mandar tomar agua y leña para la partida a España por dar noticia presto a los Reyes para que enviasen navíos que descubriesen lo que quedaba por descubrir, porque ya «el negocio parecía tan grande y de tanto tomo que es maravilla», dijo el Almirante. Y dice que no quisiera partirse hasta que hubiere visto toda aquella tierra que iba hacia el Este y andaría toda por la costa, por saber también dice que el tránsito de Castilla a ella, para traer ganados y otras cosas. Mas, como hubiese quedado con un solo navío, no le parecía razonable cosa ponerse a los peligros que le pudieran ocurrir descubriendo. Y quejábase que todo aquel mal e inconveniente haberse apartado de él la carabela Pinta.

Martes, 1 de enero de 1493

A media noche despachó la barca que fuese a la isleta Amiga para traer el ruibarbo. Volvió a vísperas con un serón de ello; no trajeron más porque no llevaron azada para cavar: aquello llevó por muestra a los Reyes. El rey de aquella tierra dice que había enviado muchas canoas por oro. Vino la canoa que fue a saber de la Pinta y el marinero y no la hallaron. Dijo aquel marinero que a veinte leguas de allí habían visto un rey que traía en la cabeza dos grandes plastas de oro, y luego que los indios de la canoa le hablaron se las quitó, y vio también mucho oro a otras personas. Creyó el Almirante que el rey Guacanagarí debía de haber prohibido a todos que no vendiesen oro a los cristianos, porque pasase todo por su mano. Mas él había sabido los lugares, como dije anteayer, donde lo había en tanta cantidad que no lo tenían en precio. También la especiería que, como dice el Almirante, es mucha y más vale que pimiento y manegueta. Dejaba encomendados a los que allí quería dejar que hubiesen cuanta pudiesen.

Miércoles, 2 de enero

Salió de mañana en tierra para se despedir del rey Guacanagarí y partirse en el nombre del Señor, y diole una camisa suya y mostróle la fuerza que tenían y efecto que hacían las lombardas, por lo cual mandó armar una y tirar al costado de la nao que estaba en tierra, porque vino a propósito de platicar sobre los caribes, con quien tienen guerra, y vio hasta dónde llegó la lombarda y cómo pasó el costado de la nao y fue muy lejos la piedra por la mar. Hizo hacer también una escaramuza con la gente de los navíos armada, diciendo al cacique que no hubiese miedo a los caribes aunque viniesen. Todo esto dice que hizo el Almirante porque tuviese por amigos a los cristianos que dejaba, y por ponerle miedo que los temiese. Llevólo el Almirante a comer consigo a la casa donde estaba aposentado y a los otros que iban con él. Encomendóle mucho el Almirante a Diego de Arana y a Pedro Gutiérrez y a Rodrigo Escobedo, que dejaba juntamente por sus tenientes de aquella gente que allí dejaba, porque todo fuese bien regido y gobernado a servicio de Dios y de Sus Altezas. Mostró mucho amor el cacique al Almirante y gran sentimiento en su partida, mayormente cuando lo vio ir a embarcarse. Dijo al Almirante un privado de aquel rey, que había mandado hacer una estatua de oro puro tan grande como el mismo Almirante, y que dende a diez días la habían de traer. Embarcóse con propósito de se partir luego, mas el viento no le dio lugar. Dejó en aquella isla Española, que los indios dice que llamaban Bohío, treinta y nueve hombres con la fortaleza, y dice que muchos amigos de aquel rey Guacanagarí, y sobre aquélíos, por sus tenientes, a Diego de Arana, natural de Córdoba, y a Pedro Gutiérrez, repostero de estrado del Rey, criado del despensero mayor, y a Rodrigo de Escobedo, natural de Segovia, sobrino de fray Rodrigo Pérez, con todos sus poderes que de los Reyes tenía. Dejóles todas las mercaderías que los Reyes mandaron comprar para los rescates, que eran muchas, para que las trocasen y rescatasen por oro, con todo lo que traía la nao. Dejóles también pan bizcocho para un año y vino y mucha artillería, y la barca de la nao para que ellos, como marineros que eran los más, fuesen, cuando viesen que convenía, a descubrir la mina de oro, porque a la vuelta que volviese el Almirante hallase mucho oro, y lugar donde se asentase una villa, porque aquél no era puerto a su voluntad; mayormente que el oro que allí traían venía dice que del Este, y cuanto más fuesen al Este tanto estaban cercanos de España. Dejóles también simientes para sembrar, y sus oficiales, escribano y alguacil, y un carpintero de naos y calafate y un buen lombardero, que sabe bien de ingenios, y un tonelero y un físico y un sastre, y todos dice que hombres de la mar.

Jueves, 3 de enero

No partió hoy porque anoche dice que vinieron tres de los indios que traía de las islas que se habían quedado, y dijéronle que los otros y sus mujeres vendrían al salir del sol. La mar también fue algo alterada, y no pudo la barca estar en tierra; determinó partir mañana, mediante la gracia de Dios. Dijo que si él tuviera consigo la carabela Pinta tuviera por cierto de llevar un tonel de oro, porque osara seguir las costas de estas islas, lo que no osaba hacer por ser solo, porque no le acaeciese algún inconveniente y se impidiese su vuelta a Castilla y la noticia que debía dar a los Reyes de todas las cosas que había hallado. Y si fuera cierto que la carabela Pinta llegara a salvamento en España con aquel Martín Alonso Pinzón, dijo que no dejara de hacer lo que deseaba; pero porque no sabía de él y porque, ya que vaya, podrá informar a los Reyes de mentiras porque no le manden dar la pena que él merecía, como quien tanto mal había hecho y hacía en haberse ido sin licencia y estorbar los bienes que pudieran hacerse y saberse de aquella vez, dice el Almirante, confiaba que Nuestro Señor le daría buen tiempo y se podría remediar todo.

Viernes, 4 de enero

Saliendo el sol, levantó las anclas con poco viento, con la barca por proa el camino del Noroeste para salir fuera de la restinga, por otra canal más ancha de la que entró, la cual y otras son muy buenas para ir por delante de la Villa de la Navidad, y por todo aquello el más bajo fondo que halló fueron tres brazas hasta nueve, y estas dos van de Noroeste al Sudeste, según aquellas restingas eran grandes que duran desde el Cabo Santo hasta el Cabo de Sierpe, que son más de seis leguas, y fuera en la mar bien tres y sobre el Cabo Santo bien tres, y sobre el Cabo Santo a una legua no hay más de ocho brazas de fondo, y dentro del dicho cabo, de la parte del Este, hay muchos bajos y canales para entrar por ellos, y toda aquella costa se corre Noroeste Sudeste y es toda playa, y la tierra muy llana hasta bien cuatro leguas la tierra adentro. Después hay montañas muy altas y es toda muy poblada de poblaciones grandes y buena gente, según se mostraban con los cristianos. Navegó así al Este, camino de un monte muy alto que quiere parecer isla pero no lo es, porque tiene participación con tierra muy baja, el cual tiene forma de un alfaneque muy hermoso, al cual puso nombre Monte Cristi, el cual está justamente al Este del Cabo Santo, y habrá dieciocho leguas. Aquel día, por ser el viento muy poco, no pudo llegar al Monte Cristi con seis leguas. Halló cuatro isletas de arena muy bajas, con una restinga que salía mucho al Noroeste y andaba mucho al Sudeste. Dentro hay un grande golfo que va desde dicho monte al Sudeste bien veinte leguas, el cual debe ser todo de poco fondo y muchos bancos, y dentro de él en toda la costa muclios ríos no navegables, aunque aquel marinero que el Almirante envió con la canoa a saber nuevas de la Pinta dijo que vio un río en el cual podían entrar naos. Surgió por allí el Almirante seis leguas de Monte Cristi en diecinueve brazas, dando la vuelta a la mar por apartarse de muchos bajos y restingas que por allí había, donde estuvo aquella noche. Da el Almirante aviso que el que hubiere de ir a la Villa de la Navidad, que conociere a Monte Cristi, debe meterse en la mar dos leguas, etc.; pero porque ya se sabe la tierra y más por allí no se pone aquí. Concluye que Cipango estaba en aquella isla y que hay mucho oro y especiería y almáciga y ruibarbo.

Sábado, 5 de enero

Cuando el sol quería salir, dio la vela con el terral; después ventó Este, y vio que de la parte del Sursudeste del Monte Cristi, entre él y una isleta, parecía ser buen puerto para surgir esta noche, y tomó el camino al Essueste, y después al Sursudeste bien seis leguas, diecisiete brazas de fondo y muy limpio, y anduvo así tres leguas con el mismo fondo. Después bajó a doce brazas hasta el morro del monte, y sobre el morro del monte a una legua halló nueve, y limpio todo, arena menuda. Siguió así el camino hasta que entró entre el monte y la isleta, adonde halló tres brazas y media de fondo con bajamar, muy singular puerto adonde surgió. Fue con la barca a la isleta, donde halló fuego y rastro de que habían estado allí pescadores. Vio allí muchas piedras pintadas de colores, o cantera de piedras tales de labores naturales muy hermosas, dice que para edificios de iglesia o de otras obras reales, como las que halló en la isleta de San Salvador. Halló también en esta isleta muchos pies de almáciga. Este Monte Cristi dice que es muy hermoso y alto y andable, de muy linda hechura, y toda la tierra cerca de él es maja, muy linda campiña, y él queda así alto que viéndolo de lejos parece isla que no comunique con alguna tierra. Después del dicho monte, al Este, vio un cabo a veinticuatro millas al cual llamó Cabo del Becerro, desde el cual hasta el dicho monte pasan en la mar bien dos leguas unas restingas de bajos, aunque le pareció que había entre ellas canales para poder entrar; pero conviene que sea de día y vaya sondando con la barca primero. Desde el dicho monte al Este hacia el Cabo del Becerro las cuatro leguas es todo playa y tierra muy baja y hermosa, y lo otro es todo tierra muy alta y grandes montañas labradas y hermosas, y dentro de la tierra va una sierra de Nordeste al Sudeste, la más hermosa que había visto, que parece propia como la sierra de Córdoba. Parecen también muy lejos otras montañas muy altas hacia el Sur y del Sudeste y muy grandes valles y muy verdes y muy hermosos y muy muchos ríos de agua; todo esto en tanta cantidad apacible que no creía encarecerlo la milésima parte. Después vio, al Este de dicho monte, una tierra que parecía otro monte, así como aquel de Cristi en grandeza y hermosura. Y dende a la cuarta del Este al Nordeste es tierra no tan alta, y habría bien cien millas o cerca.

Domingo, 6 de enero

Aquel puerto es abrigado de todos los vientos, salvo de Norte y Noroeste, y dice que poco reinan por aquella tierra, y aun de éstos se pueden guarecer detrás de la isleta: tiene tres hasta cuatro brazas. Salido el sol, dio la vela por ir la costa delante, la cual toda corría al Este, salvo que es menester dar reguardo a muchas restingas de piedra y arena que hay en la dicha costa. Verdad es que dentro de ellas hay buenos puertos y buenas entradas por su canales. Después de medio día ventó Este recio, y mandó subir a un marinero al topo del mástil para mirar los bajos, y vio venir la carabela Pinta con Este a popa, y llegó al Almirante, y porque no había donde surgir por ser bajo, volvióse el Almirante al Monte Cristi a desandar diez leguas atrás que había andado, y la Pinta con él. Vino Alonso Pinzón a la carabela Niña, donde iba el Almirante, a se excusar diciendo que se había partido de él contra su voluntad, dando razones por ello; pero el Almirante dice que eran falsas todas, y que con mucha soberbia y codicia se había apartado aquella noche que se apartó de él, y que no sabía, dice el Almirante, de dónde le hubiesen venido las soberbias y deshonestidad que había usado con él aquel viaje, las cuales quiso el Almirante disimular por no dar lugar a las malas obras de Satanás, que deseaba impedir aquel viaje como hasta entonces había hecho, sino que por dicho de un indio de los que el Almirante le había encomendado con otros que llevaba en su carabela, el cual le había dicho que en una isla que se llamaba Baneque había mucho oro, y como tenía el navío sutil y ligero se quiso apartar e ir por sí dejando al Almirante. Pero el Almirante quisose detener y costear la isla Juana y la Española, pues todo era un camino del Este. Después que Martín Alonso fue a la isla Baneque dice que no halló nada de oro, y se vino a la costa de la Española por información de otros indios que le dijeron haber en aquella isla Española, que los indios llamaban Bohío, mucha cantidad de oro y muchas minas, y por esta causa llegó cerca de la Villa de la Navidad, obra de quince leguas, y había entonces más de veinte días; por lo cual parece que fueron verdad las nuevas que los indios daban, por las cuales envió el rey Guacanagarí la canoa, y el Almirante el marinero, y debía ser ida cuando la canoa llegó. Y dice aquí el Almirante que rescató la carabela mucho oro, que por un cabo de agujeta le daban buenos pedazos de oro del tamaño de dos dedos y a veces como la mano, y llevaba el Martín Alonso la mitad y la otra mitad se repartía por la gente. Añade el Almirante diciendo a los Reyes: «Así que, Señores Príncipes, que yo conozco que milagrosamente mandó quedar allí aquella nao Nuestro Señor, porque es el mejor lugar de toda la isla para hacer el asiento y más cerca de las minas del oro.» También dice que supo que detrás de la isla Juana, de la parte del Sur, hay otra isla grande, en que hay muy mayor cantidad de oro que en ésta, en tanto grado que cogían los pedazos mayores que habas, y en la isla Española se cogían pedazos de oro de las minas como granos de trigo Llamábase, dice, aquella isla Yamaye.

También dice que supo el Almirante que allí, hacia el Este, había una isla adonde no había sino solas mujeres, y esto dice que de muchas personas lo sabía. Y que aquella isla Española, y la otra isla Yamaye, estaban cerca de tierra firme diez jornadas de canoa, que podían ser sesenta o setenta leguas, y que era la gente vestida allí.

Lunes, 7 de enero

Este día hizo tomar una agua que hacía la carabela y calafatearía, y fueron los marineros en tierra a traer leña y dice que hallaron muchos almácigos y liñáloe.

Martes, 8 de enero

Por el viento Este y Sudeste mucho que ventaba no partió este día, por lo cual mandó que se guarneciese la carabela de agua y leña y de todo lo necesario para todo el viaje, porque, aunque tenía voluntad de costear toda la costa de aquella Española que andando el camino pudiese, pero, porque los que puso en las carabelas por capitanes eran hermanos, conviene a saber Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez, y otros que le seguían con soberbia y codicia estimando que todo era ya suyo, no mirando la honra que el Almirante les había hecho y dado, no habían obedecido ni obedecían sus mandamientos, antes hacían y decían muchas cosas no debidas contra él, y el Martín Alonso lo dejó desde el 21 de noviembre hasta el 6 de enero sin causa alguna ni razón sino por su desobediencia, todo lo cual el Almirante había sufrido y callado por dar buen fin a su viaje, así que, por salir de tan mala compañía, con los cuales dice que cumplía disimular, aunque eran gente desmandada, y aunque tenía dice que consigo muchos hombres de bien, pero no era tiempo de entender en castigo, acordó volverse y no parar más, con la mayor prisa que le fue posible. Entró en la barca y fue al río, que es allí junto, hacia el Sursudoeste del Monte Cristi una grande legua, donde iban los marineros a tomar agua para el navío, y halló que el arena de la boca del río, el cual es muy grande y hondo, era dice que toda llena de oro y en tanto grado que era maravilla, puesto que era muy menudo. Creía el Almirante que por venir por aquel río abajo se desmenuzaba por el camino, puesto que dice que en poco espacio halló muchos granos tan grandes como lentejas; mas de lo menudito dice que había mucha cantidad. Y, porque la mar era llena y entraba agua salada con la dulce, mandó subir con la barca el río arriba un tiro de piedra: henchieron los barriles desde la barca y, volviéndose a la carabela, hallaron metidos por los aros de los barriles pedacitos de oro, y lo mismo en los aros de la pipa. Puso por nombre el Almirante al río el Río del Oro, el cual de dentro pasada la entrada muy hondo, aunque la entrada es baja y la boca muy ancha, y de él a la Villa de Navidad hay diecisiete leguas. Entremedias hay otros muchos ríos grandes; en especial tres, los cuales creía que debían tener mucho más oro que aquél, porque son más grandes, puesto que éste es casi tan grande como el Guadalquivir por Córdoba; y de ellos a las minas del oro no hay veinte leguas ~ Dice más el Almirante: que no quiso tomar de la dicha arena que tenía tanto oro, pues Sus Altezas lo tenían todo en casa y a la puerta de su Villa de Navidad, sino venirse a más andar por llevarles las nuevas y quitarse de la mala compañía que tenía y que siempre había dicho que era gente desmandada.

Miércoles, 9 de enero

A media noche levantó las velas con el viento Sudeste y navegó al Esnordeste; llegó a una punta que llamó Punta Roja, que está justamente al Este del Monte Cristi sesenta millas. Y al abrigo de ella surgió a la tarde, que serían tres horas antes de que anocheciese. No osó salir de allí de noche, porque había muchas restingas, hasta que se sepan, porque después serán provechosas si tienen, como deben tener, canales, y tienen mucho fondo y buen surgidero seguro de todos vientos. Estas tierras, desde Monte Cristi hasta allí donde surgió, son tierras altas y llanas y muy lindas campiñas, y a las espaldas muy hermosos montes que van de Este a Oeste, y son todos labrados y verdes, que es cosa de maravilla ver su hermosura, y tienen muchas riberas de agua. En toda esta tierra hay muchas tortugas, de las cuales tomaron los marineros en el Monte Cristi que venían a desovar en tierra, y eran muy grandes como una grande tablachina. El día pasado, cuando el Almirante iba al Río del Oro, dijo que vio tres sirenas que salieron bien alto de la mar, pero no eran tan hermosas como las pintan, que en alguna manera tenían forma de hombre en la cara. Dijo que otras veces vio algunas en Guinea, en la Costa Manegueta. Dice que esta noche, con el nombre de Nuestro Señor, partiría a su viaje sin más detenerse en cosa alguna, pues había hallado lo que buscaba, porque no quiere más enojo con aquel Martín Alonso hasta que Sus Altezas supiesen las nuevas de su viaje y de lo que ha hecho; «y después no sufriré -dice él- hechos de malas personas y de poca virtud, las cuales contra quien les dio aquella honra presumen hacer su voluntad con poco acatamiento».

Jueves, 10 de enero

Partióse de donde había surgido, y al sol puesto llegó a un río, al cual puso nombre río de Gracia; dista de la parte del Sudeste tres leguas. Surgió a la boca, que es buen surgidero, a la parte del Este. Para entrar dentro tiene un banco, que no tiene sino dos brazas de agua y muy angosto: dentro es buen puerto cerrado, sino que tiene mucha broma. Y de ella iba la carabela Pinta, donde iba Martín Alonso, muy maltratada, porque dice que estuvo allí rescatando dieciséis días, donde rescataron mucho oro, que era lo que deseaba Martín Alonso. El cual, después que supo de los indios que el Almirante estaba en la costa de la misma isla Española y que no lo podía errar, se vino para él. Y dice que quisiera que toda la gente del navío jurara que no habían estado allí sino seis días. Mas dice que era cosa tan pública su maldad, que no podía encubrir. El cual, dice el Almirante, tenía hechas leyes que fuese para él la mitad del oro que se rescatase o se hubiese. Y cuando hubo de partirse de allí, tomó cuatro hombres indios y dos mozos por fuerza, a los cuales el Almirante mandó dar de vestir y tornar en tierra que se fuesen a sus casas; «lo cual -dice- es servicio de Vuestras Altezas, así de esta isla en especial como de las otras. Mas aquí, donde tienen ya asiento Vuestras Altezas, se debe hacer honra y favor a los pueblos, pues que en esta isla hay tanto oro y buenas tierras y especiería».

Viernes, 11 de enero

A media noche salió del Río de Gracia con el terral; navegó al Este, hasta un cabo que llamó Belprado, cuatro leguas; y de allí al Sudeste está el monte a quien puso Monte de Plata y dice que hay ocho leguas. De allí del cabo Belprado, al Este cuarta del Sudeste, está el cabo que dijo del Angel, y hay dieciocho leguas; y de este cabo al Monte de Plata hay un golfo y tierras las mejores y más lindas del mundo, todas campiñas altas y hermosas, que van mucho la tierra adentro, y después hay una sierra, que va de Este a Oeste, muy grande y muy hermosa; y al pie del monte hay un puerto muy bueno y en la entrada tiene catorce brazas, y este monte es muy alto y hermoso, y todo esto es poblado mucho. Y creía el Almirante debía haber buenos ríos y mucho oro. Del Cabo del Angel al Este cuarta del Sudeste, hay cuatro leguas a una punta que puso del Hierro; y al mismo camino, a cuatro leguas, está una punta que llamó la Punta Seca; y de allí al mismo camino, a seis leguas, está el cabo que dijo Redondo; y de allí al Este está el cabo Francés; y en este cabo, de la parte del Este, hay una angla grande, mas no le pareció haber surgidero. De allí a una legua está el Cabo del Buen Tiempo; de éste al Sur cuarta del Sudeste hay un cabo que llamó Tejado, una grande legua; y de éste hacia el Sur vio otro cabo, y parecióle que habría quince leguas. Hoy hizo gran camino, porque el viento y las corrientes iban con él. No osó surgir, por miedo a los bajos, y así estuvo a la corda toda la noche.

Sábado, 12 de enero

Al cuarto del alba navegó al Este con viento fresco y anduvo así hasta el día, y en este tiempo veinte millas, y en dos horas después andaría veinticuatro millas. De allí vio al Sur tierra, y fue hacia ella, y estaría de ella cuarenta y ocho millas y dice que, dado resguardo al navío, andaría esta noche veintiocho millas al Nornordeste. Cuando vio la tierra, llamó a un cabo que vio el Cabo de Padre e Hijo, porque a la punta de la parte del Este tiene dos farallones, mayor el uno que el otro. Después, al Este dos leguas, vio una grande abra y muy hermosa entre dos grandes montañas, y vio que era grandísimo puerto, bueno y de muy buena entrada; pero, por ser muy de mañana y no perder camino, porque por la mayor parte del tiempo hace por allí Estes y entonces le lleva Nornoroeste, no quiso detenerse más. Siguió su camino al Este hasta un cabo muy alto y muy hermoso y todo de piedra tajado a quien puso por nombre Cabo del Enamorado, el cual estaba al Este de aquel puerto a quien llamó Puerto Sacro, treinta y dos millas; y, en llegando a él, descubrió otro muy más hermoso y más alto y redondo, de peña todo, así como el Cabo de San Vicente en Portugal, y estaba del Enamorado al Este doce millas. Después que llegó a emparejarse con el del Enamorado, vio, entremedias de él y de otro, que se hacía una grandísima bahía que tiene de anchor tres leguas, y en medio de ella está una isleta pequeñuela; el fondo es mucho a la entrada hasta tierra. Surgió allí en doce brazas, envió la barca en tierra por agua y por ver si había lengua, pero la gente toda huyó. Surgió también por ver si toda era aquella una tierra con la Española; y lo que dijo ser golfo sospechaba no fuese otra isla por sí. Quedaba espantado de ser tan grande la isla Española.

Domingo, 13 de enero

No salió de este puerto por no hacer terral con que saliese. Quisiera salir por ir a otro mejor puerto, porque aquél era algo descubierto, y porque quería ver en qué paraba la conjunción de la Luna con el Sol, que esperaba a 17 de este mes, y la oposición de ella con Júpiter y conjunción con Mercurio y el Sol en opósito con Júpiter, que es causa de grandes vientos. Envió la barca a tierra en una hermosa playa para que tomasen de los ajes para comer, y hallaron ciertos hombres con arcos y flechas, con los cuales se pararon a hablar, y les compraron dos arcos y muchas flechas y rogaron a uno de ellos que fuese a hablar al Almirante a la carabela; y vino, el cual dice que era muy disforme en la catadura más que otros que hubiesen visto. Tenía el rostro todo tiznado de carbón, puesto que en todas partes acostumbran de se teñir de diversos colores. Traía todos los cabellos muy largos y encogidos y atados atrás y después puestos en una redecilla de plumas de papagayos, y él así desnudo como los otros. Juzgó el Almirante que debía ser de los caribes que comen los hombres, y que aquel golfo que ayer había visto que hacía apartamiento de tierra y que sería isla por sí. Preguntóle por los caribes y señalóle al Este, cerca de allí; la cual dice que ayer vio el Almirante antes que entrase en aquella bahía, y díjole el indio que en ella había muy mucho oro, señalándole la popa de la carabela, que era bien grande, y que pedazos había tan grandes. Llamaba al oro tuob y no entendía por caona, como le llaman en la primera parte de la isla, ni por nocay, como lo nombran en San Salvador y en las otras islas. Al alambre o a un oro bajo llaman en La Española tuob. De la isla de Matinino dijo aquel indio que era toda poblada de mujeres sin hombres, y que en ella hay mucho tuob, que es oro o alambre, y que es más al Este de Carib. También dijo de la isla de Goanin, adonde hay mucho tuob. De estas islas dice el Almirante que por muchas personas hace días había noticia. Dice más el Almirante; que en las islas pasadas estaban con gran temor de Carib, y en algunas le llamaban Caniba, pero en La Española Carib; y que debe de ser gente arriscada, pues andan por todas estas islas y comen la gente que pueden haber. Dice que entendía algunas palabras, y por ellas dice que saca otras cosas, y que los indios que consigo traía entendían más, puesto que hallaba diferencia de lenguas por la gran distancia de las tierras. Mandó dar al indio de comer, y diole pedazos de paño verde y colorado y cuentezuelas de vidrio, a que ellos son muy aficionados, y tornóle a enviar a tierra y díjole que trajese oro si lo había, lo cual creía por algunas cositas suyas que él traía. En llegando la barca a tierra, estaban detrás los árboles bien cincuenta y cinco hombres desnudos, con los cabellos muy largos, así como las mujeres los traen en Castilla. Detrás de la cabeza traían penachos de plumas de papagayos y de otras aves, y cada uno traía su arco. Descendió el indio en tierra e hizo que los otros dejasen sus arcos y flechas, y un pedazo de palo que es como un… muy pesado que traen en lugar de espada; los cuales después se llegaron a la barca, y la gente de la barca salió a tierra y comenzáronles a comprar los arcos y flechas y las otras armas, porque el Almirante así lo tenía ordenado. Vendidos dos arcos, no quisieron dar más; antes se aparejaron de arremeter a los cristianos y prenderlos. Fueron corriendo a tomar sus arcos y flechas donde los tenían apartados y tornaron con cuerdas en las manos para dice que atar a los cristianos. Viéndolos venir corriendo a ellos, estando los cristianos apercibidos, porque siempre los avisaba de esto el Almirante, arremetieron los cristianos a ellos, y dieron a un indio una gran cuchillada en las nalgas y a otro por los pechos hirieron con una saetada, a lo cual, visto que podían ganar poco aunque no eran los cristianos sino siete y ellos cincuenta y tantos, dieron a huir que no quedó ninguno, dejando uno aquí las flechas y otro allí los arcos. Mataran dice que los cristianos muchos de ellos si el piloto que iba por capitán de ellos no lo estorbara. Volviéronse luego a la carabela los cristianos con su barca, y, sabido por el Almirante, dijo que por una parte le había pesado y por otra no, porque hayan miedo a los cristianos, porque sin duda, dice él, la gente de allí es dice que de mal hacer y que creía que eran los de Carib y que comiesen los hombres, y porque, viniendo por allí la barca que dejó a los treinta y nueve hombres en la fortaleza y Villa de la Navidad, tengan miedo de hacerles algún mal. Y que si no son de los caribes, al menos deben ser fronteros y de las mismas costumbres y gente sin miedo, no como los otros de las otras islas, que son cobardes y sin armas fuera de razón. Todo esto dice el Almirante y que querría tomar algunos de ellos. Dice que hacían muchas ahumadas como acostumbraban en aquella isla Española.

Lunes, 14 de enero

Quisiera enviar esta noche a buscar las casas de aquellos indios por tomar algunos de ellos, creyendo que eran caribes, y… por el mucho Este y Nordeste y mucha ola que hizo en la mar; pero, ya de día, vieron mucha gente de indios en tierra, por lo cual mandó el Almirante ir allá la barca con gente bien aderezada, los cuales luego vinieron todos a la popa de la barca, y especialmente el indio que el día antes había venido a la carabela y el Almirante le había dado las cosillas de rescate. Con éste dice que venía un rey, el cual había dado al indio dicho unas cuentas que diese a los de la barca en señal de seguro y de paz. Este rey, con tres de los suyos, entraron en la barca y vinieron a la carabela. Mandóles el Almirante dar de comer bizcocho y miel y diole un bonete colorado y cuentas y un pedazo de paño colorado, y a otros también pedazos de paño, el cual dijo que traería mañana una carátula de oro, afirmando que allí había mucho, y en Carib y Matinino. Después los envió a tierra bien contentos. Dice más el Almirante: que le hacían agua mucha las carabelas por la quilla, y quéjase mucho de los calafates que en Palos las calafatearon muy mal y que cuando vieron que el Almirante había entendido el defecto de su obra y los quisiera constreñir a que la enmendaran, huyeron; pero, no obstante la mucha agua que las carabelas hacían, confía en Nuestro Señor que lo trajo, le tornará por su piedad y misericordia, que bien sabía Su Alta Majestad cuánta controversia tuvo primero antes que se pudiese expedir de Castilla, que ninguno otro fue en su favor sino El, porque El sabía su corazón y, después de Dios, Sus Altezas, y todo lo demás le había sido contrario sin razón alguna. Y dice más así: «y han sido causa que la Corona Real de Vuestras Altezas no tenga cien cuentos de renta más de la que tiene después que yo vine a les servir, que son siete años ahora a 20 días de enero este mismo mes, y más lo que acrecentado sería de aquí en adelante. Mas aquel poderoso Dios remediará todo». Estas son sus palabras.

Martes, 15 de enero

Dice que quiere partir porque ya no aprovecha nada detenerse, por haber pasado aquellos desconciertos (debe decir del escándalo de los indios). Dice también que hoy ha sabido que toda la fuerza del oro estaba en la comarca de la Villa de la Navidad de Sus Altezas, y que en la isla de Carib había mucho alambre y en Matinino, puesto que será dificultoso en Carib, porque aquella gente dice que come carne humana, y que de allí se parecía la isla de ellos y que tenía determinado de ir allá, pues está en el camino, y a la de Matinino que dice que era poblada toda de mujeres sin hombres, y ver la una y la otra y tomar dice algunos de ellos. Envió el Almirante la barca a tierra, y el rey de aquella tierra no había venido, porque dice que la población estaba lejos; mas envió su corona de oro, como había prometido, y vinieron otros muchos hombres con algodón y con pan de ajes, todos con sus arcos y flechas. Después que todo lo hubieron rescatado, vinieron dice que cuatro mancebos a la carabela, y pareciéronle al Almirante dar tan buena cuenta de todas aquellas islas que estaban hacia el Este, en el mismo camino que el Almirante había de llevar, que determinó de traer a Castilla consigo. Allí dice que no tenían hierro ni otro metal que se hubiese visto, aunque en pocos días no se puede saber de una tierra mucho, así por la dificultad de la lengua, que no entendía el Almirante, sino por discreción, como porque ellos no saben lo que él pretendía en pocos días. Los arcos de aquella gente dice que eran tan grandes como los de Francia e Inglaterra; las flechas son propias como las azagayas de las otras gentes que hasta allí había visto, que son de los pimpollos de las cañas cuando son simiente, que quedan muy derechas y de longura de una vara y media y de dos, y después ponen al cabo un pedazo de palo agudo de un palmo y medio; y encima de este palillo algunos le injertan un diente de pescado, y algunos y los más le ponen allí hierba, y no tiran como en otras partes, salvo por una cierta manera que no pueden mucho ofender. Allí había mucho algodón y muy fino y luengo y hay muchas almácigas, y parecíale que los arcos eran de tejo, y que hay oro y cobre. También hay mucho ají, que es su pimienta, de ella que vale más que pimienta, y toda la gente no come sin ella, que la halla muy sana: puédense cargar cincuenta carabelas cada año en aquella Española. Dice que halló mucha hierba en aquella bahía, de la que hallaron en el golfo cuando venía el descubrimiento, por lo cual creía que había islas al Este hasta en derecho de donde las comenzó a hallar: porque tiene por cierto que aquella hierba nace en poco fondo junto a tierra; y dice que, si así es, muy cerca estaban estas Indias de las islas de Canaria, y por esta razón creía que distaban menos de cuatrocientas leguas.

Miércoles, 16 de enero

Partió antes del día, tres horas, del golfo que llamó el Golfo de las Flechas, con viento de la tierra, después con viento Oeste, llevando la proa al Este cuarta del Nordeste para ir dice que a la isla de Carib, donde estaba la gente de quien todas aquellas islas y tierras tanto miedo tenían, porque dice que con sus canoas sin número andaban todas aquellas mares y dice que comían los hombres que pueden haber. La derrota dice que le habían mostrado unos indios de aquellos cuatro que tomó ayer en el Puerto de las Flechas. Después de haber andado a su parecer sesenta y cuatro millas, señaláronle los indios quedaría la dicha isla al Sudeste; quiso llevar aquel camino y mandó templar las velas, y, después de haber andado dos leguas, refrescó el viento muy bueno para ir a España. Notó en la gente que comenzó a entristecerse por desviarse del camino derecho, por la mucha agua que hacían ambas carabelas, y no tenían algún remedio salvo el de Dios. Hubo de dejar el camino que creía que llevaba de la isla y volvió al derecho de España, Nordeste cuarta del Este, y anduvo así hasta el sol puesto cuarenta y ocho millas, que son doce leguas. Dijéronle los indios que por aquella vía hallaría la isla de Matinino, que dice que era poblada de mujeres sin hombres, lo cual el Almirante mucho quisiera por llevar dice que a los Reyes cinco o seis de ellas; pero dudaba que los indios supiesen bien la derrota, y él no se podía detener, por el peligro del agua que cogían las carabelas; mas dice que era cierto que las había, y que cierto tiempo del año venían los hombres a ellas de la dicha isla de Carib, que dice que estaba de ellas diez o doce leguas, y si parían niño enviábanlo a la isla de los hombres, y si niña dejábanla consigo. Dice el Almirante que aquellas dos islas no debían distar de donde había partido quince o veinte leguas, y creía que eran al Sudeste, y que los indios no le supieron señalar la derrota. Después de perder de vista el cabo que nombró de San Theramo, de la isla Española, que le quedaba al Oeste dieciséis leguas, anduvo doce leguas al Este cuarta del Nordeste. Llevaba muy buen tiempo.

Jueves, 17 de enero

Ayer, al poner del sol calmóse algo el viento; andaría catorce ampolletas, que tenía cada una media hora o poco menos, hasta el rendir del primer cuarto, y andaría cuatro millas por hora, que son veintiocho millas. Después refrescó el viento y anduvo así todo aquel cuarto, que fueron diez ampolletas, y después otras seis, hasta salido el sol, ocho millas por hora, y así andaría por todas ochenta y cuatro millas que son veintiuna leguas al Nordeste cuarta del Este, y hasta el sol puesto andaría más de cuarenta y cuatro millas, que son once leguas, al Este. Aquí vino un alcatraz a la carabela y después otro, y vio mucha hierba de la que está en la mar.

Viernes, 18 de enero

Navegó con poco viento esta noche al Este cuarta del Sudeste cuarenta millas, que son diez leguas, y después al Sudeste cuarta del Este treinta millas, que son siete leguas y media, hasta salido el sol. Después de salido el sol navegó todo el día con poco viento Esnordeste y Nordeste y con Este más y menos, puesta la proa a veces al Norte y a veces a la cuarta del Nordeste y al Nornordeste; y así, contando lo uno y lo otro, creyó que andaría sesenta millas, que son quince leguas. Pareció poca hierba en la mar; pero dice que ayer y hoy pareció la mar cuajada de atunes, y creyó el Almirante que de allí debían de ir a las almadrabas del Duque de Conil y de Cádiz. Por un pescado que se llama rabihorcado, que anduvo alrededor de la carabela y después se fue la vía del Sursudeste, creyó el Almirante que había por allí algunas islas. Y al Essueste de la isla Española dijo que quedaba la isla de Carib y la de Matinino y otras muchas.

Sábado, 19 de enero

Anduvo esta noche cincuenta y seis millas al Norte cuarta del Nordeste, y sesenta y cuatro al Nordeste cuarta del Norte. Después del sol salido, navegó al Nordeste con el viento Essueste, con viento fresco, y después a la cuarta del Norte, y andaría ochenta y cuatro millas, que son veintiuna leguas. Vino la mar cuajada de atunes pequeños: hubo alcatraces, rabos de juncos y rabihorcados.

Domingo, 20 de enero

Calmó el viento esta noche, y a ratos ventaba unas rachas de viento, y andaría por todo veinte millas al Nordeste. Después del sol salido, andaría once millas al Sudeste, después al Nornordeste treinta y seis millas, que son nueve leguas. Vio infinitos atunes pequeños. Los aires dice que muy suaves y dulces, como en Sevilla por abril o mayo, y la mar, dice, a Dios sean dadas muchas gracias, siempre muy llana. Rabihorcados y pardelas y otras aves muchas parecieron.

Lunes, 21 de enero

Ayer, después del sol puesto, navegó al Norte cuarta del Nordeste, con el viento Este y Nordeste: andaría ocho millas por hora hasta media noche, que serían cincuenta y seis millas. Después anduvo al Nornordeste ocho millas por hora, y así serían, en toda la noche, ciento cuatro millas, que son veintiséis leguas, a la cuarta del Norte de la parte del Nordeste. Después del sol salido, navegó al Nornordeste con el mismo viento Este, y a veces a la cuarta del Nordeste, y andaría ochenta y ocho millas en once horas que tenía el día, que son veintiuna leguas, sacada una que perdió porque arribó sobre la carabela Pinta por hablarle. Hallaba los aires más fríos, y pensaba dice que hallarlos más cada día cuanto más se llegase al Norte, y también por las noches ser más grandes por la angostura de la esfera. Parecieron muchos rabos de juncos y pardelas y otras aves; pero no tantos peces, dice que por ser el agua más fría. Vio mucha hierba.

Martes, 22 de enero

Ayer, después del sol puesto, navegó al Nornordeste con viento Este y tomaba del Sudeste; andaba ocho millas por hora hasta pasadas cinco ampolletas, y tres antes que se comenzase la guardia, que eran ocho ampolletas. Y así habría andado setenta y dos millas, que son dieciocho leguas. Después anduvo a la cuarta del Nordeste al Norte seis ampolletas, que serían otras dieciocho millas. Después cuatro ampolletas de la segunda guarda al Nordeste, seis millas por hora, que son tres leguas al Nordeste. Después, hasta el salir del sol, anduvo al Esnordeste once ampolletas, seis leguas por hora, que son siete leguas. Después al Esnordeste, hasta las once horas del día, treinta y dos millas. Y así calmó el viento y no anduvo más en aquel día. Nadaron los indios. Vieron rabos de juncos y mucha hierba.

Miércoles, 23 de enero

Esta noche tuvo muchos mudamientos en los vientos; tanteado todo y dados los resguardos que los marineros buenos suelen y deben dar, dice que andaría esta noche al Nordeste cuarta del Norte ochenta y cuatro millas, que son veintiuna leguas. Esperaba muchas veces a la carabela Pinta, porque andaba mal de la bolina, porque se ayudaba poco de la mesana por el mástil no ser bueno; y dice que si el capitán de ella, que es Martín Alonso Pinzón, tuviera tanto cuidado de proveerse de un buen mástil en las Indias, donde tantos y tales había, como fue codicioso de se apartar de él, pensando de henchir el navío de oro, él lo pusiera bueno. Parecieron muchos rabos de juncos y mucha hierba: el cielo todo turbado estos días; pero no había llovido, y la mar siempre muy llana como en un río, a Dios sean dadas muchas gracias. Después del sol salido, andaría al Nordeste franco cierta parte del día treinta millas, que son siete leguas y media, y después lo demás anduvo al Esnordeste otras treinta, que son siete leguas y media.

Jueves, 24 de enero

Andaría esta noche toda, consideradas muchas mudanzas que hizo el viento al Nordeste, cuarenta y cuatro millas, que fueron once leguas. Después de salido el sol hasta puesto, andaría al Esnordeste catorce leguas.

Viernes, 25 de enero

Navegó esta noche al Esnordeste un pedazo de la noche, que fueron trece ampolletas, nueve leguas y media; después anduvo al Nornordeste otras seis millas. Salido el sol todo el día, porque calmó el viento, andaría al Esnordeste veintiocho millas, que son siete leguas. Mataron los marineros una tonina y un grandísimo tiburón, y dice que lo habían bien menester, porque no traían ya de comer sino pan y vino y ajes de las Indias.

Sábado, 26 de enero

Esta noche anduvo al Este cuarta del Sudeste cincuenta y seis millas, que son catorce leguas. Después del sol salido, navegó a las veces al Essueste y a las veces al Sudeste; andaría hasta las once horas del día cuarenta millas. Después hizo otro bordo, y después anduvo a la relinga, y hasta la noche anduvo hacia el Norte veinticuatro millas, que son seis leguas.

Domingo, 27 de enero

Ayer, después del sol puesto, anduvo al Nordeste y al Norte, y al Norte cuarta del Nordeste, y andaría cinco millas por hora, y en trece horas serían sesenta y cinco millas, que son dieciséis leguas y media. Después del sol salido, anduvo hacia el Nordeste veinticuatro millas, que son seis leguas hasta mediodía, y de allí hasta el sol puesto andaría tres leguas al Esnordeste.

Lunes, 28 de enero

Esta noche toda navegó al Esnordeste, y andaría treinta y seis millas, que son nueve leguas. Después del sol salido, anduvo hasta el sol puesto al Esnordeste veinte millas, que son cinco leguas. Los aires halló templados y dulces. Vio rabos de juncos y pardelas y mucha hierba.

Martes, 29 de enero

Navegó al Esnordeste y andaría en la noche con Sur y Sudoeste treinta y nueve millas, que son nueve leguas y media. Entre todo el día andaría ocho leguas. Los aires muy templados como en abril en Castilla; la mar muy llana: peces que llaman dorados vinieron a bordo.

Miércoles, 30 de enero

En toda esta noche andaría siete leguas al Esnordeste. De día corrió al Sur cuarta al Sudeste, trece leguas y media. Vio rabos de juncos y mucha hierba y muchas toninas.

Jueves, 31 de enero

Navegó esta noche al Norte cuarta del Nordeste treinta millas, y después al Nordeste treinta y cinco millas, que son dieciséis leguas. Salido el sol, hasta la noche anduvo al Esnordeste trece leguas y media. Vieron rabos de junco y pardelas.

Viernes, 1 de febrero

Anduvo esta noche al Esnordeste dieciséis leguas y media. El día corrió al mismo camino veintinueve leguas y un cuarto; la mar muy llana, a Dios gracias.

Sábado, 2 de febrero

Anduvo esta noche al Esnordeste cuarenta millas, que son diez leguas. De día, con el mismo viento a popa, corrió siete millas por hora; por manera que en once horas anduvo setenta y siete millas, que son diecinueve leguas y cuarta; la mar muy llana, gracias a Dios, y los aires muy dulces. Vieron tan cuajada la mar de hierba que, si no la hubieran visto, temieran ser bajos. Pardelas vieron.

Domingo, 3 de febrero

Esta noche, yendo a popa con la mar muy llana, a Dios gracias, andaría veintinueve leguas. Parecióle la estrella del Norte muy alta, como en el Cabo de San Vicente. No pudo tomar la altura con el astrolabio ni cuadrante, porque la ola no le dio lugar. El día navegó al Esnordeste su camino, y andaría diez millas por hora, y, así, en once horas veintisiete leguas.

Lunes, 4 de febrero

Esta noche navegó al Este cuarta del Nordeste; parte anduvo doce millas por hora y parte diez, y así andaría ciento treinta millas, que son treinta y dos leguas y media. Tuvo el cielo muy turbado y lluvioso e hizo algún frío, por lo cual dice que conocía que no había llegado a las islas de los Azores. Después sol levantado, mudó el camino y fue al Este. Anduvo en todo el día setenta y siete millas, que son diecinueve leguas y cuarta.

Martes, 5 de febrero

Esta noche navegó al Este; andaría toda ella cincuenta y cuatro millas, que son catorce leguas menos media. El día corrió diez millas por hora, y, así, en once horas fueron ciento diez millas, que son veintisiete leguas y media. Vieron pardelas y unos palillos, que era señal que estaban cerca de tierra.

Miércoles, 6 de febrero

Navegó esta noche al Este; andaría once millas por hora. En trece horas de la noche andaría ciento cuarenta y tres millas, que son treinta y cinco leguas y cuarta. Vieron muchas aves y pardelas. El día corrió catorce millas por hora, y, así, anduvo aquel día ciento cincuenta y cuatro millas, que son treinta y ocho leguas y media; de manera que fueron, entre día y noche, sesenta y cuatro leguas poco más o menos. Vicente Yáñez dijo que hoy por la mañana le quedaba la isla de Flores al Norte y la de Madera al Este. Roldán dijo que la isla del Fayal o la de San Gregorio le quedaba al Nornordeste y el Puerto Santo al Este. Pareció mucha hierba.

Jueves, 7 de febrero

Navegó esta noche al Este; andaría diez millas por hora, y, así, en trece horas ciento y treinta millas, que son treinta y dos leguas y media; el día, ocho millas por hora, en once horas ochenta y ocho millas, que son veintidós leguas. En esta mañana estaba el Almirante al Sur de la isla de Flores sesenta y cinco leguas, y el piloto Pedro Alonso, yendo al Norte, pasaba entre la Tercera y la de Santa María, y al Este pasaba de barlovento de la isla de Madera doce leguas de la parte del Norte. Vieron los marineros hierba de otra manera que la pasada, de la que hay mucha en la isla de los Azores. Después se vio de la pasada.

Viernes, 8 de febrero

Anduvo esta noche tres millas por hora al Este por un rato, y después caminó a la cuarta del Sudeste; anduvo toda la noche doce leguas. Salido el sol, hasta mediodía corrió veintisiete millas; después, hasta el sol puesto, otras tantas, que son trece leguas al Sursudeste.

Sábado, 9 de febrero

Un rato de esta noche andaría tres leguas al Sursudeste; después al Sur cuarta del Sudeste; después al Nordeste, hasta las diez horas del día, otras cinco leguas, y después, hasta la noche, anduvo nueve leguas al Este.

Domingo, 10 de febrero

Después del sol puesto, navegó al Este toda la noche ciento treinta millas, que son treinta y dos leguas y media; el sol salido, hasta la noche anduvo nueve millas por hora, y así anduvo en once horas noventa y nueve millas, que son veinticuatro leguas y media y una cuarta.

En la carabela del Almirante carteaban y echaban punto Vicente Yáñez y los dos pilotos Sancho Ruiz y Pedro Alonso Niño y Roldán, y todos ellos pasaban mucho adelante de las islas de los Azores al Este por sus cartas; y, navegando al Norte, ninguno tomara la isla de Santa María, que es la postrera de todas las de los Azores. Antes, serían delante con cinco leguas, y fueran en la comarca de la isla de la Madera o en el Puerto Santo. Pero el Almirante se hallaba muy desviado de su camino, hallándose mucho más atrás que ellos, porque esta noche le quedaba la isla de Flores al Norte, y al Este iba en demanda a Nafe en África, y pasaba a barlovento de la isla de la Madera de la parte del Norte… leguas. Así que ellos estaba más cerca de Castilla que el Almirante con ciento cincuenta leguas. Dice que, mediante la gracia de Dios, desque vean tierra se sabrá quién andaba más cierto. Dice aquí también que primero anduvo doscientas sesenta y tres leguas de la isla del Hierro a la venida que viese la primera hierba, etc.

Lunes, 11 de febrero

Anduvo esta noche doce millas por hora a su camino, y, así, en toda ella contó treinta y nueve leguas, y en todo el día corrió dieciséis leguas y media. Vio muchas aves, de donde creyó estar cerca de tierra.

Martes, 12 de febrero

Navegó al Este seis millas por hora esta noche, y andaría hasta el día setenta y tres millas, que son dieciocho leguas y un cuarto. Aquí comenzó a tener grande mar y tormenta: y, si no fuera la carabela dice que muy buena y bien aderezada, temiera perderse. El día correría once o doce leguas, con mucho trabajo y peligro.

Miércoles, 13 de febrero

Después del sol puesto hasta el día, tuvo gran trabajo del viento y de la mar muy alta y tormenta; relampagueó hacia el Nordeste tres veces; dijo ser señal de gran tempestad que había de venir de aquella parte o de su contrario. Anduvo a árbol seco lo más de la noche; después dio una poca de vela y andaría cincuenta y dos millas, que son trece leguas. En este día blandeó un poco el viento; pero luego creció y la mar se hizo terrible y cruzaban las olas que atormentaban los navíos. Andaría cincuenta y cinco millas, que son trece leguas y media.

Jueves, 14 de febrero

Esta noche creció el viento y las olas eran espantables, contraria una de otra, que cruzaban y embarazaban el navío que no podía pasar adelante ni salir de entremedias de ellas y quebraban en él; llevaba el papahígo muy bajo, para que solamente lo sacase algo de las ondas: andaría así tres horas y correría veinte millas. Crecía mucho la mar y el viento; y, viendo el peligro grande, comenzó a correr a popa donde el viento lo llevase, porque no había otro remedio. Entonces comenzó a correr también la carabela Pinta, en que iba Martín Alonso, y desapareció, aunque toda la noche hizo faroles el Almirante y el otro le respondía; hasta que parece que no pudo más por la fuerza de la tormenta y porque se hallaba muy fuera del camino del Almirante. Anduvo el Almirante esta noche al Nordeste cuarta del Este, cincuenta y cuatro millas, que son trece leguas. Salido el sol, fue mayor el viento y la mar cruzando más terrible: llevaba el papahígo solo y bajo, para que el navío saliese de entre las ondas que cruzaban, porque no lo hundiesen.

Andaba el camino del Esnordeste, y después a la cuarta hasta el Nordeste; andaría seis horas así, y en ellas siete leguas y media. El ordenó que se echase un romero que fuese a Santa María de Guadalupe y llevase un cirio de cinco libras de cera y que hiciesen voto todos que al que cayese la suerte cumpliese la romería, para lo cual mandó traer tantos garbanzos cuantas personas en el navío venían y señalar uno con un cuchillo haciendo una cruz y meterlos en un bonete bien revueltos. El primero que metió la mano fue el Almirante y sacó el garbanzo de la cruz, y así cayó sobre él la suerte y desde luego se tuvo por romero y deudor de ir a cumplir el voto. Echóse otra vez la suerte para enviar romero a Santa María de Loreto, que está en la marca de Ancona, tierra del Papa, que es casa donde Nuestra Señora ha hecho y hace muchos y grandes milagros, y cayó la suerte a un marinero del Puerto de Santa María, que se llamaba Pedro de Villa, y el Almirante le prometió de le dar dineros para las costas. Otro romero acordó que se enviase a que velase una noche en Santa Clara de Moguer e hiciese decir una misa, para lo cual se tornaron a echar los garbanzos con el de la cruz, y cayó la suerte al mismo Almirante. Después de esto, el Almirante y toda la gente hicieron voto de, en llegando a la primera tierra, ir todos en camisa en procesión a hacer oración en una iglesia que fuese de la invocación de Nuestra Señora.

Allende los votos generales o comunes, cada uno hacía en especial su voto, porque ninguno pensaba escapar, teniéndose todos por perdidos, según la terrible tormenta que padecían. Ayudaba a acrecentar el peligro que venía el navío con falta de lastre, por haberse alivianado la carga, siendo ya comidos los bastimentos y el agua y vino bebido, lo cual, por codicia del próspero tiempo que entre las islas tuvieron, no proveyó el Almirante, teniendo propósito de lo mandar lastrar en la isla de las Mujeres, adonde llevó propósito de ir. El remedio que para esta necesidad tuvo fue, cuando hacerlo pudieron, henchir las pipas que tenían vacías de agua y vino, de agua de la mar, y con esto en ella se remediaron. Escribe aquí el Almirante las causas que le ponían temor de que allí Nuestro Señor no quisiese que pereciese y otras que le daban esperanza de que Dios lo había de llevar en salvamento, para que tales nuevas como llevaba a los Reyes no pereciesen. Parecíale que el deseo grande que tenía de llevar estas nuevas tan grandes y mostrar que había salido verdadero en lo que había dicho y proferídose a descubrir, le ponía grandísimo miedo de no lo conseguir, y que cada mosquito dice que le podía perturbar e impedir. Atribúyelo esto a su poca fe y desfallecimiento de confianza de la Providencia Divina. Confortábanle, por otra parte, las mercedes que Dios le había hecho en darle tanta victoria, descubriendo lo que descubierto había y cumplídole Dios todos sus deseos, habiendo pasado en Castilla en sus despachos muchas adversidades y contrariedades. Y que como antes hubiese puesto su fin y enderezado todo su negocio a Dios y le había oído y dado todo lo que le había pedido, debía creer que le daría cumplimiento de lo comenzado y le llevaría en salvamento. Mayormente que, pues le había librado a la ida, cuando tenía mayor razón de temer de los trabajos que tenía con los marineros y gente que llevaba, los cuales todos a una voz estaban determinados de se volver y alzarse contra él haciendo protestaciones, y el eterno Dios le dio esfuerzo y valor contra todos y otras cosas de mucha maravilla que Dios había mostrado en él y por él en aquel viaje, allende aquellas que Sus Altezas sabían de las personas de su casa; así que dice que no debiera temer la dicha tormenta. Mas su flaqueza y congoja -dice él- «no me dejaba asentar la ánima». Dice más, que también le daban gran pena dos hijos que tenía en Córdoba al estudio, que los dejaba huérfanos de padre y madre en tierra extraña, y los Reyes no sabían los servicios que les había en aquel viaje hecho y las nuevas tan prósperas que les llevaba para que se moviesen a los remediar. Por esto y porque supiesen Sus Altezas cómo Nuestro Señor le había dado victoria de todo lo que deseaba de las Indias y supiesen que ninguna tormenta había en aquellas partes, lo cual dice que se puede conocer por la hierba y los árboles que están nacidos y crecidos hasta dentro en la mar, y porque si se perdiese con aquella tormenta los Reyes hubiesen noticia de su viaje, tomó un pergamino y escribió en él todo lo que pudo de todo lo que había hallado, rogando mucho a quien lo hallase que lo llevase a los Reyes. Este pergamino envolvió en un paño encerado, atado muy bien, y mandó traer un gran barril de madera y púsolo en él sin que ninguna persona supiese qué era, sino que pensaron todos que era alguna devoción; y así lo mandó echar en la mar. Después, con los aguaceros y turbionadas, se mudó el viento al Oeste, y andaría así a popa sólo con el trinquete cinco horas con la mar muy desconcertada; y andaría dos leguas y media al Nordeste. Había quitado el papahígo de la vela mayor, por miedo que alguno onda de la mar no se lo llevase del todo.

Viernes, 15 de febrero

Ayer, después del sol puesto, comenzó a mostrarse claro el cielo de la banda del Oeste, y mostraba que quería de hacia allí ventar. Dio la boneta a la vela mayor: todavía era la mar altísima, aunque iba algo bajándose. Anduvo al Esnordeste cuatro millas por hora y en trece horas de noche fueron trece leguas. Después del sol salido vieron tierra: parecíales por proa al Esnordeste; algunos decían que era la isla de la Madera, otros que era la Roca de Sintra en Portugal, junto a Lisboa. Saltó luego el viento por proa Esnordeste, y la mar venía muy alta del Oeste; habría de la carabela a tierra cinco leguas. El Almirante, por su navegación, se hallaba estar con las islas de los Azores, y creía que aquella era una de ellas: los pilotos y marineros se hallaban ya con tierra de Castilla.

Sábado, 16 de febrero

Toda esta noche anduvo dando bordos por encabalgar la tierra que ya se conocía ser isla. A veces iba al Nordeste, otras al Nornordeste, hasta que salió el sol, que tomó la vuelta del Sur por llegar a la isla que ya no veían por la gran cerrazón, y vio por popa otra isla que distaría ocho leguas. Después del sol salido, hasta la noche anduvo dando vueltas por llegarse a la tierra con el mucho viento y mar que llevaba. Al decir la Salve, que es a boca d noche, algunos vieron lumbre de sotavento, y parecía que debía ser la isla que vieron ayer primero; y toda la noche anduvo barloventeando y allegándose lo más que podía para ver si al salir del sol veía alguna de las islas. Esta noche reposó el Almirante algo, porque desde el miércoles no había dormido ni podido dormir, y quedaba muy tullido de las piernas por estar siempre desabrigado al frío y al agua y por el poco comer. El sol salido, navegó al Sursudoeste, y a la noche llegó a la isla y por la gran cerrazón no pudo conocer qué isla era.

Lunes, 18 de febrero

Ayer, después del sol puesto, anduvo rodeando la isla para ver dónde había de surgir y tomar lengua. Surgió con un anda que luego perdió. Tomó a dar la vela y barloventeó toda la noche. Después del sol salido, llegó otra vez de la parte del Norte de la isla, y donde le pareció surgió con un anda, y envió la barca en tierra y hubieron habla con la gente de la isla, y supieron cómo era la isla de Santa María, una de las de los Azores, y enseñáronles el puerto donde habían de poner la carabela; y dijo la gente de la isla que jamás habían visto tanta tormenta como la que había hecho los quince días pasados y que se maravillaban cómo habían escapado; los cuales dice que dieron gracias a Dios e hicieron muchas alegrías por las nuevas que sabían de haber el Almirante descubierto las Indias. Dice el Almirante que aquella su navegación había sido muy cierta y que había carteado bien, que fuesen dadas muchas gracias a Nuestro Señor, aunque se hacía algo delantero. Pero tenía por cierto que estaba en la comarca de las islas de los Azores, y que aquélla era una de ellas. Y dice que fingió haber andado más camino por desatinar a los pilotos y marineros que carteaban, por quedar él señor de aquella derrota de las Indias, como de hecho queda, porque ninguno de todos ellos traía su camino cierto, por lo cual ninguno puede estar seguro de su derrota para las Indias.

Martes, 19 de febrero

Después del sol puesto, vinieron a la ribera tres hombres de la isla y llamaron. Envióles la barca, en la cual vinieron y trajeron gallinas y pan fresco, y era día de Carnestolendas, y trajeron otras cosas que enviaba el capitán de la isla, que se llamaba Joáo da Castanheira, diciendo que lo conocía muy bien y que por ser noche no venía a verlo; pero en amaneciendo vendría y traería más refresco, y traería consigo tres hombres que allá quedaban de la carabela, y que no los enviaba por el gran placer que con ellos tenía oyendo las cosas de su viaje. El Almirante mandó hacer mucha honra a los mensajeros, y mandóles dar camas en que durmiesen aquella noche, porque era tarde y estaba la población lejos. Y porque el jueves pasado, cuando se vio en la angustia de la tormenta, hicieron el voto y votos susodichos y el de que en la primera tierra donde hubiese casa de Nuestra Señora saliesen en camisa, etc., acordó que la mitad de la gente fuese a cumplirlo a una casita que estaba junto con la mar como ermita, y él iría después con la otra mitad. Viendo que era tierra segura, y confiando en las ofertas del capitán y en la paz que tenía Portugal con Castilla, rogó a los tres hombres que se fuesen a la población e hiciesen venir un clérigo para que les dijese una misa. Los cuales, idos en camisa, en cumplimiento de su romería, y estando en su oración, saltó con ellos todo el pueblo a caballo y a pie con el capitán y prendiéronlos a todos.

Después, estando el Almirante sin sospecha esperando la barca para salir él a cumplir su romería con la otra gente hasta las once del día, viendo que no venían, sospechó que los tenían o que la barca se había quebrado, porque toda la isla está cercada de peñas muy altas.

Esto no podía ver el Almirante porque la ermita estaba detrás de una punta. Levantó el anda y dio la vela hasta en derecho de la ermita, y vio muchos de caballo que se apearon y entraron en la barca con armas, y vinieron a la carabela para prender al Almirante.

Levantóse el capitán en la barca y pidió seguro al Almirante. Dijo que se lo daba; pero ¿qué innovación era aquélla que no veía ninguna de su gente en la barca?, y añadió el Almirante que viniese y entrase en la carabela, que él haría todo lo que él quisiese. Y pretendía el Almirante con buenas palabras traerlo por prenderlo para recuperar su gente, no creyendo que violaba la fe dándole seguro, pues él, habiéndole ofrecido paz y seguridad, lo había quebrantado.

El capitán, como dice que traía mal propósito, no se fió a entrar. Visto que no se llegaba a la carabela, rogóle que le dijese la causa porque detenía su gente, y que de ello pesaría al Rey de Portugal, y que en tierra de los Reyes de Castilla recibían los portugueses mucha honra y entraban y estaban seguros como en Lisboa, y que los Reyes le habían dado carta de recomendación para todos los príncipes y señores y hombres del mundo, las cuales le mostraría si se quisiese llegar; y que él era su Almirante del Mar Océano y Virrey de las Indias, que ahora eran de Sus Altezas, de lo cual mostraría las provisiones firmadas de sus firmas y selladas con sus sellos, las cuales les enseñó de lejos, y que los Reyes estaban en mucho amor y amistad con el Rey de Portugal y le habían mandado que hiciese toda la honra que pudiese a los navíos que topase de Portugal, y que, dado que no le quisiese darle su gente, no por eso dejaría de ir a Castilla, pues tenía harta gente para navegar hasta Sevilla, y serían él y su gente bien castigados, haciéndoles aquel agravio.

Entonces respondió el capitán y los demás no conocer acá Rey y Reina de Castilla, ni sus cartas, ni le habían miedo; antes les darían a saber qué era Portugal, casi amenazando. Lo cual oído, el Almirante hubo mucho sentimiento, y dice que pensó si había pasado algún desconcierto entre un reino y otro después de su partida, y no se pudo sufrir que no les respondiese lo que era razón.

Después tornóse dice que a levantar aquel capitán desde lejos y dijo al Almirante que se fuese con la carabela al puerto, y que todo lo que él hacía y había hecho, el Rey su Señor se lo había enviado a mandar; de lo cual el Almirante tomó testigos los que en la carabela estaban, y tomó el Almirante a llamar al capitán y a todos ellos y les dio su fe y prometió, como quien era, de no descender ni salir de la carabela hasta que llevase un ciento de portugueses a Castilla y despoblar toda aquella isla. Y así se volvió a surgir en el puerto donde estaba primero, porque el tiempo y viento era muy malo para hacer otra cosa.

Miércoles, 20 de febrero

Mandó aderezar el navío y henchir las pipas de agua de la mar por lastre, porque estaba en muy mal puerto y temió que se le cortasen las amarras, y así fue; por lo cual dio la vela hacia la isla de San Miguel, aunque en ninguna de la de los Azores hay buen puerto para el tiempo que entonces hacía, y no tenía otro remedio sino huir a la mar.

Jueves, 21 de febrero

Partió ayer de aquella isla de Santa María para la de San Miguel, para ver si hallaba puerto para poder sufrir tan mal tiempo como hacía, con mucho viento y mucha mar, y anduvo hasta la noche sin poder ver tierra una ni otra por la gran cerrazón y oscuridad que el viento y la mar causaban.

El Almirante dice que estaba con poco placer, porque no tenía sino tres marineros solos que supiesen de la mar, porque los que más allí estaban no sabían de la mar nada.

Estuvo a la corda toda la noche con muy mucha tormenta y grande peligro y trabajo, y en lo que Nuestro Señor le hizo merced fue que la mar o las ondas de ella venían de sola una parte, porque si cruzaran como las pasadas, muy mayor mal padeciera.

Después del sol salido, visto que no veía la isla de San Miguel, acordó tornarse a la Santa María por ver si podía cobrar su gente y la barca y las amarras y anclas que allá dejaba.

Dice que estaba maravillado de tan mal tiempo como había en aquellas islas y partes, porque en las Indias navegó todo aquel invierno sin surgir, y había siempre buenos tiempos, y que una sola hora no vio la mar que no se pudiese bien navegar, y en aquellas islas había padecido tan grave tormenta, y lo mismo le acaeció a la ida hasta las Islas de Canaria; pero, pasado de ellas, siempre halló los aires y la mar con gran templanza.

Concluyendo, dice el Almirante que bien dijeron los sacros teólogos y los sabios filósofos que el Paraíso Terrenal está en el fin de Oriente, porque es lugar temperadísimo. Así que aquellas tierras que ahora él había descubierto es -dice él- el fin del Oriente.

Viernes, 22 de febrero

Ayer surgió en la isla de Santa María en el lugar o puerto donde primero había surgido, y luego vino un hombre a capear desde unas peñas que allí estaban fronteras, diciendo que no se fuesen de allí.

Luego vino la barca con cinco marineros, dos clérigos y un escribano: pidieron seguro, y, dado por el Almirante, subieron a la carabela; y porque era noche durmieron allí, y el Almirante les hizo la honra que pudo.

A la mañana le requirieron que les mostrase poder de los Reyes de Castilla para que a ellos les contase cómo con poder de ellos había hecho aquel viaje.

Sintió el Almirante que aquello hacían por mostrar color que no habían en lo hecho errado, sino que tuvieron razón, porque no habían podido haber la persona del Almirante, la cual debieran de pretender coger a las manos, pues vinieron con la barca armada, sino que no vieron que el juego les saliera bien, y con temor de lo que el Almirante había dicho y amenazado; lo cual tenía propósito de hacer, y creyó que saliera con ello.

Finalmente, por haber la gente que le tenían, hubo de mostrarles la carta general de los Reyes para todos los príncipes y señores de encomienda y otras provisiones; y dioles de lo que tenía y fuéronse a tierra contentos, y luego dejaron toda la gente con la barca, de los cuales supo que si tomaran al Almirante nunca lo dejaran libre; porque dijo el capitán que el Rey, su señor, se lo había así mandado.

Sábado, 23 de febrero

Ayer comenzó a querer abonanzar el tiempo; levantó las anclas y fue a rodear la isla para buscar algún buen surgidero para tomar leña y piedra para lastre, y no pudo tomar surgidero hasta dos horas completas.

Domingo, 24 de febrero

Surgió ayer en la tarde para tomar leña y piedra, y, porque la mar era muy alta no pudo la barca llegar en tierra; y, al rendir de la primera guardia de noche, comenzó a ventar Oeste y Sudoeste. Mandó levantar las velas por el gran peligro que en aquellas islas hay en esperar el viento Sur sobre el anda, y en ventando Sudoeste luego vienta Sur.

Y, visto que era buen tiempo para ir a Castilla, dejó de tomar leña y piedra e hizo que gobernasen al Este; y andaría hasta el sol salido, que haría seis horas y media, siete millas por hora, que son cuarenta y cinco millas y media. Después del sol salido hasta el ponerse, anduvo seis millas por hora, que en once horas fueron sesenta y seis millas, y cuarenta y cinco y media de la noche fueron ciento once y media, y por consiguiente, veintiocho leguas.

Lunes, 25 de febrero

Ayer, después del sol puesto, navegó al Este su camino cinco millas por hora: en trece horas de esta noche andaría sesenta y cinco millas, que son dieciséis leguas y cuarta. Después del sol salido, hasta ponerse, anduvo otras dieciséis leguas y media con la mar llana, gracias a Dios. Vino a la carabela un ave muy grande que parecía águila.

Martes, 26 de febrero

Ayer, después del sol puesto, navegó a su camino al Este, la mar llana, a Dios gracias: lo más de la noche andaría ocho millas por hora; anduvo cien millas, que son veinticinco leguas. Después del sol salido, con poco viento, tuvo aguaceros; anduvo obra de ocho leguas al Esnordeste.

Miércoles, 27 de febrero

Esta noche y día anduvo fuera de camino por los vientos contrarios y grandes olas y mar, y hallábase ciento veinticinco leguas del Cabo de San Vicente, y ochenta de la isla de la Madera y ciento seis de la Santa María. Estaba muy penado con tanta tormenta, ahora que estaba a la puerta de casa.

Jueves, 28 de febrero

Anduvo de la misma manera esta noche con diversos vientos al Sur y al Sudeste, y a una parte y a otra, y al Nordeste y al Esnordeste, y de esta manera todo este día.

Viernes, 1 de marzo

Anduvo esta noche al Este cuarta del Nordeste, doce leguas; de día corrió al Este cuarta del Nordeste, veintitrés leguas y media.

Sábado, 2 de marzo

Anduvo esta noche a su camino al Este cuarta del Nordeste, veintiocho leguas; y el día corrió veinte leguas.

Domingo, 3 de marzo

Después del sol puesto navegó a su camino al Este. Vínole una turbonada que le rompió todas las velas, y viose en gran peligro, mas Dios los quiso librar. Echó suertes para enviar un peregrino dice a Santa María de la Cinta en Huelva, que fuese en camisa, y cayó la suerte al Almirante. Hicieron todos también voto de ayunar el primer sábado que llegasen a pan y agua.

Andaría sesenta millas antes que se le rompiesen las velas; después anduvieron a árbol seco, por la gran tempestad del viento y la mar que de dos partes los comía. Vieron señales de estar cerca de tierra. Hallábanse todo cerca de Lisboa.

Lunes, 4 de marzo

Anoche padecieron terrible tormenta, que se pensaron perder de las mares de dos partes que venían y los vientos, que parecía que levantaban la carabela en los aires, y agua del cielo y relámpagos de muchas partes; plugo a Nuestro Señor de lo sostener, y anduvo así hasta la primera guardia, que Nuestro Señor le mostró tierra, viéndola los marineros.

Y entonces, por no llegar a ella hasta conocerla, por ver si hallaba algún puerto o lugar donde se salvar, dio el papahígo por no tener otro remedio y andar algo, aunque con gran peligro, haciéndose a la mar; y así los guardó Dios hasta el día, que dice que fue con infinito trabajo y espanto. Venido el día, conoció la tierra, que era la Roca de Sintra, que es junto con el río de Lisboa, adonde determinó entrar, porque no podía hacer otra cosa: tan terrible era la tormenta que hacía en la villa de Cascaes, que es a la entrada del río.

Los del pueblo dice que estuvieron toda aquella mañana haciendo plegarias por ellos, y, después que estuvo dentro, venía la gente a verlos por maravilla de cómo habían escapado; y así, a hora de tercia, vino a pasar a Rastelo dentro del río de Lisboa, donde supo de la gente de la mar que jamás hizo invierno de tantas tormentas y que se habían perdido veinticinco naos en Flandes y otras estaban allí que había cuatro meses que no habían podido salir.

Luego escribió el Almirante al Rey de Portugal, que estaba a nueve leguas de allí, cómo los Reyes de Castilla le habían mandado que no dejase de entrar en los puertos de Su Alteza a pedir lo que hubiese menester por sus dineros, y que el Rey le mandase dar lugar para ir con la carabela a la ciudad de Lisboa, porque algunos ruines, pensando que traía mucho oro, estando en puerto despoblado, se pusiesen a cometer alguna ruindad, y también porque supiese que no venía de Guinea, sino de las Indias.

Martes, 5 de marzo

Hoy, después que el patrón de la nao grande del Rey de Portugal, la cual estaba también surta en Rastelo y la más bien artillada de artillería y armas que dice que nunca nao se vio, vino el patrón de ella, que se llamaba Bartolomé Díaz de Lisboa, con el batel armado a la carabela, y dijo al Almirante que entrase en el batel para ir a dar cuenta a los hacedores del Rey y al capitán de la dicha nao. Respondió el Almirante que él era Almirante de los Reyes de Castilla y que no daba él tales cuentas a tales personas, ni saldría de las naos ni navíos donde estuviese si no fuese por la fuerza de no poder sufrir las armas. Respondió el patrón que enviase al maestre de la carabela.

Dijo el Almirante que ni al maestre ni a otra persona si no fuese por fuerza, porque en tanto tenía el dar persona que fuese como ir él, y que ésta era la costumbre de los Almirantes de los Reyes de Castilla, de antes morir que se dar ni dar gente suya.

El patrón se moderó y dijo que, pues estaba en aquella determinación, que fuese como él quisiese; pero que le rogaba que le mandase mostrar las cartas de los Reyes de Castilla si las tenía.

El Almirante plugo de mostrárselas, y luego se volvió a la nao e hizo relación al capitán, que se llamaba Álvaro Damán, el cual, con mucha orden, con atabales y trompetas y añafiles, haciendo gran fiesta, vino a la carabela y habló con el Almirante y le ofreció de hacer todo lo que le mandase.

Miércoles, 6 de marzo

Sabido cómo el Almirante venía de las Indias, hoy vino tanta gente a verlo y a ver los indios, de la ciudad de Lisboa, que era cosa de admiración, y las maravillas que todos hacían, dando gracias a Nuestro Señor y diciendo que, por la gran fe que los Reyes de Castilla tenían y deseo de servir a Dios, que Su Alta Majestad los daba todo esto.

Jueves, 7 de marzo

Hoy vino infinitísima gente a la carabela y muchos caballeros, y entre ellos los hacedores del Rey, y todos daban infinitísimas gracias a Nuestro Señor por tanto bien y acrecentamiento de la Cristiandad que Nuestro Señor había dado a los Reyes de Castilla, el cual dice que apropiaban porque Sus Altezas se trabajaban y ejercitaban en el acrecentamiento de la religión de Cristo.

Viernes, 8 de marzo

Hoy recibió el Almirante una carta del Rey de Portugal con D. Martín de Noronha, por la cual le rogaba que se llegase adonde él estaba, pues el tiempo no era para partir con la carabela; y así lo hizo por quitar sospecha, puesto que no quisiera ir, y fue a dormir a Sacamben.

Mandó el Rey a sus hacedores que todo lo que hubiese el Almirante menester y su gente y la carabela se lo diese sin dineros y se hiciese todo como el Almirante quisiese.

Sábado, 9 de marzo

Hoy partió de Sacamben para ir adonde el Rey estaba, que era el valle del Paraíso, nueve leguas de Lisboa: porque llovió no pudo llegar hasta la noche.

El Rey le mandó recibir a los principales de su casa muy honradamente, y el Rey también le recibió con mucha honra y le hizo mucho favor y mandó sentar y habló muy bien, ofreciéndole que mandaría hacer todo lo que a los Reyes de Castilla y a su servicio cumpliese cumplidamente y más que por cosa suya; y mostró haber mucho placer del viaje haber habido buen término y se haber hecho, mas que entendía que en la capitulación que había entre los Reyes y él que aquella conquista le pertenecía.

A lo cual respondió el Almirante que no había visto la capitulación ni sabía otra cosa sino que los Reyes le habían mandado que no fuese a la Mina ni en toda Guinea, y que así se había mandado pregonar en todos los puertos del Andalucía antes que para el viaje partiese.

El Rey graciosamente respondió que tenía él por cierto que no habría en esto menester terceros. Diole por huésped al prior del Clato, que era la más principal persona que allí estaba, del cual el Almirante recibió muy muchas honras y favores.

Domingo, 10 de marzo

Hoy, después de misa, le tomó a decir el Rey si había menester algo, que luego se le daría, y departió mucho con el Almirante sobre su viaje, y siempre le mandaba estar sentado y hacer mucha honra.

Lunes, 11 de marzo

Hoy se despidió del Rey, y le dijo algunas cosas que dijese de su parte a los Reyes, mostrándole siempre mucho amor. Partióse después de comer, y envió con él a D. Martín de Noronha, y todos aquellos caballeros le vinieron a acompañar y hacer honra buen rato.

Después vino a un monasterio de San Antonio, que es sobre un lugar que se llama Villafranca, donde estaba la Reina; y fuele a hacer reverencia y besarle las manos, porque le había enviado a decir que no se fuese hasta que la viese, con la cual estaban el Duque y el Marques, donde recibió el Almirante mucha honra. Partióse de ella el Almirante de noche, y fue a dormir a Allandra.

Martes, 12 de marzo

Hoy, estando para partir de Allandra para la carabela, llegó un escudero del Rey que le ofreció de su parte que, si quisiese ir a Castilla por tierra, que aquél fuese con él para lo aposentar y mandar dar bestias y todo lo que hubiese menester.

Cuando el Almirante de él se partió, le mandó dar una mula y otra a su piloto, que llevaba consigo, y dice que al piloto mandó hacer merced de veinte espadines, según supo el Almirante. Todo dice que se decía que lo hacía porque los Reyes lo supiesen. Llegó a la carabela en la noche.

Miércoles, 13 de marzo

Hoy a las ocho horas, con la marea de ingente y el viento Nornoroeste, levantó las anclas y dio la vela para ir a Sevilla.

Jueves, 14 de marzo

Ayer, después del sol puesto, siguió su camino al Sur, y antes del sol salido se halló sobre el Cabo de San Vicente, que es en Portugal. Después navegó al Este para ir a Saltés, y anduvo todo el día con poco viento hasta ahora que está sobre Faro.

Viernes, 15 de marzo

Ayer, después del sol puesto, navegó a su camino hasta el día con poco viento, y al salir del sol se halló sobre Saltés, y a hora de mediodía, con la marea de montante, entró por la barra de Saltés hasta dentro del puerto de donde había partido a 3 de agosto del año pasado Y así dice él que acababa ahora esta escritura, salvo que estaba de propósito de ir a Barcelona por la mar, en la cual ciudad le daban nuevas que Sus Altezas estaban, y esto para les hacer relación de todo su viaje que Nuestro Señor le había dejado hacer y le quiso alumbrar en él.

Porque ciertamente, allende que él sabía y tenía firme y fuerte sin escrúpulo que Su Alta Majestad hace todas las cosas buenas y que todo es bueno salvo el pecado y que no se puede abalar ni pensar cosa que no sea con su consentimiento, «esto de este viaje conozco -dice el Almirante- que milagrosamente lo ha mostrado, así como se puede comprender por esta escritura, por muchos milagros señalados mostrados en el viaje, y de mi, que ha tanto tiempo que estoy en la Corte de Vuestras Altezas con opósito y contra sentencia de tantas personas principales de vuestra casa, los cuales todos eran contra mí poniendo este hecho que era burla.

El cual espero en Nuestro Señor que será la mayor honra de la Cristiandad que así ligeramente haya jamás acaecido». Estas son finales palabras del Almirante D. Cristóbal Colón de su primer viaje a las Indias y al descubrimiento de ellas.

Fuente:

http://www.ideasapiens.com/textos/America/diario_%201viaje_%20america.htm

Los cuatro viajes de Colón y testamento

Los cuatro viajes de Colón y su testamento – Bibloteca Virtual Miguel Cervantes

 

Prólogo

Una de las pocas leyes que la excepción no confirma es aquella que establece que todo hombre nacido para realizar un acto extremadamente importante debe carecer de su partida de nacimiento. Naturalmente que esta comprobación no tiene por objeto demostrar la inutilidad de los registros parroquiales o civiles, sino recordar sólo -por un procedimiento indirecto- que Cristóbal Colón, nacido para descubrir un continente, realizó un acto extremadamente importante.

La carencia de la partida de nacimiento importa para cualquier hombre de nuestros días un quebradero de cabeza: el mismo quebradero de cabeza que aflige en nuestros días a los historiadores de Colón y que a él le tenía sin cuidado.

Sus historiadores oficiales afirmaron que había nacido en Génova, y para ello se fundaban en las manifestaciones del propio navegante: «que, siendo yo nacido en Génova», «pues de ella salí y en ella nací», «como pobre extranjero»… Pero hubo otros historiadores que entraron a desconfiar de aquellas manifestaciones, y, desconfiando y desconfiando, llegaron a afirmar que era natural de Galicia y que, además, era sobrino y servidor de un pirata, su tío.

La sangre no llegó al río: se la disputaron el Atlántico y el Mediterráneo, los piratas gallegos y los colchoneros genoveses. Y el misterio del nacimiento de Colón y la enconada disputa de los historiadores de uno y otro bando amnistiaron con amnistía de olvido el crimen de usurpación de nombre cometido inocentemente por Vespucio, común denominador de América.

Creo lealmente que la nacionalidad geográfica de Colón no interesa. La geografía es un mero accidente nacional que no determina por sí solo una nacionalidad.

La nacionalidad es un destino: un destino cargado de penas que han de purgarse y de glorias que han de ganarse, de dejaciones que duelen como pecados y de irredentismos que chisporrotean como esperanzas.

Colón nació -Dios sabe dónde- para que España redimiera a un mundo irredento. Nació para eso y, por lo tanto, nació en eso. Su partida de nacimiento es su punto de partida. Su punto de partida y de llegada, porque en la mañana de Palos ya amanecía América; esta América cuyo descubrimiento y cuidado le encomendaron los reyes «aunque no fuese sino piedras y peñas».

Como el otro Cristóbal, nació para llevar a Cristo – Cristo ferens – y, dando tumbos, le depositó sano y salvo en una isla que él creyó un continente y luego en un continente que creyó una isla. Traía a Cristo y además traía un contrato de explotación, que los reyes cumplieron o no cumplieron o que él cumplió o no cumplió -porque para cumplir un contrato es menester no sólo querer cumplirlo, sino también saberlo cumplir, y para eso es necesario saber administrar los bienes que han de ser administrados y, sobre todo, saber administrar a los hombres que intervienen en la administración-. Colón triunfó descubriendo, pero fracasó administrando; y los reyes, instrumentos de la divina voluntad evangelizadora, no podían honradamente supeditar el éxito de la evangelización al pequeño gusto de satisfacer a los historiadores del futuro fracasando junto con el administrador fracasado.

La grandeza del descubridor nada tiene que ver con su incapacidad como empresario. A él se le cruzó la idea de comunicarse con el Asia por un camino distinto de los transitados hasta entonces, y, fuera de él o de otros, él se la comunicó a los reyes. Y acertó por eso: por lo que tenía de loco y de poeta; y por eso España se jugó en la empresa: por lo que tenía de locura y de poesía. El eco de la voz que sonaba: «¡Ancha es Castilla!» despertaba ya en sus ojos la tentación de la anchura del Atlántico. España se lanzó al mar para evangelizar a los asiáticos tomándolos por la espalda o para evangelizar, en último caso, a los tritones y a las sirenas. Un botero cuya nacionalidad ignoraba le ofreció sus servicios, y con él partió, rumbo a la conquista de lo inconquistable, como sólo saben hacerlo las almas de rumbo. Partió, no en plan de colonización, sino de entrega; no para explotar una tierra, sino para volcar en ella su ser y su sangre, para volcarse con alma y vida. La traía un botero a quien ella llamó su almirante; pero las estrellas que a él le guiaban a ella le pertenecían: porque a ella estaba destinada -a ella, como administradora de las más altas aventuras- la alta condecoración de la Cruz del Sur.

Ignacio B. Anzoátegui.

Índice

1. El primer viaje a las Indias
Relación compendiada por Fray Bartolomé de las Casas
In Nomine D. N. Jesu Christi

Porque, cristianísimos y muy altos y muy excelentes y muy poderosos príncipes, Rey y Reina de las Españas y de las islas de la mar, Nuestros Señores, este presente año de 1492, después de Vuestras Altezas haber dado fin a la guerra de los moros que reinaban en Europa y haber acabado la guerra en la muy grande ciudad de Granada, adonde este presente año a 2 días del mes de enero por fuerza de armas vide poner las banderas reales de Vuestras Altezas en las torres de Alfambra, que es la fortaleza de la dicha ciudad, y vide salir al rey moro a las puertas de la ciudad y besar las reales manos de Vuestras Altezas y del Príncipe Mi señor, y luego en aquel presente mes, por la información que yo había dado a Vuestras Altezas de las tierras de India y de un príncipe que es llamado Gran Can , que quiere decir en nuestro romance Rey de los Reyes, como muchas veces él y sus antecesores habían enviado a Roma a pedir doctores en nuestra santa fe porque le enseñasen en ella y que nunca el Santo Padre le había proveído y se perdían tantos pueblos creyendo en idolatrías o recibiendo en sí sectas de perdición, Vuestras Altezas, como católicos cristianos y Príncipes amadores de la santa fe cristiana y acrecentadores de ella y enemigos de la secta de Mahoma y de todas idolatrías y herejías, pensaron de enviarme a mí, Cristóbal Colón, a las dichas partidas de India para ver los dichos príncipes, y los pueblos y tierras y la disposición de ellas y de todo y la manera que se pudiera tener para la conversión de ellas a nuestra santa fe; y ordenaron que yo no fuese por tierra al Oriente, por donde se costumbra de andar, salvo por el camino de Occidente, por donde hasta hoy no sabemos por cierta fe que haya pasado nadie. Así que, después de haber echado fuera todos los judíos de todos vuestros reinos y señoríos, en el mismo mes de enero mandaron Vuestras Altezas a mí que con armada suficiente me fuese a las dichas partidas de India; y para ello me hicieron grandes mercedes y me anoblecieron que dende en adelante yo me llamase Don y fuese Almirante Mayor de la mar océana e Visorrey y Gobernador perpetuo de todas las islas y tierra firme que yo descubriese y ganase y de aquí adelante se descubriesen y ganasen en la mar océana, y así sucediese mi hijo mayor y así de grado en grado para siempre jamás. Y partí yo de la ciudad de Granada a 12 días del mes de mayo del mesmo año de 1492, en sábado. Vine a la villa de Palos, que es puerto de mar, adonde armé yo tres navíos muy aptos para semejante fecho, y partí del dicho puerto muy abastecido de muy muchos mantenimientos y de mucha gente de la mar, a 3 días del mes de agosto del dicho año en un viernes, antes de la salida del sol con media hora, y llevé el camino de las islas de Canaria de Vuestras Altezas, que son en la dicha mar océana, para de allí tomar mi derrota y navegar tanto que yo llegase a las Indias, y dar la embajada de Vuestras Altezas a aquellos príncipes y cumplir lo que así me habían mandado; y para esto pensé de escribir todo este viaje muy puntualmente de día en día todo lo que hiciese y viese y pasase, como adelante se verá. También, Señores Príncipes, allende describir cada noche lo que el día pasare, y el día lo que la noche navegare, tengo propósito de hacer carta nueva de navegar, en la cual situaré toda la mar y tierras del mar Océano en sus propios lugares debajo su viento, y más, componer un libro y poner todo por el semejante por pintura, por latitud del equinocial y longitud del Occidente; y sobre todo cumple mucho que yo olvide el sueño y tiente mucho el navegar, porque así cumple, las cuales serán gran trabajo.

