CARTA DE DON CRISTOBAL COLON A NICOLAS ODERIGO

CARTA DE DON CRISTOBAL COLON AL SEÑOR NICOLAS ODERIGO DICIENDOLE QUE AL VOLVER DE SU VIAJE NO HABIA ENCONTRADO CONTESTACION A LAS CARTAS QUE DEJO ESCRITAS, Y LE HABLA DE OTROS NEGOCIOS FAMILIARES.

(Códice Colombino Americano, página 324)

27 de Diciembre de 1504. Al muy virtuoso señor el doctor Mícer Nicolo Oderigo.

Virtuoso Señor: Cuando yo partí para el viaje de adonde yo vengo, os hablé largo; creo que de todo esto estuvisteis en buena memo­ria. Creí que en llegando, hallaría yo vuestras cartas y aun persona con palabra. También a ese tiempo dejé a Francisco de Ribarol un libro de traslados de carta y otro, de mis privilegios, en una barjata de cordobán colo­rado con su cerradura de plata y dos cartas para el oficio de San Georgi, al cual atribuía yo el diezmo de mi renta para un descuento de los derechos del trigo y otros bastimentos: de nada de todo esto sé yo nuevas. Mícer Francis­co dice que todo llegó allá en salvo. Si así es, descortesía fue de estos Señores de S. Georgi de no haber dado respuesta, ni por ello han 

Visorrey y Gobernador general de las Indias, etc.

Declaración del médico Garci-Hernández sobre Cristóbal Colón (1515)

.. Sabe que el dicho almirante D. Cristóbal Colón viniendo a la arribada con su fijo D. Diego, que es ahora almirante (1515), a pie, se vino a Rábida, que es monasterio de frailes en esta villa, el cual demandó a la portería que le diesen para aquel niñito, que era niño, pan y agua que bebiese; y que estando allí ende este testigo un fraile que se llamaba Fr. Juan Pérez, que es ya difunto, quiso hablar con el dicho D. Cristóbal Colón, e viéndolo disposición de otra tierra o reino ajeno en su lengua, le preguntó que, quién era, e dónde venía; e que el dicho Cristóbal Colón, le dijo: que él venía de la corte de S. A., e le quiso dar parte de su embajada, a qué fue a la corte o cómo venía; o qué dijo el dicho Cristóbal Colón al dicho Fr. Juan Pérez, como había puesto en plática a descubrir ante S. A., e que se obligaba a dar la tierra firme queriéndole ayudar S. A. con navíos e las cosas pertenecientes para el dicho viaje e que conviniesen; e que muchos de los caballeros y otras personas que allí se fallaron al dicho razonamiento, le volaron su palabra e que no fue acogida, mas que antes facían burla de su razón, diciendo que tantos tiempos acá se habían probado e puesto navíos en la buscar, e que todo era un poco de aire, e que no había razón dello; que el dicho Cristóbal Colón, viendo ser su razón disuelta en tan poco conocimiento de lo que prometía de facer o de cumplir, él se vino de la corte, e se iba derecho de esta villa a la villa de Huelva para fallar y verse con un su cuñado, casado con hermana de su mujer, e que a la sazón estaba, o que había nombre Muliar; o que viendo el dicho fraile su razón, envió a llamar a este testigo con el cual tenía mucha conversación de amor, o porque alguna cosa sabía del arte astronómica, para que hablase con el dicho Cristóbal Colón, e viese razón sobre este caso del descubrir; y que este dicho testigo vino luego e fablaron todos tres sobre el caso, e que de aquí eligieron luego un hombre para que llevase una carta a la Reina doña Isabel (q.h.s.h.) del dicho Fr. Juan Pérez, que era su confesor; el cual portador de la dicha carta, etc.».

NACIMIENTO, FAMILIA Y EDUCACIÓN DE COLÓN. – Por Washington Irving (1783–1851)

Nada se sabe positivamente de la infancia de Cristóbal Colón, de su familia ni del tiempo o lugar de su nacimiento; porque tal ha sido la confusa habilidad de los comentadores, y tales sus esfuerzos, que ya es imposible desenmarañar la verdad de entre las conjeturas que la rodean. A juzgar por el testimonio de uno de sus contemporáneos e íntimos amigos, debe haber nacido por los años 1435 ó 1436. Muchas ciudades se disputan el honor de haberle dado nacimiento; pero parece probado que fue natural de Génova. Acerca de su familia, también se han agitado cuestiones de la misma especie. Más de una casa noble le ha reclamado como suyo desde que se hizo su nombre tan ilustre, que antes pudiera dar honor que recibirle. Es probable que hayan brotado todos estos ramos de n tronco común, y que las guerras civiles de Italia hayan desgajado muchos de ellos, y arrojado otros por tierra. No aparece, empero, que ni él ni sus contemporáneos tuviesen idea alguna de la nobleza de su linaje, ni es esto de importancia para su fama, que más honra ciertamente su memoria ser objeto de contienda entre muchas casas nobles, que poder designar como la suya la más ilustre de ellas. Su hijo Fernando, que escribió su historia e hizo un viaje para investigar este asunto, tácticamente abandona semejantes pretensiones, declarando más glorioso, en su sentir, que date del Almirante la nobleza de su familia, que averiguar si alguno de sus predecesores han recibido la orden de caballería y mantenido galgos y halcones; por que creo, añade, que menos dignidad recibiría yo de ninguna nobleza de aoblengom que de ser hijo del tal padre. La parentela inmediata de Colón era pobre, pero honrada: su padre había residido mucho tiempo en Génova, ejerciendo el oficio de cardador de lana. Era él el mayor de sus hermanos, Bartolomé y Diego, y de una hermana, de quien nada se sabe, excepto que casó con un hombre oscuro llamado Diego Bavarello. Su propio apellido es Colombo, latinizado por él mismo en sus primeras cartas “Columbus”, y adoptado por otros en los escritos que de él trataban, en conformidad con los usos de aquellos tiempos, que habían hecho de la latina la lengua de la correspondencia general, y aquella en que se escribían todos los nombres de importancia histórica. El descubridor es más conocido sin embargo en la historia española por el nombre de Cristóbal Colón, que fue con el que se presentó en España. Dice su hijo que hizo esta alteración para que se distinguieran sus descendientes de los de los ramos colaterales de la misma familia; con cuyo objeto acudió al que se suponía origen romano de su nombre, Colonus, y le abrevió Colón para adaptarlo a la lengua española. De esta variedad de apellidos se ha adoptado el de colón en la traducción presente, por ser más conocido en España. Fue limitada su educación, aunque quizá tan extensa cuanto le permitían las circunstancias indigentes de sus padres. Ya de muy niño sabía leer y escribir; y tenía tan buena letra, dice Las Casas, poseedor de muchos de sus manuscritos, que podía haber ganado su pan con ella. Después aprendió la aritmética, el dibujo y la pintura; artes, observa el mismo autor, en que también adquirió suficiente destreza par poder pasar con ellas la vida. Fue enviado por algún tiempo a Pavía, la grande escuela lombarda de las ciencias. Allí estudió gramática, y se familiarizó con la lengua latina; pero su educación tuvo por mira primitiva instruirle en las ciencias necesarias para la vida marítima. Estudió la geometría, la geografía, la astronomía, o como se llamaba entonces, la astrología, y la navegación. Desde la edad más tierna había manifestado un ardiente amor por la ciencia geográfica, y una inclinación irresistible por la mar, y seguía con entusiasmo todos los estudios que le eran congeniales. En los últimos tiempos de su vida, cuando reflexionaba acerca de ella en consecuencia de los asombrosos sucesos que por su mediación habían ocurrido, hacía mérito con solemnes y supersticiosas sensaciones de esta precoz determinación de su ánimo, como de un secreto impulso de la Divinidad que le guiaba hacia aquellos estudios y le inspiraba aquellas inclinaciones que le habían de hacer digno de cumplir los altos decretos para que el cielo le había escogido. Al trazar la historia primitiva de un hombre como Colón, cuyas acciones han tenido tan vasto efecto en los asuntos humanos, es interesante indagar lo que se ha debido a la influencia casual de las cosas, y lo que a la innata propensión de su ánimo. El ingenio más original y creador recibe mayor o menor impulso de los tiempos en que vive; y aquella irresistible inclinación que Colón pensaba sobrenatural, suele producirse por la operación de circunstancias externas. Toma el pensamiento a veces una repentina e invariable dirección, ora al visitar de nuevo alguna olvidada región de la sabiduría, y al explorar y volver a abrir sus abandonados senderos; ora al entrar con admiración y delicia por campos de descubrimientos que no hayan hollado los demás hombres. Entonces es cuando recibe un ánimo ardiente e imaginativo el impulso del día, se eleva sobres sus menos esclarecidos contemporáneos, dirige la misma muchedumbre que le puso a él en movimiento, acomete empresas a las que jamás se aventurarían almas más débiles que la suya. Colón nos da una prueba de este aserto. Aquella pasión por la geografía que tan al principio inflamó su pecho y que fue origen de sus acciones posteriores, debe considerarse como incidente a la edad en que vivía. Los descubrimientos geográficos eran la brillante y luminosa senda que debía distinguir para siempre al siglo XV, la más espléndida época en invención que los anales del mundo encierran. En la larga y tenebrosa noche de la falsa erudición y de las preocupaciones monacales, se perdieron para las naciones de Europa la geografía y las demás ciencias. Afortunadamente no quedaron perdidas para los otros hombres, pues vivieron refugiadas en el seno del África. Y mientras el pedante catedrático gastaba en balde en tiempo y el talento en los claustros, confundiendo la verdadera doctrina con sus ociosos ensueños, medían los sabios árabes de Señalar los grados de latitud y la circunferencia de la Tierra, en las vastas llanuras de Mesopotamia. El verdadero saber, tan dichosamente conservado, estaba entonces abriéndose camino para volver a Europa. La restauración de las ciencias acompañó a de las letras. Plinio, Pomponio Mela y Estrabón se cuentas entre los autores que sacó de la oscuridad el reciente pero enérgico amor de la literatura antigua. Estos volvieron a la inteligencia pública cierto fondo de los conocimientos geográficos, que hacía mucho tiempo estaban borrados de ella. Atrajo la curiosidad aquella nueva vereda, por tantos años olvidada, y tan súbitamente abierta. Manuel Chysoleras, docto caballero griego, había ya desde el principio del siglo traducido al latín la obra de Ptolomeo, haciéndola así más fácil para los estudiantes italianos. De otra traducción posterior por Jaime Angel de la Escarpiaria se hallaban en las bibliotecas de Italia correctas y bellas copias. También emprezaron a buscarse con empeño los escritos de Averroes, Alfragano y otros sabios árabes que habían conservado vivo el fuego sagrado de las ciencias durante el largo intervalo de la oscuridad europea. Los conocimientos que de este modo revivían eran necesariamente limitados e imperfectos: pero estaban, como la vuelta de la luz matutina, llenos de interés y de belleza. Parecía que llamaban una nueva creación a la vida, y brillaban en las almas imaginativas con todos los hechizos de la admiración. Se sorprendía el hombre de su propia ignorancia del mundo que le rodeaba; cada paso parecía un descubrimiento; porque eran para él, en cierto modo, tierras incógnitas cuantas no circundaba el horizonte de su país. Tal era el estado de ilustración, y tales los sentimientos que se tenían con respecto a esta ciencia interesante a principios del siglo XV. Los Descubrimientos que empezaron a hacerse después en las costas atlánticas del Africa despertaron por la geografía un interés aún más vivo, que debió de sentir con paritucalridad un pueblo marítimo y comerciante como el genovés. A estas circunstancias puede atribuirse el ardiente entusiasmo que respiró Colón en su infancia por los estudios cosmográficos, y que tanta influencia tuvo en sus aventuras ulteriores. Al considerar su limitada educación , debe observarse cuán poco debió desde el principio de su carrera a la ayuda adventicia, y cuánto a la energía natural de su carácter y a la fecundidad de su entendimiento. El corto período que pasó en Pavía bastó apenas para proporcionarle los rudimentos de las ciencias necesarias; el conocimiento familiar de ellas que desplegó en los años posteriores tuvo que ser resultado de una activa enseñanza propia, y de algunas horas casualmente dedicadas al estudio, en medio de los cuidados y vicisitudes de una vida tan turbulenta como la suya. Fue uno de aquellos hombres de alto y robusto ingenio, que parece que se forman ellos mismos; uno de aquellos que habiendo tendio privaciones y obstáculos que combatir desde los umbrales de la vida, adquieren intrepidez para atacar, ya facilidad para vencer inconvenientes durante toda ella. Tales hombres aprenden a efectuar grandes proyectos con escasos medios, supliendo la falta de éstos los abundantes recurso de su invención y su energía propia. Esta es una de las particularidades que caracterizan la historia de Colón, desde la cuna hasta el sepulcro. En todas sus empresas la ruindad y visible insuficiencia de los medios dan a la ejecución lustre y realce eminentes. JUVENTUD DE COLÓN Por Washington Irving (1783 – 1851). Dejó Colón la universidad de Pavía aún muy joven, y volvió a Génova a la casa de sus padres. Giustianiani, escritor contemporáneo, asegura en sus anales de aquella república, y lo repiten otros historiadores, que permaneció algún tiempo en Génova, siguiendo, como su padre, el oficio de cardador de lana. Su hijo Fernando contradice con indignación tal aserto, pero sin darnos noticia alguna que supla su lugar. La opinión generalmente recibida es que abrazó desde luego la vida náutica, para la que le habían educado, y a la que le llamaba su genio ardiente y emprendedor. El mismo dice que empezó a navegar a los catorce años. En una ciudad marítima tiene la navegación irresistibles atractivos para un joven de fogosa curiosidad y fantasía, que se promete encontrar cuanto hay de bello y envidiable más allá de sus aguas. Génova, además amurallada y estrechada por fragosas montañas, daba corto vado a empresas terrestres, mientras que un opulento y extendido comercio, que visitaba todos los países, y una Marina intrépida, que combatía en todos los mares, llamaban sus hijos a las ondas como a su más propicio elemento. Toglieta habla en su historia de Génova de la inclinación de la juventud a errar en busca de fortuna, con el propósito de volver a fijarse en su país nativo; pero añade que de veinte aventureros apenas volvía dos; porque o morían, o se casaban en otros países, o se quedaban en ellos, temerosos de las tempestades y discordias civiles en que ardía la república. La vida náutica del Mediterráneo se componía en aquellos tiempos de peligrosos viajes y audaces combates y sorpresas. Hasta una expedición mercantil parecía flota de guerra; y frecuentemente tenía el mercader que abrirse batallando el camino de un puerto a otro. La piratería estaba casi legitimada. Los incesantes feudos entre los estados italianos; los cruceros de los corsarios catalanes; las flotillas armadas por ciertos nobles, especie de soberanos de sus señoríos, que mantenían tropas y bajeles a su sueldo; los barcos y escuadras de aventureros particulares, empleados a veces por gobiernos hostiles, y surcando a veces los mares por su cuenta en busca de ilegal presa; y últimamente, la guerra no interrumpida contra las potencias mahometanas, llenaban los estrechos mares, en que la mayor navegación se hacía de escenas sangrientas, cruentos combates y nunca oídos reveses. Tal fue la escabrosa escuela en se crió Colón, y hubiera sido altamente interesante observar el primer desarrollo de su carácter entre tantas y tan severas adversidades. Rodeado, cual debía estarlo, de los trabajos y humillaciones que asedian al pobre aventurero en la vida náutica, parece que conservó siempre elevados pensamientos, y que alimentaba su imaginación con proyectos de gloriosas empresas. Las rigurosas y varias lecciones de su juventud le dieron aquellos conocimientos prácticos, aquellas fecundidad de recursos, aquella indomable resolución, y aquel vigilante imperio sobre sus propias pasiones, que tanto le distinguieron después. Así, un ánimo aspirador y un ingenio vigoroso convierten en saludable alimento los amargos frutos de la experiencia. Pero todo este instructivo periódo de la historia está cubierto de tinieblas. Su hijo Fernando, que mejor que nadie hubiera podido disiparlas, no hablaba de él tampoco, a no ser para aumentar nuestra perplejidad con algunos escasos e incoherentes atisbos; quizá un falso orgullo le impide revelarnos la indigencia y oscuridad de que su padre se emancipó tan gloriosamente. Todavía existen algunas anécdotas vagas y sin conexión entre sí, pero interesante por la idea que dan de sus padecimientos y de las aventuras que debieron sucederle. Su primer viaje se cree que fue en cierta expedición naval, que tenía por objeto el recobro de una corona. Juan de Anjou, duque de Calabria, armó un ejército y escuadra en Génova en 1459, para bajar sobre Nápoles, con la esperanza de ganar y volver aquel reino a su padre el rey Reinier o Renato, por otro nombre René, conde de Provenza. La república d Génova tomó parte en esta expedición, suministrando para ella buques y dinero. También iban muchos aventureros particulares que armaron navíos o galeras, y se pusieron bajo el pabellón de Anjou. Entre estos se dice había un animoso marino llamado Colombo. Vivían por aquellos tiempos dos capitanes de mar de este nombre, un tío y un sobrino de bastante celebridad, que Fernando Colón llamaba sus parientes. Los historiadores hablan de ellos a veces como jefes marinos de Francia; porque estaba Génova entonces bajo la protección, o más bien bajo la soberanía de aquel gobierno, y sus bajeles y capitanes identificados con los franceses, por tomar parte en sus expediciones. Como los nombre de estos dos navegantes ocurren vagamente en la historia en los tiempos oscuros de la de Colón, han causado mucha perplejidad a algunos de sus biógrafos, que creían que por ellos se designaba al descubridor. Navegó con estos comandantes muchas veces y por largo tiempo; y se dice que estuvo con el tío en la expedición de Nápoles. No hay autoridad para afirmar este hecho entre los autores contemporáneos, ninguno de los cuales entra en particularidades acerca de esta parte de su biografía; pero se ha asegurado repetidas veces por escritores posteriores, y las circunstancias externas concurren a dar peso a su aserción. Está probado que tuvo una vez mando aparte, al servicio del mismo rey de Nápoles, que le empleó en la arriesgada acción de apresar una galera en el puerto de Túnez. Él mismo hace por acaso mérito de esta circunstancia en uan de su cartas a los reyes escrita muchos años después. Me sucedió, dice, que el rey Reinel (que ya le llevó Dios) me envió a Túnez para tomar la galeota Fernandina; y habiendo llegado cerca de la isla de San Pedro, en Cerdeña, me dijeron que había dos navíos y una carraca con la referida galeaza; por lo cual se turbó mi gente, y determinó no pasar adelante, sino de volverse atrás, a Marsella, por otro navío y más gente; yo, que con ningún arte podía forzar su voluntad, convine en lo que querían; y mudando la punta de la brújula, hice desplegar las velas, siendo por la tarde; y el día siguiente al salir el sol nos hallamos dentro del cabo de Cartagena, estando todos en la certeza de que íbamos a Marsella. No tenemos m´s recuerdos relativos a esta osada hazaña, por la que ya se hace ver aquel espíritu determinado y perseverador que le aseguró el buen éxito de otras más importantes. El medio de que se valió para aquietar el descontento equipaje, engañándole acerca de la dirección del buque, es análogo a la estratagema de alterar el diario, que puso en práctica en su primer viaje de descubrimientos. La lucha de Juan de Anjou, duque de Calabria, para apoderarse de la corona de Nápoles, duró como cuatro años, y no tuvo al fin resultado. La parte naval de la expedición en que colón se hallaba se distinguió por su intrepidez, y cuando se vio obligado el duque a refugiarse en la isla de Ischia, unas cuantas galeras recorrieron y bloquearon la bahía de Nápoles. Sigue a estos hechos un intervalo de muchos años, en que apenas se encuentran huellas de Colón. Se supone, empero, que los pasaría en el Mediterráneo y por el levante, navegando a veces en expediciones comerciales, y otras, en fin, empeñando en piadosas y predatorias guerras contra los infieles. Por acaso se habla, refiriéndose a él mismo, de su estancia en la isla de Scio, donde aprendió el modo de hacer la almástiga. Ciertos autores posteriores imaginan haber descubierto pruebas de que ejerció un mando importante en la marina de su patria. Chaufepie, en su continuación de Baile, cita el rumor de que Colón era en 1474 capitán de varios buques genoveses, al servicio de Luis XI de Francia, y que atacó y tomó dos galeras españolas, por vía de represalias de la irrupción de los españoles en el Rosellón; asunto sobre el que el rey Fernando dirigió una carta de protesta y vivas quejas al monarca francés. Bossi, en su memoria de Columbus, hace también mención de otra carta encontrada en los archivos de Milán, y escrita en 1476 por dos ilustres caballeros milaneses que volvían de Jerusalén, en la que refieren que en el año anterior, cuando la flota veneciana estaba sobre Chipre para guardar la isla, una escuadra Genovesa, mandada por un tal Columbo, pasó por junto a ellos, gritando: ¿Viva San Giorgio!, grito de guerra de los genoveses, y que se les dejó pasar sin molestarlos, por hallarse en paz las dos repúblicas. El Colombo de que se habla en estas ocurrencias era muy probablemente el antiguo almirante genovés de aquel nombre, quien, según Zurita y otros historiadores, mandaba por aquel tiempo una escuadra, en la cual llevó la rey de Portugal a la casota francesa del Mediterráneo. Pero como Colón servía frecuentemente bajo su pabellón, pudo haber estado con él en estas ocasiones. La última noticia dudosa de Colón, durante este oscuro período, nos la da su hijo Fernando, asignándole una distinguida parte en cierta acción naval de Colombo el menor, sobrino del que se acaba de nombrar, y que era, según Fernando afirma, famoso corsario, y tan terrible en sus hechos contra los infieles, que las madres moriscas solían asombrar a los niños con su nombre. Este audaz marino, habiendo sabido que venían cuatro galeras venecianas, ricamente cargadas de la vuelta de Flandes, las interceptó con su escuadra en la costa portuguesa, entre Lisboa y el cabo San Vicente. Una desesperada batalla siguió a este encuentro. Se abordaron y encadenaron los buques y pelearon las tripulaciones mano a mano y de uno al otro barco. La acción duró desde por la mañana hasta la noche, con inmensa pérdida y carnicería de amos contendientes. El bajel que Colón mandaba se batía con una enorme Galera veneciana, arrojándole granadas de mano y otros proyectiles incendiarios, hasta lograr envolverla en llamas. Y como estaba aferrados los dos navíos con cadenas y garfios de hierro, no pudieron separarse ni evitar el progreso de una conflagración común, que no tardó en devorarlos. Las tripulaciones se echaron al agua, y asiéndose Colón de un remo que casualmente flotaba al lado suyo y a fuerzo de ser expertísimo nadador, pudo llegar a la orilla, aunque distaba dos leguas. Le dio el Altísimo, añade su hijo Fernando, la fuerza que le preservara para mayores cosas. Después de recobrarse algún tanto de su debilidad, pasó a Lisboa, donde encontró muchos paisanos suyos, que le persuadieron a que fijase allí su residencia. Tal es la relación que da Fernando de la primera llegada de su padre a Portugal, y la que han adoptado los historiadores modernos. Aunque no es imposible que Colón se hallase en dicha batalla, debe tenerse presente que no se dio ésta hasta muchos años después del presente período de su vida. Algunos historiadores la ponen en el verano de 1485, estos es, cerca de un año después que Colón salió ya de Portugal. El solo modo de zanjar contradicción semejante sin poner en duda la veracidad del historiador, es suponer que Fernando haya confundido alguna otra acción en que estuviese su padre con la de las galeras venecianas que encontró recordarla, sin fecha, por Sabellico. Desechando, pues, como apócrifa esta romanesca y heroica llegada de Colón a las playas de Portugal, hallaremos en las grandes empresas náuticas en que aquel reino estaba empeñado, amplios alicientes para una persona de su profesión y carácter. Para esto, empero, es necesario pasar la vista por ciertos sucesos relativos a descubrimientos marítimos, que hicieron de Lisboa en aquel tiempo, centro de atracción para los sabios en geografía y ciencias náuticas de todos los países del mundo.

