Javier Cabello Lapiedra

En el salón de actos de la Unión Ibero-Americana, y ante un público tan numeroso como distinguido dio ayer una interesante conferencia D. Javier Cabello Lapiedra sobre el tema “Pontevedra, cuna de Colón”.

Comenzó expresando el conferenciante que en ocasión de ser gobernador civil de Pontevedra, y ante el examen de los trabajos de investigación hechos para demostrar que Cristóbal colón fue gallego –entre ellos los de D. Celso García de la Riega-, se sintió ganado por tan simpática causa, por lo que también se dedicó a laborar con verdadero entusiasmo en pro de la citada tesis.

Abundó el Sr. Cabello Lapiedra en la idea de que el descubridor de América debió de ser sin duda gallego, aportando para ello valiosos datos documentales e inductivos, tales como los de que el nombre de Cristóbal es muy vulgar en la provincia de Pontevedra y gallegos son los nombres que Colón bautizó a numerosos puntos del Nuevo Mundo por él descubierto, sin que se diera el caso de que impusiera a ningún punto de América nombres italianos.

Admitió la posibilidad de que Cristóbal colón fuese pontevedrés y judío, cualidad esta última que se vería obligado a ocultar ante los Reyes Católicos con motivo de la expulsión de España de las familias judías.

Terminó el conferenciante recabando el apoyo de la Unión Ibero-Americana para secundar esta campaña de investigación, e indicó la conveniencia de que por la Academia de la Historia se nombre una comisión encargada de reunir los trabajos efectuados y que dejan ver la posibilidad de que Cristóbal colón fue pontevedrés.

La documentada e ninteresante disertación del Sr. Cabello Lapiedra fue premiada con calurosos aplausos.

A B C – 7 de febrero de 1924

Jaime Solá

 

Jaime Solá Mestre

Texto en negritaEn la revista Vida Gallega defiende con mucho entusiasmo la españolidad de Colón.- foto libro zas

Jaime Solá invirtió una fortuna en sus empresas de prensa Memoria de Vigo El fundador de la revista Vida Gallega fue enemigo declarado de los nacionalistas
Autor del comentario: Localidad: ImprimirVolver Jaime Solá (1874-1940), vigués que en su apellido denotaba la ascendencia catalana, era un hombre de fortuna. Su padre fue administrador y propietario de un paquete de acciones del balneario de A Toxa. Volcado desde muy joven en el periodismo, estuvo vinculado primero a la prensa local, incluso a través de revistas juveniles de su creación, luego al diario vigués El Independiente, nacido en 1885 con muy buena factura, para pasar seguidamente unos cuantos años en Madrid, una temporada en la redacción de El Globo, a las órdenes de Francos Rodríguez, ministro en la Restauración.

En 1902, asentado nueva y definitivamente en Vigo, Solá Mestre adquirió el periódico para el que había trabajado aquí una temporada y sacó a la calle, al principiar 1903, el diario El Noticiero de Vigo, de su exclusiva propiedad. Aventura que duró hasta 1911, momento en que vendió a un grupo católico la mitad de la publicación, que desaparecería cuatro años más tarde. Todo el dinero que consiguió por su participación del 50 por ciento en el diario, lo destinó Jaime Solá a hacer un largo viaje a América, entre 1911 y 1912, que tenía por objeto promocionar la revista Vida Gallega, de su propiedad.

Aquella publicación fue la gran aventura de su vida. Hizo un primer ensayo, que murió en el cuarto número, para a partir de 1909 poner en la calle una nueva Vida Gallega que aguantó ininterrumpidamente hasta 1938. En aquellas páginas había abundante material gráfico, especialmente del propio Solá, buen profesional con la cámara, y de José Gil, su primer director artístico. Gil fue el introductor del cine en Galicia y está considerado uno de los grandes de la imagen gallega. Las portadas contaron con firmas de prestigio como Castelao, Maside, Álvaro Cebreiro y otros artistas menos conocidos. Se publicaron textos de Ramón Otero Pedrayo, Ramón Cabanillas o Vicente Risco, bien es cierto que al lado de muchas firmas de escaso valor. Un experto en la historia de prensa aseguró que en 1930 Vida Gallega vendía 70.000 ejemplares. Exageración quizá, pero lo cierto es que la publicación era tan conocida en Hispanoamérica como en Galicia.

En aquellas aventuras periodísticas, Jaime Solá invirtió buena parte de su fortuna, de la que debió perder no poco. En paralelo, en muy pocos años, a partir de 1917, escribió varias novelas regionalistas, la más popular «Anduriña», con tres ediciones. Tuvo serios problemas con los nacionalistas gallegos, hasta ser su bestia negra. No se paraba en barras y llegó a decir de alguno de ellos, hombre de gran prestigio, que era «juicioso a pesar de ser nacionalista» y de una figura clave de las Irmandades da Fala aseguró que «con otra moral, con otro corazón, otra honorabilidad, otra buena fe y otra decencia al frente» aquella institución defensora de nuestra lengua autóctona «habría podido ser alegría redentora de Galicia». No dejaron de dedicarle fuertes epítetos desde el nacionalismo. No obstante esto, hizo una gran revista gallega.
Rafael Calzada: Concienzudo escritor, director de la popular revista viguense «Vida Gallega»

José M. Riguera Montero

José M. Riguera Montero

Doctor en Derecho y Poeta Coruñés Publicó numerosos estudios de filología coloniana.