Viernes 3 de agosto .- Partimos viernes 3 días de agosto de 1492 años de la barra de Saltes a las ocho horas. Anduvimos con fuerte virazón hasta el poner del sol hacia el Sur sesenta millas, que son quince leguas; después al Sudueste y al Sur cuarta del Surueste, que era el camino para las Canarias.

Sábado 4 de agosto .- Anduvieron al Sudueste cuarta del Sur.

Domingo 5 de agosto .- Anduvieron su vía entre día y noche más de cuarenta leguas.

Lunes 6 de agosto .- Saltó o desencajóse el gobernario a la carabela Pinta , donde iba Martín Alonso Pinzón, a lo que se creyó y sospechó por industria de un Gomes Rascón y Cristóbal Quintero, cuya era la carabela, porque le pesaba ir aquel viaje; y dice el Almirante que antes que partiese habían hallado en ciertos deveses y grisquetas, como dicen, a los dichos. Vídose allí el Almirante en gran turbación por no poder ayudar a la dicha carabela sin su peligro, y dice que alguna pena perdía con saber que Martín Alonso Pinzón era persona esforzada y de buen ingenio. En fin, anduvieron entre día y noche veintinueve leguas.

Martes 7 de agosto .- Tornóse a saltar el gobernalle a la Pinta , y adobáronlo y anduvieron en demanda de la isla del Lanzarote, que es una de las islas de Canarias, y anduvieron entre día y noche veinticinco leguas.

Miércoles 8 de agosto .- Hobo entre los pilotos de las tres carabelas opiniones diversas dónde estaban, y el Almirante salió más verdadero; y quisiera ir a gran Canaria por dejar la carabela Pinta , porque iba mal acondicionada del gobernario y hacía agua, y quisiera tomar allí otra si la hallara. No pudieron tomarla aquel día.

Jueves 9 de agosto .- Hasta el domingo en la noche no pudo el Almirante tomar la Gomera, y Martín Alonso quedóse en aquella costa de gran Canaria por mandado del Almirante, porque no podía navegar. Después tomó el Almirante a Canaria (o a Tenerife), y adobaron muy bien la Pinta con mucho trabajo y diligencias del Almirante, de Martín Alonso y de los demás; y al cabo vinieron a la Gomera. Vieron salir gran fuego de la sierra de la isla de Tenerife, que es muy alta en gran manera. Hicieron la Pinta redonda, porque era latina; tornó a la Gomera domingo a 2 de septiembre con la Pinta adobada.

Dice el Almirante que juraban muchos hombres honrados españoles que en la Gomera estaban con Doña Inés Peraza, madre de Guillén Peraza, que después fue el primer Conde de la Gomera, que eran vecinos de la isla de Hierro, que cada año vían tierra al Oueste de las Canarias, que es al Poniente; y otros de la Gomera, afirmaban otro tanto con juramento. Dice aquí el Almirante que se acuerda que estando en Portugal el año de 1484 vino uno de la isla de la Madera al Rey a le pedir una carabela para ir a esta tierra que vía, el cual juraba que cada año la vía y siempre de una manera. Y también dice que se acuerda que lo mismo decían en las islas de los Azores y todos éstos en una derrota y en una manera de señal y en una grandeza. Tomada, pues, agua y leña y carnes y lo demás que tenían los hombres que dejó en la Gomera el Almirante cuando fue a la isla de Canaria a adobar la carabela Pinta , finalmente se hizo a la vela de la dicha isla de la Gomera con sus tres carabelas jueves a 6 días de septiembre.

Jueves 6 de septiembre .- Partió aquel día por la mañana del puerto de la Gomera y tomó la vuelta para ir a su viaje. Y supo el Almirante de una carabela que venía de la isla del Hierro que andaban por allí tres carabelas de Portugal para lo tomar: debía de ser la invidia que el Rey tenía por haberse ido a Castilla. Y anduvo todo aquel día y noche en calma, y a la mañana se halló entre la Gomera y Tenerife.

Viernes 7 de septiembre .- Todo el viernes y el sábado, hasta tres horas de noche, estuvo en calma.

Sábado 8 de septiembre .- Tres horas de noche sábado comenzó a ventar Nordeste, y tomó su vía y camino al Oueste. Tuvo mucha mar por proa que le estorbaba el camino; y andaría aquel día nueve leguas con su noche.

Domingo 9 de septiembre .- Anduvo aquel día diez y nueve leguas, y acordó contar menos de las que andaba, porque si el viaje fuese luengo no se espantasen ni desmayase la gente. En la noche anduvo ciento y veinte millas; a diez millas por hora, que son treinta leguas. Los marineros gobernaban mal, decayendo sobre la cuarta del Nordeste, y aún a la media partida: sobre lo cual les riñó el Almirante muchas veces.

Lunes 10 de septiembre .- En aquel día con su noche anduvo sesenta leguas, a diez millas por hora, que son dos leguas y media; pero no contaba sino cuarenta y ocho leguas, porque no se asombrase la gente si el viaje fuese largo.

Martes 11 de septiembre .- Aquel día navegaron a su vía, que era el Oueste, y anduvieron veinte leguas y más, y vieron un gran trozo de mástel de nao, de ciento y veinte toneles, y no lo pudieron tomar. La noche anduvieron cerca de veinte leguas, y contó no más de diez y seis por la causa dicha.

Miércoles 12 de septiembre .- Aquel día, yendo su vía, anduvieron en noche y día treinta y tres leguas, contando menos por la dicha causa.

Jueves 13 de septiembre .- Aquel día con su noche, yendo a su vía, que era al Oueste, anduvieron treinta y tres leguas, y contaba tres o cuatro menos. Las corrientes le eran contrarias. En este día, al comienzo de la noche, las agujas noruesteaban, y a la mañana noruesteaban algún tanto.

Viernes 14 de septiembre .- Navegaron aquel día su camino al Oueste con su noche, y anduvieron veinte leguas; contó alguna menos. Aquí dijeron los de la carabela Niña que habían visto un garjao y un rabo de junco; y estas aves nunca se apartan de tierra cuando más veinticinco leguas.

Sábado 15 de septiembre .- Navegó aquel día con su noche veintisiete leguas su camino al Oueste y algunas más. Y en esta noche al principio de ella vieron caer del cielo un maravilloso ramo de fuego en la mar, lejos de ellos cuatro o cinco leguas.

Domingo 16 de septiembre .- Navegó aquel día y la noche a su camino al Oueste. Andarían treinta y nueve leguas, pero no contó sino treinta y seis. Tuvo aquel día algunos nublados, lloviznó. Dice aquí el Almirante que hoy y siempre de allí adelante hallaron aires temperantísimos, que era placer grande el gusto de las mañanas, que no faltaba sino oír ruiseñores. Dice él: «y era el tiempo como abril en el Andalucía». Aquí comenzaron a ver muchas manadas [Nota:

Quizá manchas .

] de hierba muy verde que poco había, según le parecía, que se había desapegado de tierra, por lo cual todos juzgaban que estaba cerca de alguna isla; pero no de tierra firme, según el Almirante, que dice: «porque la tierra firme hago más adelante».

Lunes 17 de septiembre .- Navegó a su camino el Oueste, y andarían en día y noche cincuenta leguas y más. No asentó sino cuarenta y siete. Ayudábales la corriente. Vieron mucha hierba y muy a menudo, y era hierba de peñas y venía la hierba de hacia Poniente. Juzgaban estar cerca de tierra. Tomaron los pilotos el Norte marcándolo, y hallaron que las agujas noruesteaban una gran cuarta, y temían los marineros y estaban penados y no decían de qué. Conociólo el Almirante; mandó que tornasen a marcar el Norte en amaneciendo, y hallaron que estaban buenas las agujas. La causa fue porque la estrella que parece hace movimiento y no las agujas. En amaneciendo, aquel lunes vieron muchas más hierbas y que parecían hierbas de ríos, en los cuales hallaron un cangrejo vivo, el cual guardó el Almirante. Y dice que aquellas fueron señales ciertas de tierra, porque no se hallan ochenta leguas de tierra. El agua de la mar hallaban menos salada desde que salieron de las Canarias; los aires siempre más suaves. Iban muy alegres todos, y los navíos quien más podía andar andaba por ver primero tierra. Vieron muchas toninas, y los de la Niña mataron una. Dice aquí el Almirante que aquellas señales eran del Poniente, «donde espero en aquel alto Dios, en cuyas manos están todas las victorias, que muy presto nos dará tierra». En aquella mañana dice que vido un ave blanca que se llama rabo de junco que no suele dormir en la mar.

Martes 18 de septiembre .- Navegó aquel día con su noche, y andarían más de cincuenta y cinco leguas, pero no asentó sino cuarenta y ocho. Llevaba todos estos días mar muy bonanza, como en el río de Sevilla. Este día Martín Alonso, con la Pinta , que era gran velera, no esperó, porque dijo al Almirante desde su carabela que había visto gran multitud de aves ir hacia el Poniente, y que aquella noche esperaba ver tierra y por eso andaba tanto. Apareció a la parte del Norte una gran cerrazón, que es señal de estar sobre la tierra.

Miércoles 19 de septiembre .- Navegó su camino, y entre día y noche andarían veinticinco leguas, porque tuvieron calma. Escribió veintidós. Este día, a las diez horas, vino a la nao un alcatraz, y a la tarde vieron otro, que no suele apartarse veinte leguas de tierra. Vinieron unos lloviznos sin viento, lo que es señal cierta de tierra. No quiso detenerse barloventeando el Almirante para averiguar si había tierra; más de que tuvo por cierto que a la banda del Norte y del Sur había algunas islas, como la verdad lo estaban y él iba por medio de ellas. Porque su voluntad era de seguir adelante hasta las Indias, «y el tiempo es bueno, porque placiendo a Dios a la vuelta se vería todo»: estas son sus palabras… Aquí descubrieron sus puntos los pilotos el de la Niña se hallaba de las Canarias cuatrocientas cuarenta leguas; el de la Pinta , cuatrocientas veinte; el de la donde iba el Almirante, cuatrocientas justas.

Jueves 20 de septiembre .- Navegó este día al Oueste cuarta del Norueste y a la media partida, porque se mandaron muchos vientos con la calma que había. Andarían hasta siete u ocho leguas. Vinieron a la nao dos alcatraces y después otro, que fue señal de estar cerca de tierra; y vieron mucha hierba, aunque el día pasado no habían visto de ella. Tomaron un pájaro, con la mano, que era como un garjao; era pájaro de río y no de mar: los pies tenía como gaviota. Vinieron al navío, en amaneciendo, dos o tres pajaritos de tierra cantando, y después antes del sol salido desaparecieron. Después vino un alcatraz: venía del Ouesnorueste; iba al Sueste, que era señal que dejaba la tierra al Ouesnorueste, porque estas aves duermen en tierra y por la mañana van a la mar a buscar su vida, y no se alejan veinte leguas.

Viernes 21 de septiembre .- Aquel día fue todo lo más calma y después algún viento. Andarían entre día y noche, de ello a la vía y de ello no, hasta trece leguas. En amaneciendo, hallaron tanta hierba que parecía ser la mar cuajada de ella, y venía del Oueste. Vieron un alcatraz. La mar muy llana como un río y los aires los mejores del mundo. Vieron una ballena, que es señal que estaban cerca de tierra, porque siempre andan cerca.

Sábado 22 de septiembre .- Navegó al Ouesnorueste más o menos, acostándose a una y a otra parte. Andarían treinta leguas. No veían casi hierba. Vieron unas pardelas y otra ave. Dice aquí el Almirante: «Mucho me fue necesario este viento contrario, porque mi gente andaban muy estimulados, que pensaban que no ventaban estos mares vientos para volver a España». Por un pedazo de día no hubo hierba; después, muy espesa.

Domingo 23 de septiembre .- Navegó al Norueste y a las veces a la cuarta del Norte y a las veces a su camino, que era el Oueste; y andaría hasta veintidós leguas. Vieron una tórtola, y un alcatraz y otro pajarito de río y otras aves blancas. Las hierbas eran muchas, y hallaban cangrejos en ellas. Y como la mar estuviese mansa y llana, murmuraba la gente diciendo: que pues por allí no había mar grande, que nunca ventaría para volver a España; pero después alzóse mucho la mar y sin viento, que los asombraba, por lo cual dice aquí el Almirante: «Así que muy necesario me fue la mar alta, que no pareció, salvo el tiempo de los judíos cuando salieron de Egipto contra Moisés, que los sacaba de captiverio».

Lunes 24 de septiembre .- Navegó a su camino al Oueste día y noche, y andarían catorce leguas y media. Contó doce. Vino al navío un alcatraz y vieron muchas pardelas.

Martes 25 de septiembre .- Este día hubo mucha calma, y después ventó; y fueron su camino al Oueste hasta la noche. Iba hablando el Almirante con Martín Alonso Pinzón, capitán de la otra carabela Pinta , sobre una carta que le había enviado tres días hacía a la carabela, donde según parece tenía pintadas el Almirante ciertas islas por aquella mar. Y decía Martín Alonso que estaban en aquella comarca, y decía el Almirante que así le parecía a él; pero puesto que no hubiesen dado con ellas, lo debía haber causado las corrientes que siempre habían echado los navíos al Nordeste, y que no habían andado tanto como los pilotos decían. Y, estando en esto, dijo el Almirante que le enviase la carta dicha. Y, enviada con alguna cuerda, comenzó el Almirante a cartear en ella con su piloto y marineros. Al sol puesto, subió el Martín Alonso en la popa de su navío, y con mucha alegría llamó al Almirante, pidiéndole albricias que vía tierra. Y cuando se lo oyó decir con afirmación, el Almirante dice que se echó a dar gracias a Nuestro Señor de rodillas, y el Martín Alonso decía Gloria in excelsis Deo con su gente. Lo mismo hizo la gente del Almirante; y los de la Niña subiéronse todos sobre el mástil y en la jarcia, y todos afirmaron que era tierra. Y al Almirante así pareció y que habría a ella veinticuatro leguas. Estuvieron hasta la noche afirmando todos ser tierra. Mandó el Almirante dejar su camino, que era el Oueste, y que fuesen todos al Sudueste, adonde había parecido la tierra. Habrían andado aquel día al Oueste cuatro leguas y media, y en la noche al Sudueste diez y siete leguas, que son veintiuna, puesto que decía a la gente trece leguas porque siempre fingía a la gente que hacía poco camino porque no les pareciese largo; por manera que escribió por dos caminos aquel viaje, el menor fue el fingido, y el mayor el verdadero. Anduvo la mar muy llana, por lo cual se echaron a nadar muchos marineros. Vieron muchos dorados y otros peces.

Miércoles 26 de septiembre .- Navegó a su camino al Oueste hasta después de medio día. De allí fueron al Sudueste hasta conocer que lo que decían que había sido tierra no lo era, sino cielo. Anduvieron día y noche treinta y una leguas, y contó a la gente veinticuatro. La mar era como un río, los aires dulces y suavísimos.

Jueves 27 de septiembre .- Navegó a su vía al Oueste. Anduvo entre día y noche veinticuatro leguas; contó a la gente veinte leguas. Vinieron muchos dorados; mataron uno. Vieron un rabo de junco.

Viernes 28 de septiembre .- Navegó a su camino al Oueste, anduvieron día y noche con calma catorce leguas; contaron trece. Hallaron poca hierba; tomaron dos peces dorados, y en los otros navíos más.

Sábado 29 de septiembre .- Navegó a su camino el Oueste. Anduvieron veinticuatro leguas; contó a la gente veintiuna. Por calmas que tuvieron, anduvieron entre día y noche poco. Vieron un ave que se llama rabiforcado, que hace gomitar a los alcatraces lo que comen para comerlo ella, y no se mantiene de otra cosa. Es ave de la mar, pero no posa en la mar ni se aparta de tierra veinte leguas. Hay de éstas muchas en las islas de Cabo Verde. Después vieron dos alcatraces. Los aires eran muy dulces y sabrosos, que diz que no faltaba sino oír al ruiseñor, y la mar llana como un río. Parecieron después en tres veces tres alcatraces y un forcado. Vieron mucha hierba.

Domingo 30 de septiembre .- Navegó su camino al Oueste. Anduvo entre día y noche, por las calmas, catorce leguas; contó once. Vinieron al navío cuatro rabos de junco, que es gran señal de tierra, porque tantas aves de una naturaleza juntas es señal que no andan desmandadas ni perdidas. Viéronse cuatro alcatraces en dos veces. Hierba, mucha. Nota : Que las estrellas que se llaman las guardias, cuando anochece, están junto al brazo de la porte del Poniente, y cuando amanece están en la línea debajo del brazo al Nordeste, que parece que en toda la noche no andan salvo tres líneas, que son nueve horas, y esto cada noche: esto dice aquí el Almirante. También en anocheciendo, las agujas noruestean una cuarta, y en amaneciendo están con la estrella justo; por lo cual parece que la estrella hace movimiento como las otras estrellas, y las agujas piden siempre la verdad.

Lunes 1 de octubre .- Navegó su camino al Oueste. Anduvieron veinticinco leguas; contó a la gente veinte leguas. Tuvieron grande aguacero. El piloto del Almirante temía hoy, en amaneciendo, que habían andado desde la isla de Hierro hasta aquí quinientas sesenta y ocho leguas al Oueste. La cuenta menor que el Almirante mostraba a la gente eran quinientas ochenta y cuatro leguas; pero la verdadera que el Almirante juzgaba y guardaba eran setecientas siete.

Martes 2 de octubre .- Navegó su camino al Oueste noche y día treinta y nueve leguas; contó a la gente obra de treinta leguas. La mar llana y buena siempre. «A Dios muchas gracias sean dadas», dijo aquí el Almirante. Hierba venía del Este al Oueste, por el contrario de lo que solía: parecieron muchos peces; matóse uno. Vieron una ave blanca que parecía gaviota.

Miércoles 3 de octubre .- Navegó su vía ordinaria. Anduvieron cuarenta y siete leguas; contó a la gente cuarenta leguas. Aparecieron pardelas, hierba mucha, alguna muy vieja y otra muy fresca, y traía como fruta; y no vieron aves algunas. Creía el Almirante que le quedaban atrás las islas que traía pintadas en su carta. Dice aquí el Almirante que no se quiso detener barloventeando la semana pasada y estos días que había tantas señales de tierra, aunque tenía noticias de ciertas islas en aquella comarca, por no se detener, pues su fin era pasar a las Indias; y si detuviera, dice él que no fuera buen seso.

Jueves 4 de octubre .- Navegó a su camino al Oueste. Anduvieron entre día y noche sesenta y tres leguas; contó a la gente cuarenta y seis leguas. Vinieron al navío más de cuarenta pardeles juntos y dos alcatraces, y al uno dio una pedrada un mozo de la carabela. Vino a la nao un rabiforcado y una blanca como gaviota.

Viernes 5 de octubre .- Navegó a su camino. Andarían once millas por hora. Por la noche y día andarían cincuenta y siete leguas, porque aflojó la noche algo el viento; contó a su gente cuarenta y cinco. La mar en bonanza y llana. «A Dios, dice, muchas gracias sean dadas». El aire muy dulce y templado, hierba nenguna, aves pardelas muchas, peces golondrinas volaron en la nao mucha.

Sábado 6 de octubre .- Navegó su camino al Vueste u Oueste, que es lo mismo. Anduvieron cuarenta leguas entre día y noche; contó a la gente treinta y tres leguas. Esta noche dijo Martín Alonso que sería bien navegar a la cuarta del Oueste, a la parte del Sudueste; y al Almirante pareció que no decía esto Martín Alonso por la isla de Cipango, y el Almirante vía que si la erraban que no pudieran tan presto tomar tierra y que era mejor una vez ir a la tierra firme y después a las islas.

Domingo 7 de octubre .- Navegó a su camino al Oueste; anduvieron doce millas por hora dos horas, y después ocho millas por hora; y andaría hasta una hora de sol veintitrés leguas. Contó a la gente diez y ocho. En este día, al levantar del sol, la carabela Niña , que iba delante por ser velera, y andaban quien más podía por ver primero tierra, por gozar de la merced que los Reyes a quien primero la viese habían prometido, levantó una bandera en el topo del mástel y tiró una lombarda por señal que vían tierra, porque así lo había ordenado el Almirante. Tenía también ordenado que al salir del sol y al ponerse se juntasen todos los navíos con él, porque estos dos tiempos son más propios para que los humores den más lugar a ver más lejos. Como en la tarde no viesen tierra la que pensaban los de la carabela Niña que habían visto, y porque pasaban gran multitud de aves de la parte del Norte al Sudueste (por lo cual era de creer que se iban a dormir a tierra o huían quizá del invierno, que en las tierras de donde venían debía de querer venir, porque sabía el Almirante que las más de las islas que tienen los portugueses por las aves las descubrieron), por esto el Almirante acordó dejar el camino del Oueste y poner la proa hacia Ouesudueste con determinación de andar dos días por aquella vía. Esto comenzó antes una hora del sol puesto. Andarían en toda la noche obra de cinco leguas, y veintitrés del día. Fueron por todas veintiocho leguas noche y día.

Lunes 8 de octubre .- Navegó al Ouesudueste y andarían entre día y noche once leguas y media o doce, y a ratos parece que anduvieron en la noche quince millas por hora, si no está mentirosa la letra. Tuvieron la mar como el río de Sevilla; gracias a Dios, dice el Almirante. Los aires muy dulces como en abril en Sevilla, que es placer estar a ellos: tan olorosos son. Pareció la hierba muy fresca; muchos pajaritos del campo, y tomaron uno que iba huyendo al Sudueste, grajaos y ánades y un alcatraz.

Martes 9 de octubre .- Navegó al Sudueste. Anduvo cinco leguas; mudóse el viento y corrió al Oueste cuarta al Norueste, y anduvo cuatro leguas. Después con todas once leguas de día y a la noche veinte leguas y media. Contó a la gente diez y siete leguas. Toda la noche oyeron pasar pájaros.

Miércoles 10 de octubre .- Navegó al Ouesudueste. Anduvieron a diez millas por hora y a ratos doce y algún rato a siete, y entre día y noche cincuenta y nueve leguas. Contó a la gente cuarenta y cuatro leguas no más. Aquí la gente ya no lo podía sufrir: quejábase del largo viaje. Pero el Almirante los esforzó lo mejor que pudo, dándoles buena esperanza de los provechos que podrían haber. Y añadía que por demás era quejarse, pues que él había venido a las Indias, y que así lo había de proseguir hasta hallarlas con el ayuda de Nuestro Señor.

Jueves 11 de octubre .- Navegó al Ouesudueste. Tuvieron mucha mar y más que en todo el viaje habían tenido. Vieron pardelas y un junco verde junto a la nao. Vieron los de la carabela Pinta una caña y un palo, y tomaron otro palillo labrado a lo que parecía con hierro, y un pedazo de caña y otra hierba que nace en tierra, y una tablilla. Los de la carabela Niña también vieron otras señales de tierra y un palillo cargado de escaramojos. Con estas señales respiraron y alegráronse todos. Anduvieron en este día, hasta puesto el sol, veintisiete leguas.

Después del sol puesto, navegó a su primer camino al Oueste: andarían doce millas cada hora; y hasta dos horas después de media noche andarían noventa millas, que son veintidós leguas y media. Y porque la carabela Pinta era más velera e iba delante del Almirante, halló tierra y hizo las señas que el Almirante había mandado. Esta tierra vido primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana; puesto que el Almirante, a las diez de la noche, estando en el castillo de popa, vido lumbre, aunque fue cosa tan cerrada que no quiso afirmar que fuese tierra; pero llamó a Pero Gutiérrez, repostero de estrados del Rey, e díjole que parecía lumbre, que mirase él, y así lo hizo y vídola; díjole también a Rodrigo Sánchez de Segovia, que el Rey y la Reina enviaban en el armada por veedor, el cual no vido nada porque no estaba en lugar do la pudiese ver. Después que el Almirante lo dijo, se vido una vez o dos, y era como una candelilla de cera que se alzaba y levantaba, lo cual a pocos pareciera ser indicio de tierra. Pero el Almirante tuvo por cierto estar junto a la tierra. Por lo cual, cuando dijeron la Salve , que la acostumbraban decir e cantar a su manera todos los marineros y se hallan todos, rogó y amonestólos el Almirante que hiciesen buena guarda al castillo de proa, y mirasen bien por la tierra, y que al que le dijese primero que vía tierra le daría luego un jubón de seda, sin las otras mercedes que los Reyes habían prometido, que eran diez mil maravedís de juro a quien primero la viese. A las dos horas después de media noche pareció la tierra, de la cual estarían dos leguas. Amañaron todas las velas, y quedaron con el treo, que es la vela grande sin bonetas, y pusiéronse a la curda, temporizando hasta el día viernes, que llegaron a una isleta de los Lucayos, que se llamaba en lengua de indios Guanahani . Luego vinieron gente desnuda, y el Almirante salió a tierra en la barca armada, y Martín Alonso Pinzón y Vicente Anés [Nota:

Vicente Yáñez.

] , su hermano, que era capitán de la Niña . Sacó el Almirante la bandera real y los capitanes con dos banderas de la Cruz Verde, que llevaba el Almirante en todos los navíos por seña con una F y una Y: encima de cada letra su corona, una de un cabo de la † y otra de otro. Puestos en tierra vieron árboles muy verdes y aguas muchas y frutas de diversas maneras. El Almirante llamó a los dos capitanes y a los demás que saltaron en tierra, y a Rodrigo de Escovedo, Escribano de toda el armada, y a Rodrigo Sánchez de Segovia, y dijo que le diesen por fe y testimonio como él por ante todos tomaba, como de hecho tomó, posesión de la dicha isla por el Rey e por la Reina sus señores, haciendo las protestaciones que se requerían, como más largo se contiene en los testimonios que allí se hicieron por escripto. Luego se ayuntó allí mucha gente de la isla. Esto que se sigue son palabras formales del Almirante, en su libro de su primera navegación y descubrimiento de estas Indias. «Yo (dice él), porque nos tuviesen mucha amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra Santa Fe con amor que no por fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con que hobieron mucho placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas de los navíos adonde nos estábamos, nadando, y nos traían papagayos y hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otras cosas que nos les dábamos, como cuentecillas de vidrio y cascabeles. En fin, todo tomaban y daban de aquello que tenían de buena voluntad. Mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y también las mujeres, aunque no vide más de una farto moza. Y todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vide de edad de más de treinta años: muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos y muy buenas caras: los cabellos gruesos cuasi como sedas de cola de caballos, e cortos: los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos de tras que traen largos, que jamás cortan. Dellos se pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios, ni negros ni blancos, y dellos se pintan de blanco, y dellos de colorado, y dellos de lo que fallan, y dellos se pintan las caras, y dellos todo el cuerpo, y dellos solos los ojos, y dellos sólo el nariz. Ellos no traen armas ni las conocen, porque les amostré espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. No tienen algún fierro: sus azagayas son unas varas sin fierro, y algunas de ellas tienen al cabo un diente de pece, y otras de otras cosas. Ellos todos a una mano son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vide algunos que tenían señales de feridas en sus cuerpos, y les hice señas qué era aquello, y ellos me amostraron cómo allí venían gente de otras islas que estaban acerca y les querían tomar y se defendían. Y yo creí e creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por captivos. Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía, y creo que ligeramente se harían cristianos; que me pareció que ninguna secta tenían. Yo, placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi partida seis a V. A. para que deprendan fablar. Ninguna bestia de ninguna manera vide, salvo papagayos en esta isla». Todas son palabras del Almirante.

Sábado 13 de octubre .- «Luego que amaneció vinieron a la playa muchos de estos hombres, todos mancebos, como dicho tengo, y todos de buena estatura, gente muy fermosa: los cabellos no crespos, salvo corredios y gruesos, como sedas de caballo, y todos de la frente y cabeza muy ancha más que otra generación que fasta aquí haya visto, y los ojos muy fermosos y no pequeños, y ellos ninguno prieto, salvo de la color de los canarios, ni se debe esperar otra cosa, pues está Lesteoueste con la isla del Hierro, en Canaria, so una línea. Las piernas muy derechas, todos a una mano, y no barriga, salvo muy bien hecha. Ellos vinieron a la nao con almadías, que son hechas del pie de un árbol, como un barco luengo, y todo de un pedazo, y labrado muy a maravilla según la tierra, y grandes en que en algunas venían cuarenta o cuarenta y cinco hombres, y otras más pequeñas, fasta haber de ellas en que venía un solo hombre. Remaban con una pala como de fornero, y anda a maravilla; y si se le trastorna, luego se echan todos a nadar y la enderezan y vacían con calabazas que traen ellos. Traían ovillos de algodón filado y papagayos y azagayas y otras cositas que sería tedio de escrebir, y todo daban por cualquier cosa que se los diese. Y yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vide que algunos de ellos traían un pedazuelo colgado en un agujero que tienen a la nariz, y por señas pude entender que yendo al Sur o volviendo la isla por el Sur, que estaba allí un rey que tenía grandes vasos de ello, y tenía muy mucho. Trabajé que fuesen allá, y después vide que no entendían en la idea. Determiné de aguardar fasta mañana en la tarde y después partir para el Sudueste, que según muchos de ellos me enseñaron decían que había tierra al Sur y al Sudueste y al Norueste, y que estas del Norueste le venían a combatir muchas veces, y así ir al Sudueste a buscar el oro y piedras preciosas. Esta isla es bien grande y muy llana y de árboles muy verdes y muchas aguas y una laguna en medio muy grande, sin ninguna montaña, y toda ella verde, que es placer de mirarla; y esta gente farto mansa, y por la gana de haber de nuestras cosas, y teniendo que no se les ha de dar sin que den algo y no lo tienen, toman lo que pueden y se echan luego a nadar; mas todo lo que tienen lo dan por cualquier cosa que les den; que fasta los pedazos de las escudillas y de las tazas de vidrio rotas rescataban, fasta que vi dar diez y seis ovillos de algodón por tres ceotís de Portugal, que es una blanca de Castilla, y en ellos habría más de una arroba de algodón filado. Esto defendiera y no dejara tomar a nadie, salvo que yo lo mandara tomar todo para V. A. si hobiera en cantidad. Aquí nace en esta isla, mas por el poco tiempo no pude dar así del todo fe, y también aquí nace el oro que traen colgado a la nariz; mas, por no perder tiempo quiero ir a ver si puedo topar a la isla de Cipango. Agora como fue noche todos se fueron a tierra con sus almadías».

Domingo 14 de octubre .- «En amaneciendo mandé aderezar el batel de la nao y las barcas de las carabelas, y fue al luengo de la isla, en el camino del Nordeste, para ver la otra parte, que era de la otra parte del Leste que había, y también para ver las poblaciones, y vide luego dos o tres, y la gente que venían todos a la playa llamándonos y dando gracias a Dios. Los unos nos traían agua; otros otras cosas de comer; otros, cuando veían que yo no curaba de ir a tierra, se echaban a la mar nadando y venían, y entendíamos que nos preguntaban si éramos venidos del cielo. Y vino uno viejo en el batel dentro, y otros a voces grandes llamaban todos hombres y mujeres: Venid a ver los hombres que vinieron del cielo; traedles de comer y de beber . Vinieron muchos y muchas mujeres, cada uno con algo, dando gracias a Dios, echándose al suelo, y levantaban las manos al cielo, y después a voces nos llamaban que fuésemos a tierra. Mas yo temía de ver una grande restinga de piedras que cerca toda aquella isla alrededor, y entre medias queda hondo el puerto para cuantas naos hay en toda la Cristiandad, y la entrada de ello muy angosta. Es verdad que dentro de esta cinta hay algunas bajas, mas la mar no se mueve más que dentro en un pozo. Y para ver todo esto me moví esta mañana, porque supiese dar de todo relación a Vuestras Altezas y también a dónde pudiera hacer fortaleza, y vide un pedazo de tierra que se hace como isla, aunque no lo es, en que había seis casas, el cual se pudiera atajar en dos días por isla; aunque yo no veo ser necesario, porque esta gente es muy símplice en armas, como verán Vuestras Altezas de siete que yo hice tomar para le llevar y desprender nuestra fabla y volvellos, salvo que Vuestras Altezas cuando mandaren puédenlos todos llevar a Castilla o tenellos en la misma isla captivos, porque con cincuenta hombres los terná todos sojuzgados y los hará hacer todo lo que quisiere. Y después junto con la dicha isleta están huertas de árboles las más hermosas que yo vie tan verdes y con sus hojas como las de Castilla en el mes de abril y de mayo, y mucha agua. Yo miré todo aquel puerto y después me volví a la nao y di a la vela, y vide tantas islas que yo no sabía determinarme a cuál iría primero. Y aquellos hombres que yo tenía tomado me decían por señas que eran tantas y tantas que no había número, y anombraron por su nombre más de ciento. Por ende yo miré por la más grande, y aquélla determiné andar, y así hago, y será lejos de esta de San Salvador cinco leguas y las otras dellas más, dellas menos. Todas son muy llanas, sin montañas y muy fértiles y todas pobladas, y se hacen la guerra la una a la otra, aunque éstos son muy símplices y muy lindos cuerpos de hombres».

Lunes 15 de octubre .- «Había temporejado esta noche con temor de no llegar a tierra a sorgir antes de la mañana, y por no saber si la costa era limpia de bajas, y en amaneciendo cargar velas. Y como la isla fuese más lejos de cinco leguas, antes será siete, y la marea me detuvo, sería medio día cuando llegué a la dicha isla. Y fallé que aquella haz que es de la parte de la isla de San Salvador se corre Norte Sur y hay en ella cinco leguas, y la otra que yo seguí se corría Leste Oueste y hay en ella más de diez leguas. Y como de esta isla vide otra mayor al Oueste, cargué las velas por andar todo aquel día fasta la noche, porque aún no pudiera haber andado al cabo del Oueste, a la cual puse nombre la isla de Santa María de la Concepción . Y cuasi al poner del sol sorgí acerca del dicho cabo por saber si había allí oro, porque estos que yo había hecho tomar en la isla de San Salvador me decían que ahí traían manillas de oro muy grandes a las piernas y a los brazos. Yo bien creí que todo lo que decían era burla para se fugir. Con todo, mi voluntad era de no pasar por ninguna isla de que no tomase posesión, puesto que tomado de una se puede decir de todas. Y sorgí e estuve hasta hoy martes, que en amaneciendo fui a tierra con las barcas armadas y salí; y ellos, que eran muchos así desnudos y de la misma condición de la otra isla de San Salvador, nos dejaron ir por la isla y nos daban lo que les pedía. Y porque el viento cargaba a la traviesa Sueste no me quise detener y partí para la nao, y una almadía grande estaba a bordo de la carabela niña ; y uno de los hombres de la isla del San Salvador, que en ella era, se echó a la mar y se fue en ella, y la noche de antes a medio echado el otro, y fue atrás la almadía, la cual fugió que jamás fue barca que le pudiese alcanzar, puesto que le teníamos grande avante. Con todo, dio en tierra y dejaron la almadía; y algunos de los de mi compañía salieron en tierra tras ellos, y todos fugeron como gallinas, y la almadía que habían dejado la llevamos a bordo de la carabela Niña , adonde ya de otro cabo venía otra almadía pequeña con un hombre que venía a rescatar un ovillo de algodón, y se echaron algunos marineros a la mar, porque él no quería entrar en la carabela, y le tomaron. Y yo, que estaba a la popa de la nao, que vide todo, envié por él y le di un bonete colorado y unas cuentas de vidrio verdes pequeñas que le puse al brazo y dos cascabeles que le puse a las orejas, y le mandé volver a su almadía, que también tenía en la barca, y le envié a tierra. Y di luego la vela para ir a la otra isla grande que yo vía al Oueste y mandé largar también la otra almadía que traía la carabela Niña , por popa, y vide después en tierra, al tiempo de la llegada del otro a quien yo había dado las cosas susodichas y no le había querido tomar el ovillo de algodón, puesto quel me lo quería dar, y todos los otros se llegaron a él y tenía a gran maravilla e bien le pareció que éramos buena gente y que el otro que se había fugido nos había hecho algún daño y que por esto lo llevábamos. Y a esta razón usé esto con él de le mandar alargar y le di las dichas cosas porque nos tuviesen en esta estima, porque otra vez cuando Vuestras Altezas aquí tornen a enviar no haga mala compañía; y todo lo que yo le di no valía cuatro maravedís. Y así partí, que serían las diez horas, con el viento Sueste, y tocaba de Sur para pasar a estotra isla, la cual es grandísima y adonde todos estos hombres que yo traigo de la de San Salvador hacen señas que hay muy mucho oro y que lo traen en los brazos en manillas y a las piernas y a las orejas y al nariz y al pescuezo. Y había de esta isla de Santa María a esta otra nueve leguas Leste Oueste, y se corre toda esta parte de la isla Norueste Sueste, y se parece que bien habría en esta costa más de veintiocho leguas en esta faz, y es muy llana sin montaña ninguna, así como aquellas de San Salvador y de Santa María, y todas playas sin roquedos, salvo que a todas hay algunas peñas acerca de tierra debajo del agua; por donde es menester abrir el ojo cuando se quiere surgir e no surgir mucho acerca de tierra, aunque las aguas son siempre muy claras y se ve el fondo. Y desviado de tierra dos tiros de lombarda, hay en todas estas islas tanto fondo que no se puede llegar a él. Son estas islas muy verdes y fértiles y de aires muy dulces, y puede haber muchas cosas que yo no sé, porque no me quiero detener por calar y andar muchas islas para fallar oro. Y pues éstas dan así estas señas que lo traen a los brazos y a las piernas, y es oro porque les amostré algunos pedazos del que yo tengo, no puedo errar con la ayuda de Nuestro Señor que yo no le falle adonde nace. Y estando a medio golfo de estas dos islas -es de saber de aquella de Santa María y de esta grande, a la cual pongo nombre la Fernandina – fallé un hombre solo en una almadía que se pasaba de la isla de Santa María a la Fernandina, y traía un poco de su pan, que sería tanto como el puño, y una calabaza de agua y un pedazo de tierra bermeja hecha en polvo y después amasada, y unas hojas secas que debe ser cosa muy apreciada entre ellos, porque ya me trujeron en San Salvador de ellas en presente, y traía un cestillo a su guisa en que tenía un ramalejo de cuentecillas de vidrio y dos blancas, por las cuales conocí que él venía de la isla de San Salvador y había pasado a aquella de Santa María y se pasaba a la Fernandina, el cual se llegó a la nao. Yo le hice entrar, que así lo demandaba él, y le hice poner su almadía en la nao y guardar todo lo que él traía; y le mandé dar de comer pan y miel y de beber. Y así le pasaré a la Fernandina y le daré todo lo suyo, porque dé buenas nuevas de nos para, a Nuestro Señor aplaciendo, cuando vuestras Altezas envíen acá, que aquellos que vinieren reciban honra y nos den de todo lo que hobiere».

Martes 16 de octubre .- «Partí de las islas de Santa María de la Concepción, que sería ya cerca del medio día, para la isla Fernandina, la cual amuestra ser grandísima al Oueste, y navegué todo aquel día con calmería. No pude llegar a tiempo de poder ver el fondo para surgir en limpio, porque es en esto mucho de haber gran diligencia por no perder las anclas; y así temporicé toda esta noche hasta el día que vine a una población, adonde yo surgí e adonde había venido aquel hombre que yo hallé ayer en aquella almadía a medio golfo, el cual había dado tantas buenas nuevas de nos que toda esta noche no faltó almadías a bordo de la nao, que nos traían agua y de lo que tenían. Yo a cada uno le mandaba dar algo, es a saber algunas contecillas, diez o doce de ellas de vidrio en un filo, y algunas sonajas de latón de estas que valen en Castilla un maravedí cada una, y algunas agujetas, de que todo tenían en grandísima excelencia, y también los mandaba dar, para que comiesen, cuando venían en la nao miel de azúcar. Y después, a horas de tercia, envié al batel de la nao en tierra por agua, y ellos de muy buena gana le enseñaban a mi gente adonde estaba el agua, y ellos mismos traían los barriles llenos al batel y se folgaban mucho de nos hacer placer. Esta isla es grandísima y tengo determinado de la rodear, porque, según puedo entender, en ella o cerca de ella hay mina de oro. Esta isla está desviada de la de Santa María ocho leguas cuasi Leste Oueste; y este cabo adonde yo vine y toda esta costa se corre Norueste y Sursueste, y vide bien veinte leguas de ella, mas ahí no acababa. Agora escribiendo esto, di la vela con el viento Sur para pujar a rodear toda la isla, y trabajar hasta que halle Samaot, que es la isla o ciudad adonde es el oro, que así lo dicen todos estos que aquí vienen en la nao, y nos lo decían los de la isla de San Salvador y de Santa María. Esta gente es semejante a aquellas de las dichas islas, y una fabla y unas costumbres, salvo que éstos ya me parecen algún tanto más doméstica gente y de tracto y más sotiles, porque veo que han traído algodón aquí a la nao y otras casitas que saben mejor refetar el pagamento que no hacían los otros. Y aun en esta isla vide paños de algodón fechos como mantillos, y la gente más dispuesta, y las mujeres traen por delante su cuerpo una cosita de algodón que escasamente les cobija su natura. Ella es isla muy verde y llana y fertilísima, y no pongo duda de que todo el año siembran panizo y cogen, y así todas otras cosas. Y vide muchos árboles muy disformes de los nuestros, y dellos muchos que tenían los ramos de muchas maneras y todo en un pie, y un ramito es de una manera y otro de otra, y tan disforme que es la mayor maravilla del mundo cuánta es la diversidad de una manera a la otra; verbigracia, un ramo tenía las fojas a manera de cañas y otro de manera de lentisco, y así en un solo árbol de cinco seis de estas maneras, y todos tan diversos; ni éstos son enjeridos, porque se puede decir que el injerto lo hace, antes son por los montes, ni cura de ellos esta gente. No le conozco secta ninguna, y creo que muy presto se tornarían cristianos, porque ellos son de muy buen entender. Aquí son los peces tan disformes de los nuestros que es maravilla. Hay algunos hechos como gallos de las más finas colores del mundo, azules, amarillos, colorados y de todas colores, y otros pintados de mil maneras; y las colores son tan finas que no hay hombre que no se maraville y no tome gran descanso a verlos. También hay ballenas. Bestias en tierra no vide ninguna de ninguna manera, salvo papagayos y lagartos. Un mozo me dijo que vido una grande culebra. Ovejas ni cabras ni otra ninguna bestia vide; aunque yo he estado aquí muy poco, que es medio día: mas si las hobiese no pudiera errar de ver alguna. El cerco de esta isla escribiré después que yo la hobiere rodeado».

Miércoles 17 de octubre .- «A medio día partí de la población adonde yo estaba surgido y adonde tomé agua para ir a rodear esta isla Fernandina, y el viento era Sudueste y Sur, y como mi voluntad fuese de seguir esta costa de esta isla adonde yo estaba al Sueste, porque así se corre toda Nornorueste y Sursueste y quería llevar el dicho camino de Sur y Sueste, porque aquella parte todos estos indios que traigo y otro de quien hobe señas en esta parte del Sur a la isla a que ellos llaman Samoet , adonde es el oro, y Martín Alonso Pinzón, capitán de la carabela Pinta , en la cual yo mandé a tres de estos indios, vino a mí y me dijo que uno de ellos muy certificadamente le había dado a entender que por la parte del Nornorueste muy más presto arrodearía la isla, yo vide que el viento no me ayudaba por el camino que yo quería llevar, y era bueno por el otro. Di la vela al Nornorueste, y cuando fue acerca del cabo de la isla, a dos leguas, hallé un muy maravilloso puerto con una boca, aunque dos bocas se le puede decir, porque tiene un isleo en medio y son ambas muy angostas y dentro muy ancho para cien navíos si fuera fondo y limpio y fondo al entrada. Parecióme razón del ver bien y sondear, y así surgí fuera de él y fui en él con todas las barcas de los navíos y vimos que no había fondo. Y porque pensé cuando yo le vi que era boca de algún río, había mandado llevar barriles para tomar agua, y en tierra hallé unos ocho o diez hombres que luego vinieron a nos y nos amostraron ahí cerca la población, adonde yo envié la gente por agua, una parte con armas, otros con barriles, y así la tomaron; y porque era lejuelos me detuve por espacio de dos horas. En este tiempo anduve así por aquellos árboles, que era la cosa más fermosa de ver que otra se haya visto, veyendo tanta verdura en tanto grado como en el mes de mayo en el Andalucía, y los árboles todos están tan disformes de los nuestros como el día de la noche; y así las frutas y así las hierbas y las piedras y todas las cosas. Verdad es que algunos árboles eran de la naturaleza de otros que hay en Castilla: por ende había muy gran diferencia, y los otros árboles de otras maneras eran tantos que no hay persona que lo pueda decir ni asemejar a otros en Castilla. La gente toda era una con los otros ya dichos, de las mismas condiciones, y así desnudos y de la misma estatura, y daban de lo que tenían por cualquier cosa que les diesen; y aquí vide que unos mozos de los navíos les trocaron azagayas por unos pedazuelos de escudillas rotas y de vidrio, y los otros que fueron por el agua me dijeron cómo habían estado en sus casas y que eran de adentro muy barridas y limpias, y sus camas y paramentos de cosas que son como redes de algodón; ellas, las casas, son todas a manera de alfaneques y muy altas y buenas chimeneas; mas no vide entre muchas poblaciones que yo vide que ninguna pasase de doce hasta quince casas. Aquí fallaron que las mueres casadas traían bragas de algodón, las mozas no, sino salvo algunas que eran ya de edad de diez y ocho años. Y ahí había perros mastines y branchetes, y ahí fallaron uno que había al nariz un pedazo de oro que sería como la mitad de un castellano, en el cual vieron letras. Reñí yo con ellos porque no se lo resgataron y dieron cuanto pedía, por ver qué era y cúya esta moneda era; y ellos me respondieron que nunca se lo osó resgatar. Después de tomada la agua volví a la nao, y di la vela y salí al Norueste tanto que yo descubrí toda aquella parte de la isla hasta la costa que se corre Leste Oueste, y después todos estos indios tornaron a decir que esta isla era más pequeña que no la isla Samoet y que sería bien volver atrás por ser en ella más presto. El viento allí luego más calmo y comenzó a ventar Ouesnorueste, el cual era contrario para donde habíamos venido, y así tomé la vuelta y navegué toda esta noche pasada al Lestesueste, y cuándo al Leste todo y cuándo al Sueste; y esto para apartarme de la tierra, porque hacía muy gran cerrazón y el tiempo muy cargado. Él era poco y no me dejó llegar a tierra a surgir. Así que esta noche llovió muy fuerte después de media noche hasta cuasi el día, y aún está nublado para llover y nos al cabo de la isla de la parte del Sueste, adonde espero surgir fasta que aclarezca para ver las otras islas adonde tengo de ir. Y así todos estos días después que en estas Indias estoy ha llovido poco o mucho. Crean Vuestras Altezas que es esta tierra la mejor e más fértil y temperada y llana y buena que haya en el mundo».

Jueves 18 de octubre .- «Después que aclareció seguí el viento, y fui en derredor de la isla cuanto pude, y surgí al tiempo que ya no era de navegar; mas no fui en tierra, y en amaneciendo di la vela».

Viernes 19 de octubre .- «En amaneciendo levanté las anclas y envié la carabela Pinta al Leste y Sueste y la carabela Niña al Sursueste, y yo con la nao fui al Sueste, y dado orden que llevasen aquella vuelta fasta medio día, y después que ambas se mudasen las derrotas y se recogieran para mí. Y luego, antes que andásemos tres horas, vimos una isla al Leste sobre la cual descargamos. Y llegamos a ella todos tres navíos antes de medio día a la punta del Norte, adonde hace un isleo y una restinga de piedra fuera de él al Norte y otro entre él y la isla grande; la cual anombraron estos hombres de San Salvador que yo traigo la isla Samoet , a la cual puse nombre de la Isabela . El viento era Norte, y quedaba el dicho isleo en derrota de la isla Fernandina, de adonde yo había partido Leste Oueste; y se corría después la costa desde el isleo al Oueste y había en ella doce leguas fasta un cabo, a quien yo llamé el Cabo Hermoso , que es de la parte del Oueste. Y así es fermoso, redondo y muy fondo, sin bajas fuera de él, y al comienzo de piedra y bajo y más adentro es playa de arena como cuasi la dicha costa es. Y ahí surgí esta noche viernes hasta la mañana. Esta costa toda y la parte de la isla que yo vi es toda cuasi playa, y la isla más fermosa cosa que yo vi; que si las otras son muy hermosas, ésta es más. Es de muchos árboles y muy verdes y muy grandes, y esta tierra es más alta que las otras islas falladas, y en ella algún altillo, no que se le puede llamar montaña, mas cosa que afermosea lo otro, y parece de muchas aguas allá al medio de la isla. De esta parte al Nordeste hace una grande angla, y ha muchos arboledos y muy espesos y muy grandes. Yo quise ir a surgir en ella para salir a tierra y ver tanta fermosura; mas era el fondo bajo y no podía surgir salvo largo de tierra, y el viento era muy bueno para venir a este cabo adonde yo surgí agora, al cual puse nombre Cabo Fermoso , porque así lo es. Y así no surgí en aquella angla, y aun porque vide este cabo de allá tan verde y tan fermoso, así como todas las otras cosas y tierras de estas islas que yo no sé adónde me vaya primero ni me sé cansar los ojos de ver tan hermosas verduras y tan diversas de las nuestras. Y aun creo que ha en ella muchas herbias y muchos árboles que valen mucho en España para tinturas y medicinas de especería, mas yo no los cognozco, de que llevo grande pena. Y llegando yo aquí a este cabo vino el olor tan bueno y suave de flores o árboles de la tierra, que era la cosa más dulce del mundo. De mañana, antes que yo de aquí vaya iré en tierra a ver qué es aquí en el cabo. No es la población salvo allá más adentro, adonde dicen otros hombres que yo traigo que está el rey que trae mucho oro; y yo de mañana quiero ir tanto avante que halle la población y vea o haya lengua con este rey que, según éstos dan las señas, él señorea todas estas islas comarcanas y va vestido y trae sobre sí mucho oro; aunque yo no doy mucha fe a sus decires, así por no los entender yo bien, como en cognoscer que ellos son tan pobres de oro que cualquiera poco que este rey traiga les parece a ellos mucho. Este quien yo digo Cabo Fermoso creo que es la isla apartada de Samoeto , y aún hay ya otra entremedias pequeñas. Yo no curo así de ver tanto por menudo, porque no lo podía hacer en cincuenta años, porque quiero ver y descubrir lo más que yo pudiere para volver a Vuestras Altezas, a Nuestro Señor aplaciendo, en abril. Verdad es que, fallando adonde haya oro o especería en cantidad, me deterné fasta que yo haya de ello cuanto pudiere; y por esto no fago sino andar para ver de topar en ello».

Sábado 20 de octubre .- «Hoy al sol salido levanté las anclas de donde yo estaba con la nao surgido en esta isla de Samoeto al cabo del Sudueste, adonde yo puse nombre el Cabo de la Laguna , y a la isla la Isabela , para navegar al Nordeste y al Leste de la parte del Sueste y Sur, adonde entendí de estos hombres que yo traigo que era la población y el rey de ella. Y fallé todo tan bajo el fondo que no pude entrar ni navegar a ello, y vide que siguiendo el camino del Sudueste era muy gran rodeo, y por esto determiné de me volver por el camino que yo había traído del Nornordeste de la parte del Oueste, y rodar esta isla para […] [Nota:

Vacío en el original.

] el viento me fue tan escaso que yo nunca pude haber la tierra al longo de lo costa, salvo en la noche. Y, porque es peligro surgir en estas islas, salvo en el día que se vea con el ojo adónde se echa el ancla, porque es todo manchas, una de limpio y otra de non, yo me puse a temporejar a la vela toda esta noche del domingo. Las carabelas surgieron porque se hallaron en tierra temprano y pensaron que a sus señas, que eran costumbradas de hacer, iría a surgir; mas no quise».

Domingo 21 de octubre .- «A las diez horas llegué aquí a este cabo del isleo y surgí, y asimismo las carabelas. Y después de haber comido fui en tierra, adonde aquí no había otra población que una casa, en la cual no fallé a nadie, que creo con temor se habían fugido, porque en ella estaban todos sus aderezos de casa. Yo no les dejé tocar nada, salvo que me salí con estos capitanes y gente a ver la isla; que si las otras ya vistas son muy fermosas y verdes y fértiles, ésta es mucho más y de grandes arboledos y muy verdes. Aquí es unas grandes lagunas, y sobre ellas y a la rueda es el arboledo en maravilla, y aquí en toda la isla son todos verdes y los hierbas como en el abril en el Andalucía; y el cantar de los pajaritos que parece que el hombre nunca se querría partir de aquí, y las manadas de los papagayos que ascurecen el sol; y aves y pajaritos de tantas maneras y tan diversas de las nuestras que es maravilla; y después ha árboles de mil maneras y todos de su manera fruto, y todos huelen que es maravilla, que yo estoy el más penado del mundo de no los cognoscer, porque soy bien cierto que todos son cosa de valía, y de ellos traigo la demuestra y asimismo de las hierbas. Andando así en cerco de una de estas lagunas vide una sierpe, la cual matamos y traigo el cuero a Vuestras Altezas. Ella como nos vido se echó en la laguna y nos la seguimos dentro, porque no era muy fonda, hasta que con lanzas la matamos. Es de siete palmos en largo; creo que de estas semejantes hay aquí en esta laguna muchas. Aquí cognoscí del liñaloe, y mañana he determinado de hacer traer a la nao diez quintales, porque me dicen que vale mucho. También andando en busca de muy buena agua fuimos a una población aquí cerca, adonde estoy surto media legua; y la gente de ella, como nos sintieron, dieron todos a fugir y dejaron las casas y escondieron su ropa y lo que tenían por el monte. Yo no dejé tomar nada ni la valía de un alfiler. Después se llegaron a nos unos hombres de ellos y uno se llegó del todo aquí. Yo di unos cascabeles y unas cuentecillas de vidrio y quedó muy contento y muy alegre, y por que la amistad creciese más y los requiriese algo, le hice pedir agua, y ellos, después que fui en la nao, vinieron luego a la playa con sus calabazas llenas y folgaron mucho de dárnosla. Y yo les mandé dar otro remalejo de cuentecillas de vidrio y dijeron que de mañana vernían acá. Yo quería hinchir aquí toda la vasija de los navíos de agua; por ende, si el tiempo me da lugar, luego me partiré a rodear esta isla fasta que yo haya lengua con este rey y ver si puedo haber de él oro que oyo que trae, y después partir para otra isla grande mucho, que creo que debe ser Cipango, según las señas que me dan estos indios que yo traigo, a lo cual ellos llaman Colba , en la cual dicen que ha naos y mareantes mucho y muy grande, y de esta isla otra que llaman Bosio , que también dicen que es muy grande. Y a las otras que son entremedio veré así de pasada, y según yo fallare recaudo de oro o especería determinaré lo que he de facer. Mas todavía, tengo determinado de ir a la tierra firme y a la ciudad de Guisay y dar las cartas de Vuestras Altezas al Gran Can y pedir respuesta y venir con ella».

Lunes 22 de octubre .- «Toda esta noche y hoy estuve aquí aguardando si el rey de aquí o otras personas traerían oro o otra cosa de sustancia, y vinieron muchos de esta gente, semejantes a los otros de las otras islas, así desnudos y así pintados dellos de blanco, dellos de colorado, dellos de prieto y así de muchas maneras. Traían azagayas y algunos ovillos de algodón a resgatar, el cual trocaban aquí con algunos marineros por pedazos de vidrio, de tazas quebradas y por pedazos de escudillas de barro. Algunos de ellos traían algunos pedazos de oro colgados al nariz, el cual de buena gana daban por un cascabel de estos de pie de gavilano y por cuentecillas de vidrio: mas es tan poco, que no es nada que es verdad que cualquiera poca cosa que se les dé, ellos también tenían a gran maravilla nuestra venida, y creían que éramos venidos del cielo. Tomamos agua para los navíos en una laguna que aquí está acerca del cabo del Isleo, que así la nombré; y en la dicha laguna Martín Alonso Pinzón, capitán de la Pinta , mató otra sierpe tal como la otra de ayer de siete palmos, y fice tomar aquí del linaloe cuanto se falló».

Martes 23 de octubre .- «Quisiera hoy partir para la isla de Cuba, que creo que debe ser Cipango, según las señas que dan esta gente de la grandeza de ella y riqueza, y no me deterné más aquí ni […] [Nota:

Vacío en el texto original.

] esta isla alrededor para ir a la población, como tenía determinado, para haber lengua con este rey o señor, que es por no me detener mucho, pues veo que aquí no hay mina de oro; y al rodear de estas islas ha menester muchas maneras de viento, y no vienta así como los hombres querrían. Y pues es de andar adonde haya trato grande, digo que no es razón de se detener, salvo ir a camino y calar mucha tierra fasta topar en tierra muy provechosa, aunque mi entender es que ésta sea muy provechosa de especería. Mas que yo no la cognozco que llevo la mayor pena del mundo, que veo mil maneras de árboles que tienen cada uno su manera de fruta y verde agora como en España en el mes de mayo y junio y mil maneras de hierbas, eso mesmo con flores, y de todo no se cognosció salvo este linaloe de que hoy mandé también traer a la nao mucho para llevar a Vuestras Altezas. Y no he dado ni doy la vela para Cuba porque no hay viento, salvo calma muerta, y llueve mucho. Y llovió ayer mucho sin hacer ningún frío; antes el día hace calor y las noches temperadas como en mayo en España en el Andalucía».

Miércoles 24 de octubre .- «Esta noche a media noche levanté las anclas de la isla Isabela del cabo del Isleo, que es de la parte del Norte, adonde yo estaba posado para ir a la isla de Cuba, adonde oí de esta gente que era muy grande y de gran trato y había en ella oro y especerías y naos grandes y mercaderes, y me amostró que al Ouesudueste iría a ella; y yo así lo tengo, porque creo que sí es así, como por señas que me hicieron todos los indios de estas islas y aquellos que llevo yo en los navíos, porque por lengua no los entiendo, es la isla de Cipango, de que se cuentan cosas maravillosas, y en las esferas que yo vi y en las pinturas de mapamundos es ella en esta comarca. Y así navegué fasta el día al Ouesudueste, y amaneciendo calmó el viento y llovió, y así casi toda la noche. Y estuve así con poco viento fasta que pasaba de medio día y entonces tornó a ventar muy amoroso, y llevaba todas mis velas de la nao: maestra y dos bonetas y trinquete y cebadera y mesana y vela de gabia, y el batel por popa. Así anduve el camino fasta que anocheció; y entonces me quedaba el Cabo Verde de la isla Fernandina, el cual es de la parte del Sur a la parte de Oueste. Me quedaba al Norueste, y hacía de mí a él siete leguas. Y porque ventaba ya recio y no sabía yo cuánto camino hobiese fasta la dicha isla de Cuba, y por no la ir a demandar de noche, porque todas estas islas son muy fondas a no hallar fondo todo en derredor salvo a tiro de dos lombardas, y esto es todo manchado un pedazo de roquedo y otro de arena, y por esto no se puede seguramente surgir salvo a vista de ojo, y por tanto acordé de amainar las velas todas, salvo el trinquete, y andar con él; y de a un rato crecía mucho el viento y hacía mucho camino de que dudaba, y era muy gran cerrazón y llovía. Mandé amainar el trinquete y no anduvimos esta noche dos leguas, etc.».

Jueves 25 de octubre .- Navegó después del sol salido al Oueste Sudueste hasta las nueve horas. Andarían cinco leguas. Después mudó el camino al Oueste. Andaban ocho millas por hora hasta la una después de mediodía, y de allí hasta las tres y andarían cuarenta y cuatro millas. Entonces vieron tierra, y eran siete a ocho islas, en luengo todas de Norte a Sur; distaban de ellas cinco leguas, etc.

Viernes 26 de octubre .- Estuvo de las dichas islas de la parte del Sur. Era todo bajo cinco o seis leuas; surgió por allí. Dijeron los indios que llevaba que había de ellas a Cuba andadura de día y medio con sus almadías, que son navetas de un madero adonde no llevan vela. Estas son las canoas. Partió de allí para Cuba, porque por las señas que los indios le daban de la grandeza y del oro y perlas de ella, pensaba que era ella, conviene a saber, Cipango.

Sábado 27 de octubre .- Levantó las anclas salido el sol, de aquellas islas, que llamó las islas de Arena por el poco fondo que tenían de la parte del Sur hasta seis leguas. Anduvo ocho millas por hora hasta la una del día al Sursudueste, y habrían andado cuarenta millas, y hasta la noche andarían veintiocho millas al mesmo camino; y antes de noche vieron tierra. Estuvieron la noche al reparo con mucha lluvia que llovió. Anduvieron el sábado fasta el poner del sol diez y siete leguas al Sursudueste.

Domingo 28 de octubre .- Fue de allí en demanda de la isla de Cuba al Sursudueste, a la tierra de ella más cercana, y entró en un río muy hermoso y muy sin peligro de bajas ni otros inconvenientes; y toda la costa que anduvo por allí era muy hondo y muy limpio fasta tierra: tenía la boca del río doce brazas, y es bien ancha para barloventar. Surgió dentro, diz que a tiro de lombarda. Dice el Almirante que nunca tan hermosa cosa vido, lleno de árboles, todo cercado el río, fermosos y verdes y diversos de los nuestros, con flores y con su fruto, cada uno de su manera. Aves muchas y pajaritos que cantaban muy dulcemente; había gran cantidad de palmas de otra manera que las de Guinea y de las nuestras, de una estatura mediana y los pies sin aquella camisa y las hojas muy grandes, con las cuales cobijan las casas; la tierra muy llana. Saltó el Almirante en la barca y fue a tierra, y llegó a dos casas que creyó ser de pescadores y que con temor se huyeron, en una de las cuales halló un perro que nunca ladró; y en ambas casas halló redes de hilo de palma y cordeles y anzuelo de cuerno y fisgas de hueso y otros aparejos de pescar y muchos huegos dentro, y creyó que en cada una casa se juntan muchas personas. Mandó que no se tocase en cosa de todo ello, y así se hizo. La hierba era grande como en el Andalucía por abril y mayo. Halló verdolagas muchas y bledos. Tornóse a la barca y anduvo por el río arriba un buen rato, y diz que era gran placer ver aquellas verduras y arboledas, y de las aves que no podía dejallas para se volver. Dice que es aquella isla la más hermosa que ojos hayan visto, llena de muy buenos puertos y ríos hondos, y la mar que parecía que nunca se debía de alzar porque la hierba de la playa llegaba hasta cuasi el agua, la cual no suele llegar donde la mar es brava. Hasta entonces no había experimentado en todas aquellas islas que la mar fuese brava. La isla dice que es llena de montañas muy hermosas, aunque no son muy grandes en longura, salvo altas, y toda la otra tierra es alta de la manera de Sicilia; llena es de muchas aguas, según pudo entender de los indios que consigo lleva, que tomó en la isla de Guanahani, los cuales le dicen por señas que hay diez ríos grandes y que con sus canoas no la pueden cercar en veinte días. Cuando iba a tierra con los navíos salieron dos almadías o canoas, y como vieron que los marineros entraban en la barca y remaban para ir a ver el fondo del río para saber dónde habían de surgir, huyeron las canoas. Decían los indios que en aquella isla había minas de oro y perlas, y vido el Almirante lugar apto para ellas y almejas, que es señal de ellas, y entendía el Almirante que allí venían naos del Gran Can, y grandes, y que de allí a tierra firme había jornada de diez días. Llamó el Almirante aquel río y puerto de San Salvador .

Lunes 29 de octubre .- Alzó las anclas de aquel puerto y navegó al Poniente para ir diz que a la ciudad donde le parecía que le decían los indios que estaba aquel rey. Una punta de la isla le salía a Norueste seis leguas de allí; otra punta le salía al Leste diez leguas. Andada otra legua vido un río no de tan grande entrada, al cual puso nombre el río de la Luna ; anduvo hasta hora de vísperas. Vido otro río muy más grande que los otros, y así se lo dijeron por señas los indios, y cerca de él vido buenas poblaciones de casas: llamó al río el río de Mares . Envió dos barcas a una población por haber lengua, y a una de ellas un indio de los que traía, porque ya los entendían algo y mostraban estar contentos con los cristianos, de las cuales todos los hombres y mujeres y criaturas huyeron, desamparando las casas con todo lo que tenían; y mandó el Almirante que no se tocase en cosa. Las casas diz que eran ya más hermosas que las que habían visto, y creía que cuanto más se allegase a la tierra firme serían mejores. Eran hechas a manera de alfaneques, muy grandes, y parecían tiendas en real, sin concierto de calles, sino una acá y otra acullá y dentro muy barridas y limpias y sus aderezos muy compuestos. Todas son de ramas de palma muy hermosas. Hallaron muchas estatuas en figura de mujeres y muchas cabezas en manera de caratona muy bien labradas. No sé si esto tienen por hermosura o adoran en ellas. Había perros que jamás ladraron; había avecitas salvajes mansas por sus casas; había maravillosos aderezos de redes y anzuelos y artificios de pescar. No le tocaron en cosa de ello. Creyó que todos los de la costa debían de ser pescadores que llevan el pescado la tierra dentro, porque aquella isla es muy grande y tan hermosa que no se hartaba de decir bien de ella. Dice que halló árboles y frutas de muy maravilloso sabor; y dice que debe haber vacas en ella y otros ganados, porque vido cabezas en hueso que le parecieron de vaca. Aves y pajaritos y el cantar de los grillos en toda la noche con que se holgaban todos: los aires sabrosos y dulces de toda la noche, ni frío ni caliente. Mas por el camino de las otras islas en aquéllas diz que hacía gran calor y allí no, salvo templado como en mayo; atribuye el calor de las otras islas por ser muy llanas y por el viento que traían hasta allí ser Levante y por eso cálido. El agua de aquellos ríos era salada a la boca: no supieron de donde bebían los indios, aunque tenían en sus casas agua dulce. En este río podían los navíos voltejar para entrar y para salir, y tiene muy buenas señas o marcas: tiene siete u ocho brazas de fondo a la boca y dentro cinco. Toda aquella mar dice que le parece que debe ser siempre mansa como el río de Sevilla y el agua aparejada para criar perlas. Halló caracoles grandes, sin saber, no como los de España. Señala la disposición del río y del puerto que arriba dijo y nombró San Salvador , que tiene sus montañas hermosas y altas como la Peña de los Enamorados, y una de ellas tiene encima otro montecillo a manera de una hermosa mezquita. Este otro río y puerto en que agora estaba tiene de la parte del Sueste dos montañas así redondas y de la parte del Oueste Norueste un hermoso cabo llano que sale fuera.

Martes 30 de octubre .- Salió del río de Mares al Norueste, y vido cabo lleno de palmas y púsole Cabo de Palmas , después de haber andado quince leguas. Los indios que iban en la carabela Pinta dijeron que detrás de aquel cabo había un río y del río a Cuba había cuatro jornadas; y dijo el capitán de la Pinta que entendía que esta Cuba era ciudad y que aquella tierra era tierra firme muy grande que va mucho al Norte, y que el rey de aquella tierra tenía guerra con el Gran Can, al cual ellos llamaban Cami , y a su tierra o ciudad Fava , y otros muchos nombres. Determinó el Almirante de llegar a aquel río y enviar un presente al rey de la tierra y enviarle la carta de los reyes, y para ella tenía un marinero que había andado en Guinea en lo mismo, y ciertos indios de Guanahani que querían ir con él, con que después los tornasen a su tierra. Al parecer del Almirante, distaba de la línea equinocial cuarenta y dos grados hacia la banda del Norte, si no está corrupta la letra de donde trasladé esto, y dice que había de trabajar de ir al Gran Can, que pensaba que estaba allí, o a la ciudad de Catay, que es del Gran Can, que diz que es muy grande, según le fue dicho antes que partiese de España. Toda aquesta tierra dice ser baja y hermosa y fonda la mar.

Miércoles 31 de octubre .- Toda la noche martes anduvo barloventeando, y vido un río donde no pudo entrar por ser baja la entrada; y pensaron los indios que pudieran entrar los navíos como entraban sus canoas. Y navegando adelante, halló un cabo que salía muy fuera y cercado de bajos, y vido una concha o bahía donde podían estar navíos pequeños, y no lo pudo encabalgar porque el viento se había tirado del todo al Norte y toda la costa se corría al Nornorueste y Sueste, y otro cabo que vido adelante le salía más afuera. Por esto y porque el cielo mostraba de ventar recio se hobo de tornar al río de Mares.

Jueves 1 de noviembre .- En saliendo el sol envió el Almirante las barcas a tierra a las casas que allí estaban, y hallaron que era toda la gente huida, y desde a buen rato pareció un hombre y mandó el Almirante que lo dejasen asegurar, y volviéronse las barcas. Y después de comer tornó a enviar a tierra uno de los indios que llevaba, el cual desde lejos le dio voces diciendo que no hobiesen miedo porque era buena gente y no hacían mal a nadie, ni eran del Gran Can, antes daban de lo suyo en muchas islas que habían estado; y echóse a nadar el indio y fue a tierra, y dos de los de allí lo tomaron de brazos y lleváronlo a una casa donde se informaron de él. Y como fueron ciertos que no se les había de hacer mal, se aseguraron y vinieron luego a los navíos más de diez y seis almadías o canoas con algodón hilado y otras cosillas suyas, de las cuales mandó el Almirante que no se tomase nada, porque supiesen que no buscaba el Almirante salvo oro a que ellos llaman nucay . Y así en todo el día anduvieron y vinieron de tierra a los navíos, y fueron de los cristianos a tierra muy seguramente. El Almirante no vido algunos de ellos oro, pero dice el Almirante que vido a uno de ellos un pedazo de plata labrado colgado a la nariz, que tuvo por señal que en la tierra había plata. Dijeron por señas que antes de tres días vernían muchos mercaderes de la tierra dentro a comprar de las cosas que allí llevan los cristianos y darían nuevas del rey de aquella tierra, el cual, según se pudo entender por las señas que daban, que estaba de allí cuatro jornadas, porque ellos habían enviado muchos por toda la tierra a le hacer saber del Almirante. Esta gente dice el Almirante, es de la misma calidad y costumbre de los otros hallados, sin ninguna secta que yo conozca, que fasta hoy aquestos que traigo no he visto hacer ninguno oración, antes dicen la Salve y el Ave María , con las manos al cielo como le amuestran, y hacen la señal de la cruz. Toda la lengua también es una y todos amigos, y creo que sean todas estas islas, y que tengan guerra con el Gran Can, a que ellos llaman Cavila y a la provincia Bafan . Y así andan también desnudos como los otros. Esto dice el Almirante. El río dice que es muy hondo, y en la boca pueden llegar los navíos con el bordo hasta tierra; no llega el agua dulce a la boca con una legua, y es muy dulce. Y es cierto, dice el Almirante, que ésta es la tierra firme y que estoy, dice él, ante Zayto y Guinsay cien leguas poco más o poco menos lejos de lo uno y de lo otro, y bien se amuestra por la mar que viene de otra suerte que fasta aquí no ha venido, y ayer que iba al Norueste fallé que hacía frío.

Viernes 2 de noviembre .- Acordó el Almirante enviar dos hombres españoles: el uno se llamaba Rodrigo de Jerez, que vivía en Ayamonte, y el otro era un Luis de Torres, que había vivido con el Adelantado de Murcia y había sido judío, y sabía diz que hebraico y caldeo y aun algo arábigo; y con éstos envió dos indios, uno de los que consigo traía de Guanahani y el otro de aquellas casas que en el río estaban poblados. Dioles sartas de cuentas para comprar de comer si los faltase y seis días de término para que volviesen. Dioles muestras de especería para ver si alguna de ellas topasen. Dioles instrucción de cómo habían de preguntar por el rey de aquella tierra y lo que le habían de hablar de parte de los Reyes de Castilla, cómo enviaban al Almirante para que les diese de su parte sus cartas y un presente y para saber de su estado y cobrar amistad con él y favorecelle en lo que hobiese de ellos menester, etc., y que supiesen de ciertas provincias y puertos y ríos de que el Almirante tenía noticia y cuánto distaban de allí, etc. Aquí tomó el Almirante el altura con un cuadrante esta noche, y halló que estaba 42 grados de la línea equinocial, y dice que por su cuenta halló que había andado desde la isla de Hierro mil y ciento y cuarenta y dos leguas, y todavía afirma que aquella es tierra firme.

Sábado 3 de noviembre .- En la mañana entró en la barca el Almirante, y porque hace el río en la boca un gran lago, el cual hace un singularísimo puerto muy hondo y limpio de piedras, muy buena playa para poner navíos a monte y mucha leña, entró por el río arriba hasta llegar al agua dulce, que sería cerca de dos leguas, y subió en un montecillo por descubrir algo de la tierra, y no pudo ver nada por las grandes arboledas, las cuales eran muy frescas, odoríferas por lo cual dicen no tener duda que no haya hierbas aromáticas. Dice que todo era tan hermoso lo que vía, que no podía cansar los ojos de ver tanta lindeza y los cantos de las aves y pajaritos. Vinieron en aquel día muchas almadías o canoas a los navíos a resgatar cosas de algodón filado y redes en que dormían, que son hamacas.

Domingo 4 de noviembre .- Luego en amaneciendo entró el Almirante en la barca, y salió a tierra a cazar de las aves que el día antes había visto. Después de vuelto, vino a él Martín Alonso Pinzón con dos pedazos de canela, y dijo que un portugués que tenía en su navío había visto a un indio que traía dos manojos de ella muy grandes, pero que no se la osó resgatar por la pena que el Almirante tenía puesta que nadie resgatase. Decía más: que aquel indio traía unas cosas bermejas como nueces. El contramaestre de la Pinta dijo que había hallado árboles de canela. Fue el Almirante luego allá y halló que no eran. Mostró el Almirante a unos indios de allí canela y pimienta -parece que de la que llevaba de Vastilla para muestra- y conociéronla diz que y dijeron por señas que cerca de allí había mucho de aquello al camino del Sueste. Mostróles oro y perlas, y respondieron ciertos viejos que en un lugar que llamaron Bohío había infinito y que lo traían al cuello y a las orejas y a los brazos y a las piernas y también perlas. Entendió más: que decían que había naos grandes y mercaderías, y todo esto era al Sueste. Entendió también que lejos de allí había hombres de un ojo y otros con hocicos de perros que comían los hombres y que en tomando uno lo degollaban y le bebían su sangre y le cortaban su natura. Determinó de volver a la nao el Almirante a esperar los dos hombres que había enviado para determinar de partirse a buscar aquellas tierras, si no trujesen aquellos alguna buena nueva de lo que deseaban. Dice más el Almirante: esta gente es muy mansa y muy temerosa, desnuda como dicho tengo, sin armas y sin ley. Estas tierras son muy fértiles: ellos las tienen llenas de mames que son como zanahorias, que tienen sabor de castañas, y tienen faxones y fabas muy diversas de las nuestras, y mucho algodón, el cual no siembran, y nacen por los montes árboles grandes, y creo que en todo tiempo lo haya para coger, porque vi los cogujos abiertos y otros que se abrían y flores todo en un árbol, y otras mil maneras de frutas que me no es posible escribir; y todo debe ser cosa provechosa. Todo esto dice el Almirante.

Lunes 5 de noviembre .- En amaneciendo mandó poner la nao a monte y los otros navíos, pero no todos juntos, sino que quedasen siempre dos en el lugar donde estaban, por la seguridad, aunque dice que aquella gente era muy segura y sin temor se pudieran poner todos los navíos junto en monte. Estando así vino el contramaestre de la Niña a pedir albricias al Almirante porque había hallado almáciga, mas no traía la muestra porque se le había caído. Prometióselas el Almirante y envió a Rodrigo Sánchez y a Maestre Diego a los árboles y trujeron un poco de ella, la cual guardó para llevar a los Reyes y también del árbol; y dice que se cognosció que era almáciga, aunque se ha de coger a sus tiempos, y que había en aquella comarca para sacar mil quintales cada año. Halló diz que allí mucho de aquel palo que le pareció liñaloe. Dice más, que aquel puerto de Mares es de los mejores del mundo y mejores aires y más mansa gente, y porque tiene un cabo de peña altillo se puede hacer una fortaleza, para que si aquello saliese rico y cosa grande estarían allí los mercaderes seguros de cualquiera otras naciones. Y dice: Nuestro Señor, en cuyas manos están todas las victorias, aderezca todo lo que fuere su servicio. Diz que dijo un indio por señas que el almáciga era buena para cuando les dolía el estómago.

Martes 6 de noviembre .- Ayer en la noche, dice el Almirante, vinieron los dos hombres que había enviado a ver a la tierra dentro, y le dijeron cómo habían andado doce leguas que había hasta una población de cincuenta casas, donde diz que había mil vecinos porque viven muchos en una casa. Estas casas son de manera de alfaneques grandísimos. Dijeron que los habían recebido con gran solemnidad, según su costumbre, y todos, así hombres como mujeres, los venían a ver, y aposentáronlos en las mejores casas; los cuales los tocaban y les besaban las manos y los pies, maravillándose y creyendo que venían del cielo, y así se lo daban a entender. Dábanles de comer de lo que tenían. Dijeron que en llegando los llevaron de brazos los más honrados del pueblo a la casa principal, y diéronles dos sillas en que se asentaron, y ellos todos se asentaron en el suelo en derredor de ellos. El indio que con ellos iba les notificó la manera de vivir de los cristianos y cómo eran buena gente. Después saliéronse los hombres y entraron las mujeres y sentáronse de la misma manera en derredor de ellos, besándoles las manos y los pies, atentándolos si eran de carne y de hueso como ellos. Rogábanles que se estuviesen allí con ellos al menos por cinco días. Mostraron la canela y pimienta y otras especias que el Almirante les había dado, y dijéronles por señas que mucha de ella había cerca de allí al Sueste; pero que en allí no sabían si la había. Visto cómo no tenían recaudo de ciudades, se volvieron, y que si quisieran dar lugar a los que con ellos se querían venir, que más de quinientos hombres y mujeres vinieran con ellos, porque pensaban que se volvían al cielo. Vino empero, con ellos un principal del pueblo y un su hijo y un hombre suyo. Habló con ellos el Almirante, hízoles mucha honra, señaló muchas tierras e islas que había en aquellas partes, pensó de traerlos a los Reyes, y diz que no supo qué se le antojó; parece que de miedo y de noche escuro quísose ir a tierra. Y el Almirante diz que porque tenía la nao en seco en tierra, no le queriendo enojar, le dejó ir, diciendo que en amaneciendo tornaría; el cual nunca tornó. Hallaron los dos cristianos por el camino mucha gente que atravesaba a sus pueblos, mujeres y hombres, con un tizón en la mano, hierbas para tomar sus sahumerios que acostumbraban. No hallaron población por el camino de más de cinco casas, y todos les hacían el mismo acatamiento. Vieron muchas maneras de árboles e hierbas y flores odoríferas. Vieron aves de muchas maneras diversas de las de España, salvo perdices y ruiseñores que cantaban y ánsares, y de esto hay allí harto; bestias de cuatro pies no vieron, salvo perros que no ladraban. La tierra muy fértil y muy labrada de aquellos mames y fexoes y habas muy diversas de las nuestras; eso mismo panizo y mucha cantidad de algodón cogido y filado y obrado, y que en una sola casa habían visto más de quinientas arrobas y que se pudiera haber allí cada año cuatro mil quintales. Dice el Almirante que le parecía que no lo sembraban y que da fruto todo el año: es muy fino, tiene el cepillo muy grande. Todo lo que aquella gente tenía diz que daba por muy vil precio, y que una gran espuerta de algodón daba por cabo de agujeta o otra cosa que le dé. Son gente, dice el Almirante, muy sin mal ni de guerra: desnudos todos, hombres y mujeres, como sus madres los parió. Verdad es que las mujeres traen una cosa de algodón solamente tan grande que le cobija su natura y no más, y son ellas de muy buen acatamiento, ni muy negras, salvo menos que canarias. «Tengo por dicho, serenísimos Príncipes -dice el Almirante- que sabiendo la lengua dispuesta suya personas devotas religiosas, que luego todos se tornarían cristianos; y así espero en Nuestro Señor que Vuestras Altezas se determinarán a ello con mucha diligencia para tornar a la Iglesia tan grandes pueblos, y los convertirán, así como han destruido aquellos que no quisieron confesar el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo; y después de sus días, que todos somos mortales, dejarán sus reinos en muy tranquilo estado y limpios de herejía y maldad, y serán bien recebidos delante el Eterno Criador, al cual plega de les dar larga vida y acrecentamiento grande de mayores reinos y señoríos y voluntad y disposición para acrecentar la santa religión cristiana, así como hasta aquí tienen fecho, amén. Hoy tiré la nao de monte y me despacho para partir el jueves en nombre de Dios e ir al Sueste a buscar del oro y especerías y descobrir tierra». Estas todas son palabras del Almirante, el cual pensó partir el jueves; pero porque le hizo el viento contrario no pudo partir hasta doce días de noviembre.

Lunes 12 de noviembre .- Partió del puerto y río de Mares al rendir del cuarto de alba para ir a una isla que mucho afirmaban los indios que traía, que se llamaba Babeque , adonde, según dicen por señas, que la gente de ella coge el oro con candelas de noche en la playa, y después con martillo diz que hacían vergas de ello, y para ir a ella era menester poner la proa al Leste cuarta del Sueste. Después de haber andado ocho leguas por la costa delante, halló un río que parecía muy caudaloso y mayor que ninguno de los otros que había hallado. No se quiso detener ni entrar en algunos de ellos por dos respectos: el uno y principal porque el tiempo y viento era bueno para ir en demanda de la dicha isla de Babeque; el otro, porque si en él hobiera alguna populosa o famosa ciudad cerca de la mar se pareciera, y para ir por el río arriba era menester navíos pequeños, lo que no eran los que llevaba; y así se perdiera también mucho tiempo, y los semejantes ríos son cosa para descobrirse por sí. Toda aquella costa era poblada mayormente cerca del río, a quien puso por nombre el río del Sol . Dijo que el domingo antes 11 de noviembre le había parecido que fuera bien tomar algunas personas de las de aquel río para llevar a los Reyes porque aprendieran nuestra lengua, para saber lo que hay en la tierra y porque volviendo sean lenguas de los cristianos y tomen nuestras costumbres y las cosas de la Fe, «porque yo vi e cognozco -dice el Almirante- que esta gente no tiene secta ninguna ni son idólatras, salvo muy mansos y sin saber qué sea mal ni matar a otros ni prender, y sin armas y tan temerosos que a una persona de los nuestros fuyen ciento de ellos, aunque burlen con ellos, y crédulos y cognocedores que hay Dios en el cielo, e firmes que nosotros habemos venido del cielo, y muy presto a cualquiera oración que nos les digamos que digan y hacen el señal de la cruz. Así que deben Vuestras Altezas determinarse a los hacer cristianos, que creo que si comienzan, en poco tiempo acabará de los haber convertido a nuestra Santa Fe multidumbre de pueblos, y cobrando grandes señoríos y riquezas y todos sus pueblos de la España, porque sin duda es en estas tierras grandísimas sumas de oro, que no sin causa dicen estos indios que yo traigo, que ha en estas islas lugares adonde cavan el oro y lo traen al pescuezo, a las orejas y a los brazos e a las piernas, y son manillas muy gruesas, y también ha piedras y ha perlas preciosas y infinitas especerías; y en este río de Mares, de donde partí esta noche, sin duda ha grandísima cantidad de almáciga y mayor si mayor se quisiere hacer, porque los mismos árboles plantándolos prenden de ligero y ha muchos y muy grandes y tienen la hoja como lentisco y el fruto, salvo que es mayor, así los árboles como la hoja, como dice Plinio, e yo he visto en la isla de Xió, en el Archipiélago, y mandé sangrar muchos de estos árboles para ver si echarían resina para la traer, y como haya siempre llovido el tiempo que yo he estado en el dicho río, no he podido haber de ella, salvo muy poquita que traigo a Vuestras Altezas, y también puede ser que no es el tiempo para los sangrar, que esto creo que conviene al tiempo que los árboles comienzan a salir del invierno y quieren echar la flor; y acá ya tienen el fruto cuasi maduro agora. Y también aquí se habría grande suma de algodón y creo que se vendería muy bien acá sin le llevar a España, salvo a las grandes ciudades del Gran Can que se descubrirán sin duda y otras muchas de otros señores que habrán en dicha servir a Vuestras Altezas, y adonde se les darán de otras cosas de España y de las tierras de Oriente, pues éstas son a nos en Poniente. Y aquí ha también infinito liñaloe, aunque no es cosa para hacer gran caudal, mas del almáciga es de entender bien, porque no la ha, salvo en dicha isla de Xió, y creo que sacan de ello bien cincuenta mil ducados, si mal no me acuerdo. Y ha aquí, en la boca de dicho río, el mejor puerto que fasta hoy vi, limpio e ancho e fondo y buen lugar y asiento para hacer una villa e fuerte, e que cualesquier navíos se puedan llegar el bordo a los muros, e tierra muy temperada y alta y muy buenas aguas. Así que ayer vino a bordo de la nao una almadía con seis mancebos, y los cinco entraron en la nao; estos mandé detener e los traigo. Y después envié a una casa que es de la parte del río del Poniente, y trujeron siete cabezas de mujeres entre chicas e grandes y tres niños. Esto hice porque mejor se comportan los hombres en España habiendo mujeres de su tierra que sin ellas, porque ya otras muchas veces se acaeció traer los hombres de Guinea para que deprendiesen la lengua en Portugal, y después que volvían y pensaban de se aprovechar de ellos en su tierra por la buena compañía que le habían hecho y dádivas que se les habían dado, en llegando en tierra jamás parecían. Otros no lo hacían así. Así que, teniendo sus mujeres, ternán gana de negociar lo que se les encargare, y también estas mujeres mucho enseñarán a los nuestros su lengua, la cual es toda una en todas estas islas de India, y todos se entienden y todas las andan con sus almadas, lo que no han en Guinea, adonde es mil maneras de lenguas que la una no entiende la otra. Esta noche vino a bordo en una almadía el marido de una de estas mujeres y padre de tres fijos, un macho y dos fembras, y dijo que yo le dejase venir con ellos, y a mí me aplogó mucho, y quedan agora todos consolados con el que deben todos ser parientes, y él es ya hombre de cuarenta y cinco años». Todas estas palabras son formales del Almirante. Dice también arriba que hacía algún frío, y por esto que no le fuera buen consejo en invierno navegar al Norte par a descubrir. Navegó este lunes, hasta el sol puesto, diez y ocho leguas al Leste cuarta del Sueste hasta un cabo, a que puso por nombre el Cabo de Cuba .