VIDAS PARALELAS, COLÓN & PEDRO ÁLVAREZ DE SOTOMAYOR – Por Alfonso Philippot

1.  Don Pedro de Soutomaior, 1 conde de Camiña, nació en 1432.

1.Según el testimonio de sus coetáneos, Cristóbal

 Colón,nació entre 1430 y 1436.

2. Su familia fue noble y en algún tiempo rica.

2. De acuerdo con su hilo Hernando y el padre Las Casas,

 Colón procedía de sangre ilustre.

3.   Entre sus antepasados se encuentran cuatro almirantes.

3.  “Yo no soy el primer almirante de mi familia”, decía

 Colón.

4. Su padre biológico -Feman Eanes de Soutomaior~ era un

importante armador de Pontevedra que ostentaba la Capitanía

de Naos.

4.  El trato o manera de vivir de sus mayores fue el de

mercaderías por la mar.

5.   Sus conocimientos del latín y de las Sagradas Escrituras, se

 remontan a sus años de semi­narista. en Santo Domingo de Tui,

 entre 1.440 y 1446.

5.  Dice el barón de Humboldt que sus rudimentarios

conocimientos de latín debió apren­derlos en la niñez, como

monaguillo de alguna oscura feligresía”.

6. Era familiar del Gran Cardenal de Toledo, D. Pedro González

de Mendoza y el padre Deza, prior del convento de San

Esteban de Salamanca.

6.  “En sólo el Cardenal halló acogimiento”, dice Oviedo. En

una carta a su hijo Diego, le pide el Almirante que visite al

P. Deza y le recuerde “su primer amor fraterno”.

7.   El 1446, una vez liberado de la tutela de Fray Esteban de

Soutelo, “cambió los libros por la espada”, dice L. Ferreiro. Y en

1469 regresó a Galicia después de veintitrés años de ausencia.

7.  “Yo he andado veintitrés años en la mar…”, le cuenta a

los reyes. “Habiendo en sus tiernos años aprendido los

principios de doctrina -señala el P. Las Casas- cuando ya

fue mancebo pasó a Lisboa y se dió al arte de la mar”.

8.   Entre sus deudos figuran los Diáguez de Funes, “caballeros

de la banda”. Uno de los emble­mas más antiguos de su familia

ostenta el león rampante de los Soutomaior de Galicia y Portugal

. (Sepulcro de Alvaro Páez en la Catedral de Tui)

8.  Las armas de los Diáguez, “caballeros de conquista”

, como él les llama, figuran en la punta de su escudo. Y en

el segundo cuartel, un león rampando de verde sobre

campoblanco.

9.   Durante el periodo comprendido entre 1460 y 1463, debió

enrolarse como mercenario con Juan de Lorena, adiestrándose en

el manejo de las armas de fuego que más tarde utilizó en Galicia.

9.  De veintiocho años comencé a servir,,.” Después de la

muerte de Alfonso Y de Aragón, la Corona de Nápoles fue

disputada por Juan de Lorena. “La naturaleza brillante de

tal empresa, atraía a los audaces espiritus de aquellos

tiempos. La nobleza y la caballería, los soldados de fortuna

los recios corsarios. Los osados aventureros, los ansiosos

mercenarios

10.    “El tratado de paz entre los reyes de Portugal y de Castilla,

concertado en 1479, quebrantó al conde de Camiña que tuvo que

retirarse a Portugal.”

10   “Por volta de 1479 chega a Lisboa um navegador on

comerciante chamado Cristováo Colombo Da sua origem quase

tudo se ignora.”

11.    Hacia 1482 surgen sus primeras desavenencias conyugales

como consecuencia de las ges­tiones de su esposa -Teresa de

Távora- cerca de los Reyes de Castilla para trasjDasarle a su

primogénito el señorío de Galicia.

11.  La mayoría de sus biógrafos afirman que el hijo habido

en Felipa Muñiz, nació en 1482, si bien ya tenía otros de

quienes -como él dice- jamás volvió a ocuparse.

12    Durante su exilio (1479-1486), mantuvo una intensa relación

con sus parientes portugueses como Pedro Correa, primo de su

mujer. Capitán donatario de la isla Graciosa y ex- Gobernador de

Porto Santo.

12   “El trato íntimo y frecuente entre los dos cuñados

(Pedro Correa estaba casado con Elena Perestrello, media

hermana de Felipa Muñiz) debió ser causa de que se comuni­

casen mutuamente sus observaciones sobre los

descubrimientos…”

l3     Primo segundo de su esposa fue tambien Diego de Azámbuja

Gobernador General de la Mina entre 1481 y 1483.

13   “Debió ser en una carabela rumbo a Mina, mientras se

construía el castillo, cuando Colón llevó a cabo su viaje a la

costa de Guinea, hacia 1483.”

14.    Los señores de Soutomaior eran primos dell marqués de

Villareal, D. Pedro de Meneses, de quien proceden los duques de

Camiña.

14   Este frio y cauteloso discurso del Obispo de Ceuta ante

la junta de Lisboa, lastimé el orgullo nacional de Pedro de

Meneses y arrancó de él una elevada y patriotica res­puesta

, favorable al proyecto de Colón.”

15    El martes lOde enero de 1486, después de otorgar

testamento en Refojos, “el conde se fue para la Corte -que a la

sazón se hallaba en Alcalá de Henares- y habló a sus grandes

parien­tes que tenía en Castilla, con el fin de obtener el perdón de

los reyes”.

15.  “Yo vine a les servir que son siete años agora, a veynte

días de henero este mismo mes…” (Nota del Almirante

correspondiente al 14 de enero de 1493. Dice Juan Manzano

qu.e aqnel 20 de enero de 1486 cayó en viernes, día de la

semana señalado para las audiencias reales.)

16    El 18 de febrero de 1486, los Reyes Católicos nombraron a Don Alvaro -primogénito del conde- administrador de las fortalezas que eran de su padre, y relevaron del juramento de pléito-homenaje a Pedro Falcón, alcaide del Castillo de Soutomaior.

16   Dice Juan Manzano que después de esta entrevista con los reyes, “comenzó para Colón el largo y doloroso calvario al que tantas veces alude en sus escritos. Colón …. nota que por momentos el ambiente de la corte se le enrarece, que todos le vuelven la espalda”

l7   La desaparición de Pedro de Soutomaior en Alba de Tormes (Salamanca) se produjo el 11 de abril de 1486.

17. “La encomienda del asunto colombino a fray Hernando de Talavera -señala D. Juan Manzano- tuvo lugar a últimos de febrero de 1486” A partir de esta fecha nada vuelve a saberse de Cristóbal Colón -como si se lo hubiese tragado la tierra- hasta el mes de noviembre, en que se reúne la Junta de Salamanca para estudiar su proyecto.

18.  Su influencia en la corte lusitana, se remonta al reinado de Alfonso V. En las “horas bajas”, privado ya de su hacienda, recuerda Vasco da Ponte que D. Pedro visitaba de vez en cuan­do al Rey de Portugal, “y éste siempre le daba algo”.

18. Hacia el mes de diciembre de 1487, Colón le escribe a Juan II desde Sevilla, solicitan­do su permiso para volver a Portugal. La respuesta del Rey está fechada eu 20 de marzo de 1488, y en ella le trata de “especial amigo”, animándole a regresar: “Tu industria y buen ingénio Nos será necesario

19  La relación familiar del conde de Camiña con los Muñiz y Perestrello -como queda dicho- se produjo a través de su esposa.

19. A su llegada a Lisboa, el 4 de marzo de 1493, salió a recibirle Martín de Noroña, cliam­belán en la corte de Juan II, hijo de Catalina de Távora.

20. En Andalucía tenía grandes parientes. El señorío de Moguer pertenecía a los Portocarrero. Y el de Palos, “por iguales partes”, a las familias Silva y Castañeda, descendientes todos ellos de la Casa de Soutomaior.

20 E1 12 de mayo de 1492, Colón regresó a Palos, “porque allí tenía conocidos y amigos”, dice el P. Las Casas. Hacia el 30 de abril de 1493 hizo su entrada triunfal en Sevilla, dispensándole esta ciudad un apoteósico recibimiento encabezado por el conde de Cifuentes, D. Juan de Silva y Castañeda.

21.  Los sangrientos pasajes de la Historia de Galicia, en sus luchas internas, evidencian el odio que se profesaban las familias Fonseca y Soutomaior… El arzobispo de Compostela, D. Alonso de Fonseca, era primo-hermano del Intendente de Indias.

21. El Intendente, D. Juan Rodríguez de Fonseca, fue el enemigo más cruel de Cristóbal Colón y de sus hijos.

22  Don Pedro de Torquemada, padre de Beatriz Enríquez, dice en su testamento que es hijo de Juan Ruíz de Biedma (deudo de la Casa de Soutomaior.) “Los de este alcuño -señala el P. Crespo- señorearon las tierras de Limia, Monterrey y Sotobermud.

22 Las relaciones de D. Hernando Colón con los Soutomaior, se prodigaron a lo largo de toda su vida. En la “Sedacina Totius”, anotó: “Diómelo con la “Suma” de Geber, don Xristóbal de Soutomaior hijo de la condesa de Camiña”

23. D. Pedro de Soutomaior, el Parricida (nieto deI. 1 cond.e de Camiña), huyendo de la policia vaticana, en 1518, se ocultó en un castillo que era propiedad de los Colones.

23. “Pasando yo por Cugureo (Cogoletto) -dice D. Hernando- me informé acerca de dos hermanos Colombo, dueños de aquel castillo y deudos suyos.”

24. La dualidad de su nombre se descubre por I.a abreviatura que sigue a su firma: “Yo,Pedro, conde de Camyña, XFZ (Xristobo Fernández).”

24. La dualidad de su nombre viene confirmada por el testimonio del notable latinista y capellán de los Reyes Católicos, Lucio Marineo Sículo: “Petrum Colonum cun trigin­ta navibus”

Las viandas que tomaba Colón – La Voz de Galicia – 2006

Las viandas que tomaba Colón
20/05/2006 | // Arousa
Reportaje | Varios colectivos reclaman la patria gallega del almirante

Mientras el análisis de ADN no diga lo contrario, la tesis del origen gallego de Colón tiene tanto sustento documental como cualquier otra. Precisamente, en el día en que se cumple el 500 aniversario del fallecimiento del descubridor de América, una veintena de colectivos sociales y culturales de la comarca se unirán para defender de nuevo esta hipótesis y para reclamar que se investigue más profundamente esta vía.
Eduardo Esteban, uno de los promotores de la creación del grupo Colectivos por la patria gallega de Colón, explica que en la ciudad «hay un interés latente por esta teoría, que quizás no es tan publicitada como otras». De lo que no hay duda «es de que la relación de Colón con Galicia y Pontevedra es evidente, desde la construcción de la carabela Santa María a la tripulación del barco, pasando por otros muchos datos». Añade que después del encuentro que los representantes de estas asociaciones mantendrán en esta jornada, «se estudiará pedir formalmente a la Xunta la creación de una comisión que estudie y reclame el papel de Galicia y Pontevedra en la historia del descubrimiento».
En este sentido, Esteban considera que la ciudad debe explotar el filón turístico que otros lugares vinculados a Colón ya aprovechan. «En Gomera está la ruta de Colón y en Estados Unidos abrieron un museo con objetos suyos -señala-. Aquí tendríamos muchísimos ases». Acerca del proyecto del Concello de Poio para restaurar la supuesta casa natal del almirante, los colectivos consideran que de momento «no se está preocupando demasiado».
Para recordar hoy al navegante los colectivos han preparado un almuerzo en el restaurante Alvariñas de Combarro, en el que degustarán productos preparados y presentados al estilo de los que sirvieron de sustento a las tripulaciones que pusieron rumbo a América. Desde quesos con aceite a anguilas ahumadas, cecina y ostras escabechadas, a caldeirada de merluza, entre otras viandas. Para aderezarlo, vino de Chile, gentileza de unas bodegas catalanas «que también apuestan por esta tesis». Y de postre, dulce de tabaco relleno de café, en homenaje a los dos productos más famosos que ha dado el Nuevo Mundo.
Antes de la comida, las asociaciones depositarán una corona de laurel en el lugar donde se construyó la carabela Santa María (plaza del Muelle), un acto presidido por el Gremio de Mareantes, la institución que hoy recoge el testigo de la tradición marinera de Pontevedra.

Tratado de Tordesillas

7 de Junho de 1494

 

Dom Fernando e d. Isabel, por graça de Deus rei e rainha de Castela, de Leão, de Aragão, da Sicília, de Granada, de Toledo, de Valência, de Galiza, de Maiorca, de Sevilha, da Sardenha, de Córdova, da Córsega, de Múrcia, de Jaém, do Algarve, de Algeciras, de Gibraltar, das ilhas de Canária, conde e condessa de Barcelona, senhores de Biscaia e de Molina, duques de Atenas e de Neopatria, condes de Roussilhão e da Sardenha, marqueses de Oristán e de Gociano, juntamente com o príncipe d. João, nosso mui caro e mui amado filho primogênito, herdeiro dos nossos ditos reinos e senhorios. Em fé do qual, por d. Henrique Henriques, nosso mordomo-mor e d. Gutierre de Cárdenas, comissário-mor de Leão, nosso contador-mor e o doutor Rodrigo Maldonado, todos do nosso Conselho, foi tratado, assentado e aceito por nós e em nosso nome e em virtude do nosso poder, com o sereníssimo d. João, pela graça de Deus rei de Portugal e dos Algarves d’Aquém e d’Além-mar, em África, senhor da Guiné, nosso mui caro e mui amado irmão, e com Rui de Sousa, senhor de Sagres e Beringel e d. João de Sousa, seu filho, almotacel-mor do dito sereníssimo rei nosso irmão, e Arias de Almadana, corretor dos feitos civis de sua corte e de seu foro, todos do Conselho do dito sereníssimo rei nosso irmão, em seu e em virtude de seu poder, seus embaixadores que a nós vieram, sobre a demanda que nós e ao dito sereníssimo rei nosso irmão pertence, do que até sete dias deste mês de junho, em que estamos, da assinatura desta escritura está por descobrir no mar Oceano, na qual dito acordo dos nossos ditos procuradores, entre outras coisas, prometeram que dentro de certo prazo nela estabelecido, nós outorgaríamos, confirmaríamos, juraríamos, ratificaríamos e aprovaríamos a dita aceitação por nossas pessoas; e nós, desejando cumprir e cumprindo tudo o que assim em nosso nome foi assentado, e aceito, e outorgado acerca do supradito, mandamos trazer diante de nós a dita escritura da dita convenção e assento para vê-la e examiná-la, e o teor dela de verbo ad verbum é este que se segue: Em nome de Deus Todo-Poderoso, Padre, Filho e Espírito Santo, três pessoas realmente distintas e separadas, e uma só essência divina. Manifesto e notório seja a todos quantos este público instrumento virem, dado na vila de Tordesillas, aos sete dias do mês de junho, ano do nascimento de Nosso Senhor Jesus Cristo de mil quatrocentos e noventa e quatro anos, em presença de nós os secretários e escribas e notários públicos dos abaixo assinados, estando presentes os honrados d. Henrique Henriques, mordomo-mor dos mui altos e mui poderosos príncipes senhores d. Fernando e d. Isabel, por graça de Deus, rei e rainha de Castela, de Leão, de Aragão, da Sicília, de Granada etc., e d. Gutierre de Cárdenas, comendador-mor dos ditos senhores rei e rainha, e o doutor Rodrigo Maldonado, todos do Conselho dos ditos senhores rei e rainha de Castela, de Leão, de Aragão, da Sicília e de Granada etc., seus procuradores bastantes de uma parte, e os honrados Rui de Sousa, senhor de Sagres e Beringel, e d. João de Sousa, seu filho, almotacél-mor do mui alto e mui excelente senhor d. João, pela graça de Deus rei de Portugal e Algarves, d’Aquém e d’Além-mar, em África, e senhor da Guiné; e Arias de Almadana, corregedor dos feitos cíveis em sua corte, e do seu Desembargo, todos do Conselho do dito rei de Portugal, e seus embaixadores e procuradores bastantes, como ambas as ditas partes o mostraram pelas cartas e poderes e procurações dos ditos senhores seus constituintes, o teor das quais, de verbo ad verbum é este que se segue: D. Fernando e d. Isabel, por graça de Deus rei e rainha de Castela, de Leão, de Aragão, da Sicília, de Granada, de Toledo, de Valência, da Galiza, da Maiorca, de Sevilha, de Sardenha, de Córdova, da Córsega, de Múrcia, de Jaém, de Algarve, de Algeciras, de Gibraltar, das ilhas de Canária, conde e condessa de Barcelona, e senhores de Biscaia e de Molina, duques de Atenas e de Neopatria, condes de Roussilhão e da Sardenha, marqueses de Oristán e de Gociano etc. Em fé do que, o sereníssimo rei de Portugal, nosso mui caro mui amado irmão, nos enviou como seus embaixadores e procuradores a Rui de Sousa, do qual são as vilas de Sagres e Beringel, e a d. João de Sousa, seu almotacél-mor, e Arias de Almadana, seu corregedor dos feitos cíveis em sua corte, e de seu Desembargo, todos do seu Conselho, para entabolar e tomar assento e concórdia conosco ou com nossos embaixadores e procuradores, em nosso nome, sobre a divergência que entre nós e o sereníssimo rei de Portugal, nosso irmão, há sobre o que a nós e a ele pertence do que até agora está por descobrir no mar Oceano; em razão do que, confiando de vós d. Henrique Henriques, nosso mordomo-mor e d. Gutierre de Cárdenas, comendador-mor de Leão, nosso contador-mor, e o doutor Rodrigo Maldonado, todos de nosso Conselho, que sois tais pessoas, que zelareis nosso serviço e que bem fielmente fareis o que por nós vos for mandado e encomendado; por esta presente carta vos damos todos nossos poderes completos naquela maneira e forma que podemos e em tal caso se requer, especialmente para que por nós e em nosso nome e de nossos herdeiros e sucessores, e de todos nossos reinos e senhorios, súditos e naturais deles, possais tratar, ajustar e assentar e fazer contrato e concórdia com os ditos embaixadores do sereníssimo rei de Portugal, nosso irmão, em seu nome, qualquer concerto, assento, limitação, demarcação e concórdia sobre o que dito é, pelos ventos em graus de Norte e de Sul e por aquelas partes, divisões e lugares do céu, do mar e da terra, que a vós bem visto forem e assim vos damos o dito poder para que possais deixar ao dito rei de Portugal e a seus reinos e sucessores todos os mares, e ilhas, e terras que forem e estiverem dentro de qualquer limitação e demarcação que com ele assentarem e deixarem. E outrossim vos damos o dito poder, para que em nosso nome e no de nossos herdeiros e sucessores, e de nossos reinos e senhorios, e súditos e naturais deles, possais concordar a assentar e receber, e acabar com o dito rei de Portugal, e com seus ditos embaixadores e procuradores em seu nome, que todos os mares, ilhas e terras que forem ou estiverem dentro da demarcação e limitação de costas, mares e ilhas e terras que ficarem por vós e por nossos sucessores, e de nosso senhorio e conquista, sejam de nossos reinos e sucessores deles, com aquelas limitações e isenções e com todas as outras divisões e declarações que a vós bem visto for, e para que sobre tudo que está dito, e para cada coisa e parte disso, e sobre o que a isso é tocante, ou disso dependente, ou a isso anexo ou conexo de qualquer maneira, possais fazer e outorgar, concordar, tratar e receber, e aceitar em nosso nome e dos ditos nossos herdeiros e sucessores de todos os nossos reinos e senhorios, súditos e naturais deles, quaisquer tratados, contratos e escrituras, como quaisquer vínculos, atos, modos, condições e obrigações e estipulações, penas, sujeições e renúncias, que vós quiserdes, e bem outorgueis todas as coisas e cada uma delas, de qualquer natureza ou qualidade, gravidade ou importância que tenham ou possam ter, ainda que sejam tais que pela sua condição requeiram outro nosso especificado e especial mandado e que delas se devesse de fato e de direito fazer singular e expressa menção e, que nós, estando presentes poderíamos fazer e outorgar e receber. E outrossim vos damos poder suficiente para que possais jurar e jureis por nossas almas, que nós e nossos herdeiros e sucessores, súditos, naturais e vassalos, adquiridos e por adquirir, teremos, guardaremos e cumpriremos, e terão, guardarão e cumprirão realmente e com efeito, tudo o que vós assim assentardes, capitulardes, jurardes, outorgardes e firmardes, livre de toda a cautela, fraude, engano, ficção e simulação e assim possais em nosso nome capitular, assegurar e prometer que nós em pessoa seguramente juraremos, prometeremos, outorgaremos e firmaremos tudo o que vós em nosso nome, acerca do que dito é assegurardes, prometerdes e acordardes, dentro daquele lapso de tempo que vos bem parecer, e que o guardaremos e cumpriremos realmente, e com efeito, sob as condições, penas e obrigações contidas no contrato das bases entre nós e o dito sereníssimo rei nosso irmão feito e concordado, e sobre todas as outras que vós prometerdes e assentardes, as quais desde agora prometemos pagar, se nelas incorrermos, para tudo o que e cada coisa ou parte disso, vos damos o dito poder com livre e geral administração, e prometemos e asseguramos por nossa fé e palavra real de ter, guardar e cumprir, nós e nossos herdeiros e sucessores, tudo o que por vós, acerca do que dito é, em qualquer forma e maneira for feito e capitulado, jurado e prometido, e prometemos de o ter por firme, bom e sancionado, grato, estável e válido, e verdadeiro agora e em todo tempo, e que não iremos nem viremos contra isso nem contra parte alguma disso, nem nós nem herdeiros e sucessores, por nós, nem por outras pessoas intermediárias, direta nem indiretamente, sob qualquer pretexto ou causa, em juízo, nem fora dele, sob obrigação expressa que para isso fazemos de todos os nossos bens patrimoniais e fiscais, e outros quaisquer de nossos vassalos e súditos e naturais, móveis e de raiz, havidos e por haver. Em testemunho do que mandamos dar esta nossa carta de poder, a qual firmamos com os nossos nomes, mandamos selar com o nosso selo. Dada na vila de Tordesillas aos cinco dias do mês de junho, ano de nascimento de Nosso Senhor Jesus Cristo de mil quatrocentos e noventa e quatro. Eu, el-rei. Eu, a rainha. Eu, Fernando Álvarez de Toledo, secretário do Rei e da Rainha, nossos senhores, a fiz escrever a seu mandado. D. João, por graça de Deus rei de Portugal e dos Algarves, d’Aquém e d’Além-mar em África, e senhor de Guiné etc. A quantos esta nossa carta de poderes e procuração virem, fazemos saber que em virtude do mandado dos mui altos e mui excelentes e poderosos príncipes, o rei d. Fernando e a rainha d. Isabel, rei e a rainha de Castela, de Leão, de Aragão, de Sicília, de Granada etc., nossos mui amados e prezados irmãos, foram descobertas e achadas novamente algumas ilhas, e poderiam adiante descobrir e achar outras ilhas e terras sobre as quais tanto umas como outras, achadas e por achar, pelo direito e pela razão que nisso temos, poderiam sobrevir entre nós todos e nossos reinos e senhorios, súditos e naturais deles, que Nosso Senhor não consinta; a nós apraz pelo grande amor e amizade que entre todos nós existe, e para se buscar, procurar e conservar maior paz e mais firme concórdia e sossego, que o mar em que as ditas ilhas estão e forem achadas, se parte e demarque entre nós todos de alguma boa, certa e limitada maneira; e porque nós no presente não podemos entender nisto pessoalmente, confiante a vós Rui de Sousa, senhor de Sagres e Beringel, e d. João de Sousa, nosso almotacél-mor, e Arias de Almadana, corregedor dos feitos cíveis em nossa corte e do nosso Desembargo, todos do nosso Conselho, pela presente carta vos damos todo nosso poder, completo, autoridade e especial mandado, e vos fazemos e constituímos a todos em conjunto, e a dois de vós e a cada um de vós (in solidum) se os outros por qualquer modo estiverem impedidos, nossos embaixadores e procuradores, na mais ampla forma que podemos e em tal podemos e em tal caso se requer e geral especialmente; e de tal modo que a generalidade não derrogue a especialidade, nem a especialidade, a generalidade, para que, por nós, e em nosso nome e de nossos herdeiros e sucessores, e de todos os nossos reinos e senhorios, súditos e naturais deles possais tratar, concordar e concluir e fazer, trateis, concordeis e assenteis, e façais com os ditos rei e rainha de Castela, nossos irmãos, ou com quem para isso tenha os seus poderes, qualquer concerto e assento, limitação, demarcação e concórdia sobre o mar Oceano, ilhas e terra firme, que nele houver por aqueles rumos de ventos e graus de Norte e Sul, e por aquelas partes, divisões e lugares de seco e do mar e da terra, que bem vos parecer. E assim vos damos o dito poder para que possais deixar, e deixeis aos ditos rei e rainha e a seus reinos e sucessores todos os mares, ilhas e terras que estiverem dentro de qualquer limitação e demarcação que com os ditos rei e rainha ficarem: e assim vos damos os ditos poderes para em nosso nome e no dos nossos herdeiros e sucessores e de todos os nossos reinos e senhorios, súditos e naturais deles, possais com os ditos rei e rainha, ou com seus procuradores, assentar e receber e acabar que todos os mares, ilhas e terras que forem situados e estiverem dentro da limitação e demarcação das costas, mares, ilhas e terras que por nós e nossos sucessores ficarem, sejam nossos e de nossos senhorios e conquista, e assim de nossos reinos e sucessores deles, com aquelas limitações e isenções de nossas ilhas e com todas as outras cláusulas e declarações que vos bem parecerem. Os quais ditos poderes damos a vós os ditos Rui de Sousa e d. João de Sousa e o licenciado Arias da Almadana, para que sobre tudo o que dito é, e sobre cada coisa e parte disso e sobre o que a isso é tocante, e disso dependente, e a isso anexo, e conexo de qualquer maneira, possais fazer, e outorgar, concordar, tratar e distratar, receber e aceitar em nosso nome e dos ditos nossos herdeiros e sucessores e todos nossos reinos e senhorios, súditos e naturais deles em quaisquer capítulos, contratos e escrituras, com quaisquer vínculos, pactos, modos, condições, penas, sujeições e renúncias que vós quiserdes e a vós bem visto for e sobre isso possais fazer e outorgar e façais e outorgueis todas as coisas, e cada uma delas, de qualquer natureza e qualidade, gravidade e importância que sejam ou possam ser posto que sejam tais que por sua condição requeiram outro nosso especial e singular mandado, e se devesse de fato e de direito fazer singular e expressa menção e que nós presentes, poderíamos fazer e outorgar, e receber. E outrossim vos damos poderes completos para que possais jurar, e jureis por nossa alma, que nós e nossos herdeiros e sucessores, súditos e naturais, e vassalos, adquiridos e por adquirir , teremos, guardaremos e cumpriremos, terão, guardarão e cumprirão realmente, e com efeito, tudo o que vós assim assentardes e capitulardes e jurardes, outorgardes e firmardes, livre de toda cautela, fraude e engano e fingimento, e assim possais em nosso nome capitular, assegurar e prometer que nós em pessoa asseguraremos, juraremos, prometeremos, e firmaremos tudo o que vós no sobredito nome, acerca do que dito é assegurardes, prometerdes e capitulardes, dentro daquele prazo e tempo que vos parecer bem, e que o guardaremos e cumpriremos realmente e com efeito sob as condições, penas e obrigações contidas no contrato das pazes entre nós feitas e concordadas, e sob todas as outras que vós prometerdes e assentardes no nosso sobredito nome, os quais desde agora prometemos pagar e pagaremos realmente e com efeito, se nelas incorrermos. Para tudo o que e cada uma coisa e parte disso, vos damos os ditos poderes com livre e geral administração, e prometemos e asseguramos com a nossa fé real, ter e guardar e cumprir, e assim os nossos herdeiros e sucessores, tudo o que por vós, acerca do que dito é em qualquer maneira e forma for feito, capitulado e jurado e prometido; e prometemos de o haver por firme, sancionado e grato, estável e valedouro, desde agora para todo tempo e que não iremos, nem viremos, nem irão contra isso, nem contra parte alguma disso, em tempo algum; nem por alguma maneira, por nós, nem por si, nem por intermediários, direta nem indiretamente, e sob pretexto algum ou causa em juízo nem fora dele, sob obrigação expressa que para isso fazemos dos ditos nossos reinos e senhorios e de todos os nossos bens patrimoniais, fiscais e outros quaisquer de nossos vassalos e súditos e naturais, móveis e de raiz, havidos e por haver. Em testemunho e fé do que vos mandamos dar esta nossa carta por nós firmada e selada com o nosso selo, dada em nossa cidade de Lisboa aos oito dias de março. Rui de Pina a fez no ano do nascimento de Nosso Senhor Jesus Cristo de mil quatrocentos e noventa e quatro. El rei. E logo os ditos procuradores dos ditos senhores rei e rainha de Castela, de Leão, de Aragão, de Sicília, de Granada etc., e do dito senhor rei de Portugal e dos Algarves etc., disseram: que visto como entre os ditos senhores seus constituintes há certa divergência sobre o que a cada uma das ditas partes pertence do que até hoje, dia da conclusão deste tratado, está por descobrir no mar Oceano; que eles, portanto, para o bem da paz e da concórdia e pela conservação da afinidade e amor que o dito senhor rei de Portugal tem pelos ditos senhores rei e rainha de Castela, de Aragão etc., praz a suas altezas, e os seus ditos procuradores em seu nome, e em virtude dos ditos seus poderes, outorgaram e consentiram que se trace e assinale pelo dito mar Oceano uma raia ou linha direta de pólo a pólo; convém a saber, do pólo Ártico ao pólo Antártico, que é de norte a sul, a qual raia ou linha e sinal se tenha de dar e dê direita, como dito é, a trezentas e setenta léguas das ilhas de Cabo Verde em direção à parte do poente, por graus ou por outra maneira, que melhor e mais rapidamente se possa efetuar contanto que não seja dado mais. E que tudo o que até aqui tenha achado e descoberto, e daqui em diante se achar e descobrir pelo dito senhor rei de Portugal e por seus navios, tanto ilhas como terra firme desde a dita raia e linha dada na forma supracitada indo pela dita parte do levante dentro da dita raia para a parte do levante ou do norte ou do sul dele, contanto que não seja atravessando a dita raia, que tudo seja, e fique e pertença ao dito senhor rei de Portugal e aos seus sucessores, para sempre. E que todo o mais, assim ilhas como terra firme, conhecidas e por conhecer, descobertas e por descobrir, que estão ou forem encontrados pelos ditos senhores rei e rainha de Castela, de Aragão etc., e por seus navios, desde a dita raia dada na forma supra indicada indo pela dita parte de poente, depois de passada a dita raia em direção ao poente ou ao norte-sul dela, que tudo seja e fique, e pertença, aos ditos senhores rei e rainha de Castela, de Leão etc. e aos seus sucessores, para sempre.