En los Estados del Río de la Plata se ha iniciado una suscripción popular para levantar en Pontevedra, un monumento al inmortal descubridor del Nuevo Mundo, habiendo encabezado la suscripción con mil pesos el ilustre colombista Dr. Riguera Montero, catedrático de la Universidad del Uruguay. La prensa del Brasil, llama medio hermano á Colón, y los periódicos de Colombia, Venezuela y Centro América, publican artículos laudatorios sobre la cuna del glorioso Almirante.

Según «La Galicia Austra»l By Xosé Manoel Núñez Seixas y Pilar Cagiao Vila.

Publicó un opúsculo sobre «La Patria de Colón».

José María Riguera Montero «intentó promover en Buenos Aires una suscripción para erigir en Pontevedra un monumento a Colón»

Contantino Horta y Pardo: Catedrático de la Universidad de Uruguay, encabezó la acción de promover la suscripción para erigir en Pontevedra un monumento a Colón con 1000 pesos.

Hispanic Society of América de New York

Nombra esta Asociación Rafael Calzada: Fundada por el eminente hispanista norteamericano Mr.Archer Milton Huntington, se celebraron memoriables reuniones en que se aclamó como cuestión resuelta lo de la patria española del Descubridor, pudiendo decirse lo porpio de otras varia sociedades hispanoamericanaas del Nuevo conteinente; y en cuanto a publicaciones, han sido innumerables los diarios y revistas, especialmente en los Estados Unidos, México, Cuba y Puerto Rico, que se hicieron eco del feliz hallazgo del eñor de la Riega, acogiéndolo con demostraciones de la más calurosa simpatía.

Nota: No es de extrañar que en el seno de esta gran institución se haya recibido con verdadero regocijo el resustado de las investigaciones del Sr. de la Riega. El ilustre Mr. Archer Milton Huntington y los CIEN que, como legión selecta, forman con él aquella sociedad, son verdaderos amigos compatriotas los Irving, los Prescott, los Ticknor, los Longfellow, los Russell-Lowell, a los que deben agregarse en nuestrus días hombres tan eminentes como Lummis, Bourne, Buchanan, Rennert, Fitz-Gerald, Upson Clark, Ford Espinosa, Walsh, Cafin, Lang y tantos otros, La obra admirable de este gran hispanista, que invirtió varios millones de dólares en el suntuoso palacio que sirve de asiento a la sociedad de Audobon Park, de New York, dotándolo de un soberbio museo, una magnífica biblioteca y una gran institución cultural hispánica, obligrará para siempre a los hijos de ESpaña a una inmensa gratitud. Se explica, por lo mismo, que la sociedad de que es fundador y alma Mr. Huntington, haya visto con entusiasmo que sea de España «toda la gloria» del Descubrimiento.

Hipólito de Saá Bravo

Dedicó su vida al estudio de la historia y la arquitectura gallegas. Su aportación a nuestra cultura es inestimable. Nos dejó obras como «El monacato en Galicia».

Por HIPÓLITO DE SAA BRAVO

MIS VIVENCIAS EN TORNO AL COLON PONTEVEDRES

«…En el Itiempo en que escribe don Celso García de la Riega, Pontevedra era una élite cultural, sobre todo por las famosas tertulias: la tertulia de don Jesús Muñíais, excepcional, por donde pasaba Ip más granado de toda la comunicación directa que él tenía con gente de fuera, defensores sobre todo de la literatura francesa, que entonces estaba en auge. De ahí sale una famosa revista, «Galicia Moderna», en la que aparecen ya algunos artículos, un poco tímidos, relativos a Colón; y en la que escriben Torcuata Ullóa, los Muñíais (Andrés y Jesús), y después el mismo García de la Riega.

Casi al mismo tiempo, surge en Madrid la «Ilustración Gallego-Asturiana», que muestra cierta oposición al núcleo cultural de Pontevedra. Allí figura Murguia, que es el procer (vamos a llamarle así) de esa tendencia literaria que se centra en lo que fue después el «Café Gijón» de Madrid, y que repercute y llega a La CorufSa. Allf se forma lo que va a ser la Real Academia Gallega. Este detalle es necesario tenerlo muy en cuenta, En esas famosas tertulias literarias de Pontevedra, existe ya una élite, antes de llegar a la de don1 Casto Sampcdro, con su famosa tertulia de la calle de la Oliva, en la casa de Concepción Arenal. En la de Jesús Muñíais, en la Casa del Arco, existe un núcleo del que van a salir dos revistas famosas: «Galicia Antigua» (sedimento del libro del mismo nombre, cuyo autor es, precisamente. García de la Riega), y «Galicia Moderna».