Martes 13 de noviembre .- Esta noche toda estuvo a la corda, como dicen los marineros, que es andar barloventeando y no andar nada, por ver un abra, que es una abertura de sierras como entre sierra y sierra, que le comenzó a ver al poner del sol, ad onde se mostraban dos grandísimas montañas, y parecía que se apartaba la tierra de Cuba con aquella de Bohío, y esto decían los indios que consigo llevaban, por señas. Venido el día claro, dio las velas sobre la tierra y pasó una punta que le pareció a noche obra de dos leguas, y entró en un grande golfo, cinco leguas al Sursudueste, y le quedaban otras cinco para llegar al cabo adonde, en medio de dos grandes montes, hacía un degollado, el cual no pudo determinar si era entrada de mar. Y porque deseaba ir a la isla que llamaban Babeque , adonde tenía nueva, según él entendía, que había mucho oro, la cual isla le salía al Leste, como no vido alguna grande población para ponerse al rigor del viento que le crecía más que nunca hasta allí, acordó de hacerse a la mar y andar al Leste con el viento que era Norte; y andaba ocho millas cada hora, y desde las diez del día que tomó aquella derrota hasta el poner del sol anduvo cincuenta y seis millas, que son catorce leguas al Leste, desde el Cabo de Cuba. Y de la otra tierra del Bohío que le quedaba a sotaviento comenzando del cabo del sobredicho golfo, descubrió a su parecer ochenta millas, que son veinte leguas, y corríase toda aquella costa Lesueste y Ouesnoroeste.

Miércoles 14 de noviembre .- Toda la noche de ayer anduvo al reparo y barloventeando (porque decía que no era razón de navegar entre aquellas islas de noche hasta que las hobiese descubierto), porque los indios que traían la dijeron ayer martes que habría tres jornadas desde el río de Mares hasta la isla de Babeque, que se debe entender jornadas de sus almadías, que pueden andar siete leguas, y el viento también le escaseaba, y habiendo de ir al Leste, no podía sino a la cuarta del Sueste, y por otros inconvenientes que allí refiere se hobo de detener hasta la mañana. Al salir del sol determinó de ir a buscar puerto, porque de Norte se había mudado el viento al Nordeste, y si puerto no hallara fuérale necesario volver atrás a los puertos que dejaba en la isla de Cuba. Llegó a tierra habiendo andado aquella noche veinticuatro millas al Leste cuarta del Sueste, anduvo al Sur […] [Nota:

Vacío en el texto original.

] millas hasta tierra, adonde vio muchas entradas y muchas isletas y puertos, y porque el viento era mucho y la mar muy alterada no osó acometer a entrar; antes corrió por la costa al Norueste cuarta del Oueste, mirando si había puerto, y vido que había muchos, pero no muy claros. Después de haber andado así sesenta y cuatro millas halló una entrada muy honda, ancha un cuarto de milla, y buen puerto y río, donde entró y puso la proa al Sursudueste y después al Sur hasta llegar al Sueste, todo de buena anchura y muy fondo, donde vido tantas islas que no las pudo contar todas, de buena grandeza y muy altas tierras llenas de diversos árboles de mil maneras e infinitas palmas. Maravillóse en gran manera ver tantas islas y tan altas, y certifica a los Reyes que las montañas que desde antier ha visto por estas costas y las de estas islas que le parece que no las hay más altas en el mundo ni tan hermosas y claras, sin niebla ni nieve, y al pie de ellas grandísimo fondo; y dice que cree que estas islas son aquellas innumerables que en los mapamundos en fin de Oriente se ponen. Y dijo que creía que había grandísimas riquezas y piedras preciosas y especería en ellas, y que duran muy mucho al Sur y se ensanchan a toda parte. Púsoles nombre la mar de Nuestra Señora , y al puerto que está cerca de la boca de la entrada de las dichas islas puso puerto del Príncipe , en el cual no entró, mas de velle desde fuera hasta otra vuelta que dio el sábado de la semana venidera, como allí parecerá. Dice tantas y tales cosas de la fertilidad y hermosura y altura de estas islas que halló en este puerto, que dice a los Reyes que no se maravillen de encarecellas tanto, porque les certifica que cree que no dice la centésima parte: algunas de ellas que parecía que llegan al cielo y hechas como puntas de diamantes; otras que sobre su gran altura tienen encima como una mesa y al pie de ellas fondo grandísimo que podrá llegar a ellas una grandísima carraca, todas llenas de arboledas y sin peñas.

Jueves 15 de noviembre .- Acordó de andallas estas islas con las barcas de los navíos, y dice maravillas de ellas y que halló almáciga e infinito linaloe, y algunas de ellas eran labradas de las raíces de que hacen su pan los indios, y halló haber encendido fuego en algunos lugares. Agua dulce no vido; gente había alguna y huyeron. En todo lo que anduvo halló hondo de quince y diez y seis brazas, y todo basa, que quiere decir que el suelo de abajo es arena y no peñas, lo que mucho desean los marineros, porque las peñas cortan los cables de las anclas de las naos.

Viernes 16 de noviembre .- Porque en todas las partes, islas y tierras donde entraba dejaba siempre puesta una cruz entró en la barca y fue a la boca de aquellos puertos y en una punta de la tierra halló dos maderos muy grandes, uno más largo que el otro y el uno sobre el otro hechos una cruz, que diz que un carpintero no los pudiera poner más proporcionados; y, adorada aquella cruz, mandó hacer de los mismos maderos una muy grande y alta cruz. Halló cañas por aquella playa que no sabía dónde nacían, y creía que las traería algún río y las echaba a la playa, y tenía en esto razón. Fue a una cala dentro de la entrada del puerto de la parte del Sudeste (cala es una entrada angosta que entra el agua del mar en la tierra): allí hacía un alto de piedra y peña como cabo y al pie de él era muy fondo, que la mayor carraca del mundo pudiera poner el bordo en tierra, y había un lugar o rincón donde podían estar seis navíos sin anclas como en una sala. Parecióle que se podía hacer allí una fortaleza a poca costa si en algún tiempo en aquella mar de islas resultase algún resgate famoso. Volviéndose a la nao halló los indios que consigo traía que pescaban caracoles muy grandes que en aquellas mares hay, y hizo entrar la gente allí e buscar si había nácaras, que son las ostras donde se crían las perlas, y hallaron muchas, pero no perlas, y atribuyólo a que no debía de ser el tiempo de ellas; que creía él que era por mayo y junio. Hallaron los marineros un animal que parecía taso o taxo. Pescaron también con redes y hallaron un pece, entre otros muchos, que parecía un propio puerco, no como tonina, el cual diz que era todo concha muy tiesta y no tenía cosa blanda sino la cola y los ojos, y un agujero debajo de ella para expeler sus superfluidades. Mandólo salar para llevarlo que viesen los Reyes.

Sábado 17 de noviembre .- Entró en la barca por la mañana y fue a ver las islas que no había visto por la banda del Sudueste. Vido muchas otras y muy fértiles y muy graciosas, y entre medio de ellas muy gran fondo: algunas de ellas dividían arroyos de agua dulce, y creía que aquella agua y arroyos salían de algunas fuentes que manaban en los altos de las sierras de las islas. De aquí yendo adelante, halló una ribera de agua muy hermosa y dulce, y salía muy fría por lo enjuto de ella: había un prado muy lindo y palmas muchas y altísimas más que las que había visto. Halló nueces grandes de las de India, creo que dice, y ratones grandes de los de India también y cangrejos grandísimos. Aves vido muchas y olor vehemente de almizque, y creyó que lo debía de haber allí. Este día, de seis mancebos que tomó en el río de Mares, que mandó que fuesen en la carabela Niña , se huyeron los dos más viejos.

Domingo 18 de noviembre .- Salió en las barcas otra vez con mucha gente de los navíos y fue a poner la gran cruz que había mandado hacer de los dichos dos maderos a la boca de la entrada de dicho puerto del Príncipe, en un lugar vistoso y descubierto de árboles: ella muy alta y muy hermosa vista. Dice que la mar crece y descrece allí mucho más que en otro puerto de lo que por aquella tierra haya visto, y que no es más maravilla por las muchas islas, y que la marea es al revés de las nuestras, porque allí la luna al Sudueste cuarta del Sur es baja mar en aquel puerto. No partió de aquí por ser domingo.

Lunes 19 de noviembre .- Partió antes que el sol saliese y con calma; y después al medio día ventó algo el Leste y navegó al Nornordeste. Al poner del sol le quedaba el puerto del Príncipe al Sursudueste, y estaría de él siete leguas. Vido la isla de Babeque al Leste justo, de la cual estaría sesenta millas. Navegó toda esta noche al Nordeste escaso, andaría sesenta millas y hasta las diez del día martes otras doce, que son por todas diez y ocho leguas, y al Nordeste cuarta del Norte.

Martes 20 de noviembre .- Quedábanle el Babeque o las islas del Babeque al Lesueste, de donde salía el viento que llevaba contrario. Y viendo que no se mudaba y la mar se alteraba, determinó de dar la vuelta al puerto del Príncipe, de donde había salido, que le quedaba veinticinco leguas. No quiso ir a la isleta que llamó Isabela , que le estaba doce leguas, que pudiera ir a surgir aquel día, por dos razones. La una por que vido dos islas al Sur: las quería ver; la otra porque los indios que traía, que había tomado en Guanahani, que llamó San Salvador , que estaba ocho leguas de aquella Isabela, no se le fuesen, de los cuales diz que tiene necesidad y por traellos a Castilla, etc. Tenían diz que entendido que en hallando oro los había el Almirante de dejar tornar a su tierra. Llegó en paraje del puerto del Príncipe; pero no lo pudo tomar, porque era de noche y porque lo decayeron las corrientes al Norueste. Tornó a dar la vuelta y puso la proa al Nordeste con viento recio; amansó y mudóse el viento al tercero cuarto de la noche, puso la proa en el Leste cuarta del Nordeste: el viento era Susueste y mudóse al alba de todo en Sur, y tocaba en el Sueste. Salido el sol marcó el puerto del Príncipe, y quedábale al Sudueste y cuasi a la cuarta del Oueste, y estaría de él a cuarenta y ocho millas que son doce leguas.

Miércoles 21 de noviembre .- Al sol salido navegó al Leste con viento Sur; anduvo poco por la mar contraria. Hasta horas de vísperas hobo andado veinticuatro millas. Después se mudó el viento al Leste y anduvo al Sur cuarta del Sueste, y al poner del sol había andado doce millas. Aquí se halló el Almirante en cuarenta y dos grados de la línea equinoccial a la parte del Norte, como en el puerto de Mares; pero aquí dice que tiene suspenso el cuadrante hasta llegar a tierra que lo adobe. Por manera que le parecía que no debía distar tanto, y tenía razón, porque no era posible como no estén estas islas sino en […] [Nota:

Vacío en el texto original.

] grados. Para creer que el cuadrante andaba bueno le movía ver, diz que el Norte tan alto como en Castilla, y si esto es verdad mucho allegado y alto andaba con la Florida; pero ¿dónde están luego agora estas islas que entre manos traía? Ayudaba a esto que hacía diz que gran calor; pero claro es que si estuviera en la costa de Florida que no hobiera calor sino frío. Y es también manifiesto que en cuarenta y dos grados en ninguna parte de la tierra se cree hacer calor si no fuese por alguna causa de per accidens , lo que hasta hoy no creo yo que se sabe. Por este calor que allí el Almirante dice que padecía, arguye que en estas Indias y por allí donde andaba debía de haber mucho oro. Este día se apartó Martín y Alonso Pinzón con la carabela Pinta , sin obediencia y voluntad del Almirante, por cudicia, diz que pensando que un indio que el Almirante había mandado poner en aquella carabela le había de dar mucho oro, y así se fue sin […] [Nota:Vacío en el texto original.

] esperar, sin causa de mal tiempo, sino porque quiso. – Y dice aquí el Almirante: «otras muchas me tiene hecho y dicho».

Jueves 22 de noviembre .- Miércoles en la noche navegó al Sur cuarta del Sueste con el viento Leste, y era cuasi calma. Al tercero cuarto ventó Nornordeste. Todavía iba al Sur por ver aquella tierra que por allí le quedaba, y cuando salió el sol se halló tan lejos como el día pasado por las corrientes contrarias, y quedábale la tierra cuarenta millas. Esta noche Martín Alonso siguió el camino del Leste para ir a la isla de Babeque, donde dicen los indios que hay mucho oro, el cual iba a vista del Almirante, y habría hasta él diez y seis millas. Anduvo el Almirante toda la noche la vuelta de tierra y hizo tomar algunas de las velas y tener farol toda la noche, porque le pareció que venía hacia él, y la noche hizo muy clara y el ventecillo bueno para venir a él.

Viernes 23 de noviembre .- Navegó el Almirante todo el día hacia la tierra, al Sur siempre, con poco viento, y la corriente nunca le dejó llegar a ella, antes estaba hoy tan lejos de ella al poner del sol como en la mañana. El viento era Lesnordeste y razonable para ir al Sur, sino que era poco; y sobre este cabo encavalga otra tierra o cabo que va también al Leste, a quien aquellos indios que llevaba llamaban Bohío , la cual decían que era muy grande y que había en ella gente que tenía un ojo en la frente, y otros que se llamaban caníbales, a quien mostraban tener gran miedo. Y desque vieron que lleva este camino, diz que no podían hablar porque los comían y que son gente muy armada. El Almirante dice que bien cree que había algo de ello, mas que, pues eran armados, sería gente de razón, y creía que habían captivado algunos y que porque no volvían dirían que los comían. Lo mismo creían de los cristianos y del Almirante al principio que algunos los vieron.

Sábado 24 de noviembre .- Navegó aquella noche toda, y a la hora de tercia del día tomó la tierra sobre la isla llana, en aquel mismo lugar donde había arribado la semana pasada cuando iba a la isla de Babeque, al principio no osó llegar a la tierra, porque le parecía que aquella abra de sierras rompía la mar mucho en ella. Y en fin llegó a la mar de Nuestra Señora, donde había las muchas islas, y entró en el puerto que está junto a la boca de la entrada de las islas, y dice que si él antes supiera este puerto y no se ocupara en ver las islas de la mar de Nuestra Señora, no le fuera necesario volver atrás, aunque dice que lo da por bien empleado por haber visto las dichas islas. Así que llegando a tierra envió la barca y tentó el puerto y halló muy buena barra, honda de seis brazas y hasta veinte y limpio, todo basa. Entró en él poniendo la proa al Sudueste y después volviendo al Oueste, quedando la isla llana de la parte del Norte, la cual con otra su vecina hace una laguna de mar en que cabrían todas las naos de España y podían estar seguras sin amarras de todos los vientos. Y esta entrada en la parte del Sueste, que se entra poniendo la proa al Susudueste tiene la salida al Oueste muy honda y muy ancha; así que se puede pasar entremedio de las dichas islas y por cognocimiento de ellas a quien viniese de la mar de la parte del Norte, que es su travesía de esta costa. Están las dichas islas al pie de una grande montaña que es su longura de Leste Oueste, y es harto luenga y más alta y luenga que ninguna de todas las otras que están en esta costa, adonde hay infinitas, y hace fuera una restinga al luengo de la dicha montaña como un banco que llega hasta la entrada. Todo esto de la parte del Sueste, y también de la parte de la isla llana hace otra restinga, aunque ésta es pequeña, y así entremedias de ambas hay grande anchura y fondo grande, como dicho es. Luego a la entrada a la parte del Sueste, dentro en el mismo puerto, vieron un río grande y muy hermoso y de más agua que hasta entonces habían visto, y que venía el agua dulce hasta la mar. A la entrada tiene un banco, mas después adentro es muy hondo de ocho y nueve brazas. Está todo lleno de palmas y de muchas arboledas como los otros.

Domingo 25 de noviembre .- Antes del sol salido entró en la barca y fue a ver un cabo o punta de tierra al Sueste de la isleta llana, obra de una legua y media, porque le parecía que había de haber algún río bueno. Luego, a la entrada del cabo de la parte del Sueste, andando dos tiros de la ballesta, vio venir un grande arroyo de muy linda agua que descendía de una montaña abajo y hacía gran ruido. Fue al río y vio en él unas piedras relucir, con unas manchas en ellas de color de oro, y acordóse que en el río Tejo que al pie de él junto a la mar se halló oro, y parecióle que cierto debía tener oro, y mandó coger ciertas de aquellas piedras para llevar a los Reyes. Estando así dan voces los mozos grumetes, diciendo que vían pinales. Miró por la sierra y vídolos tan grandes y tan maravillosos que no podía encarecer su altura y derechura como husos gordos y delgados, donde conoció que se podían hacer navíos e infinita tablazón y másteles para las mayores naos de España. Vido robles y madroños, y un buen río y aparejo para hacer sierras de agua. La tierra y los aires más templados que hasta allí, por la altura y hermosura de las sierras. Vido por la playa muchas otras piedras de color de hierro, y otras que decían algunos que eran de minas de plata, todas las cuales trae el río. Allí cogió una entena y mástel para la mesana de la carabela Niña . Llegó a la boca del río y entró en una cala, al pie de aquel cabo de la parte del Sueste muy honda y grande, en que cabrían cien naos sin alguna amarra ni anclas; y el puerto que los ojos otro tal nunca vieron. Las sierras altísimas, de las cuales descendían muchas aguas lindísimas; y todas las sierras llenas de pinos y por todo aquello diversísimas y hermosísimas florestas de árboles. Otros dos o tres ríos le quedaban atrás. Encarece todo esto en gran manera a los Reyes y muestra haber recibido de verlo, y mayormente los pinos, inestimable alegría y gozo, porque se podían hacer allí cuantos navíos desearen, trayendo los aderezos, si no fuere madera y pez que allí se hará harta; y afirma no encarecello la centésima parte de lo que es, y que plugo a Nuestro Señor de le mostrar siempre una cosa mejor que otra, y siempre en lo que hasta allí había descubierto iba de bien en mejor, así en las tierras y arboledas y hierbas y frutos y flores como en las gentes, y siempre de diversa manera, y así en un lugar como en otro. Lo mismo en los puertos y en las aguas. Y finalmente dice que cuando el que lo ve le es tanta la admiración cuánto más será a quien lo oyere, y que nadie lo podrá creer si no lo viere.

Lunes 26 de noviembre .- Al salir el sol levantó las anclas del puerto de Santa Catalina, adonde estaba dentro de la isla llana, y navegó de luengo de la costa con poco tiempo Sudueste al camino del Cabo del Pico, que era al Sueste. Llegó al Cabo tarde, porque le calmó el viento, y, llegando, vido al Sueste cuarta del Leste otro cabo que estaría de él sesenta millas, y de allí vido otro cabo que estaría hacia el navío al Sueste cuarta del Sur, y parecióle que estaría de él veinte millas, al cual puso nombre el Cabo de Campana , al cual no pudo llegar de día porque le tornó a calmar de todo el viento. Andaría en todo aquel día treinta y dos millas, que son ocho leguas. Dentro de las cuales notó y marcó nueve puertos muy señalados, los cuales todos los marineros hacían maravillas, y cinco ríos grandes, porque iba siempre junto con tierra para verlo bien todo. Toda aquella tierra es montañas altísimas muy hermosas, y no secas ni de peñas sino todas andables y valles hermosísimos. Y así los valles como las montañas eran llenos de árboles altos y frescos, que era gloria mirarlos, y parecía que eran muchos pinales. Y también detrás del dicho Cabo del Pico, de la parte del Sueste, están dos isletas que terná cada una en cerco dos leguas y dentro de ellas tres maravillosos puertos y dos grandes ríos. En toda esta costa no vido poblado ninguno desde la mar; podría ser haberlo, y hay señales de ello, porque donde quiera que saltaban en tierra hallaban señales de haber gente y huegos muchos. Estimaba que la tierra que hoy vido de la parte del Sueste del Cabo de Campana era la isla que llamaban los indios Bohío: parécelo porque el dicho cabo está apartado de aquella tierra. Toda la gente que hasta hoy ha hallado diz que tiene grandísimo temor de los Caniba o Canima, y dicen que viven en esta isla de Bohío, la cual debe ser muy grande, según le parece, y cree que van a tomar a aquéllos a sus tierras y casas, como sean muy cobardes y no saber de armas. Y a esta causa le parecía que aquellos indios que traían no suelen poblarse a la costa de la mar, por ser vecinos a esta tierra, los cuales diz que después que le vieron tomar la vuelta de esta tierra no podían hablar temiendo que los habían de comer, y no les podía quitar el temor, y decían que no tenían sino un ojo y la cara de perro, y creía el Almirante que mentían, y sentía el Almirante que debían de ser del señorío del Gran Can, que los captivaban.

Martes 27 de noviembre .- Ayer al poner del sol llegó cerca de un cabo, que llamó Campana , y porque el cielo claro y el viento poco no quiso ir a tierra a surgir, aunque tenía de sotavento cinco o seis puertos maravillosos, porque se detenía más de lo que quería por el apetito y deleitación que tenía y recebía de ver y mirar la hermosura y frescura de aquellas tierras donde quiera que entraba, y por no se tardar en proseguir lo que pretendía. Por estas razones se tuvo aquella noche a la corda y temporejar hasta el día. Y porque las aguajes y corrientes lo habían echado aquella noche más de cinco o seis leguas al Sueste adelante de donde había anochecido y le había parecido la tierra de Campana; y allende aquel cabo parecía una grande entrada que mostraba dividir una tierra de otra y hacía como isla en medio, acordó volver atrás con viento Sudueste, y vino adonde le había parecido el abertura, y halló que no era sino una grande bahía y al cabo de ella, de la parte del Sueste, un cabo, en el cual hay una montaña alta y cuadrada que parecía isla. Saltó el viento en el Norte y tornó a tomar la vuelta del Sueste, por correr la costa y descubrir todo lo que allí hobiese. Y vido luego al pie de aquel Cabo de Campana un puerto maravilloso y un gran río, y de allí a un cuarto de legua otro río, y de allí a media legua otro río, y dende a media legua otro río, y dende a otra otro río, y dende a otro cuarto otro río, y dende a otra legua otro río grande, desde el cual hasta el Cabo de Campana habría veinte millas, y le quedan al Sueste. Y los más de estos ríos tenían grandes entradas y anchas y limpias, con sus puertos maravillosos para naos grandísimas, sin bancos de arena ni de peña ni restingas. Viniendo así por la costa a la parte del Sueste del dicho postrero río halló una grande población, la mayor que hasta hoy haya hallado, y vido venir infinita gente a la ribera de la mar dando grandes voces, todos desnudos, con sus azagayas en la mano. Deseó hablar con ellos y amainó las velas, y surgió y envió las barcas de la nao y de la carabela por manera ordenados que no hiciesen daño alguno a los indios ni lo recibiesen, mandando que les diesen algunas cosillas de aquellos resgates. Los indios hicieron ademanes de no los dejar saltar en tierra y resistillos. Y viendo que las barcas se allegaban más a tierra y que no les habían miedo, se apartaron de la mar. Y creyendo que saliendo dos o tres hombres de las barcas no temieran, salieron dos cristianos diciendo que no hobiesen miedo en su lengua, porque sabían algo de ella por la conversación de los que traen consigo. En fin, dieron todos a huir, que ni grande ni chico quedó. Fueron los tres cristianos a las casas, que son de paja y de la hechura de las otras que habían visto, y no hallaron a nadie ni cosa en alguna de ellas. Volviéronse a los navíos y alzaron velas a medio día para ir a un cabo hermoso que quedaba al Leste, que habría hasta él ocho leguas. Habiendo andado media legua por la misma bahía, vido el Almirante a la parte del Sur un singularísimo puerto, y de la parte del Sueste unas tierras hermosas a maravilla, así como una vega montuosa dentro en estas montañas, y parecían grandes humos y grandes poblaciones en ella, y las tierras muy labradas; por lo cual determinó de se bajar a este puerto y probar si podía haber lengua o práctica con ellos, el cual era tal que, si a los otros puertos había alabado, éste dice que alababa más con las tierras y templanza y comarca de ellas y población. Dice maravillas de la lindeza de la tierra y de los árboles, donde hay pinos y palmas, y de la grande vega, que aunque no es llana de llano que va al Surueste, pero es llana de montes llanos y bajos, la más hermosa cosa del mundo, y salen por ella muchas riberas de agua que descienden de estas montañas. Después de surgida la nao, saltó el Almirante en la barca para sondear el puerto, que es como una escodilla; y cuando fue frontero de la boca al Sur halló una entrada de un río que tenía de anchura que podía entrar una galera por ella y de tal manera que no se veía hasta que se llegase a ella y, entrando por ella tanto como longura de la barca tenía cinco brazas y de ocho de hondo. Andando por ella fue cosa maravillosa ver las arboledas y frescuras y el agua clarísima y las aves y la amenidad, que dice que le parecía que no quisiera salir de allí. Iba diciendo a los hombres que llevaba en su compañía que para hacer relación a los Reyes de las cosas que vían no bastarán mil lenguas a referillo ni su mano para lo escribir, que le parecía que estaba encantado. Deseaba que aquello vieran muchas otras personas prudentes y de crédito, de las cuales dice ser cierto que no encarecieran estas cosas menos que él. Dice más el Almirante aquí estas palabras: «Cuánto será el beneficio que de aquí se puede haber, yo no lo escribo. Es cierto, Señores Príncipes, que donde hay tales tierras que debe haber infinitas cosas de provecho; mas yo no me detengo en ningún puerto, porque querría ver todas las más tierras que yo pudiese para hacer relación de ellas a Vuestras Altezas, y también no sé la lengua, y la gente de estas tierras no me entienden ni yo ni otro que yo tenga a ellos. Y estos indios que yo traigo muchas veces les entiendo una cosa por otra al contrario, ni fío mucho de ellos, porque muchas veces han probado a fugir. Mas agora, placiendo a Nuestro Señor, veré lo más que yo pudiere, y poco a poco andaré entendiendo y conociendo y faré enseñar esta lengua a persona de mi casa, porque veo que es toda lengua una fasta aquí; y después se sabrá los beneficios y se trabajará de hacer todos estos pueblos cristianos porque de ligero se hará, porque ellos no tienen secta ninguna ni son idólatras, y Vuestras Altezas mandarán hacer en estas partes ciudad e fortaleza y se convertirán estas tierras. Y certifico a Vuestras Altezas que debajo del sol no me parece que las puede haber mejores en fertilidad, en temperancia de frío y calor, en abundancia de aguas buenas y sanas, y no como los ríos de Guinea, que son todos pestilencia, porque, loado Nuestro Señor, hasta hoy de toda mi gente no ha habido persona que le haya mal la cabeza ni estado en cama por dolencia, salvo un viejo de dolor de piedra, de que él estaba toda su vida apasionado; y luego sanó al cabo de dos días. Esto que digo es en todos tres navíos. Así que placerá a Dios que Vuestras Altezas enviarán acá o vernán hombres doctos y verán después la verdad de todo. Y porque atrás tengo hablado del sitio de villa e fortaleza en el río de Mares por el buen puerto y por la comarca, es cierto que todo es verdad lo que yo dije, mas no ha ninguna comparación de allá aquí, ni de la mar de Nuestra Señora; porque aquí debe haber infra la tierra grandes poblaciones y gente innumerable y cosas de grande provecho, porque aquí, en todo lo otro descubierto y tengo esperanza de descubrir antes que yo vaya a Castilla, digo que terná la cristiandad negociación en ellas, cuanto más la España, a quien debe estar sujeto todo. Y digo que Vuestras Altezas no deben consentir que aquí trate ni faga pie ningún extranjero, salvo católicos cristianos, pues esto fue el fin y el comienzo del propósito, que fuese por acrecentamiento y gloria de la religión cristiana, ni venir a estas partes ninguno que no sea buen cristiano». Todas son sus palabras. Subió allí por el río arriba y halló unos brazos del río, y, rodeando el puerto, halló a la boca del río estaban unas arboledas muy graciosas como una muy deleitable huerta, y allí halló una almadía o canoa hecha de un madero tan grande como una fusta de doce bancos, muy hermosa, varada debajo de una atarazana o ramada hecha de madera y cubierta de grandes hojas de palma, por manera que ni el sol ni el agua le podían hacer daño. Y dice que allí era el propio lugar para hacer una villa o ciudad y fortaleza por el buen puerto, buenas aguas y tierras, buenas comarcas y mucha leña.

Miércoles 28 de noviembre .- Estúvose en aquel puerto aquel día porque llovía y hacía gran cerrazón, aunque podía correr toda la costa con el viento, que era Sudueste; y fuera a popa, pero porque no pudiera ver bien la tierra, y no sabiéndola es peligroso a los navíos, no se partió. Salieron a tierra la gente de los navíos y entraron algunos de ellos un rato por la tierra adentro a lavar su ropa. Hallaron grandes poblaciones y las casas vacías, porque se habían huido todos. Tornáronse por otro río abajo, mayor que aquel donde estaban en el puerto.

Jueves 29 de noviembre .- Porque llovía y el cielo estaba de la manera cerrado, no se partió. Llegaron algunos de los cristianos a otra población cerca de la parte de Norueste, y hallaron en las casas a nadie ni nada. Y en el camino toparon con un viejo que no les pudo huir; tomáronle y dijéronle que no le querían hacer mal, y diéronle algunas cosillas del resgate y dejáronlo. El Almirante quisiera vello para vestillo y tomar lengua de él, porque le contentaba mucho la felicidad de aquella tierra y disposición que para poblar en ella había, y juzgaba que debía de haber grandes poblaciones. Hallaron en una casa un pan de cera, que trujo a los Reyes, y dice que donde cera hay también debe haber otras mil cosas buenas. Hallaron también los marineros en una casa una cabeza de hombre dentro de un cestillo cubierto con otro cestillo y colgado de un poste de la casa, y de la misma manera hallaron otra en otra población. Creyó el Almirante que debía ser de algunos Principales del linaje, porque aquellas casas eran de manera que se acogen en ella mucha gente en una sola, y deben ser parientes descendientes de uno solo.

Viernes 30 de noviembre .- No se pudo partir, porque el viento era Levante muy contrario a su camino. Envió ocho hombres bien armados y con ellos dos indios de los que traía, para que viesen aquellos pueblos de la tierra dentro y por haber lengua. Llegaron a muchas casas y no hallaron a nadie ni nada, que todos se habían huido. Vieron cuatro mancebos que estaban cavando en sus heredades. Así como vieron los cristianos dieron a huir; no los pudieron alcanzar. Anduvieron diz que mucho camino. Vieron muchas poblaciones y tierra fertilísima y toda labrada y grandes riberas de agua, y cerca de una vieron una almadia o canoa de noventa y cinco palmos de longura de un solo madero, muy hermosa, y que en ella cabrían y navegaran ciento cincuenta personas.

Sábado 1 de diciembre .- No se partió, por la misma causa del viento contrario y porque llovía mucho. Asentó una cruz grande a la entrada de aquel puerto que creo llamó el Puerto Santo , sobre unas peñas vivas. La punta es aquella que está a la parte del Sueste, a la entrada del puerto, y quien hobiere de entrar en este puerto se debe llegar más sobre la parte del Norueste a aquella punta que sobre la otra del Sueste; puesto que al pie de ambas, junto con la peña, hay doce brazas de hondo y muy limpio. Más a la entrada del puerto, sobre la punta del Sueste, hay una baja que sobreagua, la cual dista de la punta tanto que se podría pasar entre medias, habiendo necesidad, porque al pie de la baja y del cabo todo es fondo de doce y de quince brazas, y a la entrada se ha de poner la proa al Sudeste.

Domingo 2 de diciembre .- Todavía fue contrario el viento y no pudo partir; dice que todas noches del mundo vienta terral, y que todas las naos que allí estuvieren no hayan miedo de toda la tormenta de mundo, porque no puede recalar dentro por una baja que está al principio del puerto, etc. En la boca de aquel río diz que halló un grumete ciertas piedras que parecen tener oro; trújolas para mostrar a los Reyes. Dice que hay por allí, a tiro de lombarda, grandes ríos.

Lunes 3 de diciembre .- Por causa de que hacía siempre tiempo contrario, no partía de aquel puerto, y acordó de ir a ver un cabo muy hermoso un cuarto de legua del puerto de la parte del Sueste. Fue con las barcas y alguna gente armada. Al pie del cabo había una boca de un buen río, puesta la proa al Sueste para entrar, y tenía cien pasos de anchura; tenía una braza de fondo a la entrada o en la boca, pero dentro había doce brazas, o cinco, y cuatro, y dos, y cabrían en él cuantos navíos hay en España. Dejando un brazo de aquel río fue al Sueste y halló una caleta en que vido cinco muy grandes almadías que los indios llaman canoas, como fustas muy hermosas y labradas que diz era placer vellas, y al pie del monte vido todo labrado. Estaban debajo de árboles muy espesos, y yendo por un camino que salía a ellas, fueron a dar a una atarazana muy bien ordenada y cubierta que ni sol ni agua no les podía hacer daño, y debajo de ella había otra canoa hecha de un madero como las otras, como una fusta de diez y siete bancos. Era placer ver las labores que tenía y su hermosura. Subió una montaña arriba y después hallóla toda llana y sembrada de muchas cosas de la tierra y calabazas, que era gloria vella; y en medio de ella estaba una gran población. Dio de súbito sobre la gente del pueblo, y, como los vieron, hombres y mujeres dan de huir. Aseguróles el indio que llevaba consigo de los que traía, diciendo que no hobiesen miedo, que gente buena era. Hízolos dar el Almirante cascabeles y sortijas de latón y contezuelas de vidrio verdes y amarillas, con que fueron muy contentos, visto que no tenían oro ni otra cosa preciosa y que bastaba dejallos seguros y que toda la comarca era poblada y huidos los demás de miedo (y certifica el Almirante a los Reyes que diez hombres hagan huir a diez mil: tan cobardes y medrosos son que ni traen armas, salvo unas varas, y en el cabo de ellas un palillo agudo tostado), acordó volverse. Dice que las varas se las quitó todas con buena maña, resgatándoselas de manera que todas las dieron. Tornados adonde habían dejado las barcas, envió ciertos cristianos al lugar por donde subieron, porque le había parecido que había visto un gran colmenar. Antes que viniesen los que había enviado, ayuntáronse muchos indios y vinieron a las barcas donde ya se había el Almirante recogido con su gente toda; uno de ellos se adelantó en el río junto con la popa de la barca e hizo una grande plática que el Almirante no entendía, salvo que los otros indios de cuando en cuando alzaban las manos al cielo y daban una grande voz. Pensaba el Almirante que lo aseguraban y que les placía de su venida; pero vido al indio que consigo traía demudarse la cara y amarillo como la cera, y temblaba mucho, diciendo por señas que el Almirante se fuese fuera del río, que los querían matar, y llegóse a un cristiano que tenía una ballesta armada y mostróla a los indios, y entendió el Almirante que los decía que los matarían todos, porque aquella ballesta tiraba lejos y mataba. También tomó una espada y la sacó de la vaina, mostrándola diciendo lo mismo; lo cual oído por ellos dieron todos a huir, quedando todavía temblando el dicho indio de cobardía y poco corazón, y era hombre de buena estatura y recio. No quiso el Almirante salir del río; antes hizo remar en tierra hacia donde ellos estaban, que eran muy muchos, todo teñidos de colorado y desnudos como su madre los parió, y algunos de ellos con penachos en la cabeza y otras plumas, todos con sus manojos de azagayas. «Lleguéme a ellos y diles algunos bocados de pan y demandéles las azagayas, y dábales por ellas a unos un cascabelito, a otros una sortijuela de latón, a otros unas contezuelas; por manera que todos se apaciguaron y vinieron todos a las barcas y daban cuanto tenían porque que quiera que les daban. Los marineros habían muerto una tortuga y la cáscara estaba en la barca en pedazos, y los grumetes dábanles de ella como la uña y los indios les daban un manojo de azagayas. Ellos son gente como los otros que he hallado -dice el Almirante-, y de la misma creencia, y creían que veníamos del cielo; y de lo que tienen luego lo dan por cualquier cosa que les den, sin decir que es poco, y creo que así harían de especería y de oro si lo tuviesen. Vide una casa hermosa no muy grande y de dos puertas, porque así son todas, y entré en ella y vide una obra maravillosa, como cámaras hechas por una cierta manera que no lo sabría decir, y colgando al cielo de ella caracoles y otras cosas. Yo pensé que era templo, y los llamé y dije por señas si hacían en ella oración; dijeron que no, y subió uno de ellos arriba y me daba todo cuanto allí había, y de ello tomé algo».

Martes 4 de diciembre .- Hízose a la vela con poco viento y salió de aquel puerto que nombró Puerto Santo . A las dos leguas vido un buen río de que ayer habló: fue de luengo de costa y corríase toda la tierra, pasado el dicho cabo, Lesueste y Ouesnoroeste hasta el Cabo Lindo, que está al cabo del Monte al Leste cuarta del Sueste, y hay de uno a otro cinco leguas. Del cabo del Monte a legua y media hay un gran río algo angosto; pareció que tenía buena entrada y era muy hondo. Y de allí a tres cuartos de legua, vido otro grandísimo río, y debe venir de muy lejos. En la boca tenía bien cien pasos y en ella ningún banco, y en la boca ocho brazas y buena entrada: porque lo envió a ver y sondar con la barca, y tiene el agua dulce hasta dentro en la mar, y es de los caudalosos que había hallado, y debe haber grandes poblaciones. Después del Cabo Lindo hay una grande bahía que sería buen paso por Lesnordeste y Sueste y Sursudeste.

Miércoles 5 de diciembre .- Toda esta noche anduvo a la corda sobre el Cabo Lindo, adonde anocheció, por ver la tierra que iba al Leste; y al salir del sol vido otro cabo al Leste a dos leguas y media. Pasado aquél, vido que la costa volvía al Sur y tomaba del Sudueste, y vido luego un cabo muy hermoso y alto a la dicha derrota, y distaba de ese otro siete leguas. Quisiera ir allá, pero por el deseo que tenía de ir a la isla de Babeque, que le quedaba, según decían los indios que llevaba, al Nordeste, lo dejó. Tampoco pudo ir al Babeque, porque el viento que llevaba era Nordeste. Yendo así, miró al Sueste y vido tierra y era una isla muy grande, de la cual tenía diz que información de los indios, a que llamaban ellos Bohío, poblada de gente. De esta gente diz que los de Cuba o Juana y de todas esotras islas tienen gran miedo, porque diz que comían los hombres. Otras cosas le contaban los dichos indios, por señas, muy maravillosas: mas el Almirante no diz que las creía, sino que debían tener más astucia y mejor ingenio los de aquella isla Bohío para los captivar que ellos, porque eran muy flacos de corazón. Así que porque el tiempo era Nordeste y tomaba del Norte, determinó dejar a Cuba o Juana, que hasta entonces había tenido por tierra firme por su grandeza, porque bien habría andado en un paraje ciento y veinte leguas; y partió al Sueste cuarta del Leste, puesto que la tierra que él había visto se hacía al Sueste, daba este resguardo porque siempre y el viento rodea del Norte para el Nordeste y de allí al Leste y Sueste. Cargó mucho el viento y llevaba todas sus velas, la mar llana y la corriente que le ayudaba, por manera que hasta la una después de medio día desde la mañana hacía de camino ocho millas por hora, y eran seis horas aún no cumplidas, porque dicen que allí eran las noches cerca de quince horas. Después anduvo diez millas por hora; y así andaría hasta poner del sol ochenta y ocho millas, que son veintidós leguas, todo al Sueste. Y porque se hacía noche, mandó a la carabela Niña que se adelantase para ver con el día el puerto, porque era velera, y llegando a la boca del puerto, que era como la bahía de Cádiz, y porque era ya de noche, envió a su barca que sondase el puerto, la cual llevó lumbre de candela; y antes que el Almirante llegase adonde la carabela estaba barloventando y esperando que la barca le hiciese señas para entrar en el puerto, apagósele la lumbre a la barca. La carabela, como no vido lumbre, corrió de largo e hizo lumbre al Almirante, y, llegado a ella contaron lo que había acaecido. Estando en esto, los de la barca hicieron otra lumbre: la carabela fue a ella, y el Almirante no pudo, y estuvo toda aquella noche barloventeando.

Jueves 6 de diciembre .- Cuando amaneció, se halló cuatro leguas del puerto, púsole nombre Puerto María , y vido un cabo hermoso al Sur, cuarta del Sudeste, al cual puso nombre Cabo de la Estrella , y parecióle que era la postrera tierra de aquella isla hacia el Sur; y estaría el Almirante de él veintiocho millas. Parecióle otra tierra como isla no grande al Leste, y estaría de él cuarenta millas. Quedábale otro cabo muy hermoso y bien hecho, a quien puso nombre Cabo del Elefante , al Leste, cuarta del Sudeste, y distábale ya cincuenta y cuatro millas. Quedábale otro cabo al Lesueste, al que puso nombre del Cabo de Cinquin ; estaría de él veintiocho millas. Quedábale una gran escisura o abertura o abra a la mar, que le pareció ser río, el Sueste, y tomaba de la cuarta del Leste, habría de él a la abra veinte millas. Parecíale que entre el Cabo del Elefante del de Cinquin había una grandísima entrada, y algunos de los marineros decían que eran apartamiento de isla; aquélla puso por nombre la Isla de la Tortuga . Aquella isla grande parecía altísima tierra, no cerrada con montes, sino rasa como hermosas campiñas, y parece toda labrada o grande parte de ella, y parecían las sementeras como trigo en el mes de mayo en la campiña de Córdoba. Viéronse muchos fuegos aquella noche, y de día muchos humos como atalayas, que parecía estar sobre aviso de alguna gente con quien tuviesen guerra. Toda la costa de esta tierra va al Leste. A hora de vísperas entró en el puerto dicho, y púsole nombre Puerto de San Nicolao , porque era día de San Nicolás, por honra suya, y a la entrada de él se maravilló de su hermosura y bondad. Y aunque tiene mucho alabados los puertos de Cuba, pero sin duda dice él que no es menos éste, antes los sobrepuja y ninguno le es semejante. En boca y entrada tiene legua y media de ancho, y se pone la proa al Sursueste, puesto que por la grande anchura se puede poner la proa adonde quisieren. Va de esta manera al Sursueste dos leguas; y a la entrada de él por la parte del Sur se hace como una angla, y de allí se sigue así igual hasta el cabo, adonde está una playa muy hermosa y un campo de árboles de mil maneras y todos cargados de frutas, que creía el Almirante ser de especería y nueces moscadas, sino que no estaban maduras y no se conocía, y un río en medio de la playa. El hondo de este puerto es maravilloso, que hasta llegar a la tierra en longura de una […] [Nota:

Vacío en el texto original.

] no llegó la sondaresa o plomada al fondo con cuarenta brazas, y hay hasta esta longura el hondo de quince brazas y muy limpio; y así es todo el dicho puerto de cada cabo hondo dentro a una pasada de tierra de quince brazas, y limpio; y de esta manera es toda la costa, muy hondable y limpia, que no parece una sola baja, y al pie de ella, tanto como longura de un remo de barca de tierra, tiene cinco brazas, y después de la longura de dicho puerto, yendo al Sursueste, en la cual longura pueden barloventear mil carracas, baja un brazo del puerto al Nordeste por la tierra dentro de una grande media legua, y siempre en una misma anchura, como que lo hicieran por un cordel, el cual queda de manera que, estando en aquel brazo, que será de anchura de veinticinco pasos, no se puede ver la boca de la entrada grande, de manera que queda puerto cerrado, y el fondo de este brazo es así en el comienzo hasta el fin de once brazas, y todo base o arena limpia, y hasta tierra y poner los bordos en las hierbas tiene ocho brazas. Es todo el puerto muy airoso y desabahado, de árboles raso. Toda esta isla le pareció de más peñas que ninguna otra que haya hallado: los árboles más pequeños, y muchos de ellos de la naturaleza de España, como carrascos y madroños y otros, y lo mismo de las hierbas. Es tierra muy alta, y toda campiña o rasa y de muy buenos aires, y no se ha visto tan frío como allí, aunque no es de contar por frío, mas díjole al respecto de las otras tierras. Hacía enfrente de aquel puerto, una hermosa vega, y en medio de ella el río susodicho; y en aquella comarca (dice) debe haber grandes poblaciones según se veían las almadías con que navegan tantas y tan grandes de ellas como una fusta de quince bancos. Todos los indios huyeron y huían como vían los navíos. Los que consigo de las isletas traía tenían tanta gana de ir a su tierra que pensaba (dice el Almirante) que, después que se partiesen de allí, los tenía de llevar a sus casas, y que ya lo tenían por sospechoso porque no llevaba el camino de su casa, por lo cual dice que ni les creía lo que le decían, ni los entendía bien ni ellos a él, y diz que habían el mayor miedo del mundo de la gente de aquella isla. Así que, por querer haber lengua con la gente de aquella isla, le fuera necesario detenerse algunos días en aquel puerto, pero no lo hacía por ver mucha tierra y por dudar que el tiempo le duraría. Esperaba en Nuestro Señor que los indios que traía sabrían su lengua y él la suya, y después tornaría, y hablará con aquella gente, y placerá a Su Majestad (dice él) que hallará algún buen resgate de oro antes que vuelva.

Viernes 7 de diciembre .- Al rendir del cuarto del alba, dio las velas y salió de aquel Puerto de San Nicolás y navegó con el viento Sudueste al Nordeste dos leguas, hasta un cabo que hace el Carenero, y quedábale al Sueste un angla y el Cabo de la Estrella al Sudueste, y distaba del Almirante veinte y cuatro millas. De allí navegó al Leste, luengo de costa hasta el cabo Cinquin, que sería cuarenta y ocho millas; verdad es que las veinte fueron al Leste cuarta del Nordeste, y aquella costa es tierra toda muy alta y muy grande fondo; hasta dar en tierra es de veinte y treinta brazas, y fuera tanto como un tiro de lombarda no se halla fondo, lo cual todo lo probó el Almirante aquel día por la costa, mucho a su placer con el viento Sudueste. El angla que arriba dijo llega diz que al Puerto de San Nicolás tanto como tiro de una lombarda, que si aquel espacio se atajase e cortase quedaría hecho isla, lo demás bojaría en el cerco tres o cuatro millas. Toda aquella tierra era muy alta y no de árboles grandes sino como carrascos y madroños, propia, diz, tierra de Castilla. Antes que llegase al dicho Cabo de Cinquin con dos leguas, halló una agrezuela como la abertura de una montaña, por la cual descubrió un valle grandísimo, y vídolo todo sembrado como cebadas, y sintió que debía de haber en aquel valle grandes poblaciones, y a las espaldas de él había grandes montañas y muy altas. Y cuando llego al Cabo de Cinquin, lo demoraba el Cabo de la Tortuga al Nordeste, y habría treinta y dos millas, y sobre este Cabo Cinquin, a tiro de una lombarda, está una peña en la mar que sale en alto que se puede ver bien; y, estando el Almirante sobre dicho cabo, la demoraba el Cabo del Elefante al Leste, cuarta del Sueste, y habría hasta él setenta millas, y toda tierra muy alta. Y a cabo de seis leguas, halló una grande angla, y vido por la tierra dentro muy grandes valles y campiñas y montañas altísimas, todo a semejanza de Castilla. Y dende a ocho millas, halló un río muy hondo, sino que era angosto, aunque bien pudiera entrar en él una carraca, y la boca todavía sin banco ni bajas. Y dende a diez y seis millas, halló un puerto muy ancho y muy hondo, hasta no hallar fondo en la entrada ni a las bordas a tres pasos, salvo quince brazas, y va dentro un cuarto de legua. Y puesto que fuese aún muy temprano, como la una después de medio día, y el viento era a popa y recio, pero porque el cielo mostraba querer llover mucho y habría gran cerrazón, que es peligrosa aun para la tierra que se sabe, cuanto más en la que no se sabe, acordó entrar en el puerto, al cual llamó Puerto de la Concepción , y salió a tierra en un río no muy grande que está al cabo del puerto, que viene por una vegas y campiñas que era una maravilla ver su hermosura. Llevó redes para pescar, y antes que llegase a tierra saltó una lisa como las de España propia en la barca, que hasta entonces no había visto pece que pareciese a los de Castilla. Los marineros pescaron y mataron otras, y lenguados y otros peces como los de Castilla. Anduvo un poco por aquella tierra que es toda labrada, y oyó cantar el ruiseñor y otros pajaritos como los de Castilla. Vieron cinco hombres, mas no les quisieron aguardar sino huir. Halló arrayán y otros árboles y hierbas como los de Castilla, y así es la tierra y las montañas.

Sábado 8 de diciembre .- Allí en aquel puerto les llovió mucho con viento Norte muy recio: el puerto es seguro de todos los vientos excepto norte, puesto que no le puede hacer daño alguno, porque la resaca es grande, que no da lugar a que la nao labore sobre las amarras ni el agua del río. Después de media noche se tornó el viento al Nordeste y después al Leste, de los cuales vientos es aquel puerto bien abrigado por la isla de la Tortuga, que está frontera treinta y seis millas.

Domingo 9 de diciembre .- Este día llovió e hizo tiempo de invierno como en Castilla por octubre. No había visto población sino una casa muy hermosa en el Puerto de San Nicolás, y mejor hecha que en otras partes de las que había visto. La isla es muy grande, y dice el Almirante que no será mucho que boje doscientas leguas: ha visto que es toda muy labrada; creía que debían ser las poblaciones lejos de la mar de donde ven cuando llegaba, y así huían todos y llevaban consigo todo lo que tenían y hacían ahumadas como gente de guerra. Este puerto tiene en la boca mil pasos, que es un cuarto de legua: en ella ni hay banco ni baja, antes no se halla cuasi fondo hasta en tierra a la orilla de la mar, y hacia dentro, en luengo, va tres mil pasos todo limpio y basa que cualquiera nao puede surgir en él sin miedo y entrar sin resguardo. Al cabo de él tiene dos bocas de ríos que traen poca agua; enfrente de él hay una vegas las más hermosas del mundo y cuasi semejables a las tierras de Castilla, antes éstas tienen ventaja, por lo cual puso nombre a la dicha isla la Isla Española .

Lunes 10 de diciembre .- Ventó mucho el Nordeste, y hízole garrar las anclas medio cable, de que se maravilló el Almirante, y echólo a que las anclas estaban mucho a tierra y venía sobre ella el viento. Y visto que era contrario para ir donde pretendía, envió seis hombres bien aderezados de armas a tierra que fuesen dos o tres leguas dentro en la tierra para ver si pudieran haber lengua. Fueron y volvieron no habiendo hallado gente ni casas: hallaron empero unas cabañas y caminos muy anchos y lugares donde habían hecho lumbre muchos; vieron las mejores tierras del mundo y hallaron árboles de almáciga muchos, y trujeron de ella y dijeron que había mucha, salvo que no es agora el tiempo para cogella, porque no cuaja.

Martes 11 de diciembre .- No partió por el viento, que todavía era Leste y Nordeste. Frontero de aquel puerto, como está dicho, está la isla de la Tortuga, y parece grande isla, y va la costa de ella cuasi como la Española, y puede haber de la una a la otra, a lo más, diez leguas; conviene a saber, desde el Cabo de Cinquin a la cabeza de la Tortuga; después la costa de ella se corre al Sur. Dice que quería ver aquel entremedio destas dos islas por ver la isla Española, que es la más hermosa cosa del mundo, y porque según le decían los indios que traía, por allí se había de ir a la isla de Babeque, los cuales le decían que era isla muy grande y de muy grandes montañas y ríos y valles, y decían que la isla de Bohío era mayor que la Juana a que llaman Cuba, y que no está cercada de agua, y parece dar a entender ser tierra firme, que es aquí detrás de esta Española a que ellos llaman Caritaba, y que es cosa infinita, y cuasi traen razón que ellos sean trabajados de gente astuta, porque todas estas islas viven con gran miedo de los de Caniba, y así torno a decir como otras veces dije, dice él, que Caniba no es otra cosa sino la gente del Gran Can, que debe ser aquí muy vecino, y terná navíos y vernán a captivarlos, y como no vuelven creen que se los han comido. Cada día entendemos más a estos indios y ellos a nosotros, puesto que muchas veces hayan entendido uno por otro (dice el Almirante). Envió gente a tierra, hallaron mucha almáciga sin cuajarse; dice que las aguas le deben hacer, y que en Xió lo cogen por marzo, y que en enero la cogerían en aquestas tierras por ser tan templadas. Pescaron muchos pescados como los de Castilla, albures, salmones, pijotas, gallos, pámpanos, lisas, corbinas, camarones, y vieron sardinas; hallaron mucho linaloe.

Miércoles 12 de diciembre .- No partió aqueste día, por la misma causa del viento contrario dicha. Puso una gran cruz a la entrada del puerto de la parte del Oueste, en un alto muy vistoso, «en señal (dice él) que Vuestras Altezas tienen la tierra por suya, y principalmente por señal de Jesucristo Nuestro Señor y honra de la Cristiandad»; la cual puesta, tres marineros metieron por el monte a ver los árboles y hierbas, y oyeron un gran golpe de gente, todos desnudos como los de atrás, a los cuales llamaron e fueron tras ellos, pero dieron los indios a huir. Y, finalmente tomaron una mujer, que no pudieron más, porque yo (él dice) les había mandado que tomasen algunos para honrallos y hacelles perder el miedo y si hobiesen alguna cosa de provecho, como no parece poder ser otra cosa según la fermosura de la tierra; y así trujeron una mujer muy moza y hermosa a la nao, y habló con aquellos indios, porque todos tenían una lengua. Hízola el Almirante vestir y diole cuentas de vidrio y cascabeles y sortijas de latón y tornóla enviar a tierra muy honradamente, según su costumbre; envió algunas personas de la nao con ella, y tres de los indios que llevaba consigo, porque hablasen con aquella gente. Los marineros que iban en la barca, cuando la llevaban a tierra, dijeron al Almirante que ya no quisiera salir de la nao sino quedarse con las otras mujeres indias que había hecho tomar en el puerto de Mares de la isla Juana de Cuba. Todos estos indios que venían con aquella india diz que venían en una canoa, que es su carabela, en que navegan de alguna parte, y cuando asomaron a la entrada del puerto y vieron los navíos, volviéronse atrás y dejaron la canoa por allí en algún lugar y fuéronse camino de su población. Ella mostraba el paraje de la población. Traía esta mujer un pedacito de oro en la nariz, que era señal que había en aquella isla oro.

Jueves 13 de diciembre .- Volvieron los tres hombres que había enviado el Almirante con la mujer a tres horas de la noche, y no fueron con ella hasta la población, porque les pareció lejos o porque tuvieron miedo. Dijeron que otro día vernían mucha gente a los navíos, porque ya debían de estar asegurados por las nuevas que daría la mujer. El Almirante, con deseo de saber si había alguna cosa de provecho en aquella tierra, y por haber alguna lengua con aquella gente por ser la tierra tan hermosa y fértil, y tomasen gana de servir a los Reyes, determinó de tornar a enviar a la población, confiando en las nuevas que la india habría dado de los cristianos ser buena gente, para lo cual escogió nueve hombres bien aderezados de armas y aptos para semejante negocio, con los cuales fue un indio de los que traía. Éstos fueron a la población que estaba cuatro leguas y media a Sueste, la cual hallaron en un grandísimo valle y vacía, porque, como sintieron ir los cristianos, todos huyeron, dejando cuanto tenían, la tierra dentro. La población era de mil casas y de más de mil hombres. El indio que llevaban los cristianos corrió tras ellos dando voces, diciendo que no hobiesen miedo, que los cristianos no eran de Cariba, mas antes eran del cielo, y que daban muchas cosas hermosas a todos los que hallaban. Tanto les imprimió lo que decía, que se aseguraron y vinieron junto de ellos más de dos mil, y todos venían a los cristianos y les ponían las manos sobre la cabeza, que era señal de gran reverencia y amistad, los cuales estaban todos temblando hasta que mucho los aseguraron. Dijeron los cristianos que, después que ya estaban sin temor, iban todos a sus casas, y cada uno les traía de lo que tenía de comer, que es pan de niames, que son unas raíces como rábanos grandes que nacen, que siembran y nacen y plantan en todas sus tierras, y es su vida, y hacen de ellas pan y cuecen y asan y tienen sabor propio de castañas, y no hay quien no crea comiéndolas que no sean castañas. Dábanles pan y pescado y de lo que tenían. Y porque los indios que traía en el navío tenían entendido que el Almirante deseaba tener algún papagayo, parece que aquel indio que iba con los cristianos díjoles algo de esto, y así les trujeron papagayos y los daban cuanto les pedían sin querer nada por ello. Rogábanles que no se viniesen aquella noche y que les darían otras muchas cosas que tenían en la sierra. Al tiempo que toda aquella gente estaba junta con los cristianos vieron venir una gran batalla o multitud de gente con el marido de la mujer que había el Almirante honrado y enviado, la cual traían caballera sobre sus hombros, y venían a dar gracias a los cristianos por la honra que el Almirante le había hecho y dádivas que le había dado. Dijeron los cristianos al Almirante que era toda gente más hermosa y de mejor condición que ninguna otra de las que habían hasta allí hallado; pero dice el Almirante que no sabe cómo puedan ser de mejor condición que las otras, dando a entender que todas las que habían en las otras islas hallado era de muy buena condición. Cuando a la hermosura, decían los cristianos que no había comparación, así en los hombres como en las mujeres, y que son blancos más que los otros, y que entre los otros vieron dos mujeres mozas tan blancas como podían ser en España. Dijeron también de la hermosura de las tierras que vieron que ninguna comparación tienen las de Castilla las mejores en hermosura y en bondad, y el Almirante así lo vía por las que ha visto y por las que tenía presentes, y decíanle que las que vía ninguna comparación tenían con aquellas de aquel valle, ni la campiña de Córdoba llegaba aquélla con tanta diferencia como tiene el día de la noche. Decían que todas aquellas tierras estaban labradas y que por medio de aquel valle pasaba un río muy ancho y grande que podía regar todas las tierras. Estaban todos los árboles verdes y llenos de fruta y las hierbas todas floridas y muy altas; los caminos muy anchos y buenos los aires eran como en abril en Castilla, cantaba el ruiseñor y otros pajaritos como en el dicho mes en España, que dicen que era la mayor dulzura del mundo. Las noches cantaban algunos pajaritos suavemente; los grillos y ranas se oían muchas; los pescados como en España. Vieron muchos almácigos y linaloe y algodonales; oro no hallaron, y no es maravilla en tan poco tiempo no se halle. Tomó aquí el Almirante experiencia de qué horas era el día y la noche y de sol a sol; halló que pasaron veinte ampolletas, que son de a media hora, aunque dice que allí puede haber defecto, porque o no la vuelven presto o deja de pasar algo. Dice también que halló por el cuadrante que estaba de la línea equinocial treinta y cuatro grados.

Viernes 14 de diciembre .- Salió de aquel Puerto de la Concepción con terral, y luego desde a poco calmó, y así lo experimentó cada día de los que por allí estuvo. Después vino viento Levante; navegó con él al Nornordeste, llegó a la isla de la Tortuga, vido una punta de ella que llamó la Punta Pierna , que estaba al Lesnordeste de la cabeza de la isla, y habría doce millas, y de allí descubrió otra punta que llamó la Punta Lanzada , en la misma derrota del Nordeste, que habría diez y seis millas. Y así desde la cabeza de la Tortuga hasta la Punta Aguda habría cuarenta y cuatro millas, que son once leguas al Lesnordeste. En aquel camino había algunos pedazos de playa grandes. Esta isla de la Tortuga es tierra muy alta, pero no montañosa, y es muy hermosa y muy poblada de gente como la de la isla Española, y la tierra así toda labrada, que parecía ver la campiña de Córdoba. Visto que el viento le era contrario y no podía ir a la isla Baneque, acordó tornarse al Puerto de la Concepción, de donde había salido, y no pudo cobrar un río que está de la parte del Leste del dicho dos leguas.

Sábado 15 de diciembre .- Salió del puerto de la Concepción otra vez para su camino, pero, en saliendo del puerto, ventó Leste recio su contrario, y tomó la vuelta de la Tortuga hasta ella, y de allí dio vuelta para ver aquel río que ayer quisiera ver y tomar y no pudo, y de esta vuelta tampoco lo pudo tomar, aunque surgió media legua de sotaviento en una playa, buen surgidero y limpio. Amarrados sus navíos, fue con las barcas a ver el río, y entró por un brazo de mar que está antes de media legua, y no era la boca. Volvió, y halló la boca que no tenía aún una braza, y venía muy recio; entró con las barcas por él, para llegar a las poblaciones que los que antier había enviado habían visto, y mandó echar la sirga en tierra, y, tirando los marineros de ella, subieron las barcas dos tiros de lombarda, y no pudo andar más por la reciura del corriente del río. Vido algunas casas y el valle grande donde están las poblaciones, y dijo que otra cosa más hermosa no había visto, por medio del cual valle viene aquel río. Vido también gente a la entrada del río, más todos dieron a huir. Dice más, que aquella gente debe ser muy cazada, pues vive con tanto temor, porque en llegando que llegan a cualquier parte, luego hacen ahumadas de las atalayas por toda la tierra, y esto más en esta isla Española y en la Tortuga, que también es grande isla, que en las otras que atrás dejaba. Puso nombre al valle Valle del Paraíso , y al río Guadalquivir , porque diz que así viene tan grande como Guadalquivir por Córdoba, y las veras o riberas de él playa de piedras muy hermosas, y todo andable.

Domingo 16 de diciembre .- A la media noche, con el ventezuelo de tierra, dio las velas por salir de aquel golfo, y viniendo del bordo de la isla Española yendo a la bolina, porque luego a hora de tercia ventó Leste, a medio golfo halló una canoa con un indio solo en ella, de que se maravillaba el Almirante cómo se podía tener sobre el agua siendo el viento grande. Hízolo meter en la nao a él y su canoa, y halagado, diole cuentas de vidrio, cascabeles y sortijas de latón y llevólo en la nao hasta tierra a una población que estaba de allí diez y seis millas junto a la mar, donde surgió el Almirante y halló buen surgidero en la playa junto a la población, que parecía ser de nuevo hecha, porque todas las casas eran nuevas. El indio fuese luego con su canoa a tierra y da nuevas del Almirante y de los cristianos, por ser buena gente, puesto que ya las tenían por lo pasado de las otras donde habían ido los seis cristianos, y luego vinieron más de quinientos hombres, y desde a poco vino el rey de ellos, todos en la playa junto a los navíos, porque estaban surgidos muy cerca de tierra. Luego uno a uno, y muchos a muchos, venían a la nao sin traer consigo cosa alguna, puesto que algunos traían algunos granos de oro finísimo en las orejas y en la nariz, el cual luego daban de buena gana. Mandó hacer honra a todos el Almirante, y dice él porque son la mejor gente del mundo y más mansa; y sobre todo, que tengo mucha esperanza en Nuestro Señor que Vuestras Altezas los harán todos cristianos, y serán todos suyos, que por suyos los tengo. Vido también que el dicho rey estaba en la playa, que todos le hacían acatamiento. Envióle un presente el Almirante, el cual diz que recibió con mucho estado, y que sería mozo de hasta veintiún años, y que tenía un ayo viejo y otros consejeros que le aconsejaban y respondían, y que él hablaba muy pocas palabras. Uno de los indios que traía el Almirante habló con él, le dijo que cómo venían los cristianos del cielo, y que andaba en busca de oro y quería ir a la isla de Baneque; y él respondió que bien era, y que en la dicha isla había mucho oro, el cual amostró al alguacil del Almirante que le llevó el presente, el camino que había de llevar, y que en dos días iría de allí a ella, y que si de su tierra había menester algo lo daría de muy buena voluntad. Este rey y todos los otros andaban desnudos como sus madres los parieron, y así las mujeres, sin algún empacho, y son los más hermosos hombres y mujeres que hasta allí hobieron hallado: harto blancos, que si vestidos anduviesen y guardasen del sol y del aire, serían cuasi tan blancos como en España, porque esta tierra es harto fría y la mejor que lengua puede decir. Es muy alta, y sobre el mayor monte podrían arar bueyes, y hecha toda a campiñas y valles. En toda Castilla no hay tierra que se pueda comparar a ella en hermosura y bondad. Toda esta isla y la de la Tortuga son todas labradas como la campiña de Córdoba. Tienen sembrado en ellas ajes, que son unos ramillos que plantan, y al pie de ellos nacen unas raíces como zanahorias, que sirven por pan, y rallan y amasan y hacen pan de ellas, y después tornan a plantar el mismo ramillo en otra parte y torna a dar cuatro o cinco de aquellas raíces que son muy sabrosas, propio gusto de castaña. Aquí las hay más gordas y buenas que había visto en ninguna parte, porque también diz que de aquellas había en Guinea. Las de aquel lugar eran tan gordas como la pierna, y aquella gente todos diz que eran gordos y valientes y no flacos, como los otros que antes había hallado, y de muy dulce conversación, sin secta. Y los árboles de allí diz que eran tan viciosos que las hojas dejaban de ser verdes y eran prietas de verdura. Era cosa de maravilla ver aquellos valles y los ríos buenas aguas, y las tierras para pan, para ganados de todas suertes, y de que ellos no tienen alguna, para huertas y para todas las cosas del mundo que el hombre sepa pedir. Después a la tarde vino el rey a la nao. El Almirante le hizo la honra que debía y le hizo decir cómo era de los Reyes de Castilla, los cuales eran los mayores príncipes del mundo. Mas ni los indios que el Almirante traía, que eran los intérpretes, creían nada, ni el rey tampoco, sino creían que venían del cielo y que los reinos de los reyes de Castilla eran en el cielo y no en este mundo. Pusiéronle de comer al rey de las cosas de Castilla y él comía un bocado y después dábalo todo a sus consejeros y al ayo y a los demás que metió consigo. «Crean Vuestras Altezas que estas tierras son en tanta cantidad buenas y fértiles y en especial estas de esta isla Española, que no hay persona que lo sepa decir, y nadie lo puede creer si no lo viese. Y crean que esta isla y todas las otras son así suyas como Castilla, que aquí no falta, salvo asiento y mandarles hacer lo que quisieren, porque yo con esta gente que traigo, que no son muchos, correría todas estas islas sin afrenta, que ya he visto sólo tres de estos marineros descender en tierra y haber multitud de estos indios y todos huir, sin que les quisiesen hacer mal. Ellos no tienen armas, y son todos desnudos y de ningún ingenio en las armas y muy cobardes, que mil no aguardarían tres, y así son buenos para les mandar y les hacer trabajar, sembrar y hacer todo lo otro que fuere menester y que hagan villas y se enseñen a andar vestidos y a nuestras costumbres».

Lunes 17 de diciembre .- Ventó aquella noche reciamente, viento Lesnordeste, no se alteró mucho la mar porque lo estorba y escuda la isla de la Tortuga que está frontero y hace abrigo. Así estuvo allí aqueste día. Envió a pescar los marineros con redes; holgáronse mucho con los cristianos los indios y trujéronles ciertas flechas de los de los Caniba o de los Caníbales, y son de las espigas de cañas, y exigiéronles unos palillos tostados y agudos, y son muy largos. Mostráronles dos hombres que les faltaban algunos pedazos de carne de su cuerpo y hiciéronles entender que los caníbales los habían comido a bocados; el Almirante no lo creyó. Tornó a enviar ciertos cristianos a la población, y a truque de contezuelas de vidrio rescataron algunos pedazos de oro labrado en hoja delgada. Vieron a uno que tuvo el Almirante por gobernador de aquella provincia, que llamaban cacique , un pedazo tan grande como la mano de aquella hoja de oro, y parecía que lo quería resgatar; el cual se fue a su casa y los otros quedaron en la plaza. Y él hacía hacer pedazuelos de aquella pieza, y trayendo cada vez un pedazuelo resgatábalo. Después que no hobo más, dijo por señas que él había enviado por más y que otro día lo traerían. Estas cosas todas y la manera de ellos y sus costumbres y mansedumbre y consejo, muestra de ser gente más despierta y entendida que otros hasta allí hobiese hallado, dice el Almirante. En la tarde vino allí una canoa de la isla de la Tortuga con bien cuarenta hombres, y, en llegando a la playa, toda la gente del pueblo que estaba junta se asentaron todos en señal de paz, y algunos de la canoa y cuasi todos descendieron en tierra. El cacique que se levantó sólo, y con palabras que parecían de amenaza los hizo volver a la canoa y les echaba agua, y tomaba piedras de la playa y las echaban en el agua; y después que ya todos con mucha obediencia se pusieron y embarcaron en la canoa, él tomó una piedra y la puso en la mano a mi alguacil para que les tirase, al cual yo había enviado a tierra y al escribano y a otros para ver si traían algo que aprovechase, y el alguacil no les quiso tirar. Allí mostró mucho aquel cacique que se favorecía con el Almirante. La canoa se fue luego, y dijeron al Almirante después de ida que en la Tortuga había más oro que en la isla Española, porque es más cerca de Baneque. Dijo el Almirante que creía que en aquella isla Española ni en la Tortuga hobiese minas de oro, sino que lo traían de Baneque, y que traen poco, porque no tienen aquéllos qué dar por ello, y aquella tierra es tan gruesa que no ha menester que trabajen mucho para sustentarse ni para vestirse, como anden desnudos. Y creía el Almirante que estaba muy cerca de la fuente, y que Nuestro Señor le había de mostrar dónde nace el oro. Tenía nueva que de allí al Baneque había cuatro jornadas, que podrían ser treinta o cuarenta leguas, que en un día de buen tiempo se podían andar.

Martes 18 de diciembre .- Estovo en aquella playa surto este día porque no había viento y también porque había dicho el cacique que había de traer oro, no porque tuviese en mucho el Almirante el oro, diz, que podía traer, pues allí no había minas, sino por saber mejor de dónde lo traían. Luego en amaneciendo mandó ataviar la nao y la carabela de armas y banderas por la fiesta que era este día de Sancta María de la O o conmemoración de la Anunciación. Tiráronse muchos tiros de lombardas, y el rey de aquella isla Española (dice el Almirante) había madrugado de su casa, que debía de distar cinco leguas de allí, según pudo juzgar, y llegó a hora de tercia a aquella población donde ya estaban algunos de la nao que el Almirante había enviado para ver si venía oro; los cuales dijeron que venían con el rey más de doscientos hombres y que lo traían en unas andas cuatro hombres, y era mozo como arriba se dijo. Hoy, estando el Almirante comiendo debajo del castillo, llegó a la nao con toda su gente. Y dice el Almirante a los Reyes: «Sin duda pareciera bien a Vuestras Altezas su estado y acatamiento que todos le tienen, puesto que todos andan desnudos. Él, así como entró en la nao, halló que estaba comiendo a la mesa debajo del castillo de popa, y él a buen andar se vino a sentar a par de mí y no me quiso dar lugar que yo me saliese a él ni me levantase de la mesa, salvo que yo comiese. Yo pensé que él ternía a bien de comer de nuestras viandas; mandé luego traerle cosas que él comiese. Y, cuando entró debajo del castillo, hizo señas con la mano que todos los suyos quedasen fuera, y así lo hicieron con la mayor priesa y acatamiento del mundo, y se asentaron todos en la cubierta, salvo dos hombres de una edad madura, que yo estimé por sus consejeros y ayo, que vinieron y se asentaron a sus pies, y de las viandas que yo le puse delante tomaba de cada una tanto como se toma para hacer la salva, y después luego lo demás enviábalo a los suyos, y todos comían de ella; y así hizo en el beber, que solamente llegaba a la boca y después así lo daba a los otros, y todo con un estado maravilloso y muy pocas palabras, y aquellas que él decía, según yo podía entender, eran muy asentadas y de seso, y aquellos dos le miraban a la boca y hablaban por él y con él y con mucho acatamiento. Después de comido, un escudero traía un cinto, que es propio como los de Castilla en la hechura, salvo que es de otra obra, que él tomó y me lo dio, y dos pedazos de oro labrado que eran muy delgados, que creo que aquí alcanzan poco de él, puesto que tengo que están muy vecinos de donde nace y hay mucho. Yo vide que le agradaba un arambel que yo tenía sobre mi cama; yo se lo di y unas cuentas muy buenas de ámbar que yo traía al pescuezo y unos zapatos colorados y una almatraja de agua de azahar, de que quedó tan contento que fue maravilla; y él y su ayo y consejeros llevan grande pesar porque no me entendían ni yo a ellos. Con todo, le cognocí que me dijo que si me cumpliese algo de aquí, que toda la isla estaba a mi mandar. Yo envié por unas cuentas mías adonde por un señal tengo un excelente de oro en que están esculpidos Vuestras Altezas y se lo amostré y le dije otra vez como ayer que Vuestras Altezas mandaban y señoreaban todo lo mejor del mundo y que no había tan grandes príncipes; y le mostré las banderas reales y las otras de la Cruz, de que él tuvo en mucho; y que grandes señores serían Vuestras Altezas, decía él contra sus consejeros, pues de tan lejos y del cielo me habían enviado hasta aquí sin miedo. Y otras cosas muchas se pasaron que yo no entendía, salvo que bien vía que todo tenía a grande maravilla». Después que ya fue tarde y él se quiso ir, el Almirante le envió en la barca muy honradamente y hizo tirar muchas lombardas, y, puesto en tierra, subió en sus andas y se fue con sus más de doscientos hombres; y a su hijo le llevaban atrás en los hombros de un indio, hombre muy honrado. A todos los marineros y gente de los navíos donde quiera que los topaba les mandaba dar de comer y hacer mucha honra. Dijo un marinero que le había topado en el camino y visto, que todas las cosas que le había dado el Almirante y cada una de ellas llevaba delante del rey un hombre, a lo que parecía de los más honrados. Iba su hijo atrás del rey buen rato, con tanta compañía de gente como él, y otro tanto un hermano del mismo rey, salvo que iba el hermano a pie y llevábanlo del brazo dos hombres honrados. Éste vino a la nao después del rey, al cual dio el Almirante algunas cosas de los dichos resgates, y allí supo el Almirante que al rey llamaban en su lengua cacique . En este día se resgató diz que poco oro; pero supo el Almirante, de un hombre viejo, que había muchas islas comarcanas a cien leguas y más, según pudo entender, en las cuales nace muy mucho oro, y en las otras, hasta decirle que había isla que era todo oro, y en las otras que hay tanta cantidad que lo cogen y ciernen como con cedazos y lo funden y hacen vergas y mil labores: figuran por señas la hechura. Este viejo señaló al Almirante la derrota y el paraje donde estaba; determinóse el Almirante de ir allá, y dijo que, si no fuera el dicho viejo tan principal persona de aquel rey, que lo detuviera y llevara consigo, o si supiera la lengua que se lo rogara, y creía, según estaba bien con él y con los cristianos, que se fuera con él de buena gana. Pero, porque tenía ya aquellas gentes por de los Reyes de Castilla y no era razón de hacelles agravio, acordó de dejallo. Puso una cruz muy poderosa enmedio de la plaza de aquella población, a lo cual ayudaron los indios mucho, y hicieron diz que oración y la adoraron, y, por la muestra que dan espera en Nuestro Señor el Almirante que todas aquellas islas han de ser cristianas.

Miércoles 19 de diciembre .- Esta noche se hizo a la vela por salir de aquel golfo que hace allí la isla de la Tortuga con la Española, y siendo de día tornó el viento Levante, con el cual todo este día no pudo salir de entre aquellas dos islas, y a la noche no pudo tomar un puerto que por allí parecía. Vido por allí cuatro cabos de tierra y una grande bahía y río, y de allí vido una angla muy grande y tenía una población, y a las espaldas un valle entre muchas montañas altísimas, llenas de árboles, que juzgó ser pinos, y sobre los dos Hermanos hay una montaña muy alta y gorda que va de Norte al Sudueste, y del cabo de Torres al Lesueste está una isla pequeña, a la cual puso nombre Santo Tomás , porque es mañana su vigilia. Todo el cerco de aquella isla tiene cabos y puertos maravillosos, según juzgaba él desde la mar. Antes de la isla de la parte del Oueste hay un cabo que entra mucho en la mar alto y bajo, y por eso le puso nombre Cabo Alto y Bajo . Del camino de Torres al Leste cuarta del Sueste hay sesenta millas hasta una montaña más alta que otra que entra en la mar, y parece desde lejos isla por sí por un degollado que tiene de la parte de tierra; púsole nombre Monte Caribata , porque aquella provincia se llamaba Caribata. Es muy hermoso y lleno de árboles verdes y claros, sin nieve y sin niebla, y era entonces por allí el tiempo, cuanto a los aires y templanza, como por marzo en Castilla, y en cuanto a los árboles y hierbas como por mayo; las noches diz que eran de catorce horas.

Jueves 20 de diciembre .- Hoy, al poner el sol, entró en un puerto que estaba entre la isla de Santo Tomás y el Cabo de Caribata, y surgió. Este puerto es hermosísimo y que cabían en él cuantas naos hay en cristianos: la entrada en él parece desde la mar imposible a los que no hobiesen en él entrado, por unas restringas de peñas que pasan desde el monte hasta cuasi la isla, y no puestas por orden, sino unas acá y otras acullá, unas a la mar y otras a la tierra; por lo cual es menester estar despiertos para entrar por unas entradas que tienen muy anchas y buenas para entrar sin temor, y todo muy fondo de siete brazas, y pasadas las restringas dentro hay doce brazas. Puede la nao estar con una cuerda cualquiera amarrada contra cualesquiera vientos que haya. A la entrada de este puerto diz que había un cañal, que queda a la parte del Oueste de una isleta de arena, y en ella muchos árboles, y hasta el pie de ella hay siete brazas; pero hay muchas bajas en aquella comarca, y conviene abrir el ojo hasta entrar en el puerto; después no hayan miedo a toda la tormenta del mundo. De aquel puerto se parecía un valle grandísimo y todo labrado, que desciende a él del Sueste, todo cercado de montañas altísimas que parece que llegan al cielo, y hermosísimas, llenas de árboles verdes, y sin duda que hay allí montañas más altas que la isla de Tenerife en Canaria, que es tenida por de las más altas que puede hallarse. De esta parte de la isla de Santo Tomás está otra isleta a una legua, y dentro de ella otra, y en todas hay puertos maravillosos; mas cumple mirar por las bajas. Vido también poblaciones y ahumadas que se hacían.

Viernes 21 de diciembre .- Hoy fue con las barcas de los navíos a ver aquel puerto; el cual vido ser tal que afirmó que ninguno se le iguala de cuantos haya jamás visto, y excúsase diciendo que ha loado los pasados tanto que no sabe cómo lo encarecer, y que teme que sea juzgado por manificador excesivo más de lo que es verdad. A esto satisface diciendo: que él trae consigo marineros antiguos, y éstos dicen y dirán lo mismo, y todos cuantos andan en la mar; conviene a saber, todas las alabanzas que ha dicho de los puertos pasados ser verdad, y ser éste muy mejor que todos ser asimismo verdad. Dice más de esta manera: «Yo he andado veintitrés años en la mar, sin salir de ella tiempo que se haya de contar, y vi todo el Levante y Poniente, que hice por ir al camino de Septentrión, que es Inglaterra, y he andado la Guinea, mas en todas estas partidas no se hallaría la perfección de los puertos […] [Nota:

Vacío de una línea en el texto original.

] fallado siempre lo […] [Nota:Vacío en el texto original.

] mejor que el otro, que yo con buen tiento miraba mi escrebir, y torno a decir que afirmo haber bien escripto, y que agora éste es sobre todos y cabrían en él todas las naos del mundo, y cerrado que con una cuerda la más vieja de la nao la tuviese amarrada». Desde la entrada hasta el fondo habrá cinco leguas. Vido unas tierras muy labradas, aunque todas son así, y mandó salir dos hombres fuera de las barcas que fuesen a un alto para que viesen si había población, porque de la mar no se vía ninguna; puesto que aquella noche, cerca de las diez horas, vinieron a la nao en una canoa ciertos indios a ver al Almirante y a los cristianos por maravilla, y les dio de los resgates, con que se holgaron mucho. Los dos cristianos volvieron y dijeron dónde habían visto una población grande, un poco desviada de la mar. Mandó el Almirante remar hacia la parte donde la población estaba hasta llegar cerca de tierra, y vio unos indios que venían a la orilla de la mar, y parecía que venían con temor, por lo cual mandó detener las barcas y que les hablasen los indios que traía en la nao, que no les haría mal alguno. Entonces se allegaron más a la mar, y el Almirante más a tierra; y después que del todo perdieron el miedo, venían tantos que cobrían la tierra, dando mil gracias, así hombres como mujeres y niños; los unos corrían de acá y los otros de allá a nos traer pan que hacen de niames, a que ellos llaman ajes, que es muy blanco y bueno, y nos traían agua en calabazas y en cántaras de barro de la hechura de las de Castilla, y nos traían cuanto en el mundo tenían y sabían que el Almirante quería, y todo con un corazón tan largo y tan contento que era maravilla; «y no se diga que porque lo que daban valía poco por eso lo daban liberalmente -dice el Almirante-, porque lo misma hacían y tan liberalmente los que daban pedazos de oro como los que daban la calabaza de agua; y fácil cosa es de cognocer -dice el Almirante- cuándo se da una cosa con muy deseoso corazón de dar». Estas son sus palabras: «Esta gente no tiene varas ni azagayas ni otras ningunas armas, ni los otros de toda esta isla, y tengo que es grandísima: son así desnudos como su madre los parió, así mujeres como hombres, que en las otras tierras de la Juana y las otras de las otras islas traían las mujeres delante de sí unas cosas de algodón con que cobijan su natura, tanto como una bragueta de calzas de hombre, en especial después que pasan de edad de doce años, mas aquí ni moza ni vieja; y en los otros lugares todos los hombres hacían esconder sus mujeres de los cristianos por celos, mas allí no, y hay muy lindos cuerpos de mujeres, y ellas las primeras que venían a dar gracias al cielo y traer cuanto tenían, en especial cosas de comer, pan de ajes y gonza avellanada y de cinco o seis maneras frutas», de las cuales mandó curar el Almirante para traer a los Reyes. No menos diz que hacían las mujeres en las otras partes antes que se ascondiesen, y el Almirante mandaba en todas partes estar todos los suyos sobre aviso que no enojasen a alguno en cosa ninguna y que nada les tomasen contra su voluntad, y así les pagaban todo lo que ellos recibían. Finalmente -dice el Almirante- que no puede creer que hombre haya visto gente de tan buenos corazones y francos para dar y tan temerosos que ellos se deshacían todos por dar a los cristianos cuanto tenían, y en llegando los cristianos luego corrían a traerlo todo. Después envió el Almirante seis cristianos a la población para que la viesen qué era, a los cuales hicieron cuanta honra podían y sabían y les daban cuanto tenía, porque ninguna duda les queda sino que creían el Almirante y toda su gente haber venido del cielo: lo mismo creían los indios que consigo el Almirante traía de las otras islas, puesto que ya se les había dicho lo que debían de tener. Después de haber ido los seis cristianos, vinieron ciertas canoas con gente a rogar al Almirante, de parte de un señor, que fuese a su pueblo cuando allí se partiese. Canoa es una barca en que navegan, y son dellas grandes y dellas pequeñas. Y visto que el pueblo de aquel señor estaba en el camino sobre una punta de tierra, esperando con mucha gente al Almirante, fue allá, y antes que se partiese vino a la playa tanta gente que era espanto, hombres y mujeres y niños, dando voces que no se fuese sino que se quedase con ellos. Los mensajeros del otro señor que había venido a convidar, estaban aguardando con sus canoas porque no se fuese sin ir a ver al señor, y así lo hizo, y, en llegando que llegó el Almirante adonde aquel señor le estaba esperando, y tenían muchas cosas de comer, mandó asentar toda su gente; manda que lleven lo que tenían de comer a las barcas donde estaba el Almirante, junto a la orilla de la mar. Y como vido que el Almirante había recebido lo que le habían llevado, todos o los más de los indios dieron a correr al pueblo, que debía estar cerca, para traerle más comida y papagayos y otras cosas de lo que tenían, con tan franco corazón que era maravilla. El Almirante les dio cuentas de vidrio y sortijas de latón y cascabeles, no porque ellos demandasen algo, sino porque le parecía que era razón, y sobre todo -dice el Almirante- porque los tiene ya por cristianos y por de los Reyes de Castilla más que las gentes de Castilla; y dice que otra cosa no falta, salvo saber la lengua y mandarles, porque todo lo que se les mandare harán sin contradicción alguna. Partióse de allí el Almirante para los navíos, y los indios daban voces, así hombres como mujeres y niños, que no se fuesen y se quedasen con ellos los cristianos. Después que se partían venían tras ellos a la nao canoas llenas de ellos, a los cuales hizo hacer mucha honra y dalles de comer y otras cosas que llevaron. Había también venido antes otro señor de la parte del Oueste, y aun a nado venían muy mucha gente, y estaba la nao más de grande media legua de tierra. El señor que dije se había tornado, envióle ciertas personas para que le viesen y le preguntasen de estas islas; e los recibió muy bien, y los llevó consigo a su pueblo para dalles ciertos pedazos grandes de oro, y llegaron a un gran río, el cual los indios pasaron a nado: los cristianos no pudieron y así se tornaron. En toda esta comarca hay montañas altísimas que parecen llegar al cielo, que la de la isla de Tenerife parece nada en comparación de ellas en altura y en hermosura, y todas son verdes, llenas de arboledas que es una cosa de maravilla. Entre medio de ellas hay vegas muy graciosas, y al pie de este puerto al Sur hay una vega tan grande que los ojos no pueden llegar con la vista al cabo, sin que tenga impedimento de montaña, que parece que debe tener quince o veinte leguas, por la cual viene un río, y es toda poblada y labrada y está tan verde agora como si fuera en Castilla por mayo o por junio, puesto que las noches tienen catorce horas y sea la tierra tanto septentrional. Así, este puerto es muy bueno para todos los vientos que puedan ventar, cerrado y hondo y todo poblado de gente muy buena y mansa y sin armas buenas ni malas, y puede cualquiera navío estar sin miedo en él que otros navíos que vengan de noche a le saltear, porque, puesto que la boca sea bien ancha de más de dos leguas, es muy cerrada de dos restringas de piedra que escasamente la ven sobre agua, salvo una entrada muy angosta en esta restringa, que no parece sino que fue hecho a mano y que dejaron una puerta abierta cuanto los navíos puedan entrar. En la boca hay siete brazas de hondo hasta el pie de una isleta llana que tiene una playa y árboles al pie de ella; de la parte del Oueste tiene la entrada y se puede llegar una nao sin miedo hasta poner el bordo junto a la peña. Hay de la parte del Norueste tres islas y un gran río a una legua del cabo de este puerto; es el mejor del mundo; púsole nombre el Puerto de la Mar de Santo Tomás , porque era hoy su día: díjole mar por su grandeza.