Item: os ditos procuradores prometem e asseguram, em virtude dos ditos poderes, que de hoje em diante não enviarão navios alguns, convém a saber, os ditos senhores rei e rainha de Castela, e de Leão, e de Aragão etc., por esta parte da raia para as partes de levante, aquém da dita raia, que fica para o dito senhor rei de Portugal e dos Algarves etc., nem o dito senhor rei de Portugal à outra parte da dita raia, que fica para os ditos senhores rei e rainha de Castela, de Leão etc., a descobrir e achar terra nem ilhas algumas, nem a contratar, nem resgatar, nem conquistar de maneira alguma; porém que se acontecesse que caminhando assim aquém da dita raia os ditos navios dos ditos senhores rei e rainha de Castela, de Leão etc., achassem quaisquer ilhas ou terras dentro do que assim fica para o dito senhor rei de Portugal e dos Algarves, que assim seja e fique para o dito senhor rei de Portugal e para seus herdeiros para todo o sempre, que suas altezas o hajam de mandar logo dar e entregar. E se os navios do dito senhor de Portugal acharem quaisquer ilhas e terras na parte dos ditos senhores rei e rainha de Castela, e de Leão, e de Aragão etc., que tudo tal seja e fique para os ditos senhores rei e rainha de Castela, e de Leão etc., e para seus herdeiros para todo o sempre, e que o dito senhor rei de Portugal o haja logo de mandar, dar e entregar.

Item: para que a dita linha ou raia da dita partilha se haja de traçar e trace direita e a mais certa que possa ser pelas ditas trezentas e setenta léguas das ditas ilhas de Cabo Verde em direção à parte do poente, como dito é, fica assentado e concordado pelos ditos procuradores de ambas as ditas partes, que dentro dos dez primeiros meses seguintes, a contar do dia da conclusão deste tratado, hajam os ditos senhores seus constituintes de enviar duas ou quatro caravelas, isto é, uma ou duas de cada parte, mais ou menos, segundo acordarem as ditas partes serem necessárias, as quais para o dito tempo se achem juntas na ilha da grande Canária; e enviem nelas, cada uma das ditas partes, pessoas, tanto pilotos como astrólogos, e marinheiros e quaisquer outras pessoas que convenham, mas que sejam tantas de uma parte como de outra e que algumas pessoas dos ditos pilotos, e astrólogos, e marinheiros, e pessoas que sejam dos que enviarem os ditos senhores rei e rainha de Castela, e de Aragão etc., vão no navio ou navios que enviar o dito senhor rei de Portugal e dos Algarves etc., e da mesma forma algumas das ditas pessoas que enviar o referido senhor rei de Portugal vão no navio ou navios que mandarem os ditos senhores rei e rainha de Castela, e de Aragão, tanto de uma parte como de outra, para que juntamente possam melhor ver e reconhecer o mar e os rumos e ventos e graus de sul e norte, e assinalar as léguas supraditas; tanto que para fazer a demarcação e limites concorrerão todos juntos os que forem nos ditos navios, que enviarem ambas as ditas partes, e levarem os seus poderes, que os ditos navios, todos juntamente, constituem seu caminho para as ditas ilhas de Cabo Verde e daí tomarão sua rota direita ao poente até às ditas trezentas e setenta léguas, medidas pelas ditas pessoas que assim forem, acordarem que devem ser medidas sem prejuízo das ditas partes e ali onde se acabarem se marque o ponto, e sinal que convenha por graus de sul e de norte, ou por singradura de léguas, ou como melhor puderem concordar: a qual dita raia assinalem desde o dito pólo Ártico ao dito pólo Antártico, isto é, de norte a sul, como fica dito: e aquilo que demarcarem o escrevam e firmem como os próprios as ditas pessoas que assim forem enviadas por ambas as ditas partes, as quais hão de levar faculdades e poderes das respectivas partes, cada um da sua, para fazer o referido sinal e delimitação feita por eles, estando todos conformes, que seja tida por sinal e limitação perpetuamente para todo o sempre para que nem as ditas partes, nem algumas delas, nem seus sucessores jamais a possam contradizer, nem tirá-la, nem removê-la em tempo algum, por qualquer maneira que seja possível ou que possível possa ser. E se por acaso acontecer que a dita raia e limite de pólo a pólo, como está declarado, topar em alguma ilha ou terra firme, que no começo de tal ilha ou terra que assim for encontrada onde tocar a dita linha se faça alguma marca ou torre: e que a direito do dito sinal ou torre se sigam daí para diante outros sinais pela tal ilha ou terra na direção da citada raia os quais partam o que a cada umas das partes pertencer dela e que os súditos das ditas partes não ousem passar uns à porção dos outros, nem estes à daqueles, passando o dito sinal ou limite na tal ilha e terra.

Item: porquanto para irem os ditos navios dos ditos senhores rei e rainha de Castela, de Leão, de Aragão etc., dos reinos e senhorios até sua dita porção além da dita raia, na maneira que ficou dito, é forçoso que tenham de passar pelos mares desta banda da raia que fica para o dito senhor rei de Portugal, fica por isso concordado e assentado que os ditos navios dos ditos senhores rei e rainha de Castela, de Leão, de Aragão etc., possam ir e vir e vão e venham livre, segura e pacificamente sem contratempo algum pelos ditos mares que ficam para o dito senhor rei de Portugal, dentro da dita raia em todo o tempo e cada vez e quando suas altezas e seus sucessores quiserem, e por bem tiverem, os quais vão por seus caminhos direitos e rotas, desde seus reinos para qualquer parte do que esteja dentro da raia e limite, onde quiserem enviar para descobrir, e conquistar e contratar, e que sigam seus caminhos direito por onde eles acordarem de ir para qualquer ponto da sua dita parte, e daqueles não se possam apartar, salvo se o tempo adverso os fizer afastar, contanto que não tomem nem ocupem, antes de passar a dita raia, coisa alguma do que for achado pelo dito senhor rei de Portugal na sua dita porção e que, se alguma coisa acharem os seus ditos navios antes de passarem a dita raia, conforme está dito, que isso seja para o dito senhor rei de Portugal, e suas altezas o hajam de mandar logo dar e entregar. E porque poderia suceder que os navios e gentes dos ditos senhores rei e rainha de Castela, de Leão etc., ou por sua parte, terão achado até aos vinte dias deste mês de junho em que estamos da conclusão deste tratado, algumas ilhas e terra firme dentro da dita raia, que se há de traçar de pólo a pólo por linha reta ao final das ditas trezentas e setenta léguas contadas desde as ditas ilhas de Cabo Verde para o poente, como dito está, fica acordado e assentado, para desfazer qualquer dúvida, que todas as ilhas e terra firme, que forem achadas e descobertas de qualquer maneira até aos ditos vinte dias deste dito mês de junho, ainda que sejam encontradas por navios e gentes dos ditos senhores rei e rainha de Castela, de Leão, de Aragão etc., contanto que estejam dentro das primeiras duzentas e cinqüenta léguas das ditas trezentas e setenta léguas, contadas desde as ditas ilhas de Cabo Verde ao poente em direção à dita raia, em qualquer parte delas para os ditos pólos, que forem achadas dentro das ditas duzentas e cinqüenta léguas, traçando-se uma raia, ou linha reta de pólo a pólo, onde se acabarem as ditas duzentas e cinqüenta léguas, seja e fique para o dito senhor rei de Portugal e dos Algarves etc., e para os seus sucessores e reinos para sempre, e que todas as ilhas e terra firme, que até os ditos vinte dias deste mês de junho em que estamos, forem encontradas e descobertas por navios dos ditos senhores rei e rainha de Castela, e de Aragão etc., e por suas gentes ou de outra qualquer maneira dentro das outras cento e vinte léguas que ficam para complemento das ditas trezentas e setenta léguas, em que há de acabar a dita raia, que se há de traçar de pólo a pólo, como ficou dito, em qualquer parte das ditas cento e vinte léguas para os ditos pólos, que sejam achadas até o dito dia, sejam e fiquem para os ditos senhores rei e rainha de Castela, de Leão, de Aragão etc., e para os seus sucessores e seus reinos para todo sempre, conforme é e há de ser seu tudo o que descobrirem além da dita raia das ditas trezentas e setenta léguas, que ficam para suas altezas, como ficou dito, ainda que as indicadas cento e vinte léguas estejam dentro da dita raia das ditas trezentas e setenta léguas, que ficam para o dito senhor rei de Portugal e dos Algarves etc., como dito está. E se até os ditos vinte dias deste dito mês de junho não for encontrada pelos ditos navios de suas altezas coisa alguma dentro das ditas cento e vinte léguas, e dali para diante o acharem, que seja para o dito senhor rei de Portugal, como no supra capítulo escrito está contido. E que tudo o que ficou dito e cada coisa e parte dele, os ditos d. Henrique Henriques, mordomo-mor, e d. Gutierre de Cárdenas, contador-mor, e do doutor Rodrigo Maldonado, procuradores dos ditos mui altos e mui poderosos príncipes senhores o rei e a rainha de Castela, de Leão, de Aragão, da Sicília, de Granada etc., e em virtude dos seus ditos poderes que vão incorporados, e os ditos Rui de Sousa, e d. João de Sousa, seu filho e Arias de Almadana, procuradores e embaixadores do dito mui alto e mui excelente príncipe o senhor rei de Portugal e dos Algarves,d’Aquém e d’Além em África e senhor de Guiné, e em virtude dos seus ditos poderes que vão supra-incorporados, prometerem e assegurarem em nome dos seus ditos constituintes, que eles e seus sucessores e reinos, e senhorios, para todo o sempre, terão, guardarão e cumprirão realmente, e com efeito, livre de toda fraude e penhor, engano, ficção e simulação, todo o contido nesta capitulação, e cada uma coisa, e parte dele, quiseram e outorgaram que todo o contido neste convênio e cada uma coisa, e parte disso será guardada e cumprida e executada como se há de guardar, cumprir e executar todo o contido na capitulação das pazes feitas e assentadas entre os ditos senhores rei e rainha de Castela, de Leão, de Aragão etc., e o senhor d. Afonso rei de Portugal, que em santa glória esteja, e o dito senhor rei que agora é de Portugal, seu filho, sendo príncipe o ano que passou de mil quatrocentos e setenta e nove anos, e sob aquelas mesmas penas, vínculos, seguranças e obrigações, segundo e de maneira que na dita capitulação das ditas pazes está contida. E se obrigaram a que nem as ditas pazes, nem algumas delas, nem seus sucessores para todo o sempre irão mais nem se voltarão contra o que acima está dito e especificado, nem contra coisa alguma nem parte disso direta nem indiretamente, nem por outra maneira alguma, em tempo algum, nem por maneira alguma pensada ou não pensada que seja ou possa ser, sob as penas contidas na dita capitulação das ditas pazes, e a pena cumprida ou não cumprida ou graciosamente remida; que esta obrigação, e capitulação, e assento, deixe e fique firme, estável e válida para todo o sempre, para assim terem, e guardarem, e cumprirem, e pagarem em tudo o supradito aos ditos procuradores em nome dos seus ditos constituintes, obrigaram os bens cada um de sua dita parte, móveis, e de raiz, patrimoniais e fiscais e de seus súditos e vassalos havidos e por haver, e renunciar a quaisquer leis e direitos de que se possam valer as ditas partes e cada uma delas para ir e vir contra o supradito, e cada uma coisa, e parte disso realmente, e com efeito, livre toda a fraude, penhor, e engano, ficção e simulação, e não o contradirão em tempo algum, nem por alguma maneira sob a qual o dito juramento juraram não pedir absolvição nem relaxamento disso ao nosso santíssimo padre, nem a outro qualquer legado ou prelado que a possa dar, e ainda que de motu proprio a dêem não usarão dela, antes por esta presente capitulação suplicam no dito nome ao nosso santíssimo padre que haja sua santidade por bem confiar e aprovar esta dita capitulação, conforme nela se contém, e mandando expedir sobre isto suas bulas às partes, ou a quaisquer delas, que as pedir e mandam incorporar nelas o teor desta capitulação, pondo suas censuras aos que contra ela forem ou procederem em qualquer tempo que seja ou possa ser. E assim mesmo os ditos procuradores no dito nome se obrigaram sob a dita pena e juramento, dentro dos cem primeiros dias seguintes, contados desde o dia da conclusão deste tratado, darão uma parte a esta primeira aprovação, e ratificação desta dita capitulação, escritas em pergaminho, e firmadas nos nomes dos ditos senhores seus constituintes, e seladas, com os seus selos de cunho pendentes; e na escritura que tiverem de dar os ditos senhores rei e rainha de Castela, de Leão, de Aragão etc., tenha de firmar e consentir e autorizar o mui esclarecido e ilustríssimo senhor o príncipe d. João seu filho: de tudo o que dito é, outorgaram duas escrituras de um mesmo teor uma tal qual a outra, as quais firmaram com seus nomes e as outorgaram perante os secretários e testemunhas abaixo assinadas para cada uma das partes a sua e a qualquer que se apresentar, vale como se ambas as duas se apresentassem, as quais foram feitas e outorgadas na dita vila de Tordesillas no dita, mês e ano supraditos. D. Henrique, comendador-mor. Rui de Sousa. d. João de Sousa. Doutor Rodrigo Maldonado. Licenciado Arias. Testemunhas que foram presentes, que vieram aqui firmar seus nomes ante os ditos procuradores e embaixadores e outorgar o supradito, e fazer o dito juramento, o comendador Pedro de Leon, o comendador Fernando de Torres, vizinhos da vila de Valladolid, o comendador Fernando de Gamarra, comendador de Lagra e Cenate, contínuos da casa dos ditos rei e rainha nossos senhores, e João Soares de Siqueira e Rui Leme, e Duarte Pacheco, contínuos da casa do senhor rei de Portugal para isso chamados. E eu, Fernando Dalvares de Toledo, secretário do rei e da rainha nossos senhores e de seu Conselho, e seu escrivão de Câmara, e notário público em sua corte, e em todos os seus reinos e senhorios, estive presente a tudo que dito está declarado em um com as ditas testemunhas, e com Estevam Baez secretário do dito senhor rei de Portugal, que pela autoridade que os ditos rei e a rainha nossos senhores lhe deram para fazer dar sua fé neste auto em seus reinos, que esteve também presente ao que dito está, e a rogo e outorgamento de todos os procuradores e embaixadores que em minha presença e na sua aqui firmaram seus nomes, este instrumento público de capitulação fiz escrever, o qual vai escrito nestas seis folhas de papel de formato inteiro escritas de ambos os lados e mais esta em que vão os nomes dos supraditos e o meu sinal; e no fim de cada página vai rubricado o sinal do meu nome e o do dito Estevam Baez, e em fé disso pus aqui este meu sinal, que é tal. Em testemunho de verdade, Fernão Dalvares. E eu, dito Estevam Baez, que por autoridade que os ditos senhores rei e rainha de Castela, de Leão etc., me deram para fazer público em todos os seus reinos e senhorios, juntamente com o dito Fernão Dalvares, a rogo e requerimento dos ditos embaixadores e procuradores a tudo presente estive, e em fé a certificação disso aqui com o meu público sinal assinei, que é tal. A qual dita escritura de assento, e capitulação e concórdia supra incorporada, vista e entendida por nós e pelo dito príncipe d. João, nosso filho, nós a aprovamos, louvamos, e confirmamos, e outorgamos, ratificamos, e prometemos ter, guardar e cumprir todo o supradito nela contido, e cada uma coisa, e parte disso realmente e com efeito, livre de toda a fraude, cautela e simulação, e de não ir, nem vir contra isso, nem contra parte disso em tempo algum, nem por alguma maneira, que seja, ou possa ser; e para maior firmeza, nós, e o dito príncipe d. João nosso filho, juramos por Deus, pela Santa Maria e pelas palavras do Santo Evangelho, onde quer que mais amplamente estejam impressas, e pelo sinal da cruz, na qual corporalmente colocamos nossas mãos direitas em presença dos ditos Rui de Sousa e d. João de Sousa, e o licenciado Arias de Almadana, embaixadores e procuradores do dito e sereníssimo rei de Portugal, nosso irmão, de o assim ter e guardar e cumprir, e a cada uma coisa, e parte do que a nós incumbe realmente, e com efeito, como está dito, por nós e por nossos herdeiros e sucessores, e pelos nossos ditos reinos e senhorios, e súditos e naturais deles, sob as penas e obrigações, vínculos e renúncias no dito contrato de capitulação e concórdia supra-escrito contidas: por certificação e corroboração do qual, firmamos nesta nossa carta nossos nomes e a mandamos selar com o nosso selo de cunho pendentes em fios de seda em cores. Dada na vila de Arévalo, aos dois dias do mês de julho, ano do nascimento de nosso senhor Jesus Cristo de mil quatrocentos e noventa e quatro. Eu, el-rei. Eu, a rainha. Eu, o príncipe. E eu, Fernão Dalvares de Toledo, secretário d’el-rei e da rainha, nossos senhores, a fiz escrever por sua ordem.