Esto trae consigo el primer encuentro entre don Celso Garcfa de la Riega, o lo que podríamos llamar la cultura pontevedresa, y la cultura coruñesa, que es la defensa del Celtismo, contraria al Helenismo de Pontevedra. Algo que muchas veces se ha pasado por alto, pero que, efectivamente, existía y son los primeros pasos del Galleguismo, Hay que buscarle un fundamento étnico al Galleguismo, y ese fundamento étnico es el celta. De ahí arranca el mítico Breogán, junto con todo lo que nos cuenta Murgufa en su libro «Galicia», que forma parte de la colección «España y sus monumentos», en el que, precisamente, defiende a capa y espada la población celta del solar gallego, no admitiendo para nada ni a fenicios nf a griegos.

En el lado opuesto surge «Galicia Antigua», de García de la Riega, en la que defiende lo contrario: las colonias griegas llegan a Galicia y dan origen a una serie de pueblos, entre ellos «Helenis» (Pontevedra), Noia, Betanzos y Tui, basándose en el libro de Avieno «Ora Marítima», donde efectivamente admite a los «Ophiusa» que son de origen griego; y basándose además en la «Historia General» de Plínio, en donde al hablar de los pobladores, concretamente de lo que ahora es Vigo y Pontevedra, nos dice que eran de origen griego.

Ahí tenéis un enfrentamienlo, una dialéctica muy dura. Si leéis tanto el libro de Murgufa, como el de Celso García de la Riega, veréis que están a matar. Y esto sucede, precisamente, antes de surgir la tesis de Colón gallego. Hay una animadversión muy grande en este aspecto, que aparece más tarde cuando él publica el primer libro sobre Colón español, y que inmediatamente pasa a ser Colón gallego. Hecho al que se enfrenta la Academia Gallega, rechazándolo.

No se tiene en cuenta que aquf ya no es solo una oposición de carácter, del fondo de la cuestión, sino que hay algo de tipo particular, y además como escritor que soy» sé que a veces teorías o postulados que yo defiendo, algunos otros me los rebaten, no tanto por la teoría en sí, sino por la simpatía o no simpatía que se pueda inspirar. Esto es indiscutible. Así que tenemos ya ese primer paso de la oposición que encuentra la teoría, y después el fallo de la Real Academia.

Pero ¿de dónde viene es oposición posterior de la Real Academia de la Historia? Al hablar la Gran Enciclopedia Galega de Colón (así como en la biografía de La Riega) cita uno de los principales instigadores del fallo negativo de la Academia a Eladio Oviedo y Arce, canónigo de Santiago, ¿De dónde viene la contraposición de Oviedo y Arce hacia García de la Riega? Pues, de la trayectoria de la IV via marítima. Los que hayan estudiado algo de las vias romanas verán, por ejemplo, como el P. Antonio López Ferreíro, siguiendo lo que había escrito anteriormente en la revista «Galicia Histórica», que se gestaba y publicaba precisamente en Santiago, en el seno del Cabildo Catedralicio, defiende la trayectoria de la via romana partiendo de la 5.» mansión de la via XIX, llevándola por todo el Barbanza, hasta llegar a Finisterre. Era la trayectoria que defendían en Santiago para demostrar el camino que siguieron los discípulos del Apóstol cuando arribaron a Galicia con las reliquias. Por aquel entonces el camino seguro era el camino de la via militar, y la via militar era la «Per loca marítima». Y como, efectivamente, en el «Itinerario» de Antonino, en una de las inscripciones aparece «Aques Celenis» y aquí «Celenis» era la 5.-de la via XIX, cree que la via «Per loca marítima11 arrancaba de Cangas, se introducía en el Ulla, atravesando por el Barbanza y Noia hasta Finisterre. Los discípulos habrían llegado hasta Finisterre, trayendo el cuerpo del Apóstol hasta «Aques Celenis», que era Sede Episcopal y desde allí irían después alria.

Pero García de la Riega presenta una teoría completamente distinta: que la «Per loca marítima» no arrancaba de «Aques Celenis», sino de «Aques Baenis» (nombre que en los escritos de Strabón y de Pompóme Mela se da al rio Miño), y desde allf a «Vicus Spacorum» (Vigo), y «Duas Pontes» (Pontevedra); despojando a Pontevedra del paso de la via romana, sin explicar a qué villa pertenecían esa cantidad de miliarios que se encuentran en el trayecto de Vigo a Pontevedra y de ésta a Caldas de Reyes.