Sábado 22 de diciembre .- En amaneciendo, dio las velas para ir su camino a buscar las islas que los indios le decían que tenían mucho oro y de algunas que tenían más oro que tierra; no le hizo tiempo y hobo de tornar a surgir, y envió la barca a pescar con la red. El señor de aquella tierra, que tenía un lugar cerca de allí, le envió una grande canoa llena de gente y en ella un principal criado suyo a rogar al Almirante que fuese con los navíos a su tierra y que le daría cuanto tuviese. Envióle con aquél un cinto que, en lugar de bolsa, traía una carátula que tenía dos orejas grandes de oro de martillo y la lengua y la nariz. Y, como sea esta gente de muy franco corazón que cuanto le piden dan con la mejor voluntad del mundo, les parece que pidiéndoles algo les hacen grande merced: esto dice el Almirante. Toparon la barca y dieron el cinto a un grumete, y vinieron con su canoa a bordo de la nao con su embajada. Primero que los entendiese, pasó alguna parte del día; ni los indios que él traía los entendían bien, porque tienen alguna diversidad de vocablos en nombres de las cosas. En fin, acabó de entender por señas su convite. El cual determinó de partir el domingo para allá, aunque no solía partir de puerto en domingo, sólo por su devoción y no por superstición alguna; pero con esperanza, dice él, que aquellos pueblos han de ser cristianos por la voluntad que muestran y de los Reyes de Castilla, y porque los tiene ya por suyos y porque le sirvan con amor, les quiere y trabaja hacer todo placer. Antes que partiese hoy envió seis hombres a una población muy grande, tres leguas de allí de la parte del Oueste, porque el señor de ella vino el día pasado al Almirante y dijo que tenía ciertos pedazos de oro. En llegando allá los cristianos, tomó el señor de la mano al escribano del Almirante, que era uno de ellos, el cual enviaba el Almirante para que no consintiese hacer a los demás cosa indebida a los indios, porque como fuesen tan francos los indios y los españoles tan codiciosos y desmedidos, que no les basta que por un cabo de agujeta y aun por un pedazo de vidrio y de escudilla y por otras cosas de no nada les daban los indios cuanto querían; pero, aunque sin dalles algo se lo querrían todo haber y tomar, lo que el Almirante siempre prohibía, y aunque también eran muchas cosas de poco valor, si no era el oro, las que daban a los cristianos; pero el Almirante, mirando al franco corazón de los indios, que por seis contezuelas de vidrio darían y daban un pedazo de oro, por eso mandaba que ninguna cosa se recibiese de ellos que no se les diese algo en pago. Así que tomó por la mano el señor al escribano y lo llevó a su casa con todo el pueblo, que era muy grande, que le acompañaba, y les hizo dar de comer, y todos los indios les traían muchas cosas de algodón labradas y en ovillos hilado. Después que fue tarde, dioles tres ánsares muy gordas el señor y unos pedacitos de oro, y vinieron con ellos mucho número de gente y les traían todas las cosas que allá habían resgatado, y a ellos mismos porfiaban de traellos a cuestas, y de hecho lo hicieron por algunos ríos y por algunos lugares lodosos. El Almirante mandó dar al señor algunas cosas, y quedó él y toda su gente con gran contentamiento, creyendo verdaderamente que había venido del cielo, y en ver los cristianos se tenían por bienaventurados. Vinieron este día más de ciento y veinte canoas a los navíos, todas cargadas de gente, y todos traen algo, especialmente de su pan y pescado y agua en cantarillos de barro y simientes de muchas simientes que son buenas especias: echaban un grano en una escudilla de agua y bébenla, y decían los indios que consigo traía el Almirante que era cosa sanísima.

Domingo 23 de diciembre .- No pudo partir con los navíos a la tierra de aquel señor que lo había enviado a rogar y convidar, por falta de viento; pero envió, con los tres mensajeros que allí esperaban, las barcas con gente y al escribano. Entretanto que aquéllos iban, envió dos de los indios que consigo traía a las poblaciones que estaban por allí cerca del paraje de los navíos, y volvieron con un señor a la nao con nuevas que en aquella isla Española había gran cantidad de oro y que a ella lo venían a comprar de otras partes, y dijéronle que allí hallaría cuanto quisiese. Vinieron otros que confirmaban haber en ella mucho oro, y mostrábanle la manera que se tenía en cogello. Todo aquello entendía el Almirante con pena; pero todavía tenía por cierto que en aquellas partes había grandísima cantidad de ello y que, hallando el lugar donde se saca, habrá gran barato de ello, y según imaginaba que no por nada. Y torna a decir que cree que debe haber mucho, porque en tres días que había que estaba en aquel puerto había habido buenos pedazos de oro, y no puede creer que allí lo traigan de otra tierra. «Nuestro Señor, que tiene en las manos todas las cosas, vea de me remediar y dar como fuere su servicio», éstas son palabras del Almirante. Dice que aquella hora cree haber venido a la nao más de mil personas y que todas traían algo de lo que poseen; y antes que lleguen a la nao, con medio tiro de ballesta, se levantan en sus canoas en pie y toman en las manos lo que traen diciendo: «Tomad, tomad». También cree que más de quinientos vinieron a la nao nadando por no tener canoas, y estaba surta cerca de una legua de tierra. Juzgaba que habían venido cinco señores, hijos de señores, con toda su casa, mujeres y niños, a ver los cristianos. A todos mandaba dar el Almirante, porque todo diz que era bien empleado, y dice: «Nuestro Señor me aderece, por su piedad, que halle este oro, digo su mina, que hartos tengo aquí que dicen que la saben», éstas son sus palabras. En la noche llegaron las barcas, y dijeron que había gran camino hasta donde venían, y que al monte de Caribatan hallaron muchas canoas con muy mucha gente que venían a ver al Almirante y a los cristianos del lugar donde ellos iban. Y tenía por cierto que si aquella fiesta de Navidad pudiera estar en aquel puerto, viniera toda la gente de aquella isla, que estimaba ya por mayor que Inglaterra, por verlos; los cuales se volvieron todos con los cristianos a la población, la cual diz que afirmaban ser la mayor y la más concertada de calles que otras de las pasadas y halladas hasta allí, la cual diz que es de parte de la Punta Santa, al Sueste cuasi tres leguas. Y como las canoas andan mucho de remos, fuéronse delante a hacer saber al cacique, que ellos llamaban allí. Hasta entonces no había podido entender el Almirante si lo dicen por rey o por gobernador. También dicen otro nombre por grande que llaman nitayno ; no sabía si lo decían por hidalgo o gobernador o juez. Finalmente, el cacique vino a ellos, y se ayuntaron en la plaza, que estaba muy barrida, todo el pueblo, que había más de dos mil hombres. Este rey hizo mucha honra a la gente de los navíos, y los populares cada uno les traía algo de comer y de beber. Después el rey dio a cada uno unos paños de algodón que visten las mujeres, y papagayos para el Almirante y ciertos pedazos de oro: daban también los populares de los mismos paños y otras cosas de sus casas a los marineros, por pequeña cosa que les daban, la cual, según la recibían, parecía que la estimaban por reliquias. Ya a la tarde, queriendo despedir, el rey les rogaba que aguardasen hasta otro día; lo mismo todo el pueblo. Visto que determinaban su venida, vinieron con ellos mucho del camino, trayéndoles a cuestas lo que el cacique y los otros les habían dado hasta las barcas, que quedaban a la entrada del río.

Lunes 24 de diciembre .- Antes de salido el sol, levantó las anclas con el viento terral. Entre los muchos indios que ayer habían venido a la nao, que les habían dado señales de haber en aquella isla oro y nombrado los lugares donde lo cogían, vido uno parece que más dispuesto y aficionado o que con más alegría le hablaba, y halagólo rogándole que se fuese con él a mostralle las minas del oro. Este trujo otro compañero o pariente consigo, los cuales, entre los otros lugares que nombraban donde se cogía el oro dijeron de Cipango, al cual ellos llaman Civao , y allí afirman que hay gran cantidad de oro, y que el cacique trae las banderas de oro de martillo, salvo que está muy lejos al Leste. El Almirante dice aquí estas palabras a los Reyes «Crean Vuestras Altezas que en el mundo todo no puede haber mejor gente, ni más mansa. Deben tomar Vuestras Altezas grande alegría porque luego los harán cristianos y los habrán enseñado en buenas costumbres de sus reinos, que más mejor gente ni tierra puede ser, y la gente y la tierra en tanta cantidad que yo no sé ya cómo lo escriba; porque yo he hablado en superlativo grado la gente y la tierra de la Juana, a que ellos llaman Cuba ; mas hay tanta diferencia de ellos y de ella a ésta en todo como del día a la noche, ni creo que otro ninguno que esto hobiere visto hobiese hecho ni dijese menos de lo que yo tengo dicho, y digo que es verdad que es maravilla las cosas de acá y los pueblos grandes de esta isla Española, que así la llamé y ellos le llaman Bohío , y todos de muy singularísimo tracto amoroso y habla dulce, no como los otros que parece cuando hablan que amenazan, y de buena estatura hombres y mujeres, y no negros. Verdad es que todos se tiñen, algunos de negro y otros de otra color, y los más de colorado. He sabido que lo hacen por el sol, que no les haga tanto mal, y las casas y lugares tan hermosos, y con señorío en todos como juez o señor de ellos, y todos le obedecen que es maravilla, y todos estos señores son de pocas palabras y muy lindas costumbres, y su mando es lo más con hacer señas con la mano, y luego es entendido que es maravilla». Todas son palabras del Almirante.

Quien hobiere de entrar en la mar de Santo Tomé, se debe meter una buena legua sobre la boca de la entrada sobre una isleta llana que en el medio hay, que le puso nombre la Amiga , llevando la proa en ella. Y después que llegare a ella con el ot.º [Nota:

Así en el texto original; abreviatura ininteligible.

] de una piedra, pase de la parte de Oueste y quédele ella al Leste, y se llegue a ella y no a la otra parte, porque viene una restringa muy grande del Oueste, e aun en la mar fuera de ella hay unas tres bajas, y esta restringa se llega a la Amiga un tiro de lombarda, y entremedias pasará y hallará a lo más bajo siete brazas y cascajos abajo, y dentro hallará puerto para todas las naos del mundo y que estén sin amarras. Otra restringa y bajas vienen de la parte del Leste a la dicha isla Amiga, y son muy grandes y salen en la mar mucho y llega hasta el cabo cuasi dos leguas; pero entre ellas pareció que había entrada a tiro de dos lombardas de la Amiga, y al pie del Monte Garibatan de la parte del Oueste hay un muy buen puerto y muy grande.

Martes 25 de diciembre, día de Navidad .- Navegando con poco viento el día de ayer desde la mar de Santo Tomé hasta la Punta Santa, sobre la cual a una legua estuvo así hasta pasado el primer cuarto, que serían a las once horas de la noche, acordó echarse a dormir, porque había dos días y una noche que no había dormido. Como fuese calma, el marinero que gobernaba la nao acordó irse a dormir, y dejó el gobernario a un mozo grumete, lo que mucho siempre había el Almirante prohibido en todo el viaje, que hobiese viento o que hobiese calma: conviene a saber, que no dejasen gobernar a los grumetes. El Almirante estaba seguro de bancos y de peñas, porque el domingo, cuando envió las barcas a aquel rey, habían pasado al Leste de la dicha Punta Santa bien tres leguas y media, y habían visto los marineros toda la costa y los bajos que hay desde la dicha Punta Santa al Leste bien tres leguas, y vieron por dónde se podía pasar, lo que todo este viaje no hizo. Quiso Nuestro Señor que a las doce horas de la noche, como habían visto acostar y reposar el Almirante y vían que era calma muerta y la mar como en una escudilla, todos se acostaron a dormir, y quedó el gobernalle en la mano de aquel muchacho, y las aguas que corrían llevaron la nao sobre uno de aquellos bancos. Los cuales, puesto que fuese de noche, sonaban que de una grande legua se oyeran y vieran, y fue sobre él tan mansamente que casi no se sentía. El mozo, que sintió el gobernalle y oyó el sonido de la mar, dio voces, a las cuales salió el Almirante y fue tan presto que aún ninguno había sentido que estuviesen encallados. Luego el maestre de la nao cuya era la guardia, salió; y díjoles el Almirante a él y a los otros que halasen el batel que traían por popa y tomasen un ancla y la echasen por popa, y él con otros muchos saltaron en el batel, y pensaba el Almirante que hacían lo que les había mandado. Ellos no curaron sino de huir a la carabela que estaba a barlovento media legua. La carabela no los quiso recebir haciéndolo virtuosamente, y por esto volvieron a la nao; pero primero fue a ella la barca de la carabela. Cuando el Almirante vido que se huían y que era su gente, y las aguas menguaban y estaba ya la nao la mar de través, no viendo otro remedio, mandó cortar el mástel y alijar de la nao todo cuanto pudieron para ver si podían sacarla; y como todavía las aguas menguasen no se pudo remediar, y tomó lado hacia la mar traviesa, puesto que la mar era poco o nada, y entonces se abrieron los conventos y no la nao. El Almirante fue a la carabela para poner en cobro la gente de la nao en la carabela, y, como ventase ya ventecillo de la tierra y también aún quedaba mucho de la noche, ni supiesen cuánto duraban los bancos, temporejó a la corda hasta que fue de día, y luego fue a la nao por de dentro de la restringa del banco. Primero había enviado el batel a tierra con Diego de Arana, de Córdoba, alguacil del Armada, y Pedro Gutiérrez, repostero de la Casa Real, a hacer saber al rey que lo había enviado a convidar y rogar el sábado que se fuese con los navíos a su puerto, el cual tenía su villa adelante obra de una legua y media del dicho banco; el cual como lo supo dicen que lloró, y envió toda su gente de la villa con canoas muy grandes y muchas a descargar todo lo de la nao. Y así se hizo y se descargó todo lo de las cubiertas en muy breve espacio: tanto fue el grande aviamiento y diligencia que aquel rey dio. Y él con su persona, con hermanos y parientes, estaban poniendo diligencia así en la nao como en la guarda de lo que se sacaba a tierra, para que todo estuviese a muy buen recaudo. De cuando en cuando enviaba uno de sus parientes al Almirante llorando a lo consolar, diciendo que no recibiese pena ni enojo, que él le daría cuanto tuviese. Certifica el Almirante a los Reyes que en ninguna parte de Castilla tan buen recaudo en todas las cosas se pudiera poner sin faltar un agujeta. Mandólo poner todo junto con las casas entretanto que se vaciaban algunas cosas que quería dar, donde se pusiese y guardase todo. Mandó poner hombres armados en rededor de todo, que velasen toda la noche. «Él con todo el pueblo lloraban tanto -dice el Almirante-, son gente de amor y sin codicia y convenibles para toda cosa, que certifico a Vuestras Altezas que en el mundo creo que no hay mejor gente ni mejor tierra: ellos aman a sus prójimos como a sí mismos, y tienen una habla la más dulce del mundo y mansa, y siempre con risa. Ellos andan desnudos, hombres y mujeres, como sus madres los parieron. Mas, crean Vuestras Altezas que entre sí tienen costumbres muy buenas, y el rey muy maravilloso estado, de una cierta manera tan continente que es placer de verlo todo, y la memoria que tienen, y todo quieren ver, y preguntan qué es y para qué». Todo esto dice el Almirante.

Miércoles 26 de diciembre .- Hoy, a salir del sol, vino el rey de aquella tierra que estaba en aquel lugar a la carabela Niña , donde estaba el Almirante, y cuasi llorando le dijo que no tuviese pena, que él le daría cuanto tenía, y que había dado a los cristianos que estaban en tierra dos muy grandes casas, y que más les daría si fuesen menester y cuantas canoas pidiesen cargar y descargar la nao y poner en tierra cuanta gente quisiese; y que así lo había hecho ayer, sin que se tomasen una migaja de pan ni otra cosa alguna; tanto -dice el Almirante- son fieles y sin cudicia de lo ajeno, y así era sobre todos aquel rey virtuoso. En tanto que el Almirante estaba hablando con él, vino otra canoa de otro lugar que traía ciertos pedazos de oro, los cuales quería dar por un cascabel, porque otra cosa tanto no deseaban como cascabeles. Que aún no llega la canoa a bordo cuando llamaban y mostraban los pedazos de oro, diciendo chuq chuq por cascabeles, que están en puntos de se tornar locos por ellos. Después de haber visto esto, y partiéndose estas canoas que eran de los otros lugares, llamaron al Almirante y le rogaron que les mandase guardar un cascabel hasta otro día, porque él traería cuatro pedazos de oro tan grandes como la mano. Holgó el Almirante de oír esto, y después un marinero que venía de tierra dijo al Almirante que era cosa de maravilla las piezas de oro que los cristianos que estaban en tierra resgataban por no nada; por una agujeta daban pedazos que serían más de dos castellanos, y que entonces no era nada al respecto de lo que sería dende a un mes. El rey se holgó mucho con ver al Almirante alegre, y entendió que deseaba mucho oro, y díjole por señas que él sabía cerca de allí adonde había de ello muy mucho en grande suma y que estuviese de buen corazón, que él daría cuanto oro quisiese, y de ello diz que le daba razón, y en especial que lo había en Cipango, a que ellos llamaban Civao , en tanto grado que ellos no le tienen en nada, y que él lo traería allí, aunque también en aquella isla Española, a quien llaman Bohío , y en aquella provincia Caribata lo había mucho más. El rey comió en la carabela con el Almirante, y después salió con él en tierra, donde hizo al Almirante mucha honra y le dio colación de dos o tres maneras de ajes y con camarones y caza y otras viandas que ellos tenían, y de su pan que llamaban cazavi , donde lo llevó a ver unas verduras de árboles junto a las casas, y andaban con él bien mil personas, todos desnudos. El señor ya traía camisa y guantes que el Almirante le había dado, y por los guantes hizo mayor fiesta que por cosa de las que le dio. En su comer, con su honestidad y hermosa manera de limpieza, se mostraba bien ser de linaje. Después de haber comido, que tardó buen rato estar a la mesa, trujeron ciertas hierbas con que se fregó mucho las manos: creyó el Almirante que lo hacía para ablandarlas, y diéronle aguamanos. Después que acabaron de comer, llevó a la playa al Almirante, y el Almirante envió por un arco turquesco y un manojo de flechas, y el Almirante hizo tirar a un hombre de su compañía, que sabía de ello; y el señor, como no sepa qué sean armas, porque no las tienen ni las usan, le pareció gran cosa; aunque diz que el comienzo fue sobre habla de los de Caniba, que ellos llaman caribes , que los vienen a tomar, y traen arcos y flechas sin hierro, que todas aquellas tierras no había memoria de él y de acero ni de otro metal, salvo de oro y de cobre, aunque cobre no había visto sino poco el Almirante. El Almirante le dijo por señas que los Reyes de Castilla mandarían destruir a los caribes y que a todos se los mandarían traer las manos atadas. Mandó el Almirante tirar una lombarda y una espingarda, y viendo el efecto que su fuerza hacían y lo que penetraban, quedó maravillado. Y cuando su gente oyó los tiros cayeron todos en tierra. Trujeron al Almirante una gran carátula que tenía grandes pedazos de oro en las orejas y en los ojos y en otras partes, la cual le dio con otras joyas de oro que el mismo rey había puesto al Almirante en la cabeza y al pescuezo; y a otros cristianos que con él estaban dio también muchas. El Almirante recibió mucho placer y consolación de estas cosas que vía, y se le templó el angustia y pena que había recibido y tenía de la pérdida de la nao, y conoció que Nuestro Señor había hecho encallar allí la nao porque hiciese allí asiento. «Y a esto (dice él), vinieron tantas cosas a la mano, que verdaderamente, no fue aquél desastre, salvo gran ventura. Porque es cierto (dice él) que si yo no encallara, que yo fuera de largo sin surgir en este lugar, porque él está metido acá dentro en una grande bahía y en ella dos o tres restringas de bajas. Ni este viaje dejara aquí gente, ni aunque yo quisiera dejarla no les pudiera dar tan buen aviamento ni tantos pertrechos ni tantos mantenimientos ni aderezos para fortaleza. Y bien es verdad que mucha gente de esta que va aquí me habían rogado y hecho rogar que les quisiera dar licencia para quedarse. Agora tengo ordenado de hacer una torre y fortaleza, todo muy bien, y una grande cava, no porque crea que haya esto menester por esta gente, porque tengo dicho que con esta gente que yo traigo sojuzgaría toda esta isla, la cual creo que es mayor que Portugal, y más gente al doblo; mas son desnudos y sin armas y muy cobardes fuera de remedio. Mas es razón que se haga esta torre y se esté como se ha de estar, estando tan lejos de Vuestras Altezas, y porque conozcan el ingenio de la gente de Vuestras Altezas y lo que pueden hacer, porque con amor y temor le obedezcan; y así terminan tablas para hacer todas las fortalezas de ellas y mantenimientos de pan y vino para más de un año y simientes para sembrar y la barca de la nao y un calafete y un carpintero y un lombardero y un tonelero y muchos entre ellos hombres que desean mucho, por servicio de Vuestras Altezas y me hace placer, de saber de la mina adonde se coge el oro. Así que todo es venido mucho a pelo para que se faga este comienzo. Y sobre todo, que cuando encalló la nao fue tan paso que quasi no se sintió ni había ola ni viento». Todo esto dice el Almirante. Y añade más para mostrar que fue gran ventura y determinada voluntad de Dios que la nao allí encallase porque dejase allí gente, que si no fuera por la traición del maestre y de la gente, que eran todos o los más de su tierra, de no querer echar el ancla por popa para sacar la nao, como el Almirante los mandaba, la nao se salvara, y así no pudiera saberse la tierra (dice él) como se supo aquellos días que allí estuvo, y adelante por los que allí entendía dejar, porque él iba siempre con intención de descubrir y no parar en parte más de un día si no era por falta de los vientos, porque la nao diz que era muy pesada y no para el oficio de descubrir. Y llevar tal nao diz que causaron los de Palos, que no cumplieron con el Rey y la Reina lo que le habían prometido: dar navíos convenientes para aquella jornada, y no lo hicieron. Concluye el Almirante diciendo que de todo lo que en la nao había no se perdió una agujeta, ni tabla ni clavo, porque ella quedó sana como cuando partió, salvo que se cortó y rajó algo para sacar la vasija y todas las mercaderías, y pusiéronlas todas en tierra y bien guardadas, como está dicho; dice que espera en Dios que a la vuelta que él entendía hacer de Castilla, había de hallar un tonel de oro que habrían resgatado los que había de dejar y que habrían hallado la mina del oro y la especiería, y aquello en tanta cantidad que los Reyes antes de tres años emprendiesen y aderezasen para ir a conquistar la casa santa, «que así -dice él- protesté a Vuestras Altezas que toda la ganancia de esta mi empresa se gastase en la conquista de Jerusalén, y Vuestras Altezas se rieron y dijeron que les placía, y que sin esto tenían aquella gana». Palabras del Almirante.

Jueves 27 de diciembre .- En saliendo el sol, vino a la carabela el rey de aquella tierra, y dijo al Almirante que había enviado por oro y que lo quería cobrir todo de oro antes que se fuese, antes le rogaba que no se fuese; y comieron con el Almirante el rey e un hermano suyo y otro su pariente muy privado, los cuales dos le dijeron que querían ir a Castilla con él. Estando en esto, vinieron cómo la carabela Pinta estaba en un río al cabo de aquella isla; luego envió el cacique allá una canoa y en ella el Almirante un marinero, porque amaba tanto al Almirante que era en maravilla. Ya entendía el Almirante con cuánta priesa podía por despacharse para la vuelta de Castilla.

Viernes 28 de diciembre .- Para dar orden y priesa en el acabar de hacer la fortaleza y en la gente que en ella había de quedar, salió el Almirante en tierra y parecióle que el rey le había visto cuando iba en la barca, el cual se entró presto en su casa disimulando, y envió a un su hermano que recibiese al Almirante y llevólo a una de las casas que tenía dadas a la gente del Almirante, la cual era la mayor y mejor de aquella villa. En ella le tenían aparejado un estrado de camisas de palma, donde le hicieron asentar. Después el hermano envió un escudero suyo a decir al rey que el Almirante estaba allí, como que el rey no sabía que era venido, puesto que el Almirante creía que lo disimulaba por hacelle mucha más honra. Como el escudero se lo dijo, dio el cacique diz que a correr para el Almirante, y púsole al pescuezo una gran plasta de oro que traía en la mano. Estuvo allí con él hasta la tarde, deliberando lo que había de hacer.

Sábado 29 de diciembre .- En saliendo el sol, vino a la carabela un sobrino del rey muy mozo y de buen entendimiento y buenos hígados (como dice el Almirante); y como siempre trabajase por saber a dónde se cogía el oro, preguntaba a cada uno, porque por señas ya entendía algo, y así aquel mancebo le dijo que a cuatro jornadas había una isla al Leste que se llamaba Guarionex , y otras que se llamaban Mocorix , Mayonic , Fuma , Cibao y Coroay , en las cuales había infinito oro, los cuales nombres escribió el Almirante y supo esto que le había dicho un hermano del rey, e riñó con él, según el Almirante entendió. También otras veces había el Almirante entendido que el rey trabajaba porque no entendiese dónde nacía y se cogía el oro, porque no lo fuese a resgatar o comprar a otra parte. Mas es tanto y en tantos lugares y en esta mesma isla Española (dice el Almirante), que es maravilla. Siendo ya de noche le envió el rey una gran carátula de oro, y envióle a pedir un bacín de aguamanos y un jarro. Creyó el Almirante que lo pedía para mandar hacer otro, y así se lo envió.

Domingo 30 de diciembre .- Salió el Almirante a comer a tierra, y llegó a tiempo que habían venido cinco reyes subjetos a aqueste que se llamaba Guacanagari, todos con sus coronas, representando muy buen estado, que dice el Almirante a los Reyes que Sus Altezas hubieran placer de ver la manera de ellos. En llegando en tierra, el rey vino a recibir al Almirante, y lo llevó de brazos a la misma casa de ayer, a do tenía un estrado y sillas en que asentó al Almirante; y luego se quitó la corona de la cabeza y se la puso al Almirante, y el Almirante se quitó del pescuezo un collar de buenos alaqueques y cuentas muy hermosas de muy lindos colores, que parecía muy bien en toda parte, y se lo puso a él, y se desnudó un capuz de fina grana, que aquel día se había vestido, y se lo vistió, y envió por unos borceguíes de color que le hizo calzar, y le puso en el dedo un grande anillo de plata, porque habían dicho que vieron una sortija de plata a un marinero y que había hecho mucho por ella. Quedó muy alegre y muy contento, y dos de aquellos reyes que estaban con él vinieron a donde el Almirante estaba con él y trujeron al Almirante dos grandes plastas de oro, cada uno la suya. Y estando así vino un indio diciendo que había dos días que dejara la carabela Pinta al Leste en un puerto. Tornóse el Almirante a la carabela, y Vicente Anos [Nota:

Vicente Yáñez.

] , [Nota:[Esta nota y la siguiente están variadas de orden en el original. (N. del E.)]

] , capitán de ella, afirmó que había visto ruibarbo y que lo había en la isla Amiga, que está a la entrada de la mar de Santo Tomé, que estaba seis leguas de allí, e que había cognocido los ramos y raíz. Dicen que el ruibarbo echa unos ramitos fuera de tierra y unos frutos que parecen moras verdes cuasi secas, y el palillo que está cerca de la raíz es tan amarillo y tan fino como la mejor color que puede ser para pintar, y debajo de la tierra hace la raíz como una grande pera.

Lunes 31 de diciembre .- Aqueste día se ocupó en mandar tomar agua y leña para la partida a España por dar noticia presto a los Reyes para que enviasen navíos que descubriesen lo que quedaba por descubrir, porque ya el negocio parecía tan grande y de tanto tomo que es maravilla -dijo el Almirante-, y dice que no quisiera partirse hasta que hobiere visto toda aquella tierra que iba hacia el Leste y andarla toda por la costa, por saber también diz que el tránsito de Castilla a ella, para traer ganados y otras cosas. Mas, como hobiese quedado con un solo navío, no le parecía razonable cosa ponerse a los peligros que le pudieran ocurrir descubriendo. Y quejábase que todo aquel mal e inconveniente [Nota:

Se debía a…

] haberse apartado de la carabela Pinta .

Martes 1 de enero de 1493 .- A media noche despachó la barca que fuese a la isleta Amiga para traer el ruibarbo. Volvió a vísperas con un serón de ello; no trujeron más porque no llevaron azada para cavar: aquello llevó por muestra a los Reyes. El rey de aquella tierra diz que había enviado muchas canoas por oro. Vino la canoa que fue a saber de la Pinta y el marinero y no la hallaron. Dijo aquel marinero que veinte leguas de allí habían visto un rey que traía en la cabeza dos grandes plastas de oro, y luego que los indios de la canoa le hablaron se las quitó, y vido también mucho oro a otras personas. Creyó el Almirante que el rey Guacanagari debía de haber prohibido a todos que no vendiesen oro a los cristianos, porque pasase todo por su mano. Mas él había sabido los lugares, como dije antier, donde lo había en tanta cantidad que no lo tenían en precio. También la especería que (como dice el Almirante) es mucha y más vale que pimiento y manegueta. Dejaba encomendados a los que allí quería dejar que hobiesen cuanta pudiesen.

Miércoles 2 de enero .- Salió de mañana en tierra para se despedir del rey Guacanagari e partirse en el nombre del Señor, e diole una camisa suya y mostróle la fuerza que tenían y efecto que hacían las lombardas, por lo cual mandó armar una y tirar al costado de la nao que estaba en tierra, porque vino a propósito de platicar sobre los caribes, con quien tienen guerra, y vido hasta dónde llegó la lombarda y cómo pasó el costado de la nao y fue muy lejos la piedra por la mar. Hizo hacer también un escaramuza con la gente de los navíos armada, diciendo al cacique que no hubiese miedo a los caribes aunque viniesen. Todo esto diz que hizo el Almirante porque tuviese por amigos a los cristianos que dejaba y por ponerle miedo que los temiese. Llevólo el Almirante a comer consigo a la casa donde estaba aposentado y a los otros que iban con él. Encomendóle mucho el Almirante a Diego de Arana y a Pedro Gutiérrez y a Rodrigo Escovedo, que dejaba juntamente por sus tenientes de aquella gente que allí dejaba, porque todo fuese bien regido y gobernado a servicio de Dios y de Sus Altezas. Mostró mucho amor el cacique al Almirante y gran sentimiento en su partida, mayormente cuando le vido ir a embarcarse. Dijo al Almirante un privado de aquel rey, que había mandado hacer una estatua de oro puro tan grande como el mismo Almirante y que dende a diez días la habían de traer. Embarcóse con propósito de se partir luego, mas el viento no le dio lugar.

Dejó en aquella isla Española, que los indios diz que llamaban Bohío , treinta y nueve hombres con la fortaleza, y diz que muchos amigos de aquel rey Guacanagari, e sobre aquellos, por sus tenientes, a Diego de Arana, natural de Córdoba, y a Pedro Gutiérrez, repostero de estrado del Rey, criado del despensero mayor, e a Rodrigo de Escovedo, natural de Segovia, sobrino de Fr. Rodrigo Pérez, con todos sus poderes que de los Reyes tenía. Dejóles todas las mercaderías que los Reyes mandaron comprar para los resgates, que eran muchas, para que las trocasen y resgatasen por oro, con todo lo que traía la nao. Dejóles también pan bizcocho para un año y vino y mucha artillería, y la barca de la nao para que ellos, como marineros que eran los más, fuesen, cuando viesen que convenía, a descubrir la mina de oro, porque a la vuelta que volviese el Almirante hallase mucho oro, y lugar donde se asentase una villa, porque aquel no era puerto a su voluntad; mayormente que el oro que allí traían venía diz que del Leste, y cuanto más fuesen al Leste tanto estaban cercanos de España. Dejóles también simientes para sembrar, y sus oficiales, escribano y alguacil, y un carpintero de naos y calafate y un buen lombardero, que sabe bien de ingenios, y un tonelero y un físico y un sastre, y todos diz que hombres de la mar.

Jueves 3 de enero .- No partió hoy porque anoche diz que vinieron tres de los indios que traía de las islas que se habían quedado, y dijéronle que los otros y sus mujeres venían al salir del gol. La mar también fue algo alterada, y no pudo la barca estar en tierra; determinó partir mañana, mediante la gracia de Dios. Dijo que si él tuviera consigo la carabela Pinta tuviera por cierto de llevar un tonel de oro, porque osara seguir las costas de estas islas, lo que no osaba hacer por ser solo, porque no le acaeciese algún inconveniente y se impidiese su vuelta a Castilla y la noticia que debía dar a los Reyes de todas las cosas que había hallado. Y si fuera cierto que la carabela Pinta llegara a salvamento en España con aquel Martín Alonso Pinzón, dijo que no dejara de hacer lo que deseaba; pero porque no sabía de él y porque ya que vaya podrá informar a los Reyes de mentiras porque no le manden dar la pena que él merecía como quien tanto mal había hecho y hacía en haberse ido sin licencia y estorbar los bienes que pudieran hacerse y saberse de aquella vez, dice el Almirante, confiaba que Nuestro Señor le daría buen tiempo y se podría remediar todo.

Viernes 4 de enero .- Saliendo el sol, levantó las anclas con poco viento con la barca por proa el camino del Norueste para salir fuera de la restringa, por otra canal más ancha de la que entró, la cual y otras son muy buenas para ir por delante de la Villa de Navidad, y por todo aquello el más bajo fondo que halló fueron tres brazas hasta nueve, y estas dos van de Norueste al Sueste, según aquellas restringas eran grandes que duran desde el Cabo Santo hasta el Cabo de Sierpe, que son más de seis leguas, y fuera en la mar bien tres y sobre el Cabo Santo bien tres, y sobre el Cabo Santo a una legua no hay más de ocho brazas de fondo, y dentro del dicho cabo, de la parte del Leste, hay muchos bajos y canales para entrar por ellos, y toda aquella costa se corre Norueste Sueste y es toda playa, y la tierra muy llana hasta bien cuatro leguas la tierra adentro. Después hay montañas muy altas y es toda muy poblada de poblaciones grandes y buena gente, según se mostraba con los cristianos. Navegó así al Leste, camino de un monte muy alto que quiere parecer isla, pero no lo es, porque tiene participación con tierra muy baja, el cual tiene forma de un anfaneque muy hermoso, al cual puso nombre Monte-Cristi , el cual está justamente al Leste del Cabo Santo, y habrá diez y echo leguas. Aquel día, por ser el viento muy poco, no pudo llegar al Monte-Cristi con seis leguas. Halló cuatro isletas de arena muy bajas, con una restringa que salía mucho al Norueste y andaba mucho al Sueste. Dentro hay un grande golfo que va desde dicho monte al Sueste bien veinte leguas, el cual debe ser todo de poco fondo y muchos bancos, y dentro de él en toda la costa muchos ríos no navegables, aunque aquel marinero que el Almirante envió con la canoa a saber nuevas de la Pinta , dijo que vido un río en el cual podían entrar naos. Surgió por allí el Almirante seis leguas de Monte-Cristi en diez y nueve brazas, dando la vuelta a la mar por apartarse de muchos bajos y restringas que por allí había, donde estuvo aquella noche. Da el Almirante aviso que el que hobiere de ir a la Villa de la Navidad, que cognociere a Monte-Cristi, debe meterse en la mar dos leguas, etc.; pero porque ya se sabe la tierra y más por allí no se pone aquí. Concluye que Cipango estaba en aquella isla y que hay mucho oro y especería y almáciga y ruibarbo.

Sábado 5 de enero .- Cuando el sol quería salir, dio la vela con el terral; después ventó Leste, y vido que de la parte del Susueste del Monte-Cristi, entre él y una isleta, parecía ser buen puerto para surgir esta noche, y tomó el camino al Lesueste, y después al Sursueste bien seis leguas a cerca del monte; y halló, andadas las seis leguas, diez y siete brazas de hondo y muy limpio, y anduvo así tres leguas con el mismo fondo. Después abajó a doce brazas hasta el morro del monte, y sobre el morro del monte a una legua halló nueve, y limpio todo arena menuda. Siguió así el camino hasta que entró entre el monte y la isleta, adonde halló tres brazas y media de fondo con baja mar, muy singular puerto adonde surgió. Fue con la barca a la isleta, donde halló fuego y rastro que habían estado allí pescadores. Vido allí muchas piedras pintadas de colores, o cantera de piedras tales de labores naturales muy hermosas diz que para edificios de iglesia o de otras obras reales, como las que halló en la isleta de San Salvador. Halló también en esta isleta muchos pies de almáciga. Este Monte-Cristi diz que es muy hermoso y alto y andable, de muy linda hechura, y toda la tierra cerca de él es baja, muy linda campiña, y él queda así alto que viéndolo de lejos parece isla que no comunique con alguna tierra. Después del dicho monte, al Leste, vido un cabo a veinticuatro millas, al cual llamó Cabo del Becerro , desde el cual hasta el dicho monte pasa en la mar bien dos leguas unas restringas de bajos, aunque le pareció que había entre ellas canales para poder entrar; pero conviene que sea de día y vaya sondando con la barca primero. Desde el dicho monte al Leste hacia el Cabo del Becerro las cuatro leguas es todo playa y tierra muy baja y hermosa, y lo otro es todo tierra muy alta y grandes montañas labradas y hermosas, y dentro de la tierra va una sierra de Nordeste al Sueste, la más hermosa que había visto, que parece propia como la sierra de Córdoba. Parecen también muy lejos otras montañas muy altas hacia el Sur y del Sueste y muy grandes valles y muy verdes y muy hermosos y muy muchos ríos de agua; todo esto en tanta cantidad apacible que no creía encarecerlo la milésima parte. Después vido, al Leste de dicho monte, una tierra que parecía otro monte, así como aquel de Cristi en grandeza y hermosura. Y dende a la cuarta del Leste al Nordeste es tierra no tan alta, y habría bien cien millas o cerca.

Domingo 6 de enero .- Aquel puerto es abrigado de todos los vientos, salvo de Norte y Norueste, y dice que poco reinan por aquella tierra, y aun de éstos se pueden guarecer detrás de la isleta: tiene tres hasta cuatro brazas. Salido el sol, dio la vela por ir la costa delante, la cual toda corría al Leste, salvo que es menester dar resguardo a muchas restringas de piedra y arena que hay en la dicha costa. Verdad es que dentro de ellas hay buenos puertos y buenas entradas por sus canales. Después de medio día ventó Leste recio, y mandó sobir a un marinero al topo del mástel para mirar los bajos, y vido venir la carabela Pinta con Leste a popa, y llegó al Almirante, y porque no había donde surgir por ser bajo, volvióse el Almirante al Monte-Cristi a desandar diez leguas atrás que había andado, y la Pinta con él. Vino Martín Alonso Pinzón a la carabela Niña , donde iba el Almirante, a se excusar diciendo que se había partido de él contra su voluntad, dando razones por ello; pero el Almirante dice que eran falsas todas, y que con mucha soberbia y cudicia se había apartado aquella noche que se apartó de él, y que no sabía (dice el Almirante) de dónde le hobiesen venido las soberbias y deshonestidad que había usado con él aquel viaje, las cuales quiso el Almirante disimular por no dar lugar a las malas obras de Satanás, que deseaba impedir aquel viaje como hasta entonces había hecho, sino que por dicho de un indio de los que el Almirante le había encomendado con otros que lleva en su carabela, el cual le había dicho que en una isla que se llamaba Baneque había mucho oro, y como tenía el navío sotil y ligero se quiso apartar y ir por sí dejando al Almirante. Pero el Almirante quísose detener y costear la isla Juana y la Española, pues todo era un camino del Leste. Después que Martín Alonso fue a la isla Baneque diz que no halló nada de oro, y se vino a la costa de la Española por información de otros indios que le dijeron haber en aquella isla Española, que los indios llamaban Bohío , mucha cantidad de oro y muchas minas, y por esta causa llegó cerca de la Villa de la Navidad, obra de quince leguas, y había entonces más de veinte días; por lo cual parece que fueron verdad las nuevas que los indios daban, por las cuales envió el rey Guacanagari la canoa, y el Almirante el marinero, y debía de ser ida cuando la canoa llegó. Y dice aquí el Almirante que resgató la carabela mucho oro, que por un cabo de agujeta le daban buenos pedazos de oro del tamaño de dos dedos y a veces como la mano, y llevaba el Martín Alonso la mitad y la otra mitad se repartía por la gente. Añade el Almirante diciendo a los Reyes: «Así que, Señores Príncipes, que yo conozco que milagrosamente mandó quedar allí aquella nao Nuestro Señor, porque es el mejor lugar de toda la isla para hacer el asiento y más cerca de las minas del oro». También diz que supo que detrás de la isla Juana, de la parte del Sur, hay otra isla grande, en que hay muy mayor cantidad de oro que en ésta, en tanto grado que cogían los pedazos mayores que habas, y en la isla Española se cogían los pedazos de oro de las minas como granos de trigo. Llamábase diz que aquella isla Yamaye . También diz que supo el Almirante que allí, hacia el Leste, había una isla adonde no había sino solas mujeres, y esto diz que de muchas personas lo sabía. Y que aquella isla Española, o la otra isla Yamaye, estaba cerca de tierra firme diez jornadas de canoa, que podía ser sesenta o setenta leguas, y que era la gente vestida allí.

Lunes 7 de enero .- Este día hizo tomar una agua que hacía la carabela y calafetalla, y fueron los marineros en tierra a traer leña y diz que hallaron muchos almácigos y linaloe.

Martes 8 de enero .- Por el viento Leste y Sueste mucho que ventaba no partió este día, por lo cual mandó que se guarneciese la carabela de agua y leña y de todo lo necesario para todo el viaje, porque, aunque tenía voluntad de costear toda la costa de aquella Española que andando el camino pudiese, pero, porque los que puso en las carabelas por capitanes eran hermanos, conviene a saber Martín Alonso Pinzón y Vicente Anes [Nota:

Vicente Yáñez.

] , y otros que le seguían con soberbia y cudicia estimando que todo era ya suyo, no mirando la honra que el Almirante les había hecho y dado, no habían obedecido ni obedecían sus mandamientos, antes hacían y decían muchas cosas no debidas contra él, y el Martín Alonso lo dejó desde el 21 de noviembre hasta el 6 de enero sin causa alguna ni razón sino por su desobediencia, todo lo cual el Almirante había sufrido y callado por dar buen fin a su viaje, así que, por salir de tan mala compañía, con los cuales dice que cumplía disimular aunque gente desmandada y aunque tenía diz que consigo muchos hombres de bien, pero no era tiempo de entender en castigo, acordó volverse y no parar más, con la mayor priesa que le fue posible. Entró en la barca y fue al río, que es allí junto, hacia el Sursudoeste del Monte-Cristi una grande legua, donde iban los marineros a tomar agua para el navío, y halló que el arena de la boca del río, el cual es muy grande y hondo, era diz que toda llena de oro y en tanto grado que era maravilla, puesto que era muy menudo. Creía el Almirante que por venir por aquel río abajo se desmenuzaba por el camino, puesto que dice que en poco espacio halló muchos granos tan grandes como lentejas; mas de lo menudito diz que había mucha cantidad. Y, porque la mar era llena y entraba el agua salada con la dulce, mandó subir con la barca el río arriba un tiro de piedra: hincheron los barriles desde la barca y, volviéndose a la carabela hallaban metidos por los aros de los barriles pedacitos de oro, y lo mismo que en los aros de la pipa. Puso por nombre el Almirante al río el Río del Oro , el cual de dentro pasada la entrada muy hondo, aunque la entrada es baja y la boca muy ancha, y de él a la villa de la Navidad diez y siete leguas. Entremedias hay otros muchos ríos grandes; en especial tres, los cuales creía que debían tener mucho más oro que aquél, porque son más grandes, puesto que éste es cuasi tan grande como Guadalquivir por Córdoba; y de ellos a las minas del oro no hay veinte leguas. Dice más el Almirante: que no quiso tomar de la dicha arena que tenía tanto oro, pues Sus Altezas lo tenían todo en casa y a la puerta de su Villa de la Navidad, sino venirse a más andar por llevalles las nuevas y por quitarse de la mala compañía que tenía y que siempre había dicho que era gente desmandada.

Miércoles 9 de enero .- A media noche levantó las velas con el viento Sueste y navegó al Lesnordeste; llegó a una punta que llamó Punta Roja , que está justamente al Leste del Monte-Cristi sesenta millas. Y al abrigo de ella surgió a la tarde, que serían tres horas antes que anocheciese. No osó salir de allí de noche, porque había muchas restringas, hasta que se sepan, porque después serán provechosas si tienen, como deben tener, canales, y tienen mucho fondo y buen surgidero seguro de todos vientos. Estas tierras, desde Monte-Cristi hasta allí donde surgió, son tierras altas y llanas y muy lindas campiñas, y a las espaldas muy hermosos montes que van de Leste a Oueste, y son todos labrados y verdes, que es cosa de maravilla ver su hermosura, y tienen muchas riberas de agua. En toda esta tierra hay muchas tortugas, de las cuales tomaron los marineros en el Monte-Cristi que venían a desovar en tierra, y eran muy grandes como una grande tablachina. El día pasado, cuando el Almirante iba al Río de Oro, dijo que vido tres serenas que salieron bien alto de la mar, pero no eran tan hermosas como las pintan, que en alguna manera tenían forma de hombre en la cara. Dijo que otras veces vido algunas en Guinea, en la costa de la Manegueta. Dice que esta noche, con el nombre de Nuestro Señor, partiría a su viaje sin más detenerse en cosa alguna, pues había hallado lo que buscaba, porque no quiere más enojo con aquel Martín Alonso hasta que Sus Altezas supiesen las nuevas de su viaje y de lo que ha hecho; «y después no sufriré -dice él- hechos de malas personas y de poca virtud, las cuales contra quien les dio aquella honra presumen hacer su voluntad con poco acatamiento».

Jueves 10 de enero .- Partióse de donde había surgido, y al sol puesto llegó a un río, al cual puso nombre Río de Grecia ; dista de la parte del Sueste tres leguas. Surgió a la boca, que es buen surgidero, a la parte del Leste. Para entrar dentro tiene un banco, que no tiene sino dos brazas de agua y muy angosto: dentro es buen puerto cerrado, sino que tiene mucha bruma, y de ella iba la carabela Pinta , donde iba Martín Alonso, muy maltratada, porque diz que estuvo allí resgatando diez y seis días, donde resgataron mucho oro, que era lo que deseaba Martín Alonso. El cual, después que supo de los indios que el Almirante estaba en la costa de la misma isla Española y que no lo podía errar, se vino para él. Y diz que quisiera que toda la gente del navío jurara que no habían estado allí sino seis días. Mas diz que era cosa tan pública su maldad, que no podía encobrir. El cual, dice el Almirante, tenía hechas leyes que fuese para él la mitad del oro que se resgatase o se hubiese. Y cuando hobo de partirse de allí, tomó cuatro hombres indios y dos mozos por fuerza, a los cuales el Almirante mandó dar de vestir y tornar en tierra que se fuesen a sus casas; «lo cual -dice- es servicio de Vuestras Altezas, así de esta isla en especial como de las otras. Mas, aquí donde tienen ya asiento Vuestras Altezas se debe hacer honra y favor a los pueblos, pues que en esta isla hay tanto oro y buenas tierras y especería».

Viernes 11 de enero .- A media noche salió del Río de Grecia con el terral; navegó al Leste, hasta un cabo que llamó Belprado , cuatro leguas; y de allí al Sueste está el monte a quien puso Monte de Plata , y dice que hay ocho leguas. De allí al cabo del Belprado al Leste, cuarta del Sueste, está el cabo que dijo del Ángel , y hay diez y ocho leguas; y de este cabo al Monte de Plata hay un golfo y tierras las mejores y más lindas del mundo, todas campiñas altas y hermosas, que van mucho la tierra adentro, y después hay una sierra, que va a Leste a Oueste, muy grande y muy hermosa; y al pie del monte hay un puerto muy bueno, y en la entrada tiene catorce brazas, y este monte es muy alto y hermoso, y todo esto es poblado mucho. Y creía el Almirante debía haber buenos ríos y mucho oro. Del Cabo del Ángel al Leste, cuarta del Sueste, hay cuatro leguas, a una punta que puso del Hierro ; y al mismo camino, cuatro leguas, está una punta que llamó la Punta Seca ; y de allí al mismo camino, a seis leguas, está el cabo que dijo Redondo ; y de allí al Leste está el cabo Francés, y en este cabo, de la parte de Leste, hay una ancla grande, mas no le pareció haber surgidero. De allí una legua está al Cabo del Buen tiempo; de éste al Sur cuarta del Sueste hay un cabo que llamó Tajado , una grande legua; de éste hacia el Sur vido otro cabo, y parecióle que habrían quince leguas. Hoy hizo gran camino, porque el viento y las corrientes iban con él. No osó surgir, por miedo de los bajos, y así estuvo a la corda toda la noche.

Sábado 12 de enero .- Al cuarto del alba navegó al Leste con viento fresco y anduvo así hasta el día, y en este tiempo veinte millas y en dos horas después andaría veinticuatro millas. De allí vido al Sur tierra, y fue hacia ella, y estaría de ella cuarenta y ocho millas, y dice que, dado resguardo al navío, andaría esta noche veintiocho millas al Nornordeste. Cuando vido la tierra, llamó a un cabo que vido el Cabo de Padre e Hijo , porque a la punta de la parte del Leste tiene dos farallones, mayor el uno que el otro. Después, al Leste dos leguas, vido una grande abra y muy hermosa entre dos grandes montañas, y vido que era grandísimo puerto, bueno y de muy buena entrada; pero, por ser muy de mañana y no perder camino, porque por la mayor parte del tiempo hace por allí Lestes y entonces le lleva Nornorueste, no quiso detenerse más. Siguió su camino al Leste hasta un cabo muy alto y muy hermoso y todo de piedra tajado a quien puso por nombre Cabo del Enamorado , el cual estaba al Leste de aquel puerto a quien llamó Puerto Sacro , treinta y dos millas; y, en llegando a él, descubrió otro muy más hermoso y más alto y redondo, de peña todo, así como el Cabo de San Vicente en Portugal, y estaba del Enamorado al Leste doce millas. Después que llegó a emparejarse con el del Enamorado, vido, entremedias de él y de otro, vido que se hacía una grandísima bahía que tiene de anchor tres leguas, y en medio de ella está una isleta pequeñuela, el fondo es mucho a la entrada hasta tierra. Surgió allí en doce brazas, envió la barca en tierra por agua y por ver si habían lengua, pero la gente toda huyó. Surgió también por ver si toda era aquella una tierra con la Española; y lo que dijo ser golfo sospechaba no fuese otra isla por sí. Quedaba espantado de ser tan grande la isla Española.

Domingo 13 de enero .- No salió de este puerto por no hacer terral con que saliese. Quisiera salir por ir a otro mejor puerto, porque aquél era algo descubierto, y porque quería ver en qué paraba la conjunción de la Luna con el Sol, que esperaba a 17 de este mes, y la oposición de ella con Júpiter y conjunción con Mercurio y el Sol en opósito con Júpiter, que es causa de grandes vientos. Envió la barca a tierra en una hermosa playa para que tomasen de los ajes para comer, y hallaron ciertos hombres con arcos y flechas, con los cuales se pararon a hablar, y los compraron dos arcos y muchas flechas y rogaron a uno de ellos que fuese a hablar al Almirante a la carabela; y vino, el cual diz que era muy disforme en el acatadura más que otros que hobiesen visto. Tenía el rostro todo tiznado de carbón, puesto que en todas partes acostumbran de se teñir de diversos colores. Traía todos los cabellos muy largos y encogidos y atados atrás y después puestos en una rebecilla de plumas de papagayos, y él así desnudo como los otros. Juzgó el Almirante que debía ser de los caribes que comen los hombres, y que aquel golfo que ayer había visto que hacía apartamiento de tierra y que sería isla por sí. Preguntóle por los caribes y señalóle al Leste, cerca de allí, la cual diz que ayer vio el Almirante antes que entrase en aquella bahía, y díjole el indio que en ella había muy mucho oro, señalándole la popa de la carabela, que era bien grande, y que pedazos había tan grandes. Llamaba al oro tuob y no entendía por caona , como le llaman en la primera parte de la isla, ni por nozay , como lo nombran en San Salvador y en las otras islas. Al alambre o a un oro bajo llaman en la Española tuob . De la isla de Matinino dijo aquel indio que era toda poblada de mujeres sin hombres, y que en ella hay mucho tuob, que es oro o alambre, y que es más al Leste de Carib. También dijo de la isla de Goanin, adonde hay mucho tuob. De estas islas dice el Almirante que por muchas personas hace días había noticia. Dice más el Almirante; que en las islas pasadas estaban con gran temor de Carib, y en algunas le llamaban Caniba , pero en la Española Carib ; y que debe de ser gente arriscada, pues andan por todas estas islas y comen la gente que pueden haber. Dice que entendía algunas palabras, y por ellas diz que saca otras cosas, y que los indios que consigo traía entendían más, puesto que hallaba diferencia de lenguas por la gran distancia de las tierras. Mandó dar al indio de comer, y diole pedazos de paño verde y colorado y cuentezuelas de vidrio, a que ellos son muy aficionados, y tornóle a enviar a tierra y díjole que trujese oro si lo había, lo cual creía por algunas cositas suyas que él traía. En llegando la barca a tierra, estaban detrás los árboles bien cincuenta y cinco hombres desnudos, con los cabellos muy largos, así como las mujeres los traen en Castilla. Detrás de la cabeza traían penachos de plumas de papagayos y de otras aves, y cada uno traía su arco. Descendió el indio en tierra e hizo que los otros dejasen sus arcos y flechas, y un pedazo de palo que es como un […] [Nota:

Vacío en el texto original.

] muy pesado que traen en lugar de espada; los cuales después se llegaron a la barca, y la gente de la barca salió a tierra y comenzáronles a comprar los arcos y flechas y las otras armas, porque el Almirante así lo tenía ordenado. Vendidos dos arcos, no quisieron dar más; antes se aparejaron de arremeter a los cristianos y prendellos. Fueron corriendo a tomar sus arcos y flechas donde los tenían apartados y tornaron con cuerdas en las manos para diz que atar a los cristianos. Viéndolos venir corriendo a ellos, estando los cristianos apercibidos, porque siempre los avisaba de esto el Almirante, arremetieron los cristianos a ellos, y dieron a un indio una gran cuchillada en las nalgas y a otro por los pechos hirieron con una saetada, lo cual, visto que podían ganar poco aunque no eran los cristianos sino siete y ellos cincuenta y tantos, dieron a huir que no quedó ninguno, dejando uno aquí las flechas y otro allí los arcos. Mataran diz que los cristianos muchos de ellos si el piloto que iba por capitán de ellos no lo estorbara. Volviéronse luego a la carabela los cristianos con su barca, y, sabido por el Almirante, dijo que por una parte le había pesado y por otra no, porque hayan miedo a los cristianos, porque sin duda (dice él) la gente de allí es diz que de mal hacer y que creía que eran los de Carib y que comiesen los hombres, y porque, viniendo por allí la barca que dejó a los treinta y nueve hombres en la fortaleza y Villa de la Navidad, tengan miedo de hacerles algún mal. Y que si no son de los caribes, al menos deben ser fronteros y de las mismas costumbres y gente sin miedo, no como los otros de las otras islas, que son cobardes y sin arenas fuera de razón. Todo esto dice el Almirante y que querría tomar algunos de ellos. Diz que hacían muchas ahumadas como acostumbraban en aquella isla Española.

Lunes 14 de enero .- Quisiera enviar esta noche a buscar las casas de aquellos indios por tomar algunos de ellos, creyendo que eran caribes, y por el mucho Leste y Nordeste y mucha ola que hizo en la mar; pero, ya de día, vieron mucha gente de indios en tierra, por lo cual mandó el Almirante ir allá la barca con gente bien aderezada, los cuales luego vinieron todos a la popa de la barca, y especialmente el indio que el día antes había venido a la carabela y el Almirante le había dado las cosillas de resgate. Con éste diz que venía un rey, el cual había dado al indio dicho unas cuentas que diese a los de la barca en señal de seguro y de paz. Este rey, con tres de los suyos, entraron en la barca y vinieron a la carabela. Mandóles el Almirante dar de comer bizcocho y miel y diole un bonete colorado y cuentas y un pedazo de paño colorado, y a los otros también pedazos de paño, el cual dijo que traería mañana una carátula de oro, afirmando que allí había mucho, y en Carib y en Matinino. Después los envió a tierra bien contentos. Dice más el Almirante: que hacían agua mucha las carabelas por la quilla, y quéjase mucho de los calafates que en Palos las calafatearon muy mal y que cuando vieron que el Almirante había entendido el defecto de su obra y los quisiera constreñir a que la enmendaran, huyeron; pero, no obstante, la mucha agua que las carabelas hacían, confía en Nuestro Señor que le trujo, le tornará por su piedad y misericordia, que bien sabía Su Alta Majestad cuánta controversia tuvo primero antes que se pudiese expedir de Castilla, que ninguno otro fue en su favor sino Él, porque Él sabía su corazón, y después de Dios Sus Altezas, y todo lo demás le había sido contrario sin razón alguna. Y dice más así: «y han seído causa que la Corona Real de Vuestras Altezas no tenga cien cuentos de renta más de la que tiene después que yo vine a les servir, que son siete años agora a 20 días de enero este mismo mes, y más lo que acrecentado sería de aquí en adelante. Mas aquel poderoso Dios remediará todo». Estas son sus palabras.

Martes 15 de enero .- Dice que quiere partir porque ya no aprovecha nada detenerse, por haber pasado aquellos desconciertos (debe decir del escándalo de los indios). Dice también que hoy ha sabido que toda la fuerza del oro estaba en la comarca de la Villa de la Navidad de Sus Altezas, y que en la isla de Carib había mucho alambre y en Matinino, puesto que será dificultoso en Carib, porque aquella gente diz que come carne humana, y que de allí se parecía la isla de ellos y que tenía determinado de ir allá, pues está en el camino, y a la de Matinino que diz que era poblada toda de mujeres sin hombres, y ver la una y la otra y tomar diz algunos de ellos. Envió el Almirante la barca a tierra, y el rey de aquella tierra no había venido, porque diz que la población estaba lejos; mas envió su corona de oro, como había prometido, y vinieron otros muchos hombres con algodón y con pan de ajes, todos con sus arcos y flechas. Después que todo lo hobieron resgatado, vinieron diz que cuatro mancebos a la carabela, y pareciéronle al Almirante dar tan buena cuenta de todas aquellas islas que estaban hacia el Leste en el mismo camino que el Almirante había de llevar, que determinó de traer a Castilla consigo. Allí diz que no tenían hierro ni otro metal que se hobiese visto, aunque en pocos días no se puede saber de una tierra mucho, así por la dificultad de la lengua, que no entendía el Almirante, sino por discreción, como porque ellos no saben lo que él pretendía en pocos días. Los arcos de aquella gente diz que eran tan grandes como los de Francia e Inglaterra; las flechas son propias como las azagayas de las otras gentes que hasta allí había visto, que son de los pimpollos de las cañas cuando son simiente, que quedan muy derechas y de longura de una vara y media y de dos, y después ponen al cabo un pedazo de palo agudo de un palmo y medio, y encima de este palillo, algunos le injieren un diente de pescado y algunos y los más le ponen allí hierba, y no tiran como en otras partes, salvo por una cierta manera que no pueden mucho ofender. Allí había muy mucho algodón y muy fino y luengo y hay muchas almácigas, y parecíale que los arcos eran de tejo, y que hay oro y cobre. También hay mucho ají, que es su pimienta, della que vale más que pimienta, y toda la gente no come sin ella, que la halla muy sana: puédense cargar cincuenta carabelas cada año en aquella Española. Dice que halló mucha hierba en aquella bahía, de la que hallaban en el golfo cuando venía al descubrimiento, por lo cual creía que había islas al Leste hasta en derecho de donde las comenzó a hallar: porque tiene por cierto que aquella hierba nace en poco fondo junto a tierra, y dice que si así es muy cerca estaban estas Indias de las islas de Canaria, y por esta razón creía que distaban menos de cuatrocientas leguas.

Miércoles 16 de enero .- Partió antes del día tres horas del golfo que llamó el Golfo de las Flechas , con viento de la tierra, después con viento Oueste, llevando la proa al Leste cuarta del Nordeste para ir diz que a la isla de Carib, donde estaba la gente de quien todas aquellas islas y tierras tanto miedo tenían, porque diz que con sus canoas sinnúmero andaban todas aquellas mares y diz que comían los hombres que pueden haber. La derrota diz que le había mostrado unos indios de aquellos cuatro que tomó ayer en el Puerto de las Flechas. Después de haber andado a su parecer sesenta y cuatro millas, señaláronle los indios quedaría la dicha isla al Sueste: quiso llevar aquel camino y mandó templar las velas, y, después de haber andado dos leguas, refrescó el viento muy bueno para ir a España. Notó en la gente que comenzó a entristecerse por desviarse del camino derecho, por la mucha agua que hacían ambas carabelas, y no tenían algún remedio salvo el de Dios. Hobo de dejar el camino que creía que llevaba de la isla y volvió al derecho de España, Nordeste cuarta del Leste, y anduvo así hasta el sol puesto cuarenta y ocho millas, que son doce leguas. Dijéronle los indios que por aquella vía hallaría la isla de Matinino, que diz que era poblada de mujeres sin hombres, lo cual el Almirante mucho quisiera por llevar diz que a los Reyes cinco o seis de ellas; pero dudaba que los indios supiesen bien la derrota, y él no se podía detener, por el peligro del agua que cogían las carabelas; más, diz que era cierto que las había, y que cierto tiempo del año venían los hombres a ellas de la dicha isla de Carib, que diz que estaba de ellas diez o doce leguas, y si parían niño enviábanlo a la isla de los hombres, y si niña dejábanla consigo. Dice el Almirante que aquellas dos islas no debían distar de donde había partido quince o veinte leguas, y creía que eran al Sueste, y que los indios no le supieron señalar la derrota. Después de perder de vista el cabo que nombró de San Theramo , de la isla Española, que le quedaba al Oueste diez y seis leguas, anduvo doce leguas al Oeste cuarta del Nordeste. Llevaba muy buen tiempo.

Jueves 17 de enero .- Ayer, al poner del sol calmóle algo el viento; andaría catorce ampolletas, que tenía cada una media hora o poco menos, hasta el rendir del primer cuarto, y andaría cuatro millas por hora, que son veintiocho millas. Después refrescó el viento y anduvo así todo aquel cuarto, que fueron diez ampolletas, y después otras seis, hasta salido el sol, ocho risillas por hora, y así andaría por todas ochenta y cuatro millas que son veintiuna leguas al Nordeste cuarta del Leste, y hasta el sol puesto andaría más cuarenta y cuatro millas, que son once leguas al Leste. Aquí vino un alcatraz a la carabela y después otro, y vido mucha hierba de la que está en la mar.

Viernes 18 de enero .- Navegó con poco viento esta noche al Leste cuarta del Sueste cuarenta millas, que son diez leguas, y después al Sueste cuarta del Leste treinta millas, que son siete leguas y media, hasta salido el sol. Después de salido el sol navegó todo el día con poco viento Lesnordeste y Nordeste y con Leste más y menos, puesta la proa a veces al Norte y a veces a la cuarta del Nordeste y al Nornordeste; y así, contando lo uno y lo otro, creyó que andaría sesenta millas, que son quince leguas. Pareció poca hierba en la mar; pero dice que ayer y hoy pareció la mar cuajada de atunes, y creyó el Almirante que de allí debían de ir a las almadrabas del Duque de Conil y de Cáliz. Por un pescado que se llama rabiforcado, que anduvo alrededor de la carabela y después se fue la vía del Sursueste, creyó el Almirante que había por allí algunas islas. Y al Lesueste de la isla Española dijo que quedaba la isla de Carib y la de Matinino y otras muchas.

Sábado 19 de enero .- Anduvo esta noche cincuenta y seis millas al Norte cuarta del Nordeste y sesenta y cuatro al Nordeste cuarta del Norte. Después del sol salido, navegó al Nordeste con el viento Lesueste, con viento fresco, y después a la cuarta del Norte, y andaría ochenta y cuatro millas, que son veintiuna leguas. Vino la mar cuajada de atunes pequeños: hobo alcatraces, rabos de juncos y rabiforcados.

Domingo 20 de enero .- Calmó el viento esta noche, y a ratos ventaba unos balcos de vientos y andaría por todo veinte millas al Nordeste. Después del sol salido, andaría once millas al Sueste, después al Nornordeste treinta y seis millas, que son nueve leguas. Vido infinitos atunes pequeños: los aires diz que muy suaves y dulces, como en Sevilla por abril o mayo, y la mar, dice, a Dios sean dadas muchas gracias siempre muy llana. Rabiforcados y pardelas y otras aves muchas parecieron.

Lunes 21 de enero .- Ayer, después del sol puesto, navegó al Norte cuarta del Nordeste, con el viento Leste y Nordeste: andaría ocho millas por hora hasta media noche, que serían cincuenta y seis millas. Después anduvo al Nornordeste ocho millas por hora, y así serían, en toda la noche, ciento y cuatro millas, que son veintiséis leguas, a la cuarta del Norte de la parte del Nordeste. Después del sol salido, navegó al Nornordeste con el mismo viento Leste, y a veces a la cuarta del Nordeste, y andaría ochenta y ocho millas en once horas que tenía el día, que son veintiuna leguas, sacada una que perdió porque arribó sobre la carabela Pinta por hablalle. Hallaba los aires más fríos, y pensaba diz que hallarlos más cada día cuanto más se llegase al Norte, y también por las noches ser más grandes por la angostura de la esfera. Parecieron muchos rabos de juncos y pardelas y otras aves; pero no tantos peces, diz que por ser el agua más fría. Vido mucha hierba.

Martes 22 de enero .- Ayer, después del sol puesto, navegó al Nornordeste con viento Leste y tomaba del Sueste: andaba ocho millas por hora hasta pasadas cinco ampolletas, y tres de antes que se comenzase la guardia, que eran ocho ampolletas. Y así, habrían andado setenta y dos millas, que son diez y ocho leguas. Después anduvo a la cuarta del Nordeste al Norte seis ampolletas, que serían otras diez y ocho millas. Después cuatro ampolletas de la segunda guarda al Nordeste, seis millas por hora, que son tres leguas al Nordeste. Después, hasta el salir del sol, anduvo al Lesnordeste once ampolletas, seis leguas por hora, que son siete leguas. Después al Lesnordeste, hasta las once horas del día, treinta y dos millas. Y así calmó el viento y no anduvo más en aquel día. Nadaron los indios. Vieron rabos de juncos y mucha hierba.

Miércoles 23 de enero .- Esta noche tuvo muchos mudamientos en los vientos; tanteado todo y dado los resguardos que los marineros buenos suelen y deben dar, dice que andaría esta noche, al Nordeste cuarta del Norte, ochenta y cuatro millas, que son veintiuna leguas. Esperaba muchas veces a la carabela Pinta , porque andaba mal de la bolina, porque se ayudaba poco de la mesana por el mástel no ser bueno; y dice que si el capitán de ella, que es Martín Alonso Pinzón, tuviera tanto cuidado de proveerse de un buen mástel en las Indias, donde tantos y tales había, como fue cudicioso de se apartar de él, pensando de hinchir el navío de oro, él lo pusiera bueno. Parecieron muchos rabos de juncos y mucha hierba: el cielo todo turbado estos días; pero no había llovido, y la mar siempre muy llana como en un río, a Dios sean dadas muchas gracias. Después del sol salido, andaría al Nordeste franco cierta parte del día treinta millas, que son siete leguas y media, y después lo demás anduvo al Lesnordeste otras treinta, que son siete leguas y media.

Jueves 24 de enero .- Andaría esta noche toda, consideradas muchas mudanzas que hizo el viento al Nordeste, cuarenta y cuatro millas, que fueron once leguas. Después de salido el sol hasta puesto, andaría al Lesnordeste catorce leguas.

Viernes 25 de enero .- Navegó esta noche al Lesnordeste un pedazo de la noche, que fueron trece ampolletas, nueve leguas y media; después anduvo al Nornordeste otras seis millas. Salido el sol todo el día, porque calmó el viento, andaría al Lesnordeste veintiocho millas, que son siete leguas. Mataron los marineros una tonina y grandísimo tiburón, y diz que lo habían bien menester, porque no traían ya de comer sino pan y vino y ajes de las Indias.

Sábado 26 de enero .- Esta noche anduvo al Leste, cuarta del Sueste, cincuenta y seis millas, que son catorce leguas. Después del sol salido, navegó a las veces al Lesueste y a las veces al Sueste; andaría hasta las once horas del día cuarenta millas. Después hizo otro bordo, y después anduvo a la relinga, y hasta la noche anduvo hacia el Norte veinticuatro millas, que son seis leguas.

Domingo 27 de enero .- Ayer, después del sol puesto, anduvo al Nordeste y al Norte, y al Norte cuarta del Nordeste, y andaría cinco millas por hora, y en trece horas serían sesenta y cinco millas, que son diez y seis leguas y media. Después del sol salido, anduvo hacia el Nordeste veinticuatro millas, que son seis leguas hasta mediodía, y de allí hasta el sol puesto andaría tres leguas al Lesnordeste.

Lunes 28 de enero .- Esta noche toda navegó al Lesnordeste, y andaría treinta y seis millas, que son nueve leguas. Después del sol salido, anduvo hasta el sol puesto al Lesnordeste veinte millas, que son cinco leguas. Los aires halló templados y dulces. Vido rabos de juncos y pardelas y mucha hierba.

Martes 29 de enero .- Navegó al Lesnordeste y andaría en la noche con Sur y Sudueste treinta y nueve millas, que son nueve leguas y media. En todo el día andaría ocho leguas. Los aires muy templados, como en abril en Castilla; la mar muy llana: peces que llaman dorados vinieron a bordo.

Miércoles 30 de enero .- En toda esta noche andaría siete leguas al Lesnordeste. De día corrió al Sur, cuarta al Sueste, trece leguas y media. Vido rabos de juncos y mucha hierba y muchas toninas.

Jueves 31 de enero .- Navegó esta noche al Norte cuarta del Nordeste, treinta millas, y después al Nordeste treinta y cinco millas, que son diez y seis leguas. Salido el sol, hasta la noche anduvo al Lesnordeste trece leguas y media. Vieron rabos de junco y pardelas.

Viernes 1 de febrero .- Anduvo esta noche al Lesnordeste diez y seis leguas y media. El día corrió al mismo camino veintinueve leguas y un cuarto; la mar muy llana a Dios gracias.

Sábado 2 de febrero .- Anduvo esta noche al Lesnordeste cuarenta millas, que son diez leguas. De día, con el mismo viento a popa, corrió siete millas por hora; por manera que en once horas anduvo setenta y siete millas, que son diez y nueve leguas y cuarta; la mar muy llana, gracias a Dios, y los aires muy dulces. Vieron tan cuajada la mar de hierba que si no la hobieran visto temieran ser bajos. Pardelas vieron.

Domingo 3 de febrero .- Esta noche, yendo a popa con la mar muy llana, a Dios gracias, andarían veintinueve leguas. Parecióle la estrella del Norte muy alta, como en el Cabo de San Vicente. No pudo tomar el altura con el astrolabio ni cuadrante, porque la ola no le dio lugar. El día navegó al Lesnordeste su camino, y andaría diez millas por hora, y, así, en once horas veintisiete leguas.

Lunes 4 de febrero .- Esta noche navegó al Leste cuarta del Nordeste; parte anduvo doce millas por hora y parte diez, y así anduvo ciento treinta millas, que son treinta y dos leguas y media. Tuvo el cielo muy turbado y llovioso y hizo algún frío, por lo cual diz que cognocía que no había llegado a las islas de los Azores. Después del sol levantado, mudó el camino y fue al Leste. Anduvo en todo el día setenta y siete millas, que son diez y nueve leguas y cuarta.

Martes 5 de febrero .- Esta noche navegó al Leste; andaría toda ella cincuenta y cuatro millas, que son catorce leguas menos media. El día corrió diez millas por hora, y, así, en once horas fueron ciento diez millas, que son veintisiete leguas y media. Vieron pardelas y palillos, que era señal que estaban cerca de tierra.

Miércoles 6 de febrero .- Navegó esta noche Leste; andaría once millas por hora. En trece horas de la noche andaría ciento cuarenta y tres millas, que son treinta y cinco leguas y cuarta. Vieron muchas aves y pardelas. El día corrió catorce millas por hora, y, así, anduvo aquel día ciento cincuenta y cuatro millas, que son treinta y ocho leguas y media; de manera que fueron, entre día y noche, setenta y cuatro leguas, poco más o menos. Vicente Anes [Nota:

Vicente Yáñez.

] dijo que hoy por la mañana le quedaba la isla de Flores al Norte y la de la Madera al Leste. Roldán dijo que la isla del Fayal o la de San Gregorio le quedaba al Nornordeste y el Puerto Santo al Leste. Pareció mucha hierba.

Jueves 7 de febrero .- Navegó esta noche al Leste; andaría diez millas por hora, y, así, en trece horas ciento y treinta millas, que son treinta y dos leguas y media; el día ocho millas por hora, en once horas ochenta y ocho millas, que son veintidós leguas. En esta mañana estaba el Almirante al Sur de la isla de Flores sesenta y cinco leguas, y el piloto Pedro Alonso, yendo al Norte, pasaba entre la Tercera y la de Santa María, y al Leste pasaba de barlovento de la isla de la Madera doce leguas de la parte del Norte. Vieron los marineros hierba de otra manera que la pasada, de la que hay mucha en la isla de los Azores. Después se vido de la pasada.

Viernes 8 de febrero .- Anduvo esta noche tres millas por hora al Leste por un rato, y después caminó a la cuarta del Sueste; anduvo toda la noche doce leguas. Salido el sol, hasta mediodía corrió veintisiete millas; después, hasta el sol puesto, otras tantas, que son trece leguas al Sursueste.

Sábado 9 de febrero .- Un rato de esta noche andaría tres leguas al Sursueste; después al Sur cuarta del Sueste; después al Nordeste, hasta las diez horas del día, otras cinco leguas, y después, hasta la noche, anduvo nueve leguas al Leste.

Domingo 10 de febrero .- Después del sol puesto navegó al Leste toda la noche ciento treinta millas, que son treinta y dos leguas y media; el sol salido, hasta la noche anduvo nueve millas por hora, y, así, anduvo en once horas noventa y nueve millas, que son veinticuatro leguas y media y una cuarta.

En la carabela del Almirante carteaban o echaban punto Vicente Yáñez y los dos pilotos Sancho Ruiz y Pedro Alonso Niño y Roldán, y todos ellos pasaban mucho adelante de las islas de los Azores al Leste por sus cartas; y, navegando al Norte, ninguno tomaba la isla de Santa María, que es la postrera de todas las de los Azores. Antes, serían delante cinco leguas, o fueran en la comarca de la isla de la Madera o en el Puerto Santo. Pero el Almirante se hallaba muy desviado de su camino, hallándose mucho más atrás que ellos, porque esta noche le quedaba la isla de Flores al Norte, y al Leste iba en demanda a Nafe en África, y pasaba a barlovento de la isla de la Madera de la parte del Norte [Nota:

Vacío en el texto original.

] leguas. Así que ellos estaban más cerca de Castilla que el Almirante con ciento cincuenta leguas. Dice que, mediante la gracia de Dios, desque vean tierra se sabrá quién andaba más cierto. Dice aquí también que primero anduvo doscientas sesenta y tres leguas de la isla del Hierro a la venida que viese la primera hierba, etc.

Lunes 11 de febrero .- Anduvo esta noche doce millas por hora a su camino, y, así, en toda ella contó treinta y nueve leguas, y en todo el día corrió diez y seis leguas y media. Vido muchas aves, de donde creyó estar cerca de tierra.

Martes 12 de febrero .- Navegó al Leste seis millas por hora esta noche, y andaría hasta el día setenta y tres millas, que son diez y ocho leguas y un cuarto. Aquí comenzó a tener grande mar y tormenta: y, si no fuera la carabela diz que muy buena y bien aderezada, temiera perderse. El día correría once o doce leguas, con mucho trabajo y peligro.

Miércoles 13 de febrero .- Después del sol puesto hasta el día, tuvo gran trabajo del viento y de la mar muy alta y tormenta; relampagueó hacia el Nornordeste tres veces; dijo ser señal de gran tempestad que había de venir de aquella parte o de su contrario. Anduvo a árbol seco lo más de la noche; después dio una poca de vela y andaría cincuenta y dos millas, que son trece leguas. En este día blandeó un poco el viento; pero luego creció y la mar se hizo terrible y cruzaban las olas que atormentaban los navíos. Andaría cincuenta y cinco millas, que son trece leguas y media.

Jueves 14 de febrero .- Esta noche creció el viento y las olas eran espantables, contraria una de otra, que cruzaban y embarazaban el navío que no podía pasar adelante ni salir de entremedias de ellas y quebraban en él: llevaba el papahigo muy bajo, para que solamente lo sacase algo de las ondas: andaría así tres horas y correría veinte millas. Crecía mucho la mar y el viento; y, viendo el peligro grande, comenzó a correr a popa donde el viento lo llevase, porque no había otro remedio. Entonces comenzó a correr también la carabela Pinta , en que iba Martín Alonso, y desapareció, aunque toda la noche hizo faroles el Almirante y el otro le respondía; hasta que parece que no pudo más por la fuerza de la tormenta y porque se hallaba muy fuera del camino del Almirante. Anduvo el Almirante esta noche al Nordeste, cuarta del Leste, cincuenta y cuatro millas, que son trece leguas. Salido el sol, fue mayor el viento, y la mar cruzando más terrible: llevaba el papahigo solo y bajo, para que el navío saliese de entre las ondas que cruzaban, porque no lo hundiesen. Andaba el camino de Lesnordeste, y después a la cuarta hasta el Nordeste; andaría seis horas así, y en ellas siete leguas y media. Él ordenó que se echase un romero que fuese a Santa María de Guadalupe y llevase un cirio de cinco libras de cera y que hiciesen voto todos que al que cayese la suerte cumpliese la romería, para lo cual mandó traer tantos garbanzos cuantas personas en el navío venían y señalar uno con un cuchillo haciendo una cruz y metellos en un bonete bien revueltos. El primero que metió la mano fue el Almirante y sacó el garbanzo de la cruz, y así cayó sobre él la suerte y desde luego se tuvo por romero y deudor de ir a complir el voto. Echóse otra vez la suerte para enviar romero a Santa María de Loreto, que está en la marca de Ancona, tierra del Papa, que es casa donde Nuestra Señora ha hecho y hace muchos y grandes milagros, y cayó la suerte a un marinero de Puerto de Santa María, que se llamaba Pedro de Villa, y el Almirante le prometió de le dar dineros para las costas. Otro romero acordó que se enviase a que velase una noche en Santa Clara de Moguer e hiciese decir una misa, para lo cual se tornaron a echar los garbanzos con el de la cruz, y cayó la suerte al mismo Almirante. Después de esto, el Almirante y toda la gente hicieron voto de, en llegando a la primera tierra, ir todos en camisa en procesión a hacer oración en una iglesia que fuese de la invocación de Nuestra Señora.

Allende los votos generales o comunes, cada uno hacía en especial su voto, porque ninguno pensaba escapar, teniéndose todos por perdidos, según la terrible tormenta que padecían. Ayudaba a acrecentar el peligro que venía el navío con falta de lastre, por haberse alivianado la carga, siendo ya comidos los bastimentos y el agua y vino bebido, lo cual, por cudicia del próspero tiempo que entre las islas tuvieron, no proveyó el Almirante, teniendo propósito de lo mandar lastrar en la isla de las Mujeres, adonde lleva propósito de ir. El remedio que para esta necesidad tuvo fue, cuando hacerlo pudieron, henchir las pipas que tenían vacías de agua y vino, de agua de la mar, y con esto en ella se remediaron.

Escribe aquí el Almirante las causas que le ponían temor de que allí Nuestro Señor no quisiese que pereciese y otras que le daban esperanza de que Dios lo había de llevar en salvamento, para que tales nuevas como llevaba a los Reyes no pereciesen. Parecíale que el deseo grande que tenía de llevar estas nuevas tan grandes y mostrar que había salido verdadero en lo que había dicho y proferídose a descubrir, le ponía grandísimo miedo de no lo conseguir, y que cada mosquito diz que le podía perturbar e impedir. Atribúyelo esto a su poca fe y desfallecimiento de confianza de la Providencia Divina. Confortábale, por otra parte, las mercedes que Dios le había hecho en dalle tanta victoria, descubriendo lo que descubierto había y complídole Dios todos sus deseos, habiendo pasado en Castilla en sus despachos muchas adversidades y contrariedades. Y que como antes hobiese puesto su fin y enderezado todo su negocio a Dios y le había oído y dado todo lo que le había pedido, debía creer que le daría cumplimiento de lo comenzado y le llevaría en salvamento. Mayormente que, pues le había librado a la ida, cuando tenía mayor razón de temer de los trabajos que con los marineros y gente que llevaba, los cuales todos a una voz estaban determinados de se volver y alzarse contra él haciendo protestaciones, y el eterno Dios le dio esfuerzo y valor contra todos y otras cosas de mucha maravilla que Dios había mostrado en él y por él en aquel viaje, allende aquellas que Sus Altezas sabían de las personas de su casa; así que dice que no debiera temer la dicha tormenta. Mas, su flaqueza y congoja -dice él- no me dejaba asentar la ánima. Dice más, que también le daba gran pena dos hijos que tenía en Córdoba al estudio, que los dejaba huérfanos de padre y madre en tierra extraña, y los Reyes no sabían los servicios que les había en aquel viaje hecho y nuevas tan prósperas que les llevaba para que se moviesen a los remediar. Por esto y porque supiesen Sus Altezas cómo Nuestro Señor le había dado victoria de todo lo que deseaba de la Indias y supiesen que ninguna tormenta había en aquellas partes, lo cual dice que se puede cognocer por la hierba y árboles que están nacidos y crecidos hasta dentro en la mar, y porque si se perdiese con aquella tormenta los Reyes hobiesen noticia de su viaje, tomó un pergamino y escribió en él todo lo que pudo de todo lo que había hallado, rogando mucho a quien lo hallase que le llevase a los Reyes. Este pergamino envolvió en un paño encerado, atado muy bien, y mandó traer un gran barril de madera y púsolo en él sin que ninguna persona supiese qué era, sino que pensaron todos que era alguna devoción; y así lo mandó echar en la mar. Después, con los aguaceros y turbionadas, se mudó el viento al Oueste, y andaría así a popa sólo con el trinquete cinco horas con la mar muy desconcertada; y andaría dos leguas y media al Nordeste. Había quitado el papahigo de la vela mayor, por miedo que alguna onda de la mar no se lo llevase del todo.

Viernes 15 de febrero .- Ayer, después del sol puesto, comenzó a mostrarse claro el cielo de la banda del Oueste, y mostraba que quería de hacia allí ventar. Dio la boneta a la vela mayor: todavía era la mar altísima, aunque iba algo bajándose. Anduvo al Lesnordeste cuatro millas por hora y en trece horas de noche fueron trece leguas. Después del sol salido vieron tierra: parecíales por proa al Lesnordeste; algunos decían que era la isla de la Madera, otros que era la Roca de Cintra en Portugal, junto a Lisboa. Saltó luego el viento por proa Lesnordeste, y la mar venía muy alta del Oueste; habría de la carabela a la tierra cinco leguas. El Almirante, por su navegación, se hallaba estar con las islas de los Azores, y creía que aquélla era una de ellas: los pilotos y marineros se hallaban ya con tierra de Castilla.

Sábado 16 de febrero .- Toda esta noche anduvo dando bordos por encabalgar la tierra que ya se cognocía ser isla. A veces iba al Nordeste, otras al Nornordeste, hasta que salió el sol, que tomó la vuelta del Sur por llegar a la isla que ya no vían por la gran cerrazón, y vido por popa otra isla que distaría ocho leguas. Después del sol salido, hasta la noche anduvo dando vueltas por llegarse a la tierra con el mucho viento y mar que llevaba. Al decir la Salve , que es a boca de noche, algunos vieron lumbre de sotavento, y parecía que debía ser la isla que vieron ayer primero; y toda la noche anduvo barloventeando y allegándose lo más que podía para ver si al salir del sol vía alguna de las islas. Esta noche reposó el Almirante algo, porque desde el miércoles no había dormido ni podido dormir, y quedaba muy tollido de las piernas por estar siempre desabrigado al frío y al agua y por el poco comer. El sol salido, navegó al Sursudueste, y la noche llegó a la isla y por la gran cerrazón no pudo cognocer qué isla era.

Lunes 18 de febrero .- Ayer, después del sol puesto, anduvo rodeando la isla para ver dónde había de surgir y tomar lengua. Surgió con una ancla que luego perdió. Tornó a dar la vela y barloventeó toda la noche. Después del sol salido, llegó otra vez de la parte del Norte de la isla, y donde le pareció surgió con un ancla y envió la barca en tierra y hobieron habla con la gente de la isla, y supieron cómo era la isla de Santa María, una de las de los Azores, y enseñáronles el puerto donde habían de poner la carabela; y dijo la gente de la isla que jamás habían visto tanta tormenta como la que había hecho los quince días pasados y que se maravillaban cómo habían escapado; los cuales diz que dieron muchas gracias a Dios y hicieron muchas alegrías por las nuevas que sabían de haber el Almirante descubierto las Indias. Dice el Almirante que aquella su navegación había sido muy cierta y que había carteado bien, que fuesen dadas muchas gracias a Nuestro Señor, aunque se hacía algo delantero. Pero tenía por cierto que estaba en la comarca de las islas de los Azores, y que aquélla era una de ellas. Y diz que fingió haber andado más camino por desatinar a los pilotos y marineros que carteaban, por quedar él señor de aquella derrota de las Indias, como de hecho queda, porque ninguno de todos ellos traía su camino cierto, por lo cual ninguno puede estar seguro de su derrota para las Indias.