[Extraído de José Carlos de Macedo Soares. Fronteiras do Brasil no regime colonial, Rio de Janeiro: José Olympio, pp. 65-77, adaptação de Darcy Ribeiro & Carlos de Araujo Moreira Neto. A fundação do Brasil: Testemunhos, 1500-1700. Petrópolis: Vozes, 1992, pp. 69-74.]

TESTAMENTO Y CODICILIO DE CRISTÓBAL COLÓN

Valladolid, 19 Mayo 1506

En la noble villa de Valladolid, a diez y nueve días del mes de Mayo, año del naçimiento de Nuestro Salvador jhesucristo de mil e quinientos e seis años, por ante mí, Pedro de Inoxedo, escrivano de cámara de Sus Altezas y escrivano de provinçia en la su corte e chançillería e su escrivano e notario público en todos los sus reinos e señoríos, e de los testigos de yuso escritos, el señor don Cristóbal Colón, Almirante e Visorey e Governador General de las islas e tierra firme de las Indias descubiertas e por descubrir que diso que era estando enfermo de su cuerpo, dixo que, por cuanto él tenía fecho su testamento por ante escrivano público, qu´él agora retificava e retificó el dicho testamento, e lo aprovava e aprovó por bueno, y si necesario era lo otorgava e otorgó de nuevo. E agora añadiendo el dicho su testamento, él tenía escrito de su mano e letra un escrito que ante mí el dicho escrivano mostró e presentó, que dixo que estava escrito de su mano e letra, e firmado de su nombre, qu´él otorgava e otorgó todo lo contenido en el dicho escrito, por ante mí el dicho escrivano, segund e por la vía e forma que en el dicho escrito se contenía, e todas las mandas en él contenidas para que se complan e valgan por su última y postrimera voluntad. E para cumplir el dicho su testamento qu´él tenía e tiene fecho e otorgado, e todo lo en él contenido, cada una cosa e parte d´ello, e nombrava e nombró por sus testamentarios e complidores de su ánima al señor don Diego Colón, su hijo, e a don Bartholomé Colón, su hermano, e a Juan de Porras, tesorero de Viscaya, para qu´ellos todos tres complan su testamento, e todo lo en él contenido e en el dicho escrito e todas las mandas e legatos e obsequias en él contenidas. Para lo cual dixo que dava e dio todo su poder bastante, e que otorgava e otorgó ante mí el dicho escrivano todo lo contenido en el dicho escrito; e a los presentes dixo que rogava e rogó que d´ello fuesen testigos. Testigos que fueron presentes, llamados e rogados a todo lo que dicho es de suso: el bachiller Andrés Mirueña e Gaspar de la Misericordia, vecinos d´esta dicha villa de Valladolid, e Bartholomé de Fiesco e Alvaro Péres, e Juan d´Espinosa e Andrea e Fernando de Vargas, e Francisco Manuel e Fernán Martínez, criados del dicho señor Almirante. Su tenor de la cual dicha escritura, qu´estava escrita de letra e mano del dicho Almirante, e firmada de su nombre, de verbo ad verbum, es este que se sigue:

Cuando partí d´España el año de quinientos e dos yo fize una ordenança e mayorazgo de mis bienes, e de lo que estonçes me pareçió que conplía a mi ánima e al serviçio de Dios eterno, e honra mía e de mis suçesores: la cual escriptura dexé en el monesterio de las Cuevas de Sevilla a frey don Gaspar con otras mis escrituras e mis privilejios e cartas que tengo del Rey e de la Reina, Nuestros Señores. La cual ordenança apruevo e confirmo por esta, la cual yo escrivo a mayor complimiento e declaraçión de mi intençión. La cual mando que se compla ansí como aquí declaro, e se entiende que lo que se compliere por esta no se aga nada por la otra, porque no sea dos veçes. Yo constituí a mi caro hijo don Diego por mi heredero de todos mis bienes e ofiçios que tengo de juro y heredad, de que hize en el mayorazgo, y non aviendo el hijo heredero varón, que herede mi hijo don Fernando por la mesma guisa, e non aviendo el hijo varón heredero, que herede don Bartolomé mi hermano por la misma guisa; e por la misma guisa si no tuviere hijo heredero varón, que herede otro mi hermano; que se entienda ansí de uno a otro el pariente más llegado a mi linia, y esto sea para siempre. E non herede mujer, salvo si non faltase non se fallar hombre; e si esto acaesçiese, sea la muger más allegada a mi linia. E mando al dicho don Diego, mi hijo, o a quien heredare, que non piense ni presuma de amenguar el dicho mayorazgo, salvo acrecentalle e ponello: es de saber, que la renta que él oviere sirva con su persona y estado al Rey e a la Reina, Nuestros Señores, e al acresçentamiento de la religión ch[r]istiana.

El Rey e la Reina, Nuestros Señores, cuando yo les serví con las Indias, digo serví, que parece que yo por la voluntad de Dios Nuestro Señor se las di, como cosa que era mía, puédolo deçir, porque importuné a Sus Altezas por ellas, las cuales eran ignotas e ascondido el camino a cuantos se fabló d´ellas, e para las ir a descobrir, allende de poner el aviso y mi persona, Sus Altezas non gastaron ni quisieron gastar para ello salvo un cuento de maravedís, e a mí fue necesario de gastar el resto: ansí plugo a Sus Alteças que yo uviese en mi parte de las dichas Indias, islas e tierra firme, que son al Poniente de una raya, que mandaron marcar sobre las islas de los Azores y aquellas de Cabo Verde, çien leguas, la cual pasa de polo a polo, que yo uviese en mi parte [el] terçio y el ochavo de todo, e más el diesmo de lo qu´está en ellas, como más largo se amuestra por los dichos mis privilegios e cartas de merced. Porque fasta agora no se ha sabido renta de las dichas Indias, porque yo pueda repartir d´ella lo que d´ella aquí abaxo diré, e se espera en la misericordia de Nuestro Señor que se ayan de aver bien grande, mi intençión sería y es que don Fernando, mi hijo, uviese d´ella un cuento y medio cada un año, e don Bartholomé, mi hermano, çiento y çincuenta mil maravedís, e don Diego, mi hermano, çien mil maravedís, porque es de la Iglesia. Mas esto non lo puedo dezir determinadamiente, porque fasta agora non e avido ni ay renta conoçida, como dicho es.

Digo, por mayor declaraçión de lo susodicho, que mi voluntad es que el dicho don Diego, mi hijo, aya el dicho mayorazgo con todos mis bienes e ofiçios, como e por la guisa que dicho es e que yo los tengo. E digo que toda la renta que él toviere por razón de la dicha herencia, que haga él dies partes d´ella cada un año, e que la una parte d´estas diez la reparta entre nuestros parientes, los que pareçieren haverlo más menester e personas necesitadas y en otras obras pías. E después d´estas nueve partes tome las dos d´ellas e las reparta en treinta y cinco partes, e d´ellas aya don Fernando, mi hijo, las vente y siete e don Bartholomé aya las cinco e don Diego, mi hermano, las tres. E porque, como arriba dixe, mi deseo sería que don Fernando, mi hijo, uviese un cuento y medio e don Bartholomé ciento y cincuenta mil maravedís e don Diego ciento e no sé cómo esto aya de ser, porque fasta agora la dicha renta del dicho mayorazgo non está sabida ni tiene número, digo que se siga esta orden que arriba dixe, fasta que placerá a Nuestro Señor que las dichas dos partes de las dichas nueve abastarán e llegarán a tanto acrecentamiento que en ellas havrá el dicho un cuento e medio para don Fernando e ciento y cincuenta mil maravedís para don Bartholomé e cien mil para don Diego. E cuando plazerá a Dios que esto sea o que si las dichas dos partes, se entienda de las nueve sobredichas, llegaren contía de un cuento y sieteçientos e cincuenta mil maravedís, que toda la demasía sea e la aya don Diego, mi hijo, o quien heredare, y digo y ruego al dicho Don Diego, mi hijo, o a quien heredare que, si la renta d´este dicho mayorazgo creciere mucho, que me hará plazer acrecentar a don Fernando e a mis hermanos la parte que aquí va dicha.

Digo que esta parte que yo mando dar a don Fernando, mi hijo, que yo fago d’ella mayorazgo en él, e que le suceda su hijo mayor, y ansí de uno en otro perpetuamente, sin que la pueda vender ni trocar ni dar ni enajenar por ninguna manera, e sea por la manera e guisa qu’está dicho en el otro mayorazgo que yo e fecho en don Diego, mi hijo.

Digo a don Diego, mi hijo, e mando, que tanto qu´él tenga renta del dicho mayorazgo y herençia que pueda sostener en una capilla, que aya de fazer tres capellanes que digan cada día tres misas, una a honra de la Sancta Trinidad, e otra a la Conçepçión de Nuestra Señora, e la otra por ánima de todos los fieles defontos, e por mi ánima e de mi padre e madre e muger. E que si su facultad abastare, que haga la dicha capilla honrosa y la acreciente las oraciones e preçes por el honor de la Santa Trinidad; e si esto puede ser en la Isla Española, que Dios me dio milagrosamente, holgaría que fuese allí adonde ya lo invoqué, que es en la Vega que se dize de la Conçepçión.

Digo e mando a don Diego, mi hijo, o a quien heredare, que pague todas las deudas que dexo aquí en un memorial, por la forma que allí diçe, e más las otras que justamente pareçerán que yo deva. E le mando que aya encomendada a Beatriz Enríquez, madre de don Fernando, mi hijo, que la probea que pueda bevir honestamente, como presona a quien yo soy en tanto cargo. Y esto se haga por mi descargo de la conçiençia, porque esto pesa mucho para mi ánima. La razón d´ello non es líçito de la escrevir aquí. Fecha a XXV de Agosto de mill e quinientos e cinco años: sigue Christo Ferens. Testigos que fueron presentes e vieron haçer e otorgar todo lo susodicho al dicho señor Almirante, según e como dicho es de suso: los dichos bachiller de Mirueña e Gaspar de la Misericordia, vecinos de la dicha villa de Valladolid, e Bartholomé de Fiesco e Alvar Pérez e Juan d´Espinosa e Andrea e Fernando de Vargas e Francisco Manuel e Fernán Martínez, criados del dicho señor Almirante. E yo el dicho Pedro de Inoxedo, escrivano e notario público susodicho, en uno con los dichos testigos a todo lo susodicho presente fue. E por ende fize aquí este mi signo atal en testimonio de verdad.

Pedro de Ennoxedo, escrivano

Relación de ciertas personas a quien yo quiero que se den de mis bienes lo contenido en este memorial, sin que se le quite cosa alguna d´ello. Hásele de dar en tal forma que no sepa quién se las manda dar.

Primeramente a los herederos de Gerónimo del Puerto, padre de Venito del Puerto, chanceller de Génova, veinte ducados o su valor.

A Antonio Vazo, mercader ginovés, que solía vevir en Lisboa, dos mil e quinientos reales de Portugal, que son siete ducados poco más, a razón de treszientos e setenta y cinco reales el ducado.

A un judío que morava a la puerta de la judería en Lisboa, o a quien mandare un sacerdote, el valor de medio marco de plata.

A los herederos de Luis Centurión Escoto, mercader ginovés, treinta mil reales de Portugal, de los cuales vale un ducado trescientos ochenta y cinco reales, que son setenta y cinco ducados poco más o menos.

A esos mismos herederos y a los herederos de Paulo Negro, ginovés, cien ducados o su valor; han de ser la mitad a los unos herederos y la otra a los otros.

A Baptista Espínola o a sus herederos, si él es muerto, veinte ducados. Este Baptista Espínola es yerno del sobredicho Luis Centurión. Era hijo de Miçer Nicolao Espínola de Locoli de Ronco, y por señas él fue estante en Lisboa el año de mil cuatrocientos ochenta y dos.

La cual dicha memoria a descargo sobredicho, yo el escrivano doy fe que estaba escripta de la letra propia del dicho testamento del dicho don Cristóbal, en fe de lo cual lo firmé de mi nombre.

Pedro de Azcoitia

EL TERCER VIAJE A LAS INDIAS

La historia del viaje que el Almirante Don Cristóbal Colón hizo la tercera vez que vino a las Indias cuando descubrió la tierra firme, como lo envió a los Reyes desde la isla Española.

Serenísimos y muy altos y muy poderosos Príncipes Rey y Reina, Nuestros Señores: La Santa Trinidad movió a Vuestras Altezas a esta empresa de las Indias, y por su infinita bondad hizo a mí mensajero de ello, al cual vine con el embajada a su real conspeto, movido como a los más altos Príncipes de cristianos y que tanto se ejercitaban en la fe y acrecentamiento de ella. Las personas que entendieron en ello lo tuvieron por imposible, y el caudal hacían sobre bienes de fortuna, y allí echaron el clavo. Puse en esto seis o siete años de grave pena, mostrando, lo mejor que yo sabía, cuánto servicio se podía hacer a Nuestro Señor en esto, en divulgar su santo nombre y fe a tantos pueblos, lo cual todo era cosa de tanta excelencia y buena fama y gran memoria para grandes Príncipes. Fue también necesario de hablar del temporal, adonde se les mostró el escribir de tantos sabios dignos de fe, los cuales escribieron historias; los cuales contaban que en estas partes había muchas riquezas, y asimismo fue necesario traer a esto el decir y opinión de aquellos que escribieron y situaron el mundo. En fin, Vuestras Altezas determinaron que esto se pusiese en obra. Aquí mostraron el grande corazón que siempre hicieron en toda cosa grande, porque todos los que habían entendido en ello y oído esta plática, todos a una mano lo tenían a burla, salvo dos frailes que siempre fueron constantes. Yo, bien que llevase fatiga, estaba bien seguro que esto no vendría a menos, y estoy de continuo, porque es verdad que todo pasará y no la palabra de Dios, y se cumplirá todo lo que dijo; el cual tan claro habló de estas tierras por la boca de Isaías en tantos lugares de su Escritura, afirmando que de España les seria divulgado su santo nombre. Y partí en nombre de la Santa Trinidad, y volví muy presto con la experiencia de todo cuanto yo había dicho en la mano. Tornáronme a enviar Vuestras Altezas, y en poco espacio, digo, no de (…) le descubrí, por virtud divinal, trescientas treinta y tres leguas de la tierra firme, fin de Oriente, y setecientas islas de nombre, allende de lo descubierto en el primero viaje, y le allané la isla Española, que boja más que España, en que la gente de ellas es sin cuento, y que todos le pagaren tributo. Nació allí mal decir y menosprecio de la empresa comenzada en ello, porque no había yo enviado luego los navíos cargados de oro, sin considerar la brevedad del tiempo y lo otro que yo dije de tantos inconvenientes; y en esto, por mis pecados o por mi salvación creo que será, fue puesto en aborrecimiento y dado impedimento a cuanto yo decía y demandaba. Por lo cual acordé de venir a Vuestras Altezas y maravillarme de todo y mostrarles la razón que en todo había. Y les dije de los pueblos que yo había visto, en que o de que se podrían salvar muchas ánimas, y les traje las obligaciones de la gente de la isla Española, de cómo se obligaban a pagar tributo y les tenían por sus Reyes y Señores, y les traje bastante muestra de oro, y que hay mineros y granos muy grandes, y asimismo de cobre; y les traje de muchas maneras de especierías, de que sería largo de escribir, y les dije de la gran cantidad de brasil  y otras infinitas cosas. Todo no aprovechó para con algunas personas que tenían gana y dado comienzo a mal decir del negocio, ni entrar con habla del servicio de Nuestro Señor con se salvar tantas ánimas, ni a decir que esto era grandeza de Vuestras Altezas, de la mejor calidad que hasta hoy haya usado Príncipe, porque el ejercicio y gasto era para el espiritual y temporal y que no podía ser que, andando el tiempo, no hubiese la España de aquí grandes provechos, pues que se veían las señales que escribieron de lo de estas partidas tan manifiestas, que también se llegaría a ver todo el otro cumplimiento, ni a decir cosas que usaron grandes Príncipes en el mundo para crecer su fama, así como de Salomón, que envió desde Jerusalén en fin de Oriente a ver el monte Sopora, en que se detuvieron los navíos tres años, el cual tienen Vuestras Altezas ahora en la isla Española; ni de Alejandro, que envió a ver el regimiento de la isla de Trapobana en India, y Nero César a ver las fuentes del Nilo y la razón porque crecían en el verano y cuando las aguas son pocas, y otras muchas grandezas que hicieron Príncipes, y que a Príncipes son estas cosas dadas de hacer; ni valía decir que yo nunca había leído que Príncipes de Castilla jamás hubiesen ganado tierra fuera de ella, y que ésta de acá es otro mundo en que se trabajaron romanos y Alejandro y griegos, para la haber con grandes ejercicios, ni decir del presente de los Reyes de Portugal, que tuvieron corazón para sostener a Guinea y del descubrir de ella, y que gastaron oro y gente tanta, que quien contase toda la del reino se hallaría que otra tanta como la mitad son muertos en Guinea, y todavía la continuaron hasta que les salió de ello lo que parece, lo cual todo comenzaron de largo tiempo y ha muy poco que les da renta; los cuales también osaron conquistar en África y sostener la empresa a Ceuta, Tánger, Arcila y Alcázar y de continuo dar guerra a los moros, y todo esto con grande gasto, sólo por hacer cosa de Príncipe, servir a Dios y acrecentar su señorío.

Cuanto yo más decía, tanto más se doblaba a poner esto a vituperio, mostrando en ello el aborrecimiento, sin considerar cuánto bien pareció en todo el mundo y cuánto bien se dijo en todos los cristianos de Vuestras Altezas por haber tomado esta empresa, que no hubo grande ni pequeño que no quisiese de ello carta. Respondiéronme Vuestras Altezas riéndose y diciendo que yo no curase de nada, porque no daban autoridad ni creencia a quien les mal decía de esta empresa.

Partí en nombre de la Santísima Trinidad, miércoles 30 de mayo de la villa de Sanlúcar, bien fatigado de mi viaje, que, adonde esperaba descanso cuando yo partí de estas Indias, se me dobló la pena, y navegué a la isla de la Madera por camino no acostumbrado, por evitar escándalo que pudiera tener con un armada de Francia, que me aguardaba al Cabo de San Vicente, y de allí a las islas Canaria, de donde me partí con una nao y dos carabelas; y envié los otros navíos a derecho camino a las Indias y la isla Española. Y yo navegué al Austro con propósito de llegar a la línea equinoccial y de allí seguir al Poniente hasta que la isla Española me quedase al septentrión, y, llegado a las islas de Cabo Verde, falso nombre, porque son tan secas que no vi cosa verde en ellas y toda la gente enferma, que no osé detenerme en ellas, y navegué al Sudoeste cuatrocientas ochenta millas, que son ciento veinte leguas, adonde, en anocheciendo, tenía la estrella del Norte en cinco grados. Allí me desamparó el viento y entré en tanto ardor y tan grande que creía que se me quemasen los navíos y gente, que todo de un golpe vino tan desordenado que no había persona que osase descender debajo de cubierta a remediar la vasija y mantenimiento. Duró este ardor ocho días; al primer día fue claro, y los siete días siguientes llovió e hizo nublado; y, con todo, no hallamos remedio, que cierto si así fuera de sol como el primero, yo creo que no pudiera escapar en ninguna manera.

