Eliseo Alonso

COLON, ENTRE EL AZAR Y LA INCÓGNITA
Por ELÍSEO ALONSO

El azar y una incógnita marcaron el descubrimiento de América. Y también aquella terrorífica leyenda de una catarata cósmica que al pasar de las Islas Canarias formaba el mar. Por el más feliz de los errores de una singladura nías corta que buscaba las ricas tierras de las India -que sin saber tanlos indios pariría- descubrimos el Nuevo Mundo.

La incógnita, pese a los loables intentos por desvelarla, sigue con su halo legendario y poético nimbando la gesta del descubridor Cuando la historia o la ciencia pongan en cueros a un Cristobalita con su partida de nacimiento terminaremos con uno de nuestros más fíennosos mitos. Yo me siento un mínimo culpable de esta zarandaja investigadora de buscarle los tres pies al nacimiento de quién en vida -allá él, que sus razones tendría o tal vez fuese hospiciano- se preocupó de ocullar tan celosamente.

Digo, pues, que allá por la década de 1950, a iniciativas de don Modesto Dará, se fomentó entre las colectividades gallegas de América un movimiento en favor de la tesis del Colón gallego. El comité central del Pro-Colón pontcvedrés estaba, lógicamente, en Pontevedra y habia otros en La Habana, Caracas y el de Buenos Aires, a cuyo frente -y que el Almirante me perdone- estaba un servidor Todo eso se perdió, como se pierden las estelas de las naves en la mar. Pero recuerdo que se mantenían diversos contactos como con el erudito colonista catalán Jaime Colomer, los escritores López de Haro, Faustino Rey Romero y Manuel Grana; con el Duque de la Victoria» Marqués de Mordía y Conde de Luchana, entre otros investigadores.

Confieso que a mi me atraía el tema, porque siempre rememoraba aquella famosa arribada de la «Pinta» a una cosía bastante próxima al lugar en donde resido, cercana al estuario del Miño. El puerto de Bayona, guarecido de los vientos oceánicos, todavía es un buen refugio para los pescadores que fondean, con mar alto, al amparo de las islas Cíes y de las Estelas. Un día, oteando el horizonte, los bayoneses vieron como una carabela, bastante maltrecha y un palo ya desarbolado, navegaba con muclia dificultad buscando el amparo de la tranquila ensenada. Llegaba con muchas averías y sin bastimentos, aunque albora/ada la tripulación. La nao, que mandaba don Martin Alonso Pinzón y, como piloto, el miñorano Sarmiento, traía extraordinarias nuevas, nunca de antes conocidas. Era la gran noticia de algo totalmente inédito, nada menos que el descubrimiento de un nuevo mundo, que más tarde también sería la ruta más dolorosa de los gallegos por el sangrante camino de la emigración.

«Maltrecha la nao por los temporales, pero no los corazones», como reza el pedrusco conmemorativo, Bayona sigue celebrando la efemérides de esla arribada forzosa, y no deserción, como malentendidamente se supuso algún tiempo. Como sabemos, hundida la «Santa María», Colón toca en Lisboa y en Palos, en tanto que la «Pinta», en medio de la tempestad, rinde su tornaviaje en Bayona. Los especialistas que estudiaron ambas derrotas demostraron que la de la «Pinta» fue la más acertada y marinera.

A bordo de esta carabela venían los indios que traía de la isla Guanahaní. En las reducciones que he visitado en Argentina y Brasil, entre los guaranís paraguayos y algunos de la Pdtagpnia los pobres indios no están pasando una vida mucho mejor que en los tiempos del descubrimiento. Por no hablar de la exclavitud -que aún subsiste disfrazada en parajes interiores- o en los exterminios de la Amazonia. Otra simpatía que me despenó Colón fue la lectura de su «Lettera Rarissima», enviada por el Virrey y Almirante de las Indias al Rey y Reina de España: «Yo estoy tan perdido -dice Colón- que he llorado hasta aquí a otros; haya misericordia ahora en el cielo y llore por mi la tierra», termina la angustiada epístola de un hombre abandonado y lan enfermo del cuerpo como del alma.

En fin, que nosotros, desde América, estábamos empeñados en darle nuestra paisanía a Colón, pero su lugar de nacimiento aún aparece envuelto entre las espesas brumas de misterio que dejo el Almirante. ¿Compensará el rigor histórico la desaparición del mito?.

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