Martes 19 de febrero .- Después del sol puesto, vinieron a la ribera tres hombres de la isla y llamaron. Envióles la barca, en la cual vinieron y trujieron gallinas y pan fresco, y era día de Carnestolendas, y trujeron otras cosas que enviaba el capitán de la isla, que se llamaba Juan de Castañeda, diciendo que lo conocía muy bien y que por ser noche no venía a vello; pero en amaneciendo vendría y traería más refresco, y traería consigo tres hombres que allá quedaban de la carabela, y que no los enviaba por el gran placer que con ellos tenía oyendo las cosas de su viaje. El Almirante mandó hacer mucha honra a los mensajeros, y mandóles dar camas en que durmiesen aquella noche, porque era tarde y estaba la población lejos. Y porque el jueves pasado, cuando se vido en la angustia de la tormenta, hicieron el voto y votos susodichos y el de que en la primera tierra donde hobiese casa de Nuestra Señora saliesen en camisa, etc., acordó que la mitad de la gente fuese a complillo a una casita que estaba junto con la mar como ermita, y él iría después con la otra mitad. Viendo que era tierra segura, y confiando en las ofertas del capitán y en la paz que tenía Portugal con Castilla, rogó a los tres hombres que se fuesen a la población y hiciesen venir un clérigo para que les dijese una misa. Los cuales, idos en camisa, en cumplimiento de su romería, y estando en su oración, saltó con ellos todo el pueblo a caballo y a pie con el capitán y prendiéronlos a todos. Después, estando el Almirante sin sospecha esperando la barca para salir él a cumplir su romería con la otra gente hasta las once del día, viendo que no venían, sospechó que los tenían o que la barca se había quebrado, porque toda la isla está cercada de peñas muy altas. Esto no podía ver el Almirante porque la ermita estaba detrás de una punta. Levantó el ancla y dio la vela hasta en derecho de la ermita, y vido muchos de caballo que se apearon y entraron en la barca con armas, y vinieron a la carabela para prender al Almirante. Levantóse el capitán en la barca y pidió seguro al Almirante: dijo que se lo daba; pero ¿qué inovación era aquélla que no vía ninguna de su gente en la barca?, y añadió el Almirante que viniese y entrase en la carabela, que él haría todo lo que él quisiese. Y pretendía el Almirante con buenas palabras traello por prendello para recuperar su gente, no creyendo que violaba la fe dándole seguro, pues él, habiéndole ofrecido paz y seguridad, lo había quebrantado. El capitán, como diz que traía mal propósito, no se fió a entrar. Visto que no se llegaba a la carabela, rogóle que le dijese la causa porque detenía su gente y que de ello pesaría al Rey de Portugal, y que en tierra de los Reyes de Castilla recebían los portugueses mucha honra y entraban y estaban seguros como en Lisboa, y que los Reyes habían dado carta de recomendación para todos los príncipes y señores y hombres del mundo, las cuales le mostraría si se quisiese llegar; y que él era su Almirante del mar Océano y Visorrey de las Indias, que agora eran de Sus Altezas, de lo cual mostraría las provisiones firmadas de sus firmas y selladas con sus sellos, las cuales le enseñó de lejos, y que los Reyes estaban en mucho amor y amistad con el Rey de Portugal y le habían mandado que hiciese toda la honra que pudiese a los navíos que topase de Portugal, y que, dado que no le quisiese darle su gente, no por eso dejaría de ir a Castilla, pues tenía harta gente para navegar hasta Sevilla, y serían él y su gente bien castigados, haciéndoles aquel agravio. Entonces respondió el capitán y los demás no conocer acá Rey e Reina de Castilla, ni sus cartas, ni le habían miedo; antes les darían a saber qué era Portugal, cuasi amenazando. Lo cual oído, el Almirante hobo mucho sentimiento, y diz que pensó si había pasado algún desconcierto entre un reino y otro después de su partida, y no se pudo sufrir que no les respondiese lo que era razón. Después tornóse diz que a levantar aquel capitán desde lejos y dijo al Almirante que se fuese con la carabela al puerto, y que todo lo que él hacía y había hecho, el Rey su Señor se lo había enviado a mandar; de lo cual el Almirante tomó testigos los que en la carabela estaban, y tornó el Almirante a llamar al capitán y a todos ellos y les dio su fe y prometió, como quien era, de no descender ni salir de la carabela hasta que llevase un ciento de portugueses a Castilla y despoblar toda aquella isla. Y así se volvió a surgir en el puerto donde estaba primero, porque el tiempo y viento era muy malo para hacer otra cosa.

Miércoles 20 de febrero .- Mandó aderezar el navío y hinchir las pipas de agua de la mar por lastre, porque estaba en muy mal puerto y temió que se le cortasen las amarras, y así fue; por lo cual dio la vela hacia la isla de San Miguel, aunque en ninguna de la de los Azores hay buen puerto para el tiempo que entonces hacía, y no tenía otro remedio sino huir a la mar.

Jueves 21 de febrero .- Partió ayer de aquella isla de Santa María para la de San Miguel, para ver si hallaba puerto para poder sufrir tan mal tiempo como hacía, con mucho viento y mucha mar, y anduvo hasta la noche sin poder ver tierra una ni otra por la gran cerrazón y oscurana que el viento y la mar causaban. El Almirante dice que estaba con poco placer, porque no tenía sino tres marineros solos que supiesen de la mar, porque los que más allí estaban no sabían de la mar nada. Estuvo a la corda toda esta noche con muy mucha tormenta y grande peligro y trabajo, y en lo que Nuestro Señor le hizo merced fue que la mar o las ondas de ella venían de sola una parte, porque si cruzaran como las pasadas, muy mayor mal padeciera. Después del sol salido, visto que no vía la isla de San Miguel, acordó tornarse a la Santa María por ver si podía cobrar su gente y la barca y las amarras y anclas que allá dejaba.

Dice que estaba maravillado de tan mal tiempo como había en aquellas islas y partes, porque en las Indias navegó todo aquel invierno sin surgir, e había siempre buenos tiempos y que una sola hora no vido la mar que no se pudiese bien navegar, y en aquellas islas había padecido tan grave tormenta, y lo mismo le acaeció a la ida hasta las Islas de Canaria; pero, pasada de ellas, siempre halló los aires y la mar con gran templanza. Concluyendo, dice el Almirante que bien dijeron los sacros teólogos y los sabios filósofos que el Paraíso Terrenal está en el fin de Oriente, porque es lugar temperadísimo. Así que aquellas tierras que agora él había descubierto es -dice él- el fin del Oriente.

Viernes 22 de febrero .- Ayer surgió en la isla de Santa María en el lugar o puerto donde primero había surgido, y luego vino un hombre a capear desde unas peñas que allí estaban fronteras, diciendo que no se fuesen de allí. Luego vino la barca con cinco marineros, dos clérigos y un escribano: pidieron seguro, y, dado por el Almirante, subieron a la carabela; y porque era noche durmieron allí, y el Almirante les hizo la honra que pudo. A la mañana le requirieron que les mostrase poder de los Reyes de Castilla para que a ellos les constase cómo con poder de ellos había hecho aquel viaje. Sintió el Almirante que aquello hacían por mostrar color que no habían en lo hecho errado, sino que tuvieron razón, porque no habían podido haber la persona del Almirante, la cual debieran de pretender coger a las manos, pues vinieron con la barca armada, sino que no vieron que el juego les saliera bien, y con temor de lo que el Almirante había dicho y amenazado, lo cual tenía propósito de hacer y creyó que saliera con ello. Finalmente, por haber la gente que le tenían, hobo de mostralles la carta general de los Reyes para todos los príncipes y señores de encomienda y otras provisiones; y dioles de lo que tenía y fuéronse a tierra contentos, y luego dejaron toda la gente con la barca, de los cuales supo que si tomaran al Almirante nunca lo dejaran libre; porque dijo el capitán que el Rey su Señor se lo había así mandado.

Sábado 23 de febrero .- Ayer comenzó a querer abonanzar el tiempo; levantó las anclas y fue a rodear la isla para buscar algún buen surgidero para tomar leña y piedra para lastre, y no pudo tomar surgidero hasta horas de completas.

Domingo 24 de febrero .- Surgió ayer en la tarde para tomar leña y piedra, y, porque la mar era muy alta no pudo la barca llegar en tierra, y, al rendir de la primera guardia de noche, comenzó a ventar Oueste y Sudueste. Mandó levantar las velas por el gran peligro que en aquellas islas hay en esperar el viento Sur sobre el ancla, y en ventando Sudueste luego vienta Sur. Y, visto que era buen tiempo para ir a Castilla, dejó de tomar leña y piedra y hizo que gobernasen al Leste; y andaría hasta el sol salido, que habría seis horas y media, siete millas por hora, que son cuarenta y cinco millas y media. Después del sol salido hasta el ponerse, anduvo seis millas por hora, que en once horas fueron sesenta y seis millas, y cuarenta y cinco y media de la noche fueron ciento once y media, y, por consiguiente, veintiocho leguas.

Lunes 25 de febrero .- Ayer, después del sol puesto, navegó al Leste su camino cinco millas por hora: en trece horas de esta noche andaría sesenta y cinco millas, que son diez y seis leguas y cuarta. Después del sol salido hasta ponerse, anduvo otras diez y seis leguas y media con la mar llana, gracias a Dios. Vino a la carabela un ave muy grande que parecía águila.

Martes 26 de febrero .- Ayer, después del sol puesto, navegó a su camino al Leste, la mar llana, a Dios gracias: lo más de la noche andaría ocho millas por hora; anduvo cien millas, que son veinticinco leguas. Después del sol salido, con poco viento, tuvo aguaceros; anduvo obra de ocho leguas al Lesnordeste.

Miércoles 27 de febrero .- Esta noche y día anduvo fuera de camino por los vientos contrarios y grandes olas y mar, y hallábase ciento veinticinco leguas del Cabo de San Vicente y ochenta de la isla de la Madera y ciento y seis de la Santa María. Estaba muy penado con tanta tormenta, agora que estaba a la puerta de casa.

Jueves 28 de febrero .- Anduvo de la mesma manera esta noche con diversos vientos al Sur y al Sueste, y a una parte y a otra, y al Nordeste y al Lesnordeste, y de esta manera todo este día.

Viernes 1 de marzo .- Anduvo esta noche al Leste cuarta al Nordeste, doce leguas; de día corrió al Leste cuarta del Nordeste, veintitrés leguas y media.

Sábado 2 de marzo .- Anduvo esta noche a su camino al Leste cuarta del Nordeste, veintiocho leguas; y el día corrió veinte leguas.

Domingo 3 de marzo .- Después del sol puesto navegó a su camino al Leste. Vínole una turbiada que le rompió todas las velas, y vídose en gran peligro, mas Dios los quiso librar. Echó suertes para enviar un peregrino diz que a Santa María de la Cinta en Huelva, que fuese en camisa, y cayó la suerte al Almirante. Hicieron todos también voto de ayunar el primer sábado que llegasen a pan y agua. Andaría sesenta millas antes que se le rompiesen las velas; después anduvieron a árbol seco, por la gran tempestad del viento y la mar que de dos partes los comía. Vieron señales de estar cerca de tierra. Hallábanse todo cerca de Lisboa.

Lunes 4 de marzo .- Anoche padecieron terrible tormenta, que se pensaron perder de las mares de dos partes que venían y los vientos que parecía que levantaban la carabela en los aires y agua del cielo y relámpagos de muchas partes; plugo a Nuestro Señor de lo sostener, y anduvo así hasta la primera guardia, que Nuestro Señor le mostró tierra, viéndola los marineros. Y entonces, por no llegar a ella hasta conocella, por ver si hallaba algún puerto o lugar donde se salvar, dio el papahigo por no tener otro remedio y andar algo, aunque con gran peligro, haciéndose a la mar; y así los guardó Dios hasta el día que diz que fue con infinito trabajo y espanto. Venido el día, conoció la tierra, que era la Roca de Cintra, que es junto con el río de Lisboa, adonde determinó entrar, porque no podía hacer otra cosa: tan terrible era la tormenta que hacía en la villa de Cascaes, que es a la entrada del río. Los del pueblo diz que estuvieron toda aquella mañana haciendo plegarias por ellos, y, después que estuvo dentro, venía la gente a verlos por maravilla de cómo habían escapado; y, así, a hora de tercia vino a pasar a Rastelo dentro del río de Lisboa, donde supo de la gente de la mar que jamás hizo invierno de tantas tormentas y que se habían perdido veinticinco naos en Flandes y otras estaban allí que había cuatro meses que no habían podido salir. Luego escribió el Almirante al Rey de Portugal, que estaba a nueve leguas de allí, cómo los Reyes de Castilla le habían mandado que no dejase de entrar en los puertos de Su Alteza a pedir lo que hobiese menester por sus dineros, y que el Rey le mandase dar lugar para ir con la carabela a la ciudad de Lisboa, porque algunos ruines, pensando que traía mucho oro, estando en puerto despoblado, se pusiesen a cometer alguna ruindad, y también porque supiese que no venía de Guinea, sino de las Indias.

Martes 5 de marzo .- Hoy, después que el patrón de la nao grande del Rey de Portugal, la cual estaba también surta en Rastelo y la más bien artillada de artillería y armas que diz que nunca nao se vido, vino el patrón de ella, que se llamaba Bartolomé Díaz de Lisboa, con el batel armado a la carabela, y dijo al Almirante que entrase en el batel para ir a dar cuenta a los hacedores del Rey e al capitán de la dicha nao. Respondió el Almirante que él era Almirante de los Reyes de Castilla y que no daba él tales cuentas a tales personas, ni saldría de las naos ni navíos donde estuviese si no fuese por fuerza de no poder sufrir las armas. Respondió el patrón que enviase al maestre de la carabela. Dijo el Almirante que ni al maestre ni a otra persona si no fuese por fuerza, porque en tanto tenía el dar persona que fuese como ir él, y que ésta era la costumbre de los almirantes de los Reyes de Castilla, de antes morir que se dar ni dar gente suya. El patrón se moderó y dijo que, pues estaba en aquella determinación, que fuese como él quisiese; pero que le rogaba que le mandase mostrar las cartas de los Reyes de Castilla si las tenía. Al Almirante plugo de mostrárselas, y luego se volvió a la nao e hizo relación al capitán, que se llamaba Álvaro Dama, el cual, con mucha orden, con atables y trompetas y añafiles, haciendo gran fiesta, vino a la carabela y habló con el Almirante y le ofreció de hacer todo lo que le mandase.

Miércoles 6 de marzo .- Sabido cómo el Almirante venía de las Indias, hoy vino tanta gente a verlo y a ver los indios, de la ciudad de Lisboa, que era cosa de admiración, y las maravillas que todos hacían, dando gracias a Nuestro Señor y diciendo que, por la gran fe que los Reyes de Castilla tenían y deseo de servir a Dios, que Su Alta Majestad los daba todo esto.

Jueves 7 de marzo .- Hoy vino infinitísima gente a la carabela y muchos caballeros, y entre ellos los hacedores del Rey, y todos daban infinitísimas gracias a Nuestro Señor por tanto bien y acrecentamiento de la Cristianidad que Nuestro Señor había dado a los Reyes de Castilla, el cual diz que apropiaban porque Sus Altezas se trabajaban y ejercitaban en el acrecentamiento de la religión de Cristo.

Viernes 8 de marzo .- Hoy recibió el Almirante una carta del Rey de Portugal con D. Martín de Noroña, por la cual le rogaba que se llegase adonde él estaba, pues el tiempo no era para partir con la carabela; y así lo hizo por quitar sospecha, puesto que no quisiera ir, y fue a dormir a Sacanben. Mandó al Rey a sus hacedores que todo lo que hobiese el Almirante menester y su gente y la carabela se lo diese sin dineros y se hiciese todo como el Almirante quisiese.

Sábado 9 de marzo .- Hoy partió de Sacanben para ir adonde el Rey estaba, que era el valle del Paraíso, nueve leguas de Lisboa: porque llovió no pudo llegar hasta la noche. El Rey le mandó recibir a los principales de su casa muy honradamente, y el Rey también les recibió con mucha honra y le hizo mucho favor y mandó sentar y habló muy bien, ofreciéndole que mandaría hacer todo lo que a los Reyes de Castilla y a su servicio compliese complidamente y más que por cosa suya; y mostró haber mucho placer del viaje haber habido buen término, y se haber hecho, más que entendía que en la capitulación que había entre los Reyes y él que aquella conquista le pertenecía. A lo cual respondió el Almirante que no había visto la capitulación ni sabía otra cosa sino que los Reyes le habían mandado que no fuese a la mina ni en toda Guinea, y que así se había mandado a pregonar en todos los puertos del Andalucía antes que para el viaje partiese. El Rey graciosamente respondió que tenía él por cierto que no habría en esto menester terceros. Diole por huésped al prior del Clato, que era la más principal persona que allí estaba, del cual el Almirante recibió muy muchas honras y favores.

D omingo 10 de marzo .- Hoy, después de misa, le tornó a decir el Rey si había menester algo que luego se le daría, y departió mucho con el Almirante sobre su viaje, y siempre le mandaba estar sentado y hacer mucha honra.

Lunes 11 de marzo .- Hoy se despidió del Rey, e le dijo algunas cosas que dijese de su parte a los Reyes, mostrándole siempre mucho amor. Partióse después de comer, y envió con él a D. Martín de Noroña, y todos aquellos caballeros le vinieron a acompañar y hacer honra buen rato. Después vino a un monasterio de San Antonio, que es sobre un lugar que se llama Villafranca, donde estaba la Reina; y fuele a hacer reverencia y besarle las manos, porque le había enviado a decir que no se fuese hasta que la viese, con la cual estaba el Duque y el Marqués, donde recibió el Almirante mucha honra. Partióse de ella el Almirante de noche, y fue a dormir a Llandra.

Martes 12 de marzo .- Hoy, estando para partir de Llandra para la carabela, llegó un escudero del Rey que le ofreció de su parte que si quisiese ir a Castilla por tierra que aquél fuese con él para lo aposentar y mandar dar bestias y todo lo que hobiese menester. Cuando el Almirante de él se partió, le mandó dar una mula y otra a su piloto, que llevaba consigo, y diz que al piloto mandó hacer merced de veinte espadines, según supo el Almirante. Todo diz que se decía que lo hacía porque los Reyes lo supiesen. Llegó a la carabela en la noche.

Miércoles 13 de marzo .- Hoy a las ocho horas, con la marea de ingente y el viento Nornorueste, levantó las anclas y dio la vela para ir a Sevilla.

Jueves 14 de marzo .- Ayer, después del sol puesto, siguió su camino al Sur, y antes del sol salido se halló sobre el Cabo de San Vicente, que es en Portugal. Después navegó al Leste para ir a Saltes, y anduvo todo el día con poco viento hasta agora que está sobre Furón.

Viernes 15 de marzo .- Ayer, después del sol puesto, navegó a su camino hasta el día con poco viento, y al salir del sol se halló sobre Saltes, y a hora de medio día, con la marea de montante, entró por la barra de Saltes hasta dentro del puerto de donde había partido a 3 de agosto del año pasado. Y así dice él que acababa agora esta escriptura, salvo que estaba de propósito de ir a Barcelona por la mar, en la cual ciudad le daban nuevas que Sus Altezas estaban, y esto para les hacer relación de todo su viaje que Nuestro Señor le había dejado hacer y le quiso alumbrar en él. Porque ciertamente, allende que él sabía y tenía firme y fuerte sin escrúpulo que Su Alta Majestad hace todas las cosas buenas y que todo es bueno salvo el pecado y que no se puede abalar ni pensar cosa que no sea con su consentimiento, «esto de este viaje conozco -dice el Almirante- que milagrosamente lo ha mostrado así, como se puede comprender por esta escriptura por muchos milagros señalados que ha mostrado en el viaje, y de mí que ha tanto tiempo que estoy en la Corte de Vuestras Altezas con opósito y contra sentencia de tantas personas principales de vuestra casa, los cuales todos eran contra mí poniendo este hecho que era burla. El cual espero en Nuestro Señor que será la mayor honra de la Cristianidad que así ligeramente haya jamás aparecido». Estas son finales palabras del Almirante D. Cristóbal Colón de su primer viaje a las Indias y al descubrimiento de ellas.

2. El segundo viaje
Memorial que para los Reyes Católicos dio el Almirante a don Antonio de Torres

Lo que vos, Antonio de Torres, capitán de la nao Marigalante e alcaide de la ciudad Isabela, habéis de decir e suplicar de mi parte al Rey e la Reina Nuestros Señores es lo siguiente:

Primeramente, dadas las cartas de creencia que lleváis de mí para Sus Altezas, besaréis por mí sus reales pies e manos, e me encomendaréis en Sus Altezas como a Rey e Reina mis Señores naturales, en cuyo servicio yo deseo fenecer mis días, como esto más largamente vos podréis decir a Sus Altezas, según lo que en mí vistes e supistes.

Ítem: Como quiera que por las cartas que a Sus Altezas escribo y aun el Padre Fray Buil y el Tesorero, podrán comprender todo lo que acá después de nuestra llegada se fizo, y esto harto por menudo y extensamente; con todo, diréis a Sus Altezas de mi parte que a Dios ha placido darme tal gracia para en su servicio, que hasta aquí no hallo yo menos ni se ha hallado en cosa alguna de lo que escribí y dije y afirmé a Sus Altezas en los días pasados, antes, por gracia de Dios, espero que aún muy más claramente y muy presto por la obra parecerá, porque las cosas de especería en solas las orillas de la mar, sin haber entrado dentro en la tierra, se halla tal rastro e principios de ella, que es razón que se esperen muy mejores fines, y esto mismo en las minas del oro, porque con solos dos que fueron a descubrir cada una por su parte, sin detenerse allá porque era poca gente, se ha descubierto tantos ríos tan poblados de oro que cualquier de los que lo vieron cogieron solamente con las manos por muestra vinieron tan alegres y dicen tantas cosas de la abundancia de ello que yo tengo empacho de las decir y escribir a Sus Altezas; pero, porque allá va Gorbalán, que fue uno de los descubridores, él dirá lo que vio, aunque acá queda otro que llaman Hojeda, criado del Duque de Medinaceli, muy discreto mozo y de muy buen recabdo, que sin duda y aun sin comparación descubrió mucho más, según el memorial de los ríos que él trajo, diciendo que en cada uno de ellos hay cosa de no creella; por lo cual Sus Altezas pueden dar gracias a Dios, pues tan favorablemente se ha en todas sus cosas.

Ítem: Diréis a Sus Altezas, como quier que ya se les escribe, que yo deseaba mucho en esta armada poderles enviar mayor cantidad de oro del que acá se espera poder coger, si la gente que acá está nuestra, la mayor parte súbitamente no cayera doliente; pero, porque ya esta armada non se podía detener acá más, siquiera por la costa grande que hace, siquiera porque el tiempo es éste propio para ir y poder volver los que han de traer acá las cosas que aquí hacen mucha mengua, porque si tardasen de irse de aquí non podrían volverse para mayo los que han de volver, y, allende de esto, si con los sanos que acá se hallan, así en mar como en tierra en la población, yo quisiera emprender de ir a las minas o ríos agora, había muchas dificultades e aun peligros, porque de aquí a veintitrés o veinticuatro leguas, en donde hay puertos e ríos para pasar y para tan largo camino y para estar allá el tiempo que sería menester para coger el oro, había menester llevar muchos mantenimientos, los cuales non podían llevar a cuestas, ni hay bestias acá que a esto pudiesen suplir, ni los caminos e pasos non están tan aparejados, como quier que se han comenzado a adobar para que se podiesen pasar; y también era grande inconveniente dejar acá los dolientes en lugar abierto y chozas, y las provisiones y mantenimientos que están en tierra, que, como quier que estos indios se hayan mostrado a los descubridores y se muestran cada día muy simples y sin malicia, con todo, porque cada día vienen acá entre nosotros, non pareció que fuera buen consejo meter a riesgo y a ventura de perderse esta gente y los mantenimientos, lo que un indio con un tizón podría hacer poniendo fuego a las chozas, porque de noche y de día siempre van y vienen; a causa de ellos tenemos guardas en el campo mientras la población está abierta y sin defensión.

Otrosí: Como habemos visto en los que fueron por tierra a descobrir que los más cayeron dolientes después de vueltos y aun algunos se hobieron devolver del camino, era también razón de temer que otro tal conteciese a los que agora irían de estos sanos que se hallan, y seguirse hían dos peligros de allí, el uno de adolecer allá en la misma obra do no hay casa ni reparo alguno de aquel cacique que llaman Caonabó, que es hombre, según relación de todos, muy malo y muy más atrevido, el cual viéndonos allá así desbaratados y dolientes, podría emprender lo que non osaría si fuésemos sanos; y con esto mismo se allega otra dificultad de traer acá lo que llegásemos de oro, porque o habíamos de traer poco y ir y venir cada día y meterse en el riesgo de las dolencias o se había de enviar con alguna parte de la gente con peligro de perderlo.

Así que diréis a Sus Altezas que éstas son las cabsas porque de presente non se ha detenido el armada, ni se les envía oro más de las muestras; pero, confiando en la misericordia de Dios, que en todo y por todo nos ha guiado hasta aquí, esta gente convalescerá presto, como ya lo hace, porque solamente les aprueba la tierra de algunas secciones y luego se levantan, y es cierto que si toviesen algunas carnes frescas para convalescer, muy presto serían todos en pie, con ayuda de Dios, e aún los más estarían ya convalescidos en este tiempo; empero, que ellos convalescerán. Con estos pocos sanos que acá quedan, cada día se entienden en cerrar la población y meterla en alguna defensa y los mantenimientos en seguro, que será fecho en breves días, porque non ha de ser sino albarradas, que non son gente los indios que si dormiendo non nos fallasen, para emprender cosa ninguna, aunque lo toviesen pensada; que así hicieron a los otros que acá quedaron por su mal recabdo, los cuales, por pocos que fuesen y por mayores ocasiones que dieran a los indios de haber e de hacer lo que hicieron, nunca ellos osaran emprender de dañarles si lo vieran a buen recado. Y esto fecho, luego se entenderá en ir a los dichos ríos, o desde aquí tomando el camino y buscando los mejores expedientes que se puedan o por la mar rodeando la isla fasta aquella parte de donde se dice que no debe haber más de seis o siete leguas hasta los dichos ríos, por forma que con seguridad se pueda coger el oro y ponerlo en recabdo de alguna fortaleza o torre que allí se haga luego, para tenerlo cogido al tiempo que las dos carabelas volverán acá, e para que luego, con el primer tiempo que sea para navegar este camino, se envíe a buen recabdo.

Ítem: Diréis a Sus Altezas, como dicho es, que las causas de las dolencias tan general de todos es de mudamiento de aguas y aires, porque vemos que a todos arreo se extiende y peligran pocos; por consiguiente, la conservación de la santidad, después de Dios, está que esta gente sea proveída de los mantenimientos que en España acostumbraba, porque de ellos ni de otros que viniesen de nuevo Sus Altezas se podrán servir si no están sanos. Y esta provisión ha de durar hasta que acá se haya fecho cimiento de lo que acá se sembrare e plantare, digo de trigos y cebadas e viñas, de lo cual para este año se ha fecho poco, porque no se pudo de antes tomar asiento y luego que se tomó adolescieron aquellos poquitos labradores que acá estaban, los cuales, aunque estovieran sanos, tenían tan pocas bestias y tan magras y flacas que poco es lo que pudieran hacer. Con todo, alguna cosa han sembrado, más para probar la tierra, que parece muy maravillosa, para que de allí se pueda esperar remedio alguno en nuestras necesidades. Somos bien ciertos, como la obra lo muestra, que en esta tierra así el trigo como el vino nacerá muy bien; pero hase de esperar el fruto, el cual si tal será como muestra la presteza del nacer del trigo y de algunos poquitos de sarmientos que se pusieron, es cierto que non fará mengua el Andalucía ni Sicilia aquí, ni en las cañas de azúcar, según unas poquitas que se pusieron han prendido; porque es cierto que la hermosura de la tierra de estas islas, así de montes e sierras y aguas, como de vegas donde hay ríos cabdales, es tal la vista que ninguna otra tierra que sol escaliente puede ser mejor al parecer ni tan fermosa.

Ítem. Diréis que a cabsa de haberse derramado mucho vino en este camino del que la flota traía, y esto, según dicen los más, a culpa de la mala obra que los toneleros ficieron en Sevilla, la mayor mengua que agora tenemos aquí o esperamos por esto tener es de vinos, y como quier que tengamos para más tiempo así bizcocho como trigo, con todo, es necesario que también se envíe alguna cantidad razonable porque el camino es largo y cada día no se puede proveer, e asimismo algunas canales, digo tocinos, y otra cecina que sea mejor que la que habemos traído este camino. De carneros vivos y aun antes corderos y cordericas, más fembras que machos, y algunos becerros y becerras pequeños son menester, que cada vez vengan en cualquier carabela que acá se enviare, y algunas asnas y asnos y yeguas para trabajo y simiente, que acá ninguna de estas animalias hay de que hombre se pueda ayudar ni valer. Y porque recelo que Sus Altezas no se fallarán en Sevilla, ni los oficiales o ministros suyos sin expreso mandamiento nos proveerían en lo porque ahora con este primero camino es necesario que venga, porque en la consulta y en la respuesta se pasaría la sazón del partir los navíos que acá por todo mayo es necesario que sean, diréis a Sus Altezas cómo yo vos di cargo y mandé que del oro que allá lleváis, empeñándolo o poniéndolo en poder de algún mercader en Sevilla, el cual distraya y ponga los maravedís que serían menester para cargar dos carabelas de vino y de trigo y de las otras cosas que lleváis por memorial, el cual mercader lleve o envíe el dicho oro para Sus Altezas, que le vean, reciban y hagan pagar lo que hobiere distraído e puesto para el despacho y cargazón de las dichas dos carabelas, las cuales, por consolar y esforzar esta gente que acá queda, cumple que fagan más de poder de ser acá vueltas por todo el mes de mayo, porque la gente antes de entrar en el verano vea e tenga algún refrescamiento de estas cosas, en especial para las dolencias; de las cuales cosas acá ya tenemos gran mengua, como son pasas, azúcar, almendras, miel e arroz, que debiera venir en gran cuantidad y vino muy poca e aquello que vino es ya consumido e gastado, y aun la mayor parte de las medecinas que de allá trojieron, por la muchedumbre de los muchos dolientes: de las cuales cosas, como dicho es, vos lleváis memoriales así para sanos como para dolientes, firmados de mi mano, los cuales cumplidamente, si el dinero bastare o a lo menos lo que más necesario sea para agora despachar, es para que lo puedan luego traer los dichos dos navíos, y lo que quedare procuraréis con Sus Altezas que con otros navíos vengan lo más presto que ser pudiere.

Ítem: Diréis a Sus Altezas que a cabsa que acá no hay lengua por medio de la cual a esta gente se pueda dar a entender nuestra santa fe, como Sus Altezas desean, y aun los que acá estamos, como quier que se trabajará cuanto pudieren, se envían de presente con estos navíos así de los caníbales, hombres y mujeres y niños y niñas, los cuales Sus Altezas pueden mandar poner en poder de personas con quien puedan mejor aprender la lengua, ejercitándolos en cosas de servicio y poco a poco mandando poner en ellos algún más cuidado que en otros esclavos, para que deprendan unos de otros, que no se hablen ni se vean sino muy tarde, que más presto deprenderán allá que no acá y serán mejores intérpretes, como quier que acá non se dejará de hacer lo que se pueda. Es verdad que como esta gente platican poco los de una isla con los de la otra, en las lenguas hay alguna diferencia entre ellos, según como están más cerca o más lejos, y porque entre las otras islas las de los caníbales son mucho grandes y mucho bien pobladas, parecerá acá que tomar de ellos y de ellas y enviarlos allá a Castilla non sería sino bien, porque quitarse hían una vez de aquella inhumana costumbre que tienen de comer hombres, y allá en Castilla, entendiendo la lengua, muy más presto recibirían el bautismo y farían el provecho de sus ánimas. Aun entre estos pueblos que no son de esas costumbres se ganaría gran crédito por nosotros, viendo que aquéllos prendiésemos y cativásemos de quien ellos suelen recibir daños y tienen tamaño miedo que del hombre sólo se espantan; certificando a Sus Altezas que la venida e vista de esta flota acá en esta tierra, así junta y hermosa, ha dado muy grande autoridad a esto y muy grande seguridad para las cosas venideras, porque toda esta gente de esta grande isla y de las otras, viendo el buen tratamiento que a los buenos se fará y el castigo que a los malos se dará, verná a obediencia y prestamente para poderlos mandar como vasallos de Sus Altezas. Y, como quier que ellos agora, donde quier que hombres se hallen non sólo hacen de grado lo que hombre quiere que fagan, mas ellos de su voluntad se ponen a todo lo que entienden que nos puede placer, y también pueden ser ciertos Sus Altezas que non menos allá, entre los cristianos príncipes haber dado gran reputación la venida de esta armada por muchos respetos, así presentes como venideros, los cuales Sus Altezas podrán mejor pensar y entender que non sabría decir.

Ítem: Diréis a Sus Altezas que el provecho de las almas de los dichos caníbales y aun de estos de acá ha traído el pensamiento que cuantos más allá se llevasen sería mejor, y en ello podrían Sus Altezas ser servidos de esta manera: que, visto cuánto son acá menester los ganados y bestias de trabajo para el sostenimiento de la gente que acá ha de estar y bien de todas estas islas. Sus Altezas podrán dar licencia e permiso a un número de carabelas suficiente que vengan acá cada año y trayan de los dichos ganados y otros mantenimientos y cosas para poblar el campo y aprovechar la tierra, y esto en precios razonables a sus costas de los que las trugieren, las cuales cosas se les podrían pagar en esclavos de estos caníbales, gente tan fiera y dispuesta y bien proporcionada y de muy buen entendimiento, los cuales, quitados de aquella inhumanidad, creemos que serán mejores que otros ningunos esclavos, la cual luego perderán que sean fuera de su tierra, y de estos podrán haber muchos con las fustas de remos que acá se entienden de hacer, fecho, empero, presupuesto que cada una de las carabelas que viniesen de Sus Altezas pusiesen una persona fiable, la cual defendiese las dichas carabelas que non descendiesen a ninguna otra parte ni isla salvo aquí, donde ha de estar la carga y descarga de toda la mercadería; y aun de estos esclavos que se llevaren, Sus Altezas podrían haber sus derechos allá. Y de esto traeréis o enviaréis respuesta, porque acá se hagan los aparejos que son menester con más confianza, si a Sus Altezas pareciese bien.

Ítem: También diréis a Sus Altezas que más provechoso es y menos costa fletar los navíos como los fletan los mercaderes para Flandes, por toneladas, que non de otra manera; por ende que yo vos di cargo de fletar a este respecto las dos carabelas que habéis luego de enviar: y así se podrá hacer de todas las otras que Sus Altezas enviaren, si de aquella forma se ternán por servidos. Pero non entiendo decir esto de las que han de venir con su licencia por la mercaduría de los esclavos.

Ítem: Diréis a Sus Altezas que, a causa de excusar alguna más costa, yo merqué estas carabelas que lleváis por memorial para retenerlas acá con estas dos naos, conviene a saber: la Gallega y esa otra Capitana , de la cual merqué por semejante del maestro de ella los tres ochavos por el precio que en el dicho memorial de estas copias lleváis firmado de mi mano; los cuales navíos non sólo darán autoridad y gran seguridad a la gente que ha de estar dentro y conversar con los indios para coger el oro, mas aún para otra cualquier cosa de peligro que de esta gente extraña pudiese acontecer, allende que las carabelas son necesarias para descubrir tierra firme y otras islas que entre aquí e allá están. Y suplicaréis a Sus Altezas que los maravedís que estos navíos cuestan, manden pagar en los tiempos que se les ha prometido, porque sin dubda ellos ganarán bien su costa, según yo creo y espero en la misericordia de Dios.

Ítem: Diréis a Sus Altezas y suplicaréis de mi parte cuanto más humildemente pueda, que les plega mucho mirar en lo que por las cartas y otras escripturas verán más largamente tocante a la paz e sosiego e concordia de los que acá están, y que para las cosas del servicio de Sus Altezas escojan tales personas que non se tenga recelo de ellas y que miren más a lo porque se envían que son a sus propios intereses. Y en esto, pues que todas las cosas vistes e supistes, hablaréis e diréis a Sus Altezas la verdad de todas las cosas como las comprendisteis; y que la provisión de Sus Altezas que sobre ello mandaren facer vengan con los primeros navíos si posible fuere, a fin que acá non se hagan escándalos en cosa que tanto va en el servicio de Sus Altezas.

Ítem: Diréis a Sus Altezas el asiento de esta ciudad e la fermosura de la provincia alrededor como lo vistes y comprendistes, y cómo yo vos hice alcaide de ella por los poderes que de Sus Altezas tengo para ello, a las cuales humildemente suplico que, en alguna parte de satisfacción de vuestros servicios, tengan por bien la dicha provisión, como de Sus Altezas yo espero.

Ítem: Porque Mosén Pedro Margarite, criado de Sus Altezas, ha bien servido y espero que así lo hará adelante en las cosas que le fueren encomendadas, he habido placer de su quedada aquí, y también de Gaspar y de Beltrán, por ser conocidos criados de Sus Altezas, para los poner en cosas de confianza. Suplicaréis a Sus Altezas que especial al dicho Mosén Pedro, que es casado y tiene hijos, le provean de alguna encomienda en la orden de Santiago, de la cual él tiene el hábito, porque su mujer e hijos tengan en qué vivir. Asimismo haréis relación de Juan Aguado, criado de Sus Altezas, cuán bien e diligentemente ha servido en todo lo que le ha seído mandado; que suplico a Sus Altezas a él e a los sobredichos los hayan por encomendados e por presentes.

Ítem: Diréis a Sus Altezas el trabajo que el Doctor Chanca tiene con el afruenta de tantos dolientes, y aun la estructura de los mantenimientos e aun con todo ello se dispone con gran diligencia y caridad en todo lo que cumple a su oficio. Y porque Sus Altezas remitieron a mí el salario que acá se le había de dar, porque estando acá es cierto que él non toma ni puede haber nada de ninguno ni ganar de su oficio como en Castilla ganaba o podría ganar estando a su reposo e viviendo de otra manera que acá no vive; y así que, como quiera que él jura que es más lo que allá ganaba allende el salario que Sus Altezas le dan y non me quise extender más de cincuenta mil maravedís por el trabajo que acá pasa cada año mientras acá estoviere, los cuales suplico a Sus Altezas le manden librar con el sueldo de acá, y eso mismo porque él dice y afirma que todos los físicos de Vuestras Altezas que andan en reales o semejantes cosas que éstas suelen haber de derecho un día de sueldo en todo el año de toda la gente; con todo, he seído informado y dícenme que, como quier que esto sea, la costumbre es de darles cierta suma tasada a voluntad y mandamiento de Sus Altezas en compensa de aquel día de sueldo. Suplicaréis a Sus Altezas que en él o manden proveer, así en lo del salario como de esta costumbre, por forma que el dicho doctor tenga razón de ser contento.

Ítem: Diréis a Sus Altezas de Coronel, cuánto es hombre para servir a Sus Altezas en muchas cosas y cuánto ha servido hasta aquí en todo lo más necesario y la mengua que de él sentimos agora que está doliente, y que, sirviendo de tal manera, es razón que él sienta el fruto de su servicio, non sólo en las mercedes para después más en lo de su salario en lo presente, en manera que él e los que acá están sientan que les aprovecha el servicio, porque, según el ejercicio que acá se ha de tener en coger este oro, no son de tener en poco las personas en quien tanta diligencia hay; y porque por su habilidad se proveyó acá por mí del oficio de alguacil mayor de estas Indias y en la provisión va el salario en blanco, suplico a Sus Altezas gelo manden henchir como más sea su servicio, mirando sus servicios, confirmándole la provisión que acá se le dio e proveyéndole de él de juro.

Asimismo diréis a Sus Altezas cómo aquí vino el Bachiller Gil García por alcalde mayor e non se le ha consignado ni nombrado salario, y es persona de bien y de buenas letras e diligente, e es acá bien necesario; que suplico a Sus Altezas le manden nombrar e consignar su salario, por manera que él se pueda sostener, e le sea librado con el dinero del sueldo de acá.

Ítem: Diréis a Sus Altezas, como quier que ya se lo escribo por las cartas, que para este año non entiendo que sea posible ir a descobrir hasta que esto de estos ríos que se hallaron de oro sea puesto en el asiento debido a servicio de Sus Altezas, que después mucho mejor se podrá facer, porque no es cosa que nadie la podiese facer sin mi presencia a mi grado ni servicio de Sus Altezas, por bien que lo ficiese, como es en dubda según lo que hombre ve por su presencia.

Ítem: Diréis a Sus Altezas cómo los escuderos de caballo que vinieron de Granada, en el alarde que ficieron en Sevilla mostraron buenos caballos, e después, al embarcar, yo no lo vi, porque estaba un poco doliente, y metiéronlos tales que el mejor de ellos non parece que vale dos mil maravedís, porque vendieron los otros y compraron éstos, y esto fue de la suerte que se hizo lo de mucha gente que allá en los alardes de Sevilla yo vi muy buena. Parece que Juan de Soria, después de dado el dinero del sueldo, por algún interés suyo puso otros en lugar de aquellos que yo acá pensaba fallar, y fallo gente que yo nunca había visto. En esto ha habido gran maldad, de tal manera que yo no sé si me queje de él solo: por esto, visto que a estos escuderos se ha fechado la costa hasta aquí allende de sus sueldos, y también a sus caballos, y se hace de presente y son personas que cuando ellos están dolientes o non se les antoja, non quieren que sus caballos sirvan sin ellos mismos; Sus Altezas no quieren que se les compren estos caballos sino que sirven a Sus Altezas, y esto mismo no les parece que deban servir ni cosa ninguna sino a caballo, lo cual agora de presente non face mucho al caso, e por esto parece que sería mejor comprarles los caballos, pues que tan poco valen, y non estar cada día con ellos en estas pendencias. Por ende, que Sus Altezas determinen esto como fuere su servicio.

Ítem: Diréis a Sus Altezas cómo aquí han venido más de doscientas personas sin sueldo y hay algunos de ellos que sirven bien, y aun los otros por semejantes se mandan que lo hagan así, y porque para estos primeros tres años será gran bien que aquí estén mil hombres para asentar y poner en muy gran seguridad esta isla y ríos de oro, y aunque hobiese ciento de caballo non se perdería nada, antes parece necesario, aunque en estos de caballo, fasta que oro se envíe, Sus Altezas podrán sobreseer. Con todo, a estas doscientas personas que vienen sin sueldo, Sus Altezas deben enviar a decir si se les pagará sueldo como a los otros sirviendo bien, porque cierto son necesarios, como dicho tengo, para este comienzo.

Ítem: Porque en algo la costa de esta gente se puede aliviar con industria y formas que otros príncipes suelen tener en otras, lo gastado mejor que acá se podría excusar parece que sería bien mandar traer en los navíos que vinieren, allende de las otras cosas que son para los mantenimientos comunes y de la botica, zapatos y cueros para los mandar facer, camisas comunes y de otras, jubones, lienzo, sayos, calzas, paños para vestir en razonables precios y otras cosas, como son conservas, que son fuera de ración y para conservación de la salud, las cuales cosas todas la gente de acá recibiría de grado en descuento de su sueldo; y si allá esto se mercase por ministros leales y que mirasen al servicio de Sus Altezas, se ahorraría algo. Por ende, sabréis la voluntad de Sus Altezas cerca de esto, y si les pareciere ser su servicio, luego se debe poner en obra.

Ítem: También diréis a Sus Altezas que, por cuanto ayer en el alarde que se tomó se falló la gente muy desarmada, lo cual pienso que en parte conteció por aquel trocar que allá se fizo en Sevilla o en el puerto cuando se dejaron los que se mostraron armados y tomaron otros que daban algo a quien los trocaba, parece que sería bien que se mandasen traer doscientas corazas y cien espingardas y cien ballestas y almacén, que es la cosa que más menester habemos, y de todas estas armas se podrán dar a los desarmados.

Ítem: Por cuanto algunos oficiales que acá vinieron, como son albañiles y de otros oficios, que son casados y tienen sus mujeres allá y querrían que allá lo que se les debe de su sueldo se diesen a sus mujeres o a las personas a quien ellos enviaren sus recabdos, para que les compren las cosas que acá han menester, que a Sus Altezas suplico les mande librar, porque su servicio es que éstos estén proveídos acá.

Ítem: Porque, allende las otras cosas que allá se envían a pedir por los memoriales que lleváis de mi mano firmados, así para el mantenimiento de los sanos como para los dolientes, sería muy bien que se hobiesen de la isla de la Madera cincuenta pipas de miel de azúcar, porque es el mejor mantenimiento del mundo y más sano y non suele costar cada pipa sino a dos ducados sin el casco; y si Sus Altezas mandan que a la vuelta pase por allí alguna carabela, las podrá mercar, y también diez cajas de azúcar que es mucho menester, que ésta es la mejor sazón del año, digo entre aquí e el mes de abril, para fallarlo e haber de ello buena razón y podríase dar orden mandándolo Sus Altezas e que non supiesen allá para donde lo quieren.

Ítem: Diréis a Sus Altezas, por cuanto, aunque los ríos tengan en la cuantidad que se dice por los que lo han visto, pero que lo cierto de ello es que el oro non se engendra en los ríos mas en la tierra, que el agua topando con las minas lo trae envuelto en las arenas, y porque en estos tantos ríos se han descubierto, como quiera que hay algunos grandecitos, hay otros tan pequeños que son más fuentes que no ríos, que non llevan de dos dedos de agua, y se falla luego el cabo donde nace, para lo cual non sólo serán provechosos los lavadores para cogerlo en el arena, mas los otros para cavarlo en la tierra, que será lo más especial e de mayor cuantidad. E por esto será bien que Sus Altezas envíen lavadores e de los que andan en las minas allá en Almadén, porque en la una manera y en la otra se faga el ejercicio, como quier que acá non esperaremos a ellos, que con los lavadores que aquí tenemos esperamos, con la ayuda de Dios, si una vez la gente está sana, allegar un buen golpe de oro para las primeras carabelas que fueren.

Ítem: Suplicaréis a Sus Altezas de mi parte muy humildemente que quieran tener por muy encomendado a Villacorta, el cual, como Sus Altezas saben, ha mucho servido en esta negociación y con muy buena voluntad, y, según le conozco, persona diligente y afecionada a su servicio. Recebiré merced que se le dé algún cargo de confianza para lo cual él sea suficiente y pueda mostrar su deseo de servir y diligencia; y esto procuraréis por forma que el Villacorta conozca por la obra que lo que ha trabajado por mí en lo que yo le hobe menester le aprovecha en esto.

Ítem: Que los dichos Mosén Pedro y Gaspar y Beltrán y otros que han quedado acá trajieron capitanías de carabelas, que son agora vueltas, y non gozan del sueldo; pero, porque son tales personas que se han de poner en cosas principales y de confianza, non se les ha determinado el sueldo que sea diferenciado de los otros, suplicaréis de mi parte a Sus Altezas determinen lo que se les ha de dar en cada un año o por meses, como más fueren servidos. Fecho en la ciudad Isabella, a 30 días de enero de 1499 años.

3. El tercer viaje
Carta del Almirante a los Reyes Católicos

Serenísimos e muy altos e muy poderosos príncipes Rey e Reina Nuestros Señores: La Santa Trinidad movió a Vuestras Altezas a esta empresa de las Indias, y por su infinita bondad hizo a mí mensajero de ello, al cual vine con el embajada a su real conspetu, movido como a los más altos príncipes de cristianos y que tanto se ejercitaban en la fe y acrecentamiento de ella. Las personas que entendieron en ello lo tuvieron por imposible, y el caudal hacían sobre bienes de fortuna, y allí echaron el clavo. Puse en esto seis o siete años de grave pena, amostrando lo mejor que yo sabía cuánto servicio se podía hacer a Nuestro Señor en esto en divulgar su santo nombre y fe a tantos pueblos, lo cual todo era cosa de tanta excelencia y buena fama y gran memoria para grandes príncipes. Fue también necesario de hablar del temporal, adonde se les amostró el escrebir de tantos sabios dignos de fe, los cuales escribieron historias. Los cuales contaban que en estas partes había muchas riquezas, y asimismo fue necesario traer a esto el decir e opinión de aquellos que escribieron e situaron el mundo. En fin, Vuestras Altezas determinaron que esto se pusiese en obra. Aquí mostraron el grande corazón que siempre ficieron en toda cosa grande, porque todos los que habían entendido en ello y oído esta plática, todos a una mano lo tenían a burla, salvo dos frailes que siempre fueron constantes. Yo, bien que llevase fatiga, estaba bien seguro que esto no vernía a menos, y estoy de contino, porque es verdad que todo pasará y no la palabra de Dios y se complirá todo lo que dijo; el cual tan claro habló de estas tierras por la boca de Isaías en tantos lugares de su Escriptura, afirmando que de España les sería divulgado su santo nombre. E partí en nombre de la Santa Trinidad, y volví muy presto con la experiencia de todo cuanto yo había dicho en la mano. Tornáronme a enviar Vuestras Altezas, y en poco espacio, digo, no de […] [Nota:

Vacío en el texto original.

] le descubrí, por virtud divinal, trescientas y treinta y tres leguas de la tierra firme, fin de Oriente, y setecientas islas de nombre, allende de lo descubierto en el primero viaje, y le allané la isla Española, que boja más que España, en que la gente de ellas es sin cuento, y que todos le pagasen tributo. Nació allí mal decir y menosprecio de la empresa comenzada en ello, porque no había yo enviado luego los navíos cargados de oro, sin considerar la brevedad del tiempo y lo otro que yo dije de tantos inconvenientes; y en esto, por mis pecados o por mi salvación creo que será, fue puesto en aborrecimiento y dado impedimento a cuanto yo decía y demandaba. Por lo cual acordé de venir a Vuestras Altezas y maravillarme de todo y mostrarles la razón que en todo había, y les dije de los pueblos que yo había visto, en qué o de qué se podrían salvar muchas ánimas, y les truje las obligaciones de la gente de la isla Española, de cómo se obligaban a pagar tributo e les tenían por sus reyes y señores, y les truje abastante muestra de oro, y que hay mineros y granos muy grandes, y asimismo de cobre; y les truje de muchas maneras de especierías, de que sería largo de escrebir, y les dije de la gran cantidad de brasil y otras infinitas cosas. Todo no aprovechó para con algunas personas que tenían gana y dado comienzo a mal decir del negocio ni entrar con fabla del servicio de Nuestro Señor con se salvar tantas ánimas, ni a decir que esto era grandeza de Vuestras Altezas, de la mejor calidad que hasta hoy haya usado príncipe, porque el ejercicio e gasto era para el espiritual y temporal y que no podía ser que, andando el tiempo, no hobiese la España de aquí grandes provechos, pues que se veían las señales que escribieron de lo de estas partidas tan manifiestas, que también se llegaría a ver todo el otro complimiento, ni a decir cosas que usaron grandes príncipes en el mundo para crecer su fama, así como de Salomón, que envió desde Hierusalén en fin de Oriente a ver el monte Sopora, en que se detovieron los navíos tres años, el cual tienen Vuestras Altezas agora en la isla Española; ni de Alejandre, que envió a ver el regimiento de la isla de Trapobana en India, y Nero César a ver las fuentes del Nilo y la razón porque crecían en el verano, cuando las aguas son pocas, y otras muchas grandezas que hicieron príncipes, y que a príncipes son estas cosas dadas de hacer; ni valía decir que yo nunca había leído que príncipes de Castilla jamás hobiesen ganado tierra fuera de ella, y que esta de acá es otro mundo en que se trabajaron romanos y Alejandre y griegos, para la haber con grandes ejercicios, ni decir del presente de los Reyes de Portugal, que tovieron corazón para sostener a Guinea y del descobrir de ella, y que gastaron oro y gente atanta, que quien contase toda la del reino se hallaría que otra tanta como la mitad son muertos en Guinea, y todavía la continuaron hasta que les salió de ello lo que parece, lo cual todo comenzaron de largo tiempo y ha muy poco que les da renta; los cuales también osaron conquistar en África y sostener la empresa a Cepta, Tánjar y Arcilla e Alcázar y de contino dar guerra a los moros, y todo esto con grande gasto, sólo por hacer cosa de príncipe, servir a Dios y acrecentar su señorío.

Cuanto yo más decía, tanto más se doblaba a poner esto a vituperio, amostrando en ello el aborrecimiento, sin considerar cuánto bien pareció en todo el mundo y cuánto bien se dijo en todos los cristianos de Vuestras Altezas por haber tomado esta empresa, que no hobo grande ni pequeño que no quisiese de ello carta. Respondiéronme Vuestras Altezas riéndose y diciendo que yo no curase de nada, porque no daban autoridad ni creencia a quien les mal decía de esta empresa.

Partí en nombre de la santísima Trinidad, miércoles 30 de mayo de la Villa de San Lúcar, bien fatigado de mi viaje, que adonde esperaba descanso, cuando yo partí de estas Indias, se me dobló la pena, y navegué a la isla de la Madera por camino no acostumbrado, por evitar escándalo que pudiera tener con un armada de Francia, que me aguardaba al Cabo de San Vicente, y de allí a las islas de Canaria, de adonde me partí con una nao y dos carabelas y envié los otros navíos a derecho camino a las Indias a la isla Española. Y yo navegué al Austro con propósito de llegar a la línea equinocial y de allí seguir al Poniente hasta que la isla Española me quedase al Septentrión, y, llegado a las islas de Cabo Verde, falso nombre, porque son atán secas que no vi cosa verde en ellas y toda la gente enferma, que no osé detenerme en ellas, y navegué al Sudueste cuatrocientas y ochenta millas, que son ciento y veinte leguas, adonde, en anocheciendo, tenía la estrella del Norte en cinco grados. Allí me desamparó el viento y entré en tanto ardor y tan grande que creí que se me quemasen los navíos y gente, que todo de un golpe y no a tan desordenado que no había persona que osase descender debajo de cubierta a remediar la vasija y mantenimiento. Duró este ardor ocho días; al primer día fue claro, y los siete días siguientes llovió e hizo ñumblado, y, con todo, no fallamos remedio, que cierto si así fuera de sol como el primero, yo creo que no pudiera escapar en ninguna manera.

Acordóme que, navegando a las Indias, siempre que yo paso al Poniente de las islas de los Azores cien leguas, allí fallo mudar la temperanza, y esto es todo de Septentrión en Austro; y determiné que, si a Nuestro Señor le pluguiese de me dar viento y buen tiempo, que pudiese salir de adonde estaba, de dejar de ir más al Austro, ni volver tampoco atrás, salvo de navegar al Poniente, a tanto que ya llegase a estar con esta raya con esperanza que yo fallaría allí su temperamiento, como había fallado cuando yo navegaba en el paralelo de Canaria. E que si así fuese que entonces yo podría ir más al Austro, y plugo a Nuestro Señor que al cabo de estos ocho días de me dar buen viento Levante; y yo seguí al Poniente, mas no osé declinar abajo al Austro porque fallé grandísimo mudamiento en el cielo y en las estrellas, mas non fallé mudamiento en la temperancia. Así acordé de proseguir delante siempre justo al Poniente, en aquel derecho de la Sierra Lioa, con propósito de non mudar derrota fasta adonde yo había pensado que fallaría tierra, y allí adobar los navíos y remediar si pudiese los mantenimientos y tomar agua que no tena. Y al cabo de diez y siete días, los cuales Nuestro Señor me dio de próspero viento, martes 31 de julio a mediodía nos amostró tierra, e yo la esperaba el lunes antes, y tuve aquel camino fasta entonces, que en saliendo el sol, por defecto del agua que no tenía, determiné de andar a las Indias de los Caníbales, y tomé esa vuelta. Y como Su Alta Majestad haya siempre usado de misericordia conmigo, por acertamiento subió un marinero a la gavia y vido al Poniente tres montañas juntas. Dijimos la Salve Regina y otras prosas y dimos todos muchas gracias a Nuestro Señor, y después dejé el camino de Septentrión y volví hacia la tierra, adonde yo llegué a hora de completas a un cabo a que dije de la Galea , después de haber nombrado a la isla de la Trinidad ; y allí hobiera muy buen puerto si fuera fondo, y había casas y gente y muy lindas tierras, atán fermosas y verdes como las huertas de Valencia en marzo. Pesóme cuando no pude entrar en el puerto, y corrí la costa de esta tierra del luengo fasta el Poniente, y, andadas cinco leguas, fallé muy buen fondo y surgí. Y en el otro día di la vela a este camino, buscando puerto para adobar los navíos y tomar agua y remediar el trigo y los bastimentos que llevaba solamente. Allí tomé una pipa de agua y con ella anduve ansí hasta llegar al cabo, y allí fallé abrigo de Levante y buen fondo; y así mandé surgir y adobar la vasija y tomar agua y leña y descendir la gente a descansar de tanto tiempo que andaban penando.

A esta punta llamé del Arenal , y allí se falló toda la tierra follada de unas animalias que tenían la pata como de cabra, y bien que según parece ser allí haya muchas, no se vido sino una muerta. El día siguiente vino de hacia Oriente una grande canoa con veinticuatro hombres, todos mancebos e muy ataviados de armas, arcos y flechas y tablachinas, y ellos, como dije, todos mancebos, de buena disposición y no negros, salvo más blancos que otros que haya visto en las Indias, y de muy lindo gesto y fermosos cuerpos y los cabellos largos y llanos, cortados a la guisa de Castilla, y traían la cabeza atada con un pañuelo de algodón tejido a labores y colores, el cual creía yo que era almaizar. Otro de estos pañuelos traían ceñido e se cobijaban con él en lugar de pañetes. Cuando llegó esta canoa habló de muy lejos. Yo ni otro ninguno no los entendíamos, salvo que yo les mandaba hacer señas que se allegasen, y en esto se pasó más de dos horas, y si se llegaban un poco luego se desviaban. Yo les hacía mostrar bacines y otras cosas que lucían, por enamorarlos porque viniesen, y a cabo de buen rato se allegaron más que hasta entonces no habían, y yo deseaba mucho haber lengua y no tenía ya cosa que me pareciese que era de mostrarles para que viniesen; salvo que hice sobir un tamborín en el castillo de popa que tañasen e unos mancebos que danzasen, creyendo que se allegarían a ver la fiesta. Y, luego que vieron tañer y danzar, todos dejaron los remos y echaron mano a los arcos y los encordaron, y embrazó cada uno su tablachina y comenzaron a tirarnos flechas. Cesó luego el tañer y danzar y mandé luego sacar unas ballestas, y ellos dejáronme y fueron a más andar a otra carabela, y de golpe se fueron debajo la popa de ella, y el piloto entró con ellos y dio un sayo e un bonete a un hombre principal que le pareció de ellos, y quedó concertado que le iría hablar allí en la playa, adonde ellos luego fueron con la canoa esperándole. Y él, como no quiso ir sin mi licencia, como ellos le vieron venir a la nao con la barca, tornaron a entrar en la canoa e se fueron, e nunca más los vide ni a otros en esta isla.

Cuando yo llegué a esta punta del Arenal, allí se hace una boca grande de dos leguas de Poniente a Levante, la isla de la Trinidad con la tierra de Gracia, y que para haber de entrar dentro para pasar al Septentrión había unos hileros de corrientes que atravesaban aquella boca y traían un rugir muy grande. Y creí yo que sería un arrecife de bajos e peñas, por el cual no se podría entrar dentro en ella; y detrás de este hilero había otro y otro que todos traían un rugir grande como ola de la mar que va a romper y dar en peñas. Surgí allí a la dicha punta del Arenal, fuera de la dicha boca, y fallé que venía el agua del Oriente hasta el Poniente con tanta furia como hace Guadalquivir en tiempo de avenida, y esto de continuo noche y día, que creí que no podría volver atrás por la corriente, ni ir adelante por los bajos. Y en la noche, ya muy tarde, estando al bordo de la nao, oí un rugir muy terrible que venía de la parte del Austro hacia la nao, y me paré a mirar y vi levantando la mar de Poniente a Levante, en manera de una loma tan alta como la nao, y todavía venía hacia mí poco a poco, y encima de ella venía un filero de corriente que venía rugiendo con muy grande estrépito, con aquella furia de aquel rugir que de los otros hileros que yo dije me parecían ondas de mar que daban en peñas, que hoy en día tengo el miedo en el cuerpo que no me trabucasen la nao cuando llegasen debajo de ella; y pasó y llegó e fasta la boca, adonde allí se detuvo grande espacio. Y el otro día siguiente envié las barcas a sondear y fallé en el más bajo de la boca que había seis o siete brazas de fondo, y de contino andaban aquellos hileros unos por entrar y otros por salir; y plugo a Nuestro Señor de me dar buen viento, y atravesé por esa boca adentro y luego hallé tranquilidad, y por acertamiento se sacó del agua de la mar y la hallé dulce, Navegué al Septentrión fasta una sierra muy alta, adonde serían veintiséis leguas de esta punta del Arenal, y allí había dos cabos de tierra muy alta, el uno de la parte del Oriente, y era de la misma isla de la Trinidad, y el otro del Occidente de la tierra que dije de Gracia, y allí hacía una boca muy angosta, más que aquella de la punta del Arenal, y allí había los mismos hileros y aquel rugir fuerte del agua como era en la punta del Arenal, y asimismo allí la mar era agua dulce. Y fasta entonces yo no había habido lengua con ninguna gente de estas tierras, y lo deseaba en gran manera, y por esto navegué al luengo de la costa de esta tierra hacia el Poniente; y cuanto más andaba hallaba el agua de la mar más dulce y más sabrosa, y andando una gran parte, llegué a un lugar donde me parecían las tierras labradas, y surgí y envié las barcas a tierra, y fallaron que de fresco se había ido de allí gente, y fallaron todo el monte cubierto de gatos paules. Volviéronse, y, como ésta fuese sierra, me pareció que más allá al Poniente las tierras eran más llanas y que allí sería poblado, y por esto sería poblado. Y mandé levantar las anclas y corrí esta costa fasta el cabo de esta sierra, y allí a un río surgí y luego vino mucha gente, y me dijeron cómo llamaron a esta tierra Paria y que de allí más al Poniente era más poblado. Tomé de ellos cuatro, y después navegué al Poniente, y, andadas ocho leguas más al Poniente allende una punta a que yo llamé del Aguja , hallé unas tierras las más hermosas del mundo y muy pobladas. Llegué allí una mañana a hora de tercia, y por ver esta verdura y esta hermosura acordé surgir y ver esta gente, de los cuales luego vinieron en canoas a la nao a rogarme de partes de su rey que descendiese en tierra. E cuando vinieron que no curé de ellos, vinieron a la nao infinitísimos en canoas, y muchos traían piezas de oro al pescuezo y algunos atados a los brazos algunas perlas: holgué mucho cuando las vi, e procuré mucho de saber dónde las hallaban, y me dijeron que allí y de la parte del Norte de aquella tierra.

Quisiera detenerme, mas estos bastimentos que yo traía, trigo y vino e carne para esta gente que acá está se me acababan de perder, los cuales hobe allá con tanta fatiga, y por esto yo no buscaba sino a más andar a venir a poner en ellos cobro y no me detener para cosa alguna. Procuré de haber de aquellas perlas y envié las barcas a tierra: esta gente es muy mucha y toda de muy buen parecer, de la misma color que los otros de antes y muy tratables. La gente nuestra que fue a tierra los hallaron tan convenibles y los recibieron muy honradamente: dicen que luego que llegaron las barcas a tierra que vinieron dos personas principales con todo el pueblo, creen que el uno el padre y el otro era su hijo, y los llevaron a una casa muy grande hecha a dos aguas y no redonda como tienda de campo, como son estas otras, y allí tenían muchas sillas adonde los ficieron asentar y otras donde ellos se asentaron; y hicieron traer pan y de muchas maneras frutas e vino de muchas maneras blanco e tinto, mas no de uvas: debe él de ser de diversas maneras, uno de una fruta y otro de otra, y asimismo debe de ser de ello de maíz, que es una simiente que hace una espiga como una mazorca, de que llevé yo allá y hay ya mucho en Castilla, y parece que aquel que lo tenía mejor lo traía por mayor excelencia y lo daba en gran precio. Los hombres todos estaban juntos a un cabo de la casa y las mujeres en otro.

Recibieron ambas las partes gran pena porque no se entendían, ellos para preguntar a los otros de nuestra patria y los nuestros por saber de la suya. E, después que hobieron recebido colación allí en casa del más viejo, los llevó el mozo a la suya, e fizo otro tanto, e después se pusieron en las barcas e se vinieron a la nao, e yo luego levanté las anclas porque andaba mucho de priesa por remediar los mantenimientos que se me perdían que yo había habido con tanta fatiga, y también por remediarme a mí que había adolescido por el desvelar de los ojos, que bien que el viaje que yo fui a descubrir la tierra firme estuviese treinta y tres días sin concebir sueño y estoviese tanto tiempo sin vista, non se me dañaron los ojos, ni se me rompieron de sangre y con tantos dolores como agora.

Esta gente, como ya dije, son todos de muy linda estatura, altos de cuerpo e de muy lindos gestos, los cabellos muy largos e llanos, y traen las cabezas atadas con unos peñuelos labrados, como ya dije, hermosos, que parecen de lejos de seda y almaizares: otro traen ceñido más largo que se cobijan con él en lugar de pañetes, ansí hombres como mujeres. La color de esta gente es más blanca que otra que haya visto en las Indias; todos traían al pescuezo y a los brazos algo a la guisa de estas tierras, y muchos traían piezas de oro bajo colgado al pescuezo. Las canoas de ellos son muy grandes y de mejor hechura que no son estas otras y más livianas, y en el medio de cada una tienen un apartamiento como cámara, en que vi que andaban los principales con sus mujeres. Llamé allí a este lugar Jardines , porque así conforman por el nombre. Procuré mucho de saber dónde cogían aquel oro, y todos me aseñalaban una tierra frontera de ellos al Poniente, que era muy alta, mas no lejos; mas todos me decían que no fuese allá porque allí comían los hombres, y entendí entonces que decían que eran hombres caníbales e que serían como los otros, y después he pensado que podría ser que lo decían porque allí habría animalias. También les pregunté adónde cogían las perlas, y me señalaron también que al Poniente y al Norte detrás de esta tierra donde estaban. Dejélo de probar por esto de los mantenimientos y del mal de mis ojos y por una nao grande que traigo que no es para semejante hecho.

Y como el tiempo fue breve, se pasó todo en preguntas y se volvieron a los navíos, que sería hora de vísperas, como ya dije, y luego levanté las anclas y navegué al Poniente; y asimesmo el día siguiente, fasta que me fallé que no había sinon tres brazas de fondo, con creencia que todavía ésta sería isla y que yo podría salir al Norte; y, así visto, envié una carabela sotil adelante, a ver si había salida o si estaba cerrado, y ansí anduvo mucho camino, fasta un golfo muy grande en el cual parecía que había otros cuatro medianos y del uno salía un río grandísimo: fallaron siempre cinco brazas de fondo y el agua muy dulce, en tanta cantidad que yo jamás bebíla pareja de ella. Fui yo muy descontento de ella cuando vi que no podía salir al Norte ni podía andar ya al Austro ni al Poniente, porque yo estaba cercado por todas partes de la tierra, y así, levanté las anclas y torné atrás, para salir al Norte por la boca que yo arriba dije, y no pude volver por la población adonde yo había estado, por causa de las corrientes que me habían desviado de ella. Y siempre en todo cabo hallaba el agua dulce y clara y que me llevaba al Oriente muy recio facia las dos bocas que arriba dije; y entonces conjeturé que los hilos de la corriente y aquellas lomas que salían y entraban en estas bocas con aquel rugir tan fuerte, que era pelea del agua dulce con la salada. La dulce empujaba a la otra por que no entrase y la salada por que la otra no saliese; y conjeturé que allí donde son estas dos bocas que algún tiempo sería tierra continua a la isla de la Trinidad con la tierra de Gracia, como podrán ver Vuestras Altezas por la pintura de lo que con ésta les envío. Salí yo por esta boca del Norte y hallé que el agua dulce siempre vencía, y cuando pasé, que fue con fuerza de viento, estando en una de aquellas lomas, hallé en aquellos hilos de la parte de dentro el agua dulce y de fuera salada.

Cuando yo navegué de España a las Indias fallé luego, en pasando cien leguas a Poniente de los Azores, grandísimo mudamiento en el cielo e en las estrellas y en la temperancia del aire y en las aguas de la mar, y en esto he tenido mucha diligencia en la experiencia.

Fallo que de Septentrión en Austro, pasando las dichas cien leguas de las dichas islas, que luego en las agujas de marear, que fasta entonces nordesteaban, noruestean una cuarta de viento todo entero; y esto es en allegando allí a aquella línea, como quien traspone una cuesta, y asimesmo fallo la mar toda llena de hierba de una calidad que parece ramitos de pino y muy cargada de fruta como de lantisco, y es tan espesa que al primer viaje pensé que era bajo y que daría en seco con los navíos, y hasta llegar con esta raya no se falla un solo ramito. Fallo también, en llegando allí, la mar muy suave y llana, y bien que vente recio nunca se levanta. Asimismo hallo dentro de la dicha raya, hacia Poniente, la temperancia del cielo muy suave, y no discrepa de la cantidad quier sea invierno, quier sea en verano. Cuando allí estoy, hallo que la estrella del Norte escribe un círculo, el cual tiene en el diámetro cinco grados y, estando las guardas en el brazo derecho, entonces está la estrella en el más bajo, y se va alzando fasta que llega al brazo izquierdo, y entonces está cinco grados; y de allí se va abajando fasta llegar a volver otra vez al brazo derecho.

Yo allegué agora de España a la isla de la Madera y de allí a la Canaria y dende a las islas de Cabo Verde, de adonde cometí el viaje para navegar al Austro fasta debajo la línea equinocial, como ya dije. Allegando a estar en derecho con el paralelo que pasa por la Sierra Leoa en Guinea, fallo tan grande ardor y los rayos del sol tan calientes que pensaba de quemar, y bien me lloviese y el cielo fuese muy turbado, siempre yo estaba en esta fatiga, fasta que Nuestro Señor proveyó de buen viento y a mí puso en voluntad que yo navegase al Occidente con este esfuerzo, que, en llegando a la raya de que yo dije, que allí fallaría mudamiento en la temperancia. Después que yo emparejé a estar en derecho de esta raya, luego fallé la temperancia del cielo muy suave, y cuanto más andaba adelante más multiplicaba; mas no hallé conforme a esto las estrellas.

Fallé allí que, en anocheciendo, tenía yo la estrella del Norte alta cinco grados, y entonces las guardas estaban encima de la cabeza, y después a la media noche, fallaba la estrella alta diez grados, y en amaneciendo que las guardas estaban en los pies quince.

La suavidad de la mar fallé conforme, mas no en la hierba: en esto de la estrella del Norte tomé grande admiración, y por esto muchas noches con mucha diligencia tornaba yo a repricar la vista de ella con el cuadrante, y siempre fallé que caía el plomo y hilo a un punto.

Por cosa nueva tengo yo esto, y podrá ser que será tenida que en poco espacio haga tanta diferencia el cielo.

Yo siempre leí que el mundo, tierra e agua, era esférico, e las autoridades y experiencias que Tolomeo y todos los otros escribieron de este sitio daban e amostraban para ello, así por eclipses de la Luna y otras demostraciones que hacen de Oriente fasta Occidente, como de la elevación del polo de Septentrión en Austro. Agora vi tanta disconformidad, como ya dije, y por esto me puse a tener esto del mundo, y fallé que no era redondo en la forma que escriben; salvo que es de la forma de una pera que sea toda muy redonda, salvo allí donde tiene el pezón, que allí tiene más alto, o como quien tiene una pelota muy redonda y en un lugar de ella fuese como una teta de mujer allí puesta, y que esta parte de este pezón sea la más alta e más propinca al cielo y sea debajo la línea equinocial y en esta mar océana en fin del Oriente. Llamo yo fin de Oriente adonde acaba toda la tierra e islas, e para esto allego todas las razones sobreescriptas de la raya que pasa al Occidente de las islas de los Azores cien leguas de Septentrión en Austro, que, en pasando de allí al Poniente, ya van los navíos alzándose hacia el cielo suavemente, y entonces se goza de más suave temperancia y se muda el aguja de marear por causa de la suavidad de esa cuarta de viento, y cuanto más va adelante e alzándose más noruestea, y esta altura causa el desvariar del círculo que escribe la estrella del Norte con las guardas, y cuanto más pasare junto con la línea equinocial, más se subirán en alto y más diferencia habrá en las dichas estrellas y en los círculos de ellas. Y Tolomeo y los otros sabios que escribieron de este mundo creyeron que era esférico, creyendo que este hemisferio que fuese redondo como aquel de allá donde ellos estaban, el cual tiene el centro en la isla de Arín, que es debajo la línea equinocial entre el sino Arábico y aquel de Persia, y el círculo pasa sobre el Cabo de San Vicente en Portugal por el Poniente y pasa en Oriente por Cangara y por las Seras, en el cual hemisferio no hago yo que hay ninguna dificultad, salvo que sea esférico redondo como ellos dicen. Mas este otro digo que es como sería la mitad de la pera bien redonda, la cual toviese el pezón alto como yo dije o como una teta de mujer en una pelota redonda; así que de esta media parte non hobo noticia Tolomeo ni los otros que escribieron del mundo, por ser muy ignoto; solamente hicieron raíz sobre el hemisferio adonde ellos estaban, que es redondo esférico, como arriba dije. Y agora que Vuestras Altezas lo han mandado navegar y buscar y descobrir, se muestra evidentísimo, porque, estando yo en este viaje al Septentrión veinte grados de la línea equinocial, allí era en derecho de Hargín e de aquellas tierras: e allí es la gente negra e la tierra muy quemada, y después que fui a las islas de Cabo Verde, allí en aquellas tierras es la gente mucho más negra, y cuanto más bajo se van al Austro tanto más llegan al extremo, en manera que allí en derecho donde yo estaba, que es la Sierra Leona, adonde se me alzaba la estrella del Norte en anocheciendo cinco grados, allí es la gente negra en extrema cantidad, y después que de allí navegué al Occidente tan extremos calores, y, pasada la raya de que yo dije, fallé multiplicar la temperancia, andando en tanta cantidad que cuando yo llegué a la isla de la Trinidad, adonde la estrella del Norte en anocheciendo también se me alzaba cinco grados, allí y en la tierra de Gracia hallé temperancia suavísima y las tierras y árboles muy verdes y tan hermosos como en abril en las huertas de Valencia; y la gente de allí de muy linda estatura y blancos más que otros que haya visto en las Indias, e los cabellos muy largos e llanos, e gente más estuta e de mayor ingenio e no cobardes.

Entonces era el sol en Virgen, encima de nuestras cabezas e suyas, ansí que todo esto procede por la suavísima temperancia que allí es, la cual procede por estar más alto en el mundo más cerca del aire que cuento; y así me afirmo que el mundo no es esférico, salvo que tiene esta diferencia que ya dije la cual es en este hemisferio adonde caen las Indias e la mar océana, y el extremo de ello es debajo la línea equinocial, y ayuda mucho a esto que sea ansí, porque el Sol, cuando Nuestro Señor lo hizo, fue en el primer punto de Oriente o la primera luz que fue aquí en Oriente, allí donde es el extremo de la altura de este mundo. Y bien que el parecer de Aristótel fuese que el polo Antártico o la tierra que debajo de él sea la más alta parte en el mundo y más propincua al cielo, otros sabios le impugnan diciendo que es esta que es debajo del Ártico, por las cuales razones parece que entendían que una parte de este mundo debía de ser más propincua y noble al cielo que otra, y no cayeron en esto que sea debajo del equinocial por la forma que yo dije, y no es maravilla, porque de este hemisferio non se hobiese noticia cierta, salvo muy liviana y por argumento, porque nadie nunca lo ha andado mi enviado a buscar hasta agora que Vuestras Altezas le mandaron explorar e descubrir la mar y la tierra.

Fallo que de allí de estas dos bocas, las cuales, como yo dije, están frontero por línea de Septentrión en Austro, que haya de la una a la otra veintiséis leguas, y no pudo haber en ello yerro, porque se midieron con cuadrante, y de estas dos bocas de Occidente fasta el golfo que yo dije, al cual llamé de las Perlas , que son sesenta e ocho leguas de cuatro millas cada una, como acostumbramos en el mar, y que de allá de este golfo corre de contino el agua muy fuerte hacia el Oriente, y que por esto tienen aquel combate estas dos bocas con la salada. En esta boca de Austro a que yo llamé de la Sierpe , fallé, en anocheciendo, que yo tenía la estrella del Norte alta cuasi cinco grados, y en aquella otra del Septentrión a que yo llamé del Drago , eran cuasi siete, y fallo que el dicho golfo de las Perlas está occidental al Occidente de el […] [Nota:

Vacío en el texto original.

] de Tolomeo cuasi tres mil e novecientas millas, que son cuasi setenta grados equinociales, contando por cada uno cincuenta y seis millas e dos tercios.

La Sacra Escriptura testifica que Nuestro Señor hizo al Paraíso Terrenal y en él puso el árbol de la vida, y de él sale una fuente de donde resultan en este mundo cuatro ríos principales: Ganges en India, Tigris y Éufrates en […] [Nota:

Vacío en el texto original.

] los cuales apartan la sierra y hacen la Mesopotamia y van a tener en Persia, y el Nilo que nace en Etiopía y va en la mar en Alejandría.

Y no hallo ni jamás he hallado escriptura de latinos ni de griegos que certificadamente diga el sitio en este mundo del Paraíso Terrenal, ni visto en ningún mapamundo, salvo, situado con autoridad de argumento. Algunos le ponían allí donde son las fuentes del Nilo en Etiopía; mas otros anduvieron todas estas tierras y no hallaron conformidad de ello en la temperancia del cielo, en la altura hacia el cielo, porque se pudiese comprender que él era allí, ni que las aguas del diluvio hobiesen llegado allí, las cuales subieron encima, etc. Algunos gentiles quisieron decir por argumentos que él era en las islas Fortunatas, que son las Canarias, etc.

San Isidro y Beda y Strabo y el maestro de la historia escolástica y San Ambrosio y Scoto y todos los sanos teólogos conciertan que el Paraíso Terrenal es en el Oriente, etc.

Ya dije lo que yo hallaba de este hemisferio y de la hechura, y creo que si yo pasara por debajo de la línea equinocial, en llegando allí, en esto que más alto que fallara muy mayor temperancia y diversidad en las estrellas y en las aguas; no porque yo crea que allí donde es el altura del extremo sea navegable ni agua, ni que se pueda subir allá, porque creo que allí es el Paraíso Terrenal, adonde no puede llegar nadie, salvo por voluntad divina. Y creo que esta tierra que agora mandaron descubrir Vuestras Altezas sea grandísima y haya otras muchas en el Austro de que jamás se hobo noticia.

Yo no tomo que el Paraíso Terrenal sea en forma de montaña áspera como el escrebir de ellos nos amuestra, salvo que él sea en el colmo allí donde dije la figura del pezón de la pera y que poco a poco, andando hacia allí, desde muy lejos se va subiendo a él; y creo que nadie no podría llegar al colmo como yo dije, y creo que pueda salir de allí esa agua, bien que sea lejos y venga a parar allí donde yo vengo y faga este lago. Grandes indicios son éstos del Paraíso Terrenal, porque el sitio es conforme a la opinión de estos santos e sanos teólogos, y asimismo las señales son muy conformes, que yo jamás leí no oí que tanta cantidad de agua dulce fuese así dentro e vecina con la salada; y en ello ayuda asimismo la suavísima temperancia. Y si de allí del Paraíso no sale, parece aún mayor maravilla, porque no creo que se sepa en el mundo de río tan grande y tan fondo.

Después que yo salí de la boca del Dragón, que es la una de las dos aquellas del Septentrión a la cual así puse nombre, el día siguiente, que fue día de Nuestra Señora de Agosto, fallé que corría tanto la mar al Poniente que después de hora de misa, que entré en camino, anduve fasta hora de completas sesenta y cinco leguas de cuatro millas cada una, y el viento no era demasiado, salvo muy suave. Y esto ayuda el cognocimiento que de allí yendo al Austro se va más alto, y andando hacia el Septentrión, como entonces, se va descendiendo.

Muy conoscido tengo que las aguas de la mar llevan su curso de Oriente a Occidente con los cielos, y que allí, en esta comarca, cuando pasan llevan más veloces camino, y por esto han comido tanta parte de la tierra. Porque por eso son acá tantas islas, y ellas mismas hacen de esto testimonio, porque todas a una mano son largas de Poniente a Levante y Norueste a Sueste, que es un poco más alto e bajo, y angostas de Norte a Sur y Nordeste Sudueste, que son en contrario de los otros dichos vientos, y aquí en ellas todas nacen cosas preciosas, por la suave temperancia que les procede del cielo, por estar hacia el más alto del mundo. Verdad es que parece en algunos lugares que las aguas no hagan este curso; mas esto no es, salvo particularmente en algunos lugares donde alguna tierra le está al encuentro y hace parecer que andan diversos caminos.

Plinio escribe que la mar e la tierra hace todo una esfera, y pone que esta mar océana sea la mayor cantidad del agua, y está hacia el cielo, y que la tierra sea debajo y que le sostenga, y mezclado es uno con otro como el amago de la nuez con una tela gorda que va abrazado en ello. El maestro de la historia escolástica sobre el Génesis dice que las aguas son muy pocas, que, bien que cuando fueron criadas que cobijasen toda la tierra, que eran vaporables en manera de niebla y que después que fueron sólidas e juntadas, que ocuparon muy poco lugar, y en esto concierta Nicolao de Lira. El Aristótel dice que este mundo es pequeño y es el agua muy poca y que fácilmente se puede pasar de España a las Indias, y esto confirma el Avenruyz y le alega el Cardenal Pedro de Aliaco, autorizando este decir y aquel de Séneca, el cual conforma con éstos diciendo que Aristóteles pudo saber muchos secretos del mundo a causa de Alejandro Magno, y Séneca a causa de César Nero y Plinio por respecto de los romanos, los cuales todos gastaron dineros e gente y pusieron mucha diligencia en saber los secretos del mundo y darlos a entender a los pueblos; el cual cardenal da a éstos grande autoridad más que a Tolomeo ni a otros griegos ni árabes, y a confirmación de decir que el agua sea poca y que el cubierto del mundo de ella sea poco, al respecto de lo que se decía por autoridad de Tolomeo y de sus secuaces: a esto trae una autoridad de Esdras del tercero libro suyo, adonde dice que de siete partes del mundo las seis son descubiertas y la una es cubierta de agua, la cual autoridad es aprobada por santos, los cuales dan autoridad al tercero e cuarto libro de Esdras, así como es S. Agustín e S. Ambrosio en su Exameron , adonde alega allí vendrá mi hijo Jesús e morirá mi hijo Cristo, y dicen que Esdras fue profeta, y asimismo Zacarías, padre de S. Juan, y el braso Simón, las cuales autoridades también alega Francisco de Mairones: en cuanto en esto del enjuto de la tierra mucho se ha experimentado que es mucho más de lo que el vulgo crea; y no es maravilla, porque andando más, más se sabe.

Torno a mi propósito de la tierra de Gracia y río y lago que allí fallé, atán grande que más se le puede llamar mar que lago, porque lago es lugar de agua, y en seyendo grandes se dice mar , como se dijo a la mar de Galilea y al mar Muerto, y digo que si no procede del Paraíso Terrenal que viene este río y procede de tierra infinita, pues el Austro, de la cual fasta agora no se ha habido noticia, mas yo muy asentado tengo en el ánima que allí adonde dije es el Paraíso Terrenal y descanso sobre razones y autoridades sobrescriptas.

Plega a Nuestro Señor de dar mucha vida y salud y descanso a Vuestras Altezas para que puedan proseguir esta tan noble empresa, en la cual me parece que recibe Nuestro Señor mucho servicio y la España crece de mucha grandeza y todos los cristianos mucha consolación y placer, porque aquí se divulgará el nombre de Nuestro Señor, y en todas las tierras adonde los navíos de Vuestras Altezas van y en todo cabo mando plantar una alta cruz y a toda la gente que hallo notifico el estado de Vuestras Altezas y cómo su asiento es en España, y les digo de nuestra santa fe todo lo que yo puedo, y de la creencia de la Santa Madre Iglesia, la cual tiene sus miembros en todo el mundo, y les digo la policía y nobleza de todos los cristianos y la fe que en la Santa Trinidad tienen; y plega a Nuestro Señor de tirar de memoria a las personas que han impugnado y impugnan tan excelente empresa y impiden y impidieron porque no vaya adelante, sin considerar cuánta honra y grandeza es del real estado de Vuestras Altezas en todo el mundo. No saben qué entreponer a maldecir de esto, salvo que se hace gasto en ello y porque luego no enviaron los navíos cargados de oro, sin considerar la brevedad del tiempo y tantos inconvenientes como acá se han habido, y no considerar que en Castilla, en casa de Vuestras Altezas, salen cada año personas que por su merecimiento ganaron en ella más de renta, cada uno de ellos más de lo que es necesario que se gaste en esto; ansí mesmo sin considerar que ningunos príncipes de España jamás ganaron tierra alguna fuera de ella, salvo agora que Vuestras Altezas tienen acá otro mundo, de adonde puede ser tan acrecentada nuestra santa fe y de donde se podrán sacar tantos provechos, que bien que no se hayan enviado los navíos cargados de oro, se han enviado suficientes muestras de ello y de otras cosas de valor, por donde se puede juzgar que en breve tiempo se podrá haber mucho provecho, y sin mirar el gran corazón de los príncipes de Portugal, que ha tanto tiempo que prosiguen la empresa de Guinea y prosiguen aquella de África, adonde han gastado la mitad de la gente de su reino, y agora está el Rey más determinado a ello que nunca. Nuestro Señor provea en esto como yo dije y les ponga en memoria de considerar de todo esto que va escripto, que no es de mil partes la una de lo que yo podría escrebir de cosas de príncipes que se ocuparon a saber y conquistar y sostener.