Acordóme que, navegando a las Indias, siempre que yo paso al Poniente de las islas de los Azores cien leguas, allí hallo mudar la temperanza, y esto es todo de Septentrión en Austro; y determiné que, si a Nuestro Señor le pluguiese de me dar viento y buen tiempo que pudiese salir de adonde estaba, de dejar de ir más al Austro ni volver tampoco atrás, salvo de navegar al Poniente, tanto que ya llegase a estar con esta raya, con esperanza de que yo hallaría allí su temperamiento, como había hallado cuando yo navegaba en el paralelo de Canaria, y que, si así fuese, que entonces yo podría ir más al Austro. Y plugo a Nuestro Señor que al cabo de estos ocho días de me dar buen viento Levante; y yo seguí al Poniente, mas no osé declinar abajo al Austro porque hallé grandísimo mudamiento en el cielo y en las estrellas, mas no hallé mudamiento en la temperancia. Así acordé de proseguir delante siempre justo al Poniente, en aquel derecho de la Sierra Leona, con propósito de no mudar derrota hasta donde yo había pensado que hallaría tierra, y allí adobar los navíos y remediar si pudiese los mantenimientos y tomar agua que no tenía. Y al cabo de diecisiete días, los cuales Nuestro Señor me dio de próspero viento, martes 31 de julio, a mediodía, nos mostró tierra, y yo la esperaba el lunes antes; y tuve aquel camino hasta entonces, que en saliendo el sol, por defecto del agua que no tenía, determiné de andar a las Indias de los Caníbales, y tomé esa vuelta. Y como su Alta Majestad haya siempre usado misericordia conmigo, por acertamiento subió un marinero a la gavia y vio al Poniente tres montañas juntas. Dijimos la Salve Regina y otras prosas y dimos todos muchas gracias a Nuestro Señor, y después dejé el camino de Septentrión y volví hacia la tierra, adonde yo llegué a hora de completas, a un cabo que dije de la Galea, después de haber nombrado a la isla de la Trinidad; y allí hubiera muy buen puerto si fuera hondo, y había casas y gente y muy lindas tierras, tan hermosas y verdes como las huertas de Valencia en marzo. Pesóme cuando no pude entrar en el puerto, y corrí la costa de esta tierra del luengo hasta el Poniente, y, andadas cinco leguas, hallé muy buen fondo y surgí. Y en el otro día di la vela a este camino, buscando puerto para adobar los navíos y tomar agua y remediar el trigo y los bastimentos que llevaba. Solamente, allí tomé una pipa de agua y con ella anduve así hasta llegar al cabo, y allí hallé abrigo de Levante y buen fondo; y así mandé surgir y adobar la vasija y tomar agua y leña y descender la gente a descansar de tanto tiempo que andaban penando.

A esta punta llamé del Arenal, y allí se halló toda la tierra hollada de unas animalias que tenían la pata como de cabra, y bien que según parece ser allí haya muchas, no se vio sino una muerta. El día siguiente vino de hacia Oriente una gran canoa con veinticuatro hombres, todos mancebos y muy ataviados de armas, arcos y flechas y tablachinas, y ellos, como dije, todos mancebos, de buena disposición y no negros, salvo más blancos que otros que haya visto en las Indias, y de muy lindo gesto y hermosos cuerpos y los cabellos largos y llanos, cortados a la guisa de Castilla, y traían la cabeza atada con un pañuelo de algodón tejido a labores y colores, el cual creía yo que era almaizar. Otro de estos pañuelos traían ceñido y se cobijaban con él en lugar de pañetas. Cuando llegó esta canoa habló de muy lejos. Yo ni otro ninguno no los entendíamos, salvo que yo les mandaba hacer señas que se allegasen, y en esto se pasó más de dos horas, y si se llegaban un poco luego se desviaban. Yo les hacia mostrar bacines y otras cosas que lucían, por enamorarlos porque viniesen, y al cabo de buen rato se allegaron más que hasta entonces no habían, y yo deseaba mucho haber lengua y no tenía ya cosa que me pareciese que era de mostrarles para que viniesen; salvo que hice subir un tamborín en el castillo de popa que tañesen y unos mancebos que danzasen, creyendo que se allegarían a ver las fiestas. Y, luego que vieron tañer y danzar, todos dejaron los remos y echaron mano a los arcos y los encordaron, y abrazó cada uno su tablachina y comenzaron a tirarnos flechas. Cesó luego el tañer y danzar y mandé luego sacar unas ballestas, y ellos dejáronme y fueron a más andar a otra carabela, y de golpe se fueron debajo la popa de ella; y el piloto entró con ellos y dio un sayo y un bonete a un hombre principal que le pareció de ellos, y quedó concertado que le iría a hablar allí en la playa, adonde ellos luego fueron con la canoa esperándole. Y él, como no quiso ir sin mi licencia, como ellos le vieron venir a la nao con la barca, tornaron a entrar en la canoa y se fueron, y nunca más los vi ni a otros en esta isla.

Cuando yo llegué a esta punta del Arenal, allí se hace una boca grande de dos leguas de Poniente a Levante, la isla de la Trinidad con la tierra de Gracia, y que, para haber de entrar dentro para pasar al Septentrión, había unos hileros de corrientes que atravesaban aquella boca y traían un rugir muy grande. Y creí yo que sería un arrecife de bajos y peñas, por lo cual no se podría entrar dentro de ella; y detrás de este hilero había otro y otro, que todos traían un rugir grande como ola de la mar que va a romper y dar en peñas. Surgí allí a la dicha punta del Arenal, fuera de la dicha boca, y hallé que venía el agua del Oriente hasta el Poniente con tanta furia como hace el Guadalquivir en tiempo de avenida, y esto de continuo noche y día, que creía que no podría volver atrás por la corriente, ni ir adelante por los bajos. Y en la noche, ya muy tarde, estando al bordo de la nao, oí un rugir muy terrible que venía de la parte del Austro hacia la nao, y me paré a mirar y vi levantando la mar de Poniente a Levante, en manera de una loma tan alta como la nao, y todavía venía hacia mí poco a poco, y encima de ella venía un hilero de corriente que venía rugiendo con muy grande estrépito, con aquella furia de aquel rugir que de los otros hileros que yo dije me parecían ondas de mar que daban en peñas, que hoy en día tengo el miedo en el cuerpo que no me trabucasen la nao cuando llegasen debajo de ella; y pasó y llegó hasta la boca, adonde allí se detuvo grande espacio. Y el otro día siguiente envié las barcas a sondear y hallé en el más bajo de la boca que había seis o siete brazas de fondo, y de continuo andaban aquellos hileros unos por entrar y otros por salir; y plugo a Nuestro Señor de me dar buen viento, y atravesé por esa boca adentro y luego hallé tranquilidad, y por acertamiento se sacó del agua de la mar, y la hallé dulce. Navegué al Septentrión hasta una sierra muy alta, adonde serían veintiséis leguas de esta punta del Arenal, y allí había dos cabos de tierra muy alta, el uno de la parte del Oriente, y era de la misma isla de la Trinidad, y el otro del Occidente de la tierra que dije de Gracia, y allí hacia una boca muy angosta, más que aquella de la punta del Arenal, y allí había los mismos hileros y aquel rugir fuerte del agua como era en la punta del Arenal, y asimismo allí la mar era agua dulce. Y hasta entonces ya no había habido lengua con ninguna gente de estas tierras, y lo deseaba en gran manera, y por esto navegué al luengo de la costa de esta tierra hacia el Poniente; y cuanto más andaba el agua de la mar más dulce y más sabrosa, y andando una gran parte, llegué a un lugar donde me parecían las tierras labradas, y surgí y envié las barcas a tierra, y hallaron que de fresco se había ido de allí gente, y hallaron todo el monte cubierto de gatos paúles. Volviéronse y, como ésta fuese sierra, me pareció que más allá al Poniente las tierras eran más llanas y que allí sería poblado, y por esto sería poblado. Y mandé levantar las anclas y corrí esta costa hasta el cabo de esta sierra, y allí a un río surgí y luego vino mucha gente, y me dijeron cómo llamaron a esta tierra Paria y que de allí más al Poniente era más poblado. Tomé de ellos cuatro, y después navegué al Poniente y, andadas ocho leguas más al Poniente, allende una punta a la que llamé de la Aguja, hallé unas tierras las más hermosas del mundo y muy pobladas. Llegué allí una mañana a hora de tercia, y por ver esta verdura y esta hermosura acordé surgir y ver esta gente, de los cuales luego vinieron en canoas a la nao a rogarme de parte de su rey que descendiese en tierra. Y cuando vieron que no curé de ellos, vinieron a la nao infinitísimos en canoas, y muchos traían piezas de oro al pescuezo, y algunos atados a los brazos algunas perlas. Holgué mucho cuando las vi, y procuré mucho de saber dónde las hallaban, y me dijeron que allí y de la parte del Norte de aquella tierra.

Quisiera detenerme, mas estos bastimentos que yo traía, trigo y vino y carne para esta gente que acá está se me acababan de perder, los cuales hube allá con tanta fatiga, y por esto yo no buscaba sino a más andar a venir a poner en ellos cobro y no me detener para cosa alguna. Procuré de haber de aquellas perlas y envié las barcas a tierra. Esta gente es muy mucha y toda de muy buen parecer, de la misma color que los otros de antes y muy tratables. La gente nuestra que fue a tierra los hallaron tan convenibles y los recibieron muy honradamente. Dicen que, luego que llegaron las barcas a tierra, que vinieron dos personajes principales con todo el pueblo, creen que el uno el padre y el otro era su hijo, y los llevaron a una casa muy grande hecha a dos aguas y no redonda como tienda de campo, como son estas otras, y allí tenían muchas sillas adonde los hicieron sentar y otras donde ellos se sentaron; e hicieron traer pan y de muchas maneras frutas y vino de muchas maneras blanco y tinto, mas no de uvas: debe él de ser de diversas maneras, uno de una fruta y otro de otra, y asimismo debe de ser de ello de maíz, que es una simiente que hace una espiga como una mazorca, de que llevé yo allá y hay ya mucho en Castilla, y parece que aquel que lo tenía lo traía por mayor excelencia y lo daba en gran precio. Los hombres todos estaban juntos a un cabo de la casa y las mujeres en otro.

Recibieron ambas las partes gran pena porque no se entendían, ellos para preguntar a los otros de nuestra patria y los nuestros por saber de la suya. Y, después que hubieron recibido colación allí en casa del más viejo, los llevó el mozo a la suya, e hizo otro tanto, y después se pusieron en las barcas y se vinieron a la nao, y yo luego levanté las anclas porque andaba mucho de prisa por remediar los mantenimientos que se me perdían que yo había habido con tanta fatiga, y también por remediarme a mí que había adolecido por el desvelar de los ojos, que bien que en el viaje en que yo fui a descubrir la tierra firme estuviese treinta y tres días sin concebir sueño y estuviese tanto tiempo sin vista, no se me dañaron los ojos, ni se me rompieron de sangre y con tantos dolores como ahora.

Esta gente, como ya dije, son todos de muy linda estatura, altos de cuerpo y de muy lindos gestos, los cabellos muy largos y llanos, y traen las cabezas atadas con unos pañuelos labrados, como ya dije, hermosos, que parecen de lejos de seda y almaizares: otro traen ceñido más largo, que se cobijan con él en lugar de pañetas, así hombres como mujeres. La color de esta gente es más blanca que otra que haya visto en las Indias; todos traían al pescuezo y a los brazos algo a guisa de estas tierras, y muchos traían piezas de oro bajo colgado al pescuezo. Las canoas de ellos son muy grandes y de mejor hechura que no son estas otras, y más livianas, y en el medio de cada una tienen un apartamiento como cámara, en que vi que andaban los principales con sus mujeres. Llamé allí a este lugar Jardines, porque así conforman por el nombre. Procuré mucho de saber dónde cogían aquel oro, y todos me señalaban una sierra frontera de ellos al Poniente, que era muy alta, mas no lejos; mas todos me decían que no fuese allá porque allí comían los hombres, y entendí entonces que decían que eran hombres caníbales y que serían como los otros, y después he pensado que podría ser que lo decían porque allí habría animalias. También les pregunté adónde cogían las perlas, y me señalaron también que al Poniente y al Norte detrás de esta tierra donde estaban. Dejélo de probar por esto de los mantenimientos y del mal en mis ojos y por una nao grande que traigo que no es para semejante hecho.

Y como el tiempo fue breve, se pasó todo en preguntas y se volvieron a los navíos, que sería hora de vísperas, como ya dije, y luego levanté las anclas y navegué al Poniente; y asimismo el día siguiente, hasta que me hallé que no había sino tres brazas de fondo, con creencia que todavía ésta sería isla y que yo podría salir al Norte; y, así visto, envié una carabela sutil adelante, a ver si había salida o si estaba cerrado, y así anduvo mucho camino, hasta un golfo muy grande en el cual parecía que había otros cuatro medianos, y del uno salía un río grandísimo. Hallaron siempre cinco brazas de fondo y el agua muy dulce, en tanta cantidad que yo jamás bebíla pareja de ella. Fui yo muy descontento de ella, cuando vi que no podía salir al Norte ni podía andar ya al Austro ni al Poniente, porque yo estaba cercado por todas partes de la tierra, y así, levanté las anclas y torné atrás, para salir al Norte por la boca que yo arriba dije, y no pude volver por la población adonde yo había estado, por causa de las corrientes que me habían desviado de ella. Y siempre en todo cabo hallaba el agua dulce y clara y que me llevaba al Oriente muy recio hacia las dos bocas que arriba dije; y entonces conjeturé que los hilos de la corriente y aquellas lomas que salían y entraban en estas bocas con aquel rugir tan fuerte, que era pelea del agua dulce con la salada. La dulce empujaba a la otra porque no entrase, y la salada porque la otra no saliese; y conjeturé que allí donde son estas dos bocas que algún tiempo seria tierra continua a la isla de la Trinidad con la tierra de Gracia, como podrán ver Vuestras Altezas por la pintura de lo que con ésta les envío. Salí yo por esta boca del Norte y hallé que el agua dulce siempre vencía, y cuando pasé, que fue con fuerza de viento, estando en una de aquellas lomas, hallé en aquellos hilos de la parte de dentro el agua dulce y de fuera salada.

Cuando yo navegué de España a las Indias, hallo luego, en pasando cien leguas a Poniente de los Azores, grandísimo mudamiento en el cielo y en las estrellas y en la temperancia del aire y en las aguas de la mar, y en esto he tenido mucha diligencia en la experiencia.

Hallo que de Septentrión en Austro, pasando las dichas cien leguas de las dichas islas, que luego en las agujas de marear, que hasta entonces nordesteaban, noroestean una cuarta de viento todo entero, y esto es en allegando allí a aquella línea, como quien traspone una cuesta, y asimismo hallo la mar toda llena de hierba de una calidad que parece ramitos de pino y muy cargada de fruta como de lentisco, y es tan espesa que al primer viaje pensé que era bajo y que daría en seco con los navíos, y hasta llegar con esta raya no se halla un solo ramito. Hallo también, en llegando allí, la mar muy suave y llana y, bien que ventee recio, nunca se levanta. Asimismo, hallo dentro de la dicha raya, hacia Poniente, la temperancia del cielo muy suave, y no discrepa de la cantidad, que sea invierno, que sea en verano. Cuando allí estoy, hallo que la estrella del Norte escribe un círculo, el cual tiene en el diámetro cinco grandes y, estando las Guardas en el brazo derecho, entonces está la estrella en el más bajo, y se va alzando hasta que llega al brazo izquierdo, y entonces está cinco grados; y de allí se va bajando hasta llegar a volver otra vez al brazo derecho.

Yo llegué ahora de España a la isla de la Madera, y de allí a la Canaria, y dende a las islas de Cabo Verde, de donde acometí el viaje para navegar al Austro hasta debajo de la línea equinoccial, como ya dije. Llegando a estar en derecho con el paralelo que pasa por Sierra Leona en Guinea, hallo tan grande ardor y los rayos del sol tan calientes que pensaba de quemar y, bien que lloviese y el cielo fuese muy turbado, siempre yo estaba en esta fatiga, hasta que Nuestro Señor proveyó de buen viento y a mí puso en voluntad que yo navegase al Occidente con este esfuerzo, que, en llegando a la raya de que yo dije, que allí hallaría mudamiento en la temperancia. Después que yo emparejé a estar en derecho de esta raya, luego hallé la temperancia del cielo muy suave, y cuanto más andaba adelante más multiplicaba; mas no hallé conforme a esto las estrellas.

Hallé allí que, en anocheciendo, tenía yo la estrella del Norte alta cinco grados, y entonces las Guardas estaban encima de la cabeza, y después, a la media noche, hallaba la estrella alta diez grados y, en amaneciendo, que las Guardas estaban en los pies quince.

La suavidad de la mar hallé conforme, mas no en la hierba: en esto de la estrella del Norte tomé grande admiración, y por esto muchas noches con mucha diligencia tornaba yo a replicar la vista de ella con el cuadrante, y siempre hallé que caía el plomo e hilo a un punto.

Por cosa nueva tengo yo esto, y podrá ser que será tenida que en poco espacio haga tanta diferencia el cielo.

Yo siempre leí que el mundo, tierra y agua, era esférico, y las autoridades y experiencias que Ptolomeo y todos los otros escribieron de este sitio daban y mostraban para ello, así por eclipses de la Luna y otras demostraciones que hacen de Oriente hasta Occidente, como de la elevación del polo de Septentrión en Austro. Ahora vi tanta disconformidad, como ya dije, y por esto me puse a tener esto del mundo, y hallé que no era redondo en la forma que escriben; salvo que es de la forma de una pera que sea toda muy redonda, salvo allí donde tiene el pezón, que allí tiene más alto, o como quien tiene una pelota muy redonda, y en lugar de ella fuese como una teta de mujer allí puesta, y que esta parte de este pezón sea la más alta y más próxima al cielo y sea debajo la línea equinoccial y en esta Mar Océana el fin del Oriente. Llamo yo fin de Oriente a donde acaba toda la tierra e islas, y para esto allego todas las razones sobrescritas de la raya que pasa al Occidente de las islas de los Azores cien leguas de Septentrión en Austro, que, en pasando de allí al Poniente, ya van los navíos alzándose hacia el cielo suavemente, y entonces se goza de más suave temperancia y se muda la aguja de marear por causa de la suavidad de esa cuarta de viento, y cuanto más va adelante y alzándose más, noroestea, y esta altura causa el desvariar del círculo que escribe la estrella del Norte con las Guardas, y cuanto más pasare junto con la línea equinoccial, más se subirán en alto y más diferencia habrá en las dichas estrellas y en los círculos de ellas. Y Ptolomeo y los otros sabios que escribieron de este mundo creyeron que era esférico, creyendo que este hemisferio que fuese redondo como aquél de allá donde ellos estaban, el cual tiene el centro en la isla de Arin, que es debajo de la línea equinoccial entre el seno Arábigo y aquél de Persia, y el círculo que pasa sobre el Cabo de San Vicente en Portugal por el Poniente, y pasa en Oriente por Catigara y por las Seras, en el cual hemisferio no hago yo que hay ninguna dificultad, salvo que sea esférico redondo como ellos dicen. Mas este otro digo que es como seria la mitad de la pera bien redonda, la cual tuviese el pezón alto, como yo dije, o como una teta de mujer en una pelota redonda. Así que de esta media parte no hubo noticia Ptolomeo ni los otros que escribieron del mundo, por ser muy ignoto; solamente hicieron raíz sobre el hemisferio adonde ellos estaban, que es redondo esférico, como arriba dije. Y ahora que Vuestras Altezas lo han mandado navegar y buscar y descubrir, se muestra evidentísimo, porque estando yo en este viaje al Septentrión veinte grados de la línea equinoccial, allí era en derecho de Hargín y de aquellas tierras, y allí es la gente negra y la tierra muy quemada, y después que fui a las islas de Cabo Verde, allí en aquellas tierras es la gente mucho más negra, y cuanto más bajo se van al Austro tanto más llegan al extremo, en manera que allí en derecho donde yo estaba, que es la Sierra Leona, adonde se me alzaba la estrella del Norte en anocheciendo cinco grados, allí es la gente negra en extrema cantidad, y después que de allí navegué al Occidente tan extremos calores, y, pasada la raya de que yo dije, hallé multiplicar la temperancia, andando en tanta cantidad que cuando yo llegué a la isla de la Trinidad, adonde la estrella del Norte en anocheciendo también se me alzaba cinco grados, allí y en la tierra de Gracia hallé temperancia suavísima y las tierras y árboles muy verdes y tan hermosos como en abril en las huertas de Valencia; y la gente de allí de muy linda estatura y blancos más que otros que haya visto en las Indias, y los cabellos muy largos y llanos, y gente más astuta y de mayor ingenio, y no cobardes.

Entonces era el sol en Virgo, encima de nuestras cabezas y suyas, así que todo esto procede por la suavísima temperancia que allí es, la cual procede por estar más alto en el mundo, más cerca del aire que cuento; y así me afirmo que el mundo no es esférico, salvo que tiene esta diferencia que ya dije, la cual es en este hemisferio adonde caen las Indias y la Mar Océana, y el extremo de ello es debajo la línea equinoccial, y ayuda mucho a esto que sea así, porque el Sol, cuando Nuestro Señor lo hizo, fue en el primer punto de Oriente, o la primera luz fue aquí en Oriente, allí donde es el extremo de la altura de este mundo. Y bien que el parecer de Aristóteles fuese que el polo Antártico o la tierra que es debajo de él sea la más alta parte en el mundo y más próxima al cielo, otros sabios le impugnan, diciendo que es ésta que es debajo del Ártico, por las cuales razones parece que entendían que una parte de este mundo debía de ser más próxima y noble al cielo que otra, y no cayeron en esto que sea debajo del equinoccial por la forma que yo dije, y no es maravilla, porque de este hemisferio no se hubiese noticia cierta, salvo muy liviana y por argumento, porque nadie nunca lo ha andado ni enviado a buscar hasta ahora que Vuestras Altezas le mandaron explorar y descubrir la mar y la tierra.

Hallo que de allí de estas dos bocas, las cuales, como yo dije, están frontero por línea de Septentrión en Austro, que haya de la una a la otra veintiséis leguas, y no pudo haber en ello yerro, porque se midieron con cuadrante, y de estas dos bocas de Occidente hasta el golfo que yo dije, al cual llamé de las Perlas, que son sesenta y ocho leguas de cuatro millas cada una, como acostumbramos en la mar, y que de allá de este golfo corre de continuo el agua muy fuerte hacia el Oriente, y que por esto tienen aquel combate estas dos bocas con la salada. En esta boca de Austro a la que yo llamé de la Sierpe, hallé, en anocheciendo, que yo tenía la estrella del Norte alta casi cinco grados, y en aquella otra del Septentrión que yo llamé del Dragón, eran casi siete, y hallo que el dicho golfo de las Perlas está occidental al Occidente del de Ptolomeo casi tres mil novecientas millas, que son casi setenta grados equinocciales, contando por cada uno cincuenta y seis millas y dos tercios.

La Sacra Escritura testifica que Nuestro Señor hizo al Paraíso Terrenal y en él puso el árbol de la vida, y de él sale una fuente de donde resultan en este mundo cuatro ríos principales: Ganges en India, Tigris y Eúfrates en (…), los cuales apartan la sierra y hacen la Mesopotamia y van a tener en Persia, y el Nilo que nace en Etiopía y va en la mar en Alejandría.