Esta fue una polémica muy dura, y se puede constatar leyendo el libro de García de la Riega, o más concretamente el de López Ferreiro, el tomo II de su obra donde se habla de esta gran polémica. Seguramente se preguntarán ustedes ¿es posible que se halla llegado a tanto? Creo que si, pues en aquel tiempo, ese prurito, ese algo de Pontevedra con sus tertulias, que después van creciendo, no era muy bien visto en La Coniña. En una segunda etapa se afianzan aún más los elementos culturales de la capital, porque Casto Sampedro aporta documentos interesantísimos para la misma tesis de Colón; documentos que después fueron publicados en la «Enciclopedia General de Galicia», sobre lodo en el «Reino de Galicia», de Gerardo Alvarez Limeses. Y para mi -no se si será atrevido asegurarlo- es de donde arranca esa oposición a la tesis de García de la Riega, que otros siguieron después…»

Dentro de la Semana Cultural dedicada a Cristóbal Colón, que se celebró el pasado año en el marco incomparable del Monasterio de San Juan de Poio. D. Hipólito de Saá Bravo, brillante historiador y conferenciante excepcional, desarrolló el tema de sus vivencias en tomo a la tesis de Colón gallego, refiriéndose en particular a loa motivos que a su juicio, desencadenáronla gran polémica y dieron lugar a la refutación de aquella lesis por paite de la Real Academia Gallega. De dicha conferencia hemos extractado el texto que configura el presente artículo.

Gustavo Vargas Martínez

COLÓN, CRISTÓBAL

Cristóbal Colón. Litografía de J.J. Martínez.Museo Nacional, Bogotá.

Navegante y descubridor de América. Casi todo lo relativo a Cristóbal Colón está rodeado de polémica o permanece en el misterio: nombre, lugar y fecha de su nacimiento, educación, viajes, amigos, valores éticos, locura, de todo se ha dudado. El primero en meter desorden fue su propio hijo Fernando, cuando en la Vida del Almirante (1571), aseguró que su padre «quiso que su patria y origen fuesen menos ciertos y conocidos» (capítulo I), y que de sus viajes y navegaciones «no tengo plena noticia puesto que él murió cuando aún no tenía yo ni atrevimiento ni familiaridad bastante por el respeto filial para osar preguntarle tales cosas» (capítulo m). A juzgar por los relatos de sus coetáneos, Colón fue gente de mar desde muy joven, cartógrafo como su hermano Bartolomé y conocía tanto el Mar del Norte como el Mediterráneo. Pero los historiadores desde hace un siglo han puesto en tela de juicio si Colón, como afirman los españoles, y Colombo, como lo identifican los italianos, son o no una misma persona. Ciertamente la familia de Cristóforo Colombo era de operarios manuales-tejedores y laneros unos, vinateros otros- y por esa razón se sostuvo la tesis de que el hijo de Dominico Colombo y Susana Fontanarosa, nacido entre el 28 de agosto y el 31 de octubre de 1451, al parecer en Génova o en alguna ciudad del Genovesado, fue cardador de lana y no tuvo nada que ver con el intrépido navegante «descubridor» del Nuevo Mundo. Que Colón y Colombo eran dos personas distintas lo demostró en 1921 el académico Ricardo Beltrán y Rózpide. Que Colón pudo ser español, judío cuya familia había emigrado a Italia una o dos generaciones atrás, lo argumentó Salvador de Madariaga. Que era catalán, lo afirmó Luis Ulloa. En medio de tan singulares polémicas, la Real Academia de Historia de Madrid concluyó en 1926 «que si bien hasta ahora es cierto que no hay prueba suficiente para declarar que Colón nació en Pontevedra, tampoco la hay de que nació en Génova». En 1953 la prensa internacional dio noticia, al parecer definitiva, de que Colón había nacido en Casale Monferrato. Otros exigieron que se reconociera a Cataluña como patria del Almirante, argumentando que el Documento Borromei, atribuido al protector de Pedro Mártir de Anglería, demostraba que había nacido en Mallorca. Pero los historiadores, escépticos ahora, no han hecho más que tomar nota de las discrepancias. La enigmática firma de Colón sigue siendo, 500 años después, otro misterio sin descifrar. Algunos han visto en ella la estrella de David, disimulada entre las letras; otros, en cambio, la traducen invocación latina de origen cristiano. El hecho de que Colón no haya escrito en italiano, porque no sabía la lengua, sino en español, aunque salpicado de galleguismos, y que impuso muchos nombres españoles a los lugares que visitó, hace aún más sospechoso su lugar de origen. En 1990, un autorizado historiador italiano, Paolo Emilio Taviani, realizó una cuidadosa tarea de divulgación y estudio de las tesis genovesistas respecto a Colón. Sin embargo subsiste la duda sobre la identidad entre el navegante Colón y el lanero Colombo. Es desconcertante que ni retratos auténticos haya de Colón: de una treintena de pinturas, algunas tan populares como el anónimo existente en la Galería Giovio, en Como, o el de Sebastián de Piombo, en el Museo Metropolitano de Nueva York, todas las treinta son apócrifas.