Todo esto dije y no porque crea que la voluntad de Vuestras Altezas sea salvo proseguir en ello en cuanto vivan, y tengo por muy firme lo que me respondió Vuestras Altezas una vez que por palabra le decía de esto, no porque yo hobiese visto mudamiento ninguno en Vuestras Altezas, salvo por temor de lo que yo oía de estos que yo digo, y tanto da una gotera de agua en una piedra que le hace un agujero; y Vuestras Altezas me respondió con aquel corazón que se sabe en todo el mundo que tienen, y me dijo que no curase de nada de eso, porque su voluntad era de proseguir esta empresa y sostenerla, aunque no fuese sino piedras y peñas y que el gasto que en ello se hacía que lo tenía en nada, que en otras cosas no tan grandes gastaban mucho más, y que lo tenían todo por muy bien gastado lo del pasado y lo que se gastase en adelante, porque creían que nuestra fe sería acrecentada y su real señorío ensanchado, y que no eran amigos de su real estado aquellos que les maldecían de esta empresa. Y agora, entre tanto que vengan noticias de esto, de estas tierras que agora nuevamente he descubierto, en que tengo sentado en el ánima que allí es el Paraíso Terrenal, irá el Adelantado con tres navíos bien ataviados para ello a ver más adelante, y descubrirán todo lo que pudieren hacia aquellas partes. Entre tanto, yo enviaré a Vuestras Altezas esta escriptura y la pintura de la tierra, y acordarán lo que en ello se deba facer y me enviarán a mandar, y se cumplirá con ayuda de la Santa Trinidad con toda diligencia en manera que Vuestras Altezas sean servidos y hayan placer. Deo gracias .

4. El cuarto viaje
Carta del Almirante a los Reyes Católicos

Serenísimos y muy altos y poderosos príncipes, Rey o Reina Nuestros Señores: de Cádiz pasé a Canaria en cuatro días, y dende a las Indias en diez y seis días, donde escribía. Mi intención era dar prisa a mi viaje en cuanto yo tenía los navíos buenos, la gente y los bastimentos, y que mi derrota era en la isla de Jamaica; y en la Dominica escribí esto. Fasta allí truje el tiempo a pedir por la boca. Esa noche que allí entré fue con tormenta grande y me persiguió después siempre.

Cuando llegué sobre la Española envié el envoltorio de cartas y a pedir por merced un navío por mis dineros, aunque otro que yo llevaba era inavegable y no sufría velas. Las cartas tomaron, y sabrán si se las dieron la respuesta. Para mí fue mandarme de parte de ahí, que yo no pasase ni llegase a la tierra. Cayó el corazón a la gente que iba conmigo, por temor de los llevar yo lejos, diciendo que si algún caso de peligro les viniese que no serían remediados allí; antes les sería fecha alguna grande afrenta. También a quien plugo dijo que el comendador había de proveer las tierras que yo ganase.

La tormenta era terrible, y en aquella noche me desmembró los navíos: a cada uno llegó por su cabo sin esperanzas, salvo de muerte; cada uno de ellos tenía por cierto que los otros eran perdidos. ¿Quién nació, sin quitar a Job, que no muriera desesperado?, ¿qué por mi salvación y de mi fijo, hermano y amigos me fuese en tal tiempo defendida la tierra y puertos que por voluntad de Dios, gané a España sudando sangre?

E torno a los navíos que así me había llevado la tormenta y dejado a mí solo. Deparómelos Nuestro Señor cuando le plugo. El navío Sospechoso había echado a la mar, por escapar, fasta la ísola la Gallega; perdió la barca y todos gran parte de los bastimentos; en el que yo iba, abalumado a maravilla, Nuestro Señor le salvó, que no hubo daño de una paja. En el Sospechoso iba mi hermano; y él, después de Dios, fue su remedio. E con esta tormenta, así a gatas, me llegué a Jamaica; allí se mudó de mar alta en calmería y grande corriente, y me llevó hasta el Jardín de la Reina sin ver tierra. De allí, cuando pude, navegué a la tierra firme, adonde me salió el viento y corriente terrible al opósito; combatí con ellos sesenta días, y en fin no le pude ganar más de setenta leguas.

En todo este tiempo no entré en puerto, ni pude ni me dejó tormenta del cielo, agua y trombones y relámpagos de continuo, que parecía el fin del mundo. Llegué al cabo de Gracias a Dios, y de allí me dio Nuestro Señor próspero el viento y corriente. Esto fue a 12 de septiembre. Ochenta y ocho días había que no me había dejado espantable tormenta, atando que no vide el sol ni estrellas por mar; que a los navíos tenía yo abiertos, a las velas rotas y perdidas anclas y jarcia, cables, con las barcas y muchos bastimentos, la gente muy enferma y todos contritos y muchos con promesa de religión y no ninguno sin otros votos y romerías. Muchas veces habían llegado a se confesar los unos a los otros. Otras tormentas se han visto, mas no durar tanto ni con tanto espanto. Muchos esmorecieron, harto y hartas veces, que teníamos por esforzados. El dolor del fijo que yo tenía allí me arrancaba el ánima, y más por verle de tan nueva edad de trece años en tanta fatiga y durar en ello tanto. Nuestro Señor le dio tal esfuerzo que él avivaba a los otros, y en las obras hacía él como si hubiera navegado ochenta años, y él me consolaba. Yo había adolescido y llegado fartas veces a la muerte. De una camarilla que yo mandé facer sobre cubierta mandaba la vía. Mi hermano estaba en el peor navío y más peligroso. Gran dolor era el mío, y mayor porque lo truje contra su grado, porque, por mi dicha, poco me han aprovechado veinte años de servicio que yo he servido con tantos trabajos y peligros, que hoy día no tengo en Castilla una teja; si quiero comer o dormir no tengo, salvo el mesón o taberna, y las más de las veces falta para pagar el escote. Otra lástima me arranca el corazón por las espaldas, y era de D. Diego, mi hijo, que yo dejé en España tan huérfano y desposesionado de mi honra e hacienda; bien que tenía por cierto que allá, como justos y agradecidos príncipes, le restituirían con acrecentamiento en todo.

Llegué a tierra de Cariay, adonde me detuve a remediar los navíos y bastimentos y dar aliento a la gente, que venía muy enferma. Yo, que, como dije, había llegado muchas veces a la muerte, allí supe de las minas del oro de la provincia de Ciamba, que yo buscaba. Dos indios me llevaron a Carambaru, adonde la gente anda desnuda y al cuello un espejo de oro, mas no le querían vender ni dar a trueque. Nombráronme muchos lugares en la costa de la mar, adonde decían que había oro y minas; el postrero era Veragua, y lejos de allí obra de veinticinco leguas. Partí con intención de los tentar a todos, y, llegado ya el medio, supe que había minas a dos jornadas de andadura. Acordé de inviarlas a ver víspera de San Simón y Judas, que había de ser la partida. En esa noche se levantó tanta mar y viento que fue necesario de correr hacia adonde él quiso; y el indio adalid de las minas siempre conmigo.

En todos estos lugares adonde yo había estado fallé verdad todo lo que yo había oído: esto me certificó que es así de la provincia de Ciguare, que según ellos es descrita nueve jornadas de andadura por tierra al Poniente: allí dicen que hay infinito oro y que traen corales en las cabezas, manillas a los pies y a los brazos de ello y bien gordas, y de él, sillas, arcas y mesas las guarnecen y enforran. También dijeron que las mujeres de allí traían collares colgados de la cabeza a las espaldas. En esto que yo digo, la gente toda de estos lugares conciertan en ello, y dicen tanto que yo sería contento con el diezmo. También todos conocieron la pimienta. En Ciguare usan tratar en ferias y mercaderías: esta gente así lo cuentan, y me amostraban el modo y forma que tienen en la barata. Otrosí dicen que las naos traen bombardas, arcos y flechas, espadas y corazas, y andas vestidos, y en la tierra hay caballos, y usan la guerra, y traen ricas vestiduras y tienen buenas cosas. También dicen que la mar boja a Ciguare, y de allí a diez jornadas es el río de Cangues. Parece que estas tierras están con Veragua como Tortosa con Fuenterrabía o Pisa con Venecia. Cuando yo partí de Caramburu y llegué a esos lugares que dije, fallé la gente en aquel mismo uso, salvo que los espejos del oro quien los tenía los daba por tres cascabeles de gavilán por el uno, bien que pasasen diez o quince ducados de peso. En todos sus usos son como los de la Española. El oro cogen con otras artes, bien que todos son nada con los de los cristianos. Esto que yo he dicho es lo que oyo. Lo que yo sé es que el año de noventa y cuatro navegué en veinticuatro grados al Poniente en término de nueve horas, y no pudo haber yerro porque hubo eclipses: el Sol estaba en Libra y la Luna en Ariete. También esto que yo supe por palabra habíalo yo sabido largo por escrito. Tolomeo creyó de haber bien remedado a Marino, y ahora se falla su escritura bien propincua al cierto. Tolomeo asienta Catigara a doce líneas lejos de su Occidente, que él asentó sobre el cabo de San Vicente en Portugal dos grados y un tercio. Marino en quince líneas constituyó la tierra e términos. Marino en Etiopía escribe al lado la línea equinocial más de veinticuatro grados, y ahora que los portugueses la navegan le fallan cierto. Tolomeo diz que la tierra más austral es el plazo primero y que no abaja más de quince grados y un tercio. E el mundo es poco; el enjuto de ello es seis partes, la séptima solamente cubierta de agua; la experiencia ya está vista, y la escribí por otras letras y con adornamiento de la Sacra Escriptura, con el sitio del Paraíso Terrenal, que la Santa Iglesia aprueba. Digo que el mundo no es tan grande como dice el vulgo, y que un grado de la equinocial está cincuenta y seis millas y dos tercios: pero esto se tocará con el dedo. Dejo esto, por cuanto no es mi propósito de fablar en aquella materia, salvo de dar cuenta de mi duro y trabajoso viaje, bien que él sea el más noble y provechoso.

Digo que víspera de San Simón y Judas corrí donde el viento me llevaba, sin poder resistirle. En un puerto excusé diez días de gran fortuna de la mar y del cielo: allí acordé de no volver atrás a las minas y dejélas ya por ganadas. Partí, por seguir mi viaje, lloviendo; llegué a puerto de Bastimentos, adonde entré y no de grado. La tormenta y gran corriente me entró allí catorce días; y después partí y no con buen tiempo. Cuando yo hube andado quince leguas forzosamente, me reposó atrás el viento y corriente con furia. Volviendo yo al puerto donde había salido, fallé en el camino al Retrete, adonde me retruje con harto peligro y enojo y bien fatigado yo y los navíos y la gente. Detúveme allí quince días, que así lo quiso el cruel tiempo; y cuando creí de haber cabado me fallé de comienzo. Allí mudé de sentencia de volver a las minas y hacer algo fasta que me viniese tiempo para mi viaje y marear. Y llegado con cuatro leguas, revino la tormenta y me fatigó tanto a tanto que ya no sabía de mi parte. Allí se me refrescó del mal la llaga: nueve días anduve perdido sin esperanza de vida; ojos nunca vieron la mar tan alta, fea y hecha espuma. El viento no era para ir adelante ni daba lugar para correr hacia algún cabo. Allí me detenía en aquella mar fecha sangre, hirviendo como caldera por gran fuego. El cielo jamás fue visto tan espantoso: un día con la noche, ardió como forno; y así echaba la llama con los rayos, que cada vez miraba yo si me había llevado los másteles y velas. Venían con tanta furia espantables que todos creíamos que me habían de fundir los navíos. En todo este tiempo jamás cesó agua del cielo, y no para decir que llovía, salvo resengundaba otro diluvio. La gente estaba tan molida que deseaba la muerte para salir de tantos martirios. Los navíos habían perdido dos veces las barcas, anclas, cuerdas, y estaban abiertos, sin velas.

Cuando plugo a nuestro Señor, volví a Puerto Gordo, adonde reparé lo mejor que pude. Volví otra vez hacia Veragua para mi viaje, aunque yo no estuviera para ello. Todavía era el viento y corrientes contrarios. Llegué casi adonde antes, y allí me salió otra vez el viento y corrientes al encuentro. Y volví otra vez al puerto, que no osé esperar la oposición de Saturno con mares tan desbaratados en costa brava, porque las más de las veces trae tempestad o fuerte tiempo. Esto fue día de Navidad, en horas de misa. Volví otra vez adonde yo había salido con harta fatiga; y, pasado año nuevo, torné a la porfía, que aunque me hiciera buen tiempo para mi viaje, ya tenía los navíos innavegables y la gente muerta y enferma. Día de la Epifanía llegué a Veragua, ya sin aliento. Allí me deparó Nuestro Señor un río y seguro puerto, bien que a la entrada no tenía salvo diez palmos de fondo. Metíme en él con pena, y al día siguiente recordó la fortuna: si me falla fuera, no pudiera entrar a causa del banco. Llovió sin cesar fasta 14 de febrero, que nunca hubo lugar de entrar en la tierra, ni de remediar en nada; y, estando ya seguro a 24 de enero, de improviso vino el río muy alto y fuerte: quebróme las amarras y proeses, y hubo de llevar los navíos, y cierto los vi en mayor peligro que nunca. Remedió Nuestro Señor, como siempre hizo. No sé si hubo otro con más martirios. A 6 de febrero, lloviendo, invié setenta hombres la tierra adentro; y a las cinco leguas fallaron muchas minas: los indios que iban con ellos los llevaron a un cerro muy alto, y de allí les mostraron hacia toda parte cuanto los ojos alcanzaban, diciendo que en toda parte había oro y que hacia el Poniente llegaban las minas veinte jornadas, y nombraban las villas y lugares y adonde había de ello más o menos. Después supe yo que el Quibian que había dado estos indios les había mandado que fuesen a mostrar las minas lejos y de otro su contrario, y que adentro de su pueblo cogían, cuando él quería, un hombre en diez días una mozada de oro. Los indios sus criados y testigos de esto traigo conmigo. Adonde él tiene el pueblo llegan las barcas. Volvió mi hermano con esa gente, y todos con oro que habían cogido en cuatro horas que fue allá a la estada. La calidad es grande, porque ninguno de éstos jamás había visto minas y los más oro. Los más eran gente de la mar y casi todos grumetes. Yo tenía mucho aparejo para edificar y muchos bastimentos. Asenté pueblo, y di muchas dádivas al Quibian, que así llaman al señor de la tierra. Y bien sabía que no había de durar la concordia: ellos muy rústicos y nuestra gente muy importunos, y me aposesionaba en su término. Después que él vido las cosas fechas y el tráfago tan vivo, acordó de las quemar y matarnos a todos. Muy al revés salió su propósito: quedó preso él, mujeres y fijos criados; bien que su prisión duró poco. El Quibian se fuyó a un hombre honrado, a quien se había entregado con guarda de hombres; e los hijos se fueron a un maestre de navío, a quien se dieron en él a buen recaudo.

En enero se había cerrado la boca del río. En abril los navíos estaban todos comidos de broma y no los podía sostener sobre agua. En este tiempo hizo el río un canal, por donde saqué tres de ellos vacíos con gran pena. Las barcas volvieron adentro por la sal y agua. La mar se puso alta y fea, y no dejó salir afuera: los indios fueron muchos y juntos y las combatieron, y en fin los mataron. Mi hermano y la otra gente toda estaban en un navío que adentro: yo muy solo de fuera en tan brava costa, con fuerte fiebre, en tanta fatiga: la esperanza de escapar era muerta. Subí así trabajando lo más alto, llamando a voz temerosa, llorando y muy aprisa, los maestros de la guerra de Vuestras Altezas, a todos cuatro los vientos, por socorro; mas nunca me respondieron. Cansado, me dormecí gimiendo. Una voz muy piadosa oí, diciendo: «¡Oh estulto y tardo a creer y a servir a tu Dios, Dios de todos! ¿Qué hizo Él más por Moysés o por David su siervo? Desque naciste, siempre Él tuvo de ti muy grande cargo. Cuando te vido en edad de que Él fue contento, maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra. Las Indias, que son parte del mundo tan ricas, te las dio por tuyas; tú las repartiste adonde te plugo y te dio poder para ello. De los atamientos de la mar océana, que estaban cerrados con cadenas tan fuertes, te dio las llaves; y fuiste obedecido en tantas tierras y de los cristianos cobraste tan honrada fama. ¿Qué hizo el más alto pueblo de Israel cuando le sacó de Egipto? ¿Ni por David, que de pastor hizo Rey en Judea? Tórnate a Él y conoce ya tu yerro: su misericordia es infinita. Tu vejez no impedirá a toda cosa grande: muchas heredades tiene Él grandísimas. Abraham pasaba de cien años cuando engendró a Isaac, ¿ni Sara era moza? Tú llamas por socorro incierto. Responde, ¿quién te ha afligido tanto y tantas veces: Dios o el mundo? Los privilegios y promesas que da Dios no las quebranta, ni dice después de haber recibido el servicio que su intención no era ésta y que se entiende de otra manera, ni de martirios por dar color a la fuerza. Él va al pie de la letra: todo lo que Él promete cumple con acrecentamiento; ¿esto es uso? Dicho tengo lo que tu Criador ha fecho por ti y hace con todos. Ahora medio muestra el galardón de estos afanes y peligros que has pasado sirviendo a otros». Yo, así amortecido, oí todo; mas no tuve respuesta a palabras tan ciertas, salvo llorar por mis yerros. Acabó Él de fablar, quien quiera que fuese, diciendo: «No temas, confía: todas estas tribulaciones están escritas en piedra mármol y no sin causa».

Levantéme cuando pude; y al cabo de nueve días hizo bonanza, mas no para sacar navíos del río. Recogí la gente que estaba en tierra y todo el resto que pude, porque no estaban para quedar y para navegar los navíos. Quedara yo a sostener el pueblo con todos, si Vuestras Altezas supieran de ello. El temor que nunca aportaría allí navíos me determinó a esto y la cuenta que cuando se haya de proveer de socorro se proveerá de todo. Partí en nombre de la Santísima Trinidad la noche de Pascua, con los navíos podridos, abrumados, todos fechos agujeros. Allí en Belén dejé uno y hartas cosas. En Belpuerto hice otro tanto. No me quedaron salvo dos en el estado de los otros, y sin barcas y bastimentos, por haber de pasar siete mil millas de mar y de agua o morir en la vía con fijo y hermano y tanta gente. Respondan ahora los que suelen tachar y reprender, diciendo allá de un salvo: ¿por qué no hacíades esto allí? Los quisiera yo en esta jornada. Yo bien creo que otra de otro sabor los aguarda: a nuestra fe es ninguna.

Llegué a 13 de mayo en la provincia de Mago, que parte con aquella de Catayo, y de allí partí para la Española: navegué dos días con buen tiempo, y después fue contrario. El camino que yo llevaba era para desechar tanto número de islas, por no me embarazar en los bajos de ellas. La mar brava me hizo fuerza y hube de volver atrás sin velas. Surgí a una isla adonde de golpe perdí tres anclas, y a la media noche, que parecía que el mundo se envolvía, se rompieron las amarras al otro navío y vino sobre mí, que fue maravilla cómo no nos acabamos de se hacer rajas: el ancla, de forma que me quedó, fue ella, después de Nuestro Señor, quien me sostuvo. Al cabo de seis días, que ya era bonanza, volví a mi camino. Así, ya perdido del todo de aparejos y con los navíos horadados de gusanos más que un panal de abejas y la gente tan acobardada y perdida, pasé algo adelante de donde yo había llegado denantes. Allí me torné a reposar atrás la fortuna. Paré en la misma isla en más seguro puerto. Al cabo de ocho días torné a la vía y llegué a Jamaica en fin de junio, siempre con vientos punteros y los navíos en peor estado: con tres bombas, tinas y calderas no podían, con toda la gente, vencer el agua que entraba en el vacío, ni para este mal de broma hay otra cura. Cometí el camino para me acercar a lo más cerca de la Española, que son veintiocho leguas, y no quisiera haber comenzado. En el otro navío corrió a buscar puerto casi anegado. Yo porfié la vuelta de la mar con tormenta. El navío se me anegó, que milagrosamente me trujo Nuestro Señor a tierra. ¿Quién creyera lo que yo aquí escribo? Digo que de cien partes no he dicho la una en esta letra. Los que fueron con el Almirante lo atestigüen. Si place a Vuestras Altezas de me hacer merced de socorro un navío que pase de sesenta y cuatro, con ducientos quintales de bizcochos y algún otro bastimento, abastará para me llevar a mí y a esta gente a España de la Española. En Jamaica ya dije que no hay veintiocho leguas a la Española. No fuera yo, bien que los navíos estuvieran para ello. Ya dije que me fue mandado de parte de Vuestras Altezas que no llegase a ella. Si este mandar ha aprovechado, Dios lo sabe. Esta carta invío por vía y mano de indios: grande maravilla será si allá llega.

De mi viaje digo: que fueron ciento y cincuenta personas conmigo, en que hay hartos suficientes para pilotos y grandes marineros; ninguno puede dar razón cierta por dónde fui yo ni vine. La razón es muy presta. Yo partí sobre el pueblo del Brasil: en la Española no me dejó la tormenta ir al camino que yo quería, fue por fuerza correr adonde el viento quiso. En ese día caí yo muy enfermo; ninguno había navegado hacia aquella parte; cesó el viento y mar dende a ciertos días y se mudó la tormenta en calmería y grandes corrientes. Fui a aportar a una isla que se dijo de las Bocas, y de allí a tierra firme. Ninguno puede dar cuenta verdadera de esto, porque no hay razón que abaste; porque fue ir con corriente sin ver tierra tanto número de días. Seguí la costa de la tierra firme: ésta se asentó con compás y arte. Ninguno hay que diga debajo cuál parte del cielo o cuándo yo partí de ella para venir a la Española. Los pilotos creían venir a parar a la isla de Sanct-Joan; y fue en tierra de Mango, cuatrocientas leguas más al Poniente de adonde decían. Respondan, si saben, adonde es el sitio de Veragua. Digo que no pueden dar otra razón ni cuenta, salvo que fueron a unas tierras adonde hay mucho oro, y certificarle; mas, para volver a ella el camino tiene ignoto. Sería necesario para ir a ella descubrirla como de primero. Una cuenta hay y razón de astrología y cierta: quien la entiende esto le abasta. A visión profética se asemeja esto. Las naos de las Indias, si no navegan, salvo a popa, no es por la mala fechura ni por ser fuertes. Las grandes corrientes que allí vienen, juntamente con el viento, hacen que nadie porfíe con bolina, porque en un día perderían lo que hubiesen ganado en siete; ni saco carabera aunque sea latina portuguesa. Esta razón hace que no naveguen, salvo con colla, y por esperarle se detienen a las veces seis y ocho meses en puerto. Ni es maravilla, pues que en España muchas veces acaece otro tanto.

La gente de que escribe Papa Pío, según el sitio y señas, se ha hallado, mas no los caballos, pretales y frenos de oro; ni es maravilla, porque allí las tierras de la costa de la mar no requieren salvo pescadores, ni yo me detuve, porque andaba a prisa. En Cariay y en esas tierras de su comarca son grandes fechiceros y muy medrosos. Dieran el mundo porque no me detuviera allí una hora. Cuando llegué allí, luego me inviaron dos muchachas muy ataviadas. La más vieja no sería de once años y la otra de siete; ambas con tanta desenvoltura, que no serían más unas putas. Traían polvos de hechizos escondidos. En llegando, las mandé adornar de nuestras cosas y las invié luego a tierra. Allí vide una sepultura en el monte, grande como una casa y labrada, y el cuerpo descubierto y mirando en ella. De otras artes me dijeron y más excelentes. Animalias menudas y grandes hay hartas y muy diversas de las nuestras. Dos puercos hube yo en presente, y un perro de Irlanda no osaba esperarlos. Un ballestero había herido una animalia, que se parece a gato paul, salvo que es mucho más grande, y el rostro de hombre: teníale atravesado con una seata desde los pechos a la cola, y porque era feroz le hubo de cortar un brazo y una pierna. El puerco, en viéndole, se le encrespó y se fue huyendo. Yo, cuando esto vi, mandé echarle begare , que así se llama adonde estaba: en llegando a él, así estando a la muerte y la saeta siempre en el cuerpo, le echó la cola por el hocico y se la amarró muy fuerte, y con mano que le quedaba le arrebató por el copete como a enemigo. El auto tan nuevo y hermosa montería me hizo escribir esto. De muchas maneras de animalias se hubo, mas todas mueren de barra. Gallinas muy grandes y la pluma como lana vide hartas. Leones, ciervos, corzos y otro tanto y así aves. Cuando yo andaba por aquella mar en fatiga, en algunos se puso herejía que estábamos enfechizados, que hoy día están en ello. Otra gente fallé que comían hombres: la desformidad de su gesto lo dice. Allí dicen que hay grandes mineros de cobre: hachas de ello, otras cosas labradas, fundidas; soldadas hube y fraguas con todo su aparejo de platero y los crisoles. Allí van vestidos; y en aquella provincia vide sábanas grandes de algodón, labradas de muy sotiles labores; otras pintadas muy sutilmente a colores con pinceles. Dicen que en la tierra adentro hacia el Catayo las hay tejidas de oro. De todas estas tierras y de lo que hay en ellas, falta de lengua, no se saben tan presto. Los pueblos, bien que sean espesos, cada uno tiene diferenciada lengua, y es en tanto que no se entienden los unos con los otros más que nos con los de Arabia. Yo creo que esto sea en esta gente salvaje de la costa de la mar, mas no en la tierra dentro.

Cuando yo descubrí las Indias, dije que era el mayor señorío rico que hay en el mundo. Yo dije del oro, perlas, piedras preciosas, especerías, con los tratos y ferias, y porque no pareció todo tan presto fui escandalizado. Este castigo me hace agora que no diga salvo lo que yo oigo de los naturales de la tierra. De una oso decir, porque hay tantos testigos, y es que yo vide en esta tierra de Veragua mayor señal de oro en dos días primeros que en la Española en cuatro años, y que las tierras de la comarca no pueden ser más fermosas ni más labradas ni la gente más cobarde, y buen puerto y hermoso río y defensible al mundo. Todo esto es seguridad de los cristianos y certeza de señorío, con grande esperanza de la honra y acrecentamiento de la religión cristiana; y el camino allí será tan grave como a la Española, porque ha de ser con viento. Tan señores son Vuestras Altezas de esto como de Jerez o Toledo: sus navíos que fueren allí van a su casa. De allí sacarán oro: en otras tierras, para haber de lo que hay en ellas, conviene que se lo lleven, o se volverán vacíos; y en la tierra es necesario que fíen sus personas de un salvaje. Del otro que yo dejo de decir, ya dije por qué me encerré: no digo así ni que yo me afirme en el tres doble en todo lo que yo haya jamás dicho ni escrito, y que yo estó a la fuente. Genoveses, venecianos y toda gente que tenga perlas, piedras preciosas y otras cosas de valor, todos las llevan hasta el cabo del mundo para las trocar, convertir en oro: el oro es excelentísimo; del oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las ánimas al paraíso. Los señores de aquellas tierras de la comarca de Veragua cuando mueren entierran el oro que tienen con el cuerpo; así lo dicen. A Salomón llevaron de un camino seiscientos y sesenta y seis quintales de oro, allende lo que llevaron los mercaderes marineros, y allende lo que se pagó en Arabia. De este oro fizo doscientas lanzas y trescientos escudos y fizo el tablado que había de estar arriba de ellas de oro y adornado de piedras preciosas, y fizo otras muchas cosas de oro y vasos muchos y muy grandes y ricos de piedras preciosas. Josefo, en su crónica de Antiquitatibus , lo escribe. En el Paralipomenon y en el Libro de los Reyes se cuenta de esto. Josefo quiere que este oro se hobiese en la Aurea. Si así fuese, digo que aquellas minas de la Aurea son unas y se convienen con estas de Veragua, que, como yo dije arriba, se alarga al Poniente veinte jornadas y son en una distancia lejos del polo y de la línea. Salomón compró todo aquello, oro, piedras y plata, e allí le pueden mandar a coger si les aplace. David en su testamento dejó tres mil quintales de oro de las Indias a Salomón para ayudar a edificar el templo, y según Josefo era él de estas mismas tierras. Hierusalem y el monte Sión ha de ser reedificado por mano de cristianos. Quien ha de ser, Dios por boca del Profeta en el décimo cuarto salmo lo dice. El abad Joaquín dijo que éste había de salir de España. San Jerónimo a la santa mujer le mostró el camino. El Emperador de Catayo ha días que mandó sabios que le enseñen en la fe de Cristo. ¿Quién será que se ofrezca a esto? Si Nuestro Señor me lleva a España, yo me obligo a llevarlo, con el nombre de Dios en salvo.

Esta gente que vino conmigo han pasado increíbles peligros y trabajos. Suplico a V. A., porque son pobres, que les mande pagar luego y les haga mercedes a cada uno según la calidad de la persona, que les certifico que, a mi creer, les traen las mejores nuevas que nunca fueron a España. El oro que tiene el Quibian de Veragua y los otros de la comarca, bien que según información él sea mucho, no me pareció bien ni servicio de Vuestras Altezas de se le tomar por vía de robo. La buena orden evitará escándalo y mala fama y hará que todo ello venga al tesoro, que no quede un grano. Con un mes de buen tiempo yo acabara todo mi viaje: por falta de los navíos no perfié a esperarle para tornar a ello, y para toda cosa de su servicio espero en Aquel que me hizo y estaré bueno. Yo creo que V. A. se acordará que yo quería mandar hacer los navíos de nueva manera; la brevedad del tiempo no dio lugar a ello, y cierto yo había caído en lo que cumplía.

Yo tengo en más esta negociación y minas con esta escala y señorío, que todo lo otro que está hecho en las Indias. No es este hijo para dar a criar a madrastra. De la Española, de Paria y de las otras tierras no me acuerdo de ellas que yo no llore. Creía yo que el ejemplo de ellas hobiese de ser por estotras al contrario: ellas están boca ayuso, bien que no mueren. La enfermedad es incurable o muy larga: quien las llegó a esto, venga ahora con el remedio si puede o sabe; al descomponer, cada uno es maestro. Las gracias y el acrecentamiento siempre fue uso de las dar a quien puso su cuerpo a peligro. No es razón de que quien ha sido tan contrario a esta negociación le goce, ni sus fijos. Los que se fueron de las Indias fuyendo los trabajos y diciendo mal de ellas y de mí, volvieron con cargos; así se ordenaba agora en Veragua: malo ejemplo y sin provecho del negocio y para la justicia del mundo. Este temor, con otros casos hartos que yo veía claro, me hizo suplicar a Vuestras Altezas, antes que yo viniese a descubrir estas islas y tierra firme, que me las dejasen gobernar en su real nombre. Plúgoles: fue por privilegio y asiento, y con sello y juramento, y me intitularon de Visorrey y Almirante y Gobernador General de todo, y aseñalaron el término sobre las islas de los Azores cien leguas, y aquellas de Cabo Verde por la línea que pasa de polo a polo, y de esto y de todo que más se descubriese, y me dieron poder largo. La escritura a más largamente lo dice.

El otro negocio famosísimo está con los brazos abiertos llamando: extranjero ha sido fasta ahora. Siete años estuve yo en su Real Corte que a cuantos se fabló de esta empresa todas a una dijeron que era burla. Agora fasta los sastres suplican por descubrir. Es de creer que van a saltear y se les otorgan, que cobran con mucho perjuicio de mi honra y tanto daño del negocio. Bueno es de dar a Dios lo suyo y acetar lo que le pertenece. Esta es justa sentencia, y de justo. Las tierras que acá obedecen a Vuestras Altezas son más que todas las otras de cristianos y ricas. Después que yo, por voluntad divina, las hube puestas debajo de su real y alto señorío y en filo para haber grandísima renta, de improviso, esperando navíos para venir a su alto concepto con victoria y grandes nuevas del oro, muy seguro y alegre, fui preso y echado con dos hermanos en un navío, cargados de fierros, desnudo en cuerpo, con muy mal tratamiento, sin ser llamado ni vencido por justicia. ¿Quién creerá que un pobre extranjero se hobiese de alzar en tal lugar contra Vuestras Altezas sin causa ni sin brazo de otro príncipe y estando solo entre sus vasallos y naturales y teniendo todos mis fijos en su Real Corte? Yo vine a servir de veintiocho años y agora no tengo cabello en mi persona que no sea cano y el cuerpo enfermo, y gastado cuanto me quedó de aquéllos, y me fue tomado y vendido y a mis hermanos fasta el sayo, sin ser oído ni visto, con gran deshonor mío. Es de creer que esto no se hizo por su real mandado. La restitución de mi honra y daños y el castigo en quien lo fizo fará sonar su real nobleza; y otro tanto en quien me robó las perlas y de quien ha fecho daño en ese almirantado. Grandísima virtud, fama con ejemplo será si hacen esto, y quedará a la España gloriosa memoria, con la de Vuestras Altezas, de agradecidos y justos príncipes. La intención tan sana que yo siempre tuve al servicio de Vuestras Altezas y la afrenta tan desigual no da lugar al ánima que calle, bien que yo quisiera. Suplico a Vuestras Altezas me perdonen.

Yo estoy tan perdido como dije. Yo he llorado fasta aquí a otros: haya misericordia agora el cielo y llore por mí la tierra. En el temporal no tengo solamente una blanca para el oferta; en el espiritual he parado aquí en las Indias de la forma que está dicho. Aislado en esta pena, enfermo, aguardando cada día por la muerte y cercado de un cuento de salvajes y llenos de crueldad y enemigos nuestros, y tan apartado de los Santos Sacramentos de la Santa Iglesia, que se olvidará de esta ánima si se aparta acá del cuerpo. Llore por mí quien tiene caridad, verdad y justicia. Yo no vine este viaje a navegar por ganar honra ni hacienda: esto es cierto, porque estaba ya la esperanza de todo en ella muerta. Yo vine a Vuestras Altezas con sana intención y buen celo, y no miento. Suplico humildemente a Vuestras Altezas que, si a Dios place de me sacar de aquí, que haya por bien mi ida a Roma y otras romerías. Cuya vida y alto estado la Santa Trinidad guarde y acreciente. Fecha en las Indias, en la isla de Jamaica, a 7 de julio de 1503 años.

5. Testamento

En el nombre de la Santísima Trinidad, el cual me puso en memoria y después llegó a perfecta inteligencia que podría navegar e ir a las Indias de España, pasando el mar Océano al Poniente, y ansí lo notifiqué al Rey D. Fernando y a la Reina Doña Isabel Nuestros Señores y les plugo de me dar aviamiento y aparejo de gente y navíos y de me hacer su Almirante en el dicho mar Océano, allende de una raya imaginaria que mandaron señalar sobre las islas de Cabo Verde y aquellas de los Azores, cien leguas que pasa de polo a polo, que dende en adelante al Poniente fuese su Almirante y que en la tierra firme e islas que yo fallase y descubriese y dende en adelante que de estas tierras fuese yo su Visorrey y Gobernador y sucediese en los dichos oficios mi hijo mayor, y así de grado en grado para siempre jamás, e yo hobiese el diezmo de todo lo que en el dicho almirantazgo se fallase e hobiese e rentase y asimismo la octava parte de las tierras y todas las otras cosas, e el salario que es razón llevar por los oficios de Almirante, Visorrey y Gobernador, y con todos los otros derechos pertenecientes a los dichos oficios, ansí como todo más largamente se contiene en este mi privilegio y capitulación que de Sus Altezas tengo.

E plugo a Nuestro Señor Todopoderoso que en el año de noventa y dos descubriese la tierra firme de las Indias y muchas islas, entre las cuales es la Española, que los indios de ella llaman Ayte y los monicongos de Cipango. Después volví a Castilla a Sus Altezas y me tornaron a recebir a la empresa e a poblar e descubrir más, y ansí me dio Nuestro Señor vitoria, con que conquisté e fice tributaria a la gente de la Española, la cual boja seiscientas leguas, y descubrí muchas islas a los caníbales y setecientas al Poniente de la Española, entre las cuales es aquella de Jamaica, a que nos llamamos de Santiago, e trescientas e treinta e tres leguas de tierra firme de la parte del Austro al Poniente, allende de ciento y siete a la parte de Setentrión, que tenía descubierto al primer viaje con muchas islas, como más largo se verá por mis escrituras y memorias y cartas de navegar. E, porque esperamos en aquel alto Dios que se haya de haber antes de grande tiempo buena e grande renta en las dichas islas y tierra firme, de la cual, por la razón sobredicha, me pertenece el dicho diezmo y ochavo y salarios y derechos sobredichos, y porque somos mortales y es bien que cada uno ordene y deje declarado a sus herederos y sucesores lo que ha de haber o hobiere, e por esto me pareció bien de componer de esta ochava parte de tierras y oficios e renta un mayorazgo, así como aquí abajo diré.

Primeramente que haya de suceder a mí D. Diego, mi hijo, y si de él dispusiere Nuestro Señor antes que él hobiese hijos, que ende suceda D. Fernando, mi hijo, y si de él dispusiese Nuestro Señor sin que hobiese hijo, o yo hobiese otro hijo, que suceda D. Bartolomé, mi hermano, y dende su hijo mayor, y si de él dispusiere Nuestro Señor sin heredero que suceda D. Diego, mi hermano, siendo casado o para poder casar, e que suceda a él su hijo mayor, e así de grado en grado perpetuamente para siempre jamás, comenzando en D. Diego, mi hijo, y sucediendo sus hijos, de uno en otro perpetuamente, o falleciendo el hijo suyo suceda D. Fernando, mi hijo, como dicho es, y así su hijo, y prosigan de hijo en hijo para siempre él y los sobredichos D. Bartolomé, si a él llegare, e a D. Diego mis hermanos. Y así a Nuestro Señor pluguiese que, después de haber pasado algún tiempo este mayorazgo en uno de los dichos sucesores, viniese a prescribir herederos hombres legítimos, haya dicho mayorazgo y le suceda y herede el pariente más allegado a la persona que heredado lo tenía, en cuyo poder prescribió, siendo hombre legítimo que se llame y se haya siempre llamado de su padre e antecesores llamados de los de Colón. El cual mayorazgo en ninguna manera lo herede mujer ninguna, salvo si aquí ni en otro cabo del mundo no se fallase hombre de mi linaje verdadero que se hobiese llamado y llamase él y sus antecesores de Colón. Y si esto acaesciere (lo que Dios no quiera), que en tal caso lo haya la mujer más llegada en deudo y en sangre legítima a la persona que así había logrado el dicho mayorazgo; y esto será con las condiciones que aquí abajo diré, las cuales se entienda que son ansí por D. Diego, mi hijo, como por cada uno de los sobredichos o por quien sucediere, cada uno de ellos, las cuales cumplirán, y, no cumpliéndolas, que en tal caso sea privado del dicho mayorazgo y lo haya el pariente más allegado a la tal persona, en cuyo poder había prescripto por no haber cumplido lo que aquí diré: el cual así también le cobrarán si él no cumpliere estas dichas condiciones que aquí abajo diré, o también sea privado de ello y lo haya otra persona más llegada a mi linaje, guardando las dichas condiciones que así duraren perpetuo, y será en la forma sobre escrita en perpetuo. La cual pena no se entienda en cosas de menudencias que se podrían inventar por pleitos, salvo por cosa gruesa que toque a la honra de Dios y de mí y de mi linaje, como es cumplir libremente lo que yo dejo ordenado, cumplidamente como digo, lo cual todo encomiendo a la justicia; y suplico al Santo Padre que agora es y que sucederá en la Santa Iglesia agora o cuando acaesciere que este mi compromiso y testamento haya de menester para se cumplir de su santa ordenación e mandamientos, que en virtud de obediencia y so pena de excomunión papal lo mande, y que en ninguna manera jamás se disforme; y asimismo lo suplico al Rey y a la Reina Nuestros Señores y al príncipe D. Juan, su primogénito Nuestro Señor, y a los que le sucedieren, por los servicios que yo les he fecho: e, por ser justo, que les plega y no consientan ni consienta que se disforme este mi compromiso de mayorazgo e de testamento, salvo que quede y esté así y por la guisa y forma que yo le ordené para siempre jamás, porque sea servicio de Dios Todopoderoso y raíz y pie de mi linaje y memoria de los servicios que a Sus Altezas he hecho, que, siendo yo nacido en Génova, les viene a servir aquí en Castilla y les descubrí al Poniente de tierra firme las Indias y las dichas islas sobredichas. Así que suplico a Sus Altezas que sin pleito ni demanda ni dilación manden sumariamente que este mi privilegio y testamento valga y se cumpla, así como en él fuere y es contenido; y asimismo lo suplico a los grandes señores de los reinos de Su Alteza y a los del su Consejo y a todos los otros que tienen o tuvieren cargos de justicia o de regimiento, que les plega no consentir que esta mi ordenación e testamento sea sin vigor y virtud y se cumpla como está ordenado por mí, así por ser muy justo que persona de título e que ha servido a su Rey e Reina e al reino, que valga todo lo que ordenare y dejare por testamento o compromiso e mayorazgo e heredad e no se le quebrante en cosa alguna ni en parte ni en todo.

Primeramente traerá D. Diego, mi hijo, y todos los que de mí sucedieren y descendieren, y así mis hermanos D. Bartolomé y D. Diego, mis armas, que yo dejaré después de mis días, sin entreverar más ninguna cosa que ellas, y sellará con el sello de ellas. D. Diego, mi hijo, o cualquier otro que heredare este mayorazgo, después de haber heredado y estado en posesión de ello, firme de mi firma, la cual agora acostumbro, que es una X con una S encima y una M con una A romana con una S encima, con sus rayas y vírgulas, como yo agora fago y se parecerá por mis firmas, de las cuales encima, y encima de ella una S y después una Y griega se hallarán muchas y por esta parecerá.

Y no escribirá sino el Almirante , puesto que otros títulos el Rey le diese o ganase; esto se entiende en la firma y no en su ditado, que podrá escribir todos sus títulos como le pluguiere. Solamente en la firma escribirá el Almirante .

Habrá dicho D. Diego o cualquier otro que heredare este mayorazgo mis oficios de Almirante del mar Océano, que es de la parte del Poniente de una raya que mandó asentar imaginaria su Alteza a cien leguas sobre las islas de los Azores y otro tanto sobre las de Cabo Verde, la cual parte de polo a polo, allende de la cual mandaron e me hicieron su Almirante en la mar, con todas las preeminencias que tiene el Almirante don Henrique en el Almirantazgo de Castilla, e me hicieron su Visorrey y Gobernador perpetuo para siempre jamás, y en todas las islas y tierra firme, descubiertas y por descubrir, para mí y para mis herederos, como más largo parece por mis privilegios, los cuales tengo, y por mis capítulos, como arriba dije.

Ítem: que el dicho D. Diego o cualquier otro que heredare el dicho mayorazgo, repartirá la renta que a Nuestro Señor pluguiere de le dar en esta manera sola dicha pena.

Primeramente, dará todo lo que este mayorazgo rentare agora y siempre e de él e por él se hobiere e recaudare la cuarta parte cada año a D. Bartolomé Colón, Adelantado de las Indias, mi hermano, y esto fasta que él haya de su renta un cuento de maravedís para su mantenimiento y trabajo que ha tenido y tiene de servir en este mayorazgo, el cual dicho cuento llevará, como dicho es, cada año, si la dicha cuarta parte tanto montare, si él no tuviere otra cosa; mas, teniendo algo o todo de renta, que dende en adelante no lleve el dicho cuento ni parte de ello, salvo que desde agora habrá en la dicha cuarta parte fasta la dicha cuantía de un cuento, si allí llegare, y tanto que él haya de renta fuera de esta cuarta parte cualquier suma de maravedís de renta conocida de bienes que pudiere arrendar o oficios perpetuos, se le descontará la dicha cantidad que así habrá de renta, o podría haber de los dichos sus bienes oficios perpetuos, e del dicho un cuento será reservado cualquier dote o casamiento que con la mujer con quien él casare hobiere: ansí que todo lo que él hobiere con la dicha su mujer no se entenderá que por ello se le haya de descontar nada del dicho cuento, salvo de lo que él ganare o hobiere allende del dicho casamiento de su mujer, y después que plega a Dios que él o sus herederos o quien de él descendiere haya un cuento de renta de bienes y oficios, si los quisiere arrendar, como dicho es, no habrá él ni sus herederos más de la cuarta parte del dicho mayorazgo nada, y lo habrá el dicho D. Diego o quien heredare.

Ítem: habrá de la dicha renta del dicho mayorazgo o de otra cuarta parte de ella D. Fernando, mi hijo, un cuento cada año, si la dicha cuarta parte tanto montare, fasta que él haya dos cuentos de renta por la misma guisa y manera que está dicho de D. Bartolomé, mi hermano, él y sus herederos, así como D. Bartolomé, mi hermano, y los herederos del cual así habrán el dicho un cuento o la parte que faltare para ello.

Ítem: el dicho D. Diego y D. Bartolomé ordenarán que haya de la renta del dicho mayorazgo D. Diego, mi hermano, tanto de ello con que se pueda mantener honestamente, como mi hermano que es, al cual no dejo cosa limitada porque él quiere ser de la Iglesia, y le darán lo que fuere razón, y esto sea de montón mayor, antes que se dé nada a D. Fernando, mi hijo, ni a D. Bartolomé, mi hermano, o a sus herederos, y también según la cantidad que rentare el dicho mayorazgo; y si en esto hobiese discordia, que en tal caso se remita a dos parientes nuestros o a otras personas de bien, que ellos tomen la una y él tome la otra, y si no se pudiesen concertar, que los dichos dos compromisos escojan otra persona de bien que no sea sospechosa a ninguna de las partes.

Ítem: que toda esta renta que yo mando dar a D. Bartolomé y a D. Fernando y a D. Diego, mi hermano, la hayan y les sea dada, como arriba dije, con tanto que sean leales y fieles a D. Diego, mi hijo, o a quien heredare, ellos y sus herederos; y si se fallase que fuesen contra él en cosa que toque y sea contra su honra y contra acrecentamiento de mi linaje e del dicho mayorazgo, en dicho o fecho, por lo cual pareciese y fuese escándalo y abatimiento de mi linaje y menoscabo del dicho mayorazgo o cualquiera de ellos, que éste no haya dende en adelante cosa alguna: así que siempre sean fieles a D. Diego o a quien heredare.

Ítem: porque en el principio que yo ordené este mayorazgo tenía pensado de distribuir, y que D. Diego, mi hijo, o cualquier otra persona que le heredase, distribuyan de él la décima parte de la renta en diezmo y conmemoración del Eterno Dios Todopoderoso en personas necesitadas; para esto agora digo que por ir y que vaya adelante mi intención y para que Su Alta Majestad me ayude a mí y a los que esto heredaren acá o en el otro mundo, que todavía se haya de pagar el dicho diezmo de esta manera.

Primeramente, de la cuarta parte de la renta de este mayorazgo, de la cual yo ordeno y mando que se dé y haya D. Bartolomé hasta tener un cuento de renta, que se entienda que en este cuento va el dicho diezmo de toda la renta del dicho mayorazgo, y que así como creciere la renta del dicho D. Bartolomé, mi hermano, porque se haya de descontar de la renta de la cuarta parte del mayorazgo algo o todo, que se vea y cuente toda la renta sobredicha para saber cuánto monta el diezmo de ello, y la parte que no cabiere o sobrare a lo que hobiere de haber el dicho D. Bartolomé para el cuento, que esta parte la hayan las personas de mi linaje en descuento del dicho diezmo los que más necesitados fueren y más menester lo hobieren, mirando de la dar a persona que no tenga cincuenta mil maravedís de renta, y si el que menos tuviese llegase hasta la cuantía de cincuenta mil maravedís, haya la parte el que pareciere a las dos personas que sobre esto aquí eligieron con D. Diego o con quien heredare: así que se entienda que el cuento que yo mando dar a D. Bartolomé son y en ellos entra la dicha parte sobredicha del diezmo del dicho mayorazgo, y que toda la renta del mayorazgo quiero e tengo ordenado que se distribuya en los parientes míos más llegados al dicho mayorazgo y que más necesitados fueren, y después que el dicho D. Bartolomé tuviere su renta un cuento y que no se le deba nada de la dicha cuarta parte, entonces y antes se verá y vea el dicho D. Diego, mi hijo, o la persona que tuviere el dicho mayorazgo con las otras dos personas que aquí diré la cuenta, en tal manera que todavía el diezmo de toda esta renta se dé y hayan las personas de mi linaje más necesitadas que estuvieren aquí o en cualquier otra parte del mundo, a donde las envíen a buscar con diligencia, y sea de la dicha cuarta parte de la cual el dicho D. Bartolomé ha de haber el cuento: los cuales yo cuento y doy en descuento del dicho diezmo, con razón de cuenta, que si el diezmo sobredicho más montare, que también esta demasía salga de la cuarta parte y la hayan los más necesitados, como ya dije, y si no bastare, que lo haya D. Bartolomé hasta que de suyo vaya saliendo, y dejando el dicho un cuento en parte o en todo.

Ítem: que el dicho D. Diego, mi hijo, o la persona que heredare tomen dos personas de mi linaje, los más llegados y personas de ánima y autoridad, los cuales verán la dicha renta y la cuenta de ella, todo con diligencia, y farán pagar el dicho diezmo de la dicha cuarta parte de que se da dicho cuento a D. Bartolomé, a los más necesitados de mi linaje que estuvieren aquí o en cualquier otra parte: y pesquisarán de los haber con mucha diligencia y sobre cargo de sus ánimas. Y porque podría ser que el dicho D. Diego o la persona que heredase no querrán por algún respeto que revelaría al bien suyo e honra e sostenimiento del dicho mayorazgo que no se supiese enteramente la renta de ello, yo le mando a él que todavía le dé la dicha renta sobre el cargo de su ánima, y a ellos les mando sobre cargo de sus conciencias y de sus ánimas, que no lo denuncien ni publiquen, salvo cuanto fuere la voluntad del dicho D. Diego o de la persona que heredare; solamente procure que el dicho diezmo sea pagado en la forma que arriba dije.

Ítem: porque no haya diferencias en el elegir de estos dos parientes más llegados que han de estar con D. Diego, con la persona que heredare, digo que luego yo elijo a D. Bartolomé, mi hermano, por la una, y a D. Fernando, mi hijo, por la otra, y ellos, luego que comenzaren a entrar en esto, sean obligados de nombrar otras dos personas, y sean los más llegados a mi linaje y de mayor confianza, y ellos eligirán otros dos al tiempo que hobieren de comenzar a entender en este fecho. Y así irá de unos en otros con mucha diligencia, así en esto como en todo lo otro de gobierno e bien e honra y servicio de Dios y del dicho mayorazgo para siempre jamás.

Ítem: mando al dicho D. Diego, mi hijo, o a la persona que heredare el dicho mayorazgo, que tenga y sostenga siempre en la ciudad de Génova una persona de nuestro linaje que tenga allí casa e mujer, e le ordene renta con que pueda vivir honestamente, como persona tan llegada a nuestro linaje y haga pie y raíz en la dicha ciudad como natural de ella, porque podrá haber de la dicha ciudad ayuda e favor de las cosas del menester suyo, pues que de ella salí y en ella nací.

Ítem: que el dicho D. Diego o quien heredare el dicho mayorazgo envíe, por vía de cambios o por cualquiera manera que él pudiere, todo el dinero de la renta que él ahorrare del dicho mayorazgo y haga comprar de ellos en su nombre e de su heredero unas compras a que dicen logos , que tiene el oficio de San Jorge, los cuales agora rentan seis por ciento, y son dineros muy seguros, y esto sea por lo que yo diré aquí.

Ítem: porque a persona de estado y de renta conviene, por servir a Dios y por bien de su honra, que se aperciba de hacer por sí y se poder valer con su hacienda, allí en San Jorge está cualquier dinero muy seguro, y Génova es ciudad noble y no poderosa por la mar; y porque al tiempo que yo me moví para ir a descubrir las Indias fui con intención de suplicar al Rey y a la Reina Nuestros Señores que de la renta que de Sus Altezas de las Indias hobiere que se determinase de la gastar en la conquista de Jerusalén, y así se lo supliqué. Y si lo hacen sea en buen punto, y si no, que todavía esté el dicho D. Diego o la persona que heredare de este propósito de ayuntar el más dinero que pudiere para ir con el Rey Nuestro Señor, si fuere a Jerusalén a le conquistar, o ir solo con el más poder que tuviere que placerá Nuestro Señor que si esta intención tiene e tuviere, que le dará Él tal aderezo que lo podrá hacer, y lo haga; y si no tuviere para conquistar todo, le darán a lo menos para parte de ello. Y así que ayunte y haga su caudal de su tesoro en los lugares de San Jorge en Génova, y allí multiplique fasta que él tenga tanta cantidad que le parezca y sepa que podrá hacer alguna buena obra en esto de Jerusalén, que yo creo que después que el Rey y la Reina Nuestros Señores y sus sucesores vieren que en esto se determinan, que se moverán a lo hacer Sus Altezas o le darán el ayuda y aderezo como a criado y vasallo que lo hará en su nombre.

Ítem: Yo mando a D. Diego, mi hijo, y a todos los que de mí descendieron, en especial a la persona que heredare este mayorazgo -el cual es, como dije, el diezmo de todo lo que en las Indias se hallare y hobiere e la octava parte de otro cabo de las tierras y renta, lo cual todo, con mis derechos de mis oficios de Almirante y Visorrey y Gobernador, es más de veinticinco por ciento- digo: que toda la renta de esto y las personas y cuanto poder tuvieren, obliguen y pongan en sostener y servir a Sus Altezas o a sus herederos bien y fielmente hasta perder y gastar las vidas y haciendas por Sus Altezas, porque Sus Altezas me dieron comienzo a haber y poder conquistar y alcanzar, después de Dios Nuestro Señor, este mayorazgo; bien que yo les vine a convidar con esta empresa en sus reinos y estuvieron mucho tiempo que no me dieron aderezo para la poner en obra; bien que de esto no es de maravillar, porque esta empresa era ignota a todo el mundo y no había quien lo creyese, por lo cual les soy en muy mayor cargo, y porque después siempre me han hecho muchas mercedes y acrecentado.

Ítem: mando al dicho D. Diego o a quien poseyere el dicho mayorazgo, que si en la Iglesia de Dios, por nuestros pecados, naciere alguna cisma o que por tiranía alguna persona, de cualquier grado o estado que sea o fuere, le quisiere desposer de su honra o bienes, que, so la pena sobredicha, se ponga a los pies del Santo Padre, salvo si fuese herético (lo que Dios no quiera), la persona o personas se determinen e pongan por obra de servir con toda su fuerza e renta e hacienda y en querer librar el dicho cisma e defender que no sea despojada la Iglesia de su honra y bienes.

Ítem: mando al dicho D. Diego o a quien poseyere el dicho mayorazgo, que procure y trabaje siempre por la honra y bien y acrecentamiento de la ciudad de Génova y ponga todas sus fuerzas e bienes en defender y aumentar el bien e honra de la república de ella, no yendo contra el servicio de la Iglesia de Dios y alto estado del Rey o de la Reina Nuestros Señores e de sus sucesores.

Ítem: que el dicho D. Diego o la persona que heredare o estuviere en posesión del dicho mayorazgo que de la cuarta parte que yo dije arriba que se ha de distribuir el diezmo de toda la renta, que al tiempo que D. Bartolomé y sus herederos tuvieron ahorrados los dos cuentos o parte de ellos y que se hobiere de distribuir algo del diezmo en nuestros parientes, que él y las dos personas que con él fueren nuestros parientes, deban distribuir y gastar este diezmo en casar mozas de nuestro linaje que los hobieren menester, y hacer cuanto favor pudieren.

Ítem: que al tiempo que se hallare en dispusición, que mande hacer una iglesia, que intitule Santa María de la Concepción, en la isla Española, en el lugar más idóneo, y tenga un hospital el mejor ordenado que se pueda, así como hay otros en Castilla y en Italia, y se ordene una capilla en que se digan misas por mi ánima y de nuestros antecesores y sucesores con mucha devoción: que placerá a Nuestro Señor de nos dar tanta renta que todo se podrá cumplir lo que arriba dije.

Ítem: mando al dicho D. Diego, mi hijo, o a quien heredare el dicho mayorazgo, trabaje de mantener y sostener en la isla Española cuatro buenos maestros en la santa teología, con intención y estudio de trabajar y ordenar que se trabaje de convertir a nuestra santa fe todos estos pueblos de las Indias, y cuando pluguiere a Nuestro Señor que la renta del dicho mayorazgo sea crecida, que así crezca de maestros y personas devotas y trabaje para tornar estas gentes cristianas, y para esto no haya dolor de gastar todo lo que fuere menester; y en conmemoración de lo que yo digo y de todo lo sobrescrito, hará un bulto de piedra mármol en la dicha iglesia de la Concepción en el lugar más público, porque traiga de continuo memoria esto que yo digo al dicho D. Diego y a todas las otras personas que le vieren, en el cual bulto estará un letrero que dirá esto.

Ítem: mando a D. Diego, mi hijo, y a quien heredare el dicho mayorazgo, que cada vez y cuantas veces se hobiere de confesar, que primero muestre este compromiso o el traslado de él a su confesor y le ruegue que le lea todo, porque tenga razón de lo examinar sobre el cumplimiento de él, y sea causa de mucho bien y descanso de su ánima. Jueves, en 22 de febrero de 1498.- El Almirante .

En la noble villa de Valladolid, a 19 días del mes de mayo, año del nacimiento de Nuestro Salvador Jesucristo de 1506, por ante mí, Pedro de Hinojedo, Escribano de Cámara de Sus Altezas y Escribano de provincia en la su Corte e Chancillería e su Escribano e Notario Público en todos los sus Reinos y Señoríos, e de los testigos de suyo escritos, el Sr. D. Cristóbal Colón, Almirante e Visorrey e Gobernador General de las islas e tierra firme de las Indias descubiertas e por descubrir que dijo que era; estando enfermo de su cuerpo, dijo que, por cuanto él tenía fecho su testamento por ante escribano público, que él agora retificaba e retifica el dicho testamento, e lo aprobaba e aprobó por bueno, e si necesario era, lo otorgaba e otorgó de nuevo. E agora, añadiendo el dicho su testamento, él tenía escrito de su mano e letra un escrito que ante mí el dicho escribano mostró e presentó; que dijo que estaba escrito de su mano e letra e firmado de su nombre, que él otorgaba e otorgó todo lo contenido en el dicho escrito, por ante mí el dicho escribano, según e por la vía e forma que en el dicho escrito se contenía, e todas las mandas en él contenidas para que se cumplan e valgan por su última postrimera voluntad. E, para cumplir el dicho su testamento que él tenía y tiene hecho e otorgado e todo lo en él contenido, cada una cosa e parte de ello, nombraba e nombró por sus testamentarios e complidores de su ánima el Sr D. Diego Colón, su hijo, e a D. Bartolomé Colón, su hermano, e a Juan de Porras, Tesorero de Vizcaya, para que ellos todos tres cumplan su testamento e todo lo en él contenido e en el dicho escrito e todas las mandas e legatos e obsequias en él contenidas. Para lo cual dijo que daba, dio, todo su poder bastante e otorgaba e que otorgó, ante mí el dicho escribano, todo lo contenido en el dicho escrito, e a los presentes dijo que rogaba e rogó que de ello fuesen testigos. Testigos que fueron presentes, llamados e rogados a todo lo que dicho es de suso, el Bachiller Andrés Miruena e Gaspar de la Misericordia, vecinos de esta dicha villa de Valladolid, e Bartolomé de Fresco e Álvaro Pérez e Juan Despinosa e Andrea e Hernando de Vargas e Francisco Manuel e Fernán Martínez, criados del dicho Sr. Almirante. Su temor de la cual dicha escritura, que estaba escrita de letra e mano del dicho Almirante e firmada de su nombre, de verbo ad verbum , es este que se sigue:

Cuando partí de España el año de quinientos e dos, yo fice una ordenanza e mayorazgo de mis bienes e de lo que entonces me pareció que cumplía a mi ánima e al servicio de Dios eterno e honra mía e de mis sucesores: la cual escritura dejé en el monesterio de las Cuevas de Sevilla a Frey D. Gaspar, con otras mis escrituras e mis privilejos e cartas que tengo del Rey e de la Reina Nuestros Señores. La cual ordenanza apruebo e confirmo por ésta, la cual yo escribo a mayor cumplimiento e declaración de mi intención. La cual mando que se cumpla ansí como aquí declaro e se contiene, de lo que se cumpliere por ésta no se faga nada por la otra, porque no sea dos veces.

Yo constituí a mi caro hijo D. Diego por mi heredero de todos mis bienes e oficios que tengo de juro y heredad, de que hice en el mayorazgo, y non, habiendo el fijo heredero varón, que herede mi hijo D. Fernando por la misma guisa, e, non habiendo él fijo varón heredero, que herede D. Bartolomé, mi hermano, por la misma guisa, e por la misma guisa, si no tuviere hijo heredero varón, que herede otro mi hermano; que se entienda así, de uno a otro el pariente más llegado a mi línea, y esto sea para siempre. E non herede mujer, salvo si no faltase no se fallar hombre, e si esto acaesciese sea la mujer más allegada a mi línea.

E mando al dicho D. Diego, mi hijo, o a quien heredare, que no piense ni presuma de amenguar el dicho mayorazgo, salvo acrecentalle e ponello: es de saber que la renta que él hubiere sirva con su persona y estado al Rey e la Reina Nuestros Señores e al acrecentamiento de la religión cristiana.

El Rey e la Reina Nuestros Señores, cuando yo les serví con las Indias (digo serví, que parece que yo, por la voluntad de Dios Nuestro Señor se las di, como cosa que era mía, puédolo decir, porque importuné a Sus Altezas por ellas, las cuales eran ignotas e abscondido el camino a cuantos se fabló de ellas), e para las ir a descubrir allende de poner el aviso y mi persona, Sus Altezas no gastaron ni quisieron gastar para ello, salvo un cuento de maravedís, e a mí fue necesario de gastar el resto: ansí plugo a Sus Altezas que yo hubiese en mi parte de las dichas Indias, islas e tierra firme que son al Poniente de una raya que mandaron marcar sobre las islas de los Azores y aquellas del Cabo Verde cien leguas, la cual pasa de polo a polo, que yo hubiese en mi parte el tercio y el ochavo de todo e más el diezmo de lo que está en ellas, como más largo se amuestra por los dichos mis privilegios e cartas de merced.

Porque fasta agora no se ha habido renta de las dichas Indias porque yo pueda repartir de ella lo que de ella aquí abajo diré, e se espera en la misericordia de Nuestro Señor que se haya de haber bien grande, mi intención sería y es que D. Fernando, mi hijo, hubiese de ella un cuento y medio en cada un año, e D. Bartolomé, mi hermano, ciento y cincuenta mil maravedís, e D. Diego, mi hermano, cien mil maravedís, porque es de la Iglesia. Mas esto no lo puedo decir determinadamente, porque fasta agora non he habido ni hay renta conocida, como dicho es.

Digo, por mayor declaración de lo susodicho, que mi voluntad es que dicho D. Diego, mi hijo, haya el dicho mayorazgo con todos mis bienes e oficios, cómo e por la guisa que dicho es, e que yo los tengo. E digo que toda la renta que él toviere por razón de la dicha herencia, que haga él diez partes de ella cada un año, e que la una parte de estas diez las reparta entre nuestros parientes, los que parecieren haberlo más menester, e personas necesitadas y en otras obras pías. E después, de estas nueve partes tome las dos de ellas e las reparta en treinta y cinco partes, e de ellas haya D. Fernando, mi hijo, las veintisiete e D. Bartolomé haya las cinco e D. Diego, mi hermano, las tres. E porque, como arriba dije, mi deseo sería que D. Fernando, mi hijo, hobiese un cuento y medio e D. Bartolomé ciento y cincuenta mil maravedís e D. Diego ciento, e no sé cómo esto haya de ser, porque fasta ahora la dicha renta del dicho mayorazgo no está sabida ni tiene número, digo que se siga esta orden que arriba dije fasta que placerá a Nuestro Señor que las dichas dos partes de las dichas nueve abastarán y llegarán a tanto acrecentamiento que en ellas habrá el dicho un cuento y medio para D. Fernando e ciento y cincuenta mil para D. Bartolomé e cien mil para D. Diego. E cuando placerá a Dios que esto sea o que si las dichas dos partes, se entienda de las nueve sobredichas, llegaren contía de un cuento e setecientos e cincuenta mil maravedís, que toda la demasía sea e la haya D. Diego, mi hijo, o a quien heredare; e digo e ruego al dicho D. Diego, mi hijo, o a quien heredare, que si la renta de este dicho mayorazgo creciere mucho, que me hará placer acrecentar a D. Fernando e a mis hermanos la parte que aquí va dicha.

Digo que esta parte que yo mando dar a D. Fernando, mi hijo, que yo fago de ella mayorazgo en él, e que le suceda su hijo mayor, y ansí de uno en otro perpetuamente, sin que la pueda vender ni trocar ni dar ni enajenar por ninguna manera, e sea por la guisa y manera que está dicho en el otro mayorazgo que yo he fecho en D. Diego, mi hijo.

Digo a D. Diego, mi hijo, e mando que tanto que él tenga renta del dicho mayorazgo y herencia, que pueda sostener en una capilla, que se haya de facer, tres capellanes que digan cada día tres misas, una a honra de la Santa Trinidad e otra a la Concepción de Nuestra Señora e la otra por ánima de todos los fieles defuntos, e por mi ánima e de mi padre e madre e mujer. E que si su facultad abastare, que haga la dicha capilla honrosa y la acreciente las oraciones e preces por el honor de la Santa Trinidad e si esto puede ser en la isla Española, que Dios me dio milagrosamente, holgaría que fuese allí adonde yo la invoqué, que es en la vega que se dice de la Concepción.

Digo y mando a D. Diego, mi hijo, o a quien heredare, que pague todas las deudas que dejo aquí en un memorial, por la forma que allí dice, e más las otras que justamente parecerá que yo deba. E le mando que haya encomendada a Beatriz Enríquez, madre de D. Fernando, mi hijo, que la provea que pueda vivir honestamente, como persona a quien yo soy en tanto cargo. Y esto se haga por mi descargo de la conciencia, porque esto pesa mucho para mi ánima. La razón de ello non es lícito de la escrebir aquí. Fecha a 25 de agosto de 1505. Sigue Christo ferens . Testigo que fueron presentes e vieron facer e otorgar todo lo susodicho al dicho Sr. Almirante, según e como dicho es de suso: los dichos Bachiller de Mirueña, Gaspar de la Misericordia, vecinos de la dicha Villa de Valladolid, e Bartolomé de Fresco e Alvar Pérez y Juan Despinosa e Andrea e Fernando de Vargas e Francisco Manuel e Fernán Martínez, criados del dicho Sr. Almirante. E yo, el dicho Pedro de Hinojedo, Escribano e Notario Público susodicho, en uno con los dichos testigos, a todo lo susodicho presente fui. E, por ende, fice aquí este mi signo atal. En testimonio de verdad, Pedro de Hinojedo, Escribano.

Relación de ciertas personas a quien yo quiero que se den de mis bienes lo contenido en este memorial, sin que se le quite cosa alguna de ello. Hásele de dar en tal forma que no sepa quién se las manda dar.

Primeramente a los herederos de Jerónimo del Puerto, padre de Benito del Puerto, Chanceller en Génova, veinte ducados o su valor.

A Antonio Vazo, mercader ginovés, que solía vivir en Lisboa, dos mil e quinientos reales de Portugal, que son siete ducados poco más, a razón de trescientos e sesenta y cinco reales el ducado.

A un judío que moraba a la puerta de la judería en Lisboa o a quien mandare un sacerdote, el valor de medio marco de plata.

A los herederos de Luis Centurión Escoto, mercader ginovés, treinta mil reales de Portugal, de los cuales vale un ducado trescientos ochenta y cinco reales, que son sesenta y cinco ducados poco más o menos.

A esos mismos herederos y a los herederos de Paulo de Negro, ginovés, cien ducados o su valor. Han de ser la mitad a los unos herederos y la otra a los otros.

A Baptista Espíndola o a sus herederos, si es muerto, veinte ducados. Este Baptista Espíndola es yerno del sobredicho Luis Centurión, era hijo de Micer Nicolao Espíndola de Locoli de Ronco, y, por señas, él fue estante en Lisboa el año de 1482.

La cual dicha memoria e descargo sobredicho, yo el Escribano doy fe que estaba escripta de la letra propia del dicho testamento del dicho D. Cristóbal, en fe de lo cual firmé de mi nombre. Pedro de Azcoytia.

EL TERCER VIAJE A LAS INDIAS

La historia del viaje que el Almirante Don Cristóbal Colón hizo la tercera vez que vino a las Indias cuando descubrió la tierra firme, como lo envió a los Reyes desde la isla Española.

Serenísimos y muy altos y muy poderosos Príncipes Rey y Reina, Nuestros Señores: La Santa Trinidad movió a Vuestras Altezas a esta empresa de las Indias, y por su infinita bondad hizo a mí mensajero de ello, al cual vine con el embajada a su real conspeto, movido como a los más altos Príncipes de cristianos y que tanto se ejercitaban en la fe y acrecentamiento de ella. Las personas que entendieron en ello lo tuvieron por imposible, y el caudal hacían sobre bienes de fortuna, y allí echaron el clavo. Puse en esto seis o siete años de grave pena, mostrando, lo mejor que yo sabía, cuánto servicio se podía hacer a Nuestro Señor en esto, en divulgar su santo nombre y fe a tantos pueblos, lo cual todo era cosa de tanta excelencia y buena fama y gran memoria para grandes Príncipes. Fue también necesario de hablar del temporal, adonde se les mostró el escribir de tantos sabios dignos de fe, los cuales escribieron historias; los cuales contaban que en estas partes había muchas riquezas, y asimismo fue necesario traer a esto el decir y opinión de aquellos que escribieron y situaron el mundo. En fin, Vuestras Altezas determinaron que esto se pusiese en obra. Aquí mostraron el grande corazón que siempre hicieron en toda cosa grande, porque todos los que habían entendido en ello y oído esta plática, todos a una mano lo tenían a burla, salvo dos frailes que siempre fueron constantes. Yo, bien que llevase fatiga, estaba bien seguro que esto no vendría a menos, y estoy de continuo, porque es verdad que todo pasará y no la palabra de Dios, y se cumplirá todo lo que dijo; el cual tan claro habló de estas tierras por la boca de Isaías en tantos lugares de su Escritura, afirmando que de España les seria divulgado su santo nombre. Y partí en nombre de la Santa Trinidad, y volví muy presto con la experiencia de todo cuanto yo había dicho en la mano. Tornáronme a enviar Vuestras Altezas, y en poco espacio, digo, no de (…) le descubrí, por virtud divinal, trescientas treinta y tres leguas de la tierra firme, fin de Oriente, y setecientas islas de nombre, allende de lo descubierto en el primero viaje, y le allané la isla Española, que boja más que España, en que la gente de ellas es sin cuento, y que todos le pagaren tributo. Nació allí mal decir y menosprecio de la empresa comenzada en ello, porque no había yo enviado luego los navíos cargados de oro, sin considerar la brevedad del tiempo y lo otro que yo dije de tantos inconvenientes; y en esto, por mis pecados o por mi salvación creo que será, fue puesto en aborrecimiento y dado impedimento a cuanto yo decía y demandaba. Por lo cual acordé de venir a Vuestras Altezas y maravillarme de todo y mostrarles la razón que en todo había. Y les dije de los pueblos que yo había visto, en que o de que se podrían salvar muchas ánimas, y les traje las obligaciones de la gente de la isla Española, de cómo se obligaban a pagar tributo y les tenían por sus Reyes y Señores, y les traje bastante muestra de oro, y que hay mineros y granos muy grandes, y asimismo de cobre; y les traje de muchas maneras de especierías, de que sería largo de escribir, y les dije de la gran cantidad de brasil  y otras infinitas cosas. Todo no aprovechó para con algunas personas que tenían gana y dado comienzo a mal decir del negocio, ni entrar con habla del servicio de Nuestro Señor con se salvar tantas ánimas, ni a decir que esto era grandeza de Vuestras Altezas, de la mejor calidad que hasta hoy haya usado Príncipe, porque el ejercicio y gasto era para el espiritual y temporal y que no podía ser que, andando el tiempo, no hubiese la España de aquí grandes provechos, pues que se veían las señales que escribieron de lo de estas partidas tan manifiestas, que también se llegaría a ver todo el otro cumplimiento, ni a decir cosas que usaron grandes Príncipes en el mundo para crecer su fama, así como de Salomón, que envió desde Jerusalén en fin de Oriente a ver el monte Sopora, en que se detuvieron los navíos tres años, el cual tienen Vuestras Altezas ahora en la isla Española; ni de Alejandro, que envió a ver el regimiento de la isla de Trapobana en India, y Nero César a ver las fuentes del Nilo y la razón porque crecían en el verano y cuando las aguas son pocas, y otras muchas grandezas que hicieron Príncipes, y que a Príncipes son estas cosas dadas de hacer; ni valía decir que yo nunca había leído que Príncipes de Castilla jamás hubiesen ganado tierra fuera de ella, y que ésta de acá es otro mundo en que se trabajaron romanos y Alejandro y griegos, para la haber con grandes ejercicios, ni decir del presente de los Reyes de Portugal, que tuvieron corazón para sostener a Guinea y del descubrir de ella, y que gastaron oro y gente tanta, que quien contase toda la del reino se hallaría que otra tanta como la mitad son muertos en Guinea, y todavía la continuaron hasta que les salió de ello lo que parece, lo cual todo comenzaron de largo tiempo y ha muy poco que les da renta; los cuales también osaron conquistar en África y sostener la empresa a Ceuta, Tánger, Arcila y Alcázar y de continuo dar guerra a los moros, y todo esto con grande gasto, sólo por hacer cosa de Príncipe, servir a Dios y acrecentar su señorío.

Cuanto yo más decía, tanto más se doblaba a poner esto a vituperio, mostrando en ello el aborrecimiento, sin considerar cuánto bien pareció en todo el mundo y cuánto bien se dijo en todos los cristianos de Vuestras Altezas por haber tomado esta empresa, que no hubo grande ni pequeño que no quisiese de ello carta. Respondiéronme Vuestras Altezas riéndose y diciendo que yo no curase de nada, porque no daban autoridad ni creencia a quien les mal decía de esta empresa.

Partí en nombre de la Santísima Trinidad, miércoles 30 de mayo de la villa de Sanlúcar, bien fatigado de mi viaje, que, adonde esperaba descanso cuando yo partí de estas Indias, se me dobló la pena, y navegué a la isla de la Madera por camino no acostumbrado, por evitar escándalo que pudiera tener con un armada de Francia, que me aguardaba al Cabo de San Vicente, y de allí a las islas Canaria, de donde me partí con una nao y dos carabelas; y envié los otros navíos a derecho camino a las Indias y la isla Española. Y yo navegué al Austro con propósito de llegar a la línea equinoccial y de allí seguir al Poniente hasta que la isla Española me quedase al septentrión, y, llegado a las islas de Cabo Verde, falso nombre, porque son tan secas que no vi cosa verde en ellas y toda la gente enferma, que no osé detenerme en ellas, y navegué al Sudoeste cuatrocientas ochenta millas, que son ciento veinte leguas, adonde, en anocheciendo, tenía la estrella del Norte en cinco grados. Allí me desamparó el viento y entré en tanto ardor y tan grande que creía que se me quemasen los navíos y gente, que todo de un golpe vino tan desordenado que no había persona que osase descender debajo de cubierta a remediar la vasija y mantenimiento. Duró este ardor ocho días; al primer día fue claro, y los siete días siguientes llovió e hizo nublado; y, con todo, no hallamos remedio, que cierto si así fuera de sol como el primero, yo creo que no pudiera escapar en ninguna manera.

Acordóme que, navegando a las Indias, siempre que yo paso al Poniente de las islas de los Azores cien leguas, allí hallo mudar la temperanza, y esto es todo de Septentrión en Austro; y determiné que, si a Nuestro Señor le pluguiese de me dar viento y buen tiempo que pudiese salir de adonde estaba, de dejar de ir más al Austro ni volver tampoco atrás, salvo de navegar al Poniente, tanto que ya llegase a estar con esta raya, con esperanza de que yo hallaría allí su temperamiento, como había hallado cuando yo navegaba en el paralelo de Canaria, y que, si así fuese, que entonces yo podría ir más al Austro. Y plugo a Nuestro Señor que al cabo de estos ocho días de me dar buen viento Levante; y yo seguí al Poniente, mas no osé declinar abajo al Austro porque hallé grandísimo mudamiento en el cielo y en las estrellas, mas no hallé mudamiento en la temperancia. Así acordé de proseguir delante siempre justo al Poniente, en aquel derecho de la Sierra Leona, con propósito de no mudar derrota hasta donde yo había pensado que hallaría tierra, y allí adobar los navíos y remediar si pudiese los mantenimientos y tomar agua que no tenía. Y al cabo de diecisiete días, los cuales Nuestro Señor me dio de próspero viento, martes 31 de julio, a mediodía, nos mostró tierra, y yo la esperaba el lunes antes; y tuve aquel camino hasta entonces, que en saliendo el sol, por defecto del agua que no tenía, determiné de andar a las Indias de los Caníbales, y tomé esa vuelta. Y como su Alta Majestad haya siempre usado misericordia conmigo, por acertamiento subió un marinero a la gavia y vio al Poniente tres montañas juntas. Dijimos la Salve Regina y otras prosas y dimos todos muchas gracias a Nuestro Señor, y después dejé el camino de Septentrión y volví hacia la tierra, adonde yo llegué a hora de completas, a un cabo que dije de la Galea, después de haber nombrado a la isla de la Trinidad; y allí hubiera muy buen puerto si fuera hondo, y había casas y gente y muy lindas tierras, tan hermosas y verdes como las huertas de Valencia en marzo. Pesóme cuando no pude entrar en el puerto, y corrí la costa de esta tierra del luengo hasta el Poniente, y, andadas cinco leguas, hallé muy buen fondo y surgí. Y en el otro día di la vela a este camino, buscando puerto para adobar los navíos y tomar agua y remediar el trigo y los bastimentos que llevaba. Solamente, allí tomé una pipa de agua y con ella anduve así hasta llegar al cabo, y allí hallé abrigo de Levante y buen fondo; y así mandé surgir y adobar la vasija y tomar agua y leña y descender la gente a descansar de tanto tiempo que andaban penando.

A esta punta llamé del Arenal, y allí se halló toda la tierra hollada de unas animalias que tenían la pata como de cabra, y bien que según parece ser allí haya muchas, no se vio sino una muerta. El día siguiente vino de hacia Oriente una gran canoa con veinticuatro hombres, todos mancebos y muy ataviados de armas, arcos y flechas y tablachinas, y ellos, como dije, todos mancebos, de buena disposición y no negros, salvo más blancos que otros que haya visto en las Indias, y de muy lindo gesto y hermosos cuerpos y los cabellos largos y llanos, cortados a la guisa de Castilla, y traían la cabeza atada con un pañuelo de algodón tejido a labores y colores, el cual creía yo que era almaizar. Otro de estos pañuelos traían ceñido y se cobijaban con él en lugar de pañetas. Cuando llegó esta canoa habló de muy lejos. Yo ni otro ninguno no los entendíamos, salvo que yo les mandaba hacer señas que se allegasen, y en esto se pasó más de dos horas, y si se llegaban un poco luego se desviaban. Yo les hacia mostrar bacines y otras cosas que lucían, por enamorarlos porque viniesen, y al cabo de buen rato se allegaron más que hasta entonces no habían, y yo deseaba mucho haber lengua y no tenía ya cosa que me pareciese que era de mostrarles para que viniesen; salvo que hice subir un tamborín en el castillo de popa que tañesen y unos mancebos que danzasen, creyendo que se allegarían a ver las fiestas. Y, luego que vieron tañer y danzar, todos dejaron los remos y echaron mano a los arcos y los encordaron, y abrazó cada uno su tablachina y comenzaron a tirarnos flechas. Cesó luego el tañer y danzar y mandé luego sacar unas ballestas, y ellos dejáronme y fueron a más andar a otra carabela, y de golpe se fueron debajo la popa de ella; y el piloto entró con ellos y dio un sayo y un bonete a un hombre principal que le pareció de ellos, y quedó concertado que le iría a hablar allí en la playa, adonde ellos luego fueron con la canoa esperándole. Y él, como no quiso ir sin mi licencia, como ellos le vieron venir a la nao con la barca, tornaron a entrar en la canoa y se fueron, y nunca más los vi ni a otros en esta isla.

Cuando yo llegué a esta punta del Arenal, allí se hace una boca grande de dos leguas de Poniente a Levante, la isla de la Trinidad con la tierra de Gracia, y que, para haber de entrar dentro para pasar al Septentrión, había unos hileros de corrientes que atravesaban aquella boca y traían un rugir muy grande. Y creí yo que sería un arrecife de bajos y peñas, por lo cual no se podría entrar dentro de ella; y detrás de este hilero había otro y otro, que todos traían un rugir grande como ola de la mar que va a romper y dar en peñas. Surgí allí a la dicha punta del Arenal, fuera de la dicha boca, y hallé que venía el agua del Oriente hasta el Poniente con tanta furia como hace el Guadalquivir en tiempo de avenida, y esto de continuo noche y día, que creía que no podría volver atrás por la corriente, ni ir adelante por los bajos. Y en la noche, ya muy tarde, estando al bordo de la nao, oí un rugir muy terrible que venía de la parte del Austro hacia la nao, y me paré a mirar y vi levantando la mar de Poniente a Levante, en manera de una loma tan alta como la nao, y todavía venía hacia mí poco a poco, y encima de ella venía un hilero de corriente que venía rugiendo con muy grande estrépito, con aquella furia de aquel rugir que de los otros hileros que yo dije me parecían ondas de mar que daban en peñas, que hoy en día tengo el miedo en el cuerpo que no me trabucasen la nao cuando llegasen debajo de ella; y pasó y llegó hasta la boca, adonde allí se detuvo grande espacio. Y el otro día siguiente envié las barcas a sondear y hallé en el más bajo de la boca que había seis o siete brazas de fondo, y de continuo andaban aquellos hileros unos por entrar y otros por salir; y plugo a Nuestro Señor de me dar buen viento, y atravesé por esa boca adentro y luego hallé tranquilidad, y por acertamiento se sacó del agua de la mar, y la hallé dulce. Navegué al Septentrión hasta una sierra muy alta, adonde serían veintiséis leguas de esta punta del Arenal, y allí había dos cabos de tierra muy alta, el uno de la parte del Oriente, y era de la misma isla de la Trinidad, y el otro del Occidente de la tierra que dije de Gracia, y allí hacia una boca muy angosta, más que aquella de la punta del Arenal, y allí había los mismos hileros y aquel rugir fuerte del agua como era en la punta del Arenal, y asimismo allí la mar era agua dulce. Y hasta entonces ya no había habido lengua con ninguna gente de estas tierras, y lo deseaba en gran manera, y por esto navegué al luengo de la costa de esta tierra hacia el Poniente; y cuanto más andaba el agua de la mar más dulce y más sabrosa, y andando una gran parte, llegué a un lugar donde me parecían las tierras labradas, y surgí y envié las barcas a tierra, y hallaron que de fresco se había ido de allí gente, y hallaron todo el monte cubierto de gatos paúles. Volviéronse y, como ésta fuese sierra, me pareció que más allá al Poniente las tierras eran más llanas y que allí sería poblado, y por esto sería poblado. Y mandé levantar las anclas y corrí esta costa hasta el cabo de esta sierra, y allí a un río surgí y luego vino mucha gente, y me dijeron cómo llamaron a esta tierra Paria y que de allí más al Poniente era más poblado. Tomé de ellos cuatro, y después navegué al Poniente y, andadas ocho leguas más al Poniente, allende una punta a la que llamé de la Aguja, hallé unas tierras las más hermosas del mundo y muy pobladas. Llegué allí una mañana a hora de tercia, y por ver esta verdura y esta hermosura acordé surgir y ver esta gente, de los cuales luego vinieron en canoas a la nao a rogarme de parte de su rey que descendiese en tierra. Y cuando vieron que no curé de ellos, vinieron a la nao infinitísimos en canoas, y muchos traían piezas de oro al pescuezo, y algunos atados a los brazos algunas perlas. Holgué mucho cuando las vi, y procuré mucho de saber dónde las hallaban, y me dijeron que allí y de la parte del Norte de aquella tierra.

Quisiera detenerme, mas estos bastimentos que yo traía, trigo y vino y carne para esta gente que acá está se me acababan de perder, los cuales hube allá con tanta fatiga, y por esto yo no buscaba sino a más andar a venir a poner en ellos cobro y no me detener para cosa alguna. Procuré de haber de aquellas perlas y envié las barcas a tierra. Esta gente es muy mucha y toda de muy buen parecer, de la misma color que los otros de antes y muy tratables. La gente nuestra que fue a tierra los hallaron tan convenibles y los recibieron muy honradamente. Dicen que, luego que llegaron las barcas a tierra, que vinieron dos personajes principales con todo el pueblo, creen que el uno el padre y el otro era su hijo, y los llevaron a una casa muy grande hecha a dos aguas y no redonda como tienda de campo, como son estas otras, y allí tenían muchas sillas adonde los hicieron sentar y otras donde ellos se sentaron; e hicieron traer pan y de muchas maneras frutas y vino de muchas maneras blanco y tinto, mas no de uvas: debe él de ser de diversas maneras, uno de una fruta y otro de otra, y asimismo debe de ser de ello de maíz, que es una simiente que hace una espiga como una mazorca, de que llevé yo allá y hay ya mucho en Castilla, y parece que aquel que lo tenía lo traía por mayor excelencia y lo daba en gran precio. Los hombres todos estaban juntos a un cabo de la casa y las mujeres en otro.