Y no hallo ni jamás he hallado escritura de latinos ni de griegos que certificadamente diga el sitio en este mundo del Paraíso Terrenal, ni visto en ningún mapamundo, salvo situado con autoridad de argumento. Algunos le ponían allí donde son las fuentes del Nilo en Etiopía; mas otros anduvieron todas estas tierras y no hallaron conformidad de ello en la temperancia del cielo o en la altura hacia el cielo, porque se pudiese comprender que él era allí, ni que las aguas del diluvio hubiesen llegado allí, las cuales subieron encima, etc. Algunos gentiles quisieron decir por argumentos que él era en las islas Afortunadas, que son las Canarias, etc.

San Isidoro y Beda y Estrabón y el Maestro de la Historia Scolástica y San Ambrosio y Scoto y todos los sacros teólogos conciertan que el Paraíso Terrenal es en el Oriente, etc.

Ya dije lo que yo hallaba de este hemisferio y de la hechura, y creo que si yo pasara por debajo de la línea equinoccial, en llegando allí, en esto que más alto que hallara muy mayor temperancia y diversidad en las estrellas y en las aguas; no porque yo crea que allí, donde es la altura del extremo, sea navegable, ni sea agua, ni que se pueda subir allá, porque creo que allí es el Paraíso Terrenal, adonde no puede llegar nadie, salvo por voluntad divina. Y creo que esta tierra que ahora mandaron descubrir Vuestras Altezas sea grandísima y haya otras muchas en el Austro de que jamás se hubo noticia.

Yo no tomo que el Paraíso Terrenal sea en forma de montaña áspera como el escribir de ellos nos muestra, salvo que él sea en el colmo, allí donde dije la figura del pezón de la pera, y que poco a poco, andando hacia allí, desde muy lejos se va subiendo a él; y creo que nadie no podría llegar al colmo como yo dije, y creo que pueda salir de allí esa agua, bien que sea de lejos y venga a parar allí donde yo vengo y haga este lago. Grandes indicios son éstos del Paraíso Terrenal, porque el sitio es conforme a la opinión de estos santos y sacros teólogos, y asimismo las señales son muy conformes, que yo jamás leí ni oí que tanta cantidad de agua dulce fuese así dentro y vecina con la salada; y en ello ayuda asimismo la suavísima temperancia. Y si de allí del Paraíso no sale, parece aún mayor maravilla, porque no creo que se sepa en el mundo de río tan grande y tan hondo.

Después que yo salí de la boca del Dragón, que es la una de las dos aquellas del Septentrión a la cual así puse nombre, el día siguiente, que fue día de Nuestra Señora de Agosto, hallé que corría tanto la mar al Poniente que después de hora de misa, que entré en camino, anduve hasta hora de completas sesenta y cinco leguas de cuatro millas cada una, y el viento no era demasiado, salvo muy suave. Y esto ayuda al conocimiento que de allí yendo al Austro se va más alto, y andando hacia el Septentrión, como entonces, se va descendiendo.

Muy conocido tengo que las aguas de la mar llevan su curso de Oriente a Occidente con los cielos, y que allí en esta comarca cuando pasan llevan más veloces camino, y por esto han comido tanta parte de la tierra, porque por eso son acá tantas islas, y ellas mismas hacen de esto testimonio, porque todas a una mano son largas de Poniente a Levante y Noroeste a Sudeste, que es un poco más alto y bajo, y angostas de Norte a Sur y Nordeste Sudoeste, que son en contrario de los otros dichos vientos, y aquí en ellas todas nacen cosas preciosas, por la suave temperancia que les procede del cielo, por estar hacia el más alto del mundo. Verdad es que parece en algunos lugares que las aguas no hagan este curso; mas esto no es, salvo particularmente en algunos lugares donde alguna tierra le está al encuentro, y hace parecer que andan diversos caminos.

Plinio escribe que la mar y la tierra hace todo una esfera, y pone que esta Mar Océana sea la mayor cantidad del agua, y está hacia el cielo, y que la tierra sea debajo y que le sostenga, y mezclado es uno con otro como el amargo de la nuez con una tela gorda que va abrazado en ello. El Maestro 48 de la Historia Scolástica, sobre el Génesis, dice que las aguas son muy pocas, que bien que cuando fueron creadas que cobijasen toda la tierra, que entonces eran vaporables en manera de niebla, y que después que fueron sólidas y juntadas, que ocuparon muy poco lugar. Y en esto concierta Nicolao de Liria. El Aristóteles dice que este mundo es pequeño y es el agua muy poca y que fácilmente se puede pasar de España a las Indias, y esto confirma el Avenruyz y le alega el Cardenal Pedro de Aliaco, autorizando este decir y aquél de Séneca, el cual conforma con éstos diciendo que Aristóteles pudo saber muchos secretos del mundo a causa de Alejandro Magno, y Séneca a causa de César Nero, y Plinio por respecto de los romanos, los cuales todos gastaron dineros y gente y pusieron mucha diligencia en saber los secretos del mundo y darlos a entender a los pueblos; el cual cardenal da a éstos grande autoridad, más que a Ptolomeo ni a otros griegos ni árabes. Y a confirmación de decir que el agua sea poca y que el cubierto del mundo de ella sea poco, al respecto de lo que se decía por autoridad de Ptolomeo y de sus secuaces, a esto trae una autoridad de Esdras, del tercero libro suyo, adonde dice que de siete partes del mundo las seis son descubiertas y la una es cubierta de agua, la cual autoridad es aprobada por santos, los cuales dan autoridad al tercero y cuarto libro de Esdras, así como es San Agustín y San Ambrosio en su Examerón, adonde alega: «allí vendrá mi hijo Jesús y morirá mi hijo Cristo», y dicen que Esdras fue profeta, y asimismo Zacarías, padre de San Juan, y el beato Simón, las cuales autoridades también alega Francisco de Mairones: en cuanto en esto del enjuto de la tierra mucho se ha experimentado que es mucho más de lo que el vulgo era; y no es maravilla, porque, andando más, más se sabe.

Torno a mi propósito de la tierra de Gracia y río y lago que allí hallé, tan grande que más se le puede llamar mar que lago, porque lago es lugar de agua, y en siendo grande se dice mar, como se dijo a la mar de Galilea y al mar Muerto. Y digo que, si no procede del Paraíso Terrenal, que viene este río y procede de tierra infinita, puesta al Austro, de la cual hasta ahora no se ha habido noticia, mas yo muy asentado tengo en el ánima que allí adonde dije es el Paraíso Terrenal, y descanso sobre razones y autoridades sobrescritas.

Plega a Nuestro Señor de dar mucha vida y salud y descanso a Vuestras Altezas para que puedan proseguir esta tan noble empresa, en la cual me parece que recibe Nuestro Señor mucho servicio, y la España crece de mucha grandeza, y todos los cristianos mucha consolación y placer, porque aquí se divulgará el nombre de Nuestro Señor, y en todas las tierras adonde los navíos de Vuestras Altezas van y en todo cabo mando plantar una alta cruz, y a toda la gente que hallo notifico el estado de Vuestras Altezas y cómo su asiento es en España, y les digo de nuestra santa fe todo lo que yo puedo, y de la creencia de la Santa Madre Iglesia, la cual tiene sus miembros en todo el mundo, y les digo la policía y nobleza de todos los cristianos y la fe que en la Santa Trinidad tienen; y plega a Nuestro Señor de tirar de memoria a las personas que han impugnado e impugnan tan excelente empresa e impiden e impidieron porque no vaya adelante, sin considerar cuánta honra y grandeza es del real estado de Vuestras Altezas en todo el mundo. No saben qué entreponer y mal decir de esto, salvo que se hace gasto en ello y porque luego no enviaron los navíos cargados de oro, sin considerar la brevedad del tiempo y tantos inconvenientes como acá se han habido, y no considerar que en Castilla, en casa de Vuestras Altezas, salen cada año personas que por su merecimiento ganaron en ella más de renta, cada uno de ellos más de lo que es necesario que se gaste en esto; asimismo sin considerar que ningunos Príncipes de España jamás ganaron tierra alguna fuera de ella, salvo ahora que Vuestras Altezas tienen acá otro mundo, de donde puede ser tan acrecentada nuestra santa fe y de donde se podrán sacar tantos provechos, que bien que no se hayan enviado los navíos cargados, se han enviado suficientes muestras de ello y de otras cosas de valor, por donde se puede juzgar que en breve tiempo se podrá haber mucho provecho, y sin mirar el gran corazón de los príncipes de Portugal, que ha tanto tiempo que prosiguen la empresa de Guinea y prosiguen aquella de África, adonde han gastado la mitad de la gente de su reino, y ahora está el Rey más determinado a ello que nunca. Nuestro Señor provea en esto, como yo dije, y les ponga en memoria de considerar de todo esto que va escrito, que no es de mil partes la una de lo que yo podría escribir de cosas de Príncipes que se ocuparon a saber y conquistar y sostener.

Todo esto dije, y no porque crea que la voluntad de Vuestras Altezas sea salvo proseguir en ello en cuanto vivan, y tengo por muy firme lo que me respondió Vuestra Alteza una vez que por palabra le decía de esto, no porque yo hubiese visto mudamiento ninguno en Vuestras Altezas, salvo por temor de lo que yo oía de éstos que yo digo, y tanto da una gotera de agua en una piedra que le hace un agujero; y Vuestra Alteza me respondió con aquel corazón que se sabe en todo el mundo que tiene, y me dijo que no curase de nada de eso, porque su voluntad era de proseguir esta empresa y sostenerla, aunque no fuese sino piedras y peñas y que el gasto que en ello se hacía que lo tenía en nada, que en otras cosas no tan grandes gastaban mucho más, y que lo tenían todo por muy bien gastado, lo del pasado y lo que se gastase en adelante, porque creían que nuestra fe sería acrecentada y su real señorío ensanchado, y que no eran amigos de su real estado aquellos que les mal decían de esta empresa. Y ahora, entre tanto que vengan noticias de esto, de estas tierras que ahora nuevamente he descubierto, en que tengo sentado en el ánima que allí es el Paraíso Terrenal, irá el Adelantado con tres navíos bien ataviados para ello a ver más adelante, y descubrirán todo lo que pudieran hacia aquellas partes. Entretanto, yo enviaré a Vuestras Altezas esta escritura y la pintura de la tierra, y acordarán lo que en ello se deba hacer y me enviarán a mandar, y se cumplirá con ayuda de la Santa Trinidad, con toda diligencia en manera que Vuestras Altezas sean servidos y hayan placer. Deo gracias.

SEGUNDO VIAJE DE COLÓN A LAS INDIAS

Christianísimos e muy altos y poderosos prínçipes, rey e reina, nuestros señores:

         La vitoria que Nuestro Señor dio a V. Al. tan señalada de las Yndias en tan breve tiempo amostrava qu´el subçeder uviese de ser muy próspero y a causa de cosa de maravilla en el mundo. Yo partí de Cádiz miércoles a veinte e cinco  de septiembre con la armada y gente que Vra. Al. me mandaron dar que yo llevase a las Indias; y llevé maestros de todas maneras de ofiçios que en fabricar çiudad y villa menester heran, con todos sus estrumentos; y llevé los cavallos, yeguas y mulas y todas las otra vestias, y simoentes de trigo y çevada y todos los árboles y de suerte de frutas, todo esto en muy grande abundançia. Llegué a las islas de Canaria de V. Al. el martes siguientes antes del sol salido, de donde partí después de aver forneçido los navíos y caravelas de bastimentos. Y dexélas de vista lunes, siete de otubre, para benir a esta isla Ysabela, adonde yo avía dexado la gente el año pasado, y primero benir a la isla de los caníbales, porque yo tenía qu´estavan más al oriente y poco distante de mi camino. A los cuales yo llegué por la merçed de Nuestro Señor en veinte días, con viento y tiempo que fasta oy truxe tal, que en viaje ni se aya oído ni visto de mar tan llano, de viento tan quieto y dulçe y de templança  de cielo tan suave. Llegué domingo, tres de noviembre, antes del sol levantado a una isla de altísima montaña, a la cual llamé Dominica a conmemoraçión del mismo día. La longura d´ella hera del setrentrión en austro, la cual toda corrí buscando puerto por el mar. Y por grande zerrazón de çielo que se engendrava, y porque no le hallé en tiempo idóneo, tomé la buelta sobre toda la armada , que benía muy derramada, y la recogí toda en un cuerpo. Y después enbié una caravela, que se halló más aparejada de todas, que fuese del cabo qu´es de la parte del norte y, si ubiese puerto, que me hiziese señal que le avía dicho. Y así partió y no halló el puerto y no dio la seña, y yo estava con pena por el mal tiempo que se amostrava. Restreñí las naos y navíos conmigo y cargué las belas al camino de otra isla, qu´estava d´esta Dominica distante diez leguas, a la cual llegué a buen tiempo del día. Y desçindí  en tierra con mucha jente con una vandera real y, en el lugar más idóneso, con pendón y alta voz, e escrivanos e testigos, nuevamente torné a tomar posesión d´ella y de todas las otras y de tierra firme en nombre de V. Al., replicando los autos de la mesma posesión del año pasado, de la cual nuevamente no obstante nuevamente tomava, llamado si alguien lo contradeçía, y nombré esta isla la Galana; ella es muy llana y llena de árboles odoríferos. El siguiente día levanté las áncoras muy temprano y di la vela para otra isla, que me demorava al norte nueve leguas, en donde yo llegué en breve espaçio del día. Era esta isla altísima, que figura de punta de diamante, atán alta qu´es maravilla, y en el colmo d´ella salía una grandísima fuente que derramava el agua de todo cavo de la montaña; y de la parte de donde yo estava, benía alliende de otros ramos uno tan grande que por la áspera caída y alta amostrava la grandura de un tonel, y todo blanco y encreíble a nuestra vista que fuese ello agua, salvo que fuese una bena de peña blanca, sobre lo cual se apostaron muchas apuestas entre la gente. Yo sería entonzes cuatro legua grandes lexos de la tierra, por lo cual creo qu´esta agua sea en estrema cantidad, y por la vista de muy muchos ríos que después se hallaron y en muy pocas leguas, que, por una gente nuestra que se perdieron en el monte, los otros que los fueron a buscar en espaçio de seis leguas pasaron veinte y seis ríos, que cada uno el agua les llegava más alta que a la çinta. Luego que yo llegé a esta isla, la llamé Santa María de Guadalupe, que ansí me lo avía encomendado el padre prior y los frailes cuando de allí partí. Y al tiempo que llegué a tierra pensé que no faltarían puertos , mas mudó el viento y se levantó gran niebla con mucha lluvia, e yo llegué a tierra muy junto para surgir y no hallé fondo, y ansí me anduve gran espaçio del día y con mucho viento y mar grande. Gran plazer era ver las verduras y los buenos asientos de las casas y las muchas aguas de la fuente de la montaña junto con la mar. Anduve ansí corriendo por costa d´esta isla sin poder fallar puerto ni fondo para sorgir, fasta que yo llegué a la parte del norte, adonde hera la mayor parte del pueblo, y fue mucho en tierra y surgí con toda la armada. Y procuré de aver lengua, y supe que todas estas islas no heran de caníbales y pobladas d´esta gente que a la otra come, como berá e sabrá V. Al. de los mesmos que agora en estos navíos le enbío. Las poblaçiones d´estas islas no eran muchas y repartidas en diversas partes a las faldas de la isla. Las casas heran muy buenas y llenas de mantenimientos e muchos. De los hombres pocos se tomaron y pocos fueron  vistos; los cuales todos fuyeron por el monte, y por la gran espesura de los árboles no se pudo tornar a prender  d´ellos más que de las mugeres, las cuales tanbién enbío a V. Al., con otras muchas hermosuras que ellos allí tenían. Las cuales me deçían que las avían traído de otras islas, que, a mi ver, teníanlas en servitud y por concubinas; tanbién me deçían por palabra y seña cómo les avían comido los maridos, y a otras los hijos y hermanos, y les fazían qu´ellas mesmas d´ellos comiesen. Tanbién hallé algunos moços que asimesmo se avían traído y a todos cortados su miembro; pensava yo que sería por çelos de las mugeres, mas acostúmbranlo porque engorden, como fazen en Castilla a los capones para comer en fiesta; de las mugeres jamás matan. Todo sabrán d´ellos mesmos que, como digo , les enbío. Hallé en sus casas çestos y arcos grandes de güesos de hombres y cabezas colgadas en casa cassa. Aquí hallé un gran pedazo de codaste de una nao de España, creo que sería de la que antaño aquí en la Navidad dexé. Aquí se falló pez e miel y çerca de mill maneras frutas muy buenas y grandes y de gran sabor, muchos arcos y muchas frechas, y en la montaña muchos árboles odoríferos, según renunçiaron los sobredichos que fueron buscar los otros que se avían perdido. No les quemé las casas, porque nos aprobechen cuando por allí pasáremos, pues están en camino para Castilla. Las canoas d´ellos son muy grandes y más largas que fustas y de mejor hechura qu´estas otras d´esta gente más oçidental, y todas se las quebré , pequeñas y grandes, y ansí  en todos los otros lugares, y ansí tenía en boluntad de fazer en cada isla y tenía gran deseo de las correr todas. Mas el deseo de socorro d´esta gente, que aquí avía dexado, no me daba lugar a otra cosa ni requerir ni reposo al ánima. Aquí en esta isla, lexos de donde yo estava ancleado, avía una poblaçión adonde avía desçendido una barca de una caravela, y los vecinos todos se avían fuido, y por la priesa dexaron un niño de hedad de un año, el cual estuvo solo seis días en esta casa. Y porque cada día se acaesçió llegar a su casa y poblaçón y hallava siempre a su niño con un manojo de ferchas, y benía hasta un río que allí junto estava y bevía del agua, y después se bolvía a la posada, y siempre alegre y con fiesta, mandé que le truxeren a Dios y a ventura y le mandé dar una muger que de Castilla acá benía; agora está aquí muy bueno, y fabla y entiende toda nuesta lengua qu´es maravilla. Enbiárale agora a V. Al., mas e miedo que, por ser tan niño, que  que no se muera; enbiarlo e cuando mandaren. D´esta isla vine a la otra de Santa María de Monserrate,, que era a la distançia de çinco leguas; tierra es muy alta y conforme a Moserrate. Y d´esta vine de una en otra corriendo a mi camino, poniéndoles a cada una nombre; y porque açinde a gran número, a todas juntamente las nombré de Todos los Santos, hasta que yo llegué a una isla bien luenga, adonde çorgí para aver lengua. Y echada la barca armada en tierra, por fuera vino una canoa con tres hombres y dos mugeres, todos d´esta generaçión que comen carne umana. Salió el batel a le prender, y ellos se pusieron en defensa y pelearon muy fuertemente, y fueron feridos tres personas de los nuestros con frechas. Truxéronlos presos a la nao o; de la fuerça que una muger d´estas fazía con un arco no es de olvidar, que dizen que a una adarga pasó con una frecha en claro. Allá los enbío todos a V. Al., así ella como los otros, salvo uno que fue muerto. Esta muger y otro de los mismos hombres dizen que allí ay islas en que ay oro atanto qu´es maravilla, y esto no lo pueden aver consultado porque luego la muger enbié en otro navío, y fasta oy no ha visto el uno al otro, y se conçierta lo que dizen; y por esto lo creo y por estos indios que yo tengo, como diré después a su tiempo. Partí d´esta isla al setentrión  doze leguas, adonde fallé grandísimo número de islas todas juntas, de la cuales anote cincuenta e cuatro de que pude aver conoçimiento; d´ellas son grandes, mas las pequeñas son mayor número. Todas son tratábiles y de gran fondo y distançia entremedias, ni son pequeñas a comparaçión  de las Canarias. D´ellas son verdes y llenas de árboles y pobladas, mas no la mayor parte, que pareçían estériles, mas no de metales; ni son llanas, salvo montuosas y de altas tierras. Llamé a la mayor de Santa Úrsula y a las otras de la Honze mill Vírgenes. Uno d´estos caníbales que se tomó en una canoa en la sobredicha isla vezina, agora que veen que oro es de lo que nos preçiamos, dizen por lengua y por señas que en esta ay oro infinitísimo y que le lleven a ella preso  y le maten si no es verdad, y que también hay mucho cobre. Yo me acuerdo qu´el año pasado un indio viejo, aquí en esta isla Ysavela, me dixo que en esta parte de los caníbales avía una isla pequeña y que los tres cuartos eran oro, y agora conforma, porque yo beo la tierra para ello dispuesta.

         Todas estas islas que agora se an fallado enbío por pintura con las otras del año pasado, y todo en una cata que yo compuse bien que con harto trabajo, por las grandes mis ocupaçiones del asiento que acá se faze de la villa y el despachado del armada porque se buelva; en el cual negoçio el ayuda que yo esperava de alguna pèrsona que dezían allá que deseavan tanto el servicio de V. Al., allende de la razón que les obligava, acá les pesa. Con él, bien fecho, verá V. Al. la tierra d´España y África, y enfrente d´ellas todas la islas halladas y descubiertas este viaje y el otro. Las rayas que ban en largo amuestran la istançia de oriente a oçidente; las otras qu´están de través amuestran la istançia de setentrión an ahustro. Los espaçios de cada raya significan un grado, que e contado çincuenta y seis millas y dos terçios, que responden, d´estas nuestras leguas de la mar, catorze leguas e un sesto; y ansí pude contar de oçidente a oriente como de setentrión an ahustro el dicho número de leguas, y contar con el cuento de Tolomeo, que aporçionó los grados de la longuitud con los del equinoçial, diziendo que tanto responde cuatro grados equinoçiales, como çinco por paralelo de Rodas los treinta y seis grados, ansí que cada grado qu´está en esta dicha carta responde catorze leguas y un sesto ansí de setentrión en ahustro como de oriente en oçidente; e por aquí podrán ver la distançia del camino qu´es de España al comienço o fin de las Yndias, y verán en cuál distançia las unas tierras de las otras responden; berán en la dicha carta una raya, que pasa de setentrión en austro, qu´es vermeja y pasa por çima de la isla Ysavela sobr´el Fin d´España, allende del cual están las tierras decubiertas el otro viaje y las otras de agora, de acá de la raya se entiende. Y espero en Nuestro Señor que cada año mucho abremos de acreçentar an la pintura porque se descubrirá continuamente. En esta isla de Guadalupe e casi en todas la otras, en espeçial en esta Ysavela, e fallado (¿?) y en los árboles canela, y se podría aver grandísima cantidad salvo que es amarga en el gusto, que creo que proçede por la sazón y adovo del tiempo, sana e probechosa mucho a las personas; almástigo e ençienso, y cera y miel y muchas resinas y áloe e sándalo y spoliofelio, gengibre finísimo; del axí, a qui deçimos pimienta, del que truxe el otro viaje a V. Al., aquí ay y abrá cuanto V. Al. mandare, que les siembran y naçen en huertas, como otras mill cosas de que sería para lo contar muy prolixo, y cada día se halla cosa nueva; algodón, ya lo dixe el año pasado por mi carta, la cual en todo y por todo afirmo lo en ella contenido. De abundançia de todo esto yo no yerro; verdad es que nadie no sepa por ayuntar cosa alguna y tanpoco del oro, de que conozco que ay más que no dezía ni escreví por mi carta. Esto proçede de que la gente todas d´estas tierra andasn desnudos, sin tener propios bienes ni hazer concebto salvo de su vitualla; de todo lo otro tienen en poco, ni cogen salvo para su reparo. Creo yo que, si empeçasen a recibir algo, que ellos por preçio travajarían, porque son enbidiosos ultra manera, y por esto se pornían a apañar cualquier cosa qu´ellos supiesen que les baldría presçio; mas yo no sé la lengua para los poner en el arte, ni les demando lo que yo querría, y después beo que no es bien por agora que conozcan que nos deseamos cosa alguna y en espeçial oro, porque, aunque de lo que tienen por poco preçio, de conoçimiento son para mudar el propósito y lo vender caro, si asus manos de dexase; y por esto se acoxerá por V. Al. en todas la minas, que son muchas, como después diré a su tiempo.