Los años mozos de Colón se desconocen. Los de Colombo están en tela de juicio. De éste se dice que estudió en Pavía, pero ningún documento avala la aserción. Que vivió en Savona en 1473, cuando trabajaba para casas comerciales genovesas, parece cierto, al igual que su radicación en Portugal en 1479. A1 año siguiente se casó con Felipa Moniz, hija de Bartolomé de Perestrello, capitán de Puerto Santo. Es la época en que leyó la Imago Mundi de Pedro d’Ailly y la Historia Rerum Libique Gestarum del papa Eneas Silvio Piccolomini. Entre 1485 y 1486 se estableció en Castilla, ya dedicado totalmente a promover su proyecto del viaje transoceánico. Es, justamente, la época en que conoció, al decir de Juan Manzano y Manzano, el viaje del protonauta Alonso Sánchez de Huelva, y el momento en que se consolidó lo que la historia conoce como «el secreto de Colón». Como se sabe, Colón nunca pudo explicar con suficiencia las razones que tenía para su proyectado viaje «a levante por poniente». Conociendo la existencia de tierra firme al oeste con el nombre de India Oriental como estaba pintado en los mapas de Martellus de 1489, sabiendo que a 750 leguas aproximadamente se extendía el enorme archipiélago antillano, que desde Marco Polo se creía parte de Cipango (Japón), Colón no podía revelar la fuente de su información a los eruditos del reino, por la simple razón de que no convenía a sus planes de obtener prebendas y recompensas: conoció la ruta en la bitácora de Sánchez de Huelva, muerto en su casa de Madera en 1484. Acosado por su conciencia y por las presiones de los sabios que exigían documentos probatorios para avalar su proyecto, le confió su secreto al fraile de La Rábida, Antonio de Marchena. Sin embargo, el desarrollo mismo del primer viaje trasatlántico de 1492 dejó al descubierto suficientes indicios de lo dicho aquí. Veamos algunos:

El texto de las Capitulaciones de Santa Fe, signadas el 17 de abril de ese año, admiten claramente que Colón descubrió islas y tierra firme en los mares occidentales. Literalmente dice que Colón «ha descubierto», así, en pasado y como hecho cumplido.

La seguridad en la ruta trazada este-oeste, casi en línea recta por la latitud 28 norte, desde la Isla Gomera, si bien no llevaba más que confusamente a las islas antillanas, muestra un conocimiento claro de tierras al otro lado del océano. La ruta de regreso siguiendo la corriente del Gulf Stream, suroeste-al-nordeste, es otro acierto y otro misterio no suficientemente aclarado.

El mapa que llevaba Martín Alonso Pinzón, consultado en altamar y conocido durante «los pleitos colombinos», era una copia del Martellus traído de Roma, de la biblioteca del papa Inocencio VIII, fechado en 1489, donde explícitamente aparece el litoral suramericano.

La doble contabilidad llevada durante el primer viaje, demuestra que se tenía una distancia estimada y prevista de unas 750 leguas marinas, calculada porque se tenía conocimiento de las distancias por recorrer, bien por Martellus, Behaim, por Pinzón o por sí mismo.

La carta-credencial para el Gran Can, por triplicado, delata una misión predeterminada y un objetivo político del viaje, no evangelizador, puesto que en el primer viaje no iba ningún cura y sí un intérprete políglota, Luis de Torres, judío que hablaba «hebraico, arábigo y algo de caldeo>. Allí se le ordena dar embajada ante los príncipes de Oriente y referirles la situación de España después de la expulsión de moros y judíos.

En efecto, en el proemio a su Diario de viaje, es patente que Colón sabía a dónde iba y a qué, pues no tendría objeto darle informes al Gran Can de la estrategia antimusulmana y antijudía de los reyes si no era con el propósito de buscar su alianza.

La confirmación de los privilegios otorgados al Almirante el 28 de marzo de 1493, después del primer viaje, se apresura a otorgarle nombramiento de Virrey de las islas y tierra firme, cuando sólo se habían hallado seis islas y apenas habían transcurrido trece días de su regreso.

La insólita bula papal, imprudente y precipitada, qué encomia el viaje «descubridor» de Colón y prepara los tratados de partición del mundo, cuando apenas el almirante pisaba, de retorno, tierra hispana.

Fernando Colón, en la biografía de su padre, dejó testimonio de la manera solapada y de los ardides de que se valió para decir su verdad a medias, ante las juntas de sabios convocadas para examinar el proyectado primer viaje: «Como en aquellos tiempos no había tantos cosmógrafos como hay ahora, los que se reunieron no entendían lo que debían, ni el Almirante se quería dejar entender del todo, por temor a que ocurriese lo mismo que en Portugal y se alzasen con el santo y la limosna>. Pero Marchena sí conoció la verdad de todo, y ese es un nuevo indicio revelador. Gonzalo Fernández de Oviedo afirma que Marchena fue «la persona sola de aquesta vida a quien Colón más comunicó de sus secretos». Pero como tampoco los podía revelar, porque los había conocido bajo el secreto de la confesión, el fraile se las ingenió para decirle a los Reyes Católicos «que era verdad lo que el Almirante decía», y a Martín Alonso Pinzón que «fuese a descubrir las Indias que placería a Dios que habían de hallar tierra». El propio Colón aceptó después, que en los siete o casi ocho años que duró su lucha por obtener apoyo oficial a su plan de viaje, «no halló persona que no los tuviese en burla salvo aquel padre fray Alonso de Marchena». ¿Qué otra cosa pudo revelar Colón a Marchena sino el origen y las pruebas de su ambicioso proyecto? Aún más, información suficiente sobre Sánchez de Huelva, primer español en llegar a tierras americanas (Haití, 1484 ó 1485), consta en muchos escritores antiguos, como Bernardo Aldrete, Roderigo Caro, Juan de Solórzano, Fernando Pizarro, Agustino Torniel, Petrus de-Maliz, Gregorio García, Juan de Torquemada, Juan Bautista Riccioli, Gonzalo Fernández de Oviedo, Francisco López de Gómara, Girolamo Benzoni, y el ilustre autor de los Comentarios Reales, Garcilaso Inca de la Vega.

