EDUARDO PONDAL VIVIÓ SU PRIMER IDILIO EN LA ISLA DE LA TOJA

APondalLa Toja.jpgEduardo Pondal Abente nació en el año 1835 en Ponteceso, La Coruña. Estudio medicina en la universidad de Santiago. Pero su vocación sobrepasó desde el primer momento la medicina, pasando a la historia de la Literatura como uno de los tres poetas del renacimiento literario gallego, en torno a 1863: Rosalía de Castro, Curros Enríquez y el mismo Pondal.

Posiblemente estos tres nombre hubieran sido cuatro si la muerte -se ahogó en una playa coruñesa- no hubiera arrebatado al movimiento la figura de Aurelio Aguirre. Pues fueron precisamente los versos de Aurelio Aguirre y los de Pondal los que se leyeron en el famoso banquete de Conxo.

Los dos aparecían como jefes del movimiento literario de esta época y como abanderados del movimiento liberal. La obra y hasta la vida de Rosalía, de Curros y de Pondal estuvo marcada por la revolución del 46, que terminaría con los fusilamientos de Carral y con la pretensión de un autogobierno de Galicia. Y por el banquete en el robledo de Conxo en el que se reunieron, diez años después, lo mejor de la juventud académica, artesanos, obreros… y los promotores de la libertad. El objeto de todos estos hechos era: GALICIA.

Pondal amó profundamente a su tierra. Y casi como un desquite contribuyó a elevar su lengua y su cultura a nivel universal. El «Bardo de Bergantiños» dio categoría de personaje al pueblo mismo, al pueblo gallego, y la tierra regada con su sudor secular. Busca sus fuentes más allá de la historia y se hace presente en su protohistoria: héroes, bardos, mitología…

Fue en un estío lejano del año 1850 cuando un muchacho de quince años, alto, esbelto y de soñadores ojos negros, llegó hasta la isla de La Toja. Se llamaba Eduardo Mª González Pondal, al cual su familia le había impuesto pasar el verano en la isla pontevedresa, posiblemente por un problema de salud, típico de la adolescencia.

 

Por aquel entonces, la isla comenzaba a despertar de su letargo de siglos, y unos arriesgados científicos habían construido unas sencillas barracas de piedra, en donde se afanaban en investigar los poderes curativos de los lodos y del clima de la isla, sin tan siquiera sospechar que, con su trabajo, llegarían a convertirla en uno de los balnearios más famosos del mundo. Pero el muchacho de Ponteceso llegó allí con cierta contrariedad y desilusión, que le hizo ver a través de un prisma de animosidad aquel lugar donde iba a permanecer durante todo el estío. De esta confusión de su mente brotarían unos versos que, bastantes años después, habría de dar a conocer:

 

Isla oscura de La Toja,

Pobre, sin verdor y yerma,

Albergue de humildes pinos,

Y de indigente maleza;

Grato asilo de las aves,

Y de las brisas ligeras:

Triste y pensante recuerdo,

Tú eres para el poeta,

Que como un dardo en la mente,

Siempre clavado te lleva...

 

Pero aquel enigmático dardo no se había clavado tan solo en la mente del muchacho, sino que también profundizara en su corazón, ya que precisamente en la isla conoció a aquella joven muchacha que trastornó sus años juveniles. ¿Quién era ella, en realidad? ¿Acaso la hija de uno de aquellos científicos pioneros de la posterior magnificencia de La Toja?

Pondal nunca quiso hablar sobre ello, aunque sí confesó que amó apasionadamente a una niña hechicera, que en Helenes la dulce nació, y que dejó para siempre en sus sentimientos la amargura del amor fracasado. Sin embargo, acabó por adornar a la isla con la expresión de sus nuevos sentimientos:

 

Oh, isla! Oh, desierta Loujo!