         Torno a mi porpósito de mi camino y digo que, junto con la isala de Santa Húrsula y la Honze mill Vírgenes, fallé otra isla de la cuan no vi salvo la parte d´ella del norte con aquél de poniente, mas según mi albedrío mayor que Seçilia y de mayores tierras y más fermosa y ansí de la mesma fechura, a la cual dixe el nombre de Sant Juan Baptista. Poblada es de gente que come carne umana, enemigo de los caníbales y de todas las otras islas. Tienen muy buenos puertos y mucho agua y grandes ríos. Altas son las tierras, y baías linpias, y de montañas y árboles muy grandes, y todas muy labradas y sembradas de sus “axis”, qu´es singularísimo mantenimiento. Aquí vi yo muy buenas casa y adornamientos en el camino, de algunas d´ellas de redes y de cañas de una parte y de otra del camino, que salían de las casas fasta la mar al luengo; y allí adonde fazían fin, en la playa, tenían un entretexido cadafalso como açutes sobr´el camino, casi en manera de puerta y de tan perfecto lavor, que en Valençia sería bien açebto. Y en esta y en todas las otras islas y en especial aquí en la Ysavela e visto muchos falcones neblíes y de toda suerte, mas los de Guadalupe fueron tenidos por los mejores, porque en aquélla no ay lugar de adonde se çeven, no por defecto de aves de toda manera, de que ay gran cantidad, salvo porque es espesísima de árboles; y los alcones cada mañana los beíamos ir a otra isla y después bolver en la tarde. Aquí, en la Ysavela, se hallan algunos çevándose en palomas torcaçes y en garças y en otras aves, de las cuales y de todas maneras ay grandísima cantidad; y en el señal d´ellas se amuestra que son muy boladas, porque huyen mucho de las personas. Procuraré, tanto que yo tengo en buen subçeso y término estos otros negoçios de V. Al. que más relieban a su serviçio, de aver d´estos falcones para le enbiar. Y creo que, aviendo persona que sea maestro de prenderlos, los que pudiere aver cuantos oviere menester para su serviçio, y podrá enviar a otros prínçipes.

         Dexo esta isla de Sant Juan y torno a tomar el comienço de la Ysavela, después de aver dexado algunas otras y no indinas de memoria. Y no fue mi comienço agora adonde fue el fin el año pasado, cuando d´ellas yo partí para Castilla, adonde yo llamé Fin d´España, mas hallé acá, al oriente, una gran provinçia que es de tierra muy baja y llana y que d´este cavo de Fin d´España corre al sueste, la cual no ví al tiempo de mi partida, porque yo llevé el camino del este a la cuarta del nordeste y partí de noche, de manera que la tierra me quedava a la mano derecha, y por ser baja y al rodeo del sueste  no ove d´ella vista, así que agora la reconocí toda del comienço  hasta el cavo del Angel ay buen tiempo, adonde los indios llaman Samaná, adonde agora no quise anclear por la priesa que traía y el buen tiempo que me ayudava. Solamente anbié una caravela que pusiese allí en tierra uno de los cuatro indios que allí avía tomado el año pasado, el cual no se avía muerto como los otros de viruelas a la partida de Cádiz, y otros de Guanafaní o Sant Salvador. Este se fue a la tierra muy alegre, diziendo qu´el bien hera muy fuerte porque era christiano y que tenía a Dios en sí y rezando el “Ave María” y “Salve Regina” y diçiendo que, luego qu´él estuviese tres días en su casa, qu´él se bernía a Çibao o adonde yo estuviese; y así le di muy bien de vestir y otras cosas qu´él diese a sus parientes. Despué bine con muy buen tiempo corriendo la costa d´esta isla fasta Montechristo, adonde en el puerto cogí con toda la flota y hordené todo los que cumplía por regimiento y serviçio de V. Al, porque de allí fasta la villa de la Navidad se puede ir en un día con buen tiempo. Y así esto fecho, di la vela con todos los navíos, y a medio camino vi que atrás me venía una canoa a gran priesa, y nunca la quise esperar porque se me hazía tarde para entrar en el puerto de día, y con todo no pude yo llegar a tiempo y ove de sorgir de fuera; adonde, a gran rato de la noche, llegó la dicha canoa, por la cual benía un privado de un rey Ocanaguarí, el qual benía de navío en navío llamando por mí; y hasta que no me vido y oyó, no quiso entrar en la nao. Él traía una carátula de oro de persona que me enbiava Ocanaguarí, y a otro otra al capitán de la nao Antonio Torres, hermano del ama. Yo le mandé dar de comer, porque todo el día avía travajado tras de nosostros y no avía comido, y les mandé dar de vestir a amos. Este me dixo en cómo la gente que yo avía dexado en la çuidad ovieron entre sí discordia y uno mató a otro y que Pedro, repostero de V. Al., se avía ido con una gran parte de jente para otro rey que se llama Cahonaboa, el cual posee tierra en que ay mucho oro; un vizcaíno, que se llama Chacho, se avía ido con otros vizcaínos y moços; solamente avía quedado Diego de Arana de Córdova con honze; y que unos tres se avían muerto de dolençia, qu´ellos mesmos deçían que era la causa del gran tracto de las mugeres, diziendo que, cuantos quedaron allí, que cad uno avía tomado cuatro mugeres, y no solamente éstas les abastava, que les tomavan las muchachas. Y deçían qu´el comienço d´esta discordia fue que, luego que yo partí, cada uno no quiso entrar a obediençia ni apañar oro salvo para sí, sino Pedro, repostero, y Escobedo –a éste avía yo dexado el cargo de todas las cosas-. Y que los otros no entendían salvo con mugeres y moravan en casa d´éllas, y que Pedro y Escobedo mataron uno que se llamaba Jácome; y después se fueron con sus mugeres a este Cahonaboa; y dende a çierto tiempo bino este Cahonaboa y de noche puso fuego en la villa, la cual quemó toda que no quedó nada, de qu´es de aver piadad, porque otra poblaçión tan grande ni de tan hermosas casas e visto en todas las Yndias. Alo cual tiempo huyó Ocanaguarí con toda su gente, hombre y mugeres y niños, y requirió a los christianos que fuesen con él, y no le plugo, salvo que se fuyeron al canal, adonde se afogaron; y fueron ahogados ocho, y los tres murieron durmiendo, según después paresçió por las feridas. Díxome después cómo este Ocanaguarí luego me bernía a ver, el qual estava en otra su villa; después me pidieron liçencia, y yo se la dí. Y luego otro día a ora de bíspera, al tiempo qu´el viento me fue próspero, lebanté las áncoras y entré en el puerto y fui a sorgir delante la sobredicha villa, de que uve piadad grande después del daño y mal que a nuestros christianos avía aconteçido; que aunque conozco y es verdad que a sido su culpa, es mucho de doler de semejante casso, e a mí es mayor pena que a ningún otro su pariente, por el deseo que yo tenía qu´ellos saliesen con tan grande honrra y con tan poco peligro, si se rigieran según mi instruçión los constrengía: que sobre todo dexasen las mugeres ajenas y todas las de los indios, y nunca saliesen de la fortaleza a otra parte salvo seis d´ellos, y otros tantos después d´éstos bueltos; mas como se viesen tan seguros y superiores de los indios y según eran todos ellos de poca criança, tirados dos u tres criados míos y este Pedro repostero, se darían al comer y plazer de las mugeres; y ansí se perdieron y se destruyeron a sí, y a mí han dado y dan tanta pena. Este presente día no desçendí  en tierra fasta el otro siguiente de gran madrugada, que hhalé todo este sitio fecho huerta sin forma de cassa salvo de la fortaleza, que ansí destruida y quemada amostrava que, en la mitad de Castilla, se defendería buenos días a gran gente. Y hallé ocho hombres enterrados a la orilla del mar y tres en al campo, los cuales se conoçían heran feridos de piedra en la frente, que durmiendo pareçe que a manteniente los mataron; y debe ser ansí, porque la fortaleza hera muy llena de artillería. Y esto, según mi alvedrío, no pasava un mes qu´esto avía acaeçido. Mandé que se enterrasen y rogasen por sus ánimas; mandé cavar toda la casa fuerte, porque en mi instruçión le avía mandado que, luego que algún oro tubiesen, que lo pusiesen debajo de la tierra; y no se halló cosa alguna. Y este mismo día avía yo enviado una caravela a ver el golfo de España, qu´es de allí açerca ocho leguas, porque creía yo, según su fechura, que avía de ver un gran río y que traería oro. La cual caravela fue a topar donde estaba Ocanaguarí, el qual rogó a Melchior que me rogase que yo le fuese a ver y le dio un bonete de oro y otro a Marque, criado de Rodrigo de Ulloa, capitán de la dicha caravela, y en pedazos dio también yna buena parte a Gorbalán, criado de Fonseca, y al piloto otro tanto. Bolvió Melchior con la caravela, y me dieron la embajada y de lo que les avía contado de la muerte d´esta gente, y que tenían ellos que yo era a él en grande cargo. Luego el otro día fue allá y fallé a Ocanaguarí  en tierra en cama, el qual me abraçó e estovo sin habla un rato grande, siempre con las lágrimas a los ojos. Y después, por palabras y señas, me recontó todo como avía acaeçido este desastre, en tal manera que no pasó punto que yo no lo entendiese; y como, luego que yo le dexé en la Navidad, ovieron discordia entre sí esta nuestra gente, y uno mató a otro y cada uno apartava oro para sí, salvo Pedro y Escobedo, y que sobr´esto les avía puesto en paz muchas vezes; y que también luego cada uno tomó cuatro mugeres, allende de las cuales tomavan en la villa las moças que querían; y vinieron a bandos, de que se pasó a que se apartaron, como ençima yo dixe, en tres partes; y que despues d´él por su persona aver ido a la mina y llevado allá a Pedro y Escobedo, amostrando cómo se coxía el oro, qu´ellos se determinaron para ir a otro rey a quien llamaban Caonaboa, como sobredixe, y qu´él les rogó que no se fuesen, que les daría pan y pescado y mugeres y un fijico que tenía Pedro, y se fueron, y que jamás después se avían acordado d´él ni de mí; y dende que a çierto tiempo vino a este Cahonaboa y de noche les quemó las casas, así como me recontó su mensajero. Creo y digo otra vez que ovo desensión entre esos dos y Diego de Arana, y la muerte fue hordenada d´ellos mismos por vengança. Este Arana, aunque fuese muy sobervio, tenía alguna criança, y le dexava el cargo del regimiento al tiempo de mi partida, de que toda la gente quedava quexosa, y ansí le di en compañía a los otros dos, Pedro y Escobedo, y que se cimpliese lo que los dos acordasen. Después, el día de mi partida, vino a mí Escobedo haziéndome saber cómo bien estava seguro, según el indiçio qu´él avía avido, qu´él me tenía un tonel de oro aparejado cuando yo bolviese; y esto fue  a tiempo que yo ya andava a la caravela, y me dixo que este Diego de Arana le avía dicho sobr´esta plática: “Hagámonos primero el papo, y después se procurará para el rey”. A que yo le respondí que tal cosa no hiziese, que rico estava él harto si servía a V. Al. con tanta honra; y con este propósito se tornó a tierra. Torno a Ocanaguarí, el cual me rogó que le reçibiese en su compañía y fuésemos a destruir a este Cahonaboa y le tomar las mugeres y fijos; respondí que me plaçía, tanto que yo tuviese fecho asiento, que ansí me mandava V. Al. que, fasta esto fecho, que no entendiese en otra cosa, mas que sería muy presto; y él respondió que, si quería asentar allí, que me daría cuantas casas yo quisiese, mas que no me lo aconsejava, porque era lugar no muy sano y muy angusto. Después me dio ocho çintos de hombres de la manera de los otros que antaño llevé a V. Al.; uno d´ellos hera muy fermoso y labrado de mucho oro. Priemro se quitó una joya de alambre qu´él traía en la frente y me la puso en la mía, con una corona en la cabeza, diziéndome que todo esto fue de un rey de Marení, y tanbién me dio un çestillo de oro en forja e una calabaza de oro fundido y otra de oro en grano, ansí como benían de la mina; el cual y las otras cosas todas enbío a V. Al. Yo le dí el presente que yo llevava, puesto que no tuviesen d´ellos conocimientos  ni eran salvo de la isla de San Salvador. Y no quiso que aquel día ni noche se fuesen de su casa, para les preguntar bien las cosas que en España avían visto. Quíseme yo ir para la nao y él no quiso sino acompañar, y le amostré los cavallos, de que ya tenían por oída notiçia; y me dixo que, al tiempo que Pedro Escobedo iba con él a la mina, que ellos cazavan mucho y le dexían cómo en Castilla cabalgavan. Amostréle toda la nao, tanta gente y tantas armas de que se maravillava, y le llevé a la cámara donde estava el padre fray Buil malo, el cual se holgó mucho con él; y después se bolvió a tierra y no quiso que yo le mandase acompañar: tanto entiende en cortesía. Ese día y el presente con el troque que seguía vinieron al thesoro de V. Al. bien diez marcos de oro, que todo no costó diez o çinco reales, y se acertó que por un caxcavel davan el peso de ocho castellanos. Ya dixe cómo esta gente ninguna cosa tienen en preçio y que, lo que tienen, ansí lo dan por poco como por mucho, que vía muchos indios, cuando yo estava con Ocanaguarí, que venían a mí y me davan buenos pedaços de oro sin demandar cosa alguna. Verdad es que su fin es que por ello les den algo, mas si no se lo dan tanpoco lo demandan, salvo que se van o quedan aí como estatuas. Este día siguiente me enbió a dezir Ocanaguarí con su hermano qu´él quería ir a la mina a apañar oro, que le enbiase a dezir si me iría atán presto. Yo le respondí lo que convenía, y él se partió con toda su gente de la misma manera que hizo agora a un año, antes que yo de la Navidad partiese. Creo qu´este Ocanaguarí no tiene culpa en la muerte d´esta nuestra gente, antes me a  a él mucho obligado, ni vi señal porque se dé tal sentençia, como yo escrivo más largo a V. Al. por otra carta del Diurnal que yo escreví.

         Partí de aí y bine a Montechristo, de adonde porfié muchas vezes con el viento contrario para benir al cavo del Angel, adonde el otro día, pasando por él, avía venido a mi canoa, y tods tenían la gente d´ellos oro, y yo les di de vestir después de le dezir quién yo hera, qu´esto ansí lo demandavan. Al cual logar tenía bisto buen asiento y tierras fermosas y aguas y ríos, y albitrava que era en buena comarca y çerca de Çivao y de las otras minas. Y porqu´esta nao hera más grande en forçejar con el viento, determiné de la dexar en Monte Christo, e yo me pasé en la Colina, y con los otros navíos subtiles porfié hasta que llegué al río de Graçia, y dende hasta sobr´el cavo del Angel. Mas como fuese esto en una tarde e de gran tiempo, no ove razón de cometer la tierra ni de çufrir la noche la alteraçión de la mar, que amostrava una tenebreza, por los cavallos y vestias que en los navíos venían; así que, por no los trabajar en aquella noche, yo determiné de bolver al puerto de donde avía partido. Y el día siguiente le busqué todo, porqu´es muy grande y de muy pequeña entrada, con intençión de facer en él asiento si uviera en él agua dulçe así como fermosas tierras. Bolví atrás el día siguiente fasta aquí, adonde fabricamos la villa Ysavela, la cual por su mereçimiento, que diré después, suplico a V. Al. que haga ciudad, adonde abría cuatro leguas; no es aquí puerto cerrado, más es baía muy grande en que caberán todas la naos del mundo. En ella jamás entra tormenta, y aquí ay lugar muy idóneo de una alta tierra, casi isla, al pie de la cual llega una gran nao y descarga al pie del muro. De aquí a un tiro de lombarda ay un poderoso río de agua mejor que Guadalquevir, del cual por açequia se puede traer dentro en la villa en la plaza, el cual pasa por una vega grandísima que ba al sueste, de la cual hasta oy no e podido saber el cavo. La cual es de tierra maravillosa sin comparaçión de ningunas de Castilla, que agora ay en toda ella la hierva alta y berde y buena más que alcaçer en España en el mejor tiempo. Dende la villa al poniente grandes dos leguas es toda playa muy fermosa, y al cavo un puerto de los mejores del mundo, en que cabrán todas la naos que en él ay. Junto con esta vega, de la parte tanbién del poniente, pasa una montaña de norueste a sueste. En ella ay un puerto, al cual agora hize adereçar el camino; está un cuarto de legua aquello que se ovo menester que se adovase, porque los cavallos pasasen mucho sin pena. Aliende él ay otra bega muy mejor qu´éstaa de que aquí fablo, y en el medio pasa otro mayor río; navegable es, según todos me dizen. Aquí en esta veha ay para vente mill vezinos, para sembrar pan y hazer güertas y edifiçios de agua. En la otra ay más otro tanto, y pobladas son de gente muy umana, que cuanto tienen an por bien de darlo. Aquí, adonde yo determiné el asiento de la villa, estavan çiertas casas de indios; así se quedan como de primero, muy alegres y contentos. Hágosle dar vituallas y de todo lo otro que demandan, y a nosostros dan de lo que tienen; y lo que se les enseña de la fee, todo lo reziben con el acatamiento y reverençia que se les amuestra. En la iglesia están de rodillas contemplando; no creo que llega el  entender fasta el neçesario, mas es buena señal, y se amuestra que no tienen secta ni idolatría.

         Yo escreví agora a un año a V. Al. de todo lo que me pareçía de tods estos pueblos, de su conversaçión a nuestra fe santa, que me parescía muy ligera entendiendo nos a ellos y si fuésemos entendidos; yo muy más lo afirmo, porque beo que seta alguna no le impide. Dixe que todos y en todas estas islas se entendían; aquí erré, y no que a otro no aconteçiera, porque sin dubda a todo responden, mas no conozco que la inteligençia es divisa como entre christianos más y menos, según están propincos. Bienes propios afirmo que no tienen, según mi vista y su tracto y costumbre, porque beo que, aliende de lo aver en muchos lugares esperimentado, aquí en la villa vienen ellos infinitos y todos se ponen en casa, hombre y mugeres, y comen y toman de lo que en ellas hallan como y tan libremente  como su dueño de la posada; ni tenían por mal a quien de sus cosas otro tanto hazían, salvo que la inportunidad de algunos nuestros y por la costumbre que sobr´esto de nosotros  conoçen  lo hazen poner en aquello que nosotros estamos. Defiendo que nadie no los importune ni le tome cosa contra su voluntad. Agora, si plaze a Nuestro Señor ser esta armada del todo despachada, y yo podré exercitar otra cosa, en que espero que la primera será ençeguir la ciudad de muro, que en sólo dos puertas quede entrada, y en traer el agua con el açequia y todo el río al pie de la fortaleza, y todo muy ligero.

         La temperançia del çielo paresçe increíble, tan dulçe y suave; los árboles y montes y yervas todo está tan florido y fresco como en el Andalucía son en el mes de abril o de mayo, y la yerva son en el mesmo estado; los pájaros y aves eso mesmo así alegres, y cantan los ruiseñores, y ansí façían todo el mes pasado. Fállanse páxaros  y aves  y muy muchos nigdos, d´ellos con güevos y otros con pollos, y anadones hartos, y en el río ánsares ay más que en otro cavo, y todas las aves de muy gran cuerpo, palomas, garças y de otras diez mill maneras; y no en pequeña cantidad se hallan por los montes y campos perdizes y tórtolas de la misma manera de Castilla. De papagayo ya no ay número.

         Ya dixe que las tierras que este viaje se an descubierto son tantas y más qu´el año pasado, y no de menos preçio, como la pintura harán magnifiesto; por la cual berá V. Al. que aquí en la Ysavela estamos más distante de la línea iquinoçial veinte y seis grados, que todo es con las islas de Canarias, en espeçial de la Gomera, en un paralelo, y no diferençia en la latitud salvo treinta minuto, ni desporçionado en la temperançia de frío y calor, o día más prolijo. Y çertifico a V. Al. que, después de diziembre hasta oy, acá a fecho grandes fríos, atanto que yo e estado alegrado, y de todo estó libre. Procedió esto que una noche me partí de la villa de la Navidad con las barcas a ver un puerto lexos bien nueve leguas, y un rato que al sueño di parte, me atormentó todo el lado derecho de la planta del pie hasta la cabeza en manera de perlesía, de que no poco e çofrido pena. Agora estoy mejor ni dexo de trabajar en lo que cumple lo mejor que puedo con alegría. Desde el cual tiempo fasta oy, de noche y de día, no traigo menos ropa que yo haría en Sevilla. Tanbién a llovido muy mucho y llueve con las mesmas señales de inbierno que haze en Castilla.

         Oy son treinta y un día que yo llegué en este puerto. Agora tenemos de todas maneras de hortalizas. Nasçieron las simientes todas al terçero día. Rávanos y perexil y semejantes yervas ya nos aprovechamos en éstos; y plantas ya son grandes, trigo y çevada ya de un pie en alto, naranjos y sarmientos y cañas dulçes están ya creçidas. De las cañas no truxe cuantas quisiera, que, puesto que fuesen muchas cargas, todas las que se pusieron en botas se escalfraron y están perdidas, y tanbién las qu´están en la nao, la cual a tardado hasta la semana pasada hasta llegar aquí; así que deseo mucho que d´ellas se aya  cantidad, que lugar ay aquí para se hazer cañaberales, para hazer un cuento de quintales de açúcar cada año, otro tanto de algodón muy finísimo y no menos de arroz, si aquí estuvieren los labradores de Valençia. Para el ganado no cumple mas dezir cuánto la tierra para ello es abta e buena. Puercos ya tenemos más de çiento; cabras y obejas ya tenemos d´ellas hartas para simiente, y ansí de otras todas maneras. Y ansí espero en Nuestro Señor que antes de muchos años no abrá menester traer acá salvo bistuarios, que de trigo acá dará buena simiente, y vino se halla acá hartas bides que, trasponiéndolas y labrándose, darán buen fruto. Otras mill maneras de cosas se fallarán cada día.