Los cuatro viajes de Cristóbal Colón tuvieron distintas motivaciones, y aunque existe consenso sobre el segundo y el tercero, que se llevaron a cabo para dar embajada al Gran Can y para atesorar oro y perlas, respectivamente, y sobre el cuarto o «alto viaje», para buscar el estrecho que permitiera llegar a las Molucas, en el Sinus Magnus, no ha sido posible un acuerdo sobre la finalidad del primer viaje colombino. Que se toparía con tierra firme de la India Oriental, donde se entrevistaría con el Gran Can, era previsible, pero no han escaseado las suposiciones casualistas que, desde hace medio milenio, han entorpecido las investigaciones. Las teorías sobre la «casualidad», «encuentro fortuito» o «providencial» de América sólo han servido para encubrir el reparto del continente entre las dos potencias católicas, España y Portugal, para justificar el despojo de tierras de los indios y explicar la subsecuente guerra de exterminio o de conquista, de la que Colón, por cierto, fue ajeno.

A1 amanecer del 3 de agosto de 1492 salió de Palos, a orillas del río Tinto, la pequeña flota compuesta por dos carabelas, La Pinta y La Niña, y una nao, la Marigalante, rebautizada como Santa María. Todo el viaje costaría alrededor de dos millones de maravedís, de los cuales los banqueros genoveses de la Casa Berardi pusieron una cuarta parte prestada a Colón, los Pinzón y los Niño otro tanto, y los Reyes Católicos la otra mitad, representada en las carabelas. El primer viaje, de 32 semanas, se podría dividir en seis etapas. La primera, de Palos a Canarias, entre el 3 y e19 de agosto, cuando llegaron a las Canarias, islas ya castellanas y de las que no se podía sobrepasar al sur por prohibirlo el Tratado de Alcazovas. Colón sabía, empero, que podía navegar hacia el oeste siguiendo los alisios del norte, a lo largo del paralelo 28. La segunda etapa cubre hasta el 12 de octubre, viernes, en que se afirma que vieron tierra los navegantes. Es curioso que, contra lo que se cree, ni un solo documento coetáneo, ni siquiera el Diario de Colón, citado por Bartolomé de las Casas, confirme esa fecha de manera explícita. Colón aseguró haber sido él en persona quien avistara una lucecilla a eso de las dos de la mañana. La superstición fraguada después sirvió para despojar al judío converso Juan Rodríguez Bermej, llamado Rodrigo de Triana, del premio de diez mil maravedís y un jubón de seda a quien primero viera tierra; pero fue este hombre quien gritó desde el palo mayor de La Pinta (no desde la Santa María): «Waana Hen-I» (¡He ahí tierra!), de modo que lo entendieron sólo Colón y Torrés, el judío. La tercera etapa del viaje llega al 16 de enero, cuando Colón se creyó en el archipiélago japonés y próximo al Sinus Magnus. Tan apremiado estaba por entregar las credenciales de embajador al Gran Can, que al pasar por Cuba envió a sus emisarios a buscarlo. Con la misma idea se le adelantó Pinzón, y así llegó a Haití, pensando en Cipango. La cuarta etapa ya es de regreso, Colón llegó entonces a las Azores, el 17 de febrero, por ruta equivocada debido a una tormenta. De las Azores a Lisboa cubre la quinta etapa. Durante el imprevisto encuentro con el rey de Portugal, se le notificó a Colón que las islas al norte y al occidente de las Azores eran lusitanas, en virtud del Tratado de Alcazovas de 1479. Más adelante, Portugal reivindicó Terranova, Labrador y Brasil como posesiones suyas. En fin, la sexta etapa concluye justamente en Palos, el 15 de marzo de 1493. La noticia de su regreso no causó, de momento, mayor interés, excepto en los marineros y sus familiares. Dos meses después, en carta a Juan Borromeo, Pedro Mártir de Anglería contó así el suceso:

«Un tal Chistophorus Colunus retornó de las antípodas occidentales; es un ligur que enviado por mis reyes, con solo tres barcos penetró en aquella provincia reputada por fabulosa, volviendo con pruebas palpables, muchas cosas preciosas y en particular oro, que se produce en aquella naturalmente. Pero pasemos a cosas menos ajenas».