Recibieron ambas las partes gran pena porque no se entendían, ellos para preguntar a los otros de nuestra patria y los nuestros por saber de la suya. Y, después que hubieron recibido colación allí en casa del más viejo, los llevó el mozo a la suya, e hizo otro tanto, y después se pusieron en las barcas y se vinieron a la nao, y yo luego levanté las anclas porque andaba mucho de prisa por remediar los mantenimientos que se me perdían que yo había habido con tanta fatiga, y también por remediarme a mí que había adolecido por el desvelar de los ojos, que bien que en el viaje en que yo fui a descubrir la tierra firme estuviese treinta y tres días sin concebir sueño y estuviese tanto tiempo sin vista, no se me dañaron los ojos, ni se me rompieron de sangre y con tantos dolores como ahora.

Esta gente, como ya dije, son todos de muy linda estatura, altos de cuerpo y de muy lindos gestos, los cabellos muy largos y llanos, y traen las cabezas atadas con unos pañuelos labrados, como ya dije, hermosos, que parecen de lejos de seda y almaizares: otro traen ceñido más largo, que se cobijan con él en lugar de pañetas, así hombres como mujeres. La color de esta gente es más blanca que otra que haya visto en las Indias; todos traían al pescuezo y a los brazos algo a guisa de estas tierras, y muchos traían piezas de oro bajo colgado al pescuezo. Las canoas de ellos son muy grandes y de mejor hechura que no son estas otras, y más livianas, y en el medio de cada una tienen un apartamiento como cámara, en que vi que andaban los principales con sus mujeres. Llamé allí a este lugar Jardines, porque así conforman por el nombre. Procuré mucho de saber dónde cogían aquel oro, y todos me señalaban una sierra frontera de ellos al Poniente, que era muy alta, mas no lejos; mas todos me decían que no fuese allá porque allí comían los hombres, y entendí entonces que decían que eran hombres caníbales y que serían como los otros, y después he pensado que podría ser que lo decían porque allí habría animalias. También les pregunté adónde cogían las perlas, y me señalaron también que al Poniente y al Norte detrás de esta tierra donde estaban. Dejélo de probar por esto de los mantenimientos y del mal en mis ojos y por una nao grande que traigo que no es para semejante hecho.

Y como el tiempo fue breve, se pasó todo en preguntas y se volvieron a los navíos, que sería hora de vísperas, como ya dije, y luego levanté las anclas y navegué al Poniente; y asimismo el día siguiente, hasta que me hallé que no había sino tres brazas de fondo, con creencia que todavía ésta sería isla y que yo podría salir al Norte; y, así visto, envié una carabela sutil adelante, a ver si había salida o si estaba cerrado, y así anduvo mucho camino, hasta un golfo muy grande en el cual parecía que había otros cuatro medianos, y del uno salía un río grandísimo. Hallaron siempre cinco brazas de fondo y el agua muy dulce, en tanta cantidad que yo jamás bebíla pareja de ella. Fui yo muy descontento de ella, cuando vi que no podía salir al Norte ni podía andar ya al Austro ni al Poniente, porque yo estaba cercado por todas partes de la tierra, y así, levanté las anclas y torné atrás, para salir al Norte por la boca que yo arriba dije, y no pude volver por la población adonde yo había estado, por causa de las corrientes que me habían desviado de ella. Y siempre en todo cabo hallaba el agua dulce y clara y que me llevaba al Oriente muy recio hacia las dos bocas que arriba dije; y entonces conjeturé que los hilos de la corriente y aquellas lomas que salían y entraban en estas bocas con aquel rugir tan fuerte, que era pelea del agua dulce con la salada. La dulce empujaba a la otra porque no entrase, y la salada porque la otra no saliese; y conjeturé que allí donde son estas dos bocas que algún tiempo seria tierra continua a la isla de la Trinidad con la tierra de Gracia, como podrán ver Vuestras Altezas por la pintura de lo que con ésta les envío. Salí yo por esta boca del Norte y hallé que el agua dulce siempre vencía, y cuando pasé, que fue con fuerza de viento, estando en una de aquellas lomas, hallé en aquellos hilos de la parte de dentro el agua dulce y de fuera salada.

Cuando yo navegué de España a las Indias, hallo luego, en pasando cien leguas a Poniente de los Azores, grandísimo mudamiento en el cielo y en las estrellas y en la temperancia del aire y en las aguas de la mar, y en esto he tenido mucha diligencia en la experiencia.

Hallo que de Septentrión en Austro, pasando las dichas cien leguas de las dichas islas, que luego en las agujas de marear, que hasta entonces nordesteaban, noroestean una cuarta de viento todo entero, y esto es en allegando allí a aquella línea, como quien traspone una cuesta, y asimismo hallo la mar toda llena de hierba de una calidad que parece ramitos de pino y muy cargada de fruta como de lentisco, y es tan espesa que al primer viaje pensé que era bajo y que daría en seco con los navíos, y hasta llegar con esta raya no se halla un solo ramito. Hallo también, en llegando allí, la mar muy suave y llana y, bien que ventee recio, nunca se levanta. Asimismo, hallo dentro de la dicha raya, hacia Poniente, la temperancia del cielo muy suave, y no discrepa de la cantidad, que sea invierno, que sea en verano. Cuando allí estoy, hallo que la estrella del Norte escribe un círculo, el cual tiene en el diámetro cinco grandes y, estando las Guardas en el brazo derecho, entonces está la estrella en el más bajo, y se va alzando hasta que llega al brazo izquierdo, y entonces está cinco grados; y de allí se va bajando hasta llegar a volver otra vez al brazo derecho.

Yo llegué ahora de España a la isla de la Madera, y de allí a la Canaria, y dende a las islas de Cabo Verde, de donde acometí el viaje para navegar al Austro hasta debajo de la línea equinoccial, como ya dije. Llegando a estar en derecho con el paralelo que pasa por Sierra Leona en Guinea, hallo tan grande ardor y los rayos del sol tan calientes que pensaba de quemar y, bien que lloviese y el cielo fuese muy turbado, siempre yo estaba en esta fatiga, hasta que Nuestro Señor proveyó de buen viento y a mí puso en voluntad que yo navegase al Occidente con este esfuerzo, que, en llegando a la raya de que yo dije, que allí hallaría mudamiento en la temperancia. Después que yo emparejé a estar en derecho de esta raya, luego hallé la temperancia del cielo muy suave, y cuanto más andaba adelante más multiplicaba; mas no hallé conforme a esto las estrellas.

Hallé allí que, en anocheciendo, tenía yo la estrella del Norte alta cinco grados, y entonces las Guardas estaban encima de la cabeza, y después, a la media noche, hallaba la estrella alta diez grados y, en amaneciendo, que las Guardas estaban en los pies quince.

La suavidad de la mar hallé conforme, mas no en la hierba: en esto de la estrella del Norte tomé grande admiración, y por esto muchas noches con mucha diligencia tornaba yo a replicar la vista de ella con el cuadrante, y siempre hallé que caía el plomo e hilo a un punto.

Por cosa nueva tengo yo esto, y podrá ser que será tenida que en poco espacio haga tanta diferencia el cielo.

Yo siempre leí que el mundo, tierra y agua, era esférico, y las autoridades y experiencias que Ptolomeo y todos los otros escribieron de este sitio daban y mostraban para ello, así por eclipses de la Luna y otras demostraciones que hacen de Oriente hasta Occidente, como de la elevación del polo de Septentrión en Austro. Ahora vi tanta disconformidad, como ya dije, y por esto me puse a tener esto del mundo, y hallé que no era redondo en la forma que escriben; salvo que es de la forma de una pera que sea toda muy redonda, salvo allí donde tiene el pezón, que allí tiene más alto, o como quien tiene una pelota muy redonda, y en lugar de ella fuese como una teta de mujer allí puesta, y que esta parte de este pezón sea la más alta y más próxima al cielo y sea debajo la línea equinoccial y en esta Mar Océana el fin del Oriente. Llamo yo fin de Oriente a donde acaba toda la tierra e islas, y para esto allego todas las razones sobrescritas de la raya que pasa al Occidente de las islas de los Azores cien leguas de Septentrión en Austro, que, en pasando de allí al Poniente, ya van los navíos alzándose hacia el cielo suavemente, y entonces se goza de más suave temperancia y se muda la aguja de marear por causa de la suavidad de esa cuarta de viento, y cuanto más va adelante y alzándose más, noroestea, y esta altura causa el desvariar del círculo que escribe la estrella del Norte con las Guardas, y cuanto más pasare junto con la línea equinoccial, más se subirán en alto y más diferencia habrá en las dichas estrellas y en los círculos de ellas. Y Ptolomeo y los otros sabios que escribieron de este mundo creyeron que era esférico, creyendo que este hemisferio que fuese redondo como aquél de allá donde ellos estaban, el cual tiene el centro en la isla de Arin, que es debajo de la línea equinoccial entre el seno Arábigo y aquél de Persia, y el círculo que pasa sobre el Cabo de San Vicente en Portugal por el Poniente, y pasa en Oriente por Catigara y por las Seras, en el cual hemisferio no hago yo que hay ninguna dificultad, salvo que sea esférico redondo como ellos dicen. Mas este otro digo que es como seria la mitad de la pera bien redonda, la cual tuviese el pezón alto, como yo dije, o como una teta de mujer en una pelota redonda. Así que de esta media parte no hubo noticia Ptolomeo ni los otros que escribieron del mundo, por ser muy ignoto; solamente hicieron raíz sobre el hemisferio adonde ellos estaban, que es redondo esférico, como arriba dije. Y ahora que Vuestras Altezas lo han mandado navegar y buscar y descubrir, se muestra evidentísimo, porque estando yo en este viaje al Septentrión veinte grados de la línea equinoccial, allí era en derecho de Hargín y de aquellas tierras, y allí es la gente negra y la tierra muy quemada, y después que fui a las islas de Cabo Verde, allí en aquellas tierras es la gente mucho más negra, y cuanto más bajo se van al Austro tanto más llegan al extremo, en manera que allí en derecho donde yo estaba, que es la Sierra Leona, adonde se me alzaba la estrella del Norte en anocheciendo cinco grados, allí es la gente negra en extrema cantidad, y después que de allí navegué al Occidente tan extremos calores, y, pasada la raya de que yo dije, hallé multiplicar la temperancia, andando en tanta cantidad que cuando yo llegué a la isla de la Trinidad, adonde la estrella del Norte en anocheciendo también se me alzaba cinco grados, allí y en la tierra de Gracia hallé temperancia suavísima y las tierras y árboles muy verdes y tan hermosos como en abril en las huertas de Valencia; y la gente de allí de muy linda estatura y blancos más que otros que haya visto en las Indias, y los cabellos muy largos y llanos, y gente más astuta y de mayor ingenio, y no cobardes.

Entonces era el sol en Virgo, encima de nuestras cabezas y suyas, así que todo esto procede por la suavísima temperancia que allí es, la cual procede por estar más alto en el mundo, más cerca del aire que cuento; y así me afirmo que el mundo no es esférico, salvo que tiene esta diferencia que ya dije, la cual es en este hemisferio adonde caen las Indias y la Mar Océana, y el extremo de ello es debajo la línea equinoccial, y ayuda mucho a esto que sea así, porque el Sol, cuando Nuestro Señor lo hizo, fue en el primer punto de Oriente, o la primera luz fue aquí en Oriente, allí donde es el extremo de la altura de este mundo. Y bien que el parecer de Aristóteles fuese que el polo Antártico o la tierra que es debajo de él sea la más alta parte en el mundo y más próxima al cielo, otros sabios le impugnan, diciendo que es ésta que es debajo del Ártico, por las cuales razones parece que entendían que una parte de este mundo debía de ser más próxima y noble al cielo que otra, y no cayeron en esto que sea debajo del equinoccial por la forma que yo dije, y no es maravilla, porque de este hemisferio no se hubiese noticia cierta, salvo muy liviana y por argumento, porque nadie nunca lo ha andado ni enviado a buscar hasta ahora que Vuestras Altezas le mandaron explorar y descubrir la mar y la tierra.

Hallo que de allí de estas dos bocas, las cuales, como yo dije, están frontero por línea de Septentrión en Austro, que haya de la una a la otra veintiséis leguas, y no pudo haber en ello yerro, porque se midieron con cuadrante, y de estas dos bocas de Occidente hasta el golfo que yo dije, al cual llamé de las Perlas, que son sesenta y ocho leguas de cuatro millas cada una, como acostumbramos en la mar, y que de allá de este golfo corre de continuo el agua muy fuerte hacia el Oriente, y que por esto tienen aquel combate estas dos bocas con la salada. En esta boca de Austro a la que yo llamé de la Sierpe, hallé, en anocheciendo, que yo tenía la estrella del Norte alta casi cinco grados, y en aquella otra del Septentrión que yo llamé del Dragón, eran casi siete, y hallo que el dicho golfo de las Perlas está occidental al Occidente del de Ptolomeo casi tres mil novecientas millas, que son casi setenta grados equinocciales, contando por cada uno cincuenta y seis millas y dos tercios.

La Sacra Escritura testifica que Nuestro Señor hizo al Paraíso Terrenal y en él puso el árbol de la vida, y de él sale una fuente de donde resultan en este mundo cuatro ríos principales: Ganges en India, Tigris y Eúfrates en (…), los cuales apartan la sierra y hacen la Mesopotamia y van a tener en Persia, y el Nilo que nace en Etiopía y va en la mar en Alejandría.

Y no hallo ni jamás he hallado escritura de latinos ni de griegos que certificadamente diga el sitio en este mundo del Paraíso Terrenal, ni visto en ningún mapamundo, salvo situado con autoridad de argumento. Algunos le ponían allí donde son las fuentes del Nilo en Etiopía; mas otros anduvieron todas estas tierras y no hallaron conformidad de ello en la temperancia del cielo o en la altura hacia el cielo, porque se pudiese comprender que él era allí, ni que las aguas del diluvio hubiesen llegado allí, las cuales subieron encima, etc. Algunos gentiles quisieron decir por argumentos que él era en las islas Afortunadas, que son las Canarias, etc.

San Isidoro y Beda y Estrabón y el Maestro de la Historia Scolástica y San Ambrosio y Scoto y todos los sacros teólogos conciertan que el Paraíso Terrenal es en el Oriente, etc.

Ya dije lo que yo hallaba de este hemisferio y de la hechura, y creo que si yo pasara por debajo de la línea equinoccial, en llegando allí, en esto que más alto que hallara muy mayor temperancia y diversidad en las estrellas y en las aguas; no porque yo crea que allí, donde es la altura del extremo, sea navegable, ni sea agua, ni que se pueda subir allá, porque creo que allí es el Paraíso Terrenal, adonde no puede llegar nadie, salvo por voluntad divina. Y creo que esta tierra que ahora mandaron descubrir Vuestras Altezas sea grandísima y haya otras muchas en el Austro de que jamás se hubo noticia.

Yo no tomo que el Paraíso Terrenal sea en forma de montaña áspera como el escribir de ellos nos muestra, salvo que él sea en el colmo, allí donde dije la figura del pezón de la pera, y que poco a poco, andando hacia allí, desde muy lejos se va subiendo a él; y creo que nadie no podría llegar al colmo como yo dije, y creo que pueda salir de allí esa agua, bien que sea de lejos y venga a parar allí donde yo vengo y haga este lago. Grandes indicios son éstos del Paraíso Terrenal, porque el sitio es conforme a la opinión de estos santos y sacros teólogos, y asimismo las señales son muy conformes, que yo jamás leí ni oí que tanta cantidad de agua dulce fuese así dentro y vecina con la salada; y en ello ayuda asimismo la suavísima temperancia. Y si de allí del Paraíso no sale, parece aún mayor maravilla, porque no creo que se sepa en el mundo de río tan grande y tan hondo.

Después que yo salí de la boca del Dragón, que es la una de las dos aquellas del Septentrión a la cual así puse nombre, el día siguiente, que fue día de Nuestra Señora de Agosto, hallé que corría tanto la mar al Poniente que después de hora de misa, que entré en camino, anduve hasta hora de completas sesenta y cinco leguas de cuatro millas cada una, y el viento no era demasiado, salvo muy suave. Y esto ayuda al conocimiento que de allí yendo al Austro se va más alto, y andando hacia el Septentrión, como entonces, se va descendiendo.

Muy conocido tengo que las aguas de la mar llevan su curso de Oriente a Occidente con los cielos, y que allí en esta comarca cuando pasan llevan más veloces camino, y por esto han comido tanta parte de la tierra, porque por eso son acá tantas islas, y ellas mismas hacen de esto testimonio, porque todas a una mano son largas de Poniente a Levante y Noroeste a Sudeste, que es un poco más alto y bajo, y angostas de Norte a Sur y Nordeste Sudoeste, que son en contrario de los otros dichos vientos, y aquí en ellas todas nacen cosas preciosas, por la suave temperancia que les procede del cielo, por estar hacia el más alto del mundo. Verdad es que parece en algunos lugares que las aguas no hagan este curso; mas esto no es, salvo particularmente en algunos lugares donde alguna tierra le está al encuentro, y hace parecer que andan diversos caminos.

Plinio escribe que la mar y la tierra hace todo una esfera, y pone que esta Mar Océana sea la mayor cantidad del agua, y está hacia el cielo, y que la tierra sea debajo y que le sostenga, y mezclado es uno con otro como el amargo de la nuez con una tela gorda que va abrazado en ello. El Maestro 48 de la Historia Scolástica, sobre el Génesis, dice que las aguas son muy pocas, que bien que cuando fueron creadas que cobijasen toda la tierra, que entonces eran vaporables en manera de niebla, y que después que fueron sólidas y juntadas, que ocuparon muy poco lugar. Y en esto concierta Nicolao de Liria. El Aristóteles dice que este mundo es pequeño y es el agua muy poca y que fácilmente se puede pasar de España a las Indias, y esto confirma el Avenruyz y le alega el Cardenal Pedro de Aliaco, autorizando este decir y aquél de Séneca, el cual conforma con éstos diciendo que Aristóteles pudo saber muchos secretos del mundo a causa de Alejandro Magno, y Séneca a causa de César Nero, y Plinio por respecto de los romanos, los cuales todos gastaron dineros y gente y pusieron mucha diligencia en saber los secretos del mundo y darlos a entender a los pueblos; el cual cardenal da a éstos grande autoridad, más que a Ptolomeo ni a otros griegos ni árabes. Y a confirmación de decir que el agua sea poca y que el cubierto del mundo de ella sea poco, al respecto de lo que se decía por autoridad de Ptolomeo y de sus secuaces, a esto trae una autoridad de Esdras, del tercero libro suyo, adonde dice que de siete partes del mundo las seis son descubiertas y la una es cubierta de agua, la cual autoridad es aprobada por santos, los cuales dan autoridad al tercero y cuarto libro de Esdras, así como es San Agustín y San Ambrosio en su Examerón, adonde alega: «allí vendrá mi hijo Jesús y morirá mi hijo Cristo», y dicen que Esdras fue profeta, y asimismo Zacarías, padre de San Juan, y el beato Simón, las cuales autoridades también alega Francisco de Mairones: en cuanto en esto del enjuto de la tierra mucho se ha experimentado que es mucho más de lo que el vulgo era; y no es maravilla, porque, andando más, más se sabe.

Torno a mi propósito de la tierra de Gracia y río y lago que allí hallé, tan grande que más se le puede llamar mar que lago, porque lago es lugar de agua, y en siendo grande se dice mar, como se dijo a la mar de Galilea y al mar Muerto. Y digo que, si no procede del Paraíso Terrenal, que viene este río y procede de tierra infinita, puesta al Austro, de la cual hasta ahora no se ha habido noticia, mas yo muy asentado tengo en el ánima que allí adonde dije es el Paraíso Terrenal, y descanso sobre razones y autoridades sobrescritas.

Plega a Nuestro Señor de dar mucha vida y salud y descanso a Vuestras Altezas para que puedan proseguir esta tan noble empresa, en la cual me parece que recibe Nuestro Señor mucho servicio, y la España crece de mucha grandeza, y todos los cristianos mucha consolación y placer, porque aquí se divulgará el nombre de Nuestro Señor, y en todas las tierras adonde los navíos de Vuestras Altezas van y en todo cabo mando plantar una alta cruz, y a toda la gente que hallo notifico el estado de Vuestras Altezas y cómo su asiento es en España, y les digo de nuestra santa fe todo lo que yo puedo, y de la creencia de la Santa Madre Iglesia, la cual tiene sus miembros en todo el mundo, y les digo la policía y nobleza de todos los cristianos y la fe que en la Santa Trinidad tienen; y plega a Nuestro Señor de tirar de memoria a las personas que han impugnado e impugnan tan excelente empresa e impiden e impidieron porque no vaya adelante, sin considerar cuánta honra y grandeza es del real estado de Vuestras Altezas en todo el mundo. No saben qué entreponer y mal decir de esto, salvo que se hace gasto en ello y porque luego no enviaron los navíos cargados de oro, sin considerar la brevedad del tiempo y tantos inconvenientes como acá se han habido, y no considerar que en Castilla, en casa de Vuestras Altezas, salen cada año personas que por su merecimiento ganaron en ella más de renta, cada uno de ellos más de lo que es necesario que se gaste en esto; asimismo sin considerar que ningunos Príncipes de España jamás ganaron tierra alguna fuera de ella, salvo ahora que Vuestras Altezas tienen acá otro mundo, de donde puede ser tan acrecentada nuestra santa fe y de donde se podrán sacar tantos provechos, que bien que no se hayan enviado los navíos cargados, se han enviado suficientes muestras de ello y de otras cosas de valor, por donde se puede juzgar que en breve tiempo se podrá haber mucho provecho, y sin mirar el gran corazón de los príncipes de Portugal, que ha tanto tiempo que prosiguen la empresa de Guinea y prosiguen aquella de África, adonde han gastado la mitad de la gente de su reino, y ahora está el Rey más determinado a ello que nunca. Nuestro Señor provea en esto, como yo dije, y les ponga en memoria de considerar de todo esto que va escrito, que no es de mil partes la una de lo que yo podría escribir de cosas de Príncipes que se ocuparon a saber y conquistar y sostener.

Todo esto dije, y no porque crea que la voluntad de Vuestras Altezas sea salvo proseguir en ello en cuanto vivan, y tengo por muy firme lo que me respondió Vuestra Alteza una vez que por palabra le decía de esto, no porque yo hubiese visto mudamiento ninguno en Vuestras Altezas, salvo por temor de lo que yo oía de éstos que yo digo, y tanto da una gotera de agua en una piedra que le hace un agujero; y Vuestra Alteza me respondió con aquel corazón que se sabe en todo el mundo que tiene, y me dijo que no curase de nada de eso, porque su voluntad era de proseguir esta empresa y sostenerla, aunque no fuese sino piedras y peñas y que el gasto que en ello se hacía que lo tenía en nada, que en otras cosas no tan grandes gastaban mucho más, y que lo tenían todo por muy bien gastado, lo del pasado y lo que se gastase en adelante, porque creían que nuestra fe sería acrecentada y su real señorío ensanchado, y que no eran amigos de su real estado aquellos que les mal decían de esta empresa. Y ahora, entre tanto que vengan noticias de esto, de estas tierras que ahora nuevamente he descubierto, en que tengo sentado en el ánima que allí es el Paraíso Terrenal, irá el Adelantado con tres navíos bien ataviados para ello a ver más adelante, y descubrirán todo lo que pudieran hacia aquellas partes. Entretanto, yo enviaré a Vuestras Altezas esta escritura y la pintura de la tierra, y acordarán lo que en ello se deba hacer y me enviarán a mandar, y se cumplirá con ayuda de la Santa Trinidad, con toda diligencia en manera que Vuestras Altezas sean servidos y hayan placer. Deo gracias.

SEGUNDO VIAJE DE COLÓN A LAS INDIAS

Christianísimos e muy altos y poderosos prínçipes, rey e reina, nuestros señores:

         La vitoria que Nuestro Señor dio a V. Al. tan señalada de las Yndias en tan breve tiempo amostrava qu´el subçeder uviese de ser muy próspero y a causa de cosa de maravilla en el mundo. Yo partí de Cádiz miércoles a veinte e cinco  de septiembre con la armada y gente que Vra. Al. me mandaron dar que yo llevase a las Indias; y llevé maestros de todas maneras de ofiçios que en fabricar çiudad y villa menester heran, con todos sus estrumentos; y llevé los cavallos, yeguas y mulas y todas las otra vestias, y simoentes de trigo y çevada y todos los árboles y de suerte de frutas, todo esto en muy grande abundançia. Llegué a las islas de Canaria de V. Al. el martes siguientes antes del sol salido, de donde partí después de aver forneçido los navíos y caravelas de bastimentos. Y dexélas de vista lunes, siete de otubre, para benir a esta isla Ysabela, adonde yo avía dexado la gente el año pasado, y primero benir a la isla de los caníbales, porque yo tenía qu´estavan más al oriente y poco distante de mi camino. A los cuales yo llegué por la merçed de Nuestro Señor en veinte días, con viento y tiempo que fasta oy truxe tal, que en viaje ni se aya oído ni visto de mar tan llano, de viento tan quieto y dulçe y de templança  de cielo tan suave. Llegué domingo, tres de noviembre, antes del sol levantado a una isla de altísima montaña, a la cual llamé Dominica a conmemoraçión del mismo día. La longura d´ella hera del setrentrión en austro, la cual toda corrí buscando puerto por el mar. Y por grande zerrazón de çielo que se engendrava, y porque no le hallé en tiempo idóneo, tomé la buelta sobre toda la armada , que benía muy derramada, y la recogí toda en un cuerpo. Y después enbié una caravela, que se halló más aparejada de todas, que fuese del cabo qu´es de la parte del norte y, si ubiese puerto, que me hiziese señal que le avía dicho. Y así partió y no halló el puerto y no dio la seña, y yo estava con pena por el mal tiempo que se amostrava. Restreñí las naos y navíos conmigo y cargué las belas al camino de otra isla, qu´estava d´esta Dominica distante diez leguas, a la cual llegué a buen tiempo del día. Y desçindí  en tierra con mucha jente con una vandera real y, en el lugar más idóneso, con pendón y alta voz, e escrivanos e testigos, nuevamente torné a tomar posesión d´ella y de todas las otras y de tierra firme en nombre de V. Al., replicando los autos de la mesma posesión del año pasado, de la cual nuevamente no obstante nuevamente tomava, llamado si alguien lo contradeçía, y nombré esta isla la Galana; ella es muy llana y llena de árboles odoríferos. El siguiente día levanté las áncoras muy temprano y di la vela para otra isla, que me demorava al norte nueve leguas, en donde yo llegué en breve espaçio del día. Era esta isla altísima, que figura de punta de diamante, atán alta qu´es maravilla, y en el colmo d´ella salía una grandísima fuente que derramava el agua de todo cavo de la montaña; y de la parte de donde yo estava, benía alliende de otros ramos uno tan grande que por la áspera caída y alta amostrava la grandura de un tonel, y todo blanco y encreíble a nuestra vista que fuese ello agua, salvo que fuese una bena de peña blanca, sobre lo cual se apostaron muchas apuestas entre la gente. Yo sería entonzes cuatro legua grandes lexos de la tierra, por lo cual creo qu´esta agua sea en estrema cantidad, y por la vista de muy muchos ríos que después se hallaron y en muy pocas leguas, que, por una gente nuestra que se perdieron en el monte, los otros que los fueron a buscar en espaçio de seis leguas pasaron veinte y seis ríos, que cada uno el agua les llegava más alta que a la çinta. Luego que yo llegé a esta isla, la llamé Santa María de Guadalupe, que ansí me lo avía encomendado el padre prior y los frailes cuando de allí partí. Y al tiempo que llegué a tierra pensé que no faltarían puertos , mas mudó el viento y se levantó gran niebla con mucha lluvia, e yo llegué a tierra muy junto para surgir y no hallé fondo, y ansí me anduve gran espaçio del día y con mucho viento y mar grande. Gran plazer era ver las verduras y los buenos asientos de las casas y las muchas aguas de la fuente de la montaña junto con la mar. Anduve ansí corriendo por costa d´esta isla sin poder fallar puerto ni fondo para sorgir, fasta que yo llegué a la parte del norte, adonde hera la mayor parte del pueblo, y fue mucho en tierra y surgí con toda la armada. Y procuré de aver lengua, y supe que todas estas islas no heran de caníbales y pobladas d´esta gente que a la otra come, como berá e sabrá V. Al. de los mesmos que agora en estos navíos le enbío. Las poblaçiones d´estas islas no eran muchas y repartidas en diversas partes a las faldas de la isla. Las casas heran muy buenas y llenas de mantenimientos e muchos. De los hombres pocos se tomaron y pocos fueron  vistos; los cuales todos fuyeron por el monte, y por la gran espesura de los árboles no se pudo tornar a prender  d´ellos más que de las mugeres, las cuales tanbién enbío a V. Al., con otras muchas hermosuras que ellos allí tenían. Las cuales me deçían que las avían traído de otras islas, que, a mi ver, teníanlas en servitud y por concubinas; tanbién me deçían por palabra y seña cómo les avían comido los maridos, y a otras los hijos y hermanos, y les fazían qu´ellas mesmas d´ellos comiesen. Tanbién hallé algunos moços que asimesmo se avían traído y a todos cortados su miembro; pensava yo que sería por çelos de las mugeres, mas acostúmbranlo porque engorden, como fazen en Castilla a los capones para comer en fiesta; de las mugeres jamás matan. Todo sabrán d´ellos mesmos que, como digo , les enbío. Hallé en sus casas çestos y arcos grandes de güesos de hombres y cabezas colgadas en casa cassa. Aquí hallé un gran pedazo de codaste de una nao de España, creo que sería de la que antaño aquí en la Navidad dexé. Aquí se falló pez e miel y çerca de mill maneras frutas muy buenas y grandes y de gran sabor, muchos arcos y muchas frechas, y en la montaña muchos árboles odoríferos, según renunçiaron los sobredichos que fueron buscar los otros que se avían perdido. No les quemé las casas, porque nos aprobechen cuando por allí pasáremos, pues están en camino para Castilla. Las canoas d´ellos son muy grandes y más largas que fustas y de mejor hechura qu´estas otras d´esta gente más oçidental, y todas se las quebré , pequeñas y grandes, y ansí  en todos los otros lugares, y ansí tenía en boluntad de fazer en cada isla y tenía gran deseo de las correr todas. Mas el deseo de socorro d´esta gente, que aquí avía dexado, no me daba lugar a otra cosa ni requerir ni reposo al ánima. Aquí en esta isla, lexos de donde yo estava ancleado, avía una poblaçión adonde avía desçendido una barca de una caravela, y los vecinos todos se avían fuido, y por la priesa dexaron un niño de hedad de un año, el cual estuvo solo seis días en esta casa. Y porque cada día se acaesçió llegar a su casa y poblaçón y hallava siempre a su niño con un manojo de ferchas, y benía hasta un río que allí junto estava y bevía del agua, y después se bolvía a la posada, y siempre alegre y con fiesta, mandé que le truxeren a Dios y a ventura y le mandé dar una muger que de Castilla acá benía; agora está aquí muy bueno, y fabla y entiende toda nuesta lengua qu´es maravilla. Enbiárale agora a V. Al., mas e miedo que, por ser tan niño, que  que no se muera; enbiarlo e cuando mandaren. D´esta isla vine a la otra de Santa María de Monserrate,, que era a la distançia de çinco leguas; tierra es muy alta y conforme a Moserrate. Y d´esta vine de una en otra corriendo a mi camino, poniéndoles a cada una nombre; y porque açinde a gran número, a todas juntamente las nombré de Todos los Santos, hasta que yo llegué a una isla bien luenga, adonde çorgí para aver lengua. Y echada la barca armada en tierra, por fuera vino una canoa con tres hombres y dos mugeres, todos d´esta generaçión que comen carne umana. Salió el batel a le prender, y ellos se pusieron en defensa y pelearon muy fuertemente, y fueron feridos tres personas de los nuestros con frechas. Truxéronlos presos a la nao o; de la fuerça que una muger d´estas fazía con un arco no es de olvidar, que dizen que a una adarga pasó con una frecha en claro. Allá los enbío todos a V. Al., así ella como los otros, salvo uno que fue muerto. Esta muger y otro de los mismos hombres dizen que allí ay islas en que ay oro atanto qu´es maravilla, y esto no lo pueden aver consultado porque luego la muger enbié en otro navío, y fasta oy no ha visto el uno al otro, y se conçierta lo que dizen; y por esto lo creo y por estos indios que yo tengo, como diré después a su tiempo. Partí d´esta isla al setentrión  doze leguas, adonde fallé grandísimo número de islas todas juntas, de la cuales anote cincuenta e cuatro de que pude aver conoçimiento; d´ellas son grandes, mas las pequeñas son mayor número. Todas son tratábiles y de gran fondo y distançia entremedias, ni son pequeñas a comparaçión  de las Canarias. D´ellas son verdes y llenas de árboles y pobladas, mas no la mayor parte, que pareçían estériles, mas no de metales; ni son llanas, salvo montuosas y de altas tierras. Llamé a la mayor de Santa Úrsula y a las otras de la Honze mill Vírgenes. Uno d´estos caníbales que se tomó en una canoa en la sobredicha isla vezina, agora que veen que oro es de lo que nos preçiamos, dizen por lengua y por señas que en esta ay oro infinitísimo y que le lleven a ella preso  y le maten si no es verdad, y que también hay mucho cobre. Yo me acuerdo qu´el año pasado un indio viejo, aquí en esta isla Ysavela, me dixo que en esta parte de los caníbales avía una isla pequeña y que los tres cuartos eran oro, y agora conforma, porque yo beo la tierra para ello dispuesta.

         Todas estas islas que agora se an fallado enbío por pintura con las otras del año pasado, y todo en una cata que yo compuse bien que con harto trabajo, por las grandes mis ocupaçiones del asiento que acá se faze de la villa y el despachado del armada porque se buelva; en el cual negoçio el ayuda que yo esperava de alguna pèrsona que dezían allá que deseavan tanto el servicio de V. Al., allende de la razón que les obligava, acá les pesa. Con él, bien fecho, verá V. Al. la tierra d´España y África, y enfrente d´ellas todas la islas halladas y descubiertas este viaje y el otro. Las rayas que ban en largo amuestran la istançia de oriente a oçidente; las otras qu´están de través amuestran la istançia de setentrión an ahustro. Los espaçios de cada raya significan un grado, que e contado çincuenta y seis millas y dos terçios, que responden, d´estas nuestras leguas de la mar, catorze leguas e un sesto; y ansí pude contar de oçidente a oriente como de setentrión an ahustro el dicho número de leguas, y contar con el cuento de Tolomeo, que aporçionó los grados de la longuitud con los del equinoçial, diziendo que tanto responde cuatro grados equinoçiales, como çinco por paralelo de Rodas los treinta y seis grados, ansí que cada grado qu´está en esta dicha carta responde catorze leguas y un sesto ansí de setentrión en ahustro como de oriente en oçidente; e por aquí podrán ver la distançia del camino qu´es de España al comienço o fin de las Yndias, y verán en cuál distançia las unas tierras de las otras responden; berán en la dicha carta una raya, que pasa de setentrión en austro, qu´es vermeja y pasa por çima de la isla Ysavela sobr´el Fin d´España, allende del cual están las tierras decubiertas el otro viaje y las otras de agora, de acá de la raya se entiende. Y espero en Nuestro Señor que cada año mucho abremos de acreçentar an la pintura porque se descubrirá continuamente. En esta isla de Guadalupe e casi en todas la otras, en espeçial en esta Ysavela, e fallado (¿?) y en los árboles canela, y se podría aver grandísima cantidad salvo que es amarga en el gusto, que creo que proçede por la sazón y adovo del tiempo, sana e probechosa mucho a las personas; almástigo e ençienso, y cera y miel y muchas resinas y áloe e sándalo y spoliofelio, gengibre finísimo; del axí, a qui deçimos pimienta, del que truxe el otro viaje a V. Al., aquí ay y abrá cuanto V. Al. mandare, que les siembran y naçen en huertas, como otras mill cosas de que sería para lo contar muy prolixo, y cada día se halla cosa nueva; algodón, ya lo dixe el año pasado por mi carta, la cual en todo y por todo afirmo lo en ella contenido. De abundançia de todo esto yo no yerro; verdad es que nadie no sepa por ayuntar cosa alguna y tanpoco del oro, de que conozco que ay más que no dezía ni escreví por mi carta. Esto proçede de que la gente todas d´estas tierra andasn desnudos, sin tener propios bienes ni hazer concebto salvo de su vitualla; de todo lo otro tienen en poco, ni cogen salvo para su reparo. Creo yo que, si empeçasen a recibir algo, que ellos por preçio travajarían, porque son enbidiosos ultra manera, y por esto se pornían a apañar cualquier cosa qu´ellos supiesen que les baldría presçio; mas yo no sé la lengua para los poner en el arte, ni les demando lo que yo querría, y después beo que no es bien por agora que conozcan que nos deseamos cosa alguna y en espeçial oro, porque, aunque de lo que tienen por poco preçio, de conoçimiento son para mudar el propósito y lo vender caro, si asus manos de dexase; y por esto se acoxerá por V. Al. en todas la minas, que son muchas, como después diré a su tiempo.

         Torno a mi porpósito de mi camino y digo que, junto con la isala de Santa Húrsula y la Honze mill Vírgenes, fallé otra isla de la cuan no vi salvo la parte d´ella del norte con aquél de poniente, mas según mi albedrío mayor que Seçilia y de mayores tierras y más fermosa y ansí de la mesma fechura, a la cual dixe el nombre de Sant Juan Baptista. Poblada es de gente que come carne umana, enemigo de los caníbales y de todas las otras islas. Tienen muy buenos puertos y mucho agua y grandes ríos. Altas son las tierras, y baías linpias, y de montañas y árboles muy grandes, y todas muy labradas y sembradas de sus “axis”, qu´es singularísimo mantenimiento. Aquí vi yo muy buenas casa y adornamientos en el camino, de algunas d´ellas de redes y de cañas de una parte y de otra del camino, que salían de las casas fasta la mar al luengo; y allí adonde fazían fin, en la playa, tenían un entretexido cadafalso como açutes sobr´el camino, casi en manera de puerta y de tan perfecto lavor, que en Valençia sería bien açebto. Y en esta y en todas las otras islas y en especial aquí en la Ysavela e visto muchos falcones neblíes y de toda suerte, mas los de Guadalupe fueron tenidos por los mejores, porque en aquélla no ay lugar de adonde se çeven, no por defecto de aves de toda manera, de que ay gran cantidad, salvo porque es espesísima de árboles; y los alcones cada mañana los beíamos ir a otra isla y después bolver en la tarde. Aquí, en la Ysavela, se hallan algunos çevándose en palomas torcaçes y en garças y en otras aves, de las cuales y de todas maneras ay grandísima cantidad; y en el señal d´ellas se amuestra que son muy boladas, porque huyen mucho de las personas. Procuraré, tanto que yo tengo en buen subçeso y término estos otros negoçios de V. Al. que más relieban a su serviçio, de aver d´estos falcones para le enbiar. Y creo que, aviendo persona que sea maestro de prenderlos, los que pudiere aver cuantos oviere menester para su serviçio, y podrá enviar a otros prínçipes.

         Dexo esta isla de Sant Juan y torno a tomar el comienço de la Ysavela, después de aver dexado algunas otras y no indinas de memoria. Y no fue mi comienço agora adonde fue el fin el año pasado, cuando d´ellas yo partí para Castilla, adonde yo llamé Fin d´España, mas hallé acá, al oriente, una gran provinçia que es de tierra muy baja y llana y que d´este cavo de Fin d´España corre al sueste, la cual no ví al tiempo de mi partida, porque yo llevé el camino del este a la cuarta del nordeste y partí de noche, de manera que la tierra me quedava a la mano derecha, y por ser baja y al rodeo del sueste  no ove d´ella vista, así que agora la reconocí toda del comienço  hasta el cavo del Angel ay buen tiempo, adonde los indios llaman Samaná, adonde agora no quise anclear por la priesa que traía y el buen tiempo que me ayudava. Solamente anbié una caravela que pusiese allí en tierra uno de los cuatro indios que allí avía tomado el año pasado, el cual no se avía muerto como los otros de viruelas a la partida de Cádiz, y otros de Guanafaní o Sant Salvador. Este se fue a la tierra muy alegre, diziendo qu´el bien hera muy fuerte porque era christiano y que tenía a Dios en sí y rezando el “Ave María” y “Salve Regina” y diçiendo que, luego qu´él estuviese tres días en su casa, qu´él se bernía a Çibao o adonde yo estuviese; y así le di muy bien de vestir y otras cosas qu´él diese a sus parientes. Despué bine con muy buen tiempo corriendo la costa d´esta isla fasta Montechristo, adonde en el puerto cogí con toda la flota y hordené todo los que cumplía por regimiento y serviçio de V. Al, porque de allí fasta la villa de la Navidad se puede ir en un día con buen tiempo. Y así esto fecho, di la vela con todos los navíos, y a medio camino vi que atrás me venía una canoa a gran priesa, y nunca la quise esperar porque se me hazía tarde para entrar en el puerto de día, y con todo no pude yo llegar a tiempo y ove de sorgir de fuera; adonde, a gran rato de la noche, llegó la dicha canoa, por la cual benía un privado de un rey Ocanaguarí, el qual benía de navío en navío llamando por mí; y hasta que no me vido y oyó, no quiso entrar en la nao. Él traía una carátula de oro de persona que me enbiava Ocanaguarí, y a otro otra al capitán de la nao Antonio Torres, hermano del ama. Yo le mandé dar de comer, porque todo el día avía travajado tras de nosostros y no avía comido, y les mandé dar de vestir a amos. Este me dixo en cómo la gente que yo avía dexado en la çuidad ovieron entre sí discordia y uno mató a otro y que Pedro, repostero de V. Al., se avía ido con una gran parte de jente para otro rey que se llama Cahonaboa, el cual posee tierra en que ay mucho oro; un vizcaíno, que se llama Chacho, se avía ido con otros vizcaínos y moços; solamente avía quedado Diego de Arana de Córdova con honze; y que unos tres se avían muerto de dolençia, qu´ellos mesmos deçían que era la causa del gran tracto de las mugeres, diziendo que, cuantos quedaron allí, que cad uno avía tomado cuatro mugeres, y no solamente éstas les abastava, que les tomavan las muchachas. Y deçían qu´el comienço d´esta discordia fue que, luego que yo partí, cada uno no quiso entrar a obediençia ni apañar oro salvo para sí, sino Pedro, repostero, y Escobedo –a éste avía yo dexado el cargo de todas las cosas-. Y que los otros no entendían salvo con mugeres y moravan en casa d´éllas, y que Pedro y Escobedo mataron uno que se llamaba Jácome; y después se fueron con sus mugeres a este Cahonaboa; y dende a çierto tiempo bino este Cahonaboa y de noche puso fuego en la villa, la cual quemó toda que no quedó nada, de qu´es de aver piadad, porque otra poblaçión tan grande ni de tan hermosas casas e visto en todas las Yndias. Alo cual tiempo huyó Ocanaguarí con toda su gente, hombre y mugeres y niños, y requirió a los christianos que fuesen con él, y no le plugo, salvo que se fuyeron al canal, adonde se afogaron; y fueron ahogados ocho, y los tres murieron durmiendo, según después paresçió por las feridas. Díxome después cómo este Ocanaguarí luego me bernía a ver, el qual estava en otra su villa; después me pidieron liçencia, y yo se la dí. Y luego otro día a ora de bíspera, al tiempo qu´el viento me fue próspero, lebanté las áncoras y entré en el puerto y fui a sorgir delante la sobredicha villa, de que uve piadad grande después del daño y mal que a nuestros christianos avía aconteçido; que aunque conozco y es verdad que a sido su culpa, es mucho de doler de semejante casso, e a mí es mayor pena que a ningún otro su pariente, por el deseo que yo tenía qu´ellos saliesen con tan grande honrra y con tan poco peligro, si se rigieran según mi instruçión los constrengía: que sobre todo dexasen las mugeres ajenas y todas las de los indios, y nunca saliesen de la fortaleza a otra parte salvo seis d´ellos, y otros tantos después d´éstos bueltos; mas como se viesen tan seguros y superiores de los indios y según eran todos ellos de poca criança, tirados dos u tres criados míos y este Pedro repostero, se darían al comer y plazer de las mugeres; y ansí se perdieron y se destruyeron a sí, y a mí han dado y dan tanta pena. Este presente día no desçendí  en tierra fasta el otro siguiente de gran madrugada, que hhalé todo este sitio fecho huerta sin forma de cassa salvo de la fortaleza, que ansí destruida y quemada amostrava que, en la mitad de Castilla, se defendería buenos días a gran gente. Y hallé ocho hombres enterrados a la orilla del mar y tres en al campo, los cuales se conoçían heran feridos de piedra en la frente, que durmiendo pareçe que a manteniente los mataron; y debe ser ansí, porque la fortaleza hera muy llena de artillería. Y esto, según mi alvedrío, no pasava un mes qu´esto avía acaeçido. Mandé que se enterrasen y rogasen por sus ánimas; mandé cavar toda la casa fuerte, porque en mi instruçión le avía mandado que, luego que algún oro tubiesen, que lo pusiesen debajo de la tierra; y no se halló cosa alguna. Y este mismo día avía yo enviado una caravela a ver el golfo de España, qu´es de allí açerca ocho leguas, porque creía yo, según su fechura, que avía de ver un gran río y que traería oro. La cual caravela fue a topar donde estaba Ocanaguarí, el qual rogó a Melchior que me rogase que yo le fuese a ver y le dio un bonete de oro y otro a Marque, criado de Rodrigo de Ulloa, capitán de la dicha caravela, y en pedazos dio también yna buena parte a Gorbalán, criado de Fonseca, y al piloto otro tanto. Bolvió Melchior con la caravela, y me dieron la embajada y de lo que les avía contado de la muerte d´esta gente, y que tenían ellos que yo era a él en grande cargo. Luego el otro día fue allá y fallé a Ocanaguarí  en tierra en cama, el qual me abraçó e estovo sin habla un rato grande, siempre con las lágrimas a los ojos. Y después, por palabras y señas, me recontó todo como avía acaeçido este desastre, en tal manera que no pasó punto que yo no lo entendiese; y como, luego que yo le dexé en la Navidad, ovieron discordia entre sí esta nuestra gente, y uno mató a otro y cada uno apartava oro para sí, salvo Pedro y Escobedo, y que sobr´esto les avía puesto en paz muchas vezes; y que también luego cada uno tomó cuatro mugeres, allende de las cuales tomavan en la villa las moças que querían; y vinieron a bandos, de que se pasó a que se apartaron, como ençima yo dixe, en tres partes; y que despues d´él por su persona aver ido a la mina y llevado allá a Pedro y Escobedo, amostrando cómo se coxía el oro, qu´ellos se determinaron para ir a otro rey a quien llamaban Caonaboa, como sobredixe, y qu´él les rogó que no se fuesen, que les daría pan y pescado y mugeres y un fijico que tenía Pedro, y se fueron, y que jamás después se avían acordado d´él ni de mí; y dende que a çierto tiempo vino a este Cahonaboa y de noche les quemó las casas, así como me recontó su mensajero. Creo y digo otra vez que ovo desensión entre esos dos y Diego de Arana, y la muerte fue hordenada d´ellos mismos por vengança. Este Arana, aunque fuese muy sobervio, tenía alguna criança, y le dexava el cargo del regimiento al tiempo de mi partida, de que toda la gente quedava quexosa, y ansí le di en compañía a los otros dos, Pedro y Escobedo, y que se cimpliese lo que los dos acordasen. Después, el día de mi partida, vino a mí Escobedo haziéndome saber cómo bien estava seguro, según el indiçio qu´él avía avido, qu´él me tenía un tonel de oro aparejado cuando yo bolviese; y esto fue  a tiempo que yo ya andava a la caravela, y me dixo que este Diego de Arana le avía dicho sobr´esta plática: “Hagámonos primero el papo, y después se procurará para el rey”. A que yo le respondí que tal cosa no hiziese, que rico estava él harto si servía a V. Al. con tanta honra; y con este propósito se tornó a tierra. Torno a Ocanaguarí, el cual me rogó que le reçibiese en su compañía y fuésemos a destruir a este Cahonaboa y le tomar las mugeres y fijos; respondí que me plaçía, tanto que yo tuviese fecho asiento, que ansí me mandava V. Al. que, fasta esto fecho, que no entendiese en otra cosa, mas que sería muy presto; y él respondió que, si quería asentar allí, que me daría cuantas casas yo quisiese, mas que no me lo aconsejava, porque era lugar no muy sano y muy angusto. Después me dio ocho çintos de hombres de la manera de los otros que antaño llevé a V. Al.; uno d´ellos hera muy fermoso y labrado de mucho oro. Priemro se quitó una joya de alambre qu´él traía en la frente y me la puso en la mía, con una corona en la cabeza, diziéndome que todo esto fue de un rey de Marení, y tanbién me dio un çestillo de oro en forja e una calabaza de oro fundido y otra de oro en grano, ansí como benían de la mina; el cual y las otras cosas todas enbío a V. Al. Yo le dí el presente que yo llevava, puesto que no tuviesen d´ellos conocimientos  ni eran salvo de la isla de San Salvador. Y no quiso que aquel día ni noche se fuesen de su casa, para les preguntar bien las cosas que en España avían visto. Quíseme yo ir para la nao y él no quiso sino acompañar, y le amostré los cavallos, de que ya tenían por oída notiçia; y me dixo que, al tiempo que Pedro Escobedo iba con él a la mina, que ellos cazavan mucho y le dexían cómo en Castilla cabalgavan. Amostréle toda la nao, tanta gente y tantas armas de que se maravillava, y le llevé a la cámara donde estava el padre fray Buil malo, el cual se holgó mucho con él; y después se bolvió a tierra y no quiso que yo le mandase acompañar: tanto entiende en cortesía. Ese día y el presente con el troque que seguía vinieron al thesoro de V. Al. bien diez marcos de oro, que todo no costó diez o çinco reales, y se acertó que por un caxcavel davan el peso de ocho castellanos. Ya dixe cómo esta gente ninguna cosa tienen en preçio y que, lo que tienen, ansí lo dan por poco como por mucho, que vía muchos indios, cuando yo estava con Ocanaguarí, que venían a mí y me davan buenos pedaços de oro sin demandar cosa alguna. Verdad es que su fin es que por ello les den algo, mas si no se lo dan tanpoco lo demandan, salvo que se van o quedan aí como estatuas. Este día siguiente me enbió a dezir Ocanaguarí con su hermano qu´él quería ir a la mina a apañar oro, que le enbiase a dezir si me iría atán presto. Yo le respondí lo que convenía, y él se partió con toda su gente de la misma manera que hizo agora a un año, antes que yo de la Navidad partiese. Creo qu´este Ocanaguarí no tiene culpa en la muerte d´esta nuestra gente, antes me a  a él mucho obligado, ni vi señal porque se dé tal sentençia, como yo escrivo más largo a V. Al. por otra carta del Diurnal que yo escreví.

         Partí de aí y bine a Montechristo, de adonde porfié muchas vezes con el viento contrario para benir al cavo del Angel, adonde el otro día, pasando por él, avía venido a mi canoa, y tods tenían la gente d´ellos oro, y yo les di de vestir después de le dezir quién yo hera, qu´esto ansí lo demandavan. Al cual logar tenía bisto buen asiento y tierras fermosas y aguas y ríos, y albitrava que era en buena comarca y çerca de Çivao y de las otras minas. Y porqu´esta nao hera más grande en forçejar con el viento, determiné de la dexar en Monte Christo, e yo me pasé en la Colina, y con los otros navíos subtiles porfié hasta que llegué al río de Graçia, y dende hasta sobr´el cavo del Angel. Mas como fuese esto en una tarde e de gran tiempo, no ove razón de cometer la tierra ni de çufrir la noche la alteraçión de la mar, que amostrava una tenebreza, por los cavallos y vestias que en los navíos venían; así que, por no los trabajar en aquella noche, yo determiné de bolver al puerto de donde avía partido. Y el día siguiente le busqué todo, porqu´es muy grande y de muy pequeña entrada, con intençión de facer en él asiento si uviera en él agua dulçe así como fermosas tierras. Bolví atrás el día siguiente fasta aquí, adonde fabricamos la villa Ysavela, la cual por su mereçimiento, que diré después, suplico a V. Al. que haga ciudad, adonde abría cuatro leguas; no es aquí puerto cerrado, más es baía muy grande en que caberán todas la naos del mundo. En ella jamás entra tormenta, y aquí ay lugar muy idóneo de una alta tierra, casi isla, al pie de la cual llega una gran nao y descarga al pie del muro. De aquí a un tiro de lombarda ay un poderoso río de agua mejor que Guadalquevir, del cual por açequia se puede traer dentro en la villa en la plaza, el cual pasa por una vega grandísima que ba al sueste, de la cual hasta oy no e podido saber el cavo. La cual es de tierra maravillosa sin comparaçión de ningunas de Castilla, que agora ay en toda ella la hierva alta y berde y buena más que alcaçer en España en el mejor tiempo. Dende la villa al poniente grandes dos leguas es toda playa muy fermosa, y al cavo un puerto de los mejores del mundo, en que cabrán todas la naos que en él ay. Junto con esta vega, de la parte tanbién del poniente, pasa una montaña de norueste a sueste. En ella ay un puerto, al cual agora hize adereçar el camino; está un cuarto de legua aquello que se ovo menester que se adovase, porque los cavallos pasasen mucho sin pena. Aliende él ay otra bega muy mejor qu´éstaa de que aquí fablo, y en el medio pasa otro mayor río; navegable es, según todos me dizen. Aquí en esta veha ay para vente mill vezinos, para sembrar pan y hazer güertas y edifiçios de agua. En la otra ay más otro tanto, y pobladas son de gente muy umana, que cuanto tienen an por bien de darlo. Aquí, adonde yo determiné el asiento de la villa, estavan çiertas casas de indios; así se quedan como de primero, muy alegres y contentos. Hágosle dar vituallas y de todo lo otro que demandan, y a nosostros dan de lo que tienen; y lo que se les enseña de la fee, todo lo reziben con el acatamiento y reverençia que se les amuestra. En la iglesia están de rodillas contemplando; no creo que llega el  entender fasta el neçesario, mas es buena señal, y se amuestra que no tienen secta ni idolatría.

         Yo escreví agora a un año a V. Al. de todo lo que me pareçía de tods estos pueblos, de su conversaçión a nuestra fe santa, que me parescía muy ligera entendiendo nos a ellos y si fuésemos entendidos; yo muy más lo afirmo, porque beo que seta alguna no le impide. Dixe que todos y en todas estas islas se entendían; aquí erré, y no que a otro no aconteçiera, porque sin dubda a todo responden, mas no conozco que la inteligençia es divisa como entre christianos más y menos, según están propincos. Bienes propios afirmo que no tienen, según mi vista y su tracto y costumbre, porque beo que, aliende de lo aver en muchos lugares esperimentado, aquí en la villa vienen ellos infinitos y todos se ponen en casa, hombre y mugeres, y comen y toman de lo que en ellas hallan como y tan libremente  como su dueño de la posada; ni tenían por mal a quien de sus cosas otro tanto hazían, salvo que la inportunidad de algunos nuestros y por la costumbre que sobr´esto de nosotros  conoçen  lo hazen poner en aquello que nosotros estamos. Defiendo que nadie no los importune ni le tome cosa contra su voluntad. Agora, si plaze a Nuestro Señor ser esta armada del todo despachada, y yo podré exercitar otra cosa, en que espero que la primera será ençeguir la ciudad de muro, que en sólo dos puertas quede entrada, y en traer el agua con el açequia y todo el río al pie de la fortaleza, y todo muy ligero.

         La temperançia del çielo paresçe increíble, tan dulçe y suave; los árboles y montes y yervas todo está tan florido y fresco como en el Andalucía son en el mes de abril o de mayo, y la yerva son en el mesmo estado; los pájaros y aves eso mesmo así alegres, y cantan los ruiseñores, y ansí façían todo el mes pasado. Fállanse páxaros  y aves  y muy muchos nigdos, d´ellos con güevos y otros con pollos, y anadones hartos, y en el río ánsares ay más que en otro cavo, y todas las aves de muy gran cuerpo, palomas, garças y de otras diez mill maneras; y no en pequeña cantidad se hallan por los montes y campos perdizes y tórtolas de la misma manera de Castilla. De papagayo ya no ay número.

         Ya dixe que las tierras que este viaje se an descubierto son tantas y más qu´el año pasado, y no de menos preçio, como la pintura harán magnifiesto; por la cual berá V. Al. que aquí en la Ysavela estamos más distante de la línea iquinoçial veinte y seis grados, que todo es con las islas de Canarias, en espeçial de la Gomera, en un paralelo, y no diferençia en la latitud salvo treinta minuto, ni desporçionado en la temperançia de frío y calor, o día más prolijo. Y çertifico a V. Al. que, después de diziembre hasta oy, acá a fecho grandes fríos, atanto que yo e estado alegrado, y de todo estó libre. Procedió esto que una noche me partí de la villa de la Navidad con las barcas a ver un puerto lexos bien nueve leguas, y un rato que al sueño di parte, me atormentó todo el lado derecho de la planta del pie hasta la cabeza en manera de perlesía, de que no poco e çofrido pena. Agora estoy mejor ni dexo de trabajar en lo que cumple lo mejor que puedo con alegría. Desde el cual tiempo fasta oy, de noche y de día, no traigo menos ropa que yo haría en Sevilla. Tanbién a llovido muy mucho y llueve con las mesmas señales de inbierno que haze en Castilla.

         Oy son treinta y un día que yo llegué en este puerto. Agora tenemos de todas maneras de hortalizas. Nasçieron las simientes todas al terçero día. Rávanos y perexil y semejantes yervas ya nos aprovechamos en éstos; y plantas ya son grandes, trigo y çevada ya de un pie en alto, naranjos y sarmientos y cañas dulçes están ya creçidas. De las cañas no truxe cuantas quisiera, que, puesto que fuesen muchas cargas, todas las que se pusieron en botas se escalfraron y están perdidas, y tanbién las qu´están en la nao, la cual a tardado hasta la semana pasada hasta llegar aquí; así que deseo mucho que d´ellas se aya  cantidad, que lugar ay aquí para se hazer cañaberales, para hazer un cuento de quintales de açúcar cada año, otro tanto de algodón muy finísimo y no menos de arroz, si aquí estuvieren los labradores de Valençia. Para el ganado no cumple mas dezir cuánto la tierra para ello es abta e buena. Puercos ya tenemos más de çiento; cabras y obejas ya tenemos d´ellas hartas para simiente, y ansí de otras todas maneras. Y ansí espero en Nuestro Señor que antes de muchos años no abrá menester traer acá salvo bistuarios, que de trigo acá dará buena simiente, y vino se halla acá hartas bides que, trasponiéndolas y labrándose, darán buen fruto. Otras mill maneras de cosas se fallarán cada día.

         De las minas del oro y de la gran cantidad, ya ençima dixe que yo afirmava el dezir de la carta del año pasado, y afirmo que su cantidad suya comprehendo es muy grande, e ansí de la espeçería de todas suertes, mas no se tiene acá en preçio entre esta gente, porque van desnudos y de otra cosa no curan salvo del comer y mugeres.

         De la isla de Mateninó, de adonde son todas mugeres, no ubo lugar ni tiempo, porque mi gran priesa, de ir allá, la cual está más oriental que la Domenica; notiçias ove d´ella, mas dexo la ida para este verano con fustas de remo. Al tiempo que yo corría todas las islas de los caníbales y las vezinas, y les tomé y destruí y quemé las casas y canoas. Bea V. Al. si se abrán de captivar, que creo que después cada año se podrán aver d´ellos y de las mugeres infinitos. Crean que cada uno baldría más que de tres negros de Guinea en fuerça y ingenio, como berán por los presentes que agora enbío.

         Luego que aí llegué, toda la gente se disçindió en tierra por estada, y se açertó llover mucho agua. Después adoleçieron muchos de çiçiones, como si el mudamiento de los aires, puesto que sean los mejores del mundo, y los ayan provado, y las biandas de la mar les ayan mudado la sangre, con la esperança del inbierno grande, en que sus cuerpos estavan avituados. Empero yo di la mayor culpa al tracto de la mugeres, que acá hallan abondoso; y si son deshonestos y deshordenados, no es maravilla que ayan pena. Con todo, loado Nuestro Señor, luego sanan: Cuatro o çinco día es su fuerça; dexo algunos qu´están más cargados. Mucho aprovechó (¿?) que acá enbió V. Al. con toda la botica.

         El pescado aquí lo ay de todas maneras y el más sabroso que en otra parte yo aya comido. Y así dize toda esta gente. No faze cargamiento en el cuerpo: degistivo es e de ligero mantenimiento: mándalo dar el doctor a los dolientes por vianda. Ellos son la mayor parte de la mesma condiçión y hechura de los de Castilla; otros ay de nuevas maneras, y ay sardinas y salmonertes bien grandes y langostines y langostas y pulpos, y de todas maneras que allá se hallan.

         Luego que determiné la partida de la villa de la Navidad, enbié la caravela que ya dixe que rodease esta isla fasta enfrente de Montechristo de la otra parte del austro, trato que avía hallado costa señalada del nacimiento del oro. Aguardo cada rato por ella y no es maravilla de su tardada, porque los vientos an sido y son para ella muy contrarios.

         Tanbién luego que aquí ove puesto asiento, enbié a Ojeda, un buen mançebo y bien esforçado, con quinze hombres a explorar el camino y ver cuánto ay de aquí a Çibao y si puede saber la mina de oro, como allá me dizen. Creo que traerá muy buen recabdo, porqu´es bien católico y desioso de cumplir lo que yo le mando, y tiene ingenio y esfuerço. Tanbién enbié otro criado de Fonseca por la mesma guisa y con tanta gente acá al mediodía a Cahonaboa, porque tiente muy bien el camino y bea si es verdad que aya tanto oro. Al uno y al otro defendí que no entrasen en poblado, si lo pudiesen escusar. Creo que será dificultoso, porque los indios que son con ellos ban nunca se çofrirán de no dormir en poblado y aun pasar por ello, en espeçial agora qu´es inbierno y faze muy buen frío a nos qu´estamos bestidos, de que más impremirá a ellos, que del todo andan desnudos. Nuestro Señor los libre y traiga.

         De los mantenimientos que allá se cargaron  se a gastado muy gran parte y se perdió lo más del vino por el engaño de los toneleros de Sevilla. Mereçen gran pena en sus personas, sin que aya açebto escusa alguna de dezir de viaje largo, en que no es de mirar, salvo cuánto a qu´esta basija estava cargada, que otras vezes seis y siete meses está en Flandes y otras partes dentro en los navíos cargados, mas no le faltan; que en la ora que los requieren por cosa de V. Al., luego piensan de cuál cavo y en quémanera les fincará la mitad. Digo ansí esto porque acá otra cosa ninguna tan grande mengua haze como el vino, porqu´es mantenimiento con que se esfuerçan los que andan camino, que del comer en cada cavo se halla, y con una bez de vino está la gente harta y alegre. Es menester que V. Al. lo mande proveer para aquí en los primeros navíos, y castigar quien este daño hizo, así como de otros hurtos de otras vituallas, de que quedó el cargo a don Juan al tiempo de mi partida.

         Después de escripto todo lo de ençima oy, qu´es día de Asn Sebastián, bino Ojeda, el cual llegó a Çibao, qu´es provinçia, él con toda la gente que avía llevado, y falló grandísimas minas de oro; no truxo d´él porque yo se lo tenía defendido, porque yo no savía qué gente hera aquélla, y si le pesarían de ver estranjeros o coger lo que en su tierra tienen. No dexó de traer la muestra de cada río , la cual enbío  a V. Al.; y si es verdad lo qu´él y los otros que fueron con él dizen, es cosa de admiraçión la tanta cantidad de oro que fallaron. Él me a dado por escripto todo su camino y lo que halló, todo por punto, la cual escriptura con las muestras de oro a V. Al. con ésta enbío. Solamente digo que de aquí a veinte leguas ed la noble provinçia, y según yo puedo comprehender, con ella junto es todo mineros de oro, y será tanta tierra como todo el reino de Portugal, y que creo que aya más oro de lo qu´ellos renunçiaron. Yo no boy luego allá porque mucha gente de la que acá está es doliente, e aun a este causa e detenido algunos acá que yo disiava de enbiallos a Castilla.

         Y tanbién digo y afirmo, según yo puedo comprehender, que V. Al. pueden bien estar seguros que acá están todos estos indios a lo que se mandare, sin pensar que se ayan de poner a resistençia, que no aya nadie que no se maraville cómo se ayan dexado matar los que acá quedaron, según éstos son temerosos; y aun por esto digo que yo sospecho que entr´ellos mismos aya sido el desbarato.

         También esta mesma noche vino un escudero de los que fueron con Gorvalán, y diz que fallaron muy muchas minas de oro, y qu´él venía atrás muy alegre. En ellegando, escreviré su relaçión  toda distinta. El uno y el otro me dizen que les dezían los indios que, cavando debajo de la tierra, hallavan pedazos que, según la forma, sería un marco. Ellos no tienen ingenio de lo coxer salvo en la rena del río, y no toman salvo los pedazos que con los dedos abarquen, ni lo cojen más salvo para sus carátulas, que fasta oy no se vende ni se resgata; tanbién que, cuando llueve, se halla fuera de los ríos pedazos grandes qu´el agua a descubierto. Nuestro Señor nos dará lugar que sabremos todo enteramente los primores; mas si es verdad lo qu´éstos dizen, que creen que aya en esta isla tanto como de fierro en Vizcaya, creo que, aunque no sea tanto, que sea demasiada cantidad.

         Después vino Gorvalán con todos los otros que con él fueron, y él y ellos cuentan de las cosas del oro qu´es maravilla. Truxeron la muestra del oro que coxieron en los ríos, la cual tanbién enbío a V. Al.  con aquéllas que truxo Ojeda. Anbos cuentan en el negoçio del oro de una manera, puesto qu´el uno del otro no savía cuando de acá ni de allá partieron amos a una parte, como arriba dixe.

         Tanbién vino la caravela y trae muy buenas nuevas, como verá V. Al. por estenso por escriptura por ante escrivano d´ella, el cual escrevía cada día lo qu´ellos hazían. El capitán no da buena cuenta, y no abasta el yerro que hizo en Guadalupe, y agora quería dexar de ir el viaje que yo le avía mandado y se quería ir a Jamaica. Dizen que en menos de seis leguas hallaron más de quinientas poblaçiones, que en cada una avía más de sesenta grandes casas y gente a maravilla, todos de la mejor condición que se vido: dávanles a los nuestros cuanto tenían. Este mesmo Marque fue por la tierra adentro y falló la mejor campaña d´ellos del mundo; no le avía yo mandado qu´él dexase la caravela ni que enbiase gente. El Fojeda vanía malo del camino y, pensando de no llegar tan presto acá, me escrivió una carta de lo qu´él avía pasado. Y porque me parecía que V. Al. folgara de ver muy por estenso, la traslado aquí al pie de la presente, y es ésta que se sigue:

Relación del viaje a Cuba y Jamaica

Puerto de Santa Cruz (Española);

Isabela, 26 de febrero de 1495

         Christianísimo y muy altos y muy poderosos prínçipes rey y reina, nuestros señores:

         Yo partí de Cádiz el año pasado de noventa y tres a veinte y seis de septiembre con la armada de naos y gente que V. Al. me mandaron. Y desde las islas de Canarias, donde yo llegué en seis días, llegué a las Yndias en veinte días a las islas de los caníbales, de los cuales tomé y reçiví mugeres en los navíos de otras personas, qu´ellos por fuerça avían allí traído de otras islas con sus maridos, padres y fijos, las cuales no avían comido estos caníbales como a ellos. De las cuales islas hallé gran número, y todas fertelísimas y hermosísimas, y en todas avía muy muchas “canoas”, que ansí llaman a sus fustas, las cuales todas quebré y destruí. Y después bine por derecho camino a la nobelísima isla Ysavela, así como plugo a Nuestro Señor, de las sobredicha de los caníbales a la villa de la Navidad, la cual hallé quemada y nuestros christianos muertos por discordia que entr´ellos ovo, como yo escreví a V. Al. con la sobredicha armada, la cual torné a enviar a Cádiz, después de descargar la gente y cavallos y maestros de hedifiçios y todos los otros pertrechos y ganado y mantenimiento, debajo de la capitanía de Antoño de Torres, hermano del alma del prínçipe mi señor, con mi instruçión como vi que cumplía al serviçio de V. Al.; con el cual tanbién escreví el hedifiçio d´ella, el cual fue por voluntad divina, porque yo lo avía imajinado de fazer en otro cavo y nunca ovo lugar ni tiempo salvo en este asiento, ni porfié poco con los vientos y tiempo para ello, de que después e sido muy alegre; y doy por ello cada día mil cuentos de graçias a la Santísima Trinidad, en cuyas manos siempre con intençión muy sana se debe de encomendar toda cossa. Del cual sitio y buena dispusiçión y fuerte escreví muy largo a V. Al., y como es sobre piedra y a la costa de la mar, al pie de una grandísima vega mayor que la de Granada, y que a çincuenta pasos ay una montaña de cantería mejor que aquella de que hedifican la iglesia de Santa María de Sevilla; junto con ella, no más lejos, una montaña de piedra de cal muy fina, y la una y la otra muy pobladas de árboles. Y por la mitad de la vega pasa un gran río, el cual entra en el mar aquí junto con la çiudad, a la orilla del cual se hizieron las huertas, en las cuales todas las simiente naçieron en tres días y se comió del fruto en quinze salvo los melones y calabazas, que tardaron treinta y seis; mas la bondad d´ellos descargó la tardada. Cañas de açucar se plantaron, y en quinze días tenían el hojo más largo de un pie, ansí como los sarmientos, de las cuales alguna al dicho tiempo pudreçió, raçimo de (***). Trigo no se sembró ni legumes, salvo por primavera, porqu´era ya en fin de henero cuando ovo lugar de entender en ello; y Sávado Sancto, que fue veinte y nueve de março, se truxo un manojo de espigas granadas y maduras y muy grandes, más que las de Castilla, en la iglesia a la santa oferta. (***) o de los garvanços y otros legumes, que todo tenía el grano muy mayor qu´en Castilla. Provado avemos qu´esta tierra da dos vezes al año fruto. Tanbién escreví a V. Al. cómo yo avía enviado a Çibao por dos partes treinta mensajeros, y renunçiaron que en esta probinçia avía oro como en Vizcaya el hierro, y parte d´estos mensajeros enbié a V. Al. porque oyesen todo por palabra, y de los otros que acá quedaron les enbié las cartas que a mí avían escripto del camino, y les enbié el oro que en cada río y en cada cavo avían fallado.

         Después de partida la sobredicha armada, que fue a tres de febrero, di toda la priesa que yo pude en fortalezer la çiudad e aparejar las cosas que para la bivienda d´ella convenía; y fecho, a doze días de março me partí con toda la gente que fue menester de a pie y de a cavallo para ir a Çibao, la cual provinçia es al austro diez y ocho leguas travesando esta mesma vega y río, y pasé un puerto, allende del cual travesé otra vega muy mejor qu´ésta quinze partes, en medio de la cual hallé un río muy mayor que otro que aya en España, no tirando Hebro ni Tejo. En aquel tiempo no avía llovido porque ubiese avenida, como fue después a la buelta, que era tan grande y tan alto y cresçido que por fuerça ni ingenio osava de pasar persona. Y trabesada esta vega fallé otro puerto no más agro y más alto un terçio que aquél de los Figdalgos que yo avía pasado, que era çient pasos y muy más áspero; el cual hize andable ansí como el primero, de los cuales el uno y el otro la desçendida es poca. Y d´este puerto en adelante se cuenta la noble provinçia, por la cual travesé bien çinco leguas, puesto que desd´el comienço en cada arroyo y fuente, de que ay inumerables, fallé oro; cuanto más andava fallava mayores granos, hasta que yo llegué a una ribera grande, adonde yo vi un lugar muy fuerte e idóneo para hazer una fortaleza; y luego lo puse en obra. La cual puesta en buen término, dexé allí alcaide y maestros y gente porque acabasen y que de allí descubriesen toda la tierra d´esta probinçia, la cual es tan grande o mayor qu´es toda la probinçia del Andaluzía, y en todo cavo d´ella ay oro. Después me partí y bine a la ciudad a dar horden a mi despacho para ir a descubrir la tierra firme y correr todas esta mares e islas e poner guarda en todo cavo.

         Çibao es nombre de Yndia; quiere dezir en nuestro bocablo “pedregal”. Es provinçia grandísima y tierra dobladísima, toda montañas y cabezos muy altos, todos o la mayor parte no ásperos y sin árboles, pero no sin yerva por la fertilidad estrema; la cual es como grama y más espesa y más alta que alcaçer en el mejor tiempo del año en una huerta, y en cuarenta días se para alta hasta la silla de los cavallos, y de contino está así verde y espesa, si no es quemada. Debajo de la cual todas estas montañas y cabezos son llenos de guijarros grandes y redondos como en una ribera o en una playa, y todos o la mayor parte son azules. Yo creo que los indios queman mucho a menudo la yerba d´esta tierra, y que a esta causa no aya árboles así como ay en los valles, de que ay infinitos y grandes y llenos de árboles de pinos y palmas y de otras mill maneras.

         Esta provinçia es toda tierra muy firme e defensible. Es temperantísima qu´es maravilla. En ella llueve bien a menudo, por lo cual al pie de cada cabezo ay un arroyo grande o mayor, según es la montaña. El agua es delgada, sabrosa, fría, no cruda como otras aguas que dañan y hazen mal a la persona; ésta es sabrosa y de muy buen gusto y quebranta la piedra, de que an sanado muchas personas. En cada uno déstos arroyos y riberas, pequeñas y grandes, se halla oro y todo en grano, dentro o junto con el agua en lugar donde el agua lo lave. Yo creo y tengo por çierto qu´este oro naçe en sus minas en los cabezos o montañas, y que al tiempo del agua la lluvia lo trae al arroyo; y ansí me lo an dicho muchos indios de allí vezinos.

La fortaleza que hize en Çibao llamé de Santo Tomás, y al tiempo que allí estube vinieron muchos indios con gana de caxcaveles y otras cosillas qu´ellos deseavan, de las cuales no se les dava hasta que traían algún oro; y luego qu´esto se les deçía, corrían a la ribera, y en menos de una ora cada uno benía con una foja o un caracol lleno de granos de oro. Y un biejo que paresçía hombre bien asentado me truxo dos granos de tres u cuatro castellanos, de los cuales tan grandes fasta entonzes no avía visto salvo uno, que me dio en presente Guacanagarí, que enbié a V. Al. con el sobredicho Antoño de Torres, allende de otros menudos que entre todos serían (***) marcos más. D´éstos, que ansí enbié, les escreví que eran fundidos, creyendo a un un hombre que acá está que se dize Formizedo, de Sevilla, el cual me dezía que savía más en minas y en oro que ninguna otra persona; el cual herró es estos granos que ansí enbié, porque eran de naçimiento y no fondidos, como yo supe después los çierto, y d´este Formizedo que, de todo lo qu´él dezía, e savido y provado que no save nada; tanbién me dixo que con unos granos que con ellos iban de oro más bajo que avían sido falsificados con latón, de qu´él tanbién andava herrado, porque e savido que aquello proçedía de la mina adonde naçía, ni es de creer que los indios, aunque supiesen fundir, mesclasen el latón con el oro, pues que lo tienen con çien dobles más en estima qu´el oro. Así que, reçibidos los dos granos d´este viejo, y holgué mucho y le dixe a él que aquéllos heran muy buenos, y le di un caxcavel, que cuando lo reçibió, dio un relaso de descanso con mayor contentamiento que otro creo tenía en reçibir alguna buena villa, y me respondió que eran muy pequeños estos dos granos al respecto de otros que se fallavan en su tierra, que era de allí çinco leguas; y diziendo esto miró al suelo y escojió piedras de çinco o seis maneras, diziendo que granos avía fallado mayores qu´ellas: la más pequeña sería como una nuez y la mayor como una gran naranja. Fuése este viejo, y vinieron otros que dixeron otro tanto, y algunos señalavan al grano por forma que bien pesaría media arroba, y no de contino se hallavan estos pedazos salvo a las vezes, aunque ellos poco se estavan a catallos salvo agora, por aver estos caxcaveles y otras cosillas. En fin, llegué a ver allí grano que pesava ocho castellanos, y Pero, sobrino de Juan de Luxán, que yo enbié con çiertas personas a hazer un viaje, allá le certificará que se avía fallado en aquella ribera granos de oro atán grandes como la cabeza de un hombre.

En Çibao en aquel tiempo, que era mediado de março, hallé uvas madura de muy buen savor. Del oro ni de las otras cosas de espeçería ninguna memoria fazen los indios, salvo de lo que ven que pueden aver alguna cosa de latón de nosotros, y esta condiçia les viene de muy mal ralo por no trabajar, porque son perezosos en grandísima manera, como su ávito lo faze magnifiesto, porque en el inbierno faze muy buen frío, y aunque por aquí no aya lana de ovejas, ay mucho algodón por los montes, que aun para sembrarlo no son buenos, de que se podrían vestir y se defender del frío, y andan así desnudos todos como sus madres los parió, como de todo ya escreví largo a V. Al., cuando yo partí para descubrir, y dexé el amboltorio en la Ysavela, porque, si viniesen caravelas o algún navío de los que se esperavan y se despachasen antes que yo bolviese, porque V. Al. fuese de todo bien informado.

         Después de buelto de Çibao a la çiudad, que fue Sávado Santo, travajé de conçertar el regimiento d´ella cuanto me paresçía que fuese bien y serviçio de Dios y de V. Al., y hordené consejo, y qu´el padre fray Buil y mi hermano fuesen presidentes; y allende del poder de V. Al. que me dieron, al cual traspasé a ellos para en cuanto yo estoviese en el dicho viaje, le limité muchas cosas particulares las cuales heran neçesarias, de las cuales todas y de la instruçión enbié el treslado a V. Al. en el mesmo enboltorio. A veinte e cuatro días de abril partí con tres caravelas de vela redonda con buen tiempo en nombre de Nuestro Señor Jhesuchristo al poniente, y en pocos días llegué al muy aseñalado puerto de San Nicolás, el cual está enfrente d´esta isla al cabo de Alfa e O, que es en la Juana, la cual no es isla salvo tierra firme, fin de las Yndias por oriente y comienço navegando por poniente, distinto d´este sobredicho puerto diez y ocho leguas. Y sin entrar en él travesé el golfo y llegué a buenas oras al sobredicho cavo de Alfa e O, y dexé de seguir la costa de la tierra de la parte de setrentrión, por donde el viaje primero yo avía andado, y navegué al poniente corriendo la otra costa de la parte del austro, las cuales costas van así al poniente, desviándose la una del polo ártico y la otra açecándose a él por la fechura de la tierra, que comiença por angosto y se alarga, navegando, en forma de vela de caravela latina. De la cual costa que ansí iba subiendo al setentrión dexé de seguir porque era inbierno, por el cual themor por ser el primero biaje, buscava yo de fuir del setentrión al austro a la tenperançia, y a esta causa navegué al oriente buscando el fin de la tierra para pasar al austro. Y bien que según mi navegaçión y distnaçia que después yo avía pasado de la espera yo tenía esta tierra por firme, y no isla, yo me dexé creer a la figura de los indios, que la ponían por isla; y según mi albedrío yo estava en la provinçia de Magón, que se comunica con la nobilísima provinçia del Catayo, así como escreví aquel tiempo a V. Al. y fuera yo entonçes d´ellos çierto o agora, cuando cometí el biaje, todavía llevara mi camino a esta probinçia  a la çuidad de Quinsay y ver d´ella y de otras tantas se es tan nobilísima y riquísima como se escribe y si tiene la amistad de christianos que se dize agora. Verdad es que yo partí de la Ysavela con propósito de ir  a esta probinçia, mas por el deseo que yo tenía de la isla de Jamaica, por las nuevas que d´ella avían dado los indios, no he inprendido el viaje; ni fuera yo si no creyera que la Juana hera isla, mas pensé que los indios me avían afigurado verdad y que era isla; mas después conoçí que ellos son gente allí que jamás salen de su lugar y creen que todo el mundo sean islas y no saven qué sea tierra firme ni curan salvo de comer y de mugeres; mas pensé ir por esta parte para ir a Jamaica, y que la Juana sería isla y que yo pasaría por la parte del austro al fin d´ella al poniente y dende navegaría a setentrión y al poniente fasta hallar el Catayo. Y ansí seguí al mesmo viaje y descubrí y fui a la isla de Jamaica en breves días, a Nuestro Señor sena dadas infinitísimas graçias, con muy próspero viento, y dende bolví a la tierra firme y seguí la costa d´ella al poniente LXX días fasta que tomé la buelta por temor de los vientos, porque no mudasen, y por la gravísima navegaçión que yo fallava por el poco fondo con navíos grandes y muy peligroso navegar por tantas canales, adonde se acaeçió  muchas vezes me quedar los navíos todos tres en seco, qu´el uno no podía ayudar al otro, y otras bezes que no faltava más de un cobdo de agua, y por fuerça de cabestrante y anclas pasava adelante por fuerça, y no menos a la ida como a la buelta, porque yo avía determinado con la esperança de Nuestro Señor de andar tanto adelante, que yo estoviese muy cierto que  yo estava en la tierra firme y pasado todas las islas y çertificar que la Juana no es isla. Y a mi bien determiné la buelta, porque se me avía perdido gran parte de los mantenimientos, que se avían bañado del agua del mar cuando los navíos davan en seco, que a las vezes estavan para se abrir del todo; ma yo llevava maestros y todos otros aparejos para los adovar y tornar a fazer de nuevo, si menester fuese, y andava muy bien probeído de todo. De tal manera me bi en tiempo y voluntad que, si yo toviera mantenimiento, yo provara de bolver a España por oriente biniendo a Ganges, dende í al Signo Arábico y después por Etiopía. Abasta que, después de andado trezientas y veinte y dos leguas a cuatro millas cada una, ansí como acostumbramos en el mar, del cabo de Alfa e O, y pasado islas inumerables, de las cuales el fin del viaje avía yo anotado seteçientas de las mayores, me bolví e no por el camino por donde avía andado, como más largo diré abajo; en el cual cabo de Alfa e O puse colunas con cruz en nombre y señal de V. Al, por ser el estremo cabo de oriente de la tierra firme, ansí como tiene en poniente el cavo de Finisterre, qu´es otro cabo estremo de la tierra firme a poniente, en medio de los cuales amos cavos se contiene todo el poblado mundo, sacado la Ysavela con otras islas de los caníbales y otras pocas.

         Partí en nombre de Nuestro Redentor jueves, veinte e cuatro de abril, de la Ysavela, y el martes siguiente llegué al cavo de Alfa e O, que son (***) leguas de cuatro millas cada una, y con muy buen tiempo navegué al poniente corriendo la costa de la Juana la cual me queda aún a mano derecha de la parte del setentrión, fasta un singularísimo puerto que yo llamé Grande; la entrada d´él es la avertura de una peña no más que de çincuenta pasos en ancho, y tiene doze brazas de siete palmos cada una de fondo, y dentro d´esta boca ay no más de sesenta pasos; de longura y anchura para estar todas las naos del mundo. Desde el cabo de Alfa e O fasta este puerto es toda la tierra montañosa, no estéril ni despoblada de árboles y yervas, aunque no son tan altas y verdes como en otros cavos que fasta aquí en las Yndias e visto; por ventura aquella sazón del año causava que paresçen se como en noviembre las sierras de Castilla, bien que yo e esperimentado yo esto, que dos vezes en el año los árboles y yervas aquí dan fruto, y allí en este tiempo todos los árboles heran sin fojas, y grande cantidad vi déllos con flores y fruta, de los cuales suvía a la mar un olor suavísimo. En este sobredicho puerto ninguna poblaçión avía, así como en toda la costa, y lugo que yo entré en él vi a mano derecha muchos fuegos junto con el agua y un perro y dos cámaras sin persona alguna. Desçendí en tierra y vi más de cuatro quintales de pezes en asadores al fuego, y conejos y dos serpentes. Y allí muy açerca bi en muchos lugares presas al pie de los árboles muchas serpientes, la más asquerosa cosa que hombres vieron: todas tenían cosidas las bocas salvo algunas, que no tenían dientes; eran todas de color de madera seca y el cuero de todo el cuerpo muy arrugado, en espeçial aquél de la cabeza que le deçendía  sobre los ojos, los cuales tenían benenosos y espantables; todas estavan cubiertas de sus conchas muy fuertes, como un pece de escama, y desde la cabeza fasta la punta de la cola por medio del cuerpo tenían unas conchas altas y feas y agudas como puntas de diamantes. Mandé tomar todo el pescado para refresco de la gente, y después con las barcas de los navíos andube buscando el puerto, y de cavo bi en un cerro mucha gente, todos desnudos, como en estas partidas andan. Hízeles señalar que se allegasen, y a cavo, de buen rato se acercó uno d´ellos aí ençima de una peña; y fablado que ovo con este indio que yo traigo, qu´es Diego Colón, uno de los que fueron a Castilla, el que ya save fablar muy bien nuestra lengua, luego se allegó a las barcas y llamó a todos los otros, que serían setenta, y me dixo que su rey, o caçique a quien ellos llaman, los avía enviado allí a pescar y caçar estas serpientes, porque quería fazer una fiesta. Y fízele yo dar caxcaveles y fízele yo dezir cómo avía mandado tomar todo el pescado y no otra cosa, y por ello le dava aquellos caxcaveles y otras cosas. Holgaron mucho cuando supieron que las serpientes quedavan, y respondieron que todo fuese en buena ora y que en la noche pescarían más. Y el día siguiente antes del sol salido di la bela y seguí mi camino al poniente, siempre prosiguiendo la costa de la tierra, la cual siembre andava mejorando en hermosura y más poblada. El tiempo era, a Dios sean dadas infinitísimas gracias, muy bueno. No quise detener al llamado de nadie, que todos corrína tras nosotros por las playas, llamándome e amostrándome el pan y las calabazas de agua, llamándonos “gente del çielo que fuésemos a sis casas”; y toros en “canoas”, que ansí llaman a sus barcas y fustas, y otros nadando me seguían. Y el viento hera fresco, y yo lograva, porque las cosas de la mar no tienen haz, que muchas vezes por un día se pierde un viaje, y ansí navegué fasta un golfo adonde avía infinitísimas poblaçiones y las tierras heran que todas pareçían huertas, las más hermosas del mundo, y toda tierra alta y montalla de acá adentro. Sorgí allí, y la gente de toda la comarca luego vinieron, y traían pan y agua y pescado, qu´esto es lo que tienen en estima. Y luego en amaneçiendo partí el día siguiente, y andando fasta el cavo de la Espuela determiné de dexar este camino y esta tierra, y navegar en busca de la isla de Jamaica al austro y al sudueste. Y así plugo a Nuestro Señor que, a cavo de dos días y dos noches, con muy próspero tiempo llegué a la dicha isla a dar en medio d´ella, la cual es la más hermosa que ojos vieron. Ella no es montañosa, y llega la tierra que paresçe al çielo, y es muy grande y mayor que Seçilia, que tiene en el çerco ochoçientas millas. Es toda valle ultra modo, que ansí a la lengua de la mar como a la tierra adentro está llena de poblaçiones y muy grandes y no lexos una de otra un cuarto de legua. Tiene canoas más que todos los otros indios que yo aya visto, y las más grandes; y “canoas”, como dixe a V. Al., son sus fustas y sus barcas. D´ellas son muy grandes y d´ellas no tanto; son todas de un trozo de un árbol, y aquí y en todas las Yndias donde e estado cada caçique señaladamente tiene una, de que se preçia como un prínçipe faze de una nao grande, y ansí la trae labrada la popa y la proa y la portada a lazos e fermosura; y en estas grandes van sus personas y en las pequeñas exerçitan la pesquería; d´estas grandes e medido que llegan fasta noventa y seis pies de largo y ocho de ancho.