         De las minas del oro y de la gran cantidad, ya ençima dixe que yo afirmava el dezir de la carta del año pasado, y afirmo que su cantidad suya comprehendo es muy grande, e ansí de la espeçería de todas suertes, mas no se tiene acá en preçio entre esta gente, porque van desnudos y de otra cosa no curan salvo del comer y mugeres.

         De la isla de Mateninó, de adonde son todas mugeres, no ubo lugar ni tiempo, porque mi gran priesa, de ir allá, la cual está más oriental que la Domenica; notiçias ove d´ella, mas dexo la ida para este verano con fustas de remo. Al tiempo que yo corría todas las islas de los caníbales y las vezinas, y les tomé y destruí y quemé las casas y canoas. Bea V. Al. si se abrán de captivar, que creo que después cada año se podrán aver d´ellos y de las mugeres infinitos. Crean que cada uno baldría más que de tres negros de Guinea en fuerça y ingenio, como berán por los presentes que agora enbío.

         Luego que aí llegué, toda la gente se disçindió en tierra por estada, y se açertó llover mucho agua. Después adoleçieron muchos de çiçiones, como si el mudamiento de los aires, puesto que sean los mejores del mundo, y los ayan provado, y las biandas de la mar les ayan mudado la sangre, con la esperança del inbierno grande, en que sus cuerpos estavan avituados. Empero yo di la mayor culpa al tracto de la mugeres, que acá hallan abondoso; y si son deshonestos y deshordenados, no es maravilla que ayan pena. Con todo, loado Nuestro Señor, luego sanan: Cuatro o çinco día es su fuerça; dexo algunos qu´están más cargados. Mucho aprovechó (¿?) que acá enbió V. Al. con toda la botica.

         El pescado aquí lo ay de todas maneras y el más sabroso que en otra parte yo aya comido. Y así dize toda esta gente. No faze cargamiento en el cuerpo: degistivo es e de ligero mantenimiento: mándalo dar el doctor a los dolientes por vianda. Ellos son la mayor parte de la mesma condiçión y hechura de los de Castilla; otros ay de nuevas maneras, y ay sardinas y salmonertes bien grandes y langostines y langostas y pulpos, y de todas maneras que allá se hallan.

         Luego que determiné la partida de la villa de la Navidad, enbié la caravela que ya dixe que rodease esta isla fasta enfrente de Montechristo de la otra parte del austro, trato que avía hallado costa señalada del nacimiento del oro. Aguardo cada rato por ella y no es maravilla de su tardada, porque los vientos an sido y son para ella muy contrarios.

         Tanbién luego que aquí ove puesto asiento, enbié a Ojeda, un buen mançebo y bien esforçado, con quinze hombres a explorar el camino y ver cuánto ay de aquí a Çibao y si puede saber la mina de oro, como allá me dizen. Creo que traerá muy buen recabdo, porqu´es bien católico y desioso de cumplir lo que yo le mando, y tiene ingenio y esfuerço. Tanbién enbié otro criado de Fonseca por la mesma guisa y con tanta gente acá al mediodía a Cahonaboa, porque tiente muy bien el camino y bea si es verdad que aya tanto oro. Al uno y al otro defendí que no entrasen en poblado, si lo pudiesen escusar. Creo que será dificultoso, porque los indios que son con ellos ban nunca se çofrirán de no dormir en poblado y aun pasar por ello, en espeçial agora qu´es inbierno y faze muy buen frío a nos qu´estamos bestidos, de que más impremirá a ellos, que del todo andan desnudos. Nuestro Señor los libre y traiga.

         De los mantenimientos que allá se cargaron  se a gastado muy gran parte y se perdió lo más del vino por el engaño de los toneleros de Sevilla. Mereçen gran pena en sus personas, sin que aya açebto escusa alguna de dezir de viaje largo, en que no es de mirar, salvo cuánto a qu´esta basija estava cargada, que otras vezes seis y siete meses está en Flandes y otras partes dentro en los navíos cargados, mas no le faltan; que en la ora que los requieren por cosa de V. Al., luego piensan de cuál cavo y en quémanera les fincará la mitad. Digo ansí esto porque acá otra cosa ninguna tan grande mengua haze como el vino, porqu´es mantenimiento con que se esfuerçan los que andan camino, que del comer en cada cavo se halla, y con una bez de vino está la gente harta y alegre. Es menester que V. Al. lo mande proveer para aquí en los primeros navíos, y castigar quien este daño hizo, así como de otros hurtos de otras vituallas, de que quedó el cargo a don Juan al tiempo de mi partida.

         Después de escripto todo lo de ençima oy, qu´es día de Asn Sebastián, bino Ojeda, el cual llegó a Çibao, qu´es provinçia, él con toda la gente que avía llevado, y falló grandísimas minas de oro; no truxo d´él porque yo se lo tenía defendido, porque yo no savía qué gente hera aquélla, y si le pesarían de ver estranjeros o coger lo que en su tierra tienen. No dexó de traer la muestra de cada río , la cual enbío  a V. Al.; y si es verdad lo qu´él y los otros que fueron con él dizen, es cosa de admiraçión la tanta cantidad de oro que fallaron. Él me a dado por escripto todo su camino y lo que halló, todo por punto, la cual escriptura con las muestras de oro a V. Al. con ésta enbío. Solamente digo que de aquí a veinte leguas ed la noble provinçia, y según yo puedo comprehender, con ella junto es todo mineros de oro, y será tanta tierra como todo el reino de Portugal, y que creo que aya más oro de lo qu´ellos renunçiaron. Yo no boy luego allá porque mucha gente de la que acá está es doliente, e aun a este causa e detenido algunos acá que yo disiava de enbiallos a Castilla.

         Y tanbién digo y afirmo, según yo puedo comprehender, que V. Al. pueden bien estar seguros que acá están todos estos indios a lo que se mandare, sin pensar que se ayan de poner a resistençia, que no aya nadie que no se maraville cómo se ayan dexado matar los que acá quedaron, según éstos son temerosos; y aun por esto digo que yo sospecho que entr´ellos mismos aya sido el desbarato.

         También esta mesma noche vino un escudero de los que fueron con Gorvalán, y diz que fallaron muy muchas minas de oro, y qu´él venía atrás muy alegre. En ellegando, escreviré su relaçión  toda distinta. El uno y el otro me dizen que les dezían los indios que, cavando debajo de la tierra, hallavan pedazos que, según la forma, sería un marco. Ellos no tienen ingenio de lo coxer salvo en la rena del río, y no toman salvo los pedazos que con los dedos abarquen, ni lo cojen más salvo para sus carátulas, que fasta oy no se vende ni se resgata; tanbién que, cuando llueve, se halla fuera de los ríos pedazos grandes qu´el agua a descubierto. Nuestro Señor nos dará lugar que sabremos todo enteramente los primores; mas si es verdad lo qu´éstos dizen, que creen que aya en esta isla tanto como de fierro en Vizcaya, creo que, aunque no sea tanto, que sea demasiada cantidad.

         Después vino Gorvalán con todos los otros que con él fueron, y él y ellos cuentan de las cosas del oro qu´es maravilla. Truxeron la muestra del oro que coxieron en los ríos, la cual tanbién enbío a V. Al.  con aquéllas que truxo Ojeda. Anbos cuentan en el negoçio del oro de una manera, puesto qu´el uno del otro no savía cuando de acá ni de allá partieron amos a una parte, como arriba dixe.

         Tanbién vino la caravela y trae muy buenas nuevas, como verá V. Al. por estenso por escriptura por ante escrivano d´ella, el cual escrevía cada día lo qu´ellos hazían. El capitán no da buena cuenta, y no abasta el yerro que hizo en Guadalupe, y agora quería dexar de ir el viaje que yo le avía mandado y se quería ir a Jamaica. Dizen que en menos de seis leguas hallaron más de quinientas poblaçiones, que en cada una avía más de sesenta grandes casas y gente a maravilla, todos de la mejor condición que se vido: dávanles a los nuestros cuanto tenían. Este mesmo Marque fue por la tierra adentro y falló la mejor campaña d´ellos del mundo; no le avía yo mandado qu´él dexase la caravela ni que enbiase gente. El Fojeda vanía malo del camino y, pensando de no llegar tan presto acá, me escrivió una carta de lo qu´él avía pasado. Y porque me parecía que V. Al. folgara de ver muy por estenso, la traslado aquí al pie de la presente, y es ésta que se sigue:

La Carta de Colón a Luis Santangel

Cristóbal Colón

Señor: Porque sé que auréis plazer de la grand vitoria que nuestro Señor me ha dado en mi viaje vos escriuo ésta, por la qual sabreys cómo en ueinte dias pasé a las Indias con la armada que los illustríssimos Rey e Reyna, nuestros señores, me dieron, donde yo fallé muy muchas islas pobladas con gente sin número, y dellas todas he tomado posesión por Sus Altezas con pregón y uandera rreal estendida, y non me fue contradicho.

A la primera que yo fallé puse nonbre Sant Saluador, a comemoración de su Alta Magestat, el qual marauillosamente todo esto an dado; los indios la llaman Guanahaní. A la segunda puse nonbre la isla de Santa María de Concepción, a la tercera, Ferrandina; a la quarta, la isla Bella, a la quinta, la isla Juana, e así a cada una nonbre nueuo.

Quando yo llegué a la Juana seguí io la costa della al poniente, y la fallé tan grande que pensé que sería tierra firme, la prouincia de Catayo. Y como no fallé así villas y luguares en la costa de la mar, pequeñas poblaciones, con la gente de las quales no podía hauer fabla, porque luego fuyan todos, andaua yo adelante por el dicho camino, pensando de no errar grandes ciudades o villas, y al cabo de muchas leguas, visto que no hauía innouación i que la costa me lleuaua al setentrión, de adonde mi voluntad era contraria, porque el ivierno era ya encarnado, yo tenía propósito de hazer del al austro y tanbién el viento me dio adelante, determiné de no aguardar otro tiempo y boluí atrás fasta un señalado puerto, de adonde enbié dos hombres por la tierra para saber si hauía rey o grandes ciudades. Andouieron tres iornadas y hallaron infinitas poblaciones pequeñas i gente sin número, mas no cosa de regimiento, por lo qual se boluieron.

Yo entendía harto de otros idios, que ia tenía tomados, cómo continuamente esta tierra era isla, e así seguí la costa della al oriente ciento i siete leguas fasta donde fazía fin, del qual cabo vi otra isla al oriente, distincta de ésta diez o ocho leguas, a la qual luego puse nombre la Spañola; y fui allí, y seguí la parte del setentrión, así como de la iuana al oriente CLXXVIII grandes leguas por línia recta del oriente así como de la Iuana, la qual y todas las otras son fortíssimas en demasiado grado, y ésta en estremo; en ella ay muchos puertos en la costa de la mar sin comparación de otros que yo sepa en cristianos y fartos rríos y buenos y grandes que es maravilla; las tierras della son altas y en ella muy muchas sierras y montañas altíssimas, sin comparación de la isla de centre frei, todas fermosíssimas, de mil fechuras, y todas andábiles y llenas de árboles de mil maneras i altas i parecen que llegan al cielo, i tengo por dicho que iamás pierden la foia, según lo puede comprehender, que los vi tan verdes i tan hermosos como son por mayo en Spaña, i dellos estauan floridos, dellos con fruto, i dellos en otro término, según es su calidad.

I cantaua el ruiseñor i otros paxaricos de mil maneras en el mes de nouiembre por allí donde yo andaua; ay palmas de seis o de ocho maneras, que es admiración verlas, por la diformidad fermosa dellas, mas así como los otros árboles y frutos e ieruas. En ella ay pinares a marauilla, e ay canpiñas grandíssimas, e ay miel, i de muchas maneras de aues y frutas muy diuersas. En las tierras ay muchas minas de metales e ay gente instimabile número.

La Spañola es marauilla: las sierras y las montañas y las uegas i las campiñas, y las tierras tan fermosas y gruesas para plantar y sembrar, pa criar ganados de todas suertes, para hedificios de villas e lugares. Los puertos de la mar, aquí no hauría crehencia sin vista, y de los ríos muchos y grandes y buenas aguas, los más de los quales traen oro. En los árboles y frutos y yeruas ay grandes differencias de aquéllas de la Iuana; en ésta ay muchas specierías y grandes minas de oro y de otros metales. La gente desta ysla y de todas las otras que he fallado y hauido ni aya hauido noticia, andan todos desnudos, hombres y mugeres, así como sus madres los paren, haunque algunas mugeres se cobrían un solo lugar con una foia de yerua o una cosa de algodón que pa ello fazen. Ellos no tienen fierro ni azero ni armas ni son [par]a ello, no porque no sea gente bien dispuesta y de fermosa estatura, saluo que son muy te[merosos] a marauilla. No tyenen otras armas saluo las a[rm]as de las cañas quando est[án] con la simiente, a [la] qual ponen al cabo un palillo agudo, e no osan usar de aquéllas, que m[uchas] vezes me [aca]eció embiar a tierra dos o tres hombres a alguna villa pa hauer fabl[a y] salir a [ello] sin número, y después que los veyan llegar fuyan a no auardar padre a hijo, y esto no porque a ninguno se aya hecho mal, antes, a todo adonde yo aya estado y podido hauer fabla, les he dado de todo lo que tenía, así paño como otras cosas muchas, sin recebir por ello cosa alguna, mas son así temerosos sin remedio. Verdad es que, después que aseguran y pierden este miedo, ellos son tanto sin engaño y tan liberales de lo que tienen que no lo creerían sino el que lo viese. Ellos, de cosa que tengan, pidiéndogela, iamás dizen de no; conuidan la persona con ello y muestran tanto amor que darían los corazones y quieren sea cosa de ualor, quien sea de poco precio, luego por qualquiera cosica de qualquiera manera que sea que se le dé por ello sean contentos. Yo defendí que no se les diesen cosas tan siuiles como pedazos de escudillas rotas y pedazos de vidrio roto y cabos de dagugetas; haunque quando ellos esto podían llegar, los parescía hauer la meior ioya del mundo; que se acertó hauer un marinero, por una agugeta, de oro de peso de dos castellanos y medio; y otros, de otras cosas, que muy menos valían, mucho más. Ya por blancas nueuas dauan por ellas todo quanto tenían, haunque fuesen dos ni tres castellanos de oro o una arroua o dos de algodón filado. Fasta los pedazos de los arcos rotos de las pipas tomauan y dauan lo que tenían como bestias. Así que me pareció mal <y> yo lo defendí. Y daua yo graciosas mil cosas buenas que yo leuaua porque tomen amor; y allenda desto se farán cristianos, que se inclinan al amor e ceruicio de sus altezas y de toda la nación castellana; e procuran de aiuntar de nos dar de las cosas que tenen en abundancia que nos son necessarias. Y no conocían ninguna seta ni idolatría, saluo que todos creen que las fuerças y el bien es en el cielo, y creían muy firme que yo, con estos nauíos y gente, venía del cielo y en tal catamiento me recebían en todo cabo, después de hauer perdido el miedo. Y esto no procede porque sean ignorantes, saluo de muy sotil ingenio, y ombres que nauegan todas aquellas mares, que es marauilla la buena cuenta quellos dan de todo, saluo porque nunca vieron gente vestida ni semeiantes nauíos.

Y luego que legé a las Indias, en la primera isla que hallé tomé por forza algunos dellos pa que deprendiesen y me diesen notia de lo que auía en aquellas partes, e así fue que luego entendiron y nos a ellos, quando por lengua o señas, y éstos han aprouechado mucho. Oy en día los traigo que siempre están de propósito que vengo del cielo, por mucha conversación que ayan hauido conmigo. Y éstos eran los primeros a pronunciarlo adonde yo llegaua y los otros andauan corriendo de casa en casa, y a las villas cercanas con bozes altas: Venit, venit a uer la gente del cielo. Así, todos, hombres como mugers, después de hauer el corazón seguro de nos, venían que non cadaua grande ni pequeño, y todos trayan algu de comer y de beuer que dauan con un amor marauilloso.

Ellos tienen <en> todas las yslas muy muchas canoas, a manera de fustes de remo; dellas maioras, dellas menores, y algunas y muchas son mayores que huna fusta de diez e ocho bancos; no son tan anchas porque son de hun solo madero, mas huna fusta no terná con ellas al remo porque van que no es cosa de creer, y con estas nauegan todas aquellas islas, que son inumerables, y traen sus mecaderías. Algunas destas canoas he visto con LXX y LXXX ombres en ella, y cada uno con su remo.

En todas estas islas no vide mucha diuersidad de la fechura de la gente, ni en las costumbres, ni en la lengua, saluo que todos se entienden, que es cosa muy sigular, para lo que espero qué determinarán sus altezas para la couersación dellos de nuestra santa fe, a la qual son muy dispuestos.

Ya dixe cómo yo hauía andado CVII leguas por la costa de la mar, por la derecha liña de occidente a oriente, por la isla Iuana, según el qual camino puedo decir que esta isla es maior que Inglaterra y Escocia iuntas, porque allende destas CVII leguas me queda, de la parte de poniente, dos prouincias que io no he andado, la una de las quales llaman Auau, adonde nace la gente con cola; las cuales prouincias no pueden tener en longura menos de L o de IX leguas, según pude entender destos indios que yo tengo, los quales saben todos las yslas. Esta otra Española en cierco tiene más que la España toda desde Colonya, por costa de mar, fasta Fuenterauía, en Uiscaya, pues en una quadra anduue CLXXXVIII grands leguas por recta línia de occident a oriente. Esta es para desear e [uista] es para nunca dexar, en la qual puesto [que de to]das tenga toma[d]a possessión por Sus Altezas y todas sean más abastadas de lo que io sé y puedo dezir, y todas las tengo por sus altezas qual dellas pueden disponer como y tan complidamente como de los reynos de Castilla. En esta Española, en el lugar más conuenible y meior comarca para las minas del oro y de todo trato, así de la tierra firme de aquá como de aquélla de allá del Gran Can, adonde haurá grand trato e ganancia, he tomado possessión de una villa grande, a la qual puse nombre la villa de Nauidad, y en ella he fecho fuerza y fortaleza, que ya a estas horas estará del todo acabada, y he dexado en ella gente que abasta para semeiante fecho, con armas y artellarías e vituallas por más de un año, y fusta y maestro de la mar en todas artes para fazer otras; y grande amistad con el Rey de aquella tierra, en tanto grado que se preciaua de me llamar y etener por hermano, e haunque le mudase la voluntad a hofrender esta gente, él ni los suios no saben qué sean armas, y andan desnudos como ya he dicho. Son los más temerosos que ay en el mundo, así que solamente la gente que allá queda es para destroir toda aquella tierra, y es ysla si peligro de sus personas sabiéndose regir.

En todas estas islas me parece que todos los ombres sean contentos con una muger, i a su maioral o rey dan fasta veynte. Las mugeres me parece que trabaxan más que los ombres, ni he podido entender si tenien bienes propios, que me pareció ver que aquéllos que uno tenía todos hazían parte, en especial de las cosas comederas.

En estas islas fasta aquí no he hallado ombres mostrudos como muchos pensauan, mas antes es toda gente de muy lindo acatamiento, ni son negros como en Guinea, saluo con sus cabellos correndíos, y no se crían adonde ay ímpeto demasiado de los rayos solares; es verdad quel sol tiene allí grand fuerça, puesto que es distinta de la liña iquinocial veinte e seis grandes. En estas islas, adonde ay montañas grandes, ay tenía fuerça el frío este yuierno, mas ellos lo sufren por la costumbre que con la ayuda de las viandas <que> comen con especias muchas y muy calientes en demasía. Así que mostruos no he hallado ni noticia, saluo de una ysla que es aquí en la segunda a la entrada de las Yndias, que es poblada de una iente que tienen en todas las yslas por muy ferozes, los qualles comen carne umana. Estos tienen muchas canaus, con las quales corren todas las yslas de India, roban y toman quanto pueden; ellos no son más difformes que los otros, saluo que tienen en costumbre de traer los cabellos largos como mugeres, y usan arcos y flechas de las mismas armas de cañas, con un palillo al cabo por defecto de fierro que no tienen. Son ferozes entre estos otros pueblos que son en demasiado grado couardes, mas yo no los tengo en nada más que a los otros. Estos son aquéllos que tratan con las mugeres de matremomo, que es la primera ysla partiendo de Spaña para las Indias que se falla, en la qual no ay hombre ninguno; ellas no usan exercio femenil, saluo arcos y frechas, como los sobredichos de cañas, y se arman y cobigan con launes de arambre de que tienen mucho.

Otra ysla me seguran mayor que la Española, en que las personas no tienen ningún cabello. En ésta ay oro sin cuento y destas y de las otras traigo comigo indios para testimonio.

En conclusión, a fablar desto solamente que se ha fecho este viage que fue así de corida, que pueden ver Sus Altezas que yo les daré oro quanto ouieren menester con muy poquita ayuda que sus altezas me darán agora, especiaría y algodón quanto Sus Altezas mandaran cargar, y almástica quanta mandaran cargar; e de la qual fasta oy no se ha fallado saluo en Grecia en la isla de Xío, y el señorío la uende como quiere, y ligunáloe quanto mandaran cargar, y esclauos quantos mandaran cargar, e serán de los ydólatres. Y creo hauer fallado ruybaruo y canela, e otras mil cosas de sustancia fallaré, que haurán fallado la gente que yo allá dexo; porque yo no me he detenido ningún cabo, en quanto el uiento me aia dado lugar de nauegar: solamente en la villa de Nauidad, en quanto dexé asegurado e bien asentado. E a la verdad, mucho más ficiera si los nauíos me siruieran como razón demandaua.

Esto es harto y eterno Dios nuestro Señor, el qual da a todos aquellos que andan su camino victoria de cosas que parecen imposibles. Y ésta señaladamente fue la una, porque haunque destas tierras aian fallado o escripto todo va por coniectura sin allegar de uista, saluo comprendiendo, a tanto que los oyentes, los más, escuchauan e iuzgauan más por fabla que por poca c[osa] dello. Así que, pues nuestro Redemtor dio esta victoria a nuestros illustrísimos Rey e Reyna e a sus reynos famosos de tan alta cosa, adonde toda la christiandad deue tomar alegría y fazer grandes fiestas, y dar gracias solemnes a la Sancta Trinidad con muchas oraciones solemnes, por el tanto enxalçamiento que haurán en tornándose tantos pueblos a nuestra sancta fe, y después por los bienes temporales que no solamente a la España, mas todos los christianos ternán aquí refrigerio y ganancia. Esto según el fecho así em breue.

Fecha en la calauera, sobre las islas de Canaria, a XV de febrero año mil CCCCLXXXXIII.

Fará lo que mandáreys.

El Almirante.