El segundo viaje, del 25 de septiembre de 1493 al 11 de junio de 1496, encaminado a establecer asentamientos coloniales y recuperar la inversión mediante captura de perlas y oro, fue el más numeroso y el más prolongado de los viajes colombinos. Visitó las Antillas menores y la isla de Puerto Rico. A su paso por la isla Tortuga, de Haití, constató la mala suerte que había acompañado a los primeros colonos que se habían instalado en Natividad. A1 parecer, rivalidades internas surgidas entre los habitantes españoles por acopio de oro y mujeres, fueron aprovechadas por los caciques Guacanagarí, Caonabó y Mayreni para castigar a los intrusos. Sin embargo, Colón fundó Isabela (25 de diciembre), organizó una expedición a Civao (Cipango, según creían), recorrió la isla de Jamaica y Cuba por la costa meridional. Convencido de que Cuba era península asiática, hizo jurar a toda la tripulación que habían llegado al punto donde oriente y occidente se juntan. Durante el tercer viaje, cumplido entre el 30 de junio y el 18 de octubre de 1498, bojeó Suramérica sin saberlo, reconoció la embocadura del Orinoco (Mar Dulce), visitó la isla Margarita y terminó el viaje en las Antillas. En el cuarto y último viaje, Colón costeó Centroamérica, desde la isla de Guanaja, en la actual Honduras, y llegó al Darién. La idea geográfica de Colón era por entonces más confusa: cuatro veces había cambiado respecto a la insularidad o continentalidad de Cuba; buscaba el Sinus Magnus, pero, a su vez, no estaba seguro de su ubicación, de manera que cuando los indios le informaron que a sólo nueve jornadas había un gran mar, no les hizo caso; supo de la existencia de México e incluso trabó contacto con una barcaza maya o totonaca que llegó hasta Guanaja, pero no le concedió importancia. Estaba más preocupado por elaborar profecías sobre el fin del mundo. Al fin del viaje, Colón descendió por la costa de Mosquitos hasta Punta Marmórea, que aunque se la ha ubicado en Panamá, algunos autores, como Mauricio Obregón, creen que se trata de Cabo Tiburón, en el Chocó.

Colón murió en 1506 en la ciudad de Valladolid, y allí mismo fue sepultado, pero en 1509 sus restos fueron exhumados para enviarlos a Sevilla, aunque otros querían que se enviaran a Triana. Luego, en 1541, fueron remitidos a Santo Domingo, en la actual, República Dominicana. A1 confundirse con otros restos, se generó tal confusión que hasta el día de hoy no ha sido aclarada por los antropólogos físicos, porque cuando en 1795 Santo Domingo fue cedido a Francia, las autoridades hispanas decidieron llevarse los huesos del Almirante a La Habana y, al parecer, se llevaron equivocadamente otros. De tal suerte, en septiembre de 18T7 se encontraron, otra vez en Santo Domingo, sus restos en urna de plomo bajo la inscripción «Illtro. y Esde Varon Dn Cristoval Colon». Si a todo esto agregamos que entonces se sostuvo que los llevados a Sevilla eran los de su hijo Diego, y que veinte años después, en 1898, los supuestos huesos de Colón se llevaron a Cuba, resulta que ya nadie podrá asegurar, con propiedad, dónde se encuentran las cenizas del hombre que más estatuas tiene en el mundo por lo único que no reconoció haber sido: Descubridor de América [Ver tomo l, Historia, «El descubrimiento de América», pp. 39-62].

Gerardo Alvárez Limeses

Inspector de primera enseñanza y Poeta.

Tiene un epílogo en el libro de Pedro Izquierdo y Corral «Cristóbal Colón : español por Galicia y gallego por Pontevedra»

 

FARO DE VIGO Domingo 30 de Diciembre de 1928

Un Asunto en Litigio

Los Documentos de Colón

Al leer la carta de D. Casto Sampedro publicada en el Faro de Vigo el 28 de Diciembre nuestro asombro no ha tenido límites, pudiéramos poner otra palabra más fuerte, pera acudimos a la serenidad, pensando que es el atributo que hace al hombre imponer su razón.

El señor Sampedro no se ha dado cuenta sin duda, de la gravedad de sus palabras, ni de la situación más grave aún en que se ha colocado, al acusar terminantemente a García de la Riega -entre otras personas- de hacer alteraciones gravísimas en documentos ajenos que en confianza se le habían prestado.

Nosotros tenemos que hacerle ver a Don Casto la seria transcendencia de su hecho y la delicada situación en que se ha puesto. Para ello debemos empezar por repetir sus mismas expresiones:

“En cuanto se va a decir, queremos y pedimos, que se tengan por salvados toods los respetos debidos a Don Casto. Si algo, parece que se sale de este marco, póngase a la cuenta del señor Sampedro que nos obliga a ello.”