         Llegué aquí a Jamaica, y luego salieron bien sesenta canoas todas cargadas de gente y vergas una legua en la mar en son y forma de pelear. Y cuando vieron que yo no dava por ellos y seguía todavía el camino de la tierra, ovieron miedo y se bolvieron fuyendo; y yo tube forma de aver una d´ellas con la gente, y yo les di vestidos y otras cosas qu´ellos tienen en gran preçio, y después les di liçençia. Y después fui a çorgir a Santa Goloria, que así le puse nombre a este lugar por la estrema fermosura de la tierra, porque ninguna conparaçión tienen con ella las güertas de Valençia ni de otra parte que buenas sean; y esto no es en un solo valle ni en poca instançia, salvo en toda la isla. Ansí dormí allí, y en amaneçiendo levanté las anclas para ir a buscar puerto çerrado para desplanar y adovar los navíos, en que se avían descubierto grandes aguas. Y andando cuatro leguas al poniente vi uno singularísimo, al cual enbié la barca para ver la entrada, ansí como yo suelo en cada uno, otrosí para ver si avía fondo o si es limpia de baxas. Salieron a ellas dos canoas con mucha gente y le tiraron mucha baras y vergar, mas luego fuyeron después que ovieron resistençia, y no tan presto que no reçibiesen castigo. Y después que yo ove çurgido, vinieron a la playa tantos d´ellos que cubrían la tierra, todos teñidos de mill colores, y la mayor parte hera de prieto, todos desnudos ansí como andavan; traían plumas en las cavezas de diversas maneras, y traían el pecho y el vientre cubierto de fojas de palma, dando la mayor grita del mundo y tirando baras, aunque no nos alcançavan. Yo tenía neçesidad de agua y de leña aliende de adovar los navíos, y tanbién bi que no hera razón de dexarlos con esta osadía, por otras vezes que puede acahezer en otros viajes. Armé toda tres barcas, porque las caravelas no podían llegar adonde éstos estavan por el poc fondo, y primero porque se conoçiesen nuestras armas y (***) saltar con ellos en tierra, porque adonde ay muy pocos entre inumerables (***) . E yo temiendo sería peligro, porque muchas vezes e visto, amostrando una espada a esta gente, la toma por el filo sin pensar que ofende, ansí que tanta muchedumbre, aunque d´ellos se matasen infinitos, sería peligro grande, dispuse primero que cobrasen miedo, y a esta causa, después que yo bi qu´estava bien picados de vallestas, y ellos fuyeron que no espera hombre ni muger en toda la comarca, un perro que yo llevava les hizo gran daño: muy gran guerra haze acá un perro, tanto que se tiene a presçio su compañía como diez hombres, y tenemos d´ellos gran neçesidad. No quise quemar las casas d´esta gente, que allí avía muy muchas. Y el día siguiente, antes del sol salido, bolvieron seis d´ellos a la playa llamando que no me fuese, porque todos aquellos caçiques de la comarca me querían ver y traer pan y pescado y frutas; y ansí lo fizieron de manera que toda la gente refrescó muy bien e estuvieron muy abundosos todo el tiempo que yo allí estuve, y queadron ellos muy contentos con las cosas que yo les di. Navegué treinta y cuatro leguas al poniente fasta el golfo del Buen Tiempo, adonde me tomaron los vientos contrarios para seguir la costa adelante, e yo, por no perder tiempo y conoçiendo ya esta isla y su sustançia y visto que no avía oro ni metal, que toda la tierra por más que oro la tengo, como diré después, fize el viento contrario bueno y bolvía a la Juana tierra firme, con propósito de seguir la costa d´ella que yo avía dexado, hasta ver si era isla o tierra firme. Y fue a demandar una provinçia a que llaman Macaca, qu´es muy hermosa y poblada, y fue a çorgir  a una poblaçión muy grande, el caçique de la cual luego me embió buen refresco e a dezir que ya me conoçía por oídas del primero viaje que yo avía estado de la otra parte del setentrión d´esta tierra, y que conocía al padre de Ximón, aquel indio que tenía el prínçipe mi señor, de que yo me maravillé mcuho. E yo entré en la barca y fui a tierra, y después de le dado muchas cosas que tienen en preçio, le pregunté si esta tierra hera isla; y él con otros muchos viejos que con él allí estavan respondieron que sí, mas que era tierra infinita de que nadie no avía visto el cavo d´ella al poniente. Gente hera ésta muy mansa y desviados de malos pensamientos. Ay diferençia d´ellos a los de todas las islas, y eso mismo en las aves y alimañas, que todas son de mejor conversaçión y más mansas.

         Navegué el siguiente día, que fue quinze de mayo, al setentrión declinando al norueste siguiendo la costa d´esta tierra, y a ora de vísperas vide muy lejos qu´esta costa bolvía al poniente. Yo desde entonzes llevé aquel camino, aunque la tierra no me quedase a mano derecha; y esto fue porque me faltava el fondo. Y otro día al salir del sol miré de ençima del mástel del navío y vi la mar cuajada de islas a todo los cuatro bientos, todas verdes y llenas de árboles, la cosa más fermosa que ojos vieron. Temía de navegar entr´ellas por las baxas y porque an menester mill vezes cada día los vientos todos, porqu´el canal de la una no conforma con aquél de la otra. Quisiera pasar al austro y ver si pudiera navegar al poniente y dexar estas islas a mano derecha, mas yo me acordé y tengo notiçia que toda esta mar es ansí d´ellas hasta el trópico de Capricornio, y entonzes yo estava  açerca de aquél de Cancro; determiné de andar adelante y seguí mi intinçión de no dexar de la vista de la tierra firme. Cuanto más andava, desubría más islas, que día se hizo que anoté çiento y setenta y cuatro. El tiempo para navegar entr´ellas me lo dio Nuestro Señor siempre a pedir por la boca, que corrían los navíos que paresçian que bolavan.

         Llegué a posar día de Pentecoste a la costa de la tierra firme en un lugar despoblado y no por destenperançia del çielo ni esterilidad de la tierra, en un grande palmar de palmas que paresçían llegavan al çielo. Allí a la orilla de la mar en la tierra salían los ojos de agua en el alto con ínpetu más de un pie, cuando la marea era de creçiente, atán fría y sabrosa, la mejor que hombre vieron; y este frior no es salvaje, como otros que dañan el estómago. Descansamos allí en esta yerva con estas fuentes y al holor de las flores, que allí se sentía maravilloso, y a la dulçura del cantar de los paxaricos, tan suave y de tantos, y a la sombra d´estas grandes palmas y fermosísimas. Vi allí señal de gente y ramos de palmas cortados. Y después de aver descansdo un poco entré en las barcas y fui a ver un río que me quedava al levante media legua, y fallé el agua d´él estar tan caliente qu´escasamente se çofría la mano en ella. Andube por él arriba bien dos leguas sin hallar gente ni casas, y siempre en la tierra hera aquella fermosura y los palmares grandes y verdes y en ellos infinitas grúas atán coloradas como escarlata, y en toda parte el holor de los árboles y flores y el cantar de los paxaricos, que era cosa maravillosa; ni menos este holor ni cantar hallé en todas las islas falladas, las cuales no ove lugar de nombrar cada una por su nombre, porque eran infinitas; mas en general las llamé a todas el Jardín de la Reina. El día siguiente, estando yo muy ganoso de aver lengua y saber d´esta tierra, vi una canoa de gente que andava a caça de pezes; caça le llaman ellos y yo, porqu´es ansí la forma, porque tienen estos caçadores çiertos pezes amostrados, los cuales son ansí de fechura de congrio, y los traen atados por la cola con un cordel muy cumplido. Y estos pezes tienen la cabeza larguilla, toda llena de fosas ansí como de pulpo, y es muy osado, qu´él acomete a cualquier otro por grande que sea y se le apega con la cabeza en el lugar más ofensible, y no le despegará d´él antes que mueran. Y ansí los caçadores lo hechan al pez que quieren, y él es muy presto y se le apega adonde yo dixe, y después tiran por el cordel y sacan el uno y el otro hasta la lumbre del agua, adonde la matan y prenden con mayor cuerda. Así que estos caçadores estavan muy desviados de mí, e yo les enbié las barcas armadas y con arte porque no se les fuyesen a tierra; y llegados a ellos, les hablaron estos caçadores de lexos como corderos sin maliçia, diziendo que se detuviesen con las barcas, porque tenían uno d´estos pezes pescando en el fondo a una grande tortuga, hasta que lo oviesen recogido en la canoa; y ansí lo hizieron. Y después tomaron la canoa y ellos con cuatro tortugas, y cada una tenía cuatro cobdos en largo, y los truxeron a los navíos y me dieron nuevas de la tierra y de su caçique, quéstava allí muy çerca, que los avía anbiado a pescar, y me rogaron que fuese allá, porque me faría gran fiesta. Diéronme todas cuatro las tortugas, e yo les di muchas cosas, con que fueron muy contentos. Preguntéles si esta tierra hera muy grande, y me respondieron que no tenía cavo al poniente y era cuajada de islas. Diles liçençia, y ellos me preguntaron cómo yo me llamava, qu´ésta es la costumbre que tienen en cuantos cavos yo boy, y después bolvieron a su exerçiçio, mas primero me dieron el nombre de su caçique sin que yo se lo preguntase, honrándose d´ello, que así lo hazen en todo cavo.

         Partí de aí por de dentro d´estas islas en las canales más nabegables siguiendo el poniente, y siempre no me desviava de la tierra firme, y con buen tiempo, a Dios sena dadas infinitísimas graçias. Y andando muchas leguas hallé una isla más grande y al cavo d´ella una grande poblaçión. Y bien que yo llevase muy buen tiempo, determiné de surgir y fue a tierra, mas no fallé persona alguna, porque todos avían huido. Gente sería que se governava de pescado; infinitas conchas de tortugas tenían muy grandes por aquella playa. Haí fallé todos juntos bien cuarenta perros no grandes y muy feos, como criados a pescado, ni ladravan, y supe que los indios los comen, y aun de nuestros christianos los an porvado y dizen que saven mejor que un cabrito. Muchas garzotas mansas y otras avezillas tenían allí estos indios. Partí yo de a llí sin le tocar en nada, y luego hallé otra isla muy mayor, mas no curé salvo de llevar mi camino a unas montañas altísimas de la tierra firme, qu´estavan de mí catorze leguas; y allí fallé una gran poblaçión y bien tratábiles, y nos dieron mucho refresco de pan y fruta y agua. Preguntéles si esta tierra es mucho adelante al poniente; respondió el caçique, el cual hera hombre de bien, viejo, con otros de su tiempo, qu´esta tierra hera grandísima, que jamás avía oído dezir quién la supiese el fin; más adelante sabría nuevas de la gente de Magón, de la cual provinçia ellos estavan comarcanos.Navegué el siguiente día al poniente, siguiendo siempre la costa d´esta tierra. Y andando muchas leguas, simpre por las islas, más grandes y no tan áspera, llegué a una sierra muy alta y grande, que andava muy mucho por la tierra adentro, atanto que no pude ver el fin d´ella; y d´esta parte de la mar d´ella avía poblaçiones infenitas, de las cuales luego vinieron a los navíos gente infinita con fruta y pan y agua y algodón hilado y conejos y palomas y de otras mill maneras de aves cantando por fiesta, creyendo todavía que yo venía del çielo ansí como en todo otro cavo; y aunqu´este indio que yo traigo les dixese que “de Castilla”, creían y creen qu´es çielo y que V. Al. está en él. Llegué aquí una tarde y, de tanto como yo avía andado en poco agua, allí no pude fallar fondo, y el venteçillo de la tierra me hechava fuera, que yo deseava estar allí un día y ver bien toda esta tierra: Hornofay se llama la provinçia. Estuve a la cuerda allí tada una noche pairando, que no me paresçió un abrir de mano por el suavísimo olor que de la tierra venía y el cantar de los paxaricos y tanbién de aquél de los indios, qu´es muy contentable. Estos me dixeron cómo allí adelante hera Magón, en la cual provinçia toda la gente tenía cola, y que a esta causa yo los hallaría todos vestidos; y no es ansí, mas éstos desnudos hordenaron esto de aquellos que andan cubiertos, burlando de aquéllos que andan bestidos; tanbién me dixeron cómo adelante avía islas inumerables y pocos fondos, y qu´el fin d´esta tierra hera muy lexos, atanto, que en cuarenta lunas no podría llegar al cavo. Y dixeron verdad de la inumerables islas y poco agua; mas yo creo que llegaría a la tierrra en menos tiempo qu´ellos dezían, bien que se deve entender que sobre el andar de sus canoas hazían congetura, y no saber que una caravela andaría en un día con buen tiempo más qu´ellos en siete.

         El día siguiente el veinto hera bueno, y yo cargué las velas, andando muy gran camino siempre por esta mar hasta adonde poder saltar en tierra de los navíos. No fallava fondo: Todo de un golpe entré en una mar blanca como leche y espesa como el agua en que los çurradores adovan los cueros, y luego faltó el agua y quedé en dos brazas de fondo. El viento era muy mucho y yo estava en un canal muy peligroso para bolver atrás ni çorgir con los navíos, porque no podía virar sobr´el ancla la proa al viento ni avía fondo para ellos, porque siempre andava arrastrando la quilla por el suelo. Anduve ansí por esta canal de adentro d´estas islas diez leguas a mi albedrío hasta una isla, adonde yo hallé dos brazas e un cobdo de agua y largura para estar las caravelas. Allí sorgí y estuve con grande pena, pensando me sería de fuerça dexar mi empresa y que no era poco si yo bolviese adonde yo avía venido; mas Nuestro Señor, que siempre me a fecho mill merçedes muy aseñaladas, me dio esfuerço y puso en voluntad que yo seguiese adelante el camino. El día siguiente enbié una caravela pequeña a tentar el fondo de toda aquella mar allí çerca y a ver si hallava agua dulçe en la tierra firme, de que tenían todos los navíos grande neçesidad. Bolvió con la respuesta que, a la orilla de la tierra, avía un lodo muy alto e hasta dentro en la mar grandes piezas la arboleda, tan espesa, que no entraría por ella un gato; y que avía andado por esta costa mucho y que en toda la mar avía hallado canales y el mesmo fondo que yo avía traído e yo avía visto de ençima del mástel del navío: a todos los vientos lamar toda cuajada de islas y todas ansí blancas; y la tierra firme, que a la orilla de la mar hera la arboleda muy espesa en gran manera y durava de ancho como muro de çiudad un cuarto de legua, y que todos estos árboles heran en el agua, y junto con esta arboleda avía tierra alta y llena de palmas y otros árboles muy fermosos, y avía prados y campos: duraría el anchor d´esto cuatro leguas, y en lugar, çinco, siempre ansí al luengo de la costa de la mar; después avía tierra muy alta y muchas montañas en ella, todo muy fermoso y berde; y vio muchas ahumadas y grandes fuegos. Determiné de seguir adelante y navegué ansí entre estas canales entre estas islas, las cuales heran más ásperas que en el Jardín de la Reina, y ansí llenas de árboles verdes y hermosos, y de aves. Y navegué así al nurueste fasta que llegué a una punta muy baja con los navíos en seco; y dentro d´esta punta la tierra boja al oriente, y se descubría al setentrión montañas muy altas lexos d´esta punta veinte leguas, y entremedias limpio de islas, que todas quedavan al austro, e el poniente tenía por viento bueno e ya hallaba tres brazas de fondo. Determiné de tomar el camino d´estas montañas, alas cuales no pude llegar fasta el día siguiente, que fue a çorgir a un palmar muy fermosos y grande, adonde yo hallé fuentes de agua dulze muy buena y señal que allí avía estado gente.

         Acaesçió qu´estando aquí forneçiendo los navíos de leña y agua, y un ballestero que avía caçado se halló entre muchos indios que, según él dixo, sería bien treinta, y qu´el uno de ellos traía túnica blanca hasta los pies, y que se halló tan de súpito sobre él y sobre desacuerdo, que pensó que era un fraile de la Trinidad que yo traía; después binieron a él otros dos con túnicas blancas que llegavan debajo de la rodilla, los cuales heran tan blanco como nosotros en la color. Entonçes él ubo miedo y dio bozes huyendo a la mar. Vido que los otros se descubrieron y que aquél de la túnica cumplida venía tras él llamándole, y qu´él nunca escuchó, sino fuyendo se tornó a las barcas y me hizo relaçión d´esto. Y enbié luego gente allí adonde él avía visto esto, por ver si podía aver allí fabla con esta gente, porque, según la relaçión d´este vallestero, éstos no venían por fazer mal, salvo por aver fabla con nosotros. No hallaron a nadie aquellos que yo enbié, puesto que fueron muchos por la tierra adentro, de que me pesó harto, porque yo quisiera aver fabla con ellos, que yo ya avía pasado tantas tierras que no avía visto gente ni poblado. Comprehendí qu´éste d´esta túnica hera señor o “caçique” d´ellos, el cual vibiría mucho la tierrra adentro, porque todas estas tierras, como yo dixe, son anegadas y llenas de árboles junto con la mar, e allí adentro son muy fermosas tierras, aunque allí adonde yo estava hera playa y tierra enxuta y lindos palmares e aguas muy buenas, e nos abrían visto venir de la mar en fuera, y se abría açercado a la ribera de la mar por saber de nosotros. El día siguiente, con el deseo que yo tenía de saber nuevas qué tierra era ésta, enbié veinte y çinco hombres bien armados que aduviesen ocho o diez leguas la tierra adentro fasta fallar gente, que creo que a menos de çinco abría poblaçiones, según las ahumadas que yo vía. Y andando un cuarto de legua hallaron una vega que andava de poniente al levante al luengo de la costa, y por no saber el camino quisieron atravesar la vega, y la yerva era tanta y tan alta entretexida, que nunca pudieron andar adelante y se bolvieron acá cansados, como si anduvieran veinte leguas, y me renunçiaron que era inposible andar la tierra adentro por allí, porque no pudieron fallar camino ni bereda. El otro día torné a enbiar a otros al luengo de la playa para ver si topava con alguna bereda que anduviese la tierra adentro; fallaron rastros de vestias grandísimas de çinco uñas, cosa espantable, que juzgavan que fuesen de grifos o de otras vestias, e juzgavan que fuesen leones. Tanbién éstos se volvieron atrás. Aquí falle muchas parras muy grandes y muy fermosas, cargadas de agraz, que cubrían todos aquellos árboles, que era cosa de maravilla. Tomé d´ellas y de la tierra del fondo d´esta mar blanca para enviar a V. Al., y ansí le enbío en una espuerta de agraz e trozos de parras en un barril de la tierra del fondo de la mar blanca. También allí avía muchas frutas aromáticas, como en los otros lugares deonde yo fue, de las cuales no e procurado poco para secar  e enviar a V. Al., mas nunca se a podido fazer, porque no a avilidad en los navíos. También fallaron estos hombres que yo avía enviado grúas mayores dos vezes que aquéllas de Castilla.

         Visto que yo avía dexado la punta del Serafín, donde la tierra boxava al poniente, y avía atravesado a las montañas al setentrión, no quise que me quedase dubda en estas tierras de la punta del Serafín si andaría mucho al levante y faría isla toda la tierra que yo avía pasado. Navegué de aí donde yo estava al oriente por la mesma costa fasta que yo vi que la una costa y la otra se ajuntavan y hazían allí seno. Bolví la mesma costa atrás otra vez al poniente, u aunque yo traía los navíos y la gente muy cansada, propuse de navegar al poniente fasta unas montañas que yo avía visto lejos de mí, de adonde tomé agua, el treinta y çinco leguas. Y andando las nueves fallé en una playa dos casas, y tomé el caçique d´ellas, el cual, como ignorante e persona que no avía salido de allí, me dixo que, allende de aquellas montañas, que paresçía que era la mar muy fonda y boxía al setentrión muy gran número de jornadas. Levanté las áncoras y seguí mi camino muy alegre, pensando que sería ansí como me avía dicho, y andando otras (***) leguas me fallé anbaraçado entre mucha islas e muy poco fondo, de manera que yo no hallava canal que me consintiese andar adelante. Mas a Nuestro Señor le plugo a remediar mi deseo y, al cavo de un día y medio, por un canal muy angosto y bajo por fuerza de anclas y cabestrantes andube pasando los navíos por la tierra en seco casi media braza fasta aver andado dos leguas , adonde yo fallé dos brazas y media de agua, en que navegavan los navíos; y andando más adelante fallé tres brazas. Y allí vinieron muchas canoas, y la gente d´ellas me deçía que, allende de aquellas montañas, reinava un rey que me pareçía qu´ellos dezían por maravilla el modo y forma de su regimiento y de la gente; dezían de su estado y que tenía infinitas provinçias y que se llamava “Sancto”, y traía túnica blanca que le arrastrava por el suelo. Holgué mucho, pensando que yo podría llegar a él, mas según yo comprehendo, estava mucho la tierra adentro. Y ansí llevé el camino siguiendo la costa de la mar, siempre no más de tres brazas de fondo. Y después de navegado cuatro días y pasado las montañas, que me quedavan muy mucho al oriente, y siempre fallando la costa de la mar anegada y arboleda espesa, como dixe, y que hera inposible entrar por ellas, y que yo estava metido en un seno, porque otra bez la tierra, del austro, bojía al oriente, vi unas montañas muy altas allí adonde esta tierra hazía cavo, lejos de mí veinte leguas, pues que la mar no bogía al setentrión ni hera de muy grandísimo fondo, como el caçique avía dicho. Al cual torné a repreguntar por qué me mentía, y él dixo que los avía oído dezir que las costa de la tierra que yo seguía que no iría yo al cavo en çincuenta lunas. Navegué por dentro de muchas islas, y al cavo de dos días con sus noches llegué a las montañas que yo avía visto, y hallé que era un Cheroneço atán grande como aquél de la Aurea o como la isla de Córçega. Çerquéle todo y nunca pude halla entrada para ir en tierra adentro, porque era así la costa llena de lodo y de los árboles espesos como de las otras que arriba dixe, y las ahumadas heran en la tierra adentro muy grandes y muchas. Estube allí por esta costa siete días buscando agua dulze, de que yo tenía neçesidad, de la cual fallé en la tierra de la parte del oriente en unos palmares muy lindos. E allí fallé nácares grandísimos; perlas debe aver allí, si se continuase la pesquería. Después que yo ove tomado el agua y leña, navegué al austro siguiendo la costa de la tierra firme fasta que me llevava al sudueste y paresçía que avía de llevar este camino gran número de jornadas; y al austro vía toda la mar cuajada de islas.

         Ya aquí estavan los navíos muy desconçertados por las muchas bezes que avían dado sobre los bajos y quedado en seco, y tanbién tenía todas las cuerdas y los aparejos muy gastados y la mayor parte de los mantenimientos perdidos, en espeçial el vizcocho, por la mucho agua que fazían los navíos, porque eran muy desmanchados, y toda la gente estava muy cansada y temerosa, aunque d´esto mucha esperança tenía yo en Dios que nos traería a salvamiento. Y visto que yo avía pasado desd´el cavo de Alfa e O justo mill y duzientas y ochenta y ocho millas, que son treçientas y veinte y dos leguas, y avía anotado infinitas islas, acordé de tomar la buelta y no por el camino que yo avía traído, y tornar a Jamayca, a que nombre de Santiago le avía puesto, ya dispuesto de acavar de rodear toda la parte del austro, porque yo avía andado a rodear toda esta isla Ysavela toda la parte del austro, que yo no avía visto, y qu´estando al cavo de la isla del poniente, si pudiese, adovar allí los navíos y correr al oriente todas las islas de los caníbales y descubrir otras. Y allí di la buelta al austro, pensando poder pasar por de dentro de unas islas que allí estavan, en las cuales nunca hallé canal, y me fue por fuerça de bolver atrás por un brazo de mar, por donde yo navegué hasta la punta del Serafín a las islas donde primero avía çorgido en la mar blanca.

         Después que ove pasado las casas del caçique que arriba dixe en una jornada, una mañana antes qu´el sol saliese bi benir de la mar en fuera el camino  de la tierra más de un çiento de cuervos marinos todos juntos; y porque yo otro tanto nunca vi en cuanto aya andado por la mar, lo cuento por maravilla. Y el día siguiente vinieron a los navíos tantas mariposas, que escureçían el aire del çielo, y duraron ansí fasta la noche, que lo estruyó una gran agua y estorbonada que vino. Tanbién cuando yo dexé la tierra donde deçían qu´estava el rey “Santo”, para ir al Cheroneço, a que de Sant Juan Evangelista puse nombre, vien que yo en todas aquellas mares uviese visto infinitísimas turtugas, en estas veinte leguas la mar era muy cuajada d´ellas, grandísimas, atantas que paresçía que los navíos se encallarían en ellas. Tiénenlas los indios en gran preçio y por muy sanas y sabrosas, y nosotros no las tuvimos en menos.

         Después que yo partí del Evangelista, navegué por un brazo de mar Blanca, como es todo lo otro de allí, e muy profundo. En cavo de muchos días llegué a las islas adonde yo avía çorgido en la primera vez en la mar Blanca, que fue más milagro de Nuestro Señor que saber ni ingenio de hombre. Y dende vine fasta la porbinçia de Hornofay con no menos peligro que yo avía pasado, y allí sorgí en un río y forneçí los navíos de agua y leña para navegar al austro y no bolver por donde avía venido y dexar el Jardín de la Reina a mano izquierda, si otras islas no me lo inpidiesen. Y ansí fue, aunque no pude pasar sin comunicar a muchas islas, que hasta entonzes no avía visto. Aquí en esta probinçia es la tierra montañosa, como yo dixe arriba, fertilísima, de gante mansa en grande manera y muy abundosos de fruta e de sus viandas, de que de todo me dieron muy grande parte; e eran suavísimas y aromáticas. Allí nos truxeron tanbién infinitísimas aves y papagayos, y los más eran palomas muy grandes, tan asbrosas como las perdizes de Castilla; fazíalas yo abrir por ver qué tenían en el pao, así como a los pezes que llí en el navío se matavan, y fallava a estas palomas el papo lleno de flores que olína más que si fueran de naranjo. Allí mandé dezir missa y plantar una alta cruz de un gran madero, ansí como yo acostumbrava hazer en todo otro cavo idógeno adonde yo e estado y ando.

         Domingo cuando se dixo la missa y yo desçendí en tierra, adonde primero avía mandado hordenar una iglesia al caçique de aquí, que paresçía hombre muy honrado y señor de mucha gente, cuando yo desçendí de la barca, me vino a tomar por la mano, e un hombre muy biejo, de más de ochenta años, que benía con él al lado, me tomó por la otra mano; traía este viejo un ramal de cuentas de piedra mármol al pescueço, las cuales acá en todo cavo tienen en gran preçio, y un çestillo de mançanas en la mano, el cual luego me dio en presente como desçendí de la barca. El, con todos los otros, ansí desnudos andan como nasçieron, ansí como en todo otro cavo que yo aya hallado. Y después este caçique con este viejo y toda su gente tras nosotros me llevaron así por las manos hasta la iglesia, adonde me dieron lugar que acavase mi oraçión. Y después el viejo propuso su raçonamiento con muy buen paresçer y muy buena osadía. El intento fue cómo él avía savido cómo yo avía corrido todas las islas y tierra firme, la cual hera aquélla en que nosotros estávamos, y que yo no tomase banagloria, puesto que toda la gente oviese miedo, porque yo hera mortal como todos los otros; y de aquí començó con palabras y señas afigurando en su persona cómo nos naçimos y teníamos ánima y mostrando el amor que tenía con el cuerpo, y que del mal de cada miembro ella era la que se dolía, y al tiempo de la muerte al despedimiento d´él sentía gran pena, y qu´esta ánima iba al Rey del çielo o en el avismo de la tierra, según el bien o el mal que avía obrado en el mundo. Y porqu´él conosçió que yo gustava y avía plazer de oílle, (***). Respondíle yo con interçesión d´este indio que yo tengo conmigo, qu´es de aquellos que fueron a Castilla, como yo dixe arriba, el cual entiende muy bien nuestra lengua y la pronunçia y es muy buena persona, que yo no avía fecho mal a nadie salvo a los malos, mas antes fazía bien y honra a todos los buenos, y qu´esto hera lo que V. Al avían mandado. Y él respondió con maravilla a este indio: “¿Cómo? ¿Este almirante a otro señor obedeze?” Y él respondió: “A el rey y a la reina de Castilla, que son lo mayores señores del mundo”. Y por aquí les començó a contar todas las cosas de Castilla, de las çiudades, de las iglesias, de las casas grandes y de la nobleza de la gente, de las fiestas y justas qu´él  avía visto, del correr de los toros, de las cosas de las guerras qu´él avía savido. Todo lo recontó muy bien, en forma que holgó muy mucho el viejo y se determinó de venir a ver a V. Al., mas por la mujer e hijos que lloravan, por piedad dexó la empresa, y no le quise tomar por fuerça como a otro mançevo, el cual tomé mucho sin escándalo de la tierra; el cual con el caçique que tomé en Sava anbío a V. Al., que aunque esta gente sean desnudos y parezca al huir que devan ser salvajes y vestias, yo les çertifico que son agudísimos y huelgan de daver cosas nuevas como nosotros. Ellos, luego que yo llego a alguna poblaçión, vienen a los navíos con sus canoas para reconoçernos como avisados, y la primera fabla es fazernos saber cúyos son y el nombre de su caçique, teniéndolo en gran cuenta e recontando su  grandeza y su estado, y después preguntan por el nombre del caçique de los navíos; y savido, replícanlo el uno con el otro muy muchas vezes, porque no se les olvide, y después preguntan cómo llaman a los navíos y si venimos del çielo; y aunque se les diga que de Castilla, todavía queda asentado en sí qu´este reino es en el çielo, porque no tienen notiçias salvo de gante desnuda salvando a los de Magón, a los cuales ponen por tacha qu´el bestir es porque tienen cola, como dixe arriba. Ya yo dixe cómo estos caçiques no tienen bienes propios y que ansí me lo avían dicho, porque la tierra es tan grande y tan fértil, que sobrara aunque ubiese çien vezes otros tantos. Bien podrá ser que, fuera de la ribera de la mar, que la tierra adentro que abrá otro regimiento, como avemos leído y se deve creer la mayor parte, mas yo no me e querido detener en ningún cavo a enviar a otra tierra salvo correr la costa de la mar cuanto yo puedo, porque, después de savida la mar y la costa d´ella, buscaremos y entraremos en la tierra y partiremos de nuestra casa con tal propósito y adereço, porque abremos visto de la mar el lugar donde nos parezerá de gastar el tiempo. Verdad es que si yo fuera de la parte del setentrión, como yo fue del austro, fazia el Catayo, que trovara provinçias fermosas. Yo gastaré algún tiempo en enbiar gente la tierra adentro, e si en la costa no fallara lo que se escribe en las istorias d´esta probinçia de hedefiçios reales y de fertilidad de la tierra, que yo agora e comprehendido harto, y sobre todo por qué dizen que los anteçesores d´este enperador enbiaron a Roma que les enbiasen doctores que les enseñasen nuestra sancta fee, porque se quería tornar christianos con su gente, y darle la enbaxada de V. Al.

         Partí de la probinçia de Hornofay del río de las Misas y navegué al austro por dexar el Jardín de la Reina a mano izquierda, por el peligro de la navegaçión que yo en él avía pasado, y andando días (***)  no sin pasar islas, de las cuales con las otras que yo vi a la ida, que fueron inumerables (***), bine a tener a la porbinçia de Macaca por causa de los vientos que me resurtieron. Y allí en toda la probinçia  me reçibieron muy bien y me dieron refresco de las cosas que tenían. Después partí con próspero viento y bolví a la isla de Santiago, a que los indios Jamayca dizen, a çurgir en el mesmo lugar de donde yo avía partido cuando yo dexé la isla y vine a la tierra firme, y allí entré en un golfo muy grande, a que yo llamé Buen Tiempo, y de allí navegué al poniente hasta que yo llegué al cavo de la isla, y dende al austro fasta que la tierra boxía al oriente. Y ansí al cavo de (***) días bine al monte Christalino, y de allí a la punta del Farol y a la baía, qu´es más a levante honze leguas de adonde hizo fin la isla sobredicha.

         En este camino ovimos çiertos dias de viento contrario (***) e vemos qu´el común navegar de un día natural sean duzientas millas, que son çincuenta leguas, y un día grande setenta leguas. D´estas jornadas muchas (***) acavado el viaje. Y no parezca maravilla que navegando se pueda albitrar el camino muy çierto, mas ante se prueva por muy verdadero, porque muchas vezes se vuelbe a la isla o tierra de donde la persona partió y no con el mesmo viento ni tiempo, salvo muchas vezes muy contrario y adverso, y aquí consiste el saver del maestre y el remediarse al tiempo de la tormenta, ni tenemos por buen maestre ni piloto aquél que, aunque aya de pasar de una tierra a otra muy lexos sin ver señal de otra tierra alguna, que yerre diez leguas, aunqu´el tránsito sea de mill, salvo si la fuerça de la tormenta no le dexe usar el ingenio. No me alavo ni digo que se me tome por çierto el camino pasado el otro viaje primero que V. Al. Me embiaron a las Yndias, que en la mesma moche que prometí grande dádivas, (***), porque fue milago de Nuestro Señor porque quiso dar todo esto a V. Al., que yo corrí aquella noche con demasiado viento fasta tres leguas y media cada hora, y a las honze de la noche ya pasadas yo fui el primero que vi la lumbre en la tierra de la isla de Sant Salvador, que fue la primera que acá fallásemos, y gané la merçed que V. Al. avía prometido por esto al primero que viese la tierra; y fuera yo agora este viaje que vine con la armada grande la segunda vez la primera persona que vido la isla Dominica en el término de los caníbales, si el camarero no fuesra causa de engaño, el cual, rogado de mi piloto que yo tenía, le amostrava mi carta de marear y cuántas leguas cada día yo apuntava, y dixo que me avía oído dezir a fray Buill que avíamos (***). Ansí qu´el domingo al alva, yo durmiendo por el trabajo de la noche que avía pasado, porque yo continuamente suelo de velar la mayor parte d´ella, miró este piloto como quien andava sobr´el aviso, y la vido y cuando yo despertava para mirar en ello. Hízele piloto mayor en nombre de V. Al., porque sea exemplo a todos los que navegan, y tengan gana de servir bien y ver y mirar y velar, que aquí va el fecho de la marenería, y tanbién le di diez mill maravedíes que yo avía prometido al primero que viese tierra. Después agora, por discordia que ubieron, supe cómo ansí engañosamente me tomó el aviso.

         Torno a mi propósito de la isla de Santiago, a que los indios de Jamaica dizen, y digo que tienen el çerco de dentro grandes millas, que son çien leguas, y qu´es de muy linda fechura así de la mitad de una çidra que se abra del pie de la flor, y es más larga de oriente a oçidente que ancha de setentrión en austro, ansí como todas las islas que acá en la Yndias e hallado. Es mayor que Seçilia y mucho más tierra, porque es altísima y toda muy probechosa y muy mejor en fertilidad. De la temperançia del çielo e de la tierra todas las frutas que nazen en ella que son sin número, de manera que todas me paresçen aromáticas y más sabrosas que acá aya fallado; dexo la noble Ysavela, que a todas las islas del mundo en todo lleva ventaja y no poca. Populatísima es la isla de Santiago ultra modo, abundosos bien de sus viandas. Yo la andube toda a la redonda y no vi sola una legua de tierra estérile, salvo muy fermosa, ansí en agosto como en mayo, que fue la primera bez que fue a ella; en el un tiempo y en el otro siempre me paresçió de una manera en todo cavo poblada de poblaçiones grandísimas, que paresçía cada una como un real muy grande, y todas situadas en alto y no a la ribera de la mar, como en todo otro cavo. Es tierra altísima, que pareze que llega al çielo, como yo dixe ençima. No es montañosa, salvo de la más linda fechura del mundo. Comiença juncto con la mar por bajo; ba cresçiendo en espérico, y se sube al como que paresze que va por llano; verdad es que la parte del austro es la tierra más alta y doblada. Allí ay una montaña altísima, a que yo llamé Christalino, muy más alta que la isla de Tenerife en las Canarias con gran parte, mas ésta es verde fasta en çima; creo que llega afuera d´este aire turbulento: no paresze el colmo d´él salvo a tiempos çiertos, cuando los vientos nos vienen de aquella  parte, que destruye todas la nuves y niebla. Navegando yo a esta parte del austro fui a çurgir una parte en una baía, adonde allí y a la comarca avía muchas poblaçiones. El caçique de una muy grande poblaçion, que allí muy çerca en un alto estava, vino a los navíos y truxo muy buen refresco. Yo le di las cosas que me paresçio que le agradavan.

Quiso él saber de dónde yo benía y cómo me llamava; yo le respondó como hera enviado de V. Al. a honrar mucho a los buenos y destruir a los malos. Holgó mucho y se apartó con el indio que yo traigo, el cual le contó muy largo las grandezas y grande estado de V. Al. y muy mucho por menudo, que, como dixe, ellos son todos gente que muy bien lo interrogan y se huelgan muy mucho de oír cosas nuevas. Ansí qu´estuvo él allí fasta la noche, y el otro día, que yo ya andava a la vela con poco viento, me alcançó él con tres canoas, y benía tan conçertado que no es de dexar de contar la forma del estado que traía.

Una de las canoas hera muy grande, atanto como una gran fusta, y muy pintada; allí vanía su persona y la muger y dos hijas: la una hera de hedad de diez y ocho años, femosísisma; desnuda del todo como acostumbran, y onestísima; la otra hera más moça, y dos hijos muchachos, çinco hermanos y diez y ocho criados. Los otros todos devían de ser vasallos. Venía él con muy buena horden; traía en su canoa un hoombre como alférez; éste sólo benía en pie en la proa de la canoa con un sayo de plumas coloradas de la mesma fechura de cota de armas, y en la babeza un gran plumaje que paresçía muy bien, y traía en la mano vandera muy larga y angosta de algodón texida, y hera blanca sin señal alguna. Dos otres hermanos venían con la caras pintadas de colores de una misma guisa, y cada uno traía un gran plumaje de fechura de çelada, y en la frente una tableta tan grande como un plato, pintada así la una como la otra de una mesma obra y color, que no avía diferençia, ansí como en los plumajes y otra lebrea; traíen éstos en las manos dos juguetes con que tañían. Y avía otros dos ansí pintados en otra forma; éstos traían dos trompetas muy labradas a pájaros e otras sotilezas; no eran de metal, salvo de évano negro muy fino; cada uno traía un sombrero muy lindo de plumas verdes y muy espesas y sotil obra y no blancas, como otros seis que venían todos juntos en guarda de las cosas de su cámara. Y él traía al pescuezo una joya de alambre de una isla qu´es aquí en esta comarca, que se llama “guaní”, qu´es muy fino, atanto que pareçe oro de ocho quilates; hera de fechura de una flor de lis y grande como un plato; traíala al pescueço con un sartal de cuentas grandes de piedra mármol, que tanbién tienen en gran preçio, y en la cabeza traía una guirnalda de piedras menudas y coloradas puestas en horden, y entremetidas algunas blancas mayores no sin razón adonde bien paresçía; una joya grande colgava sobre la frente, y a las orejas le colgavan dos grandes tabletas de oro con unas sarticas de cuentas de mármol menudas; y otras sarticas allí traía de cuentas menudas, mas verdes; y traía un çinto que, aunqu´él anduviese desnudo (***) de la mesma obra de la guirnalda y todo el otro del cuerpo descubierto, e ansí la muger salvo un solo miembro, que de una cosilla no mayor que una flor de naranjo, que de algodón para ello fazen (***); traían a los brazos, junto con el sobaco, un bulto de algodón hilado enbuelto, que benía en semejanza de los palaçes de los jubones antiguos de los françeses; no hera este bulto atán grande como el otro que traía debajo de la rodilla en cada pierna. La hija más fermosa toda andava descubierta: un solo cordón de piedras muy negras y menudas solamente traía çeñido, del cual colgava una cosa de fechura de una oja de yedra, de piedras verdes y coloradas y pegadas sobre algodón tejido. La canoa grande venía en medio de las otras, mas como un poco de abentajada delante. Y luego que llegó este caçique al bordo del navío, començó de dar a los marineros y gente a cada uno cosas de su manera. Hera muy de mañana, e yo estava reçando apartado algunas deboçiones que yo hallo que me aprovechan, e no vi tan presto las dádivas ni la determinaçión de la benida d´este hombre; el cual luego entró en la caravela con toda su gente; y cuando yo salía, él ya tenía anbiados los vasallos de bolviesen las canoas a tierra, y ya estavan muy lejos. Y luego qu´él me vido, vino a mí con cara muy alegre, diziendo: “amigo, yo tengo determinado de dexar la patria y irme contigo a Castilla y ver el rey y la reina y al prínçipe su hijo, los mayores señores del mundo, los cuales tienen tanto poder que ayan sojuzgado acá tantas tierras, y que tú le ovedezes y vas por su mandado todo este mundo, como yo e savido d´estos indios que contigo traes; y que en todo cavo están las gentes de ti tan temerosos, y a los caníbales, qu´es gente inumerable y ferozísima, le as destruido las canoas y casas y tomado las mugeres y fijos y muerto d´ellos los que no fuyeron. Yo sé en cuánto en toda esta isla de Jamayca, qu´es mundo donde ay gente sin cuento, como la vista te amuestra, toda temblava cuando te vieron con estos navíos, que no quedó mugeres ni niños ni hazienda en las casas que todo no trasmudasen en las sierras y cuevas. Descansaron cuando te vieron partido, aunque no sanará el dolor tan presto a la gente de Caboni por la muerte de sus parientes y maridos, que torpemente te salieron al opósito sin considerar tu osadía, que viniste del otro mundo a estas partes, que no podía ser salvo con demasiado esfuerço. Refresco después a esta gente el cuidado después que otra vez a esta tierra bolviste, bien que ya toda la gente está contenta, porque tus obras les an criado amor y todos te an dado las voluntades, e yo más que ningún otro. Y por esto me muevo a venir a tu compañía y a la obediençia del rey e de la reina del mundo a Castilla”.

Todo esto dezía así con tan buen conçierto, que yo estava maravillado. Cuando acavó de hablar, el viento, que avía llevado lexos de tierra (***). Aposentélo con toda su casa, y se açertó qu´el viento en aquel tiempo se mudó en tiempo contrario para seguir mi viaje, con el cual porfié gran parte del día y siempre tomé la buelta de la mar, fasta que las hondas cresçieron muy grandes. Travajavan los navíos y la gente e tomé en la buelta de la tierra, porque la razón de la navegaçión ansí lo demandava. Y en este tiempo cobraron estas mugeres tando miedo, que llorando pidieron al marido y padre que se bolviese a su casa fasta que yo bolviese allí a la tierra, e que de aquella bez quedavan en conoçimiento de la mar  y de lo que para ello hera neçesario y lo ternían aparejado para cuando viniese, e que mirase qué gran pena les fazía dezir esto, pues qu´él bien savía que ellas heran las más ganosas de venir a Castilla. Sintió el marido de la muger e hija e más aún de un mochacho de seis o siete años, su postrero fijo, el cual nunca dexava los brazos, y por esto acordó de bolver a su casa, creyendo que de muy breve yo sería allí de buelta. Dióme muchas de aquellas sus cosas que allí traía en señal de cavallería, e yo no le dexé ir descontento: mandéle amostrar cuanto yo traía, y después d´él tomado todo lo que le bien pareçió y quiso, yo le di un presente de todas las cosas que me paresçería que le avían agradado; y a la muger y a las fijas hize otro tanto, e a sus hermanos e a todos los otros suyos di cosas nuevas. Quisiera yo que la fija mayor se bistiera, y la madre dixo que no, porque no lo acostunbravan; ésta, después que entró en el navío, se asentó a las espaldas de su padre y madre, qu´estavan juntos, en un rincón y se encojó toda ençengida con los brazos y cubierto el pecho, y la cara siempre metida sobre las piernas, que no la amostrava sino por maravilla; en todo el día dixo palabra, salvo que siempre estuvo ansí honesta y continente. Mandéles llevar a tierra, como ellos lo demandaron. Llevó el caçique y todos por el consiguiente gran pena por la ida, e yo no quedé sin ella, porque quisiera muchoqu´él biniera a V. Al., porqu´éste hera propio para les fazer saber todos los secretos y cosas de la isla porqu´él hera hombre de buena hedad y buen seso. Cuando él se iba, él llevaba la muger del brazo, y el otro más viejo, su hermano, del otro, y los otro cuatro hermanos, los dos más viejos de la misma guisa llevavan  a la fija, y los dos ant´ella, que çertifico a V. Al. que en forma parezía bien e estado.

Después que los vientos me dieron lugar, bine mi camino al oriente fasta una punta que yo llmé del Farol, qu´es el fin d´esta ista de Santiago de aquella parte del oriente; del cual yo partí en nombre de Nuestro Señor lunes, diez y ocho días de agosto, con razonable tiempo. Y navegando siempre al levante, miércoles a las tres oras después de mediodía, mirando al setentrión descubrí una tierra altísima y grandísima lexos de mí diez y seis leguas, al camino de la cual tomé la buelta. Llegado a ella hallé que hera la isla Ysavela del cavo oçidental d´ella, a que yo llamé de Sant Miguel, el cual avista de la isla de Jamaica al poniente treinta y una legua. Después determiné de navegar al oriente y descubrir toda la parte d´esta isla al austro, que hasta aquí no avía visto. Plugo a Nuestro Señor de me dar tan buen tiempo como yo avía menester, porque todos los navíos me andavan a fondo del agua por los travajos que avía pasado, y toda la gente estava muy cansada, que yo ya era açerca de çinco meses que jamás avía descansado una ora y  llevando muy mala vida por los mantenimientos que avíamos perdido. Y así al cavo de (***) días llegamos al fin de la isla con muy próspero tiempo a pedir por boca, allí en el puerto de Santa Cruz, el cual es muy bueno, remedié los navíos lo mejor que pude u esforzé la gente que fuésemos a correr todas las islas de los caníbales, pues ya estávamos tan çerca, y que en ellas hallaríamos de comer. Y llegados a la isa de San Juan Baptista todo de golpe me derribó una dolençia que me quitó todo el seso y entendimiento, como si fuera pestilençia o modorra. Los maestres y pilotos y toda la gente acordaron de venir luego a más andar para la çiudad para mi remedio, y ansí çesó la mi enpresa de descubrir las otras; de la cual enfermedad hecho culpa a los estremos travajos y peligros d´este viaje, que e sentido más de veinte y siete años pasados que e continuado a la mar. Una pena llevava yo de mí, que no ay tan esforzado que no reçiba la muerte, u después para traer los navíos y la gente toda a salvamento, de la cual pena no sentía menos que de la mía, porque me paresçe que traigo vitoria cuando torno en salvamento. Desveléme mucho de día y de noche, tanto que no podía conçevir un sueño, y en estos treinta días postreros no dormí salvo çinco oras, que en los últisimos ocho días no dormí salvo tres ampolletas de media ora cada una, en tal manera que yo quedé medio ciego, y en alguna oras del día del todo. Espero yo en Nuestro Señor qu´él me librará por su misericordia.

La temperançia del cielo aquí en todas estas islas y tierras es tal y tanta, que no la creerá nadie (***) sino la primavera y el inbierno tiene aquí, mas no grave; comiença cuando en Castilla, con aguas y mesmos tiempos; dura hasta el mes de henero, mas no ay nieves, y cuando después (***) el verano, sin demasiado calor, como cuando el inbierno de frío. Ni por el un tiempo ni po el otro los árvoles dexan la foja; continuamente las yervas y flores tienen fruto, y los paxaricos nidos y güevos y pollos. Todas las simientes de huertas están prósperas en el creçimiento, y aun otras legumes dos vegadas en el año se cogerán si se siembran, e esto yo aseguro a toda otra fruta, doméstica y brava: tanto es el buen espeto del çielo y savor de la tierra. El ganado y aves cosa es de maravilla cómo multiplican y se fazen grandes las gallinas: cada dos meses sacan pollos, y en diez o doce días son comederos. Los puercos, de treze hembras que truxe, ya ay atantos que andan bravos por las montañas. La yerva todo el año está como alcaçel en marco.

Engaño en verdad a V. Al. dixo una gente perdida que acá vinieron y al mundo con quien hablaron. Gastaron a dados y a otros malos vizios mortales aquello que les quedó desde la muerte de sus visabuelos, y agora que no hallavan tierra que les sostenga, cometiron este viaje con juramento y engaño y con pensamiento de cargar luego de oro aquí a bordo de la mar, sin travajo ni pena, y se volver a su exerçiçio. Y esto no fue menos religiosos que seglares: tanto los çegava la mala cobdiçia; ni quisieron creer a mí, que en Castilla les pronunçiava que para toda cosa avía trabajo. Fengido pensavan que yo les dezía: atán metidos estavan en la abariçia. Pudiera ser que se salieran a su intento si se çufrieran laborando, mas su peresça y malas costumbres no les dio lugar a que virtud amostrasen. Los más d´ellos querían dar cuenta de todas las Yndias y en espeçial d´esta isla, que boja más de dos mill y cuatroçientas millas, que son seiçientas leguas; y pruévase acá que los más d´ellos nunca fueron lexos de la çiudad tiro de una lombarda.

Torno a dezir de la temperançia estrema e d´esta isla en espeçial, que, a ser de mano, no podría tener todo más cumplido: espeçería de mill maneras, que nunca se llevó a nuestras partes; algodón y todas otras cosas de simiente naçería y daría fruto que  sería maravilla. Todo lo causa la fertilidad de la tierra, que su (***) lo comen. Guerras no ay entr´ellos salvo por mugeres. Cruelísimos son cuando an vitoria de los enemigos: que mugeres, fasta los niños despiernan. Las aguas son tantas y tan sabrosas que no se ha visto las parejas; ríos infinitos, que yo ya sé cuatro mayores que Hebro ni Texo; montañas altísimas muchas, oro e alambre.

Buelvo a la temperançia y digo qu´esta çiudad dista que su línea equinoçial veinte y çinco grados, y a la parte más austrual  de la isla diez y ocho grados se le faze hazia el polo ártico fuera. Del Ocçiedente de Tolomeo al cavo de Sant Rafael, qu´es fin d´ella y será el oriente, dista por aquel paralelo (***) grados. O  mejor puedo dezir y más aseñala famosa: estando yo en el puerto de Santa Cruz, qu´es allí viente y nueve leguas más al austro, a 14 de setiembre d´este presente año de 1494 años vi eclisar la luna çincuenta y dos minutos de ora después de media noche, ni andava yo por entonçes sobr´el aviso con todos los estrumentos que para la çertificaçión de la ora y punto cumplía. No digo del otro eclise que fue en el mes de março pasado, de qu´estava yo tan ganoso: no se nos amostró por la çerrazón del çielo, que toda aquella noche volvió y fizo gran escurana, y no como agora, que fe muy claro.

D´este cavo al oçidente 700 leguas açerca está el Evangelista Cheroneso, la postrera tierra de la firme qu´este presente año al poniente dexé descubierta, e al oriente es la isla de San Juan Baptista con todas aquellas de los caníbales, en que ay (***) leguas tiene en luengo. Más de diez oras de distançia tenía yo de Cáliz, cuando, en la mar blanca navegando, salía el sol en Sevilla después de dos oras cuando yo sentía noche y la vista del sol me dexava.

Esta carta escreví en el puerto de Santa Cruz, qu´es junto con el cavo de Sant Rafael de la Ysavela de la parte del Oriente, porque creía que podía fallar navíos que bolverían a Castilla; y por vida y por no los detener me aperçeví porque V. Al. fuesen avisados, cuya vida y muy alto estado guarde y prospere la Santa Trinidad a Su sancto serviçio por siempre jamás. Fecha a 26 de hebrero de 95 años.

(***) Indica una laguna o ausencia en el texto original.

Este documento fue encontrado por los Sres. Río, libreros de Tarragona, y posteriormente cedido al Centro del Tesoro Bibliográfico y Documental de España.

Cuarto viaje de Cristóbal Colón a la Indias

Carta que escribió Don Cristóbal Colón, Virrey y Almirante de las Indias, a los Cristianísimos y muy poderosos Rey y Reina de España, Nuestros Señores, en que les notifica cuanto le ha acontecido en su viaje; y las tierras, provincias, ciudades, ríos y otras cosas maravillosas, y donde hay minas de oro en mucha cantidad, y otras cosas de gran riqueza y valor.

Una copia del original se encuentra en la Biblioteca Universitaria de Salamanca. La versión italiana se conoce con el nombre de Lettera Rarissima.

Isla de Jamaica, 7 de julio 1503.

Serenísimos y muy altos y poderosos Príncipes, Rey y Reina, Nuestros Señores: De Cádiz pasé a Canaria en cuatro días, y dende a las Indias en dieciséis días, donde escribí a V. M. que mi inteción era dar prisa a mi viaje, en cuanto yo tenía los navíos buenos, la gente y los bastimentos, y que mi derrota era en la isla de Jamaica; y en la Dominica escribí esto. Hasta allí traje el tiempo a pedir por la boca. Esa noche que allí entré  fue con tormenta grande y me persiguió después siempre.

Cuando llegué sobre La Española envié el envoltorio de cartas y a pedir por merced un navío por mis dineros, porque otro que yo llevaba era innavegable y no sufría velas. Las cartas tomaron, y sabrán si se las dieron. La respuesta para mí fue mandarme de parte de V. M. que yo no pasase ni llegase a la tierra. Cayó el corazón a la gente que iba conmigo, por temor de los llevar yo lejos, diciendo que si algún caso de peligro les viniese, que no serían remediados allí; antes les sería hecha alguna grande afrenta. También a quien plugo, dijo que el Comendador había de proveer las tierras que yo ganase.

La tormenta era terrible, y en aquella noche me desmembró los navíos; a cada uno llevó por su cabo sin esperanzas, salvo de muerte; cada uno de ellos tenía por cierto que los otros eran perdidos. ¿Quién nació, sin quitar a Job, que no muriera desesperado que por mi salvación y de mi hijo, hermano y amigos me fuese en tal tiempo defendida la tierra y puertos que yo, por voluntad de Dios, gané a España sudando sangre?

Y torno a los navíos, que así me hab¡a llevado la tormenta y dejado a mí solo. Deparómelos Nuestro Señor cuando le plugo. El navío sospechoso había echado a la mar, por escapar, hasta la gísola; la Gallega perdió la barca, y todos gran parte de los bastimentos; en el que yo iba, abalumadoa maravilla, Nuestro Señor le salvó que no hubo daño de una paja. En el sospechoso iba mi hermano; y él, después de Dios, fue su remedio. Y con esta tormenta así a gatas me llegué a Jamaica. Allí se mudó de mar alta en calmería y grande corriente, y me llevó hasta el Jardín de la Reina sin ver tierra. De allí, cuando pude, navegué a la tierra firme, adonde me salió el viento y corriente terrible al opósito; combatí con ellos sesenta días, y en fin no lo pude ganar más de setenta leguas.

En todo este tiempo no entré en puerto, ni pude ni me dejó tormenta del cielo, agua y trombones y relámpagos de continuo, que parecía el fin del mundo. Llegué al cabo de Gracias a Dios, y de allí me dio Nuestro Señor próspero el viento y corriente. Esto fue a 12 de septiembre. Ochenta y ocho días había que no me había dejado espantable tormenta, tanto que no vi el sol ni estrellas por mar, que a los navíos tenía yo abiertos, a las velas rotas, y perdidas anclas y jarcia, cables, con las barcas y muchos bastimentos, la gente muy enferma y todos contritos y muchos con promesa de religión y no ninguno sin otros votos y romerías. Muchas veces habían llegado a se confesar los unos a los otros. Otras tormentas se han visto, mas no durar  tanto ni con tanto espanto. Muchos esmorecieron, harto y hartas veces, que teníamos por esforzados. El dolor del hijo que yo tenía allí me arrancaba el ánima, y más por verle de tan nueva edad de trece años en tanta fatiga y durar en ello tanto. Nuestro Señor le dio tal esfuerzo que él avivaba a los otros, y en las obras hacia él como si hubiera navegado ochenta años, y él me consolaba. Yo había adolecido y llegado hartas veces a la muerte. De una camarilla que yo mandé hacer sobre cubierta mandaba la vía. Mi hermano estaba en el peor navío y más peligroso. Gran dolor era el mío, y mayor porque lo traje contra su grado, porque, por mi dicha, poco me han aprovechado veinte años de servicio que yo he servido con tantos trabajos y peligros, que hoy día no tengo en Castilla una teja; si quiero comer o dormir no tengo, salvo el mesón o taberna, y las más de las veces falta para pagar el escote. Otra lástima me arrancaba el corazón por las espaldas, y era Don Diego, mi hijo, que yo dejé en España tan huérfano y desposesionado de mi honra y hacienda; bien que tenía por cierto que allí, como justos y agradecidos Príncipes, le restituirán con acrecentamiento en todo.

Llegué a tierra de Cariay, adonde me detuve a remediar los navíos y bastimentos y dar aliento a la gente, que venía muy enferma. Yo, que, como dije, había llegado muchas veces a la muerte, allí supe de las minas del oro en la provincia de Ciamba, que yo buscaba. Dos indios me llevaron a Ceramburú, adonde la gente anda desnuda y al cuello un espejo de oro, mas no le querían vender ni dar a trueque. Nombráronme muchos lugares en la costa de la mar, adonde decían que había oro y minas; el postrero era Veragua, y lejos de allí obra de veinticinco leguas. Partí con intención de los tentar a todos, y, llegado ya el medio, supe que había minas a dos jornadas de andadura. Acordé de enviarlas a ver. Víspera de San Simón y Judas, que había de ser la partida, en esa noche se levantó tanta mar y viento que fue necesario de correr hacia adonde él quiso; y el indio adalid de las minas siempre conmigo.

En todos estos lugares adonde yo había estado hallé verdad todo lo que yo había oído: esto me certificó que es así de la provincia de Ciguare, que según ellos es descrita a nueve jornadas de andadura por tierra al Poniente: allí dicen que hay infinito oro y que traen corales en las cabezas, manillas a los pies y a los brazos de ello y bien gordas, y de él sillas, arcas y mesas las guarnecen y enforran. También dijeron que las mujeres de allí traían collares colgados de la cabeza a las espaldas. En esto que yo digo, la gente toda de estos lugares concierta en ello, y dicen tanto que yo sería contento con el diezmo. También todos conocieron la pimienta. En Ciguare usan tratar en ferias y mercaderías; esta gente así lo cuenta, y me mostraban el modo y forma que tienen en la barata. Otrosí dicen que las naos traen bombardas, arcos y flechas, espadas y corazas, y andan vestidos, y en la tierra hay caballos, y usan la guerra, y traen ricas vestiduras y tienen buenas cosas. También dicen que la mar boja a Ciguare, y de allí a diez jornadas es el río de Ganges. Parece que estas tierras están con Veragua como Tortosa con Fuenterrabía o Pisa con Venecia. Cuando yo partí de Ceramburú y llegué a esos lugares que dije, hallé la gente en aquel mismo uso, salvo que los espejos del oro quien los tenía los daba por tres cascabeles de gavilán por el uno, bien que pasasen diez o quince ducados de peso. En todos sus usos son como los de La Española; el oro cogen con otras artes; bien que todos son nada con los de los cristianos. Esto que yo he dicho es lo que oigo. Lo que yo sé es que el año de noventa y cuatro navegué en veinticuatro grados al Poniente en término de nueve horas, y no pudo haber yerro porque hubo eclipses: el Sol estaba en Libra y la Luna en Ariete. También esto que yo supe por palabra habíalo yo sabido largo por escrito. Ptolomeo creyó de haber bien remedado a Marino y ahora se halla su escritura bien próxima a lo cierto. Ptolomeo asienta Catigara a doce líneas lejos de su Occidente, que él asentó sobre el cabo de San Vicente en Portugal dos grados y un tercio. Marino en quince líneas constituyó la tierra y términos. Marino en Etiopía escribe al lado de la línea equinoccial más de veinticuatro grados, y ahora que los portugueses la navegan le hallan cierto. Ptolomeo dice que la tierra más austral es el plazo primero y que no baja más de quince grados y un tercio. El mundo es poco; el enjuto de ello es seis partes, la séptima solamente cubierta de agua; la experiencia ya está vista, y la escribí por otras letras y con adornamiento de la Sacra Escritura, con el sitio del Paraíso Terrenal que la Santa Iglesia aprueba. Digo que el mundo no es tan grande como dice el vulgo, y que un grado de la equinoccial esá  cincuenta y seis millas y dos tercios; pero esto se tocará con el dedo. Dejo esto, por cuanto no es mi propósito de hablar en aquella materia, salvo de dar cuenta de mi duro y trabajoso viaje, bien que él sea el más noble y provechoso.

Digo que víspera de San Simón y Judas corrí donde el viento me llevaba, sin poder resistirle. En un puerto excusé diez días de gran fortuna de la mar y del cielo: allí acordé de no volver atrás a las minas, y dejélas ya por ganadas. Partí, por seguir mi viaje, lloviendo; llegué a Puerto de Bastimentos, adonde entré y no de grado. La tormenta y gran corriente me entró allí catorce días, y después partí y no con buen tiempo. Cuando yo hube andado quince leguas forzosamente, me reposó atrás el viento y corriente con furia. Volviendo yo al puerto donde había salido, hallé en el camino al Retrete, adonde me retraje con harto peligro y enojo y bien fatigado yo y los navíos y la gente. Detúveme allí quince días, que así lo quiso el cruel tiempo; y cuando creí de haber acabado, me hallé de comienzo. Allí mudé de sentencia de volver a las minas y hacer algo hasta que me viniese tiempo para mi viaje y marear. Y llegado con cuatro leguas, revino la tormenta y me fatigó tanto a tanto que ya no sabía de mi parte. Allí se me refrescó del mal la llaga; nueve días anduve perdido sin esperanza de vida; ojos nunca vieron la mar tan alta, fea y hecha espuma. El viento no era para ir adelante ni daba lugar para correr hacia algún cabo. Allí me detenía en aquella mar hecha sangre, hirviendo como caldera por gran fuego. El cielo jamás fue visto tan espantoso: un día con la noche ardió como horno; y así echaba la llama con los rayos, que cada vez miraba yo si me había llevado los mástiles y velas. Venían con tanta furia espantables, que todos creíamos que me habían de hundir los navíos. En todo este tiempo jamás cesó agua del cielo, y no para decir que llovía, salvo que resegundaba  otro diluvio. La gente estaba tan molida que deseaba la muerte para salir de tantos martirios. Los navíos habían perdido dos veces las barcas, anclas, cuerdas y estaban abiertos, sin velas.

Cuando plugo a Nuestro Señor, volví a Puerto Gordo, donde reparé lo mejor que pude. Volví otra vez hacia Veragua. Para mi viaje, aunque yo estuviera a ello, todavía eran el viento y corrientes contrarios. Llegué casi adonde antes, y allí me salió otra vez el viento y corrientes al encuentro. Y volv¡íotra vez al puerto, que no osé esperar la oposición de Saturno con mares tan desbaratados en costa brava, porque las más de las veces trae tempestad o fuerte tiempo. Esto fue día de Navidad, en horas de misa. Volví otra vez adonde yo había salido con harta fatiga; y, pasado año nuevo, torné a la porfía, que aunque me hiciera buen tiempo para mi viaje, ya tenía los navíos innavegables y la gente muerta y enferma. Día de la Epifanía llegué a Veragua, ya sin aliento. Allí me deparó Nuestro Señor un río y seguro puerto, bien que la entrada no tenía salvo diez palmos de fondo. Metíme en él con pena, y el día siguiente recordó la fortuna: si me hallara fuera, no pudiera entrar a causa del banco. Llovió sin cesar hasta 14 de febrero, que nunca hubo lugar de entrar en la tierra, ni de remediar en nada; y, estando ya seguro a 24 de enero, de improviso vino el río muy alto y fuerte: quebróme las amarras y proeses, y hubo de llevar los navíos, y cierto los vi en mayor peligro que nunca. Remedió Nuestro Señor, como siempre hizo. No sé si hubo otro con más martirios. A 6 de febrero, lloviendo, envié setenta hombres la tierra adentro, y a las cinco leguas hallaron muchas minas. Los indios que iban con ellos los llevaron a un cerro muy alto, y de allí les mostraron hacia toda parte cuanto los ojos alcanzaban, diciendo que en toda parte había oro, y que hacia el Poniente llegaban las minas veinte jornadas, y nombraban las villas y lugares, y adonde había de ello más o menos. Después supe yo que el Quibián que había dado estos indios les había mandado que fuesen a mostrar las minas lejos y de otro su contrario, y que adentro de su pueblo cogían, cuando él quería, un hombre en diez días una mozada de oro. Los indios sus criados y testigos de esto traigo conmigo. Adonde él tiene el pueblo llegan las barcas. Volvió mi hermano con esta gente, y todos con oro que habían cogido en cuatro horas que fue allá a la estada. La calidad es grande, porque ninguno de éstos jamás había visto minas, y los más eran gente de la mar, y casi todos grumetes. Yo tenía mucho aparejo para edificar y muchos bastimentos. Asenté pueblo, y di muchas dádivas al Quibián, que así llaman al señor de la tierra. Y bien sabía que no había de durar la concordia: ellos muy rústicos y nuestra gente muy importunos, y me aposesionaba en su término. Después que él vio las cosas hechas y el tráfago tan vivo, acordó de las quemar y matarnos a todos. Muy al revés salió su propósito: quedó preso él, mujeres e hijos y criados; bien que su prisión duró poco. El Quibián se huyó a un hombre honrado, a quien se había entregado con guarda de hombres; y los hijos se huyeron a un maestre de navío, a quien se dieron en él a buen recaudo.

En enero se había cerrado la boca del río. En abril los navíos estaban todos comidos de broma y no los podía sostener sobre agua. En este tiempo hizo el río un canal, por donde saqué tres de ellos vacíos con gran pena. Las barcas volvieron adentro por la sal y agua. La mar se puso alta y fea, y no dejó salir afuera: los indios fueron muchos y juntos y las combatieron, y en fin los mataron. Mi hermano y la otra gente toda estaban en un navío que quedó adentro, yo muy solo de fuera en tan brava costa, con fuerte fiebre; en tanta fatiga, la esperanza de escapar era muerta. Subí así trabajando lo más alto, llamando a voz temerosa, llorando y muy aprisa, los maestros de la guerra de Vuestras Altezas, a todos cuatro los vientos, por socorro; mas nunca me respondieron. Cansado, me adormecí gimiendo. Una voz muy piadosa oí, diciendo: «¡Oh estulto y tardo a creer y a servir a tu Dios, Dios de todos! ¿Qué hizo El más por Moisés o por David, su siervo? Desde que naciste, siempre El tuvo de ti muy grande cargo. Cuando te vio en edad de que El fue contento, maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra. Las Indias, que son parte del mundo tan ricas, te las dio por tuyas; tú las repartiste adonde te plugo y te dio poder para ello. De los atamientos de la Mar Océana, que estaban cerrados con cadenas tan fuertes, te dio las llaves; y fuiste obedecido en tantas tierras y de los cristianos cobraste tan honrada fama. ¿Qué hizo El más al tu pueblo de Israel cuando le sacó de Egipto, ni por David, que de pastor hizo Rey en Judea? Tórnate a El y conoce ya tu yerro: su misericordia es infinita. Tu vejez no impedirá a toda cosa grande. Muchas heredades tiene El grandísimas. Abraham pasaba de cien años cuando engendró a Isaac, ni Sara era moza. Tú llamas por socorro. Incierto, responde, ¿quién te ha afligido tanto y tantas veces, Dios o el mundo? Los privilegios y promesas que da Dios, no las quebranta, ni dice, después de haber recibido el servicio, que su intención no era ésta y que se entiende de otra manera, ni da martirios por dar color a la fuerza. El va al pie de la letra: todo lo que El promete cumple con acrecentamiento. Esto es su uso. Dicho tengo lo que tu Creador ha hecho por ti y hace con todos. Ahora -me dijo- muestra el galardón de estos afanes y peligros que has pasado sirviendo a otros.» Yo, así amortecido, oí todo; mas no tuve respuesta a palabras tan ciertas, salvo llorar por mis yerros. Acabó El de hablar, quienquiera que fuese, diciendo: «No temas, confía: todas estas tribulaciones están escritas en piedra mármol y no sin causa.»

Levantéme cuando pude; y al cabo de nueve días hizo bonanza, mas no para sacar navíos del río. Recogí la gente que estaba en tierra y todo el resto que pude, porque no estaban para quedar y para navegar los navíos. Quedara yo a sostener el pueblo con todos, si Vuestras Altezas supieran de ello. El temor que nunca aportarían allí navíos me determinó a esto, y la cuenta que cuando se haya de proveer de socorro se proveerá de todo. Partí en nombre de la Santísima Trinidad la noche de Pascua, con los navíos podridos, abromados, todos hechos agujeros. Allí en Belén dejé uno y hartas cosas. En Belpuerto hice otro tanto. No me quedaron salvo dos en el estado de los otros, y sin barcas y bastimentos, por haber de pasar siete mil millas de mar y de agua o morir en la vía con hijo y hermano y tanta gente. Respondan ahora los que suelen tachar y reprender, diciendo allí de en salvo: ¿por qué no hiciste esto allí? Los quisiera yo en esta jornada. Yo bien creo,que otra de otro sabor los aguarda, o nuestra fe es ninguna

Llegué a 1 3 de mayo en la provincia de Mango, que parte con aquella de Catayo, y de allí partí para la Española: navegué dos días con buen tiempo, y después fue contrario. El camino que yo llevaba era para desechar tanto número de islas, por no me embarazar en los bajos de ellas. La mar brava me hizo fuerza y hube de volver atrás sin velas. Surgó a una isla adonde de golpe perdí tres anclas, y a la media noche, que parecía que el mundo se disolvía, se rompieron las amarras al otro navío y vino sobre mí, que fue maravilla cómo no nos acabamos de hacer rajas: el ancla, de forma que me quedó, fue ella, después de Nuestro Señor, quien me sostuvo. Al cabo de seis días, que ya era bonanza, volví a mi camino. Así, ya perdido del todo de aparejos y con los navíos horadados de gusanos más que un panal de abejas y la gente tan acobardada y perdida, pasé algo adelante de donde yo había llegado de antes. Allí me tornó a reposar atrás la fortuna. Paré en la misma isla en más seguro puerto. Al cabo de ocho días torné a la vía y llegué a Jamaica en fin de junio, siempre con vientos punteros y los navíos en peor estado: con tres bombas, tinas y calderas no podían, con toda la gente, vencer el agua que entraba en el navío, ni para este mal de broma hay otra cura. Cometí el camino para me acercar a lo más cerca de la Española, que son veintiocho leguas, y no quisiera haber comenzado. El otro navío corrió a buscar puerto casi anegado. Yo porfié la vuelta de la mar con tormenta. El navío se me anegó, que milagrosamente me trajo Nuestro Señor a tierra. ¿Quién creyera lo que yo aquí escribo? Digo que de cien partes no he dicho la una en esta letra. Los que fueron con el Almirante lo atestiguen. Si place a Vuestras Altezas de me hacer merced de socorro un navío que pase de sesenta y cuatro, con doscientos quintales de bizcochos y algún otro bastimento, bastar  para me llevar a mí y a esta gente a España. De La Española en Jamaica ya dije que no hay veintiocho leguas. A La Española no fuera yo, bien que los navíos estuvieran para ello. Ya dije que me fue mandado de parte de Vuestras Altezas que no llegase a ella. Si este mandar ha aprovechado, Dios lo sabe. Esta carta envío por vía y mano de indios: grande maravilla será si allá llega.

De mi viaje digo: que fueron ciento y cincuenta personas conmigo, en que hay hartos suficientes para pilotos y grandes marineros; ninguno puede dar razón cierta por donde fui yo ni vine. La razón es muy presta. Yo partí de sobre el Puerto del Brasil en la Española. No me dejó la tormenta ir al camino que yo quería; fue por fuerza correr adonde el viento quiso. En ese día caí yo muy enfermo; ninguno había navegado hacia aquella parte; cesó el viento y mar dende a ciertos días, y se mudó la tormenta en calmería y grandes corrientes. Fui a aportar a una isla que se dijo de las Bocas, y de allí a tierra firme. Ninguno puede dar cuenta verdadera de esto, porque no hay razón que baste; porque fue ir con corriente sin ver tierra tanto número de días. Seguí la costa de la tierra firme; ésta se asentó con compás y arte. Ninguno hay que diga debajo cuál parte del cielo o cuándo yo partí de ella para venir a la Española. Los pilotos creían venir a parar a la isla de San Juan, y fue en tierra de Mango, cuatrocientas leguas más al Poniente de adonde decían. Respondan, si saben, adónde es el sitio de la Veragua. Digo que no pueden dar otra razón ni cuenta, salvo que fueron a unas tierras adonde hay mucho oro, y certificarle; mas para volver a ella el camino tienen ignoto. Sería necesario para ir a ella descubrirla como de primero. Una cuenta hay y razón de astrología y cierta: quien la entienda esto le basta. A visión profética se asemeja esto. Las naos de las Indias, si no navegan salvo a popa, no es por la mala hechura ni por ser fuertes. Las grandes corrientes que allí vienen, juntamente con el viento, hacen que nadie porfíe con bolina, porque en un día perderían lo que hubiesen ganado en siete; ni saco carabela, aunque sea latina portuguesa. Esta razón hace que no naveguen salvo con colla, y por esperarle se detienen a las veces seis y ocho meses en puerto. Ni es maravilla, pues que en España muchas veces acaece otro tanto.

La gente de que escribe Papa Pío, según el sitio y señas, se ha hallado, mas no los caballos, pretales y frenos de oro; ni es maravilla, porque allí las tierras de la costa de la mar no requieren salvo pescadores, ni yo me detuve, porque andaba a prisa. En Cariay y en esas tierras de su comarca son grandes hechiceros y muy medrosos. Dieran el mundo porque no me detuviera allí una hora. Cuando llegué allí, luego me enviaron dos muchachas muy ataviadas. La más vieja no sería de once años y la otra de siete; ambas con tanta desenvoltura, que no serían más unas putas. Traían polvos de hechizos escondidos. En llegando, las mandé adornar de nuestras cosas y las envié luego a tierra. Allí vi una sepultura en el monte, grande como una casa y labrada, y el cuerpo descubierto y mirrado en ella. De otras artes me dijeron y más excelentes. Animalias menudas y grandes hay hartas y muy diversas de las nuestras. Dos puercos hube yo en presente, y un perro de Irlanda no osaba esperarlos. Un ballestero había herido una animalia, que se parece a un gato paúl, salvo que es mucho más grande, y el rostro de hombre: teníale atravesado con una saeta desde los pechos a la cola, y porque era feroz le hubo de cortar un brazo y una pierna. El puerco, en viéndole, se le encrespó y se fue huyendo. Yo, cuando esto vi, mandé echarle «begare», que así se llama, adonde estaba; en llegando a él, así estando a la muerte y la saeta siempre en el cuerpo, le echó la cola por el hocico y se la amarró muy fuerte, y con la mano que le quedaba la arrebató por el copete como a enemigo. El auto tan nuevo y hermosa montería me hizo escribir esto. De muchas maneras de animalias se hubo, mas todas mueren de barro. Gallinas muy grandes y la pluma como lana vi hartas. Leones, ciervos, corzos y otro tanto y así aves. Cuando yo andaba por aquella mar en fatiga, en algunos se puso herejía que estábamos hechizados, que hoy en día están en ello. Otra gente hallé que comían hombres: la disformidad de su gesto lo dice. Allí dicen que hay grandes mineros de cobre: hachas de ello, otras cosas labradas, fundidas, soldadas hube y fraguas con todo su aparejo de platero y los crisoles. Allí van vestidos; y en aquella provincia vi sábanas grandes de algodón, labradas de muy sutiles labores, otras pintadas muy sutilmente a colores con pinceles. Dicen que en la tierra adentro hacia el Catayo las hay tejidas de oro. De todas estas tierras y de lo que hay en ellas, a falta de lengua no se sabe tan presto. Los pueblos, bien que sean espesos, cada uno tiene diferenciada lengua, y es en tanto que no se entienden los unos con los otros más que nos con los de Arabia. Yo creo que esto sea en esta gente salvaje de la costa de la mar, mas no en la tierra dentro.

Cuando yo descubrí las Indias, dije que eran el mayor señorío rico que hay en el mundo. Yo dije del oro, perlas, piedras preciosas, especierías, con los tratos y ferias, y porque no pareció todo tan presto fui escandalizado. Este castigo me hace ahora que no diga salvo lo que yo oigo de los naturales de la tierra. De una oso decir, porque hay tantos testigos, y es que yo vi en esta tierra de Veragua mayor señal de oro en dos días primeros que en la Española en cuatro años, y que las tierras de la comarca no pueden ser más hermosas ni más labradas ni la gente más cobarde, y buen puerto y hermoso río defensible al mundo. Todo esto es seguridad de los cristianos y certeza de señorío, con grande esperanza de la honra y acrecentamiento de la religión cristiana; y el camino allí ser  tan breve como a La Española, porque ha de ser con viento. Tan señores son Vuestras Altezas de esto como de Jerez o Toledo. Sus navíos que fueren allí van a su casa. De allí sacarán oro. En otras tierras, para haber de lo que hay en ellas, conviene que se lo lleven, o se volverán vacíos; y en la tierra es necesario que fíen sus personas de un salvaje. Del otro que yo dejo de decir, ya dije por qué me encerré: no digo así ni que yo afirme en el tres doble en todo lo que yo haya jamás dicho ni escrito, y que yo esté a la fuente. Genoveses, venecianos y toda gente que tenga perlas, piedras preciosas y otras cosas de valor, todos las llevan hasta el cabo del mundo para las trocar, convertir en oro. El oro es excelentísimo; del oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las  nimas al Paraíso. Los señores de aquellas tierras de la comarca de Veragua cuando mueren entierran el oro que tienen con el cuerpo; así lo dicen. A Salomón llevaron de un camino seiscientos sesenta y seis quintales de oro, allende los que llevaron los mercaderes y marineros, y allende lo que se pagó en Arabia. De este oro hizo doscientas lanzas y trescientos escudos, e hizo el tablado que había de estar arriba, pellas de oro y vasos muchos y muy grandes y ricos de piedras preciosas. Josefo, en su crónica De antiquitatibus, lo escribe. En el Paralipomenon y en el Libro de los Reyes se cuenta de esto. Josefo quiere que este oro se hubiese en la Aurea. Si así fuese, digo que aquellas minas de la Aurea son unas y se contienen con éstas de Veragua, que, como yo dije arriba, se alargan al Poniente veinte jornadas y son en una distancia lejos del polo y de la línea. Salomón compró todo aquello, oro, piedras y plata, y V. A. le pueden mandar a coger si les place. David, en su testamento, dejó tres mil quintales de oro de las Indias a Salomón para ayudar a edificar el templo, y según Josefo era él de estas mismas tierras. Jerusalén y el monte Sión ha de ser reedificado por manos de cristianos. Quién ha de ser, Dios por boca del Profeta en el decimocuarto salmo lo dice. El abad Joaquín dijo que éste había de salir de España. San Jerónimo a la santa mujer le mostró el camino para ello. El Emperador de Catayo ha días que mandó sabios que le enseñasen la fe de Cristo. ¿Quién será que se ofrezca a esto? Si Nuestro Señor me lleva a España, yo me obligo de llevarle, con el nombre de Dios, en salvo.

Esta gente que vino conmigo han pasado increíbles peligros y trabajos. Suplico a V. A., porque son pobres, que les manden pagar luego y les hagan mercedes a cada uno según la calidad de la persona, que les certifico que, a mi creer, les traen las mejores nuevas que nunca fueron a España. El oro que tiene el Quibián de Veragua y los otros de la comarca, bien que según información él sea mucho, no me pareció bien ni servicio de Vuestras Altezas de se le tomar por vía de robo. La buena orden evitar  escándalo y mala fama y hará que todo ello venga al tesoro, que no quede un grano. Con un mes de buen tiempo yo acabara todo mi viaje: por falta de los navíos no porfié a esperarle para tornar a ello, y para toda cosa de su servicio espero en Aquel que me hizo y estar‚ bueno. Yo creo que V. A. se acordará que yo quería mandar hacer los navíos de nueva manera; la brevedad del tiempo no dio lugar a ello, y cierto yo había caído en lo que cumplía.

Yo tengo en más esta negociación y minas con esta escala y señorío, que todo lo otro que está hecho en las Indias. No en éste hijo para dar a criar a madrastra. De la Española, de Paria y de las otras tierras no me acuerdo de ellas que yo no llore. Creía yo que el ejemplo de ellas hubiese de ser por estas otras; al contrario: ellas están boca abajo; bien que no mueran, la enfermedad es incurable o muy larga. Quien las llegó a esto, venga ahora con el remedio si puede o sabe; al descomponer, cada uno es maestro. Las gracias y acrecentamiento siempre fue uso de las dar a quien puso su cuerpo a peligro. No es razón que quien ha sido tan contrario a esta negociación le goce, ni sus hijos. Los que se fueron de las Indias huyendo los trabajos y diciendo mal de ellas y de mí, volvieron con cargos; así se ordenaba ahora en Veragua: malo ejemplo y sin provecho del negocio y para la justicia del mundo. Este temor, con otros casos hartos que yo veía claro, me hizo suplicar a Vuestras Altezas, antes que yo viniese a descubrir estas islas y tierra firme, que me las dejasen gobernar en su real nombre. Plúgoles: fue por privilegio y asiento, y con sello y juramento, y me intitularon de Virrey y Almirante y Gobernador General de todo, y señalaron el término sobre las islas de los Azores cien leguas, y aquellas de Cabo Verde por la línea que pasa de polo a polo, y esto y de todo que más se descubriese, y me dieron poder largo. La escritura a más largamente lo dice.

El otro negocio famosísimo está con los brazos abiertos llamando: extranjero he sido hasta ahora. Siete años estuve yo en su Real Corte, que a cuantos se habló de esta empresa todos a una dijeron que era burla. Ahora hasta los sastres suplican por descubrir. Es de creer que van a sastrear y se les otorga, que cobran con mucho perjuicio de mi honra y tanto daño del negocio. Bueno es de dar a Dios lo suyo y a César lo que le pertenece. Esta es justa sentencia y de justo. Las tierras que acá obedecen a Vuestras Altezas son más que todas las otras de cristianos y ricas. Después que yo, por voluntad divina, las hube puestas debajo de su real y alto señorío y en filo  para haber grandísima renta, de improviso, esperando navíos para venir a su alto conspecto con victoria y grandes nuevas del oro, muy seguro y alegre, fui preso y echado con dos hermanos en un navío, cargado de hierros, desnudo en cuerpo, con muy mal tratamiento, sin ser llamado ni vencido por justicia. ¿Quién creer  que un pobre extranjero se hubiese de alzar en tal lugar contra Vuestras Altezas sin causa ni sin brazo de otro Prncipe y estando solo entre sus vasallos y naturales teniendo todos mis hijos en su Real Corte? Yo vine a servir de veintiocho a¤ños, y ahora no tengo cabello en mi persona que no sea cano y el cuerpo enfermo y gastado cuanto me quedó de aquéllos, y me fue tomado y vendido y a mis hermanos hasta el sayo, sin ser oído ni visto, con gran deshonor mío. Es de creer que esto no se hizo por su real mandado. La restitución de mi honra y daños y el castigo en quien lo hizo hará sonar su real nobleza; y otro tanto en quien me robó las perlas y de quien ha hecho daño en este Almirantado. Grandísima virtud, fama con ejemplo ser  si hacen esto, y quedará a la España gloriosa memoriación de Vuestras Altezas, de agradecidos y justos Príncipes. La intención tan sana que yo siempre tuve al servicio de Vuestras Altezas y la afrenta tan desigual no da lugar al ánima que calle, bien que yo quisiera. Suplico a Vuestras Altezas me perdonen. 

Yo estoy tan perdido como dije. Yo he llorado hasta aquí a otros. Haya misericordia ahora el cielo y llore por mi la tierra. En el temporal no tengo solamente una blanca para la oferta; en el espiritual he parado aquí en las Indias de la forma que está dicho: aislado en esta pena, enfermo, aguardando cada día por la muerte y cercado de un cuento de salvajes y llenos de crueldad y enemigos nuestros, y tan apartado de los Santos Sacramentos de la Santa Iglesia, que se olvidará de esta ánima si se aparta acá del cuerpo. Llore por mí quien tiene caridad, verdad y justicia. Yo no vine a este viaje a navegar por ganar honra ni hacienda: esto es cierto, porque estaba ya la esperanza de todo en ello muerta. Yo vine a Vuestras Altezas con sana intención y buen celo, y no miento. Suplico humildemente a Vuestras Altezas que, si a Dios place de me sacar de aquí, que hayan por bien mi ida a Roma y otras romerías. Cuya vida y alto estado la Santa Trinidad guarde y acreciente.

Hecha en las Indias, en la isla de Jamaica, a 7 de julio de 1503 años.