Para los demás desierta,

Para mí… de tus hermanas,

La más simpática y bella…

 

 

Estos versos que pertenecen al poema titulado «Rescoldo y Cenizas», está fechado en La Toja en septiembre de 1850, pero no obstante, se puede tener por cierto que, pese a la fecha, es una rememoración del poeta escrita bastantes años después, lo cual lo confirman las siguientes estrofas:

 

…Aquellas felices horas

Que el alma triste recuerda…

Ha muchos años que fue…

Y aún por la herida abierta

El corazón sangra a veces,

Y de vivir ya le pesa…

 

Indudable es que este amor juvenil contrariado dejó indelebles huellas en los sentimientos del poeta. Murguía que fue el único que recibió confidencias de Pondal, habló de la frustración de aquel primer sentimiento, e incluso dejó intuir vagamente el nombre de la muchacha: «¡María!». Pero, según fueron pasando los años, Pondal comenzó a mostrar cierta ironía, a veces algo burlona, en las expresiones amorosas de sus versos:

 

Ibas gozando no meu tormento,

Ibas fuxindo por medo a mín;

levouche a faldra curioso o vento…

Vállame os ceos ¡o que eu vin!

Mientras que en otra ocasión, exclama apasionado:

Agora, meu corazón,

agora pola noitiña,

pola mañanciña, non.

El mismo pensamiento expresan los siguientes versos:

Maruxiña, Maruxiña,

a do refaixo marelo:

se che encontro no camiño,

non che ha de valer «non quero”.

 

 

Pero el joven poeta que expresaba tan espontáneamente lo más profundo de sus sentimientos, sorprende a algunos de sus contemporáneos, que no ven más que el fin sensual de los poemas sin detenerse en los cariñosos halagos con que los rodea Pondal. Así, Emilia Pardo Bazán, exclama rotundamente: Del mismo modo debían requebrar los bardos guerreros, o por mejor decir, así debían entender la unión sexual: la mujer maniatada, forzada, llevada a sus cónicas chozas como botín de guerra…. Y sin embargo, quizás nadie supo comprender que tras esos sentimientos viriles y enérgicos, un poco rudos, el bardo ocultaba en lo más hondo de su alma un impenetrable secreto.

Cuando falleció, entre los documentos cuidadosamente doblados dentro de una vieja cartera de cuero, apareció una carta de mujer, escrita en un papel orlado de luto, amarillento por el tiempo transcurrido, muy gastado, con profundas dobleces que evidenciaban las muchas veces que se había leído.

Pero aquella desconocida que firmaba con una cuidadosa rúbrica sin poner su nombre, rechazaba una amorosa proposición de matrimonio de Pondal, afirmando que quería seguir fiel al recuerdo del esposo muerto y dedicada al cuidado de sus niñas. Lo más probable es que aquella dama viuda negase a revivir un episodio de amor de muchos años atrás…

¿Quién era aquella mujer que llevaba nuevamente la desilusión y la amargura al alma del poeta que lindaba ya la madurez de su vida? Posiblemente…¡María!, la misma muchacha que hiciera despertar el amor en su corazón quinceañero en la isla de La Toja. Pero, así fue pasando el tiempo y llegó aquel 8 de marzo de 1917. Era mediodía y lucía el sol, del mar cercano llegaban misteriosos efluvios, pero el gran poeta, bardo de la Tierra Gallega, cerraba sus cansados ojos para siempre.

Nadie sabrá jamás cuales fueron sus pensamientos en aquellos supremos instantes. Pondal murió llevándose celosamente su secreto. Pero aquel día, en la Isla de La Toja, mientras la primavera pugnaba ya por brotar, los pinos se movían cadenciosos al son del viento con un susurro de rumores que semejaban una extraña y misteriosa oración.

Era algo inexplicable que emocionaba y sobrecogía, y que parecía llevar a todos los ámbitos de la Tierra Céltica, los tañidos tristes y dolorosos de «la campana de Anllóns».

 

Revista de La Toja, Diciembre de 1985

Josefina López de Serantes

 

 

 

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