En el Libro de D. Celso García de la Riega”Colón español” se han publicado fotografías de 13 documentos. De estos están en poder del hijo de D. Celso, los siguientes:

1 Nicolás Oderigo

2 Bartolomé de Colón

3 Domingo de Colón “el Mozo”

4 Blanca de Colón

5 Domingo de Colón 2el Viejo”

6 María de Colón

9 Cristovo de Colón

10 Juan de Colón y Constanza de colón

11 Abrahan Fonterosa y su hijo

En poder del Señor Sampedro:

7 Domingo de Colón y Benjamin Fonterosa

8 Antonio de Colón

12 Benjamin Fonterosa

13 Jacob Fonterosa

De todos los documentos han sido declarados indubitables por el señor Serrano Sanz – en vista de los fotograbados- el 9 y el 10, en poder de García de la Riega, y el 8, que tiene D. Casto

De todos los documentos -excepto tres- habló D. Celso en su conferencia de 1898, Sociedad Geográfica, que fué publicada en folleto, y de los no reseñados entonces, los números 11 y 8 proceden de D. Casto y el 3 del señor Nuñez.

De manera que ya conocía el señor Sampedro en 1898 todos los documentos, que fotograbados, figuran en el libro “Colón español”, publicado en 1914, y no solo los conocía sino que además, el señor Sampedro facilitó los principales; según propia manifestación hecha en su carta publicada el 26 de Enero 1914, ratificada hace pocos días.

El señor Sampedro acusa ahora a la Riega de alterar esos principales documentos que él le dío; y que se diga esto, es monstruosos, inconcebible y no puede pasar sin la más enérgica repulsa.

¿Se puede creer que el señor la Riega fuese a alterar esos importantes documentos que iba hallando y le facilitaba el señor Sampedro?.

¿es comprensible que el señor Sampedro callase hasta el momento, hecho tan grave?

¿Cabe en cabeza humana que el señor la Riega fuese a estropear esos documentos importantes, perjudicando su misma obra?

¿Cómo se explica D. Casto, que al publicarse la conferencia de 1898, y más tarde fotografias de muchos de los documentos, y de todos ellos en 1914, no hizo público que estaban alterados?

¿ Cómo se explica también, que los documentos que están en su poder -que no permitió que saliesen de su despacho, y tuvo que ir allí el fotógrafo señor Pintos, para poder obtener de ellos las fotos que luego figuraron en el libro “Colón español”- resulta precisamente ahora, que están alterados hasta el extremo que nos cuenta, sin que él antes hubiese dicho nada y los dejase fotografiar y publicar tranquilamente?

¿A qué obedece que estos documentos custodiados por el señor Sampedro con tanto celo -como vemos por el párrafo anterior- sean los que últimamente a la Academia- y que según el Debate tienen raspaduras, manchas, retoques, empleo de tintas diferentes, etc- y en cambio otros que tiene D. Casto en su poder perfectamente inmaculados no los haya enviado -que nosotros sepamos- a examen de la docta Corporación?

¿Por qué extraña coincidencia, el señor la Riega fué a insertar en su libro documentos facilitados por D. Casto, que ahora tienen reparo, y este tenía y tiene, otros sin la menor mácula; el del Cristóbal Colón visitador, del que nos habló hace pocos días, por ejemplo?

¿A qué raro suceso se debe el que los documentos en poder del hijo de D. Celso, hayan sido examinados por un técnico como Mansfield, y los considere avivados- no todos- pero buenos y diciendo lo que decían en su primitivo estado?.

Hay que pensar con todo esto, que D. Casto no ha procedido con la seriedad y rectitud que correspondía a un hombre de su cultura, y que además, le ha cegado una pasión contra García de la Riega que se descubre a través de todos sus escritos, y que le arrastra a hacer y decir, cosas que no corresponden a un hombre de su predicamento.

Su última acusación hemos aclarado que es improcedente, injusta y altamente depresiva para el que la hace.

D. Celso era incapaz de hacer lo que se le acusa y máximo sabiendo que así estropea toda una larga labor de desvelos y trabajos.El origen de las alteraciones

El origen de las alteraciones que ahora se descubren, será probablemente un misterio más en la vida. Nosotros no quisiéramos nunca llegar a descubrirlo.

Lo interesante es que la tesis triunfa; va arriba y nadie ni nada, puede ya contenerla.

Estos momentos de los más rudos golpes contra García de la Riega, son precisamente los del mayor triunfo de su tesis.

Cristofforus Columbo, de Génova, hijo de Domenicus, según el fallo del tribunal internacional de “ABC” no tienen nada que ver con el descubridor del Nuevo Mundo. Ha caído, pues, definitivamente, la genealogía genovesa, de que tan enamorado estaba don Casto, y que queda viva la pontevedresa -aunque no completa- esperando que hombres de valor y mérito, que trabajan con fe e investigan con entusiasmo, encuentren la prueba definitiva que nos dé la gloria de ser Galicia y España la patria del gran nauta.

Para todos sería un día de inmensa alegría y más para nosotros, por constituir el mejor homenaje que pudiéramos hacer a la memoria del historiador García de la Riega, tan duramente y con tanta injusticia combatido

José Álvarez Limeses